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NOTAS EN ESTA SECCION
Milan Kundera |
Un escritor con mayúsculas |
El conflicto | Jugar al
genio | La poetisa impenitente |
El perfume de cuatro mujeres
Las fotografías y el alma |
Un campamento de nómadas |
Unos sentimientos religiosos |
Una juventud humanitaria |
La infinitud
El grupo "Sur" |
Las intervenciones caninas |
Un noble de campo |
Un segundo hogar |
El doblar de las campanas
El sentido de los signos |
El paciente | Un Dalí
selvático | La poesía |
La reducción eidética |
El boxeador amateur
El cuerpo vestido
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MILAN KUNDERA
Entre los hombres de letras que conocen a Gombrowicz, hay algunos que lo admiran
abiertamente, los otros se dividen entre los que buscan la diversión sin
preocuparse de otra cosa, y los graves, los graves a secas y los graves
ofendidos. Milan Kundera pertenece sin duda al grupo de los que lo admiran
abiertamente, pero no a cualquier precio como lo vamos a mostrar cumplidamente.
Dos perros, uno checo y el otro polaco, se encuentran en la frontera, el perro
checo está bien alimentado y va camino de Polonia, al perro polaco se le ven las
costillas y va camino de Checoslovaquia: –¿Adónde vas?, pregunta el perro checo;
–Voy a ver si puedo comer algo, ¿y vos?; –Voy a ver si puedo ladrar un poco.
Quizá, esta naturaleza distinta de los dos perros, uno bien comido y el otro
hambriento, sea también la diferencia que existe entre Kundera y Gombrowicz, el
checo se alimenta de palabras y el polaco las regurgita.
Kundera piensa que el novelista es dueño de su obra y una y la misma cosa que
sus creaciones, y trata de persuadir al lector de que la novela es un arte que
nos permite comprender en su totalidad la naturaleza humana. Gombrowicz no
piensa así, pero vamos a ver ahora en qué coinciden y no en qué se diferencian
estos dos perros.
Gombrowicz no le tenía confianza a unos folletines que había escrito y publicado
en Polonia unos meses antes de su viaje a la Argentina. Se le parecían a una
pequeña embarcación atada a una ballena que la llevaba a cualquier parte. Hasta
le llegó a pedirle consejo a Iwaszkiewicz para resolver la historia de terror
que había introducido en esa novela policial y que no sabía cómo terminar.
En fin, el autor no consideraba a "Los hechizados" como miembro de su familia
artística, el Príncipe Bastardo, como buen bastardo que era, consideraba que sí
lo era, y fue él quien hizo publicar este folletín cuando Gombrowicz ya no podía
protestar.
"Sí, todos los ingredientes de su obra están acá, todavía dispersos. Le bastará
hacerlos jugar dentro de una mecánica sabia para llegar a construir esas
‘máquinas infernales’ que Sartre ha saludado en las grandes novelas posteriores"
Pero Kundera también tiene su opinión sobre "Los hechizados", una opinión que no
es igual a la del Príncipe Bastardo.
"Hablo con un amigo, un escritor francés; insisto en que lea a Gombrowizc.
Cuando vuelvo a encontrármelo está molesto: –Te he hecho caso, pero,
sinceramente, no entiendo tu entusiasmo; –¿Qué has leído de él?; –‘Los
hechizados’; –¡Vaya! ¿Y por qué ‘Los hechizados’? ‘Los hechizados’ no salió como
libro hasta después de la muerte de Gombrowicz. Se trata de una novela popular
que en su juventud había publicado, con seudónimo, por entregas en un periódico
polaco de antes de la guerra. Hacia el final de su vida se publicó, con el
título de Testamento, una larga conversación con Dominique de Roux. Gombrowicz
comenta en ella toda su obra. Toda. Libro tras libro. Ni una sola palabra sobre
‘Los hechizados’. –¡Tienes que leer ‘Ferdydurke’! ¡O ‘Pornografía’!, le digo. Me
mira con melancolía: –Amigo mío, la vida se acorta ante mí. He agotado la dosis
de tiempo que tenía guardada para tu autor"
En el medio de un mundo de hombres paralizados a Gombrowicz se le ocurre ponerse
en contra del lema del romanticismo polaco que convocaba a los jóvenes a medir
las fuerzas por las intenciones y no las intenciones por las fuerzas, y escribe
"Ferdydurke" con un propósito restringido, pero la obra se le va de las manos,
le sale el tiro por la culata y se pone en línea con la "Oda a la juventud" de
Adam Mickiewicz.
Kundera contabiliza algunos elementos de "Ferdydurke" que vale la pena anotar
pues están relacionados con la familia y la modernidad.
"La familia está dominada por la hija, una ‘colegiala moderna’. A la chica le
encanta llamar por teléfono; desprecia a los autores clásicos; cuando un señor
llega de visita, ‘se limita a mirarlo y, mientras se mete entre los dientes una
llave inglesa que sostenía en la mano derecha, le alarga la mano izquierda con
total desenvoltura.
También su madre es moderna; es miembro del ‘comité para la protección de los
recién nacidos’; milita contra la pena de muerte y a favor de la libertad de
costumbres; ‘ostensiblemente, con aire desenvuelto, se dirige hacia el retrete’,
del que sale ‘más altiva de lo que ha entrado’; a medida que envejece, la
modernidad se vuelve para ella indispensable como único ‘sustituto de la
juventud’.
¿Y su padre? Él también es moderno; no piensa nada, pero hace todo lo posible
para gustar a su hija y a su mujer"
La idea de Kundera es que Gombrowicz captó en "Ferdydurke" el giro fundamental
que se produce en el siglo XX. Hasta entonces la humanidad se dividía en dos,
los que defendían el statu quo y los que querían cambiarlo. En el pasado el
hombre vivía en el mismo escenario de una sociedad que se transformaba
lentamente, de repente la historia se empezó a mover bajo sus pies como una
cinta transportadora sobre la que también viajaba el statu quo. Por fin se podía
ser a la vez conformista y progresista, equilibrado y rebelde. El sillón de la
historia empieza a ser empujado hacia delante por todo el mundo.
"Los colegiales modernos, sus madres, sus padres, así como todos los luchadores
contra la pena de muerte y todos los miembros del comité para la protección de
los recién nacidos y, por supuesto, todos los políticos que, mientras empujaban
el sillón, volvían sus rostros sonrientes al público que corría tras ellos, y
que también reía, a sabiendas de que sólo el que se alegra de ser moderno es
auténticamente moderno. Fue entonces cuando una parte de los herederos de
Rimbaud comprendieron algo inaudito: hoy, la única modernidad digna de ese
nombre es la modernidad antimoderna"
Gombrowicz era un terrateniente de origen noble, una herencia poderosa para los
polacos, la historia de una familia que había tenido cuatro siglos de bienestar.
Los terratenientes, no importa cuál sea su origen, tendrán siempre, a juicio de
Gombrowicz, una actitud de desconfianza hacia la cultura, y una naturaleza de
señor.
"Pues bien, yo, aunque traidor y escarnecedor de mi ‘esfera’, pertenezco a pesar
de todo a ella (...) muchas de mis raíces deben buscarse en la época de mayor
depravación de la nobleza, el siglo XVIII (...) Pero no solamente era eso. Yo,
que tenía un pie en el bondadoso mundo de la nobleza terrateniente y otro en el
intelecto y la literatura de vanguardia, estaba entre dos mundos. Pero estar
‘entre’ es también un buen método para enaltecerse, puesto que aplicando el
principio de divide et impera puedes conseguir que ambos mundos empiecen a
devorarse mutuamente, y entonces tú puedes zafarte y elevarte ‘por encima’ de
ellos"
Gombrowicz estaba pues, según la manera de pensar de Kundera, establecido en una
modernidad antimoderna, y era por esa razón un ilustre heredero de Rimbaud, y
según la mirada del mismo Gombrowicz, seguía teniendo algo del perfume de esa
flor pegada a la piel de cordero del abrigo de un campesino polaco.
[Imagen: Milan Kundera]
UN ESCRITOR CON
MAYÚSCULAS
"Gombrowicz es su obra. Me parece que, no obstante su prestigio, sigue siendo un
autor incómodo (...) ¡Minga! Es un corte de manga a la cultura occidental, tal
como se ve a sí misma, en sus numerosas trampas. Pero no quiero explicar
demasiado. Me parece haber aprendido de Gombrowicz, que dio tantas y tantas
explicaciones de sus obras, que eso no se debe hacer en demasía. Las obras no
demuestran, muestran. No interpretan, despliegan. Abren, por así decir, el tarro
y desparraman los porotos sobre la mesa. Creo que mucha gente juzga difícil a
Gombrowicz porque se explicó demasiado. Y no sé si 'Ferdydurke' es un libro
difícil o un libro divertido. Yo lo leí a los dieciséis años y me divertí
enormemente"
Son palabras del Asno con las que Gombrowicz no hubiera estado de acuerdo, pero
en esta ocasión no tuvo la posibilidad de responderle como lo hacía en Tandil.
El Asno habla aquí de dos asuntos que suelen aparecer juntos: el de si el autor
es su obra o no es su obra, y el de si el autor tiene que dar explicaciones,
cuestiones sobre las que vale la pena hacer algunas reflexiones.
En casi todos los gremios de la actividad literaria se piensa que el autor es su
obra. Esta explicación pareciera, sin embargo, más apropiada para los productos
del arte que para los productos de la ciencia, a nadie se le ocurriría decir,
pongamos por caso, que Einstein es la Teoría de la Relatividad, pero pega muy
bien decir que Gombrowicz es "Ferdydurke".
Las diferencias fundamentales entre la ciencia y el arte no son muy evidentes
que digamos, pero se podría decir que mientras la ciencia intenta resolver los
misterios del mundo, el arte, en gran medida, vive de ellos.
Cuando a Cortázar le preguntaban por el significado de la palabra cronopios se
solía sonreír, no era el dios Cronos el que lo había inspirado, era otra cosa.
En el intervalo de la representación de una obra de Stravinsky en un teatro de
París, conducida por el mismísimo Stravinsky, se dio cuenta de que estaba solo
en el gallinero, la gente se había retirado para estirar las piernas o tomar un
café.
Esa penumbra que queda en los teatros en los momentos de descanso le despertó la
imaginación, empezó a ver unas figuras tenues que volaban en el espacio, y con
algo de poesía y con estos duendecillos alados fabricó los cronopios.
Los existencialistas nos han explicado hasta el cansancio que los hombres,
cuando les van bien las cosas quieren ser Dios, y cuando están angustiados
quieren ser piedras, no les falta razón a los que piensan de esta manera.
Ahora bien, de entre todos los misterios del mundo, Dios es el más importante y
el menos explicable, y aquí está la madre del borrego. Así como Dios no es
explicable la obra de un escritor es menos explicable que su vida. La vida
corriente no es tan oscura, está medida por el desempeño que tiene el hombre en
la familia, en el estudio, en el trabajo, y por tal razón es menos misteriosa.
Un hombre puesto en la actividad de escribir puede transmutarlo todo: puede
poner a un hombre, llegado a la treintena, como alumno en un colegio de
adolescentes, o volverse puto en estado de ebullición, sin que el mundo se vaya
a alterar demasiado por eso, porque cuando una persona escribe no tiene asignada
ninguna función definida para alcanzar un objetivo entre los hombres,
cualesquiera fuera la naturaleza de esa función: ética, estética, religiosa...
En cambio, un hombre puesto en la vida real, sí que tiene una función definida:
como padre, como juez, como general, como sacerdote, como ingeniero, como mozo
de café... El hombre, cuando escribe, se pone aparte de las funciones, su
horizonte está más allá: las particularidades y las funciones de la vida
corriente se convierten en instrumentos para alcanzar otros propósitos, por
ejemplo, el de ser Dios.
El Asno quiere ser su obra y no quiere dar explicaciones, quiere ser Dios, pero
Gombrowicz, según parece, no quiere ser Dios, no se ha cansado de decir que el
hombre está por encima de su obra, y ocupó gran parte de su tiempo dando
explicaciones.
La obra de un escritor no puede ser inocente ni respecto de la crítica
profesional ni a la de los lectores, pues corre el riesgo de ser destruida por
el juicio de un idiota.
El autor debe procurarse una ventaja de partida contra los malentendidos, pues
un estilo que no sabe defenderse a sí mismo de un comentario humano no cumple
con su cometido más importante.
"Te prohibo, Asno, escribirme a mano con tu letra maldita, torcida, además, vos
escribime noticias concretas, es lo que me gusta, y no ejercicios dialécticos
que para eso te procuré a Gómez, sino ya verás cómo te aplasto cuando vuelva
para el verano y que te dejaré como un piso ante tus amigotes, vos ni en sueños
te imagines que yo, un escritor con mayúsculas, voy a hacer dialéctica con vos
que sos un pimpollo, un pollito, un debutante y, en general, a l’heure de
promesse. Lo único que te es permitido conmigo es admirarme y de ahí no salgas
porque te degollaré vivo como león rugiente. Ahora, sí que te permito ironías
como las de tus últimas cartas porque están sobre un fondo de admiración –me
ironizas porque me admiras"
En la foto del gombrowiczidas el mismísimo Cortázar parece un cronopio salido de
la penumbra que queda en los teatros en los momentos de descanso, ese lugar que
le despertó la imaginación y donde empezó a ver unas figuras tenues que volaban
en el espacio. Con estos duendecillos alados fabricó los cronopios.
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EL CONFLICTO
"Después dejó de hacer bromas y nos hizo las últimas recomendaciones: –Se deben
respetar siempre, no deben ofenderse entre ustedes. Era muy triste. Hablaba con
el corazón"
Son palabras de Quilombo cuando recuerda nuestra despedida en el puerto. Estos
deseos de Gombrowicz sólo fueron cumplidos parcialmente, él mismo no siempre
estaba a la altura de estos buenos sentimientos.
En lo que respecta a cómo me trataron a mí los otros miembros del cuarteto debo
decir que Quilombo hizo un dibujo muy logrado con la cabeza de Gombrowicz y de
la mía estampado en la tapa de "Gombrowicz, este hombre me causa problemas", y
el Asno escribió un prólogo magnífico para una publicación polaca que editó las
cartas que yo le escribí a Gombrowicz.
El otro miembro del cuarteto, el Esperpento, en cambio, sólo escribe sobre mí
cuando relata que estuvo a punto de enojarse con Gombrowicz porque lo llamaba
pavo.
"Había sido incapaz de reaccionar con humor. Pero creo que tuve razón. Cuando se
bromea sin cesar, la amistad se arriesga a ser superficial. Durante sus
discusiones filosóficas con Gómez, o literarias con Dipi, se originaba una
situación como de lucha, una parodia de duelo que, vista desde afuera, resultaba
atractiva. Pero todo el que la emprendiera debía tener cuidado del modo en que
se defendía y saber expresar el contenido auténtico de su pensamiento. Entonces
se convertía en un juego"
A mis andanzas conflictivas con el Esperpento se refirieron la Vaca, el
Ezquizoide y el Niño Ruso.
"Odia a Rússovich viendo en él al más importante competidor al título de primer
heredero y amigo más cercano del maestro. Y, realmente, Rússovich fue el más
cercano a Gombrowicz en la primera etapa de su estada en la Argentina. A Gómez
le pertenece la última y la seguida después de la partida del escritor porque
durante muchos meses los unió una correspondencia muy vivaz interrumpida por
Gombrowicz"
Lo escribe la Vaca en "Espiar a Gombrowicz"
"Pero la máscara es también un atributo de Juan Carlos Gómez, salvo que en él ha
adoptado formas permanentes. Sospecho que Gómez –el matemático y filósofo– es
quien más profundamente ha sido marcado por la ácida influencia de Gombrowicz en
ese particular sentido de la representación como una de las maneras de la
espontaneidad (...)"
"Es curioso, y estimulante, comprobar de qué modo Rússovich y Gómez entran
inmediatamente en conflicto –amistoso, por cierto–, disputándose el legendario
afecto de Gombrowicz o la propiedad original de un concepto referido a la
estética personal del escritor polaco"
Lo escribe el Ezquizoide en un diario de Buenos Aires.
El único que estuvo a la altura de las recomendaciones que hizo Gombrowicz en el
puerto de Buenos Aires fue el Niño Ruso.
"Tienes, a mi juicio, que escribir con toda fidelidad a tu memoria, la presencia
de Gombrowicz en Buenos Aires. Sin reticencias ni rencores. Darle su lugar a
todos, a Rússovich, por ejemplo. Es necesario que hagas este libro. Eso te hará
invencible, y nos ilustrará a los lectores. Reconcíliate, en pro de Gombrowicz,
con amigos a quienes detestas"
Lo escribe el Niño Ruso en una carta.
Fischerman y el Ezquizoide captaron como ningún otro la forma del conflicto con
el Esperpento. En el capítulo "A quién quería más" del film "Gombrowicz o la
seducción" en un parlamento memorable nos ponen frente a frente.
"Entre Gombrowicz y yo siempre existía una barrera, una barrera que levantábamos
para no manifestar afecto, cariño. Esto lo padecí durante más o menos ocho años
de nuestra convivencia; –Yo, ocho años de amistad, pero sin convivencia. Me
propuso la confesión de las almas en el barco, cuando hicimos el viaje a
Piriápolis, sin resultado; –Pero la convivencia es más que eso, es la
manifestación de la intimidad de dos hombres que están solos; –A mí no me fue
necesario acceder a eso que vos llamás intimidad.
Nuestra amistad no necesitaba de ese tipo de pruebas; –¿Qué querés decir, que
Gombrowicz te quería a vos más que a mí?; –Sí, y aunque tengo vergüenza de
decirlo, me escribió que yo era su mejor amigo; –Sólo a través del cuerpo se
puede acceder a una forma más plena del conocimiento del hombre; –¿Qué está
insinuando Alejandro?, ¿adónde querés llegar?; –No más allá de donde yo mismo
llegué; –Ah, no, no viejo, no estoy dispuesto a tolerar confesiones que por su
carácter escandaloso comprometan a todos los otros argumentos; –Gómez, te doy
minutos para que abandones la mesa"
De la observación atenta de las fotografías del Niño Ruso y del Esperpento que
aparecen en el gombrowiczidas es fácil deducir el talante diplomático del
mexicano y el carácter bufonesco del argentino.
[Imágenes: Alejandro Rússovich y Sergio Pitol]
JUGAR AL GENIO
"Estoy de acuerdo..., a un observador convencional, acostumbrado a una modestia
llena de tacto, podría parecerle chocante la indecencia con la exhibo mis
apetitos en cuanto a la gloria, a la capacidad de revelar o incluso a la
genialidad. Pero, modestillos míos, no tenéis nada que temer; yo también sé
poner una carita modesta, y no lo hago peor que vosotros; sólo que esto ya no me
sirve en mi relación con el lector, que yo quiero convertir en algo más real y
basado sobre el verdadero juego de fuerzas en la literatura.
Mis afectaciones que ponen en evidencia mis ambiciones, tal vez contengan más
modestia que vuestra manera de ocultarlas con tacto corriendo un tupido velo
sobre ellas... Y además, al tratar con un hombre consciente, que sabe lo que
hace, y por qué lo hace, no debéis utilizar unos trucos baratos como los
pellizcos"
Uno de los anzuelos con los que Gombrowicz intentaba seducirnos era con su
gloria, una gloria medio oculta, en sordina, que operaba en un plano de fondo.
Esto era así porque su gloria, si bien intervenía en nuestras conversaciones, la
presentaba sin pruebas, aunque ya tenía a su disposición la prensa de Francia,
hablaba de su gloria en forma estrafalaria, él temía mostrarnos evidencias del
reconocimiento internacional de su importancia, no fuera cosa que se le
malograran las relaciones joviales e inmaduras que mantenía con nosotros, como
se le habían malogrado las que una vez tuvo con los mozos y los contertulios de
una pizzería de Morón donde jugaba al ajedrez, cuando apareció publicada una
nota suya en el diario "La Nación".
Sin embargo, en algunas ocasiones nos llegaban relámpagos de que empezábamos a
compartirlo con personas que llegaban desde el exterior, desde allá, lejos...
Yo
miraba con amargura y envidia a Roland Martin, un periodista que trabajaba con
Gombrowicz en la versión francesa de "Ferdydurke" sentados a una mesa del Rex
que no era la nuestra, presentía que llegaría el día en que nos lo iban a robar.
Es difícil, por no decir imposible, pensar en cómo hubiera sido nuestra relación
sin esa gloria. Yo estaría tentado a decir, sin meditarlo demasiado, que igual,
pero... Nosotros habíamos leído "Ferdydurke" y "El casamiento" y reconocíamos su
mérito artístico sin que nos resultaran necesarias las voces de Europa, pero no
estábamos muy seguros que digamos.
"Llevaba un pijama claro y el impermeable encima. La habitación era húmeda y
fría. Había una cama, una mesa, una silla, un armario. En un cajón había metido
recortes de prensa sobre su gloria"
Tenía encerrada en un pequeño cajón su gloria, ¿para qué? Quizás, para escribir
alguna reseña, o para darse ánimo en una época en la que ya tenía crisis de
asma, o para sentirse importante en una casita de Tandil tan distante de aquel
lugar donde se estaba hinchando, inflando, o para estar vestido como cuando
metemos un pantalón y una camisa dentro de la valija al irnos de viaje.
"(...) pero ante todo hinchado, inflado, pero como quien diría desde el
exterior, allá, lejos (...) el mundo entero anunciando glorias (...) ah, ya no
sé cómo es eso que soy amigo del pobre Acevedo, del insignificante Gómez y del
changador Alemán oficinista sin hablar de
otros amigos y compinches, allá, afuera, a distancia, del exterior, me inflo, me
hincho, a ver si no reviento"
Y ya en Europa se hincha y se infla tanto que nos empieza a hablar de otra
manera.
"(...) hoy, por ejemplo, me levanté a las 9 (me levanto temprano) desayuné (...)
me puse a escribir una nota política (pues la grandeza me obliga a tomar la
palabra en asuntos de excepcional importancia)"
De apuro, también, se tuvo que construir un pasado familiar, un árbol
genealógico (ya lo tenía sobre el papel, lo había dibujado en sus horas de ocio
mientras fingía que trabajaba en el Banco Polaco), pues la gloria lo obligaba a
esclarecer su pertenencia a una familia de linaje noble, según lo imaginaba él.
Cuando se va de la Argentina el viejo zorro nos quiere hacer pasar gato por
liebre, quiere hacer pasar su irrealidad argentina como un error de cálculo y no
como unas ventoleras que lo agarraban de la nariz y lo llevaban para cualquier
parte, como a la pobre Periquita que hacía lo que podía.
Una prueba más del valor que Gombrowicz le daba a la gloria se me hizo evidente
cuando terminé de juntar los fragmentos de las cartas en los que se refiere a
ella. El tema de la gloria duplica en espacio a cualquiera de los otros, y
aunque él nunca había sido un hombre modesto, esta exhibición desfachatada de su
ascenso irresistible aparece como un poco enfermiza. Gombrowicz se toma a sí
mismo como un objeto digno de gloria, y no sólo para los demás, también para un
Gombrowicz argentino que se empieza a arrodillar en la puerta de ese otro
Gombrowicz europeo que le muestra sus riquezas.
Y no afloja, pierde el carácter privado que lo acompañó siempre durante toda su
estada en la Argentina y se entrega a las orgías de la gloria que hasta entonces
le había sido esquiva.
Mientras no la tuvo, o la tuvo poco, la gloria había sido para él una búsqueda
de pequeños burgueses, de hombres mediocres y superficiales, pero en las cartas
se nos muestra de una manera muy diferente.
"Debo disculparme ante el lector por mi incapacidad para plasmar, siquiera
aproximadamente, la grandeza, la fuerza, la majestad y el horror de mi vida. Por
supuesto, mi vida, como la de cualquier otro hombre, es cien veces más
gigantesca. Se me habrá de perdonar un exceso de modestia que nos ha conducido a
resultados demasiado modestos.
Pero asimismo debo pedir disculpas por mi falta de modestia, porque lo que aquí
he ofrecido es algo del tipo de vida novelada, embelleciendo y dramatizando mi
existencia (...) Si alguien me dijera que juego al genio (no creo que tal cosa
ocurra, pero tampoco la descarto por completo), le respondería que no contesto
recriminaciones tan estúpidas"
Con estas palabras Gombrowicz empieza a cerrar unas conversaciones con el
Hasídico que nunca tuvo, le dieron apariencia de conversaciones para hacerlas
más atractivas a los lectores, pero en verdad tanto las preguntas como las
respuestas fueron escritas por el mismísimo Gombrowicz. La mirada del Hasídico
en la foto de este gombrowiczidas parece que nos estuviera diciendo: los
despistamos.
[Imagen: Dominique de Roux y Witold Gombrowicz]
LA POETISA IMPENITENTE
Tamara Kamenszain, que a partir de ahora será conocida como la Poetisa
Impenitente, fue el primer gombrowiczida argentino que escribió sobre Gombrowicz,
sobre la base de los testimonios de un quinteto, y no de un cuarteto como diez
años después lo haría Alberto Fischerman en el film "Gombrowicz o la seducción".
"Rastrear la huella que dejó Gombrowicz en la Argentina por esos años, elegir
algunos nombres –algunos de ellos transformados en seudónimos literarios– entre
los muchos que menciona como ‘su amigos’ en el Diario Argentino, escuchar las
narraciones de esos amigos y después transcribirlas, implica de algún modo
trazar las coordenadas de un mapa biográfico siempre parcial, siempre
fragmentario. Pero quizás o justamente en ese fragmentarismo, esté una de las
claves de la personalidad de Witold Gombrowicz: prismático, multifacético, el
genial escritor polaco intentó cubrirse –máscara sobre máscara– del peligro de
la personalidad definida, unilateral.
Jorge Di Paola (‘Asno’)–novelista autor de Hernán y de La virginidad es un tigre
de papel– y Mariano Betelú (‘Flor’ o ‘Quilombo’) –dibujante–, lo conocen en la
pequeña ciudad argentina de Tandil donde Gombrowicz recala para curarse de una
enfermedad pulmonar. El escritor Ernesto Sabato y Juan Carlos Gómez (‘Goma’), lo
conocen en Buenos Aires, uno en plena vida literaria porteña, el otro en un bar
donde se jugaba al ajedrez. Para Jorge Luis Borges, Gombrowicz fue ‘un amigo de
amigos’. Testigos, interlocutores, intérpretes, estos cinco argentinos
conocieron cada uno de ellos a un Gombrowicz distinto. En sus recuerdos, en la
transcripción de esos recuerdos, está el azar de la biografía o –con un grado
más de pretensión– las coordenadas de una posible historia"
La nota que escribió la Poetisa Impenitente, "Los que conocieron a Gombrowicz",
se publicó en "Texto Crítico" de México en el año 1976 y sirvió de inspiración a
otros hombres de letras a los que se le ocurrió escribir sobre Gombrowicz algún
tiempo después.
A cada uno de los testimonios de los miembros de ese quinteto le puso un nombre:
Un lector de las pampas salvajes; Dos instantáneas de Gombrowicz; Un texto "margotínico";
Una especie de histrión; Como si fueran una fotografía.
Estos
títulos recorrieron el mundo antes del "Gombrowicz en Argentine" de la Vaca
Sagrada, y fueron algo así como la primera inspiración, el primer amor de una
novia que nunca se olvida.
Una especie de histrión, el testimonio del Asiriobabilónico Metafísico, fue
utilizado en su totalidad por el Pequeño K en la conferencia que dio el año del
centenario en la Feria del libro, como un interrogatorio retórico que le hacía
al público para que adivinaran quién era el autor de los textos.
Borges remata su intervención con un pasaje insubstancial, como todo lo que ha
escrito sobre Gombrowicz.
"Recuerdo otra anécdota de Gombrowicz: él solía comer con mi amigo en un
restaurante –un almacén, mejor dicho– y tenía la costumbre de abrirse el cuello
de la camisa, hecho que fastidiaba a Mastronardi. De golpe, mi amigo se lleva el
cuchillo a la boca y Gombrowicz le dice: ‘Si usted come cuchillo yo abro
camisa’. Ahora bien, a esta anécdota habría que darle vuelta, tendría que ser mi
amigo el del cuello abierto y Gombrowicz el del cuchillo, entonces podría
decirle: ‘Si usted abre camisa yo como cuchillo’. Con esto, ‘como cuchillo’, que
es el elemento gracioso –‘abro camisa’ es vulgar, cotidiano– quedaría al final.
Y siempre hay que ponerle al lector lo gracioso al final, eso que llaman golpe
de efecto"
Un lector de las pampas salvajes, el testimonio del Asno, relata algunos
episodios no demasiado conocidos.
"Desconcertaba mucho a los adultos, era un tipo que vestía un arrugado traje de
poplin y una gorra que llevaba en el bolsillo, casi podría decirse que se
parecía a Jacques Tati. Era cómico, pero al mismo tiempo tenía como una especie
de dignidad aristocrática, un orgullo. Creo que había asimilado en sus gestos
mucho del cine mudo. Un día le pidió prestada la bicicleta a uno de los
muchachos y se puso a andar, logró andar cada vez a menor velocidad hasta
dejarla casi detenida y como el piso era de arena iba dibujando cuadrados en vez
de círculos con una lentitud cercana a la inmovilidad. Era un perfecto corto de
cine mudo y nosotros llorábamos de la risa... (...) Su partida de Tandil fue
también payasesca. Recuerdo que mientras lo saludábamos en el andén él estaba
parado majestuosamente en el estribo del tren con su traje, su paraguas y su
pipa. Parecía un conde. Tan rara era su imagen, que provocó una situación
también rara: se le acercó un hombre que estaba caminando por el andén y
sorpresivamente le preguntó: –¿Y usted, qué es?–, y se fue"
Dos instantáneas de Gombrowicz, el testimonio del Flor de Quilombo, ponen al
descubierto el carácter un tanto dudoso de sus relacionas amistosas.
"–Viejo, es que vos sos para mí como un padre espiritual y yo no se lo podría
pedir a nadie más. Sos como un padre potencial...; –Mira Flor, esto es el colmo
del descaro... (se ríe). Es curioso que yo que soy –diríamos– impotente, me
transforme en un padre potencial, además yo no he tenido, y esto sea dicho con
el mayor respeto, el placer con tu mamá. (De pronto interrumpe la conversación y
en tono severo dice): –Viejo, ¿te das cuenta de las estupideces que hablamos?. .
. Por supuesto que existe un culpable...; –Witold, son las 17 horas. ¿No sería
conveniente partir al Querandí?; –Ah, esa mezquindad tampoco se te escapó. No
piensas sino en llenar el buche. ¡Corre vos y espérame mientras hago unos
llamados por teléfono!...
Salgo de inmediato Llego al Querandí. Esquina Perú y Moreno. A la media hora
llega Gombrowicz caminando pausadamente, contoneándose como una matrona militar.
Las manos en los bolsillos. El sombrero puesto. Compra el diario La Razón. Sin
decirme nada me alcanza la sección de deportes"
Un texto "margotínico", el testimonio del Pterodáctilo, en uno de sus pasajes se
refiere al snobismo.
"¿La relación de Gombrowicz con la filosofía? Justamente, a él le interesaba
muchísimo, y era un autodidacta. Dio aquí algunos cursos de filosofía para
ganarse la vida y quizás también –como decía él– ‘como un método para aprender
algo’. Me acuerdo que dialogábamos mucho sobre cómo debía desarrollarse una
clase ante personas, bueno, en fin, lo que aquí llamamos ‘señoras gordas’. De
esas señoras nos reíamos mucho con Witold aunque es cierto –no seamos injustos–
que lo ayudaron mucho, lo llevaban a sus estancias y él iba a hacer el show del
falso conde polaco. Gombrowicz no era conde sino simplemente hijo de una familia
aristocrática polaca, pero le encantaba inventar estas farsas sobre sus títulos.
En general, tenía una especie de fascinación por los títulos nobiliarios. Un día
recuerdo que me dijo: –Mirá, a lo mejor me presentan una mujer y no me significa
nada, pero si me la presentan diciendo: ‘la principesa tal’ me corre algo frío
por la piel, qué vamos a hacer, así soy.
Aquí vivía una princesa polaca –Ada Lubomirska– que era gran amiga de Gombrowicz
y vivía muy pobremente. Un día me cuenta indignada que Witold en las cartas que
le escribía encabezaba el nombre con un ‘princesa’, hecho que a ella le
incomodaba mucho por la sorpresa que provocaba en la portería de su modesta
vivienda. Witold, sin embargo, no quiso ceder en esta costumbre. Solía decir:
‘yo soy muy snob’. Así era este hombre, tan querido y desconcertante a la vez.
En mi último viaje a Polonia pude comprobar la admiración que le tienen allí. Él
le había escrito a un novelista polaco diciéndole que yo iría, por supuesto ese
escritor no había leído mi obra –recién me estaban traduciendo al polaco–, pero
vino ansiosísimo a visitarme porque quería saber de Witold. Trajo al famoso
Mrozek, joven escritor polaco que no conocía a Gombrowicz personalmente y que
pasó toda la visita devorándome con los ojos, como si a través mío pudiera
adivinar alguno de los gestos, algunas de las frases que hubiera dicho el genial
Witold"
Como si fueran una fotografía, el testimonio mío, bueno, qué voy a decir de mi
propio testimonio...
La Poetisa Impenitente hizo el primer viaje a un continente misterioso por aquel
entonces para los argentinos, una escritora hispanohablante puso el barco rumbo
a un horizonte que se aleja continuamente para mantener siempre vivo el enigma
de Gombrowicz, un enigma que se oculta tras el rostro de la foto del
gombrowiczidas.
[Imagen: Tamara Kamenszain]
EL PERFUME DE CUATRO
MUJERES
En la proximidad de las vísperas del trigésimo aniversario de su muerte sentí la
necesidad de iniciar la campaña para publicar las cartas que me había escrito
Gombrowicz. Como hacía poco tiempo que "Tusquets" había publicado "Bacacay" me
dirigí a España. Pasadas unas semanas recibí una carta de la Bestia
Catalana.
"(...) estamos gestionando con Rita Gombrowicz su autorización para la
publicación del conjunto de cartas que Witold Gombrowicz le fue escribiendo a
partir de su retorno a Europa. Legalmente, el derecho internacional sobre la
propiedad intelectual prevé que la reproducción pública de la correspondencia de
un escritor debe ser autorizada por él mismo o sus herederos (...) En cuanto
tengamos respuesta de la Sra. Gombrowicz, se la comunicaremos. Entretanto, le
agradecería tuviera paciencia, ya que estas cosas nunca suelen resolverse de la
noche a la mañana (...)"
Y dos meses después.
"(...) a la agencia italiana ALI, agentes de Rita Gombrowicz. Como puede
comprobar, nos dicen que Rita Gombrowicz está preparando un volumen con toda la
correspondencia de su marido con sus corresponsales argentinos, por lo que se
opone a que se haga antes un volumen con un único corresponsal, en este caso
usted (...)"
Éste
era el segundo zarpazo que me estaba dando la Vaca Sagrada, el primero me lo
había asestado cuando me escribió que dejara de enviarle las cartas que me había
escrito Gombrowicz a los hijos ilegítimos. Como no podía entrar por la puerta
intenté entrar por la ventana y la mandé a la Bestia Catalana las cartas que yo
le había escrito a Gombrowicz.
"Para ser franca contigo de inmediato, o sea, antes de leer tus cartas a
Gombrowicz, te digo que no me interesa publicarlas, ni aquí en España, ni en la
Argentina (...) Agradezco tu generosidad al decirme que, a pesar de todo,
conserve estas cartas ‘para mis noches de insomnio’ que, por suerte, son escasas
(...)"
Decidí probar otra suerte, ya que no podía entrar por la puerta ni por la
ventana en la península ibérica tenía que ver que pasaba en la península
itálica, entonces le escribí a la Dolce de "Giangiacomo Feltrinelli". La Dolce
me escribió que la evaluación editorial de mi propuesta se la había pasado a
Francesco Cataluccio. Enseguida supe que estaba perdido, el Cagamármoles había
convencido a la Vaca Sagrada de que publicara "Curso de filosofía en seis horas
y cuarto", un mamotreto que conmovió hasta las lágrimas al Boxeador Amateur; me
quedé esperando el ruido del trueno después de
haber visto la luz del rayo. Y así fue.
"(...) Cataluccio le escribirá personalmente porque existen problemas (¿con los
herederos?, ¿con la mujer?) para la publicación. Te he hecho mandar "Una
giovinezza in Polonia" (...)"
Cuando la Hierática publicó en Emecé "Cartas a un amigo argentino" le mandé un
ejemplar a la Dolce.
"Te agradezco mucho "Cartas a un amigo argentino" que acabo de recibir y que
llevaré conmigo para leerlo en las vacaciones"
Pasó el tiempo, más de diez años, el volumen con toda la correspondencia de los
corresponsales argentinos todavía no apareció, pero en el año 2004 la Vaca
Sagrada lo autorizó al Régisseur Fanfarrón para que publicara las cartas que le
había escrito Gombrowicz, y en el año 2005 lo autorizó al Buhonero Mercachifle,
y yo no sigo esperando porque la Hierática me dio una mano. Cuatro mujeres: la
Bestia Catalana, la Dolce, la Hierática y la Vaca Sagrada dejaron su perfume en
la campaña de las cartas.
Las fotos de la Bestia Catalana y de la Vaca Sagrada que aparecen en este
gombrowiczidas tienen algo de tanático, del análisis cuidadoso del rostro de
estas dos mujeres se puede deducir la conducta que tuvieron conmigo. El rostro
de la Hierática, en cambio, es transparente y eurítmico, por eso siempre ha
tenido conmigo la paciencia de una santa.
[Imágenes: Rita Gombrowicz, Beatriz de Moura y Mercedes Güiraldes]
LAS FOTOGRAFÍAS Y EL ALMA
El tiempo nos va definiendo camino hacia la muerte: cuando la vida se esclarece,
cuando podemos descifrarnos, estamos llegando al fin: cerrados y sumados.
"Qué extraño, por fin, por fin empiezo a ver mi propia cara que emerge del
Tiempo. Lo cual va acompañado del presagio del fin inevitable. Patético"
A la cara que se le fue formando a Gombrowicz con el tiempo, o a la facha, le
venimos tomando algunas fotografías en los gombrowiczidas; vamos a mirar unas
pocas, muy pocas, las sesiones prolongadas de fotos son muy aburridas.
Las recetas de Gombrowicz son contradictorias pero tienen una unidad atormentada
por la forma. La literatura, para él, como cualquier otro género de arte, es un
fenómeno social. El autor escribe para el lector, al que necesita para completar
la realización de su obra, tal como el pintor necesita del espectador y el
compositor del oyente.
Su concepción del arte está compuesta de ideas antinómicas, y la obra de arte,
según su pensamiento, debe ser intencional pero sin que lo parezca.
La
obra de Gombrowicz contiene de una manera traspuesta su visión del mundo y del
hombre, pero no sirve exclusivamente a estas dos deidades, si hubiera tenido que
servirlas sólo a ellas habría escrito su obra de otra manera.
Pone permanentemente en juego las ideas y, en mayor medida, el estilo,. pues no
le tenía demasiada confianza a las ideas. Detrás de los juegos que Gombrowicz
realizaba con nosotros no se ocultaba ninguna antipatía ni orgullo, sino más
bien una cierta consideración, así que nos deleitábamos mutuamente con nuestra
diversidad, y como teníamos muy desarrollado el sentido del humor no era difícil
advertir que en sus ojos se encendía una chispa de alegría cuando nos
acercábamos a él. Jugábamos al noble europeo y al joven sudamericano, y a través
del juego superábamos el problema de nuestra cultura secundaria de inmaduros y
periféricos.
Hay un aspecto siempre presente en las apariciones de Gombrowicz, tanto se trate
de su vida como de su obra: el de niño diabólico. El diabolismo de Gombrowicz,
como el de los niños, más que perverso es divertido. Se pone voluntariamente en
una posición inmadura para que su profundidad dramática sea digerible.
Las tesis y los problemas serios no le importaban demasiado, si bien se ocupaba
de ellos lo hacía como quien no quiere la cosa, porque en el fondo de su alma
era irresponsable. La única reverencia que hizo Gombrowicz en su vida, se la
hizo al dolor, con el dolor no jugaba.
Los otros diablos que aparecen en Gombrowicz son domésticos, aunque burlones y
sarcásticos, tienen buenos modales y se los puede invitar a tomar el té en casa.
Los pensamientos de Gombrowicz, como el vuelo de algunos pájaros, se dejan caer
desde la altura para atrapar algo parecido a la verdad, pero él siempre conserva
intacto un talento que había utilizado en su juventud para enredar a los
profesores y más tarde, ya mayor, a los hombres de letras.
Todos nosotros estamos dispuestos a testimoniar que su vocación artística fue el
único motor de su vida a la que permaneció fiel hasta el final. Un hombre que, a
pesar de sus payasadas y sus bromas, era realmente sabio y serio, y sabía
encontrar placer en las cosas menudas. Ese polaco dotado de tanto valor
intelectual y espiritual no podía ser otra cosa que un genio, uno de los más
grandes individualistas del siglo XX que no ha dejado sucesor. Brillante y
profundo, sin embargo, su vida un tanto estrafalaria y el estilo de su obra, no
le permitieron mostrar en aquellos tiempos de una Argentina que venía corriendo
de atrás a la historia, toda la hondura de la que era capaz. Y todos nosotros
también estuvimos dispuestos, los vivos y los muertos, a testimoniar que fue uno
de los seres más agudos e inteligentes que hayamos conocido, aunque en la
mayoría de las ocasiones no sostuviéramos con él conversaciones importantes.
Y bien, parece que me he convertido en un fotógrafo, pero Gombrowicz no tenía
una buena opinión de los fotógrafos, pensaba que eran unos ladrones, igual que
los indios, tenía el presentimiento de que las fotografías le robaban el alma,
por eso no miraba directamente a la lente de la cámara. Pero el clic le devolvía
la vida, el fotógrafo ya no podía hacer nada para transformarlo, la cosa
empezaba a reinar por sí misma en la fotografía y aplastaba con su realidad
implacable.
El margen de creación después del clic se volvía inexorablemente estrecho y
pobre. El fotógrafo lo había convertido en una cosa, como si hubiera
fotografiado una piedra, exactamente igual que a otros objetos. El clic lo
liberaba del fotógrafo pero la foto le robaba el alma.
Este gombrowiczidas contiene una imagen mía en la que siento que me ha sido
robada el alma por el clic de la fotografía para convertirme en un pájaro
diabólico, sin embargo, siempre sonrío.
[Imagen: Juan Carlos Gómez]
UN CAMPAMENTO DE NÓMADAS
Mientras Hegel se desvivió por encontrarle un sentido a la historia, Gombrowicz
no se desvivió tanto, se colocó en una posición ahistórica y más bien era
partidario de liquidar el pasado. La idea de la historia está relacionada con el
pasado, la causalidad, el determinismo, la dialéctica histórica, unas formas del
pensamiento que no andaban bien con el talante de Gombrowicz.
En el año 1938 viajando de Roma a Venecia Gombrowicz conversa en el tren con
cuatro pilotos italianos: –¿Y si el Duce os ordenara bombardear todo esto, la
iglesia, el palacio, la procuraduría?; –Entonces no quedaría de esto ni una
piedra. Esta respuesta era de esperar, pero fue sorprendente para Gombrowicz la
alegría con la que se lo anunciaban de una manera triunfal. Lo que les encantaba
tanto era el hecho de que se sentían creadores de la historia, el pasado para
ellos había llegado a ser menos importante que el futuro, podían destruirlo.
Este sentimiento de omnipotencia, aunque no referido a las campañas militares y
a los bombardeos, también lo tenía Gombrowicz.
Vivió en una época que experimentó un ascenso irresistible de la actividad
política cuya forma más representativa fue el marxismo, así que Hegel estaba
siendo para las nuevas concepciones de la historia lo que Kant había sido para
la física moderna.
¿Pero es que las ideas de los filósofos se metieron acaso en la obra de
Gombrowicz? Que se metieron en los diarios dicho está por él mismo, pero, en los
cuentos, en las piezas de teatro, en las novelas, ¿se metieron? De pura
casualidad pude saber antes de leer el libro, que algunas de las ideas de
Heidegger habían entrado en "Cosmos", como ya tuvimos oportunidad de mostrarlo.
Y las ideas de Hegel, ¿se metieron? La idea más grande de Hegel es la historia,
por esta razón Schopenhauer escupió sobre su obra considerándola pseudo
filosófica. Pero Gombrowicz no despreciaba tanto a la historia.
Seis
años después de muerto Gombrowicz el Príncipe Bastardo descubrió unos
manuscritos con la misma esencia de "Opereta", pero con personajes y acciones
distintos: una madre puerca, un enviado especial que se pasea descalzo por las
cortes europeas invitando a los reyes a que se quiten los zapatos para liberar a
los hombres. En una hoja separada, perdida entre las notas, encontró su título:
"Historia". El primer título que tuvo entonces "Opereta" fue "Historia", porque
el asunto de esta obra era precisamente la historia. ¿Y por qué metió la
historia en un estilo tan monumental y esclerosado como el de la opereta? Le
costó mucho trabajo conseguir que los contenidos formales e ideológicos de la
obra fueran aceptados por ese estilo cristalizado, esclerosado como la historia.
Hegel introduce un sistema para estudiar la historia de la filosofía y el mundo
mismo, llamado a menudo dialéctica, una progresión en la que cada movimiento
sucesivo surge como solución de las contradicciones inherentes al movimiento
anterior.
El mundo hegeliano es una verdad en marcha, el lugar donde la humanidad forma
sus leyes y el hombre se convierte en un peldaño de la historia. La importancia
que Hegel le dio a la historia contribuyó en forma excepcional a la difusión de
sus ideas. Este filósofo es capaz de deducir la racionalidad del mundo a partir
de un lápiz, no le costó mucho entonces demostrar que lo inmoral de la guerra
deviene en moral y que el estado se va transformando en la encarnación de lo
divino. Tras la muerte de Hegel, sus seguidores se dividieron en dos cuerpos
principales y contrarios: los de derecha y los de izquierda. Los de izquierda
interpretaron a Hegel en un sentido revolucionario, fueron ateos y se atuvieron
a los principios de la democracia liberal. El más famoso fue Marx. Los múltiples
cismas de esta facción llegaron finalmente a la variedad anarquista de Stirner y
a la versión marxista del comunismo.
Esta es la historia que nos cuenta Hegel. ¿Y qué historia nos cuenta Gombrowicz
en "Opereta"? No hay mejores representantes de la historia que la guerras y las
revoluciones y en "Opereta" están presentes la dos guerras mundiales y la
revolución comunista. Estos cambios violentos en el comportamiento general
atrajeron la atención de Gombrowicz sobre el papel de la forma en la vida, sobre
la poderosa influencia del gesto y de la máscara en nuestra esencia más intima.
Y si lo sintió con tanta fuerza fue porque le tocó entrar en la vida en un
momento en que las formas moribundas de aquella época que ya se alejaban,
gozaban aún de cierta vitalidad y podían morder. El ascenso desde el individuo
hasta la historia, que pasa por la familia, el pueblo, la nación, el estado, es
también el ascenso de una forma cada vez más pesada que termina por aplastar al
hombre, dictándole su destino.
A medida que ascendemos por la colina de la forma hacia la historia la montaña
de cadáveres va llegando al cielo, pero para Hegel las cosas no son así. La
historia progresa aprendiendo de sus propios errores y de estas experiencias
deviene la existencia de un estado constitucional de ciudadanos libres, que
consagra tanto el poder organizador y benévolo del gobierno racional, como los
ideales revolucionarios de la libertad y la igualdad. "En el pensamiento es
donde reside la libertad"
"Opereta" y "Transatlántico", contrario sensu de Hegel, son ajustes de cuentas
que hace Gombrowicz entre el individuo y la nación, un pedido de cuentas a ese
pedazo de tierra creado por las condiciones de su existencia histórica y por su
situación especial en el mundo. El propósito de Gombrowicz es reforzar y
enriquecer la vida del individuo haciéndola más resistente al abrumador
predominio del estado y de las instituciones colectivas que presionan sobre el
hombre.
"Veinticuatro años de esta liberación de la historia. Buenos Aires: un campo de
seis millones de personas, un campamento de nómadas, una inmigración procedente
de todo el globo terráqueo: italianos, españoles, polacos, alemanes, japoneses,
húngaros, todo mezclado, provisional, viviendo al día... Los auténticos
argentinos decían con naturalidad ‘qué porquería de país’, y esa naturalidad me
sonaba a maravilla después de la furia sofocante de los nacionalismos"
La imagen de Hegel que aparece en este gombrowiczidas es tan contradictoria como
las ideas que existen sobre él. Las opiniones sobre la calidad del pensamiento
de Hegel están divididas. Schopenhauer decía que era un charlatán; Stuart Mill
era más drástico, clamaba a los cuatro vientos que el que se sentaba a conversar
con Hegel se quedaba sin cerebro; el Asiriobabilónico Metafísico, bromeando con
el Dandy, chapuceaba que Hegel no sabía nada de nada y que era un bruto; y más
recientemente un historiador de la filosofía dijo que el sistema de Hegel era
tan imponente como el de Aristóteles y que no comprendía cómo había sido tan
estúpido.
[Imagen: Georg Wilhelm Friedrich Hegel]
UNOS SENTIMIENTOS
RELIGIOSOS
Michel Polac le preguntó a Gombrowicz en la última entrevista que dio en su casa
de Vence si creía que podía vivir fácilmente de su pluma.
"No puedo tener grandes pretensiones porque soy un escritor de público, digamos,
más bien limitado. No soy una potencia como la señora Sagan. Puedo vivir de mis
ingresos, pero ¿por qué? Porque vivo del trabajo acumulado durante más de
treinta años; todos esos libros que he publicado ahora, una docena más o menos,
como salen en muchos países, me producen por el momento unos ingresos bastante
sustanciosos. Pero respecto al futuro estoy un poco preocupado, ya que no puedo
escribir un libro cada año, ¿no creen?"
Este
recuerdo me vino a la cabeza a propósito de los dolores de cabeza que me han
dado los editores durante un tiempo demasiado prolongado.
Dediqué horas enteras a estudiar el tipo de las relaciones que me vinculaban a
estos seres, comparé a las editoriales con cajas negras, y analicé el
comportamiento de los editores y de esos auxiliares llamados lectores a los que
motejé de pulgones. Asocié los extremos de su conducta al comportamiento de los
asesinos seriales y de los rufianes melancólicos y determiné que su naturaleza
sólo alcanza un desarrollo que no pasa del nivel de los protoseres.
Dividí en cinco grupos las técnicas que utilizan los editores para contrariar a
los autores y, en fin, estos personajes vinculados a la actividad de escribir
desde hace tantos siglos terminaron por hacerme perder la paciencia y el humor.
El muro impenetrable que levantaron a mis escritos no me desalentó pues estaba
protegido por el club de gombrowiczidas, y seguí escribiendo como si tal cosa
con la esperanza de que algún día podría vivir del trabajo acumulado como le
ocurrió a Gombrowicz.
Los dos casos tienen, sin embargo, aspectos materiales distintos, pues el
trabajo que tengo acumulado es de cuatro años solamente y no de treinta como lo
tenía Gombrowicz, y yo, por una gran fortuna para mí, no vivo de lo que escribo.
Mientras corrían los días, las semanas, los meses y los años fui incorporando
miembros al club de gombrowiczidas valiéndome de una variedad de recursos,
especialmente del conocimiento personal, pero más recientemente también de las
páginas de internet.
Y de repente una mano poderosa derríbó el muro. El Gran Ortiba, uno de los
príncipes del club de gombrowiczidas, empieza a publicar todo mi trabajo
acumulado no editado en la Argentina, pero recientemente decide ir más allá y
termina publicando lo ya editado gracias a la liberalidad de Damián Tabarovsky,
el editor de Interzona.
La revista El Ortiba se ha convertido para mí en un hogar con domicilio en
www.elortiba.org, y el Gran Ortiba en un afectuoso benefactor que acaba de
publicar "Gombrowicz, este hombre me causa problemas".
Yo estoy un poco aturdido por estos acontecimientos recientes y me han aparecido
inesperadamente unos sentimiento religiosos sólo comparables con los que se
tienen en la primera comunión y que necesitan de un rostro algo parecido al que
se ve en la foto.
[Imagen: Juan Carlos Gómez niño]
UNA JUVENTUD HUMANITARIA
Gombrowicz estaba conversando con una colega en un café de Berlín sobre los
berlineses: –Después de París nada tranquiliza tanto como ver a un berlinés
tomando café en la terraza de una cafetería un día de verano. Él y su café, es
algo así como el absoluto.
"En efecto. Pero... ¿son realmente humanos? Sí lo son, y mucho, pero al mismo
tiempo son humanos de algún modo ilimitado, ya casi no hombres, sino seres para
los cuales la forma hombre no es más que un puro azar, una fase de transición.
Yo
desconfiaría
de esa americanización de Berlín. La extinción, en la actual generación, de la
raza de los ‘grands seigneurs’, que se arrojaban de cabeza al abismo de la
existencia, no me tranquiliza en absoluto. Al contrario. El hecho de que Hegel
duerma tranquilo en un cementerio de Berlín no es ninguna garantía respecto a lo
absoluto de este café, de estos bizcochos o, por ejemplo, de la confección para
caballeros y señoras. Yo, si en Berlín fuera café o bizcocho, no me sentiría
demasiado seguro"
Gombrowicz no era de los que andaba diciendo por ahí que Nietzsche y Wagner eran
nazis, pero... Las ideas del superhombre y de la bestia rubia, que le gustaban a
Hitler, y la idea del eterno retorno, que le gustaba a Borges, lo ponían hecho
una furia. Ese hombre, que como fenómeno pasajero tiene que ser superado, ese
ser problemático que no puede ser un fin en sí mismo sino un medio para llegar
al ser superior que requiere un amor y una devoción más importantes que el amor
al prójimo. Y esa bestia rubia que habita en el fondo de todas las razas nobles,
Nietzsche nos llama a ser de nuevo bárbaros, había aparecido un alemán que se
estaba volviendo loco.
Y ese eterno retorno en el que el tiempo tiene un principio y un fin, un fin que
vuelve a generar un principio ateniéndose a las leyes de la causalidad.
Pero no nos las estamos viendo con ciclos sino con, exactamente, los mismos
acontecimientos que se repiten en el mismo orden, sin ninguna posibilidad de
variación. Se repiten los acontecimientos, los sentimientos y las ideas vez tras
vez, en una repetición infinita e incansable.
Esta idea no es tan peligrosa como lo son la del superhombre y la de la bestia
rubia y, además, tiene la ventaja que nadie va a poder demostrar, ni ahora ni en
el futuro, que es una idea falsa, como arguyó Eddington cuando contó el número
de partículas que tenía el universo. Como si esto fuera poco, las extensiones
imaginativas de las teorías físicas modernas, a veces le pasan raspando a la
idea del eterno retorno.
El Big-Bang, y las duplicaciones de los sucesos que viajan por las geodésicas
del cosmos a la velocidad de la luz, y se encuentra otra vez en las antípodas
del universo finito e ilimitado, lo hubieran puesto loco de alegría al alemán,
más loco aún de lo que estaba.
"Para elevarse, luchando, de este caos a esta configuración surge una necesidad,
hay que elegir: o perecer o imponerse. Una raza dominante sólo puede
desarrollarse en virtud de principios terribles y violentos. Debiendo
preguntarnos: ¿dónde están los bárbaros del siglo XX? Se harán
visibles
y se consolidarán después de enormes crisis socialistas; serán los elementos
capaces de la mayor dureza para consigo mismos los que puedan garantizar la
voluntad más prolongada (...) ¿Vas a juntarte a mujeres? Pues, ¡no te olvides
del látigo!"
Con estos antecedentes a Gombrowicz se le estaba presentando un problema
bastante peliagudo cuando se ponía a analizar una naturaleza de los alemanes que
le aparecía como contradictoria y a la vez concurrente, un asunto al que debía
encontrarle alguna solución literaria en los diarios que estaba escribiendo. Así
como el cigarrillo y los fósforos le habían dado una mano en la lucha permanente
que libraba con la pintura, fueron precisamente las manos las que le ayudaron a
encontrar un sistema que le permitiera pasar del satanismo a la santidad
alemanas, y viceversa.
Gombrowicz se había convertido en una maestro utilizando las partes del cuerpo
en su obra creativa, tanto que algunos escritores de su época consideraban que
había creado algo así como una psicología del cuerpo complementaria de la Freud.
Desde "Ferdydurke" a "Cosmos", la nariz, las orejas, la boca, los dedos, las
manos, las pantorrillas, los muslos y el culo se convirtieron en verdaderos
personajes de sus narraciones.
Diez años antes de su estancia en Berlín ya había utilizado la mano para
recorrer un laberinto metafísico. La contradicción entre la mano tranquila y la
mano irrefrenable de esta narración le viene bien a Gombrowicz para reflexionar
sobre los alemanes.
Ese año nuevo en Berlín le resultó plácido, sin la presencia del tiempo ni de la
historia. Sólo aquel gancho en la pared, el esqueleto fraterno y esas manos se
le asociaban con las paradas militares amorosamente mortales. De esos jóvenes se
habían extraído unas manos puestas en la avanzada de un bosque de manos que
mostraban el camino hacia delante.
"Aquí y ahora, en cambio, las manos estaban tranquilas, desocupadas, eran
privadas, y, sin embargo, los vi de nuevo encadenados a sus manos (...) En
realidad no sabía a qué atenerme: nunca había visto una juventud más humanitaria
y universal, democrática y auténticamente inocente..., más tranquila. Pero...
¡con esas manos!"
Advertido el Alemán de lo que pensaba Gombrowicz sobre las manos que tenía la
juventud alemana, decidió esconderlas en la foto que aparece en este
gombrowiczidas. Y, sí, Nietzsche era un alemán que se había pasado de vueltas.
[Imagenes: Friedrich Wilhelm Nietzsche y Enrique Wendt]
LA INFINITUD
"Su pecado epistolar es la abundancia, usted, Goma, en vez de contestar con dos
o tres sarcasmos, me manda toda una bolsa... Comprendo, por otra parte, su
entusiasmo de principiante, esta ebriedad por las fórmulas, teorías y otro
palabrerío... muy felizmente, Arnesto, en su brillante prefacio, ha subrayado la
diferencia entre un existencialismo como el mío, auténticamente existencial y el
de las teorías... ¡Ah, bella edad, la suya!... Por otra parte, Goma, Vd. aun
dentro de la teoría no pesca, que digamos, de qué se trata y se deja hechizar
por las palabras. ¿Acaso sabe que en su libro último 'Les Mots' ese asno ha
confesado que todo su existencialismo es una asnada?
Ya ve Goma: su situación está arruinada, su prestigio intelectual aniquilado,
todos se ríen y dicen que gomadas dice el pobre Goma!"
Yo creo que Gombrowicz desde la tumba sigue pensando que mi pecado es la
abundancia. A mí siempre me pareció que con la abundancia, a falta de algo
mejor, se podía suscitar la atención de los demás, y cuando leí el "Filifor
forrado de niño" no me quedó ninguna duda, el príncipe de los sintéticos llega a
despertar la atención de una cortesana muy propensa a la dispersión con una gran
cantidad de dinero, y aunque el dinero y las palabras no son la misma cosa, se
parecen bastante.
A veces tengo la sensación de que en las historias verdaderas que llevan mis
gombrowiczidas al entrar por las ventanas de las casas de los miembros del club,
estoy pecando de abundancia.
La cuestión de la abundancia, es decir, de la cantidad ronda como un corsi e
ricorsi en los diarios de Gombrowicz.
En
"La Piedra Amorosa", la quinta de la Finada, mientras toma una decisión sobre
qué hacer con la locura de una sirvienta sigue meditando en esa casa de
Hurlingham; a su juicio el hombre nunca se ha planteado suficientemente el
problema de la cantidad. No es lo mismo ser un hombre entre mil millones que
entre doscientos mil. No es lo mismo un hombre de la época de Demócrito que de
la de Brahms.
"Vive en nosotros la conciencia del hombre único del tiempo de Adán. Nuestra
filosofía es la filosofía de los Adanes. El arte es el arte de los Adanes"
La expresión debería estar separada entre la fase ascendente de la juventud y la
descendente de la vejez, y la expresión también debería identificar a qué
cantidad de hombres expresa.
La épica, la sociología y la psicología a veces expresan al rebaño humano, pero
desde el exterior, como a cualquier otro rebaño.
No es suficiente que Homero o Zola se ocupen de la masa ni que Marx la analice,
esas voces deberían tener algo que nos permita saber si pertenecen a un mundo de
miles o de millones, deberían estar saturadas de la cantidad hasta la médula.
Estas reflexiones sobre la cantidad las hace a propósito de la sirvienta Helen,
si él no se apiada de ella quién se va a apiadar. Pero no es la piedad de una
sola persona, también la piedad se ha multiplicado, sólo en Buenos Aires debe
haber en ese momento una cien mil almas apiadándose de alguien.
Y la piedad en grandes cantidades le produce risa, una risa tan particular y tan
tremendamente humana. Quiere comprobar si este problema es real, pero no tiene
tiempo, tiene que escaparse de Hurlingham, que otros centenares de miles de
cabezas se ocupen de esto, él tenía miedo de ser asesinado. Y del asesinato pasa
a la cantidad, la cantidad es una idea que ronda la cabeza de Gombrowicz en
forma permanente.
Le resulta extraño no poder llegar al fondo de la especie humana, nunca
conseguirá conocer a todos los hombres. Aparece siempre una nueva variante del
hombre, y estas variantes no tienen límite, pues no hay hombre que no sea
posible.
Esta infinitud y este abismo interior de la imaginación, revocan todas las
normas psicológicas y morales.
"Se tiene la impresión de estar sometidos a una explosión interior, y no por el
espíritu, sino a causa del complot de los cuerpos que, copulando, crean una
nueva variante"
Recién llegado a casa, después de las vacaciones en Piriápolis, se pone a pensar
en la cantidad y en el sueño. Se pregunta si el sueño de un solo individuo es
más peligroso que el sueño de unos cuantos.
"La cantidad en el hombre, si se me permite señalarlo, se comporta de una manera
sorprendente, ya que multiplica y divide al mismo tiempo. ¿Quién puede dudar de
que la acción de cinco hombres que tiran de una cuerda será cinco veces más
eficaz que la de uno solo? Pero con la muerte ocurre lo contrario.
Intentad matar a la vez a mil hombres y constataréis que la muerte de cada uno
de ellos es mil veces menos importante que si muriera en soledad. De manera que
era tranquilizador pensar que los cinco dormían y soñaban, y que yo podía apoyar
tranquilamente la cabeza en la almohada e incorporarme como número seis a su
respiración pesada, ávida, errática.
¿Qué amenaza podía surgir de la noche y del sueño mientras la bondadosa cantidad
velaba por mí disolviéndome en ella? (...) Incluso, si hubiera aquí indicios de
disipación intelectual, la cantidad se encargaría de diluirlos igual que diluye
nuestro pecados y nuestras virtudes, amén"
[Imágenes: Alicia Giangrand, Michel Tapié y Silvio Giangrande en La Piedra Amorosa]
EL GRUPO "SUR"
El Gran Ortiba, que nos observa con una mirada bondadosa desde la foto del
gombrowiczidas, al tomar la decisión de publicar todo lo que escribo, me hizo
recordar que en el mundo de los escritores todo es posible.
Una tarde me contaba el Pato Criollo en el Tortoni que la mujer de un escritor
argentino muy conocido se le había entregado al Dandy para darle celos, no podía
soportar que su marido anduviera persiguiendo a las nínfulas como buitre a
camión de tripas. Yo no sé si esta historia será cierta pero nunca se sabe hasta
dónde pueden llegar los hombres de letras.
En la misma época en la que la mujer de ese escritor se acostaba con el Dandy,
Gombrowicz hacía todo lo posible por entrar en su casa.
Mastronardi estaba elaborando en aquel tiempo una estrategia para acercar a
Gombrowicz al grupo "Sur".
Cuando el Alter Ego pensaba en ese encuentro le temblaban las piernas, y no era
para menos, ese conde polaco se había referido a Victoria Ocampo con
desconsideración, como a una dama aristocrática apoyada en muchos millones que
acostumbraba a hospedar en su casa a celebridades europeas.
Después
de la cena en la casa del Dandy Gombrowicz escribe en los diarios palabras
sarcásticas y amargas.
"¿En qué medida influyeron en esas majestuosas amistades los millones de la
señora Ocampo y en qué medida sus indudables calidades y su talento personal?
(...) Por lo pronto Mastronardi decidió presentarme primero a la hermana de
Victoria, Silvina, casada con Bioy Casares. Una noche fuimos a cenar con ellos
(...) Decidieron, pues, que yo era un anarquista bastante turbio, de segunda
mano, uno de aquellos que por falta de mayores luces proclaman el elan vital y
desprecian aquello que son incapaces de comprender. Así terminó la cena en casa
de Bioy Casares... en nada... como todas las cenas consumidas por mí al lado de
la literatura argentina"
La cena en la casa del Dandy que menciona Gombrowicz en los diarios y el Dandy
en un reportaje, se volvió famosa sin ningún motivo. Quizás, lo único destacable
fueron los tangos que escucharon antes de sentarse a la mesa y el accidente que
sufrió Silvina Ocampo. En efecto, a Silvina se le cayó la fuente cuando la
llevaba de la cocina al comedor con un gran estruendo. El único que se dio por
enterado fue Gombrowicz que no le prestaba atención a los tangos. Corrió a ver
lo que pasaba y cuando la vio a la pobre Silvina con la cabeza entre las manos,
le dijo que no se preocupara, que recogiera todo y lo sirviera como si no
hubiese pasado nada. Silvina le pidió que guardara el secreto, durante la comida
Gombrowicz le echaba miradas cómplices cuando los demás decían que la comida
estaba muy buena.
Aunque Silvina tuvo alguna consideración con Gombrowicz él no le pagó con la
misma moneda.
"Silvina
era poetisa, de vez en cuando editaba un pequeño volumen..., su marido, Adolfo,
era autor de unas novelas fantásticas que no estaban nada mal..., y ese culto
matrimonio se pasaba todo el día inmerso en la poesía y en la prosa,
frecuentando exposiciones y conciertos, estudiando las novedades francesas y
completando su colección de discos"
Esta manera irónica de referirse a los miembros del grupo de la revista "Sur",
le trajo consecuencias desagradables hasta el final de sus días en la Argentina.
Cuando ya Europa lo había descubierto, un amigo poeta, Jorge Calvetti, que había
compartido con Gombrowicz muchas noches del Rex, le hizo una entrevista con la
intención de publicarla en el diario "La Prensa", en un tiempo en que se lo
estaba traduciendo a la mayoría de las lenguas europeas.
Sin embargo, Manuel Peyrou, se lo reprochó violentamente aduciendo que se había
dejado embaucar por las imposturas de Gombrowicz. Manuel Peyrou había sido uno
de los comensales en la cena que el Dandy había dado en su casa para introducir
a Gombrowicz en el ambiente del grupo "Sur".
"Yo también recuerdo esa cena con tedio. En ningún momento durante esa larga
noche prosperó un asomo mínimo de conversación. Sólo al retirarse, lo acompañé
abajo para despedirlo. Miramos juntos un momento la avenida del Libertador, que
entonces se llamaba Alvear, y Gombrowicz dijo: –¡Qué hermosa avenida! Y entonces
sí estuvimos de acuerdo. Yo no sé, ese Gombrowicz. Carlos Mastronardi estaba
obsesionado con él. Hablaba todo el día, al punto que cuando ya lo había
nombrado como diez veces, comenzaba a usar perifrasis: un amigo europeo, cierto
conde polaco. Era gracioso"
El
Dandy y el Asiriobabilónico Metafísico acostumbraban a desacreditar a los
escritores, una costumbre que también tenía Gombrowicz, pero ellos eran más
irresponsables.
Hablaban con ligereza de algunos nombres importantes y de sus obras, al punto de
considerar al Fausto de Goethe como un bluff de la literatura. Tampoco se salva
Shakespeare, era un amateur, un divino amateur al lado de Dante que sí era un
verdadero literato. En esa época las piezas de teatro no se consideraban
literatura, se escribían así nomás, con argumentos ajenos y confusos. El
surrealismo, contrariamente a otras ideologías invasoras de lo literario, como
el catolicismo y el comunismo por ejemplo, prescinde del propósito de lograr
obras legibles.
"Qué vergüenza para Estocolmo... primero da el premio a Gabriela ahora a Juan
Ramón. Son mejores para inventar la dinamita que para dar premios"
Thomas Mann es un idiota, y les resulta curioso el caso de Sabato, ha escrito
poco, pero ese poco es tan vulgar que abruma como si fuera una obra copiosa. Y
qué pude saber de nada un bruto como Hegel.
A la superficialidad de estos dos hombres de letras que se comportaban como
golfos, Gombrowicz oponía una cierta seriedad.
"Borges y yo somos polos opuestos. Él se halla enraizado en la literatura, yo en
la vida. A decir verdad, yo soy antiliterario (...) Lo que decía no me parecía
de la mejor calidad; era demasiado limitado, demasiado literario, paradojas,
frases ingeniosas, sutilezas, en una palabra, el género que más detesto (...) El
Borges hablado, ese Borges de conversaciones, de conferencias, de entrevistas, y
también de los ensayos y las críticas, siempre me ha parecido pobre, y más bien
superficial. En la Argentina me citaban a menudo como excelentes las frases
ingeniosas de Borges. Pues bien, siempre sufría una decepción. Aquello sólo era
literatura, y ni siquiera de la mejor"
[Imagenes: Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y Horacio Sacco]
LAS INTERVENCIONES
CANINAS
Cuando apareció "Ferdydurke" en la Argentina Gombrowicz se convirtió en el
editor de una revista literaria a la que le puso el nombre de "Aurora", una
palabra que Gombrowicz despreciaba, se tiraron cien ejemplares del primer
número, lamentablemente, también fue el último.
Era un panfleto humorístico, una sátira en la que se burlaba a la manera
estudiantil de Borges, Capdevila, Larreta, Barletta y Victoria Ocampo, un libelo
en el que observé por primera vez cómo Gombrowicz separaba el texto en partes
con anuncios publicitarios caninos.
"Un
perrito blanco lanudo, y bien alimentado"; "Se busca perro grande para
achicarlo"; "Un perro lindo y grande con cachorros y dos perras"
Gombrowicz pasaba así de la seriedad de la aparición de "Ferdydurke" en el
continente Sudamericano, a la ligereza de las intervenciones caninas.
En algunas páginas de los diarios también mezcla la seriedad del espíritu con la
ligereza canina, en uno de ellos lo hace a continuación de una charla magistral
que le había dado a los estudiantes de Santiago.
"Mi perorata sobre la problemática contemporánea la di ayer (...) ¡Dios mío!,
hablaba como hablan hasta los más célebres, es decir, simulando que me sentía
como en mi casa, que aquello era para mí pan comido, cuando en realidad
cualquier cuestionario indiscreto me hubiera dejado desarmado"
Después de esta memorable intervención de carácter intelectual, rematada con una
persecución vana que le hace a un muchacho indígena por las calles de Santiago,
aparecen unos pichichos que le dan título a una serie de pensamientos bastante
serios.
El primer apartado se lo dedica a los abogados y a los ingenieros, a los que ve
como naturalezas vulgares condenados únicamente a la ciencia, todo lo demás era
para ellos una tomadura de pelo de la que tenían que defenderse para no ser
engañados. En este primer tramo ya aparecen los perros en el título.
"Perrito mojado o sólo húmedo a elegir"
El segundo apartado se lo dedica a sus alumnos de filosofía a quienes previene
de su falta de seriedad, pues era un bribón al que le gustaba divertirse y
burlarse de los alumnos y de sus enseñanzas. Y siguen los títulos.
"Perrito blanco, sabroso, bien nutrido"
En el tercero arguye que su exceso de inteligencia e imaginación lo lleva a la
estupidez puesto que nada resulta para él demasiado fantástico.
"Cambio perro negro mordedor por dos viejos"
En el cuarto nos dice que el arte sólo le teme a la tibieza, un apotegma que
merece un buen título, así que se lo pone.
"Perro mojado y gordinflón"
Y en el último saca la conclusión de que tiene poca resistencia para sus
angustias, una debilidad que le dificulta la entrada a un ascensor o la subida a
un tranvía. La imaginación le hace aparecer los tormentos con un aspecto
insignificante, antes de llegar a ser verdaderas tormentos. Esta manera de
acercarse al dolor, piensa Gombrowicz, corroe el valor como los gusanos a la
madera. Y un título final para este paseo espiritual.
"Los perros se mordisquean en la canícula"
Es indudable que con esta intervención de los perros Gombrowicz nos quiere
provocar la risa. Reír resulta agradable porque nos satisface el triunfo del
conocimiento intuitivo, la forma natural del conocimiento inseparable de nuestro
ser animal, sobre el pensamiento abstracto.
Nos agrada comprobar que el pensamiento es incapaz de comprender todas las
variantes que presenta la realidad, es placentero ver perder a la razón de vez
en cuando, un dominio severo, perpetuo y molesto. Esta es aproximadamente la
idea que tiene Schopenhauer sobre el origen de la risa. Gombrowicz mezcla la
seriedad con la ligereza para hacernos reír a nosotros y para provocarse la risa
a sí mismo.
UN NOBLE DE CAMPO
La cantidad de encuentros que le han fabricado a Gombrowicz los hombres de
letras hispanohablantes no tiene límites. Desde el Orate Blaguer con Los Pájaros
Locos hasta el Pato Criollo con Cortázar, se pueden contabilizar unas listas de
encuentros increíbles. Ahora es uno con el mismísimo Eichmann el que le ha
fabricado un oscuro escritor argentino.
Sin embargo, el interrogante principal que hostiga sin cesar la curiosidad de
los hispanohablantes sigue siendo siempre el mismo: determinar la cantidad de
las veces que Gombrowicz se encontró con el Asiriobabilónico Metafísico.
Vale la pena entonces, a propósito de la ocurrencia macabra que tuvo el oscuro
escritor argentino de vincular a Gombrowicz con el exterminador de millones de
judíos, volver a hacer algunas reflexiones sobre Gombrowicz y los judíos.
Mientras Polonia fue para Gombrowicz un surtidor de formas rígidas, la Argentina
lo regresó a ese tiempo de la vida en el que las formas son más blandas.
Las convulsiones europeas tenían una réplica en América, pero débil, alcanzaban
a un conjunto reducido de personas, mientras Europa estaba completamente
movilizada. Y las formas polacas, como si la rigidez que estaban adquiriendo las
europeas fuera poca, tenían un grado mayor de esclerosis que las de Occidente.
"Pero
el hecho de que mi madre no quisiera ser lo que era, que no quisiera reconocerse
a sí misma, terminó vengándose de ella, porque nosotros, sus hijos, le
declaramos la guerra (...) Y fue allí, seguramente, donde comenzaron mis
dolorosas contorsiones con la forma polaca, que producían en mí un efecto
parecido al de las cosquillas: uno se troncha de risa, pero no resulta
agradable"
Vamos a echarle una mirada a los cortocircuitos que se producían entre las
formas polacas y las formas judías.
Algunos miembros de la nobleza polaca se unían a los judíos para darle un poco
de aire financiero a sus blasones, eran unas uniones desgraciadas pues sus hijos
no llegaban nunca a ser reconocidos en los salones. Los integrantes de la clase
alta se comportaban como si nada se supiera, la buena educación los obligaba a
evitar en presencia de esas familias la más ligera alusión a los judíos.
En el contraste con los judíos se le revelaba a Gombrowicz la torpeza de la
formas ancestrales polacas, su falta de adaptación a la vida. El modo judío
incorporado al modo polaco era un elemento explosivo que debía dar la
oportunidad de elaborar un nuevo tipo de polaco capaz de encarar el presente.
"Los judíos eran nuestro trazo de enlace con los problemas más profundos y
complejos del universo"
En una de las tardes del café Ziemianska Gombrowicz tuvo una conversación con el
poeta Jan Lechon, un miembro del grupo "Skamander": –Ayer lo escuché atacando la
ingenuidad judía; –¿Qué quiere decir?; –Verá, es que los judíos y yo somos carne
y uña, me he especializado tanto en judeología, que podría escribir sobre ellos
un tratado. Quienes no conocen a los judíos piensan que son astutos, perversos
refinados, fríos. Pero, en verdad, solamente cuando uno ha comido con ellos un
barril de arenques se entera de hasta qué punto son ingenuos. Sin embargo, el
caso es que es una ingenuidad ligada a la astucia, así como su romanticismo está
ligado a la lucidez; verá, ellos son ingenuamente ladinos y románticamente
lúcidos; –No es tanto así; –Oiga, ayer al escuchar cómo los pinchaba, me dije en
seguida: vaya, éste les dará una lección, éste sí que ha encontrado su talón de
Aquiles.
Gombrowicz tenía con los judíos una unión espiritual nada superficial, fueron
siempre y en todas partes los primeros en comprender y valorar su trabajo de
escritor, sin embargo, sus relaciones intelectuales no se extendieron nunca al
terreno de la amistad personal. No era tanto su frialdad intelectual lo que le
chocaba, sino la ingenuidad con la que se dejaban impresionar por el intelecto,
tenían una admiración confiada e infantil por la razón científica, las teorías y
la cultura en general:
"Esos terribles destructores, esos revolucionarios eran en su mayoría benévolos
como niños, bastaba rascar un poquito para descubrir su tendencia soñadora,
impregnada de una fe casi mística, su mordacidad se unía en forma extraña a la
blandura (...) Yo torturaba cuanto podía su ingenuidad, toda mi táctica se
centraba en invertir los papeles a fin de que ellos y no yo se convirtieran en
románticos"
A pesar de todo, las costumbres de su clase social le jugaban en algunas
oportunidades malas pasadas. Un compatriota le preguntó desde Londres si no
sería antisemita un diplomático polaco que había tildado a un judío de "roñoso".
"Se equivoca usted de plano. La injuria que se utiliza contra un judío es
‘roña’. La palabra ‘roñoso’ se usa en el leguaje coloquial igualmente respecto a
los arios, de modo que aunque ambas palabras tienen la etimología común, nada
nos autoriza a creer que haya sido usada a causa del origen hebreo de la
susodicha persona. Hace unos días leí el texto al que usted se refiere y ni se
me pasó por la cabeza sospechar que el autor de esa frase fuese antisemita.
Además debo confesarle que a mí también –aunque es fácil deducir de mi
literatura que tengo poco que ver con el antisemitismo– se me escapa a veces la
palabra ‘roña’ cuando algún semita concreto me saca de las casillas. Y sucede
así porque no soy un filosemita estricto, forzado, sino un filosemita flexible,
con todos los atavismos propios de mi, ¡ay, Señor!, noble de campo"
UN SEGUNDO HOGAR
"A medida que crece, el saber cambia de forma. No hay uniformidad en el
verdadero saber. Todos los auténticos saltos se realizan lateralmente, como los
saltos del caballo en el ajedrez. Lo que se desarrolla en línea recta y es
predecible resulta irrelevante. Lo decisivo es el saber torcido y, sobre todo,
lateral" Elías Canetti
"Los ajedrecistas consideran el ajedrez como la cumbre de la creación humana,
tienen sus jerarquías, hablan de Capablanca como los poetas hablan de Mallarmé
y, mutuamente, se rinden todos los honores" Witold Gombrowicz
A pesar de que el ajedrez fue una compañía constante de Gombrowicz durante toda
su vida habla poco de este juego. Desde muy joven era conocido por su afición al
ajedrez, al punto que cuando hizo su pasantía de abogado en los tribunales de
Varsovia el juez lo distinguía con los asuntos más interesantes porque sabía
jugar al ajedrez.
El Orate Blaguer, a miles de kilómetros de distancia, pensaba que en la
Argentina y antes del éxito, Gombrowicz había estado rodeado solamente por el
ajedrez, las vacas y la pornografía. Y fue también por el ajedrez que yo lo
conocí.
Arrillaga, un comunista español, me presentó a Gombrowicz en el año 1956, en el
café Rex: –Aquí tiene usted un gran jugador de ajedrez y a un escritor polaco;
–Escritor no, poeta, con permiso le voy a recitar mi último poema
"Chip,
chip, me decía la chiva/ mientras yo imitaba al viejo rico/ Oh rey de Inglaterra
viva/ El nombre de tu esposa Federico"
El polaco Paulino Frydman, maestro de ajedrez e integrante del equipo olímpico
junto a Miguel Najdorf, se refiere a Gombrowicz con afecto.
"Conocí a Gombrowicz en la época que era más pobre. Y, sin embargo, siempre lo
he visto vestido modestamente, pero de un modo limpio y digno. Bien afeitado,
con el pelo corto y correctamente peinado. Era metódico, no le gustaba el
desorden ni le tiraba el alcohol (...) Se ocupaba de su salud con el mismo
cuidado que le dispensaba a sus demás asuntos, no dejaba nada librado al azar.
Era un hombre que jamás olvidaba nada ni descuidaba ningún detalle (...)
Gombrowicz es el hombre más serio que he conocido en mi vida (...) Era muy leal
como amigo, siempre mantenía sus promesas"
Es una descripción excelente de un buen burgués venido a menos, pero siempre a
la altura de las circunstancias y consciente de su alcance social.
"Algunos días después, lo vi entrar al Rex, era un apasionado de ese juego. El
ambiente le gustó mucho. Jugaba y, entre las partidas, solía charlar, lo que no
agradaba a sus adversarios. Gombrowicz no era un jugador profesional pero tenía
un buen nivel para ser aficionado. Su juego era muy personal, un poco fantaseoso.
No conocía bien la teoría y practicaba principalmente el ataque. Además jugaba
siempre con el estado psicológico de su adversario. Tenía manías que ponían a
los otros jugadores fuera de sí, por ejemplo, la de tomar un peón entre el dedo
índice y el mayor y dar pequeños golpes secos contra el tablero. Gombrowicz
jugaba indistintamente con buenos y malos jugadores y le daba igual perder que
ganar (fingía que le daba igual pero, como a todos, le gustaba ganar). El
ajedrez lo ayudaba más que ninguna otra cosa a calmar los nervios en la difícil
situación en la que se encontraba. Al concentrarse en las partidas, se olvidaba
de todo. Esta disciplina le fue muy útil durante la guerra y en los momentos de
mayor pobreza y soledad. El Rex era como un segundo hogar para él"
El Rex era el salón aristocrático de ese noble polaco en bancarrota, allí jugaba
al ajedrez mientras fumaba con avidez, sostenía los cigarrillos al modo de los
fumadores de pipa. Los cigarrillos que fumaba eran horribles y muy fuertes,
dejaba el paquete sobre la mesa, y si alguien le ofrecía cigarrillos importados,
los rechazaba con dignidad: –No, gracias, yo fumo Tecla.
El alguien que le ofrecía frecuentemente cigarrillos norteamericanos era un
personaje del Rex, un suizo alemán al que todo el mundo llamaba Philip Morris.
Elegante, serio, puntual, sólo fumaba esa marca de cigarrillos. Gombrowicz le
despreciaba sistemáticamente esas invitaciones, pero lo desplumaba jugando al
ajedrez, por muy poca plata, apenas le alcanzaba para pagarse una comida.
Jugando al ajedrez esperaba y hacía esperar a la Condesa.
"(...) Nos veíamos a menudo en casa de los Berni; después Witold vino a nuestra
casa. Quería que abriera un salón: –No sea perezosa, Cecilia, celebre reuniones
intelectuales en su casa, la vida social es una obligación y no un placer. A
veces me invitaba al Rex y jugaba al ajedrez. Yo me quedaba sola sentada a una
mesa esperándolo. Esperaba, esperaba... y cuando había terminado de jugar, me
acompañaba a casa. En ocasiones, por la noche, íbamos a cenar al Sorrento de la
calle Corrientes, y cenábamos tranquilamente, contentos de nosotros mismos"
Pero antes del Rex el ajedrez había sido para Gombrowicz un juego asociado a la
miseria y a la bohemia.
Gustavo Leguizamón se refiere al Gombrowicz de esa época. La vida de estudiante
del Cuchi lo había traído a Buenos Aires. En El Olimpo, un café del bajo cercano
a Retiro donde se jugaba al ajedrez, conoció a un Gombrowicz de zapatos rotosos
pero inmensos: – "El único que puede tener patas de este tamaño es Ariel
Ramírez". Efectivamente, los zapatos se los había regalado Ariel Ramírez.
Entre los recuerdos de sus miserias argentinas, incluidos los de sus días entre
rejas, el que permanecía en Gombrowicz como un símbolo misterioso era el de
Morón.
"Me dirijo a la plaza de Morón. Cada vez que vuelvo aquí, voy en peregrinación a
la plaza para echar una mirada a mi pasado del año mil novecientos cuarenta y
tres.
Pero ya no existe la pizzería donde solía tener conversaciones con los
contertulios, ni el café donde jugué una memorable partida de ajedrez bailando
boogie-woogie con el campeón de Morón; los dos bailábamos y bailando nos
acercábamos al tablero de ajedrez para cada nuevo movimiento"
Gombrowicz nadaba en la pobreza a lo grande, como si estuviera de vacaciones en
un balneario de moda, siempre por encima de las circunstancias y poniéndole
buena cara al mal tiempo.
"En Morón gocé de gran popularidad, tanto en la pizzería de la plaza como en el
café, donde se podía jugar al billar y al ajedrez. Me bebía un litro de leche
diario y me comía mi pan sentado en el suelo, sobre el pasto del chalet,
mientras contemplaba la calle. En la pizzería, un mozo al que le caía simpático,
me daba un sandwich por veinte centavos, pero con una feta de jamón cuatro veces
más gruesa de lo normal, casi como un bistec.
Y, en eso, he aquí que el suplemento literario de "La Nación", un periódico muy
popular, aparece en primera plana un artículo mío. Desde ese momento mi posición
social en Morón quedó liquidada. La gente empezó a darme muestras de
consideración"
[Imagen: Paulino Frydman en el club de ajedrez del Rex, de pie a la izquierda]
EL DOBLAR DE LAS CAMPANAS
Zofia Nalkowska en Varsovia, tanto como Victoria Ocampo en Buenos Aires, fueron
damas que convirtieron a sus casas en verdaderos centros culturales para el
desarrollo de la vida literaria. Gombrowicz conoció a Bruno Schulz en la casa de
Zofia, después de la publicación de "Las tiendas de color canela". Ese modesto
maestro, un ser indefenso al que todo el mundo le daba palmaditas en la espalda
para animarlo, fue consagrado en la casa de Nalkowska. Schulz estaba
deslumbrado: –Hizo que le leyera las primeras páginas, después se detuvo y me
pidió que le dejara el manuscrito para terminar de leerlo ella sola. Es una
mujer maravillosa. A la tarde de ese mismo día Nalkowska exclamó: –Es la
revelación más sensacional de nuestra producción novelística. Mañana mismo iré a
la editorial para que publique el libro.
"La
señora Zofia, el único miembro femenino de la Academia de Literatura, se sentaba
en el sofá y guiaba la conversación a la manera de las distinguidas matronas de
antes de la guerra; todo ello me recordaba los five o’clock de mi madre o las
recepciones organizadas por las canonesas. Sin embargo, no cabía duda de que la
inteligencia y la cultura de esa mujer eminente marcaba el nivel de la
conversación y dominaba perfectamente a diversos elementos que participaban en
esas charlas (...) Su talante mundano fracasaba únicamente en presencia de
Witkiewicz; cuando aparecía ese gigante pesado con la cara de un astuto
esquizofrénico, la señora Zofia lanzaba a sus confidentes unas miradas
desesperadas, porque desde ese mismo momento se terminaba la conversación y
Witkacy tomaba la palabra"
El círculo de las relaciones de la señora Nalkowska era muy vasto, abarcaba
también al mundo político, hasta el mariscal Pilsudski había pasado algunos días
en su casa. Con las mujeres mantenía relaciones bastante complejas y hasta
perversas, no les tenía afecto y prefería la compañía masculina. En el fondo
Gombrowicz no soportaba a los europeos como la Nalkowska que asimilaban su
savoir vivre eludiendo al mismo tiempo una confrontación esencial con Occidente.
Una tarde Gombrowicz caminaba con ella por un parque de alamedas: –¡Ah, fíjese
en esa línea... es una belleza coronada...! ¡Qué chic es ese árbol...! ¡Pero si
parece una verdadera dama...! Gombrowicz no aguantó más: –¡Se ve que usted pone
toda su alma en ese árbol!; –Es verdad, la belleza no sólo me hace la vida más
difícil, sino que además me impide encontrar una actitud frente a ella.
Zofia
Nalkowska, igual que Victoria Ocampo, descubrió y apoyó con entusiasmo a muchos
escritores que fueron importantes, a Gombrowicz tampoco le escatimó la ayuda y
los consejos. Algo que no es tan fácil de explicar debió ocurrir entre Victoria
Ocampo y Gombrowicz, estas dos mujeres eminentes estaban acostumbradas a tratar
con locos y con toda la variedad de trastornos que tiene el género humano.
Gombrowicz no rechazó a Nalkowska por sus relaciones sumisas con Europa y con la
belleza, pero si la rechazó a Victoria Ocampo por las mismas razones y la trató
con desconsideración, como a una dama aristocrática apoyada en muchos millones
que acostumbraba a hospedar en su casa a celebridades europeas, y sobre la que
se hacía una pregunta que no se atrevía a contestar: ¿En qué medida influyeron
en esas majestuosas amistades los millones de la señora Ocampo y en qué medida
sus indudables calidades y su talento personal? Y a la inversa, la Nalkowska no
rechazó a Witkiewicz, a pesar de que era un pesado inaguantable, un loco de
remate, porque tenía talento. Pero la Ocampo sí lo rechazó a Gombrowicz, ¿por
qué?, ¿porque era qué?, ¿porque no tenía talento?, ¿porque las campanas no
doblaban por él?
Gombrowicz, hablando de un libro, mantuvo una conversación con la Nalkowska que
bien podía haberla tenido con la Ocampo.
"–Hay ahí un montón de observaciones excelentes, de distintos sabores y
saborcillos, una especie de cordialidad sui generis, ¿comprende?, algo
especial..., pero hay que entrar en ello, fijarse de cerca, buscarlo...; –Si
usted se pone a mirar con atención esta caja de cerillas, extraerá de ella
mundos enteros. Si va a buscar sabores en un libro, seguro que los encontrará,
porque está escrito: buscad y encontraréis. Pero un crítico no debería explorar
ni buscar, que se quede sentado con los brazos cruzados esperando que el libro
dé con él. A los talentos no hay que buscarlos con un microscopio, el talento
debería dar señales de vida él mismo haciendo doblar todas las campanas"
La Ocampo escuchó el doblar de las campanas en 1967, cuando Gombrowicz recibe el
Premio Internacional de Literatura, pero ya era tarde para ella.
[Imágenes: Victoria Ocampo y Zofía Nalkowska]
EL SENTIDO DE LOS SIGNOS
Ninguna moral general puede indicar lo que hay que hacer, no hay signos en el
mundo. Un jesuita, que Sartre conoció cuando estaba prisionero, era un hombre
notable. Entró a la orden porque interpretó que la vida secular no era para él.
En efecto, su padre murió cuando era un niño y lo dejó en la pobreza, a partir
de entonces sintió que sólo lo aceptaban por caridad. No tuvo éxito en las
distinciones que halagan a los niños y a los dieciocho años fracasó en una
aventura amorosa. En fin, a los veintidós años una gota desbordó el vaso,
reprobó su preparación militar.
Este fracaso era un signo, ¿pero un signo de qué? Podía haberlo interpretado
como una indicación de que debía hacerse revolucionario, pero juzgó la señal de
otra manera: no estaba hecho para los triunfos seculares, sólo los triunfos de
la fe le resultaban accesibles.
"Vio entonces en esto la palabra de Dios, y entró en las órdenes. ¿Quién no ve
que la decisión del sentido del signo ha sido tomada por él sólo?"
El jesuita de Sartre tomó los hábitos para enfrentar los infortunios de la vida,
en cambio, el protagonista de uno de los cuentos de Gombrowicz se hace
comunista.
Stefan
Czarniecki había nacido en una casa muy respetable. El padre, un hombre
fascinante y orgulloso, poseía unos rasgos que personificaban una estirpe
perfecta y noble. La madre andaba siempre vestida de negro con unos pendientes
antiguos como único adorno. Stefan se veía a sí mismo como un muchacho serio y
pensativo. Había en su vida familiar un solo punto oscuro, su padre odiaba a su
madre, no la soportaba, un enigma que lo condujo finalmente a la catástrofe
interior.
Se convirtió en un inútil inmoral, besaba la mano de una dama babeándola, sacaba
el pañuelo y se secaba la saliva mientras le pedía perdón.
A pesar de estas contrariedades Stefan fue un buen alumno, aplicado y puntual,
pero nunca gozó de la simpatía de los demás. En el recreo los alumnos cantaban:
–Uno, dos y tres, dos pan pan/ no hay judío que no sea un can/ Los polacos en
cambio son águilas de oro/ Uno, dos, tres, ahora le toca al loro. Stefan estaba
fascinado con estos versos pero debía apartarse de los otros chicos cuando
cantaban. No obstante los esfuerzos que hacía por resultarles agradable a ellos
y a los profesores con sus buenas maneras, lo único que conseguía era una
actitud hostil.
Stefan se enamoró de una joven pero ella no se daba por enterada.
Una mañana, después de haberle pedido consejo a sus compañeros de clase, venció
su timidez y le dio un pellizco; ella cerró los ojos y soltó una risita. Lo
había logrado. Se lo contó a sus compañeros y fue la primera vez que lo
escucharon con interés, acto seguido se precipitaron sobre una rana y la mataron
a golpes. Stefan estaba emocionado y orgulloso de haber sido admitido por los
jóvenes y presintió que empezaba una nueva etapa de su vida.
Para congraciarse aún más atrapó una golondrina y le rompió un ala, cuando se
disponía a golpearla con un palo un alumno le dio una bofetada en la cara. Como
no se defendió todos se lanzaron sobre él y lo aporrearon sin ahorrar escarnios
ni insultos. En el amor tampoco le iba nada bien, la joven pellizcada le hacía
recriminaciones porque era un consentido, un pequeño nene de mamá.
Stefan había comprendido finalmente que, si bien el padre era de raza pura, su
madre también lo era pero en el sentido contrario, el padre era un aristócrata
arruinado casado con la hija de un rico banquero.
Se imaginaba que las dos razas hostiles de los padres, ambas poderosas, se
habían neutralizado y habían parido un ratón sin pigmentación, un ratón neutro,
por eso no tomaba parte de nada a pesar de haber participado en todo, ése era su
misterio.
El horizonte político se volvía cada vez más amenazador y la joven cada vez más
nerviosa. La multitud en las calles, las tropas se desplazaban hacia el frente.
La movilización, los adioses, las banderas, los discursos. Juramentos,
sacrificios, lágrimas, manifiestos, indignación, exaltación y odio.
La amada de Stefan ni lo miraba, no tenía ojos más que para los militares.
Stefan afirmaba su patriotismo, participaba en juicios sumarios contra espías,
pero algo en la mirada de Jadwiga lo obligó a alistarse como voluntario en el
regimiento de ulanos. Atravesaban la cuidad cantando inclinados sobre el cuello
de sus caballos, una expresión maravillosa aparecía en el rostro de las mujeres
y sentía que muchos corazones latían también por él, y no entendía el porqué
pues no había dejado de ser el conde Stefan Czarniecki que era antes ni el hijo
de una Goldwasser, el único cambio era que ahora usaba botas militares y llevaba
en el cuello unas tiras color frambuesa.
La guerra era hermosa. Era precisamente la conciencia de ese esplendor la que le
proporcionaba las energías para combatir al implacable enemigo del soldado: el
miedo.
De cuando en cuando lograba colocar un tiro de fusil en el blanco preciso, y
entonces se sentía columpiado por la sonrisa impenetrable de las mujeres y hasta
le parecía que se ganaba el afecto de los caballos que hasta el momento sólo le
habían propinado coces y mordiscos.
Su regimiento estaba defendiendo con tesón por tercer día consecutivo una colina
en el frente, con la orden de resistir hasta la muerte. Fue entonces cuando cayó
un obús que le cortó de un tajo ambas piernas al ulano Kaeperski y le destrozó
los intestinos, pero el pobre, seguramente aturdido, explotó en una carcajada
convulsiva que Stefan tuvo que acompañar.
Cuando terminó la guerra y volvió a casa con aquella risa sonándole aún en los
oídos comprobó que todo lo que hasta entonces había sostenido su existencia
yacía hecho escombros. Buscó algo a qué aferrarse, pero ninguna moral general
podía indicarle lo que tenía que hacer, no había signos en el mundo, así que no
le quedó más remedio que volverse comunista.
La vida de Stefan tiene un cierto tono existencialista, angustiado y comunista
como Sartre pudiera tener un rostro como el aparece en este gombrowiczidas.
[Imagen: Jean-Paul Sartre}
EL PACIENTE
"A parte del hecho de que diera vueltas en torno a su órbita solitaria, era
capaz, en el momento de sus apariciones, de dar pruebas de un talento único para
desagradar. Hubiera podido escribir un libro sobre el arte de caer en desgracia.
No hacía como algunos aristócratas que se muestran groseros durante dos minutos
para liberarse para siempre de una persona molesta, sino que a veces se
entusiasmaba con sus maniobras de autodefensa y era capaz de alienarse a
personas que podrían admirarle y ayudarle. Ese demonio nunca lo abandonó(...)
"Me gustaría añadir, para rendirle un homenaje, que nunca lo he oído quejarse.
Este hombre que había escrito "Ferdydurke", que se había quedado sin nada,
encontraba probablemente más gracia y más lógica que nosotros en su propia vida.
El aristócrata podía ser incisivo, excesivo, antipático, pero no podía ser
amargo. Su respuesta no era el gruñido, ni la irritación, ni la resignación, su
respuesta era Gombrowicz"
Son palabras de Adolfo de Obieta, y ese exceso de antipatía que despertaba
Gombrowicz lo padeció el Paciente más que ningún otro hombre de letras
argentino, pero con resignación.
Cuando
apareció el "Diario argentino" escribió una nota excelente para la revista
"Sur". Después de unos años la Vaca Sagrada se la pidió como testimonio para su
"Gombrowicz en Argentine", pero no la publicó. De igual modo le mandó un
ejemplar dedicado a través de la Finada.
"Debo agradeceros los trabajos que os habéis tomado para enviarme el tomo del
repelente Gombrowicz, o como sea, aunque acaso hubiese sido mejor que
directamente se lo hubierais entregado a alguno de sus admiradores. No sé por
qué la señora Rita se tomó el trabajo de pedir mi autorización para publicar mi
artículo de "Sur" y, a última hora, decidió prescindir de él, pero no de alguna
carta de ese caballero en la que me alude con su habitual insolencia.
‘Está aquí González Lanuza que huye ante mí tal un conejo ante un león
embravecido, pero no tiene donde escaparse así que lo agarro y lo jodo’ (carta
desde Piriápolis, 14 de febrero 1963 a Mariano Betelú a quien en otras cartas le
llama ‘cariñosamente’ con el significativo sobrenombre de ‘Flor de Quilombo’!!!)
(...)"
"En verdad, cuando lo veía llegar con su estampa de antipático profesional, de
haber sido ello posible, mi primer deseo hubiera sido desaparecer, no por el
insensato temor conejil que me atribuía, sino por liberarme de la presencia de
su presuntuosa y presunta superioridad, que me producía, no temor, sino algo muy
distinto: aburrimiento. La pedantería siempre me ha resultado insoportable: era
bastante sintomática su preferencia por la inmadurez juvenil, no del todo
desprovista de cierto matiz pederástico"
Hay que decir, sin embargo, que el Paciente escribió hace más de cuarenta años
un buen texto sobre el "Diario argentino", que aventaja con holgura muchas
intervenciones posteriores. Algunos de sus pasajes nos muestran cuánta era la
paciencia que tenía ese pobre Paciente de Gombrowicz
"Erguido, con el aire de quien se ha tragado un asador y se siente feliz al no
acabar de digerirlo, sentado frente a su interlocutor, pero no del todo de
frente, sino de modo tal que su mirada forme un ángulo, no excesivo pero
evidente, digamos de unos quince grados, para que esa pequeña pero significativa
desviación señale las diferencia entre el ser y el no-ser, accediendo al
reconocimiento del semi-ser ajeno, no por caridad, sino por necesidades
intelectuales imprescindibles para no confesarse que está hablando a solas"
"Confiesa también que durante un tiempo se hizo pasar por conde. En realidad
habría que reprocharle la excesiva facilidad del embuste, pues su natural
empaque lo hace de una verosimilitud abrumadora. Padecí el flagelo de su
inteligencia, tan lúcida como inaguantable por su inmisericorde falta de
intermitencias, durante las largas tardes arruinadas por ella, de un verano
entero en mi retiro piriapolitano.
Llegaba con el confesado propósito de discutir conmigo. Ver disminuir la
numerosa soledad de mis pinos marítimos por la condescendiente presencia de un
caballero polaco que venía a imponerme su personal necesidad de training
intelectual
adjudicándome
una hipotética, y desde luego provisoria, existencia, sin otra finalidad que la
de cerciorarse de la indiscutible seguridad de la suya, no era para mí, ni desde
luego para mi mujer, un especial motivo de deleite (...)"
"No soy un excesivo cultor de lo que se llama "urbanidad". Lo declaro antes de
referir una anécdota reveladora de que a todo hay quien gane. Una de esas tardes
estaba en casa nuestro amigo Franco de Segni que preparaba una exposición de
"móviles", y que había hecho con algunos de sus modelos , unos graciosos dijes
de oro. Mi mujer tenía uno puesto cuando apareció el inevitable Gombrowicz. El
encuentro entre Franco y Witold no era de los fáciles. Para tratar de
facilitarlo, mi mujer se sacó el dije y se lo alargó al recién llegado,
diciéndole: –Es obra de nuestro amigo. Gombrowicz se limitó a tomarlo entre sus
dedos con la asqueada curiosidad con que podría haberlo hecho con un bicho poco
interesante, y tras muy breve silencio emitió su inapelable veredicto al tiempo
que devolvía el cuerpo del delito: –Inmoral. (...)"
"Una de sus fobias de entonces era Borges, que acababa de recibir el premio
Formentor, poco después adjudicado al propio Gombrowicz, y como conocía mi
admiración por su obra, procuraba estimular mi indolencia polémica con sus
ataques ingeniosamente malévolos de divertida arbitrariedad. De pronto se me
hizo sospechosa cierta actitud reticente que en vano trataba de ocultar lo ya
inocultable: –Gombrowicz –le dije– ¿Ud. ha leído a Borges?; –Naturalmente que no
–respondió imperturbable– ni pienso, con la pobre opinión que tengo sobre su
obra...
Nunca he oído dicterio más borgiano contra Borges, cosa nada extraña, pues en
materia de arbitrariedad es más lo que les asemeja que lo que les diferencia
entre sí"
La foto de Adolfo de Obieta es muy ilustrativa de la agilidad que tenía este
hombre de letras argentino para bailar con las ideas. El Paciente no se dejaba
fotografiar, no es que fuera tan feo, pero tenía unas orejas apantalladas con
las que no le gustaba aparecer. La prima donna de la foto es la Finada radiante
vestida de blanco, el Paciente aparece detrás de dos señoras, con la misma
actitud resignada que adoptaba cuando se encontraba con Gombrowicz.
[Imágenes: Adolfo de Obieta y Eduardo González Lanuza]
UN DALÍ SELVÁTICO
Las ideas de los gombrowiczidas no siempre son parecidas. En el mismo día y casi
a la misma hora recibí tres mails referidos al mismo asunto.
"Hoy salió en Página/12 un suplemento sobre WG. Es raro que no te hayan
convocado (...)"
"Asunto: GOMA TE DEJAN POR FUERA OTRA VEZ"
"Esta semana te mando dos ejemplares (ya que salió la misma tirada con dos tapas
distintas). Tiene algunas imperfecciones, pero creo que la edición es mejor que
la francesa.
El
mail de Rabanal se me traspapeló, y acabo de pedirlo a Página para ahorrar
tiempo, después te lo mando. Gracias por la buena onda"
El asunto que los junta es la aparición de la segunda versión española de "Gombrowicz
en Argentina", un libro de testimonios de la Vaca Sagrada. La primera tiene el
título de "Gombrowicz íntimo" y fue editada en 1987.
El hacedor de esta obra de bien es el Perverso, que de su puño y letra me está
diciendo que me va a mandar dos ejemplares del libro.
En el primero de los mails el Gran Ortiba se extraña de que no me hayan
convocado, pero esta extrañeza no tiene fundamento. Ni la Vaca Sagrada, ni el
Perverso, ni el Buey Corneta que se ocupó durante un tiempo del suplemento
cultural de Página 12, tienen razón alguna para haberlo hecho.
La presentación del Esquizoide es muy buena, habla de cosas que conoce muy bien,
habla de la película de Fischerman. Quería estar en la película de cuerpo
entero, tanto hizo que finalmente lo disfrazaron de mozo y apareció sirviéndonos
un café en la mesa.
La mafia rosarina organizó en el año 1986, utilizando a su más ilustre órgano de
prensa: la Universidad Nacional del Litoral, el Primer Encuentro Nacional de
Literatura y Crítica.
Allí se estrenó "Gombrowicz o la seducción", la película de Fischerman, y allí
conocí al Vate Marxista, al Buey Corneta y al Boxeador Amateur.
Los integrantes del film nos fuimos a comer de madrugada a un lindo restaurante.
Mientras Fischerman hablaba en una punta de la mesa de asuntos hasídicos e
iniciáticos, Rabanal y yo, en la otra punta, hacíamos una parodia teatral de la
película, en la que yo representaba el papel del virrey Sobremonte huyendo a
campo traviesa en un carruaje con las joyas de la corona, y él el papel de mozo.
El caso más curioso es el del Asunto, es decir, el de GOMA TE DEJAN POR FUERA
OTRA VEZ.
Su tema es parecido al del Gran Ortiba, pero este personaje le agrega un toque
de ironía a un hecho que tiene la elocuencia de todos los hechos. Su rostro
tiene un aire surrealista, algo así como un Dalí Selvático puesto en un
escritorio, como se puede apreciar en la foto de este gombrowiczidas,
acrecentando con este apodo el popular glosario de los motes.
Es un admirador incondicional de Gombrowicz, un gombrowiczida que nos hace
llegar su entusiasmo desde la lejana Venezuela. En el final de una nota sobre
Gombrowicz muy bien escrita reconoce una verdad amarga.
"Si hubiese leído a Gombrowicz a los quince años de seguro no me hubiese
convertido en un semiautor, en una tía cultural que escribe para los periódicos,
pero así es la vida"
[Imagen: Carlos Yusti]
LA POESÍA
"A casi nadie le gustan los versos y el mundo de la poesía en verso es un mundo
ficticio y falseado"
Esta es la tesis de la conferencia que dio Gombrowicz en la librería Fray Mocho
el 28 de agosto de 1947. Nos contaba que fue una reunión tumultuosa, los poetas
presentes se empezaron a alterar, reaccionaron con insultos y un viejo poeta le
revoleó su bastón. Las palabras que pronunció resultaron tan elocuentes que
Nowinski se decidió y lo empleó en el Banco Polaco a fines de ese año en el que
hacía su segundo debut su obra más querida: "Ferdydurke". Gombrowicz dice en
"Contra los poetas" algo que ya le había manifestado a su profesor de polaco en
el liceo y que ya había escrito en "Ferdydurke", que los versos no le gustaban
en absoluto y que lo aburrían, una afirmación que va contra la poesía en verso y
no contra la poesía que aparece mezclada con otros elementos más prosaicos, como
en los dramas de Shakespeare, en la prosa de Dostoyevski y en una corriente
puesta de sol.
El
lenguaje de los poetas es para Gombrowicz el menos interesante de todos y la
manera en que los poetas hablan de sí mismos y de su poesía es ridícula y del
peor estilo.
Como prueba de la falsedad de los embelesos que algunas veces despierta el arte
cuenta cómo después de asegurarse el falso aplauso de un grupo de expertos
presentes y anunciar que iba a interpretar música moderna empezó a aporrear las
teclas del piano sin la menor idea de lo que estaba haciendo y, sin embargo,
tuvo éxito. En la conferencia decide utilizar el método experimental
inspirándose en Bacon para sacar a la superficie las supercherías de los vates y
de los que se encantan con sus creaciones. Combina frases y fragmentos de frases
de un poeta construyendo de esa manera un poema absurdo que lee a un grupo de
fieles y despierta en ellos el arrobamiento general.
Los interroga también sobre algún detalle de poemas verdaderos y constata que no
los habían leído enteros. De estos experimentos saca la consecuencia de que el
deleite que produce la precisión matemática de la palabra poética no es
verdadero. La misa poética se desenvuelve entonces en un vacío total.
Se dedica a continuación a analizar los materiales con los que se construye la
poesía versificada y descubre lo que da en llamar un exceso que cansa. Un exceso
de palabras poéticas, un exceso de metáforas, un exceso de sublimación, un
exceso de condensación y un exceso en la depuración de todo elemento
antipoético, de todo lo cual resultan unos versos que se parecen a un producto
químico. A lo largo de los siglos los poetas se multiplicaron y su postura se
volvió cada vez más rígida, dejaron de cantar para las multitudes y empezaron a
cantar para ellos mismos con una vanidad constante de continuo perfeccionamiento
de lo que surgió una pirámide cuya cumbre alcanza los cielos.
Lo que debió ser una elevación momentánea de la prosa se convirtió en una
profesión y hoy en día se es poeta igual que se es ingeniero o médico.
Los poetas se han vuelto unos esclavos que no pueden expresarse a sí mismos
porque tienen que expresar el verso y este estilo definido que se forma por
eliminación es en el fondo un empobrecimiento. No debemos permitir que una
postura reduzca nuestras posibilidades convirtiéndose en una mordaza, debemos de
vez en cuando interrumpir nuestra laboriosa creación de la belleza para
comprobar si lo que creamos nos expresa.
Ningún
poeta es exclusivamente poeta y en cada uno de ellos vive un no poeta que no
canta y a quien no le gusta el canto puesto que el hombre es más vasto que el
poeta. El estilo surgido entre los adeptos a una misma religión muere en
contacto con la multitud de los infieles, es incapaz de defenderse y de luchar,
es incapaz de vivir una vida verdadera pues el arte debe formarse en contacto
con el enemigo.
La impotencia ante la realidad caracteriza de manera contundente el estilo y la
postura de los poetas, pero el hombre que huye de la realidad no encuentra apoyo
en nada y se convierte en un juguete de los elementos. La metáfora privada de
cualquier freno se desencadenó hasta tal punto que hoy en los versos no hay más
que metáforas. Esta postura religiosa también ha hecho estragos en la prosa, la
eminencia y la grandeza de obras como el "Ulises" de Joyce se realiza en el
vacío, son libros que nos resultan lejanos, inaccesibles y fríos puesto que
fueron escritos con el pensamiento puesto en el arte y no en el lector. Es una
prosa nacida del mismo espíritu que ilumina a los poetas y, por su esencia, es
una prosa poética.
"¿Monjes? Eso no quiere decir que yo sea adversario de Dios ni de sus órdenes
religiosas. Pero incluso la religión muere desde el momento en que se convierte
en un rito. Realmente, sacrificamos con demasiada facilidad en estos altares la
autenticidad y la importancia de nuestra existencia"
El Asiriobabilónico Metafísico le da su versión al Dandy sobre lo que ocurrió en
la conferencia que Gombrowicz dio en el Fray Mocho.
"En una reunión, el conde pederasta y escritorzuelo Gombrowicz declara: ‘Yo voy
a decir un poema. Si en cinco minutos nadie propone otro tendrán que reconocer
que soy el más grande poeta de Buenos Aires». Recita: –Chip Chip llamo a la
chiva (Scherzo, no desprovisto de ironía, porque chip chip se usa para llamar a
las gallinas). Mientras copiaba yo al viejo rico (Parte descriptiva. No
significa ‘remedaba yo al viejo rico’ sino ‘copiaba a máquina lo que el viejo
rico dictaba’) Oh rey de Inglaterra ¡viva! (Castañeteos. Exaltación patriótica).
El nombre de tu esposo es Federico.(Dénouement aristotélico).
Córdova Iturburu trató de leer algo, pero no encontró las papeletas. Gombrowicz
se declaró rey de los poetas. El marido de Wally Zenner, radical de FORJA,
tembló de indignación y estuvo a punto de proceder"
[Imagen: James Joyce y Jorge Luis Borges]
LA REDUCCIÓN EIDÉTICA
Una noche, en la Fragata, el Alemán y Gombrowicz discutían, y dale que te dale,
si la reducción eidética era la condición que hacía posible la reducción
trascendental, es decir, la fenomenológica. De repente, Gombrowicz nos propone
que miremos la puerta y que tratemos de presentir lo que ocurrirá en el instante
siguiente, que de esta manera nos convertiríamos en el ente que transforma lo
desconocido en conocido: –¿Eh, qué tiene que ver esto con la reducción
eidética?; –No, nada, es una idea de Berkeley.
Después de aquella noche en muchas otras ocasiones nos propuso que entráramos en
este trance metafísico temporal.
"Desde hace algún tiempo (y quizá a causa de la monotonía de mi existencia en
Salsipuedes) me invade una curiosidad que jamás había experimentado con una
intensidad tan acusada, la curiosidad por lo que va a ocurrir dentro de un
momento. Ante mis narices hay un muro de tinieblas del que surge el más
inmediato 'en seguida' como una amenazadora revelación. A la vuelta de esta
esquina...¿qué habrá? ¿Un hombre? ¿Un perro? Y si es un perro, ¿con qué forma,
de qué raza? Estoy sentado a una mesa y dentro de un instante aparecerá una
sopa, pero...¿qué sopa? Esta sensación tan fundamental hasta ahora no ha sido
debidamente tratada por el arte: el hombre como un instrumento que transforma lo
Desconocido en lo Conocido no figura entre sus protagonistas principales"
Este paso de lo desconocido a lo conocido es una idea recurrente de Gombrowicz
que se encuentra presente en toda su obra creativa, pareciera que su mundo
funcionara efectivamente como el de Berkeley. El obispo irlandés, con una
audacia extraordinaria, plantea el problema de la existencia de una manera
increíble.
"Existo yo y lo que yo percibo, pero más allá de lo que yo percibo no existe
nada"
Visiblemente, hay aquí un terrible juego de palabras, porque la mente humana
espontánea y naturalmente es realista, es decir, pone primero la existencia en
sí y por sí de las cosas, y luego su percepción por nosotros. Pero Berkeley
afirma que la tesis natural es la suya, porque ser, para cualquiera, es
precisamente ser tocado con las manos, visto con los ojos y oído con los oídos.
El idealismo subjetivo de Berkeley tiene un parentesco con la actitud
fundamental de Gombrowicz: el agrandamiento del yo. Gombrowicz se puso más allá
de la muerte con el agrandamiento de su yo.
"¿Podré morir como los demás?, ¿y cuál será después mi suerte?"
Él siente que su rasgo más distintivo respecto a los demás es la importancia que
le ha dado a su persona.
"Me agiganto, ¿hasta qué límite?"
Esta función de agrandamiento del yo no le puede ser indiferente a la
naturaleza, así que supone que su suerte después de la muerte deberá ser
distinta a la de los otros.
La
importancia que le da a su yo en el "Diario" es continua y no tiene altibajos,
su yo no podía crecer ni siquiera un milímetro más por la forma que le da a este
género literario desde el principio: lunes. Yo; martes. Yo; miércoles. Yo;
jueves. Yo.
Una actitud tan drástica sólo la podemos encontrar en Fichte que concibe el yo
como la realidad anterior a la división en sujeto y objeto, como la realidad que
se pone a sí misma y, con ello, pone a su opuesto, es decir a lo que no es yo,
al no-yo
"La elección que haré está vinculada con el lugar que ocupo en el mapa literario
mundial. Estoy en el punto donde se desencadena la lucha por defender el Yo,
donde ese Yo tiende a afirmarse y a intensificarse, en busca de la Inmortalidad"
Milosz dice que Gombrowicz se consideraba tan gran escritor que los demás no
podían llegarle ni a la suela de sus zapatos.
Si el mundo existe como yo lo percibo o como una realidad anterior a la división
en sujeto y objeto, no son asuntos que le hayan quitado el sueño a Gombrowicz,
pero sí se lo quitó la consecuencia que se desprende de ellos: el carácter
originario de su yo.
El yo es una idea poderosa porque es el origen de todas las cosas, y también por
la grandeza que puede alcanzar ese yo en la forma de una personalidad. Que el yo
sea el origen de todas las cosas es una cuestión a la que le sale al paso Martín
Buber cuando lee "El casamiento".
"Si, no obstante, lo que ocurre, sucede no entre M y N, sino entre M y un mundo
cuya existencia está en el poder de su imaginación, el resultado puede ser
irónico o paradójico, satírico o burlesco, todo menos dramático. No existe drama
donde la resistencia del otro no es real; el psicodrama no es un drama porque el
otro que se encuentra en el fondo del alma, como espejismo o imagen, no es y no
puede ser una persona"
Ninguno de los protagonistas de la obra de Gombrowicz tiene grandeza, el autor
no permite que la tengan, la grandeza la reserva para su obra, es decir,
justamente para el autor, es decir, justamente para su yo.
Una crítica frecuente que suele hacérsele a Gombrowicz es la importancia que le
ha dado a su yo en los diarios, pues el yo de Gombrowicz y Gombrowicz son una y
la misma cosa aunque a veces no lo parezca.
En los diarios su egotismo se vuelve consciente, metódico, disciplinado,
altamente desarrollado y distante, es decir, objetivo. En esta cuestión del ego,
yo me pongo del lado de Gombrowicz y de Berkeley, sólo podemos ver el mundo con
nuestros propios ojos y pensar con nuestra propia razón, siendo ésta una
condición que no pueden sortear ni los grandes ni los pequeños.
Si alguien reconoce la superioridad de otro lo hace sólo con su propio juicio.
El hecho de que cada uno de nosotros quiera ser el centro del mundo y su propio
juez choca de manera evidente con el objetivismo que nos obliga a reconocer
mundos y puntos de vista ajenos. Pero el punto de partida de Gombrowicz, como
también del existencialismo, no es el objeto sino el sujeto.
[Imagen: George Berkeley]
EL BOXEADOR AMATEUR
Cuando "Curso de filosofía en seis horas y cuarto" llegó a Buenos Aires, el
Boxeador Amateur, uno de los hombres de letras gombrowiczidas argentinos más
ilustres, publicó una nota de un tono decididamente ditirámbico y heroico, por
lo menos en lo que respecta a su primer y último párrafo.
"En seis horas, diseminadas entre el 27 de abril y el 29 de mayo de 1969, Witold
Gombrowicz llevó a cabo, sin saberlo, una de las obras más prodigiosas y
disparatadas de su vida intelectual"
"Sócrates, después de la cicuta, conversando con sus discípulos sin rebajarse a
aceptar el consuelo de la inmortalidad del alma, no me parece más probo, más
sereno, más estoico, que el hombre que improvisó estas lecciones, para dos
personas, unos días antes de la muerte"
En presencia de los extremos de un panegírico tan promisorio pensé que este
hombre de letras era la persona más indicada para hablar de Gombrowicz en la
Feria del libro en el año de su centenario.
Cuando
lo visitamos en su casa de la calle Hipólito Irigoyen, una casa acogedora y
espléndida, el Pequeño K se llevó una buena impresión de su mujer pero una no
tan buena del Boxeador Amateur. El malestar empezó frente a un tablero de
ajedrez muy bonito que se exhibía en la entrada, pues mientras el dueño de casa
coqueteaba con sus conocimientos de la apertura española y sus variantes, no
tomaba en cuenta los comentarios que le hacía el Pequeño K sobre que yo había
sido amigo de Miguel Najdorf y alguna partida le había ganado.
A medida que pasaba el tiempo el polaco fue cayendo en la cuenta de que el
Boxeador Amateur se interesaba mucho más en su propia grandeza que en la de
Gombrowicz y que delegaba en la Vasca el conocimiento del que, en verdad, era el
motivo de nuestra visita.
Yo estaba preocupado, en cambio porque, fuera de quien fuere ese conocimiento,
me empezó a parecer que estaba colgado de alfileres, los recuerdos más frescos
que tenía el Boxeador Amateur sobre Gombrowicz se referían a "La virginidad" y a
sobre cómo al final del relato los dos protagonistas empiezan a roer un hueso.
Para colaborar con el buen desempeño del Boxeador Amateur en la mesa redonda de
la Feria del libro, se me ocurrió proponerle la lectura del manuscrito de "Gombrowicz,
este hombre me causa problemas" de modo que convinimos en que se lo traería para
nuestro próximo encuentro.
El Pequeño K quedó disgustado y esta vez no quiso acompañarme, yo le reproché
esta decisión sin presentir ni por un momento lo que iba a pasar al día
siguiente.
Cuando llegué a su casa de Hipólito Irigoyen, la Vasca me dice que está en el
medio de una entrevista filmada y que no puede atenderme, y cuando le pregunto
por el Boxeador Amateur, me dice que estaba con una afonía imposible. Me retiré
muy disgustado y le manifesté que eran un par de maleducados. Con la sensación
de que la participación del Boxeador Amateur se había malogrado regresé a mi
casa.
Sin embargo, ese mismo día, la Vasca habló con mi mujer para que intercediera en
el conflicto y se ofreció a pasar por mi casa para retirar "Gombrowicz, este
hombre me causa problemas", proposición que yo no acepté.
La Vasca, de igual manera, prometió que para el día de la mesa redonda tanto
ella como el Boxeador Amateur estarían allí muy emperifollados, pero el día de
la mesa redonda, el matrimonio faltó a la cita.
Algunas veces recuerdo con alegría las jornadas del centenario de Gombrowicz,
pero hay una entre todas que me quedó atravesada en la garganta.
Cuando en la mesa redonda de la Feria del libro una persona del público le
preguntó a los expositores por qué no estaba allí Abelardo Castillo tal como
estaba anunciado en el programa, la ira se apoderó de mi palabra.
"Como en tantas otras cosas de la historia de la humanidad existen dos
versiones, las autoridades de la Feria del Libro se manejan con una crisis renal
y nosotros los expositores nos manejamos con la gloria, una razón no menos
atendible que los riñones (...)"
"La conferencia que Castillo pronunció ayer en la inauguración del
acontecimiento más importante del mundo de la cultura fue apoteótica, aplaudido
por un público emocionado que se había puesto de pie durante largos minutos, lo
alzaron y lo llevaron en andas como a un guerrero romano. Los laureles que
coronaron la cabeza de Castillo estaban muy altos, había alcanzado una gloria
que no debía ponerse en juego con la vida de todos los días, y la ponencia que
tenía que compartir con nosotros no se veía desde allá arriba"
El Boxeador Amateur dio sus primeros pasos en la literatura cambiando golpes
sobre el ring en el gimnasio que el padre tenía en su casa de San Pedro. Un
rastro de esos golpes que recibió de joven quedaron marcados en su nariz, como
bien puede apreciarse en la foto de este gombrowiczidas, y no son pocos los que
piensan que también dejaron una huella imborrable en su manera de escribir.
[Imagen: Abelardo Castillo]
EL CUERPO VESTIDO
Con la aparición de Ferdydurke Gombrowicz decide publicar una revista a la que
llamó "Aurora". Aurora formaba parte de aquellas palabras e ideas, como Poesía
Pura y Perfección, contra las que Gombrowicz combatía.
La revista era un panfleto escrito en plan humorístico, una farsa estudiantil,
teatral y vulgar. En esta revista Gombrowicz hace una publicidad canina
distribuida armoniosamente a lo largo de todo el texto, y sigue ejercitándose en
su aspiración central: la destrucción de la forma en todas sus formas.
Para destruir la forma de la palabra recurre a un relato en el que un escritor
escrupuloso va ajustándose estrictamente a los cánones de las palabras y termina
transformando el lenguaje de los protagonistas, una señora y su mucamo, en un
griterío de gallinas.
La majestad rotunda del cuerpo vestido era un gran enemigo de Gombrowicz. Las
partes del cuerpo que aparecen en "Ferdydurke", entre las que reina el culo,
deben ser desacreditadas, y no hay recurso al que no eche mano en esta novela
para conseguir este propósito.
En "Aurora" se vale de un pequeño número teatral para mostrar qué cosas ocurren
cuando la majestad rotunda de un cuerpo vestido decide desnudarse.
La acción se desarrolla en un banquete muy distinguido entre dos personajes: el
Orador y el Público.
El Orador: L’eternel sourire dans lequel la grace et l’ingence... (y se quita la
corbata).
El Público: algo extrañado.
El Orador: La clarte de la pensee et l’insuperable exprit de la mesure... (y se
quita los zapatos).
El Público: más extrañado.
El Orador: L’elegance exquise et le charme... (y se quita el saco)
El Público: muy extrañado.
El Orador: La distinction, le tact et la finesse unies au bon gout... (y se
quita los pantalones).
El Público: se levanta.
El Orador: La cravate, le veston, les bottines et les pantalons... (y se quita
todo lo demás). Telón.
Casi veinte años después de la aparición de "Aurora", de la que se editó un solo
número, Gombrowicz confronta otra vez, ahora en los diarios, al refinamiento de
las máscaras humanas con la desnudez.
El
relato que hace en los diarios sobre el día en que se bajó los pantalones en un
restaurante de París, no parece cierto –no era capaz de ponerse un traje de baño
cuando iba a la playa–pero las consecuencias que saca no están del todo mal.
Estaba almorzando en un local muy distinguido a orillas del Sena conversando
animadamente con gente del ambiente literario: –¡Quién es ese escritor; –Es un
escritor eminente; –Sí, eminente, pero ¿quién es?; –Viene del surrealismo y se
pasó al objetivismo; –Muy bien, objetivismo, pero ¿quién es?; –Pertenece al
grupo Melpomène; –No tengo nada en contra de Melpomène, pero ¿quién es?; –Una
combinación de géneros: el argot con una metafísica de elementos fantásticos;
–Sí, la combinación me parece bien, pero ¿quién es?; –Cuatro años atrás le
concedieron el Prix St. Eustache..., y tú cómo te consideras; –Yo no soy
escritor, ni miembro de nada, ni metafísico ni ensayista, soy yo mismo, libre,
independiente, vivo...; –Ah, sí, eres existencialista.
Los contertulios estaban turbados con la mirada ingenua de Gombrowicz que les
traspasaba la ropa, y es aquí cuando decide hacer el experimento crucial: se
empieza a bajar los pantalones:
"(...) cundió el pánico, salieron rajando por puertas y ventanas. Me quedé solo.
El restaurante estaba desierto, hasta los cocineros habían huido... Sólo
entonces me di cuenta de lo que estaba haciendo, de lo que pasaba..., y me quedé
así, hecho un tonto, con una pernera puesta y la otra en la mano"
El Príncipe Bastardo lo ve en esa posición ridícula y entra al restaurante:
–¿Qué pasa? ¿Te has vuelto loco?; –Empecé a desvestirme y todo el mundo se dio a
la fuga; –Eres un insensato, ¿a quién pensabas asustar con la desnudez? En
ningún lugar del mundo encontrarás tanta afición por quitarse la ropa como aquí.
Te has encontrado con unos conejos, yo te traeré unos leones que aunque bailes
en cueros sobre la mesa no moverán una pestaña.
Hicieron una apuesta al estilo de los caballeros polacos del el siglo
diecinueve. Los invitados que llegaban a la casa del Príncipe Bastardo estaban
imperturbables hasta que llegaron a los postres y Gombrowicz se empezó a quitar
los pantalones; –Excúsennos, por favor, la hora, se nos hace tarde. Gombrowicz y
Kot se miraron: –No es posible que se hayan asustado, si es su especialidad.
"Observa, la cosa es que esa gente, incluso al desnudarse se viste, y la
desnudez sólo significa para ellos unos calzones más. Pero cuando yo me he
bajado sin más los pantalones, les ha dado un soponcio, más que nada porque no
lo he hecho según Proust, ni a lo Jean Jacques Rousseau, ni según Montaigne o en
el sentido del análisis existencial, sino simplemente para quitármelos"
Era muy difícil pescarlo a Gombrowicz sin saco, pero en la foto aparece sin saco
y sin corbata, aunque no parece puesto en una situación cercana a la del
banquete en "Aurora", ni a la del restaurante de París.
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