Nació el 10 de enero de 1930. Poeta,
escritor, periodista, guionista cinematográfico y militante político. Fue
director general de Cultura de la Provincia de Santa Fe, director del
Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires y autor de los guiones de los filmes "Pajarito Gómez" y "Noche
terrible". Asimismo, adaptó para televisión "Madame Bovary", "Los Maias" y "Rojo
y Negro".
Colaborador de Primera Plana, Panorama, Crisis, La Opinión y Noticias, fue autor
de los poemarios "Historia Antigua", "Breves", "Lugares", "Del otro lado",
"Larga distancia", los volúmenes de cuentos "Todo eso" y "Al tacto", la pieza
teatral "Veraneando", la novela "Los pasos previos" y el ensayo "La patria
fusilada", volumen de entrevistas a los sobrevivientes de la masacre de Trelew
publicado por la editorial Crisis en 1973. Incorporado a la organización
Montoneros, fue asesinado el 17 de junio de 1976 al ser detenido por la policía
de la provincia de Mendoza.
“Del otro lado de la reja está la realidad, de/ este lado de la reja también
está/ la realidad; la única irreal es la reja...” Así dice uno de los últimos
poemas de Francisco Urondo, o Paco para sus amigos, cuyos asesinos fueron
condenados ayer en Mendoza. En
Wikipedia hay una biografía sucinta, una foto de Paco de medio perfil en la
que, por algún misterio sus ojos han perdido la picardía de esas salidas
picantes que siempre tenía. Dice: “Santa Fe, 10 de enero de 1930-Mendoza, 17 de
junio de 1976, escritor, periodista, guerrillero y militante político nacido en
Argentina”. Un texto, que también por algún misterio ha perdido esa inquietud
vital, la geometría de sus movimientos y hasta la calidez que siempre tenía
cuando se relacionaba con otras personas o cuando hacía su vida y decidía cosas
y las comentaba generosamente con gran capacidad para hacerse querer.
Habla de sus parejas, Graciela “Chela” Murúa, con la que tuvo dos hijos, Claudia
y Javier; de Zulema Katz; de Lilí Mazaferro, y, ya en la dictadura, de Alicia
Raboy, con quien tuvo a su hija Angela. No dice que con Lilí Mazaferro eran
compañeros de militancia en las FAR, una organización guerrillera que luego se
fusionó con Montoneros, y que Alicia Raboy estaba junto a él en Mendoza cuando
interceptaron el auto donde se trasladaban y le pegaron dos tiros en la cabeza.
Da cuenta de sus numerosos libros, de su trabajo como guionista de cine y
televisión. Pero, quizá porque no es tan importante, no hay un relato por
ejemplo de cuando recitaba sus poesías y Juan Gelman las suyas, los dos poetas
codo a codo, en aquella época no tan conocidos, en algún bar de Buenos Aires,
presumiblemente de la calle Corrientes. Algún bar lleno de humo de cigarrillos y
de jóvenes que escuchaban a los poetas deletrear palabras entre sus amores y las
revoluciones, historias de personas comunes y no tanto, en esos bares de bohemia
y poesía.
Primero fue titiritero con Fernando
Birri y su primera mujer en el grupo El Retablo de Bartolo. Pero más que nada
era poeta y se dedicó a la poesía: en los ’50 estuvo en el Movimiento Poesía
Buenos Aires y en los ’60 en Zona de Poesía Americana. Aparte de cinco obras de
teatro, una novela, dos libros de cuentos, escribe poesía prolíficamente (dejó
ocho libros) y lo dice: “Empuñé un arma porque busco la palabra justa”, o como
lo dice en otro poema: “Mi confianza se apoya en el profundo desprecio/ por este
mundo desgraciado/ Le daré la vida/ para que nada siga como está”.
En esa confluencia de la palabra con la vida, Paco Urondo se incorporó a las
FAR, siguiendo de alguna manera los pasos de su hija Claudia. En el final
tumultuoso de la dictadura de Lanusse cayó preso y le tocó compartir la misma
celda, la noche previa a la liberación del 24 de marzo de 1973, con los tres
sobrevivientes de los fusilamientos de Trelew: Alberto Camps, Ricardo Haydar y
María Antonia Berger. El militante, el periodista y el poeta que era se unieron
esa noche y de allí salió el libro La patria fusilada.
Paco participó en los proyectos de prensa de Montoneros, pero en 1976 fue
enviado a Mendoza. Su amigo Rodolfo Walsh comentó luego su muerte: “El traslado
de Paco a Mendoza fue un error. Cuyo era una sangría permanente desde 1975,
nunca se la pudo mantener en pie. El Paco duró pocas semanas... Fue temiendo lo
que sucedió. Hubo un encuentro con un vehículo enemigo, una persecución de los
dos coches a la par...” Tras esa larga persecución y tiroteo, una de sus
acompañantes pudo escapar, su esposa Alicia fue secuestrada y desaparecida y a
él le dieron dos tiros en la cabeza.
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"Los gatos/ por la noche aúllan como
tambores/ derrotados, viejos, fúnebres, inmensamente buenos;/ la muerte los
asiste, la eternidad vela por ellos,/ la memoria nunca abandona; los errores me
salvan", declama Urondo el Poeta, en versos que saldrán en Del otro lado, libro
de 1967. Ya ha visto que "el mundo se deforma y crece" y puede catar del vino de
la existencia su mezcla de lucidez y amargura y el bouquet de una incierta
esperanza.
Escanciado en los recuerdos va quedando el jovencito de Santa Fe, el de los
títeres y El Retablo de Maese Pedro con el amigo Fernando Birri; el que dio el
salto a la capital en 1953 y se fundió al grupo de la revista Poesía Buenos
Aires: César Fernández Moreno, Edgar Bayley, Rodolfo Alfonso, con los que
compartía noches de farra y tangos, de mujeres y alcohol.
Lejano parece el tiempo que describió en Historia antigua, su primer volumen de
poesía, "cuando no sabemos de qué lado estar". Aunque Paco vaya a seguir siendo
el enamorado de la vida, el risueño atrevido que dice de una corista: "Sus
nalgas eran la literatura".
Los 60 son años intensos, apresurados, de un implacable buscar y buscarse.
Además de la poesía que comparte con Noé Jitrik, Javier Heraud, Enrique Lihn y
Gelman en la revista Zona, la que recoge en los cuadernos Nombres y Adolecer;
está el Urondo libretista de televisión, que adapta a Stendhal y Flaubert; y el
escritor de canciones, artista de café concert y del disco Milongas. Brota el
guionista que filma tres películas con el director Rodolfo Kuhn: Pajarito Gómez,
Noche terrible y Turismo de carretera, y anuncia los albores de un nuevo cine
latinoamericano.
Se prueba Paco en la narrativa con dos cuadernos de relatos: Todo eso y Al
tacto; y hasta despabila el ambiente literario con el ensayo Veinte años de
poesía argentina 1940-1960. Nace el dramaturgo de obras críticas y escandalosas:
Veraneando, La sagrada familia o muchas felicidades, Homenaje a Dumas y Archivo
General del Indias.
Hacia
1971 piensa Urondo: "La realidad que vivimos me parece tan dinámica que la
prefiero a toda ficción". Y arranca con la escritura de una novela que recibirá,
a la postre, Mención Especial del Premio La Opinión-Sudamericana, otorgada por
el cuarteto magistral que conformaron Juan Carlos Onetti, Walsh, Cortázar y
Augusto Roa Bastos, mientras él padecía cárcel en 1973. Los pasos previos será
su versión de la tragicomedia humana de la época en Argentina. Es muy probable
que entonces se sintiera apegado a una vivencia del Paquito adolescente, y por
tal aconseje: "Siempre conviene enfermarse de un pie para leer a Balzac".
BUSCO LA PALABRA JUSTA
Osvaldo Bayer es uno de los secretarios de redacción del diario Clarín en 1967;
y el recién ingresado en la sección Información General le impresiona de tal
modo: "Paco era el prototipo del hombre fino, se vestía de forma muy atildada.
Tenía una sonrisa que parecía como si fuera un gesto de su cara. Muy culto y de
conversación tranquila. Era una especie de izquierdista moderado ilustrado. Como
periodista era muy bueno, bien calificado". Se juntan en el bodegón enfrente del
periódico y Urondo se muestra interesado sobremanera en la experiencia de Bayer
en Cuba, cuando entrevistó al Che Guevara.
Él está por partir hacia La Habana, como invitado al Encuentro Rubén Darío.
Donde comparte con Roque Dalton, Mario Benedetti, Ángel Rama, Roberto Fernández
Retamar, Nicolás Guillén; y en la Casa de las Américas, con Haydée Santamaría de
timonel, se le propone grabar un disco con sus poemas. Ya de vuelta en Buenos
Aires, el 8 de octubre lo aplasta con el reverso de un evangelio, que lo fuerza
a proclamar: "Ya no se le pueden pedir órdenes a mi Comandante, ya no anda para
seguir contestando, ya ha dado su respuesta. Habrá que recordarla, o adivinarla
o inventar los pasos de nuestro destino".
Retorna a Cuba en 1968 para un Congreso Cultural. Ese año es decisivo para la
conversión de Urondo, porque en Argentina participará en los círculos de
estudios marxistas de León Rozitchner; y se vinculará al Movimiento de
Liberación Nacional (MALENA), primero, y después al núcleo de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias (FAR). También fue el momento de integrarse a Gelman,
Marcelo Pichón Rivière, Daniel Muchnik y otros, en el notable plantel de la
revista Panorama. Ahí pondrá su firma bajo "Julio Cortázar: El escritor y sus
armas", la más conocida de sus entrevistas.
Argentina tiene Historia. Entrevista a Javier Urondo, hijo
de Paco Urondo. Radio Nacional, 4 de julio de 2011.
Sus andanzas en la isla caribeña
prosiguen en 1969, como jurado de teatro en el Premio Casa y participante del
panel "La literatura argentina del siglo XX". Si bien le disgusta el desenlace
del caso Heberto Padilla, con el mea culpa del poeta en la UNEAC; Urondo se
abstiene de asumir públicamente una postura crítica hacia la revolución cubana.
Cuando Jacobo Timmerman funda La
Opinión en 1971, el hombre que alega perseguir "la palabra justa" se mueve hacia
el diario que pretende brindar "información jerarquizada y contextualizada, con
alto nivel de interpretación a cargo de primeras espadas". Fue la penúltima
aventura de Urondo periodista, pues la postrera será la fundación de Noticias,
órgano de los Montoneros, a fines de 1973. Para esa fecha, Osvaldo Bayer
descubrirá al ex colega trasmutado en un "radical de izquierda".
Poco antes, Urondo estuvo absorbido en otra empresa épica. Las reformas
educativas que impulsa el Frente Justicialista de Liberación (Frejuli),
triunfador en las elecciones del 11 de marzo de 1973, lo hacen idóneo para
encabezar el Departamento de Letras de la Universidad de Buenos Aires. El
excarcelado de Devoto, eufórico con un segundo aire de libertad, acomete
impetuoso la transformación de los estudios desde un énfasis en la literatura
francesa hacia la argentina y latinoamericana.
Encima,
le sobreviene una gran idea: estructurar una carrera autónoma de Medios Masivos
de Comunicación, con el propósito de gestar un arma crítica y un profesional
concientizado para la batalla en el frente cultural. Pero el claustro de
profesores desplazados y los sectores estudiantiles más reaccionarios boicotean
su revolución universitaria; apenas cuatro meses pudo durar el frenesí. Urondo
opta por la renuncia y lanza una advertencia: "La realidad se está poniendo
rara".
EL ÁRBOL DE LA VIDA
Si ustedes lo permiten,
prefiero seguir viviendo.
"La pura verdad"
Es domingo y Día del Padre, 17 de junio de 2001. Estoy viendo a Ángela parada en
la esquina de Tucumán y Remedios. Se que es ese el teatro de las pesadillas
infantiles de la muchacha próxima a celebrar su 26 cumpleaños; y en un gesto de
empatía me cuelo entre los viejos camaradas de Urondo u Ortiz, militantes de
derechos humanos y vecinos del lugar, presentes para animarla en el cumplimiento
de un anhelo desgarrador.
No por vana curiosidad, para apoyarla más bien, me sumerjo en la conciencia de
la joven asolada por la orfandad, y escucho el timbre del mismísimo Paco, que la
hija ha aprendido a distinguir escuchando grabaciones pasadas por la radio.
Recita el poeta un fragmento de "El árbol de la vida", legado como mensaje a sus
retoños: "Ay, hijos/ míos, cómo pensaba no quejarme, cómo/ odiaba todo lamento;
pero queja/ y batalla suenan en la misma campana".
Con la singular cadencia del amor truncado que marcan los versos, Ángela está
plantando un árbol en el sitio donde el padre y la madre se alejaron de ella
para siempre. Por dentro, repasa su vida: La niñez en Villa del Parque con la
familia adoptiva. Hacerse la boluda para sacar partido a la tragedia que le
contaron de unos padres biológicos fallecidos en accidente automovilístico. A
los doce años, la revelación: la madre sustituta que lanza una puteada cuando
pasan enfrente de la Escuela Superior de la Armada, y con una sola frase
derrumba toda la inocencia de la chica: "Porque los milicos mataron a tu mamá y
tu papá". Ángela queda sorprendida, muy quieta, de súbito rompe a llorar.
Biografía
Personalmente él mismo hizo su relato de su niñez y adolescencia en una
entrevista periodística que le hicieron (diario "La Razón" de Buenos Aires, 28
de octubre de 1962). Dice al respecto: "Puedo contar que tuve un perro y que me
encantaba jugar con espadas. Nada más. Iba ’armado’ con alfileres a las fiestas
de chicos para pinchar globos. Leía a Alejandro Dumas y la Historia de Cantú. A
los quince años me tuvieron que operar de una pierna y al tener que permanecer
en cama me entretuve con la Comedia Humana. Los resultados están a la vista: soy
un paranoico. Pero sí con su moraleja: siempre conviene enfermarse de un pie
para leer a Balzac. Un héroe de aquel momento para mí era Humphrey Bogart… Y
agrega: la mujer ideal era Bette Davis o Judy Garland… -aclara Urondo, con ese
aire de muchacho del 900 que lo caracteriza-. Además estaba impresionado con la
muerte de Gardel o con la del general Risso Patrón a quien mataron a la entrada
de un comicio y por la espalda. Aunque me ocurría de no tener muchos amigos, los
duelos criollos, que alguna vez improvisé, eran con cortaplumas. Yo tenía 12
años y en mi casa se escuchaba ópera. La detestaba porque me convertía en algo
pasivo y no la quería ver. A Stravinsky lo llegué a odiar… me encantaba la
natación. La mayor fiesta eran las tormentas de verano. Nos íbamos al río,
subiéndonos un grupo a una "piragua". Siempre repetíamos lo mismo: al darse
vuelta teníamos la necesidad de traerla a la rastra."
Luego al ser interrogado si había realizado alguna actividad teatral, contestó:
"a los 19 años hacía títeres y marionetas. Fue el comienzo de mi labor
literaria. En el Colegio Nacional tenía como celador a Miguel Brascó –dibujante
y abogado-: era un poco mayor que yo y su cultura tenía bases más sólidas. Por
ejemplo me enseñaba que la palabra ‘azul’ no había que usarla…ya lo había hecho
Darío… después comencé a vivir el clima universitario. Mi padre lo era. Esto
influyó mucho en mi formación. Recuerdo junto a él, con mi hermana íbamos a un
laboratorio donde el doctor Damianovich mostraba un tubo de goma y después de no
se sabe qué pases mágicos, lo convertía en vidrio. Eso me maravillaba. Quizá por
lo mismo inicié estudios de química y matemáticas. Pero cuanta carrera
universitaria comenzaba la dejaba inmediatamente.
En el 45, siendo mi padre vicedecano y decano Babini en la facultad de Química,
hubo un lío tremendo y pusieron presos a todas las altas autoridades. Mi padre
mandó a cerrar la facultad y poner la bandera a media asta. Mientras
acompañábamos a los presos hasta el celular nos molieron a palos. Mi padre
estaba en una casa que quedaba en la acera de enfrente al edificio
universitario. El lugar estaba ocupado por la policía. Recuerdo que lo ví cruzar
la calle con una gran emoción, pero no le hicieron nada. En el clima de la
adolescencia aquel hecho fue muy significativo: tuve una real sensación de
riesgo, sensación que en este país no he logrado perder…"
[Del libro
Hermano, Paco Urondo]
La estoy mirando de espaldas,
sacudirse en un estremecimiento, de seguro que hoy han regresado esas lágrimas.
Mientras, siguen fluyendo los recuerdos de Ángela como río que busca
desembocadura: Le entregan los padres de adopción una foto de ella en los brazos
de Alicia y el testamento de Paco, en el que se ve reconocida como hija legítima
y heredera de los derechos de autor de sus libros. Inicia la búsqueda de los
Urondo; por fin, el encuentro en 1987: -Así que vos sos mi hermano. ¿Y por qué
se te ocurre venir acá después de veinte años? La respuesta entrecortada de
Javier, el hijo sobreviviente de Francisco y Graciela, la primera esposa de su
padre: -Ya vamos a tener tiempo para charlar... Y la invitación al cumpleaños de
Josefina, su sobrina de estreno, en donde Ángela también podrá abrazar a
Nicolás, uno de los hijos de Claudia. A partir de entonces las frecuentes
reuniones en familia, tres o cuatro veces por semana.
La joven concluye su tarea de homenaje, estira las rodillas, se sacude la tierra
de las manos, y corta de sopetón los sollozos: sólo permitirá que la marea de
dolor siga bañando sus playas íntimas. Íntegra por fuera, trae a su memoria la
carta hallada entre los papeles del abuelo Francisco Enrique: "A menudo
hablamos, decimos muchas cosas, pero no hacemos nada y envejecemos en años o en
espíritu que es peor". La está volviendo a leer para sí, y como si se apropiara
del impulso con que su papá Paco, llegada la ocasión, se separó del suyo para
tomar un derrotero individual, las palabras brotan con su voz propia, la de
Ángela Urondo: "Por lo tanto, amigo mío, quiero decirte qué yo quiero: pensar,
decir y sobre todo hacer. Hacer qué, me dirás. Es difícil y es fácil explicarlo.
Se sintetiza en una palabra: vivir".
ESCRIBIR ES ESCUCHAR
"¡Abran, carajo, o se la echamos abajo!", rima y ruge la multitud que empuja el
portalón de Devoto. Es la noche en que el gobierno militar de Alejandro Lanusse
debe entregar el poder al Frejuli y el pueblo espera la confirmación inmediata
de una Ley de Amnistía para los presos políticos. El júbilo ha filtrado por las
paredes hacia el corazón del precinto y los reclusos arman su motín, tomando las
plantas del edificio y permitiendo que las celdas se intercomuniquen; al tiempo
que la guardia impotente, roñosa, los agrede bombeando agua encima de ellos.
La situación es propicia para el encuentro de Francisco con los únicos
sobrevivientes de la masacre de Trelew. Desde la noche anterior, la del 24 de
mayo, el poeta y periodista pone oído a las palabras de Alberto Miguel Camps,
Maria Antonia Berger y Ricardo Rene Haidar. En medio de un clima por igual tenso
y festivo, los cuatro conservan la serenidad, a cada tanto achican el agua que
inunda el cubículo, y absortos se envuelven en un diálogo que no concluirá hasta
entrada la mañana del día siguiente.
"En la cárcel, sin esperarla, volvió la literatura (...) Allí fue más cierto que
nunca que escribir es escuchar", dirá Walsh de este episodio. Cuando Rodolfo,
Bonasso, Galeano y otros amigos se le encimen a la salida del penal, llevará
Francisco bajo la axila, las cintas grabadas que van a convertirse en las 142
páginas de La patria fusilada. El libro que saldrá en agosto de 1973, un año
exacto después de los sucesos que en él son narrados por los tres protagonistas
que, increíblemente, hurtaron sus alientos a la muerte. La historia de 19
integrantes de las FAR, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y los
Montoneros, ametrallados en represalia por la acción guerrillera conjunta que
propició una fuga masiva de combatientes. El libro que ha sido comparado con
Operación Masacre aunque, a diferencia de Walsh, prescinda Urondo del
tratamiento ficcional y opte por la desnudez dramática del relato del testigo,
de "la conciencia ocular sin la cual la historia sólo sería guerra y mudez".
"Poética en griego quiere decir acción, y en este sentido no creo que haya
demasiadas diferencias entre la poesía y la política", había dicho Paco; y su
detención tuvo lugar el 14 de febrero, en un chalet alquilado por él para que se
efectuaran ahí las reuniones en que las FAR y los Montoneros planearían la
opción de unificarse.
La patria fusilada será, pues, el digno corolario del escritor militante a tres
meses pasados en prisión, que levantaron en Argentina no pocos vientos de
polémica. Hubo quienes lo acusaron de asumir el papel de héroe para aumentar la
tirada de sus libros, y otros que subestimaron su compromiso político hablando
de "imaginación desenfrenada" o "exhibicionismo narcisista". El escritor
santafesino Juan José Saer lo defendió: "El poeta ha de aportar, contra viento y
marea, oponiendo a la mesura oportunista de la política, la exigencia de lo
imposible".
Más ningún argumento a su favor será mejor que la actitud asumida por el propio
Urondo en la cárcel. Cuando la Asociación de Periodistas de Buenos Aires, o el
Comité de Solidaridad conformado en París por las firmas ilustres de Sartre,
Simone de Beauvoir, García Márquez, Marguerite Duras, Passolini, Semprún,
reclamaron al gobierno la libertad del escritor, él fue riguroso consigo y no
aceptó prebendas que lo distinguieran del resto de los presos.
Entre quienes acudieron a verle en Devoto estuvo el autor de Rayuela, llevándole
un obsequio recibido de manos de Salvador Allende. Paco tomó el habano y se lo
pasó a Ponce, el compadre de celda y viejo militante ferroviario.
LA PURA VERDAD
Cuando estuvimos desesperados, alguien
contó la historia.
"Del otro lado"
El libro de los juicios.
Experiencias, debates y testimonios sobre el terrorismo de Estado en
Mendoza. Varios autores.(Ver página 93/Homicidio de Francisco Urondo,
desaparición forzada de Alicia Cora Raboy). Prólogo de Horacio Verbitsky. llustraciones
de
Angela Urondo. Universidad Nacional de Cuyo, 2016. Clic para
descargar
El traslado de Francisco a Mendoza
por la conducción de Montoneros es recibido por sus amigos y familiares como un
anuncio fatal. Tras el golpe de Videla del 24 de marzo de 1976, la persecución
desatada contra los peronistas descabezó al movimiento en esa región, encarceló
a muchos de sus miembros y desperdigó a los sobrevivientes. A Urondo le asignan
la misión de reorganizar a los militantes y asumir la dirección .
Walsh toma esto como una decisión injusta, cree que Paco no debe aceptar; pero
Urondo insiste en mostrarse optimista y se entregan en un abrazo fraterno,
interminable: el último, ambos lo intuían. Francisco Enrique, su padre, y la
hermana Beatriz le ofrecen dinero para que salga del país. Él responde sin
dudar: "No soy de los que se van".
Vicente Zito Lema lo encuentra por
la calle, conversan sobre filósofos griegos; él no sabe nada de la partida
inminente, pero se huele algo raro, porque a Paco le falta su risa. Es el mes de
mayo de 1976. Preocupados por su futuro, Campa, Verbitski, Jauretche, Mangieri,
compadres de la clandestinidad, alzan con Urondo la copa de vino de la
despedida. Graciela Murúa recuerda que él, nacido el 10 de enero de 1930, a cada
rato decía: "Me voy a morir a los 46 o 47 años".
Un Renault 6, azul celeste, marcha en la tarde del 17 de junio hacia una reunión
de montoneros en el departamento Guaymallén. A bordo del coche van: Paco al
volante, Alicia al lado con la bebé acurrucada, y una militante que se hace
llamar La Turca en el asiento posterior. Viajan cautelosos, la situación es de
emergencia, un par de compañeros cayó en manos del enemigo y temen que "se hayan
quebrado".
Dentro de un Peugeot, color sangre,
apostado en la calle Guillermo Molina, La Turca divisa a uno de ellos, que se
tapa la cara al verlos pasar. "¡Rajemos. La cita está cantada!", le grita a
Paco. Ellos aceleran, mientras el auto rojo se lanza a perseguirlos. Urondo
empuña un revólver y le da a La Turca una pistola. Para cubrir la fuga, los dos
armados apuntan hacia atrás. La respuesta de fuego de la policía hace al chofer
bambolear el auto, en un intento de evitar los impactos. Alicia pone a Ángela en
el piso para resguardarla. Llegados a la intersección de Remedios, Paco cruza
con el semáforo en rojo y embiste a un rastrojero, que queda obstruyendo la
calle.
La fugaz esperanza de escape se diluye cuando el móvil policial evita el
obstáculo y se coloca enseguida a diez metros escasos de los fugitivos. Las
ráfagas de ametralladora destrozan el trasero del Renault y disminuyen su
velocidad. En el interior se han quedado sin municiones; de contra a Urondo una
bala le desgarró el costado izquierdo y una 9 mm atraviesa las dos piernas de La
Turca. Paco frena el auto justo delante de un taller de electricidad y le exige
a las mujeres: "¡Rajen ustedes!". Alicia se percata de que su esposo ya mordió
la pastilla de cianuro que guardaba para no ser atrapado con vida, y lo
recrimina: "Pero, papi, ¿por qué lo hiciste?"
Dos hombres que laboran en el
taller serán testigos del final de la contienda. La Turca se desangra, cojea y
desesperada exclama: "¿Por dónde me escapo?". Carlos la guía por un callejoncito
y la ve escurrirse luego de brincar una tapia bajita. Alicia llega ante Miguel
Canela, le entrega la niña y corre hacia el interior del local. Más por ahí no
encuentra salida, la policía la atrapa y se la lleva aporreándola. También
cargan con la nena, que se la arrebatan a Miguel de los brazos.
El jefe del Cuerpo de Patrulleros se ocupa de Urondo, que está tendido dentro
del vehículo, moribundo. Carlos ve cuando lo sacan por los pelos y le dan el
tiro de gracia en la frente. "Ya está", dice uno de los militares. "No, qué va a
estar...", responde otro y patea la cara del caído. Llega otro más, y completa
la alevosía incrustando la culata del fusil en la cabeza del muerto.
FUENTES CONSULTADAS
Bonasso, Miguel: Diario de un clandestino, Planeta, Buenos Aires, 2000.
Montanaro, Pablo: Francisco Urondo. La palabra en acción. Biografía de un poeta
militante, Ediciones Homo Sapiens, Santa Fe, Argentina, 2003.
Urondo, Francisco: Poesía, Casa de las Américas, La Habana, 2006.
Urondo, Francisco: Trelew, Casa de las Américas, La Habana, 1976. (Edición
cubana de La patria fusilada, Editorial Crisis, Buenos Aires, 1973).
Walsh, Rodolfo: Ese hombre y otros papeles personales, Seix Barral, Buenos
Aires, 1996.
(Mendoza, Diario Los Andes, 29/06/11). El juicio
por la muerte del poeta, periodista y militante montonero Francisco "Paco"
Urondo, continúa en los Tribunales Federales. Ayer declaró el médico forense que
hizo la autopsia al cuerpo del escritor, Roberto Bringuer, y sostuvo que la
causa de la muerte fue un fuerte golpe en la cabeza. Aseguró que el instrumento
utilizado, de acuerdo a las lesiones que verificó, puede haber sido o un
martillo o un cachazo de pistola.
Del mismo modo echó por tierra la hipótesis de
que la causa de la muerte fuera una cápsula de cianuro, por lo que también
derribó la hipótesis del suicidio para evitar torturas y delación de compañeros
de militancia.
"Las vísceras de muerto por cianuro despide un olor muy similar al de las
almendras amargas de uso industrial. Esto no fue detectado", explicó. El cadáver
de Urondo ingresó al Cuerpo Médico Forense a las 22.15 del 17 de junio de 1976,
a casi cuatro horas de ocurrido el deceso en la esquina de Tucumán y Remedios de
Escalada de Dorrego.
El forense, que se jubiló hace poco más de tres años como jefe del cuerpo,
explicó que Urondo tenía una herida en forma de estrella ubicada en la parte
superior del occipital. Ese golpe provocó una contusión craneoencefálica que le
provocó la muerte. Urondo tenía morado uno de sus párpados.
Bringuer explicó que los traumatismos como el que provocó la muerte al poeta,
suelen provocar esas marcas en uno o ambos ojos.
La
voz de Paco Urondo - La vida por delante. Grabación de 1967
Diario Los Andes, 29/06/11
Urondo
y la pastilla
Por Horacio Verbitsky
A 35 años de la muerte de Francisco Urondo, el juicio que se realiza en Mendoza
demostró que su muerte se debió al culatazo en la nuca del policía Celustiano
Lucero, que le hizo estallar el cráneo. La autopsia de sus restos desmiente la
versión creída hasta ahora de que el poeta y guerrillero se tomó una pastilla de
cianuro para suicidarse. El 17 de junio de 1976, Urondo fue emboscado por la
policía mendocina, subordinada al Ejército, en una cita cantada. Conducía un
pequeño automóvil Renault 6 en el que lo acompañaban su mujer, Alicia Raboy, su
hija Angelita, y su compañera de militancia René Ahualli, La Turca. Angelita
tenía once meses y Alicia nunca fue liberada con vida, por lo que el único
testimonio sobre lo ocurrido dentro del auto fue el de La Turca. Al declarar
ante los jueces mendocinos, Ahualli contó que luego de una persecución en la que
ella y Urondo agotaron las municiones de la pistola y el revólver que llevaban
como únicas armas, Urondo detuvo el vehículo que conducía, les dijo a sus
acompañantes que acababa de tomar la pastilla y las instó a huir. “Por qué
hiciste eso, papi”, dijo Alicia, quien tomó a la beba en brazos y escapó, junto
con La Turca, quien estaba herida en una pierna. Los policías se dividieron en
tres grupos, detrás de cada una de ellas y en torno de Urondo, a quien golpearon
en la nuca con la culata de un fusil. Ahualli ingresó en una vivienda, escapó
por los fondos y subió a un trolebús que pasó por la esquina en la que seguía
detenido el auto de Urondo y pudo alejarse sin que la detectaran. Alicia intentó
hacer lo mismo luego de entregar la bebita a un vecino, pero no encontró una
salida y fue detenida por los policías que la perseguían. La bebita fue derivada
por la justicia federal como NN a la Casa Cuna intervenida por un coronel. De
allí la recuperó su abuela materna, Teresa Raboy, antes de que la entregaran a
una familia militar. Beatriz Urondo consiguió que los militares le entregaran el
cadáver de su hermano. En las audiencias de esta semana, el médico forense
Roberto Edmundo Bringuer, declaró ante el tribunal que, de acuerdo con la
autopsia que hizo el 17 de junio de 1976, Paco murió por un traumatismo
encéfalo-craneano, con hundimiento de cráneo, que no había ninguna herida de
arma de fuego ni esquirlas de proyectil ni presencia de ningún veneno. Bringuer,
quien se jubiló como profesor titular de medicina legal en la Universidad de
Cuyo y como director del Cuerpo Médico Forense, explicó que el hundimiento del
cráneo, de 3 centímetros de longitud pudo haber sido con la culata de un arma de
fuego. En las personas muertas por ingesta de cianuro el cadáver se ve muy
rosado, como si hubiera tomado sol, y el jugo gástrico presenta un fuerte olor a
almendras. Nada de eso ocurrió en este caso, dijo. Tampoco se observó la rigidez
característica en muertes por estricnina. Un médico policial le pidió que dijera
que había heridas de bala, pero el forense se negó: “¿Qué querés, que yo mienta?
Si no hay proyectiles”. La conclusión es que Paco eligió ofrecerse como blanco
para sus perseguidores y mintió que había tomado la pastilla porque de otro modo
La Turca y Alicia no hubieran tratado de escapar con la nena. Los juicios se
constituyen de este modo en un valioso medio de reconstrucción histórica, que
derriba mitos y precisa los hechos.
Sabido es cuánto tardan las naciones en reconocer
los méritos de quienes combatieron en el bando de los derrotados. Sabido es que
la historia la escriben los vencedores, mientras conservan ese rango. Sabido es,
sin embargo, que existe la eventualidad de una verdad que desdeña esos
exclusivismos y tiende a la virtud y al valor e incluso a la autenticidad y la
pasión que se ha puesto al tablero de la vida. Fue necesario un siglo para que
el pueblo venezolano volviera a apropiarse de Boves; ha pasado un siglo sin que
los argentinos lleguen a un acuerdo para repatriar los restos de Rosas.
La
voz de Paco Urondo - Otra cosa. Grabación de 1967
Todo eso es sabido. Y es aceptado sin rebeldía.
Es la vida, decimos, levantando los hombros. Más difícil me es aceptar el
silencio que desde hace meses viene rodeando la muerte en la Argentina de
Francisco Urondo. Silencio cargado de la incomodidad de unos, de la culpabilidad
de otros y que alguien debe romper. Porque Francisco Urondo no fue asesinado por
las bandas fascistas, ni desapareció de su casa, ni fue ilegalmente torturado;
no, en su caso no concurre ninguna de las coartadas del espíritu liberal. Su
muerte nos pone desnudamente frente a la realidad de la guerra civil, cuya
existencia hay que aceptar, gusten o no los bandos enfrentados: es el
reconocimiento de una contienda fraticida con la carga suma de odio y de dolor
de esos enfrentamientos.
Como dicen los partes militares, Francisco Urondo
murió en el campo de batalla. Murió en acción, como integrante del ejército
montonero y con él, en la misma línea de fuego, su mujer. Eso dijo el comunicado
de los derrotados; los vencedores no han dicho palabra. Sé que él no es distinto
de tantos otros, especialmente jóvenes, que han muerto en idénticas
circunstancias últimamente; así esa abrumadora sucesión de los hijos de los
intelectuales y artistas más importantes del país, inmolados unos tras otros en
un modo sobrecogedor. Si hablo de él no es por prejuicio mandarinista. Por ser
un escritor, él fue capaz de desarrollar un pensamiento, mostrar en vilo una
sensibilidad, permitirnos comprender algo de su destino. No me gusta la
aclaratoria de que no compartía su línea política y en especial sus métodos,
porque eso es también una coartada. Quien lo sepa bien, y quien no lo sepa, bien
también.
Homenaje
Una ficha diría: Tenía 46 años, había nacido en
Santa Fe. Era poeta, narrador, había incursionado en el ensayo y el teatro, pero
con fervor había sido siempre periodista. Ya con Breves, su tercer libro de
1959, está el poeta formado, pero sólo en la década del sesenta, con Nombres,
Del otro lado, Adolescer, percibimos el acento propio dentro de esa antipoesía
áspera, tanguera, sentimental, que también cultivaron Gelman y Fernández Moreno
entre otros. Esa sí que fue una década espléndida: dos libros de narrativa, un
exitoso estreno teatral (Sainete con variaciones), un ensayo beligerante (Veinte
años de poesía argentina), pero más que la escritura, el furor de vivir, el
descubrimiento de la revolución cubana, la incorporación tumultuosa al peronismo
de izquierda, el gran "amok" que lo llevó a la cárcel de donde el pueblo alzado
lo sacó para llevarlo dirigir los estudios literarios de la Universidad. Por
entonces, el jurado del concurso La Opinión-Sudamericana recomendó la
publicación de su novela Los pasos previos, que definió así Rodolfo Walsh: "Una
crónica tierna, capaz que dramática, de las perplejidades de nuestra
intelligentzia ante el surgimiento de las primeras luchas populares". Parece que
estuviéramos contando el modelo intelectual de los sesenta en toda América.
La novela se publicó en 1974 pero recién ahora la leí. Quizás por el estéril
esfuerzo de dialogar con alguien que conocí, que ví arder, y con quien no
hablaré ya. La concluí y sin detenerme comencé a leerla otra vez. No pienso que
sea una gran obra, pero es un documento sobre nuestras vidas que desde esta
orilla resulta alucinante. Es simplemente la historia -fiel, sumisa, leal,
cotidiana- de la incorporación del equipo intelectual latinoamericano a la lucha
revolucionaria en la década anterior. Su tema central es un incesante debate, a
través de cafés, teatros, conferencias, camas, garitos clandestinos, de las
razones y sinrazones del alzamiento armado. Demasiada gente y de la mejor que
teníamos se perdió en esa lucha como para que pueda pasar indiferente por esta
historia: está excluido el torpe desdén, pero también la exaltación romántica
del héroe (salvo para los muy adolescentes, sea cual fuere su edad física) y por
momentos, cuando uno se abandona emocionalmente a esta evocación, puede sentirse
que el solo hecho de seguir viviendo es indecente.
Leída desde la perspectiva de la derrota de esta
batalla (no de esta guerra) se altera todo su sistema de significación: se lee
como el diagrama de una gran equivocación, como el comportamiento extraviado de
una razón que no atinó a medir la realidad, como el pecado hijo del irrealismo
cuando no del idealismo. Pero todo eso, los pro y los contra, las prevenciones
del realismo y las exaltaciones de un idealismo que desciende directamente de la
educación tradicional, está previsto en las páginas malrauxianas de la novela.
Los diálogos del protagonista Mateo con el viejo militante Rinaldi se adelantan
a nuestros argumentos. Ese joven, que es un intelectual promedio, que quiere la
justicia de inmediato, que poco sabe del pueblo y menos de las teorías
marxistas, que es arrastrado por su idealismo sin poder conmover a la burguesía
de la cual procede, ese hombre que duda y quiere y tiene miedo, de pronto se
trasmuta en el alzado en armas sin saber cómo ni dónde, en medio de paisajes de
pesadilla, y es sin duda el justo y es también el cordero del sacrificio que
avanza hacia la fatalidad. Si no se le puede acompañar, tampoco se le puede
combatir. En estos "pasos previos" muchos podrán avizorar los "pasos últimos",
sin necesidad de apelar a la "crítica de las armas" que Debray opuso a su
anterior "revolución en la revolución".
Pero la emoción de esa figura que avanza o es arrastrada al sacrificio quizá no
sea un rezago romántico sino un anticipo de una nueva solidaridad humana, lo
que, como el paradigma fáustico de Goethe, hasta en el error contribuye al
futuro.
"El Nacional", Caracas, 04/01/77
Fuente: Los pasos previos, Francisco Urondo (1974), reeditado 1999 por Adriana
Hidalgo Editora.
Para Paco nunca hubo contradicciones entre la militancia
por una patria justa, libre y soberana, y la condición de escritor. En sus
poemas se puede ver la profunda unidad de vida y obra que un autor y sus textos
pueden alcanzar. No hubo abismo entre experiencia y poesía para Urondo.
"Empuñé un arma porque busco la palabra justa",
dijo alguna vez.
En 1975 junto con Rodolfo Walsh se pone a trabajar
en la confección de una respuesta al golpe militar que se veía venir. Dicho plan
no apuntaba a un improbable freno al golpe sino a una respuesta orgánica que
dificultara el despliegue inicial de los militares en
las primeras 48horas.
El documento fue llevado a la dirigencia de la organización, la cual nunca llegó
a ejecutar la propuesta de los compañerossino que implementó otro plan de operaciones, para el cual
no fueron llamados a discutir ni Walsh ni Urondo. Por consiguiente la prensa
montonera siguió funcionando como si hubiera un futuro electoral: pensando en
una revista
¡e incluso en un diario! Esto, naturalmente,
traía como consecuencia la necesidad de mantener más o menos congregado un
aparato importante, con grandes locales, imprentas, etc. Un blanco terriblemente
fácil para el enemigo.
En mayo de 1976, la organización, decide trasladar a Paco a
Mendoza. Un error según opiniones actuales y contemporáneas, ya que dicha
provincia desde 1975 era una sangría permanente. El 17 de junio, en un contexto
de derrota, cae Francisco Urondo como consecuencia de una cita envenenada.
Relato de Angela Urondo sobre la muerte de su
padre
El compañero y amigo Rodolfo Walsh, así relata el momento:
"Hubo un encuentro con un vehículo enemigo, una
persecución, un tiroteo de los dos coches a la par. Iban Paco, Lucía con la nena
y una compañera. Finalmente el Paco frenó, buscó algo en su ropa y dijo:
"Disparen ustedes". Luego
agregó "Me tomé la pastilla y ya me siento mal".
La compañera recuerda que Lucía dijo: "¡Pero papi,
por qué hiciste eso!" La compañera escapó entre las
balas, días después llegó herida a Buenos Aires.
También luchó contra un sistema social encarnizado en crear
sufrimiento, para que el mundo entero entrara en la historia de la alegria. Las
dos luchas fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó
escrito.
Palabras
Dicen que un escritor atraviesa al morir un purgatorio de veinte años en la
memoria pública. El plazo está más que cumplido para ese gran poeta que fue –que
es– Francisco Urondo, caído en combate contra la dictadura militar un día de
junio de 1976, a los 46 de edad. Dejaba un libro inédito, Cuentos de batalla,
que se perdió en la noche genocida. Como Rodolfo Walsh, como Haroldo Conti, Paco
escribió hasta el final, en medio de tareas, urgencias y peligros de la vida
clandestina. Para estos pilares de la literatura nacional nunca hubo
contradicciones entre la militancia por una patria justa, libre y soberana, y la
condición de la escritura. Cuando en este tiempo de la despasión se recuerdan
las polémicas de los años sesenta –unos pretendían hacer la Revolución en su
escritura; otros, abandonar su escritura en aras de la Revolución–, se percibe
en toda su magnitud lo que Paco, Rodolfo, Haroldo nos mostraron: la profunda
unidad de vida y obra que un escritor v sus textos pueden alcanzar.
No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo. "Empuñé un arma porque
busco la palabra justa", dijo alguna vez. Corregía mucho sus poemas, pero supo
que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse
a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de
la gente. Paco fue entendido en eso v sus poemas quedarán para siempre en el
espacio enigmático del encuentro del lector con su palabra.
Buitres de la derrota –que siempre se han cuidado mucho cada centímetro de piel–
le han reprochado a Paco su capacidad de arriesgar la vida por un ideal. Paco no
quería morir, pero no podía vivir sin oponer su belleza a la injusticia, es
decir, sin respetar el oficio que más amaba. El había escuchado el reclamo de
Rimbaud: "¡Cambiad la vida!". Estaba convencido de que sólo de una vida nueva
puede nacer la nueva poesía. Mi confianza se apoya en el profundo desprecio /
por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga como está,
escribió. Fue –es– uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y
lucidez, y menos autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad de la
escritura. También luchó con y contra un sistema social encarnizado en crear
sufrimiento, para que el mundo entero entrara en la historia de la alegria. Las
dos luchas fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó
escrito.
¿Dónde está aquel libro que decía todo el agua
del océano será poca para lavar una sola mancha de sangre intelectual? ¿De qué
biblioteca allanada en perversa oscuridad por el odio o el miedo, de qué casa de
infancias y recuerdos que ya no serán sepias ni olerán a jazmín, de qué
despedida breve, de qué naufragio sin costas, de qué huida a los tumbos, de qué
cuerpo que se destierra pero no se va, de qué valija por el suelo en un puerto
de ultramar y sin respuestas, de qué abrigo mal abierto en una cárcel del sur o
en una comisaría para extranjeros en el norte, de qué mano temblorosa que se
despide, de qué ojos cerrados porque el dolor es mucho, de qué ultraje, de qué
aullido, de qué sueño celeste o pesadilla negra y tumefacta, de qué vida que se
hizo muerte fue quitado sin piedad ni regocijo aquel libro que decía toda el
agua del océano será poca para lavar una sola mancha de sangre intelectual? ¿O
nunca existió ese libro y esas palabras para aferrarse en plena tormenta y
desvarío? ¿O no fue de tantos y por años esa mancha que no lavarán las aguas ni
secará el viento del este ni el sol rojizo del desierto? ¿O ya no se ve esa
mancha áspera, quejida, esa mancha en las calles, en los muros, en la
conciencia?
¿Cómo escribirás, Francisco Urondo, en la noche sin resquicios? ¿Necesitás una
luz de amor?
¿Cómo escribirás en la noche sin finuras? ¿Necesitás una luz de belleza?
¿Cómo escribirás en la noche sin término? ¿Necesitás una luz de esperanza?
¿Cómo escribirás en la noche callada? ¿Necesitás una luz de alegría?
¿Cómo escribirás en la noche vacía? ¿Necesitás una luz humana?
¿Cómo escribirán Paco y todos ustedes, mis queridos amigos, caídos en la noche
sin olvidos ni socorro, mis compañeros en la ardua tarea de cazar palabras,
ahora que la antigua piel de Dios está cubierta de sangre?
II. Alguien nos espera al final del camino
Notas
de Walsh y apreciaciones críticas de un sector sobre la conducción de Montoneros
(1979). Incluye una nota sobre Paco Urondo.
Me golpeó fuerte, en la nuca, lo de Paco. Estaba
en la redacción de Crisis, un compañero lo dijo, me quedé mirándolo. Anocheció
pronto, no se vieron los pájaros del presagio ni la caída de una estrella fugaz.
Sólo el frío metiéndose en los huesos; era junio en Buenos Aires y la turba de
asesinos, ya de uniforme, se alzaba contra la vida.
Caminé mucho, hubo paradas cortas para el ritual alcohol; no encontré a los que
buscaba, nadie para ahuyentar la noticia o compartir el duelo. Recalé en el
Bajo, aunque por entonces no era seguro, y me puse a borronear unas palabras.
Dos años después, yo sobrevivía en un pueblito de Catalunya, lo borroneado se
convirtió en un poema que probablemente no cambiará ninguna historia. Pero Paco
sí, había cambiado la historia de muchos. Paco ahora, que se nos quedaba
silencioso, había alcanzado la hondura de humanizar las palabras. Ya no se podía
volver atrás y todo lo nuevo que se creara, hoy o mañana, se quisiera o no, lo
tendría de referencia.
Eso lo tuve claro aquella noche de invierno en Buenos Aires, en un café desierto
del Bajo.
En esos tiempos no nos veíamos mucho con Paco. Tampoco me arrogaré haber sido su
gran amigo, como lo fueron Juan o Roqué, a quien tanto respetaba. Pero el cariño
se notaba cuando nos encontrábamos, y estaba el haber compartido historias, por
ejemplo la Universidad, cuando fue director y yo profesor en Filosofía y Letras,
el trabajo periodístico, asuntos de la poesía y hasta las visitas que le hice en
la cárcel, mientras estuvo preso en el 72.
Compartíamos, además, el gusto por la ginebra y las charlas de madrugada y una
misma fascinación por el teatro y las actrices. Y la política, claro. En los
años 60 una generación comenzó, sin saberlo bien, aunque sin timideces, a soñar
un gran sueño. Estábamos marcados a fuego por la Revolución Cubana, mejores o
peores discípulos del Che y de su ética, de Camilo Torres y su pasión concreta;
además, enamorados fieles de Evita, teníamos a los sacerdotes tercermundistas
por amigos, Marx y Ho Chi Minh en la cabeza, la resistencia peronista en el
corazón y el tango nos había dado el culto de la amistad y la melancolía.
¿Quién de nosotros, lectores de Lautréamont y Artaud, Maiakovski y González
Tuñón, Cortázar y Marechal y el más cercano Walsh, y que visitábamos a Juan L.
Ortiz en su casita frente al Paraná con espíritu asombrado, no había soñado
convertirse en un poeta de la revolución?
Despreciábamos, dentro de la jungla literaria, tanto a los que se amparaban en
el arte por el arte, en los juegos de palabras, en la pura reflexión o en la
sensibilidad pasiva, como a los que pretendían escribir para el pueblo desde una
distancia impoluta, sin riesgos vitales, bajo la protección de las momias de un
partido y casi siempre apelando a la más grosera desvirtuación del realismo
socialista.
Lo nuestro quería ser distinto. Buscábamos combinar la mejor poesía –sin
privarnos de ninguna posibilidad creativa, sin atarnos a comisarios culturales
ni a la sacrosanta estética– con una experiencia concreta, cotidiana, que nos
mojara el cuerpo y nos hirviera el alma como si fuéramos los fogoneros del tren
a las estrellas. La cosa era: entregarse sin retaceos, sin clemencias ni usuras
al cambio de la vida y la sociedad.
Había que ganarse el derecho a ser poeta, y a guardar un espacio para la poesía,
en el mismo foco de la revolución. Posible o no, contradictorio o coherente, era
un profundo desafío que nos movilizaba. Y de pronto la realidad era Paco,
perseguido por las calles de Mendoza, queriendo la libertad a tiros, tomándose
una pastilla de cianuro, rematado, aún vivo, indefenso y con los ojos abiertos,
por unos malandras que le metieron dos balazos en la cabeza, después que él,
Paco, cubriera la retirada de una compañera y de su mujer que se llevó a la
pequeña Ángela, la hija nueva del viejo Paco, quien se quedó adentro del coche
con un revólver sin balas en las manos y que también había escrito varios de los
mejores poemas de nuestra época.
La muerte de Paco. El primer poeta que caía en combate frente al enemigo de
siempre. Y la revolución lejos, más lejos que nunca todavía. Era el invierno del
76, crecían la derrota, la muerte, los desaparecidos, la cárcel, el destierro.
Paco se había convertido en un descarnado anuncio.
Recuerdo que me fui de aquel café del Bajo con la ginebra y la tristeza a paso
lento hasta mi casa. Y me entregué como un ángel o una bestia –ya no sé y quizás
tampoco importa la diferencia– a la mujer hermosa y distante que me esperaba.
Siempre sucedía así. Se perdía un compañero y uno se aferraba al amor, si lo
tenía, o a la aventura breve que se creía eterna –y acaso lo fuera– para poder
sentir que estábamos vivos, que seguíamos siendo jóvenes y fuertes y bellos,
capaces de mirar al mundo con los ojos del sueño. Lo cierto era que la flecha
del destino se había lanzado y los dioses pasaban a mostrarnos su rostro amargo.
Han
pasado los años. ¿Qué de nosotros y del gran sueño? La poesía de Paco que
avivaba aquel sueño no ha perdido su frescura. Mantiene esa honda música que
anuncia la mañana. De la revolución se dirá, y acaso con razón, con la razón que
se sustenta en el horror padecido, que nuestra generación, por pecar de
romántica y aventurera, por terribles errores de concepción y de método, la hizo
retroceder en el tiempo y en la conciencia social. La historia sanciona sin
pudor ni piedad a los que pierden, y el proyecto de nuestra generación fue
destruido. Acepto las críticas de los otros y mis propias pesadillas. Pero
tampoco renuncio al orgullo de decir que en la época en que fue posible soñar a
lo grande, fuimos tremendos soñadores, y quienes no soñaron entonces –y ahora
hablan y miran desde la soberbia del culo sentado que nunca se equivoca porque
no mueve el culo– es porque vinieron a esta tierra para arrastrarse y no soñar.
O quizás, simplemente, porque más allá del discurso, sus intereses y real
ideología se confunden con los que han sido y serán nuestros enemigos de clase.
Esos que han hecho del país una tierra baldía y de la vida una dura tristeza que
se renueva. Sí, pienso en lo que escribió, en lo que hizo y hasta la forma en
que Paco eligió la muerte, y siento por él, y por tantos otros de nuestra
generación, emoción y orgullo.
Así de simple.
Desde que volví al país me encontré varias veces con Javier, el hijo de Paco.
Noches pasadas me contó cosas que yo no sabía o quizás había olvidado. La
compañera que estaba en el coche con Paco logró salvarse. La mujer de Paco fue
detenida y está desaparecida. Ángela, la nenita, ha sido recuperada y ahora vive
en La Pampa con los abuelos maternos. La hija mayor de Paco, y también su
marido, fueron secuestrados a los pocos meses y tampoco se tiene de ellos la
menor noticia. En cuanto a Paco, está enterrado como NN en la bóveda familiar,
en Merlo, y las autoridades no han dejado siquiera poner una placa con su
nombre. Antes de morir, meses antes, hizo un testamento. Reconoció a su hija
pequeña, a quien no pudo darle su nombre por ser un perseguido, y dejó, como
única herencia, los libros que había escrito.
En estos nuevos y confusos días parece que un derrotado que viene del exilio, y
que además no cree mucho en una democracia con presos políticos, con asesinos y
torturadores sueltos por las calles, tiene muy poco para decir sin que lo
muerdan los perros. Aún así me animo a sostener que Paco Urondo fue un real
poeta de la revolución.
Estoy seguro de que habrá un tiempo en que su poesía y el gran sueño, por lo que
vivió y murió, andarán armoniosamente de la mano.
Alguien nos espera al final del camino.
Post Scriptum: Escribí este texto, recién vuelto del exilio a la Argentina. ¿Qué
hay de nuevo sobre Paco?
Poco a poco se han ido publicando sus poemas, aparecieron libros de
investigación sobre su vida y un documental que se anima con su historia.
También hemos organizado un concurso de poesía –que a él le hubiera gustado–,
que lleva su nombre, para los presos de las cárceles de la provincia de Buenos
Aires.
Algunas aulas escolares lo recuerdan, igual que la placa que un muy pequeño
grupo de amigos pusimos sobre su tumba una tarde de invierno en que, por
supuesto, llovía.
Condena a los asesinos de "Paco" Urondo
III. El poeta y la poesía
Todo gran poeta nos instala en el secreto corazón de la poesía. Así sucede con
Francisco Urondo. Sus poemas trascienden las meras formalidades del canon
literario, la prisión discursiva del espíritu humano homologada como letra pura
(esa extensión posmoderna de una ley más antigua, confusa y al final ni
idealista ni pragmática, sino perversa, resumida en una de sus especies como el
arte por el arte).
La poesía de Francisco Urondo llega a ser la voz del eterno desgarro de la
criatura humana que se obstina en rescatar la belleza en los escondrijos más
profundos de la verdad.
Dicho en otras palabras: aun en los tiempos de la muerte, o como en su momento
dijera Rimbaud, «el tiempo de los asesinos» (hablo de una reproducción material
de la existencia basada en la antropofagia y su filosofía del crimen de la
pobreza), hay un bien, hay un amor y hay una necesidad de justicia que se
corporizan desde la mirada del otro, del mí que yace en ti y que desemboca en
sentir como propio el dolor ajeno (ese otro sufriente que, como escribió Rodolfo
Walsh, al hablar de él habla también de nosotros, se socorre en nosotros...) y
que necesita del deseo para convertir la mortificación en devenir dichoso.
Hay un deseo que anuncia la mañana del mañana y corporiza la poesía. Esa poesía
que brilla –al igual que las utopías, los delirios y los secretos del alma– en
los poemas de Paco Urondo, a través de su registro del «espacio de amistad» y
del «espacio de amor». Esa poesía que acompañó su hermosa vida, marcada por las
prédicas éticas y políticas de Ernesto Guevara (no se olvide lo que Urondo
escribió sobre el Che y su militancia original en las Fuerzas Armadas
Revolucionarias); esa poesía que finalmente dio sentido a su hermosa muerte.
Entiéndase: no digo que la muerte sea hermosa (la muerte no es más que una topía
de muerte y es impensable desde la vida), digo que Francisco Urondo murió
hermoso, resguardando hasta el final a las mujeres que amaba, a los compañeros
con quienes luchaba y a los sueños que soñó y que siempre supo eran más que una
ilusión, eran plena materialidad social que no deja de construirse, aunque sean
agónicos los retrocesos y se tiña el horizonte de sangre.
Otra vez la poesía, a la que también acudimos en la hora del consuelo (¿o acaso
no hay pena cuando traspasamos el umbral de los recuerdos...?).
Vemos a Francisco Urondo, instalado en un espacio paradojal: hay una
materialidad extrema de lo público, urdida por una conciencia crítica que arde y
lo quema, y a la par una subjetividad acrecida desde los vínculos amorosos, como
un río del deshielo que recorre las mejores pasiones de la vida. Hay un viaje.
Nace una aventura, que no se desmadra, contenida desde una ética de la
responsabilidad.
De allí que los poemas y demás escrituras de Francisco Urondo –sus novelas, su
teatro, sus guiones– tengan una generosa y a la par armónica capacidad de
símbolo, y como muy pocos artistas en la América Latina llega a representar la
épica de toda una época y la praxis liberadora de una apasionada generación que
nunca dejó de buscar los cielos en la tierra, por más dura que fuera la porfía.
Si ustedes lo permiten,/ prefiero seguir viviendo": Urondo, de la guerra y del
amor, un nuevo libro de Nilda Susana Redondo.
Esos versos son el inicio del poema "La pura verdad" de Del otro lado, publicado
en 1967. El poeta aquí se expone en su vitalidad y su erotismo, reafirma su
convicción de que verá la revolución y la seguridad de estar alcanzando a
percibir la potencia de la palabra. Quiere "sostener / esta victoria, este puño;
saludar", despedirse.
Francisco Urondo nació en Santa Fe en 1930 y murió en 1976, en una encerrona que
le hace la policía en Mendoza: en esa circunstancia ingiere la pastilla de
cianuro que los combatientes de Montoneros llevaban consigo. El odiaba la
posibilidad de que lo prendieran, lo torturan horrendamente y lo colocaran en la
situación de delatar. Iba con Alicia Raboy, la hijita de ambos, Ángela, y otra
militante montonera.
Rodolfo Walsh y Juan Gelman, sospecharon siempre que había sido enviado por la
cúpula de la organización a Mendoza, a una muerte segura. La excusa habría sido
una conducta "liberal" en el terreno del amor; la posible verdad, sus
disidencias políticas con la manera de llevar adelante la prensa; y además su
carácter de intelectual y las sospechas que eso sólo despertaba. Respecto de
esto encontramos testimonios elusivos del propio Urondo, en una nota publicada
en Crisis en 1974 y en su poema de la misma época, "Por soledades".
Urondo realiza un recorrido político que va desde su apoyo al gobierno de Arturo
Frondizi, por lo que ocupa el cargo de Director de Cultura de Santa Fe hasta la
inscripción en la lucha armada en 1970, en las FAR, de la izquierda peronista.
Aquí ingresa llevado por su hija Claudia, quién le presenta a Carlos Olmedo.
Concluye en Montoneros porque su organización, en 1973, se fusiona con aquellos.
Durante los ‘60 es activo partícipe del proceso de radicalización revolucionaria
de los intelectuales de clase media. Se forma en el marxismo con León
Rozitchner, forma parte de las redes culturales organizadas en torno a Cuba,
integra el Movimiento de Liberación Nacional; allí se debate intensamente qué
hacer con el peronismo y con la lucha armada. Urondo finalmente optará por un
guevarismo peronista ubicado en el nacionalismo revolucionario: tal la
autodefinición de las FAR.
Este poeta había participado en los ‘50 del Movimiento Poesía Buenos Aires y en
los ‘60 en Zona de Poesía Americana. Tiene una prolífica producción poética, la
que continúa hasta su muerte con sus Cuentos de Batalla. Escribe cinco obras de
teatro, una novela, dos libros de cuentos, ensayos referidos a la situación de
la poesía; es autor de La Patria Fusilada: realiza este reportaje a los tres
sobrevivientes de la masacre de Trelew de 1972, en la cárcel de Devoto, la noche
anterior de ser todos liberados por el gobierno de Cámpora, en 1973.
Emisión del programa radial
Atrapados en libertad
por AM 530,
La Voz de las Madres. Segundo
programa 2009.
Más de la entrevista con Celedonio Carrizo. Recordamos las palabras de Beatriz
Urondo (hermana de Paco) y Germán Amato (sobrino de Paco Urondo) sobre "La
Patria fusilada". Entrevista a Rosana López Rodríguez (Razón y Revolución) sobre
el Informe Trelew del Frente de Artistas, la COFAPEG y el Grupo de Poesía
Barrilete de 1974. Compartimos la obra de Raymundo Gleyzer.
De
Urondo hay poco dicho, pero sí fragmentaciones. En el presente libro se sostiene
que no hay una línea divisoria entre el bohemio y el militante; entre el poeta y
el combatiente; sino que el deseo erótico de Urondo y aún de su generación, se
expresa también en su opción revolucionaria. Esta lectura se realiza a partir de
los propios textos del poeta. Con lo que Paco confrontará es con la concepción
de la familia como sustento del orden social. Pero en este sentido se emparenta
con el cristianismo liberacionista o de base, porque el Cristo en que se
referencian es el que dice que para seguirlo a él hay que dejar a la familia y
enfrentarse el hijo con el padre.
De Urondo, como de su generación, se ha dicho que buscó la muerte. Aquí se trata
de comprender la complejidad del concepto de la muerte que actúa en la época, de
la cual el poeta es médium. Veremos muertes heroicas, las que tienen sentido por
la vida de los otros, por la realización posterior de la revolución como la del
poeta Javier Heraud en el Perú; malas muertes, muertes aturdidas, como la del
propio Urondo, o la de Roque Dalton, matado por integrantes de su propia
organización en El Salvador; muertes alienadas como la del personaje de la
película de Urondo y Kuhn, Pajarito Gómez. Las muertes por los otros aunque los
otros no mueran por él, como la del Che Guevara. Los que corren la suerte del
agredido.
De la violencia, actualmente, se habla en abstracto, en general condenándola en
nombre de la supuesta vida democrática y en los últimos tiempos, del principio
"no matarás", de la Biblia, en la que hay tantas muertes y horrores que uno no
puede terminar de representárselos. En el libro se analiza la perspectiva que
tenía el movimiento revolucionario respecto de las diversas formas de violencia
a las que podía recurrir el pueblo para resistir la violencia del Estado y del
Capital. Se analiza esto sobre todo a partir de la novela de Urondo, Los Pasos
Previos. Allí hay un riquísimo debate. Fundamentalmente se parte de la tesis de
que el origen de la derrota popular estaría no tanto en la opción por la lucha
armada sino, en el caso de Montoneros, en la alienación de la potencia del
pueblo en manos del general Juan Domingo Perón, que en realidad defendía los
intereses de la burguesía, y en nombre de ella actuó, enviando a la muerte a sus
hijos, dilectos mientras pudo utilizarlos para que facilitaran su regreso a la
Argentina.
Se trabaja desde una perspectiva de investigación que rompe con las esferas
aisladas de las ciencias sociales: se concibe a la política, la estética, la
ética, la literatura, la historia, como paridas en una misma matriz de realidad,
por lo que escindir las fuentes periodísticas de las literarias, o las palabras
y las cosas, los individuos de los fenómenos sociales, lo micro de lo macro no
es el deseo de este trabajo sino al contrario. Se busca la interacción dialógica
de los diversos discursos que preñan los textos de Urondo.
Urondo es el poeta de la revolución, pero es el poeta de las voces de los otros,
quien tal vez más se sumerge en sus recorridos; a veces puede reconstruir un
nuevo discurso desde los otros, como en su poema Adolecer, donde hay una
ejercicio de restauración de la memoria como convocatoria mesiánica a los
tiempos de la ira. Otras, aparece alienado en la voz de autoridad de su
organización, como en el poema "Noticias". Pero fundamentalmente, lo que supo
hacer es ser de los del pueblo, asumir su voz sin por ello dejar de conocer que
"futuro y memoria se vengarán algún día" de su afán de ser él mismo.
Se recorre aquí cuáles son los rastros ideológicos de su perspectiva, cómo se
articulan peronismo, guevarismo, marxismo, cristianismo. Cómo a la vez están
presentes las corrientes marxistas humanistas, con los Manuscritos
Económico-Filosóficos de Marx y las corrientes antihumanistas de Althusser.
Y se destaca el debate respecto al rol de los intelectuales en la revolución. La
incorporación de Urondo a las FAR también está vinculada con el rol protagónico
que esta organización asigna a los intelectuales. Pero no a los intelectuales
individualistas, "grandes pajarotes"- esos a los que no quería parecerse
Urondo-, producto de la jaula invisible con que los encierra el sistema de
poder, sino a los intelectuales descentrados, capaces de mantener su voz crítica
dentro de las nuevas organizaciones que se construyen, a la vez que generan
nuevas formas de pensamiento, nuevas percepciones, nuevas realidades.
Nilda Susana Redondo
*Nilda Susana Redondo es oriunda de Santa Rosa, La Pampa. Estudió letras. La
dictadura le impidió ejercer la docencia "por difundir ideas antiargentinas y
hacer conocer autores de ultraizquierda".
Ha desarrollado amplia militancia por los DDHH, y en los terrenos político y
gremial. Es directora de un colegio secundario; en la UNLPam, trabaja en las
cátedras de Literatura Argentina II y en la extracurricular Ernesto Che Guevara.
Participa en proyectos de investigación en la misma universidad.
Publicó Poemas de amor y rebeldía (1994); El compromiso político y la
literatura: Rodolfo Walsh (2001) y Haroldo Conti y el PRT. Arte y subversión
(2004). Estos dos últimos trabajos de investigación conforman un cuerpo con el
presente libro porque se plantean continuar los debates político-ideológicos,
éticos, estéticos y culturales de los ‘70. Ha protagonizado numerosas
conferencias y paneles con este fin.
Próximamente se cumplirán 29 años del asesinato de Francisco Reynaldo "Paco"
Urondo en Guaymallen, Mendoza.
No ha sido muy difundido,
lamentablemente, que Paco nació en Santa Fe el 10 de Enero de 1930. Fue poeta,
periodista, académico y militante, dio su vida luchando por el ideal de una
sociedad más justa. Fue un poeta excelente, exquisito, de aquellos que dejan
siempre una impronta en lo que escriben.
En euskera, lengua vasca y raíz de su apellido, la palabra ur - ondo significa
agua buena. Paradoja de la ciudad de Santa Fe, ciudad rodeada de agua, que se
olvidó de recordar a su hijo, a Paco Urondo, a Paco del agua buena.
Paco fue padre de tres hijos, Claudia y Javier, santafesinos e hijos de su unión
con Graciela "Chela" Murua, y nacidos el 14 de Abril de 1953, y el 27 de
Noviebre de 1957, respectivamente.
Angela, su tercer hija es fruto de su unión con su compañera asesinada junto a
él en Guaymallen, Mendoza, el 17 de Junio de 1976, Alicia Raboy. Angela nació el
30 de Junio de1975, y Paco no pudo darle su apellido por ser, ya a esa altura,
un perseguido político clandestino, pero la reconocería como su legítima hija en
su testamento.
Claudia seria desaparecida con su compañero y padre de su hijo, Mario Koncurat,
a fines de 1976, poco tiempo después de que Urondo fuese asesinado. Javier y
Angela mantienen viva la memoria de su padre con honestidad y dignidad.
Paco fue convocado para ocupar la Dirección de Arte Contemporáneo de la
Universidad Nacional del Litoral, con solo 27 años, en 1957. Producto de esa
gestión, de gran reconocimiento, sería designado como el primer Director
Provincial de Cultura, siendo gobernador de Santa Fe, el doctor Carlos Sylvestre
Begnis, el 16 de Junio de 1958.
Un año después, cansado de las
actitudes intolerantes hacia su gestión, y cuando el gobierno nacional de Arturo
Frondizi deja de lado las promesas electorales y se convierte en rehén de las
Fuerzas Armadas. renuncia a su cargo.
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En la época de Urondo, la ciudad de
Santa Fe tenía un brillo cultural enorme: en ese entonces, los hermanos Maraño y
Washington Castro en la Escuela Superior de Música ofrecían conciertos populares
gratis, junto a Carlos Guastavino, y Ariel Ramírez.
El "Cocho" José María Paolantonio con gran sacrificio ponía en escena "La
Cantante Calva" de Ionesco. Fernando Birri hacía sus primeras experiencias
fílmicas en la Escuela de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral
(U.N.L.), y sentaba las bases del movimiento de cine documental junto a Nicolás
Sarquis, Gerardo Vallejo, Jorge Goldemberg y Adelqui Camusso, luego de la
brillante experiencia cultural de "El Retablo de Maese Pedro", propuesta
cultural multidiscliplinaria encabezada por Fernando Birri, donde Paco Urondo, a
principios de los cincuenta había sido titiritero junto a su primera esposa,
entonces novia "Chela" Murua. En literatura estaban Juan José Saer, Hugo Gola,
Hugo Mandón. En plástica, el Grupo Litoral marcaba tendencia.
En esa época surge la inolvidable TIRE DIE, cortometraje testimonial, que
mostraba el cruce del tren proveniente de Buenos Aires por un puente angosto
sobre el Río Salado y la miseria de los chicos del barrio El Triángulo que,
seguían ó trepaban el tren y por diez centavos –que tiraban los pasajeros– se
arrojaban al agua con una zambullida a veces impecable, y otras no tanto para
recuperar las monedas lanzadas.
Mucho tiempo después, en Junio de 1973, luego de haber sido un preso político, y
con Héctor Campora al Frente de la Presidencia, y Rodolfo Puiggros al frente de
la Universidad de Buenos Aires, Paco Urondo es designado Director del
Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
Renunciaría el 1 de Octubre de 1973, en solidaridad con la renuncia del rector
Puigross, cuestionado fuertemente por la derecha universitaria. La primavera
camporista empezaba a marchitarse. Un mes después asumiría la jefatura del
recién creado Diario NOTICIAS.
Quien esto escribe tuvo la satisfacción de salir de la cárcel de Devoto, aquel
glorioso 25 de Mayo de 1973, junto a Paco Urondo, quien prometía beberse íntegra
una botella de Pont Leveque, como alguna vez lo habíaos hecho junto a Jorge
Conti y otros intelectuales santafesinos.
Meses después, en noviembre de 1973 el Paco periodista pasa a ser el responsable
político del diario "Noticias" que salía todas las mañanas desde el 20 de
Noviembre de ese año y tiraba 130.000 ejemplares. Esa experiencia militante que
compartían Miguel Bonasso, Rodolfo Walsh, Juan Gelman, Horacio Verbitsky, y el
uruguayo Zelmar Michelini. A fines de Agosto de 1974, Isabel Perón clausuraría
esa publicación. Poco antes, había sido también clausurado "El Mundo" otra
expresión de prensa militante, aunque encarada desde otro ángulo político.
Como dato curioso, acotemos que la corresponsalía Rosario de El Mundo era
compartida por Carlos Gabetta, hoy Director de la Edición Cono Sur de Le Monde
Diplomatique y nuestro compañero Miguel Ferrari. El corresponsal de Noticias era
el hoy Subsecretario de Derechos Humanos de la Provincia, Víctor Aliprandi.
Ambas corresponsalías compartían fraternalmente el fotógrafo.
Para finalizar, leeremos un fragmento de
MUCHAS GRACIAS, uno los últimos poemas de Paco Urondo, no sin antes agradecer a
los compañeros de la Asociación Civil "El Periscopio" de Santa Fe, que nos han
hecho llegar los materiales para componer este texto.
La suerte ha dejado aquí de andar
fallando: se encendió la luz y pudo verse el caos, las
flagrancias: esa mano
allí, esta codicia; el miedo y otras mezquindades se pusieron
en evidencia y el amor
no aparecía por ninguna parte. Recompuestos
de la sorpresa, rendidos ante los hechos, nadie
pudo negar que en este país, en este
continente, nos estamos todos muriendo de vergüenza.
Aquí estoy perdiendo amigos, buscando
viejos compañeros de armas, ganándome tardíamente
la vida, queriendo respirar
trozos de esperanzas, bocanadas de aliento; salir
volando para no hacer agua, para
ver toda la tierra y caer en sus brazos.
*Nota: "Momentos de memoria", columna de opinión emitida el sábado 4 de junio de
2005, en el programa "Hipótesis", LT8 Radio Rosario, Argentina.
La docente universitaria Renée La Turca Ahualli fue la última militante
montonera que vivió los momentos finales de vida del escritor, poeta y militante
Francisco Paco Urondo, asesinado por policías en una emboscada en la tarde del
17 de junio de 1976 en el distrito mendocino de Dorrego, durante la última
dictadura. “‘Está cantada la cita. Estamos rodeados, hay gente disfrazada con
pelucas, vamos, rajá’, le dije. Paco aceleró el Renault 6 en el que nos
movilizábamos y escapamos mientras comenzaron a perseguirnos”, relató el viernes
Ahualli ante el Tribunal Oral Federal mendocino, donde se lleva a cabo el juicio
por el crimen de Urondo.
Mientras Ahualli efectuaba sus relatos, en el costado sur de la sala de
audiencias se encontraban sentados sólo dos de los seis imputados que están
siendo juzgados desde el 17 de noviembre de 2010. Uno de ellos, el ex
subcomisario Celustiano Lucero, “es uno de los represores confesos que golpeó
con el arma la cabeza de Paco Urondo y que le ocasionó la muerte”, reseñó el
abogado querellante, Pablo Salinas. Por otro lado, Salinas denunció ante el
tribunal haber recibido amenazas por mail en un escrito titulado “Soldado de
piedra”.
Paco Urondo murió a raíz de una hemorragia cerebral tras sufrir hundimiento de
cráneo por los golpes recibidos por policías. Fue en una emboscada en la zona
del Dorrego, del departamento Guaymallén, recordó Ahualli, basada en datos
médicos conocidos sobre las causas del deceso de Urondo. “No había herida de
arma de fuego en el cuerpo de Paco . En la autopsia no surge que hubiera
ingerido cianuro y, de acuerdo a las heridas en la cabeza, el deceso debió
producirse en minutos debido a una hemorragia cerebral por hundimiento de cráneo
por golpes recibidos”, dijo.
La mujer, procedente de Tucumán, llegó a Mendoza en 1973 a los 32 años de edad.
Pertenecía a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y se incorporó en Mendoza
a Montoneros. El poeta arribó a Mendoza en mayo de 1976 con el cargo de jefe
Regional de Montoneros.
En el extenso relato, Ahualli recordó aquella tarde del 17 de junio de 1976
cuando fracasó “la cita dispuesta a las 18 en la calle Guillermo Molina de
Dorrego”. “Hubo tiroteo con las fuerzas policiales que nos atacaban, hasta que
Paco comprueba que estábamos emboscados, nos dijo salgan y disparen. Lo hizo su
esposa, Alicia Raboy, con su pequeña hija Gabriela, y Renée. Alicia intentó
refugiarse en un corralón y fue capturada por las fuerzas criminales,
desapareció y su hija de meses fue entregada con el tiempo a familiares”,
reseñó. Mientras tanto, Ahualli logro escapar, con una herida de bala en ambas
piernas y logró salir del escenario. Al subir a un trolebús, y cuando pasaba por
donde estaba el auto que ocupaba Paco , “sólo pude ver mucha gente alrededor y
la puerta abierta del auto del lado que ocupaba Paco , ya todo oscurecía
mientras me alejaba hacia el centro de la ciudad”, relató.
El presidente del Tribunal, Antonio González Macías, dispuso realizar con
Ahualli, querellantes y defensores “una inspección ocular” en la zona del
distrito Dorrego de Guaymallén donde se desarrollaron los sucesos en junio de
1976.
A 29 años de su muerte, Santa Fe reivindica a Paco Urondo.
Periodista, militante social y santafesino, Francisco Paco Urondo no encontró
diferencias entre la poesía y la política porque ambas compartían el mismo
espacio: "Los compromisos con las palabras llevan o son las mismas cosas que los
compromisos con las gentes, depende de la sinceridad con que se encarecen tanto
una actividad como la otra", dijo alguna vez. Y tanto creía en ello, que no dudó
en entregar su vida a la militancia en Montoneros en los años ‘70. Y por eso, el
17 de junio de 1976, acechado por fuerzas militares, se tomó la pastilla de
cianuro que llevaba entre sus ropas.
Horacio Verbitsky compartió con Urondo algo más que una redacción. Fueron amigos
durante varios años y el recuerdo de Paco se mantiene vivo en su memoria, tal
como lo evocara, con cariño y emoción el pasado lunes cuando se inaugurara en
Santa Fe una semana de homenaje/reivindicación a un poeta que fue, desde su
muerte, condenado a la cruel oscuridad del olvido.
"El recuerdo de Paco para mí esta
asociado, por un lado por una serie de historias personales que hemos vivido
juntos; y por otro, con una época de nuestro país", rememora Verbitsky, y
continúa: "La primera vez que yo lo vi debe haber sido en 1960 o 1961, cuando
asistí a una lectura de poemas suya. En esa época, Paco y Juan Gelman leían
poemas en lugares pequeños en una época en la que todo el mundo fumaba en
lugares cerrados e intoxicaba a todos los demás. Estaban los dos sentados en una
mesa y leían primero un poema uno y luego un poema el otro, y nosotros
escuchábamos. Eran maravillosos porque hablaban de los temas de la vida
cotidiana con un tono coloquial, que no era lo que uno estaba acostumbrado a lo
que era la poesía y era muy fuerte porque constituía un cambio, implicaba sentir
que eso era poesía y al mismo tiempo estaba hablando de vivencias de la vida
cotidiana. Pero además, planteaban los temas de la lucha política, del poder, de
la revolución. Tanto Paco como Juan le escribían a la revolución, la
interpelaban con su poesía, aunque tenían historias políticas distintas".
Verbitsky también recuerda entre
risas que "la década del ‘60 era una época de la libertad de costumbres; y Paco
vivía en una vieja casona que seguramente le recordaba las casas de Santa Fe
porque era una construcción de un estilo italiano, aunque en realidad prefería
llamarse francés porque quedaba mejor. La casa era muy grande, estaba siempre
llena de gente, de amigos, había reuniones continuamente y se conversaba de
todo, se escuchaba música, se discutía en voz alta de temas relacionados con la
literatura y con el arte y con la política; pero también esa casa servía para
hacer y deshacer parejas, porque era refugio de recién separados, un lugar de
protección de parejas políticamente incorrectas pero que igual se formaban; y
había unos chiquilines que andaban escuchando y mirando todo y abriendo mucho
los ojos, que jugaban mientras nosotros hacíamos la sobremesa con ‘la máquina de
decir pavadas’, que era como Paco llamaba a la botella de vino. Ellos escuchaban
y absorbían las frustraciones de los padres por una época en la que se cerraban
los caminos y se abrían otros, pero había proyectos, esperanzas y mucha voluntad
de que las cosas cambiaran".
Pero la marca imborrable que Verbitsky lleva de Francisco Urondo es ese apodo
que lo acompaña desde la primera vez que trabajaron juntos en una redacción.
"Jacobo Timerman había organizado un diario en Mendoza para un empresario
inmobiliario muy importante y yo monté la corresponsalía en Buenos Aires. Ahí
trabajaba Paco. Esa fue la primera vez que trabajamos juntos en una redacción, y
él me bautizo con el apodo de Perro. Cuando me preguntan por qué, yo respondo
que por el buen carácter, pero no se si fue por eso. La verdad es que Paco era
muy bautizador. Se divertía mucho y divertía mucho a los demás, porque cuando
uno piensa en su vida, en cómo lo mataron, da una imagen muy solemne, como de
libro escolar, pero él no era así. Al contrario, era un tipo muy serio en todas
las cosas que hacía, pero muy gozador de todo. Siempre cerraba los ojitos
chiquitos, miraba todo irónicamente, observaba, catalogaba, y a través de esos
ojitos entrecerrados veía todo lo que pasaba alrededor".
Luego de ello, volvieron a encontrarse en la redacción del diario La Opinión,
"que era como un Arca de Noé, había dos animales de cada especie política de la
época. Todos sabíamos que el otro andaba en algo pero nadie sabía en qué, porque
el secreto se mantenía mucho. Pero había gente que participaba de distintas
organizaciones que se lanzaron a hacer esa revolución que Paco y Juan habían
escrito en sus poemas; y esos fueron varios años en los que yo no supe qué
estaba haciendo Paco aunque lo imaginaba", recuerda. Hasta que en los primeros
días de 1973, cae detenido junto con un grupo de gente entre la que estaba su
mujer de ese momento, Lili Mazzaferro, y su hija Claudia. Urondo estuvo preso
varios meses en la cárcel de Devoto. "Él decía que era un preso señorito porque
estaba en condición de detenido, pero mantenía su ironía, su prestancia, su
postura. Y ahí estuvo toda una noche encerrado en una habitación con los tres
sobrevivientes de la Masacre de Trelew grabando las entrevistas que después
fueron su libro La patria fusilada", narra Verbitsky.
"Empuñé un arma porque buscaba la palabra justa" Francisco Urondo
Por Marcos Disniper
¿A quién responde El Perro Verbitsky? Lamentables declaraciones en el fantástico
documental sobre Francisco "Paco" Urondo del "renombrado periodista".
El documental recientemente estrenado y que lamentablemente sólo puede verse en
una pequeña sala del cine Cosmos, Paco Urondo, la palabra justa, es un documento
carnalmente emotivo sobre el poeta y militante montonero que perdiera su vida en
1977 tragándose una pastilla de cianuro ante el miedo de ser capturado y
exponerse a la delación bajo tortura.
El trabajo es excelente, de muy buen nivel y entre líneas pueden vislumbrarse un
par de perlitas que lo hace opaco. Una al documental en sí, otra a uno de los
principales entrevistados que recorre los metros de cinta fílmica.
Esto no es defensa de nada ni nadie, ya que la cada uno pone, o no, la cara, y
la verdad no ofende, porque es verdad. Pero lo que mancha a este trabajo
fílmico, del cual es casi imposible dejar la sala sin sentir un nudo en la
garganta y alguna gotera abierta en el lagrimal, es que incurre en la nueva moda
de la militancia testimonial es en "péguele al boludo", esto es, toda la culpa
de todos los errores que los revolucionarios padecieron en los ’70 son culpa de
Mario Firmenich, Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja y el resto, de palo, la
miraba desde la ventana. Claro, estos están vivos y poco cuenta esposas,
familiares y amigos que perdieran estos tres.
El programa de con la reseña de la película que entregan en la puerta de la Sala
2 del Cosmos, hay errores y una intencionalidad que no muestra el documental.
Error: que Urondo murió en Buenos Aires. Intencionalidad: "supuestamente
traicionado por integrantes del grupo montonero".
En tal sentido, el ex montonero Juan Gasparini escribió su Montoneros, final de
cuentas, y la sensación que deja para cualquiera que quiera saber de primera
mano qué paso en aquellos años donde una idea valía la vida, es que Gasparini
estuvo en la ESMA de casualidad y su relato casi permanente en tercera persona
lo pone en otra vereda de la organización en que militara. De hecho acusa desde
la vereda de enfrente.
Pues aquí, en el documental, la exclusiva culpa de la muerte de Paco Urondo la
tiene no sólo la Conducción Nacional de Montoneros, sino directamente Firmenich.
Paco Urondo había sido penado por haber cometido una infidelidad. Y lo que
llamativamente obvia el documental es que su pareja, Lili Mazzaferro, fue quien
lo acusara ante la Conducción montonera y pidiera la pena más alta del código de
conducta que regía en todas las organizaciones guerrilleras, entre otras, la
infidelidad a la pareja/compañera, se lo penaba.
Esta es el único punto flojo del excelente documental, en cuanto a su
producción.
Ahora bien, hay un elemento que recorre el trabajo desde su principio al fin que
es lisa y llanamente lamentable, y no está demás ponerlo a debate.
El "Perro" Horacio Verbitsky tiene una participación, cuanto menos, patética. En
primera instancia incurre en una falta de respeto, porque obviamente, Verbitsky
culpa a la conducción montonera de la culpa de la muerte de Paco Urondo y demás
males.
Efectivamente, Urondo fue visto saliendo de un hotel junto a su última pareja
mientras compartía su vida con Mazzaferro, fue elevado a "juicio
revolucionario", despromovido de su rango y se le dio un nuevo destino.
Entienda el lector, y haga el esfuerzo por leer esto en el marco de los ’70 y de
una organización enfrentada con la Triple A y la Dictadura que dispuso casi toda
su estructura para la represión sobre Montoneros.
Paco Urondo había aceptado la falta, tal como señala Miguel Bonasso en el
documental "al artículo 16", pero pidió que no lo trasladaran a Santa Fe o a
Mendoza porque allí sería fácilmente reconocible. Murió en Mendoza tragándose la
pastilla de cianuro mientras lo perseguía vaya a saber quién, cuantos represores
sin uniforme.
Criticar el traslado a un lugar donde sabía que sería una ratonera, bien vale el
debate de semejante error, que con todas las letras fue una barbaridad.
Pero caer en la posición de Verbitsky supera lo patético si se es bien pensado y
mal informado. Tal vez en realidad lo de Verbitsky sea una aproximación a su
realidad canina.
El Perro, quien escribiera y comiera de su salario en el diario Noticias, de
Montoneros, y participara de la célula de prensa e inteligencia ANCLA, de
Montoneros bajo el mando de Rodolfo Walsh, oficial montonero, testimonia sobre
la vida de Paco Urondo como si fuera un colega español de la sección Cultura del
diario El País. Parece que el Perro no estaba.
El Perro va mucho más allá que Gasparini, porque para este tal vez queda la
posibilidad que utilice el relato desde la ventana como un recurso literario. El
Perro, a diferencia de Bonasso que demuestra al menos consecuencia y se hace
cargo de su pasado militante, con aciertos y errores, habla desde afuera, acusa
a una "conducción delirante" de la cual la mayoría no puede hablar porque fueron
desaparecidos y apenas sobrevivieron tres de ellos. De movida, Perro, si el
muerto no tiene posibilidad de réplica no se debería ser tan liviano a la hora
de acusar. Para el Perro, estos errores era producto de "una mezcla de
Clausewitz y Mao Tse Tung mal digerida". Para todos los amantes de los
revolucionarios que leen esta nota, la pena "por desviaciones burguesas" al que
comete "infidelidades carnales" no fueron inventadas ni por Firmenich, ni por
Santucho, sino que estos las tomaron del Hombre Nuevo de Ernesto Guevara.
Además hay que tomar en esto una cuestión que se desprende lógica. No sólo Paco
Urondo admitió su culpa aunque en desacuerdo, sino que sabía que dicho código de
conducta existía. En términos más simples: si hacerse socio de un club de fútbol
implica que los hombres vayan con polleras a la tribuna popular, hay dos
opciones, hacerse socio o no. Urondo optó por ingresar a Montoneros, algo que
para Vertbisky era raro "para un hombre tan inteligente". Bueno, la diferencia
podría radicar en que Urondo estaba decidido por una revolución que no fue. Al
Perro nadie lo vio cantar "vamos a hacer la patria socialista".
Pero cosa rara ver a un Perro hablar. Todavía queda en el tintero saber por qué,
si es que fue cierto como circulaba entonces, Rodolfo Walsh lo agarró a golpes.
Como también saber cómo, de cada atentado justo salía minutos antes a comprar
puchos o vaya a saber qué, porque si algo demostró éste es su espectacular
habilidad para no estar en los peores momentos. ¿Qué hay con la protección que
le habría dado los servicios de inteligencia de la Fuerza Aérea? Aquí ya sería
haberse pasado al bando del enemigo con bagajes y todo. A no ser que siempre
estuviese de ese lado, quién sabe.
Nos vamos a caer aquí en la tradicional acusación de los servicios locales sobre
el financiamiento del Perro por parte de la Fundación Ford, ligada a la CIA. El
Perro, lo que sí es cierto, recibe en el CELS financiamiento de la National
Endownment Democracy (NED), que según el New York Times y el Washington Post -no
el Granma- es una fundación que funciona como ducto de la CIA para financiar
partidos políticos como ocurre en Venezuela, como ocurrió en los países de la
Europa Oriental para desestabilizar a los regímenes comunistas, la misma que hoy
financia a periodistas en Irak para "crear la libertad de expresión" tras
décadas de sometimiento de Saddam Hussein. Ni hablar de la sede "progre" de
Clarín, que naciera con aportes que Manzano le diera a "Berny" Zanata/12,
acusado hoy por Luis Majul de haber recibido dinero de Fernándo de Santibáñez
cuando el delarruista estaba al frente de la...SIDE.
Hoy el Perro comenzó a tener una postura crítica del gobierno de Néstor
Kirchner, a cambio de su posición inicial, que llegó ser considerado como
"mentor de Kirchner" y demás.
Que se oponga a un gobierno no tiene absolutamente nada de malo, lo que siempre
quedará en la nebulosa es si esto corresponde a un convencimiento por un
análisis profesional, o porque quedó herido de que Miguel Bonasso sea el
predilecto de la pareja K y quedara nuevamente en las sombras, perdiendo los
favores presidenciales.
El Perro es despreciado en algunas culturas no porque sea más sucio que los
gatos o vaguedades por el estilo, sino que se lo repudia porque el Perro sólo es
fiel a quien le da de comer. No importa quién.
Presentacion de una biografia sobre Paco
Urondo
Asociación Madres de Plaza de Mayo, junio de 2003
En la Biblioteca Julio Huasi, de la Asociación Madres de Plaza
de Mayo, fue presentado un importante libro que narra la vida y la lucha del
gran Francisco "Paco" Urondo, hombre de palabra y acción, tal vez uno de los
mejores poetas de la llamada Generación del 60. En el acto hablaron José Luis
Mangieri, Carlos Aznárez, el autor Pablo Montanaro, y la voz del mismísimo Paco,
leyendo sus poemas más extraordinarios.
Ocurrió el miércoles 18 de junio de 2003, a la hora del atardecer. Fue en la
Biblioteca de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, que lleva el nombre de otro
poeta, militante y periodista fundamental, Julio Huasi. Al día siguiente de
cumplirse 27 años de su caída en combate, y en ocasión de la aparición de una
minuciosa biografía escrita por el joven escritor Pablo Montanaro, se
reivindicó la vida y la lucha, los sueños y los poemas de Francisco "Paco"
Urondo.
Al acto de presentación de "La palabra en acción. Biografía de un poeta y
militante" (Ed. Homo Sapiens. Rosario), asistieron
José Luis Mangieri, poeta y editor de la legendaria revista "La rosa
blindada", y Carlos Aznárez, escritor y periodista, compañero de Paco
Urondo en la organización Montoneros. Además, intervinieron el autor del libro
y, centralmente, el mismísimo Paco, a través de una emocionante cinta que
contenía la voz del poeta en la lectura de sus versos más reveladores.
El primero en hablar fue José Luis Mangieri. El director de la célebre
colección de poesía "Libros de tierra firme", expresó que "lo más importante es
que Paco Urondo murió en combate. Paco Urondo no fue asesinado; es cierto, tomó
la pastilla, pero murió en combate, que es muy distinto a decir que fue
asesinado. Dadas las características de Paco, es la muerte que le correspondía".
Además, destacó que "a Paco habría que sacarlo a la calle, ponerle su nombre a
alguna plaza. Paco fue un combatiente que llegó como los famosos poetas
surrealistas de París que lucharon con el cuerpo bajo la ocupación nazi y no
solamente con sus versos". Tal como luego lo hizo Carlos Aznárez, Mangieri
celebró que el libro haya sido realizado por un joven: "Me llama la atención la
inquietud de Montanaro sobre Paco y especialmente que se acerque a un
combatiente en un momento de una decadencia tan grande en todos los niveles,
donde el Proceso está instalado, lo tenemos instalado".
A su turno, el director del periódico "Resumen Latinoamericano" reconoció que
"el libro de Pablo Montanaro me gustó mucho, no sólo porque lo escribe un joven
sino porque vengo notando que nuestra historia de lucha de los 60 y 70 la están
escribiendo, en gran parte, una cantidad de farabutes que ni estuvieron, tampoco
era necesario que estuvieran, pero por lo menos tuvieran respeto para contarla.
Montanaro la ha contado bien, ha recogido los testimonios y nos ha edificado un
Paco Urondo muy parecido a lo que realmente fue".
La alocución de Aznárez fue por demás emotiva porque incluyó no pocas anécdotas
acerca de la acción política de Urondo."A Paco tuve la suerte de conocerlo en la militancia, cuando estaba en las
Fuerzas Armadas Revolucionarias y, sobre todo, cuando andaba huyendo por los
caminos hasta que fue detenido con Lili Mazzafero y con el 'Jote' Koncurat. De
pronto gran cantidad de gente que lo conocía se sorprendió porque no podían
entender que fuera guerrillero y además fuera todo eso que contaban los diarios
con exageración pero dando algunos datos que tenían bastante que ver con la
realidad militante", recordó.
Osvaldo Bayer, fragmento de un
reportaje de Ana Bianco
"En el documental, usted afirma que ERP y Montoneros habían tomado su libro
sobre Severino Di Giovanni como una especie de obra de cabecera. ¿Cómo evalúa
hoy esa época?
"Fue un período que viví intensamente. Mucho de mis mejores amigos estaban
metidos en la guerrilla. Paco Urondo trabajó al lado mío durante dos años, en la
redacción de Clarín. En mis encuentros con Rodolfo Walsh yo le decía que ellos
eran los mejores, pero que los iban a matar. Que la represión era diez veces
mayor en fuerzas, y que era necesario cuidar a la juventud argentina. Otros, que
no eran mis amigos, me llamaban "el burguesito", acusándome de ser responsable
de una interpretación libertaria de la vida que no podía llegar jamás a la
revolución. Desgraciadamente, los hechos me dieron la razón y no porque yo viera
tan claramente esa época. Con Rodolfo nos habíamos conocido en Cuba. Por eso
quiero escribir una segunda novela, que se va referir a finales de los '60 y
principios de los '70. No puedo contar mis polémicas con Paco ni con Rodolfo,
porque ellos no están. Tampoco puedo reproducirlas y adjudicarles expresiones,
con lo que lo voy a hacer a través de personajes que el lector pueda reconocer.
Teníamos hermosas discusiones, eran realmente de lo mejor. Paco Urondo era lo
menos parecido a un guerrillero. Yo no sabía que había tomado esa línea. En un
encuentro en Berlín con Manuel Puig, el novelista, recibimos la noticia de su
muerte, en Mendoza. Puig me contó, con algo de indignación: "Tengo que contarte,
Osvaldo, que las crónicas dicen que Paco era Montonero". Yo, para
tranquilizarlo, porque sabía que le podía dar un ataque de nervios, le dije que
no que estaban mal, que Paco era del ERP. Puig me dio un gran abrazo y me dijo:
"Que alegría que me das". Es que Puig era muy antiperonista.
Enseguida remarcó que Paco "era jodón, era muy alegre. Todo lo
que hacía lo hacía con una pasión desenfrenada. Cuando cae preso, poco antes de
la amnistía a todos los presos políticos, obviamente nadie sabía que iba a salir
tan rápido, él dedica con pasión a trabajar en una acción militante que fue
supereficaz y que fue recoger los testimonios de los sobrevivientes de la
Masacre de Trelew, en ese libro maravilloso, 'La patria fusilada', que leímos
todos".
Justo cuando Carlos Aznárez estaba relatando el contexto que rodeó a aquel
importantísimo libro sobre los fusilamientos en Trelew, ingresó al salón de la
Biblioteca Hebe de Bonafini, la presidenta de las Madres, quien hasta ese
momento había permanecido escaleras abajo, en el Auditorio de la Universidad
Popular, en la proyección inaugural de un valioso film producido por egresados
de la carrera de Periodismo.
Envuelta en su pañuelo blanco, Hebe pudo escuchar que "cuando Paco salió de
Devoto nos llamaba la atención que lo hiciera con el pelo largo, con cara de
preso de varios meses, de estar dando vueltas al patio y, sobre todo, cuidando
ese bolso marinero. Le preguntábamos qué tenía en ese bolso. El contestaba 'esto
es la bomba'. Tal cual. 'La patria fusilada' prestó un servicio tremendo para
desenmascarar lo que había sido esa miserable dictadura lanussista que llevó a
practicar ese fusilamiento en masa que aún está impune, porque todavía no
apareció el Capitán Sosa, a quien todos los compañeros lo seguiremos buscando en
nuestros sueños".
Carlos Aznárez también subrayó la etapa periodística de Urondo y evocó que
"después estuvimos en el diario 'Noticias', que fue una experiencia de
periodismo maravilloso. Era un diario bien hecho, bien escrito, con buen
material y con una cantidad de gente enorme. Ahí estuvo Paco representando el
cargo de coordinador, de director y mandamás. Lo hacía no sólo porque estaba
trabajando con sus amigos, sus compañeros de toda la vida, sino también tenía un
enorme respeto por aquellos que recién se iniciaban. Paco se tomaba el trabajo,
a pesar de todas las responsabilidades que tenía, de guiarlos, conducirlos, no
tirarles las notas al cesto de papeles, sino que se tomaba el tiempo que fuera
necesario para corregirlos. Paco decía: 'Hay que hacer un periodismo que cuente
lo que la gente hace, dice y tiene ganas de que se cuente'".
Además, su compañero en Montoneros recalcó que "obviamente, Paco pertenecía a
una organización que era muy vertical, él respetaba esa verticalidad y se
encuadraba cuando lo corregían o cuando le marcaban un error. Aunque no lo
reconocía como un error, lo aceptaba porque venía de sus compañeros a los que
les reconocía más mérito para marcárselo". De la misma manera destacó la
capacidad militar de Urondo: "Era muy rígido cuando se disponía a plantear algo
como una operación militar. Un tipo muy valiente. Lo interesante, y esto es lo
bueno que cuenta el libro, muchos de nuestros compañeros lo tenían como un
intelectual, en el concepto malo del intelectual. Subyacía la idea de que Paco
no podría actuar en un enfrentamiento fuerte. Yo no participé de ninguna acción
militar con Paco, pero tengo compañeros que sí lo han hecho y realmente
agradecían tener un jefe militar como Paco, porque cuidaba hasta el último
momento a su gente, porque lo más importante no era la acción a realizar sino el
equipo de gente que estaba en la operación. En eso Rodolfo Walsh y Paco
construyeron una relación con la organización, sobre todo con la base de la
organización, que siempre le agradecían o pedían ir con ellos en los tantos
ámbitos en que han estado de militancia".
Más adelante, Aznárez reconstruyó los días finales de Urondo y reveló que
"cuando termina su paso por 'Noticias' y empieza la nueva experiencia de
Informaciones, llega ese momento álgido para el cual hay una polémica de si lo
mandaron o no lo mandaron al muere por ir a Mendoza. A nosotros nadie nos
mandaba a hacer cosas que no tuviéramos ganas de hacer. Todo lo que hacíamos en
la militancia política lo hacíamos porque queríamos estar en esa organización,
porque nos comprometíamos con eso. A veces había excesos, errores, pero hay una
parte de nuestra historia que se ha contado en el después, sobre todo cuando se
empezaron a escribir libros que contaban la experiencia del 70 donde se quiere
dejar esa imagen de que todos nuestros jefes nos mandaban al muere. Y no es así.
Nadie iba al muere porque lo mandaban, uno estaba en una organización
comprometida hasta las últimas consecuencias. Se cometían errores graves y
también se pagaban esas culpas con los compañeros de base y otras veces con la
muerte de algunos de los compañeros de la dirección; porque no todos los
compañeros de la dirección de Montoneros o del ERP son los que sobrevivieron.
Hay un montón de compañeros que fueron direcciones de esas organizaciones y
estuvieron en la primera línea de combate hasta último momento. Y Paco era uno
de ellos. Evidentemente Mendoza no era el lugar ideal para mandarlo, pero ya no
había lugares ideales, todo el país estaba agujereado por la delación, por los
servicios..."
Antes de terminar, también recordó a quien fuera la última compañera de Urondo,
"Alicia Cora Raboy, una compañera que siempre reivindico porque la conocí y
trabajé en distintos ámbitos de la organización. Alicia ha quedado siempre como
la compañera de Paco, incluso algunos compañeros la miraban como 'La mujer
de...'. Alicia se tomó la militancia en serio y le cambió la vida. Era muy
disciplinada, honesta. A Paco, Alicia lo calmaba, porque Paco muchas veces
volaba y Alicia lo bajaba a tierra. Y sobre todo le dio a su hija, Angela.
Cuando nació Angela a Paco lo vimos cambiado, como que necesitaba ser padre otra
vez y lo festejó con un entusiasmo que le hizo olvidar todos los agujeros negros
que le estaba planteando en ese momento la militancia".
Para finalizar, Carlos Aznárez reflexionó que "hay que rescatar de Paco y de
todos estos compañeros como Haroldo Conti, Rodolfo Walsh, Miguel Angel Bustos,
que siendo brillantes intelectuales nunca se dejaron ganar por esta aureola de
intelectualidad y cuando hubo que pasar a la acción directa, porque no había
otra vía o forma de combatir a los enemigos, tomaron el camino de las armas. Y
si hubiéramos ganado la revolución, hubieran sido maravillosos constructores.
Hay que decirlo, estuvimos ahí del triunfo y porque estuvimos ahí nos pegaron
con la ferocidad con que nos pegaron, porque estuvimos arañando el cielo. En ese
sentido Paco nos dejó un legado de vivir con coherencia y con alegría las cosas
que se hacen".
Junio en la vida y muerte de Francisco Paco urondo
INVITACIÓN DE LA ASOCIACION MADRES DE PLAZA DE MAYO
Francisco Paco Urondo fue poeta y periodista. Militante revolucionario peronista
de la organización Montoneros, que cayo en combate contra la dictadura militar
uno de estos días de junio pero del 1976, cumplidos sus 46 años de edad.
Para Paco nunca hubo contradicciones entre la militancia por una patria justa,
libre y soberana, y la condición de escritor. En sus poemas se puede ver la
profunda unidad de vida y obra que un autor y sus textos pueden alcanzar. No
hubo abismo entre experiencia y poesía para Urondo. -Empuñé un arma porque busco
la palabra justa, dijo alguna vez.
En Montoneros, Francisco Urondo, pertenecía al equipo de prensa.
En 1975 junto a Rodolfo Walsh se ponen a trabajar en la confección de una
respuesta al golpe militar que ya se veía venir. Dicho plan no apuntaba a un
improbable freno al golpe, sino a una respuesta orgánica que dificultara el
despliegue inicial de los militares, las primeras 48hs. El documento fue llevado
a la dirigencia de la organización, la cual nunca llegó a ejecutar la propuesta
de los compañeros, sino que implementó otro plan de operaciones, para el cual no
fueron llamados a discutir ni Walsh ni Urondo. Por consiguiente la prensa
montonera siguió funcionando como si hubiera un futuro electoral: pensando en
una revista e incluso en un diario! Esto, naturalmente, traía como consecuencia
la necesidad de mantener más o menos congregado un aparato importante, con
grandes locales, imprentas, etc. Un blanco terriblemente fácil para el enemigo.
En mayo de 1976, la organización, decide trasladar a Paco a Mendoza. Un error
según opiniones actuales y contemporáneas, ya que dicha provincia desde 1975 era
una sangría permanente. El 17 de junio, en un contexto de derrota, cae Francisco
Urondo como consecuencia de una cita envenenada.
El compañero y amigo Rodolfo Walsh, así relata el momento:...:
- Hubo un encuentro con un vehículo enemigo, una persecución, un tiroteo de los
dos coches a la par. Iban Paco, Lucía con la nena y una compañera. Finalmente el
Paco frenó, buscó algo en su ropa y dijo: -Disparen ustedes. Luego agregó - Me
tomé la pastilla y ya me siento maL. La compañera recuerda que Lucía dijo: -
Pero papi, por qué hiciste eso. La compañera escapó entre las balas, días
después llegó herida a Buenos Aires.
Paco, poeta, periodista y militante peronista escribió:
.....Y la historia de la alegría no será
privativa, sino de toda la pendencia
de la tierra y su aire, su espalda y su perfil, su tos y su
risa. Ya no soy
de aquí; apenas me siento una memoria
de paso. Mi confianza se apoya en el profundo desprecio
por este mundo desgraciado. Le daré
la vida para que nada siga como esta.
---------
Dijo Juan Gelman de Paco Urondo:
-También luchó con y contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento,
para que el mundo entero entrara en la historia de la alegria. Las dos luchas
fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó escrito.
En estos dias de Junio, mas precisamente el miercoles 18 de junio a las 19.30
hs. en la Biblioteca Julio Huasi de la calle Hipólito Irigoyen 1584 de la Ciudad
de Buenos Aires la Asociación de Madres de Plaza de Mayo presentaba un libro
titulado Francisco Urondo, la palabra en acción - Biografía de un poeta y
militante escrito por Pablo Montanaro.
Beatriz Urondo, hermana del poeta y militante asesinado por la dictadura,
recuerda su calvario para recuperar el cuerpo.
Por Ana Bianco
Francisco "Paco" Urondo (1930-1976) tuvo una vida intensa. Era un reconocido
poeta de la generación de los años ’60 y ’70, novelista (Los pasos previos),
cuentista, dramaturgo, ensayista (Veinte años de poesía argentina), guionista de
cine y televisión y periodista, responsable junto a Juan Gelman del suplemento
cultural del diario La Opinión (1971), secretario de redacción del diario
Noticias (1973) y autor de La patria fusilada (reportaje a tres sobrevivientes
de la masacre del 22 de agosto de 1972 en Trelew), que realizó mientras estaba
preso en la cárcel de Villa Devoto, en 1973. Urondo, un intelectual
comprometido, se integró a la organización guerrillera FAR a comienzos de los
años ’70 y aceptó, en contra de su voluntad, un destino en Mendoza. Murió
combatiendo el 17 de junio de 1976 en Guaymallén, en una redada en la cual
Alicia Rabboy, su esposa, fue secuestrada y continúa aún desaparecida, y Angela,
su hija, sobrevivió. El documental Paco Urondo, la palabra justa, dirigido por
Daniel Desaloms, revaloriza la figura de Urondo y entre los entrevistados
destaca a Beatriz (80 años) hermana de Paco, una testigo importante. En una
charla telefónica desde Merlo, San Luis, Beatriz Urondo compartió con Página/12
la odisea que soportó para recuperar el cuerpo de su hermano y rescatar a su
sobrina, Angela. El director Desaloms se refiere al testimonio de Javier, hijo
de Paco, frente al estreno de hoy en el Cosmos [10/11/05].
Beatriz llegó a Mendoza con Teresa, la madre de Alicia Rabboy, y empezó su
peregrinar: "Visitaba el Comando del Ejército dos veces por día, iba vestida con
un tapado de piel y con alhajas, como si fuera una oligarca, y recibía
reiteradamente la misma respuesta: ‘Desconocemos el hecho’. En una de esas
visitas había observado a un hombre de civil que me miraba con lástima. Y fue él
quien me dijo que el cuerpo de Paco estaba en el Hospital Cevit, y también
agregó que no sabía nada de la señora, pero que me iban a entregar a la nena.
Llegamos al hospital con Teresita y nos impedían entrar porque había finalizado
el horario de visita. A un milico le dije que pensaba entrar igual, que si
quería me diera un tiro por la espalda. Adentro escuché que unos hombres con
botas de lluvia y palas hablaban de un periodista, bien empilchado y con un
reloj tan lindo, que no lo iban a poder enterrar en la fosa común, porque la
hermana lo reclamaba. Me dirigí al forense, que no sabía nada del hecho, le
mostré una foto y le insistí que me mostrase los registros, hasta que finalmente
trajo un cuaderno Tamborcito sucio y de mala muerte donde constaba: 17 de junio,
alrededor de las 18 horas, NN sexo masculino. Un policía me acompañó a
reconocerlo, yo fingía estar enojada por ser mi hermano la oveja negra de la
familia. Paco estaba ahí desnudo en la morgue, y pensé: ‘Qué frío debe haber
tenido’. Le habían robado la vida..."
Beatriz necesitaba la constancia de defunción: "Le pedí al forense la partida de
fallecimiento y figuraba como NN. En Tribunales me enteré de que para ponerle el
nombre correspondía iniciar un juicio y eso demoraba mucho tiempo. Yo quería
terminar con todo lo antes posible y todavía me faltaba recuperar a mi sobrina
Angela, de once meses. En el juzgado argumentaban que faltaba una firma de
Minoridad y Familia y me dio un ataque de nervios. Ellos se comunicaron por
teléfono con las autoridades de Casa Cuna de Godoy Cruz. Acudí allí y empecé a
los gritos a desahogarme, hasta que me dieron a Angela bajo mi responsabilidad.
La directora se había encariñado con Angela y la llevaba a dormir a su casa. La
tenencia provisoria la tuvo Teresita, su abuela, y aunque resulta increíble,
ella la dio en adopción a una prima de Alicia que no tenía hijos. Era un hecho
consumado. Volví a ver a Angela a los 18 años, cuando la contactó Javier, el
hijo de Paco".
Beatriz, Teresa y Angela tomaron finalmente un avión en el aeropuerto con los
restos de Paco: "En el Plumerillo, el féretro fue puesto en una cureña hasta
subirlo al avión y una doble fila de soldados lo custodiaba. La situación era
paradójica. El avión estaba iluminado y lo revisaban centímetro por centímetro.
En el hall revisaban los bolsos de mano de los pasajeros y eso generó una
reacción en la gente. Llegamos y fue enterrado en el cementerio de Merlo, Buenos
Aires, como NN, a fines de junio de 1976, hasta que en 1983 le devolvieron su
identidad".
–Usted menciona en la película una carta que nunca le entregó a su hermano.
–Sí, una carta que le escribí cuando estaba preso y le decía simplemente que lo
quería. Pensaba dársela en alguna visita o cuando saliese de la cárcel, pero no
se la di. Estoy escribiendo Mi hermano y yo, un libro de anécdotas, que abarca
desde el nacimiento de Paco en Santa Fe hasta su muerte. A mi hermano lo amaba y
cuando nació jugaba con él como si fuese un juguete. Yo escribía, pero Paco
nunca se enteró. Paco es la mitad de mi vida. Le tengo un profundo respeto como
poeta. Era jodón, simpático, prepotente, machista, y conmigo era muy protector.
Soy docente y no pude aspirar a una dirección por mi apellido. Me presenté a
concurso varias veces, hasta que finalmente me percaté de que estaba en una
lista negra. Presenté la renuncia y me jubilé. La familia no estaba enterada de
la actividad política de Paco hasta que cayó preso en 1973. No sabíamos por qué
habían mermado sus visitas. Luego desaparecieron Claudia, la hija de Paco, y
"Jote" Koncuart, su marido, en diciembre de 1976. La película la vi dos veces y
está realizada con mucho respeto. El poema con la voz de Paco, dedicado a los
hijos y grabado en Cuba a modo de despedida, es premonitorio y me hace llorar...
El testimonio de Javier
En el documental, uno de los principales testimonios es de Javier, hijo de Paco,
que hace un relato personal y político muy reflexivo. El director Daniel
Desaloms dice de Javier: "El se quita jerarquía intelectual y dice que es
simplemente un cocinero. Pero es brillante en su análisis sobre la realidad
política de esos años. En febrero del ’73 fueron detenidos en Ingeniero
Maschwitz Iván Roqué, Lili Mazzaferro, Alicia Rabboy y Paco. La policía allanó
el domicilio de Chela Murúa, ex esposa de Paco, que vivía en Colegiales, y la
llevaron detenida, a pesar de que no participaba en política y estaba separada
de Paco desde 1959. Cuando llegó a su casa, Javier se encontró con efectivos
policiales y, desesperado, tomó un tren para llegar a Maschwitz: encontró la
quinta con la luz prendida y la policía adentro, y se escapó por un alambrado.
Javier era un chico de apenas 12 años y se ocupó de hacer los llamados a los
amigos y a los abogados para informar de la detención. Tuvo una historia muy
intensa".
Fuente: Página/12, jueves, 10 de Noviembre de 2005
Hay que tener humor, corazón y huevos –y saber que se los tiene– para publicar
en vida los Poemas póstumos y cerrar el libro que reunía Todos los poemas (De la
Flor, 1972) con estos versos, los finales de "Solicitada": "Yo no soy / de aquí;
apenas me siento una memoria / de paso. Mi confianza se apoya en el profundo
desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga
como está". Y hacerlo. Porque ese hombre que murió desguarnecido pero con las
armas en la mano apenas cuatro años después, sabía y respetaba el valor de las
palabras. Era un hombre entero, y un escritor en serio.
Ahora, cuando se lo leía poco, llega la bienvenida película. La reedición que
hizo Adriana Hidalgo hace unos años, de Los pasos previos, su única novela –"una
crónica jodona, capaz que dramática, de las perplejidades de nuestra
inteligencia ante el surgimiento de las primeras luchas populares", la definió
Walsh– nos devolvió un texto que como La canción de nosotros, de Galeano, e
incluso el Mascaró, de Conti, son más representativos y sintomáticos de la época
que de los autores. Porque Urondo, que fue periodista y de los buenos –y ahí
está La patria fusilada (1973) para testimoniar el oficio–, frecuentó el ensayo
literario como cronista y lector atento de su generación, pero fue sobre todo
poeta y, en este caso sí, de los mejores.
Es cierto que últimamente –tres décadas...– se lo ha leído salteado y con
anteojeras ideológicas reversibles: la predisposición celebratoria ante el poeta
militante victimizado o el prejuicio frente a una palabra que se supone
meramente instrumental. Claro que tampoco estaban los poemas a mano para
verificar. Después de aquella edición de De la Flor, poco y nada anduvo por las
librerías. Hasta que hace unos años, a fines de los noventa, Juan Gelman armó
para la editorial Seix Barral una hermosa antología de su amigo. Es la que anda
por ahí, se llama Poemas de batalla y al seleccionador no le gustó el título
elegido finalmente por alguien que no era él (ni Paco, claro). Y con razón: da
una idea algo estrecha del contenido del libro y sobre todo de la actitud del
autor a la hora de versear. Acaso se debió precisar un detalle: durante
veinticinco años de leer, escribir y publicar poesía, la primera batalla de
Urondo –no la única, por supuesto– fue por la expresión justa y contra la
estimulante opacidad de las palabras. "La crueldad no me asusta y siempre viví
deslumbrado / por el puro alcohol, el libro bien escrito, la carne perfecta",
escribió en La pura verdad, a mediados de los sesenta, para concluir: "Sin
jactancias puedo decir / que la vida es lo mejor que conozco". Algo que la misma
vida podría haber dicho de él.
Fuente: Página/12, jueves, 10 de Noviembre de 2005
Por Nilda Susana Redondo "Decime una cosa, Simón: ¿a vos te gusta la gente?"
No, así como estaban, no. A él le pasaba lo mismo; a Mateo también. A Marcos,
seguramente, quién sabe, al mismo Che: sin embargo se arriesgaron por esa gente,
por esos hombres insatisfechos; murieron por ellos"
Francisco Urondo. Los pasos previos. 1971
¿Qué estaba pensando Urondo (2) a inicios del ’70 respecto de la función del
arte, la poesía, la cultura, la revolución, la vida y la muerte? Para buscar
respuestas vamos a mirar algunos textos significativos: la novela Los pasos
previos, escrita en el ’71 y publicada en el ‘73; Trelew. La Patria Fusilada,
reportaje publicado por Crisis en el mismo año y que Urondo ha realizado a los
tres sobrevivientes de la masacre perpetrada el 22 de agosto de 1972, un día
antes de la liberación de todos los presos políticos (3) que se concreta en el
inicio del gobierno de Cámpora; y un artículo referido a la vanguardia y los
intelectuales en la revolución, que publica en septiembre del ‘74 junto a
algunas poesías que pertenecen al libro Cuentos de Batalla (4).
La Patria Fusilada expresa la línea peronista del revolucionario Urondo y pone
en evidencia una tensión entre populismo y vanguardia. Se plantea que la acción
represiva, que se viene produciendo desde el 16 de junio de 1955, busca
"separarnos a nosotros de Perón y del pueblo": es decir a la formación de
vanguardia guerrillera del líder y la masa e impedir el proceso electoral. Creen
que si Perón es desplazado, el peronismo se puede integrar al sistema. La
guerrilla está definida como "una expresión política del pueblo en condiciones
de represión y de opresión extremas". Ha sido aceptada por el pueblo a pesar de
estar integrada por militantes cuya extracción de clase no es popular u obrera
porque "el pueblo mismo tenía experiencia de violencia y de lucha que venía
haciendo por sí solo" y porque lo que importa es la inclusión de clase. Así es
como la masacre de Trelew genera una reacción popular tan importante que coloca
a la dictadura en retirada.
Hay una fascinación por Perón y su táctica: Se alaba el "juego pendular" del
líder y se lo considera superior a Lanusse, luego de colocarlos en una escena
como de duelo personal:
"M. A. B.: Lo que pasa es que el juego pendular de Lanusse es una cosita ...
F. U.: Este no es un problema de simetría sino un problema de dialéctica.
R. R. H.: Me inclino a pensar que el que llevaba la manija era el general Perón.
M. A. B.: ¡No tenemos líder, eh! "
En Crisis, en 1974, sostiene que la vanguardia debe existir para modificar el
estado de cosas y tiene que construirse no solamente en el terreno político sino
también en el cultural porque actúan en permanente interrelación. Hay que
colocarse en el momento histórico, conocer el estado de situación para no actuar
a espaldas de la realidad que, desde su punto de vista, sería la forma de hacer
política del ultraizquierdismo, y que lleva al vanguardismo, es decir al
desprendimiento del conjunto de la sociedad aunque advierte también que no hay
que caer en el populismo. En ese facilismo de decirle al pueblo todo el tiempo
que sí.
Le da principalidad al rol del intelectual en el movimiento revolucionario de
vanguardia pero dice que los intelectuales tienen "un enemigo difícil de aislar
y de aniquilar. Ese enemigo son ellos mismos. O dicho de otra manera, a estos
trabajadores de las ideologías, lo que más les obstaculiza la tarea es la propia
ideología."
Otro tema que aparece en este artículo es su concepto de la muerte. Urondo,
lejos del "culto a la muerte", sostiene:
"El Che decía que la revolución es un acto de amor. Y es cierto, porque los
actos de amor requieren entrega y lucidez".
"Osar morir da vida", me recordaba Lezama Lima que alguna vez dijo José Martí.
Cuando se considera a la vida una propiedad privada, sólo el heroísmo, con su
carga de posteridad o, en el mejor de los casos, de búsqueda de inmortalidad,
permite la osadía de ponerla en riesgo. Pero el sentido de la osadía que propone
Martí no es individualista, sino que responde a una concepción ideológicamente
más generosa. Porque la vida no es una propiedad privada, sino el producto del
esfuerzo de muchos. Así, la muerte es algo que uno no solamente no define, que
no sólo no define el enemigo ni el azar, que tampoco puede ponerse en juego por
una determinación privada, ya que no se tiene derecho sobre ella: es el pueblo,
una vez más, quien determina la suerte de la vida y de la muerte de sus hijos."
Esta misma reflexión van a realizar sus personajes de Los pasos previos. Es una
concepción comunista: la vida y la muerte son hechos colectivos. Además este
concepto está en toda la lógica de la época en el sentido de que en la
prolongada tarea en pro del triunfo de la revolución y por la liberación de la
humanidad, las clases dominantes, a medida que aumenten los niveles de lucha,
van a aumentar los niveles de tortura, represión y barbarie, y por lo tanto
también crece el riesgo de morir.
Se entrecruzan en la novela textos de ficción con entrevistas que le hacen en
Cristianismo y Liberación a Raimundo Ongaro de la CGT(A) (5), y textos de
Rodolfo Walsh, o escritos en conjunto por Ongaro y Walsh. Estos discursos ponen
en escena la cantidad de discusiones que se daban en la Argentina en el
’66,’67,’68 en relación a si era posible o no la lucha armada, de qué manera
tenía que llevarse adelante; si el foquismo y la guerra revolucionaria de
Guevara, tal como se había expresado hasta su muerte en Bolivia, debía tener
modificaciones o no; cómo debe evaluarse la experiencia de guerrilla urbana que
están desarrollando los Tupamaros en el Uruguay; cuál era el papel de los
intelectuales en la revolución y cuál, el rol de Cuba. Se contrastan las
visiones de la nueva y la vieja izquierda, con clara inclinación hacia la nueva
y presentando a la vieja como encerrada en dogmas que no le permiten el
encuentro con la realidad como por ejemplo, no puede comprender el cordobazo.
(continúa en pág. 14)
En el relato ficcionalizado aparecen artistas, intelectuales, actrices, actores,
pianistas, escritores que llevan una vida bohemia, de halago para el propio
cuerpo; y en determinado momento algunos de ellos se van a integrar a la lucha
armada. Además se van presentando escenas eróticas y de enamoramientos a medida
que se desarrolla la propia militancia. Urondo se atreve de esta manera a romper
con el modelo del militante puritano que debe renunciar al goce de la vida para
desarrollar su militancia. Y lo hizo no sólo con las temáticas que circulan por
sus escritos sino además en su vida práctica.
Paco era un tipo lleno de vida que sin embargo eligió morir para no delatar a
sus compañeros. Entendía su muerte como un mandato colectivo y le horrorizaba lo
que podía significar la tortura en cuanto a romper las barreras de las personas
y obligarlas a delatar a otras; probablemente desde esta perspectiva del horror
a la delación es que tenga que interpretarse la cuestión de la pastilla de
cianuro en Urondo (6). No desde el punto de vista del culto a la muerte y no
tampoco de lo que quería la organización Montoneros, respecto de lo que ellos
consideraban debían ser héroes inquebrantables; justamente Urondo lo que estaba
pensando es que él no era inquebrantable, y que lo que no quería hacer era
delatar porque le parecía el acto más indigno.
Notas:
(1) El trabajo forma parte de una investigación poético-ideológica que la autora
inició recientemente.
(2) Francisco Urondo nació en Santa Fe en 1930. En la década del ’50 fue
frondizista; al inicio de la gestión de Arturo Frondizi, en 1958, fue Director
de Cultura en la provincia de Santa Fe. Como toda la intelectualidad progresista
que había apoyado a Frondizi, se alejó rápidamente dado el rumbo reaccionario
que tomaba el gobierno. Luego participó en el Movimiento de Liberación Nacional,
hasta su opción por la lucha armada, a fines del ’60. Su producción artística es
enorme. Participó en revistas poéticas: Poesía Buenos Aires en la década del ’50
y Zona de poesía Americana, luego. Escribió obras de teatro, ensayos referidos a
la literatura argentina contemporánea; fue guionista de películas, adaptó
novelas a la televisión. Trabajó en diarios como Clarín y La Opinión y revistas
como Panorama.
(3) Urondo había sido apresado en febrero del ’73, junto a Lili Mazaferro, su
hija Claudia; el compañero de su hija, Mario Lorenzo Koncurat, y Julio Roqué
cuando las fuerzas represivas descubren la quinta que Urondo había alquilado por
resolución de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) a las que pertenecía
desde 1970, con el objetivo de realizar reuniones con Montoneros con los que
estaban en tratativas para la fusión que pronto se plasmaría.
(4) Llevaba con él estos poemas cuando lo abatieron. Escribió siempre, nunca
dejó de escribir. Es decir, con su práctica rompió el prejuicio respecto de que
hay una disociación elemental entre la militancia política revolucionaria, la
toma de las armas, el ser un combatiente y el ser poeta y dedicarse al arte y la
cultura.
(5) CGT de los Argentinos, del sindicalismo combativo, formada en 1968.
Perseguida por la dictadura de Onganía, sobrevivió hasta principios del ’69. El
secretario general fue Raimundo Ongaro; responsable de la prensa, Rodolfo Walsh.
(6) Incorporado ya a Montoneros y teniendo a cargo prensa de Noticias por 1975,
Urondo se enamora de una joven: Alicia Cora Raboy, del mismo diario. La cúpula
de la organización aprovecha la oportunidad para degradarlo con el argumento de
que ha violado el código interno de ética, moral y buenas costumbres; por
infidelidad, pues él aún vivía con Lili Mazaferro. Resuelve enviarlo a Mendoza,
donde (como relatan Walsh y Verbitsky) había un alto nivel de represión y gran
desarticulación en el grupo: ese traslado significaba ser colocado en riesgo de
muerte. Urondo acepta ir allí por mayo del '76 y rápidamente muere en una
encerrona policial. Iban en un Renault 6 con su esposa Alicia Cora Raboy, con la
bebita de ambos, Angela y con una compañera montonera. Urondo tenía armas en el
baúl pero no puede detenerse para buscarlas. Cuando comienzan a tirotearlos se
defienden con armas cortas pero finalmente Urondo les dice a las mujeres que
intenten escapar. El tiene un tiro en la espalda; cuando el auto se detiene por
el impacto de las balas, ingiere una pastilla de cianuro (recomendación de
Montoneros), igual lo rematan con otro tiro. La Turca escapa y Alicia intenta
entregar la bebita a un hombre que estaba ahí, dueño de un taller. Ella es
secuestrada, no aparece en el parte de la policía. Finalmente a Angela se la
lleva la policía y la colocan en una casa cuna. El comisario coronel Sánchez
Camargo envía a su responsable la siguiente nota: "remite a un menor lactante
hija presunta de N.N. y de N.N. quien en la fecha fuera abandonada en un
automóvil mientras se realizaba un procedimiento en este servicio con
conocimiento de las autoridades de la 8° Brigada de la Infantería de Montaña.
Tanto ella, la progenitora, como su padre, al ser evocados por la policía
abandonaron a la niña dejándola en total desamparo material y moral. . ." (2003,
158/9) En Los Andes la noticia se tituló: "Abatieron en Mendoza a un delincuente
subversivo".
Bibliografía:
Urondo, Francisco.
*Los pasos previos, Bs.As. Adriana Hidalgo editora S.A., 1999.
*Poemas de batalla. Antología poética 1950-1976. Selección y prólogo de Juan
Gelman. Bs.As., Seix Barral, 1998.
*"La patria fusilada. Testimonios de María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps
y René Haidar, sobrevivientes de Trelew", Bs.As., Crisis N°4, agosto 1973.
*"Textos y Poemas", Bs.As., Crisis N°17, setiembre 1974.
Referidos a Urondo
*Freidemberg, Daniel, "Dossier Urondo" en Diario de Poesía N° 49, Bs.As., otoño
1999.
*Montanaro, Pablo, Francisco Urondo. La palabra en acción. Biografía de un poeta
y militante. Bs.As., Homo Sapiens ediciones, 2003.
Nota publicada en la edición Nº 57 (enero de 2004)
Fuente: www.primerodeoctubre.com.ar
Fragmento
de Al tacto
Por Francisco Urondo
Este santafecino de 37 años lleva casi veinte asediando todos los géneros de la
creación literaria. Autor de guiones de cine (Pajarito Gómez, Noche terrible),
de obras de teatro (Sainete con variaciones, puesta en escena por Luis Macchi en
1966; Veraneando, no representada), de relatos (Todo eso, Jorge Alvarez, 1966),
es, dentro de la poesía, sin embargo, donde alcanzó cimas más sólidas. Desde sus
libros iniciales (Breves, y Lugares) hasta 'Del otro lado', no editado aún en la
Argentina, pasando por Nombres (1964), uno de los mayores libros de poemas de su
generación, Urondo ha elaborado una voz reconocible y fiel a sí misma, que tiene
pocos paralelos en la Argentina. Estos textos pertenecen a su segundo libro de
relatos, que publicará Sudamericana la próxima semana [*]
Malestar
No veo la hora de estar en un aeropuerto lustroso, como una cama, y de allí
saltar a un avión y volver a Buenos Aires lo más rápido posible. Volver a casa,
"vivir con mamá otra vez"; Dios mío: qué mal puede llegar a sentirse uno, qué
momento para tener un cólico, qué inoportunidad: Río debió esperar, sin duda,
mucho más de mí; al menos que tuviera más receptividad y no a la inversa.
Sobrevivo hace horas. Primero en casa de Guilherme, con ese ex diplomático
empeñado en hablar conmigo a pesar de su hemiplejia; después esa actriz con la
que hubo tácito y súbito entendimiento y con la que, sin embargo, hasta ahora no
pasó nada porque mi mujer olió todo y esto complica las cosas.
Creo que empezó con el suco de laranja; o quién sabe si no fue después, con el
abacaxi de la playa, o con el mar, que estaba más frío que la madonna. Lo que
pasa es que uno viene por muy pocos días y quiere aprovechar, porque después no
queda otro recurso que el río de la Plata, sucio y plagado de toscas; uno se
rompe allí los pies, el alma. Uno puede llegar a morir, especialmente si lo
agarra una buena sudestada en pleno remojón; una de esas que hacen crecer el río
a razón de centímetros por minuto, y no da tiempo a salir y termina azotando a
la gente contra las murallas de la costanera. Es casi seguro que he tomado frío
en las frías aguas del mar.
Mi psiquiatra suele decirme: "Claro, quiere todo el mar para usted solo. La
fantasía debe ser tomárselo, siguiendo con una vieja costumbre suya". Sí, ya sé,
tienen ustedes razón, la avidez me pierde, pero prometo no volver a tomar nunca
más una procelosa copita de mar turbulento y frappé. En realidad me debe haber
liquidado el cambio de régimen alimenticio: los sucos, el frango. ¿Dónde habrá
ido -me pregunto- a parar nuestra fluida carne de vaca, la mejor del mundo, o
mais grande?
Y esos negros -para colmo- en pleno coloquio sentimental con el mismo mandinga,
fumando marihuana, o maconha, como le dicen aquí. Esos negros dándose cuerda
para estar a la altura de las circunstancias, es decir, de esa liturgia
endemoniada, metiéndose en el mar, y bailar, y orar, y cantar, y sudar en el
yemanyá, iluminando el mar con sus pobres velas de sebo, con ese frío espantoso
que trae la noche. Alfonsina Storni debió internarse así en el mar, y no con la
intención de adorar a la virgen negra de los esclavos, sino a su alma pura: "tú
me quieres blanca".
Solo Dios y yo conocemos la cara que puso el camarero del hotel cuando lo llamé,
a las cuatro de la mañana, y le dije: "Faz favor, pódeme procurar um pouco de
maconha, ¿me entendió?" "Si senhor, eu entendí, más nao tenho; vocé pode
encontrar no 'Cagaceiro' la, um barzinho que fica perto d'aqui" Pero en el
barzihno nada; ni siquiera ese pibe que merecía ser argentino por la pintita,
pero que cantaba en portugués y no hablaba una sola palabra de castellano.
Tampoco tenía idea de dónde se podía conseguir, y se reía: ja, ja, qué gracioso.
Un poco de maconha, cretino, para digerir el frango y el frío, y el suco y la
inmensa virginidad del mar.
Habrá sido la falta de maconha. O el whisky aguado de Guilherme con tanta gente
en su casa. Río es La Corte, y Guilherme el duque de Urbino. Además, Río de
Janeiro es "la ciudad de los grandes contrastes". Santo Dios, será posible que
todo el mundo siempre diga lo mismo y, además, se crea original, agudo y sobre
todo en paz con su conciencia. Pero arriba de los grandes edificios siguen los
morros miserables. Sí, "los contrastes": la miseria codeándose con la opulencia,
como yo me puedo codear con su hermana. Y no es una guarangada lo que digo: bien
puedo ser amigo de su hermana; el marido. Viajar con ella a Río de Janeiro
-"capital de México"- y descubrir la miseria engarzada en el dinero, codeándose
con él, como yo puedo codearme con mi mujer, es decir, con su hermana. A lo
mejor empecé a sentirme mal de tanto parar la oreja: se hablaba por lo menos en
cuatro idiomas en casa de Guilherme; no daba abasto porque no domino
particularmente ninguno, solamente una palabrita aquí y otra más allá. Además,
hablan tan rápido estos malditos cariocas; meten miedo. Un aeropuerto; sólo un
aeropuerto, pido, y partir.
Un aeropuerto para morir bailando. Aunque sea este aeropuerto; aquí detuvieron a
Perón, aunque "el hombre" no tiene nada que ver con mi actual estado de salud.
Sin embargo, hay cosas que matan; por ejemplo: ambiciones, países. A Sebastián,
sin ir más lejos, no lo mató otra cosa que no fuera Lima, "la horrible". Podía
irme de aquí a Manaos, en vuelo directo o haciendo escala en Brasilia, y de allí
a Iquitos, y de allí, pasando por la desaparecida Santiago de Chuco, a Trujillo
y bajar hasta Lima, y en el jirón de la Unión abrazarme con mi querido Sebastián
y decirle: "bailemos unas marineras hermano, que estoy a punto de ponerme a
llorar como un Inca". No sé cómo decirlo: me siento mal. Estoy seguro de que
prácticamente nadie se ha muerto de un cólico, pero, de todas formas, me siento
mal. Debo haber tomado frío, pero no en el mar, sino en el morro, "lembrando
sempre na favela". Se había levantado viento y yo estaba muy sudado de tanto
bailar en la scola do samba. Qué me habrá dado por bailar; hasta Carmen me miró
asombrada. Carmen que no se asusta ni de ella misma. Hoy no la he visto a mi
amiga; debe estar retozando con su amigo. A lo mejor la han metido presa, porque
Carmencita es de las que no tienen pelos en la máquina de escribir.
Volvía de Lima en un avión lleno de monjas, y una de ellas se desmayaba y se le
caía la máscara de oxígeno, y yo dudé entre dejarla morir o acomodarle ese
aparato en la trompa: esa monja denunciaría a mi amiga Carmencita, porque las
monjas tienen un olor espantoso, el olor de la muerte que se avecina. Habiéndome
sentido an bien en Antofagasta con el vino Undurraga y los locos -por citar a un
marisco- y con Andrés, el poeta, ¿cómo puede ser que ahora me sienta tan mal?.
Estoy en tierra firme, no caigo en los pozos de aire, no me azotan los vientos
de la cordillera ¿me verá don José de San Martín desde allá abajo? Lo saludo
desde una altura que nunca ha podido virtualmente sobrevolar. Quisiera estar en
cualquier parte, menos aquí, en este restaurante, sobre la avenida Atlántida,
sobre el océano que lleva su nombre.
Mi mujer está sentada enfrente, del otro lado de la mesa o del mostrador, si así
lo prefieren. Se la ve notoriamente preocupada por la vecindad de la actriz y
por el mal semblante que debo tener. La odio; siempre preferí denostarla a
interesarme, a tratar de averiguar cómo era. Estoy harto de engañarla en sus
propias narices, delante de su mismo trasero y ahora, con todo esto del cólico,
creo que empiezo a necesitarla un poco: piedad y un aeropuerto. La actriz me
mira: es rica, cachonda, pero las actrices son para mirar de lejos, desde un
escenario y sólo representando: "¿Me gustaría saber qué mira?; camine, camine al
gineceo, que los cólicos me ponen más misógino que un gallego". Dios mío, qué
mal estoy, y además esta mujer incomprensible que-me-ha-manda-do-el-Señor, y que
me patea porque piensa que miro codiciosamente a la actriz. ¿Qué pretende, que
además de sentirme como me siento, no mire; que agache la cabeza; que rece, que
pida perdón?; Un aeropuerto.
Guilherme, en este preciso momento, recuerda que Vinicius -inventor, como es muy
sabido, de la bossa nova- no tiene casi voz y que canta, por esta razón, muy
suavecito; sostiene que es éste el motivo por el cual todos cantan en un tono
muy bajito, como si susurraran. Es una maldad simpática; tiene bossa. Y
Guilherme ama a Vinicius; los brasileños se aman entre sí y yo me siento
incomprendido, con todo mi odio encima. La vida entera he tenido este cólico,
este odio. Empezó hace más de veinte años, antes del general Ramírez, cuando
comenzaba la guerra y Holanda era invadida por los botes neumáticos: antes,
cuando el Ejército del Ebro, si mal no me acuerdo. Todo empezó entonces y viene
a terminar ahora, en Copacabana. Empezó en el Largo de Boticario, en la casa de
ese pintor que quería levantarse a mi mujer: ma sí, que se la levanten de una
buena vez y que me dejen tranquilo con toda esa agua que le echan al whisky
estos cariocas.
Malditos sean cuando dicen "lotacao" y pronuncian las tres últimas sílabas cerno
si estuvieran bailando estos cretinos, como si fueran las ancas de sus putas
mujeres que miraba cuando dejé a la mía en la avenida Copacabana y me interné
por Rio Branco, y pasó ese bonde que iba a Madureira. Lloró mi corazón souzinho,
llora por la nostalgia, por las vírgenes y las magdalenas. Y mi mujer
comprándose una bikini francesa de color colorado, mientras yo seguía a todas
las mujeres de Rio, pero y ahora, "José a festa acabou, a luz apagou, o povo
sumiu, a noite esfriou, e agora José?, ¿e agora, vocé? Está sem mulher, está sem
discurso, está sem carinho, ja nao pode beber, ja nao pode fumar, cuspir ja nao
pode, a noite esfriou, o dia nâo veio, o bonde nâo veio, o riso nâo veio, nâo
veio utopia, e tudu acabou, e tudu fugiu, e tudu mufou. José, ¿e agora? Se vocé
gritasse, se vocé gemesse, se vocé tocasse a valsa vienense, se vocé dormisse,
se vocé cantasse, se vocé morrese... Mas vocé nâo morre, vocé é duro, José!"
Había feijoada por allí, que la gente comía de pie en un mostrador. O ese
pescado a la bahiana pasando la Barra de Tijuca, más allá del morro de Rozinha;
las negras vestidas de broderí blanco, sobre la arena blanca, sobre la virgen
negra de yemanyá, rezaban bajo el pleno sol del mediodía. Había un café cerca
del puerto; prostitutas muy pretas y batindinhos de cashasa, mientras mi mujer
compraba su bikini y yo subía a la favela por esas callecitas, y Getulio no
estaba más, y Jango tampoco. Sólo quedaban "los mineros de Lota saliendo de su
cueva". Me acordé de Lawrence Ferlinghetti merodeando por Chile y diciendo eso
de los mineros que, como simios, merodean Botafogo, y de Lacerda, echando a los
tinhosos de ese morro al que confieren tan mala vista. Un aeropuerto, por el
amor de Dios, que de un momento a otro me encuentro con mi mujer y me dice
"hola, ¿a qué no adivinas lo que me compré?"
La pobrecita queriendo decir algo: "no podemos decirnos nada, amor mío; dame la
mano, es demasiado para los tiempo que corren; la mano, la patita".
Me sigue pateando por debajo de la mesa. Como para levantarme a una actriz estoy
yo; la procesión va por dentro querida: los feligreses me pisotean las tripas,
es decir, el alma de los desdichados. Sangre mía de hermanos que nunca fuera
derramada a su debido tiempo; un baño de sangre. Un aeropuerto para lavar los
pisotones de la procesión que transcurre en mi templo interior, en mi alma, es
decir, en mis tripas, en este enmerdado espíritu. No quiero un avión para irme a
cualquier otro lado, quiero un aeropuerto para salir volando, y tomar aire, y
respirar.
Ya no se puede respirar, a pesar de todo el océano; no sé cómo tomar aire. Hay
que apurarse, porque estoy a punto de irme a la marchanta, por no decir otra
cosa: una grosería, de esas que en nada benefician al mundo.
ADIÓS
-Sí, mamá... -Yo le decía mamá, aunque en realidad no lo era. La llamaba así
para que no hubiese dudas. En realidad quería decirle: "te quiero mucho"; por
eso le decía mamá.
-...están muy bien, te mandan besos; en el próximo viaje te los voy a traer. -Me
refería a mis hijos; ahora vivían en Santa Fe con su madre, y yo no vivía más
con ellos. Mamá sospechaba algo de toda esta situación matrimonial, pero nunca
comentamos nada; no me pareció oportuno.
Por otra parte, era difícil, porque mamá nunca hacía preguntas. Prefería que uno
le contara espontáneamente; si tenía ganas, o si podía. Así me encontré muchas
veces hablando de alguna cosa que ni sospechaba iba a terminar conversando con
ella; porque ella conversaba, no daba consejos. Después venía un alivio: los
problemas se achicaban, la vida era linda. Estar a su lado, hablar; sin embargo,
esta vez no había querido decirle nada, traerle más problemas, con todo lo que
estaba viviendo.
Ahora niega algo con un movimiento de su cabeza:
-¿No, qué?
-No los voy a ver...
La miro, finjo, digo que no la estoy engañando, que en el próximo viaje voy a
venir con los chicos; pongo, incluso, ojos de desconcierto cuando no tengo más
remedio que reconocer que se está refiriendo a otra cosa, no al posible
incumplimiento de mi promesa.
-.. .a vos tampoco.
Sin dejarla terminar, despliego un elenco convulso de explicaciones inútiles.
Por ejemplo, que la otra vez, cuando la operaron, después de darle sangre,
también había comentado que no valía la pena o algo por el estilo. Que hacía más
de dos años de todo esto: "mira si no valía la. pena".
-Ya ves: no valía la pena.
-¿Cómo que no?
No insistió aunque era evidente que estaba convencida de sus razones; se limitó
a negar con un pesado movimiento de su cabeza. Estaba tapada hasta las orejas,
apoyada precisamente sobre el costado donde estuvo el pecho que había
desaparecido en aquella operación. Tenía en la piel ese color que trae la
enfermedad, el olor a remedios que trae la enfermedad.
Mamá, cuando estaba sana, siempre hacía scones, y nunca vi que ofendiera a
nadie. Tampoco era cargosa con sus caricias, no molestaba, daba lo que estaba
haciendo falta y en el momento preciso. Cuando hacía scones, la tarde era una
fiesta: la masa cruda todavía, la copa con que la cortaba antes de ponerla al
horno.
¿Cómo era posible que desaparecieran con ella esos scones?
-Vale la pena: dentro de un par de semanas te vas a sentir mejor y te vas a
poder levantar.
Ya ni siquiera negó con aquel movimiento de su cabeza. Me miró fijo, y nada más.
Después sonrió un poquito y, penosamente, extendió el brazo dolorido, sin duda,
y tomó mi mano, como hacía antes para que me durmiera, como haría siempre a
partir de ese momento, sin soltarme nunca, sin decir nada, como sonriendo. Una
lágrima resbaló por la filosa ladera de su nariz, y yo sentí que se clausuraba
mi garganta.
-¿No tenés que irte ya?
-Todavía es temprano.
-¿A qué hora sale tu tren?
-Falta mucho.
-No se te vaya a hacer muy tarde...
-...Tengo tiempo todavía.
-Si querés, anda; no te demores conmigo.
-Con un taxi estoy enseguida.
Retiro estaba muy cerca, y no perdí el tren. Dos días después, tomaba certeza
con algunos amigos, en Santa Fe. Conversábamos, y ya ni me acuerdo de cuál era
el tema en ese momento; tal vez nada importante, pero en eso andábamos, dejando
pasar el tiempo, cuando vino alguien a decirme que habían hablado por teléfono
desde Buenos Aires, para avisar que la tía se había muerto. Era más que la tía,
era ni madre, como ya dije.