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Historia mundial
Historia del siglo XX
(1914-1991)
Por Eric Hobsbawm
Capítulo I
La época de la guerra total
Hileras de rostros grisáceos que murmuran, teñidos de temor,
abandonan sus trincheras y salen a la superficie,
mientras el reloj marca indiferente y sin cesar el tiempo en sus muñecas,
y la esperanza, con ojos furtivos y puños cerrados,
se sumerge en el fango. ¡Oh Señor!, haz que esto termine!
Siegfried Sassoon (1947, p. 71)
A la vista de las afirmaciones sobre
la de los ataques aéreos, tal vez se considere mejor guardar las apariencias
formulando normas más moderadas y limitando nominalmente los bombardeos a los
objetivos estrictamente militares… no hacer hincapié en la realidad de que la
guerra aérea ha hecho que esas restricciones resulten obsoletas e imposibles.
Puede pasar un tiempo hasta que se declare una nueva guerra y en ese lapso será
posible enseñar a la opinión pública lo que significa la fuerza aérea.
Rules as to Bombardment by Aircraft, 1921 (Townshend, 1986, p. 161)
(Sarajevo, 1946). aquí, como en Belgrado, veo en las calles un número importante
de mujeres jóvenes cuyo cabello está encaneciendo o ya se ha vuelto gris. Sus
rostros atormentados son aún jóvenes y las formas de sus cuerpos revelan aún más
claramente su juventud. Me parece apreciar en las cabezas de estos seres
frágiles la huella de la última guerra…
No puedo conservar esta escena para el futuro, pues muy pronto esas cabezas
serán aún más blancas y desaparecerán. Es de lamentar, pues nada podría explicar
más claramente a las generaciones futuras los tiempos que nos ha tocado vivir
que estas jóvenes cabezas encanecidas, privadas ya de la despreocupación de la
juventud.
Que al menos estas breves palabras sirvan para perpetuar su recuerdo.
Signs by the Roadside
(Andric, 1992, p. 50).
I
Al mismo tiempo, el gran escritor satírico Karl Kraus se disponía en Viena a
denunciar aquella guerra en un extraordinario reportaje-drama de 792 páginas al
que tituló Los últimos días de la humanidad. Para ambos personajes la guerra
mundial suponía la liquidación de un mundo y no eran sólo ellos quienes así lo
veían. No era el fin de la humanidad, aunque hubo momentos, durante los 31 años
de conflicto mundial que van desde la declaración austríaca de guerra contra
Serbia el 28 de julio de 1914 y la rendición incondicional del Japón el 14 de
agosto de 1945 —cuatro días después de que hiciera explosión la primera bomba
nuclear—, en los que pareció que podría desaparecer una gran parte de la raza
humana. Sin duda hubo ocasiones para que el dios, o los dioses, que según los
creyentes había creado el mundo y cuanto contenía se lamentara de haberlo hecho.
La humanidad sobrevivió, pero el gran edificio de la civilización decimonónica
se derrumbó entre las llamas de la guerra al hundirse los pilares que lo
sustentaban. El siglo XX no puede concebirse disociado de la guerra, siempre
presente aun en los momentos en los que no se escuchaba el sonido de las armas y
las explosiones de las bombas. La crónica histórica del siglo y, más
concretamente, de sus momentos iniciales de derrumbamiento y catástrofe, debe
comenzar con el relato de los 31 años de guerra mundial.
Para quienes se habían hecho adultos antes de 1914, el contraste era tan brutal
que muchos de ellos, incluída la generación de los padres de este historiador o,
en cualquier caso, aquellos de sus miembros que vivían en la Europa central,
rechazaban cualquier continuidad con el pasado. significaba , y cuanto venía
después de esa fecha no merecía ese nombre. Esa actitud era comprensible, ya que
desde hacía un siglo no se había registrado una guerra importante, es decir, una
guerra en la que hubieran participado todas las grandes potencias, o la mayor
parte de ellas. En ese momento, los componentes principales del escenario
internacional eran las seis europeas (Gran Bretaña, Francia, Rusia,
Austria-Hungría, Prusia —desde 1871 extendida a Alemania— y, después de la
unificación, Italia), Estados Unidos y Japón. Sólo había habido un breve
conflicto en el que participaron más de dos grandes potencias, la guerra de
Crimea (1854-1856), que enfrentó a Rusia con Gran Bretaña y Francia. Además, la
mayor parte de los conflictos en los que estaban involucradas algunas de las
grandes potencias habían concluído con una cierta rapidez. El más largo de ellos
no fue un conflicto internacional sino una guerra civil en los Estados Unidos
(1861-1865), y lo normal era que las guerras duraran meses o incluso (como la
guerra entre Prusia y Austria de 1866) semanas. Entre 1871 y 1914 no hubo ningún
conflicto en Europa en el que los ejércitos de las grandes potencias atravesaran
una frontera enemiga, aunque en el Extremo Oriente Japón se enfrentó con Rusia,
a la que venció, en 1904-1905, en una guerra que aceleró el estallido de la
revolución rusa.
Anteriormente, nunca se había producido una guerra mundial. En el siglo XVIII,
Francia y Gran Bretaña se habían enfrentado en diversas ocasiones en la India,
en Europa, en América del Norte y en los diversos océanos del mundo. Sin
embargo, entre 1815 y 1914 ninguna gran potencia se enfrentó a otra más allá de
su región de influencia inmediata, aunque es verdad que eran frecuentes las
expediciones agresivas de las potencias imperialistas, o de aquellos países que
aspiraban a serlo, contra enemigos más débiles de ultramar. La mayor parte de
ellas eran enfrentamientos desiguales, como las guerras de los Estados Unidos
contra México (1846-1848) y España (1898) y las sucesivas campañas de ampliación
de los imperios coloniales británico y francés, aunque en alguna ocasión no
salieron bien librados, como cuando los franceses tuvieron que retirarse de
México en la década de 1860 y los italianos de Etiopía en 1896. Incluso los más
firmes oponentes de los estados modernos, cuya superioridad en la tecnología de
la muerte era cada vez más abrumadora, sólo podían esperar, en el mejor de los
casos, retrasar la inevitable retirada. Esos conflictos exóticos sirvieron de
argumento para las novelas de aventuras o los reportajes que escribía el
corresponsal de guerra (ese invento de mediados del siglo XIX), pero no
repercutían directamente en la población de los estados que los libraban y
vencían.
Pues bien, todo eso cambió en 1914. En la primera guerra mundial participaron
todas las grandes potencias y todos los estados europeos excepto España, los
Países Bajos, los tres países escandinavos y Suiza. Además, diversos países de
ultramar enviaron tropas, en muchos casos por primera vez, a luchar fuera de su
región. Así, los canadienses lucharon en Francia, los australianos y
neozelandeses forjaron su conciencia nacional en una península del Egeo —»Gallípoli»
se convirtió en su mito nacional— y, lo que es aún más importante, los Estados
Unidos desatendieron la advertencia de George Washington de no dejarse
involucrar en y trasladaron sus ejércitos a Europa, condicionando con esa
decisión la trayectoria histórica del siglo XX. Los indios fueron enviados a
Europa y al Próximo Oriente, batallones de trabajo chinos viajaron a Occidente y
hubo africanos que sirvieron en el ejército francés. Aunque la actividad militar
fuera de Europa fue escasa, excepto en el Próximo Oriente, también la guerra
naval adquirió una dimensión mundial: la primera batalla se dirimió en 1914
cerca de las islas Malvinas y las campañas decisivas, que enfrentaron a
submarinos alemanes con convoyes aliados, se desarrollaron en el Atlántico norte
y medio.
Que la segunda guerra mundial fue un conflicto literalmente mundial es un hecho
que no necesita ser demostrado. Prácticamente todos los estados independientes
del mundo se vieron involucrados en la contienda, voluntaria o
involuntariamente, aunque la participación de las repúblicas de América Latina
fue más bien de carácter nominal. En cuanto a las colonias de las potencias
imperiales, no tenían posibilidad de elección. Salvo la futura república de
Irlanda, Suecia, Suiza, Portugal, Turquía y España en Europa y, tal vez,
Afganistán fuera de ella, prácticamente el mundo entero era beligerante o había
sido ocupado (o ambas cosas). En cuanto al escenario de las batallas, los
nombres de las islas melanésicas y de los emplazamientos del norte de África,
Birmania y Filipinas comenzaron a ser para los lectores de períodicos y los
radioyentes —no hay que olvidar que fue por excelencia la guerra de los
boletines de noticias radiofónicas— tan familiares como los nombres de las
batallas de noticias radiofónicas— tan familiares como los nombres de las
batallas del Ártico y el Cáucaso, de Normandía, Stalingrado y Kursk. La segunda
guerra mundial fue una lección de geografía universal.
Ya fueran locales, regionales o mundiales, las guerras del siglo XX tendrían una
dimensión infinitamente mayor que los conflictos anteriores. De un total de 74
guerras internacionales ocurridas entre 1816 y 1965 que una serie de
especialistas de Estados Unidos —a quienes les gusta hacer eses tipo de cosas—
han ordenado por el número de muertos que causaron, las que ocupan los cuatro
primeros lugares de la lista se han registrado en el siglo XX: las dos guerras
mundiales, la que enfrentó a los japoneses con China en 1937-1939 y la guerra de
Corea. Más de un millón de personas murieron en el campo de batalla en el curso
de estos conflictos. En el siglo XIX, la guerra internacional documentada de
mayor envergadura del período posnapoleónico, la que enfrentó a Prusia/Alemania
con Francia en 1870-1871, arrojó un saldo de 150.000 muertos, cifra comparable
al número de muertos de la guerra del Chaco de 1932-1935 entre Bolivia (con una
población de unos tres millones de habitantes) y Paraguay (con 1,4 millones de
habitantes aproximadamente). En conclusión, 1914 inaugura la era de las matanzas
(Singer, 1972, pp. 66 y 131).
No hay espacio en este libro para analizar los orígenes de la primera guerra
mundial, que este autor ha intentado esbozar en La era del imperio. Comenzó como
una guerra esencialmente europea entre la Triple Alianza, constituida por
Francia, Gran Bretaña y Rusia y las llamadas (Alemania y Austria-Hungría).
Serbia y Bélgica se incorporaron inmediatamente al conflicto como consecuencia
del ataque austríaco contra la primera (que, de hecho, desencadenó el inicio de
las hostilidades) y del ataque alemán contra la segunda (que era parte de la
estrategia de guerra alemana). Turquía y Bulgaria se alinearon poco después
junto a las potencias centrales, mientras que en el otro bando la Triple Alianza
dejó paso gradualmente a una gran coalición. Se compró la participación de
Italia y también tomaron parte en el conflicto Grecia, Rumania y, en menor
medida, Portugal. Como cabía esperar, Japón intervino casi de forma inmediata
para ocupar posiciones alemanas en el Extremo Oriente y el Pacífico occidental,
pero limitó sus actividades a esa región. Los Estados Unidos entraron en la
guerra en 1917 y su intervención iba a resultar decisiva.
Los alemanes, como ocurriría también en la segunda guerra mundial, se
encontraron con una posible guerra en dos frentes, además del de los Balcanes al
que les había arrastrado su alianza con Austria-Hungría. (Sin embargo, el hecho
de que tres de las cuatro potencias centrales pertenecieran a esa región
—Turquía, Bulgaria y Austria— hacía que el problema estratégico que planteaba
fuera menos urgente.) El plan alemán consistía en aplastar rápidamente a Francia
en el oeste y luego actuar con la misma rapidez en el este para eliminar a Rusia
antes de que el imperio del zar pudiera organizar con eficacia todos sus
ingentes efectivos militares. Al igual que ocurriría posteriormente, la idea de
Alemania era llevar a cabo una campaña relámpago (que en la segunda guerra
mundial se conocería con el nombre de Blitzkrieg) porque no podía actuar de otra
manera. El plan estuvo a punto de verse coronado por el éxito. El ejército
alemán penetró en Francia por diversas rutas, atravesando entre otros el
territorio de la Bélgica neutral, y sólo fue detenido a algunos kilómetros al
este de París, en el río Marne, cinco o seis semanas después de que se hubieran
declarado las hostilidades. (El plan triunfaría en 1940). A continuación, se
retiraron ligeramente y ambos bandos —los franceses apoyados por lo que quedaba
de los belgas y por un ejército de tierra británico que muy pronto adquirió
ingentes proporciones— improvisaron líneas paralelas de trincheras y
fortificaciones defensivas que se extendían sin solución de continuidad desde la
costa del canal de la Mancha en Flandes hasta la frontera suiza, dejando en
manos de los alemanes una extensa zona de la parte oriental de Francia y
Bélgica. Las posiciones apenas se modificaron durante los tres años y medio
siguientes.
Ese era el , que se convirtió probablemente en la maquinaria más mortífera que
había conocido hasta entonces la historia del arte de la guerra. Millones de
hombres se enfrentaban desde los parapetos de las trincheras formadas por sacos
de arena, bajo los que vivían como ratas y piojos (y con ellos). De vez en
cuando, sus generales intentaban poner fin a esa situación de parálisis. Durante
días, o incluso semanas, la artillería realizaba un bombardeo incesante —un
escritor alemán hablaría más tarde de los (Ernst Jünger, 1921)— para al enemigo
y obligarle a protegerse en los refugios subterráneos hasta que en el momento
oportuno oleadas de soldados saltaban por encima del parapeto, protegido por
alambre de espino, hacia , un caos de cráteres de obuses anegados, troncos de
árboles caídos, barro y cadáveres abandonados, para lanzarse hacia las
ametralladoras que, como ya sabían, iban a segar sus vidas. En 1916
(febrero-julio) los alemanes intentaron sin éxito romper la línea defensiva en
Verdún, en una batalla en la que se enfrentaron dos millones de soldados y en la
que hubo un millón de bajas. La ofensiva británica en el Somme, cuyo objetivo
era obligar a los alemanes a desistir de la ofensiva en Verdún, costó a Gran
Bretaña 420.000 muertos (60.000 sólo el primer día de la batalla). No es
sorprendente que para los británicos y los franceses, que lucharon durante la
mayor parte de la primera guerra mundial en el frente occidental, aquella fuera
la , más terrible y traumática que la segunda guerra mundial. Los franceses
perdieron casi el 20 por 100 de sus hombres en edad militar, y si se incluye a
los prisioneros de guerra, los heridos y los inválidos permanentes y
desfigurados —los gueles cassès () que al acabar las hostilidades serían un
vívido recuerdo de la guerra —, sólo algo más de un tercio de los soldados
franceses salieron indemnes del conflicto. Esa misma proporción puede aplicarse
a los cinco millones de soldados británicos. Gran Bretaña perdió una generación,
medio millón de hombres que no habían cumplido aún los treinta años (Winter,
1986, p. 83), en su mayor parte de las capas altas, cuyos jóvenes, obligados a
dar ejemplo en su condición de oficiales, avanzaban al frente de sus hombres y
eran, por tanto, los primeros en caer. Una cuarta parte de los alumnos de Oxford
y Cambridge de menos de 25 años que sirvieron en el ejército británico en 1914
perdieron la vida (Winter, 1986, p. 98). En las filas alemanas, el número de
muertos fue mayor aún que en el ejército francés, aunque fue inferior la
proporción de bajas en el grupo de bolación en edad militar, mucho más numeroso
(el 13 por 100). Incluso las pérdidas aparentemente modestas de los Estados
Unidos (116.000 frente a 1,6 millones de franceses, casi 800.000 británicos y
1,8 millones de alemanes) ponen de relieve el carácter sanguinario del frente
occidental, el único en que lucharon. En efecto, aunque en la segunda guerra
mundial el número de bajas estadounidenses fue de 2,5 a 3 veces mayor que en la
primera, en 1917-1918 los ejércitos norteamericanos sólo lucharon durante un año
y medio (tres años y medio en la segunda guerra mundial) y no en diversos
frentes sino en una zona limitada.
Pero peor aún que los horrores de la guerra en el frente occidental iban a ser
sus consecuencias. La experiencia contribuyó a brutalizar la guerra y la
política, pues si en la guerra importaban la pérdida de vidas humanas y otros
costes ¿por qué debían importar en la política? Al terminar la primera guerra
mundial, la mayor parte de los que habían participado en ella —en su inmensa
mayoría como reclutados forzosos— odiaban sinceramente la guerra. Sin embargo,
algunos veteranos que habían vivido la experiencia de la muerte y el valor sin
rebelarse contra la guerra desarrollaron un sentimiento de indomable
superioridad, especialmente con respecto a las mujeres y a los que no habían
luchado, que definiría la actitud de los grupos ultraderechistas de posguerra.
Adolf Hitler fue uno de aquellos hombres para quienes la experiencia de haber
sido un Frontsoldat fue decisiva en sus vidas. Sin embargo, la reacción opuesta
tuvo también consecuencias negativas. Al terminar la guerra, los políticos, al
menos en los países democráticos, comprendieron con toda claridad que los
votantes no tolerarían un baño de sangre como el de 1914-1918. Este principio
determinaría la estrategia de Gran Bretaña y Francia después de 1918, al igual
que años más tarde inspiraría la actitud de los Estados Unidos tras la guerra de
Vietnam. A corto plazo, esta actitud contribuyó a que en 1940 los alemanes
triunfaran en la segunda guerra mundial en el frente occidental, ante una
Francia encogida detrás de sus vulnerables fortificaciones e incapaz de luchar
una vez que fueron derribadas, y ante una Gran Bretaña deseosa de evitar una
guerra terrestre masiva como la que había diezmado su población en 1914-1918. A
largo plazo, los gobiernos democráticos no pudieron resistir la tentación de
salvar las vidas de sus ciudadanos mediante el desprecio absoluto de la vida de
las personas de los países enemigos. La justificación del lanzamiento de la
bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945 no fue que era indispensable
para conseguir la victoria, para entonces absolutamente segura, sino que era un
medio de salvar vidas de soldados estadounidenses. Pero es posible que uno de
los argumentos que indujo a los gobernantes de los Estados Unidos a adoptar la
decisión fuese el deseo de impedir que su aliado, la Unión Soviética, reclamara
un botín importante tras la derrota de Japón.
Mientras el frente occidental se sumía en una parálisis sangrienta, la actividad
proseguía en el frente oriental. Los alemanes pulverizaron a una pequeña fuerza
invasora rusa en la batalla de Tannenberg en el primer mes de la guerra y a
continuación, con la ayuda intermitente de los austríacos, expulsaron de Polonia
a los ejércitos rusos. Pese a las contraofensivas ocasionales de estos últimos,
era patente que las potencias centrales dominaban la situación y que, frente al
avance alemán, Rusia se limitaba a una acción defensiva en retaguardia. En los
Balcanes, el control de la situación correspondía a las potencias centrales, a
pesar de que el inestable imperio de los Habsburgo tuvo un comportamiento
desigual en las acciones militares. Fueron los países beligerantes locales,
Serbia y Rumania, los que sufrieron un mayor porcentaje de bajas militares. Los
aliados, a pesar de que ocuparon Grecia, no consiguieron un avance significativo
hasta el hundimiento de las potencias centrales después del verano de 1918. El
plan, diseñado por Italia, de abrir un nuevo frente contra Austria-Hungría en
los Alpes fracasó, principalmente porque muchos soldados italianos no veían
razón para luchar por un gobierno y un estado que no consideraban como suyos y
cuya lengua pocos sabían hablar. Después de la importante derrota militar de
Caporetto (1917), que Ernest Hemingway reflejó en su novela Adiós a las armas,
los italianos tuvieron incluso que recibir contingentes de refuerzo de otros
ejércitos aliados. Mientras tanto, Francia, Gran Bretaña y Alemania se
desangraban en el frente occidental, Rusia se hallaba en una situación de
creciente inestabilidad como consecuencia de la derrota que estaba sufriendo en
la guerra y el imperio austrohúngaro avanzaba hacia su desmembramiento, que
tanto deseaban los movimientos nacionalistas locales y al que los ministros de
Asuntos Exteriores aliados se resignaron sin entusiasmo, pues preveían
acertadamente que sería un factor de inestabilidad en Europa.
El problema para ambos bandos residía en cómo conseguir superar la parálisis en
el frente occidental, pues sin la victoria en el oeste ninguno de los dos podía
ganar la guerra, tanto más cuanto que también la guerra naval se hallaba en un
punto muerto. Los aliados controlaban los océanos, donde sólo tenían que hacer
frente a algunos ataques aislados, pero en el mar del Norte las flotas británica
y alemana se hallaban frente a frente totalmente inmovilizadas. El único intento
de entrar en batalla (1916) concluyó sin resultado decisivo, pero dado que
confinó en sus bases a la flota alemana puede afirmarse que favoreció a los
aliados.
Ambos bandos confiaban en la tecnología. Los alemanes —que siempre habían
destacado en el campo de la química— utilizaron gas tóxico en el campo de
batalla, donde demostró ser monstruoso e ineficaz, dejando como secuela el único
acto auténtico de repudio oficial humanitario contra una forma de hacer la
guerra, la Convención de Ginebra de 1925, en la que el mundo se comprometió a no
utilizar la guerra química. En efecto, aunque todos los gobiernos continuaron
preparándose para ella y creían que el enemigo la utilizaría, ninguno de los dos
bandos recurrió a esa estrategia en la segunda guerra mundial, aunque los
sentimientos humanitarios no impidieron que los italianos lanzaran gases tóxicos
en las colonias. El declive de los valores de la civilización después de la
segunda guerra mundial permitió que volviera a practicarse la guerra química.
Durante la guerra de Irán e Irak en los años ochenta, Irak, que contaba entonces
con el decidido apoyo de los estados occidentales, utilizó gases tóxicos contra
los soldados y contra la población civil. Los británicos fueron los pioneros en
la utilización de los vehículos articulados blindados, conocidos todavía por su
nombre en código de , pero sus generales, poco brillantes realmente, no habían
descubierto aún como utilizarlos. Ambos bandos usaron los nuevos y todavía
frágiles aeroplanos y Alemania utilizó curiosas aeronaves en forma de cigarro,
cargadas de helio, para experimentar el bombardeo aéreo, aunque afortunadamente
sin mucho éxito. La guerra aérea llegó a su apogeo, especialmente como medio de
aterrorizar a la población civil, en la segunda guerra mundial.
La única arma tecnológica que tuvo importancia para el desarrollo de la guerra
de 1914-1918 fue el submarino, pues ambos bandos, al no poder derrotar al
ejército contrario, trataron de provocar el hambre entre la población enemiga.
Dado que Gran Bretaña recibía por mar todos los suministros, parecía posible
provocar el estrangulamiento de las Islas Británicas mediante una actividad cada
vez más intensa de los submarinos contra los navíos británicos. La campaña
estuvo a punto de triunfar en 1917, antes de que fuera posible contrarrestarla
con eficacia, pero fue el principal argumento que motivó al participación de los
Estados Unidos en la guerra. Por su parte, los británicos trataron por todos los
medios de impedir el envío de suministros a Alemania, a fin de asfixiar su
economía de guerra y provocar el hambre entre su población. Tuvieron más éxito
de lo que cabía esperar, pues, como veremos, la economía de guerra germana no
funcionaba con la eficacia y racionalidad de las que se jactaban los alemanes.
No puede decirse lo mismo de la máquina militar alemana que, tanto en la primera
como en la segunda guerra mundial, era muy superior a todas las demás. La
superioridad del ejército alemán como fuerza militar podía haber sido decisiva
si los aliados no hubieran podido contar a partir de 1917 con los recursos
prácticamente ilimitados de los Estados Unidos. Alemania, a pesar de la carga
que suponía la alianza con Austria, alcanzó la victoria total en el este,
consiguió que Rusia abandonara las hostilidades, la empujó hacia la revolución y
en 1917-1918 le hizo renunciar a una gran parte de sus territorios europeos.
Poco después de haber impuesto a Rusia unas duras condiciones de paz en Brest-Litovsk
(marzo de 1918), el ejército alemán se vio con las manos libres para
concentrarse en el oeste y así consiguió romper el frente occidental y avanzar
de nuevo sobre París. Aunque los aliados se recuperaron gracias al envío masivo
de refuerzos y pertrechos desde los Estados Unidos, durante un tiempo pareció
que la suerte de la guerra estaba decidida. Sin embargo, era el último envite de
una Alemania exhausta, que se sabía al borde de la derrota. Cuando los aliados
comenzaron a avanzar en el verano de 1918, la conclusión de la guerra fue sólo
cuestión de unas pocas semanas. Las potencias centrales no sólo admitieron la
derrota sino que se derrumbaron. En el otoño de 1918, la revolución se enseñoreó
de toda la Europa central y suroriental, como antes había barrido Rusia en 1917
(véase el capítulo siguiente). Ninguno de los gobiernos existentes entre las
fronteras de Francia y el mar del Japón se mantuvo en el poder. Incluso los
países beligerantes del bando vencedor sufrieron graves conmociones, aunque no
hay motivos para pensar que Gran Bretaña y Francia no hubieran sobrevivido como
entidades políticas estables, aún en el caso de haber sido derrotadas. Desde
luego no puede afirmarse lo mismo de Italia y, ciertamente, ninguno de los
países derrotados escapó a los efectos de la revolución.
Si uno de los grandes ministros o diplomáticos de períodos históricos anteriores
—aquellos en quienes los miembros más ambiciosos de los departamentos de asuntos
exteriores decían inspirarse todavía, un Talleyrand o un Bismarck— se hubiera
alzado de su tumba para observar la primera guerra mundial, se habría
preguntado, con toda seguridad, por qué los estadistas sensatos no habían
decidido poner fin a la guerra mediante algún tipo de compromiso antes de que
destruyera el mundo de 1914. También nosotros podemos hacernos la misma
pregunta. En el pasado, prácticamente ninguna de las guerras no revolucionarias
y no ideológicas se había librado como una lucha a muerte o hasta el agotamiento
total. En 1914, no era la ideología lo que dividía a los beligerantes, excepto
en la medida en que ambos bandos necesitaban movilizar a la opinión pública,
aludiendo al profundo desafío de los valores nacionales aceptados, como la
barbarie rusa contra la cultura alemana, la democracia francesa y británica
contra el absolutismo alemán, etc. Además, había estadistas que recomendaban una
solución de compromiso, incluso fuera de Rusia y Austria-Hungría, que
presionaban en esa dirección a sus aliados de forma cada vez más desesperada a
medida que veían acercarse la derrota. ¿Por qué, pues, las principales potencias
de ambos bandos consideraron la primera guerra mundial como un conflicto en el
que sólo se podía contemplar la victoria o la derrota total?
La razón es que, a diferencia de otras guerras anteriores, impulsadas por
motivos limitados y concretos, la primera guerra mundial perseguía objetivos
ilimitados. En la era imperialista, se había producido la fusión de la política
y la economía. La rivalidad política internacional se establecía en función del
crecimiento y la competitividad de la economía, pero el rasgo característico era
precisamente que no tenía límites. “Las ‘fronteras naturales’ de la Standard
Oil, el Deutsche Bank o la De Beers Diamond Corporation se situaban en el confín
del universo, o más bien en los límites de su capacidad de expansionarse» (Hobsbawm,
1987, p. 318). De manera más concreta, para los dos beligerantes principales,
Alemania y Gran Bretaña, el límite tenía que ser el cielo, pues Alemania
aspiraba a alcanzar una posición política y marítima mundial como la que
ostentaba Gran Bretaña, lo cual automáticamente relegaría a un plano inferior a
una Gran bretaña que ya había iniciado el declive. Era el todo o nada. En cuanto
a Francia, en ese momento, y también más adelante, sus aspiraciones tenían un
carácter menos general pero igualmente urgente: compensar su creciente, y al
parecer inevitable, inferioridad demográfica y económica con respecto a
Alemania. También aquí estaba en juego el futuro de Francia como potencia de
primer orden. En ambos casos, un compromiso sólo habría servido para posponer el
problema. Sin duda, Alemania podía limitarse a esperar hasta que su
superioridad, cada vez mayor, situara al país en el lugar que el gobierno alemán
creía que le correspondía, lo cual ocurriría antes o después. De hecho, la
posición dominante en Europa de una Alemania derrotada en dos ocasiones, y
resignada a no ser una potencia militar independiente, estaba más claramente
establecida al inicio del decenio de 1990 de lo que nunca lo estuvieron las
aspiraciones militaristas de Alemania antes de 1945. Pero esto es así porque
tras la segunda guerra mundial, Gran Bretaña y Francia tuvieron que aceptar,
aunque no de buen grado, verse relegadas a la condición de potencia de segundo
orden, de la misma forma que la Alemania Federal, pese a su enorme potencialidad
económica, reconoció que en el escenario mundial posterior a 1945 no podría
ostentar la supremacía como estado individual. En la década de 1900, cenit de la
era imperial e imperialista, estaban todavía intactas tanto la aspiración
alemana de convertirse en la primera potencia mundial (, se afirmaba) como la
resistencia de Gran Bretaña y Francia, que seguían siendo, sin duda, en un mundo
eurocéntrico. Teóricamente, el compromiso sobre alguno de los casi
megalomaníacos que ambos bandos formularon en cuanto estallaron las hostilidades
era posible, pero en la práctica el único objetivo de guerra que importaba era
la victoria total, lo que en la segunda guerra mundial se dio en llamar .
Era un objetivo absurdo y destructivo que arruinó tanto a los vencedores como a
los vencidos. Precipitó a los países derrotados en la revolución y a los
vencedores en la bancarrota y en el agotamiento material. En 1940, Francia fue
aplastada, con ridícula facilidad y rapidez, por unas fuerzas alemanas
inferiores y aceptó sin dilación la subordinación a Hitler porque el país había
quedado casi completamente desangrado en 1914-1918. Por una parte, Gran Bretaña
no volvió a ser la misma a partir de 1918 porque la economía del país se había
arruinado al luchar en una guerra que quedaba fuera del alcance de sus
posibilidades y recursos. Además, la victoria total, ratificada por una paz
impuesta que establecía unas durísimas condiciones, dio al traste con las
escasas posibilidades que existían de restablecer, al menos en cierto grado, una
Europa estable, liberal y burguesa. Así lo comprendió inmediatamente el
economista John Maynard Keines. Si Alemania no se reintegraba a la economía
europea, es decir, si no se reconocía y aceptaba el peso del país en esa
economía sería imposible recuperar la estabilidad. Pero eso era lo último en que
pensaban quienes habían luchado para eliminar a Alemania.
Las condiciones de la paz impuesta por las principales potencias vencedoras
sobrevivientes (los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia e Italia) y que suele
denominarse, de manera imprecisa, tratado de Versalles,1 respondían a cinco
consideraciones principales. La más inmediata era el derrumbamiento de un gran
número de regímenes en Europa y la eclosión en Rusia de un régimen bolchevique
revolucionario alternativo dedicado a la subversión universal e imán de las
fuerzas revolucionarias de todo el mundo (véase el capítulo II). En segundo
lugar, se consideraba necesario controlar a Alemania, que después de todo, había
estado a punto de derrotar con sus solas fuerzas a toda la coalición aliada. Por
razones obvias esta era —y no ha dejado de serlo desde entonces— la principal
preocupación de Francia. En tercer lugar, había que reestructurar el mapa de
Europa, tanto par debilitar a Alemania como para llenar los grandes espacios
vacíos que habían dejado en Europa y en el Próximo Oriente la derrota y el
hundimiento simultáneo de los imperios ruso, astrohúngaro y turco. Los
principales aspirantes a esa herencia, al menos en Europa, eran una serie de
movimientos nacionalistas que los vencedores apoyaron siempre que fueran
antibolcheviques. de hecho, el principio fundamental que guiaba en Europa la
reestructuración del mapa era la creación de estado nacionales
étnico-lingüísticos, según el principio de que las naciones tenían . El
presidente de los Estados Unidos, Wilson, cuyos puntos de vista expresaban los
de la potencia sin cuya intervención se habría perdido la guerra, defendía
apasionadamente ese principio, que era (y todavía lo es) más fácilmente
sustentado por quienes estaban alejados de las realidades étnicas y lingüísticas
de las regiones que debían ser divididas en estados nacionales. El resultado de
ese intento fue realmente desastroso, como lo atestigua todavía la Europea del
decenio de 1990. Los conflictos nacionales que desgarran el continente en los
años noventa estaban larvados ya en la obra de Versalles.2 La reorganización del
Próximo Oriente se realizó según principios imperialistas convencionales
—reparto entre Gran Bretaña y Francia— excepto en el caso de Palestina, donde el
gobierno británico, anhelando contar con el apoyo de la comunidad judía
internacional durante la guerra, había prometido, no sin imprudencia y
ambigüedad, establecer para los judíos. Esta sería otra secuela problemática e
insuperada de la primera guerra mundial.
El cuarto conjunto de consideraciones eran las de la política nacional de los
países vencedores —en la práctica, Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos— y
la fricciones entre ellos. La consecuencia más importante de esas
consideraciones políticas internas fue que el Congreso de los Estados Unidos se
negó a ratificar el tratado de paz, que en gran medida había sido redactado por
y para su presidente, y por consiguiente los Estados Unidos se retiraron del
mismo, hecho que habría de tener importantes consecuencias.
Finalmente, las potencias vencedoras trataron de conseguir una paz que hiciera
imposible una nueva guerra como la que acababa de devastar el mundo y cuyas
consecuencias estaban sufriendo. El fracaso que cosecharon fue realmente
estrepitoso, pues veinte años más tarde el mundo estaba nuevamente en guerra.
Salvar al mundo del bolchevismo y reestructurar el mapa de Europa eran dos
proyectos que se superponían, pues la maniobra inmediata para enfrentarse a la
Rusia revolucionaria en caso de que sobreviviera —lo cual no podía en modo
alguno darse por sentado en 1919— era aislarla tras un cordon sanitaire, como se
decía en el lenguaje diplomático de la época, de estados anticomunistas. Dado
que éstos habían sido constituídos totalmente, o en gran parte, con territorios
de la antigua Rusia, su hostilidad hacia Moscú estaba garantizada. De norte a
sur, dichos estados eran los siguientes: Finlandia, una región autónoma cuya
secesión había sido permitida por Lenin; tres nuevas pequeñas repúblicas
bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), respecto de las cuales no existía
precedente histórico; Polonia, que recuperaba su condición de estado
independiente después de 120 años, y Rumania, cuya extensión se había duplicado
con la anexión de algunos territorios húngaros y austríacos del imperio de los
Habsburgo y de Besarabia, que antes pertenecía a Rusia.
De hecho. Alemania había arrebatado la mayor parte de esos territorios a Rusia,
que de no haber estallado la revolución bolchevique los habría recuperado. El
intento de prolongar ese aislamiento hacia el Cáucaso fracasó, principalmente
porque la Rusia revolucionaria llegó a un acuerdo con Turquía (no comunista,
pero también revolucionaria), que odiaba a los imperialismos británico y
francés. Por consiguiente, los estados independientes de Armenia y Georgia,
establecidos tras la firma del tratado de Brest-Litovsk, y los intentos de los
británicos de desgajar de Rusia el territorio petrolífero de Azerbaiján, no
sobrevivieron a la victoria de los bolcheviques en la guerra civil de 1918-1920
y al tratado turco-soviético de 1921. En resumen, en el este los aliados
aceptaron las fronteras impuestas por Alemania a la Rusia revolucionaria,
siempre y cuando no existieran fuerzas más allá de su control que las hicieran
inoperantes.
Pero quedaban todavía grandes zonas de Europa, principalmente las
correspondientes al antiguo imperio austrohúngaro, por reestructurar. Austria y
Hungría fueron reducidas a la condición de apéndices alemán y magiar
respectivamente, Serbia fue ampliada para formar una nueva Yugoslavia al
fusionarse con Eslovenia (antiguo territorio austríaco) y Croacia (antes
territorio húngaro), así como con un pequeño reino independiente y tribal de
pastores y merodeadores. Montenegro, un conjunto inhóspito de montañas cuyos
habitantes reaccionaron a la pérdida de su independencia abrazando en masa el
comunismo que, según creían, sabía apreciar las virtudes heroicas. Lo asociaban
también con la Rusia ortodoxa, cuya fe habían defendido durante tantos siglos
los indómitos hombres de la Montaña Negra contra los infieles turcos. Se
constituyó otro nuevo país, Checoslovaquia, mediante la unión del antiguo núcleo
industrial del imperio de los Habsburgo, los territorios checos, con las zonas
rurales de Eslovaquia y Rutenia, en otro tiempo parte de Hungría. Se amplió
Rumania, que pasó a ser un conglomerado multinacional, y también Polonia e
Italia se vieron beneficiadas. No había precedente histórico ni lógica posible
en la constitución de Yugoslavia y Checoslovaquia, que eran construcciones de
una ideología nacionalista que creía en la fuerza de la etnia común y en la
inconveniencia de constituir estados nacionales excesivamente reducidos. Todos
los eslavos del sur (yugoslavos) estaban integrados en un estado, como ocurría
con los eslavos occidentales de los territorios checos y eslovacos. Como cabía
esperar, esos matrimonios políticos celebrados por la fuerza tuvieron muy poca
solidez. Además, excepto en los casos de Austria y Hungría, a las que se despojó
de la mayor parte de sus minorías —aunque no de todas ellas—, los nuevos
estados, tanto los que se formaron con territorios rusos como con territorios
del imperio de los Habsburgo, no eran menos multinacionales que sus
predecesores.
A Alemania se le impuso una paz con muy duras condiciones, justificadas con el
argumento de que era la única responsable de la guerra y de todas sus
consecuencias (la cláusula de la ), con el fin de mantener a ese país en una
situación de permanente debilidad. El procedimiento utilizado para conseguir ese
objetivo no fue tanto el de las amputaciones territoriales (aunque Francia
recuperó Alsacia-Lorena, una amplia zona de la parte oriental de Alemania pasó a
formar parte de la Polonia restaurada —el que separaba la Prusia Oriental del
resto de Alemania— y las fronteras alemanas sufrieron pequeñas modificaciones)
sino otras medidas. En efecto, se impidió a Alemania poseer una flota
importante, se le prohibió contar con una fuerza aérea y se redujo su ejército
de tierra a sólo 100.000 hombres; se le impusieron unas (resarcimiento de los
costos de guerra en que habían incurrido los vencedores) teóricamente infinitas;
se ocupó militarmente una parte de la zona occidental del país; y se le privó de
todas las colonias de ultramar. (Éstas fueron a parar a manos de los británicos
y de sus , de los franceses y, en menor medida, de los japoneses, aunque debido
a la creciente impopularidad del imperialismo, se sustituyó el nombre de por el
de para garantizar el progreso de los pueblos atrasados, confiados por la
humanidad a las potencias imperiales, que en modo alguno desearían explotarlas
para otro propósito). A mediados de los años treinta lo único que quedaba del
tratado de Versalles eran las cláusulas territoriales.
En cuanto al mecanismo para impedir una nueva guerra mundial, era evidente que
el consorcio de europeas, que antes de 1914 se suponía que debía garantizar ese
objetivo, se había deshecho por completo. La alternativa, que el presidente
Wilson instó a los reticentes políticos europeos a aceptar, con todo el fervor
liberal de un experto en ciencias políticas de Princeton, era instaurar una (es
decir, de estados independientes) de alcance universal que solucionara los
problemas pacífica y democráticamente antes de que escaparan a un posible
control, a ser posible mediante una negociación realizada de forma pública (),
pues la guerra había hecho también que se rechazara el proceso habitual y
sensato de negociación internacional, al que se calificaba de . Ese rechazo era
una reacción contra los tratados secretos acordados entre los aliados durante la
guerra, en los que se había decidido el destino de Europa y del Próximo Oriente
una vez concluído el conflicto, ignorando por completo los deseos, y los
intereses, de la población de esas regiones. Cuando los bolcheviques
descubrieron esos documentos comprometedores en los archivos de la
administración zarista, se apresuraron a publicarlos para que llegaran al
conocimiento de la opinión pública mundial, y por ello era necesario realizar
alguna acción que pudiera limitar los daños. La Sociedad de Naciones se
constituyó, pues, como parte del tratado de paz y fue un fracaso casi total,
excepto como institución que servía para recopilar estadísticas. Es cierto, no
obstante, que al principio resolvió alguna controversia de escasa importancia
que no constituía un grave peligro para la paz del mundo, como el enfrentamiento
entre Finlandia y Suecia por las islas Aland.3 Pero la negativa de los Estados
Unidos a integrarse en la Sociedad de Naciones vacío de contenido real a dicha
institución.
No es necesario realizar la crónica detallada de la historia del período de
entreguerras para comprender que el tratado de Versalles no podía ser la base de
una paz estable. Estaba condenado al fracaso desde el principio y, por lo tanto,
el estallido de una nueva guerra era prácticamente seguro. Como ya se ha
señalado, los Estados Unidos optaron casi inmediatamente por no firmar los
tratados y en un mundo que ya no era eurocéntrico y eurodeterminado, no podía
ser viable ningún tratado que no contara con el apoyo de ese país, que se había
convertido en una de las primeras potencias mundiales. Como se verá más
adelante, esta afirmación es válida tanto por lo que respecta a la economía como
a la política mundial. Dos grandes potencias europeas mundiales, Alemania y la
Unión Soviética, fueron eliminadas temporalmente del escenario internacional y
además se les negó su existencia como protagonistas independientes. En cuanto
uno de esos dos países volviera a aparecer en escena quedaría en precario un
tratado de paz que sólo tenía el apoyo de Gran Bretaña y Francia, pues Italia
también se sentía descontenta. Y, antes o después, Alemania, Rusia, o ambas,
recuperarían su protagonismo.
Las pocas posibilidades de paz que existían fueron torpedeadas por la negativa
de las potencias vencedoras a permitir la rehabilitación de los vencidos. Es
cierto que la represión total de Alemania y la proscripción absoluta de la Rusia
soviética no tardaron en revelarse imposibles, pero el proceso de aceptación de
la realidad fue lento y cargado de resistencias, especialmente en el caso de
Francia, que se resistía a abandonar la esperanza de mantener a Alemania
debilitada e impotente (hay que recordar que los británicos no se sentían
acosados por los recuerdos de la derrota y la invasión). En cuanto a la URSS,
los países vencedores habrían preferido que no existiera. Apoyaron a los
ejércitos de la contrarrevolución en la guerra civil rusa y enviaron fuerzas
militares para apoyarles y, posteriormente, no mostraron entusiasmo por
reconocer su supervivencia. Los empresarios de los países europeos rechazaron
las ventajosas ofertas que hizo Lenin a los inversores extranjeros en un
desesperado intento de conseguir la recuperación de una economía destruida casi
por completo por el conflicto mundial, la revolución y la guerra civil. La Rusia
soviética se vio obligada a avanzar por la senda del desarrollo en aislamiento,
aunque por razones políticas los dos estados proscritos de Europa, la Rusia
soviética y Alemania, se aproximaron en los primeros años de la década de 1920.
La segunda guerra mundial tal vez podía haberse evitado, o al menos retrasado,
si se hubiera restablecido la economía anterior a la guerra como un próspero
sistema mundial de crecimiento y expansión. Sin embargo, después de que en los
años centrales del decenio de 1920 parecieran superadas las perturbaciones de la
guerra y la posguerra, la economía mundial se sumergió en la crisis más profunda
y dramática que había conocido desde la revolución industrial (véase el capítulo
III). Y esa crisis instaló en el poder, tanto en Alemania como en Japón, a las
fuerzas políticas del militarismo y la extrema derecha, decididas a conseguir la
ruptura del statu quo mediante el enfrentamiento, si era necesario militar, y no
mediante el cambio gradual negociado. Desde ese momento no sólo era previsible
el estallido de una nueva guerra mundial, sino que estaba anunciado. Todos los
que alcanzaron la edad adulta en los años treinta la esperaban. La imagen de
oleadas de aviones lanzando bombas sobre las ciudades y de figuras de pesadilla
con máscaras antigás, trastabillando entre la niebla provocada por el gas
tóxico, obsesionó a mi generación, proféticamente en el primer caso,
erróneamente en el segundo.
NOTAS
1. En realidad, el tratado de Versalles, sólo establecía la paz con Alemania.
Diversos parques y castillos de la monarquía situados en las proximidades de
París dieron nombre a los otros tratados: Saint Germain con Austria; Trianon con
Hungría; Sèvres con Turquía, y Neuilly con Bulgaria.
2. La guerra civil yugoslava, la agitación secesionista en Eslovaquia, la
secesión de los estados bálticos de la antigua Unión Soviética, los conflictos
entre húngaros y rumanos a propósito de Transilvania, el separatismo de Moldova
(Moldavia, antigua Besarabia) y el nacionalismo transcaucásico son algunos de
los problemas explosivos que o no existían o no podían haber existido antes de
1914.
3. Las islas Aland, situadas entre Finlandia y Suecia, y que pertenecían a
Finlandia, estaban, y están, habitadas exclusivamente por una población de
lengua sueca, y el nuevo estado independiente de Finlandia, pretendía imponerles
la lengua finesa. Como alternativa a la incorporación a Suecia, la Sociedad de
Naciones arbitró una solución que garantizaba el uso exclusivo del sueco en las
islas y las salvaguardaba frente a una inmigración no deseada procedente del
territorio finlandés
Fuente: http://www.hipersociologia.org.ar/biblioteca/textos/index.html#A
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Historia
mundial
Federico Engels
Por Vladímir Ilich Uliánov (Lenin)
Otoño de 1895
El 5 de agosto de 1895 falleció en Londres Federico Engels. Después de su amigo
Carlos Marx (fallecido en 1883), Engels fue el más notable sabio y maestro del
proletariado contemporáneo de todo el mundo civilizado. Desde que el destino
relacionó a Carlos Marx con Federico Engels, la obra a la que ambos amigos
consagraron su vida se convirtió en una obra común. Y así, para comprender lo
que Federico Engels ha hecho para el proletariado, es necesario comprender
claramente la importancia de la doctrina y actividad de Marx en pro del
desarrollo del movimiento obrero contemporáneo. Marx y Engels fueron los
primeros en demostrar que la clase obrera con sus reivindicaciones surge
necesariamente del sistema económico actual, que, con la burguesía, crea
inevitablemente y organiza al proletariado. Demostraron que la humanidad se verá
liberada de las calamidades que la azotan no por los esfuerzos bien
intencionados de algunas que otras nobles personalidades, sino por medio de la
lucha de clase del proletariado organizado. Marx y Engels fueron los primeros en
dejar sentado en sus obras científicas que el socialismo no es una invención de
soñadores, sino la meta final y el resultado inevitable del desarrollo de las
fuerzas productivas dentro de la sociedad contemporánea. Toda la historia
escrita hasta ahora es la historia de la lucha de clases, la sucesión en el
dominio y en las victorias de unas clases sociales sobre otras. Y esto ha de
continuar hasta que no desaparezcan las bases de la lucha de clases y del
dominio de clase: la propiedad privada y la producción social caótica. Los
intereses del proletariado exigen que estas bases sean destruidas, por lo que la
lucha de clase consciente de los obreros organizados debe ser dirigida contra
ellas. Y toda lucha de clases es una lucha política.
Estos conceptos de Marx y de Engels los ha hecho suyos en nuestros días todo el
proletariado en lucha por su emancipación.
Pero cuando los dos amigos, en la década de 1840, participaban en la literatura
socialista y en los movimientos sociales de aquel tiempo, estos puntos de vista
eran completamente nuevos. A la sazón había muchos hombres con talento y otros
sin talento, muchos honrados y otros deshonestos, que, en el ardor de la lucha
por la libertad política, en la lucha contra la autocracia de los monarcas, de
la policía y del clero, no percibían el antagonismo existente entre los
intereses de la burguesía y los del proletariado. Estos hombres ni siquiera
admitían la idea de que los obreros actuasen como una fuerza social
independiente. Por otra parte, ha habido muchos soñadores, algunas veces
geniales, que creían que bastaba tan sólo convencer a los gobernantes y a las
clases dominantes de la injusticia del régimen social existente para que
resultara fácil implantar en el mundo la paz y el bienestar general. Soñaban con
un socialismo que triunfara sin lucha. Finalmente, casi todos los socialistas de
ajena época y, en general, los amigos de la clase obrera no veían en el
proletariado más que una llaga y contemplaban con horror cómo, a la par que
crecía la industria, crecía también esta llaga. Por eso todos ellos pensaban en
el modo de detener el desarrollo de la industria y del proletariado, de parar
"el carro de la historia". Contrariamente al temor general ante el desarrollo
del proletariado, Marx y Engels cifraban todas sus esperanzas en el continuo
crecimiento numérico de éste. Cuantos más proletarios haya tanto mayor será su
fuerza como clase revolucionaria y tanto más próximo y posible será el
socialismo. De expresar en pocas palabras los méritos de Marx y Engels ante la
clase obrera, podría decirse que enseñaron a la clase obrera a tener
conocimiento y conciencia de sí misma y sustituyeron los ensueños por la
ciencia.
He aquí por qué el nombre y la vida de Engels deben ser conocidos de todo
obrero; he aquí el motivo de que insertemos en nuestra recopilación, que, como
todo lo que editamos, tiene por objeto despertar la conciencia de clase de los
obreros rusos, un esbozo sobre la vida y la actividad de Federico Engels, uno de
los dos grandes maestros del proletariado contemporáneo.
Engels nació en 1820, en la ciudad de Barmen, provincia renana del reino de
Prusia. Su padre era fabricante. En 1838, Engels, por motivos familiares, se vio
obligado, antes de terminar el liceo, a colocarse como dependiente en una casa
de comercio de Bremen. Este trabajo no le impidió ocuparse de su capacitación
científica y política. Siendo todavía alumno del liceo, Engels llegó a odiar la
autocracia y la arbitrariedad de los funcionarios gubernamentales. El estudio de
la filosofía lo llevó aún más lejos. En aquella época, en la filosofía alemana
predominaba la doctrina de Hegel, de la que Engels se hizo partidario. A pesar
de que el propio Hegel era admirador del Estado autocrático prusiano, a cuyo
servicio se hallaba en calidad de profesor de la Universidad de Berlín, la
doctrina de Hegel era revolucionaria. La fe de Hegel en la razón humana y en los
derechos de ésta y la tesis fundamental de la filosofía hegeliana, según la cual
en el mundo transcurre un proceso constante de cambio y desarrollo, indujeron a
los discípulos del profesor berlinés que no querían resignarse a la realidad a
la idea de que también la lucha contra la realidad, la lucha contra la
injusticia existente y el mal reinante tiene sus raíces en la ley universal del
desarrollo perpetuo. Si todo en el mundo se desarrolla, si unas instituciones
sustituyen a otras, ¿por qué han de perdurar eternamente la autocracia del rey
prusiano o del zar ruso, el enriquecimiento de una minoría insignificante a
expensas de la enorme mayoría, el dominio de la burguesía sobre el pueblo? La
filosofía de Hegel hablaba del desarrollo del espíritu y de las ideas: era una
filosofía idealista. Del desarrollo del espíritu deducía el desarrollo de la
naturaleza, el del hombre y el de las relaciones entre los hombres, el de las
relaciones sociales. Marx y Engels, conservando la idea de Hegel del perpetuo
proceso de desarrollo, rechazaron su preconcebida concepción idealista;
analizando la vida real, vieron que no es el desarrollo del espíritu lo que
explica el desarrollo de la naturaleza, sino, a la inversa, que el espíritu
tiene su explicación en la naturaleza, en la materia. Contrariamente a Hegel y
otros hegelianos, Marx y Engels eran materialistas. Enfocando el mundo y la
humanidad desde el punto de vista materialista, vieron que, lo mismo que todos
los fenómenos de la naturaleza tienen por base causas materiales, así también el
desarrollo de la sociedad humana está condicionado por el desarrollo de las
fuerzas materiales, las fuerzas productivas. Del desarrollo de las fuerzas
productivas dependen las relaciones en que se colocan los hombres entre sí en el
proceso de producción de los objetos indispensables para la satisfacción de las
necesidades humanas. Y en dichas relaciones está la clave que permite explicar
todos los fenómenos de a vida social, los anhelos del hombre, sus ideas y sus
leyes. El desarrollo de las fuerzas productivas crea las relaciones sociales,
que se basan en la propiedad privada; pero vemos ahora también cómo este mismo
desarrollo de las fuerzas productivas despoja de la propiedad a la mayoría de
los hombres para concentrarla en manos de una insignificante minoría; destruye
la propiedad, base del régimen social contemporáneo, y tiende al mismo fin que
se han planteado los socialistas. Estos sólo deben comprender cuál es la fuerza
social que por su situación en la sociedad contemporánea está interesada en la
realización del socialismo e inculcar a esta fuerza la conciencia de sus
intereses y de su misión histórica. Esta fuerza es el proletariado. Engels lo
conoció en Inglaterra, en el centro de la industria inglesa, en Manchester,
adonde se trasladó en 1842, como empleado de una firma comercial de la que su
padre era uno de los accionistas. Allí Engels no se limitó a permanecer en la
oficina de la fábrica, sino que anduvo por los barrios inmundos en los que se
albergaban los obreros y comprobó con sus propios ojos la miseria y las
calamidades que los azotaban. No conformándose con sus propias observaciones,
Engels leyó todo lo que se había escrito hasta entonces sobre la situación de la
clase obrera inglesa y estudió minuciosamente todos los documentos oficiales que
estaban a su alcance. Como resultado de sus observaciones y estudios apareció en
1845 su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra. Ya hemos señalado
más arriba en qué consiste el mérito principal de Engels como autor de dicho
libro. Es cierto que también con anterioridad a Engels -fueron muchos los que
describieron los padecimientos del proletariado e indicaron la necesidad de
ayudar a éste-, pero Engels fue el primero en afirmar que el proletariado no
sólo constituye una clase que sufre, sino que precisamente la miserable
situación económica en que se encuentra lo impulsa inconteniblemente hacia
adelante y lo obliga a luchar por su emancipación definitiva. Y el proletariado
en lucha se ayudará a sí mismo. El movimiento político de la clase obrera
llevará ineludiblemente a los trabajadores a la conciencia de que no les queda
otra salida que el socialismo. Por otra parte el socialismo tan sólo se
transformará en una fuerza cuando se convierta en el objetivo de la lucha
política de la clase obrera. Estas son las ideas fundamentales de la obra de
Engels sobre la situación de la clase obrera en Inglaterra, ideas aceptadas
ahora por todo el proletariado que piensa y lucha, pero que entonces eran
completamente nuevas. Estas ideas fueron expuestas en un libro escrito con
amenidad, lleno de los cuadros más auténticos y patéticos en los que se
mostraban las calamidades del proletariado inglés. Era un libro que constituía
una terrible acusación contra el capitalismo y la burguesía. La impresión que
produjo fue muy grande. En todas partes comenzaron a citar la obra de Engels
como el cuadro que mejor representaba la situación del proletariado
contemporáneo. Y en efecto, ni antes de 1845 ni después apareció una descripción
tan brillante y veraz de las calamidades sufridas por la clase obrera.
Engels se hizo socialista estando ya en Inglaterra. En la ciudad de Manchester
se puso en contacto con los militantes del movimiento obrero inglés existente en
aquel entonces y empezó a colaborar en las publicaciones socialistas inglesas.
En 1844, al pasar por París de regreso a Alemania, conoció a Marx, con quien ya
mantenía correspondencia. Estando en París, Marx, bajo la influencia de los
socialistas franceses y de la vida en Francia, también se hizo socialista. En la
capital de Francia los dos amigos escribieron juntos su obra La sagrada familia
o crítica de la crítica crítica. Esta obra, escrita en su mayor parte por Marx y
que apareció un año antes de La situación de la clase obrera en Inglaterra,
contiene las bases del socialismo revolucionario-materialista, cuyas ideas
principales hemos expuesto más arriba. La sagrada familia es un nombre burlón
dado a los filósofos hermanos Bauer y a sus secuaces. Estos señores predicaban
una crítica que estaba por encima de toda realidad, por encima de los partidos y
de la política, que negaba toda actuación práctica y sólo contemplaba
"críticamente" el mundo circundante y los sucesos que ocurrían en él. Los
señores Bauer calificaban desdeñosamente al proletariado de masa carente de
sentido crítico. Marx y Engels se enfrentaron enérgicamente con esta tendencia
absurda y nociva. En nombre de la verdadera personalidad humana, la del obrero,
pisoteado por las clases dominantes y por el Estado, Marx y Engels exigían no la
contemplación, sino la lucha por un orden social, mejor. Y veían, naturalmente,
que la fuerza capaz de librar esta lucha, en la que estaba interesada, era el
proletariado. Ya antes de la aparición de La sagrada familia, Engels había
publicado en la revista Anales franco-alemanes, editada por Marx y Ruge, su
Estudio crítico sobre la economía política, en el que analizaba desde el punto
de vista socialista los fenómenos básicos del régimen económico contemporáneo,
como consecuencia inevitable de la dominación de la propiedad privada. Su
relación con Engels contribuyó sin duda a que Marx se decidiera a ocuparse del
estudio de la economía política, ciencia en la que sus obras produjeron toda una
revolución.
Desde 1845 a 1847 Engels vivió en Bruselas y en París, alternando los estudios
científicos con las actividades prácticas entre los obreros alemanes residentes
en dichas ciudades. Allí Engels y Marx se relacionaron con una asociación
clandestina alemana, la "Liga de los Comunistas", que les encargó que expusiesen
los principios fundamentales del socialismo elaborado por ellos. Así surgió el
famoso Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels, que vio la luz en el
año 1848. Este pequeño libro vale por tomos enteros: su espíritu da vida y
movimiento, hasta hoy día, a todo el proletariado organizado y combatiente del
mundo civilizado.
La revolución de 1848, que estalló primero en Francia y se extendió después a
otros países de la Europa Occidental, permitió a Marx y Engels regresar a su
patria. Allí, en la Prusia renana, asumieron la dirección de la Nueva Gaceta del
Rin, periódico democrático que aparecía en la ciudad de Colonia. Los dos amigos
constituían el alma de todas las tendencias democráticas revolucionarias de la
Prusia renana. Ellos defendieron hasta la última posibilidad los intereses del
pueblo y de la libertad contra las fuerzas reaccionarias. Como es sabido, las
fuerzas reaccionarias vencieron, la Nueva Gaceta del Rin fue suspendida, y Marx,
que mientras se hallaba en la emigración había sido privado de los derechos de
súbdito prusiano, fue expulsado del país; en cuanto a Engels, después de
participar en la insurrección armada del pueblo y combatir en tres batallas en
pro de la libertad, huyó a Londres, a través de Suiza, una vez derrotados los
insurgentes.
A Londres vino a establecerse también Marx. Engels no tardó en colocarse de
nuevo en la misma casa de comercio de Manchester, de la que había sido empleado
en la década de 1840, Y más tarde se hizo socio suyo, Hasta 1870, Engels vivió
en Manchester y Marx, en Londres, lo que no fue óbice para que siguieran en el
más íntimo contacto espiritual, manteniendo correspondencia casi a diario. En
esta correspondencia los dos amigos intercambiaban sus ideas y conocimientos,
continuando la elaboración en común de la doctrina del socialismo científico. En
I870, Engels se trasladó a Londres y hasta 1883, año en que murió Marx,
continuaron su vida intelectual conjunta, una vida llena de intensísimo trabajo.
Su resultado fue, por parte de Marx, El Capital, la obra más grande sobre
economía política de nuestro siglo, y, por parte de Engels, toda una serie de
obras grandes y pequeñas. Marx trabajó en el análisis de los complejos fenómenos
de la economía capitalista. Engels, en sus trabajos, escritos en un lenguaje muy
ameno, muchas veces en forma de polémica, enfocó los problemas científicos más
generales y los diversos fenómenos del pasado y del presente en el sentido de la
concepción materialista de la historia y de la doctrina económica de Marx. De
estos trabajos de Engels citaremos: la obra polémica contra Dühring (en ella el
autor analiza los problemas más importantes de la filosofía, de las ciencias
naturales y de la sociología); El origen de la familia, la propiedad privada y
el Estado(traducida al ruso y editada en Petersburgo, 3a ed. de 1895); Ludwig
Feuerbach (traducción al ruso y notas de J. Plejánov, Ginebra, 1892); un
artículo sobre la política exterior del gobierno ruso (traducido al ruso y
publicado en Sotsial-Demokrat, núms. 1 y 2, en Ginebra), sus magníficos
artículos sobre el problema de la vivienda y, finalmente, dos artículos,
pequeños pero muy valiosos, sobre el desarrollo económico de Rusia (Federico
Engels sobre Rusia, traducido al ruso por V. Zasúlich, Ginebra, 1894). Marx
murió sin haber logrado dar definitivo remate a su grandiosa obra sobre el
capital. Sin embargo, esta obra estaba terminada en borrador, y Engels, después
de la muerte de su amigo, emprendió la difícil tarea de redactar y editar los
tomos segundo y tercero de El Capital. En 1885 editó el segundo y en 1894 el
tercer tomo (el cuarto tomo ya no alcanzó a redactarlo). Estos dos tomos le
exigieron muchísimo trabajo. El socialdemócrata austríaco Adler observó con
razón que, con la edición del segundo y tercer tomos de El Capital, Engels
erigió a su genial amigo un monumento majestuoso en el que, involuntariamente,
había grabado también con trazos indelebles su propio nombre. En efecto, dichos
tomos de El Capital son obra de ambos, de Marx y de Engels. Las leyendas de la
antigüedad nos demuestran diversos ejemplos de emocionante amistad. El
proletariado europeo tiene derecho a decir que su ciencia fue creada por dos
sabios y luchadores cuyas relaciones mutuas superan a todas las emocionantes
leyendas antiguas sobre la amistad entre los hombres. Engels siempre, y en
general con toda justicia, se posponía a Marx. "Al lado de Marx -escribió en una
ocasión a un viejo amigo suyo- me correspondió el papel de segundo violín”. Su
cariño hacia Marx mientras éste vivió y su veneración a la memoria del amigo
muerto fueron infinitos. Engels, el luchador austero y pensador profundo, era
hombre de una gran ternura. Después del movimiento de 1848-49, Marx y Engels, en
el exilio, no se dedicaron únicamente a la labor científica. Marx creó en 1864
la "Asociación Internacional de los Trabajadores", que dirigió durante todo un
decenio. También Engels participó activamente en sus tareas. La actividad de
esta "Asociación Internacional" que, de acuerdo con las ideas de Marx, unía a
los proletarios de todos los países, tuvo una enorme importancia para el
desarrollo del movimiento obrero. Pero, incluso después de haber sido disuelta
dicha asociación, en la década de 1870, el papel de Marx y de Engels como
unificadores de la clase obrera no cesó. Por el contrario, puede afirmarse que
su importancia como dirigentes espirituales del movimiento obrero seguía
creciendo constantemente, porque el propio movimiento continuaba desarrollándose
sin cesar. Después de la muerte de Marx, Engels, solo, siguió siendo el
consejero y dirigente de los socialistas europeos. A él acudían en busca de
consejos y directivas tanto los socialistas alemanes, cuyas fuerzas, a pesar de
las persecuciones gubernamentales, iban constante y rápidamente en aumento, como
los representantes de países atrasados, por ejemplo, españoles, rumanos, rusos,
que se veían en el trance de meditar y medir con toda cautela sus primeros
pasos. Todos ellos aprovechaban el riquísimo tesoro de conocimientos y
experiencias del viejo Engels.
Marx y Engels, que conocían la lengua rusa y leían libros en ruso, se
interesaban vivamente por Rusia, seguían con simpatía el movimiento
revolucionario de nuestro país y mantenían relaciones con revolucionarios rusos.
Ambos eran ya demócratas antes de hacerse socialistas y tenían profundamente
arraigado el sentimiento democrático de odio a la arbitrariedad política. Este
sentimiento político innato, a la par que la profunda comprensión teórica del
nexo existente entre la arbitrariedad política y la opresión económica, así como
su riquísima experiencia de la vida, hicieron que Marx y Engels fueran
extraordinariamente sensibles precisamente en el sentido político. Por lo mismo,
la heroica lucha sostenida por un puñado de revolucionarios rusos contra el
poderoso gobierno zarista halló en el corazón de estos dos revolucionarios
probados la simpatía más viva. Y a la inversa, era natural que el intento de
volver la espalda a la tarea inmediata y más importante de los socialistas rusos
-la conquista de la libertad política-, en aras de supuestas ventajas
económicas, les pareciese sospechoso e incluso fuese considerado por ellos como
una traición a la gran causa de la revolución social. "La emancipación del
proletariado debe ser obra del proletariado mismo", nos enseñaron siempre Marx y
Engels. Y para luchar por su emancipación económica, el proletariado debe
conquistar ciertos derechos políticos. Además, Marx y Engels vieron con toda
claridad que la revolución política en Rusia tendría también una enorme
importancia para el movimiento obrero de la Europa Occidental. La Rusia
autocrática ha sido siempre el baluarte de toda la reacción europea. La
situación internacional extraordinariamente ventajosa en que colocó a Rusia la
guerra de 1870, que sembró por largo tiempo la discordia entre Alemania y
Francia, naturalmente, no hizo más que aumentar la importancia de la Rusia
autocrática como fuerza reaccionaria. Únicamente una Rusia libre, que no tuviese
necesidad de oprimir a los polacos, finlandeses, alemanes, armenios y otros
pueblos pequeños, ni de azuzar continuamente una contra otra a Francia y
Alemania, daría a la Europa contemporánea la posibilidad de respirar aliviada
del peso de las guerras, debilitaría a todos los elementos reaccionarios de
Europa y aumentaría las fuerzas de la clase obrera europea. Por lo mismo,
Engels, teniendo también en cuenta los intereses del movimiento obrero del
Occidente, abogó calurosamente por la implantación de la libertad política en
Rusia. Los revolucionarios rusos han perdido en su persona al mejor de sus
amigos.
¡Memoria eterna a Federico Engels, gran luchador y maestro del proletariado!
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
Ciencia
y economía
Investigación científica
con fines de lucro
Por Asa Cristina Laurell
06/06/10
La incontenible privatización de todas las actividades que pueden generar
ganancias hace surgir nuevos dilemas éticos y riesgos para los ciudadanos. La
investigación científica se está incorporando velozmente al capital y con ello
surge en una contradicción básica. Se supone que la comunidad científica busca
nuevos conocimientos y comparte sus descubrimientos. La ciencia y sus resultados
serían así un bien público a disposición de la humanidad para resolver problemas
de la colectividad.
El propósito de la empresa privada, en contraste, es generar la máxima ganancia.
Si invierte en investigación científica es para lucrar con sus resultados y para
ello se protege patentando los descubrimientos. La defensa de la privatización
de la investigación es que no hay dinero público que alcance y es justo que las
empresas puedan recuperar su inversión en investigación y desarrollo de
productos por medio de la propiedad intelectual.
El problema está en que el fin de lucro altera la investigación científica y
subvierte su esencia. Cuando está implicada la ganancia surgen el financiamiento
interesado y los conflictos de interés que afectan el bienestar y seguridad de
la población.
La industria farmacéutica transnacional –la gran farma– es icono de esta
problemática. Varias revisiones sistemáticas demuestran que los estudios que
financia tienen, con más frecuecia, sesgos en su diseño, resultados favorables
al fármaco investigado y ocultamiento de efectos adversos graves. La gran farma
invierte dos veces más en comercialización y administración, 33 por ciento de
sus costos, que en investigación y desarrollo, 17 por ciento. Los frutos de sus
investigaciones son decrecientes; sólo nueve de las 22 moléculas y biológicos
nuevos, registrados en 2006, habían sido desarrollados por estas compañías.
Incluso 90 por ciento de sus ganancias provienen de fármacos que han estado en
el mercado durante más de cinco años, según PriceWaterHouse.
Las patentes de muchos productos están por expirar y tendrán que competir con
los fármacos genéricos con la habitual caída de precios o erosión por genéricos.
Y tiene razón en preocuparse. Cuando Brasil e India ignoraron la patente del
antirretroviral combinado para tratar el VIH/sida, el precio del tratamiento
anual cayó de 11 mil a 295 dólares. Esto ilustra cómo la big pharma condena a
muerte a los que no pueden pagar y daña los sistemas de salud con sus precios
monopólicos. Su estrategia de cabildeo con los gobiernos y los legisladores se
enfoca actualmente a modificar la legislación sobre patentes para prolongarlas y
a impedir que se adopten protocolos de atención con el uso racional de fármacos
o que se facilite la venta de éstos sin receta.
Otra actuación con daños a las personas está relacionada con la manipulación de
los resultados de los ensayos clínicos de sus medicamentos, sea por ocultamiento
de efectos secundarios o por proponer usos del medicamento no investigados.
En la actualidad se debaten varios casos muy célebres. Uno es Avandia de GSK,
antidiabético que tiene ventas por 2.2 mil millones de dólares. En 2007 se
descubrió que este medicamento estaba asociado al incremento en cerca de 50 por
ciento de ataques cardiacos. La empresa lo sabía, pero no lo había advertido en
la caja. Este hecho llevó al Senado de Estados Unidos a formar un comité de
investigación cuyos resultados, presentados en febrero de 2010, confirman este
hecho y en julio se determinará si se retira del mercado. Circula en México
donde sólo alerta contra su uso en personas con insuficiencia cardiaca, pero no
sobre el aumento del riesgo de infarto.
Otro caso es el medicamento Seroquel, de Astra Zeneca, cuyo uso aprobado es en
el tratamiento de esquizofrenia. Posteriormente, la empresa lo promovió como
tratar el trastorno bipolar, sin haber hecho nuevos ensayos clínicos. O sea, no
está probado su efecto y la falta de tratamiento eficaz puede llevar el paciente
al suicidio. Con esta ampliación sus ventas llegaron a 4.9 mil millones de
dólares en 2009. Recientemente la empresa fue multada con 520 millones de
dólares por este fraude contra el sistema de salud. Las autoridades mexicanas no
han tomado ninguna medida.
La revisión de las investigaciones sobre Tamiflu que publicó el British Medical
Journal en 2009 demostró el mismo comportamiento engañoso de Roche con
información parcial, estudios de efectos adversos ocultados, etcétera, que llegó
a concluir que no se puede garantizar que tenga utilidad ni que sea inocuo. Y,
sin embargo, la Ssa hizo una compra de este medicamento por 325 millones en
febrero, 2010. ¿Dónde está la autoridad sanitaria que debe proteger nuestra
salud y el dinero destinado a ello?
Asa Cristina Laurell es médico-cirujana por la Universidad de Lund Suecia,
Maestra en Salud Pública por la Universidad de California Berkeley EUA, Doctora
en Sociología por la UNAM. Profesora titular del la UAM 1976-2000 y miembro de
la Junta Directiva de la UAM, 1990-1997. Miembro del Sistema Nacional de
Investigadores 1988-2001. Autora de diez libros y 50 artículos en revistas
especializadas sobre temas de epidemiología, política social, políticas de salud
y seguridad social. Miembro del consejo editorial de Cuadernos Políticos,
1977-1990,y cinco revistas internacionales especializadas. Asesora temporal de
la Organización Panamericana de la Salud-OMS, de otros organismos
internacionales y universidades de América Latina, Europa y Africa. Fundadora
del PRD, vicepresidenta de su Consejo Nacional, 1993-96, y secretaria de
Estudios y Programa del Comité Ejecutivo Nacional, 1996-1999. Asesora de los
grupos parlamentarios del PRD sobre política de salud y seguridad social.
Secretaria de Salud del Gobierno del Distrito Federal diciembre 2000 a mayo 2006
en cuya gestión se instrumentaron y legislaron la Pensión Alimentaria Universal
y el Programa de Servicios Médicos y Medicamentos Gratuitos.
La Jornada, 4 junio 2010
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=3367
Política
general
Las grandes ideas*
Por Antonio Gramsci
Las grandes ideas y las fórmulas vagas. Las ideas son grandes en cuanto son
realizables, o sea, en cuanto aclaran una relación real inmanente a la
situación, y la aclaran en cuanto muestran concretamente el proceso de actos a
través de los cuales una voluntad colectiva organizada da a luz esa relación (la
crea ) o, una vez manifiesta, la destruye y la sustituye. Los grandes
proyectistas charlatanes son charlatanes precisamente porque no saben ver los
vínculos de la "gran idea" lanzada con la realidad concreta, no saben establecer
el proceso real de actuación. El estadista de categoría intuye simultáneamente
la idea y el proceso real de actuación: redacta el proyecto junto con el
"reglamento" para la ejecución. El proyectista charlatán procede tentando y
volviendo a probar: son las "idas y venidas" de la fábula. ¿Qué quiere decir
"conceptualmente" que hay que añadir al proyecto un reglamento? Quiere decir que
el proyecto tiene que ser comprendido por todo elemento activo, de tal modo que
vea cuál tiene que ser su tarea en la realización y actuación: que el proyecto,
al sugerir un acto, permita prever sus consecuencias positivas y negativas, de
adhesión y de reacción, y contenga en sí mismo las respuestas a esas adhesiones
y reacciones, ofreciendo, en suma, un campo de organización. Este es un aspecto
de la unidad de la teoría y la práctica.
Corolario: todo gran político tiene que ser necesariamente también un gran
administrador, todo gran estratega un gran táctico, todo gran doctrinario un
gran organizador. Este puede ser incluso un criterio de valoración: se juzga al
teórico, al productor de planes, por sus cualidades de administrador, y
administrar significa prever los actos y las operaciones, incluso los
"moleculares" (y los más complejos también, claro está) necesarios para la
realización del plan.
Como es natural, también es verdad la recíproca: hay que saber subir desde el
acto necesario hasta el principio correspondiente. Críticamente es ese proceso
de suma importancia. Se juzga por lo que se hace, no por lo que se dice.
Constituciones estatales > leyes > reglamentos: son los reglamentos, o incluso
su aplicación (que se hace mediante circulares), los que indican la real
estructura política y jurídica de un país y de un Estado. (C. XXVIII; PP 4-5.)
* Cuadernos de la cárcel
Fuente: www.gramsci.org.ar
Filosofía
y economía
Sobre Proudhon
Por Carlos Marx
(Carta a J. B. Schweitzer) [1]
Londres, 24 de enero de 1865.
Muy señor mío:
Ayer recibí su carta en la que me invita usted a dar un juicio detallado sobre
Proudhon. La falta de tiempo no me permite atender a su deseo. Además, no tengo
a mano ni un solo trabajo de Proudhon. Sin embargo, y en prueba de mi buena
voluntad, he trazado a toda prisa un breve esbozo. Puede usted completarlo,
alargarlo o reducirlo; en una palabra, puede usted hacer con él lo que mejor le
parezca [*]*** [2].
No recuerdo ya cuáles fueron los primeros ensayos de Proudhon. Su trabajo de
escolar sobre "La lengua universal" [3] demuestra la falta de escrúpulo con que
trataba problemas para cuya solución le faltaban los conocimientos más
elementales.
Su primera obra "Qu' est-ce que la propiété?" [*]**** es indudablemente la mejor
de todas. Aunque no por la novedad de su contenido, sí por la forma nueva y
audaz de decir lo viejo, el trabajo marca una época. En las obras de los
socialistas y comunistas franceses conocidas por él, la «propiété» no sólo había
sido, como es natural, criticada desde varios puntos de vista, sino también
utópicamente «abolida». Con este libro, Proudhon se coloca con respecto a
Saint-Simon y Fourier aproximadamente en el mismo [21] plano en que Feuerbach se
encuentra con respecto a Hegel. Comparado con Hegel, Feuerbach es extremadamente
pobre. Sin embargo, después de Hegel señala una época, ya que realza algunos
puntos desagradables para la conciencia cristiana e importantes para el progreso
de la crítica y que Hegel dejó en una mística penumbra.
En esta obra de Proudhon predomina aún, permítaseme la expresión, un estilo de
fuerte musculatura, el cual, a mi juicio, constituye su principal mérito. Se ve
que, incluso en los lugares donde Proudhon se limita a reproducir lo viejo,
dicha reproducción constituye para él un descubrimiento propio; cuanto dice es
para él algo nuevo y lo considera como tal. La audacia provocativa con que ataca
el sancta santorum de la Economía política, las ingeniosas paradojas con que se
burla del sentido común burgués, la crítica demoledora, la ironía mordaz, ese
profundo y sincero sentimiento de indignación que manifiesta de cuando en cuando
contra las infamias del orden existente, su convicción revolucionaria, todas
estas cualidades contribuyeron a que el libro "¿Qué es la propiedad?"
electrizase a los lectores y produjese una gran impresión desde el primer
momento de su salida a la luz. En una historia rigurosamente científica de la
Economía política, dicho libro apenas hubiese merecido los honores de ser
mencionado. Pero, lo mismo que en la literatura, las obras sensacionales de este
género juegan su papel en la ciencia. Tómese, por ejemplo, el libro de la
"Población" de Malthus. En su primera edición no constituyó más que un «sensational
pamphlet», y, por añadidura, un plagio desde la primera hasta la última línea. Y
a pesar de todo, ¡cómo impresionó este libelo contra el género humano!.
De tener a mano el libro de Proudhon me hubiese sido fácil demostrar con algunos
ejemplos su modalidad inicial. En los párrafos considerados por él mismo como
los más importantes, imita a Kant —el único filósofo alemán que conocía en
aquella época a través de las traducciones— en la manera de tratar las
antinomias, dejándonos la firme impresión de que para él, lo mismo que para
Kant, la solución de las antinomias es algo situado «más allá» de la razón
humana, es decir, algo que para su propio entendimiento permanece en la
oscuridad.
A pesar de todo su carácter aparentemente archirrevolucionario, en "¿Qué es la
propiedad?" nos encontramos ya con la contradicción de que Proudhon, de una
parte, critica la sociedad a través del prisma y con los ojos del campesino
parcelario francés (más tarde del petit bourgeois [*]), y de otra, le aplica la
escala que ha tomado prestada a los socialistas. [22]
El propio título indica ya las deficiencias del libro. El problema había sido
planteado de un modo tan erróneo, que la solución no podía ser acertada. Las
«relaciones de propiedad» de los tiempos antiguos fueron destruidas por las
feudales, y éstas por las «burguesas». Así pues, la propia historia se encargó
de someter a crítica las relaciones de propiedad del pasado. De lo que trata en
el fondo Proudhon es de la moderna propiedad burguesa, tal como existe hoy día.
A la pregunta ¿qué es esa propiedad? sólo se podía contestar con un análisis
crítico de la «Economía política», que abarcase el conjunto de esas relaciones
de propiedad, no en su expresión jurídica, como relaciones volitivas, sino en su
forma real, es decir, como relaciones de producción. Mas como Proudhon vinculaba
todo el conjunto de estas relaciones económicas al concepto jurídico general de
«propiedad», «la propiété» no podía ir más allá de la contestación que ya
Brissot había dado en una obra similar [4], antes de 1789, repitiéndola con las
mismas palabras: «La propiété c'est le vol» [*]*.
En el mejor de los casos, de aquí se puede deducir únicamente que el concepto
jurídico burgués del «robo» es aplicable también a las ganancias «bien habidas»
del propio burgués. Por otro lado, en vista de que el «robo» como violación de
la propiedad, presupone la propiedad, Proudhon se enredó en toda clase de
sutiles razonamientos, oscuros hasta para él mismo, sobre la verdadera propiedad
burguesa.
Durante mi estancia en París, en 1844, trabé conocimiento personal con Proudhon.
Menciono aquí este hecho porque, en cierto grado, soy responsable de su «sophistication»,
como llaman los ingleses a la adulteración de las mercancías. En nuestras largas
discusiones, que con frecuencia duraban toda la noche, le contagié, para gran
desgracia suya, el hegelianismo, que por su desconocimiento del alemán no pudo
estudiar a fondo. Después de mi expulsión de París, el señor Karl Grün continuó
lo que yo había iniciado. Como profesor de filosofía alemana me llevaba la
ventaja de no entender una palabra en la materia.
Poco antes de que apareciese su segunda obra importante, "Filosofía de la
miseria", etc., me anunció él mismo su próxima publicación en una carta muy
detallada, donde, entre otras cosas, me decía lo siguiente: «J'attends votre
férule critique» [*]. En efecto, mi crítica cayó muy pronto sobre él (en mi
libro «Miseria de la Filosofía», etc., París, 1847) en tal forma que puso fin
para siempre a nuestra amistad.
Por lo que acabo de decir verá usted que en su libro «Filosofía de la [23]
miseria o Sistema de las contradicciones económicas» Proudhon responde realmente
por vez primera a la pregunta «¿Qué es la propiedad?". De hecho, tan sólo
después de la publicación de su primer libro fue cuando Proudhon inició sus
estudios económicos; y descubrió que a la pregunta que había planteado no se
podía contestar con invectivas, sino únicamente con un análisis de la «Economía
política» moderna. Al mismo tiempo, hizo un intento de exponer dialécticamente
el sistema de las categorías económicas. En lugar de las insolubles «antinomias»
de Kant, ahora tenía que aparecer la «contradicción» hegeliana como medio de
desarrollo.
En el libro que escribí como réplica hallará usted la crítica de los dos gruesos
volúmenes de su obra. Allí demuestro entre otras cosas lo poco que ha penetrado
Proudhon en los secretos de la dialéctica científica y hasta qué punto, por otro
lado, comparte las ilusiones de la filosofía especulativa, cuando, en lugar de
considerar las categorías económicas como expresiones teóricas de relaciones de
producción formadas históricamente y correspondientes a una determinada fase de
desarrollo de la producción material, las convierte en un modo absurdo en ideas
eternas, existentes de siempre, y cómo, después de dar este rodeo, retorna al
punto de vista de la Economía burguesa [*]*.
Más adelante demuestro también lo insuficiente que es su conocimiento -a veces
digno de un escolar- de la «Economía política», a cuya crítica se dedica, y
cómo, al igual que los utopistas, corre en pos de una pretendida «ciencia», con
ayuda de la cual se puede elucubrar a priori una fórmula para la «solución del
problema social», en lugar de ir a buscar la fuente de la ciencia en el
conomiento crítico del movimiento histórico, de ese movimiento que crea por sí
mismo las condiciones materiales de la emancipación. Demuestro allí, sobre todo,
lo confusas, erróneas e incompletas que siguen siendo las concepciones de
Proudhon sobre el valor de cambio, base de todas las cosas, y cómo, incluso, ve
en la interpretación utópica de la teoría del valor de Ricardo la base de una
nueva ciencia. Mi juicio sobre su punto de vista general lo resumo en las
siguientes palabras:
«Toda relación económica tiene su lado bueno y su lado malo; éste es el único
punto en que el Sr. Proudhon no se ha refutado [24] a sí mismo. En su opinión,
el lado bueno lo exponen los economistas, y el lado malo lo denuncian los
socialistas. De los economistas toma la necesidad de relaciones eternas, y de
los socialistas, esa ilusión que no les permite ver en la miseria nada más que
miseria (en lugar de ver en ella el lado revolucionario destructivo que ha de
acabar con la vieja sociedad [*]). Proudhon está de acuerdo con unos y otros,
tratando así de apoyarse en el prestigio de la ciencia. En él, la ciencia se
reduce a las magras proporciones de una fórmula científica; es un hombre a la
caza de fórmulas. De este modo, el Sr. Proudhon se envanece con la idea de haber
sometido a crítica la Economía política y el comunismo, cuando en realidad está
muy por debajo de los dos. Está por debajo de los economistas, pues se imagina
que como filósofo detentador de una fórmula mágica se halla libre de entrar en
detalles puramente económicos; está por debajo de los socialistas, pues carece
de valor y perspicacia suficiente para situarse, aunque sólo sea
especulativamente, por encima del horizonte intelecual burgués....
Quiere remontarse, como hombre de ciencia, por encima de los burgueses y de los
propietarios, pero no es más que un pequeño burgués que oscila constantemente
entre el capital y el trabajo, entre la Economía política y el comunismo». [*]*
Por severo que pueda parecer este juicio, suscribo hoy día cada una de sus
palabras. Al mismo tiempo, es preciso tener presente que en la época en que yo
afirmé y demostré teóricamente que el libro de Proudhon era el código del
socialismo del petit bourgeois, los economistas y los socialistas excomulgaban a
Proudhon por ultra-archirrevolucionario. Esta es la razón de que después jamás
haya unido mi voz a la de los que gritaban su «traición» a la revolución. Y no
es culpa suya si, mal comprendido en un principio tanto por los demás como por
él mismo, no ha justificado las inmerecidas esperanzas.
En comparación con "¿Qué es la propiedad?", en la "Philosophie de la misère"
[*]** todos los defectos del modo de exposición proudhoniano resaltan con
particular desventaja. El estilo es a cada paso ampoulè [*]***, como dicen los
franceses. Siempre que le falla la agudeza gala aparece una pomposa jerga
especulativa que pretende ser el estilo filosófico alemán. Dan verdadera grima
sus alabanzas a sí mismo, su tono chillón de pregonero y, sobre todo, los
alardes que hace de una supuesta «ciencia» y toda su cháchara en torno a ella.
El sincero calor que anima su primera obra, aquí, [25] en determinados pasajes,
se sustituye de un modo sistemático por el ardor febril de la declamación. A
todo esto viene a sumarse ese afán impotente y repulsivo por hacer gala de
erudición, afán propio de un autodidacta, cuyo orgullo nato por su pensamiento
original e independiente ya está quebrantado, y que en su calidad de parvenu
[*]**** de la ciencia se considera obligado a presumir de lo que no es y de lo
que no tiene. Y, por añadidura, esa mentalidad de pequeño burgués, que le
impulsa a atacar de un modo indigno, grosero, torpe, superficial y hasta injusto
a un hombre como Cabet —merecedor de respeto por su actividad práctica en el
movimiento del proletariado francés—, mientras extrema su amabilidad, por
ejemplo, con Dunoyer (consejero de Estado, ciertamente), a pesar de que toda la
significación de este Dunoyer se reduce a la cómica seriedad con que en tres
gruesos volúmenes [5], insoportablemente tediosos, predica el rigorismo,
caracterizado por Helvetius en los términos siguientes: «On veut que les
malheureux soient parfaits.» (Se quiere que los desgraciados sean perfectos.)
La revolución de Febrero [6] fue realmente muy inoportuna para Proudhon, pues
tan sólo unas semanas antes había demostrado de un modo irrefutable que «la era
de las revoluciones» había pasado para siempre. Su intervención en la Asamblea
Nacional merece todos los elogios, a pesar de haber puesto de manifiesto lo poco
que comprendía todo lo que estaba ocurriendo [7]. Después de la insurrección de
Junio [8] constituyó un acto de gran valor. Su intervención tuvo, además,
resultados positivos: en el discurso [9] que pronunció para oponerse a las
proposiciones de Proudhon, y que fue editado más tarde en folleto aparte, el Sr.
Thiers demostró a toda Europa cuán mísero e infantil era el catecismo que servía
de pedestal a ese pilar espiritual de la burguesía francesa. Comparado con el
Sr. Thiers, Proudhon adquiría ciertamente las dimensiones de un coloso
antediluviano.
El descubrimiento del «crédit gratuit» y el «banque du peuple», basado en él,
son las últimas «hazañas» económicas de Proudhon. En mi "Contribución a la
crítica de la Economía Política, fasc. I", Berlín, 1859 (págs. 59-64), se
demuestra que la base teórica de sus ideas tiene su origen en el desconocimiento
de los principios elementales de la «Economía política» burguesa, a saber, la
relación entre la mercancía y el dinero, mientras que la superestructura
práctica no es más que una simple reproducción de esquemas mucho más viejos y
mejor desarrollados. No cabe duda y es de por sí evidente que el crédito, como
ocurrió en Inglaterra a principios del siglo XVIII, y como volvió a ocurrir en
ese mismo país a principios del XIX, ha contribuido a que las riquezas pasen
[26] de manos de una clase a las de otra, que, en determinadas condiciones
económicas y políticas, puede ser un factor que acelere la emancipación del
proletariado. Pero es una fantasía genuinamente filistea considerar que el
capital que produce interés es la forma principal del capital y tratar de
convertir una aplicación particular del crédito -una supuesta abolición del
interés- en la base de la transformación de la sociedad. En efecto, esa fantasía
ya había sido minuciosamente desarrollada por los portavoces económicos de la
pequeña burguesía inglesa del siglo XVII. La polémica de Proudhon con Bastiat
(1850) sobre el capital que produce interés [10] está muy por debajo de la
"Filosofía de la miseria". Proudhon llega al extremo de ser derrotado hasta por
Bastiat, y entra en un cómico furor cada vez que el adversario le asesta algún
golpe.
Hace unos cuantos años, Proudhon escribió para un concurso organizado, si mal no
recuerdo, por el Gobierno de Lausana, un trabajo sobre "Los impuestos". Aquí
desaparecen por completo los últimos vestigios del genio y no queda más que el
petit bourgeois tout pur [*].
Por lo que respecta a las obras políticas y filosóficas de Proudhon, todas ellas
demuestran el mismo carácter doble y contradictorio que en sus trabajos sobre
Economía. Además, su valor es puramente local; se refieren únicamente a Francia.
Sin embargo, sus ataques contra la religión, la Iglesia, etc. tienen un gran
mérito por haber sido escritos en Francia en una época en que los socialistas
franceses creían oportuno hacer constar que sus sentimientos religiosos les
situaban por encima del volterianismo burgués del siglo XVIII y del ateísmo
alemán del siglo XIX. Si Pedro el Grande había derrotado la barbarie rusa
recurriendo a la barbarie, Proudhon hizo todo lo que pudo para derrotar con la
frase la fraseología francesa.
Su libro sobre el "Coup d'état" [*] no debe ser considerado simplemente como una
obra mala, sino como una verdadera villanía que, por otra parte, corresponde
plenamente a su punto de vista pequeñoburgués. En este libro coquetea con Luis
Bonaparte y trata de hacerle aceptable para los obreros franceses. Otro tanto
ocurre con su última obra contra Polonia [11], en la que, para mayor gloria del
zar, demuestra el cinismo propio de un cretino.
Proudhon ha sido frecuentemente comparado con Rousseau. Nada más erróneo. Más
bien se parece a Nic. Linguet, cuyo libro, "La teoría de las leyes civiles", es,
dicho sea de paso, una obra de talento.
[27]
Proudhon tenía una inclinación natural por la dialéctica. Pero como nunca
comprendió la verdadera dialéctica científica, no pudo ir más allá de la
sofística. En realidad, esto estaba ligado a su punto de vista pequeñoburgués.
Al igual que el historiador Raumer, el pequeño burgués consta de «por una parte»
y de «por otra parte». Como tal se nos aparece en sus intereses económicos, y
por consiguiente, también en su política y en sus concepciones religiosas,
científicas y artísticas. Así se nos aparece en su moral e in everything [*]*.
Es la contradicción personificada. Y si por añadidura es, como Proudhon, una
persona de ingenio, pronto aprenderá a hacer juegos de manos con sus propias
contradicciones y a convertirlas, según las circunstancias, en paradojas
inesperadas, espectaculares, ora escandalosas, ora brillantes. El charlatanismo
en la ciencia y la contemporización en la política son compañeros inseparables
de semejante punto de vista. A tales individuos no les queda más que un acicate:
la vanidad; como todos los vanidosos, sólo les preocupa el éxito momentáneo, la
sensación. Y aquí es donde se pierde indefectiblemente ese tacto moral que
siempre preservó a un Rousseau, por ejemplo, de todo compromiso, siquiera fuese
aparente, con los poderes existentes.
Tal vez la posteridad distinga este reciente período de la historia de Francia
diciendo que Luis Bonaparte fue su Napoleón y Proudhon su Rousseau-Voltaire.
Ahora hago recaer sobre usted toda la responsabilidad por haberme impuesto tan
pronto después de la muerte de este hombre el papel de juez póstumo.
Sinceramente suyo
Karl Marx
Escrito por K. Marx el 24 de Se publica de acuerdo con el texto enero de 1865.
del periódico.
Publicado en el "Social-Demokrat", Traducido del alemán.
en los núms. 16, 17 y 18 del
1, 3 y 5 de febrero de 1865.
________________________________________
NOTAS
[1]
12. Con motivo de la muerte de Proudhon, Marx escribió el artículo "Sobre
Proudhon" a petición de Schweitzer, redactor del periódico "Social-Demokrat".
Como si hiciese un resumen de la crítica de las concepciones filosóficas,
económicas y políticas de Proudhon, expuesta en los trabajos "Miseria de la
Filosofía" y otros, Marx pone al descubierto todo lo insostenible que es la
ideología del proudhonismo. Al referirse a los proyectos prácticos de Proudhon
de «solución de la cuestión social», Marx somete a una crítica demoledora la
idea de Proudhon acerca del «crédito gratuito» y la del «banco del pueblo»
basado en el primero, esa, según expresión de Marx, «fantasía genuinamente
pequeñoburguesa», de la que hace tanta propaganda la escuela de Proudhon. Marx
califica a Proudhon de típico ideólogo de la pequeña burguesía.- 20
[**]** Hemos considerado lo más oportuno publicar la carta sin cualquier
cambios. (Nota de la Redacción del periódico «Social-Demokrat».)
[2] 13. El "Social-Demokrat" («Socialdemócrata») era órgano de la lassalleana
Asociación General de Obreros Alemanes. Con ese título, el periódico se publicó
en Berlín desde el 15 de diciembre de 1864 hasta el año de 1871; en el período
de 1864 a 1867 su redactor fue J. B. Schweitzer.- 20, 43
[3] 14. Alusión al trabajo de Proudhon "Essai de grammaire générale" («Ensayo de
gramática general») insertado en el libro: Bergier. "Les éléments primitifs des
langues". Besançon, 1837.- 20
[**]*** ¿Qué es la propiedad? (N. de la Edit.)
[*] Pequeño burgués. (N. de la Edit.)
[4] 15. Trátase del trabajo de J. P. Brissot de Warville "Recherches
philosophiques. Sur le droit de propiété et sur le vol, considérés dans la
nature et dans la société" («Investigaciones filosóficas. Del derecho de
propiedad y del robo, considerados en la naturaleza y en la sociedad»).- 22
[**] «La propiedad es un robo». (N. de la Edit.)
[*] «Espero la férula de su crítica». (N. de la Edit.)
[**] "Al decir que las actuales relaciones —las de la producción burguesa— son
unas relaciones naturales, los economistas dan a entender que se trata
precisamente de unas relaciones bajo las cuales la creación de la riqueza y el
desarrollo de las fuerzas productivas se producen de acuerdo con las leyes de la
naturaleza. Por consiguiente, estas relaciones son en sí leyes naturales,
independientes de la influencia del tiempo. Son leyes eternas que deben regir
siempre la sociedad. De este modo, hasta ahora ha habido historia, pero ahora ya
no la hay» (pág. 113 de mi libro).
[*] La frase entre paréntesis está añadida por Marx en el presente artículo. (N.
de la Edit.)
[**] Lugar citado, págs. 119 y 120.
[***] "Filosofía de la miseria" (N. de la Edit.)
[****] Ampuloso. (N. de la Edit.)
[*****] Advenedizo. (N. de la Edit.)
[5] 16. Ch. Dunoyer. "De la liberté du travail, ou Simple exposé des conditions
dans lesquelles les forces humaines s'exercent avec le plus de puissance" («De
la libertad del trabajo o Simple exposición de las condiciones en que las
fuerzas humanas se manifiestan con la mayor eficacia»). T. I-III, París, 1845.-
25
[6] 17. Trátase de la revolución de Febrero de 1848 en Francia.- 25
[7] 18. Se alude al discurso de Proudhon pronunciado el 31 de julio de 1848 en
la Asamblea Nacional de Francia. Tras de hacer varias propuestas concebidas en
el espíritu de las doctrinas utópicas pequeñoburguesas (crédito gratuito, etc.),
Proudhon calificó de violencia y arbitrariedad las represiones emprendidas por
las autoridades contra los participantes en la insurrección proletaria de París
el 23-26 de junio de 1848.- 25.
[8] 19. La insurrección de Junio, heroica insurrección de los obreros de París
el 23-26 de junio de 1848, reprimida con inaudita crueldad por la burguesía
francesa, fue la primera gran guerra civil entre el proletariado y la
burguesía.- 25, 172, 190, 212, 219, 331
[9] 20. Trátase del discurso de Thiers pronunciado el 26 de julio de 1848 contra
las propuestas de Proudhon presentadas a la comisión financiera de la Asamblea
Nacional de Francia.- 25
[10] 21. "Gratuité du crédit. Discussion entre M. Fr. Bastiat et M. Proudhon"
(«Crédito gratuito. Discusión entre el señor Fr. Bastiat y el señor Proudhon»).
París, 1850.- 26
[*] Pequeño burgués puro y simple. (N. de la Edit.)
[*] Golpe de Estado. (N. de la Edit.)
[11] 22. P. J. Proudhon. "Si les traités de 1815 ont cessé d'exister? Actes du
futur congrès" («¿Han dejado de regir los tratados de 1815? Actas del futuro
congreso».). París, 1863. En esta obra, Proudhon se opone a la revisión de los
acuerdos del Congreso de Viena sobre Polonia y a que la democracia europea apoye
el movimiento de liberación nacional de Polonia, justificando de esta manera la
política opresora aplicada por el zarismo ruso.- 26
[**] En todo. (N. de la Edit.)
Fuente: http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/oe2/mrxoe204.htm
Politica
y Cultura
Problemas de la nueva función que
podrán asumir las Universidades y las Academias.*
Por Antonio Gramsci
Actualmente estas dos instituciones son independientes entre sí, y las Academias
son el símbolo, a menudo con razón ridiculizado, de la separación existente
entre la cultura y la vida, entre los intelectuales y el pueblo (de ahí proviene
la fortuna de los futuristas en el primer período de Sturm und Drang [tormenta y
tensión] antiacadémico, antitradicionalista, etc.).
En una nueva situación de las relaciones entre vida y cultura, entre trabajo
intelectual y trabajo industrial, las academias deberían convertirse en la
organización cultural (de sistematización, expansión y creación intelectual) de
los elementos que después de la escuela unitaria pasarán al trabajo profesional,
y un terreno de encuentro entre ellos y los universitarios. Los elementos
sociales ocupados en el trabajo profesional no deben caer en la pasividad
intelectual, sino que deben tener a su disposición (por iniciativa colectiva no
privada, como función social orgánica reconocida de necesidad y utilidad
pública) institutos especializados en todas las ramas de investigación y de
trabajo científico; en las que podrán colaborar y donde encontrarán todos los
subsidios necesarios para cada forma de actividad cultural que quieran
emprender.
La organización académica deberá ser reorganizada y vivificada de un extremo al
otro. Territorialmente tendrá una centralización de competencias de
especializaciones: centros nacionales que se agregarán a las instituciones
existentes, secciones regionales y provinciales, círculos locales urbanos y
rurales. Se dividirá por competencias científico-culturales, que estarán todas
representadas en los centros superiores, pero sólo parcialmente en los círculos
locales. Hay que unificar los distintos tipos de organizaciones culturales
existentes: Academias, Institutos de cultura, círculos filosóficos, etc.,
integrando el trabajo académico tradicional, que consiste preferentemente en la
sistematización del saber del pasado o en la fijación de una media del
pensamiento nacional como guía de la actividad intelectual, con actividades
ligadas a la vida colectiva, al mundo de la producción y del trabajo. Se
controlarán las conferencias industriales, las actividades de la organización
científica del trabajo, los gabinetes experimentales de fábrica, etc. Se
construirá un mecanismo para seleccionar y estimular el desarrollo de las
capacidades individuales de las masas populares, capacidades hoy sacrificadas y
frustradas por medio de errores y tentativas sin éxito. Cada círculo local
debería tener necesariamente una sección de ciencias morales y políticas, e ir
organizando conjuntamente las otras secciones especiales que se encargarían de
discutir los aspectos técnicos de los problemas industriales, agrarios, de
organización y racionalización del trabajo, problemas fabriles, agrícolas y
burocráticos. etc. Congresos periódicos de diverso tipo harían conocer a los más
capaces.
Sería útil tener la lista completa de las Academias y de las otras
organizaciones culturales actualmente existentes y de los temas preferentemente
tratados en sus trabajos y publicados en sus "Actas": se trata, en buena medida,
de cementerios de la cultura, si bien tienen una función en la psicología de la
clase dirigente.
La colaboración entre estos organismos y las universidades debería ser estricta,
así como con todas las escuelas superiores especializadas de todo género
(militares, navales, etc.). El objetivo es obtener una centralización y un
impulso de la cultura nacional, que serian superiores a los de la Iglesia
Católica.*
• Este esquema de organización del trabajo cultural según los principios
generales de la escuela unitaria se debería desarrollar cuidadosamente en todas
sus partes y servir de guía aun para la formación de los más pequeños centros de
cultura, que serían como un embrión y una molécula de toda la maciza estructura.
También las iniciativas de carácter transitorio y experimental deberían ser
concebidas de modo que pudieran quedar ubicada dentro del esquema general y ser
al mismo tiempo elementos vitales que tiendan a crear todo el esquema. Hay que
estudiar con atención la organización y el desarrollo del Rotary Club.
www.gramsci.org.ar
* Cuadernos de la cárcel, Fragmento de Los intelectuales y organización de la
cultura, Antonio Gramsci
Economía
El concepto de trabajo productivo
Nota metodológica
Por Ruy Mauro Marini
Desde el nacimiento de la economía política, el concepto de trabajo productivo
se ha constituido en materia polémica. Tras la formulación inicial de la teoría
del valor-trabajo, que tuvo sus epígonos en Boisguillebert y Adam Smith y echó
por tierra la tesis de los fisiócratas, según la cual sólo la tierra y quienes
la trabajan crean valor (lo que haría de la industria y del comercio actividades
improductivas), cupo a Marx darle su forma definitiva. Esta ha inducido sin
embargo a muchas equivocaciones, que se reducen en última instancia a
identificar trabajo productivo y creación material de valor y, por ende, de
plusvalía. La clase obrera se ha convertido así en sinónimo de proletariado
industrial (lo que, en sentido amplio, no excluye evidentemente los asalariados
del campo).
Ello se debe, en parte, a la equiparación a nivel teórico del Capítulo VI
inédito de El Capital a El Capital mismo. Trátase, sin duda, de un error, dado
que fue Marx y no otro quien descartó su inclusión en la obra, para retomar allí
solamente parte de lo que tratara de establecer en dicho capítulo, con lo que
éste reviste el status de mero borrador. Débese, además, a una incomprensión de
la obra de Marx, resultado de una lectura parcial de la misma, que lleva a
ignorar los sucesivos enriquecimientos de que es allí objeto el concepto de
trabajo, de acuerdo al plan de exposición que Marx se trazó.
Los desdoblamientos de un concepto
Sin embargo, la definición avanzada por Marx en el Libro I, capítulo XIV, de que
“dentro del capitalismo, sólo es productivo el obrero que produce plusvalía o
que trabaja por hacer rentable el capital” (I, p. 426, subrayados míos) [1], da
cuenta perfectamente del conjunto del problema y contiene ya en embrión los
desdoblamientos de que será objeto. Estos comienzan a aparecer en el Libro II,
capítulo VI, cuando Marx distingue trabajo productivo y trabajo necesario o
socialmente útil. Volveremos después a este punto.
Señalemos, por ahora, que la aplicación excluyente del concepto de clase obrera
a los productores inmediatos de valores de uso es pasible de objeción. En
efecto, desde el momento en que comienza a estudiar la subsunción real del
trabajo al capital, en la sección IV del Libro I, dedicada a los procedimientos
de extracción de plusvalía relativa, Marx señala que la cooperación simple,
mediante la cual un grupo de obreros desempeña una operación productiva o, si
esta se divide en más de una, se descompone en diferentes grupos para
ejecutarla, revela ya el carácter social del trabajo o la combinación de una
serie de jornadas individuales del trabajo. En esta etapa del desarrollo
capitalista, “la fuerza productiva específica de la jornada de trabajo combinada
es la fuerza productiva social del trabajo o la fuerza productiva del trabajo
social” (I, p. 265), aunque aparezca ya como fuerza productiva del capital.
La situación comienza a cambiar en la manufactura, cuando, tras la división del
proceso productivo en un conjunto de operaciones diversas de duración desigual e
incluso la combinación de varios procesos productivos, se reúnen obreros de
distintos tipos y se establecen normas de proporcionalidad en el modo cómo la
masa colectiva de trabajo debe ser distribuida. A partir de entonces “cada grupo
o conjunto de obreros que ejecutan la misma función parcial está integrado por
elementos homogéneos y forma un órgano especial dentro del mecanismo colectivo”
(p. 281), que recurre incluso de manera esporádica al uso de máquinas. Pero “la
maquinaria específica del período de la manufactura es, desde luego, el mismo
obrero colectivo, producto de la combinación de muchos obreros parciales” (I, p.
283). Se promueve así la diferenciación en materia de calificación (y pues de
educación) en el seno del obrero colectivo, que da lugar a obreros
especializados y peones, cuyo resultado en ambos casos es la reducción del valor
de su fuerza de trabajo, aunque de manera desigual (I, p. 284-285).
El proceso se completa con el advenimiento de la industria fabril, cuando la
división del trabajo en la fábrica se vuelve puramente técnica:
... El grupo orgánico de la manufactura es sustituido por la concatenación del
obrero principal con unos pocos auxiliares. La distinción esencial es la que se
establece entre los obreros que trabajan efectivamente en las
máquinas-herramientas (incluyendo también en esta categoría a los obreros que
vigilan o alimentan las máquinas motrices) y los simples peones que ayudan a
estos obreros mecánicos (y que son casi exclusivamente niños). Entre los peones
se cuentan sobre poco más o menos todos los feeders (que se limitan a
suministrar a las máquinas los materiales trabajados por ellas). Además de estas
clases, que son las principales, hay el personal, poco importante numéricamente,
encargado del control de toda la maquinaria y de las reparaciones continuas:
ingenieros, mecánicos, carpinteros, etc. Trátase de una categoría de
trabajadores de nivel superior, que en parte tienen una cultura científica y en
parte son simplemente artesanos, y que se mueve al margen de la órbita de los
obreros fabriles, como elementos agregados a ellos... (I, p.347-348).
Como vemos, el obrero colectivo comprende distintos tipos de trabajadores y se
organiza en estratos diferenciados, en algunos de los cuales sus miembros se
mueven “al margen” de los productores directos de valor. Sin embargo,
involucrados como los demás en la esfera productiva, estos son parte integrante
del obrero colectivo. Desde luego, el modo como se presentaba ese obrero
colectivo a mediados del siglo pasado se ha modificado: ni los peones se
constituyen hoy prioritariamente de niños ni el personal de nivel superior es
numéricamente poco importante, además de haberse diversificado notablemente. Es
así como, con base en entrevistas a empleados y dirigentes de la IBM, Reich
estima que menos de 20 mil de sus 400 mil funcionarios están clasificados como
obreros de producción empleados en la manufactura tradicional; la inmensa
mayoría de su personal se dedica a otras actividades, como investigación,
diseño, ingeniería, venta y prestación de servicios. [2]
Esto, por lo que se refiere a la producción. Pero la reproducción del capital no
se agota en ella, sino que comprende a la circulación y la distribución, cuyas
actividades corresponden, en general, al trabajo improductivo, desde que no
afectan al valor creado y no crean, pues, directamente plusvalía (salvo
excepciones, como veremos). La ley general, aquí, es que “todos los gastos de
circulación que responden simplemente a un cambio de forma de la mercancía no
añaden a ésta ningún valor” (II, p. 132). Sin embargo, al considerar al
trabajador de la circulación que se ocupa principalmente en la venta (así como
en contabilidad, embalaje, clasificación etc.), Marx señala que él se paga
mediante el desembolso de capital variable por parte del capitalista que opera
en esa esfera, proporcionando al capitalista en cuestión una ganancia positiva y
contribuyendo, pues, a hacer más rentable su capital. Por consiguiente, desde el
punto de vista de la definición dada en el Libro I, estamos ante un trabajador
productivo, dado que “hace rentable” el capital, cualquier que sea la forma bajo
la cual éste se presenta. [3]
Los gastos de circulación referidos al almacenamiento de mercancías constituyen
una variante: no se refieren a un cambio de forma, sino a la conservación del
valor o, lo que es lo mismo, de su valor de uso, sin el cual no existiría valor
alguno. Aunque represente una paralización de la circulación, el almacenamiento
es paradojalmente condición de ésta, ya que “asegura la persistencia y
continuidad del proceso de circulación y, por tanto, del proceso de
reproducción...” (II, p 131) [4]. Señalemos que el almacenamiento abarca tanto a
los bienes destinados al consumo como los que se refieren al capital constante
fijo y circulante, y que en los cambios de forma que ha sufrido inciden el
desarrollo del mercado mundial y de los medios de transporte. Como cualquier
actividad económica, implica inversiones adicionales en capital constante y
variable, que, aunque representen deducciones del valor social total y no dejen,
pues, de ser gastos de circulación, se agregan al valor de las mercancías,
“entran a formar parte de su valor, es decir, encarecen éstas” (II, p. 123).
Tales gastos envuelven los que se destinan al pago de la fuerza de trabajo
empleada en esa actividad y, en la misma línea del razonamiento precedente,
concurren a hacer más rentable el capital.
La única situación en que lo que aparece como gastos de circulación añade valor
a la mercancía es la del transporte, por la sencilla razón de que “el valor de
uso de las cosas puede exigir su desplazamiento de lugar y, por tanto, el
proceso adicional de producción de la industria del transporte” (II, p. 133,
subrayado mío, RMM). En este caso, se realiza una adición de valor, que, como
subraya Marx, se descompone necesariamente en reposición de salarios y creación
de plusvalía. El transporte representa así una actividad productiva embutida en
la circulación y aquél que desempeña esa actividad es un trabajador productivo,
al mismo título del que es objeto de estudio en el Libro I, vale decir el
productor de valor de uso en el marco de un sistema de producción general de
mercancías.
La cuestión del trabajo productivo, aunque claramente establecida desde el Libro
I, como destacamos, sólo quedará completamente redondeada en el capítulo XVII
del Libro III, al estudiarse a los obreros asalariados mercantiles. La piedra de
toque es aquí la distinción entre capital social y capital individual. Tras
establecer que su situación no se distingue de la que rige al conjunto de clase
obrera, [5] Marx se dedicará a explicar cómo los obreros comerciales “producen
directamente ganancia para sus principales, aunque no produzcan directamente
plusvalía (de que la ganancia no es más que una forma transfigurada)” (p. 286).
Y la explicación no podría ser más sencilla: “Del mismo modo que el trabajo no
retribuido del obrero crea directamente plusvalía para el capital productivo, el
trabajo no retribuido de los obreros asalariados comerciales crea para el
capital comercial una participación en aquella plusvalía” (III, p. 287). Lo
mismo vale para los demás obreros de la circulación en aquellas actividades
indispensables para que ésta tenga curso (banca, publicidad etc.). De allí
quedan sin embargo naturalmente excluídos los trabajadores asalariados cuya
remuneración corresponde simplemente a gastos de la plusvalía, como es el caso
del empleado doméstico, del burócrata, los miembros del aparato represivo del
Estado, por muy necesarios que sean al capital y al régimen político que le
corresponde.
Trabajo y clase obrera
A partir de lo que hemos expuesto, es posible sostener que restringir la clase
obrera a los trabajadores asalariados que producen la riqueza material, es
decir, el valor de uso sobre el que reposa el concepto de valor, corresponde a
perder de vista el proceso global de la reproducción capitalista. Como lo
destaca repetidamente Marx, el desarrollo de la producción mercantil capitalista
no hace sino acrecentar el número de trabajadores asalariados y, por tanto, de
los obreros involucrados en el proceso de reproducción, sin que esto implique ni
mucho menos, como se ha pretendido, que Marx concibiera una sociedad formada
exclusivamente por capitalistas y obreros.[6]Desde el punto de vista
estrictamente económico, la tendencia del sistema es la aumentar, nunca de
disminuir, la clase obrera, es decir, aquella categoría social formada por
trabajadores pagados mediante la inversión de capital variable y cuya
remuneración es siempre inferior al valor del producto de su trabajo. Si, por un
lado, debido al aumento de la productividad del trabajo, tiende a reducirse la
cantidad de trabajadores ligados directamente a la producción, se incrementa,
por otro lado, el número de los que se emplean en las esferas de la circulación
y la distribución.
Trabajo productivo e improductivo son, pues, conceptos históricamente
determinados, referidos a las actividades que contribuyen a valorizar o a hacer
rentable el capital. Sólo en un régimen de organización superior, basado en
fuerzas productivas aún más poderosas, será posible superar el concepto
capitalista de trabajo en favor del de trabajo necesario o socialmente útil,
cuando tiende entonces a crecer en progresión geométrica la masa de recursos,
incluido el trabajo, dedicados a atender a las necesidades del hombre en su
sentido más amplio. Esto se ha anunciado ya en los países que intentaron o están
en vías de intentar formas distintas de organización económica, a través del
socialismo. Ahí está, bajo nuestros ojos, el ejemplo de Cuba, que, pese a sus
problemas económicos, ha tenido un desarrollo social (en materia de educación,
salud, previsión social) infinitamente superior a muchos países capitalistas
industrialmente avanzados.
Siempre es verdad que la diversificación de actividades que el desarrollo
capitalista ha inducido, sobre todo en esta era de formidable avance tecnológico
y globalización, crea dificultades para definir y cuantificar a la clase obrera.
La incidencia del conocimiento en el proceso de producción, por ejemplo, ha
llevado a que se constatara que, en la IBM, en 1984, el 80% del costo de una
computadora correspondía a su hardware, vale decir a la máquina misma, y el 20%
al software, el sistema operacional y los aplicativos que en él se utilizan;
pero, en 1990, esa proporción se había invertido, haciendo que sólo el 10% del
precio de costo estuviera referido al proceso físico de producción del equipo,
es decir, a la producción material en sí [7]. En consecuencia, las actividades
allí realizadas -salvo las que, una vez determinadas, se encuadrasen en la
categoría de servicios- quedaban en el marco del trabajo productivo y, desde el
punto de vista estrictamente económico, insistamos en ello, se encontraban
referidas a la clase obrera.
Un primer paso para, sin abandonar la economía, dilucidar el problema planteado
sobre lo qué es la clase obrera consiste en recurrir al origen del papel que
desempeña el trabajador asalariado; vale decir en saber si ese papel corresponde
a un desdoblamiento del proceso de trabajo o si corresponde a un desdoblamiento
de la función del capitalista, que Marx resume como: dirección, vigilancia y
enlace (p. 267) [8]. Es obvio que, si corresponde al último caso, el trabajador
asalariado queda excluido de la clase obrera, aún si su salario, su educación,
sus costumbres y su ambiente social lo llevan a confundirse con ella. Basta
observar su comportamiento en un momento cualquiera de agudización de la lucha
de clases -una huelga, por ejemplo- para comprobar esto.
El paso siguiente tiene que darse necesariamente fuera de la economía. La
procedencia social, los mecanismos de movilidad a que están sujetos, la
educación, el ambiente familiar y de trabajo de los individuos modifican su
comportamiento y, más que eso, moldean su visión del mundo y la percepción que
ellos tienen de sí mismos. Para definir una clase social en un momento histórico
dado no basta, pues, considerar la posición que objetivamente ocupan los hombres
en la reproducción material de la sociedad. Es necesario, además, considerar los
factores sociales e ideológicos que determinan su conciencia en relación al
papel que en ella creen desempeñar. Pese a las críticas que ha sufrido esta
asertiva, sólo en última instancia la base económica determina la conciencia. Y
lo hace mediante la dinámica social concreta, es decir, a través de la lucha de
clases. Y a tal punto que, en circunstancias dadas, aún trabajadores que, por su
posición en la reproducción económica, no están incluídos directamente en la
clase obrera o que se consideran ajenos a ella pueden coincidir con sus
aspiraciones y asimilarse al movimiento obrero [9].
Ello se debe a que, más allá de la conciencia que puedan tener de su pertenencia
de clase, los obreros productivos o improductivos, cualquier que sea la
modalidad bajo la cual realizan su trabajo y el ámbito donde lo hacen, del mismo
modo que otras clases o fracciones de clase sometidas al capital, tienen
intereses comunes, cuya percepción establece la base posible de un proyecto de
vida solidario. Esta es la razón por la cual todas las instituciones y
mecanismos del juego político que caracterizan a la sociedad burguesa, así como
sus variadas expresiones ideológicas, visan a bloquear esa percepción, a
disolver la unidad latente entre los trabajadores antes que esta tome forma, a
cerrarle el paso a la comprensión de los hechos reales que constituyen la
esencia del orden capitalista y de su desarrollo.
Para contrarrestar la acción desagregadora que realiza el capital, no queda sino
reflexionar sobre esos hechos, buscando discernir en qué consisten y hacia donde
tienden. Antes de abandonar el campo del marxismo, como lo están haciendo muchos
por desinformación, perplejidad o por interés, habría que agotar primero las
posibilidades que él nos ofrece para proceder a esa reflexión. De mi parte,
estoy convencido que ello nos llevará a un redescubrimiento de la clase obrera y
del papel que puede ser hoy el suyo en la tarea de pensar y construir un mundo
mejor.
Notas
1. Las referencias a Marx que van entre paréntesis corresponden a la edición de
El Capital, México, FCE.
2. Cf. Reich, R. B., The Work of Nations, N. York, Vintage Books, 1992, pp.
85-86.
3. La conclusión de Marx va en este sentido: “Para el capitalista industrial los
gastos de circulación aparecen y son en realidad gastos muertos. Para el
comerciante son la fuente de su ganancia... Por consiguiente, la inversión que
suponen estos gastos de circulación es, para el capital mercantil, una inversión
productiva. Y también el trabajo comercial comprado por él es, para él, un
trabajo directamente productivo”. Marx, El Capital, op. cit., III, p. 294,
subrayados míos. Planteada la cuestión en estos términos, el trabajo productivo
es aquel que permite al capital producir o apropiarse de plusvalía.
4. Autores menos avisados ubican al sistema llamado just-in-time prácticamente
al nivel de las grandes innovaciones tecnológicas contemporáneas. De hecho,
aunque dependa de éstas, ya que supone mayor sincronización y padronización de
la producción, el just-in-time es simplemente un mecanismo destinado a superar
esa contradicción, en la medida en que reduce los stocks de insumos requeridos
en el proceso de producción, contribuyendo a acortar el tiempo de rotación y,
pues, a bajar los costos de circulación, factores que influyen decisivamente en
la cuota de ganancia. Su importancia es determinante para la subordinación de
los productores de insumos a los grandes industriales -lo que, sea dicho de
paso, corresponde a una forma disfrazada de centralización del capital, del
mismo modo que la tercerización de la producción-.
5. “... este obrero comercial es un obrero asalariado como otro cualquiera. En
primer lugar, porque su trabajo es comprado por el capital variable del
comerciante y no por el dinero gastado como renta, lo que quiere decir que no se
compra simplemente para el servicio desembolsado. En segundo lugar, porque el
valor de su fuerza de trabajo y, por tanto, su salario, se halla determinado, al
igual que en los demás obreros asalariados, por el costo de producción de su
fuerza de trabajo específica y no por el producto de su trabajo.” (p. 286)
6. Este equívoco deriva del hecho de que, al construir sus esquemas de
reproducción, en la tercera sección del Libro II de El Capital, Marx adopta esa
premisa, por razones que hemos analizado en otra oportunidad. Cf. mi ensayo
“Plusvalía extraordinaria y acumulación de capital”, Cuadernos Políticos
(México), n. 20, abril-junio de 1979, especialmente pp. 20-21. Y, refiriéndose a
la obra Reforma social o revolución?, Grossmann destaca: “Ya en 1899, Rosa
Luxemburgo comprueba en su polémica contra Bernstein que el análisis de Marx ‘no
supone... para la realización del objetivo socialista... la desaparición
absoluta del pequeño capital y... de la pequeña burguesía, como condición para
que pueda lograrse el socialismo`”. Grossmann, H., Ensayos sobre la teoría de
las crisis. Dialéctica y metodología en “El Capital”, México, Cuadernos de
Pasado y Presente n. 79, 1979, p. 143.
7. Reich, op. cit., pp. 83 ss.
8. “Al desarrollarse la cooperación en gran escala, este despotismo [del
capital, RMM} va presentando sus formas peculiares y sus características;
primero, tan pronto como su capital alcanza un límite mínimo, a partir del cual
comienza la verdadera producción capitalista, el patrono se exime del trabajo
manual; luego, confía la función de vigilar directa y constantemente a los
obreros aislados y a los grupos de obreros a una categoría especial de obreros
asalariados. Lo mismo que los ejércitos militares, el ejército obrero puesto
bajo el mando del mismo capital reclama toda una serie de jefes (directores,
gerentes, managers) y oficiales (inspectores, foremen, overlookers, capataces,
contramaestres), que durante el proceso de trabajo llevan el mando en nombre del
capital.” (I, p. 268).
9. La adhesión de los trabajadores intelectuales: profesores, estudiantes,
profesionales, empleados públicos a valores de inspiración obrera, que fue una
marca distintiva de los movimientos de 1968, resultó de la práctica de esos
sectores que, en su movilización por mejores condiciones de vida y de trabajo,
empezaron a adoptar formas de organización y lucha como el sindicato y la
huelga. Esto se ha podido observar claramente en América Latina desde principios
de aquella década y no sólo aquí. Los años 70 asistieron al auge de esa
tendencia, que hoy se encuentra en declinación.
Fuente: Archivo de Ruy Mauro Marini.
http://www.marini-escritos.unam.mx/023_trabajo_productivo_es.htm
Economía
Déficit presupuestario e internacionalización del capital en la teoría marxista
*
Por Ernest Mandel
Hemos traducido este texto que Ernest Mandel, uno de los economistas marxistas
más importante de la segunda mitad del siglo XX, publicó en el periódico de la
sección belga de la IV Internacional, La Gauche, en su número n°14, el 12 de
agosto de 1992, tres años antes de su muerte. Un artículo que, pasados ya casi
20 años, mantiene una increíble actualidad. [Trad. por G. Buster para SP]
«Para que el déficit presupuestario no genere inflación antes de que se alcance
el pleno empleo, es necesario que los impuestos directos aumenten en la misma
proporción que las rentas. Pero la burguesía prefiere suscribir deuda pública a
pagar impuestos: la deuda paga dividendos, los impuestos no. El fraude fiscal es
un fenómeno generalizado en la sociedad burguesa del siglo XX. Por ello, el
déficit presupuestario va acompañado prácticamente siempre de un crecimiento de
la deuda pública.»
«Ante el ascenso de las multinacionales, el estado-nación ha dejado de ser un
instrumento económico adecuado para la burguesía. Pero sigue necesitándolo para
auto-defenderse. Necesita al estado para defender sus intereses particulares
frente a los competidores extranjeros. Necesita el estado para amortiguar los
choques de las crisis económicas y sociales. Necesita el estado para reprimir en
caso de crisis socio-económicas explosivas. En la medida en que el estado nación
le es menos útil, tiende a sustituirlo por instituciones supranacionales. Pero
para que estas adquieran funciones comparables a las estatales, hay que superar
importantes obstáculos políticos, culturales, ideológicos. Y acaba siendo mucho
más complicado que lo previsto inicialmente.»
«Ante la internacionalización creciente del capital y del poder de las
multinacionales no hay más que dos estrategias posibles para los asalariados y
los activistas de los nuevos movimientos sociales. La primera es la de la
colaboración de clases con su propia burguesía, contra los “alemanes”, los
“británicos”, los “españoles” o los “japoneses”, en una alianza de patrones y
trabajadores. Esta estrategia no solo es reaccionaria ideológicamente, sino que
nutre el chovinismo, el egoísmo a corto plazo, la xenofobia o el racismo. Es
también una estrategia del avestruz. Como las multinacionales siempre
encontrarán un país en el que los salarios sean más bajos, las condiciones de
trabajo más duras, las libertades democráticas más limitadas, adoptar esa
estrategia es sumirse en una espiral de salarios, condiciones de trabajo o
libertades democráticas cada vez peores. Es luchar por una “igualación a la
baja”.»
Fue el economista británico John Maynard Keynes quién puso en primer plano la
utilización del déficit presupuestario como instrumento para combatir la crisis
económica y el paro. Una idea que ha sido parcialmente recuperada por el
movimiento obrero organizado en numerosos países para relanzar la economía a
través de un incremento significativo del gasto en obras públicas. Ese fue el
caso en los años treinta en Bélgica del Plan de Trabajo del Partido Obrero
belga.
Desde el punto de vista teórico, aumentar la demanda global (el poder de compra
globalmente disponible) en un país dado facilita la recuperación económica en
tanto haya disponible capacidad de producción no utilizada: trabajadores en
paro, reservas de materias primas, maquinaria que no se utiliza a tiempo
completo, etc. Estos recursos no utilizados son de alguna forma movilizados por
el poder de compra suplementario que resulta del déficit presupuestario.
Mientras que esas reservas no se agoten, el déficit presupuestario no tiene por
qué desembocar inevitablemente en inflación.
Pero hay un pero. Para que el déficit presupuestario no genere inflación antes
de que se alcance el pleno empleo, es necesario que los impuestos directos
aumenten en la misma proporción que las rentas. Pero la burguesía prefiere
suscribir deuda pública a pagar impuestos: la deuda paga dividendos, los
impuestos no. El fraude fiscal es un fenómeno generalizado en la sociedad
burguesa del siglo XX. Por ello, el déficit presupuestario va acompañado
prácticamente siempre de un crecimiento de la deuda pública.
El servicio de dicha deuda supone un peso cada vez mayor del gasto público.
Tiende a hacer crecer el déficit presupuestario sin ningún efecto positivo sobre
el empleo. Por el contrario: como los asalariados y las asalariadas pagan sus
impuestos antes de recibir su paga, retenidos de la nómina, el crecimiento de la
deuda pública implica una redistribución de la renta nacional a expensas de los
asalariados y en beneficio de la burguesía.
Keynes lo admitía no sin cierto cinismo. En su opinión, los asalariados y los
sindicatos serían más sensibles a una reducción de los salarios nominales y de
las prestaciones de la seguridad social que a una reducción efectiva de los
salarios reales netos, acompañada de una subida de los salarios nominales (una
visión que ha sido puesta en cuestión en los últimos decenios). Pero ¿el
crecimiento de las rentas de los capitalistas no estimula las inversiones y, por
lo tanto, el empleo? Esta es la tesis de los defensores de la recuperación a
través de las “políticas de oferta”, adversarios de Keynes en los años treinta y
que han tenido una gran influencia sobre Reagan y la Sra. Thatcher.
De nuevo, no existen “automatismos”
Los argumentos de Keynes a este respecto son convincentes. Los capitalistas no
están obligados a reinvertir sus beneficios suplementarios en la producción.
Pueden optar por atesorarlos o utilizarlos con fines estrictamente
especulativos. Pero cuando los invierten puede ser como inversiones de
racionalización que supriman empleos en vez de crearlos.
Los capitalistas no trabajan para el “interés general”. Lo que buscan es
aumentar al máximo sus beneficios. Esa conducta es la que acaba por provocar el
crecimiento periódico del paro y las crisis económicas más o menos largas. En el
curso de estas crisis, el volumen y la tasa de ganancias caen. La restauración
de la tasa de ganancias es una prioridad absoluta para la burguesía. El aumento
de la tasa de explotación de los asalariados –en términos marxistas, la tasa de
plusvalía− es el medio que utiliza para ello. La política de austeridad se
convierte en su programa. La deflación “monetarista” y la inflación keynesiana
no son sino dos variantes de esta misma orientación fundamental.
Un balance histórico incontrovertible
El balance histórico de la política keynesiana es bastante evidente. La
experiencia más prometedora, el New Deal de Roosevelt, se saldó en un fracaso
vergonzante. A pesar del crecimiento del gasto público, acabó desembocando en la
crisis de 1938, con más de diez millones de parados en Estados Unidos. Solo la
economía de rearme acelerado consiguió acabar con el paro masivo. Se confirmo
así el diagnostico de Rosa Luxemburg, que identificó que la economía de
producción de armamentos es el “mercado substitutivo” por excelencia de la época
imperialista.
Después de 1948 fue la amplitud de los gastos en armamento en Estados Unidos lo
que se convirtió en el motor de la expansión de la economía capitalista
internacional en su conjunto. Fueron ellos los que sostuvieron la “onda larga
expansiva” de la economía capitalista, a costa de un déficit presupuestario y de
una inflación permanentes. El otro estímulo principal de la expansión fue el
crecimiento enorme del crédito, es decir de la deuda, tanto de las grandes
compañías como de los hogares mas pobres. Como hemos explicado una y otra vez,
la economía capitalista se ha expandido flotando sobre un mar de deuda. Sólo la
deuda en dólares alcanza actualmente la cifra astronómica de 10 billones de
dólares, que incluye la famosa “deuda del tercer mundo” que afecta a más del 50%
de los habitantes del planeta, pero que no representa más que el 15% del total.
Esta explosión de la deuda representa igualmente un mercado de substitución.
Crea un poder de compra suplementario que permite amortiguar los efectos de las
contradicciones internas del capitalismo. Pero esta capacidad de amortiguación
es solo temporal. La hora de la verdad se retrasa, pero no indefinidamente. El
endeudamiento creciente alimenta inevitablemente la inflación. A partir de un
cierto umbral, en vez de estimular la expansión, comienza a estrangularla. Ello
precipita la conversión de la “onda larga expansiva” en “onda larga depresiva”,
tal y como ocurrió a finales de los años 60 y comienzos de los 70.
Hay además algo irreal en la oposición desarrollada por los dogmáticos del
neoliberalismo entre las llamadas políticas de “oferta” y las políticas de
“demanda” a través del déficit presupuestario. El déficit presupuestario nunca
ha sido tan grande como bajo la administración del autoproclamado campeón del
neoliberalismo, Ronald Reagan. Lo mismo se puede afirmar en buena medida de la
Sra. Thatcher. Ambos han sido campeones de un neo-keynesianismo de choque, a
pesar de sus profesiones de fe en sentido contrario. El verdadero debate no es
sobre el tamaño del déficit presupuestario, sino en qué se utiliza. ¿Que clase
social o fracciones de clase se benefician?, ¿con que resultados para el
conjunto de la economía y de la sociedad?
En este sentido, los datos empíricos son incontrovertibles. El neo-keynesianismo
de Reagan y de la Sra. Thatcher, asociado a los dogmas “monetaristas” (como la
estabilidad monetaria a todo precio) ha reforzado brutalmente en todos lados la
ofensiva de austeridad del gran capital. Se ha reducido el gasto social y las
inversiones en infraestructuras. Se han multiplicado los gastos de armamento en
Estados Unidos, Gran Bretaña y en menor medida en Japón y Alemania. Han
aumentado los subsidios a las empresas privadas. Ha crecido la desigualdad
social. Se ha estimulado el paro, que ha pasado de 10 a 50 millones de
desempleados, si no más, en los países imperialistas, y ha alcanzado, si no
superado, los 500 millones de personas en el “tercer mundo”. Los efectos
sociales globales han sido aún más desastrosos. Los cursos de economía del
desarrollo que se imparten en todas las universidades del mundo afirman con toda
la razón que las inversiones más productivas a largo plazo son las que tienen
lugar en los sectores de la enseñanza, la sanidad pública y las
infraestructuras. Pero los dogmáticos del neoliberalismo hacen caso omiso de
esta sabiduría elemental cuando abordan los problemas de las finanzas públicas
bajo el principio del “restablecimiento del equilibrio” a cualquier precio.
Cortan en primer lugar los presupuestos de enseñanza, sanidad e
infraestructuras, con efectos desastrosos a medio plazo, incluidos los que se
dan sobre la productividad.
¿Quiere ello decir que los socialistas y los humanistas deben preferir el
keynesianismo tradicional, que defiende las distintas variantes del “estado del
bienestar”, en vez del cóctel envenenado de monetarismo y neo-keynesianismo que
se nos quiere servir hoy? La respuesta parece ser obvia, pero debemos matizarla.
El keynesianismo tradicional implica formas diversas de ejercicio y reparto del
poder en el marco de la sociedad burguesa. Ello conlleva siempre diversas formas
de “contrato social” y de consenso con el gran capital sobre la base de lo que
es aceptable para el gran capital, es decir, de un “consenso” unilateral
(socialismo de gestión). A ello oponemos la prioridad absoluta de la defensa de
los intereses inmediatos de los asalariados y de los objetivos válidos de los
“nuevos movimientos sociales” (ecologistas, feministas, pacifistas, de
solidaridad con el tercer mundo). Ello exige mantener o recuperar la
independencia política de la clase de los asalariados y asalariadas. Por otra
parte, el keynesianismo tradicional como mal menor en relación con las políticas
deflacionistas sólo tiene sentido si produce una reducción rápida y radical del
paro. Porque en las condiciones actuales, el neo-keynesianismo lleva a un
crecimiento del paro y de la marginación de sectores cada vez mayores de la
población. No supone ningún freno al objetivo de la burguesía de una “sociedad
dual”, a la división institucional de la clase asalariada, a la degradación y
desmoralización creciente de sectores de las clases trabajadoras. Mediante la
despolitización y la desesperanza se crea así el caldo de cultivo para el
crecimiento de la extrema derecha neo-fascista.
El peso de las multinacionales
El capitalismo tardío se caracteriza por otra parte por una concentración y
centralización internacional del capital sin comparación con el pasado. Las
compañías multinacionales se han convertido en la principal forma de
organización del gran capital. Menos de 700 empresas dominan la mayor parte del
mercado mundial. Ante las todo poderosas multinacionales, los estados-nación
tradicionales son cada vez más incapaces de aplicar en los hechos una política
económica coherente y eficaz. Es cierto que las multinacionales no son la única
forma que adoptan las grandes empresas. A su lado subsisten grandes empresas
sectoriales esencialmente “nacionales”, además de empresas públicas y mixtas de
todo tipo y diferentes en cada país. El papel económico del estado-nación no se
ha reducido, por lo tanto, a cero. Pero hay que reconocer que esta es la
tendencia fundamental a largo plazo, es decir, un declive gradual (ni inmediato,
ni total) de la eficacia del intervencionismo económico del estado nacional. La
ofensiva ideológica del neoliberalismo es en gran medida el producto y no la
causa de esta evolución.
Ante el ascenso de las multinacionales, el estado-nación ha dejado de ser un
instrumento económico adecuado para la burguesía. Pero sigue necesitándolo para
auto-defenderse. Necesita al estado para defender sus intereses particulares
frente a los competidores extranjeros. Necesita el estado para amortiguar los
choques de las crisis económicas y sociales. Necesita el estado para reprimir en
caso de crisis socio-económicas explosivas. En la medida en que el estado nación
le es menos útil, tiende a sustituirlo por instituciones supranacionales. Pero
para que estas adquieran funciones comparables a las estatales, hay que superar
importantes obstáculos políticos, culturales, ideológicos. Y acaba siendo mucho
más complicado que lo previsto inicialmente.
De la misma manera, la unificación de la Europa capitalista sigue arrastrándose
entre una vaga confederación de estados soberanos (una zona de libre cambio), y
una federación europea de carácter realmente estatal, con una moneda común, un
banco central común, una política industrial y agrícola común, un ejercito y una
policía comunes, todos ellos representados por un auténtico gobierno común. Las
instituciones surgidas del acta única o de los Acuerdos de Maastricht reflejan
bien ese carácter híbrido. Se trata de instituciones pre-estatales, semi-estatales,
que no son realmente estatales. El auténtico poder sigue en manos del consejo de
ministros, es decir de los doce gobiernos asociados. Las transferencias reales
de soberanía son muy limitadas. La disparidad de las realidades nacionales sigue
pesando mucho.
Ni repliegue proteccionista ni euforia europeísta
Los Acuerdos de Maastricht imponen a los estados que participan de pleno derecho
en la Europa unida una reducción del déficit presupuestario del 3% del PIB para
mantener la estabilidad monetaria. Pocos estados alcanzarán este objetivo en
1996, en 1997 o 1998. ¿Se avanzará a una Europa a cinco (Alemania, Francia,
Benelux)? Todo el mecanismo parece gripado. Hay que añadir además una bomba
retardada: los efectos a medio plazo de la llamada “estabilización
presupuestaria” sobre la coyuntura económica y especialmente sobre el empleo.
Según una nota confidencial de la OCDE, dichos efectos serán muy negativos. Solo
el hecho de que Maastricht implique un reforzamiento de la política de
austeridad es motivo más que suficiente para que el movimiento obrero y la
izquierda alternativa rechacen dichos acuerdos.
Pero no hay que engañarse. En realidad, con la excusa del “rigor
presupuestario”, Maastricht no es más que una política dura de austeridad con la
que se han comprometido todos los gobiernos. Es a esa política de austeridad a
la que hay que enfrentarse, más allá de los acuerdos de Maastricht. Es decir, la
oposición a Maastricht no debe adoptar la forma de un repliegue proteccionista y
nacionalista.
Una estrategia de ese tipo sería una pérdida de tiempo, porque nos volvería a
confrontar con las políticas de austeridad. Incluso proporcionaría una
“justificación” ideológica adicional: la defensa de la soberanía nacional. ¿No
ha sido así como la dirección del Partido Socialista belga, los Martens o
Dehaene han abrazado las políticas de austeridad para defender la
“competitividad nacional” o “nuestra” industria?
Ante la internacionalización creciente del capital y del poder de las
multinacionales no hay más que dos estrategias posibles para los asalariados y
los activistas de los nuevos movimientos sociales. La primera es la de la
colaboración de clases con su propia burguesía, contra los “alemanes”, los
“británicos”, los “españoles” o los “japoneses”, en una alianza de patrones y
trabajadores. Esta estrategia no solo es reaccionaria ideológicamente, sino que
nutre el chovinismo, el egoísmo a corto plazo, la xenofobia o el racismo. Es
también una estrategia del avestruz. Como las multinacionales siempre
encontrarán un país en el que los salarios sean más bajos, las condiciones de
trabajo más duras, las libertades democráticas más limitadas, adoptar esa
estrategia es sumirse en una espiral de salarios, condiciones de trabajo o
libertades democráticas cada vez peores. Es luchar por una “igualación a la
baja”.
La segunda estrategia es la única eficaz, la de la unidad y colaboración de los
asalariados de todos los países y de sus aliados contra los patronos de todos
los países, con el objetivo de mantener todas las conquistas sociales y de
elevar progresivamente los salarios, la seguridad social, las condiciones de
trabajo de los asalariados de los países más desfavorecidos en relación con los
países con mayores conquistas. Es la lógica de la “igualación por lo alto”.
Coordinar la respuesta internacional
Es verdad que en el seno de las instituciones europeas, hay matices que
enfrentan a las fuerzas del “centro-izquierda” con las del “centro-derecha”. Los
debates en relación con la “carta social europea” dan testimonio de estas
diferencias. Por ello, no defendemos la política de cuanto peor, mejor. Pero no
tenemos más remedio que constatar que ambos defienden la política de austeridad.
No nos oponemos por lo tanto a la Europa de Maastricht y las multinacionales en
nombre de una prioridad de acción política en el marco del estado-nación.
Nuestro objetivo a largo plazo son los Estados Unidos Socialistas de Europa, en
la vía de la Federación Socialista Mundial, único marco adecuado para resolver
los acuciantes problemas de la Humanidad.
Apoyamos todas las iniciativas que favorecen la toma de conciencia de la
necesidad de una acción común de los asalariados en el terreno político a escala
europea. Por ello estamos a favor de todo aquello que ayude a una protección
común de los asalariados a escala europea, sobre todo de los más desfavorecidos.
Sabemos que no se crearán a corto y medio plazo los Estados Unidos Socialistas
de Europa, dada la correlación de fuerzas existente. Por ello damos la máxima
prioridad a la defensa intransigente de los intereses inmediatos, económicos y
políticos de las masas, tanto a nivel europeo como nacional.
La prioridad es la acción de masas extra-parlamentaria. Esta prioridad no supone
rechazar ninguna iniciativa parlamentaria o legislativa en los Parlamentos
nacionales o en su sucedáneo europeo. Implica al mismo tiempo una dimensión
moral decisiva: la recuperación por parte del movimiento obrero, de los
asalariados y sus aliados, del principio de la solidaridad, que expresa de forma
tan admirable la consigna del sindicalismo americano: “un ataque a uno es un
ataque contra todos”.
Ernest Mandel (1923-1995), economista marxista belga, fue autor de obras
fundamentales como elTratado de Economía Marxista (1962), El Capitalismo Tardío
(1972) y Las Ondas Largas del Desarrollo Capitalista (1978 y 1995). Como
dirigente de la IV Internacional fue autor de numerosos libros de análisis y
crítica política.
Fuente: http://dedona.wordpress.com/2010/03/01/deficit-presupuestario-e-internacionalizacion-del-capital-en-la-teoria-marxista-ernest-mandel/
* Enviado al Cuaderno de la Ciencia Social por Gustavo Battistoni
Filosofía
Marx y
Aristóteles
Por Nicolás González Varela
12 de septiembre de 2010
“El Naturalismo, o Humanismo consistente se distingue tanto del Idealismo como
del Materialismo, y es, al mismo tiempo, la Verdad unificadora de ambos. Sólo el
Naturalismo es capaz de comprender el acto de la Historia Universal.”: Karl
Marx, ‘Nachlass’, 1844, III Manuskript [1]
Si Karl Marx tiene una característica es evitar el elogio desmedido, la
aclamación desproporcionada. A la cruda ironía del desprecio que aplica a sus
oponentes le contrapone la aséptica aplicación escolar de un comentario a sus
autores más afines. Cuando Marx afirma que Aristóteles es el “Alejandro Magno de
la filosofía griega”[2], le llama “gigante del pensamiento” y le considera uno
de los filósofos “mas intensivos” junto a Spinoza y Hegel, demuestra su enorme
admiración y respeto intelectual, quizá sólo comparable a la que tenía por el
oscuro Hegel.
Aristóteles es un pensador dotado de una ciencia verdaderamente enciclopédica,
dirá Marx, al que hay que tener en especial estima entre todos los filósofos de
la Antigüedad. La filosofía moderna, dirá en otro escrito, no ha hecho otra cosa
que simplemente llevar “adelante la labor ya iniciada… por Aristóteles”, el cual
radicalmente “rechazaba la eternidad del Espíritu ‘individual’ y el Dios de las
religiones positivas.” En los Hefte preparatorios a su trabajo de habilitación
académico, opone Aristóteles a Platón y no tiene ninguna duda de la superioridad
de la teoría del Estagirita. Mientras Aristóteles ha intentado construir una
ciencia verdadera, Platón ha intentado crear una especie de nueva religión, de
llevar al climax una acabada filosofía acabada de la trascendencia. La obra de
Platón posee una característica esencial: “la analogía de la filosofía platónica
con toda religión positiva”. Marx acepta ad litteram la crítica aristotélica a
la teoría de las ideas tal como la encuentra expuesta en Metafísica, Libro I. En
este punto es un antiplatónico desde la perspectiva ortodoxa de Aristóteles.
Incluso, señala Marx, Aristóteles supo vislumbrar las superioridad de las formas
primitivas de la Dialéctica en su crítica a los pitagóricos: “Aristóteles ya
criticaba de un modo profundo la superficialidad de un método que parte de un
Principio abstracto, sin dejar que este Principio mismo se supere en formas más
altas.” En su teoría científica es posible encontrar lo que Marx denomina la
“Singularidad conceptual real (wirkliche begriffliche Einzelnheit)”.
¿Aristóteles una suerte de Ur-Hegel? ¿están ya en su obra las simientes de la
Dialéctica de la certeza sensorial, la Dialektik der sinnlichen Gewißheit?
¿Aristóteles es el primero para Marx en establecer al Hombre como un ser
natural-activo, ein tätiges Naturwesen?
El impacto de Aristóteles en Marx, aunque temprano y profundo, no es evidente si
no excavamos en profundidad. Una lectura crítica y paciente denota una
influencia intensa y de largo aliento en toda su obra, quizá sólo comparable a
la obra hegeliana. En su Kritik de 1859, su primera obra madura, nuevamente
aparece el gran Aristóteles elevándose sobre Platón: “Aristóteles concibe el
dinero de una manera incomparablemente más multifacética y profunda que
Platón.”[3] Precisamente el abordaje multidisciplinario, desde varios enfoques y
perspectivas, era uno de los grandes aportes metodológicos de Aristóteles en su
estudio De anima. Incluso Aristóteles, subraya Marx, ha vislumbrado en sus
investigaciones los dos movimientos esenciales de la circulación entre mercancía
y dinero (M-D-M y D-M-D) bajo el nombre de “Economía” y “Crematística”,
calificando a la primera como forma natural y racional, mientras que estigmatiza
la segunda como antinatural y contraproducente. No se olvida de él ni en sus
polémicas con sus enemigos teóricos y políticos (con Dühring, por ejemplo), ni
en su correspondencia (con Lassalle), ni en los valiosos Grundrisse, ni en el
mismo Das Kapital, donde en el análisis de la forma valor lo califica de un
brillante genio.[4]
Delimitémonos por ahora a su estapa más temprana, a sus años de joven hegeliano
y estudiante universitario. El detallado conocimiento del opus aristotélico por
el joven Marx está bien documentado durante este momento de su vida. Durante la
preparación de su disertación sobre la Differenz entre Demócrito y Epicuro para
obtener el doctorado en filosofía sucesivamente lee la primera traducción al
alemán de De anima, además De caelo, De partibus animalum, Metafisica, De
generatione e corruptione, Physica (estos dos últimos en edición trilingüe con
texto griego) e incluso los llamados Scholia in Aristotelem, una compilación de
comentarios griegos sobre su obra.[5]
A fines de 1839 el joven Marx comienza a leer, transcribir y a traducir pasajes
elegidos del libro de Aristóteles De anima (?e?? ?????, Peri psyches, Über die
Seele), es simultáneo a su intento de criticar el libro antihegeliano del
neoaristotélico Trendelenburg, proyecto fallido del que ya hablamos. En su tesis
doctoral se permite, discutiendo acerca de la noción de Verdad y del problema de
la certeza de todo saber humano, corregir a Trendelenburg en su juicio sobre la
psicología aristotélica y que no habría sido Aristóteles quien habría
descubierto la contradicción inherente a las ideas de Demócrito.
Traducción, interpretatio y transcripción marxiana pueden verse por primera vez
desplegadas en el primer Berliner Hefte: son dos cuadernos que contienen los
Exzerpte del libro de Aristóteles. El primero tiene las traducciones del propio
Marx y los extractos, con brevísimos comentarios, del Libro III (1-9) del De
anima; el segundo cuaderno carece de comentarios, es el Libro III (9-13) y del
Libro I (1-2). Un posterior cuaderno, utilizado antes que los otros dos, parece
que contenía pasajes y comentarios del Libro II, se ha perdido. El primer
cuaderno que se conserva es datado por el propio Marx como “Aristóteles de anima
II und III. Zweites Heft, lib. III” con fecha “Berlin 1840”; el segundo carece
de fecha.[6]¿Cuál es la razón del joven Marx para elegir esa obra aristotélica?
En primer lugar Aristóteles aquí desarrolla in extenso su idea materialista (y
enfrentada mortalmente a Platón) que el alma es la armonía del cuerpo y puede
llamarse sustancia sólo en cuanto “es la entelequia de un cuerpo natural que
posee la Vida en potencia.” (De anima, II, 1, 412ª). La entelecheia no es más
que el movimiento puesto en actualidad de lo que está en potencia (dynamei). El
alma no puede considerarse separada o autónoma de la propia materialidad de lo
corporal, o sea: carece de la condición de inmortalidad o perennidad.
Aristóteles llegará a compara al alma con la mano, y llamarla “instrumento de
los instrumentos”. El alma, en estrecha composición/conjunción con la
materialidad del cuerpo, es el principio formador del organismo. Los fenómenos
psíquicos, incluso los más sofisticados o complejos, se deben investigar de esta
conexión materialista entre el alma y el cuerpo, es decir: se derivan en última
instancia de la naturaleza psicofísica del organismo. Por ello el alma es eidos
tón sómatos, el fundamento de los seres vivos. Todas las funciones del alma
están ligadas materialmente (fisiológicamente) con el cuerpo; el pensamiento se
relaciona con lo corpóreo como lo cóncavo con lo convexo, pero el alma posee
funciones que están separadas de todo de lo corpóreo.
Aristóteles elimina toda trascendencia, ya sea de la reminiscencia platónica
juntamente con su teoría de las ideas, como la supervivencia del alma entera
después de la desaparición del cuerpo. Es sintomático que Marx profundiza en la
tercera etapa del pensamiento aristotélico, cuando vuelve a la investigación
empírica de los detalles de sus hipótesis y, mediante una consecuente aplicación
de su concepto de eidos (e?d??), Forma, sea el creador de un nuevo tipo de
enfoque científico. Además la nueva dirección de Aristóteles tuvo dos
continentes donde fue más creativa: el ancho campo de la Naturaleza y la
Historia.[7] También Aristóteles modifica en este período su método, no tanto en
la forma del silogismo sino en el contenido de verdad de las premisas de una
demostración científica y también en la forma de exposición. Al diálogo (y
método) dialéctico se le suma, como auxiliar indispensable, el lenguaje
argumentativo, que se ha desarrollado a partir de la propia praxis de los
griegos a través de una prosa no literaria. De anima es una realista
investigación materialista, científico-natural de los procesos psíquicos,
fisiológicos y físicos que no podía sino fascianar a Marx en su combate contra
el idealismo objetivo.
Existía un estímulo fuerte para afrontar este escrito ya en el propio Hegel: en
sus Vorlesungen sobre la Historia de la Filosofía la ubica dentro de la
Filosofía del Espíritu de Aristóteles (la cual divide en Psicología y Filosofía
Práctica), dedicándole un amplio espacio, desglosándola libro por libro. En
cuanto al Libro III en especial, Hegel afirma que Aristóteles proyecta “una
profunda y luminosa mirada sobre la naturaleza de la Conciencia (Natur des
Bewußtseins)… la Reflexión de la Conciencia es la posterior distinción de lo
subjetivo y lo objetivo, el sentir consiste precisamente en levantar esta
separación, en aquella Forma de la Identidad que se abstrae de los subjetivo y
lo objetivo. Lo simple, la verdadera Alma o el Yo es, en la sensación, la unidad
en la diferencia (Empfinden Einheit in der Differenz).”[8] Hegel señala que
Aristóteles pasa de la sensación al Pensamiento y se torna esencialmente
especulativo: “pues el Pensamiento consiste más bien en esto: en no Ser en-sí;
y, por razón de su pureza, su realidad no es el Ser para-otro (Füreinanderessein),
mientras que su posibilidad misma es el Ser para-sí (Fürsichsein)… lo que vale
tanto como decir que el Pensamiento es en-sí el Contenido de lo pensado y que
sólo coincide en lo que es consigo mismo… Es como se ve una actitud altamente
idealista…”[9] Para Hegel, en De anima Aristóteles ha afirmado categóricamente
“que la Razón en-sí es la verdadera Totalidad en general y… que el pensar es
verdaderamente esta actividad que es el Ser para-sí y el Ser en-sí-y-para-sí (Fürsichsein
und Anundfürsichsein), es decir: el Pensamiento del pensamiento (Denken des
Denkens), determinado así de un modo abstracto, pero que constituye por sí mismo
la Naturaleza del Espíritu Absoluto (Natur des absoluten Geistes).”[10]
Notas
[1] Textualmente: “Wir sehn hier, wie der durchgeführte Naturalismus oder
Humanismus sich sowohl von dem Idealismus, als dem Materialismus unterscheidet
und zugleich ihre beide vereinigende Wahrheit ist. Wir sehn zugleich, wie nur
der Naturalismus fähig ist, den Akt der Weltgeschichte zu begreifen.” No es
casualidad que esta afirmación aparece en el capítulo de sus manuscritos
centrado en la crítica materialista de la Dialéctica y la filosofía hegeliana en
general.
[2] “Aristoteles, dem mazedonischen Alexander der griechischen Philosophie”, en:
“Differenz der demokritischen und epikureischen Naturphilosophie”, en: Marx,
Karl/Engels, Friedrich; Gesamtausgabe (MEGA), Abt. 1: Werke, Artikel, Entwürfe
Bd. 1: Karl Marx: Werke, Artikel, literarische Versuche bis März 1843, Akademie
Verlag, 1975, p. 21. En español: Marx, Karl; “Tesis Doctoral. Diferencia entre
la filosofía democriteana y epicúrea de la Naturaleza”, en: Escritos de
Juventud, FCE, México, 1982, p. 20.
[3] “Aristoteles hat das Geld ungleich vielseitiger und tiefer aufgefaßt als
Plato.”, en: Zur Kritik der Politischen Ökonomie, en: Marx, Karl/Engels,
Friedrich; Werke, Band 13, 7, unveränderter Nachdruck der 1. Auflage 1961, Dietz
Verlag, Berlin, 1971, pp. 3-160. En español: Contribución a la Crítica de la
Economía Política, Siglo XXI Editores, México, 1980, p. 105.
[4] “Das Genie des Aristoteles…”, en: Marx, Karl; Das Kapital; Band I, Ullstein,
Frankfurt, 1983, pp. 39-40; en español: Marx, Karl; El Capital, Tomo I/Vol. I,
Siglo XXI, México, 1983, p. 74.
[5] Véase las notas bibliográficas de Marx a su Dissertationsschrift:
“Anmerkungen. Erster Theil”, en: Marx, Karl/Engels, Friedrich; Gesamtausgabe
(MEGA), Abt. 1: Werke, Artikel, Entwürfe Bd. 1: Karl Marx: Werke, Artikel,
literarische Versuche bis März 1843, Akademie Verlag, 1975, p. 59. El joven Marx
maneja también fuentes doxográficas como Diógenes Laercio, Clemente de
Alejandría o Simplicio. En español: Marx, Karl; “Notas de Marx a la Tesis
Doctoral”, en: Escritos de Juventud, FCE, México, 1982, p. 57.
[6] Karl Marx / Friedrich Engels; MEGA (2), Abt. 4: Exzerpte, Notizen,
Marginalien, Band I, Exzerpte und Notizen bis 1842; Texte, Dietz Verlag, Berlin,
1976, p. 155. Según lo que los especialistas afirman en el Apparat, los
cuadernos sobre Aristóteles son iguales que los utilizados en el trabajo sobre
Epicuro y diferentes al resto de los usados en Berlín a partir de 1841, lo que
se puede conjeturar que el trabajo sobre De anima ya estaba concluído en la
mitad de 1840, cf.: Karl Marx / Friedrich Engels; MEGA (2), Abt. 4: Exzerpte,
Notizen, Marginalien, Band I, Apparat, p. 733. Véase: Natali, Claudio:
“Aristotele in Marx (1837-1846)”, en: Rivista critica di storia della filosofia,
31 (1976), pp. 164-192.
[7] Sobre la nueva dirección de Aristóteles y sus innovaciones en Ciencias
Naturales y en la Filosofía de la Historia, véase: Jaeger, Werner; Aristóteles.
Bases para la historia de su desarrollo intelectual, FCE, México, 1984, p. 372 y
ss. En cuanto a las relaciones de De anima con los procesos psico-físicos en la
obra de Arstóteles, véase: Düring, Ingemar;Aristóteles. Exposición e
interpretación de su pensamiento, Universidad nacional Autónoma de México, 1990,
p. 857 y ss. Sobre la interpretación de De anima, véase: Nussbaum, M. C./Rorty,
A. O. (eds.); Essays on Aristole’s ‘De anima’, Oxford University Press, Oxford,
1992. Sobre De anima en particular, es mu ñutil ele xtenso estudio de Roland
Polansky,Aristotle’s ‘De anima’, Cambridge University Press, New York, 2007.
[8] Hegel, F. W. G.; Vorlesungen über die Geschichte der Philosophie, Werke in
zwanzig Bänden. Band 19, Suhrkamp, Frankfurt, 1979, pp. 210-211. En español:
Lecciones sobre Historia de la Filosofía, II, Editorial FCE, México, 1985, pp.
302-303.
[9] Ibidem; p. 213; p. 305.
Fuente: http://gramscimania.blogspot.com/2010/09/art-von-schatzgraber-marx-y-aristoteles.html
Sociología
20/07/2010
Entrevista a Zygmunt Bauman
Por Héctor Pavón
How to spend it.... Cómo gastarlo. Ese es el nombre de un suplemento del diario
británico Financial Times. Ricos y poderosos lo leen para saber qué hacer con el
dinero que les sobra. Constituyen una pequeña parte de un mundo distanciado por
una frontera infranqueable. En ese suplemento alguien escribió que en un mundo
en el que "cualquiera" se puede permitir un auto de lujo, aquellos que apuntan
realmente alto "no tienen otra opción que ir a por uno mejor..." Esta
cosmovisión le sirvió a Zygmunt Bauman para teorizar sobre cuestiones
imprescindibles y así intentar comprender esta era. La idea de felicidad, el
mundo que está resurgiendo después de la crisis, seguridad versus libertad, son
algunas de sus preocupaciones actuales y que explica en sus recientes libros:
Múltiples culturas, una sola humanidad (Katz editores) y El arte de la vida (Paidós).
"No es posible ser realmente libre si no se tiene seguridad, y la verdadera
seguridad implica a su vez la libertad", sostiene desde Inglaterra por escrito.
Bauman nació en Polonia pero se fue expulsado por el antisemitismo en los 50 y
recaló en los 60 en Gran Bretaña. Hoy es profesor emérito de la Universidad de
Leeds. Estudió las estratificaciones sociales y las relacionó con el desarrollo
del movimiento obrero. Después analizó y criticó la modernidad y dio un
diagnóstico pesimista de la sociedad. Ya en los 90 teorizó acerca de un modo
diferente de enfocar el debate cuestionador sobre la modernidad. Ya no se trata
de modernidad versus posmodernidad sino del pasaje de una modernidad "sólida"
hacia otra "líquida". Al mismo tiempo y hasta el presente se ocupó de la
convivencia de los "diferentes", los "residuos humanos" de la globalización:
emigrantes, refugiados, parias, pobres todos. Sobre este mundo cruel y desigual
versó este diálogo con Bauman.
Uno de sus nuevos libros se llama Múltiples culturas, una sola humanidad. ¿Hay
en este concepto una visión "optimista" del mundo de hoy?
Ni optimista ni pesimista... Es sólo una evaluación sobria del desafío que
enfrentamos en el umbral del siglo XXI. Ahora todos estamos interconectados y
somos interdependientes. Lo que pasa en un lugar del globo tiene impacto en
todos los demás, pero esa condición que compartimos se traduce y se reprocesa en
miles de lenguas, de estilos culturales, de depósitos de memoria. No es probable
que nuestra interdependencia redunde en una uniformidad cultural. Es por eso que
el desafío que enfrentamos es que estamos todos, por así decirlo, en el mismo
barco; tenemos un destino común y nuestra supervivencia depende de si cooperamos
o luchamos entre nosotros. De todos modos, a veces diferimos mucho en algunos
aspectos vitales. Tenemos que desarrollar, aprender y practicar el arte de vivir
con diferencias, el arte de cooperar sin que los cooperadores pierdan su
identidad, a beneficiarnos unos de otros no a pesar de, sino gracias a nuestras
diferencias.
Es paradójico, pero mientras se exalta el libre tránsito de mercancías, se
fortalecen y construyen fronteras y muros. ¿Cómo se sobrevive a esta tensión?
Eso sólo parece ser una paradoja. En realidad, esa contradicción era algo
esperable en un planeta donde las potencias que determinan nuestra vida,
condiciones y perspectivas son globales, pueden ignorar las fronteras y las
leyes del estado, mientras que la mayor parte de los instrumentos políticos
sigue siendo local y de una completa inadecuación para las enormes tareas a
abordar. Fortificar las viejas fronteras y trazar otras nuevas, tratar de
separarnos a "nosotros" de "ellos", son reacciones naturales, si bien
desesperadas, a esa discrepancia. Si esas reacciones son tan eficaces como
vehementes es otra cuestión. Las soberanías locales territoriales van a seguir
desgastándose en este mundo en rápida globalización.
Hay escenas comunes en Ciudad de México, San Pablo, Buenos Aires: de un lado
villas miseria; del otro, barrios cerrados. Pobres de un lado, ricos del otro.
¿Quiénes quedan en el medio?
¿Por qué se limita a las ciudades latinoamericanas? La misma tendencia prevalece
en todos los continentes. Se trata de otro intento desesperado de separarse de
la vida incierta, desigual, difícil y caótica de "afuera". Pero las vallas
tienen dos lados. Dividen el espacio en un "adentro" y un "afuera", pero el
"adentro" para la gente que vive de un lado del cerco es el "afuera" para los
que están del otro lado. Cercarse en una "comunidad cerrada" no puede sino
significar también excluir a todos los demás de los lugares dignos, agradables y
seguros, y encerrarlos en sus barrios pobres. En las grandes ciudades, el
espacio se divide en "comunidades cerradas" (guetos voluntarios) y "barrios
miserables" (guetos involuntarios). El resto de la población lleva una incómoda
existencia entre esos dos extremos, soñando con acceder a los guetos voluntarios
y temiendo caer en los involuntarios.
¿Por qué se cree que el mundo de hoy padece una inseguridad sin precedentes? ¿En
otras eras se vivía con mayor seguridad?
Cada época y cada tipo de sociedad tiene sus propios problemas específicos y sus
pesadillas, y crea sus propias estratagemas para manejar sus propios miedos y
angustias. En nuestra época, la angustia aterradora y paralizante tiene sus
raíces en la fluidez, la fragilidad y la inevitable incertidumbre de la posición
y las perspectivas sociales. Por un lado, se proclama el libre acceso a todas
las opciones imaginables (de ahí las depresiones y la autocondena: debo tener
algún problema si no consigo lo que otros lograron ); por otro lado, todo lo que
ya se ganó y se obtuvo es nuestro "hasta nuevo aviso" y podría retirársenos y
negársenos en cualquier momento. La angustia resultante permanecería con
nosotros mientras la "liquidez" siga siendo la característica de la sociedad.
Nuestros abuelos lucharon con valentía por la libertad. Nosotros parecemos cada
vez más preocupados por nuestra seguridad personal... Todo indica que estamos
dispuestos a entregar parte de la libertad que tanto costó a cambio de mayor
seguridad.
Esto nos llevaría a otra paradoja. ¿Cómo maneja la sociedad moderna la falta de
seguridad que ella misma produce?
Por medio de todo tipo de estratagemas, en su mayor parte a través de
sustitutos. Uno de los más habituales es el desplazamiento/trasplante del terror
a la globalización inaccesible, caótica, descontrolada e impredecible a sus
productos: inmigrantes, refugiados, personas que piden asilo. Otro instrumento
es el que proporcionan las llamadas "comunidades cerradas" fortificadas contra
extraños, merodeadores y mendigos, si bien son incapaces de detener o desviar
las fuerzas que son responsables del debilitamiento de nuestra autoestima y
actitud social, que amenazan con destruir. En líneas más generales: las
estratagemas más extendidas se reducen a la sustitución de preocupaciones sobre
la seguridad del cuerpo y la propiedad por preocupaciones sobre la seguridad
individual y colectiva sustentada o negada en términos sociales.
¿Hay futuro? ¿Se puede pensarlo? ¿Existe en el imaginario de los jóvenes?
El filósofo británico John Gray destacó que "los gobiernos de los estados
soberanos no saben de antemano cómo van a reaccionar los mercados (...) Los
gobiernos nacionales en la década de 1990 vuelan a ciegas." Gray no estima que
el futuro suponga una situación muy diferente. Al igual que en el pasado,
podemos esperar "una sucesión de contingencias, catástrofes y pasos ocasionales
por la paz y la civilización", todos ellos, permítame agregar, inesperados,
imprevisibles y por lo general con víctimas y beneficiarios sin conciencia ni
preparación. Hay muchos indicios de que, a diferencia de sus padres y abuelos,
los jóvenes tienden a abandonar la concepción "cíclica" y "lineal" del tiempo y
a volver a un modelo "puntillista": el tiempo se pulveriza en una serie
desordenada de "momentos", cada uno de los cuales se vive solo, tiene un valor
que puede desvanecerse con la llegada del momento siguiente y tiene poca
relación con el pasado y con el futuro. Como la fluidez endémica de las
condiciones tiene la mala costumbre de cambiar sin previo aviso, la atención
tiende a concentrarse en aprovechar al máximo el momento actual en lugar de
preocuparse por sus posibles consecuencias a largo plazo. Cada punto del tiempo,
por más efímero que sea, puede resultar otro "big bang", pero no hay forma de
saber qué punto con anticipación, de modo que, por las dudas, hay que explorar
cada uno a fondo.
Es una época en la que los miedos tienen un papel destacado. ¿Cuáles son los
principales temores que trae este presente?
Creo que las características más destacadas de los miedos contemporáneos son su
naturaleza diseminada, la subdefinición y la subdeterminación, características
que tienden a aparecer en los períodos de lo que puede llamarse un "interregno".
Antonio Gramsci escribió en Cuadernos de la cárcel lo siguiente: "La crisis
consiste precisamente en el hecho de que lo viejo está muriendo y lo nuevo no
puede nacer: en este interregno aparece una gran variedad de síntomas mórbidos".
Gramsci dio al término "interregno" un significado que abarcó un espectro más
amplio del orden social, político y legal, al tiempo que profundizaba en la
situación sociocultural; o más bien, tomando la memorable definición de Lenin de
la "situación revolucionaria" como la situación en la que los gobernantes ya no
pueden gobernar mientras que los gobernados ya no quieren ser gobernados, separó
la idea de "interregno" de su habitual asociación con el interludio de la
trasmisión (acostumbrada) del poder hereditario o elegido, y lo asoció a las
situaciones extraordinarias en las que el marco legal existente del orden social
pierde fuerza y ya no puede mantenerse, mientras que un marco nuevo, a la medida
de las nuevas condiciones que hicieron inútil el marco anterior, está aún en una
etapa de creación, no se lo terminó de estructurar o no tiene la fuerza
suficiente para que se lo instale. Propongo reconocer la situación planetaria
actual como un caso de interregno. De hecho, tal como postuló Gramsci, "lo viejo
está muriendo". El viejo orden que hasta hace poco se basaba en un principio
igualmente "trinitario" de territorio, estado y nación como clave de la
distribución planetaria de soberanía, y en un poder que parecía vinculado para
siempre a la política del estado-nación territorial como su único agente
operativo, ahora está muriendo. La soberanía ya no está ligada a los elementos
de las entidades y el principio trinitario; como máximo está vinculada a los
mismos pero de forma laxa y en proporciones mucho más reducidas en dimensiones y
contenidos. La presunta unión indisoluble de poder y política, por otro lado,
está terminando con perspectivas de divorcio. La soberanía está sin ancla y en
flotación libre. Los estados-nación se encuentran en situación de compartir la
compañía conflictiva de aspirantes a, o presuntos sujetos soberanos siempre en
pugna y competencia, con entidades que evaden con éxito la aplicación del hasta
entonces principio trinitario obligatorio de asignación, y con demasiada
frecuencia ignorando de manera explícita o socavando de forma furtiva sus
objetos designados. Un número cada vez mayor de competidores por la soberanía ya
excede, si no de forma individual sin duda de forma colectiva, el poder de un
estado-nación medio (las compañías comerciales, industriales y financieras
multinacionales ya constituyen, según Gray, "alrededor de la tercera parte de la
producción mundial y los dos tercios del comercio mundial").
La "modernidad líquida", como un tiempo donde las relaciones sociales,
económicas, discurren como un fluido que no puede conservar la forma adquirida
en cada momento, ¿tiene fin?
Es difícil contestar esa pregunta, no sólo porque el futuro es impredecible,
sino debido al "interregno" que mencioné antes, un lapso en el que virtualmente
todo puede pasar pero nada puede hacerse con plena seguridad y certeza de éxito.
En nuestros tiempos, la gran pregunta no es "¿qué hace falta hacer?", sino
"¿quién puede hacerlo?" En la actualidad hay una creciente separación, que se
acerca de forma alarmante al divorcio, entre poder y política, los dos socios
aparentemente inseparables que durante los dos últimos siglos residieron –o
creyeron y exigieron residir– en el estado nación territorial. Esa separación ya
derivó en el desajuste entre las instituciones del poder y las de la política.
El poder desapareció del nivel del estado nación y se instaló en el "espacio de
flujos" libre de política, dejando a la política oculta como antes en la morada
que se compartía y que ahora descendió al "espacio de lugares". El creciente
volumen de poder que importa ya se hizo global. La política, sin embargo, siguió
siendo tan local como antes. Por lo tanto, los poderes más relevantes permanecen
fuera del alcance de las instituciones políticas existentes, mientras que el
marco de maniobra de la política interna sigue reduciéndose. La situación
planetaria enfrenta ahora el desafío de asambleas ad hoc de poderes discordantes
que el control político no limita debido a que las instituciones políticas
existentes tienen cada vez menos poder. Estas se ven, por lo tanto, obligadas a
limitar de forma drástica sus ambiciones y a "transferir" o "tercerizar" la
creciente cantidad de funciones que tradicionalmente se confiaba a los gobiernos
nacionales a organizaciones no políticas. La reducción de la esfera política se
autoalimenta, así como la pérdida de relevancia de los sucesivos segmentos de la
política nacional redunda en el desgaste del interés de los ciudadanos por la
política institucionalizada y en la extendida tendencia a reemplazarla con una
política de "flotación libre", notable por su carácter expeditivo, pero también
por su cortoplacismo, reducción a un único tema, fragilidad y resistencia a la
institucionalización.
¿Cree que esta crisis global que estamos padeciendo puede generar un nuevo
mundo, o al menos un poco diferente?
Hasta ahora, la reacción a la "crisis del crédito", si bien impresionante y
hasta revolucionaria, es "más de lo mismo", con la vana esperanza de que las
posibilidades vigorizadoras de ganancia y consumo de esa etapa no estén aún del
todo agotadas: un esfuerzo por recapitalizar a quienes prestan dinero y por
hacer que sus deudores vuelvan a ser confiables para el crédito, de modo tal que
el negocio de prestar y de tomar crédito, de seguir endeudándose, puedan volver
a lo "habitual". El estado benefactor para los ricos volvió a los salones de
exposición, para lo cual se lo sacó de las dependencias de servicio a las que se
había relegado temporalmente sus oficinas para evitar comparaciones envidiosas.
Pero hay individuos que padecen las consecuencias de esta crisis de los que poco
se habla. Los protagonistas visibles son los bancos, las empresas...
Lo que se olvida alegremente (y de forma estúpida) en esa ocasión es que la
naturaleza del sufrimiento humano está determinada por la forma en que las
personas viven. El dolor que en la actualidad se lamenta, al igual que todo mal
social, tiene profundas raíces en la forma de vida que aprendimos, en nuestro
hábito de buscar crédito para el consumo. Vivir del crédito es algo adictivo,
más que casi o todas las drogas, y sin duda más adictivo que otros
tranquilizantes que se ofrecen, y décadas de generoso suministro de una droga no
pueden sino derivar en shock y conmoción cuando la provisión se detiene o
disminuye. Ahora nos proponen la salida aparentemente fácil del shock que
padecen tanto los drogadictos como los vendedores de drogas: la reanudación del
suministro de drogas. Hasta ahora no hay muchos indicios de que nos estemos
acercando a las raíces del problema. En el momento en que se lo detuvo ya al
borde del precipicio mediante la inyección de "dinero de los contribuyentes", el
banco TSB Lloyds empezó a presionar al Tesoro para que destinara parte del
paquete de ahorro a los dividendos de los accionistas.
A pesar de la indignación oficial, el banco procedió impasible a pagar
bonificaciones cuyo monto obsceno llevó al desastre a los bancos y sus clientes.
Por más impresionantes que sean las medidas que los gobiernos ya tomaron,
planificaron o anunciaron, todas apuntan a "recapitalizar" los bancos y
permitirles volver a la "actividad normal": en otras palabras, a la actividad
que fue la principal responsable de la crisis actual. Si los deudores no
pudieron pagar los intereses de la orgía de consumo que el banco inspiró y
alentó, tal vez se los pueda inducir/obligar a hacerlo por medio de impuestos
pagados al estado. Todavía no empezamos a pensar con seriedad en la
sustentabilidad de nuestra sociedad de consumo y crédito. La "vuelta a la
normalidad" anuncia una vuelta a las vías malas y siempre peligrosas. De todo
modos todavía no llegamos al punto en que no hay vuelta atrás; aún hay tiempo
(poco) de reflexionar y cambiar de camino; todavía podemos convertir el shock y
la conmoción en algo beneficioso para nosotros y para nuestros hijos.
Fuente: http://gramscimania.blogspot.com/2010/07/entrevista-zygmunt-bauman.html
Política
Dos pasos adelante, uno atrás
El nuevo libro de Isabel Rauber aborda las búsquedas de una nueva civilización
Por István Mészáros
"Trataron de negar, hasta el último minuto incluso, la más remota posibilidad de
una crisis estructural fundamental del orden de reproducción establecido por el
capital. Se esperaba que todos creyéramos que “el mercado siempre se encarga de
todo”. Se suponía que los problemas cíclicos periódicos sólo iban a “mejorar la
eficiencia del mercado” para beneficio de todos, y así asegurar la dominación
del sistema capitalista para siempre.
Sin embargo, a pesar de todos los consuelos preconcebidos, el mercado falló en
aquello de “ocuparse de todo”. Al contrario, una masiva crisis financiera global
explotó, empujando al Estado capitalista a intervenir en la economía del mundo
–contradiciendo directamente los tradicionales principios propagandísticos del
idealizado “mercado libre” del “sistema privado de empresas”- con la astronómica
cifra de trillones de dólares inyectados a bancos catastróficamente defectuosos
y a otras enormes empresas en bancarrota, incluyendo las gigantescas compañías
de autos americanas.
Algunas “personificaciones ideológicas del capital”, como los editores de la
revista semanal más influyente en ese campo, The Economist, gritaron alto en la
portada de su publicación: “Salven el sistema”. Y, para estar seguros, las
autoridades estatales en cada uno de los principales países capitalistas
hicieron todo lo que estaba en su poder para salvar, tanto como pudieran, al
sistema. Y, como era de esperar, hemos sido testigos una vez más de la cínica
“nacionalización” de la quiebra capitalista.
Pero incluso, tras la multi-trillonaria inyección de dólares de las operaciones
de rescate estatales a la economía mundial capitalista generadoras de
endeudamientos crónicos en todos lados, a ser pagados de alguna manera en el
futuro- los problemas se resisten a ser resueltos. De hecho empeoran aún más
porque las graves determinaciones estructurales subyacentes y las
contradicciones de la crisis global son evitadas como las plagas. Las acciones
de recuperación están permitidas estrictamente con el propósito de manipular los
síntomas, pero se les prohíbe ocuparse de las causas de su empeoramiento.
Al mismo tiempo incontables millones de trabajadores son expulsados del “mercado
laboral” para reconstituir mediante las miopes e irracionales prácticas de los
llamados “ajustes de plantilla” la inhumana “racionalidad” de la cancerosa
expansión del capital a cualquier costo. Esto debe ser perseguido según el orden
socioeconómico establecido incluso si eso significa automáticamente ignorar la
verdad elemental que las grandes masas de trabajadores que son despedidos para
una producción rentable, se necesitan también para un consumo rentable.
De esta manera la producción de despilfarro y destructividad toma ahora una
triple dirección:
1. En el mundo de la producción industrial capitalista y de las finanzas
especulativas-aventureras, así como
2. En la intensificación del dominio militar, con su inaudita devastación de los
recursos materiales y humanos, incluyendo la desvergonzada imposición de nuevas
guerras imperialistas en nombre de la “democracia” y la “libertad”, y
3. Literalmente, la base natural vital de nuestra propia existencia, es
directamente atacada por la devastadora invasión del capital en el mundo natural
en el cual los seres humanos deben sobrevivir o perecer.
De acuerdo con esto, dadas las condiciones de nuestra crisis global cada vez más
profunda, no es exagerado afirmar que la supervivencia misma de la humanidad se
está volviendo el principal dilema de nuestros tiempos.
La pregunta es entonces: ¿Qué se puede hacer al respecto y cómo?
Obviamente, en contraste con la perpetuación del capital firmemente enraizado y
los intereses jerárquicos creados cumplidos, sólo una aproximación radicalmente
socialista puede prometer algunas respuestas viables e históricamente
sustentables a tan urgentes preguntas. Esto significa una aproximación basada en
un apasionado compromiso con los objetivos humanos de un futuro mejor y basada
al mismo tiempo también en una evaluación crítica del pasado. En otras palabras,
los principios orientadores de una crítica no comprometida con el orden social
reproductivo del capital debe ser combinada con las potencialidades creativas de
la auto-crítica atendiendo no solo a las razones emanadas de los fracasos del
pasado sino también a las tentaciones desviacionistas de la cotidianidad.
Como Isabel Rauber lo define y aclara en este texto, la perspectiva histórica
del orden social al que debemos apuntar radica en la constitución conciente de
una sociedad horizontal, creada sobre una base totalmente equitativa. El orden
social capitalista es jerárquico en todo sentido, y como tal, es incorregible.
Esto es por causa del modo en que operan las funciones de reproducción del
metabolismo social del capital, que debido a sus más recónditas determinaciones
sólo puede funcionar sobre la base del divorcio total de las funciones de
control de producción y distribución de los individuos trabajadores cuyo papel
se reduce a ejecutar las órdenes que les llegan desde arriba.
Consecuentemente, la abogada “ruptura y superación del dominio del capital” un
requerimiento clave explicitado en el subtítulo de este libro es factible sólo
restituyendo a los individuos sociales el control total sobre su actividad
vital, superando la inhumana alienación y la irracionalidad fetichista que
caracteriza el orden existente. Así, la gran tarea organizativa y creativa de la
transformación radical que necesitamos es concebible sólo si es procurada “desde
abajo”, a través de la participación más activa de las grandes masas del pueblo.
Una sociedad horizontal puede por lo tanto calificar para sus principales y
definitorias características solamente si realmente tiene éxito en organizar y
realizar su decisión vital haciendo procesos consistentemente, desde abajo,
elaborando al mismo tiempo las formas y modalidades de coordinación a través de
las cuales semejante principio orientador antijerárquico puede abrazar los
procesos vitales no sólo de relativamente pequeñas comunidades sino del todo
social.
El título Dos pasos adelante, uno atrás denota que Isabel Rauber no se hace
ilusiones, ni nada por el estilo, sobre una rápida solución a estos problemas,
como fue erróneamente sugerido en proyecciones vanguardistas sectarias y
mecanicistas en el pasado. Ella deja muy claro a lo largo de su libro que
tenemos que enfrentar un cambio civilizatorio fundamental, requiriendo una larga
transición desde el orden existente hacia uno que puede ser constituido en el
presente y el futuro por la gran mayoría del pueblo.
A este respecto, el punto de partida necesario es la indefinida y positivamente
sustentable relación entre los seres humanos y la naturaleza. En este vital
sentido:
“La vida, más que la razón, nos convoca a abrir paso a las nuevas concepciones
acerca del progreso, el bienestar social e individual, y a re-pensar estos temas
en función de la armonía/equilibrio ser humano-naturaleza, asumiendo que la
sobrevivencia humana es inseparable de la naturaleza. Es la vida –y no la
economía, la que ocupa en esta concepción la órbita central articuladora de un
nuevo modo de construcción y organización del metabolismo social, económico,
político, cultural, conjugadamente con la practica universal de una nueva ética
de convivencia humana en su reencuentro con la naturaleza.”
Esta es la base natural y social sobre la cual debe ser lograda la transición
radical al nuevo orden social, sin importar cuán difícil pueda ser el proceso de
reestructurar el marco de trabajo estructural jerárquico establecido por el
capital. Pues un proceso transformador cualitativo de esta magnitud requiere de
una dedicación conciente del pueblo a esta histórica tarea. Así es como Isabel
Rauber lo plantea:
“La transición nace en las entrañas mismas del capitalismo, pero no
espontáneamente (de un modo “natural”) ni por acumulación de reformas parciales;
requiere de un articulado e integral proceso consciente. …la lucha contra la
lógica del capital necesita ir articulada a la construcción de la lógica
horizontal liberadora, revolucionaria, parte del proceso de construcción de la
(nueva) sociedad horizontal. Requiere de la voluntad y la participación
organizada y crecientemente consciente de todos los actores sociales y políticos
cuya actividad cuestionadora forja el proceso mismo.”
Al mismo tiempo Rauber insiste también, y correctamente, que este proceso de
reestructurar nuestro modo de reproducción social jerárquico e inamovible debe
empezar ahora mismo, en vez de “esperar el momento y las circunstancias
favorables”.
Igualmente, ella subraya repetidamente en el libro que es absolutamente
necesario emprender una revalorización crítica de las experiencias socialistas
del siglo XX en pos de una solución positiva a los problemas a enfrentar en el
futuro. Esta reevaluación debe incluir la simultánea constitución de una
práctica política más viable y la reorientación de los actores militantes de
nuestro tiempo:
“Una nueva concepción de la política y la acción política demanda también de un
nuevo tipo de militante, con una lógica que modifique de raíz lo que hasta ahora
se suponía era su “razón de ser” y actuar. … Se trata de una militancia
consecuente con las propuestas que levanta, impuesta de que los desafíos
socio-transformadores no son tarea de élites mesiánicas, sino que reclaman la
participación protagónica plena de las mayorías concientes.”
Y, para resaltar la relevancia del proceso transformador tal como se revela en
diferentes partes de América Latina, ella cita las palabras de Joao Pedro
Stédile, uno de los líderes profundamente comprometidos del Movimiento Sin
Tierra de Brasil (MST), un movimiento innovador y en todo sentido verdaderamente
basado en las masas:
“Necesitamos colocar nuestras energías para ir hacia donde el pueblo vive y
trabaja, y organizarlo. (...) Sin organizar al pueblo no se va a ningún lugar, y
muchas veces [parte de la militancia] se ilusiona con eternas reuniones de
cúpula o meros discursos explicativos acerca de la coyuntura.”
Los cambios que se prevé surjan y se consoliden en el curso de este desarrollo,
están indudablemente llamados a ser fundamentales. Pero precisamente por esa
razón, tales cambios pueden ser logrados con éxito solamente si el nuevo orden
reproductivo social en su proceso de construcción por las grandes masas del
pueblo es –y se mantiene- positivamente horizontal tanto en sus partes
constituyentes como en su cohesión general. Y eso es factible solamente si la
transición cualitativa reestructuradora requerida tiene lugar desde abajo,
constituyendo concientemente “desde los seres humanos concretos” el actor
colectivo de la transformación revolucionaria sobre una base totalmente
equitativa, y también si retiene una igualdad sustantiva como principio seminal
regulativo del nuevo modo de reproducción metabólica social habitual.
De esta manera la dimensión política vital del proceso transformador está
estrechamente integrada con la dimensión social y cultural de la vida cotidiana
de la gente. Para citar algunos de los pasajes del libro de Isabel Rauber:
“Esta transición tiene entre sus tareas centrales la construcción de poder
político cultural popular desde abajo, simultáneamente herramienta y camino para
la construcción del actor colectivo, la fuerza social revolucionaria del cambio
y su organización política, impulsado por la participación democrática de los
pueblos, y cohesionado inicialmente mediante definiciones programáticas
estratégicas que orienten y contribuyan a hacer confluir y enlazar los procesos
de lucha y transformación que nacen en los ámbitos comunitarios locales con los
que tienen lugar en otras dimensiones y ámbitos. …Por tanto, toda revolución
social desde abajo (radical) tiene como centro y punto de partida a los seres
humanos concretos que integran una sociedad concreta en un momento histórico
determinado; de ahí que sea imprescindible enfocar el proceso
socio-transformador en su integralidad y profundidad multidimensional e
intercultural. Esta complejidad del proceso es parte sustantiva, característica
de las revoluciones desde abajo, creadas y protagonizadas por los pueblos. Tales
son las revoluciones sociales del siglo XXI.”
Entretanto, los cantos de sirena para “salvar el sistema”, proclamados a los
cuatro vientos por las personificaciones ideológicas del capital, van a sonar
más alto, mientras las contradicciones del orden establecido reafirman su
carácter destructivo con creciente intensidad. El reto histórico de
transformación radical está por lo tanto haciéndose más urgente cada día. El
libro de Isabel Rauber Dos pasos adelante, uno atrás, en manos del lector, es
una contribución muy importante a encontrarse con él."
10/11/2010
Fuente: http://gramscimania.blogspot.com/2010/11/dos-pasos-adelante-uno-atras.html
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