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El negro en el Río de la Plata  |  Los negros-africanos en la historia argentina  |  Lucas Fernández, precursor del socialismo
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“En la Argentina el discurso de la nacionalidad siempre se basó en el mito de nación blanca”

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¿Qué pasó con los negros?

Por Felipe Pigna

Para una sociedad, como la argentina, que se considera a sí misma “amplia” y “para nada racista”, basta una palabra para poner en claro los límites de esa noción: negro.

El uso peyorativo del término, que viene de la colonia y continúa en las clases “medias” y “altas”, es una prueba más que suficiente. Pero, además, el tratamiento histórico de la población de origen africano y sus descendientes (a pesar de lo mucho que se ha investigado y publicado en las últimas décadas) sigue mostrando una de las formas del racismo: la negación o desvalorización de su presencia y del papel que jugaba en la sociedad, el ocultamiento de la explotación, la negación de la dignidad más elemental a la que se veía sometida, y desde ya, el esconder bajo la alfombra los datos sobre las riquezas que se acumularon a costa de la esclavitud de los seres humanos de origen africano. Se trata de hacer desaparecer toda una historia, silenciarla, volverla invisible o, como dice el arqueólogo urbano Daniel Shávelzon, “transparente”. 1

Ya el primer paso en este ninguneo histórico se dio durante los orígenes mismos del tráfico de esclavos, cuando para someterlos se les negó toda particularidad humana que no fuese el color de piel. Así como los conquistadores convirtieron en indios a los pueblos originarios de América, la gran diversidad nacional, idiomática, cultural y política de los habitantes del África subsahariana fue suprimida de un plumazo para convertirlos en negros, “infieles” a los que las bulas papales autorizaban a esclavizar y emplear a modo de “animales de trabajo”. Una pregunta recurrente es cómo, de una sociedad que a comienzos del siglo XIX tenía entre el 30 y casi el 60 por ciento de población descendiente de africanos, según las regiones, pasamos a fines de ese mismo siglo e inicios del siguiente a la “desaparición de los negros”, que ya por entonces señalaban tanto quienes se alegraban de ella como quienes la lamentaban. Se estima que a comienzos del siglo XX, apenas entre el 2 y el 3 por ciento de la población argentina reconocía su ascendencia africana.

Tradicionalmente se dan como principales causas su exterminio, como “carne de cañón”, en las guerras de la Independencia, las civiles que vinieron luego y, en particular, la del Paraguay (1865-1871), a lo que se sumaron las epidemias de cólera (1861) y de fiebre amarilla (1871) que provocaron gran mortandad entre los más pobres, incluidos los afroargentinos.



CEPAL - Afrodescendientes y la matriz de la desigualdad social en América Latina - Descargar PDF.

Aunque ambas causas tuvieron un papel importante, hay otras de las que suele hablarse bastante menos y que ocultan la herencia racista de la Argentina. En esa sociedad donde, supuestamente, “los esclavos eran bien tratados por sus amos”, hay dos datos que llaman poderosamente la atención de los investigadores: la baja tasa de natalidad entre la población de origen africano, tanto esclava como liberta, y su altísima tasa de mortalidad, no solo como producto de guerras o brotes epidémicos, sino en situaciones “normales”. 2 Las razones tienen que ver con el grado de explotación a que se veían sometidos, las restricciones a su libertad (incluso en el caso de los libertos) y, en consecuencia, las pésimas condiciones de vida. Para tener una idea, más de quince años después de la “libertad de vientres”, la mortalidad de los recién nacidos entre la población de origen africano casi duplicaba la de los “blancos”, alcanzando en 1828 la pavorosa cifra del 44,24 por mil. Pero, además, la natalidad era muy baja, incluso en comparación con otras sociedades latinoamericanas. Los amos evitaban a toda costa el casamiento de un esclavo, al igual que el embarazo de una esclava, con el argumento de que esto le impedía “prestar todos los servicios para que fue comprada”, además del riesgo de morir en “un mal parto”. 3 En esa sociedad racista, a los amos les resultaba más “económico” reemplazar con nuevas importaciones de seres humanos la escasez de nacimientos y la alta proporción de muertes. Una prueba de ello es que el padrón levantado por orden del director Alvear en 1815 mostraba que más del 70 por ciento de los negros que habitaban entonces en la campaña bonaerense eran nacidos en África, es decir, esclavos traídos recientemente. Hasta comienzos del siglo XIX, cuando los Álzaga, Sarratea o Martínez de Hoz podían seguir trayendo “piezas de Indias” desde África y Brasil, su proporción en la población rioplatense se mantuvo alta.

Pero a partir de 1807 los ingleses tomaron medidas para impedir el tráfico internacional de esclavos. Sus motivos no eran para nada humanitarios. La política británica de cortar el tráfico negrero, para generalizar la explotación más “racional” del trabajo mediante el salario, y desde 1813 el fin de la trata (implícitamente incluido en el decreto de la Asamblea General Constituyente) llevaron a que en las décadas siguientes la presencia africana empezara a mermar aceleradamente en las para entonces Provincias Unidas.

Sobre esa realidad actuaron las guerras que casi acabaron con la población africana masculina, las grandes epidemias de la segunda mitad del siglo XIX y, por falta de hombres de la propia comunidad, un mayor “mestizaje”. En una sociedad que mantenía sus rasgos racistas, donde los negros tenían más que limitado su acceso a la educación, a los cargos administrativos y políticos y, en general, a toda forma de “sociabilidad” que no fuese la de sus propias instituciones de ayuda mutua, como las “naciones” organizadas por descendientes de africanos, que tuvieron un gran desarrollo en Buenos Aires entre fines del período rivadaviano y la caída de Rosas, fueron las primeras asociaciones de “socorros mutuos” de nuestro país. Además de reunir fondos para comprar la libertad de esclavos, ayudar a viudas, huérfanos y enfermos, estas sociedades mantuvieron el acervo cultural afroamericano, en sus “tangos” y “candombes”. Muchos de sus descendientes se fueron “acriollando”, en la mayoría de los casos negando u olvidando su herencia africana.

Y aunque muchos argentinos lo olvidemos a diario, zamba, milonga y tango (por no hablar de malambo, kilombo o candombe) son voces afroamericanas, como el origen de esas músicas, tan argentinas como nuestra morocha.

Referencias:
1 Daniel Shávelzon, Buenos Aires negra. Arqueología de una ciudad silenciada, Buenos Aires, Emecé, 2003.
2 Véanse, por ejemplo, los artículos de Marta Goldberg, “Mujer negra rioplatense”, en Lidia Knecher y Marta Panaia, La mitad del país. La mujer en la sociedad argentina, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1994, y en coautoría con Silvia C. Mallo, “La población africana en Buenos Aires y su campaña. Formas de vida y subsistencia. 1750-1850”, Temas de Asia y de África, vol. 2, Buenos Aires, 1994.
3 Silvia Mallo, “La libertad en el discurso del Estado, de amos y esclavos”, Revista de Historia de América, vol. 112, México, 1991.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar
 


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En la línea de fuego: Los negros y las políticas de negación

Por Luz Marina Mateo
Departamento África del Instituto de Relaciones Internacionales de la UNLP

Los negros constituyeron un porcentaje muy importante de las milicias que defendieron la ciudad de Bs. As. ante los ingleses y de los ejércitos que sostuvieron las luchas de la independencia. Sin embargo, fueron las víctimas de la primera gran masacre de nuestra historia

Los negros comenzaron a llegar a Latinoamérica en los siglos XV y XVI con la esclavitud, que ha sido el instrumento por excelencia para servir a las necesidades de mano de obra de los colonos europeos, en este caso de las coronas española y portuguesa. Fueron la fuerza de trabajo en los albores del capitalismo. En nuestro país fueron afectados a tareas rurales, venta ambulante y servicio doméstico.

Según un censo de 1778, en Santiago del Estero el 54 % de la población era negra, en Catamarca el 52 %, en Salta el 46%, en Córdoba el 44%, en Tucumán el 42%, en Buenos Aires el 30%. Los africanos y los afro-argentinos participaron activamente en la lucha independentista argentina. Durante la vigencia de la esclavitud, la Ley de Rescate obligaba a cada propietario de esclavos a dar 2 de cada 5 para el servicio de armas. Y por otro lado se les prometía la libertad a los que estaban 5 años en el servicio militar.

El problema era que nunca alcanzaban a cumplir ese plazo, los mataban antes. En 1801 ya había formaciones milicianas -las compañías de pardos y morenos- que durante las invasiones inglesas tuvieron activa participación en la defensa de Bs. As. Cuando San Martín viene de España y se hace cargo del ejército del norte, de los 1200 hombres con que contaba, 800 eran negros libertos. Todas las milicias tenían hombres afro-argentinos -incluyendo al heroico Sargento Cabral- y hubo cantidad de coroneles negros. Por eso, la militarización y el estado de belicosidad permanente del país, y la guerra del Paraguay en particular, hizo que gran cantidad de negros y de afro-argentinos desparecieran por estar en la primera línea de fuego. Una de las naciones del Buenos Aires del siglo XIX- la nación Mayombé- quedó sin hombres porque todos murieron sirviendo en el ejército de Rosas.

La abolición de la esclavitud llega con la libertad de vientres en 1813 y, posteriormente, con la Constitución de 1853. Tuvo sus contrarios antes de ser sancionada: los propietarios y la mayoría de las familias ilustres de Bs. As. conformaban lo que se conocía como el partido esclavista, que incluía apellidos como Martínez de Hoz. Acasusso, Warnes, Lavallol y Necochea. La abolición, si bien fue muy importante, quedó en una libertad formal; como a los que habían sido favorecidos por esa medida no se les dio las herramientas necesarias para poder iniciar una vida autónoma, la mayoría terminó volviendo a su vida anterior, sometidos al poder y dinero de sus patrones, o mendigando en las calles.

En Buenos Aires, la epidemia de fiebre amarilla de 1871 tuvo efectos devastadores. Por entonces los negros vivían en las zonas del sur de la ciudad en condiciones paupérrimas. El ejército valló esos barrios para que no pasaran a los barrios de los blancos que era donde estaba la capacidad de atención médica de la fiebre amarilla. Esto contribuyó muy fuertemente a la disminución importantísima de los negros del Buenos Aires del siglo XIX.

Los negros fueron las víctimas de la primera de las cuatro grandes masacres de nuestra historia (la segunda fue la de los originarios en la Conquista del Desierto, la tercera fue la de los obreros de la Patagonia en 1921 y la cuarta corresponde a la dictadura militar de 1976).

Argentina decidió desde sus albores ser la Europa de América y, por lo tanto, blanca.

Sarmiento, por ejemplo, planteaba: “Llego feliz a esta Cámara de Diputados donde no hay gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir patriotas”. Estas políticas de blanqueamiento y de negación de la presencia negra se mantienen hasta el día de hoy. En 1994, el entonces presidente Menem decía: “En Argentina no hay discriminación porque no hay negros. Ese ´problema´, sí lo tiene Brasil”.

Decir que en la Argentina de hoy no hay negros es una falacia. Hay descendientes de aquellos que vinieron como esclavos, hay descendientes de los que vinieron con las oleadas inmigratorias europeas de fines del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX (es decir, los caboverdianos) y están los inmigrantes que han venido desde los estados colapsados o fallidos del África, a partir de la caída del muro del Berlín.

Las políticas de negación intentan ocultar esta presencia y las importantes contribuciones de los negros y afro-argentinos no sólo en las guerras de la independencia, sino también en la vida económica y en la cultura de este país.


"Las esclavas de Bues. Ays. [Buenos Aires] demuestran ser libre y Gratas a su Noble Libertador". La obra pertenece a D. de Plot, pintor activo durante la época de Rosas, quien la firma en el ángulo inferior derecho, consignando además el año, 1841. Se trata de un óleo sobre género y pertenece a la colección del Museo Histórico Nacional. Dimensiones: 149 x73 cm.


LOS NUEVOS DATOS, SOBRE LAS POBLACIONES INDIGENA Y AFRODESCENDIENTE Y LAS FAMILIAS HOMOPARENTALES

Lo que el Censo ayuda a visibilizar

Según las cifras difundidas ayer, en el país hay un millón de personas que se reconocen como indígenas. En más de 60 mil hogares hay al menos una persona que se asume afrodescendiente. Y hay unas 25 mil familias formadas por parejas del mismo sexo.

El 92 por ciento de la población afrodescendiente nació en la Argentina y un 8 por ciento, en el extranjero.
Imagen: Télam

Por Pedro Lipcovich

Cerca de un millón de personas se reconocen como indígenas en la Argentina. En más de 60.000 hogares hay personas que se reconocen como afrodescendientes. Y casi 25.000 hogares están formados por parejas del mismo sexo. Así lo dio a conocer el Indec, a partir del Censo Nacional de Población 2010. Por primera vez, un censo preguntó sobre estas cuestiones. Se admite que todavía existe subregistro, ya que, por prejuicios personales y sociales, muchas personas no se autorreconocen en estas categorías, cuya visualización, de todos modos, va en aumento: en 2004, una encuesta sobre pueblos indígenas señaló sólo 650.000 personas que se reconocían como tales. La mayor parte de los que se autorreconocen como indígenas pertenecen a los pueblos mapuche y colla y residen en las provincias de Chubut, Neuquén y Jujuy. En cuanto a las parejas del mismo sexo, la mayor proporción vive en la Ciudad de Buenos Aires. Y la mayor parte de los afrodescendientes viven en la provincia de Buenos Aires, especialmente en el conurbano.

Según el informe del Indec, “la cantidad de personas descendientes de pueblos originarios que se declararon en el Censo 2010 es de 955.032 personas y conforman 368.893 hogares. Es decir, el 2,38 por ciento del total de la población argentina y el 3,03 por ciento del total de hogares”.

En el 63,34 de estos casos, la persona es propietaria de la vivienda en que vive; este porcentaje es cercano a la media nacional, del 67,7 por ciento. Pero, advierte el informe, “las categorías conceptuales utilizadas por el censo no reflejan la cosmovisión indígena en su relación con la tierra”, que prioriza la propiedad comunitaria.

El 96,3 por ciento de la población indígena está alfabetizada, algo por debajo de la media nacional, que llega al 98,1 por ciento. De los mayores de 65 años, el 90 por ciento percibe jubilación o pensión, lo cual se aproxima al 93 por ciento de la media nacional.

Rubén Nigita, director nacional de Estadísticas Sociales y de Población del Indec, explicó que el ítem sobre población indígena “inquiere sobre si la persona se reconoce como perteneciente o descendiente de un pueblo indígena. En 2004, en la Encuesta Complementaria de Pueblos Indígenas, la cantidad de argentinos que se reconocían como indígenas era de unos 650.000, lo cual muestra cómo ha venido aumentando la proporción de quienes se autorreconocen en los últimos años”, comentó Nigita.

La mayor parte de la población indígena se concentra en las provincias de Chubut, Neuquén y Jujuy; pertenecen a los pueblos mapuche y colla. En Chubut, el 8,5 por ciento de la población total se reconoce como indígena; en Neuquén, el 7,9 por ciento; en Jujuy, el 7,8 por ciento; en Río Negro, el 7,1 por ciento; en Salta, el 6,5 por ciento; en Formosa, el 6,1 por ciento y en La Pampa, el 4,5 por ciento.
Afrodescendientes

En la Argentina existen 62.642 hogares con al menos una persona que se reconoce como afrodescendiente. En estos hogares hay 149.493 personas. Un 51 por ciento de los afrodescendientes son varones y un 49 por ciento son mujeres. En cambio, en el total de la población, hay un 48,7 por ciento de hombres y un 51,3 por ciento de mujeres: que entre los descendientes haya más varones “se debe, en parte, a que la afrodescendiente es una población menos envejecida que la del total del país, y el envejecimiento es predominantemente femenino –explica el informe–: mientras que la proporción de personas de 65 y más en la Argentina es de 10,2 por ciento, para la población afrodescendiente no supera 7,4 por ciento”.

El 92 por ciento de esta población nació en la Argentina y un 8 por ciento en el extranjero. De éstos, el 84,9 por ciento proviene de América, principalmente de Uruguay (20,8 por ciento), de Paraguay (16,1 por ciento), de Brasil (14,2 por ciento) y de Perú (12,5 por ciento).

El 34,4 por ciento de los afrodescendientes se halla en la provincia de Buenos Aires: la mayor parte, el 22,4 por ciento, en el Gran Buenos Aires, y el 12 por ciento en el interior de la provincia. En la Ciudad Autónoma vive el 11,3 por ciento; en Entre Ríos, el 6,8; en Santa Fe, el 6 por ciento; en Córdoba, el 5,5 por ciento; en Mendoza, el 2,5 por ciento; en Chubut, el 2,3 por ciento, y en Salta el 2 por ciento.

Federico Pita –titular de la entidad Diáspora Africana, que nuclea a afrodescendientes– contó que “previo al censo, participamos en una campaña de sensibilización en distintas provincias. No hace más de 20 años que se utiliza el término ‘afrodescendiente’, y en nuestra recorrida procuramos instalarlo. Se optó por utilizar este término políticamente correcto, que empleamos los activistas y que tiene un alcance político muy fuerte: designa a personas de ascendencia africana, lo cual en la inmensa mayoría de los casos se originó en la esclavitud”.
Del mismo sexo

“En la Argentina hay 24.228 hogares con parejas del mismo sexo”, precisa el informe; “el 58,3 por ciento son de mujeres y el 41,7 por ciento de varones”. Esteban Paulón –titular de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans– señaló que “en cambio, si se consideran los matrimonios –a partir de la ley de matrimonio igualitario, de 2010–, que son unos 5000, hay un 60 por ciento de varones y un 40 por ciento de mujeres; parecería que las parejas de varones son más propensas al matrimonio, mientras que las mujeres optan por la convivencia”.

En todas las jurisdicciones del país existe mayor proporción de parejas de mujeres por sobre las de hombres. “La única excepción es la Ciudad de Buenos Aires, donde el 52,3 por ciento son varones y el 47,7 por ciento son mujeres”, dice el informe, y señala también que “el 21 por ciento de las parejas del mismo sexo tienen hijos a cargo” y que, de éstas, el 97,5 por ciento son de mujeres.

La mayor proporción de parejas del mismo sexo se registra en la Ciudad Autónoma, donde llegan al 0,72 por ciento, con respecto al total de parejas hétero y homo. Sigue Tierra del Fuego, con el 0,38 por ciento. En el Gran Buenos Aires, la proporción es del 0,34 por ciento; en Santa Fe, Santa Cruz y Neuquén, del 0,33; en el resto de la provincia de Buenos Aires y en Córdoba, llega al 0,32. En Chaco, 0,31. En el interior de la provincia de Buenos Aires, las parejas del mismo sexo son el 0,29 por ciento del total; 0,28 en Chubut, Tucumán, Corrientes, Entre Ríos y Formosa; en Santiago del Estero, Río Negro y La Rioja llegan el 0,27 por ciento; en Catamarca, el 0,26; en Jujuy, el 0,25; en San Luis, el 0,24; y cierran Misiones, La Pampa y Mendoza con el 0,22 por ciento.

“Sabemos que los datos sobre parejas del mismo sexo están subregistrados –comentó Paulón–. Muchas veces estas parejas no se visualizan, y hay provincias donde las condiciones para hacerse visibles realmente no son óptimas. Además, en lugares chicos muchas veces hay conocimiento personal o familiar entre el censista y los censados, lo cual aumenta las dificultades con relación a la visibilidad.”

30/06/12 Página|12


El racismo que acabó con nuestros negros

Por Felipe Pigna

Para una sociedad como la argentina, que se considera a si misma "amplia" y "para nada racista", basta una palabra para poner en claro los limites de esa noción: Negro.

El uso peyorativo del termino, que viene de la colonia y continua en las clases medias y altas, es una prueba mas que suficiente. Pero, además, el tratamiento histórico de la población de origen africano y sus descendientes( a pesar de lo mucho que se ha investigado y publicado en las ultimas décadas), sigue mostrando una de las formas del racismo: la negación o desvalorización de su presencia y del papel que jugaba en la sociedad, el ocultamiento de la explotación, la negación de la dignidad mas elemental a la que se veía sometida, y desde ya, el esconder bajo la alfombra los datos sobre las riquezas que se acumularon a costa de la esclavitud de seres humanos de origen africano. Se trata de hacer desaparecer toda una historia, silenciarla, volverla invisible, o como dice el arqueólogo urbano Daniel Schavelzon, "transparente".

El primer paso en este ninguneo histórico se dio durante los orígenes mismos del trafico de esclavos, cuando para someterlos se les negó toda particularidad humana que no fuese el color de piel. Así como los conquistadores convirtieron en indios a los pueblos originarios de América, la gran diversidad nacional, idiomática,, cultural y política de los habitantes del Africa subsahariana fue suprimida de un plumazo para convertirlos en negros "infieles" a los que las bulas papales autorizaban a esclavizar y emplear a modo de "animales de trabajo". Una pregunta recurrente es como, de una sociedad que a comienzos del siglo XIX tenia entre el 30% y el 60% de población descendiente de africanos, según las regiones, pasó a fines de ese mismo siglo a la "desaparición de los negros". Se estima que a comienzos del siglo XX, apenas entre el 2% y el 3% de la población argentina reconocía su ascendencia africana. Tradicionalmente se dan como principales causas su exterminio, como "carne de cañón", en las guerras de la independencia, las civiles y, en particular, la de Paraguay (1865-1871), las epidemias de cólera (1861) que provocaron gran mortandad entre los mas pobres, incluidos los afroargentinos.


Las distintas comunidades de afrodescendientes luchan por hacer socialmente visible su existencia y preservar su identidad.

Aunque ambas causas tuvieron un papel importante, hay otras de las que suele hablarse menos y que ocultan la herencia racista de la Argentina. En esa sociedad donde, supuestamente, "los esclavos eran bien tratados por los amos", hay dos datos que llaman poderosamente la atención de los investigadores: La baja tasa de natalidad entre la población de origen africano, tanto esclava como liberta, y su altísima tasa de mortalidad, no solo como productos de guerras o brotes epidémicos, sino en situaciones "normales". Las razones tienen que ver con el grado de explotación a que eran sometidos, las restricciones a su libertad (incluso en caso de los libertos) y, en consecuencia, sus pésimas condiciones de vida. Para tener una idea, mas de quince años después de la "libertad de vientres", la mortalidad de los recién nacidos entre la población de origen africano casi duplicaba la de los "blancos", alcanzando en 1828 la pavorosa cifra de 44,24 por mil. Pero, además, la natalidad era muy baja, los amos evitaban a toda costa el casamiento de un esclavo, al igual que el embarazo de una esclava, ¿el argumento?, le impedían "prestar todos los servicios", además de el riesgo de morir en "un mal parto". A los amos les resultaba mas "económico" reemplazar esos faltantes con nuevas importaciones. Prueba de ello es el padrón levantado por el director Alvear en 1815, mostraba que mas del 70% de los negros que habitaban en la campaña bonaerense eran africanos, esclavos traídos recientemente. Hasta inicios del siglo XIX, cuando los Alzaga, Sarratea o Martínez de Hoz, podían seguir trayendo "piezas de indias" desde Africa y Brasil, su proporción en la población fue alta.

Pero a partir de 1807 los ingleses impidieron el trafico internacional de esclavos, sus motivos no eran humanitarios. La política británica de cortar el trafico negrero, para generalizar la explotación mas "racional" del trabajo mediante el salario, y desde 1813 el de la trata (implícitamente incluido en el decreto de la Asamblea General Constituyente) llevaron a que en las décadas siguientes la presencia africana mermara aceleradamente en las Provincias Unidas.

Sobre esa realidad actuaron las guerras, las grandes epidemias y, por falta de hombres de la propia comunidad, un mayor "mestizaje". En una sociedad donde los negros tenían mas que limitado su acceso a la educación, a los cargos administrativos y políticos, y en general a toda forma de "sociabilidad" que no fuese la de sus propias instituciones de ayuda mutua. Así fue como las "naciones", organizadas por descendientes de africanos, tuvieron un gran desarrollo en Buenos Aires entre fines del periodo rivadaviano y la caída de Rosas, y se convirtieron en las primeras asociaciones de "socorros mutuos" del país. Además de reunir fondos comprar la libertad de esclavos, ayudar a viudas, huérfanos y enfermos, estas sociedades mantuvieron acervo cultural afroamericano, en sus "tangos" y "candombes", muchos de sus descendientes se fueron "acriollando" y, en mayoría, negando u olvidando su herencia Africana.

Aunque muchos argentinos lo olvidemos a diario, zamba, milonga y tango (por no decir hablar de malambo, kilombo o candombe), son voces afroamericanas, como el origen de esas músicas, tan argentinas como nuestra morocha.

Revista Viva, 19/09/10


El sargento Cabral era negro y no era sargento

En su discurso del 25 de mayo de 2012, la presidenta Cristina Fernández afirmó que el sargento Juan Bautista Cabral era negro. Y posiblemente, originario de Angola. Como el comentario provocó algunas sonrisas escépticas, hemos buceado en la biblioteca, cuenta Rolando Hanglin en su columna del diario La Nación.

Una buena fuente es "Combate de San Lorenzo", por el R.P. Herminio Gaitán.

Primeras conclusiones: parece improbable que Cabral, en trance de muerte, haya pronunciado la frase: "Muero contento, hemos batido al enemigo".

Casi todo el mundo muere completamente a disgusto, sobre todo en medio de una batalla. Pero según las "Tradiciones" de Pastor Obligado, dijo algo parecido, si bien menos solemne: "Déjenme compañeros. ¿Qué importa la vida de Cabral?. Vayan ustedes a pelear, que somos pocos".

Para ser más exactos, lo habría dicho en guaraní, con las siguientes palabras: "Avyá amanó ramo yepé, ña jhundi jhegere umí tytaguá". El valiente soldado rechazaba así la ayuda de sus amigos, que se acercaban para atenderlo en medio de la batalla, que duró sólo 15 minutos.

Juan Bautista Cabral sería hijo natural de don José Jacinto Cabral y Soto, y de la morena Carmen Robledo.

Ella, luego, se casó con el moreno Francisco, que llevaba también el apellido Cabral, por ser igualmente esclavo de esa antigua familia. Quizás por esta razón, algunas fuentes lo dan como hijo de la esclava Carmen y del esclavo Francisco, y esclavo él también, pues su nacimiento es anterior a la ley de libertad de vientres, y de raza negra.

Estos datos se confirman en una carta de don Luis Cabral, su amo, del 4 de diciembre de 1812, donde se refiere a la situación de "nuestro negro Juan Bautista, que en su carta me pide le escriba a San Martín para que lo baje a la infantería, porque en la caballería corre peligro".

Los negros integraban, habitualmente, la infantería, por ser malos jinetes, de modo que el pobre Cabral tendría -a pie- más chances de sobrevivir.

Cabral había nacido en Saladas, provincia de Corrientes. No contrajo matrimonio y, en su condición de esclavo, desempeñaba funciones de peón.

Seguramente, se integró al cuerpo de granaderos a poco de constituirse, y desde Buenos Aires le pidió al amo que intercediera ante San Martín, como surge del párrafo reproducido.

Tenía sólo 20 años. Su patrimonio declarado: un caballo rosillo con la marca de don Luis Cabral, y una sortija de oro, que estaba en poder de doña Tomasa, su patrona.

Finalmente: Cabral no era sargento. Según Gaitán, era "simplemente, un granadero sin rango". Palabra del mismo San Martín. Tampoco hay constancias de un ascenso post-mortem. San Martín mandó colocar, sobre las puertas del cuartel del Retiro, un tablero de forma oval donde se leía: "Al soldado Juan Bautista Cabral. Murió en la acción de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813".

No parece probable que el Libertador haya registrado aquellas palabras en guaraní, para traducirlas después, dado que don José había dejado Yapeyú a los 4 años de edad, para no volver a oír jamás la bellísima lengua india de su infancia.

En resumidas cuentas: Cabral era negro, sí, y esclavo. Ni siquiera sus posesiones (un caballo y un anillo) le pertenecían realmente, pues él mismo era propiedad de don Luis Cabral, según las leyes de la época.

Efectivamente, los esclavos africanos comercializados en la Argentina provenían de Angola y el Congo, identificándose varias "naciones", como los "benguelas" y los "congos". Todos ellos hablaban distintos dialectos de la gran familia bantú. De su hablar han quedado, en nuestro argot cotidiano, palabras como tango, tongo, conga, batuque (barullo) y milonga, entre muchas otras.

La población negra en las provincias del Río de la Plata ascendía, en 1810, al 50 por ciento de algunos territorios como Tucumán, y constituía una colectividad bien nutrida en tiempos de Rosas, es decir hacia 1852.

Tras la batalla de Caseros y la Conquista del Desierto (1879-1883) las inmensas oleadas de inmigrantes italianos, españoles, irlandeses, sirios, libaneses, polacos, croatas, etc., diluyó el color moreno y la mota en el pelo, que hoy son rasgos poco habituales en nuestro pueblo.

Algo de su forma rítmica permanece, sin duda, en el candombe y la chacarera santiagueña con el sonido del bombo, así como en la piel tostada de nuestro pueblo, donde siempre hay una gota (y algo más) de negro y de indio.

Un detalle menos simpático: muchos esclavos negros fueron "donados" por sus amos a los ejércitos patriotas, como se podía donar una mula o una escopeta. Este fue, tal vez, el caso del pobre Cabral.

Dicen que, al cabo de la batalla de Chacabuco, San Martín recorrió el campo sembrado de cadáveres y exclamó, compungido: "¡Mis pobres negros!" De ese color era la mayoría de nuestros soldados, por aquel entonces. Aun torturados por el frío y poco habituados a montar a caballo, se batieron heroicamente. Sólo por eso merecen mucho más que la Marcha de San Lorenzo.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1479080-el-sargento-cabral-era-negro


Los Negros

Por Alberto Morlachetti

¿Quién que ha visto azotar a un negro no se considera
para siempre su deudor? Yo lo ví, yo lo ví cuando era
niño y todavía no se me ha apagado en las mejillas la
vergüenza... Yo lo ví y me juré desde entonces su defensa.
José Martí

-I-

Antigüedad

(APE).- Podemos encontrar esclavitud en todos los pueblos antiguos, para ello basta echar una mirada a la historia de Caldea, Babilonia, Persia, de Egipto o del pueblo Hebreo. De las desventuras y miserias de los ilotas en Esparta, de los Clarotes en Creta o de las tristezas de los Sudras y de los Parias en la India.

Sociedades que basaban sus economías sobre hombres, mujeres y niños esclavos. Sus vidas eran la fuerza de trabajo que recibía lo mínimo necesario para reproducirse como herramientas y a quienes se les negó identidad humana.

Podríamos decir que la historia deparó infortunios para aquellos que abrieron los surcos y echaron las simientes, recogieron las mieses, al que cuidó de los ganados, al que remó sobre las amarguras del mar, el que levantó las moradas del amo y las obras majestuosas del orgullo y del ingenio humano: las termas imperiales, las murallas de Roma y el coliseo Flavio, la soberbia majestad de las pirámides y de la esfinge, los incomparables templos de Luxor y de Karnak, los restos de Nínive en Mosul y Korsabad, en las murallas de Babilonia y los jardines colgantes de Semírabis o el Partenón de Atenas.

Quizás en las grietas de estas grandes obras, en los ecos dormidos de las piedras se encuentren los lamentos y las nostalgias de los esclavos: el lugar donde palpita el pensamiento y el corazón de los hacedores de las grandes civilizaciones.

Los hombres considerados sabios y humanos como Hammurabi (1792-1750 A.C.) y Moisés (Siglo XIII A.C.) no la condenaron, se limitaron a regularla para el interés y buen orden del país.

Aristóteles -uno de los mayores pensadores de la antigüedad (384-322 A.C.)- dejó huellas profundas en los imaginarios. Pensaba en la esclavitud como un hecho natural donde algunos hombres -propiedad de un amo- han nacido para servir percibiéndoles como herramienta viva y sin alma, ligeramente parecidos a los humanos no podían recibir ni la amistad ni la perturbadora justicia porque los esclavos eran cosas como los bueyes no susceptibles de emociones ni derechos.

Tampoco el cristianismo favoreció su abolición a pesar del Nazareno. Ya en la antigüedad el mismo Apóstol San Pablo -en Carta a los Efesios- pedía sumisión y obediencia a los amos sirviéndolos “con temor y respeto”. San Pedro -en la primera epístola- aconsejaba a los siervos obediencia a los amos “no tan solo a los buenos y apacibles” sino también a los de “recia condición”. San Agustín (354-430) encuentra el origen o la “primera causa” de la esclavitud en el pecado: la considera un castigo de Dios según las culpas de los pecadores. Si se trastorna la ley que manda que se conserve el orden natural se debe reprimir con la servidumbre penal. San Agustín percibe la esclavitud como un medio de purificación y de elevación. Para el maestro y filósofo Orígenes (Siglo III) el esclavo cristiano es libre “porque su cuerpo quedará bajo la dependencia del amo, mientras que su alma no dependerá sino de Dios”.

-II-

Kamba Kuá: Cueva de negros

En 1820, una tropa de 250 soldados negros pisa tierra paraguaya acompañando el exilio del General Artigas. Allí reciben tierras y conforman la comunidad Kamba Kuá, que quiere decir cueva de negros en guaraní. Entre aires y sonidos litoraleños, nos vamos introduciendo al centro esta guarida que supo sobrevivir al tiempo para entregarnos un tramo de la historia negra del Paraguay. Micros documentales sobre cultura afro realizados en colaboración entre la revista Quilombo (www.revistaquilombo.com.ar) y La Colectiva. 4924
Producción: La Colectiva Radio | Pais: Argentina
Idioma: Español | Formato: Reportajes
Fecha Producción: 08/2008 | 3 partes

 

 

 

En épocas más cercanas la libertad era para los pensadores del Iluminismo el más alto y universal de los valores políticos. Sin embargo, esta metáfora política comenzó a arraigarse en una época en que la práctica económica de la esclavitud -la sistemática y altamente sofisticada esclavitud capitalista de pueblos no europeos como fuerza de trabajo en las colonias- se iba incrementando cuantitativamente e intensificando cualitativamente, hasta el punto que a mediados de siglo todo el sistema económico de Occidente estaba basado en ella, facilitando paradójicamente la difusión global de los ideales iluministas con los que se hallaban en franca contradicción dice Susan Back-Morss.

Thomas Jefferson (1743-1826) autor principal del proyecto de Declaración de Independencia de los EE.UU. incluía un párrafo especial donde manifestaba que la posesión de esclavos es algo "contrario a la naturaleza humana". Tomás Paine (1737-1809), el más prestigioso de los intelectuales de EE.UU. y co-redactor de la Declaración de Independencia, dice que todos los “hombres nacen iguales y poseen derechos naturales iguales e inalienables”. Sus contemporáneos -no obstante- seguían a pie juntillas aquellos conceptos de Aristóteles: no puede haber injusticia, ni tampoco es posible la amistad con los esclavos "pues la amistad y la justicia no son posibles con respecto a objetos inanimados”.

Intelectuales ilustres como Montesquieu (1689-1785) -uno de los padres de la democracia actual- manifestaba que era impensable que Dios haya puesto un alma en un cuerpo negro. Hume en Inglaterra (1711-1776) pensaba que el negro puede desarrollar algunas cualidades, como el loro puede hablar algunas palabras. José Ingenieros calificó en 1905 a los negros como “oprobiosa escoria”, y que merecían la esclavitud por motivos “de realidad puramente biológica”. Contemporáneos como Jorge Luis Borges o Arnold Toynbee les resultaba “evidente la esterilidad cultural de los negros”.

Entre las más altas expresiones de dignidad humana no podemos dejar de nombrar -entre muchos- algunas vidas luminosas que se rebelaron contra la humillante esclavitud: Espartaco, Zumbi, Toussaint de Louverture, Malcom X, Martin Luther King. La memoria de esos nombres y la forma apasionada de hacer la vida.

-III-

Ya el Papa Nicolás V había autorizado la esclavitud en 1454, al otorgar a Alfonso V -Rey de Portugal- autorización para reducir a servitud perpetua a sarracenos y paganos. A partir de la Conquista de América la esclavitud toma nuevos bríos y ciertas características -como el color de la piel- pasaron a convertirse en símbolos de esclavitud. La inferioridad social empezó a verse como natural. El hombre negro se convirtió en el paradigma del salvajismo. El mismo Renacimiento europeo lo consideraba como una contradicción humana, como algo raro y al mismo tiempo imperfecto.

Para justificar la trata de esclavos, referida como "rescate”, muchos autores vieron en la práctica una forma de apostolado evangelizador. África no era tierra de misión, sino almacén natural de esclavos.

Es decir, el negro era pagano porque era negro, del mismo modo que el blanco era cristiano por ser blanco. De esta forma, los europeos no pensaban en seres humanos como lo eran ellos, sino en seres de otra categoría. Es lo que Frantz Fanon define como la invención del hombre negro por el hombre blanco. Una vez inventado este "negro" pagano y salvaje lo mejor que se podía hacer por él era sacarle de su tierra -llena de miserias espirituales- y la esclavitud en otras geografías se la “percibía” como un beneficio espiritual.

-IV-

Cerca del lugar del embarque, en tierra africana, se los marcaba con hierro candente para demostrar la pertenencia al negrero o a la compañía. Este procedimiento similar al del ganado se llamaba “carimbar” y causaba terror entre los africanos, que a veces preferían la muerte antes que someterse. La marca podía estar en la espalda, en el caso de los hombres, y en las nalgas, en las mujeres. Embarcados en condiciones infrahumanas, 300 o 400 esclavos, amontonados y encadenados en bodegas (un espacio mínimo de horror donde algunos sobrevivían porque otros morían) o por el banzo (tristeza que mata de no comer), llegaban a Puerto donde según la práctica, eran palmeados, medidos, para determinar valor y destino final. “Pieza de india” era un hombre o una mujer de contextura robusta, cuya edad oscilaba entre los 15 y 30 años, sin defecto alguno y con todos sus dientes. Los que no alcanzaban esas condiciones se llamaban “cuarto”. Los recién llegados recibían el mote de “negro bozal” mientras que a los que ya tenían un año de esclavitud se los conocía como “negros ladinos”. Para los que eran muy altos se reservaba el nombre de “negro de asta”.

A los niños africanos, en el Virreinato del Río de La Plata, se los llamaba “mulequillo”, (los niños esclavos hasta 7 años), ”muleque” (los niños-esclavos que tenían entre 7 y 12 años) o ”mulecón” (hasta los 16 años).

-V-

Basta recordar que, entre el inicio del tráfico a fines del siglo XV y su abolición a mediados del siglo diecinueve (con un despegue masivo después de 1690-1750), de 12 a 20 millones de africanos encadenados atravesaron el Atlántico. A esta pérdida deben sumarse los millones de seres -quizás un 40 por ciento del total- abatidos por la enfermedad, el hambre o la tortura mientras viajaban desde el lugar de captura hasta la costa donde abordaban los buques “negreros”. A esto se añaden 4 millones de almas que debieron cruzar el Sahara a pie para ser vendidas en los mercados de esclavos del Cairo, Damasco y Estambul. Para el África occidental y central occidental, la cantidad total de personas perdidas suma entre 24 y 37 millones, tomando como referencia las cifras más bajas. Algunos historiadores sitúan la pérdida africana entre 70 y 80 millones de hombres, mujeres y niños.

Darcy Ribeiro manifiesta que los esclavos fueron quemados por millones en América como si fueran carbón humano, en los hornos de los ingenios y en las plantaciones de caña, minas y cafetales. Tanto era así, que la vida media de un esclavo negro no pasaba de cinco a siete años, luego de su captura, conforme a la región y a la intensidad de producción de cada período. Tiempo suficiente para que rindiese mucho dinero.

En el siglo XVII, en la ciudad de Mariana, en Minas Gerais, en Brasil, todo expósito recogido de las calles o de los portales debería ser declarado a la Cámara Municipal, recibiría una matrícula y aquel que lo recogiera, tres octavas de oro por mes, para la crianza. Entre los años 1753 a 1759, fueron encontradas algunas de estas matrículas, donde la Cámara expresaba el propósito de no criar mestizos, mulatos, negros o criollos, exigiendo que además del certificado de bautismo, fuese presentado también una certificación de “blancura”, firmada por un médico.

Nunca antes había sido tan empobrecido y degradado el género humano. En ciertos momentos, parecía que todos los rostros bellos de nuestra especie serían apagados para sólo dejar florecer blancos y europeos.

-VI-

John Locke en 1690 afirma que “La esclavitud es un Estado del Hombre tan vil y miserable, tan directamente opuesto al generoso temple y coraje de nuestra Nación que apenas puede concebirse que un inglés, mucho menos un Gentleman, pueda estar a favor de ella”.

Pero la indignación de Locke contra las “Cadenas de la Humanidad” no fue una protesta contra la esclavitud de los negros africanos en las plantaciones del Nuevo Mundo, y mucho menos en las colonias británicas. La esclavitud fue más bien una metáfora para la tiranía legal, tal como generalmente se la utilizaba en los debates parlamentarios británicos sobre teoría constitucional. Accionista en la Compañía Real Africana, involucrado en la política colonial americana en Carolina, Locke “consideró claramente la esclavitud de hombres negros como una institución justificable”.

En la concepción de Locke, el origen de la esclavitud, como el origen de la propiedad y la libertad, quedaban completamente fuera del contrato social. Nacían “perfectas” en el estado de naturaleza. Siguiendo el razonamiento de Alessandro Baratta la exclusión de hecho o de derecho de la mayoría de nuestra población radica en la teoría y praxis del pacto social propio de la modernidad. Se puede considerar como un pacto de exclusión, ya que en realidad, a pesar de que el potencial declarado de sus principios es universal, fue un pacto entre individuos adultos, blancos y propietarios para excluir del ejercicio de la ciudadanía en el nuevo Estado que nacía con el pacto, a hombres, mujeres y niños humildes, y entre ellos -especialmente- los esclavos negros que no tienen calidad de sujetos y que “jamás serán un rostro y un nombre” ni podrán “devenir en espíritu de humanidad”. Nunca podrán discernir ni dar consentimiento al contrato para que los incluya: están fuera del mundo humano.

La Reina Isabel I de Inglaterra hizo noble a John Hawkins que, entre 1562 y 1569, trayendo esclavos de Guinea, había llegado a ser el hombre más rico de Inglaterra.

-VII-

Argentina y los negros

Las autoridades de Migraciones en el Aeropuerto de Ezeiza cuando vieron el pasaporte de María Magdalena Lamadrid, de 57 años, argentina, de quinta generación, descendiente de una pareja negra de esclavos de la época del Virreinato, parada frente a la ventanilla con su pasaporte en mano para viajar a Panamá le dijeron que no podía ser que fuera "argentina y negra". El pasaporte para ellos era falso. La Policía Aeronáutica la detuvo por 6 horas. Ocurrió el 22 de agosto del año 2002 (Diario Clarín 24-08-02).

Aquello de lo que no se habla, los negros, “lo que no tiene dolientes, palabras ni monumentos, se pierde”. A veces la historia silencia. Argentina es quizás el país donde se intentó con mayor énfasis descontaminar nuestra identidad de cualquier negritud. La población negra ha sido borrada de la memoria colectiva. Sin embargo la tensión en cuyo interior conviven la memoria y el olvido “parece haber tonificado la construcción de la experiencia humana desde los inicios del tiempo social”.

En el Virreinato del Río de la Plata el acceso a la educación era profundamente desigual. Los negros, mulatos, zambos, cuarterones estuvieron excluidos de todos los institutos de enseñanza. La orden era “solamente doctrina cristiana” y tenerlos separados “para que no se junten”. “Testimonio del fuerte arraigo del prejuicio racista es la historia del mulato Ambrosio Millicay, de quien consta en los libros capitulares de Catamarca que fue azotado en la plaza pública “por haberse descubierto que sabía leer y escribir”. Pena que se aplicaba “para escarmiento de indios y mulatos tinterillos, metidos a españoles”. El mulato había perseguido las palabras, y se abrazó a ellas, recorriendo la historia página por página. Quizás supo que la palabra y el dolor no conocen el olvido.

“Para graduarse en artes y teología en la Universidad de Córdoba, quedaba excluido -según las constituciones del padre Rada, dictadas en 1664- el que tenga contra sí la nota de mulato, o alguna otra de aquellas que tienen contraída alguna infamia”.

-VIII-

El censo de población de 1778 nos informa que la ciudad de Buenos Aires tenía 24.363 habitantes, de los cuales 7256 eran negros y mulatos. En el noroeste argentino -la zona de mayor densidad poblacional en aquellos días- sobre un total de 126.000 habitantes, 55.700 eran negros, zambos y mulatos. En Tucumán representaban el 64 por ciento de la población. En Santiago del Estero, 54%; en Catamarca, 52%; en Salta, 46%. En Córdoba sobre 44.052 pobladores el 60 por ciento eran negros, mulatos o mestizos. Para 1810 diversos estudios consideraban que la población de negros y mulatos constituía el 40 por ciento de la población total del virreinato, mientras que a fines de la década de 1880 la proporción se redujo a menos del 2 por ciento.

No obstante Bartolomé Mitre -según Daniel Schávelzon- escribió sobre los esclavos negros que “entraban a formar parte de la familia con la que se identificaban, siendo tratados con suavidad y soportando un trabajo fácil, no más penoso que el de sus amos, en medio de una abundancia relativa que hacía grata la vida”. Paul Groussac contestó duramente en 1897 al escribir que “Los negros y mulatos urbanos (...) pertenecían a la casa del amo o patrón, no ‘como miembros de la familia’ (...) sino como parte de su fortuna”.

La notable y planificada reducción de la población negra dio sustento a los pensamientos de José Ingenieros en 1910: “La civilización superior corresponde a la raza blanca, fácil es inferir que la negra debe descontarse como elemento de progreso”. Tal es el caso “de Argentina, libre ya o poco menos de razas inferiores”.

Es decir de aquellos de cuya existencia no se quiere saber -escribe Picotti- de la otredad que no se quiere asimilar, y que sin embargo forma parte de nuestra comunidad histórica “y cuyo no reconocimiento le impedirá ser una comunidad real, la condenará a ser ficticia, a un siempre-no ser-todavía”.

El silencio ha tenido consecuencias desmesuradas, extrañas y paradojales. A los nativos de estas tierras no se les concedió la razón de pueblo fundante, con el propósito de legitimar el despojo posterior y es rara la historia argentina que comience mucho antes del período de la Independencia de España.

-IX-
 



Desde 2013, la Argentina conmemora el 8 de noviembre como el "Día Nacional de las/los Afroargentinas/os y de la Cultura Afro" a través de la sanción de la Ley N° 26.852.

Se eligió esta fecha en honor a María Remedios del Valle, afroargentina, llamada por las huestes como "Madre de la Patria" a quien el General Manuel Belgrano le confirió el grado de Capitana por su arrojo y valor en el campo de batalla.

Durante la colonización española, Buenos Aires fue uno de los puertos principales para la introducción de esclavos. Ya en América niños y adultos eran conducidos al asiento de negros, vueltos a carimbar -al lado del estigma de fuego anterior- donde la compañía ponía sello y propiedad. Una cuarentena les curaba las heridas del viaje, los alimentaban y cuidaban para ser vendidos a buen precio en un mercado a cielo abierto donde desnudaban a hombres, mujeres y niños para que los compradores echaran la mirada y palpasen sus cuerpos y según la edad y fortaleza pagaban en monedas de oro el valor de sus personas. La humanidad misma se había convertido en una mercancía.

En 1708 se le concedió a la Compañía de Guinea (importadora francesa de negros) tener en nuestras costas un “asiento de esclavos”. En los tiempos en que la trata era ejercida por la Compañía Francesa, ésta adquirió un terreno ubicado al pie de las barrancas, al sur de la ciudad (aproximadamente Parque Lezama). En 1715 se instaló la South Sea Company (Compañía inglesa de los Mares del Sur) que construiría un depósito de esclavos en Retiro, cerca de la actual Plaza San Martín. En 1731 se trasladó cerca del actual Parque Lezama, entre Defensa y Bolívar.

La compañía propietaria de los esclavos los enviaba al norte, donde eran requeridos, especialmente en las minas del Potosí o a Lima o al Tucumán donde se los hacía trabajar en los cañaverales azucareros. También los compraban algunos artesanos locales con cierto poder adquisitivo para que vendieran por las calles lo que su amo fabricaba. A veces el Cabildo adquiría esclavos para distintas tareas, como la de pregonero o verdugo. Incluso las órdenes religiosas los buscaban para aligerar la tarea de los indios reducidos o de sus propios miembros.

Alejandro Malaspina escribía en 1770 (citado por el Abad de Santillán en su Historia Argentina), sobre la poca inclinación de los blancos por el trabajo manual y señalaba que en Buenos Aires había muchos esclavos negros. "Muchos de ellos se emplean en vender agua por las calles, subidos en sus altos caballos como timbaleros, otros, en peones de albañil, y en otros varios oficios mecánicos; por lo cual las más molestas de tales artes no encuentran sino muy pocos profesores blancos, y sale bastante cara cualquier mano de obra y sin honor".

Los blancos españoles consideraban las tareas manuales como una degradación de su estirpe. Los indios eran, para lo europeos, “escasos, remisos y poco dóciles”. Entonces, los negros fueron la fuente principal de los trabajos manuales: el laboreo de la tierra, la cría de ganado, la zafra, el servicio doméstico. Algunos se destinaban para entretener a los blancos: “Desde Oruro, a fines del siglo XVIII, don Manuel Villegas encarga a don Diego de Agüero, vecino de Buenos Aires, ‘cuatro negritas de edad, y tan lindas como la Cenonia’, pues las necesitaba con urgencia ‘para salir de encargo’. Y con machacona claridad colonial le detalla que ‘sean negras atezadas, rollizas y sanas, de 10 a 12 años’ (“Comercio y comerciantes coloniales”, por Lucas Ayarragaray, en La Nación del 12 de setiembre de 1926)".

La esclavitud estuvo en nuestro suelo durante varias centurias y, hasta el fin del siglo XIX, subsistió de alguna manera. La liberación de vientres en 1813 y la abolición de la esclavitud en 1853 no fueron tan categóricos como las solemnes declaraciones que los proclamaron y "el Código Civil sancionado en 1869 conserva vestigios de aquella repugnante institución cuando legisla sobre el trabajo de los criados de servicio", como bien lo expresa Arzac.

Ciertas formas de la esclavitud persistieron explícitas o encubiertas hasta fines del siglo XIX. Basta echarle una mirada a las publicaciones de la época.

-X-

La batalla de Maipú -quizás el mayor triunfo del Ejército de los Andes- se llevó innumerables vidas de los batallones negros de la infantería patriota. El mayor tributo a la liberación definitiva de Chile. La reconquista de Buenos Aires en 1806 y 1807, la campaña de San Martín quien reconocerá el valor de sus tropas negras, pero estos batallones no se unieron con los blancos. Los esclavos morirían en la lucha por la Independencia solos -negro con negro- en riguroso “apartheid”, en los valientes batallones séptimo y octavo de la independencia, en las batallas de Chacabuco, Maipú, Cancha Rayada, en la Campaña del Alto Perú. En las guerras civiles y la de la Triple Alianza que destruyó al Paraguay y que signara “el destino colonial de América Latina”.

Los negros habitaban los barrios de mayor pobreza, que deben trasmitir “como legado”, “incluso como acto de fe”. Cuando la fiebre amarilla azotó Buenos Aires en 1871 -en medio del horror generalizado por la epidemia- el ejército rodeó los arrabales y no les permitió la migración hacia la zona que los blancos establecieron en el Barrio Norte para escapar de “la peste”. Los negros tributaron miles de muertos, acorralados por la epidemia y los fusiles.

En el Diario "El Nacional”, del 5 de enero de 1863, se puede leer: “Los negros viven y mueren entre nosotros poco menos como los irracionales y no nos recordamos de ellos sino para arrancarles a sus hijos y llevarlos de carnada a la guerra civil. Ellos olvidan la ingratitud de los blancos con la chicha y el tango”. Esa música conmovedora, nacida de la negritud, donde adquiere belleza “la capacidad que tiene el arte para devolver la dignidad a la vida”.

-XI-

El Semanario “El Proletario”, dirigido por Lucas Fernández, comenzó a publicarse el 18 de abril de 1858 con el objetivo de servir a los intereses de su gente. Su director reclamaba “democracia y libertad para los morenos de Buenos Aires”.

En el mismo sentido, la publicación gráfica “La Juventud”, destinada a ciudadanos negros, que aparecía cada diez días en la década de 1870, dirigida entre otros, por Gabino Ezeiza, en varias ediciones afirmaba luchar por “la libertad política y social”... “hasta el último instante en que tengamos vida... y podamos tener aseguradas nuestras libertades públicas y los sagrados derechos que se derivan de la naturaleza del hombre”.

En el periódico quincenal “La Broma”, en un artículo publicado el 11 de septiembre de 1879, se llama a los negros a no participar en las elecciones que se aproximaban: “Hermanos: La Broma no vende su conciencia (...) Se acuerdan de nosotros en los momentos supremos de la batalla, cuando podemos servir de carne de cañón”.

Ribeiro dice que las masas de millones de africanos, llevados a América como esclavos, o los indios destribalizados y reclutados en los ingenios y las minas, fueron utilizados en la condición de mera fuerza energética. Los negros habían perdido sus características étnicas originales, “porque además jamás pudieron volver a producir lo que consumían, ni a vivir comunitariamente para ellos mismos; convertidos en fuerza de trabajo o arrendada, vivían el destino de las mercancías humanas desculturizadas. Sus descendientes eran aquellos que no sabían el nombre de la tierra que pisaban, de los árboles que veían, de los pájaros que los asustaban”.

-XII-


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Año 1858.
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Cuando los europeos llegaron a África llevándose de raíz sus mejores hombres y mujeres marcándolos como una propiedad y sembraban el hambre y la sed y los cantos de los esclavos -como un músculo bajo la piel del alma- lanzaban al mundo su música milenaria, percusión y plegaria. Sí, el grito del mundo.

Pero eso era entonces. Cuando había que ir a cazarlos y la carimba encendía su piel. Ahora por su hambre y su sed lanzan barcos de papel -se llaman pateras- que conocen el mar. Demasiadas veces han cruzado ese tramo que divide el primer mundo de esa tierra de secretos de luna. Demasiadas veces habían esquivado con éxito los arrecifes que elevaban las olas hasta los pájaros de la noche.

El mar devoró de un solo bocado a dieciséis en la isla de Fuerteventura, en el archipiélago de las Canarias. Intentaron noches tibias. Se atrevieron a subirse al sol de las espigas. Y creyeron que esta vez, por una vez, los monstruos del océano mirarían hacia otro lado. Pero ellos, como los define el diario El Mundo (17-04-04), no son más que “sin papeles”. Una carencia. Esa misma que los empujó al mar. Esa misma que los arrolló en la más injusta de las olas.

-XIII-

Epílogo

Los hemos convertido -por lo menos en nuestro país- en seres invisibles, innominados de la historia. Dina Picotti manifiesta que este egoísmo de clase y de cultura redujo al ser humano de los trabajadores importados africanos a un fantasioso “ser inferior” de negros y al de los propietarios europeos y descendientes a un no menos extravagante “ser superior” de blancos.

En 1891 Martí -cerca de las constelaciones mayores- se opondría a considerar que la piel blanca constituya un valor agregado que otorga derechos sobre otras personas “Los pensadores canijos, los pensadores de lámparas, enhebran y recalientan las razas de librería (...) El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color”. Para agregar: El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza o a otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. El negro, por negro, no es inferior ni superior a ningún otro hombre; peca por redundante el blanco que dice: "Mi raza"; peca por redundante el negro que dice: "Mi raza". Todo lo que divide a los hombres, todo lo que especifica, aparta o acorrala es un pecado contra la humanidad.”

Fuentes consultadas:

· Abad de Santillán, Diego; “Historia Argentina”, Tipográfica Editora Argentina, Buenos Aires, 1981.
· Bobbio, Norberto y Bovero, Michelangelo; “Sociedad y Estado en la Filosofía Moderna. El modelo iusnaturalista y el modelo hegeliano-marxiano”, FCE, México, 1996.
· Buck-Morss, Susan; “Hegel y Haití. La dialéctica amo-esclavo: una interpretación revolucionaria”, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2005.
· De la Cerda Donoso de Moreschi, Jeanette C. y Villarroel, Luis J.; “Los negros esclavos de Alta Gracia. Caso testigo de población de origen africano en la Argentina y América”, Ediciones del Copista, Córdoba, 1999.
· Díaz-González, J. Joaquín; “¡Tú eres esclavo! La esclavitud en la antigüedad”, Casa Editorial Araluce, Barcelona, 1932.
· Fanon, Frantz; “Los Condenados de la Tierra”, Ediciones Fondo de Cultura Económica, México, 1977.
· González Arzac, Alberto; “La Esclavitud en la Argentina”, Editorial Polémica, Buenos Aires, 1974.
· Ingenieros, José; “Sociología Argentina”, Editorial Losada, Buenos Aires, 1946.
· Kechekian, S. F. y Fedkin, G. I.; “Historia de las ideas políticas. Desde la antigüedad hasta nuestros días”, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1958.
· Martí, José; “Obras Completas”, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991.
· Pereyra, Osvaldo Víctor; “40 Glosas”, Buenos Aires, 2002.
· Picotti, Dina V.; “La presencia africana en nuestra sociedad”; Ediciones del Sol; Buenos Aires; 1998.
· Schavlezon, Daniel; “Buenos Aires Negra”, Emecé Editores, Buenos Aires, 1999.

Fuente: www.pelotadetrapo.org.ar, 21/06/06


El desprecio racista se realizaba plenamente cuando se convertía en el autodesprecio.

Espejos blancos para caras negras

Por Eduardo Galeano

Uno de los remedios contra el cabello africano se llama, African Pride (Orgullo Africano) y, según promete, "plancha y suaviza como ninguno".

1. La heroica virtud

Al vertiginoso ritmo de la industria del fin de siglo, el Vaticano está produciendo santos.

En los últimos veinte años, el papa Juan Pablo II beatificó a más de novecientos virtuosos y canonizó a casi trescientos.

A la cabeza de la lista de espera, favorito entre los candidatos a la santidad, figura el esclavo negro Pierre Toussaint.

Se asegura que el Papa no demorará en colocarle la aureola, "por mérito de su heroica virtud".

Pierre Toussaint se llamaba igual que Toussaint Louverture, su contemporáneo, que también fue negro, esclavo y haitiano.

Pero ésta es una imagen invertida en el espejo: mientras Toussaint Louverture encabezaba la guerra por la libertad de los esclavos de Haití, contra el ejército de Napoleón Bonaparte, el bueno de Pierre Toussaint practicaba la abnegación de la servidumbre.

Lamiendo hasta el fin de sus días los pies de su propietaria blanca, él ejerció "la heroica virtud" de la sumisión: para ejemplo de todos los negros del mundo, nació esclavo y esclavo murió, en olor de santidad, feliz de haber hecho el bien sin mirar a quién.

Además de la obediencia perpetua y de los numerosos sacrificios que hizo por el bienestar de su ama, se le atribuyen otros milagros.

2. El santo de la escoba, San Martín de Porres fue el primer cristiano de piel oscura admitido en el blanquísimo santoral de la Iglesia Católica.

Murió en la ciudad de Lima, hace tres siglos y medio, con una piedra por almohada y una calavera al lado.

Había sido donado al convento de los frailes dominicos. Por ser hijo de negra esclava, nunca llegó a sacerdote, pero se destacó en las tareas de limpieza.

Abrazando con amor la escoba, barría todo; después, afeitaba a los curas y atendía a los enfermos; y pasaba las noches arrodillado en oración.

Aunque estaba especializado en el sector servicios, San Martín de Porres también sabía hacer milagros, y tantos hacían que el obispo tuvo que prohibírselos.

En sus raros momentos libres, aprovechaba para azotarse la espalda, y mientras se arrancaba sangre se gritaba a sí mismo: "¡Perro vil!". Pasó toda la vida pidiendo perdón por su sangre impura.

La santidad lo recompensó en la muerte.


Los soldados negros

3. La piel mala

A principios del siglo dieciséis, en los primeros años de la conquista europea, el racismo se impuso en las islas del mar Caribe. Coartada y salvoconducto de la aventura colonial, el desprecio racista se realizaba plenamente cuando se convertía en el autodesprecio de los despreciados.

Muchos indígenas se revelaron y muchos se suicidaron, por negarse al trabajo esclavo, ahorcándose o bebiendo veneno; pero otros se resignaron a otra forma de suicidio, el suicidio del alma, y aceptaron en mirarse a sí mismos con los ojos del amo.

Para convertirse en blancas damas de Castilla, algunas mujeres indias y negras se untaban el cuerpo entero con un ungüento hecho de raíces de un arbusto llamado guao.

La pasta de guao quemaba la piel y la limpiaba, según se decía, del color malo. Un sacrificio en vano: al cabo de los alaridos de dolor y
de las llagas y las ampollas, las indias y las negras seguían siendo indias y negras.

Siglos después, en nuestros días, la industria de los cosméticos ofrece mejores productos.

En la ciudad de Freetown, en la costa occidental del Africa, un periodista explica: "Aclarándose la piel, las mujeres tienen mejores

posibilidades de pescar un marido rico".

Freetown es la capital de Sierra Leona; según los datos oficiales, del Sierra Leone Pharmaceutical Board, el país importa legalmente veintiséis variedades de cremas blanqueadoras. Otras ciento cincuenta entran de contrabando.

4. El pelo malo

La revista norteamericana Ebony, de lujosa impresión y amplia circulación, se propone celebrar los triunfos de la raza negra en los negocios, la política, la carrera militar, los espectáculos, la moda y los deportes.

Según palabras de su fundador, Ebony "quiere promover los símbolos del éxito en la comunidad negra de los Estados Unidos, con el lema: Yo también puedo triunfar".

La revista publica pocas fotos de hombres. En cambio, hay numerosas fotografías de mujeres: leyendo la edición de abril de este año, conté 182. De esas 182 mujeres negras, sólo doce tenían rizos africanos y 170 lucían pelo lacio.

La derrota del pelo crespo -"el pelo malo", como tantas veces he escuchado decir- era obra de la peluquería o milagro de las pócimas. Los productos alisadores del pelo ocupaban la mayor parte del espacio de publicidad en esa edición.

Había avisos a toda página de cremas o líquidos ofrecidos por Optimum Care, Soft and Beautiful, Dark and Lovely, Alternatives, Frizz Free, TCB Health-Sense, New Age Beauty, Isoplus, CPR Motions y Raveen.

Me impresionó advertir que uno de los remedios contra el cabello africano se llama, precisamente, African Pride (Orgullo Africano) y, según promete, "plancha y suaviza como ninguno".

5. Una herencia pesada

"Parece negro" o "parece indio, son insultos frecuentes en América latina; y "parece blanco" es un frecuente homenaje.

La mezcla con sangre negra o india "atrasa la raza"; la mezcla con sangre blanca "mejora la especie".

La llamada democracia racial se reduce, en los hechos, a una pirámide social: la cúspide es blanca, o se cree blanca; y la base tiene color oscuro.

Desde la revolución en adelante, Cuba es el país latinoamericano que más ha hecho contra el racismo.

Hasta sus enemigos lo reconocen; y a veces lo reconocen lamentándolo.

Han quedado definitivamente atrás los tiempos en que los negros no podían bañarse en las playas privadas ("porque tiñen el agua").

Pero todavía los negros cubanos abundan en las cárceles y brillan por su ausencia en las telenovelas, como no sea para representar papeles de esclavos o criados.

Una encuesta, publicada en diciembre del '98 por la revista colombiana América Negra, revela que los prejuicios racistas sobreviven en la sociedad cubana, a pesar de estos cuarenta años de cambio y progreso, y los prejuicios sobreviven sobre todo entre sus propias víctimas:

En Santa Clara, tres de cada diez negros jóvenes consideran que los negros son menos inteligentes que los blancos; y en La Habana, cuatro de cada diez negros de todas las edades creen que ellos son intelectualmente inferiores.

"Los negros han sido siempre poco dados al estudio", dice un negro.

Tres siglos y medio de esclavitud son una herencia pesada y porfiada.

Fuente: Nac&Pop


El negro en el Río de la Plata

Por Ricardo Rodríguez Molas

El texto se publica con autorización del autor. Apareció originalmente en Historia Integral Argentina, Tomo V, “De la Independencia a la Anarquía”, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1970.

Con frecuencia se califica de idílica la situación de los esclavos en el actual territorio argentino, afirmándose también que la esclavitud desaparece debido a las medidas adoptadas por la Asamblea General de 1813.

Nada más inexacto. Tampoco el asociar el tema del negro con danzas y candombes realizados durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas, rodeándolo de un falso pintoresquismo, refleja la realidad de las relaciones de carácter racial que imperan desde la colonia y hasta la desaparición de aquel grupo humano.

Aspecto jurídico de la esclavitud

Según la legislación aplicada en las colonias, se puede definir al esclavo como una cosa dependiente de otro, el amo, y sujeta a normas jurídicas.

Esta cosa u objeto (pieza de Indias en los documentos de la trata) está regida por una legislación general dictada en la Península y por reglamentaciones locales acordes con la estructura socioeconómica de cada región.

Todo sistema feudal –y lo establecido por España en América– necesita para subsistir de una rígida estratificación social. Estratificación impuesta en las colonias por las denominadas “Leyes de Indias” y la determinación de la clase que se autodenomina superior. En el Río de la Plata como en el resto de las posesiones españolas, ser blanco o descendiente de éstos, y en algunos casos sólo participar –por nacimiento o por educación– del ambiente en el que se desempeña la clase social dominante (a pesar de cierto porcentaje de sangre indígena o negra) significa para un indiano la apertura de las puertas de la administración colonial, del comercio, de los colegios, seminarios y universidades, sectores vedados por regla general a los negros, mulatos y zambos. Para ellos todo deseo de integración constituye un deseo inalcanzable. Los documentos coloniales, desde el siglo XVI y hasta el XIX, denominan personas de mala raza a quienes poseen entre sus antecesores sangre africana, mora o judía, impidiéndoles el casamiento con los pobladores considerados blancos.

De acuerdo con el concepto imperante, la esclavitud constituye un estigma jurídico exclusivo del negro (aludimos en este caso al siglo XVIII). Esclavitud que se hereda por línea materna en todos los casos, es esclavo aunque su padre sea blanco, si bien éste tiene derecho a comprarlo si lo ofrecen en venta y con preferencia a cualquier otra persona. Para el indio no tiene vigencia lo estipulado y mucho menos para el progenitor negro.

Comercio legal y contrabando de negros

Desde los primeros momentos de la ocupación del continente, España importa mano de obra servil, encargándose del tráfico comerciantes y sociedades de Portugal, Francia e Inglaterra. Recién en las últimas décadas del siglo XVIII, comerciantes españoles y criollos se interesan en la práctica del comercio infame.

Las zonas de aprovisionamiento de esclavos en la costa de África varían de acuerdo con la época, las compañías y países que en distintos momentos ejercen el monopolio del tráfico. Las áreas de mayor importancia situadas en la costa occidental fueron el Sudán Occidental, la costa de Guinea y el Congo. Asimismo se importaron africanos de Madagascar y de las factorías emplazadas en el extremo sur del continente, con mayor intensidad en los últimos años del siglo XVIII. La legislación española y los contratos con las fuentes de abastecimiento prohibían el ingreso de los moros y negros mahometanos debido al temor que inspiraban y a su índole más levantisca. Pero si bien la letra lo estipulaba así, el contrabando primero y luego la exportación directa del Brasil señalan la presencia de africanos con influencias árabes. Durante la primera mitad del siglo XVII se exportan a Buenos Aires negros provenientes de la revuelta de Los Palmares (Brasil).

Disminuida la población indígena útil para el trabajo en las haciendas, minas e ingenios, la introducción de negros será el recurso que mantendrá la economía colonial en funcionamiento, por cierto a un costo de vidas muy alto.

La Corona pondrá en manos de comerciantes (los llamados asentistas) la tarea de abastecer a sus dominios ultramarinos de mano de obra esclava. Luego las concesiones serán acordadas en calidad de monopolios, con Francia e Inglaterra en un proceso complejo que no podemos resumir en pocas líneas.

El cruce del Atlántico desde las factorías africanas se realiza en veleros que los portugueses denominan tumbeiros (de tumbas), sombría calificación que alude a una trágica realidad: durante el siglo XVIII y considerando las mejores condiciones posibles de sanidad y navegación, sólo sobreviven al viaje entre un sesenta y setenta por ciento de los hombres embarcados.1

En casos extremos, documentados fehacientemente, no arriba con vida ni un solo negro, como ocurre en el primer viaje que realiza una nave de la Compañía de Guinea a Buenos Aires en 1702.

Llegado el velero a puerto, los oficiales reales controlan la carga humana, cobran los derechos correspondientes y en señal de conformidad aplican sobre la piel del africano una marca de plata puesta al rojo que deja la marca imborrable (carimbo). Lo hacen sobre ciertas partes del cuerpo: cabeza, brazos, pecho y espalda. Los dibujos son variados y similares a las marcas de ganado: cruces, círculos, iniciales, etc. Recién en 1784 se deja sin efecto esta bárbara costumbre que se extendió en América durante más de tres siglos.

Junto al tráfico legal y desde fines del siglo XVI el contrabando de esclavos constituye una actividad muy productiva. Entre las varias vías empleadas para ingresar la mercadería de contrabando en el siglo XVIII, la más común era pasar a los negros por la extensa y despoblada frontera entre Brasil y la Banda Oriental o por intermedio de la Colonia del Sacramento cuando la ocupan los portugueses; también emplean pequeñas sumacas (embarcaciones) que con facilidad arriban a la costa del Plata,7 y no pocas veces operan abiertamente y con la complicidad de gobernadores y autoridades locales.

La Colonia del Sacramento, ciudad emplazada por los portugueses frente a la ciudad de Buenos Aires en 1680, constituye, como Jamaica en las Antillas, el centro del contrabando rioplatense.

Los comerciantes porteños, más que al peligro de una posible invasión, temen la competencia de éstos en el intercambio de manufacturas y esclavos por cueros, realizado con las naves inglesas que rondan nuestras costas. El gobernador García Ros se queja amargamente en 1715 ante la imposibilidad de controlar el comercio ilícito, debido a la escasa cantidad de soldados y la extensión de fronteras y del litoral; pero como buen funcionario colonial no duda en recibir de los navegantes ingleses buenas sumas de dinero en pago de sus servicios.

No será el único: la Compañía del Mar del Sur a pesar de ser abastecedora legal de esclavos en los dominios del rey de España, no se libra de entregar con frecuencia abultadas cantidades para evitarse problemas con los funcionarios; estos gastos extras, escrupulosamente asentados en las cuentas de los comerciantes, nos documentan hoy sobre el concepto de honradez administrativa de la época. Algunos ejemplos: en 1744 el capitán del navío Royal George entrega a los oficiales reales, en calidad de presente, ciento dieciocho mil pesos en piezas de ocho reales; el 1º de agosto de 1722, seis mil pesos al gobernador de Panamá, mil quinientos al fiscal y dos mil a los oficiales reales del puerto. Entre 1716 y 1717, el capitán del Kingston vende en forma ilícita mercaderías y esclavos en Buenos Aires, mediante la entrega del 25% de los beneficios al gobernador. Y mientras en la pacata Buenos Aires desembarcan la carga humana, en Londres los miembros de la Compañía sobornan al representante de S. M. Católica para que permita cientos de fraudes y lo hacen a cambio de la entrega de mil libras esterlinas y una pensión anual de ochocientas. Así lo señala V. L. Brown basándose en testimonios de la época. En determinado momento, los miembros de la Compañía del Mar del Sur, dedicada a las actividades del comercio humano y de la que es socio el mismo monarca español, utilizan el chantaje para lograr sus propósitos. (Documentos publicados en “The South Sea Company and Contraband Trade”, en American Historical Review, vol. 31, nº 4, julio de 1926.)

Son tan frecuentes aquellos tratos para eludir las prohibiciones y el monopolio que en muchos casos los comerciantes desconocen la existencia de las actividades lícitas. En 1750 queda sin efecto el monopolio que poseyó Inglaterra para realizar el comercio de esclavos, previa indemnización de cien mil libras esterlinas. La indemnización corresponde a las comisiones que dejaría de cobrar el monarca por la solución de los negocios.

Posteriormente serán armadores de la península los que participen en el comercio infame. El proceso de transformación del sistema de monopolios hacia la liberación total es lento y complejo. Durante varias décadas y mediante reales órdenes se autoriza a las personas relacionadas con la Corte a introducir esclavos. Ajenos al conocimiento del tráfico, éstos venden los permisos a armadores prácticos y dispuestos a emprender aquellas actividades, que adquieren la mercancía en las posesiones de Portugal en América y en las factorías del litoral africano. Recién en 1778 se permite el comercio libre, pero con la condición de efectuarlo en veleros con bandera española (en ese momento España está en guerra con Inglaterra). Al año siguiente la autorización se extenderá a las naves de países neutrales y Francia se benefició con ello. En 1783, al finalizar la guerra entre España e Inglaterra (Tratado de Versailles), se acordará mayor libertad al comercio marítimo e internacional. Paralelamente al interés de las colonias de importar mano de obra servil, los ingleses, en franca expansión industrial, inician una fragorosa campaña para abolir el comercio de esclavos. Su interés y el interés de la burguesía, sin descontar lógicas razones humanitarias, radica en la necesidad que tiene el sistema de mano de obra libre y asalariada capaz de consumir lo que produce. La tesis había sido expuesta con claridad por Adam Smith en La riqueza de las naciones (Libro III, cap. II). Muchos años antes, en 1633, el promotor de la Compañía de las Indias Occidentales, el inquieto Guillermo Usselink sostenía: “Por lo mismo que en las Indias se ejecutaba la mayor parte del trabajo por medio de esclavos y cuestan mucho, trabajan de mala gana y mueren pronto a causa de los malos tratos de sus amos, estamos seguros de que ha de sernos mucho más provechoso el uso de un pueblo libre; además el esclavo no deja otro provecho que su trabajo, porque yendo desnudo nada adquiere ni necesita de las industrias”. La amplia libertad acordada por Carlos IV en 1789 para realizar el tráfico, extendida dos años después al puerto de Buenos Aires, es la respuesta a las tentativas abolicionistas inglesas y al temor de perder las fuentes de abastecimiento en la costa de África. De acuerdo con lo resuelto, en adelante podrán emprender el comercio esclavista todos los vasallos españoles y también los extranjeros. Pero a pesar de las medidas expuestas, y a la sombra del comercio legal, prosigue el contrabando con la misma intensidad de siempre.

Las ganancias producidas por este comercio son apreciables. Un negro bozal2 recién llegado de África (aproximadamente en 1780) se vende en la costa del Brasil a un precio que oscila entre 90 y 120 pesos y en Buenos Aires a 250, cifra que puede duplicarse y triplicarse en el Perú de acuerdo con la oferta y la demanda del momento. Recuerda un cronista colonial y testigo de aquel momento rioplatense (Lastarria) que un velero que arriba al puerto de Montevideo con trescientos esclavos deja a su propietario no menos de setenta y cinco mil pesos de ganancia (el sueldo de un peón de campo oscila entre los cinco y ocho pesos mensuales).

Vendida la carga humana, entre Buenos Aires y Montevideo, adquiere veinticinco mil pesos de cueros, cantidad con la cual colma la capacidad de su nave. La diferencia, cincuenta mil pesos, si lo desea, puede enviarla en metálico o invertirla en nuevas exportaciones de cueros.

La autorización para comerciar libremente no exime sin embargo a los interesados de la necesidad de un permiso oficial para hacerlo. Muchas órdenes reales beneficiarán a los españoles y criollos instalados en Buenos Aires; uno de ellos, Tomás Antonio Romero, se contará entre los más favorecidos. Espíritu emprendedor dentro de la monotonía porteña sólo interesada en comprar a dos y vender a cuatro, dueño de un respetable capital, adquiere veleros apropiados y los fleta a la costa de África. Sus informes a las autoridades virreinales y otros que remite a España alude a los viajes, los éxitos y los fracasos. Y el virrey Arredondo se regocija ante el espíritu progresista del español (había nacido en Maguer). Ni una palabra de condolencia ante la situación de esos hombres arrancados por la fuerza de sus hogares. La insensibilidad, en momento de intensa campaña abolicionista, puede compararse con la de ciertos historiadores contemporáneos enamorados de los gráficos y las series estadísticas e inmunes al dolor humano. Los comerciantes criollos y españoles que trafican con cueros y con seres humanos utilizan el sistema de los británicos. De Buenos Aires y de la Banda Oriental remiten cueros secos de vacunos a España y con el dinero que les remite su venta compran manufacturas. Enfilan luego las proas de sus naves hacia la costa de África donde, mediante operaciones de trueque, adquieren mano de obra servil. Otros, imposibilitados por razones económicas de emprender tan largos viajes, deben conformarse con los envíos de la costa del Brasil (Pernambuco, Bahía y Río de Janeiro) desembolsando, como es natural, precios más elevados por unidad de mercancía.

Los permisos otorgados por la Corona para la importación de mano de obra esclava están directamente asociados a la influencia que el interesado posea en España. Con posterioridad a la Revolución Francesa, emigrados franceses buscan refugio en la Península y solicitan la ayuda de sus pares. Ello ocurre mientras la Asamblea Nacional de Francia decreta la abolición de la esclavitud. En Buenos Aires el conde de Liniers, socio de comerciantes ingleses, será autorizado por una Real Orden del 3 de enero de 1793 para introducir 200 negros y transportar hacia Buenos Aires y otros puertos “gomas, marfil, especias, ébano, sagor y cristal de roca...”. Debido a los abusos cometidos, el 20 de abril de 1799 se prohíbe el comercio de naves extranjeras, competidoras de las españolas, tanto en las actividades lícitas como en las ilícitas. Durante la guerra entre España e Inglaterra, y para mayor seguridad, parte del comercio marítimo será realizado por comerciantes neutrales. Para cumplir con la disposición que sólo autoriza a los veleros españoles, los propietarios de las naves las españolizan.3 Cumplido el trámite, vendida su carga, adquirida otra y alejados de la ciudad, cambian nuevamente de bandera y navegan sin mayores problemas.

Decadencia de la trata de esclavos

Los acontecimientos militares anteriores a 1810, la situación internacional y otros factores de carácter interno interrumpirán prácticamente el comercio infame en el Río de la Plata. Los precursores de los sucesos de Mayo y los ideólogos de la Revolución no plantean en sus escritos, o lo hacen tangencialmente, aquella temática. Tengamos en cuenta de que recién el 9 de abril de 1812 la Junta de Gobierno de Buenos Aires prohíbe el ingreso de las naves negreras al Río de la Plata, y tampoco olvidemos que, debido a la segregación del Virreinato y a la ocupación española del Alto Perú, se interrumpe el envío de mano de obra servil a Chile, Potosí y Lima, centros principales de la actividad negrera. Por otra parte, Buenos Aires, suficientemente abastecida durante los últimos veinte años, sin manufacturas importantes, sin industrias, sin plantaciones, no tiene en aquel momento mayor interés en la importación de negros.

Las ideas abolicionistas y las de la Revolución Francesa tendrán su expresión más clara en las determinaciones de la Asamblea de 1813. En la sesión del 4 de febrero se decide “Que todos los esclavos que de cualquier modo se introduzcan desde ese día, de países extranjeros, queden libres por el solo hecho de pisar el territorio de las Provincias Unidas”. Pero la determinación tiene escasa vigencia. Un vecino poderoso, el Imperio del Brasil, con aproximadamente un millón y medio de esclavos y una producción agrícola sustentada en la mano de obra servil, no ve con buenos ojos aquella intromisión en la propiedad de sus súbditos.

La monarquía teme que la legislación abolicionista del Río de la Plata perjudique a los colonos fronterizos y que los esclavos, alentados por la medida, huyan hacia las Provincias Unidas. Y en Buenos Aires, el 29 de diciembre dejan sin efecto lo obrado por la Asamblea a pedido, según lo señalan, de Su Alteza el Príncipe Regente de Portugal, y establecen que “todo esclavo perteneciente a los Estados del Brasil que hubiese fugado o fugase en adelante sea devuelto escrupulosamente a sus amos...”. Días más tarde (21 de enero de 1814) permiten que cualquier viajero que llegue al Río de la Plata introduzca libremente los esclavos que conduce en calidad de sirvientes.

La participación de los esclavos en los ejércitos libertadores de Chile y del Perú, como posteriormente en la guerra que sostendrá el país contra las pretensiones expansionistas del Imperio del Brasil, contribuye, junto con otros factores, a la disminución de la población negra tanto en Buenos Aires como en el interior. El alejamiento de los hombres permite asimismo el mestizaje y detiene el crecimiento vegetativo de los elementos racialmente considerados africanos puros. En determinado momento, aproximadamente en 1817, los hechos señalados crearán una fuerte escasez de mano de obra servil, oportunidad de inmediato aprovechada por viajeros arribados del interior para obtener buenas ganancias con la venta de esclavos introducidos en calidad de sirvientes. Sin llegar a los extremos anteriores a 1810, el interés por el lucro fácil origina abusos de toda índole: contrabandos, falsificación de documentos y otros fraudes similares son tan frecuentes que el 3 de setiembre de 1824 se prohíbe la venta de los esclavos que introducen los viajeros (“Constando al gobierno los abusos que comienzan a hacerse”). El 15 de octubre de 1831 el gobernador Juan Manuel de Rosas permite nuevamente la enajenación de los esclavos que introducen los viajeros y deroga el decreto de 1824 (Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Policía, 1831-33, libros 62-64). Dos años más tarde, debido a la crítica periodística, se anula la medida (27 de diciembre de 1833). En el ínterin se venden en Buenos Aires gran cantidad de negros bozales que transportan las naves extranjeras que arriban a la ciudad. La ley sancionada en 1833 establece que los esclavos decomisados queden en poder de aquellos que denunciaron su ingreso y puedan usufructuar el trabajo de éstos teniéndolos en custodia (patronato). Asimismo es conveniente aclarar que el derecho de patronato es transferible mediante venta.

El 24 de mayo de 1839, el ministro de relaciones exteriores firma un tratado con Gran Bretaña por el cual el país se compromete a cooperar en la campaña emprendida contra el tráfico infame. Cooperación que determina la ayuda que deben prestar las naves de guerra argentinas en la captura de mercantes negreros.

Discriminación y prejuicio racial

Algunos hispanistas como Richard Konetzke sostienen la preeminencia del pensamiento estamental de la Edad Media en las posesiones del Nuevo Mundo. En las colonias de España los blancos desprecian los trabajos manuales que, sostienen, sólo competen a las poblaciones sometidas. Para los peninsulares y sus descendientes, ser indiano significa, en relación con los mestizos, negros e indios, tener calidad de noble. Influye en ello la motivación que impulsó a cientos de miles de inmigrantes a trasladarse al Nuevo Mundo y que puede resumirse en una sola frase: adquisición de riquezas con el menor trabajo posible. A muchos la realidad de la geografía del Río de la Plata, la inmensidad de su llanura y la rebeldía del indio, los pondrá en contacto con un mundo muy distinto del que se habían imaginado.

En Buenos Aires, la pampa y las distancias que la separan de los centros poblados del interior, estrecha a sus vecinos en el siglo XVII y gran parte del siguiente, en miserables ranchos de paja y barro; la llanura es uno, y no el menor, de los obstáculos que se deben vencer para alcanzar Córdoba, Chile o el Alto Perú. Y más allá, la cordillera y las travesías interminables. Ni siquiera un río que facilite la comunicación con aquellos centros.

La mayor parte de los inmigrantes españoles pertenecen a los estratos más bajos de la Península. Miguel Herre, miembro de la Compañía de Jesús, retrata con la mayor justeza la realidad porteña a comienzos del siglo XVIII: “En esta parte del Nuevo Mundo –escribe– son tenidos como nobles todos los que vienen de España, o sea todos los blancos; se los distingue de las demás gentes en el lenguaje, en e! vestido, pero no en la manutención y habitación, que es la de mendigos; no por eso dejan su ufanía y su soberbia; desprecian todas las artes; el que algo entiende y trabaja con gusto, es despreciado como esclavo; por el contrario, el que nada sabe y vive ociosamente, es un caballero, un noble”. Y con posterioridad a 1810 encontramos opiniones semejantes en los testimonios de los viajeros que visitan el interior. Los hermanos Robertson, comerciantes ingleses afincados en el litoral en las primeras décadas del siglo XIX, describen detenidamente las condiciones imperantes en la ciudad de Corrientes y califican a la autodeterminada “gente decente” como a miembros de una sociedad atrasada y supersticiosa, cerrada a cualquier influencia renovadora a pesar de hallarse en la mayor barbarie.

Para el español, tanto el peninsular como el indiano, nobles son quienes no tienen entre sus descendientes a moros, judíos o negros. Para la obtención de cargos públicos presentarán testigos y árboles genealógicos que demuestren su nobleza y la ausencia de mala raza entre sus antecesores de tres generaciones. Esta preocupación racista se asocia con prejuicios religiosos heredados por los descendientes de la clase social dominante. El historiador contemporáneo Julio Caro Baroja (miembro de la Real Academia de la Historia de España) sostiene: la existencia de un germen y, más de un germen, de una preocupación típicamente racista y concretamente antisemita insertada dentro de la noción de “limpieza de sangre”. Concepto este último que tampoco significa, y de manera especial para el español americano, absoluta pureza de sangre blanca.

La estructura social en el Río de la Plata presenta características similares a las de otros ámbitos de Hispanoamérica. Una estructura asociada íntimamente con los prejuicios raciales que sitúa al blanco en la cima de la escala y al negro en último lugar. Para el negro la movilidad social por medio del matrimonio era prácticamente imposible y menos por línea materna. En algunos casos –como lo señalan testamentos del siglo XVIII– el blanco toma a su cargo al hijo habido con una mulata o una negra. Pero el mestizaje será más frecuente en la campaña, donde la barraganía es un hecho común.

A partir de la segunda mitad del siglo xVIII la población de la campaña aumenta considerablemente; mestizos del norte y centro del actual territorio del país migran hacia la llanura de Buenos Aires, las cuchillas de la Banda Oriental y las estancias de Entre Ríos, Santa Fe y Córdoba. Muchos descienden de los primeros pobladores españoles y racialmente abarcan el amplio espectro que separa a los mestizos de los españoles. Estos blancos marginados trabajan periódicamente en faenas rurales y forman parte de una población con características especiales.

Como decíamos, el mestizaje se produce fuera de la ley. Y el hecho será total durante el siglo XVIII al hacerse más estricto el concepto de superioridad racial. En 1762, en un documento eclesiástico de Buenos Aires se decía: “No sólo son muchos los extravíos que hace el pueblo echando los párvulos y dándolos a algún confidente en las iglesias... en los patios y puertas de las casas cometen muchas culpas de pensamientos, palabras y acciones, sino a veces también en los cementerios y puertas de las iglesias, mientras están haciendo los entierros” (citado por Carlos Correa Luna en Don Baltazar de Arandía. Buenos Aires, 1918, pág. 29).

En Córdoba plantean en varias ocasiones a las autoridades los excesos sexuales que se cometen durante las procesiones nocturnas de Semana Santa y solicitan la prohibición de las mismas. Aluden a las relaciones entre personas de diferentes condiciones sociales. Y en Buenos Aires una “Satirilla festiva” les recuerda entre otras cosas a los porteños de 1802: “Que en esta tierra muy pocos se quieren matrimoniar y en la Cuna, diariamente vayan niños a botar”.

Carlos III establece por una pragmática que los parientes de una pareja de novios pueden oponerse al matrimonio de éstos si por considerar dudosos los antecedentes de cualquiera de los cónyuges crean que la unión sería perjudicial para el honor de la familia.

Se legisla en aquel momento algo que está íntimamente unido a las ideas de la clase dominante. Muchos años más tarde seguirá considerándose como infame a quien posea antecesores africanos en la familia. Esta concepción racista tendrá plena vigencia tanto en la sociedad tradicional como en las clases desposeídas.

Todos aquellos con caracteres físicos que acusen rasgos africanos son considerados personas viles.

Un falso rumor cuestionando el origen español de una familia bastaba para difamarla. Los términos empleados para señalar a los “hombres de color” y a sus descendientes delatan asimismo el desprecio racista. Solórzano Pereyra (jurista del siglo XVII) al sostener la necesidad que tienen las Indias de mano de obra esclava, aconseja que se valgan de negros, mestizos y mulatos libres de los cuales –escribe– “hay tanta canalla ociosa en estas provincias” (Política Indiana libro II, cap. III, nº 11). Los mulatos, opina luego, “toman este (nombre) en particular, cuando son hijos de negra y de hombre blanco o al revés, por tenerse esta mezcla por más fea y extraordinaria y dar a entender con tal nombre, que le comparan a la naturaleza del mulo”.

Aunque libres, los negros están regidos por rígidas normas legales. “Tienen la obligación de permanecer bajo las órdenes de un amo; de convivir bajo la tutela de personas conocidas; no pueden andar libremente de noche; les está prohibido llevar armas; las mujeres no pueden adornarse con joyas ni vestido de seda.4 El sistema de castas determina asimismo diferencia en las penas ante un mismo delito. Los castigos corporales tendrán exclusiva vigencia entre los pobladores socialmente menos considerados y con mayor intensidad para negros y mulatos. Al consultarse en 1785 si era permitido azotar a los culpables de delitos leves, responde cierto asesor jurídico que sí podría corregírselo mediante azotes en un sitio público siempre que el acusado fuera persona de “baxa suerte”. En 1758 el gobernador de Córdoba establece la aplicación de una marca de hierro candente sobre el cuerpo de quienes, por ser vagos, jugadores y enviciados considera como rebeldes, pero siempre que los inculpados sean indios, negros o mulatos “... doscientos azotes y sean marcados con una erre de a geme”,5 escribe. (Citado por Ernesto Quesada, La vida colonial argentina, Buenos Aires, 1917, p. 35)

En muchos casos los castigos (treinta, cincuenta, doscientos o más azotes se aplican sin la confección del correspondiente sumario, pues no era necesaria la actuación de jueces ni la exposición de testigos. El Cabildo de Córdoba recuerda en 1789 que a los ladrones, siendo mulatos o negros, siempre se los azotó “sin más figura de juicio ni perder tiempo en procesarlos”.6 Los bandos de los gobernadores y virreyes en todos los casos ordenan la flagelación de los reos considerados de “color baxo” como denominan a negros y mulatos.

La Real cédula de 1789 sobre el tratamiento que debe aplicarse a los esclavos, considerada por los historiadores como un paso positivo en las relaciones entre amos y esclavos, insiste en la necesidad de castigar con azotes a los negros ante el incumplimiento de sus deberes. Establece en su capítulo VIII que “podrá y deberá ser castigado correccionalmente por los excesos que cometa, ya por el dueño de la hacienda, o ya por su mayordomo, según la cualidad del defecto, o exceso, con prisión, grillete, cadena, maza, cepo, con que no sea poniéndolo en éste de cabeza o con azotes, que no pueden pasar de veinticinco, y con instrumento suave, que no les cause contusión grave, o efusión de sangre”. Las penas por delitos que sus amos creyeran conveniente castigar con mayor severidad debían ser aplicadas por la justicia.

Por esa causa muchos entregan sus esclavos a las autoridades civiles. Enviados a la cárcel pública por determinado tiempo, los abandonan sin alimentarlos, sistema que seguirá empleándose con posterioridad a 1810 sin diferencia alguna. Asimismo las penas corporales continúan siendo privativas de las clases consideradas inferiores. El movimiento de 1810 no se preocupó directamente por mejorar las relaciones entre amos y esclavos, aunque es justo señalar que la aparición de nuevos factores económicos, sociales y militares, vinculados con el proceso revolucionario, irán determinando cambios favorables a la condición del negro.

A pesar del espíritu de la legislación de la Asamblea de 1813, los castigos corporales continúan aplicándose y siempre a los componentes de las antiguas castas. Tanto en Buenos Aires como en el interior, la costumbre perdura hasta fines del siglo pasado.7

Los hombres de color, libres o esclavos, mulatos o negros “atezados”8 también están totalmente excluidos de la enseñanza de las primeras letras, por expresa disposición de las autoridades. Sobre el particular ordenan los cabildantes de Buenos Aires, el 8 de mayo de 1723, al maestro Alonso Pacheco que no debe enseñarles a leer, escribir o contar. Sólo está autorizado, pero “teniéndolos separados”, a darles nociones de religión. Y agrega que “no los saque a los actos públicos sino apartados de los españoles para que no se junten”. En términos generales, esta disposición perdura hasta algunos años después de 1810, y sólo se atenúa lentamente. En 1823, la Sociedad de Beneficencia dispone la creación de una escuela para niños de color, apartados hasta aquel momento de la enseñanza de las primeras letras. En 1833 esa y otras escuelas funcionan en distintos barrios de Buenos Aires, y conocemos la existencia de otra instalada en 1855 en la Catedral del Norte. Informes posteriores señalan que por falta de fondos debieron ser clausuradas. En 1877, los morenos de Buenos Aires –calculamos su población en aproximadamente seis mil almas– solicitan la creación de escuelas para los descendientes de los antiguos africanos. Pero si bien la enseñanza de las primeras letras les está vedada en la época colonial, muchos amos y especialmente congregaciones religiosas enseñan a los esclavos a ejecutar algún instrumento.

Las limitaciones continúan: Cabello y Mesa a comienzos del siglo XIX prohíbe formar parte de la sociedad literaria que piensa establecer en Buenos Aires a quienes define como personas de “mala raza”, es decir que no sean cristianos viejos, sin tacha de negro, mulato, chino, zambo, cuarterón o mestizo. Y como sostiene en El Telégrafo Mercantil (abril de 1801) “se ha de procurar que esta Sociedad Argentina se componga de hombres de honrados nacimientos”. Posteriormente, la segregación tendrá diversas manifestaciones más o menos ostensibles. Tal vez la más notable sea la inmediata separación de los naturales (indios) de los pardos y morenos pertenecientes al ejército, situación que se prolonga bajo diversas formas de prejuicio racial hasta la segunda mitad del siglo pasado.

Vida cotidiana

En Buenos Aires, como en el interior del virreinato, el trabajo doméstico estuvo a cargo de esclavos. En la ciudad viven con sus amos en la misma casa, ocupando el tercer patio, lejos de las habitaciones principales. Allí crecen los muleques9 en compañía de los hijos de sus amos. Las negras acompañan a las amas a misa, cocinan, lavan la ropa, realizan costuras y otros trabajos similares. En algunos casos, cuando la familia no dispone de suficientes entradas, salen a vender pasteles y confituras para solventar los gastos de sus dueños. Acompañan a los niños en sus juegos y los cuidan hasta los cinco o seis años.

Dadas las escasas condiciones de higiene, la falta de cuidados en el parto y el abandono en que los sumen sus amos, la mortalidad infantil era elevada.10

A partir del siglo XVII, quienes disponen de cierto capital invierten con frecuencia dinero en la adquisición de mano de obra esclava para alquilarla, recibiendo de esta manera una renta, que es mayor si el negro tiene algún oficio; de allí el interés por enseñárselo. Los beneficios derivados de este alquiler debieron ser sustanciales porque a fines del siglo XVIII los contratos de trabajo aumentan en forma importante. Comerciantes, funcionarios y hacendados constituyen los principales propietarios de esclavos entre la población civil y quienes se dedican con mayor frecuencia a alquilar sus sirvientes. Por lo expuesto, resulta difícil estipular, tomando por ejemplo las cifras del padrón de 1778, qué porcentaje de esclavos se dedica a tareas domésticas o a trabajos fuera de la casa de sus amos. El sistema debió extenderse en exceso pues durante el transcurso de las dos últimas décadas del siglo XVIII, informes oficiales, reales cédulas y comentarios periodísticos determinan la presencia de un movimiento de opinión que desea el alejamiento de los esclavos y personas de color en general, de las actividades artesanales, tareas a las que están dedicados muchos negros. Sostienen que los españoles (criollos o peninsulares) no realizan trabajos manuales debido a la infamia que constituye para ellos el contacto con las castas consideradas inferiores. “El deseo de mantener en pie y sin trabajar –escriben en 1806– un pequeño capital, ha sugerido la idea de emplearlo con preferencia en comprar esclavos y destinarlos a los oficios, para que con su trabajo recuperen algo más que el interés del fondo invertido en esta especulación; por semejante medio se han colmado de estas gentes mercenarias todas las tiendas públicas, y han retraído por consiguiente los justos deseos de los ciudadanos pobres de aplicar a sus hijos a este género de industria.”

Ya hemos señalado que a partir de la segunda mitad del siglo XVIII aumenta el número de pobladores marginados que sin ser negros, indígenas o mulatos no poseen medios de subsistencia ni están en condiciones de obtener cargos públicos. Estos “blancos de orillas” constituyen un problema para las autoridades y más aun dentro de un ámbito donde existe un fuerte prejuicio frente a los trabajos manuales. Prejuicio que debemos sumar al racial. “Los blancos prefieren la miseria y la holgazanería antes de ir al trabajo al lado de negros y mulatos.” Escribe Manuel Belgrano en una de sus memorias al Real Consulado.

En diversas disposiciones de aquel momento se aconsejaba a los amos que dedicaran a sus esclavos a trabajos agrícolas y domésticos, evitando las actividades sedentarias poco convenientes para éstos. “La primera y principal ocupación de los esclavos debe ser la agricultura y demás labores del campo, y no los oficios de vida sedentaria”, ordena la real cédula expedida en Aranjuez el 31 de mayo de 1789.

En otros casos los amos estipulan con sus esclavos y ante escribano público la entrega de una suma fija mensual, otorgándoles plena libertad de elegir el trabajo que más le conviniera. De allí que muchas esclavas, ante la imposibilidad de reunir el dinero necesario e impulsadas por sus amos, prostituyen sus cuerpos. Así lo señala una real cédula en 1672.

Y en 1797 uno de los alcaldes de la ciudad solicita prohíban que las negras y mulatas vendan “empanaditas, pasteles y otras golosinas” en la Plaza de Amarita, también denominada Plaza Nueva, pues se quedan hasta muy tarde por la noche haciendo compañía a peones santiagueños y a mal entretenidos. En gran parte del trabajo estable que se realiza en las estancias también aparece el negro esclavo. Sólo en las tareas periódicas (yerras y apartes) intervienen contratados para tal fin criollos y mestizos que, por lo general, son pobladores (los denominan agregados) de la misma estancia.

Antes de su expulsión, los jesuitas emplean en todas sus estancias mano de obra africana. En Córdoba poseen en 1686 trescientos esclavos, 11.000 ovejas, 5.000 caballos, 3.000 vacunos y 1.000 mulas. “En 1767, en la estancia de Alta Gracia –una entre las varias de la Compañía– la peonada para atenderla accedía a 140 negros y 170 negras... cantidad al parecer excesiva para atender no más de quince mil cabezas de ganado.” (Joaquín Cracia, Los jesuitas en Córdoba. Buenos Aires, 1940, pág. 371). En Buenos Aires a mediados del siglo XVIII las estancias de Magdalena y la de Areco ocupan en total más de ciento veinte esclavos. Sus conexiones con los asentistas ingleses son estrechas y están ligadas a ellos por múltiples transacciones comerciales. La expulsión de los jesuitas no introduce cambios en las estancias, administradas por las Temporalidades. El campo de la Hermandad de la Caridad de Buenos Aires ocupa mano de obra africana en su totalidad: capataces, peones y puesteros. Paradójicamente el producto del establecimiento mantiene en Buenos Aires un colegio de huérfanas donde no se permite la internación de personas de color. Sólo abren sus puertas a “huérfanas de sangre limpia” como estipulan sus reglamentos. Hasta el personal de servicio debe ser europeo, pues aquellos que denominan gentuza y personas de bajo origen no puede tener contacto con las niñas del Colegio. Temen que si ocurriera “las señoras de la ciudad no pongan a sus hijas de colegialas por el justo temor de que se las confunda con las esclavas”. Cabría preguntarse si la piel de las porteñas era tan oscura como para que temiesen que se las confundiera con muñequillas mulatas.

Esclavos y negros libres desempeñan trabajos artesanales de carpintería, zapatería, sastrería, herrería, peluquería, albañilería, etc., calculándose que más de un sesenta por ciento de aquellas actividades están ocupadas por ellos. Con frecuencia los propietarios de los locales son europeos que dejan en manos de sus esclavos los trabajos manuales, pese a que, como ya señalamos en varias oportunidades, se trató de impedir que desempeñasen aquellas tareas.

Las ordenanzas del gremio de zapateros de Buenos Aires excluyen de entre sus miembros a los hombres de color (1791). Éstos, como lo señala el historiador Enrique Barba, ante la segregación que les imponen, se ven en la necesidad, a pesar de ser mayoría, de constituir otro gremio, señalando con tal motivo que las ordenanzas que los excluyen “enerva los derechos de los hombres, aumenta la miseria de los pobres, pone trabas a la industria, es contraria a la población...”. Cuestionan el derecho que se atribuyen los europeos de autorizar sólo a quienes ellos crean conveniente para ejercer el oficio y de reservarse la venta de los zapatos que fabrican los negros, en una típica actitud monopolista. Cornelio Saavedra, en aquel momento Procurador General, condena al monopolio pero aconseja en cambio no se permita la división del gremio de zapateros y cree lógico que los negros no ocupen en él cargos directivos “por ser personas que el derecho inhabilita para los actos civiles”.

La escasa industria manufacturera familiar basada exclusivamente en el trabajo del algodón y la lana no empleó esclavos. Salvo algunos telares propiedad de los jesuitas (en Córdoba y en otras regiones) y cuya producción se destinaba al consumo interno en su gran mayoría pues los saldos eran mínimos, el resto fue manejado por sus propios dueños. Por lo general el trabajo artesanal cubre escasamente las necesidades de la zona y el resto se envía a los centros poblados. La producción era escasa y siempre a nivel familiar. Para tener una idea del monto que representa la manufactura textil y que un autor denomina “pujante y poderosa” comparándola con la minería y las derivadas de la ganadería, tengamos en cuenta que la producción de Chuquisaca, una de las más importantes del Virreinato, en sus mejores momentos no superó los cuarenta mil pesos. Cantidad ínfima si la comparamos con los setenta y cinco mil pesos que produce la venta de un cargamento de esclavos de un solo barco negrero.

Gregorio Funes bajo el seudónimo de Patricio Saliano escribe en El Telégrafo Mercantil (1802) que la industria textil de Córdoba está en manos de mujeres, explotadas por los comerciantes que adquieren sus productos (“...vienen a quedar las mujeres únicas fabricantes de los tejidos, perpetuamente sujetas a una esclavitud mercantil”). Tal la estructura de lo que se ha denominado la principal industria del país. Lo mismo ocurre con la industria sombrerera, también artesanal, que ocupa muy pocos esclavos y, en cuanto a la producción de caña de azúcar, es muy limitada (Salta) y trabajan en ella exclusivamente indios de la zona.

Crisis del sistema esclavista

Aludimos ya al aumento de población que puede considerarse blanca y que vive marginada. Están radicados tanto en la ciudad como en el campo, muchas veces sin ocupación fija. En Buenos Aires y las ciudades del interior ocupan míseros ranchos emplazados en las orillas. En la campaña algunos propietarios latifundistas les permiten poblar un rincón de sus campos. Son frecuentes las quejas durante la segunda mitad del siglo pasado debido a robos de haciendas, vagabundaje, juegos prohibidos, ocupación indebida de tierras. En cierto momento les prohiben tener hacienda a menos que dispongan de una gran extensión de tierra.

Poco antes de 1810, y como lo señalamos en nuestro estudio sobre la situación social del gaucho, comienzan las medidas represivas que tendrán su expresión más cruda a mediados del siglo pasado. Sin profundizar en el tema y comparando la situación del Río de la Plata con la de otros ámbitos de América (los llanos de Venezuela, por ejemplo)11 observamos la existencia de una gran masa de población disponible para el trabajo. Los propietarios criollos buscan entonces la salida del régimen esclavista hacia otro con formas feudales y empleando la amplia legislación existente. Se obliga a los desposeídos a trabajar, a enrolarse en el ejército, se les impide trasladarse de un sitio a otro. La solución más adecuada a los problemas que representan la dará la Guerra de la Independencia y la necesidad de soldados para los cuerpos de caballería.

La primera medida que aparentemente determina una crisis en el sistema esclavista data como es sabido de 1813. El 2 de febrero de aquel año la Asamblea General Constituyente establece la “ley de vientres” acordando la libertad a todos los niños nacidos con posterioridad a ese año. El 6 de marzo se reglamenta la ley disponiéndose su cumplimiento en varias etapas, con lo que se desvirtúa el espíritu libertario que había inspirado la medida. (“Ese bárbaro derecho –habían dicho– del más fuerte que ha tenido en consternación a la naturaleza, desde que el hombre declaró la guerra a su misma especie, desaparecerá en lo sucesivo de nuestro hemisferio; y sin ofender el derecho de propiedad, si es que éste resulta de una convención forzada, se extinguirá sucesivamente hasta que regenerada esa miserable raza iguale a todas las clases del estado y haga ver que la naturaleza nunca ha formado esclavos sino hombres, pero que la educación ha dividido la tierra en opresores y oprimidos.”)

La reglamentación de las medidas solicitadas por la Asamblea establece que los negros nacidos con posterioridad a 1813 permanecerán hasta los veinte años de edad bajo la protección de sus amos, quienes han de disponer de ellos sin abonarles salario alguno por su trabajo. Esta protección denominada derecho de patronato puede enajenarse mediante la entrega de una suma de dinero. Los avisos de los periódicos editados entre 1813 y 1852 anuncian con frecuencia la venta de derechos de patronato. Aluden asimismo a la huida de niños de color nacidos con posterioridad al año 1813 y a la gratificación que ofrecen sus amos a quien los devuelva. Los libertos mayores de dos años (artículo 5º) pueden quedar en poder del dueño de la esclava en caso de que éste venda a la madre, situación que no presenta modificación alguna con respecto a la observada en los peores momentos anteriores a 1810. Si bien nadie plantea la diferencia entre esclavitud y patronato, los porteños saben que son sinónimos. Advirtamos que en aquel momento los esclavos constituyen la totalidad del servicio doméstico y por lo general no están dedicados a tareas productivas. Su posesión determina la situación económica del amo y otorga cierto status social.

Recién en 1852 la Asamblea Constituyente dispondrá la libertad total de los escasos esclavos que todavía existen en el territorio argentino. En los cinco años anteriores a esa fecha los periódicos porteños no ofrecen ninguno en venta. Quienes fueron introducidos desde África antes de 1812 y que aún sobreviven, en su mayoría son ancianos. Sólo quedan algunos vendidos posteriormente por viajeros que llegan al país amparados en la legislación que ya mencionamos. Por otra parte el trabajo doméstico es realizado por inmigrantes europeos y criollos mestizos. La ley, en realidad, alude a un hecho ya consumado. (“En la Confederación Argentina –dijeron en alguna ocasión– no hay esclavos: los pocos que hoy existen quedarían libres desde la jura de esta Constitución...”)

Carne de cañón

Los sucesos posteriores a 1810 determinan la urgente necesidad de establecer una fuerza armada capaz de defender el nuevo sistema político. De allí las frecuentes levas de paisanos –ya denominados gauchos– y el enrolamiento de esclavos. El sistema y el método utilizado no era nuevo pero sí lo era su intensidad y crea normas jurídicas distintas en las relaciones entre la clase dominante en aquel momento y los desposeídos. La primera medida data del 29 de mayo de 1810 y resquebraja el sistema de autoridad. De acuerdo con lo establecido ese día por la Junta, el ejército debía constituirse sobre la base de todos “los vagos y hombres sin ocupación conocida, desde la edad de los diez y ocho hasta la de cuarenta años” sumándoseles los cuerpos ya existentes. La leva de paisanos denominados “vagos” adquiere grados tan extremos que días más tarde los propietarios de las tropas de carretas que viajan al Norte deben detenerse pues las partidas militares les han secuestrado todos sus peones. El sistema expuesto seguirá en vigencia, con pocas variantes, hasta la aplicación del servicio militar obligatorio.

También en 1810 (8 de junio) la Junta, para desagraviar a los indios, pues considera una ofensa que éstos formen parte de las compañías de pardos y morenos, ordena la separación total de los mismos. Señalemos que el indio desde un primer momento, y al menos en teoría, es objeto de las inquietudes sociales de los ideólogos de la Revolución.

Frente a la movilización de las tropas, los esclavos tomarán conciencia de los sucesos políticos. El hecho preocupa a los propietarios y lo advertimos, por ejemplo, en ciertas opiniones vertidas en la biografía oficial de Juan Manuel de Rosas editada en 1830: “la revolución –se dice– que estalló el año siguiente (1810), agitó profundamente al país, e hizo que los esclavos fuesen menos dóciles a la voz de sus amos. Muchos propietarios y don León Rosas entre ellos (padre de Juan Manuel de Rosas), no hallaron más remedio contra un mal cuyos progresos amagaban sus fortunas, que ir a establecerse a sus estancias”.

El 31 de mayo de 1813 se ordena el establecimiento de un batallón de esclavos, considerándolo indispensable “para la salvación de Buenos Aires”. Y siempre que Buenos Aires –lo mismo ocurre en las ciudades del interior– afronte un serio peligro, ha de recurrirse a los soldados de color. La infantería negra constituye en determinados momentos más de una cuarta parte de las tropas regulares sin tener en cuenta a aquellos que forman la reserva. Brackenridge recuerda que poco después de 1810 un porcentaje similar revista en el ejército de Buenos Aires y opina, “no son inferiores a ninguna tropa del mundo”.

Los esclavos cubren los claros que deja el entusiasmo, al parecer no muy fervoroso, de los ciudadanos. Así ocurre mientras San Martín prepara en la ciudad de Mendoza el ejército con el cual ha de cruzar la cordillera. Los vecinos del puerto emplazado sobre el Río de la Plata, a pesar de no permanecer en su totalidad indiferentes, no concurren con su ayuda enrolándose en calidad de voluntarios. Sus donativos en la mayor parte de los casos son forzados y sujetos a una posible indemnización.12 A los esclavos los compra el Gobierno; las armas y bagajes indispensables se adquieren con dinero de la Tesorería, según se desprende de las cartas intercambiadas entre el Director Pueyrredón y San Martín.

El bando del 15 de enero de 1815, que dispone el embargo de los esclavos en poder de los españoles europeos sin carta de ciudadanía, esparce un clamor general en la ciudad. Cientos de solicitudes llegan al gobierno rogando se revea la medida. Y muchos llevarán sus esclavos al exterior (Montevideo), burlando las medidas oficiales. Otras leyes posteriores continúan estableciendo distintos embargos y los extienden a los americanos, pero siempre con la condición de abonárselos. Gran parte del Ejército de los Andes está formado por esclavos, reunidos en su mayor parte en los batallones (regimientos) 7 y 8 de infantería, que suman más de mil quinientos hombres. Luchan en Chacabuco, Maipú, Cancha Rayada y luego emprenden el camino hacia el Alto Perú y Lima. Muchos mueren congelados al cruzar la Cordillera. Otros corroídos por la gangrena. Y cientos de ellos en los campos de batalla despedazados por el fuego de la artillería realista. San Martín nunca dejó de reconocer el valor de sus pardos y morenos, y su espíritu amplio deseó reunirlos desde un primer momento con las tropas formadas por criollos descendientes de españoles. Pero el espíritu racista fuertemente arraigado en la población se lo impidió, como él mismo lo reconoce en una carta al Secretario de Guerra: “En efecto el deseo que se anima de organizar las tropas con la brevedad y bajo del mejor orden posible, no me dejó ver por entonces que esta reunión [de negros y blancos] sobre impolítica era impracticable. La diferencia de clases se ha consagrado en la educación y costumbres de casi todos los siglos y naciones; y sería quimera creer que por un trastorno inconcebible se allanase el amo a presentarse en una misma línea con el esclavo” (Mendoza, 11 de febrero de 1816).

Apesadumbrado por la falta de comprensión y patriotismo de los porteños, Pueyrredón le escribe a San Martín (16 de diciembre de 1816) que ha debido revocar el decreto de embargo de esclavos por el clamor de sus compatriotas: “nació el disgusto general”, afirma. Por lo tanto se ve obligado a renunciar a todo intento de envío de tropas. Pero si bien los porteños no permiten el embargo de sus negros, aceptan entregarlos ciertos días de la semana para que les enseñen el manejo de las armas, los organicen en compañías y les inculquen principios de disciplina militar. Además de realizar trabajos domésticos, ellos velan por la tranquilidad del sueño de sus amos. En la guerra contra el indio en la frontera de Buenos Aires, Mendoza, Santa Fe y Córdoba también aparecen tropas de color. En compañía de los gauchos, enrolados como ellos, por la fuerza, los libertos emprenden la defensa de los intereses ganaderos y conquistan nuevas tierras para que las usufructúen otros. Rosas, Urquiza, Mitre, gobernadores y caudillos del interior disponen y abusan de la tropa de color. Las listas de soldados, las crónicas y partes militares aluden a la actuación que les cupo en distintos hechos de armas. Los últimos descendientes de los africanos constituyen la infantería en las tropas de línea. En los esteros del Paraguay luchan por última vez. Luego, diezmados, regresan a Buenos Aires. Ya en aquellos años, sobreviven muy pocos de sus hermanos de raza. Algunos los calculan en no más de seis mil almas. Finalmente, en 1871, la fiebre amarilla, que hace estragos entre los pobladores hacinados en los conventillos de los barrios del sur de la ciudad de Buenos Aires, cobra gran número de vidas entre ellos, terminando de hecho con la mayor parte de los hombres de color.

Un orgulloso país de blancos

En nuestro país, muchos vieron y, por qué no decirlo, muchos ven la desaparición de la población de color como un hecho positivo. Hace varios años, un conocido diplomático e internacionalista argentino sostenía esa tesis en una conferencia que pronunciara en la Universidad de Harvard en Estados Unidos. Expresó entonces que “es digna de recordar la circunstancia favorable que las razas inferiores, indios y negros, casi se extinguieron durante el primer siglo (de la independencia). Las guerras de límites, las enfermedades y el alcohol, han reducido a las aguerridas tribus indígenas a pequeños grupos de menos de diez mil almas, diseminadas en diferentes regiones del país. La abolición de la esclavitud –agregaba–, proclamada por el Congreso argentino de 1813, originó un movimiento de gratitud (sic) en la población negra y como consecuencia, todos los hombres capaces de usar armas se unieron voluntariamente en los ejércitos patriotas y en la guerra contra la dominación española. Además los negros tomaron una parte activa en la república. La homogeneidad de la población blanca es una de las razones que, unida al carácter de las instituciones y a los dones de la naturaleza, explican la extraordinaria transformación, cultura, y prosperidad de la República Argentina...”.13 Tan entusiasta profesión de fe en la superioridad del blanco, frente a las “razas inferiores”, nos exime de todo comentario.

Referencias

1 La cantidad se desprende de un estudio que realizamos sobre aproximadamente cien viajes entre África y puertos de América durante las últimas tres décadas del siglo XVIII.
2 Negro bozal: denominación con que se conocía al esclavo recién llegado a Indias y que no conoce las costumbres ni el idioma.
3 Izan la bandera española.
4 Recopilación de leyes de los Reynos de Indias (libro IV, título V, leyes IV, VII, XV, XXVIII).
5 Geme por gema, piedra preciosa, joya. Alude con ello al tamaño de la marca.
6 Cf. Ricardo Rodríguez Molas. Historia social del gaucho. Buenos Aires, 1958, p. 344.
7 El 17 de abril de 1833, la policía de Buenos Aires anuncia en el periódico El Lucero “que establece la condena de veinticinco azotes a todo negro que encuentre jugando” y agrega “que si se tratase de un hijo de familia, a veinticuatro horas de prisión”.
8 Nombre para designar a los esclavos negros sin influencias árabes y que no son mestizos.
9 Negro entre siete y diez años.
10 Disponemos de escasos informes posteriores a 1810 y suponemos que el porcentaje sería similar a los que se desprenden de las series estadísticas posteriores. Entre 1813 y 1815, de 2003 nacimientos de niños cuyas madres son esclavas, sobrevivirán al parto sólo 1253 (37% de muertes). Y dentro del límite de las posibilidades, teniendo en cuenta la mencionada cifra, podemos sostener que las muertes al año de vida alcanzarían a un 50%.
11 Miguel Acosta Saignes. Vida de los esclavos negros en Venezuela. Caracas, 1967.
12 En el Archivo General de la Nación pueden consultarse los miles de expedientes de la Comisión liquidadora de las deudas de las guerras de la Independencia y la emprendida posteriormente contra el Imperio del Brasil. Hasta el último centímetro cuadrado de las telas para los uniformes fue meticulosamente abonado a los comerciantes porteños y a los importadores. Los esclavos, en la mayor parte de los casos, pagados en el momento. Por otra parte todos, o casi todos, los descendientes de los oficiales, y aun aquellos que en su vida tomaron un fusil, recibieron pensiones graciables del Congreso... Mientras tanto los soldados negros sobrevivientes arrastraban sus muñones y sus miserias por las calles de Buenos Aires, Mendoza y otras ciudades.
13 Estanislao S. Zeballos. Las conferencias de Williamstonn. Buenos Aires, 1927, página 81.

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Studer, Elena F. S. de. La trata de negros en el Río de la Plata durante el siglo XVIII. Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Investigaciones Históricas, 1958.



Pedro Figari, Candombe, 81 x 60 cm, óleo sobre lienzo.

Los negros-africanos en la historia argentina

La negritud, su pasado y su palpitante presente

La presencia negro-africana en la República Argentina es y ha sido, históricamente, un dato insoslayable de la realidad nacional, desde sus orígenes como Nación e incluso varios siglos antes. Aquí se transcribe un original trabajo sobre el que, como afirma la autora, “no es legítimo hablar de 'desaparición de los negros' como lo vienen haciendo las clases dirigentes y la sociedad argentina en general desde fines del siglo pasado y durante el presente”.

El mecanismo a través del cual la población africana ingresó en masa en Latinoamérica fue el infamante tráfico de esclavos en las rutas del océano Atlántico. No obstante vale aclarar que hay pruebas suficientes de la presencia africana en el hemisferio occidental varias centurias antes de la llegada de Cristóbal Colón: así lo prueban los hallazgos arqueológicos y otros artefactos culturales en las regiones de Tuscla y Veracruz, en México, que datan del período Olmeca; en la región de la actual ciudad de La Plata, en la Argentina; el Darien, al norte de Brasil; en Venezuela y en Florida.

Sin embargo, la dispersión a escala masiva de poblaciones africanas enteras en las tres Américas se produjo, de manera inusitada hasta ese momento, durante el comercio de esclavos entre los siglos XV y XIX.

La razón de esta vergonzante y forzada migración fue servir a las necesidades de mano de obra de los colonos europeos: hasta el siglo XIX la plantación agrícola y la minería constituyeron las bases de la economía iberoamericana y, a través de éstas, el sustento para las coronas española y portuguesa. Trabajar con sus propias manos era la última posibilidad prevista por los colonizadores para sí mismos. Éstos se volcaron a los africanos por su experiencia milenaria tanto en la minería y el trabajo artesanal con metales como en la plantación agrícola. Por otro lado, a diferencia de los amerindios, los africanos ya habían estado expuestos a las “zonas” epidemiológicas del “Viejo Mundo”, adquiriendo inmunidad a enfermedades tropicales tales como la fiebre amarilla y la malaria, y a enfermedades comunes en Europa, como la viruela.

Además, al no estar protegidos por las tradiciones legales comunes a los europeos –que se consideraban a sí mismos seres humanos pero no al resto– los africanos podían ser reducidos sin apelación moral a una disciplina brutal y sanguinaria.

La América hispánica y portuguesa arrebató y esclavizó seres humanos principalmente de África Occidental, constituyendo las Islas de Cabo Verde el entrepuesto de tráfico más importante de aquellos siglos. Los individuos provenientes de Guinea Septentrional y Meridional eran mayoría en el Caribe y América Central; los Yoruba y los Ewe (Nigeria y Togo) en Brasil. Los angoleños y congoleños (pertenecientes a la familia étnica y lingüística Bantú) eran los grupos mayoritarios en Chile, Perú, Uruguay y Argentina.

En síntesis, alrededor de 12.000.000 de africanos desembarcaron en Latinoamérica. Buenos Aires y Montevideo se constituyeron en los puertos más importantes del Atlántico Sur y surtieron todo el interior de Sudamérica mediante puertos de transferencia en Valparaíso y Río de Janeiro. Si efectuamos el cálculo de que por cada africano que llegaba vivo a estas costas cinco perecían por inanición, diarreas,
deshidratación, suicidios o castigos diversos, hallamos que el tráfico de esclavos le provocó a África, una sangría de más de 60.000.000 de personas y a Europa su extraordinaria expansión industrial y económica.

En el caso de la República Argentina los esclavos negros fueron utilizados en las tareas rurales, la ganadería, las labores artesanales, el trabajo doméstico. Las familias propietarias de esclavos los hacían trabajar como talabarteros, plateros, pasteleros, lavanderas, peones o maestros de música, fuera de la casa y con lo que éstos percibían se mantenía el tren de vida de la oligarquía.

Durante la gobernación de Juan Manuel de Rosas pareció verificarse un cierto auge de la comunidad negra de Buenos Aires, alcanzando alrededor de un 30 por ciento de la población total. El Gobernador asistía regularmente con su familia a los candombes negros. Ésta era una de las escasas formas culturales que les era permitido manifestar a los afro-argentinos lo que revestía al mismo tiempo una manera de control, mediante la folklorización. Por otro lado, servía para soslayar la condición de esclavos, mientras que los actos de resistencia eran cruelmente castigados.

Censo en la época colonial

Datos del período colonial revelan lo siguiente: en el censo de 1778 se consigna que en el noroeste argentino, en la zona de Tucumán, el 42 % de la población era negra; en Santiago del Estero la proporción era del 54 %; en Catamarca, para esa misma época el porcentaje de la población negra era del 52 %; en Salta, el 46 %; en Córdoba, el 44 %; en Mendoza, el 24 %; en La Rioja, el 20 %; en San Juan, el 16 %; en Jujuy, el 13 %; en San Luis, el 9 %.

A lo largo del siglo XIX se verifica un decrecimiento sostenido de los africanos, hasta que hacia fines de ese mismo siglo, el ingreso masivo de la inmigración blanca europea hará bajar drásticamente, en términos relativos, la proporción de población negra e india en todo el país. Así, en los documentos oficiales la gama de la población anteriormente denominada negra, parda, morena, “de color”, pasó a determinarse como “trigueña”, vocablo ambiguo que puede aplicarse a diferentes grupos étnicos o a ninguno.

El período que va de 1838 a 1887 es crucial en este proceso que nosotros definimos como de “desaparición artificial”, ya que para fines de 1887 el porcentaje oficial de negros es de 1,8 %. A partir de ese período ya no se informa sobre este dato en los censos.

Es sumamente importante señalar que, si bien la disminución de la población negra es un hecho real y obedece a múltiples causas, no es legítimo hablar de “desaparición de los negros” como lo vienen haciendo las clases dirigentes y la sociedad argentina en general desde fines del siglo pasado y durante el presente. Ya en 1845, en su libro “Conflictos y armonías de las razas en América”, Domingo F. Sarmiento se apresuraba a festejar el “bajísimo” número de miembros de este grupo en la Argentina.

Esta tendencia se patentiza y se asume como misión de Estado con la Generación del 80 (integrada por Bartolomé Mitre y Julio A. Roca, entre otros): la idea era la de “blanquear” a la población como requisito para el desarrollo y el progreso del territorio, recurriendo al fomento, desde la Constitución, de la población blanca y europea, a la restricción de la inmigración africana o asiática y además a la negación de la propia realidad negra dentro del país.

Contribuciones de los descendientes de africanos

El hombre negro participó en todas las acciones bélicas de la Argentina: llegó a ellas ya sea compulsivamente por la “Ley de rescate”, ya sea por la promesa de la libertad si prestaba cinco años de servicio militar. Su incorporación fue paulatina, en tropas regulares o irregulares, pero siempre ocupando los puestos más peligrosos en el campo de batalla, desempeñando las tareas más desagradables en el mantenimiento y sufriendo a menudo la humillación y el escarnio por su condición de esclavizado.

En 1801 se reglamentan las formaciones milicianas con negros, a las que se denomina Compañías de Granaderos de Pardos y Morenos. Cuando en 1806 se produce la primera Invasión Inglesa a Buenos Aires encontramos la participación del negro en la defensa de la ciudad.

Cuando San Martín regresó de España para servir a su patria, en 1812, su primera misión fue la organización del Regimiento de Granaderos a Caballo.

A fines de ese año, se hizo cargo del Ejército del Norte: sus tropas se componían de 1.200 hombres, de los cuales 800 eran negros libertos, es decir, esclavos rescatados por el Estado para el servicio de las armas.


Pedro Figari, Cambacuá, 99 x 69 cm,
óleo sobre cartón.

La frase de San Martín, luego de recorrer el campo de batalla de Chacabuco —“¡Pobres negros!”— da cuenta de los innumerables cadáveres de quienes habían pertenecido al Batallón N° 8 compuesto por los libertos “rescatados” de Cuyo.

La muerte masiva de africanos y afro-americanos reclutados para el Ejército de Los Andes fue un hecho reiterado durante la campaña de Chile, Perú y Ecuador, entre 1816 y 1823: de los 2500 soldados negros que iniciaron el cruce de Los Andes fueron repatriados con vida 143.

Pasada la gesta de la campaña libertadora, se continuó con la costumbre de complementar regimientos de blancos con regimientos de negros, aunque siempre separados de los blancos e incorporados a cuerpos de negros ya existentes.

Los sobrevivientes de la Guerra de la Independencia –y otras tantas– no fueron dejados libres a pesar de la promesa de libertad si cumplían cuatro años de servicio militar.

Casi inmediatamente integraron filas en la guerra contra Brasil (1825 a 1828). Los sobrevivientes fueron absorbidos por las guerras civiles entre unitarios y federales. El Brigadier General y Gobernador de Buenos Aires, Don Juan Manuel de Rosas los convocó para formar el Batallón Provincial y el Batallón Restaurador.

Años después, las batallas de Caseros, Cepeda y Pavón los tuvieron enfrentados en uno y otro bando. Con el fin de la Guerra de la Triple Alianza, contra Paraguay (1865-1870), pareció concluir el calvario del hombre negro en las Fuerzas Armadas.

Años después, con la Nación ya pacificada, era una situación común encontrar en las calles de Buenos Aires o de otras ciudades del país a los negros viejos, antiguos combatientes, pidiendo limosna para sobrevivir. Muchos de ellos presentaban miembros mutilados, cicatrices o graves impedimentos locomotrices.

Sus mujeres, nuestras mujeres negras, vendían mazamorra, pan casero o pasteles; eran también lavanderas. Las nuevas corrientes migratorias, de origen europeo, propiciadas por la Constitución y estimuladas por el Estado, desplazaron lentamente a nuestros negros, quienes fueron replegándose hacia áreas alejadas de los grandes centros urbanos, olvidados por la sociedad a la que habían contribuido a formar.

Si el hecho de haber participado en las confrontaciones bélicas provocó un gran decrecimiento de la población afro-argentina y si a principios de este siglo se veían muy pocos integrantes de ésta en los centros urbanos, no es lícito hablar de “desaparición de los negros en la Argentina”, como lo hacen muchos propagadores de ideas, de manera superficial y sin rigor científico.

A pesar de tanta adversidad, los africanos dejaron una indeleble impronta en todos los aspectos y estamentos de la sociedad argentina. Estuvieron en el origen de formas artísticas populares como la payada (recordar al talentosísimo Gabino Ezeiza), el tango, la milonga y la chacarera.

Aportaron infinidad de palabras al castellano del Río de la Plata, enriqueciéndolo: bombo, batuque, bujía, conga, cafúa (lunfardo), candombe, dengue, malambo, mandinga, mucama, tarimba o tarima, etc.

En la época de la Colonia, actúaban frecuentemente en el teatro y en el circo. Fueron además destacados pianistas como el maestro Navarro y grandes compositores como Rosendo Mendizábal, autor del tango “El entrerriano”. Horacio Mendizábal, poeta del período romántico y reivindicador de los derechos de su comunidad. Los nombres son muchísimos.

En otros aspectos de la cultura popular como la culinaria, encontramos la incorporación de las achuras y el mondongo a la alimentación, la mazamorra, el locro, etc.

En la religiosidad, la veneración de San Baltasar y San Benito.
La Nación Argentina se debe a sí misma una revisión profunda y honesta de su historia y un análisis rigurosamente crítico de los fundamentos ideológicos que dieron forma a su idea del “país deseado”.

La Nación Argentina debe también una reparación histórica, moral, social y económica a todos aquellos negros y a los millares de descendientes de aquellos.

En el Archivo General de la Nación pueden consultarse los miles de expedientes de la Comisión liquidadora de las deudas de las guerras de la Independencia y la emprendida posteriormente contra el Imperio del Brasil.

Hasta el último centímetro cuadrado de las telas para los uniformes fue meticulosamente abonado a los comerciantes porteños y a los importadores.

Los esclavos, en la mayor parte de los casos, pagados en el momento. Por otra parte todos, o casi todos, los descendientes de los oficiales, y aún aquellos que en su vida tomaron un fusil, recibieron pensiones graciables del Congreso... Mientras tanto los soldados negros sobrevivientes arrastraban sus muñones y sus miserias por las calles de Buenos Aires, Mendoza y otras ciudades.
Miriam Victoria Gomes / Profesora de Literatura Latinoamericana

Integrante de la Sociedad Caboverdiana; de la Cátedra Abierta de Estudios Americanistas (UBA) y de la Unión de Mujeres Afro descendientes de la República Argentina. Este artículo fue publicada en Bibliopress, boletín del Congreso Nacional.

Fuente Revista El Arca www.elarcadigital.com.ar


Lucas Fernández, precursor del socialismo en el Río de la Plata

El genocidio negro en Argentina

El primer genocidio en la Argentina y porqué desapareció la nación de color. En el siglo XIX, entre 1850 y 1870, hubo una cultura de la negritud.

El socialismo llegó al Río de la Plata mucho antes que la corriente inmigratoria de origen europeo. Fue la comunidad negra de Buenos Aires, la de los ex esclavos liberados recién con la Constitución Nacional de 1853 (en la Asamblea del Año XIII sólo se les concedió la liberación a los por nacer) quienes trajeron las primeras ideas y doctrinas del socialismo utópico, en 1858, seis años antes de la fundación en Europa de la Asociación Internacional de Trabajadores (Primera Internacional) que Marx, Engels y el anarquista Miguel Bakunin impulsaron en 1864.

Un intelectual negro, Lucas Fernández, creó y dirigió el semanario El Proletario, que vio la luz el 18 de abril de 1858, el cual expresó servir los "intereses de clase", los de la "clase de color". El movimiento se llamó Democracia Negra y se frustró porque se produjo el exterminio de la comunidad negra durante los aciagos días de la epidemia de fiebre amarilla.
La izquierda argentina está en deuda con esos pioneros negros, borrados de la historia y de la memoria. Salvo un trabajo del escritor Dardo Cúneo (El Primer Periodismo Obrero y Socialista en la Argentina, Editorial La Vanguardia, Buenos Aires, 1945) no se ha tenido en cuenta aquel movimiento precursor, mucho más vigoroso y expresión de las clases oprimidas de la época, que las referencias saintsimonianas de Esteban Echeverría y Sarmiento, estudiadas por José Ingenieros en la Evolución de las ideas argentinas.

Esa experiencia y su interrupción abrupta está ligada a uno de los hechos trágicos de la historia argentina: el aniquilamiento de la raza negra, el primero de los genocidios producidos en la Argentina. El segundo fue el de los indios, en la ya famosa Conquista del Desierto, que fue una conquista porque en realidad no era un desierto. A los aborígenes, especialmente los del Sur, se les aplicó la guerra bacteriológica mediante el envío de comerciantes a las tolderías que les entregaban mantas que habían estado en contacto con enfermos de viruela. Así fueron diezmados y luego asesinados -hombres, mujeres, niños y ancianos- por el ejército de línea.
De todas maneras no fuimos los creadores de esa anticipación vernácula del nazismo. Los norteamericanos utilizaron ese método para la conquista del Oeste y el exterminio indígena. Por mucho tiempo se creyó que había sido el célebre general Custer su inventor, pero nuevas investigaciones realizadas por historiadores de los Estados Unidos, según estudió David Viñas, han comprobado que ese método ya se empleaba desde fines del siglo XVIII.

El tercer genocidio fue el de los obreros -en la Patagonia de 1921- donde el Ejército reprimió las huelgas obreras y fueron fusilados cerca de mil quinientos trabajadores. El cuarto genocidio o masacre -que apuntó especialmente a la juventud- lo hemos vivido en los años del llamado Proceso militar. Pero el menos conocido sigue siendo el de los hombres y mujeres de color y con ellos aquella experiencia liberadora, destruida de cuajo, del primer socialismo en Buenos Aires.

El esclavismo en el Río de la Plata

La cuestión negra, es decir la del sistema de la esclavitud, estaba ligada a los comerciantes porteños, particularmente desde mediados del siglo XVIII hasta la Revolución de Mayo.
El partido esclavista era muy fuerte durante el sistema colonial español, y tuvo todavía, en los primeros años de la Independencia, una presencia política importante. Los apellidos de los esclavistas permiten advertir su continuidad con el sistema oligárquico. Algunos de esos apellidos fueron Pedro Duval, Tomás Antonio Romero, José de María, Martínez de Hoz, Narciso Irauzaga, Manuel Aguirre, Rafael Guardia, Agustín García, Martín de Alzaga, Andrés Lista, José de la Oyuela, Casimiro Necochea, Francisco del Llano, Cornet, Molino Torres, Manuel Pacheco, Ventura Marcó del Pont, Francisco Antonio Beláustegui, Jaime Llavallol, Francisco Ignacio Ugarte, Diego de Agüero, González Cazón, Juan E. Terrada, Martín de Sarratea, Tomás O'Gorman, Mateo Magariños, Antonio Soler, Domingo Belgrano Pérez, Nicolás del Acha, Miguel de Riglos, Pedro de Warnes, Domingo de Acassuso, Lezica y Torrezuri, Manuel José de Borda.

Teniendo en cuenta que en 1816, el general José de San Martín tuvo en su poder un censo de esclavos negros posibles de reclutar militarmente, y que ascendía a 400.000, la pregunta es qué pasó con esos seres humanos en estas tierras.

La esclavitud no fue totalmente abolida hasta la consagración de la Constitución Nacional de 1853, es decir, cuarenta y tres años después de haberse iniciado el proceso emancipador. Esta demora se produjo por dos razones, una, porque los negros esclavos fueron utilizados, en esa calidad, como fuerza de los ejércitos criollos; en segundo lugar, porque el partido esclavista era muy poderoso entre los comerciantes porteños.

De todas maneras, la esclavitud era incompatible con la ideología del liberalismo burgués (aunque no en la práctica de ese liberalismo). El liberalismo revolucionario nutría a las corrientes más progresistas de la Revolución de Mayo de 1810. Por eso, en la Asamblea Constituyente de 1813 se otorgó la "libertad de vientres", es decir que quedaron libres los niños negros por nacer, pero los otros, toda la masa humana en poder de los amos, continuaron bajo el régimen de la esclavitud o en distintas formas de servidumbre.

Fueron esos negros los que nutrieron con su sangre y sacrificio a los ejércitos libertadores y San Martín reconocerá el valor de sus tropas negras y también el ambiente racista de la época ya que no logró unir los batallones negros con los de los mulatos y blancos. Los negros esclavos morirían en la lucha por la Independencia, "por separado", es decir, en riguroso "apartheid".
Sarmiento, en su obra de la vejez, Conflicto y armonía de las razas en América, recordará la epopeya negra en nuestra tierra. Esos valerosos negros murieron luchando durante el Cruce de los Andes, en la campaña sanmartiniana, en los famosos batallones (regimientos) 7º y 8º, en las batallas de Chacabuco, Maipú, Cancha Rayada, en la Campaña del Alto Perú.

El genocidio negro

El comercio de esclavos estaba relacionado principalmente con los comerciantes porteños, es decir, con el partido unitario. El partido saladeril bonaerense, el de Rosas, Anchorena, Roxas y Patrón, Ezcurra, Terrero, carecía de ideas abolicionistas. Los negros también poblaban la campaña bonaerense. Eran utilizados en el trabajo como siervos, especialmente por hacendados y representantes eclesiásticos. Pero los saladeriles no estaban vinculados específicamente con el tráfico de esclavos aunque los utilizaban como mano de obra servil.

Cuando Juan Manuel de Rosas asumió el poder -tampoco dio la libertad a los esclavos-, mantuvo, sin embargo, un mejor trato con los hombres y mujeres de color. Rosas mantenía estrecha relación con las capas populares y en relación con los negros, solía participar con miembros de su familia, de las fiestas en el barrio del Tambor, en Monserrat, en San Telmo y en la Recoleta (el viejo Buenos Aires). Eran los famosos candombes y marimbas.

Cuando volvieron los antirrosistas al gobierno, después de 1851, no olvidaron a esos negros que habían motivado sus fantasías de terror. La venganza llegaría años después, durante la tragedia de la fiebre amarilla y la Guerra del Paraguay, a fines de los años sesenta.

"El Proletario"

Desde luego que no se puede hablar de obreros o de proletarios en el Buenos Aires de mitad del siglo XIX. La Primera Revolución Industrial todavía no había llegado a la producción. Pero en aquella Argentina decimonónica había capas o clases oprimidas. Junto a los criollos, el gauchaje y los indios, estaban los negros que realizaban las tareas más humildes de la ciudad o tenían los oficios más duros en el campo.

Un intelectual negro, que avizoró claramente las contradicciones políticas de su época y previó, tal vez no en la magnitud que alcanzó finalmente, la animadversión y odio de los blancos hacia sus connacionales de color, trató de impulsar una corriente de opinión ampliamente democratizadora para su época. Y lo hizo enarbolando las concepciones más progresivas de su tiempo, el utopismo social, el humanitarismo liberal, el socialismo.

Tales doctrinas, adaptadas a nuestro medio, fueron expuestas a través del periódico El Proletario que apareció el 18 de abril de 1858 para concluir su vida dos meses después, en el mes de junio. Esa corta vida permite, sin embargo, conocer qué pensaba un núcleo de negros, cuáles eran sus ideas, sus reclamos, su visión de los acontecimientos y de la cultura general.
La publicación tenía como subtítulo "Periódico Semanal, Político, Literario y de Variedades". Estaba dirigido por Lucas Fernández y su lema era "Por una sociedad de la clase de color".

En su primer editorial, titulado La clase de color, sostenía:

"Esta importante y preciosa porción de la sociedad porteña a que nos honramos de pertenecer, no tiene un órgano que alivie las necesidades inherentes a toda clase desvalida y pobre de un país cualquier, y que vigile por sus intereses tan importantes y valiosos como los de las clases más acomodadas y felices; y si lo tuvo, él no pudo llenar sus fines y objetivos primordiales; pero aún cuando así lo hubiera de hecho no existe ya.

"En la situación actual de nuestra clase, en la precocidad de inteligencia que se nota en la generación que se levanta, ávida de ideas y saber, y sobre todo, en el estado de progreso moral en que se halla el Estado de Buenos Aires, se hace indispensable ese órgano que la estimule y fomente, ya con el ejemplo, ya propendiendo a que se la ensanche por el camino de la educación y de la ciencia, un poco estrecho hasta aquí, y no como debe ser; ayudándola a vencer los obstáculos que le oponen las rancias preocupaciones de unos, y la malevolencia de otros; preocupaciones poderosas por lo mismo que son generales y sancionadas por los siglos; a través de los cuales se han ido transmitiendo con ultraje de la justicia, de una a otra generación, hasta llegar a nosotros, y que ponen una positiva valla a la práctica de ciertas leyes que nos amparan, haciendo que no se cumplan, porque hieren, no los intereses, sino el orgullo vano y malhabido de las clases elevadas".

El movimiento Democracia Negra

El movimiento progresista de la negritud estaba dirigido, en primer lugar, a formar conciencia entre los negros bonaerenses, particularmente a los sectores alfabetos. Pero tenía, indudablemente, un mensaje hacia los blancos, de todas las clases sociales, previendo los prejuicios y el racismo latentes, salía a identificarse con formas más evolucionadas de la organización social.
Defendía en su primer manifiesto los "intereses" de las "clases desvalidas" y apuntaba a fortalecer "la inteligencia que se nota en la generación que se levanta, ávida de ideas y saber", es decir en las nuevas generaciones. Quería que los hombres y mujeres de color se integraran a la sociedad de Buenos Aires desde sus propias raíces pero cultivando las nuevas ideas de redención social.
Es indudable que Lucas Fernández, de quien se tienen escasas referencias, no se sabe si murió durante la fiebre amarilla o cuándo ocurrió ese hecho, intentó oponerse al racismo imperante. Denunciaba la "malevolencia" y el "ultraje de la justicia" de la discriminación racial y social. Reclamaba la igualdad ante las leyes para los hombres y mujeres de color y planteaba la necesidad de la educación y el conocimiento de las ciencias como forma de liberación.

La tragedia

Resulta sorprendente cómo los historiadores han tratado el tema de la negritud. Lo ignoran, o construyen teorías imaginarias sobre el destino de la enorme masa humana que componía ese sector de la sociedad porteña y bonaerense. Lo cierto es que los negros de la etapa colonial y de las cinco primeras décadas posteriores a la Revolución de Mayo parecen haberse esfumado. Sin embargo hay hechos que desmienten muchas teorías incongruentes. Si se cruza el Río de la Plata, aún hoy, a principios del siglo XXI, se encontrarán barrios montevideanos habitados por personas de color. A lo largo del siglo XX, especialmente en la primera mitad, aparecieron revistas, periódicos, diarios, movimientos, como Nuestra Raza, que difundió la cultura de la negritud. A fines de los años cuarenta recibieron la visita del poeta e intelectual cubano Nicolás Guillén que fue agasajado con actos y fiestas. El movimiento negro en Montevideo estaba dirigido por Valentini Guerra.

¿Por qué en la Argentina no ocurrió lo mismo? ¿Qué pasó con los negros anteriores a los años setenta del siglo XIX? Porque si hay entre nosotros negros, muchos de ellos pertenecen a las oleadas inmigratorias posteriores, especialmente caboverdiana, que datan de fines del siglo XIX. ¿Qué ocurrió con las generaciones anteriores?

Hay una explicación. Cruenta como trágica. Fueron suprimidos de manera cínica, brutal. Durante la fiebre amarilla de 1871 (en realidad la epidemia reunió variadas enfermedades contagiosas), los barrios más castigados por el flagelo fueron los que habitaban los negros. Eran barrios desprovistos de higiene en una Vieja Aldea que carecía de toda organización sanitaria. Eran los barrios más pobres y en donde la vida era más dura. Allí se desató la tragedia alentada por el hacinamiento, la promiscuidad, la miseria, la suciedad. No eran mejores las condiciones sanitarias y de vida en los barrios blancos, pero en los que habitaban los negros, era peor por la miseria reinante.

Había llegado la hora de la venganza y en medio del horror generalizado por la epidemia que no perdonaba ni discriminaba por el color de la piel, el ejército rodeó a los barrios negros y no les permitió la emigración hacia la zona que los blancos constituyeron el Barrio Norte como producto del escape de la epidemia. Los negros quedaron en sus barrios, contra su voluntad, allí murieron masivamente y fueron sepultados en fosas comunes. Algunos historiadores consideran que una de las zonas donde existirían esas fosas es en la Plazoleta Dorrego, en pleno San Telmo. Es necesario investigar todavía en los informes médicos y de las organizaciones solidarias que socorrieron a las víctimas, tragedia inmortalizada por el cuadro La fiebre amarilla del pintor uruguayo Juan Manuel Blanes, donde el artista presenta al jefe del socorro a las víctimas, José Roque Pérez, fundador de la masonería argentina, junto al doctor Cosme Argerich, entrando en una casona en donde encuentran a una mujer muerta en el suelo y un niñito negro a su lado. Todavía, algunos otros negros, especialmente procedentes de la campaña, adonde el flagelo no había llegado, fueron reclutados compulsivamente, junto al irredento gauchaje criollo, y llevados a la guerra contra el Paraguay. Murieron luchando en los esteros guaraníes durante la Guerra de la Triple Alianza.

En este principio del siglo XXI los argentinos deberíamos meditar sobre esta etapa olvidada de nuestra historia. Los historiadores, especialmente los que han dedicado su esfuerzo a la historia del movimiento obrero y social argentino, están en deuda con Lucas Fernández y el movimiento Democracia Negra, una página memorable de la lucha social en la Argentina.

Bibliografía:

"El negro en el Río de la Plata", por Ricardo Rodríguez Molas. En: Historia Integral Argentina. Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, tomo 1, págs. 38-56.
"Itinerario de los negros en el Río de la Plata", por Ricardo Rodríguez Molas. En: Todo es Historia, Buenos Aires, Nº 162, noviembre de 1980, tomo 29. Número especial dedicado a la cuestión de la negritud. Director: Félix Luna; Jefe de Redacción: Emilio J. Corbière.
La trata de negros. Datos para un estudio en el Río de la Plata, por Diego Luis Molinari. México, Fondo de Cultura Económica, 1944.
El primer genocidio, por Emilio J. Corbière, en "Nuestro Tiempo", en diario Tiempo Argentino.
Un testimonio sobre la esclavitud en Montevideo. La memoria de Lino Suárez Peña, por Jorge Emilio Gallardo, Idea viva, Colección El Barro y las Ideas, 1987.
El primer periodismo obrero y socialista en la Argentina, por Dardo Cúneo, Editorial La Vanguardia, Buenos Aires, 1945.
Bibliografía afroargentina, por Jorge Emilio Gallardo, Idea viva, Colección El Barro y las Ideas, 1987.
La trata de negros en el Río de la Plata durante el siglo XVIII, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Investigaciones Históricas, 1958.

Fuente: La Fogata


Córdoba negó y ocultó a sus abuelos negros

Por Fernando Agüero | Corresponsalía
faguero@lavozdelinterior.com.ar

La semana pasada, la detención en Brasil del futbolista de Quilmes Leandro Desábato, por un supuesto insulto racista proferido a un jugador del San Pablo de raza negra, despertó una polémica recurrente en nuestro país. ¿Somos un país racista? Fue la pregunta que se hicieron los medios cuando la noticia deportiva pasó a un segundo plano para darle lugar a la cuestión social.

Las respuestas a favor y en contra de esa aseveración no se hicieron esperar. Sin embargo, se sigue dejando de lado otra nebulosa que cubre de cabo a rabo nuestra concepción de lo nacional y que tiene que ver con la idea muy instaurada de que en Argentina no hay negros.

La misma idea toma fuerza en Córdoba, donde la presencia africana representó el 60 por ciento de la población en la época virreinal. ¿Qué pasó con ellos? ¿Dónde están?

Miriam Gómez es integrante de la Sociedad Caboverdiana de Buenos Aires y asesora al Indec y a la Universidad Nacional de Tres de Febrero en temas de africanía y negritud. Por estos días, las tres organizaciones, junto a la entidad África Vive, están realizando un censo en Buenos Aires y Santa Fe para tratar de establecer cuántos afrodescendientes viven en la actualidad en ambas provincias.

Gómez, hija de un matrimonio de inmigrantes de Cabo Verde, aseguró a La Voz del Interior que el “caso Desábato” le produjo sensaciones diversas. “En primer lugar, sentí una negación total de la parte argentina, desde donde se dijo que no podía haber pasado”, explicó.

“Si el hecho discriminatorio ocurrió, tiene que ser sancionado”, indicó. Gómez admitió que en Argentina es habitual utilizar insultos con el componente negro. “Es muy común insultar a otro diciéndole negro de mierda o mono. Lo escucho todos los días”.

Córdoba negra

No los mató ninguna peste o guerra. No se extinguieron por ninguna razón. No se esfumaron. Los argentinos de raza negra o afrodescendientes, como prefieren que se los nombre, pertenecen a una de las corrientes migratorias que recibió el país desde la época de la colonia, cuando llegaban como esclavos al puerto de Buenos Aires para ser destinados a distintos puntos del Virreinato del Río de la Plata.

Córdoba fue, en ese marco, un nudo de distribución; pero también fue un centro de ubicación de los africanos esclavos que, en su mayoría, trabajaron en los conventos.

Hoy sus descendientes están insertos en nuestra sociedad. El mestizaje y las nuevas corrientes migratorias que persisten hasta nuestros días, conforman la población de afroamericanos en Argentina. Sin embargo, muchos descendientes, víctimas de una discriminación siempre latente, no aceptan sus orígenes. Esa negación es atribuible a un proyecto de país en el que los negros no tenían cabida.

En este contexto, se hizo famosa la frase del ex presidente Carlos Menem cuando, sin temor a equivocarse, dijo: “En Argentina no existen los negros; ese problema lo tiene Brasil”.

La historia oficial dice que los negros desaparecieron del país víctimas de las pestes y al ser utilizados como carne de cañón en las guerras del siglo XIX. Sin embargo, aún están entre nosotros o en nuestra propia sangre y se calcula que entre un seis y un 10 por ciento de argentinos proviene de aquellos esclavos.

En la Córdoba virreinal, los negros llegaron a ser la población más numerosa entre las demás etnias. En 1840, la población de la capital provincial estaba integrada por un 61 por ciento de africanos o mestizos. Diego Buffa es, junto a María José Becerra, coordinador del Programa de Estudios Africanos en el Centro de Estudios Avanzados de la UNC.

Buffa se embarcó en el intento de dilucidar qué había pasado con la gran población negra que habitó la Córdoba colonial. El primer escollo que encontró fue que, de repente, los censos no discriminaron más por raza. “Nos resultaba muy extraño que a principios del Siglo XX no existieran más afrodescendientes”, contó.

A pesar de tener conciencia de que muchos esclavos murieron en las guerras de la independencia o en los conflictos internos del país, los investigadores del CEA no se conformaban con la idea de que habían desaparecido.

Y llegaron a la conclusión de que no todos habían muerto y de que los que quedaron sufrieron el estigma de ser esclavos o de tener descendencia africana.

“Hasta la Reforma de 1918 en la Universidad de Córdoba todavía se exigía para ingresar la limpieza de sangre, que no era otra cosa que no tener algún ancestro negro”, explicó Buffa.

Por eso, cuando pasaron los años, el ancestro negro comenzó a ser negado. “Nadie admitía ser negro en los censos que se realizaban en la campaña, que eran más flexibles”, aseveró.

En conclusión, los negros no desaparecieron sino que se ocultaron tras de velo del mestizaje.


El negro Falucho: ¿Existió o fue una invención de Bartolomé Mitre?

                                                                           ¡Malo es ser revolucionario, pero peor es ser traidor!

Por Martín A. Cagliani

La noche del 4 al 5 de febrero de 1824, se sublevó la guarnición patriota del Callao, a la cual componían los restos del Ejército de los Andes, que eran el regimiento Río de la Plata, los batallones 2º y 5º de Buenos Aires, y los artilleros de Chile, a los que se les unieron dos escuadrones amotinados del regimiento de Granaderos a Caballo. Estos pobres soldados se sublevaban porque les debían cinco meses de paga, a lo que se agregó que el día anterior se habían abonado los sueldos de los jefes y oficiales, el deseo de regresar a la patria, ya sea Buenos Aires o Chile, y la repugnancia de tener que embarcarse hacia el norte para engrosar el ejército de Bolívar. Nunca tuvieron la intención de traicionar a la patria.

El motín fue encabezado por Dámaso Moyano y Francisco Oliva, ambos sargentos del Regimiento Río de la Plata. La tropa se entrego a los excesos. Al ver la indisciplina reinante, el mulato Moyano, acepta la sugerencia de Oliva de consultar al coronel realista José María Casariego, que estaba prisionero y alojado allí. Este vio el partido que podía sacar de la situación, aconsejo reemplazar a los jefes patriotas por los españoles. Mientras tanto los peruanos no se decidían a pagar los sueldos atrasados. Casariego los convence de que se unan a las filas realistas donde serian recompensados, mientras que en las patriotas recibirían castigo.

En medio de este desorden se desenlaza la admirable historia de Falucho. En esto vamos a seguir al relato de Mitre que la publicó por primera vez el 14 de mayo de 1857 en el periódico Los Debates.

La noche del 6 de febrero hacia guardia en el torreón del Rey Felipe el negro Falucho, que pertenecía al regimiento del Río de la Plata. Falucho, este su nombre de guerra era muy conocido por su valentía y por su patriotismo, era porteño y amaba a su ciudad. Como muchos en caso igual había sido envuelto en la sublevación, que hasta aquel entonces no tenia más carácter que un motín de cuartel. "Mientras que aquel oscuro -cuenta Mitre- centinela velaba en el alto torreón del castillo, donde se elevaba el asta-bandera, en que hacía pocas horas flameaba el pabellón argentino, Casariego decidía a los sublevados a enarbolar el estandarte español en la obscuridad de la noche, antes de que se arrepintiesen de su resolución". En ese momento se presentan ante el negro Falucho los soldados con el estandarte español, contra el que combatía desde hace 14 años. Falucho no lo podía creer, y sintiéndose totalmente humillado se arroja al suelo y llora amargamente. Los soldados con ordenes de subir el pabellón español, ordenaron a Falucho que presentase el arma al pabellón del rey que se iba a enarbolar. Falucho contesta "Yo no puedo hacer honores a la bandera contra la que he peleado siempre", con melancolía, recogiendo el fusil que había dejado caer. A esto le gritan "¡Revolucionario! ¡Revolucionario!". Según Mitre, Falucho les contesta "¡Malo es ser revolucionario, pero peor es ser traidor! (...) y tomando su fusil por el cañón, lo hizo pedazos contra el asta-bandera, entregándose nuevamente al más acerbo dolor. Los ejecutores de la traición, apoderándose inmediatamente de Falucho, le intimaron a que iba a morir y haciéndole arrodillarse en la muralla que daba frente al mar, cuatro tiradores le abocaron a quemarropa sus armas al pecho y a la cabeza (...). Aquel momento brilló el fuego de cuatro fusiles, se oyó su detonación; resonó un grito de ¡Viva Buenos Aires!, y luego, entre una nube de humo, se oyó el ruido sordo de un cuerpo que caía al suelo. Según Mitre Falucho había nacido en Buenos Aires y su verdadero nombre era Antonio Ruiz.


Monumento dedicado al Soldado Ruiz, apodado "Negro Falucho" quien es muerto por defender la bandera nacional al intentar ser arriada por personal propio pasado al enemigo. Ruiz, que se encontraba de guardia en el puerto peruano del Callao prefiere morir antes que cumplir la orden de arriar los colores patrios y presentar armas al estandarte español. Muere apostrofando a los traidores con:"Malo es ser revolucionario, pero peor es ser traidor. ¡Viva Buenos Aires!"

La historia de Falucho fue publicada nuevamente por Mitre en La Nación del 6, 7, 8 y 9 de abril de 1875. Años después aparece la obra "Historia de San Martín y de la emancipación americana". Con respecto a Falucho, Mitre escribió lo siguiente: "La bandera española fue enarbolada en el torreón Independencia, con una salva general de los castillos (7 de febrero). Un negro, soldado del regimiento Río de la Plata, nacido en Buenos Aires, llamado Antonio Ruiz (por sobrenombre Falucho), que se resistió a hacerle honores, fue fusilado al pie de la bandera española. Murió gritando: ¡Viva Buenos Aires!".

Bartolomé Mitre tomó como base de la historia de Falucho testimonios verbales del general Enrique Martínez, jefe de la División de los Andes; el testimonio de los coroneles Pedro José Díaz (a cuyo cuerpo pertenecía Falucho) y Pedro Luna; y el testimonio escrito del coronel Juan Espinosa. Mitre diría a continuación que hubo dos negros apodados Falucho, aduciendo que este seria un apodo genérico que se daba a los héroes desconocidos de raza negra.

Desde la primera publicación de Mitre se levantaron críticos y detractores. En 1899, Manuel J. Mantilla escribió en su libro "Los Negros Argentinos" que se decía que hubo dos Faluchos, el fusilado, del que dan testimonio Martínez, Díaz y Espinosa, y otro más que vivía en Lima en 1830, según carta del general Miller a San Martín del 20 de agosto de ese año. Miller lo nombraba diciendo que "el morenito Falucho, que era de la compañía de cazadores del número 8 y tomó una bandera en Maypu", le mandaba saludos a San Martín. Lo que indica que Falucho había uno solo, y era muy bien conocido, pertenecía al batallón numero 8. Los atestiguan, además de Miller, el general Tomás Guido. Según el historiador Mantilla en una lista de fines de 1819, había un cabo segundo Antonio Ruiz en la compañía del capitán Manuel Díaz. Mientras que en la de Pedro José Díaz no había ningún Antonio Ruiz.

Muchos autores afirman que la muerte heroica de Falucho fue un invento de Mitre. A la luz de todos los testimonio existentes, lo único que se sabe con seguridad es que, ciertamente murió, en El Callao, heroicamente un soldado negro que no quiso rendir homenaje a la bandera realista. Pero ciertamente este soldado no era Falucho. Falucho fue un soldado negro en el batallón 8º del Ejercito de los Andes que posiblemente fuera el cabo segundo Antonio Ruiz. Este soldado era bien conocido por San Martín y Guido, y vivía en Lima en 1830.

No importa que el heroico negro que se hizo fusilar por nuestra bandera no se apodara Falucho, ya que la tradición lo seguirá inmortalizando con ese nombre.


En la Argentina el discurso de la nacionalidad siempre se basó en el mito de nación blanca”

Por María Alicia Alvado

¿Quién no escuchó aquello de que “los argentinos venimos de los barcos”? ¿Quién no hizo suya esta apreciación, aunque sea con nostalgioso pesar? Hasta Lito Nebbia hizo de esta frase el título de una canción allá por 1982.

Para el argentino Oscar Chamosa, doctor en Historia y profesor de Historia Latinoamericana enla Universidadde Georgia, este tipo de sentencias dan cuenta de la persistencia en nuestro país del “mito de la nación blanca”, una creencia según la cual somos un país racialmente homogéneo (blanco), cuya más auténtica fibra nacional está definida por la herencia europea. La vigencia de este mito conlleva la invisibilización de la presencia y los aportes de otros grupos poblacionales como los afrodescendientes y los pueblos originarios.

Aprovechando su presencia en el país, donde lo trajo una investigación en curso y el lanzamiento de su nuevo libro “Breve historia del folclore argentino”, Télam conversó con él sobre éste y otros temas.

-Usted afirma que una de las características de la historia argentina hasta fines del siglo XX ha sido la invisibilización e indecibilidad de los elementos afro e indígenas de nuestra cultura…

- Como todas las sociedades de este hemisferio hay una población de raza blanca descendientes de los conquistadores e inmigrantes, y otra población de descendientes de africanos o de indígenas, mezclados. En todos los países de América Latina esas diferencias son parte del discurso de la nacionalidad. En Argentina no, en la Argentina el discurso de la nacionalidad está basado en la idea de que somos todos descendientes de europeos, salimos de los barcos o somos un crisol de razas, pero crisol de razas dicho puramente en un sentido europeo. Si bien ha habido personas que explicitaron aquí y allá la existencia de una población mestiza en la Argentina, la tónica general a lo largo del siglo XX fue la de negarlo, la de olvidarlo o a no decirlo, sin negarlo abiertamente. De ahí la indecibilidad como sinónimo de invisibilidad.

-Y esa invisibilización está asociada a un sistema colonial de dominación que es socioeconómico pero también racial…

-En la estructura social argentina hay un sistema racial de dominación que está superpuesto al de clase. Algunos descendientes de europeos son de clase trabajadora y por lo tanto sufren las consecuencias de estar en esa posición social, pero por otro lado hay un sistema de razas que es paralelo y en virtud del cual dentro de la clase trabajadora se produce esta subdivisión entre los trabajadores descendientes de europeos y mestizos, donde los descendientes de europeos se posicionan un escalón más arriba frente a sus vecinos mestizos, aunque tengan iguales ingresos.

Se autoperciben diferentes y existe un lenguaje especialmente diseñado para marginar, que nunca se dice explícitamente en la cara, excepto en condiciones críticas, pero sí se usa mucho dentro de las casas: “no te juntes con ese negro”, “si vas a la casa no comas esto, no toques aquello”.

Esas tensiones se dan -o se dieron- a nivel de barrio o lugar de trabajo. Hoy en día es difícil hacer públicas expresiones racistas, por eso se siguen dando fundamentalmente puertas adentro, pero además hay excepciones…

-¿Cuáles por ejemplo?

-Por ejemplo los foros de discusión de Internet, especialmente el del diarioLa Nacióno Clarín donde cualquier ocasión sirve para decir que la culpa es de los negros y hay que matarlos a todos. Y después en los estadios de fútbol: determinadas hinchadas se ven a sí mismas como blancas -como por ejemplo River- y le cargan a la de Boca la negritud, que a su vez está ahora cada vez más tipificada en términos de pertenencia latinoamericana. En esas circunstancias liminales, que están en un margen donde se permite hablar, ese racismo naturalizado emerge, pero en el discurso público autorizado no aparece.

-La invisibilización de algunos grupos es la contrapartida de la vigencia del mito de la nación blanca ¿cómo surge este mito?

-De alguna manera preexiste al estado nacional, en los textos prefundacionales, en los textos de Sarmiento, de Alberdi, se distingue que el mal de la Argentinano es sólo la extensión sino tener una población no europea y la única solución es europeizarla a través de la inmigración. En los considerandos de los censos de 1895 y 1914, se dice explícitamente que en Argentina la población es en su mayoría blanca. Los sociólogos iniciales, si se refieren a la población mestiza hablan del gaucho y lo tratan como un personaje en extinción.

-¿Por qué era importante autorrepresentarnos como una “nación blanca” en los albores del estado nacional?

-La formación de la nación se da en un contexto de expansión europea colonial. Los territorios de América Latina para ser independientes tienen que demostrar que son europeos, y por lo tanto tienen derecho a dominar y reclamar independencia. Es después, de 1910 en adelante, cuando los países latinoamericanos introducen a los otros pueblos en su discurso de nacionalidad, ya sea el mesticismo o el indigenismo.

El mesticismo era una forma diferente de racializar la población: celebraba la mezcla pero no lo afro o la indigenidad, a los que colocaba en un lugar subordinado dentro de la nación. Pero en Argentina, Uruguay y Chile estos pueblos colonizados no fueron incorporados al discurso de la nacionalidad y por eso se concebían a sí mismas como nación blanca.

-¿Y el criollismo? ¿Y el folclore?

-El criollismo fue uno de los sucedáneos del mesticismo adoptado por otros países latinoamericanos, pero nunca tuvo sentido emancipador porque veía con nostalgia al gaucho como un personaje que se iba perdiendo pero no propone una política para cambiarlo. Para el criollismo el gaucho es un tipo social y cultural más que una raza.

El folclore a lo largo del siglo XX es el caso más extraño porque si bien asume como lo más auténticamente nacional la cultura de la población criollo-mestizo del interior, no llegan nunca a contrarrestar el mito de la nación blanca. Es contradictorio, pero es la forma en que funcionó.

-Junto al “mito de la nación blanca”, en el siglo XX se dio el mito de la “excepcionalidad argentina”…

-Este otro mito se dio tanto en Chile como enla Argentina, en parte por ser culturalmente blancos, pero también porque en las distintas crisis europeas estos países se consideran a sí mismos como mejores que los europeos. Ese mito se reforzó mucho con la dictadura, cuando estos países se posicionaron respecto a Europa como una reserva moral donde todavía la “familia cristiana” existía y se había tenido éxito en la “destrucción del comunismo”.

Esa excepcionalidad conspiró contra la posibilidad de que se empezara a resquebrajar el mito de la nación blanca. Ambos mitos están íntimamente relacionados y uno se mantiene junto con el otro. Los discursos que podían llegar a contrarrestarlos estaban relacionados con el movimiento revolucionario de izquierda, (y en el folclore) con el movimiento del Nuevo Cancionero pero éste es un discurso que el poder militar reprimió por muchos años.

-¿El mito de la nación blanca comienza a resquebrajarse con la llegada de la democracia?

-La vuelta de la democracia llevó a una combinación de varias cosas, una de ellas es el retorno del Nuevo Cancionero con bastante más fuerza, que se transformó en un vehículo para hablar de las distintas culturas argentinas. Esto se da en un contexto en que a nivel mundial se promueve la multiculturalidad, con las organizaciones multilaterales de crédito como mayores promotores. Hay un proceso a dos manos: los grupos étnicos en distintos países latinoamericanos están encontrando formas de expresarse política y culturalmente en forma autónoma y emancipatoria, pero al mismo tiempo hay un contexto internacional nuevo que permite que esas formas se conjuguen en un nuevo discurso de la nacionalidad, que es el multiculturalismo.

-El censo 2010 por primera vez en 200 años incluyó una pregunta sobre afrodescendientes, ¿qué opina de esto?

-Siempre se criticó la poca utilidad del censo para determinar otras cosas que no sean datos demográficos muy básicos que no dicen mucho sobre la complejidad de una sociedad. La etnicidad nunca fue parte de los censos argentinos, hasta los últimos dos. Pero siempre el censo va a ser una invención de la real, como lo es un mapa también, aunque hay distintas formas de construir esa realidad y algunas puede ser que se parezcan más a la “realidad real”. No obstante, es sintomático que se hagan esas preguntas ahora, que se conciba que la nación pueda tener diversidad étnica, cuando antes tenía que ser homogénea.

05/08/12 Télam

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