En las dos primeras décadas del siglo, en
apenas una generación, el fútbol se había acriollado definitivamente,
igual que los hijos de los inmigrantes europeos. En cada barrio nacían
uno o dos clubes. Se los llamaba ahora Club Social y Deportivo, que
en buen porteño significaba "milonga y fútbol".
Los anarquistas y socialistas estaban alarmados. En vez de ir a las
asambleas o a los pic-nics ideológicos, los trabajadores concurrían
a ver fútbol los domingos a la tarde y a bailar tango los sábados a
la noche.
El diario anarquista La Protesta escribía en 1917 contra la "perniciosa
idiotización a través del pateo reiterado de un objeto redondo". Comparaban,
por sus efectos, al fútbol con la religión, sintetizando su crítica
en el lema: "misa y pelota: la peor droga para los pueblos".
Pero pronto debieron actualizarse
y ya en la fundación de clubes de barriadas populares aparecieron socialistas
y anarquistas. Por ejemplo, el Club "Mártires de Chicago", en La Paternal,
llamado así en homenaje a los obreros ahorcados en Estados Unidos por
luchar en pos de la jornada de ocho horas de trabajo. Fue el núcleo
que años después pasó a ser el club Argentino Juniors, un nombre menos
comprometedor. También en el club "El Porvenir", como el nombre lo muestra,
estuvo la mano de los utopistas. Y el mismo Chacarita Juniors nació
en una biblioteca libertaria precisamente un primero de mayo, la fiesta
de los trabajadores, en 1906.
Por último, los viejos luchadores
-ante el entusiasmo de sus propios adherentes ideológicos frente al
nuevo juego- resolvieron cambiar de actitud y llegar a una nueva conciencia:
practicar el fútbol, sí, porque es un juego comunitario donde se ejercita
la comunicación y el esfuerzo común; pero no el fútbol como espectáculo,
que fanatiza irracionalmente a las masas.
El fútbol siguió creciendo. Los tablones de las tribunas se iban superponiendo
para dar cabida a más espectadores. Pero así como los argentinos jugaban
cada vez mejor en el verde, así comenzaba a complicarse la organización
fuera de la cancha. Los dirigentes juegan sus propios partidos y empiezan
los cismas, las sospechas de árbitros comprados; los intereses creados
van ocupando el lugar de lo que poco antes había nacido como deporte
por el deporte mismo. El fútbol se capitaliza. A los jugadores -amateurs
hasta es momento- se los retiene en los clubes por dinero, y los clubes
que tienen dinero atraen a los mejores de los clubes pobres. Aparecen
ya, a comienzo de los veinte, las categorías de clubes grandes y clubes
chicos.
Pero, mezquindades aparte, el fútbol gana fronteras; primero hacia el
interior, con los rosarinos, quienes quieren hacer en Rosario la capital
del fútbol y juegan partidazos con los porteños. Luego, cruza el Río
de la Plata y el duelo argentinos-uruguayos da origen a una rivalidad
donde ya se habla de virilidad y debilidades, de "padres" e "hijos".
Pero pese al antagonismo hay un término que los hermana y los hace inconfundibles:
"fútbol rioplatense". Es la palabra mágica que evita la enemistad. Fútbol
rioplatense: una manera distinta de jugar que va a dar que hablar al
mundo.
En 1919 llega Boca. Primer puesto y una hinchada de oro que ya empieza
a ser el jugador número 12. Nacía un mito y una realidad que tuvo su
origen en un banco de la plaza Solís, del barrio genovés, cuatro años
después que River. Sus modestos fundadores anduvieron de baldío en baldío,
hasta lograr una canchita detrás de las carboneras Wilson, en la isla
Demarchi. Desalojados de allí fueron a refugiarse a Wilde. Por último,
luego de deambular de nuevo por la Boca fueron a parar, en 1923, a Brandsen
y Del Crucero, el anticipo de la "bombonera". Azul y oro, la camiseta,
y con los jugadores cuyos nombres pasan a ser historia: Tesorieri, Calomino,
Canaveri y Garassino, quien jugó en los once puestos. 1920 une a los
que serán eternos rivales. Campeones Boca y River, River y Boca. Uno
de la Asociación; el otro de la Amateur. Los espectadores van a ver,
más que a sus equipos, a sus ídolos.
Uno de ellos es Pedro Calomino, a quien los hinchas boquenses le gritan
en dialecto xeneixe: "¡dáguele Calumín, dáguele!". Pero Calomino no
se deja influenciar: se planta en la cancha, indiferente a las tribunas
ansiosas de sus fantasías. Y cuando le pasan la redonda arranca por
la punta, parece que frenara pero sigue dejando rivales que corren engañados
para otro lado, cuando se caen. Y si un defensor se le pega, le hace
"la bicicleta".
El otro ídolo es Américo Tesorieri: "Mérico", para la hinchada. Lo quieren
ver saltar. Y Mérico les da el gusto: fino, flexible, plástico, es un
elegante felino que complementa las curvas de la pelota con movimientos
de ballet. Es un clásico, un arquero con música de Mozart.
Pero los riverplatenses también pueden presentar a su crack. Arquero,
además. Es Carlos Isola, apodado "el hombre de goma" por su extraordinaria
agilidad. Con increíble golpe de vista no ataja los goles, los adivina.
Es más bien un artista de circo, trapecista y malabarista a la vez.
Entrevista a Osvaldo Bayer el 17 Enero
2006 - Osvaldo Bayer entrevistado en el programa "la nit
al dia", por el canal catalán TV3, en ocasión de su paso
por Barcelona para dictar una conferencia.
¿Quién de los dos, Tesorieri
o Isola iban a representar a la Argentina en el Campeonato Sudamericano
de 1921, en Buenos Aires?. Tesorieri, el de Boca, es el preferido. Y
lo demuestra: el arco, invicto en todo el torneo. El final no podía
ser de otro modo: Argentina y Uruguay. Y el gol de oro del uno a cero
lo conseguirá Julio Libonatti, el rosarino. Un gol que enloquece a los
25.000 espectadores. Sí, 25.000 espectadores que consagran al fútbol
como al espectáculo del pueblo.
Como no hay alambradas, el público invade la cancha en la pitada final,
carga a sus hombros al héroe de Rosario y grita: "¡al Colón, al Colón!".
Así es llevado el héroe desde el estadio de Sportivo Barracas hacia
el centro. Pero a mitad de camino hay algunos a quienes el Colón les
parece insuficiente y gritan: "¡A la Rosada, a Plaza de Mayo!". Y allá
va la muchedumbre con el gladiador triunfante en hombros, a quien quieren
consagrar César.
Pero Julio Libonatti no actuará ni de tenor ni en el escenario del Colón
ni jamás traspasará el umbral de la Rosada. Lo comprarían los italianos
para que juegue en el Torino. Así se iniciaba el éxodo de los mejores,
un desangre colonial que todavía hoy -y más que nunca- sufre el fútbol
criollo.
Huracán se llama el equipo que viene de un barrio proletario, Nueva
Pompeya. La insignia es un globito, el globo de Jorge Newbery, el gentleman
del aire que nunca volvió de su último viaje. El nuevo club se fundó
en la vereda, y se escribía Huracán sin H. Poco conocimiento de la gramática
pero mucho de la gambeta. En 1921 y 1922 se coronaron campeones de la
Asociación Argentina. Tenían un crack indiscutible: Guillermo Stábile.
Lo llamaban "el filtrador" porque venía desde atrás, en el ataque, y
estaba adelante siempre para definir cuando la pelota llegaba al área.
Más tarde, Stábile sería uno de los primeros que ejercería una nueva
profesión: la de entrenador de fútbol.
En esa delantera de Huracán campeón también se hallaba otro artillero:
Cesáreo Onzari, el del famoso gol olímpico. Será en 1924. Los uruguayos
habían consagrado al fútbol rioplatense como "el mejor del mundo" al
salir campeones de las Olimpíadas de París. Cuando regresaron, los argentinos
los desafiaron y vencieron a los campeones mundiales por 2 a 1, con
gol desde el córner de Onzari. Pocos días antes, en Inglaterra, se habían
aceptado los goles por tiro de esquina directo. Uno de los goles más
hermosos: habría que cobrarlos dobles por la belleza de la curva que
hace el balón.
En 1922 otro nombre se consagra. Viene de Avellaneda. Se llama con orgullo
Independiente. El nombre libertario contiene mucha protesta. Lo eligieron
los cadetes y empleados argentinos de una gran tienda inglesa que no
les permitía integrar el equipo de la casa. El nombre que adoptan y
el rojo de la camiseta los hace peligroso para algunos. El club nació
de una mesa de café del centro, en Hipólito Yrigoyen y Perú. Pero un
terreno barato los llevó a Avellaneda, muy cerca de Racing. Y empezó
la rivalidad y la identificación con la barriada proletaria. En 1926,
el equipo rojo hace realidad el sueño de todos los futbolistas y de
los hinchas. ¡Campeones invictos!. ¡No perdieron ningún partido!. Vengaban
así el recuerdo del primer match oficial de 1907, cuando perdieron 21
a 1 contra Atlanta.
En el cuadro invicto estaban figuras que fueron directamente al paraíso:
aquellos cinco mosqueteros de la delantera: Canaveri, Lalín, Ravaschino,
Seoane y Orsi. Nacen los diablos rojos. Sus diabluras en el área levantan
las tribunas populares, que los sabe de su misma extracción barrial.
El "negro" Seoane los deja parados a todos los adversarios, y "Mumo"
Orsi es quien rompe los piolines de las vallas adversarias.
Hasta
hay payadores criollos que le cantan al campeón:
Ha de gritar el que pueda
siguiendo nuestra corriente
hurras al Independiente
del pueblo de Avellaneda.
Pero los rojos no hacen olvidar al Boca de 1925, proclamado campeón
de honor por la Asociación. Ese año ha jugado en Europa; la gira inolvidable.
Los europeos querían ver el fútbol rioplatense que habían puesto de
moda los uruguayos. Y Boca no defraudó: 19 partidos jugados, 15 ganados
y sólo tres perdidos.
Aunque lo mejor del fútbol argentino anda de viaje por Europa, los hinchas
no tienen de qué quejarse, principalmente los de la Academia, que poseen
una pareja derecha que no sólo se engolosina con sus malabarismos sino
que también mete goles: Natalio Perinetti y Pedro Ochoa. Aquel cantor
del Abasto, que ha llegado al centro, le dedica al lucido gambeteador
Ochoa un tangazo: "Ochoíta, el crack de la afición".
1927 será el año de la unión del dividido fútbol y el triunfo del seleccionado
argentino en el Sudamericano de Lima en toda la línea: 7 goles a Bolivia,
5 a Perú y tres nada menos que a Uruguay. Las puertas estaban así abiertas
para ganar el Campeonato Olímpico de Amsterdam en 1928. Los argentinos
se sentían fuertes y habían borrado sus complejos con los uruguayos.
El seleccionado vuelve desde Lima en tren y el pueblo se concentra en
Retiro. La alegría no tiene límites y el presidente Alvear olvida un
poco los ademanes aristocráticos y se abraza con los Bidoglio, Recanatini,
Carricaberry y Zumelzú, autores de la hazaña.
Pero ya los santos vienen marchando. Llevaban camiseta azul-grana y
eran de Almagro. Campeones absolutos en la Asociación, unificada, donde
ahora juegan todos contra todos. Nacieron como los "Forzosos de Almagro",
atrás de la capilla de San Antonio, y pasaron a llamarse San Lorenzo,
en homenaje al cura Lorenzo Massa, incansable alentador de los muchachos.
Actualmente algunos hinchas menos devotos sostienen que el nombre del
club se debe al combate de San Lorenzo.
De cualquier manera, agnósticos y creyentes olvidaban sus diferencias
cuando los azulgranas meten un gol. Y todos están contestes en llamarlos
"los santos", aunque los incorregibles enemigos de barrio cambien el
calificativo por el de "los cuervos".
De "los santos" pasaron a ser "los gauchos de Boedo" y también "el ciclón"
por aquella delantera que los llevó a la cumbre en el 27: Carricaberry,
Acosta, Maglio, Sarrasqueta y Foresto.
Su rival de siempre, Huracán, le quitó el campeonato de 1928, pero al
año siguiente el campeón vino de La Plata, de ahí "El expreso". Gimnasia
y Esgrima. Origen de alcurnia. Caballeros de la alta sociedad platense
que querían ejercitase en deportes viriles. Entre ellos encontramos
a Olazábal, Perdriel, Alconada, Huergo, Uzal, Uriburu y un nombre para
no olvidar; Ramón L. Falcón, el posterior jefe de policía, autor de
la masacre de obreros de Plaza Lorea, el 1º de mayo de 1909.
Los señores juegan al fútbol con los marinos ingleses en el puerto próximo.
Pero los años pasan y los apellidos ilustres son reemplazados por más
populares y ya en las tribunas se mezclan los estudiantes platenses
con los hombres emigrados de las pampas cercanas. El campeón alista
a dos figuras que cumplirán una brillante trayectoria: el back Delovo
y el delantero Francisco Varallo.
El fútbol y el cine se han convertido en las diversiones preferidas
del porteño. Los cines se van abriendo en los barrios, y los clubes
han salido definitivamente del potrero. Los tablones ya van siendo mal
mirados por los clubes más ricos que van siendo tentados por el cemento.
Independiente inaugura su estadio con capacidad para cien mil espectadores.
Pero no sólo al cine y al fútbol van los argentinos. En 1927, al igual
que en todas las ciudades del mundo, el pueblo se vuelca a las calles
para protestar por el asesinato de dos obreros; Sacco y Vanzetti, que
son condenados a la silla eléctrica por la justicia norteamericana.
[Texto del libro Fútbol
Argentino, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1990]
A Bayer lo mandaron al arco pero disfrutó
igual. Conocido sobre todo como investigador de las luchas sociales,
el escritor Osvaldo Bayer ha escrito también sobre la historia del fútbol
argentino. En este reportaje pasa revista –desde la memoria y el anecdotario
personal– a los poco conocidos vínculos entre los grupos anarquistas
y socialistas y la pasión futbolera, y analiza el desnaturalizado panorama
del superprofesionalismo actual.
Osvaldo Bayer: “El fútbol es el juego socialista. Todos juntos para
llegar al triunfo” decían los anarcos.
Por Facundo Martínez
Hay quienes creen que el fútbol y el anarquismo no tienen nada que ver.
Y aunque a primera vista esa afirmación parezca cierta, no lo es. Pasado
el primer envión que le dieron en Sudamérica sus fundadores ingleses,
la práctica del fútbol ganó terreno en los hábitos de la cultura obrera
argentina –lo mismo sucedió en Brasil y en Uruguay– hasta volverse realmente
un deporte popular, abandonando su condición de actividad exclusiva
de los colegios de señoritos. Aceptado por unos y rechazado por otros,
el fútbol fue tema polémico en el interior de las corrientes políticas
que a principios del Siglo XX impulsaron el crecimiento del movimiento
obrero: el anarquismo y el socialismo. Interrogando esa ruta, el historiador
y escritor Osvaldo Bayer dialogó con Página/12.
90 minutos. Relatos de fútbol
Empezó el partido. Arde el fuego de la pasión entre todos los
hinchas. Esa pasión que inflama sus corazones con el mismo
entusiasmo que al pibe que va con el padre por primera vez a la
cancha, a conocer en persona al equipo que será dueño de su amor por
el resto de su vida. Este libro homenajea esa pasión con cuentos
sobre padres e hijos, hinchas, relatores y jugadores de ayer, que
dejaban la piel en el césped más allá de los premios y los sueldos,
se peinaban con gomina por respeto y se bancaban todos los
guadañazos, descosiendo los hilos gruesos de las pelotas de tiento y
salían a la cancha aún con fiebre o resaca, haciendo de su profesión
un culto al amor por la camiseta.
Para ustedes, fieles amantes del deporte más popular, son estas
historias.
Fuente: Programa Libros y Casas,
Clic para descargar.
–¿Qué tiene que ver el fútbol con el anarquismo?
–En el anarquismo y en el socialismo hubo grandes discusiones. Al principio,
lo rechazaron porque en lugar de ir al sindicato o a los centros de
cultura que ellos tenían, la gente joven se iba a jugar al fútbol el
único día libre que tenían los obreros, porque hasta 1910 el sábado
se trabajaba todo el día... Por eso La Protesta hace esa definición
terrible: “La perniciosa idiotización a través del pateo reiterado de
un objeto redondo...”.
–En 1933, en “El Populacho”, los anarcos brasileños hablan de tres formas
de dominación burguesa: el Deporte, la Iglesia y la Política...
–Bueno, acá los anarquistas tenían un lema que sintetizaba su crítica:
“Misa y pelota: la peor droga para los pueblos”.
–¿En qué momento se interesó por el tema y por qué?
–Para mis trabajos históricos, revisé mucho la prensa anarquista y socialista
y siempre había una polémica sobre deportes, sobre fútbol. Entonces
me fui enterando, aunque no era mi motivo principal. Me causaban mucha
gracia las polémicas, que siguieron hasta bien entrados los años ‘30
cuando entró a pesar el dinero y la venta de jugadores. Todo eso fue
muy criticado porque, ante todo, el fútbol tenía que ser amateur y de
ninguna manera profesional. Los socialistas se oponían con la misma
fuerza a la revistas deportivas.
–Pero hubo un grupo de anarquistas que sí se interesaba, ¿no?
–Como los curas empezaron a hacer jugar a los pibes en los atrios de
las iglesias –acá en la iglesia de Belgrano, La Inmaculada Concepción,
se jugaban unos partidos bárbaros–, los anarquistas se tomaron al fútbol
como una desviación. “Los entretienen con el juego y se olvidan de lo
fundamental, de politizarse”, decían. Y, por supuesto, con los curas
primero estaba el catecismo y después el fútbol.
–Pero también había otros lugares para jugar al fútbol... ¿Los anarquistas
no veían el lado cooperativo del juego?
–Sí. Los anarquistas que defendían al fútbol tenían una definición muy
bien hecha: “El fútbol es el juego socialista. Todos jugando en conjunto
para al final llegar al gol, que es el triunfo, que es la revolución”.
No es una cosa individualista, se consigue colectivamente, ¿no?. “En
el fútbol se aprende a ser solidario”, decían. “No se puede jugar solo;
cuando el otro está en mejor posición, hay que pasarle la pelota”. La
cosa de formar equipo: nadie sobresalir sino sentirse todos iguales.
–¿Alguna vez discutió con otras personas esto del cooperativismo en
el fútbol?
–Lo discutimos mucho en la Federación Libertaria, también en la FORA.
Siempre se discutió cómo amateurizar el fútbol y los deportes, en general.
La idea es que el dinero que entra se reparte entre todos, se deja una
parte para la educación de niños, para las escuelas de fútbol, y también
para tareas benéficas. Los planteos eran bellísimos.
–¿Algo así como los utopistas del fútbol?
–Utopistas totales. Pero después viene un Macri y dice: “¿Cómo? ¿Qué?
Pero, por favor...”. Bueno, no tardamos en darnos cuenta que cambiar
el fútbol era más difícil que hacer la revolución.
–Los anarquistas fundaron varios clubes en la Argentina...
–Promovieron el que se llamó Los Mártires de Chicago –en honor a los
trabajadores ahorcados por impulsar las ocho horas de trabajo–, pero
después perdieron las elecciones, asumieron otras fuerzas, los comerciantes
y –qué sé yo– para terminar con el pasado anarquista le pusieron Argentinos
Juniors: ¡Somos Argentinos, no anarquistas! También está El Porvenir,
que es otro nombre muy anarquista...
–En Santos, Brasil, existió a principios del Siglo XX un club que se
llamaba Libertarios Fútbol Club...
–También está Independiente, que eran socialistas. Fue hecho por los
trabajadores de una gran fábrica, creo que era metalúrgica, que se reunieron
en un café del centro, en la calles Perú e Yrigoyen. Por eso le pusieron
Independiente, porque eran independientes de la fábrica. Muchos eran
del barrio sur y después consiguieron un terreno en Avellaneda. ¡Y el
color rojo de la camiseta! Hay mucha gente que ahora lo desmiente, porque
quieren escribir otra historia; pero no, es así. También está Chacarita,
que tuvo su origen en una biblioteca libertaria y se fundó un 1º de
Mayo.
–¿Hasta qué momento se puede hablar de presencia anarquista en el fútbol?
–Hasta el ‘30, cuando se empieza a comprar y vender jugadores y el juego
pasa a ser un negocio. Entonces los anarquistas salieron de ahí y pasaron
a jugar en los baldíos y en las canchitas de barrio. En Platense, que
estaba en Crámer y Manuela Pedraza, iban a jugar mucho socialistas contra
anarcos. Yo viví todo eso por un jugador, Eduardo Ricagni, que estuvo
en Platense, Boca, la Selección y terminó en Huracán. Pero yo le tuve
muchísima bronca siempre, porque era muy compadrito.
–¿Usted jugaba también?
–Yo quería jugar al fútbol porque me interesaba mucho. Pero había una
diferencia. Mi barrio, Belgrano C, era un barrio de alemanes y los criollos
no querían saber nada con los alemanes. Y no me daban pelota. Yo tenía
unas ganas de agarrarme a trompadas... Para hacerme el simpático me
aprendía los equipos de memoria, buscaba un recurso intelectual para
que me dieran cabida. Les decía: “¿Saben cómo forma tal equipo?” Y los
pibes decían: “Uy, de nuevo este tipo acá”. Un fracaso total...
–¿Nunca pudo jugar, entonces?
–Como siempre ocurre, de pronto faltó un jugador. Era un partido importante
contra los de Manuela Pedraza, que eran todos de Platense. Era como
cuando en las películas falta el actor y ponen un extra; yo sentía que
podía ser una gran oportunidad. El equipo de la calle Arcos, con diez
hombres. Ricagni estaba preocupado porque iba a empezar el partido y
entonces me llamó para que fuera al arco. ¡Hay que tener mala suerte!
En la primera jugada el wing contrario se mete y se mete en el área,
queda adelante mío, saca un taco impresionante, me pega en las manos,
me las dobla, me pega en la cabeza y yo caigo: gol. ¡Hay que tener mala
suerte! Me levanto y veo que Ricagni se me viene encima a darme la biaba.
Ahí cometí el más grande error de mi vida: salí corriendo. Me corrieron
mis propios compañeros –yo tenía once años–, y corrí mucho más. Entonces
me doy vuelta y ahí oigo que Ricagni me grita: “¡Alemán culo de pan!”.
Y yo todo avergonzado, por supuesto, nunca más volví.
–¿Se quedó sin una segunda oportunidad?
–Siempre hay un momento para cobrárselas. Pasaron muchísimos años y
en el ‘87, yo estaba en Berlín, recibí un llamado de Lita Stantic, la
productora de María Luisa Bemberg –feministas, ambas–; me convocaban
para realizar el guión de una película sobre fútbol. A mí se me escapó:
“¿Ustedes, una película sobre fútbol?” Y Lita hizo como un minuto de
silencio y me contestó: “Sí, ¿por qué no?”. Entonces les dije que lo
podía hacer, pero les advertí que si hablaba sobre fútbol le iba a meter
temasde política y sociología. Me dijeron que eso era lo que querían.
Les pedí un día para contestarles y esa noche no pude dormir. Yo no
tenía ganas, pero pensé en Ricagni y dije: lo voy a hacer, pero el castigo
va a ser no nombrarlo e invitarlo al estreno.
–Y se hizo la película...
–¡Y no lo nombré! Aunque tampoco lo invité al estreno. Después me dio
pena y cuando Editorial Sudamericana me pidió el guión para hacer el
libro “Fútbol Argentino”, le agregué un texto al final (lee): “No hemos
podido nombrar a todos... más de un hincha murmurará: “pero ni siquiera
lo nombraron a Eduardo Ricagni, el goleador de Platense y Boca”. Ahí
lo nombré a Eduardo. Y eso fue toda mi actuación en el fútbol.
–¿Quedó conforme con “Fútbol Argentino”?
–Estas mujeres tenían un material colosal. Todos los noticieros de todas
las épocas. Y yo vi mucho material, un material precioso. Y los domingos
iba a ver la cosa, a la cancha. La película fue difícil.
–¿Por qué motivos?
–Discutí mucho con el director. El me decía que no le fuera con política
ni con sociología; él quería “hacer un ballet”, decía. Entonces, hablé
con Lita, que nos reunió a los dos y nos pidió que nos pusiéramos de
acuerdo. Me hubiera gustado que tuviera más emoción, más recuerdos,
más poesía. El libro se acerca más a esto. A Osvaldo Soriano le gustó
mucho y por eso hizo el prólogo. Soriano sabía mucho de fútbol.
–¿Qué aprendió con ese trabajo de investigación sobre fútbol?
–Aprendí a conocer más la sociedad y a lamentar más el sistema, el capitalismo.
Eso de hacer que los clubes sean gobernados por empresarios, cuando
debieran ser cooperativas y los dirigentes jugadores retirados, ya viejos,
para que uno los pudiera ver siempre; una cosa absolutamente voluntaria
y sin ningún interés comercial. Con el profesionalismo salvaje el fútbol
se perjudicó totalmente, en todos los países del mundo. En Alemania,
el Bayer Leverkusen está pagado por la empresa Bayer, de aspirinas.
Ahora está por descender. ¡Ojalá!, aunque lleve mi nombre.
–¿Qué piensa de la violencia en el deporte?
–Es un espanto, un espanto. Mirá lo que pasó el otro día (en referencia
a los dos hinchas de Newell’s asesinados en un enfrentamiento con hinchas
de River), la gente que reacciona así es porque realmente no sabe cómo
reaccionar de otra manera frente a las injusticias de la sociedad. Nadie
de abajo inventa la violencia sino que es una reacción contra la violencia
de la sociedad. Y da una tristeza enorme que se maten por una camiseta.
–¿Qué aspectos no le gustan del fútbol actual?
–Realmente, me da mucha bronca toda la comercialización. Los grandes
equipos están formados por futbolistas comprados en cualquier parte.
Quiere decir que a los países del tercer mundo les sacan a sus mejores
jugadores. La gente ya no puede verlos como nosotros veíamos a José
Manuel Moreno, al Torito Aguirre, a Pedernera; se los hubieran llevado
a todos. Y después esto de las propagandas en la camiseta y los negociados,
las peleas que hay entre los dirigentes y la televisión. En Alemania,
por ejemplo, hay un affaire terrible entre la televisión y el Bayern
Munich, porque al Bayern le pagaron coimas.
–Entonces, ¿hoy ya no le interesa el fútbol?
–No me interesa más. Veo los Mundiales, pero por curiosidad más que
por cualquier otra cosa. El juego en sí es de una gran belleza. Pero
no me interesa por todo lo demás que estropea la cosa.
–¿Y en los Mundiales por quién hincha?
–Por Argentina.