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Olga Wornat
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7. Sotanas y Laicos
El primer presidente de la restauración democrática asumió el 10 de diciembre
de 1983. Raúl Ricardo Alfonsín representaba para el imaginario eclesiástico
lo peor de la modernidad: laicismo, ley de divorcio, anticlericalismo, permisivismo.
Esta última palabra se ensanchaba como una boa (¿acaso era una pitón o fue una
anaconda la serpiente del Paraíso?) hasta abarcar todos los males, desde la
pornografía a las inclinaciones izquierdizantes.
Alfonsín era como una manzana del árbol prohibido para muchos obispos de la
Conferencia Episcopal Argentina (CEA), por lo menos para aquellos ultraconservadores
que preferían las compotas a las frutas frescas.
No fue ése el caso del obispo de Morón, monseñor Justo Laguna, que siempre lo
defendió:
"Fue muy injusta la actitud del Episcopado con Alfonsín, pues ha habido pocos
gobiernos tan respetuosos, dentro de lo que la democracia trae, como fue el
suyo. Creo que había una verdadera antipatía contra él, simplemente porque había
trabajado por los derechos humanos, cuando en realidad de zurdo no tiene nada",
sostuvo cuando ya todo había pasado.
En el libro Nuevos Diálogos, una mirada humanista sobre los grandes temas, realizado
junto al escritor Marcos Aguinis, el obispo de Morón dice:
"El dinero multiplica el poder y el poder multiplica el dinero, se sabe. Lo
hemos visto en algunos de los gobiernos muy democráticos, como el de Alfonsín.
Por ahí dicen que Laguna es un alfonsinista sin remedio, pero no puedo sino
servir a la verdad: Alfonsín demostró ser un hombre austero, no sin algunos
pocos de sus colaboradores. Tuve la oportunidad de seguirlo de cerca: creo que,
de la Iglesia Católica, en aquélla época, sólo Casaretto y yo nos aproximamos
al presidente. Casaretto más, porque la residencia presidencial pertenecía a
su jurisdicción, y el capellán de Olivos era el vicario general de San Isidro.
A Menem no hubo modo de ponerle capellán. Menem llama sólo a sus amigos. En
cambio, Alfonsín aceptó con una extraordinaria humildad, que le mandaran un
capellán y se hizo amigo de él. Alfonsín va a misa todos los domingos, creo,
pero pocas veces comulga en público. No es exhibicionista (...) No le obsesiona
la idea de aparentar. Alfonsín no medró políticamente y su única riqueza consiste
en su pasión por la política. En este sentido se alinea con la serie de presidentes
radicales que fueron todos honestos, de hondas convicciones republicanas. Su
ministro de economía Juan Vital Sourrille sigue viviendo en el mismo lugar de
siempre. Quien fue culto e inteligente presidente de la Cámara de diputados,
Juan Carlos Pugliese, murió en un modesto departamento. Pero hubo un grupo de
políticos jóvenes que medraron bastante, no sé si económicamente, pero sí con
el poder (...) El poder de la economía pesa tanto que los grandes empresarios,
industriales y financistas provocaron la caída de Alfonsín: en un momento dado
decidieron cortarle toda posibilidad, aunque hasta entonces lo habían apoyado...".
Tampoco es el caso del jesuíta Fernando Storni, asesor espiritual del entonces
presidente, enrolado entre los curas progresistas y miembro del CIAS:
"A Alfonsín muchos en la Iglesia lo veían con malos ojos, algunos porque durante
su campaña electoral decía el preámbulo de la Constitución pero omitía nombrar
a Dios. Otros porque no comulgaba. Pero yo les diría que, visto todos los presidentes
que comulgaron antes, eso no era ninguna garantía", aseguró.
El actual obispo de Mar del Plata, José María Arancedo, primo hermano de Raúl
Alfonsín y muy amigo del fallecido cardenal Eduardo Pironio, en una conversación
que mantuvimos en su diócesis y acerca de este tema, dijo: "La cúpula de la
Iglesia de esos años nunca quiso a Raúl. Yo no viví la época de cerca porque
estaba en Roma, pero cada vez que venía me ponía al tanto. Él siempre fue católico,
aunque no es practicante. No comulgaba y entonces eso ponía muy mal a algunos
obispos, porque juzgaban eso como lo más importante, no miraban otras cosas.
Y bueno... después le pasaron la factura".
Por supuesto, ni el obispo Laguna, ni el padre Storni, ni el obispo Arancedo
integraron nunca el sector más conservador de la Iglesia ni simpatizaron jamás
con el Proceso de Reorganización Nacional, que lideró el ex general Jorge Rafael
Videla, hoy preso domiciliario por razones de edad, a quien Alfonsín mandó a
juzgar por crímenes de lesa humanidad, junto a los comandantes de las primeras
tres juntas militares, dejando inexplicablemente afuera a la cuarta.
La iglesia local tenía por entonces al menos tres obispos de posiciones progresistas:
el de Neuquén, Jaime de Nevares; el de Quilmes, Jorge Novak; y el de Viedma,
Miguel Hesayne. Todos, sin embargo, estaban demasiado aislados de la cúpula
religiosa, como para representar al Episcopado. El cardenal Primatesta continuaba
siendo el gran caudillo, el eje de los acontecimientos políticos-religiosos
argentinos, desde el arzobispado de Córdoba.
Monseñor Eduardo Pironio, que estuvo inscripto en la corriente progresista y
que para sacárselo de encima, la Iglesia argentina le pidió al Papa que se lo
llevara a Roma, donde –no hay mal que por bien no venga– lo esperaba un destino
increíble: Paulo VI se deslumbró con él, lo ascendió a cardenal –fue el tercero
de la Argentina– lo colocó al frente de la Prefectura de las Congregaciones
–de la que dependen todas las órdenes religiosas del mundo– y lo transformó
en su confesor personal.
Con un poco más de suerte, hubiera podido ser el primer Papa argentino: en las
dos votaciones posteriores al fallecimiento de Paulo VI, en las que resultaron
triunfantes Juan Pablo I –quien murió, a los pocos días y según dicen muchos,
envenenado– y luego Juan Pablo II, Pironio figuró entre los candidatos a sucederlo.
Pero Juan Pablo II le dio a la Iglesia un golpe de timón –la devolvió a sus
cauces conservadores– y Pironio perdió su buena estrella: fue trasladado a la
Prefectura de los Laicos, para supervisar los movimientos de los ciudadanos
católicos, ya no mas a las órdenes religiosas. No obstante, se transformó en
el cardenal más popular entre los laicos argentinos y supo ser ovacionado en
la reunión de jóvenes católicos que en 1985 tuvo lugar en Córdoba.
Mientras tanto, en Roma, el 25 de enero de 1985, Juan Pablo II convocaba –veinte
años después del Concilio II– en la antigua basílica San Pablo Extramuros, a
una reunión extraordinaria de obispos, un nuevo sínodo, para examinar el impacto
que dicho Concilio había tenido en el mundo cristiano. El mismo se iba a realizar
entre el 25 de noviembre y el 8 de diciembre del mismo año. A los hombres de
la Iglesia que iban a participar del mismo y con los que se reunió en Roma para
los preparativos del encuentro les dijo: "Aquí se va a revisar el período preconciliar
y nada más", aventando cualquier posibilidad de renovación, de discusión sobre
el papel de las mujeres o el celibato. En Su Santidad, Bernstein y Politi dicen:
"Juan Pablo II se aprestaba a afrontar una de las pruebas más dramáticas de
su pontificado. Las posiciones "erradas" que pretendía combatir no eran primordialmente
la de los admiradores fanáticos de la iglesia preconciliar, como Marcel Lefebre,
el rebelde obispo francés que defendía la misa en latín y consideraba al Concilio
Vaticano II de herético. El Papa consideraba que el verdadero enemigo era la
tendencia a tomar el Concilio como punto de partida para efectuar nuevos cambios
en el seno de la Iglesia. Los verdaderos enemigos eran los teólogos y obispos
que querían democratizar a la Iglesia asignando mayores poderes a las conferencias
episcopales. Los verdaderos enemigos eran los católicos que querían que se examinara
nuevamente la moralidad sexual, que pedían un lugar más destacado para las mujeres
en la Iglesia y que argüían que la Iglesia debía aprender algunas cosas del
mundo moderno". En estos momentos, aparece en escena el cardenal Ratzinger,
el poderoso prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe o el jefe
del Santo Oficio del siglo XX.
En mayo de 1984, el áspero purpurado había alcanzado fama por su juicio inquisitorial
al más brillante teólogo de la liberación, el franciscano brasileño Leonardo
Boff, que acababa de sacar su libro La Iglesia, carisma y poder, donde aseguraba
que el modelo romano estaba demasiado volcado a sí mismo, era muy clerical,
jerárquico y había celebrado un "pacto colonial" con las clases gobernantes.
"El poder sagrado ha sido objeto de un proceso de expropiación de los medios
de producción religiosa por parte del clero, en detrimento de los cristianos.
(...) No cuestiono la autoridad de la Iglesia sino la forma en que esta autoridad
ha sido ejercida históricamente, con el propósito de reprimir toda libertad
de pensamiento dentro de la Iglesia. "Inmediatamente, fue llamado por Ratzinger,
quien lo definió, en un duro documento, de "marxista y hereje", arrastrando
a la memoria de muchos el juicio a Galileo Galilei en el siglo VII, al que acusaron
de "herir a la Santa Fe mostrando que son falsas las Sagradas Escrituras", porque
afirmaba que el Sol era el centro de la Tierra. El teólogo venía siendo observado
desde comienzos de los años setenta, cuando escribió Cristo el Libertador, –trabajo
básico de los Sacerdotes del Tercer mundo– pero 1984 fue el año en que se decidió
lanzar la ofensiva final contra "los herejes de la liberación", como llamaban
en Roma a los partidarios de esta corriente. Cuando Ratzinger interrogó a Boff,
estaba sentado a su lado el ahora cardenal, Jorge Mejías, que tomaba notas en
un cuaderno, pero que no levantó un acta oficial. El cardenal y Boff discutieron
durante tres horas y al final de la misma, Ratzinger le dijo al fraile que la
Congregación para la Doctrina de la Fe iba a sacar un documento sobre los aspectos
positivos de la Teología de la Liberación. Y se dio el siguiente diálogo entre
ambos religiosos:
–¿No está cansado? ¿Quiere un café?–dijo Ratzinger, levantándose.
–Qué bien le luce el hábito Padre. Esa es otra forma de enviar una señal al
mundo –volvió a decir.
–Pero es muy difícil usar este hábito porque es muy caliente donde vivimos –respondió
Boff.
–Cuando lo use la gente verá su devoción y su paciencia, y dirá: está, expiando
los pecados del mundo.
–Ciertamente necesitamos signos de trascendencia, pero estos no se trasmiten
a través del hábito. Es el corazón el que tiene que estar en el lugar correcto.
–Los corazones no se pueden ver, y sin embargo uno tiene que ver algo.
–Este hábito también puede ser un símbolo de poder. Cuando lo uso y me monto
en un bus, la gente se pone de pie y dice: "Padre, siéntese": Pero nosotros
tenemos que ser servidores.
Desde el Vaticano salió un comunicado que decía que ambos habían mantenido una
"conversación" que la misma había sido "fraternal". Pero el 26 de abril Boff
fue condenado por el Jefe de la "Inquisición" a un año de silencio. No se le
permitió enseñar, dar conferencias o publicar libros. Y Boff aceptó. Después
de todo, era un hombre fiel a la Santa Madre. Hasta que en 1992, abandonó la
orden y el sacerdocio. "El poder eclesiástico es cruel y despiadado. No olvida
nada. No perdona nada. Exige todo", declaró.
"Los últimos diez años han sido desfavorables para la Iglesia católica –dijo
el cardenal alemán ante el Papa, durante el sínodo de 1985–. Lo que los Papas
y los Padres del Concilio esperaban era una nueva unidad católica y en vez de
ello hemos sido testigos de un disenso que, parafraseando a Pablo VI, parece
haber pasado de la autocrítica a la autodestrucción. Se tenía la expectativa
de un entusiasmo renovado, pero con demasiada frecuencia ha redundado en aburrimiento
y desmoralización. Se tenía la expectativa de haber dado un paso adelante y
en lugar de ello nos encontramos en un proceso progresivo de decadencia que
en gran medida se ha estado desarrollando con la invocación de un "espíritu
del Concilio" y con esto de hecho, lo ha desacreditado cada vez más...
Las discusiones fueron durísimas, polémicas, polarizadas. Algunos estaban con
quienes propugnaban un avance y renovación del espíritu del Concilio y otros,
más temerosos, aceptaban también los puntos del documento presentado por el
alemán: "La Iglesia no debía ser un club o una asociación. Era la Iglesia del
Señor, un lugar para la presencia de Dios en el mundo. Nunca hay que perder
la conciencia sobre la esencia de la fe, anclada en una grandiosa síntesis del
Credo, el Padre Nuestro, los Diez Mandamientos y los sacramentos". Se llegó
a cuestionar el centralismo de Roma y hasta las "malas" administraciones del
Banco, el IOR, dirigido por Marcinkus. Holandeses, belgas, canadienses, ingleses
y americanos, atacaron duramente a Ratzinger. Y los duros, amigos del Papa,
salieron a defender las posturas conservadoras. "Satanás ha redoblado sus esfuerzos
para crear en la Iglesia una atmósfera de incertidumbre y desorden", dijo monseñor
Antonio Quarracino, presidente del CELAM, con su estilo habitual. Y Wojtyla
quedó encantado al escucharlo, era el vocabulario que él mismo gustaba utilizar.
Curiosamente (o no) el día de la clausura y para que quede clara su postura
y los nuevos tiempos eclesiásticos del mundo, Juan Pablo II habló de la Iglesia
como el "cuerpo místico de Cristo" y no como el "pueblo de Dios". Y esa definición
que había sido impuesta en tiempos de Eugenio Pacelli, el Papa Pío XII; fue
una clara señal. Cuando finalizó el sínodo, el comité encargado de la redacción
del nuevo catecismo universal, estaba encabezado por el cardenal Joseph Ratzinger.
Así eran los tiempos y la línea política que bajaba desde el palacio de San
Pedro.
Dos años después, en abril de 1987, cuando el Papa visitó por segunda vez la
Argentina, Alfonsín elogió a Eduardo Pironio ante el pontífice y le dijo que
la feligresía vería con beneplácito que el "respetado Pironio" fuera el sucesor
del cardenal Juan Carlos Aramburu, como arzobispo de Buenos Aires. Pero la sugerencia
presidencial no cambió la suerte del cardenal. Seguramente Alfonsín desconocía
que Wojtyla no comulgaba con las ideas de Pironio, imbuido del pensamiento progresista
dentro de la Iglesia y quien, además, en 1980, cuando todavía estaba como prefecto
de la Sagrada Congregación de los Religiosos, había salido al cruce de la campaña
contra la teología de la liberación y contra Boff. "Que yo sepa no hay por ahora
ninguna medida en su contra. Su pensamiento está en busca de la verdad, y creo
que en él existe una perfecta sumisión a la Verdad revelada, un gran deseo de
fidelidad al magisterio de la Iglesia. De modo que no veo ninguna razón para
que sea condenado", dijo Pironio en la Asamblea Episcopal brasileña. Y los nuevos
jerarcas de San Pedro no le perdonaron. No había caso, los tiempos corrían en
otra dirección.
En el medio del Episcopado argentino, entre los obispos moderados de centro,
se enrolaban tres con peso propio dentro de la estructura eclesiástica: Justo
Oscar Laguna, de Morón y titular de la Pastoral Social del Episcopado; Jorge
Casaretto, obispo de San Isidro, responsable de las Juventudes Católicas y con
gran predicamento entre los sectores laicos; y Emilio Bianchi di Cárcano, obispo
de Azul y presidente de la Pastoral de Educación Católica. Los tres tenían buena
sintonía con Alfonsín y por eso, en la interna del Episcopado, se los sospechaba
de radicales.
Justo Oscar Laguna nunca tuvo pelos en la lengua, siempre se caracterizó por
decir lo que pensaba, aunque eso le acarreó no pocos problemas con el poder.
Explosivo, coqueto, simpático y muy culto, Laguna, nació en Buenos Aires el
25 de septiembre de 1929, en una familia de inmigrantes españoles. En 1954 se
ordenó sacerdote, fue obispo auxiliar de San Isidro, donde profundizó su amistad
con Jorge Casaretto, y es nombrado obispo en 1975. Fue presidente de la Comisión
Episcopal de la Pastoral Social, equipo de trabajo vinculado a la Comisión de
Justicia y Paz, con sede en el Vaticano. Es fanático del cine y del teatro,
y vive con su hermana en Morón.
Jorge Casaretto es introvertido, cerrado, quizá tímido y eso sí, algo misógino,
según me dijo su amigo Laguna un día que le comenté que había ido a verlo a
Casaretto a San Isidro y que me había tratado con impiedad o fastidio. "Un libro
sobre la Iglesia? ¿Usted va a escribir un libro sobre la Iglesia?¿Para qué?¿Para
qué va a revolver sobre esos temas?". Recuerdo que me lanzó en la cara, apenas
me senté. Y ahí nomás solicitó las preguntas por escrito, que no quería entrevistas,
si antes no le mandaba un cuestionario. "La Iglesia tiene un gran sentimiento
de culpa, porque de aquí salieron muchos cuadros que luego se metieron en la
guerrilla y pasó todo lo qué pasó... ", dijo antes de despedirnos. Cuando le
comenté el episodio al obispo de Morón, me miró y sonriendo dijo: "Usted también,
como se le ocurre entrevistar al obispo más misógino del Episcopado argentino..".
Quienes lo conocieron apenas llegó a San Isidro, aseguran que el obispo tenía
muchos problemas para alejar a las jóvenes que se acercaban hipnotizadas por
su enorme atractivo. "No sabía cómo hacer, cómo manejar el tema de las mujeres,
se le tiraban encima –dice alguien que lo frecuenta– y quizá desde ahí se volvió
frío y distante". Anécdotas al margen, Jorge Casaretto nació en Buenos Aires
el 27 de diciembre de 1936 y fue al colegio Nacional Buenos Aires, donde fue
compañero –y luego amigo– del ex ministro del Interior de Carlos Menem, Carlos
Corach. Los que lo conocieron en esos años, aseguran que terminó el secundario
con altísimas calificaciones. Descubrió su vocación sacerdotal a los 23 años,
cuando estudiaba ingeniería en la Universidad de Buenos Aires. En 1977 fue designado
obispo de Rafaela, en Santa Fe, donde se relacionó con monseñor Vicente Zaspe.
Fueron amigos. En 1983 regresó a San Isidro como obispo coadjutor y en 1985,
en plena era alfonsinista, quedó como titular de la diócesis. Fue uno de los
primeros obispos en enviar sacerdotes a Cuba, para ayudar al fortalecimiento
del catolicismo en la isla. Con Laguna salen a comer todas las semanas, van
al cine y algunos veranos, se refugian en una casa de retiros espirituales ubicada
en Palm Beach, la exquisita playa del sur de la Florida, en Estados Unidos.
Esta escapada terrenal les provocó no pocos encontronazos con el menemismo,
ya que ambos fueron fuertes críticos del régimen neoliberal y éstos le pasaron
la factura.
Emilio Bianchi Di Cárcano, también nació en Buenos Aires, el 5 de abril de 1930.
Fue ordenado sacerdote el 14 de agosto de 1960, obispo titular de Lesina y auxiliar
de Azul el 24 de febrero de 1976; recibió la ordenación episcopal en marzo de
1976, un día después del golpe, y fue trasladado como obispo a Azul el 14 de
abril de 1982, ahí nomás de Malvinas, como una paradoja.
Los tres obispos son muy amigos y fueron los únicos que tuvieron acercamiento
hasta el final con Raúl Alfonsín. "Vivían en la quinta de Olivos", recuerda
un prelado, con algo de resentimiento. En el Episcopado los llaman el "Grupo
San Isidro", porque los tres surgieron de esa diócesis y comulgan las mismas
ideas políticas e ideológicas, cosa que les generó no pocos adversarios entre
sus pares. Son fieles seguidores del Concilio Vaticano II.
En su libro Asalto a la ilusión, el periodista Morales Sola observó que "los
movimientos de (el cardenal Francisco) Primatesta advertían que él veía el futuro
de la Iglesia en manos del grupo de Laguna, Casaretto, Di Cárcano y su propio
vicario auxiliar de Córdoba, monseñor José María Arancibia, uno de los prelados
más jóvenes y que junto a ellos elaboraba los documentos de la Iglesia.
"Otro de sus obispos preferidos –añadía– es el de Paraná, monseñor Estanislao
Karlic, el teólogo más importante de la Iglesia local, su candidato escondido
para suceder a Aramburu en Buenos Aires. Pero Karlic es fundamentalmente un
pastor de almas, no un político ni un administrador."
En el otro extremo del arco, la Iglesia también tenía –y aún tiene– en su seno
a personajes ultraconservadores y retrógrados, que parecen salidos de la noche
de los tiempos: uno de ellos es monseñor Desiderio Collino, obispo de Lomas
de Zamora. El otro es Emilio Ogñenovich, purpurado de Mercedes. Y el tercero,
es Ítalo di Stéfano, quien sufrió una curiosa metamorfosis: antes de ser obispo
de San Juan, había sido destinado a la diócesis de Roque Sáenz Peña, la segunda
ciudad en importancia del Chaco, donde se relacionó con las Ligas Agrarias.
En aquellos tiempos Di Stéfano estaba tan a la izquierda, que le pusieron el
mote de obispo rojo. Pero al cambiar de diócesis, dio un giro de 180 grados
y como un camaleón, se dedicó a cuestionar y a condenar todo aquello en lo que
antes había creído, salvo a Dios, claro.
En los últimos años de la dictadura militar, la Iglesia se había acostumbrado
a ser protagonista del escenario político. No era para menos: con partidos y
sindicatos prohibidos, sólo quedaban a la vista ella y las Fuerzas Armadas,
de modo que los dirigentes solían recurrir a los obispos buscando protección.
Pero a diferencia de lo que sucedía en Chile y Brasil –países que también padecieron
el yugo militar, pero cuya Iglesia era combativa– los obispos locales pecaban
de tibios y muchos de ellos hasta se ufanaban ante el Vaticano de tener una
iglesia tranquila, algo que luego, a la hora de rendir cuentas, les significó
a algunos quedar pegados a la dictadura y a otros tener tarjeta amarilla por
su actitud demasiado contemplativa.
Es cierto que en varios documentos, especialmente en el de mayo de 1977, la
Iglesia había advertido que existía una metodología de la represión. Lo que
nunca hizo fue quejarse de no haber sido escuchada. Morales Sola hizo la siguiente
reflexión:
"Desde el principio del gobierno uniformado, funcionó una comisión de enlace
que integraban el entonces obispo auxiliar de San Isidro, Justo Laguna; el secretario
general del Episcopado, Carlos Galán; los tres secretarios generales de la fuerzas
armadas; y el secretario General de la Presidencia. Ellos debatían sobre la
situación económica y social y sobre los derechos humanos. Pero nunca se supo
que esa comisión haya avanzado un solo paso en su misión morigeradora; no se
lo supo, porque no ocurrió. Creemos que esa comisión cumplió con valentía una
misión muy difícil en ese momento. Pero sus resultados, en efecto, fueron prácticamente
nulos. Nunca se logró conocer el destino de ningún desaparecido ni cambiar la
mentalidad de los interlocutores, aceptó luego la Iglesia".
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La homilía de Alfonsín
Cuando
asumió Raúl Ricardo Alfonsín, los organismos de derechos humanos adquirieron
relevancia y la Iglesia, precisamente por su tibio perfil en la defensa de esos
derechos, no pudo menos que sentirse desplazada. El insólito episodio del Presidente
en el pulpito de la capilla Stella Maris, despotricando contra el obispo castrense,
fue la gota que rebasó el vaso en la poco feliz relación que Alfonsín tuvo con
la Iglesia mientras duró su acotado mandato.
En su libro Proceso a la Iglesia Argentina, Rubén Dri recordó así aquel suceso:
"El 2 de abril de 1987 monseñor José Miguel Medina, obispo castrense, en la
misa que celebró en la capilla Stella Maris a la que asistía el Presidente,
pronunció una homilía que terminaría en polémica. Bajo el título de "No achicar
la patria", (el obispo) expresó que en contraposición al achicamiento malvinense,
impuesto desde el exterior, en la Patria se estaba produciendo un achicamiento
desde adentro".
Por achicamiento interno, Medina comprendía "a la delincuencia, a la patotería,
a la coima, al negociado, a la injusticia, a la disgregación, a la antisocial
emigración, a la decadencia, a la drogadicción, a la destrucción de la identidad
nacional".
"El presidente Alfonsín no se mantuvo indiferente–prosiguió Dri–. Subió al pulpito
e instó a los presentes a que "si conocen de alguna coima o de algún negociado,
lo digan y lo manifiesten correctamente. Si ha dicho esto delante del Presidente
es seguramente porque se conoce algo que el Presidente desconoce"."
José Miguel Medina, el obispo castrense cuyo cargo había sido jerarquizado gracias
a Juan Pablo II y elevado a Ordinariato desde junio de 1986 tenía poder dentro
de la Iglesia argentina de ese momento. Podía erigir seminario, dar órdenes
sagradas a los novicios y tener su propio clero. Particularmente Medina no tenía
una historia empapada de democracia, todo lo contrario, era un clérigo que levantaba
orgulloso las banderas de la doctrina de Seguridad Nacional de sus amadas Fuerzas
Armadas, cuyos integrantes lo veneraban. En los archivos de la Conadep, hay
varios testimonios que hablan del obispo Medina, entonces a cargo de la diócesis
de Jujuy. Eulogia Cordero de Gránica, detenida en la cárcel jujeña de Villa
Gorriti, declaró: "Monseñor Medina me dijo que yo tenía que decir todo lo que
sabía; le contesté que no sabía qué era lo que tenía que decirle; y que lo único
que yo quería saber era dónde estaban mis hijos, a lo que Medina respondió que
en algo habrán estado para que yo no supiera dónde estaban; me insistió en que
debía hablar y decir todo, y entonces se iba a saber dónde estaban mis hijos
".
El profesor Carlos Alberto Melián, que estuvo detenido en la misma cárcel, dijo
ante los jueces de la Cámara Federal: "Monseñor Medina llegaba y nos insistía
en que teníamos que colaborar. Nos decía : "Sean adultos y digan la verdad".
En sus arengas a las tropas, Medina les decía que no debían preocuparse si los
llamaban "represores", ya que para él la represión "era lícita y moral".
El río hacía mucho ruido y era que arrastraba cosas desde lejos. En febrero
de 1984, a sólo dos meses de asumir Alfonsín, ya la agencia católica AICA había
protestado por el levantamiento de programas de esa religión en radio Municipal.
¿A quién se le había ocurrido tamaño despropósito? Para AICA, la medida era
un "hecho irritante para el sentir de la población católica del país", aunque
más allá de la protesta de algunos fieles de misa diaria, el asunto no pasó
a mayores.
El 23 de enero de 1984, el obispo Carlos Mariano Pérez, de Salta, dijo en su
homilía: "Hay que erradicar a las Madres de Plaza de Mayo y a los organismos
de derechos humanos que pertenecen a una organización internacional, lo mismo
hay que terminar con la exhumación de cadáveres N.N, que son una infamia para
la sociedad...". El ex capellán de la policía de la provincia de Buenos Aires
y entonces párroco de la Iglesia de Bragado en la provincia de Buenos Aires,
descubierto y luego de una escandalosa polémica con los habitantes del pueblo,
que dividió a la ciudad en dos bandos, no tuvo timidez para decir, en julio
de 1984: "Que me digan que Camps (ex general y ex jefe de policía de la provincia
de Buenos Aires durante la dictadura) torturó a un negrito que nadie conoce,
vaya y pase, pero como iba a torturar a Jacobo Timerman, un periodista sobre
el cual hubo una constante y decisiva presión mundial, que si no fuera por eso...
".
Y el 21 de mayo de 1985, en pleno desarrollo del juicio a los ex comandantes,
monseñor Antonio Plaza, arzobispo de La Plata, declaró: "Este juicio es una
revancha de la subversión y una porquería. Se trata de un Nuremberg al revés,
en el cual los criminales están juzgando a los que vencieron al terrorismo...
".
Pero llegado septiembre de 1987, las quejas habían mutado en acusaciones de
grueso calibre. En la homilía de la misa de FAMUS (Familiares de Muertos por
la Subversión) el sacerdote Manuel Beltrán no tuvo pelos en la lengua para arremeter
contra Alfonsín y tratarlo de zurdo y delincuente:
"Se nos han metido marxistas en el gobierno y las universidades, y no digamos
nada de los malos judíos–porque los buenos no están– que están revirando el
gobierno", comenzó diciendo el cura.
"La democracia debe ser pura, debe ser limpia, debe ser justa y no debe ser
violenta –continuó, parafraseando a su modo al Presidente, cuando decía que
con la democracia se come, se educa, se trabaja–. En esta mal llamada democracia
se ha autorizado cualquier cosa. La cuestión es corromper. Es vergonzoso que
se siga llamando democrático un gobierno que no pone coto a la corrupción del
hombre, a la corrupción de la niñez, a la corrupción de la familia y de todos
los hombres.
"Responsables de esta situación son todos los actores corruptos, los productores,
los legisladores–enfatizó–. E incluso, el más responsable de todos es quien
tiene que guiar los destinos de la Nación, con un destino bien seguro, y oponerse
a todo lo que sea destrucción de nuestra Patria.
"El máximo responsable es el presidente legítimo que tenemos, por haber sido
elegido por el pueblo. Y el que es responsable, siempre es culpable si se trata
de un delito. Todos somos iguales ante la ley, y ante un delito, todos, aunque
sea un obispo, tiene que ser juzgado. Y un presidente también", culminó.
Sin duda, el cura Beltrán estaba rabioso. La corrupción a la que aludía no pasaba
precisamente por hechos ilícitos, sino por algo que en su concepción era mucho
más terrible: el rumbo izquierdizante del gobierno. Es que en el camino se habían
sucedido el Congreso Pedagógico, convocado en 1984 con presunta finalidad laicista;
el juicio a las juntas militares, que tuvo lugar en 1985, y que derivó en el
intento de procesar a cientos de militares de menor rango; y la ley de divorcio
vincular, que vio la luz a mediados de 1987, a pesar de la venida del Papa.
El divorcio, un pecado grave
El gobierno de Alfonsín despertó la ira eclesiástica al no vetar la ley de divorcio
sancionada por el Congreso. Obtenida la media sanción en la Cámara Baja, la
CEA produjo un documento en el que lamentaba "profundamente la decisión de la
Cámara de Diputados por el daño causado al pueblo argentino, daño que se tornaría
irreparable–advertía– si el Senado convirtiera el proyecto en ley".
El documento rechazaba además enérgicamente la posición de aquellos diputados
que "diciéndose católicos han votado el proyecto, más la de aquellos que se
han atrevido a sostener la coherencia entre su fe y su posición de divorcistas".
Dentro de la CEA se discutió la posibilidad de lanzar excomuniones a aquellos
legisladores que hubieran votado la ley; finalmente no prevaleció un criterio
único. Pero el obispo de Lomas de Zamora, monseñor Desiderio Collino, se cortó
solo e hizo llegar un comunicado de excomunión a los diputados de su diócesis
en el que se expresaba:
"Cumplo en dirigirme a Ud. para advertirle que por haber dado su voto positivo
a favor de la implantación de la ley de divorcio vincular en nuestro país:
"1) Que esta falta grave lo excluye de la recepción de los sacramentos de la
Iglesia y que no podrá ser admitido como padrino de bautismo o confirmación.
"2) Que como la falta ha sido pública y notoria, así también pública y notoria
deberá ser su retractación, a fin de poder acceder a los sacramentos de la Iglesia.
"Nada sería más grato para mí que saber de su retractación pública. Como en
el cielo, también en la Tierra habría mucha alegría.
"Con mi saludo, mi bendición pastoral. En Cristo, Jesús y María. Desiderio Elso
Collino, obispo de la Iglesia en Lomas de Zamora."
Desde 1984, se habían sucedido tres documentos episcopales contra la posible
sanción de la ley de divorcio; dos fueron emitidos ese año y otro en 1985. Emilio
Ogñenovich, obispo de Mercedes y presidente de la Comisión Episcopal de la Familia,
fue quien lideró sin suerte la campaña antidivorcista. El 9 de mayo de 1986,
en su oración de apertura de esa cruzada, había calificado al divorcio como
"una lacra que, al igual que la droga y la homosexualidad, apunta a la disolución
de la sociedad", según publicaron varios diarios al día siguiente, lo que provocó
el hazmereír colectivo.
"La Iglesia está de pie y ha comenzado su cruzada contra este flagelo del divorcio
que sólo traerá tristes consecuencias para la Nación. Los católicos divorcistas
son monstruos, porque en realidad construyen una nueva secta con la deformación
de la doctrina auténtica que sostiene la Iglesia Católica, Apostólica y Romana",
había advertido Ogñenovich.
Aquella campaña tuvo su punto culminante en un acto que se realizó en Plaza
de Mayo. Para presidirlo se sacó por primera vez la imagen de la Virgen de Lujan
de su santuario, lo que probó la importancia que se le daba a la movilización.
Con la imagen convocante se esperaba reunir una multitud, pero la concurrencia
estuvo bastante por debajo de las expectativas.
El acto no contó con el aval de todo el Episcopado: Jaime de Nevares, desde
Neuquén, y Justo Laguna, desde Morón, expresaron su desacuerdo.
Rubén Dri consignó en su libro: "La marcha no pasó por Morón. La agencia AICA
denunció que "al parecer por órdenes del Ministerio de Defensa no se permitió
a oficiales y soldados de la guarnición Campo de Mayo saludar el paso de la
Virgen cuando la imagen pasó por ese lugar".
Pero el cura Storni fue mucho más taxativo: "Otro tema que enfrentó a parte
de la Iglesia con Alfonsín fue el del divorcio, pero también internamente había
muchas diferencias entre los obispos. Me acuerdo que Laguna no dejó pasar por
su diócesis la imagen de la Virgen de Lujan, que Ogñenovich traía en procesión
para un acto en Plaza de Mayo", relató.
El columnista del diario La Nación, experto en temas eclesiáticos, Bartolomé
de Vedia dio su opinión sobre esos años: "La relación de Alfonsín con la Iglesia
fue mala, tirante, tensa. Todo el tiempo. En primer lugar, quizá, porque Alfonsín
representa un ala de centro izquierda del radicalismo y tuvo gente muy preparada,
como Juan Carlos Portantiero, un exclente sociólogo o AldoNeri, un teórico de
la salud, que muchos obispos de entonces consideraban de izquierda. Y eso provocaba
choques y desconfianzas. En el campo educativo, el Congreso Pedagógico fue visualizado
como una operación política destinada a eliminar privilegios de los colegios
religiosos. Y salió mal, porque la Iglesia se movilizó y las comisiones estuvieron
integradas en su mayoría por representantes católicos. El error de Alfonsín
fue no entender la mecánica interna de la Iglesia, no se mantuvo neutro, se
metió y fue como meter el dedo en el ventilador. Illia (Arturo), por ejemplo
fue un presidente alejado de las corporaciones y la Iglesia no tuvo problemas
con él".
Por su parte, en Asalto a la ilusión, Morales Sola vio la situación de esta
manera:
"A fines de 1986 y principio de 1987 el divorcio fue el tema que enfrentó al
gobierno con la Iglesia. La visita del Papa al país estaba anunciada para abril
y la Iglesia local no quería que se lo recibiera con ese presente.
"Internamente los obispos no se pusieron de acuerdo en cómo enfrentar la protesta.
"El obispo de Mercedes, Emilio Ogñenovich, se hizo cargo de la oposición. Conservador
por naturaleza y frontal en su estilo tomó las banderas antidivorcistas como
una cuestión personal. Gran parte de sus pares lo dejaron solo por la forma
en que expresó su opinión. Labraron un acta dejando en libertad de acción a
cada obispo en la manera de expresar su oposición al divorcio. Votaron la conveniencia
de traer la Virgen de Lujan en procesión y hacer un acto en la Plaza de Mayo;
una mitad lo aprobó; la otra no.
"Ogñenovich hizo el acto con muy poca asistencia de público y luego acusó a
los obispos ausentes de haber traicionado un compromiso. Al ser expresada sólo
por el obispo de Mercedes, la imagen de la Iglesia sufrió una grave recesión."
A pesar de la oposición eclesiástica, la ley de divorcio vincular fue sancionada
el 3 de junio de 1987. Apenas el Senado dio el visto bueno definitivo, la CEA
manifestó en un documento "el profundo dolor y tristeza que experimentamos ante
una ley que creemos comprometerá seriamente el futuro de la familia en la República
Argentina". Pero monseñor Laguna, haciendo honor a su nombre de pila, dijo lo
justo: "El divorcio es un mal, pero es un mal para los católicos, y no podemos
imponer en una sociedad plural una ley que toca a los católicos. Son los católicos
los que tienen que cumplirla y no el resto ".
La pulseada pedagógica
Si el divorcio fue para la Iglesia una espina irremediablemente atragantada
en el pescuezo, el Congreso Pedagógico Nacional, convocado por ley 23.114 del
30 de septiembre de 1984, sonó más bien a desafío. Los sectores más conservadores
comenzaron cuestionándolo porque veían en él una amenaza de los sectores laicistas,
pero de inmediato toda la Iglesia se movilizó para tener una presencia masiva,
darle pelea y recortar aquellas apetencias. Parroquias y colegios católicos
generaron gran cantidad de propuestas, apoyadas en la defensa de la enseñanza
privada, en la función subsidiaria del estado, en el derecho de enseñar y elegir
la enseñanza deseada, en el contenido moral y espiritual de la educación, sin
olvidar tampoco que la educación sexual era –en esta teoría– privativa de la
familia y que no había que andar hablando en las aulas de contraconceptivos
ni de Sida, porque, como opinaban muchos, entre ellos Juan Pablo II, "el embarazo
es una bendición y la enfermedad un castigo de Dios".
En abril de 1984, en San Miguel, los obispos emitieron el documento, Democracia,
responsabilidad y esperanza, cuyos tramos más importantes estaban referidos
a la educación. "Confiamos en que aquellos que deben velar por el bien común
de la Patria, cumplan con el deber de defender la identidad cultural de nuestro
pueblo, sometidas a tantas presiones que le son extrañas (...) Conforme a las
enseñanzas del Concilio Vaticano II, la familia, trasmisora de los valores fundamentales,
es "la primera escuela de las virtudes sociales" y su tarea educativa "es de
tanta importancia que cuando falta, difícilmente pueda suplirse" (...) en las
actuales circunstancias no podemos menos que manifestar nuestra preocupación
por corrientes que pretenden introducir una cultura contraria a nuestro ser
nacional. (...) La educación que se limite a instruir, pretendiendo ser neutral
en los valores fundamentales, una escuela sin Dios y sin moral, no satisface
la exigencia de ser educación integral. "
Monseñor Antonio Quarracino, entonces arzobispo de La Plata, denunció que el
Congreso Pedagógico había sido instrumentado por "activistas ideológicos de
izquierda". Y de paso, contraponiéndose a la idea oficial de hacer participar
a los estudiantes y a sus padres en su formulación, recordó que en Italia, Benito
Mussolini había llamado a un filósofo, no a un alumno, para realizar la planificación
educativa, que "no debió ser tan mala porque estuvo vigente hasta hace pocos
años", según aseguró.
Quarracino fue el más constante de los críticos al gobierno radical, tanto como
arzobispo de La Plata, como luego, desde Buenos Aires, durante la presidencia
de Carlos Menem. A este arzobispado no había llegado antes porque el Papa prefirió
no confrontar con el primer presidente de la apertura democrática, y esperó
la victoria electoral del menemismo para nombrarlo. En la postergación pudo
haber mediado también al accidente cardiovascular que lo había aquejado en el
aeropuerto Fiumicino: "el Vaticano no designa a arzobispos con salud precaria",
observó Morales Sola.
Quarracino había conquistado a Juan Pablo II a través del sectario Movimiento
Católico de Comunión y Liberación, expresión de la derecha europea, muy cercana
al Opus Dei. A finales de la década de los sesenta había reemplazado en el Obispado
de Avellaneda a monseñor Jerónimo Podestá. Y durante el Proceso Militar fue
designado presidente del CELAM, (Conferencia Episcopal Latinomaericana) el organismo
que nuclea a los obispos latinoamericanos, con sede en Colombia, con el objetivo
de frenar los vientos de renovación teológica que se daban en esta zona del
continente. Según Morales Sola, "no sólo fue el obispo más opositor a Alfonsín,
sino el primero en propiciar desde 1982, lo que él mismo llamaba una ley de
olvido o amnistía.
"Dueño de una vasta cultura fue, junto a Justo Laguna, aunque desde posiciones
muy distintas, uno de los obispos más preparados intelectualmente. No lo quería
a Alfonsín porque lo consideraba inspirado en la socialdemocracia. Era, según
él, la corporización misma del demonio."
Monseñor Gerardo Sueldo, en esos días obispo de Santiago del Estero, consideró
que al Congreso Pedagógico "la quisieron manipular con una ideología laicisista".
Y que lo que la Iglesia hizo fue inteligente: "La respuesta fue movilizar a
la gente, decirle: "mirá, aquí se está tratando algo muy importante, ¿por qué
nosotros no trabajamos en esto, que toca a nuestro ser de argentino, a nuestra
identidad?".
Monseñor Jorge Casaretto, obispo de San Isidro, señaló: "El Congreso Pedagógico
fue una equivocación muy fuerte del alfonsinismo, al que la Iglesia respondió:
armó un frente fortísimo y salió triunfante".
También el jesuita Fernando Storni, ubicado a sideral distancia del pensamiento
conservador del Episcopado, reconoció que "con el Congreso Pedagógico la Iglesia
se movilizó y mostró su opinión y su experiencia en ese ámbito. Alfonsín no
estaba especialmente preocupado por el tema y cuentan que sacó escarpiendo a
un ministro que, frente a la masiva participación católica, le vino a ofrecer
que hicieran un congreso pedagógico radical".
Una vez concluido el congreso, el Episcopado expresó su complacencia de esta
manera:
"Hemos seguido con conciencia de Iglesia este acontecimiento desde sus comienzos
y nos complace comprobar que en todo el país han respondido a esta convocatoria
los diversos sectores que componen nuestras comunidades educativas: parroquias,
colegios y movimientos; sacerdotes, consagrados y laicos; directivos, docentes,
alumnos y padres; estableciéndose antecedentes muy valiosos para la futura ley
general de educación, que podrán ilustrar a los legisladores que quieran responder
al sentir del pueblo argentino".
Entre el Bien y el Mal
El 22 de abril de 1985 comenzó un juicio histórico en la Argentina: el proceso
oral y público a las tres primeras juntas militares, cuyas sentencias condenatorias
se produjeron el 9 de diciembre de ese mismo año.
Los testimonios de ex detenidos desaparecidos conmovieron a todo el país y sorprendieron
al mundo: nadie podía creer que tanto horror hubiera sido posible. Muchas declaraciones
dejaron en claro el triste papel que cumplió gran parte de la Iglesia en los
años de la dictadura: obispos que pudieron haber salvado vidas y que no lo hicieron,
sacerdotes delatores y cómplices de la tortura.
La respuesta episcopal de esos días demostró, sin embargo, que la ceguera continuaba:
"Debemos levantar la bandera de la reconciliación, con humildad y confianza,
con magnanimidad y coraje ", argumentó la CEA.
En San Miguel, en abril de 1984, ya anunciaban: "Son de lamentar las acusaciones
públicas, carentes en muchos casos de fundamentos, que de manera desaprensiva
se han venido formulando en estos primeros meses de la vida en democracia, contra
personas que tienen el derecho de que su fama no sea lesionada arbitrariamente
(...) Creemos muy importante subrayar en las actuales circunstancias que la
verdadera reconciliación no está solamente en la verdad y la justicia, sino
también en el amor y el perdón (...) No ha de perderse en nuestro pueblo la
grandeza del alma que es la capacidad de perdonar (...) Esta actitud no significa
que la Iglesia propicia la impunidad de los graves delitos que se han cometido
y que tanto daño han causado al país. (...) Por otra parte el perdón exige ciertamente
en quienes han delinquido el reconocimiento de los propios yerros en toda la
gravedad, la detestación de los mismos, el propósito firme de no cometerlos
más, la reparación en la medida de lo posible del mal causado y la adopción
de una conducta nueva".
Su tema de predicación para el quinto domingo de Cuaresma de 1985 se tituló:
"El perdón es signo de amor". Se citó entonces parte del documento "Iglesia
y comunidad nacional":
"... La reconciliación ha de estar basada ante todo en la verdad. E igualmente
ha de estar basada en la justicia. Sin embargo, la experiencia demuestra que
otras fuerzas negativas, como el rencor, el odio, la revancha e incluso la crueldad,
han tomado la delantera de la justicia. Más aún, que en nombre de la misma justicia
se ha pecado contra ella... ", expresó la CEA.
El 9 de diciembre la Cámara Federal dio a conocer su sentencia condenatoria
para cinco de los nueve acusados: reclusión perpetua para el ex general Jorge
Rafael Videla; prisión perpetua para el ex almirante Eduardo Emilio Massera;
diecisiete años, para el ex general Roberto Eduardo Viola; ocho años para el
ex almirante Armando Lambruschini; y cuatro años y seis meses para el ex brigadier
Orlando Ramón Agosti. Los nombrados sufrieron además las accesorias de inhabilitación
absoluta perpetua, destitución militar y pago de costas.
El resto de los procesados –brigadier Ornar Domingo Rubens Graffina, general
Leopoldo Fortunato Galtieri, almirante Jorge Isaac Anaya y el brigadier Basilio
Arturo Lami Dozo– fueron en cambio declarados libres de culpa y cargo por falta
de pruebas.
La Iglesia salió gravemente herida del juicio a las juntas militares.
Nunca estuvieron de acuerdo con el mismo, salvo algunos obispos cercanos al
gobierno. Les espantaba presenciar los testimonios de las víctimas que hablaban
de obispos y sacerdotes involucrados en aberraciones, en crímenes de lesa humanidad.
Era como mirarse en su propio espejo y la imagen que les devolvía, era el rostro
del demonio. Los hombres de la Iglesia compartieron en su mayoría –institucionalmente–
la misma visión política sobre el país. Fue la alianza entre la cruz y la espada,
y en nombre de Dios y con la bendición de Dios, las Fuerzas Armadas salieron
a reprimir. El juicio a los comandantes desnudo abrumadoramente esta complicidad,
la omisión, y el encubrimiento. Todos los documentos militares de los años sangrientos,
muestran abiertamente la fe en los valores cristianos y la lucha en nombre de
Cristo. Como bien me relató en una entrevista para la revista Somos, a mediados
de los años noventa, Miguel Osvaldo Etchecolatz, el carnicero Comisario General
de la Policía de la provincia de Buenos Aires, mano derecha del general Ramón
Camps: "Antes de salir para un operativo, nos colgábamos un rosario en el cuello
y le rezábamos a la virgen y a Cristo. Para que nos protegieran en la lucha
contra los terroristas". El 7 de agosto de 1978, durante la cena de camaradería
de las Fuerzas Armadas, el brigadier de la Fuerza Aérea Ramón Agosti comparó
a sus integrantes con las milicias celestiales del Génesis, convocadas para
combatir el mal y no se quedó ahí: propuso a San Gabriel, San Jorge y la Virgen
Generala como referentes y protectores de los oficiales en "guerra".
"Hay un sector de la jerarquía que en la democracia vive con nostalgia la falta
de un status que siempre le fue reconocido por los gobiernos autoritarios y
aun algunos gobernantes salidos de las urnas. Con los militares la mayoría de
los obispos tenía acceso directo a los más altos jefes castrenses, a los centros
de decisión. El diálogo se entablaba de poder a poder, de autoridad político-militar
a autoridad religiosa, con el reconocimiento de esta última en un nivel y una
jerarquía casi equiparable a los tres poderes del estado democrático. Y esto
no sucede más hoy en día. Cualquier intento de revisar críticamente este período
irrita la epidermis de la conducción eclesiástica que ha elaborado una batería
de argumentos para justificar su proceder", analizaba por esos días, el periodista
Washington Uranga.
Los hombres de la CEA
En 1983 asumió la titularidad de la CEA el cardenal de Buenos Aires, Juan Carlos
Aramburu, cuya preocupación mayor pasaba por no mezclar la Iglesia con las cuestiones
coyunturales. Tenía sin embargo un grave problema: la mayoría de los obispos
no le respondían. Había ganado la presidencia de la conferencia por la diferencia
ajustada de un solo voto, después de dos elecciones en las que su candidatura
no había logrado las imprescindibles dos terceras partes del plenario de obispos.
Su trato era distante y frío, de manera que no impactaba precisamente por su
simpatía. Pero de todas maneras sólo estuvo allí tres años. Antes y después
de ese breve interregno, la CEA estuvo en manos de Primatesta.
Aramburu se había desempeñado como arzobispo en Tucumán desde mediados de los
años cincuenta y a finales de los años sesenta fue trasladado a Buenos Aires
como coadjutor, con derecho a sucesión, del cardenal Antonio Caggiano. Era un
ascenso, pero la Iglesia tenía algo que reprocharle: en Tucumán había dejado
crecer al Movimiento de Curas para el Tercer Mundo. En los años setenta seguía
encarnando el estilo del progresismo posible dentro de la Iglesia. Y en 1988,
cuando ya había renunciado por razones de edad, reconoció públicamente la labor
pastoral de los curas tercermundistas, aunque exceptuó a los que habían abrazado
la violencia.
Si tenía un mérito, era su condición de administrador. En conocimiento de esto
fue que Juan Pablo II lo designó en la comisión de cardenales encargada de reemplazar
la estructura financiera armada por Marcinckus para manejar los dineros de la
Iglesia, luego del escándalo internacional por el affaire del Banco Ambrosiano.
Para esto se requería eficiencia administrativa y lealtad al Papa, y Aramburu
reunía ambas cualidades.
Como arzobispo de Buenos Aires, nada había escapado a su ojo clínico ni a su
conocimiento: sabía todo lo que sucedía bajo su órbita, cuánta basura había
debajo de cada alfombra y qué hacía cada sacerdote de su arquidiócesis.
En 1985, Aramburu dejó la presidencia de la CEA en manos de Raúl Primatesta,
arzobispo de Córdoba, quien también lo había precedido en el período 1976 hasta
1982 en ese cargo, y lo sucedió hasta 1990, gracias al voto mayoritario de los
obispos.
Militante del ala conservadora de la Iglesia, y dueño del arte de la negociación
y la política, Primatesta había sido el jefe virtual de la Iglesia aun en ese
interregno de tres años en que Aramburu presidió la CEA, un hecho que éste reconoció
hasta el punto que se abstuvo de competir con él en la elección por un nuevo
período. No obstante, en aquella elección interna de 1985, Primatesta tuvo que
lidiar con un movimiento que quería elegir al obispo Juan José Iriarte como
titular de la CEA. ¿Quién palanqueaba a aquel ignoto monseñor? ¿A quién le interesaba
modificar la relación interna de las fuerzas de la Iglesia? Primatesta tuvo
la sospecha de que el gobierno de Alfonsín no era ajeno a la maniobra. No en
vano, una vez en la presidencia de la CEA, los dos obispos tenidos por alfonsinistas
perdieron posiciones: Laguna se quedó sin la jefatura de la Comisión de Pastoral
Social, y Casaretto, responsable nacional de la Juventud Católica, fue nombrado
sólo como suplente para la reunión mundial de juventudes que se realizaría en
Roma. "Era evidente que algo grave para las lealtades internas había involucrado
a los dos obispos. Al poco tiempo Primatesta perdonó el supuesto desliz de los
purpurados y recobraron sus lugares", apuntó Morales Sola.
Para cuando Alfonsín fue electo primer magistrado, todavía estaba Aramburu en
la jefatura de la Conferencia; no obstante, antes de asumir, él prefirió almorzar
con Primatesta, porque era evidente que éste tenía mayor ascendiente sobre los
obispos. En aquella oportunidad el arzobispo de Córdoba le pidió dos cosas:
que no hubiera ley de divorcio y que pusiera el control de la enseñanza privada
en manos de alguien potable para la Iglesia, ya que existía profunda preocupación
por el avance de las instituciones privadas laicas por sobre las religiosas.
Alfonsín le aclaró que él personalmente no era divorcista, pero que su partido
sí, y que la suerte del proyecto iba a depender de las fuerzas en pro y en contra
que se jugaran, no sólo a nivel de partido, sino en función de la demanda social.
Cuando Primatesta asumió la presidencia de la CEA, el presidente volvió a reunirse
con el cardenal, quien puso otra vez sobre el tapete el tema del control de
la enseñanza privada. Alfonsín le preguntó entonces a quién proponía la Iglesia.
Primatesta recomendó a un hombre de su absoluta confianza: Alberto Tagliabúe,
ex director de enseñanza privada durante la dictadura de Jorge Rafael Videla.
A Raúl Alfonsín, en ese momento, ese apellido no le dijo nada, pero se propuso
averiguarlo. Cuando se enteró, la respuesta fue un rotundo no, que a Primatesta
le costó digerir: él le había asegurado aTagliabúe que el puesto era suyo.
Era cada día más evidente que Raúl Alfonsín no era un hombre al que la jerarquía
católica argentina de aquellos años digería. No sólo por su laicismo acentuado,
sino porque era un político "muy difícil para negociar", diría Primatesta en
la intimidad. "Muy cabeza dura, demasiado frontal". Y tanto él, como Aramburu
y Quarracino, eran hombres fieles a Roma. Los únicos que entraban a la sala
privada del Papa sin golpear.
Punto final y obediencia debida
En contra de lo que esperaban el ministro del Interior, Antonio Tróccoli y otros
conspicuos personajes del partido radical, la Cámara Federal que juzgó y condenó
a los ex comandantes, dispuso que las cosas no terminaban ahí, sino que más
bien recién comenzaban. El punto 30 del fallo ordenaba que "en cumplimiento
del deber legal de denunciar, se ponga en conocimiento del Consejo Supremo de
las Fuerzas Armadas, el contenido de esta sentencia y cuantas piezas de la causa
sean pertinentes, a los efectos del enjuiciamiento de los oficiales superiores
que ocuparon los comandos y subzonas de defensa durante la lucha contra la subversión
y de todos aquellos que tuvieron responsabilidad operativa en las acciones".
Con este texto quedaba totalmente desvirtuada la teoría de la obediencia debida
y del punto final que desde distintos sectores se había lanzado a la calle en
busca de acotar una ola de juicios de nunca acabar. La institución de las fuerzas
armadas sólo había estado dispuesta a entregar a los ex comandantes; y el poder
político veía en la continuidad de las causas el peligro de su propia desestabilización.
Curiosamente, los obispos se sumaron a esta postura y a través de diversos documentos
continuaron haciendo hincapié en la importancia de lo que llamaron "reconciliación".
Hasta monseñor Laguna acompañó este parecer contrario a toda razón de justicia:
"Es lícito establecer un límite para el trámite judicial, porque las Fuerzas
Armadas no pueden vivir permanentemente en la zozobra", declaró al diario Clarín
al comenzar diciembre de 1986.
A mediados de 1986 la Comisión de Fe y Cultura de la CEA, presidida por el entonces
obispo auxiliar de Buenos Aires, Eduardo Miras, dio a conocer un documento titulado:
El Evangelio ante la crisis de la civilización. En esa oportunidad la revista
católica Familia Cristiana decía:
"El documento no es una propuesta coyuntural, ni una declaración en sentido
estricto sino que aborda los grandes problemas que afectan a los argentinos
y al Pueblo de Dios en la Argentina".
La revista entrevistó al Presbístero Dr. Lucio Gera, profesor y ex decano de
la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina, –confesor del
sacerdote Carlos Mugica– y el mas brillante teólogo argentino luego del Concilio
Vaticano II y sobre el documento expresó:
"El documento plantea dos necesidades fundamentales: la búsqueda de una identidad
nacional y de una autoconciencia eclesial. Respecto de la identidad nacional,
se detecta que la historia concreta de nuestro país puede visualizarse como
una historia de desgarrones y rupturas entre distintos proyectos o modelos históricos
culturales". También es imperiosa la búsqueda de la autoconciencia eclesiástica;
al respecto el documento dice:
"Todos los miembros del Pueblo de Dios –laicos, religiosos y clérigos– hemos
de preguntarnos cómo, cada uno, hemos cumplido la misión de encarnar los valores
del Evangelio en la cultura de la Nación... No podemos eludir cuestionarnos,
acerca de la coherencia entre lo predicado con nuestros labios y el testimonio
de nuestras vidas".
Al analizar el documento, Lucio Gera hace hincapié en un tema caro a la Iglesia:
el de la reconciliación. Sin ella no ve posible alcanzar la unidad nacional,
refundar una existencia y una solidaridad humana y cristiana, instalar la justicia
social y aun la autoconciencia eclesial.
Señala un ejemplo: "el tema de los desaparecidos debe resolverse a través de
la justicia, pero ésta no debe ser ejercida como revancha o desquite, porque
entraríamos en un círculo vicioso y no se suturarían los desgarrones que sufre
la Nación. Esto es sólo un ejemplo –concluye el teólogo Lucio Gera– pero de
lo que se trata es de intentar entre los antiguos proyectos una nueva y gran
síntesis donde nadie quede excluido. Esa síntesis hará crecer la autoconciencia
histórica de la iglesia, porque ella hará crecer una pastoral sobre un pueblo
unido y coherente, alrededor de valores fundamentales comunes, aunque respetuosos
del legítimo pluralismo".
Por más que los jueces dijeron no, el gobierno elevó su proyecto de ley de Punto
Final al Congreso para poner un límite definitivo a las acusaciones por violaciones
a los derechos humanos. En esos días la CEA se reunió y su presidente, el cardenal
Antonio Primatesta, manifestó el apoyo episcopal a la medida:
"Para la Patria, en este momento, es necesario un espíritu profundo de reconciliación
y no hay muchas confesiones públicas que hacer. La Iglesia no quiere confesiones
individuales, sino la reconciliación que al mismo tiempo implica reconocimiento
de las propias debilidades como comunidad y una profunda esperanza en el amor
de Dios que une a los hombres", expresó el 14 de diciembre de 1986.
En soledad, el obispo de Neuquén, Jaime de Nevares, se había diferenciado de
sus congéneres: "Aprobar este proyecto, significará convivir con los criminales.
Con esta mafia, con el poder de la fuerza, ¿qué será del país?", se preguntó
desde Río Negro el 11 de diciembre. Pero nada pudo hacerse: en los últimos días
de 1986, como un regalo negro de Navidad, la ley de punto final fue aprobada
incluso con el voto de radicales progresistas como Federico Storani, que se
oponía, pero que terminó haciendo gala de su obediencia debida al partido.
De nuevo Wojtyla
En Su Santidad, Juan Pablo II y la historia oculta de nuestro tiempo Carl Berstein
y Marco Politti dicen:
"Las palabras de condena sobre la violencia gubernamental que Juan Pablo II
no pronunció en un Chile sometido al yugo de la dictadura, sí las dijo en un
país que hacía poco había recobrado la democracia: Argentina. Allí llegó el
6 de abril de 1987 y sermoneó a Raúl Alfonsín, el presidente democráticamente
elegido después de la dictadura militar:
"Los derechos humanos se tienen que garantizar", dijo el Papa incluso en situaciones
de extrema tensión y evitando la tentación de responder a la violencia con más
violencia. "
"El Papa venía de Chile, se había reunido con Pinochet y durante su visita se
había registrado una fuerte represión, cuya responsabilidad el encargado de
la organización del viaje papal Monseñor Francisco Coks adjudicó a los manifestantes:
"la represión respondió a que los manifestantes agredieron a los carabineros,
a la guardia papal y a muchos sacerdotes."
Según todos los sondeos de opinión, la Argentina respondió al Papa con indiferencia
y aversión. El momento no fue el mejor y la Argentina estaba inmersa en una
situación política y económica de crisis, luego de varios años de terror dictatorial.
La Iglesia Católica no estaba transitando por su mejor momento.
"En vísperas de su visita tres iglesias habían sido blanco de ataque. Argentina
era un país en donde durante la dictadura en la lucha del ejército contra la
guerrilla, de los montoneros y contra cualquier otro tipo de oposición había
cobrado miles de víctimas. Los obispos habían estado profundamente comprometidos
con la dictadura", dicen Bernstein y Politti.
Entre el 6 y el 12 de abril de 1987, el Papa Juan Pablo II visitó la Argentina
por segunda vez en su pontificado. Durante los meses previos a su llegada tanto
el gobierno como la jerarquía eclesiástica se habían encargado de calificarla
como una visita exclusivamente pastoral.
El responsable de la organización del viaje papal, Monseñor Arnaldo Gánale,
confirmó casi un mes antes qué cosas estaba dispuesto a hacer el Papa y cuáles
no. Sólo dos actos masivos tuvieron el visto bueno del Vaticano: el primero
con los trabajadores, en ese momento liderados por el sindicalista Saúl Ubaldini,
y el acto con los jóvenes. Gánale anunció "que en la agenda del Papa no había
lugar para la audiencia que habían solicitado los organismos de derechos humanos".
El presidente Raúl Alfonsín anunciaba "la visita de Juan Pablo II será acompañada
por la alegría de todos los argentinos sin excepción ni distinción de credos.
Somos deudores del Papa", recordando su mediación en el litigio con Chile por
el canal del Beagle.
Alfonsín no sólo celebró con palabras la llegada pacificadora del Papa, sino
que coronó su intención de acercamiento a la Iglesia, con la incorporación a
su gabinete de Carlos Alderete, a finales del mes de marzo. El sindicalista
de Luz y Fuerza, convertido en Ministro de Trabajo, mantenía una histórica buena
relación con sectores eclesiásticos y una especial amistad con Primatesta. También
los senadores se sumaron a la bienvenida del Papa acordando tratar el proyecto
de ley de divorcio vincular tras la visita.
"¿Qué paz, qué unidad, qué amor nos viene a traer el Papa?", se preguntaba Rubén
Dri, en una nota de la revista Crisis, del mes de marzo de 1987, previo a la
visita del Sumo Pontífice a la Argentina, y agregaba:
"Si Monseñor Raúl Primatesta consultado sobre la posibilidad de que el Papa
visitara un centro clandestino de detención expresó: "que poner un acento tan
grande significaría más bien abrir una herida que cerrarla, y el Papa viene
a traernos la paz, la unidad, el amor que de ninguna manera significan la falta
de justicia" entonces –asevera Dri– la paz que nos propone o en otra palabra
muy utilizada, la reconciliación que nos trae es la que se asienta sobre el
olvido de 30.000 desaparecidos, miles de torturados, asesinados y violados".
"En su anterior visita nos trajo la reconciliación con Galtieri y toda la Junta
Genocida. O ¿qué significó la comunión que les dio con su propia mano, en un
país lleno de centros clandestinos? Mucho nos tememos que se quiera ir más allá,
que lo que está encubierto bajo el manto de la espiritual reconciliación sea
lisa y llanamente la amnistía, para lo cual como siempre se nos hablará de la
necesidad de perdonar y ser perdonados."
Los medios cubrieron ampliamente la visita del Papa a la Argentina y todos los
sectores se manifestaron, aunque de maneras distintas. La máxima dicotomía se
expresó entre el mensaje de las Madres de Plaza de Mayo y la solicitada publicada
por ex dirigentes montoneros. La Línea Fundadora de Madres se mostraba esperanzada
en que el Papa condenara las violaciones a los derechos humanos, cometidas por
la dictadura militar, y en especial el terrorismo de Estado y el sistema de
desaparición de personas. Mientras que el mismo 6 de abril, día de llegada del
Papa en Clarín Mario Firmenich, Fernando Vaca Narvaja, Rodolfo Galimberti y
otros ex dirigentes montoneros firmaban la siguiente solicitada:
"Algunos de nosotros, militantes políticos de Montoneros, no estamos exentos
de culpas. Por eso, como el hijo arrepentido de la parábola, te decimos: no
merezco ser llamado hijo tuyo. Señor, también nos enseñaste: "Amen a sus enemigos,
rueguen por susperseguidores". Por eso te pedimos que te apiades de quienes
nos persiguieron atrozmente, atormentando ancianos, mujeres y niños. Y por eso
te pedimos que también te apiades de los que nos siguen persiguiendo sin razón,
buscando quebrar con provocaciones, nuestra humilde sujeción a la voluntad del
pueblo".
Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz en 1980, dio una conferencia de
prensa y dijo: "Están aquellos que guardaron silencio cuando, so pretexto de
defender la "civilización" cristiana, la dictadura masacró al pueblo". Denunciando
de esta manera en medio de la visita papal, la estrecha relación de muchos obispos
con los militares. Pero Karol Wojtyla no habló del tema, no quiso. Y también
se negó a reunirse con las Madres de Plaza de Mayo, un gesto que evidenció el
pensamiento del pontífice respecto de las violaciones de los derechos humanos
en América latina por parte de las dictaduras. Sólo hablaba de la "paz y la
reconciliación" y frente a los obispos de Buenos Aires dijo una frase cargada
de ambigüedad, como el contexto de toda su visita: "Sé de vuestras intervenciones
profundamente sentidas, que han salvado vidas humanas". Sólo a la semana de
estar en la Argentina, pronunció la palabra "desaparecido" en una reunión con
jóvenes católicos.
Unas siete mil personas se movilizaron hacia Plaza de Mayo que contrastaron
con los cientos de miles de chilenos que habían acompañado toda la recorrida
del Papa por Santiago. Juan Pablo II entregó a Alfonsín dos medallones coronados
por una inscripción que decía: "Uruguay, Chile y Argentina" como símbolo del
Tratado de Paz firmado en 1978.
La agenda del Papa en la Argentina incluyó la visita a Bahía Blanca, Viedma
y Mendoza, en donde condenó el divorcio, el aborto, la drogadicción y el terrorismo.
En Viedma fue recibido por el obispo Miguel Esteban Hesayne quien no dejó pasar
la oportunidad de expresarle la opresión del pueblo mapuche y su fiel compromiso
con los pobres:
"Bienvenido a la Patagonia. Esta tierra que pisas, ha sido una de las últimas
de nuestro continente en recibir el mensaje evangélico... La Patagonia es compleja
y promisoria. Los que habían sido los dueños de este suelo fueron avasallados
y despreciados por el blanco cristiano. Los descendientes de mapuches, aún hoy,
se encuentran confinados en inhóspitas reservas o dispersos en barrios marginales
de nuestras ciudades. Todavía no hemos reparado el pecado histórico cometido.
Tu visita es una luz de esperanza que les permita dar pasos firmes y en paz
hacia la posesión real de la tierra, derecho actual, inalienable, de nuestros
hermanos mapuches.
"Como Iglesia queremos tener presentes a quienes nos precedieron en la fe siendo
fieles al Evangelio como Ceferino Namuncurá, joven mapuche que quiso ser útil
a su raza aspirando a ser sacerdote católico... En estos últimos años, en la
Argentina, ser fiel al Evangelio fue una audaz aventura que llevó a dar la vida
a muchos hermanos en la fe: sacerdotes, laicos, religiosas y hasta un obispo,
nuestro hermano obispo Enrique Angelelli. Hoy queremos pedir perdón porque como
Iglesia no siempre nos identificamos con el pobre, el necesitado, el perseguido."
Con esas palabras Monseñor Hesayne marcaba frente al Papa su postura diferenciada
de muchos de sus hermanos obispos y de la propia Conferencia Episcopal a los
que les tomó trece años más pedir públicamente perdón y en el marco de un pedido
de perdón mundial de la Iglesia en el Jubileo de 2000.
En Córdoba, Tucumán y Salta los temas ejes también fueron "la familia", con
una marcada demonización del divorcio (ley presta a sancionarse en la Argentina)
y la "reconciliación nacional". Según los clérigos que estuvieron en la intimidad
de la visita papal, lo más importante para el representante de Dios era el divorcio.
El 10 de abril se realizó el primero de los actos confirmados por la organización,
que fue su encuentro con los trabajadores en el Mercado Central. Si bien casi
cien mil personas se llegaron a escuchar la palabra de Su Santidad, el número
fue mucho menos de la mitad que soñaban los hombres de la CGT y el presidente
de la Comisión de Pastoral Social, monseñor Ítalo di Stéfano.
Finalmente el 11 de abril se dio el esperando encuentro con los jóvenes. En
su alocución original no figuraba ninguna alusión a los desaparecidos pero se
agregó a último momento. Juan Pablo II dijo:
"Sois la esperanza del Papa, sois la esperanza de la Iglesia. Se que estáis
decididos a superar las dolorosas experiencias recientes de vuestra patria.
Que el hermano no se enfrente más al hermano, que no vuelva a haber más ni secuestrados
ni desaparecidos; que no haya lugar para el odio y la violencia y que la dignidad
de la persona sea respetada".
Habló muy por encima de los desaparecidos, responsabilizó al gobierno de Alfonsín
de garantizar los derechos humanos y finalmente tuvo palabras de comprensión
y aprobación hacia la jerarquía eclesiástica al decirles casi con un pie en
el avión:
"Fueron tiempos difíciles, en que la violencia quebró profundamente en el dolor
y la muerte, la paz, la convivencia y la prosperidad de vuestra Patria. Silenciados
u olvidados, Dios conoce vuestra fidelidad".
En la editorial del 23 de abril de 1987 de la revista Criterio dirigida por
el sacerdote Rafael Braun (el mismo que en enero de 2002 dio la bendición católica
al casamiento entre el Príncipe Alejandro de Holanda y la argentina Máxima Zorreguieta)
señalaba:
"La visita pastoral de un Papa no es un acontecimiento que ocurre todos los
días. Hemos sido privilegiados con dos visitas en cinco años y es razonable
pensar que no se repetirán en un futuro previsible. Juan Pablo II estuvo entre
nosotros y esta vez pudimos recibirlo en una verdadera fiesta, no empañada por
el luto de ninguna guerra, ni de ninguna dictadura.
"Tenemos que reconocer con humildad que la Iglesia argentina no llegó bien preparada
a esta visita. El rebaño estaba disperso y dividido. La carencia de un claro
liderazgo entre los Pastores locales producía mensajes discordantes y movimientos
centrífugos. La misión preparatoria fue tardía y casi siempre anémica sobre
todo si se la compara con la tarea realizada por Chile. La recepción fue fría.
No fuimos convocados a salir a las calles y embanderar nuestras casas. La improvisación
parecía amenazar una vez más la realización exitosa de un acontecimiento importante.
"
Las palabras hacia la jerarquía se imprimieron críticas en el editorial, pero
se extendieron también al laicado católico y concluyeron optimistas:
"Al término de la visita las ovejas dispersas habían sido reunidas por el Pastor.
No sólo por su magnetismo personal, sino por la acción discreta del Espíritu.
Muchos que tenían vergüenza de seguir llamándose católicos y miembros de una
Iglesia que azotaban con críticas, volvieron a experimentar el gozo de sentirse
parte de una comunidad centrada en lo esencial y no perdida en los vericuetos
de la política...
"La Iglesia argentina tiene que hacer memoria de los días de salvación vividos.
Tiene que conservarlos y rumiarlos para extraer de ellos toda la riqueza que
contienen."
Mucho menos idílica en cuanto a los pasos del pastor en la Argentina fue la
nota de Rubén Dri publicada por la revista Crisis el 16 de abril de 1987. Allí
se dijo que el Papa en su visita a Viedma, se encontró con una carta de los
Mapuches, pobres entre los pobres, que manifestaban la necesidad de que les
fuesen devueltas sus tierras que les fueron "robadas con la conquista al desierto,
en la que la Iglesia fue cómplice del poder militar".
"¿Cuál fue la respuesta del Mensajero de la Paz?", se pregunta Dri. Y continúa:
"La evangelización no sería auténtica si no siguiera las huellas de Cristo,
que fue enviado a evangelizar a los pobres. Debéis hacer propia la compasión
de Jesús por el hombre y la mujer necesitados... Sin embargo el verdadero celo
se compadece sobre todo de la situación de necesidad espiritual en la que se
debaten tantos hombres y mujeres".
Es decir, retoma el autor: "está bien que los Mapuches estén en la miseria y
la pobreza pero ello no es lo fundamental. Lo más importante, es atender a la
pobreza espiritual, independiente de la situación material del que la padece.
"Sin embargo, cuando el joven rico se acercó a Jesús y le preguntó qué debía
hacer para entrar en el Reino, Jesús le dijo: vende todo lo que tienes y dalo
a los pobres.
"¿Puede interpretarse esto sólo en sentido espiritual?" Concluye Dri: "Juan
Pablo IIy nuestra jerarquía tienen la necesidad de espiritualizar el concepto
de pobre y todo el mensaje cristiano porque lo anuncian desde el poder y la
riqueza. Jesús no tenía la necesidad de hacerlo, porque lo anunciaba desde los
pobres ".
El azote carapintada
El 17 de abril de 1987, pocos días después de la segunda visita papal a la Argentina,
y en plena Semana Santa, tuvo lugar la primera sublevación de los carapintada
liderada por el coronel ultracatólico, Aldo Rico. El 19, la CEA dio a conocer
el documento titulado Los sucesos de Semana Santa en el que los obispos lamentaban
"la situación que ensombreció la estabilidad del país" y reiteraban "nuestro
apoyo al orden constitucional del país, dentro del cual deben buscar soluciones
para las distintas situaciones que preocupan y afectan la vida de grupos, sean
grandes o pequeños, o los problemas que el país todo debe enfrentar".
Para Rubén Dri eso había que traducirlo por: "hay que arreglar las situaciones
que afectan la vida del grupo militar".
El mayor Ernesto Barreiro, un oficial de inteligencia, acusado de torturas y
secuestros, destinado en Córdoba y en Bahía Blanca durante la lucha antisubversiva,
debía prestar declaración indagatoria el 15 de abril ante la Cámara Federal
de la primera de esa provincia, imputado en varias causas. Barreiro no se presentó
y se refugió en su propio regimiento, que estaba al mando del teniente coronel
Jorge Polo. Para el 17 de abril ya se habían plegado otras tres unidades: la
que León comandaba en el norte, la de Alonso en el sur y la de Rico, en Campo
de Mayo.
El cardenal Primatesta estaba convencido de que la crisis se ceñía al regimiento
de Polo y de inmediato inició una negociación con él. Luego, el juez federal
de Córdoba abrió una causa por desacato y le ordenó a Polo que entregara a Barreiro
y pacificara su cuartel.
Entre tanto, Alfonsín salió de la Rosada prometiendo que no le iba a temblar
la mano y que lograría la rendición de Rico, pero al volver tras haberlo entrevistado,
casi elogió desde el balcón a los golpistas, refiriéndose a ellos como "Héroes
de Malvinas". Apeló entonces a su polémica frase "la casa está en orden ", para
despedir a la multitud congregada en Plaza de Mayo en defensa de la democracia
y que retornó a sus casas furiosa, sospechando que había sido estafada.
Y así fue: ese día nació entre bambalinas el proyecto de ley de obediencia debida.
La revista Criterio tituló el editorial de esa semana: "La desobediencia indebida",
y allí se señaló:
"El motín no jue un hecho inesperado. Estaba en la naturaleza de las cosas si
se tiene presente la secesión sentimental, la distancia crítica y la peligrosa
sensación de humillación y corporación acorralada que vive la sociedad militar
respecto de la sociedad civil y del sistema de lealtades del régimen constitucional...
"El mundo civil está informado del estado de cosas que vive la sociedad militar.
Pero la sociedad militar, desde las jornadas populares de esas 96 horas de vigilia
pacífica de lo que siente la sociedad civil. Esta se ha pronunciado, de manera
inédita e inequívoca, a favor del gobierno de la ley, del estado de libertad
y de la vida en paz. Y ésta es una de las lecciones –no ciertamente, la menos
importante– de los acontecimientos. "
El segundo levantamiento carapintada se produjo en enero de 1988 cuando Aldo
Rico, que aunque sea para salvar las apariencias debía ir preso por su responsabilidad
en los hechos de Semana Santa, se fugó de Buenos Aires y sublevó el regimiento
de Monte Caseros, en Corrientes. En ese alzamiento, tuvo participación el capellán
carapintada, José Ángel Padilla, quien luego pidió la baja del Ejército.
En un editorial de Criterio, titulado "Proveer a la defensa común" se analizaba
los hechos de Semana Santa de 1987 y de Monte Caseros:
"Es innegable que detrás de las palabras y las actitudes de los sediciosos de
enero de 1988 –aparte de la soberbia personal de quienes se sienten convocados
por el destino para salvar a la Patria– late una concepción profundamente corporativa
de la fuerza. Son vanas sus afirmaciones y reivindicaciones profesionales –muchas
veces basadas en carencias reales– toda vez que ignoran la cadena de mandos
hasta impugnar la autoridad del Presidente en tanto comandante de las Fuerzas
Armadas. Esta clase de profesionalismo es harto conocida por estudiosos de nuestra
historia y argentinos memoriosos... No cabe duda que existe, en la Argentina,
una minoría de oficiales de las Fuerzas Armadas, que aún se resiste a vivir
en una institución. Pero también es cierto que los militares saben que los regímenes
militares no han sido inmunes a sus propias crisis castrenses. Un nuevo golpe
de Estado en la Argentina, equivaldría a destapar la caja de Pandora, en la
que yace el espectro del poder ilegitimo, más aún, de la misma guerra civil".
A mediados de 1988, Alfonsín se desayunó un domingo con un documento de la CEA,
aparecido en la tapa de los principales diarios, que criticaba con dureza a
su gobierno. A medida que avanzaba en el texto, iba montando en cólera. ¿Por
qué los obispos se le tiraban en contra con tanta saña, siendo que él jamás
les había echado en cara el escándalo del Banco Ambrosiano, los manejos poco
santos de monseñor Marcinkus, ni la relación del Vaticano con la logia masónica
P2?
Ese mismo día, en los jardines de la residencia, durante un acto de la juventud
radical, Alfonsín no aguantó más: en un discurso de barricada vomitó toda su
bronca. Podría decirse que ese día le escupió al cielo.
En los años ochenta habían quedado al descubierto las maniobras financieras
del obispo Paul Marcinckus, jefe del IOR, la banca pontificia. Las investigaciones
permitieron comprobar una estrecha vinculación entre los banqueros de la mafia
italiana y de la Logia P2, con el banco vaticano. Marcinckus, sobre el que pendía
un pedido de arresto de la Interpol, se encontraba en ese momento recluido en
los límites de la Plaza San Pedro: si salía del Vaticano, la policía italiana
caería sobre él. ¿Con qué autoridad moral podía entonces la Iglesia criticar
a su gobierno? –se preguntó Alfonsín, ante los jóvenes que lo aplaudían a rabiar–.
La respuesta bien podría haber sido que no en vano el trono de Pedro había sobrevivido
dos mil años, que en cambio el radicalismo llevaba muy a duras penas apenas
cien y que a él le quedaban apenas seis meses de gobierno, antes de claudicar.
En diciembre de 1988, el coronel Mohamed Alí Seineldín, un hijo de drusos católicos,
fanáticos adorador de las vírgenes, protagonizó la tercera sublevación carapintada.
Esta vez el movimiento estuvo dirigido a conseguir directamente la amnistía
para todos los militares del proceso.
Según relata Gabriela Cerruti, en el libro El Jefe, el levantamiento bautizado
como Operación Virgen del Valle, tuvo como epicentro de operaciones al piso
de la calle Libertador de Carlos Guglielmelli, quien se convirtió en esos días
en el representante seineldinista. El entonces obispo de Mercedes, Emilio Ogñenovich
fue uno de los primeros en llegar a ese lugar para ofrecer fondos para solventar
el levantamiento.
Instalado el tema de la demanda militar, los obispos salieron a apoyar la idea
de la amnistía. Como presidente de la CEA, monseñor Primatesta se sintió obligado
a establecer una distinción y a proponer la pacificación: "Amnistía es olvido,
perdón del castigo y de las razones que la provocaron. Ello significa decir:
no pensemos más. La pacificación es un paso adelante, es encontrar caminos a
través de los cuales se puede borrar lo pasado y construir el futuro. La reconciliación
entra en el terreno de lo absoluto, de lo que es cristiano; significa una petición
de perdón de quien se sabe pecador" –dijo. En cambio, monseñor Quarracino, que
visitaba asiduamente a sus amigos, los ex comandantes, en el penal de Magdalena,
se pronunció directamente a favor de la amnistía.
El jesuíta Fernando Storni –fundador en 1960 del Centro de Investigación y Acción
Social– tuvo por aquellos días un gran acercamiento al presidente Alfonsín.
Un cuarto de siglo más tarde, con 81 años cumplidos, delineó con esta anécdota,
la relación existente entre el jefe político y los patrones del cielo:
"Yo a Alfonsín no lo conocía, me lo presentó José Ignacio López, que era su
vocero. Y un día me ofreció que formara parte del Consejo para la Consolidación
de la Democracia, porque el presidente quería escuchar la voz de la Iglesia.
Yo consulté con mis superiores y me autorizaron. Me acuerdo que el cardenal
Primatesta me dijo: "Acepta, si total vos no representas a nadie".
En pocas y certeras palabras, el cardenal había dado en la clave respecto de
uno de los errores más graves que cometió Alfonsín en su intento de componer
su relación con la Iglesia: tomar en cuenta a quienes no tenían peso en la cúpula.
Fernando Storni, enrolado en el progresismo, estaba lejos de las opiniones del
poder imperante en la conferencia episcopal post dictadura, que conservaba un
matiz conservador. Ergo: en tales circunstancias no representaba a nadie.
Storni prosiguió:
"Algunas veces nos reuníamos en el quincho de la quinta de Olivos con obispos
ideológicamente más cercanos, como Bianchi, di Cárcano y Jorge Casaretto. También
se sumaba el secretario de la CEA, José Arancibia. A esas reuniones del quincho
vino una vez el entonces monseñor Jorge Mejía, que ya estaba en el Vaticano,
pero que se encontraba de visita en la Argentina. En plena charla distendida,
Mejía le preguntó:
–Disculpe, presidente, pero si el Plan Austral iba tan bien, ¿por qué lo reemplazaron
por el Primavera?.
Yo creía que Alfonsín iba reaccionar con una de sus gallegadas, pero fue muy
diplomático y le contestó:
–Acá está Juan (Sourrouille) que le va explicar mejor".
El padre Storni fue rector de la Universidad Católica de Córdoba durante una
década, entre 1965 y 1975, y allí conoció al cardenal Primatesta, con quien
tuvo una buena relación personal, pese a no compartir su forma de relacionarse
con el poder.
"Primatesta ha sido el verdadero jefe político de la Iglesia, mantuvo siempre
un estilo de cercanía al poder. Durante mucho tiempo, en la Conferencia Episcopal,
los prelados peronistas fueron mayoría y aún hoy sigue habiendo primatestistas
en la CEA, pero el cardenal Bergoglio, que es otro gran político, es muy prudente.
Sabe esperar, tiene muchos años menos que Primatesta y sabe que esperando, sin
desesperar, el poder será suyo.
"Bergoglio fue quien me comunicó que debía dejar el rectorado de Córdoba y se
sorprendió por mi actitud. Yo le dije que no había ningún problema, que no necesitaba
otro nombramiento y que me volvía al CIAS."
El CIAS funcionó hasta los años setenta en una casona de la calle Palpa. Luego
se construyó el actual edificio, ubicado en O'Higgins 1331. Y allí está Storni
hasta ahora.
El derrumbe
El principio del fin de Alfonsín comenzó el domingo 6 de septiembre de 1987
con los primeros cómputos eleccionarios: el radicalismo había perdido el control
de casi todas las provincias en la elección de gobernadores y también la mayoría
propia en la Cámara de Diputados. El gran ganador de esa jornada fue Antonio
Cafiero, quien había atravesado varias rupturas políticas internas dentro del
peronismo pero nunca había quebrado su compromiso con la Iglesia, aunque su
contacto más directo fuera con Laguna y Casaretto, los dos últimos obispos que
pasaron por San Isidro.
"El presidente había echado del Ministerio de Trabajo a Carlos Alderete, un
dirigente lucifuercista estrechamente ligado a la Iglesia y a los demás sindicalistas,
que finalmente terminaron ayudando en la campaña a Cafiero", explicó Morales
Sola.
No era todo: la Iglesia había considerado como una provocación que un agnóstico
declarado como Jorge Sabato, hijo del escritor Ernesto, fuese promovido como
ministro de Educación por recomendación del canciller Dante Caputo, que lo había
tenido como su vice. Sabato no había jurado por Dios ni por los Santos Evangelios
al asumir la titularidad del ministerio más apetecido por la Iglesia. Se entiende:
allí se arbitran las normativas que rigen a los colegios privados y se autorizan
en cinco minutos o se traban por años las autorizaciones para nuevas carreras
terciarias y universitarias.
En medio del desastre electoral del oficialismo, Eduardo Angeloz había logrado
su reelección en Córdoba pese a que su gobierno tenía más conos de sombra que
luces. ¿Cómo lo había logrado? Lo primero a recordar es que después de 1976
sostuvo un acuerdo con el tristemente célebre general Luciano Benjamín Menéndez,
patrón indiscutido de Córdoba durante el proceso militar, responsable las desapariciones
y torturas de centenares de personas, y foco de aquella instantánea en la que
ya viejo y decrépito apareció cuchillo en ristre amenazando a un periodista.
Y el dictador Videla lo recibía en privado todas las veces que Angeloz se lo
pedía. Como fruto de ese acuerdo, más de un centenar de intendentes radicales
conservaron sus puestos durante la dictadura y sirvieron disciplinadamente al
poder militar.
Lo segundo a tener en cuenta es que este líder del radicalismo cordobés mantenía
una cordial relación con el jefe de la conducción católica, el cardenal Primatesta.
Hasta tal punto, que en 1986, cuando debió elegir a quien redactase las disposiciones
referidas a la relación Estado-Iglesia para la nueva constitución provincial,
reformada durante su mandato en miras a su propia reelección, Angeloz no dudó
un solo minuto en confiársela a su obispo de confianza.
Curiosamente, el empresario Hugo Franco –de fuerte actuación durante el gobierno
de Carlos Menem– que actuaba como apoderado de la diócesis de Primatesta, era
quien le pagaba a la ex presidenta, María Estela Martínez de Perón, el hotel
en el que se alojaba cada vez que venía a Buenos Aires. Invariablemente, la
primera visita que ella realizaba al llegar, era al nuncio papal, Ubaldo Calabresi.
Era sabido que Isabelita tenía línea directa con Agostino Casaroli, poderoso
secretario de Estado del Vaticano y amigo del cardenal Primatesta. No sólo eso:
el ex nuncio apostólico y luego ministro del Vaticano, Pío Laghi, solía verla
con frecuencia en Madrid y por su parte, Isabel andaba muy seguido por los alrededores
de la Plaza San Pedro. Cada vez que se cruzaba con algún político en Roma, ella
decía muy suelta de cuerpo: "Pues, estoy de compras".
Ubaldo Calabresi, el nuncio, fue uno de los adversarios más fervorosos y poderosos
que tuvo el gobierno de Alfonsín, quien luchó sin éxito para que se fuera de
la Argentina. Durante su gestión propuso la designación de más de treinta obispos,
incluida la de Quarracino, como sucesor de Aramburu en el obispado de Buenos
Aires. Calabresi tenía una relación muy estrecha con Carlos Saúl Menem, hasta
el punto que contribuyó personalmente a reconciliarlo con Zulema Yoma porque
no era el caso de apoyar a un candidato divorciado.
Raúl Primatesta, como siempre, hizo de equilibrista entre las dos partes. Votó
a Angeloz que era su amigo y abrazó a Carlos Menem, –que le caía muy bien– frente
a los fotógrafos. Era más que obvio que las simpatías de la gran mayoría de
los obispos argentinos estaban puestas en el candidato peronista. Siempre se
llevaron mejor con los peronistas que con los radicales. "Con ellos es más fácil
arreglar las cosas que queremos", explicaban en la intimidad. Y por otra parte,
Carlos Menem venía de una concepción nacionalista católica, casi mística, que
les caía mejor que el racionalismo radical de izquierda, que acompañaría a Angeloz.
El cardenal cordobés aconsejó a Menem que se quedara en La Rioja el día de la
elección. El caudillo riojano le hizo caso. Y le dijo además que lo primero
que tenía que hacer era saludar al perdedor, "es de buen ganador", le aclaró
paternal. Y como si esto fuera poco le envió unas líneas para pronunciar en
el discurso, que Menem las leyó entusiasmado. Ahí se hablaba de la paz y la
reconciliación. El hombre fuerte de la Iglesia no podía sentirse mejor: Menem
cumplía con todo lo que la Iglesia le pedía y la diferencia con los radicales
era abismal. El paso del tiempo demostraría a la Iglesia el error de esta apreciación,
pero para eso debieron transcurrir algunos años.
Carlos Menem asumió en julio de 1989, seis meses antes de lo previsto, porque
a Alfonsín la situación social se le fue de las manos. El dólar se disparó y
con él los precios. Fue la hiperinflación más grande de la que se tenga memoria.
Los pobres asaltaron los supermercados, los militares volvían a estar inquietos
y ya había un presidente electo. ¿Para qué seguir? Alfonsín tiró la toalla.
En setiembre, Menem hizo su primer viaje presidencial a Washington, donde el
cardenal Pío Laghi estaba destinado como delegado pontificio ante el gobierno
de George Bush, y se reunió con él para hablar del tema de los indultos a los
militares presos.
Hay quienes sostienen que Laghi lo alentó a sancionar el indulto a los sublevados
y que en cambio le sugirió una conmutación de penas para los ex comandantes,
lo que no significaría el perdón ni la libertad inmediata, aunque sí un acortamiento
de la sentencia. Su punto de vista coincidía con el de varios obispos argentinos,
como Primatesta y Quarracino, que proclamaban la necesidad de olvidar el pasado
por vía legal. Carlos Menem se adelantó a todo y a todos: el 8 de octubre de
1989, día del nacimiento de Juan Domingo Perón, de quien Menem decía ser "su
mejor alumno", firmó el indulto a los condenados y a los sublevados.
Comenzaba una nueva era.
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