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Los
muertos que vos matáis…
Por Enrique Lacolla
29/12/2011
Si el revisionismo histórico fuese el fósil que describe La Nación, el órgano de
los Mitre no se alarmaría tanto frente a la creación de un instituto dedicado a
cultivarlo.
La creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e
Iberoamericano Manuel Dorrego puede ser una gran ocasión para profundizar el
debate sobre nuestro pasado. O convertirse en otra oportunidad perdida. Las
declaraciones de Pacho O’Donnell, director del instituto, en un reportaje que le
hace La Nación, no son muy tranquilizadoras en este sentido. El conocido
escritor formula ideas que resultan anfibológicas y un poco acomodaticias frente
al diario guardián de la historia oficial. Este no tardó en convocar a pomposas
figuras de la pedana académica para descalificar la iniciativa.
En el reportaje O’Donnell se apresuró a puntualizar que no será objetivo del
Instituto incorporar textos revisionistas a las escuelas secundarias. Estima que
la historia de “ese personaje maravilloso que es Mitre” no será cuestionada.(1)
Nos preguntamos entonces para qué ha sido fundado el instituto. Pues si algo
requiere este país es una visión que ponga en discusión –en sede escolar,
universitaria y en los institutos militares- la pesada carga de una manera de
comprender a la Argentina forjada en el siglo XIX a partir del interés coaligado
de la burguesía comercial porteña, los usufructuarios de la renta agraria y la
presencia del poder imperial de origen británico, que encontró en los libros
fundadores de Mitre y de Sarmiento la base conceptual que suministró el relato
que necesitaba para consolidar intelectualmente lo que ya había logrado con las
armas.
Mitre puede haber sido una personalidad interesante –en extremo interesante,
diríamos, en tanto fue protagonista de una aventura militar, política e
intelectual de gran envergadura- pero de ahí a evaluarla como maravillosa dista
un largo trecho. Lo mismo cabe decir respecto del sanjuanino, con el aditamento
de que fue un escritor genial, capaz de generar la primera interpretación
sociológica –a nuestro entender errada, pero coherente en su aptitud de síntesis
y convincente por las dotes artísticas de su autor- de una peripecia argentina e
iberoamericana que nos ha influido durante mucho tiempo. Pero conviene resaltar
que hay una distancia abisal entre esos personajes y los epígonos que en el
presente se remiten a ellos.
Ahora bien, aunque en principio el Instituto Manuel Dorrego no brinde todas las
esperanzas que cabría alentar, su presencia y la puesta en marcha de un
organismo que podría salir a polemizar con la ficción narrativa oficial ha
bastado para inquietar a los guardianes de la ortodoxia. La Nación,
editorialmente y también a través de la pluma de Beatriz Sarlo, monta un
escándalo en torno del tema. Alerta sobre “una operación montada desde la Casa
Rosada que tenga como meta instaurar un pensamiento único del pasado”.
Asombroso, dado que el discurso único sobre el pasado es el que se ha ejercido
desde siempre en los grandes medios de prensa y en el ámbito del jardín de
Academo. Cualquier iniciativa heterodoxa chocaba con la “pedagogía de las
estatuas”, a que se refería Ricardo Rojas (2) y era en consecuencia excomulgada.
Con posterioridad al auge de la historia liberal, pero complementándola sin
sustituirla, los aportes de la Escuela de la Historia Social que tiene a Tulio
Halperín Donghi como figura de proa, vinieron a configurar la superestructura
que hoy ejerce el poder del magisterio en la enseñanza de la historia nacional.
En especial en la UBA, que es el cuerpo que concentra la mayor cantidad de
alumnos y gabinetes de investigación. El rasgo característico de esta escuela es
ilustrar y enriquecer la historia, pero sin cuestionar la línea interpretativa
oficial.
Es sobre la especialización y el manejo de una metodología que se considera debe
estar provista de títulos que corroboren una aptitud técnica, el punto sobre el
que La Nación y Sarlo hacen hincapié. Hay reglas que deben pautar la disciplina
de la historia, diferenciándola de su divulgación novelesca, aducen. Esto es muy
cierto. Pero no hay motivo para suponer, como dice Sarlo, que el revisionismo
sea una especie de fósil, que sólo interesa a los literatos aficionados y a los
CEO de las “grandes” editoriales en busca de versiones dinámicas del pasado,
mientras que el mismo revisionismo es objeto de estudio de parte de los
gabinetes universitarios que se ocupan de él sólo como si de una especie
extinguida se tratase.
Hay un deliberado juego de confusión en esta versión que manejan los CEO – en
este caso de los grandes medios de comunicación- a través de sus diligentes
empleados. En la última década han proliferado las biografías, novelas y
programas de televisión que hurgan en el revisionismo para tejer con elementos
entresacados de él una apariencia de iconoclastia que pondría en tela de juicio
precisamente a la “pedagogía del mármol”. Pero se trata de obras que si resultan
inquietantes es por la banalización y el abaratamiento del concepto del
revisionismo pues, lejos de aportar nada a los rasgos clave que distinguieron a
la formación o deformación de la Argentina como estado, se ocupan más bien de
intrigas de alcoba o de la reevaluación sensacionalista de algunos datos
biográficos de San Martín o de Bolívar, que redundarían en su caracterización
como agentes británicos o poco menos. Estas aproximaciones no cuestionan en el
fondo a ninguno de los dogmas de la historia mitrista –que tiene en su núcleo el
papel determinante de la intervención inglesa en la independencia argentina-,
sin poner en su verdadera luz el carácter de esa intervención, que estaba en
directa contraposición a lo buscado por los padres fundadores, más allá de las
obligadas oscilaciones tácticas de su política. Esto es, la construcción de una
nación suramericana con arreglo a la organización mundial que estaba madurando
después de la derrota napoleónica.
En la versión del órgano de los Mitre y en su traducción por Beatriz Sarlo el
revisionismo vendría ser, hoy, una olla donde se revuelven temas más bien
sensacionales y que extrae su popularidad de una versión simplista del pasado,
“con buenos y malos, élites y masas, pueblos y oligarquías enfrentados en una
wagneriana guerra prolongada. Todo fácil de leer”. Hay una connotación
despectiva en estas líneas de Sarlo, que rematan afirmando que una sola página
de Halperín Donghi convierten a “diez novelas revisionistas en una canción
alpina”…
La negación de la entidad académica del revisionismo fue un caballito de batalla
de quienes se ocuparon, justamente, de que este no llegara a las cátedras, o que
lo hiciera a partir de exponentes de derecha, acuñados en los años 20 y 30 y
entroncados con una tradición nacionalista muy virada al catolicismo,
conservatismo y militarismo, rasgos que no los hicieron populares entre la
juventud universitaria, más allá de las altas cualidades que algunas de estas
figuras investían en el plano intelectual. Sarlo no hace mención, sin embargo, a
otra vertiente del revisionismo contemporánea a esta, que arranca con Adolfo
Saldías, se prolonga con Ricardo Rojas y Manuel Ugarte y aborda el problema
nacional desde una postura que se configura como la matriz de FORJA y luego de
la corriente revisionista de la izquierda nacional que revolucionó, desde una
perspectiva marxista arraigada en el país, todos los contenidos de la biblia
mitrista.
Para la pedagogía del sistema todo es factible siempre y cuando no se objete a
los pilares fundamentales de la doctrina de la civilización y la barbarie. Este
hilo rojo es reconocible en el encono con que los grandes medios de prensa
enfrentaron al yrigoyenismo y al peronismo, y en la conspiración constante con
que intentaron derrocarlos en cuanta oportunidad propicia se les presentó. En
cuanto al revisionismo –en particular el popular y latinoamericano-, frente a
sus propuestas teóricas opusieron las más de las veces un sepulcral silencio.
Ningunearon a sus representantes ignorándolos olímpicamente. Ni Arturo Jauretche,
ni Raúl Scalabrini Ortiz, ni Jorge Abelardo Ramos, ni Juan José Hernández
Arregui, ni Norberto Galasso, ni figuras del interior como Alfredo Terzaga o
Fermín Chávez, encontraron la repercusión crítica que sus trabajos ameritaban.
Esa corriente se abrió paso, sin embargo, y fructificó de una manera que es hoy
difícil de soslayar cuando algunos teóricos de fuste con reconocimiento
internacional y alcance mediático –como Ernesto Laclau- la reivindican, y sobre
todo cuando existe un difuso requerimiento popular por abrevar en nuevas
fuentes.
El argumento vinculado a la necesidad de contar con la patente de especialista
para indagar en la historia y para producir una obra de valor heurístico y
hermenéutico, tiene mucho de pedante y contrasta con grandes ejemplos
provenientes de la realidad. Desde la perspectiva de La Nación, Carlos Marx y
Friedrich Engels hubieran sido unos simples aficionados. Y los teóricos rusos
del bolchevismo –fusilados por Stalin por razones no exactamente científicas- en
definitiva habrían merecido su destino por no haber sido avalados por la
Academia de Ciencias de la URSS…
Este es un ejemplo extremo, pero tal vez no tan paradójico como aparenta serlo.
El viejo debate a propósito de la imparcialidad de los estudios históricos se
asemeja al que ahora gira en torno del periodismo “militante” o el periodismo
“independiente”. No hay ni periodistas independientes ni existen historiadores
que se eleven “au dessus de la melée” para sentenciar desde un cielo olímpico
sobre lo que es verdadero y lo que no lo es, sobre lo que resultaba válido como
consecuencia de una situación social dada, y sobre lo que no era sino una
pretensión desatinada dirigida a estrellarse contra el Deus ex machina de una
historia predeterminada por causalidades sociales irrevocables.
Todos los historiadores juzgan a partir de los conflictos del presente. No son
nunca imparciales, ven a través de la lente de sus intereses y simpatías. A lo
que pueden aspirar, eso sí, es a resultar objetivos; esto es, a no mentir ni a
escamotear los datos que resulten incómodos a su propia perspectiva.
El mismo Tulio Halperín Donghi –que es un autor de obligada lectura, aunque no
nos resulte afín- dice en un reportaje aparecido en el suplemento cultural de La
Nación del 13 de febrero de 2008, que “cuando hago una reconstrucción histórica
de alguna manera, lo que es un poco desleal, es lo que tengo adentro, pero no
muestro… Para hacer historia hay una etapa en que se junta todo y otra en la
que, desde una perspectiva militante, se explica la versión que a uno le gusta”.
(3) A confesión de parte…
La búsqueda de los orígenes de nuestra configuración cultural y social es
inescindible del revisionismo, y es sólo a su luz que se explican los
antagonismos que han desgarrado a esta sociedad y que siguen trabajándola en el
presente. Mal que les pese a los historiadores de oficio, la batalla entre
unitarios y federales sigue gravitando sobre la conciencia de los argentinos, y
la panoplia ideológica en cuya matriz el bando vencedor en las luchas civiles
conformó al país, requiere de un trabajo de estudio y demolición solo a partir
del cual se podrá airear el pasado y devolvernos a una conciencia más armónica
de nuestra realidad. Sólo en esta conciencia podremos encontrarnos y hallar al
menos un piso común en el cual pararnos y distinguir el sentido de nuestras
diferencias.
Notas
1) La Nación, lunes 29 de Noviembre de 2011.
2) Citado por Norberto Galasso en Historia de la Argentina. Ediciones Colihue,
2011.
3) Referencia tomada de Norberto Galasso, op.cit. página 63.
http://www.enriquelacolla.com/sitio/notas.php?id=258
La
discusión histórica es siempre sobre el presente
Por Hugo Presman
3-12-2011
En nuestro país hay una historia oficial escrita por los triunfadores de la
guerra civil del siglo XIX. Miles y miles de estudiantes aprendieron esa versión
en los libros de Alfredo Bartolomé Grosso, de Astolfi, de Ibañez, de Romero.
Eran los divulgadores de la historia escrita por Bartolomé Mitre, que en su
versión infantil la contaba e ilustraba la revista Billiken. Eran, usando un
lenguaje actual, los dueños del relato. Los que convalidaban los argumentos y
las razones de una Argentina agropecuaria inserta en el concierto mundial como
proveedora primaria de la Inglaterra industrial que suministraba los productos
industriales que necesitábamos. Era la historia escrita por los vencedores que
se asumían como la civilización que había derrotado a la barbarie representada
en los caudillos provinciales. Bajo esas denominaciones ostentosas y falsas se
ocultaba lo esencial: los triunfadores eran los comerciantes importadores del
puerto de Buenos Aires y los hacendados de la provincia. Mitre colocó de un
mismo lado a adversarios irreconciliables como Rivadavia y San Martín. El
fundador de "La Nación" representaba los mismos intereses portuarios que aquel
al que calificó generosamente como " el más grande hombre civil en la tierra de
los argentinos". La visión de ambos era pequeña y estrecha. Era la de un país
pequeño prolongación colonial de Europa. Despreciaban a las provincias y
carecían de la idea continental de San Martín, Artigas, Monteagudo, Moreno,
Felipe Varela o Bolívar. Mitre en representación de los comerciantes del Puerto
de Montevideo y Buenos Aires y en alianza con la nobleza portuguesa asentada en
el Brasil, subordinada a Inglaterra, consumaron uno de los genocidios más
notables del siglo XIX, arrasando el Paraguay, el estado más desarrollado de
entonces, que lo había logrado con un férreo proteccionismo alejado a las
banderas librecambistas portuarias y mitristas.
A lo largo de los siglos XIX y XX surgieron visiones alternativas como bien
apunta Hernán Brienza en Tiempo Argentino del 29 de noviembre: "Hay varias
líneas del revisionismo; desde el nacionalismo oligárquico y católico, como los
hermanos Irazusta, por ejemplo, pero también desde el liberalismo como Adolfo
Saldías; desde el republicanismo, como Ricardo R ojas; desde el radicalismo
yrigoyenista, como Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz; desde el
trotskismo, como Jorge Abelardo Ramos ( ¿ y Milcíades Peña?); desde el marxismo
como Hernández Arregui". Brienza omite a Juan Bautista Alberdi, el más notable
analista de la segunda mitad del siglo XIX, cuya crítica al general que comandó
las tropas en la guerra de la Triple Infamia , es una de las más certeras y
lapidarias. El notable tucumano reflexionaba sobre historia, actualidad y
política escribiendo: "Entre el pasado y el presente hay una filiación tan
estrecha que juzgar el pasado no es otra cosa que ocuparse del presente. Si así
no fuere, la historia no tendría interés ni objeto. Falsificad el sentido de la
historia y pervertís por el hecho toda la política. La falsa historia es origen
de la falsa política"
LA CREACIÓN DEL INSTITUTO NACIONAL DEL REVISIONISMO
La creación de un Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e
Iberoamericano Manuel Dorrego ha alborotado a los sostenedores y beneficiarios
de la historia oficial. Los neomitristas académicos, Mirta Zaida Lobato, Hilda
Sábato y Juan Suriano que se cobijan bajo la figura de Tulio Halperín Donghi,
que calificó al peronismo con la poca académica denominación de mamarracho,
emitieron un comunicado en el que afirman: "El decreto pone al desnudo un
absoluto desconocimiento y una desvalorización prejuiciosa de la amplia
producción historiográfica que se realiza en el marco de las instituciones
científicas del país - universidades y organismos dependientes del Conicet,
entre otras- siguiendo las pautas que impone esa disciplina científica pero a su
vez respondiendo a perspectivas teóricas y metodológicas diversas"
Beatriz Sarlo, desde las páginas de La Nación, donde es columnista destacada
escribió bajo el título de "Puede ser arcaico, o puede ser peligroso": ". El
Instituto de Doctrina podría convertirse en un rincón arcaico y polvoriento.
Pero también podría ser un centro que irradie su "historia" a la escuela. Allí
se convertiría en algo más peligroso." En cualquier nivel de enseñanza, se deben
abrir el juego a todas las interpretaciones históricas. Es llamativo que a la
republicana escritora no le resulte arcaico y peligroso que los alumnos sólo
accedan a la versión oficial, esa que configuró el fundador del diario al que
defiende en forma solapada. Luis Alberto Romero, el hijo José Luis Romero,
rector interventor de la Universidad de Buenos Aires de la Revolución Fusiladora
expresó: " El Estado asume como doctrina oficial la versión revisionista del
pasado. Descalifica a los historiadores formados en sus universidades y
encomienda el esclarecimiento de "la verdad histórica" a un grupo de personas
carentes de calificaciones. El Instituto debe inculcar esa "verdad" con métodos
que recuerdan las prácticas totalitarias. Palabras, quizás, pero luego vienen
los hechos".
Fabián Bosoer desde Clarín, bajo el título "Sintonía fina en la historia"
escribió: "La presidenta explicó días atrás, en su discurso en la UIA, la
diferencia entre Argentina y los EE.UU: "Nosotros perdimos en Caseros; ellos
ganaron la Guerra de Secesión, y por eso fueron la potencia industrial más
fuerte del mundo". Bosoer le contesta: " Acaso la diferencia principal no sea
que allí ganaron los que aquí perdieron sino que allí la guerra civil terminó en
el siglo XIX, mientras aquí continúo de distintas formas a lo largo de nuestra
historia; hoy reactualizado bajo la forma de "batalla de los relatos".
El periodista de Clarín parece ignorar que el modelo triunfante a partir de la
batalla de Pavón ( 1861), combate inexistente que Mitre ganó porque Urquiza se
retiró sin luchar, y que dio inicio a una cacería en las provincias norteñas por
los coroneles del traductor de la Divina Comedia. Ese modelo de economía
primaria exportadora manifestaría sus límites en las crisis del capitalismo
mundial ( Primera Guerra Mundial, crisis de 1929) y por sus fracturas entraría
la industria de sustitución de importaciones que acogería a los descendientes de
los derrotados en la guerra civil del siglo XIX. Esos dos modelos en pugna, en
un equilibrio inestable, tienen historias diferentes y referentes antagónicos.
Cuando fue derrocado el peronismo en 1955, los triunfadores reivindicaron la
línea Mayo-Caseros, identificando a Perón con Rosas y la denominaron "la segunda
tiranía". La misma línea levantaron en forma implícita los golpes de 1966 y
1976, todos ellos apoyados por el diario La Nación, el guardaespaldas que dejó
Bartolomé Mitre y desde donde diferentes escribas e historiadores dan clases de
republicanismo y de ética histórica.
EL INSTITUTO Y PACHO O` DONNELL
Mario O`Donnell es un meritorio divulgador histórico y un revisionista
contradictorio. En una nota publicada en Tiempo Argentino el domingo 27 de
noviembre, bajo el título "La soberanía cultural" nos da pautas implícitas sobre
el nuevo Instituto: "¿ Por dónde empezar la lucha por la soberanía cultural?
Cabe a los intelectuales desarrollar lo que nos ayudará a la comprensión, pero
valdrán sobre todo las pequeñas acciones; por ejemplo pensar si no es víctima
del deseo ajeno inoculado cuando estamos dispuestos a pagar una fortuna por ver
a treinta metros de distancia a un envejecido rockero norteamericano y en cambio
convencernos de que el rock nacional, el tango, el folklore, también la cumbia,
no son músicas devaluadas, "grasas" sino que expresan a sectores importantes de
nuestra sociedad, sobre todo populares, y ello las valida por encima de todo
juicio "contaminado" por el vasallaje cultural. También será resistencia hacer y
hacerse preguntas incómodas: ¿por qué a Jauretche, a Scalabrini Ortiz, a
Abelardo Ramos prácticamente no se estudia en las universidades nacionales? ¿
Por qué personajes tan cuestionables, tan funcionales as la dominación imperial
económica, política y cultural se los exalta hasta el procerato y a alguno hasta
se le honra con la avenida más larga del mundo? ¿O será justamente por eso que
se los exalta? Preguntarse también: ¿ por qué se ha extirpado de nuestra
historia oficial a los pueblos originarios, que resistieron a la conquista
europea que nutrieron de heroísmo a los ejércitos de nuestra independencia?
¿Será porque constituyen hoy, su sangre mezclada, las fuerzas del trabajo
nacional, "los cabecitas negras de Evita"? Convencernos que abjurar de nuestro
nacionalismo o confundiéndolo con chauvinismo, fascismo, es hacerle el campo
orégano a los nacionalismos codiciosos de los imperios...Citando a mi amiga, la
rectora de la Universidad de Lanús, Ana Jaramillo: "Si alguna vez fue necesaria
la sustitución de productos importados, hoy es necesario la sustitución de ideas
importadas"
O´Donnell tiene una trayectoria política sinuosa, es un revisionista
contradictorio y a su vez autor de libros meritorios. Presidirá el Instituto
revisionista y sostiene que el objetivo es "profundizar el conocimiento de la
vida y obra de los mayores exponentes del ideario nacional, popular federalista
e iberoamericano".
Del radicalismo, en sus diversas variantes, pasó al justicialismo menemista.
Dice que fue menemista porque todo el peronismo lo fue y que se alejó cuando
buscó la re- reelección. Hacerse peronista con Menem no es precisamente un
título de honor. Es entrar al movimiento nacional y popular a través de su
claudicación. Su facilidad para el elogio infundado ya lo había demostrado en el
prólogo de las memorias de Carlos Menem llamadas "Universos de mi tiempo. Un
testimonio personal" en 1998, en donde le llegó a dedicar frases como estas: "
Desde el primer momento en que lo conocí quedé impresionado por su
inteligencia..Menem ha sido, en muchos sentidos un visionario..Nunca hizo alarde
de su elevada cultura que fue forjando en la lectura de libros y en la
frecuentación de maestros. Fue El Gran Transformador..La vida y la obra de Menem
son justicialistas por espíritu y metodología".
Como la historia es según Arturo Jauretche, la política del pasado, como la
política es la historia del presente, las debilidades o el oportunismo de Pacho
se exteriorizan en su revisionismo mitrista. Reivindica correctamente a los
caudillos federales y tiene una mirada condescendiente del instigador del
asesinato de algunos de ellos. Es en términos actuales es una posición
duhaldista hacia el pasado aunque se proclama fervorosamente kirchnerista.
O´Donnell, como hábil equilibrista, es revisionista en muchos aspectos pero al
mismo tiempo no quiere romper con el guardaespaldas que dejó Mitre en cuyas
páginas llegó a defender la guerra de la triple infamia. Ser revisionista
mitrista es como atacar en materia futbolística lo que sucede en la AFA y
defender al mismo tiempo a Grondona. O criticar la dictadura establishment
-militar y defender a Videla. Incluso ahora que desde La Nación critican a
O´Donnell recordándole " que participa en la televisión de las campañas
publicitarias del gobierno", no tiene empacho en afirmar: " La historia de Mitre
no será cuestionada. Yo soy un revisionista que nunca ha hecho antimitrismo...La
historia oficial nace de ese personaje maravilloso que es Mitre". LaNación,
lunes 28 de noviembre de 2011.
Si Mitre colocó arbitrariamente en la misma trinchera a enemigos
irreconciliables como San Martín y Rivadavia, O´Donnell con el mismo método
manifiesta su admiración por los caudillos federales sobre los cuales ha escrito
conmovedoras páginas y enaltece al enemigo y asesino de algunos de ellos como
Bartolomé Mitre. Siguiendo el mismo criterio, algún divulgador histórico del
siglo XXII, imitando a Mitre y O´Donnell podrá escribir páginas emotivas sobre
las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y reivindicar a los terroristas de estado,
colocando a todos en la misma trinchera histórica.
LA DISCUSIÓN HISTÓRICA ES SIEMPRE SOBRE EL PRESENTE
Es positiva la creación del Instituto, más allá de las debilidades políticas e
históricas de su presidente. La reacción de los beneficiarios de la historia
oficial es lógica y reafirma la posición habitual de esos sectores que sólo son
democráticos en la medida que sólo ellos puedan expresarse. No se está
discutiendo sólo el pasado, sino fundamentalmente el presente. Ese que le
produce escozor al republicano periodista Nelson Castro, o pone histérico al
propagandista primariamente liberal Marcelo Longobardi.
Lo confirma indirectamente el historiador académico Luis Alberto Romero que
desde la tapa de La Nación (¿Donde sino?) del 30 de noviembre escribió: "La
retórica revisionista, sus lugares comunes y sus muletillas, encaja bien en el
discurso oficial. Hasta ahora, se lo habíamos escuchado a la Presidenta en las
tribunas, denunciando conspiraciones y separando amigos de enemigos. Pero ahora
es el Estado el que se pronuncia y convierte el discurso militante en doctrina
nacional. El Estado afirma que la correcta visión de nuestro pasado-que es una y
que él conoce- ha sido desnaturalizado por la "historia oficial", liberal y
extranjerizante, escrita por los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX".
Los historiadores profesionales quedamos convertidos en otra "corpo" que miente,
en otra cara del eterno "enemigo del pueblo"". En una frase final, Romero
defiende su quiosco y el medio que lo proteje, involucrados en el neologismo
corpo.
Es preciso tener siempre presente aquel proverbio africano: "Hasta que los
leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacerías seguirán
glorificando al cazador"
Hace muchos años, el escritor británico George Orwell, aquél de "Rebelión en la
Granja" y "1984" describía lo que aquí se ha intentado de explicar en una frase
de notable precisión: "Quien controla el pasado controla el futuro: quien
controla el presente controla el pasado"
“Encontrar
a mi vieja es ahora el objetivo principal”
La increíble historia de Eduardo, el hijo de Felipe Vallese, primer desaparecido
de la historia política argentina
Por Daniel Enzetti
(15 de mayo 2011) Eduardo de la Peña es el hijo del histórico militante
peronista, quien por ser menor de edad al momento del nacimiento no pudo darle
su apellido. En esta entrevista cuenta cómo busca a su madre, a la que no
conoce, y con la cual Felipe tuvo un fugaz noviazgo antes que lo secuestraran en
1962, para no aparecer nunca más.
Dice que se tuvo que desdoblar. Por un lado, en busca de los responsables de la
desaparición y muerte de Felipe Vallese, su padre, el mítico fundador de la
Juventud Peronista de los ’60. Por otro, para encontrar y conocer a su madre
biológica, una chica de 16 años que quedó embarazada de Felipe en 1958, y de la
que jamás se supo su nombre. Para eso, para verle la cara y conocer su
identidad, Eduardo de la Peña, que lleva el apellido de la madre adoptiva que lo
crió, hizo y hace de todo: habla con los pocos familiares que le quedan, se
encuentra con compañeros de militancia de Vallese, organiza charlas en
sindicatos, y hasta montó una muestra fotográfica sobre Felipe que exhibe en
distintas instituciones, con la esperanza de que alguien le pase algún dato que
lo ayude.
“Me dediqué a investigar a fondo sobre mi propia vida desde que trabajo en la
Secretaría de Derechos Humanos de la Nación –cuenta–, a partir de 2005. Siempre
había tratado de buscar elementos sobre mi viejo, sobre la familia, pero no
encontraba la punta del ovillo, por dónde arrancar. Después se me ocurrió lo de
las muestras fotográficas, que armé con un objetivo principal: encontrar y
conocer a mi madre biológica. Tengo la esperanza de que algún día, del grupo de
gente que ve la exposición y asiste a una charla, se levante alguien de la silla
y me grite ‘Eduardo, yo soy tu mamá’.”
–Vos tenías tres años el día que secuestraron a Felipe, en 1962. ¿Recordás algo?
–Sí, perfectamente. Durante un tiempo tuve una confusión, pensaba que lo habían
levantado de la casa de Paraguay y Montevideo, donde en realidad me llevaron
después de la desaparición. Pero Olga y Raquel, las chicas que me cuidaban en
ese momento, después me aclararon que el operativo fue en realidad en la casa de
Flores, donde vivíamos con otras personas, en Morelos 628.
–¿Qué imagen tenés de ese día?
–Son borrosas, pero pude reconstruirlas con el tiempo. Felipe tenía 22 años, con
un hijo chiquito, y alquilaba una pieza en una vivienda grande, donde habitaban
Agustín Adaro y su mujer Mercedes Cerviño, las hijas Olga y Moni, y además Elbia
de la Peña y su mamá Ofelia. Todos, en mayor o menor medida, militantes
peronistas. En 1958, un año antes de mi nacimiento, se había ido de su casa
peleado con Luis, su padre, un tano bastante duro que de sus cinco hijos siempre
privilegiaba a Ítalo, el mayor de los Vallese. Ese 23 de agosto de 1962 papá se
levantó como todos los días para ir a trabajar, y cuando caminaba a la altura
del 1776 de la calle Canalejas, hoy Felipe Vallese, lo cruzaron tres autos y lo
secuestraron. Minutos antes se había despedido de Ítalo, que iba a Plaza Francia
a encontrarse con la novia. Los tipos tenían todo estudiado, durante dos meses
merodearon el barrio y sabían cada movimiento. Los autos fueron a la plaza, se
llevaron a Ítalo, y después pasaron por Morelos a secuestrar a Elbia, Mercedes y
Agustín. Yo me quedé con los otros chicos, hasta que un mes y medio después
liberaron a todos menos a Felipe, que nunca más apareció. La policía disfrazó
todo, dijo que habían encontrado una célula terrorista.
–Vallese era muy joven, pero sin embargo ya aparecía como uno de los principales
impulsores de la Juventud Peronista.
–No sólo eso, sino que además fundó aquella Juventud al lado de personajes como
Envar El Kadri, Tito Bevilacqua o los hermanos Rearte. Fue un momento muy activo
para mi viejo, que de pintar casas pasó de repente a trabajar en el sector
metalúrgico en la fábrica TEA, de trafilado de hilos de cobre, llevado por sus
amigos Osvaldo y Beto Abdala. Aquella fue la primera “juventud maravillosa”.
Imaginate que había nacido en 1940, así que el golpe de la Revolución
Libertadora lo agarra a los 15 años, en plena efervescencia militante. Papá fue
a la Plaza de Mayo no porque lo arrastraron, sino porque vio pasar a un montón
de camiones por Flores y se le ocurrió preguntar qué ocurría. “Lo quieren sacar
al General”, le gritaron desde una ventanilla, y se colgó del camión que iba
atrás. En TEA era delegado gremial de la planta y había conseguido varias
conquistas, como hacer respetar los horarios de entrada y salida, actualizar los
jornales, contar con vestimenta y refrigerio, mejorar los sueldos y cobrar en
blanco. Pasó algo curioso: en su primer año de trabajo, los dueños de la fábrica
no querían saber nada con mi viejo, lo criticaban por ponerles a todos los
trabajadores en contra. Pero después se dieron cuenta de que las
reivindicaciones a los empleados resultaban beneficiosas, porque la gente, al
estar mejor, producía más y el negocio crecía. Al punto de que cuando lo
secuestraron, los jefes de TEA hicieron una conferencia de prensa donde se
mostraron preocupados por el caso, y prometieron guardar su puesto hasta su
aparición.
–Las crónicas de la época hablan poco de vos, y absolutamente nada de la mujer
de Vallese. Ni siquiera aquellas investigaciones del periodista Pedro Barraza,
el primero que escribió sobre el secuestro. “Una piecita más chica servía de
habitación para Felipe y su hijito”, dice Barraza en una nota, pero nunca avanzó
sobre lo familiar. ¿Dónde está tu mamá?
–Mirá, en los últimos años me la pasé investigando mi propia vida, mis orígenes,
y me desdoblé: por un lado, tratando de llegar al fondo de lo que fue la
desaparición de Felipe. Ahora, el objetivo principal es encontrar a mi vieja.
Por mis investigaciones supe que conoció a una chica en el barrio de Belgrano, y
que después de un noviazgo relámpago la chica quedó embarazada. Pero había un
tema importante: la diferencia social entre mi viejo, de familia trabajadora, y
ella, que tenía una posición económica muy cómoda. Todo esto me lo fueron
contando sus compañeros, sobre todo Osvaldo y Beto. Y una mujer llamada María,
que había conocido a mi papá en esa época y estaba al tanto de varias cosas que
le pasaban. Ahora me estoy concentrando en sus amigos de la secundaria, para ver
si me ayudan.
–¿Qué conocés de la familia de ella?
–Evidentemente a Felipe lo rechazaban, por esas diferencias sociales de las que
te hablaba, y ese rechazo se dio desde el embarazo. Mi viejo la visitaba y todos
lo trataban mal, sobre todo el padre de ella, que le llegó a ofrecer plata para
que se fuera y se “dejara de molestar”. También me enteré de otras cosas: le
dijeron que no se preocupara por la educación del bebé porque iba a estar en los
mejores colegios, y que no viera a mi mamá nunca más. Hasta que Felipe se cansó.
Antes de mi nacimiento le dijo a mi abuelo: “Estoy seguro de que mi hijo va a
ser varón. Cuando nazca lo voy a venir a buscar para llevarlo a vivir conmigo.
Si no lo entrega, lo voy a denunciar en todos los diarios.” Y cumplió la
promesa: cuando yo tenía tres meses fue a buscarme. Mamá era menor de edad,
tenía 16 años, y estaba absolutamente dominada por sus padres. Por otro lado, me
enteré que después del parto se la llevaron a vivir a los Estados Unidos. A
partir de ahí perdí el rastro.
–¿Supiste otras cosas?
–Pocas, porque durante mucho tiempo estuve bloqueado, paralizado. Del lado de
los hermanos de papá no conseguí nada; e incluso con Ítalo me llevo bastante
mal, ni siquiera me considera hijo de Felipe, y mucho menos su sobrino. Los que
sí me dieron una mano fueron Beto y Osvaldo, pero no mucho, porque mi viejo era
muy reservado y no contaba detalles de su vida ni a sus amigos más cercanos. Por
ellos me enteré de que Felipe me llevó a Morelos a los tres meses, que no pudo
darme su apellido porque también él era menor de edad, y que por eso la que me
crió fue Elbia. Mi partida de nacimiento marca como fecha el 13 de julio de
1959, pero en realidad ese día fue cuando Elbia me anotó como hijo suyo en el
Registro. Ella ya sabía que Felipe iba a tener un hijo, y como él tenía miedo de
que me pasara algo por su actividad política, no dudó en ser mi madre adoptiva.
Lo de Elbia fue increíble, consiguió que una amiga partera constatara mi
“nacimiento”, y de esa manera protegerme.
–Antes explicabas que estuviste paralizado durante mucho tiempo. ¿Las ganas de
saber fueron graduales, o hubo algún hecho en particular que te movilizó?
–Nos mudamos a Versalles cuando tenía cinco años, y un día, revisando papeles,
un afiche me llamó la atención. Decía: “Vallese no aparece, un pueblo que
estremece.” Siempre me hacía preguntas: quién era mi papá, dónde estaba, por qué
nunca venía a las reuniones del colegio. Hasta que a los seis años, con un
lenguaje que trataba de ser claro, Elbia me dijo que ella no era mi mamá
biológica, que mi viejo era un militante peronista, y que lo habían secuestrado.
Pero recién en el colegio secundario tomé conciencia de quién era Felipe Vallese
políticamente. Y hablo de un momento jodido, pensá que la secundaria la hice
entre 1973 y 1977, gobierno de Isabel, Triple A, dictadura. Me iba enterando de
cosas a cuentagotas, y siempre me machacaba en la cabeza no saber dónde estaba
mi vieja. Me deprimía soportar el peso de un padre desaparecido y una madre a la
que no conocía, y la parálisis hacía que no me acercara a gente que había
conocido a papá y que por ahí me hubiera ayudado más. En 2003, cuando desde el
Estado nacional se empezó a impulsar con más fuerza toda la cuestión de los
Derechos Humanos y la historia reciente, me dieron ganas de saber más cosas.
Pero sí, hubo un día clave que me marcó: el 31 de mayo de 2006, cuando
detuvieron a Juan Fiorillo por el caso de la nieta de Chicha Mariani, y que
también había estado implicado en el secuestro de mi viejo.
–¿Qué pasó ese día?
–Yo trabajaba en un taller mecánico, y a la tarde estábamos con la televisión
prendida. Vimos una nota que hablaba de la responsabilidad de Fiorillo en el
caso de la nieta de Chicha, y también se hablaba de Vallese. Por supuesto eran
cosas que yo sabía, pero escuchar eso en ese momento fue terrible. Estallé, al
otro día renuncié al trabajo, me cambié y fui a sentarme a un banco de la plaza
que está frente al Congreso. De repente se me vino a la cabeza toda mi infancia,
y la carita de mi hija Nayla, que había nacido hacía poco tiempo. Lo único que
hice fue llorar, y preguntarme a mí mismo por dónde empezar a saber quién era.
Se trataba de cosas que venía juntando, sensaciones, sentimientos, impotencia,
dudas, y de repente explotaron. Hablé con Ricardo, uno de mis tíos, que me contó
algunas cosas. Y me encontré con María Zenzerovich, a la que Elbia le tiraba las
cartas, y conoció a mi papá en aquellas visitas a la casa de Morelos. Pero soy
consciente de que pasan los años, la gente se va muriendo, y cada vez queda
menos tiempo. A veces pienso que la esperanza es alguien que tenga la intuición
de que se va a morir, alguien que tiene el secreto guardado, y que para quedarse
tranquilo me llame un día y me cuente todo.
–¿Es verdad que una vez fuiste al programa televisivo Gente que busca gente?
–Sí, y agradezco lo que hicieron, pero no conseguí mayores datos. Incluso lo
entrevistaron a Félix Luna, y ni siquiera él sabía que Vallese había tenido un
hijo.
–¿Cuándo fue el momento en que estuviste más cerca de encontrar lo que buscás?
–Una tarde hablando con Osvaldo, íntimo de papá. Me llamó nervioso: “Eduardito,
vení que tengo que contarte algo, porque no voy a poder dormir.” A los pocos
minutos estaba tocándole el timbre. Recordó una conversación con Felipe, un día
cuando volvían de la fábrica. Mi viejo le dijo: “No sabés la macana que me
mandé… fulana de tal quedó embarazada.” La tristeza y la bronca que tenía
Osvaldo con él mismo era que no se acordaba cómo se llamaba la chica, y por eso
nunca me había dicho nada de ese encuentro, no quería que me hiciera ilusiones.
¿Sabés qué hice? Agarré un cuaderno viejo y escribí 250 nombres de mujer, se lo
llevé y le pedí que los viera uno por uno, para ver si eso lo ayudaba a
recordar. Pero no funcionó. Igual, la sigo buscando.
15/05/11 Tiempo Argentino
Fuente en Internet: http://www.elortiba.org/
Diciembre de
2001
Con la Navidad ya próxima el MODELO
NEOLIBERAL inaugurado a sangre y fuego por la dictadura cívico-militar en 1976,
continuado durante la democracia semicolonial de Ricardo Alfonsín y profundizado
en los años de la década infame menemista, implosiona durante la impresentable
presidencia de Fernando de la Rua. El Ortiba te presenta una selección de
imágenes que permiten recordar aquellos días para que nunca más tengamos que
reiterarlos. Por la memoria total de nuestro pasado reciente!!
Política
latinoamericana
Carta de Perón al General Prats
Buenos Aires, 20 de noviembre de 1973
Señor Gral. Don Carlos Prats,
Mi estimado amigo: He recibido su grata carta en momentos de hacerme cargo de la
presidencia. Con viva y sincera emoción le agradezco sus cálidas felicitaciones
y sus buenos deseos de éxito en mi difícil misión. Le ruego me perdone el haber
demorado en contestarle, asuntos impostergables me lo impidieron. Hoy con sumo
placer me dispongo a reanudar nuestro diálogo.
Tiene usted toda la razón cuando afirma que la historia habrá de ofrecernos más
de una sorpresa como la de Chile. Una de las causas de la derrota de una
revolución radica en que muchas veces los revolucionarios creen que puede
realizarse incruentamente. ¡Craso error! Los ejemplos de México, Argentina,
Santo Domingo, Bolivia y últimamente Chile demuestran lo contrario. En todos los
países mencionados la reacción demostró a los revolucionarios lo caro que
debieron pagar por su humanitarismo.
El Presidente Allende me escribía que permanentemente sentía como un contacto
físico los tentáculos del imperialismo, que día a día iban paralizando con mayor
brutalidad el cuerpo ya enfermizo de la economía nacional, amenazando con
asfixiarlo. Esto es corriente en América Latina.
Usted me decía que el destino de un país, como o confirma lo sucedido en Chile,
en mucho depende de la coordinación y unidad de las diferentes organizaciones y
partidos distantes entre sí por sus idearios políticos. Nada más cierto.
Desgraciadamente constatamos en América latina, aunque parezca anacrónico, una
abundancia de dirigentes empeñados en un mismo objetivo, que no atinan a ponerse
de acuerdo para lograrlo, entran en conflicto entre sí, se pelean, siembran la
desunión y la discordia debilitando a sus países en beneficio del imperialismo.
Es una pena el que tales dirigentes no quieran o no puedan comprender el
carácter popular de la revolución y se dediquen a acciones que perjudican a la
misma, provocando al pueblo a manifestaciones que acarrean desórdenes e
incidentes sangrientos.
Estoy plenamente de acuerdo con usted que tanto en Chile como en la Argentina no
podrá detenerse el movimiento revolucionario si las masas presionan con firmeza
y decisión para que asi sea. Se observa algo semejante en otros países del
continente, lo que atestiguan numerosas declaraciones de dirigentes políticos y
sindicales y los comunicados de los acontecimientos que a diario suceden. En las
circunstancias actuales esto no es suficiente, todos sabemos que la lucha
depende en mucho de las posibilidades materiales y financieras del movimiento
revolucionario y del apoyo moral del exterior. Basta recordar que en 1969 nos
dedicamos a la tarea de constituir un fuerte movimiento de solidaridad con la
revolución boliviana. Hoy vemos la necesidad de unificar las fuerzas
revolucionarias, especialmente las latinoamericanas, en un potente movimiento de
solidaridad con la lucha del pueblo chileno, movimiento, que a no dudarlo,
aportará una contribución importante al triunfo definitivo de las fuerzas
populares en ese país.
Comparto su juicio de que el destino de un país dependerá principalmente de las
relaciones del gobierno con las Fuerzas Armadas, en una palabra de la tendencia
que predomine dentro de éstas. Es muy justo lo que usted menciona sobre el
proyectado plan de los Estados Unidos de modificar el estatuto de la OEA. Si los
altos mandos de las Fuerzas Armadas latinoamericanas lo apoyan, tendremos que
afrontar duras pruebas, ya que estas modificaciones tienden a la formación de
bloques militares en América latina. Traerían como consecuencia la desunión y
permitirían a los yanquis instaurar en el hemisferio su anhelado teatro de
títeres políticos. Si llegara a suceder, ni imaginarlo quiero. América latina se
atrasaría un siglo en el camino de su desarrollo económico y su progreso social.
Esta perspectiva debe impulsarnos a poner al descubrimiento los pérfidos planes
de los Estados Unidos, sus intenciones inconfesables de "pentagonizarnos", de
convertir nuestros territorios en polígonos destinados a probar armas, en plazas
de armas que servirían a sus fines estratégicos.
Es indudable que el verdadero contenido de la política norteamericana en América
Latina debe ser analizado a la luz de los fines globales de su gigantesca
maquinaria bélica. En realidad todos los planes de ayuda a nuestros países, la
política de exportaciones, el sistema de financiación del desarrollo industrial
están sometidos a los intereses de los planes estratégicos del Pentágono. Esto
explica el gran interés del Pentágono en el perfeccionamiento de nuestro sistema
de comunicaciones, en la adquisición de materias primas estratégicas, en el
desarrollo acelerado de ciertas industrias, etc.
Reconozcamos que una de las causas principales de los duros reveses sufridos por
las fuerzas democráticas de América latina reside en no apreciar debidamente el
rol de los Estados Unidos, responsables de la mayoría de los golpes de Estado.
Sus manos están manchadas con la sangre de miles y miles de latinoamericanos
caídos en la lucha por la libertad y la independencia. No hay un sólo país
latinoamericano que no haya sufrido la intromisión descarada de los monopolios
norteamericanos, verdaderos ejecutores de la política exterior de su país.
Se equivocan los que afirman que respecto a Estados Unidos estamos viviendo un
período de calma. Y qué calma es ésta cuando están realizando toda clase de
actividades secretas, soborno de políticos y funcionarios gubernamentales,
asesinatos políticos, actos de sabotaje, fomento del mercado negro y penetración
en todas las esferas de la vida política, económica y social. Sobre nuestros
países vuelan los aviones militares norteamericanos, mientras nuestro suelo
permanece en poder de sus monopolios, con bases militares. Y a esto se añaden
centenas de establecimientos menores, como estaciones meteorológicas, o
sismológicas, capaces de convertirse en centros de terrorismo y agresión.
No estamos suficientemente bien informados de las actividades del imperialismo
en el derrocamiento de los regímenes democráticos de Brasil, Chile, Bolivia,
Uruguay y otros países. Pero poseo informes detallados de la actual arremetida
del imperialismo americano en la Argentina. Los yanquis se preparan para un
"nuevo diálogo después de Perón". Claramente les decimos que les espera el
fracaso. La Nación entera se pondrá de pie. Todos los argentinos se levantarán
en defensa de la soberanía nacional. Todos los pueblos hermanos de América nos
apoyarán.
Un gran abrazo.
Juan Domingo Perón
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
Seguir viviendo sin tu amor. Tributo a Luis Alberto Spinetta (1950-2012)
Noam Chomsky considera mortal para EE.UU la progresiva independencia e integración de América Latina
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