A 83 años del fallecimiento de David Peña, un rosarino "maldito"

Por Norberto Galasso

Arturo Jauretche enseñó que la superestructura cultural montada por la clase dominante había convertido en "malditos" a todos los personajes que le resultaban molestos. A unos los anuló a través de la descalificación, como es el caso de Felipe Varela, a quien le imputó ser bandolero y sanguinario y le dejó una zamba que lo trata de modo lapidario: "Felipe Varela / matando viene y se va." A otros, los anuló a través del silenciamiento, expurgándolos de las antologías, de los textos escolares y de la iconografía oficial. Uno de estos es David Peña, un rosarino nacido el 10 de julio de 1862.

Manuel Gálvez, en sus memorias, sostiene que "Peña tenía muchas cualidades para triunfar en la vida" y comenta que pudo haber sido diputado nacional, acaso ministro de Instrucción pública o gobernador de Santa Fe y no fue nada de eso. Debió haber realizado una obra literaria sólida y perdurable y no la realizó. Gran orador, debió tener ocasiones para mostrar ese bello don de Dios y no las tuvo. Se le consideraba un fracasado ¿por qué con tantas y tan bellas cualidades, fracasó? ¿Fue culpa el ambiente, fue culpa suya?" Y agrega: "Era un tremendo idealista", pero acota, con cierta desesperanza por su propia experiencia: "El idealismo es una virtud, pero si se pasa de la raya se convierte en un defecto, en cuanto incapacita para la lucha por la vida." ¿Qué insinuaba Gálvez?

La respuesta es evidente conociendo la obra: Peña se había atrevido a enfrentar a los grandes poderes de la Argentina semicolonial y lo habían sentenciado al silencio. Escribió alrededor de 15 ensayos y 15 obras de teatro, colaboró en diversos periódicos, pero no vaciló en criticar los mitos de la clase dominante y tuvo su castigo por tamaña herejía.

En 1903, en su cátedra en la Facultad de Derecho, dio varias conferencias sobre Facundo Quiroga, reivindicándolo y quebrando así el mito de "Civilización o Barbarie" inventado por Sarmiento. "Madre de todas las zonceras argentinas", como lo calificó Jauretche.

¿Qué sostuvo Peña? Que el Facundo de Sarmiento era una falsedad –escrito en una magnífica prosa, por cierto, pero mentiroso– y consagró a Quiroga como uno de los que más hicieron para organizar la patria dictando "el cuadernito" (pues así llamaba a la Constitución) y que por esa causa, fue asesinado en Barranca Yaco. En su última conferencia, Peña sostuvo, ante una concurrencia perpleja: "Por 16 años enmudece la palabra Constitución en los labios argentinos. Quiroga se la ha llevado a la tumba, a esa tumba artística que la mejor estatua –del Dolor– embellece, a pocas varas del pórtico, la ciudad del silencio, tumba muda, sin inscripción, sin nombre, sin cifra, como sin dueño, porque así lo exigió la 'civilización' contra 'la barbarie' legendaria, la prensa liberal de Buenos Aires contra la víctima del déspota, inmolada a un ideal que purga sus pecados.

Ahí yace la figura extraña que refleja toda la primitiva sociedad argentina y, en materia política, el precursor de Urquiza. Si no muere Quiroga el año 35, él habría llegado a fundar la organización de la República (como dijo Vicente Fidel López). ¡Sombra ensangrentada! No has sido entonces el mito aterrador que el nombre de Facundo evoca. Fuiste el general Juan Facundo Quiroga, nervio, centro, fuerza, pensamiento y acción representativos de esas entidades humildes, candorosas y lozanas, que se llaman las provincias, en la hora crepuscular de su incorporación a este núcleo incontrastable que formará la patria. Representas en germen un ideal que unido al del vasto laboreo, da origen después a la organización de que hoy gozamos. Yo no te exalto; te defiendo de la pasión tormentosa que ha cubierto tu recuerdo con un cendal de crímenes y te señalo a la luz de la verdad histórica como expresión de una edad que preparó el destino de esta Nación, que aún tiene en su naturaleza agreste tu mismo sello personal y portentoso. Y en cuanto a aquel que tanto daño te hizo, escucha y sabe, oh, Facundo, que algo como una vindicación suprema, última, nació de la propia pluma que te hiriera. Es Sarmiento quien, hablando de su sangre y de la tuya, nos lega este desahogo: ¡Nuestras sangres son afines!"

Más tarde, Peña, incursionando en el teatro, escribió Facundo, e hizo también justicia a otra víctima del centralismo porteño en su obra Dorrego, sacándolo de su condición de "loquito", "díscolo" y "alborotador" al que lo condenó la historia escolar.

Por si esto fuera poco, para ganarse el odio de la oligarquía mitrista, se hizo amigo de Juan Bautista Alberdi y asumió su defensa.
A partir de la segregación de Buenos Aires y gobernando el mitrismo en la provincia el tucumano Alberdi ya no había podido volver al país. Quedó en Europa donde había sido embajador de la confederación urquicista y allí se replanteó muchas cosas respecto a los "grandes hombres de la ciudad puerto": "Yo no les tengo otro temor que el temor que inspiran los salteadores de caminos: el de ser asaltado, insultado, apuñalado. De otro modo y en otro sentido, no son temibles. Temo su cuchillo, es decir, su puñal y su lengua... ¿Que temor podría inspirarme a mí por su talento y su saber en la discusión seria y templada, no sólo los Héctores (por Varela) sino los Bartolos y Domingos... pues mi crimen para ellos es el de ser su juez competente."

Alberdi regresó al país en 1880, al asumir Roca como presidente quien envió un proyecto al congreso para la edición de sus obras completas y lo designó embajador, pero La Nación, a través de la pluma de Mitre se opuso tachándolo a Alberdi de "traidor" por su posición durante la Guerra de la Triple Alianza. En el congreso, el diputado Mantilla grita: "¡Basta de Alberdi! ¡Panfletista político, egoísta, enemigo de la política de la Alianza, finalmente enemigo de Buenos Aires!" El Poder Ejecutivo insiste y entonces, La Nación, para descalificar a Alberdi publica una carta de su juventud con errores de ortografía donde se empleaba la "z" en lugar de la "c", anticipando que "la A era igual a la T, es decir, Alberdi igual a traidor". Peña lo visita a Alberdi y lo recuerda así: "Juntando su silla con la mía hasta tocarnos las rodillas, Alberdi me dijo con voz imborrable: "Así, quisiera tener frente a mí al general Mitre, para preguntarle, mirándonos hasta el fondo de los ojos, en virtud de qué odio tan reconcentrado puede disculpar su persistente prolijidad de haber guardado la carta de un niño, de 50 años atrás, para avergonzar a un anciano. ¿Es esto digno de un jefe de partido, de un jefe de nación? ¿Es esto digno de usted, general Mitre?"

Alberdi muere poco después. Peña asume su defensa, proponiendo primero un monumento a Alberdi (en 1890) que los mitristas rechazan (se hará recién en 1965) y publica "En defensa de Alberdi", en 1911 y "La traición de Alberdi", en 1919.

Silenciado por tamañas osadías, Peña fallece en 1930.

Estos escritos de Peña reivindicando a Alberdi, como lo había hecho con Dorrego y con Facundo, se conocen en 1965, editados por Peña Lillo con un estudio preliminar de Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde bajo el título Alberdi, los mitristas y la guerra de la Triple Alianza, de David Peña.

Cabe recordar asimismo, que un descendiente suyo –y uno de los impulsores de esta publicación, Rodolfo Ortega Peña– fue acribillado a balazos en el pleno centro porteño, por la Triple A, el 31 de julio de 1974, por su militancia revolucionaria.

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