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Los orígenes
ibéricos de la balcanización americana*
Por Néstor Miguel Gorojovsky
El autor nació en Buenos Aires en 1952. Geógrafo egresado de la Universidad
de Buenos Aires, ha publicado, en colaboración con César A. Vapnarsky, “El
Crecimiento Urbano en la Argentina", en 1990; la obra recibió el Premio
Nacional en Geografía. Periodista y analista político internacional, integra
el consejo de redacción de la revista Question Latinoamérica y modera la
lista de discusión Reconquista Popular. Es secretario general de Patria
y Pueblo.
La generación de la independencia hispanoamericana combatió por hacer de
todo el dominio español una sola "Nación de Patrias". En ése su objetivo
primordial, fue derrotada.
Desde entonces, nuestros países son exactamente eso: países, pero no naciones.
Descoyuntados, cada cual es prisionero de una oligarquía orgánicamente opuesta
al desarrollo burgués . Países capitalistas, sí, pero coloniales; inermes
ante la agresiva intervención comercial, diplomática y militar de Inglaterra,
Francia, los Estados Unidos y en general las -ellas sí- grandes naciones
burguesas.
Secuela de un fracaso colectivo, dos docenas de celebraciones de Independencia
ocultan año tras año que la fragmentación sobreviniente engendra y garantiza
nuestro sometimiento semicolonial. Constituirnos en Nación Latinoamericana
es un mandato tan potente como angustiosa es la existencia actual de nuestros
pueblos.
"Somos un país porque fracasamos en ser una nación", afirma al inicio de
su obra cumbre el más conocido historiador de la Izquierda Nacional argentina
[RAMOS, 1973: 17]. De este modo tendrían que empezar las historias de todos
y cada uno de nuestros países: en nuestra mutua segregación está el secreto
de nuestro común desconcierto.
Para superarla hemos de conocer la raíz de nuestro drama. Y esa raíz sólo
en parte está en América: empieza con un hecho "europeo", arraiga en la
España y el Portugal de la Baja Edad Media, el Renacimiento y el Barroco.
Al dejar la cuestión de la unidad ibérica en mera unificación formal, sin
eliminar las clases sociales que la impedían o dificultaban, el intento
fracasó. Todavía pagamos por ello. Este hecho nos alerta ante las ilusiones
de unificar políticamente América Latina sin luchar simultáneamente contra
la estructura social que garantiza la disgregación y medra con ella.
La bipartición ibérica como derrota nacional: la verdadera magnitud del
problema
El origen de la balcanización, en efecto, se encuentra en el fracaso de
los pueblos ibéricos en la tarea que debió haber sido el corolario de la
Reconquista: la aniquilación política de la aristocracia y la extinción
de los particularismos.
La unidad política de la Península era una revolución, y como tal debía
ser efectuada hasta el fin y apoyándose en las clases más modernas y pujantes
de esa sociedad. Solo una monarquía absoluta apoyada sobre el campesinado
y la plebe urbana -monarquía que quizás hubiera ofrecido a los hidalgos
sin herencia un papel equivalente al que la burguesía inglesa dio a los
viejos aristócratas- habría podido completarla.
Pero los Reyes Católicos hicieron un reinado bifronte: en parte todavía
medieval, sus grandes líneas de avance tienden ya a apuntar hacia el mundo
moderno. Cuando vencen a la alta nobleza castellana en la guerra civil por
la herencia de los Trastámara, "todo parecía indicar que los castillos destruidos,
las tierras señoriales confiscadas y la creación de un ejército nacional
iniciaban triunfalmente el período absolutista y pondrían término a la gangrena
feudal." [RAMOS, 1968: 16]. Prohiben a los nobles participar de las Cortes,
porque no pagan impuestos [RENARD-WEULERSE, 1950: 9]; atraen obreros italianos
y flamencos, protegen las manufacturas nacientes, y hasta 1550 florecen
todas las industrias textiles; suprimen todos los peajes señoriales y en
1496 lanzan la unificación de las pesas y medidas [ídem: 29-31]. Se prohibe
la exportación de oro y plata, se protege la industria naval, se reorganizan
los gremios [ELLIOTT, 1980: 114-115].
Pero si bien unieron dos coronas y destruyeron el poder político de la alta
aristocracia, no habían unido a los pueblos ni tocado la influencia económica
y social de los Grandes. La reorganización económica castellana incluyó
la consolidación del latifundio y la supremacía de la ganadería, en especial
la trashumante. No lograron aunar las economías castellana y aragonesa.
Y habían expulsado, con los judíos, a uno de los sectores más dinámicos
y ricos de la comunidad [ídem: 131]
Y si bien al momento de la sucesión la suerte no estaba echada, cuando sobre
España se abate la dinastía de los Austria todos fuimos derrotados: ni siquiera
logramos mantenernos unidos pese a que, a la caída de Granada en 1492, todo
parecía presagiar la feliz culminación de la unificación territorial peninsular
y el fortalecimiento del poder central sobre la aristocracia.
El proceso se había iniciado antes del advenimiento al trono de Isabel y
Fernando: "La historia de Portugal parecía destinada a fundirse con la de
Castilla, antes, y con la de toda España, después. La anexión que en 1580
realizará Felipe II no debe ser considerada como una simple casualidad,
y aunque solo durará hasta 1640 parece haberse perfilado a través de las
largas vicisitudes de las guerras que durante todo su reinado sostuvo Fernando
I (1367-1383) para anexionarse el trono de Castilla; de las hostilidades
que Alfonso V de Portugal (1438-1481) desarrolló con el mismo fin contra
Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, y de la política matrimonial entre
las coronas de los dos países que, entre 1490 y 1518, pareció varias veces
a punto de llegar a una conclusión positiva" [ROMANO - TENENTI, 1975; 68]
Pero "bien pronto se advirtió que la nobleza no estaba derrotada [...] En
la lucha simultánea contra la nobleza y la burguesía de las ciudades, el
absolutismo naciente de los Reyes Católicos encontró un aliado poderoso,
al que debió pagar, sin embargo, un tributo fatal: la Iglesia Católica [...]
La expulsión de musulmanes y judíos demostró que la unidad de España se
realizaba externamente, a costa de su desarrollo económico y social interior
[...] Al reducir la unidad española a la pura unidad religiosa, los reyes
dejaron en pie los factores internos del particularismo feudal [...] La
unidad abstracta consumada con la ayuda de la Inquisición y su hoguera caracteriza
el absolutismo real de los Reyes Católicos como un absolutismo místico que
multiplicará todos los problemas que pretendía resolver" [RAMOS, 1968: 17-18]
La España burguesa -a la cual el absolutismo debió haber abierto camino-
no pudo ser, y en ese "no poder ser" ibérico se encuentra el núcleo de nuestro
"deber ser" latinoamericano. En el momento en que la monarquía se encontraba
más fuerte que nunca una serie de factores desgraciados le impidieron consolidarse
por completo y, ante todo, terminar con el particularismo ibérico.
La Reconquista y el particularismo hispano-portugués
La unidad territorial y estatal de la Península, frágil resultado de enmarañado
proceso, estuvo siempre en riesgo de astillamiento súbito. Ya la geografía
complica la tarea: si bien tres mares y una abrupta cordillera definen el
conjunto con envidiable nitidez, la disposición de los relieves internos,
la orientación del curso de sus ríos y los violentos contrastes climáticos
tienden a disgregarlo en compartimientos estancos, algo ya entrevisto -pese
al escaso conocimiento que tenía de la Península- por Estrabón [1995: 34
(III, 1, 2; C137 en la notación clásica)]; los autores modernos coinciden
[véanse, a título de mero ejemplo, ELLIOTT, 1980: 7; VILAR, 1991: 13-15;
RENARD-WEULERSSE, 1950: 31 in fine].
En este escenario áspero se desarrolla, y de un modo fundante, el hecho
distintivo de la historia ibérica: la invasión árabe de 711 y el recio combate
de ocho siglos entre los reinos cristianos del Norte y el poder musulmán
instalado en al-Ándalus . La Edad Media hispano-portuguesa lleva la marca
de ese enfrentamiento armado.
Gesta medieval por excelencia, el esfuerzo de la Reconquista se organiza
a partir de relaciones de vasallaje feudal y pare nobles e hidalgos a raudales
. El "hecho espontáneo, fruto de la guerra, es el fraccionamiento de España,
no sólo en diversas naciones soberanas, sino también en principados y condados"
[OLIVEIRA MARTINS, 1942: 160].
Sin embargo, y paradójicamente, el régimen feudal tiende a implantarse con
lentitud; la necesidad de repoblar las nuevas tierras reasegura las libertades
del pueblo llano: el campesino castellano, en particular, disfruta de derechos
que en el resto de la Europa cristiana ni se sueñan. No se trata de derechos
en el sentido burgués, sin embargo, sino en el de los "privilegios" feudales:
concesiones particulares que fragmentan a la población según sus fueros
específicos.
La demografía y la sociología refuerzan la tendencia; la España Medieval
era un abigarrado mosaico etnográfico y cultural. A medida que avanzan sobre
el Sur, los reinos cristianos, ya de por sí heterogéneos e inconexos, van
incorporando contingentes de moros, moriscos, mudéjares, muladíes, árabes,
judíos, beréberes e incluso elementos de origen eslavo [WATT, 1992: 58-62].
Conversos o no, mantendrán sus costumbres por largos siglos.
Especial importancia tienen los mozárabes, que los reyes favorecían incluso
por repoblación, suplantando musulmanes: eran "núcleos de población laboriosa
y rica... puntos enérgicos de apoyo para contrarrestar las pretensiones
de los barones belicosos" [OLIVEIRA MARTINS: 152] . Pero el poder real no
se reforzaba proporcionalmente, ya que si bien los mozárabes eran cristianos,
desde el punto de vista institucional y cultural se habían asimilado -como
es natural- a la atractiva civilización musulmana. La unidad se desleía
en la creciente diversidad religiosa, económica y cultural de los reinos;
el mismo acto que reforzaba al monarca fortalecía al señor local.
Esperanzas y decepciones: los Reyes Católicos y la alta nobleza
El matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón combina solo las
dinastías; la unificación resultante es por lo tanto incompleta y frágil,
pero comienza con el sometimiento de los intratables grandes nobles de Castilla
y por lo tanto permite abrigar esperanzas de profundización. Aragón, arruinado
tras una larga crisis, necesita de Castilla, que está en la plenitud de
sus fuerzas. Sobre este acuerdo se constituye la unidad de las casas reinantes.
Tras la toma de Granada, quedaba por reunir Castilla-Aragón con Portugal.
Recién en 1580, casi un siglo después, todas las coronas se unen en una
sola cabeza. Nuevamente, solo era una combinación dinástica, y no la unidad
nacional . Pero hubiera podido ser un embate decisivo en ese sentido.
Si no resultó así se debe ante todo a que los Reyes Católicos no atacaron
a fondo a esos grandes señores que habían sometido. La vida de Castilla,
el motor político y demográfico -si no también económico- de la agregación
peninsular, siguió en manos de los derrotados: "el Acta de Reasunción de
1480 se llevó una buena tajada de [los] ingresos [de los Grandes], pero
afectó solo a los bienes usurpados después de 1464 y la mayor parte de las
enajenaciones de tierras y rentas de la Corona, por parte de los nobles,
había tenido lugar antes de esta fecha" [ELLIOTT, 1980: 115].
A principios del reinado de Carlos V, había en Castilla sesenta y dos títulos
"cuyas rentas totales ascendían a 1 309 000 ducados" y "veinte títulos más
en la corona de Aragón [...] con una renta total de 170 000 ducados". Los
repartos de tierras en Granada, las decisiones sobre mayorazgos de las Cortes
de Toro (1505) y las alianzas matrimoniales terminaron por diseñar una Castilla
donde "el dos o el tres por ciento de la población poseía el 97 por ciento
del suelo [...] y más de la mitad pertenecía a un puñado de grandes familias"
[idem: 117].
Ya desde fines del ciclo de Isabel y Fernando, esta arcaica aristocracia,
súbitamente fortalecida con la riqueza americana y oriental (en el caso
portugués, cuya aristocracia ultramarina equivale a la terrateniente castellana)
desangra a España y Portugal. Con los Habsburgo, terminan de asfixiarla.
Ciertos autores atribuyen a Carlos V y (en especial) a Felipe II la construcción
del primer Estado moderno de Europa Esta afirmación, asentada en aspectos
formales (desarrollo de la Corte, crecimiento de la burocracia, etc.), omite
considerar la estructura económico-social de los reinos así gobernados .
Felipe II no pretende construir una poderosa nación burguesa asentada sobre
la Península, dueña de las puertas del Mediterráneo y opulenta de oro americano.
Su inmenso Imperio mira al pasado y no al futuro. Es, en este sentido, un
retroceso frente a los Reyes Católicos. Momificada en este ambiente reseco,
la unificación sin revolución social llega, sí, pero como el abrazo de "dos
cadáveres en el camposanto" [OLIVEIRA MARTINS, 1942: 322].
La ruina ibérica bajo los Austrias
Los ingresos provenientes de la conquista americana tomaron a la Península
Ibérica de trampolín y saltaron hacia el resto de Europa: "Nos faltaba un
desarrollo precapitalista de tipo industrial o comercial", y nada se esbozaba
para "retener el dinero americano y transformarlo en verdadera riqueza ...
mediante una sabia política económica" resume Palacio Atard [apud GONZÁLEZ
DE FAUVE-RAMOS, 1977: 1947: 63-79]. En esto, los Reyes Católicos se mostraron
poco previsores: no importaron tejedores para el producto de los lanares
merino de Castilla y, en vez de imponer la exclusividad del comercio americano
para aragoneses y castellanos, terminaron por favorecer a los comerciantes
genoveses. "Muchos de los comerciantes y hombres de negocios de la España
del siglo XVI eran extranjeros: los genoveses, sobre todo, dominaban la
vida económica del Sur" [ELLIOTT, 1980: 210]. Cabe señalar, en este último
sentido, que el propio Fernando de Aragón pasó más tiempo de su reinado
en el Reino de Nápoles que en la Península Ibérica.
Como consecuencia de ese enriquecimiento y de la debilidad del incipiente
Estado monárquico absoluto, la aristocracia -especialmente la castellana-
incrementa súbitamente sus rentas y desata una ola de importaciones: en
poco tiempo, "Lila y Arras inundan el reino con sus encajes y sus cueros
curtidos; La Forez y el Limousin con sus quincallerías; ... sucumben los
trapiches de Andalucía y las fábricas de loza de Talavera" [RENARD-WEULERSE,
1950: 37].
La alta nobleza se fortalece aún más frente a la burguesía, que tras la
derrota de las Comunidades de Castilla se demuestra impotente ante el vendaval:
"El incendio de Medina del Campo el 21 de agosto de 1520 transformó la situación
en Castilla. La destrucción del mayor centro financiero y comercial del
país provocó una oleada de indignación" que amplió y profundizó el movimiento,
pero como bien dice Elliott "era un mal presagio que la recién hallada unidad
fuese solo producto de un brusco estallido" [162].
Por su parte, relatan
Renard y Weulerse, las "Cortes de Aragón y de Castilla, que no hubieran
tolerado en absoluta la presencia de un negociante en su seno, no se cuidaban
más que de una cosa: asegurar el bajo precio de las mercancías necesarias
para mantener medianamente el lujo de sus miembros... [A] riesgo de destruir
una de las más importantes industrias del reino, prohiben la exportación
de paños finos... [B]ajo Carlos V consiguen hacer suspender, pura y simplemente,
la fabricación, para obligar a los mercaderes a importarlos de Flandes.
Estos fanáticos del patriotismo religioso y militar parecían en materia
económica desconocer el interés nacional: sin querer oír razones... prefieren
las telas holandesas, los tapices de Bruselas, los manteles de Amberes,
los brocados de Florencia, la pasamanería de París, las panas de Tours,
todas las baratijas de Francia... La industria lanera, que parecía la más
sólida, es la primera afectada".
Ya a fines del siglo XVI "las tejedurías de Cuenca se reducen a la nada;
Sevilla... no tiene más que 400 telares, y la cifra se reducirá pronto a
60; la cantidad de lana tejida en el reino ha disminuido en cuatro quintas
partes". Hacia 1640 "en el conjunto de los envíos de manufacturas con destino
a México y Perú, los productos extranjeros figuran en la aterradora proporción
de nueve décimas partes... El oro y la plata del Nuevo Mundo no hacen más
que pasar a través de España" [págs. 36-37]
La burguesía que había difundido el castellano como idioma comercial en
el resto de Europa permitía señalar "magníficas perspectivas para el desarrollo
en Castilla de un dinámico elemento 'capitalista' que -como su contrapartida
en Inglaterra y Holanda- hubiera podido imponer gradualmente al resto de
la sociedad sus ideales y valores". Pero, vencida política y militarmente
por una dinastía volcada al pasado y que se apoya en los grandes aristócratas,
no resiste el aluvión de mercancías extranjeras y la violenta revolución
de los precios.
Así, "gran parte de la responsabilidad del fracaso económico de Castilla
debe ser buscada a un nivel superior al del empresario: en el plano del
Gobierno y no en el del hombre de negocios. Muchas de las deficiencias del
Gobierno deben ser atribuidas en realidad a los fracasos del Consejo de
Hacienda. Sus miembros, carentes casi todos de una experiencia personal
en el campo de los asuntos comerciales y financieros, no hicieron ningún
esfuerzo por elaborar un programa económico coherente o por meditar acerca
de las consecuencias para la economía castellana de la adquisición del imperio
americano [ELLIOTT, 1980: 211].
La nueva casa reinante será en sí misma un mazazo fatal que aplastará definitivamente
a las fuerzas dinámicas de la sociedad peninsular: comerciantes, artesanos,
navegantes, labradores y agricultores independientes, esa masa plebeya de
la nación en ciernes. Dominadas por los Austria, Castilla y Aragón pasan
a ser piezas de un ajedrez extraibérico que agota sus recursos, sin favorecerlas.
Mientras que a principios del siglo XVI "aparece Alemania enteramente dividida
y no sin razón se llama entonces las Alemanias [...] unida a España bajo
Carlos V, puede retomar el sueño imperial de una hegemonía universal" [RENARD-WEULERSE,
1950: 12].
Hijo de semejante medio, lejos de haber sido "español", Carlos V fue un
partidario fervoroso del cosmopolitismo universal del medievo europeo: "su
acción de conjunto no podrá llamarse española; será verdaderamente imperial,
europea. Carlos nació europeo. En sus treinta y dos ascendientes directos
hay una sola rama germánica [...] por lo demás, Castilla, Valois, Aragón,
Borbón, Visconti [...T]uvo en común con los soberanos de la Edad Media el
hecho de ser un rey itinerante, continuamente de viaje [aunque] a escala
europea." [ROMANO-TENENTI, 1975: 68]
Antiespañolismo estratégico y cultural
Paladines de la Contrarreforma, los Austria despeñan a sus súbditos en el
abismo de la guerra santa . Si por su parte los Habsburgo de Europa Central
imponen el más horrendo régimen servil sobre las masas campesinas derrotadas
en la Montaña Blanca (1627), al punto que "el campesino no existe más que
para el señor" [RENARD-WEULERSE, 1950: 359], sus parientes españoles invierten
el papel cultural jugado por la Península Ibérica: el gran reino se aparta
por completo del desarrollo de las ciencias y la filosofía burguesas que,
paradójicamente, había sido el primero en promover .
Todos los autores coinciden en que tras el pasaje agostador de los primeros
Austria, se ha paralizado el impulso histórico: España y Portugal se apagan;
su técnica y su cultura quedan prisioneras de una clerecía escolástica e
improductiva. Se cierran talleres y despueblan ciudades. Ramas íntegras
de la producción se desvanecen. Se le suma a esto la dictadura de los frailes,
tributo inmenso y final que se paga a la liquidación de los particularismos
locales por mecanismos burocráticos: en este caso la unificación religiosa.
Las raíces sociales del Quijote
Para los tiempos de la unificación peninsular, el contraste entre sueño
y realidad no podía ser más amargo: "En el siglo XVII, el hambre había llegado
hasta los palacios: la embajadora de Francia en Madrid en esa época dice
haber estado con ocho o diez cortesanos que desde hacía tiempo no sabían
qué era comer carne. Se moría la gente de hambre por las calles" [ídem:
91].
En los campos, a la hambruna se suma la peste. De 1599 a 1601, "el 'hambre
que sube de Andalucía' enlaza con 'la peste que baja de Castilla': la peste
bubónica, la más terrible, aunque esta vez no viene del Mediterráneo, sino
que surge simplemente, nos dice el doctor [Cristóbal Pérez de] Herrera,
'entre los pobres desprovistos de todos los medios de vida ... Destruye
en España la mayor parte de ella', sobre todo en la España interior" [VILAR,
1964; 431 passim; apud GONZÁLEZ DE FAUVE-RAMOS, 1977.]
España y Portugal ven impotentes cómo se menoscaba su posesión colonial,
se extinguen sus sementeras y se evaporan sus talleres: los adalides del
catolicismo se ven obligados a adquirir préstamos, telas, calzados y vituallas
a los mismos herejes protestantes que hacen arder -no sin réplicas equivalentes,
dicho sea de paso- en las hogueras de la Inquisición. Supremo símbolo de
una política, "hasta la cera usada en las iglesias se hace venir de Inglaterra,
de Holanda o de Marruecos por intermedio de mercaderes franceses" [RENARD-WEULERSE,
1950: 38] ¡Aún los cirios de la Contrarreforma, bajo la estulticia lúgubre
de los Habsburgo españoles, enriquecen a los apicultores luteranos y calvinistas!
La unidad en sí misma, despojada de contenido plebeyo, se revela cuando
menos inútil. Políticamente, desaparecen el artesanado urbano, el campesinado
independiente y la burguesía que tanta importancia habían tenido bajo los
Reyes Católicos. Sus últimos representantes, los agermanados (hermandades)
de Valencia y las comunidades castellanas, se alzan en 1519; los comuneros
de Castilla son aplastados en Villalar (batalla del Puente de Fierro), el
23 de abril de 1521. Los agermanados de Valencia caen con la ciudad el 3
de marzo de 1522. Esta derrota de las últimas resistencias populares nos
coloca ya en el país del Buscón y del Lazarillo.
Más aún: España ya está madura para producir el Quijote. Aplastada la rebelión
burguesa, es la hora de los tecnócratas; se trata de los arbitristas, cuya
imposible tarea es mantener la unidad y la potencia ibérica sin tocar su
estructura social. El mundo irreal en que devanan sus ilusiones y remedios
constituye la base material de la gran novela cervantina, obra del "tiempo
en que España va a confrontar sus realidades con sus mitos, para reir o
para llorar" [VILAR: ibíd.]
Portugal: de la paz de Westfalia al tratado de Methuen
Si la palabra grandeza representa a la España del Siglo XVI, a partir del
siglo XVII la que mejor la describe es desmedro. La unificación, última
oportunidad que le brinda la historia a los pueblos peninsulares, llega
cuando ya no hay cómo sostenerla y, por lo tanto dura escasos sesenta años.
En 1640, Cataluña y Portugal se rebelan al unísono contra Madrid.
Al final de las guerras sobrevinientes, Barcelona pierde Carcasona y Narbona,
pero se mantiene en el seno de España. Portugal, en cambio, logra su libertad.
¿Libertad? ¿De quién y para qué? En estricto rigor, queda libre de un gran
destino. Esa "independencia" portuguesa de 1640 es una gran derrota del
mundo ibérico en su conjunto. Expresa la decadencia de ambos países, donde
"el rufián y el pícaro son ahora los genuinos sucesores del héroe y del
soldado" [OLIVEIRA MARTINS, 1942: 329].
Si la exangüe España intentaba terciar aún de igual a igual en una Europa
que ya la despreciaba, Portugal ni siquiera se ilusiona.
Bajo el comando del gran Enrique el Navegante, sus marinos habían doblado
y rebautizado el cabo de las Tormentas, a partir de entonces cabo de Buena
Esperanza. En 1498, Vasco da Gama se hace conducir a Malabar. En Omán (postrer
intento por sostener su predominio en el comercio de especiería) Venecia
hace lanzar contra los portugueses las flotas egipcias; de resultas de su
victoria, "los portugueses reinarán como señores en las aguas de las Indias"
[RENARD-WEULERSE, 1950: 48]
Lisboa "la Grande" destrona a la Serenísima. Se convierte en "la ciudad
encantada de Occidente". Pero esta riqueza comercial, hija del tráfico lejano,
no se distribuye por el reino de Portugal. Basta con cruzar el Tajo, ir
al Alemtejo, para encontrarse con un semidesierto; manadas de lobos vagan
por todo el reino. A fines del siglo XVI, la población cae de dos millones
a uno [ídem: 49]. La introducción de la esclavitud rebaja aún más la condición
de los campesinos, que refluyen hacia las ciudades.
Progresivamente, los portugueses abandonan la distribución de los cargamentos
exóticos de Oriente. Inicialmente llegaban a acarrearlos hasta Amberes.
Posteriormente, esperan en Lisboa a quienes los vendrán a buscar: los holandeses,
que al mismo tiempo traen las manufacturas que se compran con el resultado
de la venta de los productos coloniales. Quedan en manos extranjeras, así,
los ingresos engendrados por esclavos africanos, especias de Indias y azúcar
americano [ídem: 50]. Menos belicoso que Madrid pero también pésima administradora
de sus riquezas, Lisboa se ahoga en el goce de las rentas del comercio lejano
: "desde fines del siglo XVI, vive como un parásito de un pasado cuyo esplendor
exagera... Estancadas las fuentes asiáticas... continuó suponiéndose el
Portugal lleno de opulencia de Don Sebastián vivo,... ilusionándose con
una mística imperialista ya sin base" [FREYRE, 1943: II, 14-15].
La unión con Castilla-Aragón ("España"), no le abre nuevas perspectivas.
Antes bien, cierra las que tenía: los holandeses se lanzan sobre las colonias
portuguesas, mal defendidas. La expulsión de los judíos lleva "a todo el
mediodía de Europa, a Holanda, a Francia, los capitales de que disponen.
La Inquisición ... irrita a los indígenas que persigue; el celo indiscreto
de los misioneros suscita rebeliones y guerras; es así cómo en 1637 los
portugueses son expulsados del Japón... Y en la metrópoli, el lujo religioso
absorbe la mayor parte de los tesoros acumulados por el gobierno" [RENARD-WEULERSE,
1950: 51]
En 1675, Ribeiro de Macedo, un economista portugués "admirable de intuición
y de buen sentido" comprende "que [...] aun siendo dueño de las Indias y
del Brasil, con su improductividad de nación simplemente comercial, se tornó
en un mero explotador y transmisor de riquezas" [FREYRE, I: 96]. Escribe,
con evidente amargura: "será de extranjeros la utilidad que nuestra industria
descubrió en [las colonias] y nuestro trabajo cultivó, y vendremos a ser
en el Brasil unos capataces de Europa, como lo son los castellanos, que
para ella arrancan de las entrañas de la tierra el oro y la plata" [Sobre
a introducção das Artes, en Sergio, Antonio: Antologia dos Economistas Portugueses.
Lisboa, 1924. Apud FREYRE: ibíd.] Pocos años después, el descubrimiento
del oro coloca a Minas Geraes en el centro del imperio americano de Lisboa
y lo asemeja más aún al español, centrado en el oro mejicano y la plata
potosina .
Con la paz de Westfalia (1648), el fin de las guerras de religión consuma
la derrota global del mundo ibérico. Madrid seguirá combatiendo por largos
lustros para retener a Portugal, pero sin resultado.
Inglaterra y Francia han vencido; a partir de ahora, arruinados, los Estados
peninsulares se reducen por un siglo a comparsa de enfrentamientos ajenos,
cuando no a reñidero de gallos de Europa: con la Guerra de Sucesión española
la parábola descendente alcanza su extremo inferior.
Y lo hace tanto para Madrid como para Lisboa: es con ocasión de esa guerra
que en 1703 un enviado de Inglaterra, John Methuen, celebra un tratado entre
su gobierno y el portugués que se hará célebre como paradigma de iniquidad.
El primer acuerdo semicolonial impuesto a un pueblo ibérico
Tan oprobioso es el acuerdo que ni siquiera se lo conoce -como es de estilo-
por el nombre del lugar en que se lo lleva a cabo. Es, simplemente, el "tratado
de Methuen", y no hace sino encubrir la derrota de Lisboa: el país deja,
definitivamente, de ser sujeto de sí mismo, y pasa a ser objeto de las luchas
entre Londres y París.
Su articulado, de 1703, abre a Portugal el camino para traicionar a la misma
Francia con cuyo concurso se había "liberado" de la dominación española.
A cambio, lo somete a las necesidades británicas, al promover explícitamente
el comercio en textiles (ingleses) por vino (portugués) .
Este verdadero arquetipo de tratado semicolonial rigió hasta 1831. Durante
ese lapso, Londres privilegia arancelariamente los caldos del Duero por
sobre los de Francia y Alemania, mientras que Portugal hace lo propio con
los productos industriales ingleses, en particular los tejidos de lana.
Irónica "libertad", la que obtiene Portugal en ese fatídico siglo XVII:
¡la de carecer de hilanderías! Frontera por medio, la Mesta destruye sembríos
en España para dar paso a las majadas trashumantes, pero el tratado impide
a los portugueses beneficiarse directamente de ese privilegio señorial que
arruina campesinos españoles. La lana española no pasa a Portugal, que está
a tiro de piedra: se exporta y retorna, ya tejida y por vía de Londres,
a Lisboa. Ya tenemos prefiguradas aquí las dos docenas de "naciones" latinoamericanas
que -bajo un multilateralismo ficticio- comercian unilateralmente con una
o dos grandes potencias en lugar de hacerlo con sus vecinos.
Ni siquiera el comercio de vinos queda en manos portuguesas. Del mismo modo
que los factores de la Casa de Contratación sevillana eran básicamente extranjeros,
poderosos mercaderes ingleses se establecen en Oporto. Desde allí comienzan
a exportar un triste jarabe conocido como "vino de Oporto", que barre en
Inglaterra al muy superior vino francés, gracias a la preferencia arancelaria:
la burguesía inglesa siempre supo ver dónde estaba su negocio: era literalmente
un mal trago, pero pagaba muy bien.
Bajo el comando británico se arruina toda perspectiva de desarrollo portugués
independiente; la industria se desvanece en un horizonte ocluido y Lisboa
cristaliza como barraca comercial, intermediando entre el Imperio lusitano
y Europa del Norte. Se constituye así una relación colonial con independencia
aparente -quizás el primer caso de vínculo semicolonial- que David Ricardo
usará como ejemplo privilegiado de su hipótesis sobre las "ventajas comparativas"
y los beneficios del librecambio.
Los orígenes entreguistas de la aristocracia portuguesa Como se ve, en el
origen de la balcanización no solo se encuentra la aristocracia castellana
y el régimen de los Habsburgo. Con estos antecedentes anglómanos se inicia
la aristocracia divisionista que, apenas nacida, condenó a Portugal al triste
rol de patio trasero de Inglaterra. En América, nuevamente de la mano de
Su Majestad Británica, cumplirá el mismo papel.
A lo que aquí reseñamos apretadamente conviene agregar la opinión que daba
Ramos en 1968, en su Historia de la Nación Latinoamericana: "En pago del
apoyo brindado por el gobierno británico a la salvación de la familia real
portuguesa, los Braganza firman en 1810, desde Río, un tratado con Gran
Bretaña. Según Canning, por ese acuerdo los ingleses 'recibían importantes
concesiones comerciales a expensas del Brasil' en cambio 'de los beneficios
políticos importantes conferidos a la Madre Patria'. El más desenfrenado
librecambio queda instaurado" [1968: 258].
Y: "la anglofilia general de la Corte Imperial no significaba en modo alguno
que los Braganza no persiguiesen sus propios fines en América", pero "cuando
estos fines chocaban con la política inglesa, eran generalmente desechados"
[259]. En realidad, el "propio Brasil se convirtió en una punta de lanza
británica contra el resto de la nación latinoamericana, mientras ésta era
empujada por el mismo amo imperial contra el Brasil" [256]. Son extremadamente
sugerentes los apartados 10 a 13 del Capítulo VIII [255-262].
Más adelante: "el parasitismo social del régimen esclavista... dejaba tan
flojos los lazos del Imperio que toda la historia del Brasil se convertía
en una aventura constante tendiente a la escisión de las partes que lo constituían.
Muy diferente del carácter centralizador de las monarquías europeas absolutas,
el Imperio transmitió a la República brasileña esa debilidad orgánica...
La unidad brasileña careció siempre de bases sólidas; el secreto es preciso
buscarlo en su estructura social: en la ausencia de un centro capitalista
unificador. el resultado ha sido la importancia adquirida por el regionalismo
económico y político y el papel excesivo jugado por algunos Estados brasileños
en el conjunto de la vida nacional" [434].
Para el gran historiador de la Izquierda Nacional, evidentemente, atribuir
a la "burocracia imperial brasileña" un patriotismo especial es, cuando
menos, un exceso. Las raíces son incluso más hondas que lo resumido por
Ramos. Una opinión convergente, en nuestros días, presenta el equipo que,
dirigido por César Benjamin, redactó el interesante ensayo titulado A opção
brasileira. Particular utilidad presentan, a nuestros fines, los análisis
que se hacen sobre la relación entre esclavitud y debilidad del Estado [BENJAMIN,
2002: 75 sgtes.]
En Casa grande y senzala (1943: II, 25 sgtes.) Gilberto Freyre señala que
si Portugal no se incorpora a Castilla se debe al "cosmopolitismo comercial,
la finanza, el mercantilismo burgués" engendrados por el tráfico portuario
(hay pruebas de que ya a principios del siglo XIII los navegantes portugueses
llegaban a Flandes, Inglaterra y Levante)". Según Freyre, quien sigue aquí
a Antonio Sergio, esta tenaz repulsión a la unidad se debió a la presencia
de "elementos extranjeros de diversos orígenes" que se asentaban allí "donde
el comercio del norte de Europa se encontró con el del Mediterráneo".
Esta burguesía medieval urbana y navegante, más prematura que precoz, sirvió
de apoyo a la corona frente a la aristocracia. Se apoyaba en la aventura
comercial ultramarina, pero no impulsaba el desarrollo de las industrias
y artesanías locales.
Es que una burguesía comercial especializada en el tráfico de ultramar no
es por sí misma garantía de desarrollo capitalista autocentrado. Necesita
para ello un vínculo orgánico con aquellas clases sociales que, localmente,
participan de la producción material directa de los bienes necesarios a
la vida humana. Esto estaba completamente ausente del Portugal del siglo
XVI. Por el contrario, como observa Guicciardini [FREYRE, cit: 78], "[l]a
pobreza es grande y... proviene... de la índole de sus habitantes, opuesta
al trabajo; prefieren enviar a otras naciones las materias primas... para
comprarlas después".
Así, "Portugal, que había llegado a exportar trigo a Inglaterra, tornóse
en su etapa mercantilista, el importador de todo cuanto necesitaba para
su mesa, menos la sal, el vino y el aceite" [ídem: 85] Un empobrecimiento
alimentario se suma al abandono de la agricultura común a las Españas y
proviene de "la monocultura estimulada en Portugal por Inglaterra a través
del tratado de Methuen" [ídem: 88]
De este modo, el atraso agrario, la nostalgia del imperio ultramarino y
la orientación extrovertida de la vida portuguesa le impiden aprovechar,
entre 1580 y 1640, la unión de las dos coronas peninsulares. Se abren a
esa burguesía, potencialmente, las puertas de toda la península (y a sus
colonos americanos, el camino pacífico hacia el Plata, que varios llegaron
a emprender). Pero no las puede aprovechar.
Después de Villaviciosa, todo estaba listo para la intervención británica,
que se cumplió a la perfección. La decadencia final se revela con toda su
profundidad cuando los avances de la navegación van mermando el interés
en la desmedrada escala lusitana. Inglaterra, por otro lado, ya dispone
de suficientes bases mediterráneas como para desentenderse de su suerte.
El rebote americano de la gran derrota
España tardará casi tres siglos en recuperarse. Portugal se convierte en
una dependencia británica con ínfulas de grandeza.
En América se abre una fatal hendidura entre los dominios de las dos coronas.
Una larga guerra (civil, pero aparentemente "internacional") hinca sus talones
en la frontera viva castellano-lusitana . Los avatares de esta permanente
fricción fronteriza estuvieron íntimamente ligados a los esfuerzos británicos
por destruir las últimas chispas de energía que restaban aún en los imperios
peninsulares... ¡como si éstos no hubieran tenido ya bastante con Juana
la Loca, Carlos V, Felipe II y los primeros Braganzas!
De preferencia, estos afanes privilegiaron el enfrentamiento entre los dos
países ibéricos antes que la intervención directa de Londres. Siempre fieles
a sus métodos, las clases dominantes de la Isla supieron usar la disensión
ajena en provecho propio (por ejemplo, obtienen para sí un asiento de negros
en Buenos Aires -nido de contrabandistas, en realidad- gracias al conflicto
hispano-portugués por la Colonia del Sacramento).
Esto no era un mero efecto de habilidades personales. Grandes dirigentes
y políticos los hubo también en Portugal y España. Pero entre las décadas
finales del siglo XVI y las del siglo XVIII , los dos países se anonadan
bajo la masa abrumadora de sus arcaicas estructuras políticas, económicas
y sociales; mientras tanto, Holanda, Inglaterra y Francia modernizan y fortalecen
las suyas, ganando vuelo y audacia. En el vasto teatro de operaciones americano,
la pugna por asuntos locales cada vez responde menos a los intereses peninsulares
y más a la lógica impuesta por las nuevas potencias mundiales.
La balcanización vino desde Europa: la derrota de las fuerzas revolucionarias
de la Península la hizo inconmovible, y en América se tornó llave maestra
de nuestro sometimiento. La unidad no fue duradera porque mantuvo el poder
de las clases que se le oponían. La victoria del pasado, condensada en la
continuidad de las estructuras sociales heredadas, impidió aventar las raíces
sociales del desmedro. La unidad es revolucionaria, pero una unidad formal
que, sin masas en acción conciente, renuncie a doblegar a las clases sociales
que viven del mutuo extrañamiento de nuestros pueblos, será en América tan
fantasmal y elusiva como lo fue en Europa cinco siglos atrás.
* El presente texto forma parte del primer capítulo de la "Geopolítica de
la Industrialización de América Latina" que está preparando el autor. Deseamos
dejar constancia, en la presente versión, que al momento de redactarlo no
teníamos a nuestro alcance un texto fundamental para tratar el tema, "La
España que conquistó el Nuevo Mundo", de Rodolfo Puiggrós. En la versión
final y definitiva corresponderá hacerle justicia; tomando abundantes de
elementos de ese trabajo, insoslayable para quien tenga interés en conocer
la dialéctica entre Medievo y modernidad que caracteriza todo el momento,
tanto en la Península Ibérica como en América, y la relación entre esa dialéctica
y la balcanización.
La presente versión fue publicada por vez primera en la revista “Política”,
año 1, número 1.
BIBLIOGRAFÍA
Amin, Samir. El desarrollo desigual. Barcelona, Planeta-De Agostini, 1986.
Benjamin, César, Ari José Alberti, Emir Sader, y otros. A opção brasileira.
Rio de Janeiro, Contraponto, 2002.
Elliott, J.H. La España Imperial, 1469-1716. Barcelona, Vicens Vives, 1980.
Enea Spilimbergo, Jorge. La cuestión nacional en Marx y otros ensayos políticos.
Buenos Aires, Fondo Editorial Simón Rodríguez, 2003.
Estrabón. Geografía (Hispania y Galia). Barcelona, Planeta-de Agostini,
1995.
Freyre, Gilberto. Casa-Grande y Senzala. Formación de la familia brasileña
bajo el régimen de economía patriarcal. Buenos Aires, Emecé, 1943.
González de Fauve, María Estela; Norah Beatriz Ramos (compiladoras). Historia
de España. Lecturas. Segunda parte. Universidad de Buenos Aires, Facultad
de Filosofía y Letras, 1977.
Hale, J.R. La Europa del Renacimiento, 1480-1520. Madrid, Siglo XXI, 1973.
Hoppe, Hans-Hermann. Democracy: the God that failed. The economics and politics
of monarchy, democracy, and natural order. New Brunswick (USA) and London
(UK), Transaction, 2002.
Oliveira Martins, J.P. Historia de la civilización ibérica. Buenos Aires,
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1973.
Renard, G.; G. Weulerse. Historia económica de la Europa Moderna. Buenos
Aires, Argos, 1950.
Ribeiro, Darcy. O povo brasileiro. A formação e o sentido do Brasil. São
Paulo, Companha das Letras, 1999.
Romano, Ruggiero; Alberto Tenenti. Los fundamentos del mundo moderno. Edad
Media Tardía, Renacimiento, Reforma. Madrid, Siglo XXI, 1975.
Vilar, Pierre. Historia de España. Barcelona, Crítica, 199
Watt, Montgomery. Historia de la España islámica. Barcelona, Cambio 16,
1992.
NOTAS
1 La "burguesía" del modelo que describe Carlos Marx en El Capital está
históricamente justificada porque necesita ampliar permanentemente la escala
de producción como condición de su propia supervivencia. Pero no toda clase
dominante de una formación económico social perteneciente al modo de producción
capitalista es, necesariamente, una burguesía en ese sentido. A estas clases
sociales solo se las puede denominar como "burguesías" en un sentido descriptivo,
pero no en sentido estructural. Son lo que en América Latina se ha dado
en llamar "oligarquías". [ENEA SPILIMBERGO, 2003: 96; vid. sp. n. 8
2 Para ser precisos, la Reconquista propiamente dicha se extiende hasta
la batalla de las Navas de Tolosa, a principios del siglo XIII. Pero la
fecha convencional de su término la sitúa a fines del siglo XV.
3 "A fines del siglo XVII España contará con 625 000 nobles, cuatro veces
más que los que poseerá jamás la sociedad francesa, cuatro o cinco veces
más numerosa, sin embargo; y cuando entonces se deciden a proclamar que
la industria no degrada, es demasiado tarde (1682)... En 1669, [l]a población
total del reino ha quedado reducida a cinco millones [RENARD-WEULERSE, 1950:
33,45]. La fecha del dato es de pleno Barroco, pero la comparación con el
caso francés, tan conocido por la sobreabundancia de nobles, revela tendencias
que ya regían en el Medievo.
4 Sobre el papel disgregador de
las marcas y baronías guerreras del Medievo baste señalar el cumplido en
Inglaterra por los marqueses del confín galés, en Alemania por los señores
de la marca oriental (Öster-reich, Austria), etc.
5 Aragón, por otra parte, tenía una estructura confederal: centrada
en Cataluña, Valencia y las Baleares eran sin embargo muy celosas de sus
autonomías.
6 Las coronas de Castilla y Aragón, además, tenían intereses extrapeninsulares
y centrífugos, especialmente los aragoneses, quienes se orientaban hacia
posesiones en el Mediterráneo central y oriental (Mallorca llega a
ser independiente por un corto período). Castilla, que inicialmente
concentraba su potencia dentro de la Península, llega a las Canarias y pronto
se ve lanzada a la inmensa aventura del Nuevo Mundo. Las burguesías
catalana, valenciana y mallorquina estarán excluidas de América hasta el
siglo XVIII.
8 Aún sin entrar en esos detalles, un análisis pormenorizado de las instituciones
de tiempos de los Reyes Católicos demuestra cuánto tenían aún de fragmentación
medieval [ELLIOTT, 1980: 77-87], y se descubre en el famoso afán burocrático
de Felipe II una aversión profunda al contacto humano y a tomar decisiones
más que la voluntad de construir un Estado moderno.
9 Pierre Vilar
llega a definir al imperialismo español de esos años como la "etapa superior
del feudalismo". La frase viene de Lenin, quien definió el imperialismo
contemporáneo como la "etapa superior del capitalismo", y nos parece muy
acertada. En ambos casos se trata de prorrogar un régimen atrasado,
que cruje por todas sus articulaciones. El intento de los Austria
de permanecer en la Edad Media fue tan decadente y atroz como la actual
"globalización".
Los Habsburgo encarnan, ya desde
fines de la Baja Edad Media, cuanto de atrasado y de siniestro puede tener
una clase dominante de Europa. No es una casualidad que entre los
panegiristas contemporáneos del imperialismo globalizador se puedan encontrar
defensores acérrimos de ese Imperio multinacional y semifeudal centroeuropeo
que nutrió por siglos a su rama principal (HOPPE, 2002: "Introduction",
págs. xi-xxiv). Se trata, en ambos casos de las fases terminales
de un modo de producción: el tributario-feudal para los Austria, el
capitalista hoy.
9
El gasto
suntuario de la aristocracia y la exacción de banqueros e intermediarios,
ajenos al país o indiferentes a su destino,
dejan en España una fracción mínima de los ingresos americanos ¡y la Corona
la malgasta en combatir turcos o
perseguir
protestantes! Esto afecta incluso al momento más glorioso
de la España imperial: la batalla de Lepanto, completamente innecesaria
desde el punto de vista español estricto. Eso sí, a la casa de Austria le
asegura las fronteras imperiales en el Oriente austrohúngaro y apoya a Venecia,
la única verdaderamente beneficiada. Para Soldevila, nada le rindió
a España; Braudel, que valora su importancia para el resto de Europa,
no puede ocultar que se trata de una batalla ajena al interés español.
La política de los Austria, aún en este caso supremo, se revela completamente
antiespañola [Ambas citas pueden consultarse en la posición web http://www.mgar.net/var/lepanto.htm].
José Ramón Cumplido Muñoz [http://www.revistanaval.com/armada/batallas/lepanto.htm],
amén de resaltar la similitud ideológica (aunque con signo cambiado) entre
el otomano decadente Selim y el católico reaccionario Felipe II, coincide
en las apreciaciones antedichas.
10 Isabel "gozaba de una reputación europea por su protección a la ciencia
... existía en el país una inquietud intelectual y un afán por los contactos
culturales con el extranjero ... La España de Isabel y Fernando era una
sociedad abierta, interesada por las ideas extranjeras y dispuesta a aceptarlas.
La creación de la Inquisición y la expulsión de los judíos fueron sendos
pasos hacia atrás, pero al mismo tiempo resultaron insuficientes para desviar
a España de su viaje de exploración más allá de sus fronteras." [ELLIOTT,
1980: 132-135; confer PALACIO ATARD, 1947: 63-79; apud GONZÁLEZ
DE FAUVE-RAMOS, 1977].
11
Adoptamos la definición de Samir Amin, que no alude al tiempo
de travesía sino a que se trata de comercio entre formaciones económico-sociales
que ignoran los costos
relativos
de
producción de los bienes transados.
Este comercio,
lejos de oponerse a las
formaciones precapitalistas
es uno de sus componentes estructurales:
"no es un modo de producción, sino el modo de articulación de formaciones
autónomas... relaciona sociedades que se ignoran, es decir, productos cuyo
coste de producción en la otra desconoce cada una de las sociedades, productos
raros, no sustituibles... jugará un papel decisivo cuando el excedente que
las clases dominantes pueden obtener de los productores dentro de la formación
se vea limitado, debido al nivel de desarrollo menos avanzado de las fuerzas
productivas y condiciones ecológicas difíciles, o bien a la resistencia
de la comunidad aldeana. En este caso, el comercio lejano permite,
en beneficio del monopolio que autoriza, la transferencia de una fracción
del excedente de una sociedad a otra"
[AMIN, 1986:
12-13].
12 Como bien explica Ribeiro en O povo brasileiro, "o
Rio de Janeiro nasce e cresce como o porto das minas. O Rio Grande
do Sul e até a Argentina, provedores de mulas, se atam a Minas, bem como
o patronato e boa parte da escravaria do Nordeste. Tudo isso fez de
Minas o nó que atou o Brasil e fez dele uma coisa só" [153]. La demanda
de las minas auríferas apiñadas en torno a Ouro Preto obra como centro unificador
dinámico de las posesiones lusitanas en Sudamérica. El fenómeno es
idéntico al del Alto Perú en los colindantes virreynatos y presidencias
españolas.
13 Methuen sabía perfectamente cómo someter un pueblo al coloniaje.
Entre 1697 y 1703 se había desempeñado como Lord Chancellor of Ireland,
el cargo judicial más alto de la Irlanda oprimida por la soldadesca y los
terratenientes ingleses.
14 La Mesta era una organización de grandes ganaderos ovinos que
gozaba de múltiples privilegios, incluido el de libre pastaje a lo largo
de las "cañadas" por las que llevaban sus haciendas en dirección a Bilbao.
Eje de la economía tardomedieval castellana, la exportación de lana merino
se convirtió así en la principal apoyatura de la Corona y en el factor inicial
de la unificación del Estado castellano (debemos esta apreciación a una
comunicación personal del Dr. Roberto Ferrero). Este hecho explica
tanto la consideración de Fernando e Isabel hacia la alta aristocracia como
la incapacidad de las burguesías (especialmente de Castilla la Vieja) para
orientar la acción unificadora en un sentido más moderno.
15 Abarcaba el sur y sudoeste de lo que hoy es el Brasil, y en especial
el medio millón de kilómetros cuadrados que coinciden, aproximadamente,
con los actuales Estados de Santa Catarina y Río Grande do Sul.
Con la independencia portuguesa se detiene el ingreso lento pero pacífico
de súbditos de Lisboa a las Indias castellanas (en particular al Río de
la Plata), y en cambio recrudecen la expansión militar hacia el Plata y
los ataques bandeirantes sobre las Misiones. Sin ella, no habría
sido impensable un imperio ibérico en América del Sur cuyo frente pacífico
tuviera orientación castellana mientras que en el Atlántico predominaba
la influencia portuguesa: durante todo este período Buenos Aires se
"abrasileñiza" notablemente.
16 Salvo las tres o cuatro décadas finales, dominadas por el despotismo
ilustrado; éste revivió a los dos países y en el caso español la Ilustración
nutrió a los intelectuales revolucionarios de principios del siglo XIX,
directamente o a través de sus maestros.
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Politología
Marxismo, crisis económica y lucha de los pueblos
Por Armando Hart Dávalos
(Cubarte).- Los más recientes indicadores de la economía norteamericana
reflejan el agravamiento de problemas que desde hace algún tiempo vienen
preocupando a economistas y políticos en todo el mundo.
El debilitamiento del dólar frente a otras monedas como el euro, el yen;
la crisis en el sector hipotecario y el aumento del precio del barril de
petróleo hasta sobrepasar límites históricos han incrementado los augurios
acerca de una recesión en Estados Unidos. Resultan significativos los de
David Walter, contralor general, referidos al alarmante desequilibrio fiscal
que pudiera conducir a una explosión de la deuda y los de Allan Greenspan,
ex presidente de la Junta Federal de la Reserva, que sitúa las posibilidades
de una recesión en más de un 50 por ciento. En recientes reflexiones del
Comandante en Jefe se ha abordado también con profundidad el fenómeno.
Para los que decretaron la muerte al marxismo, la entrada de la economía
norteamericana en la fase de recesión vendría a confirmar, con la tozudez
de los hechos científicos, la validez de las previsiones de Marx respecto
del carácter cíclico de las crisis en el sistema capitalista. Es cierto
que se han acumulado experiencias para modificar el ciclo y retardar o disminuir
el efecto de las crisis económicas pero la irresponsabilidad de la actual
administración con su política guerrerista financiada con un dólar cada
vez más debilitado y sin respaldo, ha venido creando una situación insostenible
hacia el futuro.
Se ha insistido, y con razón, en que la crisis por sí sola no significará
el fin del capitalismo, que la economía norteamericana tiene la capacidad
de remontar la crisis y que solo la lucha de los pueblos, incluido desde
luego el norteamericano, podrá acabar con el sistema de dominación imperialista.
Sin embargo, una crisis de grandes proporciones, como la que parece avecinarse,
traería cambios inevitables en la política tanto interna como externa de
Estados Unidos e influiría considerablemente en sus aliados imperialistas.
Recordemos la crisis de 1929, sus efectos devastadores a escala mundial,
y el surgimiento en la política de Estados Unidos de una figura como Franklin
Delano Roosevelt y su New Deal para hacer frente a los agudos problemas
sociales agravados por aquella crisis.
Ahora, las pretensiones hegemónicas y la política que sustentan los sectores
más reaccionarios de Estados Unidos sufrirían un duro golpe y se crearían
mejores condiciones para la supervivencia y desarrollo de los procesos de
cambio en marcha en nuestra región.
No se trata en modo alguno de desear la crisis como remedio a todos los
males actuales por los que atraviesa la humanidad, porque estamos conscientes
de los efectos negativos que ella tendría para la economía internacional,
pero sí de prepararnos y aprovechar las posibilidades que se abrirían con
el debilitamiento del poder hegemónico para avanzar en la reestructuración
del orden financiero internacional actual basado en el dominio del dólar,
afianzar la multipolaridad ---el equilibrio del mundo planteado por Martí---,
y consolidar los procesos de integración en América Latina y el Caribe.
Hace más de una década la revista The New Yorker publicó un artículo con
el título El regreso de Carlos Marx, que subraya la vigencia de su pensamiento
en la explicación de los fenómenos de la economía capitalista. Junto a los
barruntos de crisis económica está a la vista la fractura de las bases éticas,
políticas y jurídicas de las sociedades más desarrolladas de Occidente,
y en especial la norteamericana actual, la cual constituye, como se sabe,
el poder hegemónico del capitalismo mundial.
Para los revolucionarios, la vía a seguir pasa por situar la justicia como
categoría principal de la cultura pues no hay sistema social que pueda prevalecer
sin un fundamento cultural. No es posible concebir la esclavitud en Roma
sin derecho romano y no puede haber socialismo si no somos capaces de encontrar
los vínculos que unen la ética, el derecho, la política práctica en su integridad
cultural.
Ahora, junto con el gigante de Tréveris, regresan Bolívar, Martí, los próceres
y pensadores de Nuestra América y regresa el Che, con su adarga al brazo,
para señalarnos el camino de la total y definitiva independencia de nuestros
pueblos.
Fuente: www.cubarte.cult.cu 04/01/08
Educación
Las ciencias y
la lógica del mercado
Por Ruben Dri *
Las siguientes líneas se suman a la polémica iniciada tras las declaraciones
del ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, en una entrevista con
este diario. El filósofo Rubén Dri propone reflexionar sobre la situación
de las ciencias sociales en la Universidad de Buenos Aires.
Para el debate abierto sobre el conocimiento es fundamental preguntarse
sobre la situación del conocimiento, la investigación y la docencia en nuestra
universidad. Lo que en primer lugar salta a la vista es que la universidad
en general, y la Facultad de Ciencias Sociales que aquí nos interesa en
particular, aceptaron la lógica del mercado que como un huracán se impuso
en nuestro país en la década del ’90. El deterioro académico, que es una
percepción generalizada, no es más que su consecuencia. Menester es, pues,
que comencemos a realizar un análisis crítico de semejante lógica, a fin
de recuperar la facultad como espacio de creación colectiva al servicio
de la sociedad.
Todo el mundo sabe que los sueldos que se pagan a los profesores son insuficientes.
Para remediar tal situación el neoliberalismo encontró la solución: la categorización
y los incentivos.
- La categorización. Una universidad -unidad en la diversidad- es la comunidad,
el sujeto colectivo, la producción colectiva de conocimiento, no en el sentido
de supresión de las individualidades, sino de afirmación de las mismas en
el seno de la comunidad. La comunidad no significa que todos hacen lo mismo
o que todas las funciones son exactamente iguales. Hay funciones diferentes,
la de profesor titular, la de asociado, la de adjunto, la de auxiliar, pero
ello no implica tener profesores de primera, profesores de segunda y profesores
de tercera y profesores “parias”. Eso sólo acontece en una sociedad de castas.
Mediante los concursos se delinean las funciones en el marco de la comunidad.
El “genial” invento de la “categorización” rompe la comunidad, introduce
la jerarquización, la competencia, el individualismo, en una palabra la
concepción individualista y de guerra a muerte que es propia del neoliberalismo.
Se lleva a la práctica de esa manera uno de los principios fundamentales
del neoliberalismo, la desigualdad. Esta, efectivamente, para dicha filosofía
no sólo es un valor positivo, sino el valor positivo por excelencia, pues
incita a la competencia, motor de todo progreso. ¿Cómo se categoriza? Mediante
la asignación de puntajes a determinadas actividades que se supone realizan
los docentes. Ahora bien, la categorización hace referencia directa a la
investigación, teniendo en cuenta también la docencia, pero ésta, de manera
subordinada. Los docentes universitarios aparecemos así categorizados como
“investigadores de primera”, “de segunda”, “de tercera” y así en adelante.
Puedes haber ganado el concurso que sea, eso quedó atrás, lo importante
ahora es que te sometas a la categorización.
De esa manera, el concurso queda desvalorizado. De hecho, es la clave para
ser designado como profesor regular, pero ello no significa que, por ejemplo,
eres apto para desarrollar un proyecto de investigación. Para eso deberás
someterte a un tribunal que juzgará si posees tal aptitud. Ahora bien, ¿cuál
es el criterio por el cual, por ejemplo, los libros publicados no pueden
pasar los 180 puntos? ¿Por qué la docencia en carreras de posgrado puede
llegar a los 100 puntos? El único criterio es el “decisionismo”. No puede
ser de otra manera cuando se aplican las matemáticas, o sea, lo cuantitativo,
a lo cualitativo. Es cierto que esto se aplica al poner determinado puntaje
para la aprobación de las materias. La diferencia es que, en este caso,
el puntaje está avalado por el conocimiento -al menos eso se supone- que
el profesor tiene en relación con el dominio que el alumno posee de la materia.
Es decir, lo cuantitativo en este caso es simplemente una manera de significar
la aprobación de la materia. En el caso de la categorización el problema
es diferente. Efectivamente, aquí no hay ninguna aprobación cualitativa.
Todo se reduce al más crudo cuantitativismo: asistencia a los congresos,
tantos puntos; artículos en revistas, tantos puntos; y así adelante. Es
una verdadera banalización del conocimiento.
El decisionismo que campea en la asignación de puntos a la investigación
no puede menos de asombrar al otorgar puntos de investigación a la “gestión”
¿Qué tiene que ver la investigación con la gestión? Esta es una función
de política académica. A ella no se llega por méritos académicos, sino por
elección. Es bueno que quien ejerce una función política en la universidad
posea méritos académicos, pero no necesariamente ni siempre es así. La gestión
es una función necesaria que debe ser remunerada con criterios que tienen
que ver con el trabajo que implica, pero mezclar la gestión con la investigación,
otorgar puntajes de investigación por la gestión es mezclar el agua con
el aceite.
Un profesor debe preocuparse por acumular puntaje. Para ello se lanza a
acumular títulos, maestrías y doctorados, asistir a congresos, presentar
ponencias, publicar artículos pero que sea con “referato”, porque de esa
manera tienen mayor puntaje. El invento del referato trae al imaginario
la escena de la competencia futbolística.
Una cosa es un artículo publicado con referato y otra, el mismo artículo
publicado sin tan importante y trascendente aprobación. Con artículos con
referato uno puede llegar a reunir nada menos que 200 puntos. Esos mismos
artículos, sin agregar una coma, pero privados de referato sólo pueden arañar
unos 50 puntos. El referato le agrega un plus que no se sabe de dónde viene.
Es como la “gracia eficaz” de San Agustín, o las palabras mágicas que transforman
la realidad material en espiritual.
Los libros publicados por editorial con arbitraje o comité editorial pueden
reunir hasta 180 puntos. Pongamos por caso: la Fenomenología del espíritu,
la Ciencia de la lógica y la Enciclopedia de las ciencias filosóficas de
Hegel no llegarían a reunir esos puntos porque es evidente que no contaron
con ningún arbitraje. Con algunas publicaciones que contasen con la “gracia”
del referato se pueden reunir hasta 200 puntos y superar a los tres libros
de Hegel.
- Los incentivos. En diversas actividades el incentivo está prohibido. Se
trata de una práctica que va contra la ética. Ya que la práctica deportiva
ha influido en la adopción del referato, se podría haber adoptado también
la práctica del deporte en la cuestión del “incentivo”. En ella tal práctica
está prohibida y penada.
En la Universidad es práctica loable. Es necesario acumular puntaje, ser
categorizado en el nivel más alto posible, para entrar en los incentivos.
Los profesores universitarios para trabajar necesitan ser incentivados.
Eso sí, se paga en negro.
Suponer que para trabajar se necesita ser incentivado es directamente humillante,
pues ello significa que el trabajador es tan irresponsable como para no
realizar el trabajo que le corresponde. Si esto puede aplicarse a todo trabajador,
con más razón debe aplicarse a profesores universitarios, pues se supone
que éstos son “educadores”. Es absurdo pretender serlo si no se es plenamente
responsable de su trabajo.
- Los posgrados. La necesidad de acumular títulos para el puntaje con el
que puedas acceder a la categorización más alta y así puedas recibir un
mayor incentivo lleva a la multiplicidad de los cursos y títulos de posgrado.
El grado ha quedado “degradado”, tan degradado que en algunos programas
recibidos de las instancias superiores directamente no figura, porque sólo
habla de pregrado y posgrado.
Es ésta una grave deficiencia. El tronco de la formación universitaria,
aquello en lo que la comunidad universitaria debiera poner sus máximos esfuerzos
es en la formación de grado. Para esta instancia de la formación universitaria,
la Facultad debe contar con profesores debidamente concursados, con sueldos
dignos.
Los profesores con dedicación exclusiva cada año informan sobre sus actividades,
tanto de la enseñanza como de la investigación, de modo que no necesitan
otra instancia para hacer lo mismo. Tampoco tienen necesidad de incentivo
alguno, porque el sueldo que reciben debe ser suficiente para una vida digna
y un trabajo eficiente.
Es un mérito de la Facultad de Ciencias Sociales el haber resistido eficazmente
a la tentativa de acortamiento de la carrera de grado. Sin embargo, la avalancha
de propuestas de posgrado la ha postergado.
- “Informes sobre las investigaciones.” Antaño, cuando no gozábamos de los
beneficios de las categorizaciones y los incentivos, el informe que se debía
rendir de las investigaciones realizadas era eso, un informe. Ello significa
que era necesario sintetizar el cuerpo de la investigación mostrando sus
avances, sus dificultades, el cumplimiento de los objetivos, los cambios
que el proceso de investigación ha obligado a realizar, etc.
Ahora todo eso cambió. Veamos: “Breve descripción del proyecto (120 palabras)”.
A continuación: “Describir las dificultades encontradas en la ejecución
del proyecto (120 palabras)”. A tan difícil y severo informe le siguen las
“palabras claves”. Eso es todo en cuanto informe del proyecto como tal.
Claro que nada de eso es importante. Lo importante viene ahora: Publicación
de artículos, presentación en congresos, simposios; realización de conferencias,
en una palabra, acumular puntaje.
De esta manera, lo cualitativo ha desaparecido, fagocitado por lo cuantitativo,
es decir, por el mercado. Hay que salir a vender el producto, saber presentarlo,
independientemente de su calidad. Es necesario saber llenar formularios,
tarea que se ha transformado en una de las principales actividades del docente
universitario que quiere “progresar”.
* Profesor consulto e investigador de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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Fuente: Página 12, publicado el 28 de Enero de 2008
El
Derecho a conocer la Historia
Por Norberto Galasso
Tanto la Constitución Nacional, como diversos pactos internacionales, reconocen
a todo ciudadano un conjunto de derechos, que se han venido ampliando con
el transcurso del tiempo. Sin embargo, a veces se aduce, con razón, que
esos derechos, reconocidos por la ley y por la opinión mayoritaria de la
sociedad, las más de las veces no pueden ser ejercidos concretamente, especialmente
dada la desigualdad social reinante: la auténtica libertad de prensa requiere
ser dueño de un diario, el derecho a transitar depende del dinero para pagar
el pasaje, etc.
Si ahondamos la cuestión, podríamos sostener también que el verdadero ejercicio
de esos derechos exige, como condición para quien los ejerza, el conocimiento
de quién es él mismo, cuál es el país en que vive y cuál el rol que debería
desempeñar para el progreso suyo y de sus compatriotas.
Pero, para ello, es obvio que debe conocer profundamente la historia del
país, a la luz de la cual se tornará comprensible su propia vida. Si, por
el contrario, desconoce los rasgos fundamentales de la sociedad en que vive
y las razones por las cuales ella es como es, puede resultar que ejercite
sus derechos de una manera tan errónea que contraríe los propios objetivos
que busca concretar. Por ejemplo, quien suponga que los latinoamericanos
son abúlicos y perezosos -por motivos raciales- desconfiará seguramente
de aquellos “oscuramente pigmentados” y los denigrará, cuando, sin embargo,
la verdadera historia le demostraría que ellos fueron los soldados de la
independencia y que dieron su vida a movimientos políticos que provocaron
un fuerte progreso de nuestros países.
El derecho de conocer la Historia Argentina resulta, pues, indiscutible
para todos los habitantes del país, como instrumento fundamental para conocer
quiénes somos, dónde estamos y hacia adónde vamos.
La Historia Oficial
Sin embargo, la Historia que se nos ha venido enseñando, generación tras
generación, de Mitre hasta aquí, no cumple esa tarea de ofrecernos un cuadro
vívido y coherente de nuestro pasado, desde una óptica popular. Se trata,
en cambio, de un relato construido desde la óptica de las minorías económicamente
poderosas estrechamente ligadas a intereses extranjeros, expuesto como sucesión
de fechas y batallas cuya relación, más de una vez, aparece como arbitraria
o sólo generada por enfrentamientos personales. Durante largos años, diversos
investigadores la impugnaron- generalmente desde los suburbios de la Academia,
pues ésta se halla controlada por la clase dominante- y en muchas ocasiones
ofrecieron pruebas irrefutables de que la Historia oficial no era, en manera
alguna, “la historia argentina”, es decir, el relato interpretativo de nuestro
pasado, visto con una “óptica neutra y científica, alejada de las pasiones
políticas”, como lo pretendían los docentes de antaño, por supuesto, con
total buena fe. Se demostró que en el campo de la heurística (cúmulo de
datos, documentos, objetos, etc. que constituyen la materia prima de la
historia) se escamoteaban muchos sucesos: por ejemplo, que Olegario Andrade
no era sólo poeta sino militante y ensayista político, al igual que José
Hernández, que los negocios del Famatina gestionados por Rivadavia implicaban
una colusión de intereses privados con la función publica, que tanto San
Martín como O’Higgins odiaban al susodicho Rivadavia, que la represión de
los ejércitos mitristas en el noroeste, entre 1862 y 1865, significó la
muerte de miles argentinos y hasta, durante largo tiempo, se ocultó la batalla
de la Vuelta de Obligado para no reconocer el mérito de Rosas, aún disintiendo
con su política interna, de defender la soberanía de la Confederación. Asimismo,
se demostró que en el campo de la hermenéutica (la otra columna de la historia,
referida a la interpretación, que explica la concatenación de los hechos
históricos entre sí) también se habían tergiversado figuras y sucesos, como,
por ejemplo, mostrar al buenazo del Chacho Peñaloza como autoritario y represor
para justificar que los “civilizadores” le cortaran la cabeza y la expusieran
en una pica en Olta, suponer que San Martín estaba mentalmente declinante
cuando le legó su sable a Rosas, siendo que el testamento lo redactó a los
65 años (siete años antes de su muerte)
Estas críticas provinieron, inicialmente, del nacionalismo reaccionario
-denostador de Sarmiento por la defensa de la enseñanza laica y no por sus
concesiones al mitrismo- y también de investigadores que carecían del título
de historiadores, por lo cual la clase dominante los desplazó a los suburbios
de la cultura y ni siquiera se dignó polemizar con ellos. Más tarde, cuando
otras críticas provinieron de un marxismo que echaba raíces en América Latina,
también se las descalificó por carecer de óleos académicos.
Por supuesto, un pensamiento liberal honesto -aunque con ataduras a los
intereses económicos dominantes- hubiese reconocido que inevitablemente
existe “una política de la historia” y que, en razón de esto, las diversas
ideologías que disputan en el campo político, también lo hacen en el terreno
de la interpretación histórica. Hubo algunos, es cierto (quizás podrían
citarse a Saldías y a Pérez Amuchástegui), que no obstante su concepción
liberal, se negaron a convalidar muchas fábulas inconsistentes, pero, en
general, los historiadores oficiales se abroquelaron en la versión mitrista,
divulgada por Grosso, y condimentada por Levene, Astolfi , Ibáñez y tantos
otros, y luego, en el “mitrismo remozado” por Halperín Donghi. Con la ayuda
de otras disciplinas -que le otorgaban cierta verosimilitud científica-
la “Historia social” ofreció, entonces, una versión aggiornada de la vieja
historia oficial, en la cual los héroes tradicionales- quienes todavía dan
nombre a plazas, calles, localidades, etc. - permanecieron incólumes mientras
los “malditos” continuaban siendo vituperados (Felipe Varela por fascineroso,
Facundo por bárbaro, Dorrego por díscolo) o sepultados en el más absoluto
silencio (“Pancho” Planes por morenista, antirrivadaviano y dorreguista,
Fragueiro por pretender una banca social, el viejo Alberdi por condenar
el genocidio perpetrado en Paraguay, David Peña por “facundista” y “dorreguista”,
Rafael Hernández por industrialista, Juan Saa, Juan de Dios Videla y Carlos
Juan Rodríguez por federales enemigos de la oligarquía porteña). Igual destino
sufrieron los historiadores heterodoxos, que se apartaron de la línea oficial,
aislados, silenciados, hundidos en el olvido, como Ernesto Quesada, Manuel
Ugarte, Juan Álvarez, Francisco Silva, Ramón Doll, Rodolfo Puiggros, Enrique
Rivera y tantos otros.
Como señaló con mordacidad Arturo Jauretche, “esa historia para el Delfín,
que suponía que el Delfín era un idiota” no sirve para que un argentino
se reconozca por tal, para que entienda su condición latinoamericana a través
del auténtico San Martín (cruzando los Andes con bandera distinta a la argentina,
la cual sólo los cruzó en la imaginación de la canción escolar, y más aún,
haciendo la campaña al Perú bajo estandarte chileno) o encuentre que una
política de expropiación a las grandes intereses tiene sus antecedentes
tanto en el mismo San Martín en Cuyo, como en el Moreno del Plan de Operaciones,
así como la defensa de la industria nacional viene desde Artigas, pasa por
San Martín y se consolida en Rafael Hernández y Carlos Pellegrini. Tal historia
-agregaba Jauretche- “le ha quitado el opio que tomaba San Martín para calmar
sus dolores estomacales” por considerarlo mal ejemplo para los alumnos,
con lo cual San Martín continúa retorciéndose de dolor, mientras el opio
se ha transferido a la Historia Escolar con el consiguiente adormecimiento
de los alumnos.
No extrañe, entonces, que muchos argentinos de hoy no sepan quiénes son,
ni en qué lucha insertarse, ni qué gestas del pasado continuar y concluya
en el desánimo o el pasaporte. Le han robado su derecho a conocer la propia
Historia, para robarle su derecho al futuro.
La crisis de la historia oficial
Pero, ahora ocurre que las viejas estatuas crujen, que los cartelitos de
las calles apenas se sostienen sacudidos por nuevos vientos, que algunos
libros clásicos se caen y por efecto dominó, arrastran a los divulgadores,
angustian a los conferenciantes, provocan insomnio a los académicos. Esta
afirmación no es mera conjetura sino que surge de un artículo publicado
en “Clarín”, del 24 /5/2002, por una de las figuras más importantes de la
corriente historiográfica denominada “Historia Social”, que hoy predomina
en las universidades. Allí se afirma que “los historiadores profesionales”
ya no acuerdan con la interpretación de Mitre: “Estamos lejos de lo que
se enseña en la escuela y también del sentido común”. Si bien no confiesan
que su nueva visión latinoamericana proviene de los historiadores “no profesionales”
(Por ejemplo, Manuel Ugarte en 1910, Enrique Rivera en “José Hernández y
la Guerra del Paraguay”, publicado en l954 o “Imperialismo y cultura” y
“Formación de la conciencia nacional”, publicados en 1957 y 1960, por Juan
José Hernández Arregui), lo importante consiste en que ahora manifiestan
desacuerdo con la versión tradicional, que Mitre “inventó”. Después de más
de un siglo, resulta ahora que desde el Departamento de Historia de la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires se les anuncia a
los maestros que han difundido una historia falsificada, errada, que carece
del sustento científico que antes se le había otorgado desde las supuestas
altas cumbres del pensamiento científico.
Claro, estos “historiadores profesionales” comprenden la gravedad de lo
que afirman y admiten: “Sin duda, hay una brecha que debe ser cerrada, pues
en Historia, tanto como en física o Matemáticas no puede admitirse tal distancia
entre el saber científico y el escolar”. Indudablemente, sería sorprendente
que en la Universidad explicasen la revolución de mayo como integrando una
revolución latinoamericana en “una guerra que enfrentó a patriotas y realistas”
(absolutistas) como lucha entre “americanos y godos” (no ya entre independentistas
y españoles) después que los maestros la han enseñado como una revolución,
realizada por argentinos que odiaban todo lo español. (Y lo han hecho con
los consiguientes dolores de cabeza cuando algún niñito “prodigio” preguntaba:
¿entonces, por qué había españoles, como Larrea y Matheu, en la Primera
Junta?
Entonces, ¿por qué flameó la bandera española en el fuerte hasta 1814? Entonces,
¿por qué regresó San Martín, en 1811, si por toda su formación cultural,
familiar, militar, etc. debía ser un español hecho y derecho, después de
pasar pasado entre los 6 y los 33 años en España?)
Con toda razón, esos maestros deberían enrostrarle a los “historiadores
profesionales” que no han cumplido función alguna, desde la Universidad
y la Academia, al permitir que se difundieran interpretaciones falsas de
nuestro pasado, las cuales curiosamente tienden a desvincularnos de América
Latina y de la España revolucionaria, para idealizar a la Revolución de
Mayo como un movimiento “por el comercio libre”... con los ingleses.
¿Qué función cumplen estos “historiadores profesionales” -podrían argumentar
los maestros- si no son capaces de disipar los errores en la primera etapa
de la escolaridad? Como “los historiadores profesionales” prevén esa crítica-aducen
que esa brecha entre el saber científico y el escolar (que por primera se
reconoce que no es científico) debe cerrase “con cuidado”, porque “este
relato mítico es hoy uno de los escasos soportes de la comunidad nacional”
y habría sido “inventado” por Mitre para otorgarnos una “identidad nacional”.
¿Que significa esta última apreciación? Que, si bien la historia escolar
no es científica, ha sido “inventada” y de una u otra manera nos da “identidad
nacional, ”que si bien “aquellos hombres no fueron héroes inmarcesibles,
sino sólo hombres como nosotros”, nos dieron “una forma, un modelo de sociedad
y de Estado” que debe preservarse y recrearse permanentemente. Corresponde
preguntar, entonces : ¿Cuál es ese modelo? ¿El de Martínez de Hoz, acaso?
¿Cuál es ese Estado? ¿El que promovía redistribuir el ingreso en los años
50 o el que favoreció nuestro endeudamiento externo en 1976?
Grave encrucijada para la Historia oficial en momentos en que la mayoría
de la sociedad argentina cuestiona a los políticos, a los Bancos, a los
magistrados de la Corte Suprema. ¿Sorprendería acaso que entre tanta cosa
vieja, ya inservible, fuera también al desván la Historia Oficial? ¿Sorprendería
acaso que el pueblo reclamase el derecho a conocer su verdadera historia,
para saber quién es realmente, cuáles son sus hermanos de causa y quiénes
lo que pretenden cerrarle el horizonte?
En esta época en que se avecinan transformaciones profundas, el conocimiento
de una verdadera identidad -no “identidad colonial” sino “identidad nacional”,
no “inventada” por nadie, sino forjada por los argentinos a través de una
larga lucha por la justicia, la igualdad y la soberanía- seguramente permitirá
a las mayorías populares argentinas lanzarse a gestar un futuro digno de
ser vivido.
Buenos Aires, octubre 28 de 2002
Publicación del Centro Cultural "E. S. Discépolo"
Fuente: http://www.discepolo.org.ar/node/43
Historia
La respuesta
de Norberto Galasso a Halperín Donghi
LA NACIÓN NO PUBLICÓ LA CARTA QUE GALASSO ENVIÓ A LA REVISTA ADN CULTURA
A RAÍZ DE LAS DECLARACIONES REALIZADAS POR HALPERÍN DONGHI EN UNA ENTREVISTA
PUBLICADA POR ESE MEDIO EL PASADO 13 DE SEPTIEMBRE (2008)
El debate sobre las distintas corrientes historiográficas en la Argentina
encuentra en la carta de Galasso dirigida a Halperín Donghi un valioso aporte
sobre la reconstrucción del relato histórico, la objetividad y el rigor
científico. Ejes permanentes de una necesaria discusión.
En primer término, felicito a ADN Cultura y en especial a Carlos Pagni por
el reportaje al profesor T.
Halperín Donghi publicado el 13 de septiembre último, pues constituye un
aporte valiosísimo a la polémica historiográfica en la Argentina.
En segundo lugar, agradezco a dicho historiador pues me reconoce como “una
especie de adversario”, actitud no habitual en él que siempre se ha posicionado
como dueño exclusivo de verdades absolutas, desde cuya alta cima no reconocía
antagonistas. Lo sorprendente es que no sólo me reconoce sino que otorga
validez a mis argumentos, que ahora comparte.
Este reconocimiento se produce con cierta tardanza pues hace ya más de trece
años, desde mi libro La larga lucha de los argentinos, vengo señalando que
la corriente historiográfica que él orienta se caracteriza por aparentar
un depurado “rigor científico” ajeno a toda subjetividad y a toda ideología
y que, en cambio, es tan tendenciosa como todas las demás interpretaciones
históricas, entre las cuales incluyo a la que pertenezco, con la diferencia
que nosotros reconocemos que valoramos los sucesos según nuestra propia
escala de valores y ellos, lo habían negado hasta ahora. Es decir, somos
todos tendenciosos en la hermenéutica, aunque seamos rigurosos en la heurística,
sólo que el profesor y sus discípulos nunca lo admitieron.
Ahora, en cambio, con esa sinceridad y serenidad que dan los altos años,
cuando la Parca nos está acechando para “tener nuestros ojo”como decía Pavese,
el profesor acaba por confesar: “Cuando hago una reconstrucción histórica,
de alguna manera, lo que es un poco desleal, es que eso lo tengo adentro,
pero no lo muestro”.Así resulta que comparte conmigo -a quien considera
“una especie de adversario, el historiador ‘nacionalista’ Norberto Galasso”-
que “para hacer historia hay una etapa en que se junta todo y otra en la
que, desde una perspectiva militante, se explica la versión que a uno le
gusta”.
De esta manera, se entiende que cuando, en su libro La democracia de masas,
omite que hubo 380 muertos, en el bombardeo del 16 de junio de 1955, afirmando
sólo que “se ametralló el centro porteño”, eso se origina en que tuvo la
información pero la desechó porque no era “de su gusto” revelar los crímenes
de Aramburu y Rojas.
Resulta asombrosa -y muy digna de su parte- esta confesión que, sin embargo,
coloca en dificultades a los profesores, que en su nombre blasonaban de
“científicos” y “objetivos”, así decían que enseñaban con rigor y veracidad
a sus alumnos. Uno de ellos, por ejemplo, señaló en su cátedra que yo “era
curandero” porque era tendencioso, pero ahora resulta que todos somos tendenciosos
y por otra parte, al “curandero” la Secretaría Académica de la Facultad
de Filosofía y Letras lo acaba de designar Profesor Honorario, con lo cual
-agregada a esta confesión de Halperín- ahora somos todos curanderos.
Pero hay algo más, todavía, estimado profesor. Usted que investiga en la
placidez de las universidades extranjeras no puede calificarme de “nacionalista”
porque ello significaría ignorar que he publicado una decena de libros definiéndome
como hombre de Izquierda Nacional. Usted mismo ha reconocido a nuestra tendencia
historiográfica -federal provinciana, latinoamericana o socialista- hace
más de 20 años cuando afirmó que “el neorrevisionismo de izquierda se identifica
con una historia continuada pero soterrada que gracias a ellos aflora por
un instante: es la de las clases oprimidas” (Revista Punto de vista, abril
1985). ¿Quizás anda ahora algo desmemoriado? O probablemente necesita otros
13 años más para informarse que he escrito una biografía del socialista
nacional Manuel Ugarte, secuestrada por la dictadura genocida, así como
El Che y la revolución latinoamericana, Liberación Nacional, socialismo
y clase trabajadora, El socialismo que viene, El FIP y la Izquierda nacional,
¿Qué es el socialismo nacional?, Cooke: de Perón al Che, Socialismo y cuestión
nacional y, en dos tomos, Aportes críticos a la historia de la izquierda
de la Argentina?.
Pero, bueno, tengo paciencia y esperaré que usted se entere, especialmente
ahora que América Latina está avanzando hacia “el socialismo del siglo XXI”.
Y la yapa: usted reconoce que somos tendenciosos y que yo “soy su adversario”
-por los contenidos- pero que, además, en la forma, nos diferenciamos porque
yo uso un “estilo tosco”. Quizás sea correcto: yo escribo en mi país,como
decía Ugarte, en una América Latina convulsionada, entre huelgas y gritos,
movilizaciones y violencias, golpazos de puertas y ventanas que traen las
protestas de la calle y aquí,y en ese clima de lucha y de tensión no hay
lugar para exquisiteces.
Aquí sólo se puede ser “tosco” (y sí Agustín, mejor).
Le agradezco desde ya al señor director la publicación de estas reflexiones.
Norberto Galasso
Aclaración: Este texto fue enviado por correo electrónico al suplemento
cultural de La Nación para su publicación.
La respuesta fue inmediata y muy cortés: el director del suplemento -aún
cuando proviene de Perfil- manifestó que había leído mis libros con mucho
gusto, pero que lamentablemente el suplemento cultural no publicaba cartas
de lectores y que, en cuanto a la posible publicación de mi carta en cartas
de lectores del cuerpo del diario, no lo estimaba conveniente pues el público
que lee el diario, comúnmente no lee el suplemento.
Pero haciendo gala de fervoroso democratismo, dicho señor me ofreció hacerme
un reportaje para ADN Cultura. Contesté a través de otro correo electrónico,
señalándole que mi larga experiencia en estas lides me llevaba a considerar
cualquier reportaje como un campo minado donde los grabadores no siempre
son fieles a las ideas que expone el reporteado.
No obstante, para encontrar una solución al entredicho le propuse que preguntas
y respuestas se hicieran por correo electrónico, pero que en medio del reportaje,
en un recuadro, se reprodujese la carta, que era mi objetivo principal.
Probablemente la propuesta no gustó a los directivos de la tribuna de doctrina,
lo cierto es que han transcurrido más de diez días y no he recibido contestación
alguna, por lo cual me considero con derecho para reproducir mi carta y
explicar el incidente a través de volantes o periódicos que no tienen ni
el prestigio ni la difusión del diario fundado por Bartolomé Mitre, pero
confiando en que la verdad tiene suficiente fuerza como para meterse en
plazas, calles, cafés y organizaciones populares, tosca como es ella, desharrapada
-o descamisada, para decirlo de otro modo- y llegar a aquellos para quienes
escribo que, en general, no acostumbran a leer La Nación.
N. de la R. La revista ADN Cultura, dirigida por Jorge Fernández Díaz, no
publica carta de lectores.
Publicado el domingo 19 de octubre de 2008 en Miradas al Sur pág 34. Texto
enviado al Cuaderno de la Ciencia Social por Gustavo Battistoni
Politología
Marcelo Gullo: La insubordinación
fundante. Breve historia de la construcción del poder de las naciones*
A continuación publicamos en
exclusividad el prólogo, escrito por Helio Jaguaribe (1) y el capítulo V
del libro citado (2).
Marcelo Gullo es argentino. Licenciado en Ciencia Política por la U.N.R.,
graduado en Estudios Internacionales por la Escuela Diplomática de París
y magíster en Relaciones Internacionales por el Institut de Hautes Etudes
Internationales de la Universidad de Ginebra. El 3 de diciembre de 2008
defiende su tesis doctoral en Ciencia Política en la Universidad del Salvador.
Es autor de “Argentina Brasil: la gran oportunidad” publicado en Bs. As
por la editorial Biblos en el 2005 y traducido al portugués y publicado
e Río de Janeiro por la editorial Mauad en el 2006.
Prólogo de Helio Jaguaribe (1)
Con “Pensar desde la Periferia”, el Prof. Marcelo Gullo alcanza plena y
brillante realización de su propósito de estudiar, histórica y analíticamente,
desde la periferia, las relaciones internacionales. El concepto de Periferia,
para el Prof. Gullo, adquiere un doble significado, siendo, por un lado
una perspectiva y, por otro, un contenido.
Como perspectiva, corresponde a la mirada del mundo por un “scholar” sudamericano,
desde el Mercosur y, más restrictivamente, desde el ámbito argentino-brasileño.
Como contenido, corresponde al análisis de cómo, países periféricos en general
y, más específicamente, Estados Unidos, Alemania, Japón y China - citados
por el orden cronológico de sus respectivas revoluciones nacionales - lograron
salir de su condición periférica y se convirtieron en países efectivamente
autónomos, en importantes interlocutores internacionales independientes.
Este excelente estudio, conduce, en su conclusión, a una relevante discusión
de la situación de Sudamérica y de cómo la región podrá, a su vez, superar
su condición periférica y convertirse también - como lo hicieron los mencionados
países -, en un importante interlocutor internacional independiente.
Creo que habría que destacar, en este magnifico estudio, tres aspectos principales:
(1) Su relevante sistema de categorías analíticas; (2) Su amplia información
histórica; y (3) Su tesis central de que todos los procesos emancipatorios
exitosos resultaron de una conveniente conjugación de una actitud de insubordinación
ideológica para con el pensamiento dominante y de un eficaz impulso estatal.
De manera general, el estudio del Dr. Gullo, se sitúa en el ámbito de la
escuela realista de Hans Morgenthau y Raymond Aron. Son las condiciones
reales de poder, las que determinan el poder de los Estados - incluidas
en esas condiciones, la cultura de una sociedad y su psicología colectiva.
Así contempladas las relaciones internacionales se observa, desde la antigüedad
oriental a nuestros días, el hecho de que esas relaciones se caracterizan
por relaciones de subordinación, en que se diferencian pueblos y Estados
subordinantes y otros, subordinados. Este hecho lleva a la formación, en
cada ecúmene y en cada periodo histórico, de un sistema centro-periferia,
marcado por una fuerte asimetría, en la que provienen del centro las directrices
regulatorias de las relaciones internacionales y hacia el centro se encaminan,
los beneficios, mientras la periferia es proveedora de servicios y bienes
de menor valor, quedando, de este modo, sometida a las normas regulatorias
del centro.
Las características que determinan el poder de los Estados y las relaciones
centro-periferia, cambian históricamente, adquiriendo una notable diferenciación
a partir de la Revolución Industrial. Por mencionar sólo un ejemplo - el
del mundo occidental de la edad moderna - puede observarse que la hegemonía
española de los siglos XVI a XVII, seguida por la francesa, hasta mediados
del XVIII, se fundaban, económicamente, en un mercantilismo con base agrícola
y, militarmente, en la capacidad de sostener importantes fuerzas permanentes.
A partir de la Revolución Industrial, se produce un profundo cambio en los
factores de poder y, la Gran Bretaña, como única nación industrial durante
un largo periodo de tiempo, pasó a detentar una incontrastable hegemonía.
Algo similar sucederá, ya en el siglo XX, con los Estados Unidos.
En ese marco histórico, el estudio del Prof. Gullo muestra cómo, para comprender
los procesos en curso, es necesario emplear un apropiado sistema de categorías.
De entre esas categorías sobresalen las de “umbral de poder”, determinando
el nivel mínimo de poder necesario para participar del centro, la de “estructura
hegemónica”, la de “subordinación ideológica” y la de “insubordinación fundante”.
Una de las más significativas observaciones de este estudio, se refiere
al hecho de que, a partir de su industrialización, Gran Bretaña pasó a actuar
con deliberada duplicidad. Una cosa era lo que efectivamente hacia para
industrializarse y progresar industrialmente y otra, lo que ideológicamente
propagaba, con Adam Smith y otros voceros. Algo similar a aquello que, actualmente,
hacen los Estados Unidos.
La industrialización británica, incipiente desde el Renacimiento Isabelino
y fuertemente desarrollada desde fines del siglo XVIII, con la Revolución
Industrial, tuvo, como condición fundamental, el estricto proteccionismo
del mercado doméstico y el conveniente auxilio del Estado al proceso de
industrialización. Obtenidos para sí, buenos resultados de esa política,
Gran Bretaña se esmerará en sostener, para los otros, los principios del
libre cambio y de la libre actuación del mercado, condenando, como contraproducente,
cualquier intervención del Estado. Imprimiendo a esa ideología de preservación
de su hegemonía, las apariencias de un principio científico universal de
economía logró, con éxito, persuadir de su procedencia, por un largo tiempo
(de hecho, pero teniendo como centro a los Estados Unidos, hasta nuestros
días), a los demás pueblos que, así, se constituyeron, pasivamente, en mercado
para los productos industriales británicos y después para los norteamericanos,
permaneciendo como simples productores de materias primas.
En ese contexto, el Dr. Gullo, presenta otra de sus más relevantes contribuciones:
sus teorías de la “insubordinación fundante” y del “impulso estatal”. A
tal efecto, analiza los exitosos procesos de industrialización logrados
en el curso de la historia, por países como los Estados Unidos, Alemania,
Japón y China. Muestra este estudio que la superación de la condición periférica
dependió, en todos los casos, de una vigorosa contestación al dominante
pensamiento librecambista, identificándolo como ideología de dominación
y, mediante una “insubordinación ideológica”, logró promover, con impulso
del Estado, y con la adopción de un satisfactorio proteccionismo del mercado
doméstico, una deliberada política de industrialización.
Así lo hicieron los Estados Unidos, con la tarifa Hamilton de 1789, a la
que seguirán nuevas, y más fuertes restricciones tarifarias, como, por mencionar
alguna de la más notorias, la tarifa Mackinley, de 1890. Así también se
condujo la Alemania de Federico List, empezando con el “Zolverein”, de 1844.
Japón, más tardíamente, seguirá el mismo ejemplo, con la Revolución Meiji,
de 1868. China, finalmente, empezará a hacerlo con Mao Zedong, aunque su
política sufra negativas perturbaciones ideológicas con el “Gran Salto Adelante”
(1958-1960) y después con la “Revolución Cultural” de 1966 hasta, prácticamente,
la muerte de Mao, en 1976. Le tocó, así, a ese extraordinario estadista,
Deng Xiaoping, en su periodo de gobierno (1978-1988), adoptar, racionalmente,
el principio del impulso estatal, combinándolo con una política de libertad
de mercado “selectiva”, bajo la orientación del Estado. Gracias a ello es
que China mantiene, desde entonces e interrumpidamente, tasas anuales de
crecimiento económico del orden de 10%, alcanzando ya, a convertirse en
la tercera economía del mundo.
Este espléndido estudio de Gullo culmina con reflexiones extremamente pertinentes
acerca de las posibilidades que tiene Sudamérica de realizar esa “insubordinación
fundante” y, con el apoyo del Estado, salir de su condición periférica para
convertirse, de ese modo, en un importante interlocutor internacional independiente.
Considero este libro de Marcelo Gullo, de lectura indispensable para todos
los sudamericanos, comenzando por sus líderes políticos
La
insubordinación fundante. Breve historia de la construcción del poder de
las naciones
Por Marcelo Gullo
Capítulo V: La insubordinación norteamericana
(2)
Entre 1775 y 1783, las “Trece Colonias de América del Norte”, protagonizaron
la primera insubordinación exitosa producida en, un sitio que, por ese entonces,
era “la periferia del sistema internacional”. No fue, evidentemente, la
única insubordinación producida en la periferia, pero sí, la más exitosa
de todas las insubordinaciones porque logró crear el primer Estado-Nación-Industrial,
fuera del continente europeo y la primera República de los tiempos modernos.
La República norteamericana constituyó una verdadera revolución democrática
que atrajo, hacia los Estados Unidos, a una verdadera “marea de inmigrantes”
que partieron de la vieja Europa en busca de trabajo, justicia y libertad.
La lucha comenzó en 1775 -cuando los soldados británicos con la misión de
capturar un depósito colonial de armas en Concord, Massachussets, y reprimir
la revuelta en esa colonia chocaron con los milicianos coloniales- y se
prolongó hasta 1783, cuando se firmó el Tratado de Paz de París, por el
cual, se declaró la independencia de la nueva nación: los Estados Unidos.
Sin embargo, los Estados Unidos no conquistaron su autonomía nacional en
un acto único sino mediante un largo proceso que comenzó con la guerra de
la independencia y terminó, en realidad, con la guerra civil. A la “insubordinación
fundante” le siguió un largo y tortuoso proceso de insubordinación económica
e ideológica.
Inmediatamente después de conseguida la independencia formal, comenzó el
enfrentamiento entre el sector que quería complementar la independencia
política con la independencia económica, es decir, continuar con el proceso
de insubordinación y el sector que se oponía a profundizar el camino iniciado
en 1775, porque sus intereses económicos estaban ligados específicamente
a Gran Bretaña y, en general, a la estructura hegemónica del poder político
y económico mundial vigente en la época. Ese enfrentamiento se decidió,
finalmente, en los campo de batalla de Gettysburg.
Acertadamente afirma Harold Underwood Faullkner en su obra “Historia económica
de los Estados Unidos”: “La revolución trajo la independencia política,
pero de ninguna manera la independencia económica. Los productos norteamericanos
que eran exportados a Europa durante el período colonial seguían teniendo
a ese continente por mercado y al mismo tiempo se siguieron importando de
allí artículos manufacturados. Las manufacturas que habían surgido durante
la Revolución fueron ahogadas por las mercaderías más baratas que volcaron
los ingleses en el mercado norteamericano al restablecimiento de la paz...
Según todos los indicios Norteamérica habría de caer nuevamente en una situación
de dependencia, produciendo materias primas necesitadas por Europa y adquiriendo,
a su vez, los artículos manufacturados que ésta le proporcionaba. Parecía
empresa imposible llegar a competir con Inglaterra en la producción y venta
de estas mercaderías.”
Empresa tanto más difícil si se tiene en cuenta que, desde la ideología
dominante, también se sostenía que el destino de las recientemente independizadas
“Trece Colonias” era el de convertirse en un país exclusivamente agrícola.
En ese sentido, el propio Adam Smith sustentaba que la Naturaleza misma,
había destinado a Norteamérica, exclusivamente, para la agricultura y desaconsejaba
a los líderes norteamericanos, cualquier intento de industrialización: “Los
Estados Unidos -escribía Adam Smith- están, como Polonia, destinados a la
agricultura.” Las ideas de Smith le eran útiles al poder inglés para tratar
de conseguir por la persuasión -mecanismo típico del imperialismo cultural-
lo que había tratado de impedir, por la fuerza de la ley durante el período
colonial.
El veto británico a la industrialización
Resulta significativo destacar que Inglaterra llevó a cabo una política
expresa para impedir el desarrollo industrial de las “Trece Colonias” porque
comprendió, desde muy temprano, que la industrialización de las colonias
podía llevar, a éstas, a la independencia económica y que este estadio las
llevaría a reclamar, luego, la independencia política. Por eso, conciente
de las consecuencias económicas y políticas que podía generar un proceso
de industrialización en las“Trece Colonias”, la política inglesa trató de
supervisar y boicotear a las escasas empresas manufactureras de las colonias.
Para impedir que la manufactura colonial entrara en competencia con las
industrias de la metrópoli, los gobernadores coloniales tenían instrucciones
precisas de “…oponerse a toda manufactura y presentar informes exactos sobre
cualquier indicio de la existencia de ellas.” Los gobernadores eran los
encargados de practicar un verdadero “infanticidio industrial”, planificado
en Londres, por el parlamento británico.
Los sagaces representantes de la corona, comprendían perfectamente la actitud
inglesa, a la que prestaban toda su simpatía, como lo demuestran las palabras
de lord Cornbury, gobernador de Nueva York entre 1702 y 1708, quién escribía
a la Junta de Comercio: “Poseo informes fidedignos de que en Long Island
y en Connecticut, están estableciendo una fábrica de lana, y yo mismo he
visto personalmente estameña fabricada en Long Island que cualquier hombre
podría usar. Si empiezan a hacer estameña, con el tiempo harán también tela
común y luego fina; tenemos en esta provincia tierra de batán y tierra pipa
tan buenas como las mejores; que juicios más autorizados que el mío resuelvan
hasta qué punto estará todo esto al servicio de Inglaterra, pero expreso
mi opinión de que todas estas colonias...deberían ser mantenidas en absoluta
sujeción y subordinación a Inglaterra; y eso nunca podrá ser si se les permite
que puedan establecer aquí las mismas manufacturas que la gente de Inglaterra;
pues las consecuencias serán que cuanto vean que sin el auxilio de Inglaterra
pueden vestirse no sólo con ropas cómodas, sino también elegantes, aquellos
que ni siquiera ahora están muy inclinados a someterse al Gobierno pensarían
inmediatamente en poner en ejecución proyectos que hace largo tiempo cobijan
en su pecho.” Lord Cornbury describe, perfectamente, la “esencia” del “imperialismo
económico”, en idénticos términos que serían utilizados por Hans Morgenthau.
Si bien Inglaterra elaboró una legislación específica para frenar todo posible
desarrollo industrial en las “Trece Colonias”, había dos industrias que
Gran Bretaña vigilaba con particular celo por considerarlas estratégicas
y vitales para la economía británica: la textil y la siderúrgica. Dos leyes,
dictadas en tal sentido, resultan emblemáticas: la ley de 1699, que prohibía
los embarques de lana, hilados de lana, o telas producidos en Norteamérica,
a cualquier otra colonia o país, y la de 1750, que prohibía el establecimiento,
en cualquiera de las “Trece Colonias”, de talleres laminadores o para el
corte del metal en tiras y de fundiciones de acero.
Comentando la primera de estas emblemáticas leyes anti-industriales, Underwood
Faullkner afirma que: “Inglaterra era ya uno de los principales países fabricantes
de lanas y la mitad de sus exportaciones a las colonias la constituían artículos
de ese material. Tan hostiles eran los productores de la metrópoli a la
competencia, que en la temprana fecha de 1699 se votó una ley de la lana,
estableciendo que ningún artículo de lana podría ser exportado de las colonias
o enviado de una colonia a otra...Como consecuencia de esta legislación
la manufactura de telas para la venta declinó y los comerciantes en lana
ingleses prolongaron durante un siglo su dominio sobre el mercado norteamericano.”
A diferencia de la industria textil, la fabricación del hierro -que comenzó
en 1643 con el horno de fundición de John Winthrop, cerca de Lynn- gozó,
durante algunos años, de cierto margen de libertad, alcanzando, hacia el
año 1750, proporciones considerables. Esta situación se explica porque “Inglaterra
estaba necesitada de hierro, y hasta 1750 intereses encontrados habían impedido
que se votara una legislación contraria a su elaboración en las colonias.
Pero, en 1750, se acordó una ley para estimular la producción de la materia
prima y obstaculizar la manufactura de objetos de hierro, estableciéndose
que: (1) el hierro en barras podía importarse libre de derechos en el puerto
de Londres; y el hierro en lingotes en cualquier puerto de Inglaterra; y
(2) que no debía instalarse en las colonias ningún taller o máquina de laminar
hierro o cortarlo en tiras, ni ninguna fragua de blindaje para trabajar
con un martinete de báscula, ni ningún horno para fabricar acero.”
Más allá de las leyes elaboradas por el parlamento británico destinadas
a impedir el desarrollo industrial en sus colonias norteamericanas, es importante
destacar un hecho políticamente significativo: las colonias eran tratadas
como “ajenas” al territorio británico a los fines aduaneros. Las colonias
no se consideraban incluidas dentro de los límites de las barreras aduaneras
británicas y, en consecuencia, sus exportaciones pagaban los derechos ordinarios
de importación en los puertos ingleses. Analizando la política inglesa hacia
sus colonias de América del Norte, Dan Lacy, afirma: “Estaba claro el propósito
de la política británica de no considerar a las colonias como porciones
de ultramar de un reino único, cuyo bienestar económico era estimado al
igual que el de la madre patria. Al contrario, las consideraba comunidades
inferiores cuya economía debía estar siempre al servicio de los intereses
de Gran Bretaña.”
Mientras las colonias fueron jóvenes y pocos pobladas, los colonos pudieron
burlar, muy a menudo, las leyes británicas que frenaban el desarrollo económico
del territorio colonial pero, a partir de 1763, cuando la población de las
colonias llegó a ser equivalente a un cuarto de la población inglesa, Inglaterra
fue mucho más estricta en la aplicación de las leyes que había creado para
mantener a las colonias en una posición económica subordinada. No es difícil
concordar con Louis Hacker cuando sostiene que el veto británico a la industrialización
norteamericana fue, probablemente, el más poderoso de los factores que provocaron
el estallido de la Revolución Norteamericana.
La lucha por la industrialización
Cuando las “Trece Colonias” lograron la independencia política, Inglaterra,
para mantener la subordinación económica de éstas, no tuvo más remedio que
tratar de ensayar la aplicación del “imperialismo cultural”. El razonamiento
británico era, en cierta forma, sencillo: si los dirigentes de las ex “Trece
Colonias”, admitían la teoría de la “división internacional del trabajo”
y aplicaban una “política de libre comercio”, las ex “Trece Colonias”, se
mantendrían en una situación de “dependencia económica”, convirtiendo a
la independencia política, en un mero hecho formal. Al logro de ese objetivo
se avocó la política británica, después del Tratado de Paris de 1783 y obtuvo,
por cierto, excelentes resultados en los estados del Sur de la flamante
República.
Puede afirmarse, sin temor a exagerar, que Estados Unidos pudo convertirse
en un país industrial mediante un arduo trabajo de insubordinación ideológica-cultural
y que la Republica Norteamericana ganó su verdadera independencia económica
en los campos de batalla de Gettysburg. El proceso de insubordinación ideológico-cultural
se manifestó en el enfrentamiento entre el “liberalismo ortodoxo”y el “liberalismo
nacional”. Es decir, entre aquellos que proponían aferrarse a la división
internacional del trabajo, adoptando el librecambio, y aquellos que proponían
la adopción del proteccionismo económico y el rechazo de la teoría del libre
comercio por considerar que la adopción de la misma haría caer a los Estados
Unidos en una nueva subordinación económica que convertiría la independencia
recientemente conseguida en una mera ficción.
Analicemos entonces, ahora, el proceso de insubordinación ideológico-cultural
-del “imperialismo cultural” ingles- y de lucha política interna que permitió
a los Estados Unidos “salir” de la periferia dado que si hubiesen triunfado
los partidarios del libre comercio y la división internacional del trabajo
la situación, en el escenario internacional, de los Estados Unidos no sería
hoy, probablemente, muy diferente a la de la República Federativa del Brasil.
Si los Estados Unidos se hubiesen industrializado tardíamente, estarían
ubicados hoy, en la periferia del sistema internacional. Ésta, es la clave
de interpretación que ahora, los Estados Unidos, convertidos en los campeones
mundiales” del libre comercio -luego de haber usufructuado los beneficios
del proteccionismo económico durante 100 años- se encargan de ocultar a
través del ejercicio de lo que Morgenthau denominó como “imperialismo cultural”
y que, más sofisticadamente, Joseph Nye, designa como “poder blando”.
El primer Impulso Estatal
Es en el curso de la guerra contra Inglaterra que surge, en ámbito de las
“Trece Colonias”, una incipiente industria manufacturera. Sin ningún lugar
a dudas, la industria norteamericana, en su primera fase de expansión, es
“hija” de la guerra de la independencia.
Por una parte, la propia situación de guerra, había interrumpido el flujo
de mercancías desde la Metrópoli conduciendo, naturalmente, a un proceso
incipiente de sustitución de importaciones. Por otra parte, la situación
de insubordinación ponía, de hecho, fin, a las restricciones que el Parlamento
británico había impuesto para impedir el desarrollo industrial y limitar
a las colonias a la producción de materias primas. Además, todos los gobiernos
de las “Trece Colonias” -convertidas de hecho, en nuevos estados independientes
- llevaron adelante una política de Impulso Estatal, en el intento de lograr
el desarrollo industrial. Todas, hicieron grandes esfuerzos - desde el Estado-
para estimular la fabricación de municiones, pertrechos de guerra y productos
de primera necesidad, tales como tejidos de lana y lino, que - hasta entonces-
se importaban de Inglaterra, en grandes cantidades. En Connecticut, en donde
surgieron pequeñas fábricas de armas, el Estado ofreció, en 1775, “…una
prima de un chelín, seis peniques por cada llave de fusil que se fabricase
y de 5 peniques por cada equipo completo hasta el número de 3000.”
En Rhode Island y Maine se “…concedieron primas a la manufactura del acero”.
Massachussets, “…ofreció primas por el sulfato extraído de yacimientos nativos
y Rhode Island por la pólvora.” Asimismo, en 1778, el Congreso de los incipientes
Estados Unidos, “…hizo levantar talleres en Springfield donde se vaciaron
cañones.”
Sin embargo, el Impulso Estatal no sólo fue fundamental para la fabricación
de material de guerra sino, también, en la fabricación de los productos
de “primera necesidad”. A modo de ejemplo, puede citarse que Connecticut,
prestó a, “…Nathaniel Niles, de Orwich, 300 libras por un plazo de cuatro
años para fabricar alambre para los dientes de las cardas.” y que, Massachussets,
“… otorgó una prima de 100 libras por las primeras 1000 libras de buen alambre
de cardar para la venta, producido por cualquier molino de agua situado
en su territorio, con hierro proveniente de los estados norteamericanos.”
El Impulso Estatal, dirigido a fomentar el desarrollo industrial, fue acompañado,
decididamente, por una gran parte de la población que, ya durante los boicots
que precedieron al estallido de las hostilidades, se había negado a comprar
mercaderías inglesas. Durante el transcurso de la guerra, “…mucha gente
se comprometió a no comer oveja o cordero y a no comprarles a los carniceros
que los vendieran para que se pudiera emplear la lana para ropa. Los cultivadores
del Sur empleaban a sus vecinos blancos más pobres dándoles a hilar o tejer,
o levantaban ellos mismos talleres de telares y enseñaban a sus esclavos
ese trabajo. Aun los más ricos iban vestidos con telas caseras.” Así, el
estado de sublevación e independencia política, preparaba las bases estructurales,
para la independencia económica que Inglaterra, había tratado de impedir
a través del dictado de las leyes antindustriales y que trataría de evitar,
cuando la independencia fue un hecho consumado, a través de la prédica de
la “división internacional del trabajo” para que, la joven República, le
dejara a la “Madre Patria”, el privilegio de la fabricación de manufacturas,
para la cual, la “naturaleza”, la había, supuestamente, “destinado”. Por
ello, la orientación y la reorganización económica que siguiese a la guerra,
constituían temas clave que determinarían la posición del nuevo estado en
el escenario internacional.
Las primeras leyes proteccionistas
El fin de las hostilidades, entre la República Norteamericana y Gran Bretaña,
dio lugar a la importación de masiva de las mercaderías manufacturadas de
Europa más baratas, por supuesto, que las producidas localmente. Una situación
que llevó, rápidamente, a la ruina de la incipiente industria norteamericana,
desarrollada en el curso de la guerra por la independencia política. En
1784, la balanza comercial de la joven República, arrojaba ya, un resultado
desastroso: las importaciones sumaban aproximadamente 3.700.000 libras y
las exportaciones tan solo 750.000 libras. El nuevo Estado vivía un proceso
de desindustrialización, endeudamiento y caos monetario. Para terminar de
agravar la situación de las ex “Trece Colonias”, el Parlamento británico
votó la Ley de Navegación de 1783 por la cual, “…sólo podían entrar en los
puertos de las Antillas, barcos construidos en Inglaterra y tripulados por
ingleses, y que imponía pesados derechos de tonelaje a los barcos norteamericanos
que tocaran cualquier puerto inglés.” Esta medida para boicotear a la naciente
industria naval norteamericana, que competía en calidad y precio, con la
industria naval británica, fue complementada por el Parlamento de Gran Bretaña
con la ley de 1786, “…destinada a impedir el registro fraudulento de navíos
norteamericanos, y aun con otra, de 1787, que prohibía la importación de
mercaderías norteamericanas, a través de las islas extranjeras”
En medio de la desastrosa situación económica producida por el fin de la
guerra -y agravada por un gobierno central débil y por la rivalidad entre
los Estados de la Unión- una corriente de pensamiento antihegemónico, conducida
por Alexander Hamilton, abogaba por un medio de desarrollo económico, en
el cual, el gobierno federal, ampararía la industria naciente, mediante
subsidios abiertos y aranceles de protección. El azar de la historia hizo
que Washington, ante el rechazo de Robert Morris, el “financista de la Revolución”,
ofreciera el cargo de Secretario del Tesoro, a Alexander Hamilton. El 4
de julio de 1789, el gobierno federal, aprobó la primera ley de impuestos,
con características tibiamente proteccionistas. Aquella ley, enumeraba ochenta
y un artículos, y sobre más de treinta de ellos, establecía derechos específicos;
el resto, estaba sujeto a gravámenes estimados, según el valor. Sin embargo,
el aspecto más importante de la nueva ley era que, siguiendo el pensamiento
de Hamilton, imponía, “… diversos derechos para favorecer a las fábricas
de acero y de papel de Pennsilvania, a las destilerías de Nueva York y Filadelfia,
a las manufacturas de vidrio de Maryland, a los trabajadores del hierro
y destiladores de ron de Nueva Inglaterra. También, fueron protegidos los
productos derivados de las granjas mediante impuestos sobre los clavos,
las botas y los zapatos, y la ropa de confección.”
Los sectores que lidiaban por la independencia económica, no tardaron en
descubrir que los tibios aranceles de 1789, no suministraban una verdadera
protección a la industria naciente y luego de arduas disputas, lograron
que los aranceles fueran aumentados en 1790, 1792 y 1794. Aunque estos aumentos
resultaron también insuficientes debido a la oposición de los sectores políticos
que, subordinados ideológicamente por Gran Bretaña, impidieron la adopción
de aranceles más altos porque, para ellos, los impuestos debían tener como
principal objeto, producir ingresos y no, proteger a la industria naciente.
En realidad, la industria que más se benefició de las leyes de protección
y en la cual el Impulso Estatal tuvo una incidencia más decisiva, fue en
la industria naviera. Los armadores y constructores navales se habían contado
entre los más ardientes defensores de la independencia y las leyes para
favorecerlos no encontraron en el Congreso, gran oposición.
La primera ley a favor de la industria naval se tomó, también, el 4 de julio
de 1789. Por la misma, se concedía un descuento del 10% en los derechos
de importación, a las mercaderías que entraran a los Estados Unidos, en
barcos construidos en los Estados Unidos y de propiedad de ciudadanos norteamericanos.
La segunda ley, no solo tuvo como objetivo el fomento de la industria naval
sino, además, que el comercio naviero quedara, exclusivamente, en manos
de ciudadanos norteamericanos. La ley buscó que los barcos que realizaran
el comercio exterior e interior fueran de propiedad de ciudadanos norteamericanos
y construidos en los Estados Unidos. Esta segunda ley, se dictó el 20 de
julio de 1789. Por la misma, se impuso un gravamen de seis centavos por
tonelada a los barcos de construcción y propiedad Norteamérica que entraran
en puertos de los Estados Unidos pero, a los barcos de construcción norteamericana
y propiedad extranjera, se les cobraba treinta centavos por tonelada, y
cincuenta a los de construcción y propiedad extranjera. La ley, también
estableció, informalmente, el monopolio del comercio de cabotaje para los
barcos norteamericanos. Para tal fin, la ley estableció que los barcos norteamericanos
que se dedicaban al comercio costero, sólo pagarían derechos de tonelaje
una vez por año, en tanto los barcos extranjeros, debían pagarlo cada vez
que tocasen un puerto norteamericano. En estas dos leyes, está el origen
de la poderosa marina mercante de los Estados Unidos. Una buena prueba de
ello es que, “…el tonelaje registrado para el comercio exterior subió de
123.893 en 1789, a 981.000, en 1810. Las importaciones que eran transportadas
en buques norteamericanos aumentó durante el mismo período del 17,5% al
93%, y las exportaciones transportadas en barcos de la misma bandera del
30% al 90%.”
La guerra de 1812 y la sustitución de importaciones
Como ya hemos afirmado solo en el sector de las construcciones navales,
las primeras leyes de fomento y protección de la industria nacional norteamericana,
tuvieron un éxito completo. En lo que respecta a los otros sectores industriales,
estos, sólo tendrían su verdadero despegue durante la Guerra de 1812 cuando
los Estados Unidos, vivieron un acelerado proceso de sustitución de importaciones.
Los aranceles establecidos en 1789 y aumentados en 1790, 1792 y 1794, se
habían manifestado insuficientes para garantizar un desarrollo industrial
sostenido y las jóvenes industrias sobrevivían a duras penas. Sin embargo,
la interrupción de las importaciones provocada por la guerra de 1812, actuó
como un verdadero disparador del proceso de industrialización norteamericano.
Divergencia de intereses y subordinación ideológica
El temor de que una vez finalizada la guerra, se produjese una “invasión”
de productos manufacturados británicos -que eran todavía de mejor calidad
y de más bajo precio que los producidos en los Estados Unidos- hizo que
surgiera en los Estados del Norte de la Unión, un fuerte movimiento, a favor
de que se establecieran nuevos impuestos de tipo “proteccionista”. El centro
de ese segundo movimiento a favor del proteccionismo, lo constituían los
Estados de Nueva York, Nueva Jersey, Pennsilvania, Ohio y Kentucky.
Los Estados del Sur deseaban, en cambio, conseguir artículos manufacturados
baratos y - teniendo su principal mercado en Inglaterra - se oponían a cualquier
tipo de protección industrial. Desde que Eli Whitney inventó la desmotadora
de algodón, en 1793, el algodón era la más importante planta de valor comercial
del Sur y el principal producto de exportación de los Estados Unidos. Desde
esa fecha, la producción y exportación de algodón crecieron continuamente.
El promedio anual de la producción de algodón, entre 1811 y 1815, fue de
80.000.000 de libras esterlinas. En el período comprendido entre 1821 y
1825, el promedio anual de la producción de algodón salto a 209.000.000.
El promedio anual de las exportaciones de algodón de los Estados Unidos
a Inglaterra, entre 1811 y 1815, fue de 42.269.400 de libras esterlinas.
En el período comprendido entre 1821 y 1825, el promedio anual de las exportaciones
de algodón hacia Inglaterra salto a 152,420.200 libras. A medida que la
exportación de algodón crecía, también crecía, en los ciudadanos de los
Estados del Sur, la idea de que podían formar, con la lejana Inglaterra,
una asociación más provechosa, y mucho más segura, que su asociación con
los “entrometidos” Estados del Norte de la Unión.
La posición del Sur no era, sin embargo, tan solo una simple cuestión de
interés egoísta. La gran mayoría de la clase dirigente y de la elite intelectual
del Sur -entre los que merecen citarse a Thomas Cooper, de la Universidad
de Carolina del Sur, Thomas Dew y George Tucker, de la Universidad de Virginia-
subordinados culturalmente por Inglaterra, estaban convencidos de que el
futuro de los Estados Unidos, dependía de la agricultura y que el desarrollo
de la industria se daría, en todo caso, naturalmente, sin necesidad de estímulos
artificiales. La elite sureña estaba convencida de que, exportando materias
primas e importando productos industriales baratos, en vez de consumir productos
industriales nacionales caros, todos los estadounidenses estarían en mejor
situación económica que durante la guerra. En todo caso -argumentaban los
intelectuales del Sur- el librecomercio ayudaría a mejorar la “competitividad”,
de las industrias del Norte.
En cambio a los hombres del pensamiento nacional norteamericano, como Henry
Clay, Daniel Raymond, Hezekiah Niles o Mathew Carey, les parecía imposible
que, en el mediano plazo, los productos fabricados en los Estados Unidos
pudiesen competir, en precio y calidad, con los fabricados en la Gran Bretaña
y por eso, argumentaban que había que elevar los aranceles para que los
productos importados se volviesen demasiado caros como para que los comprasen
los norteamericanos. Estos, se verían, entonces, “obligados” a comprar productos
de fabricación interna, aunque éstos, no fuesen de tan buena calidad. Entonces
-argumentaban Clay, Raymond, Hezekiah, Niles y Mathew- puesto que las fábricas
norteamericanas quedarían inundadas de pedidos prosperarían, se expandirían,
mejorarían la calidad de sus productos y todos los estadounidenses estarían
económicamente en mejor situación. Clay creía, además, que un desarrollo
económico semejante, libraría, definitivamente, a Norteamérica, de su dependencia
económica con Gran Bretaña.
El temor del que el “dumping” de mercaderías europeas puestas en circulación
por el fin de la guerra pudiera aplastar a las “jóvenes industrias” norteamericanas
hizo que, en el Congreso, la balanza “se inclinará” a favor de los proteccionistas
y que éste, aprobara la ley impositiva de 1816 que, “… imponía gravámenes
que oscilaban entre un 7 y el 30 %, concediendo especial protección a los
algodones, lanas, hierro y otros artículos manufacturados cuya producción
había estimulado la reciente guerra.”
Sin embargo, como la nueva ley era el resultado de un compromiso entre los
representantes de los Estados del Norte y los Estados del Sur, siendo oportuna
y necesaria, resultaba insuficiente para proteger a la industria norteamericana
de la competencia de la eficiente industria inglesa. Por tal motivo la ley
no puso fin a la pulseada entre proteccionistas y librecambistas. Rápidamente,
se pudo comprobar que los aranceles protectores de 1816, no protegían suficientemente
a las industrias norteamericanas. Los productos fabricados en Inglaterra
aun competían duramente y dejaban en desventaja a las fábricas norteamericanas.
. Los hombres del pensamiento nacional consiguieron entonces que, en 1818,
los niveles arancelarios sobre ciertas mercancías fueran elevados, consiguiendo
establecer una mayor protección para la producción de hierro y que el derecho
del 25% sobre el algodón y los tejidos de lana, continuara vigente hasta
1826.
Desde 1816 hasta 1833, el movimiento a favor del proteccionismo siguió ganando
conciencias y los Estados industriales del Noreste presionaron constantemente
al Gobierno Federal para que efectuase nuevos aumentos de aranceles. Pero,
los Estados del Sur, que seguían siendo fundamentalmente agrícolas, estaban
cada vez más en contra de tales aumentos pues, sin una clara conciencia
del valor de la independencia económica, preferían los productos manufacturados
más baratos y de mejor calidad de Gran Bretaña a los productos más caros,
y de peor calidad, del Noreste. Los representantes del Sur, argumentaban
que los aranceles proteccionistas aumentaban la prosperidad del Noreste
industrial a expensas del Oeste y el Sur, rurales. Para ellos, era claro
que la producción agrícola del Sur estaba financiando el desarrollo industrial
del Norte y, adscriptos fuertemente a la teoría de la “división internacional
del trabajo”, consideraban absurdo, “fomentar”, el desarrollo industrial
de los Estados Unidos pues creían, como habían leído en los escritos de
Adam Smith, que la naturaleza había destinado a los Estados Unidos, para
la agricultura. La elite política y económica del Sur creía, sinceramente,
que el destino de los Estados Unidos era el de ser un país exclusivamente
agrícola ganadero y que, toda ayuda estatal al desarrollo industrial, llevaría
al país a la ruina económica. Es preciso recalcar que, la elite sureña,
al rechazar los aranceles protectores, no sólo defendía sus intereses materiales,
ligados a la agricultura de exportación, sino que, realmente, creía en la
teoría de la “división internacional del trabajo” que, Inglaterra se había
encargado de difundir profusamente. La teoría de “la división internacional
del trabajo”, era la ideología dominante y la única teoría que aparecía,
ante los ojos de la mayoría de los intelectuales sureños, como realmente
“científica”. Para comprender bien la posición sureña, es preciso no subestimar
el enorme peso que la “superestructura cultural” ejercía sobre los Estados
del Sur. Surgieron, en consecuencia, dos bloques de poder, cada vez más
enfrentados. Uno, luchaba por la industrialización y la democratización,
mientras que el otro, entendía que los Estados Unidos, debían seguir siendo
un país esencialmente agrícola y esclavista. Como dato curioso, pero no
irrelevante, conviene recordar que en 1827, en el debate entre librecambista
y proteccionistas intervino un joven economista alemán exiliado en los Estados
Unidos: Federico List. El dato es significativo pues, fue en los Estados
Unidos, que Federico List - formado en la escuela de Adam Smith - descubrió
los puntos débiles de la teoría de “la división internacional del trabajo”
y las ventajas de la aplicación del proteccionismo económico. De vuelta
a Europa, List, predicó en Alemania la doctrina económica que había aprendido
en los Estados Unidos y, en gran medida, fueron la ideas de List, adoptadas
después de su muerte, las que le permitieron a Alemania convertirse en un
país industrial. Pero el dato de la intervención de List, en el debate entre
proteccionistas y librecambistas, también es relevante porque los argumentos
de List tuvieron una considerable acogida y reforzaron la posición de los
sectores proteccionistas que contaron, a partir de entonces, con un esbozo
de teoría para defender sus ideas en el propio ámbito de los Estados Unidos.
El sur gana la batalla ideológica
En 1828 -fruto del debate intelectual entre librecambistas y proteccionistas,
de la agitación de los intereses laneros, del azar y de un mal cálculo político
de los jacksonianos- el Congreso de los Estados Unidos, aprobó una nueva
ley impositiva que elevó, en general, los aranceles al nivel más altos alcanzados
antes de la Guerra Civil. Los Estados del Sur, rápidamente, bautizaron a
la nueva ley como la “ley de las Abominaciones”y se prepararon para su incumplimiento.
El enfrentamiento quedó zanjado, provisoriamente, en 1833 con una ley impositiva
de “compromiso”. Sin embargo, en lo esencial, puede afirmarse que el Sur,
ganó la batalla por las leyes impositivas porque desde esa fecha, y hasta
la Guerra Civil, las tasas mostraron una constante tendencia a la baja.
La inmensa expansión comercial que tuvo lugar entre 1846 y 1857 -las exportaciones
de algodón a Inglaterra pasaron de 691.517.200 libras, en 1845, a 990.368.600,
en 1851- parecía dar razón, a todos aquellos partidarios del “librecambio”
que sostenían que el futuro de los Estados Unidos, estaba en la agricultura
y permitieron que el Sur logrará, en 1857, una reducción tan significativa
de los aranceles que los Estados Unidos se convirtieron casi en un régimen
de libre comercio. La impresión, en los Estados del Norte de que estaban
por perder definitivamente la batalla política por el proteccionismo, los
llevó al convencimiento de que la disputa debía zanjarse por otros medios.
La lucha contra la esclavitud fue la herramienta que le permitió al Norte,
continuar su lucha política por la independencia económica, por otros medios.
El significado económico de la guerra civil
Durante la guerra civil, el Norte, luchaba por la industrialización y la
democratización y sus hombres más lúcidos, comprendían que en esa lucha
se resolvería la verdadera independencia política de los Estados Unidos.
Desde ese punto de vista, para la elite política del Norte, los Estados
Unidos peleaban una “segunda guerra de la independencia”. Los hombres del
Norte, eran consientes de que, una “reconciliación”, en los términos planteados
por el Sur, implicaba condenar, a los Estados Unidos, a la producción “exclusiva”
de materias primas y, por lógica consecuencia, a la subordinación económica
a la metrópoli.
Para evaluar la verdadera naturaleza de la guerra civil norteamericana es
preciso tener en cuenta que, el Sur, estaba “incorporado” al “imperio informal”
británico y que, por lo tanto, la guerra, en última instancia, era una guerra
contra Gran Bretaña. El 13 de mayo de 1861, Gran Bretaña se declaró neutral.
La declaración de neutralidad británica indicó al mundo que los británicos
tomaban partido por la Confederación dado que, desde el punto de vista legal,
la declaración de neutralidad implicaba que Gran Bretaña consideraba la
crisis como una cuestión de guerra entre dos naciones, y no, como el “sofocamiento
de una insurrección”, por el gobierno legítimo de una Nación. Al considerar
la guerra, como una guerra entre dos Estados, Inglaterra podía seguir comerciando
con ambos bandos y el Sur, en consecuencia, seguir proveyendo de algodón,
a la industria británica.
Winfield Scott, general en jefe del ejército de los Estados Unidos, comprendió
que, la Confederación, tenía que ser “asfixiada”, económicamente, mediante
el “bloqueo de sus puertos” y, el presidente Lincoln que vio, rápidamente,
las virtudes del plan del general Scott, ordenó un desesperado programa
de construcciones navales que, colateralmente, significó un importante Impulso
Estatal, para el desarrollo de la industria naviera. El bloqueo, también
tenía como “objetivo”, el de “golpear” al “enemigo lejano”. Después de la
clara victoria Confederada en la segunda Batalla de Bull Run, el 2 de setiembre
de 1862, Gran Bretaña, no sólo se ofreció para mediar en el conflicto sino
que estuvo a punto de declararse abiertamente por la independencia de la
Confederación y pensó en usar su armada para romper el bloqueo de la Unión.
El Sur comprendió, entonces, que tenía que hacer algo que diese a Inglaterra
el último impulso hacia su participación directa y activa en la guerra e
intentó una “ofensiva fulminante” que terminó en la batalla de Antietan,
el 18 de setiembre de 1862. Gran Bretaña consideró que, el empate producido
en Antietan era, en realidad y estratégicamente considerado, una “victoria”
de la Unión y abandonó, entonces, el proyecto de intervenir directamente
en la guerra mediante la ruptura del bloqueo. Sin embargo, Gran Bretaña
siguió interviniendo, indirectamente, a favor de los Confederados permitiendo,
por ejemplo, a la Confederación, la construcción de barcos de guerra en
Inglaterra. El más famoso de esos barcos fue el “Alabama” que destruyó el
comercio de la Unión y que, junto a otros barcos corsarios construidos por
los ingleses, prácticamente, “paralizó” la marina mercante de la Unión.
En realidad, solo el temor del perder el Canadá, inhibió a Gran Bretaña
de participar directamente en la Guerra Civil norteamericana.
Analizando el verdadero significado de la guerra civil norteamericana, Cole
sostiene que: “La lucha entre el Norte y el Sur, que explotó finalmente
en la Guerra Civil, fue en efecto una lucha no sólo entre los propietarios
de esclavos y los empleadores de mano de obra libre, sino también entre
los partidarios de la política librecambista, interesados principalmente
en las exportaciones, y los partidarios del proteccionismo que tenían interés
principalmente en el mercado nacional.”
Resulta evidente, como afirma Eric Hobsbawm, que: “… sean cuales fuesen
sus orígenes políticos, la guerra civil norteamericana fue el triunfo del
Norte industrializado sobre el Sur agrario, casi -podríamos, incluso, decir-
el paso del Sur desde el imperio informal de Gran Bretaña (de cuya industria
algodonera dependía económicamente) a la nueva y mayor economía industrial
de Estados Unidos.”
El triunfo del proteccionismo económico
El resultado final de la guerra civil fue que el proteccionismo predominó
en los Estados Unidos como conjunto. La victoria del Norte en la Guerra
Civil aseguró que la política económica de Norteamérica, en lo sucesivo,
ya nunca más sería dictada por los aristocráticos plantadores del sur que
se habían aferrado a la “división internacional del trabajo” y a la “teoría
del libre comercio”, sino por los industriales y políticos del Norte que
comprendían que, el desarrollo industrial, sería en lo futuro, la verdadera
base del poder nacional de los Estados Unidos y el instrumento de su grandeza.
Al finalizar la guerra, principió una nueva era de proteccionismo: “Los
impuestos de emergencia que se habían aplicado durante la Guerra Civil no
desaparecieron, y en 1864 el nivel promedio de los aranceles era tres veces
más alto de lo que había sido bajo la Ley de 1857. Desde entonces, un sistema
altamente proteccionista que afectaba cada vez mayor variedad de productos,
se convirtió en base firme de la política fiscal” , de los Estados Unidos.
A partir del fin de la guerra civil y el definitivo triunfo de los partidarios
del proteccionismo económico, los Estados Unidos vivieron un acelerado proceso
de industrialización. Ninguna economía progresó más rápidamente que la norteamericana,
en aquel período: “Quizás el signo más claro de la rápida industrialización
de los Estados Unidos sea el aumento de la producción de carbón. En 1860,
la producción total de carbón era inferior a 15 millones de toneladas. Esa
cifra se duplicó en la década siguiente, nuevamente se duplicó en la inmediata,
y otra vez más en la sucesiva, alcanzando a cerca de 160 millones de toneladas
en 1890. En 1910 era superior a 500 millones de toneladas, y en 1920 llegó
a más de 600 millones de toneladas. Mientras tanto la producción de hierro
en lingote se triplicó entre 1850 y 1870, y se quintuplicó entre 1870 y
1900. A principio del siglo sobrepasó a la producción inglesa, y en 1913
era casi tan grande como tres veces la producción inglesa y dos veces más
grande que la alemana.”
La gran lección de la historia norteamericana
Los Estados Unidos protagonizaron de 1775 a 1860 el proceso de insubordinación
política, económica e ideológica más exitoso jamás producido en la periferia.
Resulta difícil - o más bien, casi imposible - pensar, hoy, que los Estados
Unidos fueron un país periférico que tuvo que conquistar su “lugar en el
mundo”, a través de un “arduo proceso de insubordinación”. Esa es, sin embargo,
la realidad histórica.
Hasta 1860, los Estados Unidos, poseían todas las características de un
país periférico. Su balanza comercial era, generalmente, desfavorable. En
la década de 1850, los Estados Unidos, exportaban mercaderías por valor
de 144.376.000 millones de dólares e importaban mercaderías por valor de
172.510.000 millones de dólares. En la década de 1860, las exportaciones
sumaban 333.576.000 millones de dólares y las importaciones llegaban a 353.616.000
millones de dólares. El 50 por ciento de sus importaciones consistía en
artículos manufacturados y listos para el consumo. Al igual que a cualquier
país latinoamericano, Inglaterra le suministraba la mayor parte de las importaciones
y absorbía casi la mitad de sus exportaciones. Las compras europeas se limitaban,
casi enteramente, a las materias primas. Estados Unidos era, fundamentalmente,
un país exportador de materias primas sin elaborar e importador de productos
industriales. Era un país agrícola exportador, casi “mono-exportador”. En
términos actuales, un país “algodón-dependiente”. Después de la invención
de la desmotadora, el algodón se convirtió en el principal artículo de exportación
y, alrededor de 1860, constituía el 60% de las exportaciones de los Estados
Unidos. A fines de 1850, las exportaciones manufacturadas sólo ascendían,
aproximadamente, a un 12 % sobre el total exportado por los Estados Unidos
y se dirigían, principalmente, hacia regiones subdesarrolladas como México,
las Antillas, América del Sur, Canadá y China. Es decir que los productos
primarios constituían el 82% de los productos exportados por los Estados
Unidos. Ese 82 % estaba compuesto de algodón, arroz, tabaco, azúcar, madera,
hierro y oro proveniente de California que había sido arrebatada a México
en 1848.
Del simple análisis del contenido de las exportaciones que realizaron los
Estados Unidos desde 1783 a 1860, surge, nítidamente, que exportaba los
productos “típicos” que hoy, exportan los llamados “países subdesarrollados”.
Hacia mediados de 1850, la elite política e ideológica de los Estados del
Sur - que, con casi 8 millones de habitantes, producían las tres cuartas
partes de las exportaciones de los Estados Unidos- cansada de “financiar”
el desarrollo industrial deficitario, no competitivo en términos internacionales,
de los Estados del Norte, estaba por lograr que los Estados Unidos se adhiriera,
definitivamente, al régimen de “librecambio” cosa que hubiese significado
una “herida mortal” al proceso de industrialización norteamericano. Si la
elite política de los Estados del Norte no hubiese forzado la guerra civil,
como modo de zanjar la disputa ideológica entre “librecambio” y “proteccionismo”
- una querella que el Norte ya había perdido políticamente- muy probablemente,
los Estados Unidos hubiesen complementado su industrialización tardíamente
y, a pesar de poseer un inmenso territorio, su poder y su posición en el
sistema internacional no sería muy diferente, hoy, a la que ostentan los
grandes estados periféricos como la India o Brasil.
Es preciso tener siempre presente que cuando los norteamericanos consiguieron
su independencia, “… exhibieron marcadas muestras de renuncia a adoptar
el meollo del programa de Adam Smith: el libre cambio universal y que la
conversión de los Estados Unidos al liberalismo no ocurrió hasta que ellos
mismos se convirtieron en el primer productor industrial del mundo y estaban
en camino de convertirse asimismo en su principal exportador a expensas
de los británicos.” En ese aspecto, la elite norteamericana, no hizo más
que repetir el proceso de desarrollo seguido por Gran Bretaña. Cuando el
General Grant - héroe de la guerra de secesión- concurrió a la Conferencia
de Manchester, en 1897, y después de dejar la presidencia de los Estados
Unidos, explicitó, en su discurso que, los Estados Unidos, seguían el “ejemplo”
inglés y no, la “prédica” inglesa, “Señores: durante siglos Inglaterra ha
usado el proteccionismo, lo ha llevado hasta sus extremos y le ha dado resultados
satisfactorios. No hay duda alguna que a ese sistema debe su actual poderío.
Después de esos dos siglos Inglaterra ha creído conveniente adoptar el libre
cambio por considerar que ya la protección no le puede dar nada. Pues bien,
señores, el conocimiento de mi patria me hace creer que dentro de doscientos
años, cuando Norteamérica haya obtenido del régimen protector lo que éste
puede darle, adoptará, libremente, el libre cambio.”
A diferencia del proceso de “rebelión” hispanoamericano, el proceso de independencia
de las “Trece Colonias”, no sólo terminó en la “unidad” de las colonias
sublevadas sino que, el “nuevo Estado”, expandió sus fronteras hasta el
Océano Pacífico. De esa forma, constituyó un Estado que, por su enorme superficie,
puede calificarse como “Estado Continente”.
El proceso de expansión territorial, que comenzó en 1803 con la compra de
Luisiana y que continuó, en 1848, con el Tratado Guadalupe Hidalgo , por
el cual, México, se vio forzado a ceder la ancha extensión de territorio
que iba de Texas a California, hizo que la superficie de los Estados Unidos
fuese casi cuatro veces mayor al territorio que tenía cuando conquistó su
independencia formal. Después del Tratado Guadalupe Hidalgo, la extensión
de los Estados Unidos alcanzaba a los siete y medio millones de kilómetros
cuadrados. Estados Unidos era una nación gigantesca, casi igual, en superficie,
a toda Europa. Estados Unidos era un “Estado Continente”.
“Estado Continente” que, con la victoria del Norte proteccionista sobre
el Sur librecambista, se transformó, rápidamente, en una potencia industrial,
es decir en el primer “Estado-Nación- Continente- Industrial” de la historia
elevando, de ese modo - como, en su momento ya lo había hecho Inglaterra-
una vez más, el “Umbral de Poder”.
Uno de los intelectuales que más tempranamente advirtió que los Estados
Unidos elevarían dramáticamente el “Umbral de Poder” fue el economista alemán
Federico List quien, ya en 1832, afirmase: “Dentro de pocos años, (los Estados
Unidos) habrán alcanzado el rango de primera potencia naval y comercial.
Las mismas causas que han llevado a Gran Bretaña a su elevado estado actual
de poder llevarán, probablemente, en el transcurso del siglo próximo, a
la compacta América a un grado de riqueza, de poder y de desarrollo industrial
que sobrepasará al que hoy se halla Inglaterra en la misma proporción en
que ésta aventaja actualmente a la pequeña Holanda.”
Por lo tanto, a partir de la plena realización industrial de los Estados
Unidos, empezó a aparecer claro que solo les sería posible, a las otras
unidades políticas del sistema internacional, mantener su capacidad autonómica
plena, si lograban conformar un “Estado- Nación- Industrial- de superficie
y población semejantes, a la de los Estados Unidos - es decir de superficies
-continentales”.
Con la Primera Guerra Mundial quedó definitivamente al descubierto que el
poder de los Estados-Nación-Industriales” - modelos del siglo XIX -, Gran
Bretaña, Francia y Alemania, había quedado completamente sobrepasado por
el poder del gigantesco “Estado-Nación-Industrial-Continente” norteamericano
y que, la mayoría de Estados Nación latinoamericanos eran, en comparación
del Megaestado industrial norteamericano, “impotentes microestados” condenados
a ser, en el futuro inmediato, estados subordinados, como lo fueron, en
su momento, las “Ciudades Estado” de Génova o Venecia, cuando irrumpieron
en la historia, el “Estado-Nación” español y el “Estado- Nación” francés.
*La insubordinación fundante. Breve historia de la construcción del poder
de las naciones, de Marcelo Gullo, Editorial Biblos, - Colección Politeia,
ISBN 978-950-786-683-8, 186 páginas, año 2008.
NOTAS
[1]. UNDERWOOD FAULKNER, Harold, Historia Económica de los Estados Unidos,
Buenos Aires, ed. Novoa, 1956, p. 277.
[2]. SMITH Adam, citado por LIST, Federico, Sistema nacional de economía
política, Madrid, ed Aguilar, 1955, p. 97.
[3]. Adam Smith publica su famosa obra “Investigación sobre la naturaleza
y causa de la riqueza de las naciones” el mismo año de la Declaración de
Independencia de los Estados Unidos.
[4].Durante el reinado de los Estuardos se prohibió la emigración de obreros
calificados a las colonias de América y “..en 1765 el Parlamento volvió
a aplicar en forma mucho más estricta la vieja prohibición Estuardo sobre
la emigración de obreros capacitados. En 1774 dio un paso más amplio al
prohibir la exportación de modelos y planos mecánicos y de las mismas máquinas.
Después de la Revolución, estas medidas se hicieron más extensas y se aplicaron
con mayor rigor”. MILLER, William, Nueva Historia de los Estados Unidos,
Buenos Aires, Ed. Nova, 1961, p. 165.
Sobre el veto británico a la industrialización de las 13 colonias y las
políticas establecidas para impedir el desarrollo industrial ver especialmente
las obras de:
ANDREWS, C.M., The Colonial Background of the American Revolution, ed. Univ.
de Yale, New Haven, 1924.
BEER, G.L., The Old Colonial System, 1660-1754, ed. Macmillan, Nueva York,
1912.
EGERTON, H.E., Short History of British Colonial Policy, Ed. Methue, Londres,
1924.
HORROCKS, J.W., A Short History of Mercantilism, Ed. Metheu, Londres, 1924.
SCHMOLLER, Gustav, The Mercantile System and Its Historical Significance,
ed. Smith, Nueva York, 1931.
[5]. UNDER FAULKNER, Harold, op.cit.p.134.
[6]. La granja colonial fue la cuna de la industria norteamericana. Las
familias campesinas en el tiempo libre que les quedaba durante los duros
meses del invierno norteamericano fabricaban clavos, útiles de labranza
duelas de barril, barricas de roble y recipientes para el tabaco, el ron,
las melazas y pescado. Muchos de estos artículos eran exportados fácilmente
a las Antillas. Una industria domestica muy importante fue la elaboración
de bebidas, ron, cerveza y sidra, se producían en Nueva Inglaterra, donde
se destilaban las melazas de las Antillas hacia la cual luego se exportaba
el ron. Pocos eran los hogares donde no existía una rueca y un telar de
mano. En 1640 empezaron a aparecer las primeras fundiciones relativamente
importantes Massachussets. Al respecto ver TRYON, R .M. Household, Manufactures
in the Unites States, 1640-1860, Ed. Univ. de Chicago, Chicago, 1917.
[7]. Ibíd. , p. 134.
[8] .
[9] .
[10]. LACY, Dan, El significado de la Revolución norteamericana, Buenos
Aires, Ed. Troquel, 1969, p. 49.
[11]. HACKER, Louis, “The First American Revolution”, Columbia University
Quarterly, n° XXVII, 1935, p. 259-295.
[12]. Al respecto ver la obra de EAST, R. A, Business Enterprise in the
American Revolutionary Era, Ed. de la Univ. de Columbia, Nueva York, 1938.
[13] . UNDERWOOD FAULKNER Harold, Historia Económica de los Estados Unidos
p. 162.
[14]. Ibíd., p. 162
[15]. Ibíd., p. 162
[16]. Ibíd., pág. 162
[17].
[18]. Ibíd. p. 167.
[19]. UNDERWOOD FAULKENER p. 167
[20]. Ibíd., p. 181.
[21]. Estas dos leyes aprobadas por Congreso de la joven república norteamericana
se inspiraban en las Leyes de Navegación votadas por el Parlamento británico
en 1651 y en la “Ley para estimular e incrementar los embarques y la navegación”
que en 1660 reforzó el Acta de Navegación de 1651. La Ley de 1660 estipulaba
que cualquier producto llevado hacia y desde Inglaterra debía ser transportado
no solo en barcos tripulados por ingleses sino también construidos en Inglaterra
o en las colonias inglesas.
[22] UNDERWOOD p 253.
[23]. Al respecto ver la obra de CLARK, V. S., History of Manufactures in
ten United States, 1607-1860, ed. Carnegie Institution, Washington, 1916
y la obra de CARMAN, H. J., Social and Economic History of the United States,
ed. Heath, Boston 1930. También resulta de interés CLAUDER Anna, American
Commerce as Affected by the Wars of French Revolution and Napoleon, 1793-1812,
Ed Univ. de Pennsylvania, Philadelphia, 1932.
[24]. UNDERWOOD, FAULKNER p. 193.
[25]. La industria inglesa no solo era mucho más eficiente que la joven
industria norteamericana sino que Gran Bretaña llevó a cabo una verdadera
política de dumping para cortar en flor el desarrollo industrial estadounidense
y conservar el mercado norteamericano. Inmediatamente de restablecida la
paz en 1815 los industriales ingleses apoyados por el gobierno británico
vendieron a perdida sus productos en el mercado norteamericano con tal de
eliminar la competencia de la industria nacional estadounidense. Con el
fin de la guerra, a principios de 1815, los norteamericanos se apresuraron
a reabastecer su surtido de adornos y mercaderías inglesas. Los artículos
importados vendidos por los ingleses a precios ganga llegaron en 1815 a
110 millones de dólares y en 1816 a 150 millones de dólares. En Nueva Inglaterra
se generalizó entonces la quiebra y la ruina de las pequeñas fábricas que
no pudieron competir con los productos ingleses subsidiados. “Bien valía
la pena (expresó Henry Brougham en 1816 en el Parlamento británico) tener
una perdida en la primera exportación con el objeto de, al inundar el mercado,
sofocar en la cuna aquellas nacientes manufacturas de los Estados Unidos
que la guerra les obligó a establecer”. MILLER, William, op.cit. p. 153
[26]. “Mi destino me condujo a los Estados Unidos, dejé aquí todos mis libros;
no hubieran servido más que para extraviarme. El mejor libro sobre Economía
política que se puede leer en este país moderno es la vida...Sólo allí me
hice una idea clara del desarrollo gradual de la economía de los pueblos...Yo
he leído este libro ávidamente y con asiduidad, y he tratado de coordinar
las consecuencias que de el he obtenido con el resultado de mis estudios,
experiencias y reflexiones anteriores” LIST, Federico, op.cit. p. XXVI
[27]. “Encontrándome en relación con los hombres de Estado de la Unión más
destacados...se supo que yo me había ocupado anteriormente de Economía política.
Entonces (1827), y a causa de haber sido vivamente atacados con motivo del
arancel los fabricantes norteamericanos y los defensores de la industria
nacional por los partidarios del libre cambio, el señor Ingersoll me invitó
a exponer mis opiniones sobre esta cuestión. Lo hice, y con algún éxito...Las
doce cartas en que yo exponía mi sistema han sido, no solamente publicadas
en la Gaceta Nacional, de Filadelfia, sino reproducidas por más de cincuenta
periódicos de provincias, editadas en forma de folleto por la Sociedad para
el fomento de las manufacturas, con el título de Outlines of a New System
of Political Economy, y divulgadas en millares de ejemplares. Recibí felicitaciones
de los hombres más prestigiosos del país, como son el venerable James Madison,
Henry Clay, Edouard Levingston...” LIST, Federico, Op.cit. p. XXVI
[28]. COLE, p. 95.
[29]. HOBSDAWM, Eric, La era del Capital, 1848-1875, Buenos Aires, Ed. Planeta,
1998, p. 89.
[30]. COLE, op. cit., pág .96
[31]. Ibíd., pág. 99.
[32]. Entre el lapso comprendido entre 1815 y 1860, exceptuando el año 1840,
las importaciones fueron siempre superiores a las importaciones. La balanza
de pagos se equilibraba por los beneficios aportados por la marina mercante
y por las inversiones de capital europeo. Durante todo ese periodo los Estados
Unidos era un país fuertemente endeudado. Se calcula que en 1860 los valores
habidos extranjeros en títulos federales, estatales, ferroviarios y otros
ascendían a unos 400.000.000 de dólares.
Las importaciones y exportaciones por décadas.
Año Total de exportaciones...................................Total de importaciones.
1790.....................$................20.200.000...............................$.....................23.000.000.
1800.......................................70.972.000......................................................91.253.000.
1810.......................................66.758.000......................................................85.400.000.
1820.......................................69.692.000......................................................74.450.000.
1830.......................................71.671.000......................................................62.721.000.
1840.....................................123.609.000......................................................98.259.000.
1850.....................................144.376.000.....................................................172.510.000.
1860.....................................333.576.000...................................................
.353.616.000.
Al respecto ver UNDERWOOD FAULKENER, Harold, Historia Económica de los Estados
Unidos, Buenos Aires, Ed. Nova, 1956.
[33]. Después de 1849 gracias al descubrimiento de oro en California -que
había pertenecido hasta 1848 a México- Estados Unidos se convirtió en el
primer productor mundial de oro. Gracias al oro californiano los Estados
Unidos fueron capaces de financiar las importaciones adicionales de maquinarias
y materiales para desarrollar un sistema ferroviario a gran escala, que
se convirtió en la base de su industrialización futura.
[34]. LICHTHEIM, George, El imperialismo, Ed Alianza, Madrid, p. 62.
[35] .
[36]. Por el Tratado Guadalupe Hidalgo los Estados Unidos obtienen toda
California menos la península del mismo nombre, todo el territorio de los
actuales estados de Nuevo Méjico, Tejas, Arizona, una parte de territorio
que hoy conforman los Estados de Utha, Colorado, Oklahoma y Kansas. Alrededor
de dos millones de kilómetros cuadrados.
Política
O Uribe o paz
Por Emir Sader | 16/11/08
Independientemente del gobierno que vaya a realizar, la victoria de Obama
tiene, de inmediato, dos significaciones muy importantes: por un lado, representa
el rechazo mayoritario de la población de EE.UU. al gobierno de Bush. Por
otro, la movilización e incorporación a la vida política de grandes contingentes,
normalmente alejados de ella: de negros, de latinos, de jóvenes.
Recaen sobre Obama duras y pesadas herencias. La primera de ellas: la crisis
económica que, iniciada como crisis financiera se extiende al sector productivo
(General Motor afirma que hace esfuerzos para no quebrar), generando una
recesión de proporciones enormes. La segunda, las guerras “infinitas” del
gobierno de Bush (responsable de un aislamiento que hace que, por ejemplo,
en Paquistán, aliado esencial de los Estados Unidos en la guerra contra
Afganistán y en la lucha contra Al Qaeda, Bin Laden tenga el apoyo del 34
por ciento de la población, mientras los EE.UU. apenas del 19 por ciento,
casi la mitad). Salir de Irak no es tan fácil como dice Obama. Como le preguntan
los halcones: “¿Y saldremos derrotados?” Cuestión grave para la única superpotencia
actual del mundo. Además del tema del abastecimiento de petróleo y de la
influencia del Irán sobre el Irak chiita.
Si Obama quiere proyectar una imagen nueva para el continente, podrá avanzar
en la desarticulación del epicentro latinoamericano de las guerras infinitas
de Bush, ayudando a terminar con la situación de guerra que vive Colombia,
con apoyo directo de los Estados Unidos - en la llamada Operación Colombia
-, además de poner inmediatamente fin al bloqueo de Cuba. Colombia se volvió
el gran aliado norteamericano en la región, convirtiéndose en uno de los
responsables del aislamiento y la pésima imagen de EE.UU. en América Latina.
La paradoja es que, al final de todas las tentativas - algunas exitosas
- de canje de prisioneros que tuvieron a Hugo Chávez como protagonista esencial,
Uribe haya salido fortalecido, interna y externamente. Internamente, parece
haber impuesto la visión de que soluciones militares son posibles para terminar
el conflicto. Un conflicto que Uribe no quiere terminar, porque de ahí recibe
el apoyo interno que posee; consciente de que militarmente no se gana el
conflicto, quiere prolongarlo lo suficiente buscar un tercer mandato y cegar
la vía de las soluciones políticas a la guerra.
Pero Uribe también ganó espacios externos que no tenía. Los crímenes sin
cuento cometidos por su gobierno no parecen haberlo desgastado. (El último
en descubrirse ha sido la ejecución de centenares de jóvenes a manos de
oficiales de las FFAA que difundían la idea de que se trataba de enemigos
muertos en combate; el escándalo ha llevado a la cárcel a altos oficiales
del Ejército, sin que las imágenes de los desventurados jóvenes, a diferencia
de las de Ingrid Betancourt, gozaran de la mínima difusión en la prensa
nacional e internacional.) De creer a Uribe, la violencia en Colombia se
reduce a la de las FARC; como si no existieran secuestros de Estado, y como
si los únicos presos - ya no se habla de canje de presos, sólo de liberación
unilateral por las FARC - fueran los secuestrados por las FARC.
Reunidos en París el pasado noviembre bajo el patrocinio del Socorro Católico,
dirigentes de varias organizaciones políticas - Polo Democrático, Partidos
Liberal y Conservador, entidades de derechos humanos de distinta índole
- discutieron alternativas políticas para la crisis colombiana. Coinciden
todos en que las soluciones militares, además de injustas, son imposibles,
y en la necesidad de buscar alternativas políticas.
Para hacerlas posibles, es preciso que los campos en conflicto entren en
negociaciones políticas. Hoy las FARC, que parecen duramente golpeadas política
y militarmente, pueden estar dispuestas a soluciones negociadas. (Hubo una
respuesta positiva de las FARC al pedido de 113 intelectuales colombianos
exigiendo un canje de prisioneros, lo que podría ser una primera reacción
en esa dirección). Pero Uribe no ve la necesidad de negociar; se siente
fuerte e intenta conquistar un tercer mandato presencial: ya fue presentada
una lista de apoyo a esa nueva violencia constitucional.
Sólo si Uribe sufre un golpe político, que podría ser el no lograr el tercer
mandato, o que el nuevo gobierno de los Estados Unidos, además de confirmar
el rechazo a la firma del Tratado de Libre Comercio, y merced al fortalecimiento
de los demócratas en la Cámara de Representantes, pusiera fin a la Operación
Colombia y presionara a Uribe para que participe en negociaciones políticas
que pongan fin a la guerra en Colombia.
Asimismo, está claro que el trabajo persistente de denuncia de los crímenes
del gobierno hecho por las organizaciones políticas y sociales colombianas
puede contribuir a debilitar la posición del gobierno, impidiendo la reelección
de Uribe y fortaleciendo a una oposición unificada que catapulte a la victoria
a un candidato democrático en las elecciones presidenciales de 2010.
La guerra en Colombia es la situación más grave que vive el continente,
por las violaciones sistemáticas de los derechos humanos que trae consigo
- de las que los más de 3 millones de colombianos desplazados son un uno
de los aspectos más brutales y menos difundidos -, por la alimentación del
narcotráfico - que no dejó de crecer en los años del gobierno de Uribe -,
por los riesgos de enfrentamientos con los países vecinos. Promover la paz
en el continente, avanzar en los procesos de integración regional, presupone
acciones de la UNASUL, del nuevo gobierno de los Estados Unidos y de los
movimientos populares del continente, a fin de terminar con la guerra y
la represión en Colombia. Condición esencial de todo lo cual es la derrota
de Uribe, cabeza articuladora del bloque en el poder.
Fuente: www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2170
Política
Brasil: el PT envejeció internamente y necesita revigorizarse
Por Emir Sader
30/11/08
El impulso inicial que dio vida al Partido de los Trabajadores (PT) y desembocó
en el gobierno de Lula se agotó. Éste necesita revigorizarse social e ideológicamente
para volver a desempeñar un papel importante en el campo político e ideológico
del país, que tiene en la coyuntura ya abierta de la sucesión presidencial
la mayor de sus batallas contemporáneas.
El PT fue la mayor esperanza de la izquierda brasileña - y tal vez mundial
- en un momento de agotamiento de la izquierda tradicional. Después de más
de dos décadas de existencia, desembocó en el gobierno de Lula que, medido
por la imagen ideológica que el partido tenía en su fundación o que exhibió
en su primera década de vida, sería irreconocible.
No se trata ahora de hacer una breve historia del partido para saber dónde
fue cortado aquel fuego original y cuándo fue diseñado otro perfil. Ciertamente
tiene que ver con la proyección de la imagen de Lula, por encima y en cierta
forma de manera independiente del partido. Se trata ahora de intentar entender
la situación en que se encuentra el partido - paradójicamente, con un perfil
político extremadamente bajo - cuando Lula muestra un nivel récord de apoyo,
rayano en el 80 por ciento. En suma, el éxito del gobierno no es el éxito
del PT, que todavía no salió de las dos crisis que lo comprometieron en
los últimos años.
El PT sufrió dos duros golpes desde la victoria de Lula, en 2002. El primero,
el perfil asumido por el gobierno, con Palocci funcionando casi como un
primer ministro e imponiendo una hegemonía neoliberal y continuista al gobierno.
Tal como se había configurado en la parte final y decisiva de la campaña
electoral, se constituyó en torno a Lula un núcleo dirigente del gobierno
que tenía en dos personajes a los arquitectos de la victoria - Palocci,
con la "Carta a los brasileños", y Duda, con "Lulinha, paz y amor" - , referencias
fundamentales.
Palocci daba la línea general, manejaba los recursos, imponía - hasta al
mismo Lula - el discurso general del gobierno. El PT presenció todo eso,
herido por la crisis de expulsión y posterior salida de otros de sus miembros,
impotente. No lograba defender la reforma previsional, que atentaba contra
todo lo que había defendido, ni las orientaciones económicas del dúo Palocci-Meirelles,
se defendía de las posiciones de ultra-izquierda, que preanunciaban el camino
del aislamiento, sectarismo y derrota.
Poco tiempo después, cuando el gobierno todavía no decolaba, vino la llamada
"crisis del mensalâo", en un momento en que el partido aún no se había repuesto
de la primera crisis. Fueron los peores años de la historia del PT - 2003-2005.
La imagen del partido cambió de partido ético, de la transparencia, a la
de un partido vinculado a los negociados y a la corrupción, una reversión
de la cual no consiguió y difícilmente conseguirá salir. A pesar de las
elecciones internas, que recuperaron un poco su autoestima, sin forjar una
nueva dirección con capacidad de redefinir el papel del PT y sus relaciones
con el gobierno.
Lula y el gobierno zafaron de la crisis a partir de los efectos de las políticas
sociales que se fortalecieron con los cambios dentro del gobierno - especialmente
la caída de Palocci y el debilitamiento de sus orientaciones al interior
del gobierno - y con el papel dinámico que Dilma Rouseff impuso a las acciones
gubernamentales.
Pero de alguna manera, el gobierno zafó de la crisis exportándola hacia
el PT. La imagen que quedó fue que "los petistas" habían cometido graves
errores, que casi comprometieron irremediablemente al gobierno de Lula.
Y las acusaciones sobre José Dirceu y sobre los principales dirigentes partidarios
confirmaban esa versión. Y el bajo perfil de las direcciones posteriores,
tanto la que fue electa en el PED [elecciones directas; T.], como posteriormente
por el Congreso, fueron en la misma dirección, por el bajo perfil de esas
direcciones, por la falta de capacidad de iniciativa política y de movilización
de la propia militancia del PT.
El Congreso, al contrario de un balance del primer gobierno de izquierda,
conquistado a lo largo de las luchas de toda la historia del PT, terminó
siendo más un ajuste de cuentas entre las tendencias sobre la crisis del
partido. Críticas a la política económica que reafirmaron cierto grado de
independencia frente al gobierno, pero en general, avalando a éste y, sobretodo,
las propuestas para un segundo mandato no fueron el centro del Congreso,
desperdiciando la oportunidad para recuperar la capacidad de acción del
PT.
Mientras tanto, los problemas vienen de más atrás y son más profundos. La
vía moderada escogida por el PT ya se sentía en una pérdida del peso de
la militancia joven y de la militancia social, ya relevante en el Congreso
de 2000, realizado en Pernambuco. El partido perdió capacidad de entusiasmar
y movilizar a los que luchan o podrían despertarse para la lucha por otro
país, por "otro mundo posible". Una parte de estos trabajan en torno del
MST (Movimiento Sin Tierra) o de otros movimientos sociales, otros permanecen
en el PT aunque sin ímpetu para la acción. El envejecimiento interno del
partido es obvio, no solamente por la edad de sus miembros, sino también
por la falta de iniciativas, de ideas, de creatividad, de alegría, para
encarar los nuevos desafíos con un rico y pluralista debate interno.
Y como si el PT estuviese aún sufriendo los efectos de una casi muerte de
la experiencia de gobierno, hubiese zafado por poco, pero agotadas sus energías
en la sobrevivencia, sin recuperar fuerza, creatividad, iniciativa, capacidad
de liderazgo y, principalmente, de movilización de las nuevas camadas.
La elaboración de una plataforma post-neoliberal y el apoyo decidido a las
organizaciones de las bases sociales pobres, que apoyan sustancialmente
al gobierno de Lula, constituyen las dos mayores tareas que el PT tiene
que enfrentar, para renovarse y revigorizarse. Encarar frontalmente el tema
de la plataforma por la que va a luchar para un gobierno posterior al de
Lula, y recomponer sus bases sociales de apoyo, en dirección a las masas
del nordeste y de la periferia de las grandes metrópolis - donde residen
los inmensos bolsones de pobreza beneficiados por las políticas sociales
del gobierno - para reconquistar energía, capacidad de lucha y de movilización.
Porque el impulso inicial, el que le dio vida al PT y desembocó en el gobierno
de Lula, se agotó. El dinamismo, la referencia hoy está en el gobierno y
no en el PT. Éste necesita revigorizarse social e ideológicamente, para
volver a desempeñar un papel importante en el campo político e ideológico
del país, que tiene en la coyuntura ya abierta de la sucesión presidencial
la mayor de sus batallas contemporáneas. Es una nueva gran posibilidad para
el PT, donde se disputa el futuro del Brasil en la primera mitad del Siglo
- en la consolidación, corrección de rumbos, profundización de las líneas
progresistas del gobierno actual o el catastrófico retorno del bloque de
la derecha al gobierno.
El papel del PT será esencial para asumir la lucha por el cumplimiento de
esos dos objetivos esenciales: formulación de la plataforma post-neoliberal
para la campaña de 2010 y trabajo duro en la organización de las grandes
muchedumbres pobres que apoyan al gobierno de Lula.
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2205
Economía
“Estados Unidos perderá su hegemonía mundial en los próximos años”
Entrevista a Theotonio Dos Santos
Por Alfredo Vanini, “La República” / Domingo. Lima, 04 de noviembre de 2008
-Profesor Dos Santos, la crisis financiera norteamericana es una crisis
interna del sistema capitalista, que se ha derrumbado estrepitosamente.
Se vuelven a revisar en Europa y en EEUU las tesis de Keynes, de Schumpeter,
incluso de Rosa Luxemburgo. ¿Es el fin de Adam Smith y el retorno de otros
grandes economistas?
-Puedo responderle desde mi propia visión de la teoría económica. He trabajado
mucho en estos últimos años dentro de la perspectiva de las ondas largas
del economista ruso Nicolai Kondrátiev y su idea de los períodos de cincuenta,
sesenta años, en los cuales los primeros 25 son de ascenso y los otros 25
de descenso. Esta idea fue trabajada por primera vez por Kondrátiev en 1922
cuando trabajaba en la dirección del Instituto de Estudios Estadísticos
de la Unión Soviética. Él descubrió este fenómeno y buscó una explicación
en el aspecto tecnológico y financiero. La relación tecnología y finanzas
son los dos elementos claves que él detectó ligados a estos ciclos. Hay
toda una corriente de schumpeterianos que trabaja sobre estas consideraciones.
Schumpeter absorbió muy bien los estudios de Kondratiev y los divulgó en
un libro muy importante titulado Los ciclos económicos largos. Allí integró
incluso otros ciclos más cortos: cuatro, diez años, como la modalidad del
funcionamiento del capitalismo. Dentro de esta visión, en el siglo veinte
hay un período de descenso que empieza desde los años 1914-1918, y que va
hasta 1945. Después de la segunda guerra mundial sobreviene otra vez un
período de ascenso. Comienza entonces el llamado "período de oro" del capitalismo
que llega hasta 1967. Allí comienza otra vez una ola negativa con una gran
caída del crecimiento capitalista.
-Crisis que tiene su punto más álgido en 1973. Pero después de ese momento,
¿los Estados Unidos no recomponen su economía?
-Vea, la decadencia de EEUU empieza muy lentamente en 1967. Definitivamente
la guerra de Vietnam tiene mucho que ver porque termina con la posición
extremadamente favorable que tuvo EEUU tras la guerra en Europa. En 1950
los EEUU tenían el 50% de la economía mundial, mientras que hoy están reducidos
a un 16% más o menos. -La guerra parece jugar un papel importante en la
consolidación de las hegemonías globales. -Los movimientos cíclicos están
asociados a centros de poder. Primero tuvimos la hegemonía portuguesa y
española (siglos 17 y 18), luego los holandeses y los ingleses y finalmente
los Estados Unidos que asume el liderazgo durante la Primera Guerra Mundial
y consolida su hegemonía tras la Segunda. Estos centros hegemónicos tienen
una duración histórica de entre 150 y 200 años. Pero el ciclo de hegemonía
norteamericano, y en esto sí estamos de acuerdo todos, será un ciclo más
corto.
-¿Qué pasa exactamente en 1967 con la economía norteamericana?
-En 1967 se establecen situaciones básicas de desestabilización: uno, para
poder mantener este sistema imperial (y la guerra es un elemento clave)
es inevitable que se produzca un déficit fiscal. Pero al mismo tiempo también
se produce un déficit comercial, pues EEUU no logra consolidarse como un
país eminentemente exportador. En 1969 pasa de país exportador a importador
y de país acreedor a deudor, sobre todo a causa del déficit fiscal. Todo
esto afecta el tercer elemento clave que es el dólar, moneda que reestructuró
la economía mundial tras los acuerdos de Bretton Woods: hoy el dólar ya
no tiene las condiciones para mantenerse como moneda de referencia mundial
porque antes el dólar garantizaba una convertibilidad con el oro. A partir
de 1971 los EEUU abandonan definitivamente esta equivalencia y entramos
en una fase llamada "serpiente monetaria", en que las monedas se mueven
sin una dirección definida. Theotonio dos santos. Advierte que lo peor para
la economía capitalista está por venir.
-¿Con Clinton no hubo una leve recuperación del sistema financiero norteamericano?
-Entre 1993-94 se inicia un proceso de recuperación. Lo que pasó es que
el gobierno de Clinton retomó el crecimiento económico a tasas moderadas
y básicamente sobre una base tecnológica muy importante. Clinton dejó un
superávit fiscal de más o menos 300 mil millones de dólares, destinados
al sector educación y salud. Pero George Bush, tras su primer año, ya tenía
un déficit de más de 100 mil millones. Y hoy el déficit es enorme, sobre
todo con la guerra de Irak, que implica costos altísimos.
-Volvamos a la crisis y a la noción de períodos económicos ¿cuál es su año
de origen?
-Empezamos en 1987 con la caída del dólar en un 40%. Luego se recupera cuando
los bancos europeos y japoneses compran dólares con la intención de elevarlo
otra vez y disminuir el impacto tan violento de esta caída. Pero a comienzos
de 1990 la tasa de interés que había llegado al 18% cae a 4%. Con Clinton
se recuperan las inversiones productivas. En este período Japón entra en
crisis. Por ello, la economía comienza a generar varias crisis locales:
México (1992), Brasil (1994), Asia (1997), Rusia (1998), Brasil otra vez
(1999) y Argentina (2000). Todas estas crisis, en un período tan corto,
suceden dentro de esta burbuja enorme. Cuando todo se empieza a recuperar,
sobreviene la crisis norteamericana que estalla en el 2001. Se vuelve al
mismo sistema artificial de especulación y precios falsos de grandes especulaciones.
-¿Cuál es hoy el panorama de la crisis norteamericana? Según usted, ¿podrán
salir de ella?
-Hoy se está buscando liquidez que no tienen, pues todos los países son
deudores. Los EEUU van entonces a seguir endeudándose para entregar recursos
a sus bancos ayudándolos a sobrevivir. Vamos a tener una salida a la crisis,
pero con tres costos importantes: las tasas de crecimiento ya no van a poder
ser tan altas como en períodos anteriores porque todo el financiamiento
está ya comprometido con el sector financiero. Segundo, este sector financiero
va a seguir siendo muy grande y significativo y quien debe sostenerlo es
el Estado, pero este sostenimiento, como se está viendo ahora, será muy
dramático. Y tercero, el dólar cae como moneda porque no puede sostenerse.
Y va a continuar cayendo. Hoy EEUU es un país con una crisis colosal que
continúa endeudándose enormemente. Todo esto debe concluir, en unos siete
años, con una crisis realmente dramática que va a arrastrar a todo el sistema
mundial.
-La idea de James Tobin de aplicar un impuesto al flujo de capitales especulativos
era interesante pero nunca se materializó. ¿De haberse adoptado en 1972,
año en que la propuso, hubiera evitado esta crisis actual?
-No tanto como evitar la crisis, pero sí hubiésemos podido avanzar mucho
en disminuir el impacto de la pobreza, que es el rostro más terrorífico
de este sistema mundial que genera recursos tan gigantescos en manos de
un pequeño grupo del sector financiero impidiendo que estos recursos se
destinen a atender a más del 50% de la población del mundo que vive en pobreza.
-Usted dijo públicamente hace unos días que esta crisis es una buena oportunidad
para los países llamados del Tercer Mundo. -Es que pueden fortalecerse,
ya sea por sus materias primas (cuyos precios van a caer, pero no tanto),
ya sea por sus grandes reservas financieras. Ciertos países van a poder
acumular recursos. Y son los chinos quienes se perfilan como los líderes
de esta tendencia, y empiezan a exigir que se reestructure el sistema financiero
mundial, ya que no quieren comprometerse con el actual. Esta lucha va a
ir poco a poco acentuándose en los próximos siete, ocho años. Y cuando sobrevenga
la siguiente crisis, es muy probable que la hegemonía norteamericana sufra
de una manera catastrófica. Difícilmente los EEUU van a poder mantenerse
como país hegemónico. Los centros hegemónicos van a moverse hacia China,
Brasil, Rusia e India. Se prevé seriamente que estos cuatro serán los países
más importantes en veinte años.
-¿Qué ha pasado en la Argentina con las AFPs? Los neoliberales dicen que
se trata de un robo del Estado en quiebra.
-¿De dónde sacan la idea de que Argentina está en quiebra? La Argentina
está hoy en muy buena situación. Tiene poco más de 40 mil millones de dólares
en reservas. Está claro que es una intervención para proteger el dinero
de la gente. Las AFPs son las que están al borde de la quiebra. Lo que algunos
le exigían al gobierno argentino es que ayude, pero que no se responsabilice.
Lo cual es absurdo, justamente lo que está ocurriendo en los EEUU, entregando
recursos a los bancos cuando el Estado ya no tiene dinero. Es decir que
este dinero saldrá de los ciudadanos norteamericanos que pagarán los errores
de los verdaderos culpables de la crisis. La Argentina ha actuado conforme
a una idea que en Europa es algo corriente, es decir que, en crisis, el
Estado interviene y se hace responsable. Pretender que no es así, es el
verdadero robo, un robo privado: el Estado roba el dinero de la gente para
dárselo a unos incompetentes.
-"El Capital" de Marx se vuelve a vender hoy como pan caliente. Pero, dada
su enorme complejidad, es probable que pocos lo entiendan ¿A qué economistas
marxistas, menos densos, hay que leer hoy de manera imprescindible?
-Hay varios. Uno es el francés François Chesnais, útil para comprender cómo
funciona el sistema financiero. Otro es François Morin, también francés,
que va en la misma línea de Chesnais. Un gran economista marxista que ha
investigado el papel del Tercer Mundo como protagonista activo en el proceso
financiero mundial es el economista egipcio Samir Amin. Aunque no es economista,
hay que leer a Immanuel Wallerstein. Recomendaría también leer "Adam Smith
en Pekín", libro importante de Giovanni Arreghi en el que discute la economía
china y recuerda que ya Smith la quiso como modelo en el siglo 18. Y sin
duda hay que leer al que yo considero el economista contemporáneo más discutido,
André Gunther Frank, lamentablemente fallecido hace poco, quien escribió
un libro fundamental titulado "Re-Orient".
Fuente: http://www.urbanoperu.com/node/437
Política
Internacional
¿Quiere
acabar con la violencia en Gaza? Boicotee a Israel
Por Naomi Klein
11/01/09
Ha llegado el momento. Hace mucho que llegó. La mejor estrategia para poner
fin a la cada vez más sangrienta ocupación es convertir a Israel en objetivo
del tipo de movimiento mundial que puso fin al régimen de apartheid en Sudáfrica.
En julio del 2005 una gran coalición de grupos palestinos diseñó planes
para hacer justamente eso. Hicieron un llamamiento a "la gente de conciencia
de todo el mundo para imponer amplios boicots y adoptar contra Israel iniciativas
de desinversión similares a las adoptadas contra Sudáfrica en la época del
apartheid". Había nacido la campaña Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS).
Cada día que Israel aplasta a Gaza más conversos se adhieren a la causa
del BDS y las pláticas de alto el fuego no hacen que disminuya el ritmo
de ese movimiento.
La campaña de boicot a Israel está comenzando a recibir apoyos incluso entre
los judíos de Israel. En pleno ataque a Gaza unos 500 israelíes, decenas
de ellos conocidos artistas y académicos, enviaron una carta a los embajadores
extranjeros destacados en Israel. En ella hacían un llamamiento para "la
inmediata adopción de medidas restrictivas y sanciones" y dibujaban un claro
paralelismo con la lucha antiapartheid. "El boicot contra Sudáfrica fue
eficaz, pero a Israel se la trata con guantes de seda... Este respaldo internacional
debe cesar".
Sin embargo, incluso ante estos inequívocos llamamientos muchos de nosotros
no podemos ir allí. Las razones son complejas, emocionales y comprensibles.
Y simplemente no son lo suficientemente buenas. Las sanciones económicas
son las herramientas más eficaces de que dispone el arsenal de la no violencia.
Renunciar a ellas raya en la complicidad activa. A continuación exponemos
las cuatro principales objeciones que se hacen a la estrategia del BDS,
acompañadas de sus correspondientes refutaciones.
1. Las medidas punitivas no servirán para persuadir a los israelíes sino
para acrecentar su hostilidad.
El mundo ha intentado lo que solía llamarse "compromiso constructivo" y
ha fracasado estrepitosamente. Desde 2006 Israel ha ido aumentando constantemente
su nivel de criminalidad: ampliando asentamientos, iniciando una atroz guerra
contra el Líbano e imponiendo un castigo colectivo a Gaza a través del brutal
bloqueo. A pesar de esa escalada Israel no ha sufrido ningún castigo, sino
todo lo contrario. Las armas y los 3.000 millones de dólares anuales de
ayuda que los USA envían a Israel son solo el principio. A lo largo de este
período clave Israel se ha beneficiado de una notable mejora en sus actividades
diplomáticas, culturales y comerciales con gran número de aliados. Por ejemplo,
en 2007 Israel se convirtió en el primer país no latinoamericano en firmar
un acuerdo de libre comercio con Mercosur. En los nueve primeros meses del
2008 las exportaciones israelíes a Canadá aumentaron el 45%. Un nuevo acuerdo
comercial con la Unión Europea duplicará las exportaciones israelíes de
alimentos procesados. Y el 8 de diciembre los ministros europeos "mejoraron"
el Acuerdo de Asociación UE-Israel, una recompensa por la que Israel suspiraba
desde hace mucho tiempo.
Este es el contexto en el que los dirigentes israelíes comenzaron su última
guerra confiando en que no les iba a suponer costos significativos. Es notable
que tras más de siete días de guerra el índice de referencia de la Bolsa
de Valores de Tel Aviv haya subido un 10.7%. Cuando no funcionan las zanahorias
es preciso recurrir a los palos.
2. Israel no es Sudáfrica.
Por supuesto que no lo es. La relevancia del modelo sudafricano es que demuestra
que las tácticas del BDS pueden ser eficaces cuando medidas más suaves (protestas,
peticiones, cabildeos) han fracasado. Y en los territorios palestinos ocupados
se detectan inequívocos y profundamente angustiosos ecos del "apartheid"
de Sudáfrica: documentos de identidad y permisos de viaje de colores distintos,
viviendas arrasadas y expulsiones forzosas, carreteras para uso exclusivo
de los colonos judíos. Ronnie Kasrils, un destacado político de Sudáfrica,
dijo que la arquitectura de segregación que observó en Cisjordania y Gaza
es "infinitamente peor que el apartheid". Eso fue en el 2007, antes de que
Israel comenzara su guerra total contra la prisión a cielo abierto que es
Gaza.
3. ¿Por qué elegir a Israel como único objetivo de la campaña BDS, cuando
los Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países occidentales hacen lo mismo
en Irak y Afganistán?
El boicot no es un dogma sino una táctica. La razón por la que la estrategia
del BDS deba ser intentada contra Israel es de tipo práctico: en un país
tan pequeño y dependiente del comercio podría dar resultados.
4. Los boicots cortan los canales de comunicación; lo que necesitamos es
más diálogo, no menos.
Voy a responder a esta objeción con una historia personal. Durante ocho
años mis libros han sido publicados en Israel por una casa comercial llamada
Babel. Pero cuando publiqué The Shock Doctrine quise respetar el boicot.
Con el asesoramiento de activistas de BDS, entre ellos el maravilloso escritor
John Berger, me puse en contacto con una pequeña editorial llamada Andalus.
Andalus es una editorial militante profundamente involucrada en el movimiento
de lucha contra la ocupación israelí y la única editorial israelí dedicada
exclusivamente a la traducción al hebreo de libros árabes. Redactamos un
contrato para garantizar que todos los ingresos procedentes de la venta
del libro sean destinados al trabajo de Andalus, sin reservarme nada para
mí. En otras palabras, estoy boicoteando la economía israelí pero no a los
israelíes.
Sacar adelante nuestro modesto plan de publicación requirió docenas de llamadas
telefónicas, correos electrónicos y mensajes instantáneos entre Tel Aviv,
Ramallah, París, Toronto y la ciudad de Gaza. Lo que quiero decir es lo
siguiente: desde el momento en que se empieza a aplicar una estrategia de
boicot el diálogo aumenta dramáticamente. Y ¿por qué no debería hacerlo?
Para construir un movimiento se requiere un flujo de comunicación incesante,
como recordarán muchos activistas de la lucha antiapartheid. El argumento
de que apoyar los boicots significará romper los lazos entre unos y otros
es particularmente engañoso habida cuenta de la variedad de tecnologías
de la información que tenemos al alcance de las manos a precio módico. Estamos
inundados de formas para transmitir nuestros argumentos a través de las
fronteras nacionales. No hay boicot que nos pueda detener.
Justamente ahora muchos orgullosos sionistas se están preparando para obtener
beneficios récord. ¿Acaso no es cierto que muchos de esos juguetes de alta
tecnología proceden de parques de investigación israelíes, líderes del mundo
en infotecnología? Sí, es cierto, pero no todos ellos van a salir beneficiados.
Varios días después de iniciado el asalto israelí contra Gaza, Richard Ramsey,
director gerente de una empresa británica de telecomunicaciones especializada
en servicios de voz vía Internet, envió un correo electrónico a la empresa
de tecnología israelí MobileMax: "Como consecuencia de la acción emprendida
por el gobierno israelí en los últimos días ya no estamos en condiciones
de considerar seguir haciendo negocios con usted o con ninguna otra empresa
israelí".
Ramsey dice que su decisión no fue política. Simplemente, no quieren perder
clientes. "No podemos permitirnos el lujo de perder a uno solo de nuestros
clientes", explica, "de modo que se trata de una decisión comercial puramente
defensiva".
Fue este tipo de frío cálculo empresarial lo que llevó a muchas empresas
a retirarse de Sudáfrica hace dos décadas. Y es precisamente el tipo de
cálculo sobre el que se asienta nuestra esperanza más realista de lograr
la justicia negada durante tanto tiempo a Palestina.
Naomi Klein es la autora de No Logo: Taking Aim at the Brand Bullies (Picador)
y, más recientemente, Fences and Windows: Dispatches From the Front Lines
of the Globalization Debate (Picador). Su último libro es La doctrina del
shock.
Traducción para www.rebelion.org: LB
Fuente: www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2277
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