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Ciencia Política
La ciencia de la política
(1)
Por Antonio Gramsci
La innovación fundamental introducida por la filosofía de la praxis en la
ciencia de la política y de la historia es la demostración de que no existe
una "naturaleza humana" abstracta, fija e inmutable (concepto que deriva
del pensamiento religioso y de la trascendencia), sino que la naturaleza
humana es el conjunto de relaciones sociales históricamente determinadas,
es decir, un hecho histórico verificable, dentro de ciertos límites, con
los métodos de la filología y de la crítica. Por lo tanto, la ciencia política
debe ser concebida en su contenido concreto (y también en su formulación
lógica) como un organismo en desarrollo. Hay que hacer notar sin embargo
que la formulación dada por Maquiavelo a la cuestión de la política (y la
afirmación implícita en sus escritos de que la política es una ciencia autónoma,
con sus principios y leyes, diferentes de los pertenecientes a la moral
y a la religión, proposición que tiene una gran importancia filosófica,
porque implícitamente innova la concepción de la moral y de la religión,
es decir, innova toda la concepción del mundo) es aún hoy discutida y contradicha,
no habiendo logrado convertirse en "sentido común". ¿Qué significa esto?,
¿significa solamente que la revolución intelectual y moral, cuyos elementos
están contenidos in nuce en el pensamiento de Maquiavelo, no se ha realizado
todavía, no ha devenido una forma pública y manifiesta de la cultura nacional?
¿0 quizás tiene un mero significado político actual, sirve para indicar
la separación existente entre gobernantes y gobernados, para indicar que
existen dos culturas: la de los gobernantes y la de los gobernados; y que
la clase dirigente, como la Iglesia, tiene una actitud hacia los "simples"
dictada por la necesidad de no separarse de ellos, por una parte, y por
la otra de mantenerlos en la convicción de que Maquiavelo no es nada más
que una aparición diabólica?
Se plantea así el problema del significado que ha tenido Maquiavelo en su
tiempo y de los fines que se proponía escribiendo sus libros y especialmente
El Príncipe. La doctrina de Maquiavelo no era en su tiempo puramente "libresca",
un monopolio de pensadores aislados, un libro secreto, que circula entre
iniciados. El estilo de Maquiavelo no es el de un tratadista sistemático,
como los había en el Medioevo y en el Humanismo, sino todo lo contrario;
es el estilo de un hombre de acción, de quien quiere impulsar la acción;
es el estilo de un "manifiesto" de partido. La interpretación "moralista"
dada por Foscolo [1778-1827] es, por cierto, errónea; sin embargo es verdad
que Maquiavelo ha develado algo y no sólo teorizado sobre lo real ¿Pero
cuál era el fin de tal develar? ¿Un fin moralista o político? Se suele decir
que las normas de Maquiavelo para la actividad política "se aplican, mas
no se dicen"; los grandes políticos --se dice-- comienzan por maldecir a
Maquiavelo, por declararse antimaquiavélicos, precisamente para poder aplicar
las normas "santamente". ¿No habrá sido Maquiavelo poco maquiavélico, uno
de aquellos que "saben el juego" y tontamente lo enseñan mientras el maquiavelismo
vulgar enseña a hacer lo contrario? La afirmación de Croce de que, siendo
el maquiavelismo una ciencia, sirve tanto a los reaccionarios como a los
democráticos, como el arte de la esgrima sirve a los señores y a los bandidos,
para defenderse como para asesinar, y que en tal sentido es necesario entender
el juicio de Foscolo, es verdadera en abstracto. El mismo Maquiavelo anota
que las cosas que escribe son aplicadas y han sido siempre aplicadas, por
los más grandes hombres de la historia. De allí que no parezca querer sugerirlas
a quienes ya las conocen. Su estilo no es tampoco el de una desinteresada
actividad científica, ni puede pensarse que haya llegado a sus tesis de
ciencia política por vía de la especulación filosófica, lo que en esta materia
particular tendría algo de milagroso para su época, si aún hoy encuentra
tanta hostilidad y oposición.
Se puede suponer, por consiguiente, que Maquiavelo tiene en vista a "quien
no sabe", que intenta realizar la educación política de "quien no sabe",
educación política no negativa, de odiadores de tiranos como parece entender
Foscolo, sino positiva, de quien debe reconocer como necesarios determinados
medios, aunque propios de tiranos, porque quiere determinados fines. Quien
ha nacido en la tradición de los hombres de gobierno, por todo el complejo
de la educación que absorbe del ambiente familiar, en el cual predominan
los intereses dinásticos o patrimoniales, adquiere casi automáticamente
los caracteres del político realista. Por consiguiente, ¿quién "no sabe"?.
La clase revolucionaria de su tiempo, el "pueblo" y la "nación" italiana,
la democracia ciudadana de cuyo seno surgen los Savonarola y los Pier Soderini
y no los Castruccio ni los Valentino. Se puede considerar que Maquiavelo
quiere persuadir a estas fuerzas de la necesidad de tener un "jefe" que
sepa lo que quiere y cómo obtener lo que quiere y de aceptarlo con entusiasmo,
aun cuando sus acciones puedan estar o parecer en contradicción con la ideología
difundida en la época, la religión. Esta posición de la política de Maquiavelo
se repite en el caso de la filosofía de la praxis. Se repite la necesidad
de ser "antimaquiavélicos", desarrollando una teoría y una técnica de la
política que puedan servir a las dos partes en lucha, aun cuando se piense
que ellas concluirán por servir especialmente a la parte que "no sabía",
porque se considera que es allí donde se encuentra la fuerza progresista
de la historia. Y en efecto se obtiene de inmediato un resultado: el de
destruir la unidad basada en la ideología tradicional, sin cuya ruptura
la fuerza nueva no podría adquirir conciencia de la propia personalidad
independiente. El maquiavelismo, al igual que la política de la filosofía
de le praxis, ha servido para mejorar la técnica política tradicional de
los grupos dirigentes conservadores; pero esto no debe enmascarar su carácter
esencialmente revolucionario, que es sentido aún hoy y que explica todo
el antimaquiavelismo, desde el expresado por los jesuitas hasta el antimaquiavelismo
pietista de Pasquale Villari.
(1) En Tomo IV: Notas sobre Maquiavelo, sobre política y el Estado moderno.
El moderno príncipe, página 31.
Fuente: http://www.gramsci.org.ar/
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Filosofía
El mundo de la
pseudoconcreción y su destrucción
Por Karel Kosik
La dialéctica trata de la "cosa misma". Pero la "cosa misma" no se manifiesta
inmediatamente al hombre. Para captarla se requiere no sólo hacer un esfuerzo,
sino también dar un rodeo. Por esta razón, el pensamiento dialéctico distingue
entre representación y concepto de las cosas, y por ello entiende no sólo
dos formas y grados de conocimiento de la realidad, sino dos cualidades
de la praxis humana. La actitud que el hombre adopta primaria e inmediatamente
hacia la realidad no es la de un sujeto abstracto cognoscente, o la de una
mente pensante que enfoca la realidad de un modo especulativo, sino la de
un ser que actúa objetiva y prácticamente, la de un individuo histórico
que despliega su actividad práctica con respecto a la naturaleza y los hombres
y persigue la realización de sus fines e intereses dentro de un conjunto
determinado de relaciones sociales. Así, pues, la realidad no se presenta
originariamente al hombre en forma de objeto de intuición, de análisis y
comprensión teórica-cuyo polo complementario y opuesto sea precisamente
el sujeto abstracto cognoscente que existe fuera del mundo y aislado de
él-; se presenta como el campo en que se ejerce su actividad práctico-sensible
y sobre cuya base surge la intuición práctica inmediata de la realidad.
En la relación práctico-utilitaria con las cosas, en la cual la realidad
se manifiesta como un mundo de medios, fines, instrumentos, exigencias y
esfuerzos para satisfacerla, el individuo "en situación" se crea sus propias
representaciones de las cosas y elabora todo un sistema correlativo de conceptos
con el que capta y fija el aspecto fenoménico de la realidad.
Sin embargo, la "existencia real" y las formas fenoménicas de la realidad-que
se reproducen inmediatamente en la mente de quienes despliegan una praxis
histórica determinada, como conjunto de representaciones o categorías del
"pensamiento ordinario" (que sólo por un "hábito bárbaro" se consideran
conceptos)-son distintas y con frecuencia absolutamente contradictorias
respecto de la ley del fenómeno, de la estructura de la cosa, o del núcleo
interno esencial y su concepto correspondiente. Los hombres usan el dinero
y realizan con él las transacciones más complicadas sin saber ni estar obligados
a saber qué es el dinero. La práctica utilitaria inmediata y el sentido
común correspondiente ponen a los hombres en condiciones de orientarse en
el mundo, de familiarizarse con las cosas y manejarlas, pero no les proporciona
una comprensión de las cosas y de la realidad. Por esta razón, Marx pudo
escribir que en el mundo de las formas fenoménicas, sustraídas a su concatenación
interna y completamente incomprensibles en este aislamiento, quienes determinan
efectivamente las condiciones sociales se encuentran a sus anchas, como
el pez en el agua. Para ellos no hay nada de misterioso en lo que es internamente
contradictorio, y su juicio no se escandaliza lo más mínimo ante la inversión
de lo racional y lo irracional. La actividad práctica a que se hace referencia
en este contexto es una praxis históricamente determinada y unilateral,
es la praxis fragmentaria de los individuos, basada en la división social
del trabajo, en la división de la sociedad en clases y, en la creciente
jerarquización de las posiciones sociales que de ella deriva. En esta praxis,
se forma tanto el ambiente material determinado del individuo histórico
como la atmósfera espiritual en la que la apariencia superficial de la realidad
se fija como el mundo de la supuesta intimidad, de la confianza y familiaridad,
en el que el hombre se mueve "naturalmente" y con el cual tiene algo que
hacer cada día.
El conjunto de fenómenos que llenan el ambiente cotidiano y la atmósfera
común de la vida humana, que con su regularidad, inmediatez y evidencia
penetra en la conciencia de los individuos agentes asumiendo un aspecto
independiente y natural, forma el mundo de la pseudoconcreción. A él pertenecen:
-el mundo de los fenómenos externos, que se desarrollan en la superficie
de los procesos realmente esenciales;
-el mundo del traficar y el manipular, es decir, de la praxis fetichizada
de los hombres que no coincide con la praxis crítica y revolucionaria de
la humanidad;
-el mundo de las representaciones comunes, que son una proyección de los
fenómenos externos en la conciencia de los hombres, producto de la práctica
fetichizada y forma ideológica de su movimiento;
-el mundo de los objetos fijados, que dan la impresión de ser condiciones
naturales, y no son inmediatamente reconocidos como resultado de la actividad
social de los hombres
El mundo de la pseudoconcreción es un claroscuro de verdad y engaño. Su
elemento propio es el doble sentido. El fenómeno muestra la esencia y, al
mismo tiempo, la oculta. La esencia se manifiesta en el fenómeno, pero sólo
de manera inadecuada, parcialmente, en algunas de sus facetas y ciertos
aspectos. El fenómeno indica algo que no es él mismo, y existe solamente
gracias a su contrario. La esencia no se da inmediatamente; es mediatizada
por el fenómeno y se muestra, por tanto, en algo distinto de lo que es.
La esencia se manifiesta en el fenómeno. Su manifestación en éste revela
su movimiento y demuestra que la esencia no es inerte y pasiva. Pero, igualmente,
el fenómeno revela la esencia. La manifestación de la esencia es la actividad
del fenómeno.
El mundo fenoménico tiene su estructura, su propio orden v su propia legalidad
que puede ser revelada y descrita. Pero la estructura de este mundo fenoménico
no capta aún la relación entre él mismo y la esencia. Si la esencia no se
manifestase en absoluto en los fenómenos, el mundo de la realidad se distinguiría
de modo radical y esencial del mundo fenoménico: en tal caso, el mundo de
la realidad sería para el hombre "el otro mundo" (platonismo, cristianismo),
y el único mundo al alcance del hombre sería el mundo de los fenómenos.
Pero el mundo fenoménico no es algo independiente y absoluto: los fenómenos
se convierten en mundo fenoménico en conexión con la esencia. El fenómeno
no es radicalmente distinto de la esencia, y la esencia no es una realidad
de orden distinto a la del fenómeno. Si así fuese, el fenómeno no tendría
ningún vínculo interno con la esencia, no podría manifestarla y, al mismo
tiempo, ocultarla; la relación entre ambos sería mutuamente externa e indiferente.
Captar el fenómeno de una determinada cosa significa indagar y describir
cómo se manifiesta esta cosa en dicho fenómeno, y también cómo se oculta
al mismo tiempo. La comprensión del fenómeno marca el acceso a la esencia.
Sin el fenómeno, sin su manifestación y revelación, la esencia sería inaccesible.
En el mundo de la pseudoconcreción el lado fenoménico de la cosa, en el
que ésta se manifiesta y oculta, es considerado como la esencia misma, y
la diferencia entre fenómeno y esencia desaparece. ¿Es, pues, la diferencia
entre fenómeno y esencia una diferencia entre lo real y lo irreal, o entre
dos ordenes diversos de la realidad? ¿Es la esencia más real que el fenómeno?
La realidad es la unidad del fenómeno y la esencia. Por esto, la esencia
puede ser tan irreal como el fenómeno, y éste tan irreal como la esencia
en el caso de que se presenten aislados y, en este aislamiento, sean considerados
como la única o "auténtica" realidad.
El fenómeno es, por tanto, algo que, a diferencia de la esencia, oculta,
se manifiesta inmediatamente, primero y con más frecuencia. Pero ¿por qué
la "cosa misma", la estructura de la cosa, no se manifiesta inmediata y
directamente?; ¿porqué requiere esfuerzos y rodeos para captarla?; ¿por
qué la "cosa misma" se oculta a la percepción inmediata? ¿De qué género
de ocultación se trata? Tal ocultación no puede ser absoluta: si el hombre,
en general, busca la estructura de las cosas y quiere escrutar la cosa "misma",
para que pueda descubrir la esencia oculta o la estructura de la realidad,
debe ya poseer necesariamente antes de iniciar cualquier indagación cierta
conciencia de que existe algo como la estructura de la cosa, su esencia,
la "cosa misma"; es decir, debe saber que, a diferencia de los fenómenos,
que se manifiestan inmediatamente, existe una verdad oculta de la cosa.
El hombre da un rodeo y se esfuerza en la búsqueda de la verdad sólo porque
presupone de alguna manera su existencia, y posee una conciencia firme de
la existencia de la "cosa misma". Pero, ¿por qué la estructura de la cosa
no es directa e inmediatamente accesible al hombre; por qué para alcanzarla
es preciso dar un rodeo? ¿Y a qué o hacia dónde tiende éste? Si en la percepción
inmediata no se da la "cosa misma", sino el fenómeno de la cosa, ¿se debe
ello a que la estructura de la cosa pertenece a una realidad de orden distinto
a la realidad de los fenómenos y, por tanto, se trata de otra realidad situada
detrás de los fenómenos?
En virtud de que la esencia-a diferencia de los fenómenos-no se manifiesta
directamente, y por cuanto que el fundamento oculto de las cosas debe ser
descubierto mediante una actividad especial, existen la ciencia y la filosofía.
Si la apariencia fenoménica y la esencia de las cosas coincidieran totalmente,
la ciencia y la filosofía serían superfluas.
Los esfuerzos tendientes a descubrir la estructura de las cosas y la "cosa
misma" han sido siempre, desde tiempos inmemoriales, propios de la filosofía.
Las diversas tendencias filosóficas fundamentales son sólo modificaciones
de esta problemática fundamental y de su solución en las distintas etapas
evolutivas de la humanidad. La filosofía es una actividad indispensable
de la humanidad, ya que la esencia de las cosas, la estructura de la realidad,
la "cosa misma", no se muestran directa e inmediatamente. En este sentido
la filosofía puede ser caracterizada como esfuerzo sistemático y crítico
tendiente a captar la cosa misma, la estructura oculta de la cosa, y descubrir
el modo de ser del existente.
El concepto de la cosa es la comprensión de ella, y comprender lo que la
cosa es significa conocer su estructura. El rasgo más característico del
conocimiento consiste en la descomposición del todo. La dialéctica no llega
al conocimiento desde el exterior o complementariamente, ni tampoco ello
constituye una de sus características, sino que el conocimiento es la propia
dialéctica en una de sus formas; el conocimiento es descomposición del todo.
"El concepto" y "la abstracción" tienen en la concepción dialéctica el significado
de un método que descompone el todo unitario, para poder reproducir mentalmente
la estructura de la cosa, es decir, para comprender la cosa.
El conocimiento se realiza como separación del fenómeno respecto de la esencia,
de lo secundario respecto de lo esencial, ya que sólo mediante tal separación
se puede mostrar la coherencia interna y, con ello, el carácter específico
de la cosa.
En este proceso no se deja a un lado lo secundario, ni se le separa como
algo irreal o menos real, sino que se revela su carácter fenoménico, o secundario,
mediante la demostración de su verdad en la esencia de la cosa. Esta descomposición
del todo unitario, que es un elemento constitutivo del conocimiento filosófico-en
efecto, sin tal descomposición no hay conocimiento-demuestra una estructura
análoga a la del obrar humano, puesto que también éste se basa en la desintegración
del todo.
El propio hecho de que el pensamiento se mueva de un modo natural y espontáneo
en dirección opuesta al carácter de la realidad, a la cual aísla y "mata"
y el hecho de que en este movimiento espontáneo se base la tendencia a la
abstracción, no es una particularidad inherente al pensamiento, sino que
deriva de su función práctica. Toda acción es "unilateral",ya que tiende
a determinado fin y, por tanto, aísla algunos aspectos de la realidad como
esenciales para esa acción, mientras deja a un lado, por el momento, a otros.
Mediante esta acción espontánea que pone de manifiesto determinados aspectos,
que son importantes para el logro de cierto fin, el pensamiento escinde
la realidad única, interviene en ella y la "valora".
La tendencia espontánea de la "praxis" y del pensamiento, a aislar los fenómenos
y a desdoblar la realidad en lo esencial y lo secundario, va siempre acompañada
de una percepción del todo igualmente espontánea en la cual son aislados
determinados aspectos, aunque esa percepción sea para la conciencia ingenua
menos evidente y, con frecuencia, inconsciente. El "horizonte"-oscuramente
intuido-de una "realidad indeterminada" como todo, constituye el fondo inevitable
de cada acción y cada pensamiento, aunque resulte inconsciente para la conciencia
ingenua.
Los fenómenos y las formas fenoménicas de las cosas se reproducen espontáneamente
en el pensamiento cotidiano como realidad (la realidad misma) pero no porque
sean más superficiales y estén más cerca del conocimiento sensible, sino
porque el aspecto fenoménico de la cosa es un producto espontáneo de la
práctica cotidiana. La práctica utilitaria de cada día crea "el pensamiento
común"-en el cual se captan tanto la cosa y su aspecto superficial como
la técnica del tratamiento de ella como forma de su movimiento y de su existencia.
El pensamiento común es la forma ideológica del obrar humano de cada día.
Pero el mundo que se revela al hombre en la práctica fetichizada, en el
traficar y el manipular, no es el mundo real, aunque tenga la "consistencia"
y la "validez" de este mundo, sino que es "el mundo de la apariencia" (Marx).
La representación de la cosa, que se hace pasar por la cosa misma y crea
la apariencia ideológica, no constituye un atributo natural de la cosa y
de la realidad, sino la proyección de determinadas condiciones históricas
petrificadas, en la conciencia del sujeto.
La distinción entre representación y concepto, entre el mundo de la apariencia
y el mundo de la realidad, entre la práctica utilitaria cotidiana de los
hombres y la praxis revolucionaria de la humanidad, o, en pocas palabras,
"la escisión de lo único", es el modo como el pensamiento capta la "cosa
misma". La dialéctica es el pensamiento crítico que quiere comprender la
"cosa misma", y se pregunta sistemáticamente cómo es posible llegar a la
comprensión de la realidad. Es, pues, lo opuesto a la sistematización doctrinaria
o a la romantización de las representaciones comunes. El pensamiento que
quiera conocer adecuadamente la realidad, y que no se contente con los esquemas
abstractos de la realidad, ni con simples representaciones también abstractas
de ella, debe destruir la aparente independencia del mundo de las relaciones
inmediatas cotidianas. El pensamiento que destruye la pseudoconcreción para
alcanzar lo concreto es, al mismo tiempo, un proceso en el curso del cual
bajo el mundo de la apariencia se revela el mundo real; tras la apariencia
externa del fenómeno se descubre la ley del fenómeno, la esencia. Pero lo
que confiere a estos fenómenos el carácter de la pseudoconcreción no es
de por sí su existencia, sino la independencia con que esta existencia se
manifiesta. La destrucción de la pseudoconcreción, que el pensamiento dialéctico
debe llevar a cabo, no niega por ello la existencia u objetividad de estos
fenómenos, sino que destruye su pretendida independencia al demostrar que
son causa mediata y, contrarrestando sus pretensiones de independencia,
prueba su carácter derivado.
La dialéctica no considera los productos como algo fijo, ni las configuraciones
y los objetos, o sea, todo el conjunto del mundo material cosificado, como
algo originario e independiente; del mismo modo tampoco considera así el
mundo de las representaciones y del pensamiento común ni los acepta bajo
su aspecto inmediato, sino que los somete a un examen en el cual las formas
cosificadas del mundo objetivo e ideal se diluyen, pierden su fijeza, su
naturaleza y su pretendida originariedad, para mostrarse como fenómenos
derivados y mediatos, como sedimentos y productos de la praxis social de
la humanidad.
El pensamiento acríticamente reflexivo coloca de inmediato, es decir, sin
un análisis dialéctico, las representaciones fijas en una relación causal
con las condiciones asimismo fijas, y presenta este método de "pensamiento
bárbaro" como análisis "materialista" de las ideas. Por cuanto que los hombres
han adquirido conciencia de su época (esto es, la han vivido, valorado,
criticado y comprendido) en las categorías de "la fe del carbonero" y "el
escepticismo pequeño-burgués", el doctrinario supone que el análisis "científico"
de estas ideas ya se ha cumplido cuando se ha encontrado el adecuado equivalente
económico, social o de clase de cada una de ellas. Empero, mediante tal
"materialización" se efectúa sólo una doble mistificación: la inversión
del mundo de la apariencia (de las ideas ya fijas) tiene sus raíces en la
materialidad invertida (cosificada). La teoría materialista debe emprender
el análisis partiendo de esta cuestión: ¿por qué los hombres han cobrado
conciencia de su tiempo precisamente en estas categorías, y qué tiempo se
muestra a los hombres en dichas categorías? Con tal planteamiento, el materialista
prepara el terreno para proceder a la destrucción de la pseudoconcreción,
tanto de las ideas como de las condiciones, y sólo después de esto puede
buscar una explicación racional de la conexión interna entre el tiempo y
las ideas.
Ahora bien, la destrucción de la pseudoconcreción como método dialéctico
crítico, gracias al cual el pensamiento disuelve las creaciones fetichizadas
del mundo cosificado e ideal, para alcanzar su realidad, es sólo el segundo
aspecto, el reverso de la dialéctica como método revolucionario de transformación
de la realidad. Para que el mundo pueda ser explicado "críticamente", es
necesario que la explicación misma sea situada en el terreno de la praxis
revolucionaria. Más adelante veremos que la realidad puede ser transformada
revolucionariamente sólo porque, y sólo en la medida en que es creada por
nosotros mismos, y en que sabemos que la realidad es producida por nosotros.
La diferencia entre la realidad natural y la realidad humano-social estriba
en que el hombre puede cambiar y transformar la naturaleza, mientras que
la realidad humano-social puede cambiarla revolucionariamente, pero sólo
porque él mismo ha producido esta realidad.
El mundo real, oculto de la pseudoconcreción y que, no obstante, se manifiesta
en ella, no es el mundo de las condiciones reales en oposición a las condiciones
irreales, o el mundo de la trascendencia en oposición a la ilusión subjetiva,
sino el mundo de la praxis humana. es la comprensión de la realidad humanosocial
como unidad de la producción y el producto, del sujeto y el objeto, de la
génesis y la estructura. El mundo real no es, por tanto, un mundo de objetos
"reales" fijos, que bajo su aspecto fetichizado llevan una existencia trascendente
como una variante, entendida en sentido naturalista, de las ideas platónicas,
sino que es un mundo en el cual las cosas, los significados y las relaciones
son considerados como productos del hombre social, y el hombre mismo se
revela como sujeto real del mundo social. El mundo de la realidad no es
una variante secularizada del paraíso, de un estado de cosas ya realizado
y fuera del tiempo, sino que es un proceso en el curso del cual la humanidad
y el individuo realizan su propia verdad, esto es, llevan a cabo la humanización
del hombre. A diferencia del mundo de la pseudoconcreción, el mundo de la
realidad es el mundo de la realización de la verdad; es el mundo en el que
la verdad no está dada ni predestinada, ni está calcada indeleblemente en
la conciencia humana; es el mundo en el que la verdad deviene. Por esta
razón, la historia humana puede ser el proceso de la verdad y la historia
de la verdad. La destrucción de la pseudoconcreción significa que la verdad
no es inaccesible, pero tampoco es alcanzable de una vez y para siempre,
sino que la verdad misma se hace, es decir, se desarrolla y realiza.
En consecuencia, la destrucción de la pseudoconcreción se efectúa como:
1) crítica revolucionaria de la praxis de la humanidad, que coincide con
el devenir humano del hombre, con el proceso de "humanización del hombre",
cuyas etapas clave son las revoluciones sociales; 2) el pensamiento dialéctico,
que disuelve el mundo fetichizado de la apariencia, para llegar a la realidad
y a la "cosa misma"; 3) la realización de la verdad y la creación de la
realidad humana en un proceso ontogénico, ya que para cada individuo humano
el mundo de la verdad es, al mismo tiempo, su propia creación espiritual
como individuo histórico-social. Cada individuo debe -personalmente y sin
que nadie pueda sustituirle-formarse una cultura y vivir su vida.
Por tanto, no podemos considerar la destrucción de la pseudoconcreción como
el desgarramiento de una cortina y el descubrimiento de la realidad que
se ocultaba tras ella, ya preparada y dispuesta, existiendo independientemente
de la actividad del hombre. La pseudoconcreción es precisamente la existencia
autónoma de los productos humanos y la reducción del hombre al nivel de
la práctica utilitaria. La destrucción de la pseudoconcreción es el proceso
de creación de la realidad concreta y la visión de la realidad en su concepción
Las tendencias idealistas han elevado al plano de lo absoluto ya el sujeto,
ocupándose del problema de cómo abordar la realidad para que ésta sea concreta
o bella; ya el objeto, suponiendo que la realidad es tanto más real cuanto
más completamente sea desalojado de ella el sujeto. En contraste con estas
corrientes, en la destrucción materialista de la pseudoconcreción, la liberación
del "sujeto" (esto es, la visión concreta de la realidad a diferencia de
la "intuición fetichista" ) coincide con la liberación del "objeto" ( creación
del ambiente humano como hecho humano de condiciones transparentes y racionales),
puesto que la realidad social de los hombres se crea como unidad dialéctica
de sujeto y objeto.
El lema "ad fontes", que resuena periódicamente como reacción contra la
pseudoconcreción en sus más variadas manifestaciones, así como la regla
metodológica del análisis positivista ("liberarse de los prejuicios"), encuentran
su fundamento y su justificación en la destrucción materialista de la pseudoconcreción.
La vuelta misma "a las fuentes" tiene, en general, dos aspectos totalmente
distintos. Bajo el primero de ellos se manifiesta como crítica docta y,
humanísticamente erudita de las fuentes, como examen de los archivos y fuentes
antiguas de las que debe extraerse la auténtica realidad. Bajo otro aspecto,
más profundo y significativo, que a los ojos de la docta erudición parece
bárbaro ( como lo demuestra la reacción contra Shakespeare y Rousseau),
el lema "ad fontes" significa crítica de la civilización y de la cultura;
significa una tentativa-romántica o revolucionaria- de descubrir, tras los
productos y las creaciones, la acción y la actividad productiva, de hallar
la "auténtica realidad" del hombre concreto tras la realidad cosificada
de la cultura imperante, de revelar el verdadero sujeto histórico bajo las
estratificaciones de las convenciones solidificadas.
[Fragmento del capítulo 1 de "Dialéctica de lo concreto" de Karel Kosik,
editorial Grijalbo, 1976]
Fuente: www.elsocialista.org/Biblioteca/temas/filosofia/dialecticaconcreto-1.htm#ia
Politología
Del socialismo
utópico al socialismo científico*
Por Federico Engels
[Primera parte]
El socialismo moderno es, en primer término, por su contenido, fruto del
reflejo en la inteligencia, por un lado, de los antagonismos de clase que
imperan en la moderna sociedad entre poseedores y desposeídos, capitalistas
y obreros asalariados, y, por otro lado, de la anarquía que reina en la
producción. Pero por su forma teórica, el socialismo empieza presentándose
como una continuación, más desarrollada y más consecuente, de los principios
proclamados por los grandes pensadores franceses del siglo XVIII. Como toda
nueva teoría, el socialismo, aunque tuviese sus raíces en los hechos materiales
económicos, hubo de empalmar, al nacer, con las ideas existentes.
Los grandes hombres que en Francia ilustraron las cabezas para la revolución
que había de desencadenarse adoptaron ya una actitud resueltamente revolucionaria.
No reconocían autoridad exterior de ningún género. La religión, la concepción
de la naturaleza, la sociedad, el orden estatal: -todo lo sometían a la
crítica más despiadada; cuanto existía había de justificar los títulos de
su existencia ante el fuero de la razón o renunciar a seguir existiendo.
A todo se aplicaba como rasero único la razón pensante. Era la época en
que, según Hegel, "el mundo giraba sobre la cabeza" [ 1], primero, en el
sentido de que la cabeza humana y los principios establecidos por su especulación
reclamaban el derecho a ser acatados como base de todos los actos humanos
y de toda relación social, y luego también, en el sentido más amplio de
que la realidad que no se ajustaba a estas conclusiones se veía subvertida
de hecho desde los cimientos hasta el remate. Todas las formas anteriores
de sociedad y de Estado, todas las ideas tradicionales, fueron arrinconadas
en el desván como irracionales; hasta allí, el mundo se había dejado gobernar
por puros prejuicios; todo el pasado no merecía más que conmiseración y
desprecio. Sólo ahora había apuntado la aurora, el reino de la razón; en
adelante, la superstición, la injusticia, el privilegio y la opresión serían
desplazados por la verdad eterna, por la eterna justicia, por la igualdad
basada en la naturaleza y por los derechos inalienables del hombre.
Hoy sabemos ya que ese reino de la razón no era más que el reino idealizado
de la burguesía; que la justicia eterna vino a tomar cuerpo en la justicia
burguesa; que la igualdad se redujo a la igualdad burguesa ante la ley;
que como uno de los derechos más esenciales del hombre se proclamó la propiedad
burguesa; y que el Estado de la razón, el "contrato social" de Rousseau
[ 2] pisó y solamente podía pisar el terreno de la realidad, convertido
en república democrática burguesa. Los grandes pensadores del siglo XVIII,
como todos sus predecesores, no podían romper las fronteras que su propia
época les trazaba.
Pero, junto al antagonismo entre la nobleza feudal y la burguesía, que se
erigía en representante de todo el resto de la sociedad, manteníase en pie
el antagonismo general entre explotadores y explotados, entre ricos holgazanes
y pobres que trabajaban. Y este ]lecho era precisamente el que permitía
a los representantes de la burguesía arrojarse la representación, no de
una clase determinada, sino de toda la humanidad doliente. Más aún. Desde
el momento mismo en que nació, la burguesía llevaba en sus entrañas a su
propia antítesis, pues los capitalistas no pueden existir sin obreros asalariados,
y en la misma proporción en que los maestros de los gremios medievales se
convertían en burgueses modernos, los oficiales y los jornaleros no apremiados
transformábanse en proletarios. Y, si, en términos generales, la burguesía
podía arrojarse el derecho a representar, en sus luchas contra la nobleza,
además de sus intereses, los de las diferentes clases trabajadores de la
época, al lado de todo gran movimiento burgués que se desataba, estallaban
movimientos independientes de aquella clase que era el precedente más o
menos desarrollado del proletariado moderno. Tal fue en la época de la Reforma
y de las guerras campesinas en Alemania la tendencia de los anabaptistas
[ 3] y de Tomás Münzer; en la Gran Revolución inglesa, los "levellers" [
4], y en la Gran Revolución francesa, Babeuf. Y estas sublevaciones revolucionarias
de una clase incipiente son acompañadas, a la vez, por las correspondientes
manifestaciones teóricas: en los siglos XVI y XVIII [ 5] aparecen las descripciones
utópicas de un régimen ideal de la sociedad; en el siglo XVII, teorías directamente
comunistas ya, como las de Morelly y Mabiy. La reivindicación de la igualdad
no se limitaba a los derechos políticos, sino que se extendía a las condiciones
sociales de vida de cada individuo; ya no se trataba de abolir tan sólo
los privilegios de clase, sino de destruir las propias diferencias de clase.
Un comunismo ascético, a lo espartano, que prohibía todos los goces de la
vida: tal fue la primera forma de manifestarse de la nueva doctrina. Más
tarde, vinieron los tres grandes utopistas: Saint-Simon, en quien la tendencia
burguesa sigue afirmándose todavía, hasta cierto punto, junto a la tendencia
proletaria; Fourier y Owen, quien, en el país donde la producción capitalista
estaba más desarrollada y bajo la impresión de los antagonismos engendrados
por ella, expuso en forma sistemática una serie de medidas encaminadas a
abolir las diferencias de clase, en relación directa con el materialismo
francés.
Rasgo común a los tres es el no actuar como representantes de los intereses
del proletariado, que entre tanto había surgido como un producto histórico.
Al igual que los pensadores franceses, no se proponen emancipar primeramente
a una clase determinada, sino, de golpe, a toda la humanidad. Y lo mismo
que ellos, pretenden instaurar el reino de la razón y de la justicia eterna.
Pero entre su reino y el de los pensadores franceses media un abismo. También
el mundo burgués, instaurado según los principios de éstos, es injusto e
irracional y merece, por tanto, ser arrinconado entre los trastos inservibles,
ni más ni menos que el feudalismo y las formas sociales que le precedieron.
Si hasta ahora la verdadera razón y la verdadera justicia no han gobernado
el mundo, es, sencillamente, porque nadie ha sabido penetrar debidamente
en ellas. Faltaba el hombre genial que ahora se alza ante la humanidad con
la verdad, al fin, descubierta. El hecho de que ese hombre haya aparecido
ahora, y no antes, el hecho de que la verdad haya sido, al fin, descubierta
ahora y no antes, no es, según ellos, un acontecimiento inevitable, impuesto
por la concatenación del desarrollo histórico, sino porque el puro -azar
lo quiere así. Hubiera podido aparecer quinientos años antes, ahorrando
con ello a la humanidad quinientos años de errores, de luchas y de sufrimientos.
Hemos visto cómo los filósofos franceses del siglo XVIII, los que abrieron
el camino a la revolución, apelaban a la razón como único juez de todo lo
existente. Se pretendía instaurar un Estado racional, una sociedad ajustada
a la razón, y cuanto contradecía a la razón eterna debía ser desechado sin
piedad. Y hemos visto también que, en realidad, esa razón eterna no era
más que el sentido común idealizado del hombre del estado llano que, precisamente
por aquel entonces, se estaba convirtiendo en burgués. Por eso, cuando la
revolución francesa puso en obra esta sociedad racional y este Estado de
la razón, resultó que las nuevas instituciones, por más racionales que fuesen
en comparación con las antiguas, distaban bastante de la razón absoluta.
El Estado de la razón había quebrado completamente. El contrato social de
Rousseau venía a tomar cuerpo en la época del terror, y la burguesía, perdida
la fe en su propia habilidad política, fue a refugiarse, primero, en la
corrupción del Directorio y, por último, bajo la égida del despotismo napoleónico.
La prometida paz eterna se había trocado en una interminable guerra de conquistas.
Tampoco corrió mejor suerte la sociedad de la razón. El antagonismo entre
pobres y ricos, lejos de disolverse en el bienestar general, habíase agudizado
al desaparecer los privilegios de los gremios y otros, que tendían un puente
sobre él, y los establecimientos eclesiásticos de beneficencia, que lo atenuaban.
La "liberación de la propiedad" de las trabas feudales, que ahora se convertía
en realidad, resultaba ser, para el pequeño burgués y el pequeño campesino,
la libertad de vender a esos mismos señores poderosos su pequeña propiedad,
agobiada por la arrolladora competencia del gran capital y de la gran propiedad
terrateniente; con lo que se convertía en la "liberación" del pequeño burgués
y del pequeño campesino de toda propiedad. El auge de la industria sobre
bases capitalistas convirtió la pobreza y la miseria de las masas trabajadoras
en condición de vida de la sociedad. El pago al contado fue convirtiéndose,
cada vez en mayor grado, según la expresión de Carlyie. en el único eslabón
que enlazaba a la sociedad. La estadística criminal crecía de año en año.
Los vicios feudales, que hasta entonces se exhibían impúdicamente a la luz
del día, no desaparecieron, pero se recataron, por el momento, un poco al
fondo de la escena; en cambio, florecían exuberantemente los vicios burgueses,
ocultos hasta allí bajo la superficie. El comercio fue degenerando cada
vez más en estafa. La "fraternidad" [ 6] de la divisa revolucionaria tomó
cuerpo en las deslealtades y en la envidia de la lucha de competencia. La
opresión violenta cedió el puesto a la corrupción, y la espada, como principal
palanca del Poder social, fue sustituida por el dinero. El derecho de pernada
pasó del señor feudal al fabricante burgués. La prostitución se desarrolló
en proporciones hasta entonces inauditas. El matrimonio mismo siguió siendo
lo que era: la forma reconocida por la ley, el manto oficial con que se
cubría la prostitución, complementado además por una gran abundancia de
adulterios. En una palabra, comparadas con las brillantes promesas de los
pensadores, las instituciones sociales y políticas instauradas por el "triunfo
de la razón" resultaron ser unas tristes y decepcionantes caricaturas. Sólo
faltaban los hombres que pusieron de relieve el desengaño y que surgieron
en los primeros años del siglo XIX. En 1802, vieron la luz las Cartas ginebrinas
de Saint-Simon; en 1808 publicó Fourier su primera obra, aunque las bases
de su teoría databan ya de 1799; el 1 de enero de 1800, Roberto Owen se
hizo cargo de la dirección de la empresa de New Lanark.
Sin embargo, por aquel entonces, el modo capitalista de producción, y con
él el antagonismo entre la burguesía y el proletariado se habían desarrollado
todavía muy poco. La gran industria, que en Inglaterra acababa de nacer,
era todavía desconocida en Francia. Y sólo la gran industria desarrolla,
de una parte, los conflictos que transforman en una necesidad imperiosa
la subversión del modo de producción y la eliminación de su carácter capitalista-conflictos
que estallan no sólo entre las clases engendradas por esa gran industria,
sino también entre las fuerzas productivas y las formas de cambio por ella
creadas-y, de otra parte, desarrolla también en estas gigantescas fuerzas
productivas los-, medios para resolver estos conflictos. En vísperas del
siglo XIX, los conflictos que brotaban del. nuevo orden social apenas empezaban
a desarrollarse, y mucho menos, naturalmente, los medios que habían de conducir
a su solución. Si las masas desposeídas de París lograron adueñarse por
un momento del Poder durante el régimen del terror y con ello llevar al
triunfo a la revolución burguesa, incluso en contra de la burguesía, fue
sólo para demostrar hasta qué punto era imposible mantener por mucho tiempo
este Poder en las condiciones de la época. El proletariado, que apenas empezaba
a destacarse en el seno de estas masas desposeídas, como tronco de una clase
nueva, totalmente incapaz todavía para desarrollar una acción política propia,
no representaba más que un estamento oprimido, castigado, incapaz de valerse
por sí mismo. La ayuda, en el mejor de los casos, tenía que venirle de fuera,
de lo alto.
Esta situación histórica informa también las doctrinas de los fundadores
del socialismo. Sus teorías incipientes no hacen más que reflejar el estado
incipiente, de la producción capitalista, la incipiente condición de clase.
Se pretendía sacar de la cabeza la solución de los problemas sociales, latente
todavía en las condiciones económicas poco desarrolladas de la época. La
sociedad no encerraba más que males, que la razón pensante era la llamada
a remediar.
Tratábase por eso de descubrir un sistema nuevo y más perfecto de orden
social, para implantarlo en la sociedad desde fuera, por medio de la propaganda,
y a ser posible, con el ejemplo, mediante experimentos que sirviesen de
modelo. Estos nuevos sistemas sociales nacían condenados a moverse en el
reino de la utopía; cuanto más detallados y minuciosos fueran, más tenían
que degenerar en puras fantasías.
Sentado esto, no tenemos por qué detenernos ni un momento más en este aspecto,
incorporado ya definitivamente al pasado. Dejemos que los traperos literarios
resuelvan solemnemente en estas fantasías, que hoy parecen mover a risa,
para poner de relieve, sobre el fondo de ese "cúmulo de dislates", la superioridad
de su razonamiento sereno. Nosotros, en cambio, nos admiramos de los geniales
gérmenes de ideas y de las ideas geniales que brotan por todas partes bajo
esa envoltura de fantasía y que los filisteos son incapaces de ver.
Saint-Simon era hijo de la Gran Revolución francesa, que estalló cuando
él no contaba aún treinta años. La revolución fue el triunfo del tercer
estado, es decir, de la gran masa activa de la nación, a cuyo cargo corrían
la producción y el comercio, sobre los estamentos hasta entonces ociosos
y privilegiados de la sociedad: la nobleza y el clero. Pero pronto se vio
que el triunfo del tercer estado no era más que el triunfo de una parte
muy pequeña de él, la conquista del poder político por el sector socialmente
privilegiado de esa clase: la burguesía poseyente. Esta burguesía se desarrollaba
rápidamente ya en el proceso de la revolución, especulando con las tierras
confiscadas y luego vendidas de la aristocracia y de la Iglesia, y estafando
a la nación por medio de los suministros al Ejército. Fue precisamente el
Gobierno de estos estafadores el que, bajo el Directorio, llevó a Francia
y a la revolución al borde de la ruina, dando con ello a Napoleón el pretexto
para su golpe de Estado. Por eso, en la idea de Saint-Simon, el antagonismo
entre el tercer estado y los estamentos privilegiados de la sociedad tomó
la forma de un antagonismo entre "trabajadores" y "ociosos". Los "ociosos"
eran no sólo los antiguos privilegiados, sino todos aquellos que vivían
de sus rentas, sin intervenir en la producción ni en el comercio. En el
concepto de "trabajadores"' no entraban solamente los obreros asalariados,
sino también los fabricantes, los comerciantes y los banqueros. Que los
ociosos habían perdido la capacidad para dirigir espiritualmente y gobernar
políticamente, era un hecho evidente, que la revolución había sellado con
carácter definitivo. Y, para Saint-Simon, las experiencias de la época de¡
terror habían demostrado, a su vez, que los descamisados no poseían tampoco
esa capacidad. Entonces, ¿quiénes habían de dirigir y gobernar? Según Saint-Simon,
la ciencia y la industria, unidas por un nuevo lazo religioso, un "nuevo
cristianismo", forzosamente místico y rigurosamente jerárquico, llamado
a restaurar la unidad de las ideas religiosas, rota desde la Reforma. Pero
la ciencia eran los sabios académicos; y la industria eran, en primer término,
los burgueses activos, los fabricantes, los comerciantes, los banqueros.
Y aunque estos burgueses habían de transformarse en una especie de funcionarios
públicos, de hombres de confianza de toda la sociedad, siempre conservarían
frente a los obreros una posición autoritaria y económicamente privilegiada.
Los banqueros serían en primer término los llamados a regular toda la producción
social por medio de una reglamentación de] crédito. Ese modo de concebir
correspondía perfectamente a una época en que la gran industria, y con ella
el antagonismo entre la burguesía y el proletariado, apenas comenzaba a
despuntar en Francia. Pero Saint-Simon insiste muy especialmente en esto:
lo que a él le preocupa siempre y en primer término es la suerte de "la
clase más numerosa y más pobre" de la sociedad ("la classe la plus nombreuse
et la plus pauvre").
Saint-Simon sienta ya, en sus Cartas ginebrinas, la tesis de que "todos
los hombres deben trabajar". En la misma obra se expresa ya la idea de que
él reinado del terror era el gobierno de las masas desposeídas. "Ved -les
grita-lo que aconteció en Francia, cuando vuestros camaradas subieron al
Poder: ellos provocaron el hambre." Pero el concebir la revolución francesa
como una lucha de clases, y no sólo entre la nobleza y la burguesía, sino
entre la nobleza, la burguesía y los desposeídos, era, para el año 1802,
un descubrimiento verdaderamente genial. En 1816, Saint-Simon declara que
la política es la ciencia de la producción y predice ya la total absorción
de la política por la Economía. Y si aquí no hace más que aparecer en germen
la idea de que la situación económica es la base de las instituciones políticas,
proclama ya claramente la transformación del gobierno político sobre los
hombres en una administración de las cosas y en la dirección de los procesos
de la producción, que no es sino la idea de la "abolición del Estado", que
tanto estrépito levanta últimamente. Y, alzándose al mismo plano de superioridad
sobre sus contemporáneos, declara, en 1814, inmediatamente después de la
entrada de las tropas coligadas en París, y reitera en 1815, durante la
guerra de los Cien Días, que la alianza de Francia con Inglaterra y, en
segundo término, la de estos países con Alemania es la única garantía del
desarrollo próspero y la paz en Europa. Para predicar a los franceses de
1815 una alianza con los vencedores de Waterloo, hacía falta tanta valentía
como capacidad para ver a lo lejos en la historia.
Lo que en Saint-Simon es una amplitud genial de conceptos que le permite
contener ya, en germen, casi todas las ideas no estrictamente económicas
de los socialistas posteriores, en Fourier es la crítica ingeniosa auténticamente
francesa, pero no por ello profunda, de las condiciones sociales existentes.
Fourier coge por la palabra a la burguesía, a sus encendidos profetas de
antes y a sus interesados aduladores de después de la revolución. Pone al
desnudo despiadadamente la miseria material y moral del mundo burgués, y
la compara con las promesas fascinadoras de los viejos enciclopedistas,
con su imagen de una sociedad en la que sólo reinaría la razón, de una civilización
que haría felices a todos los hombres y de una ilimitada perfectibilidad
humana. Desenmascara las brillantes frases de los ideólogos burgueses de
la época, demuestra cómo a esas frases altisonantes responde, por todas
partes, la más cruel de las realidades y vuelca sobre este ruidoso fiasco
de la fraseología su sátira mordaz. Fourier no es sólo un crítico; su espíritu
siempre jovial hace de él un satírico, uno de los más grandes satíricos
de todos los tiempos. La especulación criminal que se desató con el reflujo
de la ola revolucionaria y el espíritu mezquino del comercio francés en
aquellos años aparecen pintados en sus obras con trazo magistral y deleitoso.
Pero todavía es más magistral en él la crítica de las relaciones entre los
sexos y de la posición de la mujer en la sociedad burguesa. El es el primero
que proclama que el grado de emancipación de la mujer en una sociedad es
el barómetro natural por el que se mide la emancipación general. Sin embargo,
donde más descuella Fourier es en su modo de concebir la historia de la
sociedad. Fourier divide toda la historia anterior en cuatro fases o etapas
de desarrollo: el salvajismo, la barbarie, el patriarcado y la civilización,
fase esta última que coincide con lo que llamamos hoy sociedad burguesa,
es decir, con el régimen social implantado desde el siglo XVI, y demuestra
que el "orden civilizado eleva a una forma compleja, ambigua, equivoca e
hipócrita todos aquellos vicios que la barbarie practicaba en medio de la
mayor sencillez". Para él, la civilización se mueve en un "círculo vicioso",
en un ciclo de contradicciones, que está reproduciendo constantemente sin
acertar a superarlas, consiguiendo de continuo lo contrario precisamente
de lo que quiere o pretexta querer conseguir. Y así nos encontramos, por
ejemplo, con que "en la civilización, la pobreza brota de la misma abundancia".
Como se ve, Fourier maneja la dialéctica con la misma maestría que su contemporáneo
Hegel. Frente a los que se llenan la boca hablando de la ilimitada capacidad
humana de perfección, pone de relieve, con igual dialéctica, que toda fase
histórica tiene su vertiente ascensional, mas también su ladera descendente,
y proyecta esta concepción sobre el futuro de toda la Humanidad. Y así como
Kant introduce en la ciencia de la naturaleza la idea del acabamiento futuro
de' la Tierra, Fourier introduce en su estudio de la historia la idea del
acabamiento de la humanidad.
Mientras el huracán de la revolución barría el suelo de Francia, en Inglaterra
se desarrollaba un proceso revolucionario, más tranquilo, pero no por ello
menos poderoso. El vapor y las máquinas-herramienta convirtieron la manufactura
en la gran industria moderna, revolucionando con ello todos los fundamentos
de la sociedad burguesa. El ritmo adormilado del desarrollo del período
de la manufactura se convirtió en un verdadero período de lucha y embate
de la producción. Con una velocidad cada vez más acelerada, iba produciéndose
la división de la sociedad en grandes capitalistas y proletarios desposeídos,
y entre ellos, en lugar del antiguo estado llano estable, llevaba una existencia
insegura una masa inestable de artesanos y pequeños comerciantes, la parte
más fluctuante de la población. El nuevo modo de producción sólo empezaba
a remontarse por su vertiente ascensional; era todavía el modo de producción
normal, regular, el único posible, en aquellas circunstancias. Y, sin embargo,
ya entonces originó toda una serie de graves calamidades sociales: hacinamiento
en los barrios más sórdidos de las grandes ciudades de una población desarraigada
de su suelo; disolución de todos los lazos tradicionales de la costumbre,
de la sumisión patriarcal y de la familia; prolongación abusiva del trabajo,
que sobre todo en las mujeres y en los niños tomaba proporciones aterradoras;
desmoralización en masa de la clase trabajadora, lanzada de súbito a condiciones
de vida totalmente nuevas; del campo a la ciudad, de la agricultura a la
industria, de una situación estable a otra constantemente variable e insegura.
En estas circunstancias se alza como reformador un fabricante de veintinueve
años, un hombre cuyo candor casi infantil rayaba en lo sublime y que era,
a la par, un dirigente innato de hombres como pocos. Roberto Owen habíase
asimilado las enseñanzas de los filósofos materialistas del siglo XVIII,
según las cuales el carácter del hombre es, de una parte, el producto de
su organización innata, y de otra, el fruto de las circunstancias que rodean
al hombre durante su vida, y principalmente durante el período de su desarrollo.
La mayoría de los hombres de su clase no venían en la revolución industrial
más que caos y confusión, una ocasión propicia para pescar en río revuelto
y enriquecerse aprisa. Owen vio en ella el terreno adecuado para poner en
práctica su tesis favorita, introduciendo orden en el caos. Ya en Manchester,
dirigiendo una fábrica de más de quinientos obreros, había intentado, no
sin éxito, aplicar prácticamente su teoría. Desde 1800 a 1829 encauzó en
este sentido, aunque con mucha mayor libertad de iniciativa y con un éxito
que le valió fama europea, la gran fábrica de hilados de algodón de New
Lanark, en Escocia, de la que era socio y gerente. Una población que fue
creciendo paulatinarnente hasta 2.500 almas, reclutada al principio entre
los elementos más heterogéneos, la mayoría de ellos muy desmoralizados,
convirtiese en sus manos en una colonia modelo, en la que no se conocía
la embriaguez, la policía, los jueces de paz, los procesos, los asilos para
pobres ni la beneficencia pública. Para ello le bastó sólo con colocar a
sus obreros en condiciones más humanas de vida, consagrando un cuidado especial
a la educación de su descendencia. Owen fue el creador de las escuelas de
párvulos, que funcionaron por vez primera en New Lanark. Los niños eran
enviados a la escuela desde los dos años, y se encontraban tan a gusto en
ella, que con dificultad se les podía llevar a su casa. Mientras que en
las fábricas de sus competidores los obreros trabajaban hasta trece y catorce
horas diarias, en New Lanark la jornada de trabajo era de diez horas y media.
Cuando una crisis algodonero obligó a cerrar la fábrica durante cuatro meses,
los obreros de New Lanark, que quedaron sin trabajo, siguieron cobrando
íntegros sus jornales. Y, con todo, la empresa había incrementado hasta
el doble su valor y rendido a sus propietarios, hasta el último día, abundantes
ganancias.
Sin embargo, Owen no estaba satisfecho con lo conseguido. La existencia
que había procurado a sus obreros distaba todavía mucho de ser, a sus ojos,
una existencia digna de un ser humano. "Aquellos hombres eran mis esclavos."
Las circunstancias relativamente favorables, en que les había colocado estaban
todavía muy lejos de permitirles desarrollar racionalmente y en todos sus
aspectos el carácter y la inteligencia, y mucho menos desenvolver libremente
sus energías. "Y, sin embargo, la parte productora de aquella población
de 2.500 almas daba a la sociedad una suma de riqueza real que apenas medio
siglo antes hubiera requerido el trabajo de 600.000 hombres juntos. Yo me
preguntaba: ¿adónde va a parar la diferencia entre la riqueza consumida
por estas 2.500 personas y la que hubieran tenido que consumir las 600.000?"
La contestación era clara: esa diferencia se invertía en abonar a los propietarios
de la empresa el cinco por ciento de interés sobre el capital de instalación,
a lo que venían a sumarse más de 30.000 libras esterlinas de ganancia. Y
el caso de New Lanark era, sólo que en proporciones mayores, el de todas
las fábricas de Inglaterra. "Sin esta nueva fuente de riqueza creada por
las máquinas, hubiera sido imposible llevar adelante las guerras libradas
para derribar a Napoleón y mantener en pie los principios de la sociedad
aristocrática. Y, sin embargo, este nuevo poder era obra de la clase obrera."
[ 7]. A ella debían pertenecer también, por tanto, sus frutos. Las nuevas
y gigantescas fuerzas productivas, que hasta allí sólo habían servido para
que se enriqueciesen unos cuantos y para la esclavización de las masas,
echaban, según Owen, las bases para una reconstrucción social y estaban
llamadas a trabajar solamente para el bienestar colectivo, como propiedad
colectiva de todos los miembros de la sociedad.
Fue así, por este camino puramente práctico, como fruto, por decirlo así,
de los cálculos de un hombre de negocios, como surgió el comunismo oweniano,
que conservó en todo momento este carácter práctico. Así, en 1823, Owen
propone un sistema de colonias comunistas para combatir la miseria reinante
en Irlanda y presenta, en apoyo de su propuesta, un presupuesto, completo
de gastos de establecimiento, desembolsos anuales e ingresos probables.
Y así también en sus planes definitivos de la sociedad del porvenir, los
detalles técnicos están calculados con un dominio tal de la materia, incluyendo
hasta diseños, dibujos de frente, de lado y a vista de pájaro, que, una
vez aceptado el método oweniano de reforma de la sociedad, poco es lo que
podría objetar, ni aun el técnico experto, contra los pormenores de su organización.
El avance hacia el comunismo constituye el momento crucial en la vida de
Owen. Mientras se había limitado a actuar sólo como filántropo, no había
cosechado más que riquezas, aplausos, honra y fama. Era el hombre más popular
de Europa. No sólo los hombres de su clase y posición social, sino también
los gobernantes y los príncipes le escuchaban y lo aprobaban. Pero en cuanto
formuló sus teorías comunistas, se volvió la hoja. Eran principalmente tres
grandes obstáculos los que, según él, se alzaban en su camino de la reforma
social: la propiedad privada, la religión y la forma actual del matrimonio.
Y no ignoraba a lo que se exponía atacándolos: la proscripción de toda la
sociedad oficial y la pérdida de su posición social. Pero esta consideración
no le contuvo en sus ataques despiadados contra aquellas instituciones,
y ocurrió lo que él preveía. Desterrado de la sociedad oficial, ignorado
completamente por la Prensa, arruinado por sus fracasados experimentos comunistas
en América, a los que sacrificó toda su fortuna, se dirigió a la clase obrera,
en el seno de la cual actuó todavía durante treinta años. Todos los movimientos
sociales, todos los progresos reales registrados en Inglaterra en interés
de la clase trabajadora van asociados al nombre de Owen. Así, en 1819, después
de cinco años de grandes esfuerzos, consiguió que fuese votada la primera
ley limitando el trabajo de la mujer y del niño en las fábricas. El fue
también quien presidió el primer congreso en que las tradeuniones de toda
Inglaterra se fusionaron en una gran organización sindical única. Y fue
también él quien creó, como medidas de transición, para que la sociedad
pudiera organizarse de manera íntegramente comunista, de una parte, las
cooperativas de consumo y de producción que han servido por lo menos para
demostrar prácticamente que el comerciante y el fabricante no son indispensables-,
y de otra parte, los bazares obreros, establecimientos de intercambio de
los productos del trabajo por medio de bonos de trabajo y cuya unidad era
la hora de trabajo rendido; estos establecimientos tenían necesariamente
que fracasar, pero se anticipan mucho a los bancos proudhonianos de intercambio,
diferenciándose de ellos solamente en que no pretenden ser la panacea universal
para todos los males sociales, sino pura y simplemente un primer paso dado
hacia una transformación mucho más radical de la sociedad.
Los conceptos de los utopistas han dominado durante mucho tiempo las ideas
socialistas del siglo XIX, y en parte aún las siguen dominando hoy. Les
rendían culto, hasta hace muy poco tiempo, todos los socialistas franceses
e ingleses, y a ellos se debe también el incipiente comunismo alemán, incluyendo
a Weitling. El socialismo es, para todos ellos, la expresión. de la verdad
absoluta, de la razón y de la justicia, y basta con descubrirlo para que
por su propia virtud conquiste el mundo. Y, como la verdad absoluta no está
sujeta a condiciones de espacio ni de tiempo, ni al desarrollo histórico
de la humanidad, sólo el azar puede decidir cuándo y dónde este descubrimiento
ha de revelarse. Añádase a esto que la verdad absoluta, la razón y la justicia
varían con los fundadores de cada escuela: y, como el carácter específico
de la verdad absoluta, de la razón y la justicia, está condicionado, a su
vez, en cada uno de ellos, por la inteligencia personal, las condiciones
de vida, el estado de cultura y la disciplina mental, resulta que en este
conflicto de verdades absolutas no cabe más solución que éstas se vayan
puliendo las unas a las otras. Y, así, era inevitable que surgiese una especie
de socialismo ecléctico y mediocre, como el que, en efecto, sigue imperando
todavía en las cabezas de la mayor parte de los obreros socialistas de Francia
e Inglaterra; una mezcolanza extraordinariamente abigarrada y llena de matices,
compuesta de los desahogos críticos, las doctrinas económicas y las imágenes
sociales del porvenir menos discutibles de los diversos fundadores de sectas,
mescolanza tanto más fácil de componer cuanto más los ingredientes individuales
habían ido perdiendo, en el torrente de la discusión, -sus contornos perfilados
y agudos, como los guijarros lamidos por la corriente de un río. Para convertir
el socialismo en una ciencia, era indispensable, ante todo, situarlo en
el terreno de la realidad.
[ 1] He aquí el pasaje de Hegel referente a la revolución francesa: "La
idea, el concepto del Derecho, se hizo valer de golpe, sin que pudiese oponerle
ninguna resistencia la vieja armazón de la injusticia. Sobre la idea del
Derecho se ha basado ahora, por tanto, una Constitución, y sobre ese fundamento
debe basarse en adelante todo. Desde que el Sol alumbra en el firmamento
y los planetas giran alrededor de él, nadie había visto que el hombre se
alzase sobre la cabeza, es decir, sobre la idea, construyendo con arreglo
a ésta la realidad. Anaxágoras fue el primero que dijo que el nûs, la razón,
gobierna el mundo: pero sólo ahora el hombre ha acabado de comprender que
el pensamiento debe gobernar la realidad espiritual. Era, pues, una espléndida
aurora. Todos los seres pensantes celebraron esta nueva época.
Una sublime emoción reinaba en aquella época, un entusiasmo del espíritu
estremecía el mundo, como si por vez primera se lograse la reconciliación
del mundo con la divinidad". Hegel, "hí osophie der Geschichte, 1840, S.
535 (Hegel, Filosofía de la Historia, 1840, pág. 535). ¿No habrá llegado
la hora de aplicar la ley contra los socialistas a estas doctrinas subversivas
y atentatorias contra la sociedad, del difunto profesor Regel? (Nota de
Engels.).
[ 2]Según la teoría de Rousseau los hombres vivían primitivamente en las
condiciones del estado natural, donde todos eran iguales. El surgimiento
de la propiedad privada y el desarrollo de la desigualdad patrimonial determinaron
el paso de los hombres del estado natural al estado civil y condujeron a
la formación del Estado, basado en el contrato social. Sin embargo, más
tarde, el desarrollo de la desigualdad política llevó a la infracción del
contrato social y al surgimiento de un nuevo estado natural. Debe sustituir
a este último un Estado razonable, basado en un nuevo contrato social. (N.
de la Edit.)
[ 3] Anabaptistas "rebautizados". Partidarios de una secta religiosa que
surgió en Alemania y los Países Bajos en el siglo XVI. Los miembros de esta
secta se llamaban anabaptistas porque ellos exigían un segundo bautismo
a una edad consciente. En la guerra campesina de 1524-1525, los anabaptistas,
entre los cuales predominaban los campesinos, artesanos y pequeños comerciantes,
se acercaban al ala más revolucionaria del movimiento, encabezada por Tomás
Münzer. (N. de la Edil.)
[ 4] Se trata de los "verdaderos levellers" o de los llamados "diggers".
representantes de los intereses de los pobres de la ciudad y del campo en
el período de la Revolución burguesa inglesa del siglo XVII. (N. de la Edil.)
[ 5] Engels se refiere aquí a las obras de los representantes del comunismo
utópico Tomás Moro (siglo XVI)y Campanella (siglo XVII). (N. de la Edit.)
[ 6] Se refiere a la divisa de la revolución burguesa francesa de fines
del siglo XVIII, "Libertad, Igualdad, Fraternidad". (N. de la Edit.)
[ 7] De The Revolution in Mitid and Practice (La revolución en el espíritu
y en la práctica), un,memorial dirigido a todos "los republicanos rojos,
comunistas y socialistas de Europa", y enviado al Gobierno provisional francés
de 1848, así como "a la reina Victoria y a sus consejeros responsables".
(Nota de Engels.)
*Primera parte del texto Del socialismo Utópico al socialismo científico
de Federico Engels, editorial Anteo, 1975
Fuente: http://www.ucm.es/info/bas/utopia/html/engels.htm
Filosofía
Entrevista
a Etienne Balibar
Aún en las sociedades más desarrolladas persisten ideologías racistas. ¿Acaso
fracasó la educación? ¿Cómo defendernos del racismo?
-Como militante de los derechos del hombre creo en el trabajo educativo
y en la movilización social contra las formas antiguas o nuevas del racismo.
Pero en tanto que filósofo, estimo que tenemos también que interrogarnos
-e interrogar- sobre la significación del racismo contemporáneo.
¿Cómo se forjó la lucha contra el racismo?
-La lucha antirracista es el núcleo de la política de los derechos humanos
institucionalizada después de la Segunda Guerra Mundial, y se formuló teniendo
a la vista tres grandes formas de prácticas de discriminación que se han
reunido bajo el concepto de racismo: el antisemitismo europeo, que culminó
en el exterminio de los judíos de Europa por el régimen nazi; los efectos
de la colonización europea, que había transformado a los pueblos dominados
en poblaciones inferiores; y el problema de la segregación de las poblaciones
negras en los Estados Unidos.
¿Cómo se unieron estos diversos fenómenos?
-Se lo hizo caracterizando a las prácticas racistas como aquellas arraigadas
en el prejuzgamiento de que nuestra especie está dividida en categorías
hereditarias diferenciales, que no participan en un pie de igualdad en las
características esenciales de la naturaleza del género humano. La lucha
contra el racismo evoca una supremacía de la unidad del género humano.
¿Y esa caracterización de racismo todavía resulta adecuada?
-Se tornó confusa en ciertos puntos y hasta contradictoria en la práctica.
Ocurrió que el campo de aplicación de la categoría de racismo se extendió
progresivamente a todo tipo de situaciones de discriminación o de opresión
social, incluyendo conflictos nacionales y la discusión sobre si la violencia
sexista constituye una manera de transformar al género femenino en una suerte
de raza inferior. Esta ampliación obliga a precisar las nociones teóricas
empleadas para pensar el racismo.
¿Y ya sin idea de raza?
-Como la noción de raza es rechazada por todos los biólogos, se empezó a
hablar de racismo sin raza, y las mismas funciones de estigmatización y
de inferiorización pasaron a ser analizadas recurriendo a categorías sociales.
Esto ha conducido a formular dudas sobre la pertinencia de la categoría
general de racismo, ya que parecen confundirse y amalgamarse distintas formas
de opresión, cuya causa última no reside en un prejuicio racial.
¿Esto da lugar a un uso contradictorio de la noción de racismo?
-Un ejemplo es el debate actual sobre las nuevas formas del antisemitismo,
que no puede aislarse del conflicto que se desarrolla en Oriente Medio entre
el Estado de Israel y el pueblo palestino y el conjunto del mundo árabe.
En la Conferencia Internacional de lucha contra el Racismo, de hace dos
años en Durban, Sudáfrica, vimos enfrentarse a organizaciones y portavoces
de las naciones árabes que reclamaban que el sionismo fuera oficialmente
caracterizado como una forma de racismo, con Israel y algunas organizaciones
no gubernamentales que explicaban que la forma privilegiada que adopta hoy
el antisemitismo estaba representado por el antisionismo.
Esto produce confusión.
-Sí, y por eso creo que las categorías a la vez morales, políticas y científicas
por medio de las cuales se ha instituido un antirracismo en la conciencia
de la humanidad contemporánea han llegado a una especie de límite, y que
se requiere de una refundación de las bases conceptuales de la política
de los derechos humanos y se debe repensar qué es eso que llamamos racismo.
Luchar contra el racismo, ¿implica recomponer la categoría de ciudadanía?
-Hannah Arendt evitó fundamentar la lucha contra el racismo a partir de
la identificación empática con las víctimas, criticó la manera en que las
víctimas tenían tendencia a representarse y a utilizar su estatus de víctimas
a fin de construir una identidad política colectiva, y se resistió a usar
el discurso sobre el carácter único de la exterminación de los judíos. Ella
formuló lo que yo llamo "el teorema de Arendt", que indica que no hay derechos
del hombre fuera de la institución política. Así, lo primero no son los
derechos del hombre sino los derechos del ciudadano.
Pero hoy debería atenderse a la ciudadanía en un mundo globalizado.
-Arendt empezó a plantear el hecho de que la implementación de los derechos
del hombre mediante constituciones democráticas, en la forma de la institución
de una ciudadanía democrática, se había llevado a cabo a partir del siglo
XVIII en el marco de algunos estados nacionales que se convirtieron en estados
coloniales, que hicieron una aplicación discriminatoria de sus propios principios
de libertad y de igualdad. Hoy los estados-nación tienen un rol que deben
cumplir en este marco, y hay que exigir de ellos, permanentemente, que sean
fieles a ciertos principios que reconocieron oficialmente. Pero el problema
de la institución de los derechos humanos se plantea en una escala fundamentalmente
supranacional, o quizás sea mejor decir transnacional. La gran cuestión
es qué tipo de transnacionalización de la ciudadanía puede servir como base
para una política más universal de los derechos humanos y para una lucha
más efectiva contra la discriminación racista en el mundo actual.
¿Qué pueden hacer los intelectuales por los derechos humanos?
-Pienso en Edward Said, que acaba de morir y a quien tuve la suerte de frecuentar.
El brindó uno de los ejemplos más destacados de lo que debe ser la función
de un intelectual crítico en el mundo actual. Y lo que Said en sus últimos
textos denominó -de manera a la vez autobiográfica y conceptual-, como la
condición del exilio, es un elemento importante. Said no perteneció a un
solo mundo sino a varios y desarrolló las potencialidades de su condición
de intelectual traductor, que se hace permanentemente la pregunta acerca
de cómo se pueden poner en comunicación mundos culturales que se ignoran,
o se combaten entre sí, o que tienen tendencia a negar recíprocamente los
valores del otro. Lo hizo contra todas las formas de imperialismo, en especial
contra lo que él definió como "orientalismo" -el prejuicio del Occidente
euroamericano contra las civilizaciones del Islam, del extremo oriente,
del sur-. Pero este compromiso no implicó la aceptación automática de todas
las críticas dirigidas contra el imperialismo o el occidental-centrismo.
Su compromiso sin ambigüedades fue autocrítico y constituye el modelo de
cómo se puede resistir a ideologías racistas sin engendrar o nutrir otro
racismo de signo contrario.
Fuente: http://mitomundializacion.blogspot.com/2008/06/etienne-balibar-debemos-repensar-qu-es.html
Economía
Reseña del
primer tomo de El Capital de Carlos Marx*
Para el Demokratisches Wochenblatt [1)
Por Federico Engels
EL CAPITAL DE MARX [2]
Desde que hay en el mundo capitalistas y obreros, no se ha publicado un
solo libro que tenga para los obreros la importancia de éste. En él se estudia
científicamente, por vez primera, la relación entre el capital y el trabajo,
eje en torno del cual gira todo el sistema de la moderna sociedad, y se
hace con una profundidad y un rigor sólo posibles en un alemán. Por más
valiosas que son y serán siempre las obras de un Owen, de un Saint-Simon,
de un Fourier, tenía que ser un alemán quien escalase la cumbre desde la
que se domina, claro y nítido —como se domina desde la cima de las montañas
el paisaje de las colinas situadas más abajo—, todo el campo de las modernas
relaciones sociales.La Economía política al uso nos enseña que el trabajo
es la fuente de toda la riqueza y la medida de todos los valores, de tal
modo, que dos objetos cuya producción haya costado el mismo tiempo de trabajo
encierran idéntico valor; y como, por término medio, sólo pueden cambiarse
entre sí valores iguales, esos objetos deben poder ser cambiados el uno
por el otro. Pero, al mismo tiempo, nos enseña que existe una especie de
trabajo acumulado, al que esa Economía da el nombre de capital, y que este
capital, gracias a los recursos auxiliares que encierra, eleva cien y mil
veces la capacidad productiva del trabajo vivo, en gracia a lo cual exige
una cierta remuneración, que se conoce con el nombre de beneficio o ganancia.
Todos sabemos que lo que sucede en realidad es que, mientras las ganancias
del trabajo muerto, acumulado, crecen en proporciones cada vez más asombrosas
y los capitales de los capitalistas se hacen cada día más gigantescos, el
salario del trabajo vivo se reduce cada vez más, y la masa de los obreros,
que viven exclusivamente de un salario, se hace cada vez más numerosa y
más pobre. ¿Cómo se resuelve esta contradicción? ¿Cómo es posible que el
capitalista obtenga una ganancia, si al obrero se le retribuye el valor
íntegro del trabajo que incorpora a su producto? Como el cambio supone siempre
valores iguales, parece que tiene necesariamente que suceder así. Mas, por
otra parte, ¿cómo pueden cambiarse valores iguales, y cómo puede retribuírsele
al obrero el valor íntegro de su producto, si, como muchos economistas reconocen,
este producto se distribuye entre él y el capitalista? Ante esta contradicción,
la Economía al uso se queda perpleja y no sabe más que escribir o balbucir
unas cuantas frases confusas, que no dicen nada. Tampoco los críticos socialistas
de la Economía política, anteriores a nuestra época, pasaron de poner de
manifiesto la contradicción; ninguno logró resolverla, hasta que Marx, por
fin, analizó el proceso de formación de la ganancia, remontándose a su verdadera
fuente y poniendo en claro, con ello, todo el problema.En su investigación
del capital, Marx parte del hecho sencillo y notorio de que los capitalistas
valorizan su capital por medio del cambio, comprando mercancías con su dinero
para venderlas después por más de lo que les han costado. Por ejemplo, un
capitalista compra algodón por valor de 1.000 táleros y lo revende por 1.10O,
«ganando», por tanto, 100 táleros. Este superávit de 100 táleros, que viene
a incrementar el capital primitivo, es lo que Marx llama plusvalía. ¿De
dónde nace esta plusvalía? Los economistas parten del supuesto de que sólo
se cambian valores iguales, y esto, en el campo de la teoría abstracta,
es exacto. Por tanto, la operación consistente en comprar algodón y en volverlo
a vender, no puede engendrar una plusvalía, como no puede engendrarla el
hecho de cambiar un tálero por treinta silbergroschen o el de volver a cambiar
las monedas fraccionarias por el tálero de plata. Después de realizar esta
operación, el poseedor del tálero no es más rico ni más pobre que antes.
Mas la plusvalía no puede brotar tampoco del hecho de que los vendedores
coloquen sus mercancías por más de lo que valen o de que los compradores
las obtengan por debajo de su valor, porque los que ahora son compradores
son luego vendedores, y, por tanto, lo que ganan en un caso lo pierden en
el otro. Ni puede provenir tampoco de que los compradores y vendedores se
engañen los unos a los otros, pues eso no crearía ningún valor nuevo o plusvalía,
sino que haría cambiar únicamente la distribución del capital existente
entre los capitalistas. Y no obstante, a pesar de comprar y vender las mercancías
por lo que valen, el capitalista saca de ellas más valor del que ha invertido.
¿Cómo se explica esto?
Bajo el régimen social vigente, el capitalista encuentra en el mercado una
mercancía que posee la peregrina cualidad de que, al consumirse, engendra
nuevo valor, crea un nuevo valor: esta mercancía es la fuerza de trabajo.
¿Cuál es el valor de la fuerza de trabajo? El valor de toda mercancía se
mide por el trabajo necesario para producirla. La fuerza de trabajo existe
bajo la forma del obrero vivo, quien para vivir y mantener además a su familia
que garantice la persistencia de la fuerza de trabajo aun después de su
muerte, necesita una determinada cantidad de medios de vida. El tiempo de
trabajo necesario para producir estos medios de vida representa, por tanto,
el valor de la fuerza de trabajo. El capitalista se lo paga semanalmente
al obrero y le compra con ello el uso de su trabajo durante una semana.
Hasta aquí, esperamos que los señores economistas estarán, sobre poco más
o menos, de acuerdo con nosotros, en lo que al valor de la fuerza de trabajo
se refiere.
El capitalista pone a su obrero a trabajar. El obrero le suministra al cabo
de determinado tiempo la cantidad de trabajo representada por su salario
semanal. Supongamos que el salario semanal de un obrero equivale a tres
días de trabajo; si el obrero comienza a trabajar el lunes, el miércoles
por la noche habrá reintegrado al capitalista el valor íntegro de su salario.
Pero, ¿es que deja de trabajar una vez conseguido esto? Nada de eso. El
capitalista le ha comprado el trabajo de una semana; por tanto, el obrero
tiene que seguir trabajando los tres días que faltan para ésta. Este plustrabajo
del obrero, después de cubrir el tiempo necesario para reembolsar al patrono
su salario, es la fuente de la plusvalía, de la ganancia, del incremento
progresivo del capital.
Y no se diga que eso de que el obrero rescata en tres días, trabajando,
el salario que percibe, y que durante los tres días restantes trabaja para
el capitalista, es una suposición arbitraria. Por el momento, nos tiene
absolutamente sin cuidado, y es cosa que depende de las circunstancias,
el que para reponer el salario necesite realmente tres días, o dos, o cuatro;
lo importante es que, además del trabajo pagado, el capitalista le saca
al obrero trabajo que no le retribuye. Y esto no es ninguna suposición arbitraria,
ya que el día en que el capitalista, a la larga, sólo sacase del obrero
el trabajo que le remunera mediante el salario, cerraría la fábrica, pues
toda su ganancia se iría a pique.
He aquí la solución de todas aquellas contradicciones. El nacimiento de
la plusvalía (de la que una parte importante constituye la ganancia del
capitalista) es, ahora, completamente claro y natural. Al obrero se le paga,
ciertamente, el valor de la fuerza de trabajo. Lo que ocurre es que este
valor es bastante inferior al que el capitalista logra sacar de ella, y
la diferencia, o sea el trabajo no retribuido, es lo que constituye precisamente
la parte del capitalista, o mejor dicho, de la clase capitalista. Pues,
hasta la ganancia que en nuestro ejemplo de más arriba obtenía el comerciante
algodonero al vender el algodón, tiene que provenir necesariamente, si la
mercancía no sube de precio, del trabajo no retribuido. El comerciante tiene
que vender su mercancía a un fabricante de tejidos de algodón, quien puede
sacar del artículo que fabrica, además de aquellos 100 táleros, un beneficio
para sí, compartiendo, por tanto, con el comerciante el trabajo no retribuido
que se embolsa. De este trabajo no retribuido viven en general todos los
miembros ociosos de la sociedad. De él salen los impuestos que cobran el
Estado y el municipio, en la parte que grava a la clase capitalista, la
renta del suelo abonada a los terratenientes, etc. Sobre él descansa todo
el orden social existente.
Sería necio, sin embargo, creer que el trabajo no retribuido solo ha surgido
bajo las condiciones actuales, en que la producción corre a cargo de capitalistas
de una parte y de obreros asalariados de otra parte. Nada más lejos de la
verdad. La clase oprimida se ha visto forzada a rendir trabajo no retribuido
en todas las épocas de la historia. Durante los largos siglos en que la
esclavitud era la forma dominante de organización del trabajo, los esclavos
veíanse obligados a trabajar mucho más de lo que se les pagaba en forma
de medios de vida. Bajo la dominación de la servidumbre de la gleba y hasta
la abolición de la prestación personal campesina, ocurría lo mismo; aquí,
incluso adquiría forma tangible la diferencia entre el tiempo durante el
cual el campesino trabajaba para su propio sustento y el plustrabajo que
rendía para el señor feudal, precisamente porque éste lo ejecutaba en otro
sitio que aquel. Hoy, la forma ha cambiado, pero el fondo sigue siendo el
mismo, y mientras «una parte de la sociedad posea el monopolio de los medios
de producción, el obrero, sea libre o no libre, no tendrá más remedio que
añadir al tiempo durante el cual trabaja para su propio sustento un tiempo
de trabajo adicional para producir los medios de vida destinados a los poseedores
de los instrumentos de producción» (Marx, pág. 202) [3].
II
Veíamos en nuestro articulo anterior que todo obrero enrolado por el capitalista
ejecuta un doble trabajo: durante una parte del tiempo que trabaja, repone
el salario que el capitalista le adelanta, y esta parte del trabajo es lo
que Marx llama trabajo necesario. Pero luego, tiene que seguir trabajando
y producir la plusvalía para el capitalista, una parte importante de la
cual representa la ganancia. Esta parte de trabajo recibe el nombre de plustrabajo.
Supongamos que el obrero trabaja durante tres días de la semana para reponer
su salario y tres días para crearle plusvalía al capitalista. Expresado
en otros términos, esto vale tanto como decir que, si la jornada es de doce
horas, trabaja seis horas por su salario y otras seis para la producción
de plusvalía. De una semana sólo pueden sacarse seis días o siete, a lo
sumo, incluyendo el domingo; en cambio, a cada día se le pueden arrancar
seis, ocho, diez, doce, quince horas de trabajo, y aún más. El obrero vende
al capitalista, por el jornal, una jornada de trabajo. Pero ¿qué es una
jornada de trabajo? ¿Ocho horas, o dieciocho?
Al capitalista le interesa que la jornada de trabajo sea lo más larga posible.
Cuanto más larga sea, mayor plusvalía rendirá. Al obrero le dice su certero
instinto que cada hora más que trabaja, después de reponer el salario, es
una hora que se le sustrae ilegítimamente, y sufre en su propia pelleja
las consecuencias del exceso de trabajo. El capitalista lucha por su ganancia,
el obrero por su salud, por un par de horas de descanso al día, para poder
hacer algo más que trabajar, comer y dormir, para poder actuar también en
otros aspectos como hombre. Diremos de pasada que no depende de la buena
voluntad de cada capitalista en particular luchar o no por sus intereses,
pues la competencia obliga hasta a los más filantrópicos a seguir las huellas
de los demás, haciendo a sus obreros trabajar el mismo tiempo que trabajan
los otros.
La lucha por conseguir que se fije la jornada de trabajo dura desde que
aparecen en la escena de la historia los obreros libres hasta nuestros días.
En distintas industrias rigen distintas jornadas tradicionales de trabajo,
pero, en la práctica, son muy contados los casos en que se respeta la tradición.
Sólo puede decirse que existe verdadera jornada normal de trabajo allí donde
la ley fija esta jornada y se encarga de velar por su aplicación. Hasta
hoy, puede afirmarse que esto sólo acontece en los distritos fabriles de
Inglaterra. En las fábricas inglesas rige la jornada de diez horas (o sea,
diez horas y media durante cinco días y siete horas y media los sábados)
para todas las mujeres y los chicos de trece a dieciocho años; y como los
hombres no pueden trabajar sin la cooperación de aquellos elementos, de
hecho también ellos disfrutan la jornada de diez horas. Los obreros fabriles
de Inglaterra arrancaron esta ley a fuerza de años y años de perseverancia
en la más tenaz y obstinada lucha contra los fabricantes, mediante la libertad
de prensa y el derecho de reunión y asociación y explotando también hábilmente
las disensiones en el seno de la propia clase gobernante. Esta ley se ha
convertido en el paladión de los obreros ingleses, ha ido aplicándose poco
a poco a todas las grandes ramas industriales, y el año pasado se hizo extensiva
a casi todas las industrias, por lo menos a todas aquellas en que trabajan
mujeres y niños. Acerca de la historia de esta reglamentación legal de la
jornada de trabajo en Inglaterra, contiénense datos abundantísimos en la
obra que estamos comentando. En el próximo Reichstag del Norte de Alemania
se deliberará también acerca de una ordenanza industrial, y, por tanto,
se pondrá a debate la reglamentación del trabajo fabril. Esperamos que ninguno
de los diputados elegidos por los obreros alemanes intervendrá en la discusión
de esta ley sin antes familiarizarse bien con el libro de Marx. Aquí se
podrá lograr mucho. Las disensiones que existen en el seno de las clases
dominantes son más propicias para los obreros que lo han sido nunca en Inglaterra,
porque el sufragio universal obliga a las clases dominantes a captarse las
simpatías de los obreros. En estas condiciones, cuatro o cinco representantes
del proletariado, si saben aprovecharse de su situación, y sobre todo si
saben de qué se trata, cosa que no saben los burgueses, pueden constituir
una fuerza. El libro de Marx pone en sus manos, perfectamente dispuestos,
todos los datos necesarios.
Pasaremos por alto una serie de excelentes investigaciones, de carácter
más bien teórico, y nos detendremos tan sólo en el capítulo final de la
obra, que trata de la acumulación del capital. En este capítulo se pone
primero de manifiesto que el método capitalista de producción, es decir,
el método de producción que presupone la existencia de capitalistas, por
una parte, y de obreros asalariados, por otra, no sólo le reproduce al capitalista
constantemente su capital, sino que reproduce, incesantemente, la pobreza
del obrero, velando, por tanto, por que existan siempre, de un lado, capitalistas
que concentran en sus manos la propiedad de todos los medios de vida, materias
primas e instrumentos de producción, y, de otro lado, la gran masa de obreros
obligados a vender a estos capitalistas su fuerza de trabajo por una cantidad
de medios de vida que, en el mejor de los casos, sólo alcanza para sostenerlos
en condiciones de trabajar y de criar una nueva generación de proletarios
aptos para el trabajo. Pero el capital no se limita a reproducirse, sino
que aumenta y crece incesantemente, con lo cual aumenta y crece también
su poder sobre la clase de los obreros desposeídos de toda propiedad. Y,
del mismo modo que el capital se reproduce a sí mismo en proporciones cada
vez mayores, el moderno modo capitalista de producción reproduce igualmente,
en proporciones que van siempre en aumento, en número creciente sin cesar
la clase de los obreros desposeídos. «La acumulación del capital reproduce
la relación del capital en una escala mayor: a más capitalistas o a mayores
capitalistas en un polo, en el otro polo más obreros asalariados... La acumulación
del capital significa, por tanto, el crecimiento del proletariado» (pág.
600) [4]. Pero, como los progresos de la maquinaria, el cultivo perfeccionado
de la tierra, etc., hacen que cada vez se necesiten menos obreros para producir
la misma cantidad de artículos, y como este perfeccionamiento, es decir,
esta creación de obreros sobrantes, aumenta con mayor rapidez que el propio
capital creciente, ¿qué se hace de este número, cada vez mayor, de obreros
superfluos? Forman un ejército industrial de reserva, al que en las épocas
malas o medianas se le paga menos de lo que vale su trabajo, que trabaja
sólo de vez en cuando o se queda a merced de la beneficencia pública, pero
que es indispensable para la clase capitalista en las épocas de gran actividad,
como ocurre actualmente, a todas luces, en Inglaterra, y que en todo caso
sirve para vencer la resistencia de los obreros ocupados normalmente y para
mantener bajos sus salarios. «Cuanto mayor es la riqueza social... tanto
mayor es la superpoblación relativa, es decir, el ejército industrial de
reserva. Y cuanto mayor es este ejército de reserva, en relación con el
ejército obrero activo (o sea, con los obreros ocupados normalmente), tanto
mayor es la masa de superpoblación consolidada (permanente), es decir, las
capas obreras cuya miseria está en razón inversa a sus tormentos de trabajo
[5]. Finalmente, cuanto más extenso es en la clase obrera el sector de la
pobreza y el ejército industrial de reserva, tanto mayor es también el pauperismo
oficial. Tal es la ley absoluta, general, de la acumulación capitalista»
(pág. 631) [6].
He ahí, puestas de manifiesto con todo rigor científico —los economistas
oficiales se guardan mucho de intentar siquiera refutarlas— algunas de las
leyes fundamentales del moderno sistema social capitalista. Pero, ¿queda
dicho todo, con esto? No, ni mucho menos. Con la misma nitidez con que destaca
los lados negativos de la producción capitalista, Marx pone de relieve que
esta forma social era necesaria para desarrollar las fuerzas productivas
sociales hasta un nivel que haga posible un desarrollo igual y digno del
ser humano para todos los miembros de la sociedad. Todas las formas sociales
anteriores eran demasiado pobres para esto. Sólo la producción capitalista
crea las riquezas y las fuerzas productivas necesarias para ello, pero crea
también, al mismo tiempo, con las masas de obreros oprimidos, una clase
social obligada más y más a tomar en sus manos estas riquezas y fuerzas
productivas, para conseguir que sean aprovechadas en beneficio de toda la
sociedad y no, como hoy, en el de una clase monopolista.
NOTAS
*Escrito: Por F. Engels entre el 2 y el 13 de marzo de 1868.
Primera edición: En alemán en los núms. 12 y 13 del "Demokratisches Wochenblatt",
el 21 y 28 de marzo de 1868.
[1] El presente artículo es una de las reseñas de Engels del I tomo de "El
Capital" publicada en la prensa obrera y democrática con el fin de divulgar
las tesis esenciales del libro. Además de los artículos para obreros, Engels
escribió varias reseñas anónimas para la prensa burguesa, a fin de destruir
la «conspiración del silencio» con el que la ciencia económica oficial y
la prensa burguesa acogieron el genial trabajo de Marx. En dichas reseñas,
Engels critica el libro, como si dijéramos, «desde un punto de vista burgués»,
para obligar con la ayuda de este «recurso militar», según la expresión
de Marx, a los economistas burgueses a hablar del libro.
"Demokratisches Wochenblatt" («Hebdomadario democrático») era un periódico
obrero alemán que se publicó de enero de 1868 a septiembre de 1869 en Leipzig
bajo la redacción de G. Liebknecht. El periódico desempeñó un papel considerable
en la creación del Partido Socialdemócrata Obrero de Alemania. En el Congreso
de Eisenach de 1869, fue proclamado órgano central del partido y pasó a
denominarse "Volksstaat". Colaboraban en él Marx y Engels.
[2] Das Kapital. Kritik der politischen Oekonomie, von Karl Marx. Erster
Band. Der Produktionsprozess des Kapitals. Hamburg, O. Meissner, 1867.
[3] Véase C. Marx y F. Engels. "Obras", 2 ed. en ruso, t. 23, pág. 246.
(N. de la Edit.)
[4] Véase C. Marx y F. Engels. "Obras", 2 ed. en ruso, t. 23, págs. 627-628.
(N. de la Edit.)
[5] En la traducción autorizada del I tomo de "El Capital" al francés Marx
puntualiza esta tesis. (N. de la Edit.)
[6] Véase C. Marx y F. Engels. "Obras", 2 ed. en ruso, t. 23, pág. 659.
(N. de la Edit.)
Fuente: http://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/resena.htm
Política
Entrevista
con Alan Woods: La vigencia plena del marxismo
Escrito por Dax Toscano. Sábado, 21 de marzo de 2009
Entrevista publicada en Argenpress.info
México D.F. fue sede de la Primera Escuela Marxista Panamericana, la misma
que se desarrolló del 27 de febrero al dos de marzo de 2009, evento que
fue organizado por la Corriente Marxista Internacional. Esta escuela fue
un espacio destinado a la discusión, al debate, a la crítica y a la elaboración
de propuestas revolucionarias para hacerle frente al capitalismo y lograr
la construcción de una sociedad nueva, más justa y más humana: el socialismo.
Lejos de ser un seminario en el cual un grupo de intelectuales y académicos,
haciendo gala de sus conocimientos, de su erudición y de su sabiduría, hayan
realizado la exposición formal de sus ponencias, fue una escuela en la cual
jóvenes y viejos militantes revolucionarios, estudiantes y trabajadores
de distintos lugares del mundo, implicados profundamente en la lucha en
defensa de las ideas del marxismo revolucionario y del socialismo, hicieron,
como diría Lenin, un análisis concreto de la realidad concreta, con la profundidad
que adquieren quienes están vinculados directamente con el movimiento real
de la lucha de clases entre los explotados y los explotadores.
La Escuela Marxista Panamericana contó con la participación de Alan Woods,
fundador, junto con Ted Grant, de la tendencia Militant y actualmente dirigente
de la Corriente Marxista Internacional. Alan es autor de diversos artículos,
ensayos y libros en los cuales hace con su amigo y camarada Ted una profunda
defensa de las tradiciones revolucionarias que dejó como enseñanza la Revolución
Bolchevique, así como de las ideas de Marx, Engels, Lenin y Trotsky y, en
consecuencia, del método del materialismo histórico-dialéctico. Con Alan,
en un momento de su apretado tiempo, se pudo conversar sobre diversos temas
relacionados con el pensamiento marxista, los ataques de sus detractores
y la necesidad de llevar adelante la lucha por el triunfo del socialismo
frente al oprobioso sistema capitalista.
1. Lo obsoleto es el capitalismo y las ideas de sus defensores:
Tras la caída del muro de Berlín y la implosión de la ex Unión Soviética,
los ataques contra el pensamiento marxista recrudecieron. En muchos centros
académicos los defensores del marxismo revolucionario han sido calificados
como obsoletos, anacrónicos o dinosaúricos. Frente a esto Alan Woods señala
que lo que es obsoleto es el capitalismo. Alan explica cómo a raíz del colapso
de la URSS, se dio pie a una contraofensiva ideológica sin precedentes por
parte de la burguesía para atacar al marxismo y al socialismo. Esto, dice
el marxista galés, se convirtió además en una industria, en un negocio rentable.
El autor de Razón y Revolución explica que lo que fracasó hace veinte años
no fue el socialismo en el sentido entendido por Marx, Engels, Lenin o Trotsky,
sino una caricatura burocrática y totalitaria del socialismo que fue el
estalinismo. Esto causó un gran impacto y, en ese momento, la burguesía
y sus defensores se pusieron eufóricos anunciando el fin del socialismo,
del comunismo y del marxismo.
Los enemigos de las ideas de Marx y Engels llevan más de 150 años anunciando
su muerte. Pero ¿por qué se preocupan del marxismo si está muerto?, se pregunta
Alan Woods. No obstante esto, los ideólogos de la burguesía todos los años
se ven en la necesidad de publicar nuevos libros, artículos, tesis doctorales
demostrando que el marxismo está muerto. Para Alan esto tiene una explicación.
La clase dominante no es tonta y no gastaría su tiempo atacando ideas muertas.
La burguesía ataca ideas que son peligrosas para su clase. Pero tras 20
años desde la caída de los regímenes del llamado "socialismo real", todas
estas ilusiones de la burguesía y sus defensores han colapsado. Estamos
presenciando la crisis general del capitalismo prevista por Carlos Marx.
Como hecho anecdótico Alan Woods dice que el libro más vendido en Alemania
es Das Kapital (El capital), cuyas ventas se multiplicaron un 300 %, lo
cual demuestra que lejos de ser ideas obsoletas, la gente busca una explicación
de la crisis del capitalismo en las ideas científicas de Marx.
2. ¿Por qué tiene plena vigencia el marxismo?
Alan Woods plantea un reto a los lectores: acudir a las bibliotecas y buscar
cualquier libro burgués de economía política o de ciencias sociales escrito
hace 150 años. Asegura que esos materiales no tendrán más que un mero interés
histórico y cero relevancia para la aplicación en el mundo moderno. No obstante,
dice el dirigente de la Corriente Marxista Internacional, en El Manifiesto
Comunista, escrito hace más de 150 años por Marx y Engels, se encontrará
una descripción verdadera, rigurosa y brillante no del mundo de 1848, sino
del mundo de hoy. Para ello pone dos ejemplos. El primero hace referencia
a la globalización. Ésta ha sido presentada hace 20, 30 años por los economistas
burgueses como algo novedoso. Sin embargo, la globalización fue explicada
de antemano por Marx y Engels en las páginas de El Manifiesto Comunista.
Allí se expone claramente como el capitalismo surge en primer lugar como
un mercado nacional para luego convertirse necesariamente en un mercado
mundial, siendo esto lo más importante de nuestra época, dice Alan Woods.
Cuando Marx y Engels escribieron esta predicción tan brillante no existía
el mercado mundial internacional, el capitalismo solo existía en Inglaterra,
en Francia estaba en sus principios y Alemania era más atrasada todavía.
La segunda predicción, algo muy polémico, que los enemigos del marxismo
han calificado como errónea, es la que se refiere a la concentración del
capital. El capitalismo que empieza con pequeñas empresas, cuando Marx explica
esto en Gran Bretaña no había grandes empresas, necesariamente producto
de la competición y de las leyes del libre mercado, resulta en un proceso
de concentración de riqueza en pocas manos y de miseria para otra parte.
Cifras emitidas por la ONU señalan que más del 50 % de la riqueza disponible
está en manos del dos por ciento de la población del mundo; 1,2 mil millones
de seres humanos viven en la más absoluta miseria y de esos, 8 millones
de hombres mujeres y niños mueren todos los años por falta de recursos económicos.
Si eso no es una concentración de capital ¿qué es?, pregunta Alan Woods.
Ese proceso se ha multiplicado por diez en las últimas décadas, hay una
concentración de riqueza obscena y una concentración de miseria no solo
en América Latina, sino en Inglaterra, en EEUU donde se expresó con mayor
profundidad cuando la ciudad de Nueva Orleans fue azotada por el huracán
Katrina en el año 2005. He aquí la realidad.
3. Los ataques contra Federico Engels:
Federico Engels ha sido objeto de todo tipo de ataques que han pretendido
desmerecer su obra. Alan Woods, en su libro escrito conjuntamente con Ted
Grant, "Razón y Revolución", explica partiendo de datos obtenidos por recientes
investigaciones científicas, la validez de las ideas de Engels y de su método
de estudio e investigación. Es una tontería como un piano, como dicen en
España, expresa Alan cuando responde a la pregunta sobre las acusaciones
vertidas contra Engels. Federico Engels era un genio, pero era un hombre
modesto, tan modesto que cuando murió dio órdenes explícitas de cremar su
cadáver y echar sus cenizas al mar porque no quería que se erigiera ningún
monumento en su honor. Él estaba a la sombra de Marx y eso no ha permitido
ver su grandeza, la de un gran revolucionario, un gran pensador, un teórico
muy profundo.
Acusar a Engels de ser un positivista es una bobada que solo se escucha
en las universidades, dice. Eso es una estupidez. Alan acude a una frase
del poeta alemán Friedrich Shiller para explicar la barbaridad de esa imputación
infundada: "Contra la estupidez los propios dioses luchan en vano". Es absurdo
además expresar que sus ideas eran sólo del siglo XIX. Esto es lógico, Engels
tenía que basarse en las ideas del siglo en el que vivió, no podía hacerlo
sobre las ideas del siglo XXI, señala irónicamente Alan Woods. Sin embargo,
los escritos de Engels, sobre todo La dialéctica de la naturaleza, no reflejan
la ciencia del siglo XIX, sino que está bastante por delante de las ideas
científicas de su época. Critica duramente las teorías de la mecánica clásica,
la física de Newton, su sistema mecanicista. Los últimos descubrimientos
del siglo XX y XXI, de los últimos cien años, han demostrado totalmente
la vigencia del método de Federico Engels, que es el método dialéctico.
Alan pone como ejemplo de su aseveración a la teoría del caos, donde se
refleja la aplicación del método dialéctico. Estas no son ideas pasadas
de moda; al contrario, son ideas científicas, avanzadas.
4. ¿Por qué las ideas de Lenin y Trotsky están vigentes?
Lenin y Trotsky después de Marx y Engels fueron quienes defendieron y desarrollaron
sus ideas en el siglo XX. Son ideas maravillosas, profundas, brillantes
y totalmente vigentes. Se han dicho muchas falsificaciones acerca del papel
de Trotsky, concretamente. Hay una cierta tendencia que viene del estalinismo,
esa aberración, esa caricatura terrible del marxismo, que es totalmente
falsa de señalar que hubo un conflicto fundamental entre las ideas de Lenin
y Trotsky. La realidad es totalmente diferente, dice Alan que con Ted Grant
realizaron un magnífico libro hace más de 40 años titulado "Lenin y Trotsky,
qué defendieron realmente", donde explican con profundidad las ideas de
estos dos revolucionarios.
Alan Woods cuenta una anécdota: "En Rusia hace unos 5 años me invitaron
a una célula, un grupo de base del Komsomol, organización de la juventud
comunista de educación y origen estalinista. Cuando yo entré en la sala,
un joven se me acerca y me dice en ruso ¡¿pero usted es trotskista?! A ver
si me explico, le contesté. Yo defiendo las ideas de Marx y Engels, por
ende soy marxista; después de la muerte de Marx y Engels quien defendió
sus ideas yo creo que fue Lenin, consecuentemente soy leninista; después
de la muerte de Lenin quien defendió sus ideas creo yo que fue Trotsky,
consecuentemente soy trotskista. ¿He contestado tu pregunta? ¿Puedo hacerte
ahora yo una pregunta? ¿Has comprado una botella de vodka en la calle del
libre mercado? En la botella viene una etiqueta que indica que el vodka
es de categoría. Pero cuando te la bebes descubres que es cualquier cosa,
menos de calidad. Hazme caso amigo, no prestes atención a las etiquetas,
si yo voy a dar una charla aquí, si te gusta bien y si no, vamos a seguir
hablando como camaradas que queremos la misma causa, pero vamos abrir un
debate no basado en calumnias, ni basado en pioletazos, un debate honesto,
democrático, amistoso entre todos los miembros de la familia comunista".
Lo que hace falta es gente más abierta. Los nuevos jóvenes van a descubrir
en la práctica la total vigencia del marxismo y van a descubrir que es la
herramienta principal, la más potente, el arma, la palanca más fundamental
para comprender el sistema capitalista y finalmente derrocarlo y establecer
un nuevo orden social que se llame socialismo, señala Alan Woods.
5. Las cosas que Marx no avizoró y los nuevos problemas de la vida
El marxismo es un instrumento muy importante para echar luz sobre todos
los problemas que enfrenta la sociedad humana; pero no podemos esperar que
el marxismo nos ofrezca una bola de cristal o una varita mágica porque eso
ya sale de la ciencia y nos meteríamos a los terrenos místicos y religiosos,
dice Alan Woods. Eso sí, explica, esta herramienta nos ofrece un cuerpo
de ideas bastante completo, profundo que nos posibilita analizar cualquier
cosa, cualquier problema. El marxista galés explica cómo si bien es cierto
que los problemas cambian y aparecen otros nuevos, no varían tanto como
se podría pensar. Y esos problemas no sólo tienen que ver con la miseria
de las masas, las guerras o el terrorismo. Hay otros que son iguales, o
tal vez más importantes, que afectan a la persona, a la familia y que tienen
que ver con la moralidad, la religión por ejemplo. Pero ¿no fue así también
en el pasado?, cuestiona Alan Woods. Si miramos cualquier sociedad en los
últimos diez mil años de lo que, correcta o incorrectamente, se ha dado
en llamar como civilización, han existido diversos sistemas socioeconómicos
como el esclavismo, el feudalismo, el capitalismo que han nacido, crecido,
madurado y han llegado a un grado de desarrollo que después entra en declive,
llegando a un tipo de techo de sus posibilidades y, entonces aparecen en
forma más abierta las contradicciones que siempre están presentes, agravándose
cada vez más, lo cual afecta a la sociedad en muchos aspectos.
Una calumnia estúpida emitida contra el marxismo es la que señala que Marx
redujo todo a lo económico. ¿Cómo es posible que alguien pueda reducir todo
a lo económico? Marx era un filósofo, la filosofía no es economía. La sociedad
tiene muchos más aspectos que tienen que ver con la religión, la poesía
o el arte que no están directamente vinculados a la economía. Lo que sí
es verdad, que es una verdad como un templo, que no admite contradicción,
es que en última instancia la viabilidad de cualquier sistema socioeconómico
está determinado por la capacidad de desarrollar las fuerzas productivas,
es decir la industria, la agricultura, la ciencia, la tecnología que son
la base material, los fundamentos, los cimientos sobre lo cual todo lo demás
se desarrolla, se rige. Cuando una sociedad llega a los límites de sus posibilidades,
cuando ya no es capaz de desarrollarse y de mejorar la situación de las
personas como el sistema capitalista, por ejemplo, eso tiene repercusiones
importantes que se reflejan a nivel psicológico, generando un ambiente general
de pesimismo, una especie de nihilismo. En Francia, en la actualidad, hay
más astrólogos profesionales que curas católicos, el ex presidente de EEUU,
Ronald Reagan tenía como una de sus asesoras a una astróloga, el misticismo
ha invadido la ciencia, a nivel intelectual eso se refleja en la mal llamada
filosofía posmoderna, etc.
Hoy hablan del fin de la ideología. Antes la burguesía tenía una ideología,
el liberalismo, que fue bastante progresista. Era optimista. La burguesía
estaba en una fase ascendiente, se sentía progresista y lo era de alguna
manera. Ahora, en vez de decir la verdad, que este sistema en concreto no
es capaz de seguir avanzando, se cuestiona la posibilidad de desarrollo
y progreso en general. Todos estos son síntomas de una cultura en plena
decadencia. Existe un nivel mezquino, miserable, trivial. No hay filosofía
que valga el nombre, si comparas los productos miserables de los filósofos
actuales con la filosofía gloriosa de Hegel, de Kant. La filosofía pretende
ser reducida al estudio de la significación de palabras sueltas. Pero las
grandes ideas siguen existiendo, dice Alan Woods. Pero no son las ideas
de la burguesía, sino las que anticipan otra sociedad que si puede ofrecer
a la humanidad lo que necesita y que no son sólo las que ofrecen trabajo,
pan o casas. Es mucho más que eso.
La Biblia dice: no sólo de pan vive el hombre. Trotsky en su libro Problemas
de la vida cotidiana analizó temas relacionados con los problemas de los
seres humanos, la sexualidad, la moralidad por ejemplo. En esta sociedad
hay un florecimiento del crimen, de las drogas, del alcohol. ¿Por qué la
juventud acude a ello? Porque sus vidas son vacías. Cuando una sociedad
entra en crisis, en declive, eso se siente aunque la gente no lo entiende
en forma racional. Se entra en una fase de pesimismo general, de desorientación
general. Frente a eso hay dos opciones: o cierras los ojos y vuelves la
mirada hacia dentro, hacia el misticismo, o intentas llegar a una comprensión
racional de este mundo y sus problemas para combatirlo o cambiarlo. La droga,
el alcohol, la religión, el misticismo son intentos para escaparse de este
mundo en lugar de luchar para cambiarlo. La única solución a la droga es
revolución. Cuando la juventud comprende esa necesidad de luchar y se le
ofrece una causa que vale la pena van a olvidarse de esos paraísos falsos,
artificiales, como dice la frase del poeta francés Baudelaire.
Lamentablemente, hay un sinnúmero de elementos despreciables, reformistas
que quieren sembrar la confusión, poner un muro que evite que la juventud
tenga acceso a las lecciones históricas de la revolución rusa, a las enseñanzas
del materialismo dialéctico. Es una función netamente contrarrevolucionaria,
son retrógrados intelectualmente, una bancarrota total. Quieren aparecer
como exponentes de ideas nuevas como el señor Heinz Dieterich, ideas que
realmente no ofrecen nada nuevo, que son realmente sacadas de la prehistoria
del movimiento obrero internacional, de los utópicos, ideas premarxistas.
Las ideas auténticamente nuevas, son las ideas del marxismo. El marxismo
es la filosofía del futuro.
6. Sobre Dieterich
Alan Woods, junto al nieto de León Trotsky, Esteban Volkov, realizó la presentación
de su más reciente libro "Reformismo o Revolución". Este constituye un material
imprescindible para desenmascarar las patrañas intelectuales de Heinz Dieterich,
personaje que se jacta de científico y que con sus ideas lo que pretende
es, en forma subrepticia, atacar al pensamiento marxista y reforzar las
ideas reformistas. Alan con humor dice: este señor no llega hasta el tobillo
de un Bernstein, de un Kautsky, ellos eran genios. Charlatán es una palabra
mal sonante, Dieterich se cree un gran genio y, hoy por hoy, me quedo con
una duda razonable al respecto.
7. Humor y revolución
Mi gran amigo, camarada y maestro, Ted Grant decía que para ser un revolucionario
se necesita dos cosas: un sentido de la proporción y un sentido del humor,
manifiesta Alan Woods. Cuando más vivo, más comprendo cuán profunda es esta
idea. La idea de un intelectual como algo seco, alejado de la clase trabajadora
no corresponde a la realidad. La ironía de Sócrates tenía un gran sentido
del humor y era muy profunda, los aforismos de Heráclito son muy divertidos.
El humor es dialectico. Marx y Engels tenían un gran sentido del humor y
Lenin y Trotsky también. Marx tenía como su lema favorito: considero que
nada humano es ajeno a mí. La imagen de un intelectual metido en una torre
de mármol, aislado de la realidad, leyendo su libro, totalmente indiferente
al destino de la humanidad es precisamente la que desprestigia a la filosofía.
El revolucionario galés afirma además que la llamada filosofía posmoderna
está totalmente desprestigiada y pregunta ¿quién lo toma en serio ahora,
a más de cuatro estúpidos en las universidades? Realmente no tienen nada
que ofrecer y la gente lo sabe y si somos honestos cualquier estudiante
lo sabe, cuando más superficiales y estúpidos son, más se toman en serio,
se creen Gardel. Alan señala: para mí la filosofía es importante porque
la vida, la sociedad es importante. Todos somos partícipes en esta gran
aventura para cambiar el mundo. La filosofía debe ser una herramienta en
esta lucha y como somos parte de la raza humana, nada humano nos puede ser
ajeno.
8. Saludo para la clase trabajadora ecuatoriana
La lucha del pueblo de Ecuador y sus grandes éxitos conseguidos en los últimos
tiempos son una gran fuente de inspiración, al igual que la revolución venezolana.
Estamos en una nueva época en la que los pueblos del mundo están empezando
a despertarse. En América Latina ningún burgués se encuentra estable desde
Tierra del Fuego hasta el Río Grande. La revolución ecuatoriana tiene un
papel clave en este proceso que es general. Ahora mismo a vosotros, al pueblo
del Ecuador, les corresponde estar en la primera línea del fuego. Les deseo
todo éxito en esta lucha para cambiar la sociedad y los animo a estudiar
las grandes lecciones de las grandes revoluciones del pasado, concretamente
de la revolución rusa y, cómo no, las ideas brillantes, hermosas profundas
y necesarias de Marx, Engels, Lenin y Trotsky.
Entrevista realizada en México D.F., a los 28 días del mes de febrero de
2009
Fuente: http://www.elmilitante.org/content/view/5475/96/
La
imaginación sociológica*
Por Charles Wright Mills**
2. La imaginación sociológica
No es sólo información lo que los hombres necesitan. En esta Edad del Dato
la información domina con frecuencia su atención y rebasa su capacidad para
asimilarla. No son sólo destrezas intelectuales lo que necesitan, aunque
muchas veces la lucha para conseguirlas agota su limitada energía moral.
Lo que necesitan, y lo que ellos sienten que necesitan, es una cualidad
mental que les ayude a usar la información ya desarrollar la razón para
conseguir recapitulaciones lúcidas de lo que ocurre en el mundo y de lo
que quizás está ocurriendo dentro de ellos, Y lo que yo me dispongo a sostener
es que lo que los periodistas y los sabios, los artistas y el público, los
científicos y los editores esperan de lo que puede llamarse imaginación
sociológica, es precisamente esa cualidad.
Tarea y promesa de la imaginación psicológica
La imaginación sociológica permite a su poseedor comprender el escenario
histórico más amplio en cuanto a su significado para la vida interior y
para la trayectoria exterior de diversidad de individuos. Ella le permite
tener en cuenta cómo los individuos, en el tumulto de su experiencia cotidiana,
son con frecuencia falsamente -conscientes de sus posiciones sociales. En
aquel tumulto se busca la trama de la sociedad moderna, y dentro de esa
trama se formulan las psicologías de una diversidad de hombres y mujeres.
Por tales medios, el malestar personal de los individuos se enfoca sobre
inquietudes explícitas y la indiferencia de los públicos se convierte en
interés por las cuestiones públicas.
El primer fruto de esa imaginación -y la primera lección de la ciencia social
que la encarna- es la idea de que el individuo sólo puede comprender su
propia experiencia y evaluar su propio destino localizándose a sí mismo
en su época; de que puede conocer sus propias posibilidades en la vida si
conoce las de todos los individuos que se hallan en sus circunstancias.
Es, en muchos aspectos, una lección terrible, y en otros muchos una lección
magnífica. No conocemos los límites de la capacidad humana para el esfuerzo
supremo o para la degradación voluntaria, para la angustia o para la alegría,
para la brutalidad placentera o para la dulzura de la razón. Pero en nuestro
tiempo hemos llegado a saber que los límites de la «naturaleza humana» son
espantosamente dilatados. Hemos llegado a saber que todo individuo vive
de una generación a otra, en una sociedad, que vive una biografía, y que
la vive dentro de una sucesión histórica. Por el hecho de vivir contribuye,
aunque sea en pequeñísima medida, a dar forma a esa sociedad y al curso
de su historia, aun cuando él está formado por la sociedad y por su impulso
histórico.
La imaginación sociológica nos permite captar la historia y la biografía,
y la relación entre ambas dentro de la sociedad. Ésa es su tarea y su promesa.
Ningún estudio social que no vuelva a los problemas de la biografía, de
la historia y de sus intersecciones dentro de la sociedad, ha terminado
su jornada intelectual. Cualesquiera que sean los problemas del analista
social clásico, por limitados o por amplios que sean los rasgos de la realidad
social que ha examinado, los que imaginativamente han tenido conciencia
de lo que prometía su obra han formulado siempre tres tipos de preguntas:
1. ¿Cuál es la estructura de esta sociedad particular en su conjunto? ¿Cuáles
son sus componentes esenciales, y cómo se relacionan entre sí? ¿En qué se
diferencia de otras variedades de organización social? ¿Cuál es, dentro
de ella el significado de todo rasgo particular para su continuidad o para
su cambio?
2. ¿Qué lugar ocupa esta sociedad en la historia humana' ¿Cuál es el mecanismo
por el que está cambiando? ¿Cuál es su lugar en el desenvolvimiento de conjunto
de la humanidad y qué significa para él? ¿Cómo afecta todo rasgo particular
que estamos examinando al periodo histórico en que tiene lugar, y cómo es
afectado por él? ¿Y cuáles son las características esenciales de ese periodo?
¿En qué difiere de otros periodos? ¿Cuales son sus modos característicos
de hacer historia?
3. ¿Qué variedades de hombres y de mujeres prevaler ahora en esta sociedad
y en este período? ¿Y qué variedades están empezando a prevalecer? ¿De qué
manera son seleccionados y formados, liberados y reprimidos, sensibilizados
y embotados? ¿Qué clases de «naturaleza humana» se revelan en la conducta
y el carácter que observamos en esta sociedad y en este periodo? ¿Y cuál
es el significado para la "naturaleza humana" de todos y cada uno de los
rasgos de la sociedad que examinamos?
Ya sea el punto de interés un Estado de gran poderío, o un talento literario
de poca importancia, una familia, una prisión o un credo, ésos son los tipos
de preguntas que han formulado los mejores analistas sociales. Ellas constituyen
los pivotes intelectuales de los estudios clásicos sobre el hombre y la
sociedad, y son las preguntas que inevitablemente formula toda mente que
posea imaginación sociológica. Porque esa imaginación es la capacidad de
pasar de una perspectiva a otra: de la política a la psicológica, del examen
de una sola familia a la estimación comparativa de los presupuestos nacionales
del mundo, de la escuela teológica al establecimiento militar, del estudio
de la industria del petróleo al de la poesía contemporánea. Es la capacidad
de pasar de las transformaciones más impersonales y remotas a las características
más íntimas del yo humano, y de ver las relaciones entre ambas cosas. Detrás
de su uso está siempre la necesidad de saber el significado social e histórico
del individuo en la sociedad y el período en que tiene su cualidad y su
ser.
En suma, a esto se debe que los hombres esperen ahora captar, por medio
de la imaginación sociológica, lo que está ocurriendo en el mundo y comprender
lo que está pasando en ellos mismos como puntos diminutos de las intersecciones
la biografía y de la historia dentro de la sociedad. En gran parte, la conciencia
que de sí mismo tiene el hombre contemporáneo como de un extraño por lo
menos, si no como de un extranjero permanente, descansa sobre la comprensión
absoluta de la relatividad social y del poder transformador de la historia.
La imaginación sociológica es la forma más fértil de esta conciencia de
sí mismo. Por su uso, hombres cuyas mentalidades sólo han recorrido una
serie de órbitas limitadas, con frecuencia llegan a tener la sensación de
despertar en una casa con la cual sólo habían supuesto estar familiarizados.
Correcta o incorrectamente, llegan a creer con frecuencia que ahora pueden
proporcionarse a sí mismos recapitulaciones adecuadas, estimaciones coherentes,
orientaciones amplias. Antiguas decisiones, que en otro tiempo parecían
sólidas, les parecen ahora productos de mentalidades inexplicablemente oscuras.
Vuelve a adquirir agudeza su capacidad de asombrarse. Adquieren un modo
nuevo de pensar, experimentan un trastrueque de valores; en una palabra,
por su reflexión y su sensibilidad comprenden el sentido cultural de las
ciencias sociales.
Las inquietudes personales y los problemas públicos
La distinción más fructuosa con que opera la imaginación sociológica es
quizás la que hace entre "las inquietudes personales del medio" y "los problemas
públicos de la estructura social". Esta distinción es un instrumento esencial
de la imaginación sociológica y una característica de toda obra clásica
en ciencia social.
Se presentan inquietudes en el carácter de un individuo y en el ámbito de
sus relaciones inmediatas con otros; tienen relación con su yo y con las
áreas limitadas de vida social que conoce directa y personalmente. En consecuencia,
el enunciado y la resolución de esas inquietudes corresponde propiamente
al individuo como entidad biográfica y dentro del ámbito de su ambiente
inmediato: el ámbito social directamente abierto a su experiencia personal
y, en cierto grado, a su actividad deliberada. Una inquietud es un asunto
privado: los valores amados por un individuo le parecen a éste que están
amenazados.
Los problemas se relacionan con materias que trascienden del ambiente local
del individuo y del ámbito de su vida interior. Tienen que ver con la organización
de muchos ambientes dentro de las instituciones de una sociedad histórica
en su conjunto, con las maneras en que diferentes medios se implican e interpenetran
para formar la estructura más amplia de la vida social e histórica. Un problema
es un asunto público: se advierte que está amenazado un valor amado por
la gente. Este debate carece con frecuencia de enfoque, porque está en la
naturaleza misma de un problema, a diferencia de lo que ocurre con la inquietud
aún más generalizada, el que no se le pueda definir bien de acuerdo con
los ambientes inmediatos y cotidianos de los hombres corrientes. En realidad
un problema implica muchas veces una crisis en los dispositivos institucionales,
y con frecuencia implica también lo que los marxistas llaman «contradicciones»
o «antagonismos».
Mientras una economía esté organizada de manera que haya crisis, el problema
del desempleo no admite una solución personal. Mientras la guerra sea inherente
al sistema de Estados-naciones y a la desigual industrialización del mundo,
el individuo corriente en su medio restringido será impotente -con ayuda
psiquiátrica o sin ella- para resolver las inquietudes que este sistema
o falta de sistema le impone. Mientras que la familia como institución convierta
a las mujeres en esclavas queridas y a los hombres en sus jefes proveedores
y sus dependientes aún no destetados, el problema de un matrimonio satisfactorio
no puede tener una solución puramente privada. Mientras la megalópolis superdesarrollada
y el automóvil superdesarrollado sean rasgos constitutivos de la sociedad
superdesarrollada, los problemas de la vida urbana no podrán resolverlos
ni el ingenio personal ni la riqueza privada.
Lo que experimentamos en medios diversos y específicos es como hemos observado,
efecto de cambios estructurales. En consecuencia, para comprender los cambios
de muchos medios personales, nos vemos obligados a mirar más allá de ellos.
Y el número y variedad de tales cambios estructurales aumentan a medida
que las instituciones dentro de las cuales vivimos se extienden y se relacionan
más intrincadamente entre si. Darse cuenta de la idea de estructura social
y usarla con sensatez es ser capaz de descubrir esos vínculos entre una
gran diversidad de medios, y ser capaz de eso es poseer imaginación sociológica.
¿Cuáles son en nuestro tiempo los mayores problemas para los públicos y
las inquietudes clave de los individuos particulares? Para formular problemas
e inquietudes, debemos preguntarnos que valores son preferidos, pero amenazados,
y cuáles preferidos y apoyados por las tendencias características de nuestro
tiempo. Tanto en el caso de amenaza como en el de apoyo, debemos preguntarnos
qué contradicciones notorias de la estructura pueden estar implicadas.
Cuando la gente estima una tabla de valores y no advierte ninguna amenaza
contra ellos, experimenta bienestar. Cuando estima unos valores y advierte
que están amenazados experimenta una crisis, ya como inquietud personal,
va como problema público. Y si ello afecta a todos sus valores, experimenta
la amenaza total del pánico.
Pero supongamos que la gente no sienta estimación por ningún valor ni perciba
ninguna amenaza. Esta es la experiencia de la indiferencia, la cual, si
parece afectar a todos los valores, se convierte en apatía. Supongamos,
en fin, que no sienta estimación por ningún valor, pero que, no obstante,
perciba agudamente una amenaza.
Ésta es la experiencia del malestar de la ansiedad, la cual, si es suficientemente
total, se convierte en una indisposición mortal no específica.
El nuestro es un tiempo de malestar e indiferencia, pero aún no formulados
de manera que permitan el trabajo de la razón y el juego de la sensibilidad.
En lugar de inquietudes -definidas en relación con valores y amenazas-,
hay con frecuencia la calamidad de un malestar vago; en vez de problemas
explícitos, muchas veces hay sólo el desalentado sentimiento de que nada
marcha bien. No se ha dicho cuáles son los valores amenazados ni qué es
lo que los amenaza; en suma, no han sido llevados al punto de decisión.
Mucho menos han sido formulados como problemas de la ciencia social.
La primera tarea política e intelectual -porque aquí coinciden ambas cosas-
del científico social consiste hoy en poner en claro los elementos del malestar
y la indiferencia contemporáneos. Ésta es la demanda central que le hacen
los otros trabajadores de la cultura: los científicos del mundo físico y
los artistas, y en general toda la comunidad intelectual. Es a causa de
esta tarea y de esas demandas por lo que, creo yo, las ciencias sociales
se están convirtiendo en el común denominador de nuestro periodo cultural,
y la imaginación sociológica en la cualidad mental más necesaria.
*CHARLES WRIGHT MILLS: La imaginación sociológica. FCE, México, pp. 24-28,
31-33.
Fuente: www.nodo50.org/dado/textosteoria/mills2.rtf+la+imaginacion+sociologica&cd=1&hl=es&ct=clnk&gl=ar
[Charles Wright Mills, nació el 28 de agosto de 1916, en Waco (Texas) y
murió el 20 de marzo de 1962 en West Nyack, (Nueva York). Sociólogo estadounidense
que expresa una corriente crítica, contraria al empirismo abstracto tanto
como a la gran teoría funcionalista. Es recordado por estudiar la estructura
de poder en los Estados Unidos en su libro titulado "La elite del poder"
(The Power Elite). Mills se enfocó en las responsabilidades de los intelectuales
de la sociedad posterior a la Segunda Guerra Mundial, y desde un abordaje
crítico realiza notables observaciones académicas, como en "El Aparato Público
Inteligente" (Public Intelligence Apparatus) donde desafió las políticas
de las élites institucionales de los "Tres": Economía, Política y Militar.
“La imaginación sociológica” fue otra de sus obras más recordadas.]
Política
Prefacio al tercer ensayo de Nueva visión de la sociedad (1813)
Robert Owen fue un representante del socialismo utópico, corriente política
que nutrió y fue cuestionada a la vez por los primeros exponentes del socialismo
científico. Por eso Owen es citado por Engels en su obra “Del socialismo
utópico al socialismo científico”. Al igual que otros integrantes de ese
primer socialismo no descubrió la fuente objetiva de la explotación capitalista
(la plusvalía) y por ello propuso soluciones idealizadas. El trabajo que
publicamos data de la época primera de Owen, cuando transita el camino que
media entre el próspero empresario y el defensor de un sistema alternativo
al capitalista basado en las cooperativas. En este trabajo presenta a sus
colegas la conveniencia de tratar “correctamente” a los obreros para alcanzar
mayores beneficios empresariales. A posteriori su relación con los obreros
será mucho más intensa y propondrá el cooperativismo como solución.
Prefacio al tercer ensayo de Nueva visión de la sociedad (1813)
Por Robert Owen
A los superintendentes de fábricas y a aquellos individuos en general que
por dar empleo a una población agrupada pueden fácilmente adoptar los medios
para formar los sentimientos y el comportamiento de dicha población.
Como ustedes, soy un fabricante que persigue un beneficio pecuniario. Pero
habiendo actuado durante muchos años basado en principios en muchos aspectos
inversos a aquellos en que ustedes han sido instruidos, y habiendo encontrado
que mi proceder era beneficioso para otros así como para mí mismo, incluso
desde un punto de vista pecuniario, quiero explicar estos valiosos principios,
para que ustedes, así como aquellos que se encuentran bajo su influencia,
puedan compartir sus ventajas.
En dos Ensayos, ya publicados, he desarrollado algunos de estos principios
y en las páginas siguientes podrán encontrar la explicación de otros, con
algunos detalles de su aplicación en la práctica bajo las peculiares circunstancias
locales en que yo asumí la dirección de las Fábricas y Establecimientos
de New Lanark.
Por estos detalles, ustedes verán que, desde el comienzo de mi dirección,
consideré a los trabajadores, junto con los mecanismos y todas las otras
partes del establecimiento, como un sistema compuesto por muchos elementos.
Era mi obligación y mi interés combinarlos para que cada trabajador, así
como cada resorte, cada palanca y cada rueda pudieran realmente cooperar
con el fin de producir el mayor beneficio pecuniario para los propietarios.
Muchos de ustedes han experimentado, en los procesos de fabricación, las
ventajas de una maquinaria bien diseñada y bien construida.
La experiencia también les ha demostrado la diferencia en los resultados
entre un mecanismo limpio, bien cuidado y que siempre funcione correctamente,
y aquel que está sucio, desordenado, sin los medios para prevenir la fricción
innecesaria y que por lo tanto se deteriora y funciona mal.
En el primer caso toda la economía y la dirección son correctas, cada operación
se lleva a cabo con facilidad, orden y éxito. En el último caso, se produce
lo contrario, la escena se presenta llena de retrasos, confusión e insatisfacción
entre todos los agentes e instrumentos interesados u ocupados en el proceso
general, cosa que seguramente creará grandes pérdidas.
Por lo tanto, si dedicar el debido cuidado al estado de sus máquinas inanimadas
puede producir resultados tan beneficiosos, ¿qué no puede esperarse si dedican
la misma atención a sus máquinas vitales que están mucho más maravillosamente
construidas?
Cuando ustedes adquieran un conocimiento correcto de éstas, de sus curiosos
mecanismos, de sus poderes de autoajuste; cuando el resorte principal adecuado
se aplique a sus variados movimientos, ustedes serán conscientes de su valor
real y pronto se verán inducidos a dirigir sus pensamientos con mayor frecuencia
de las máquinas inanimadas a las máquinas vivas; descubrirán que estas últimas
pueden prepararse y dirigirse con mayor facilidad para obtener un mayor
aumento de beneficio pecuniario, a la vez que podrán conseguir de ellas
una alta y substancial gratificación.
¿Continuarán ustedes, entonces, gastando grandes sumas de dinero en conseguir
el mecanismo de madera, bronce o hierro mejor diseñado, para mantenerlo
en perfecto estado, suministrarle la mejor sustancia para evitar la fricción
innecesaria y evitar que caiga en un desuso prematuro?
¿Dedicarán, también, años de intensa aplicación para entender la conexión
de las diversas partes de estas máquinas sin vida, para mejorar su potencia
efectiva y calcular con precisión matemática todos sus movimientos minuciosos
y combinados?
Y cuando en estas transacciones estimen el tiempo por minutos, y el dinero
gastado por la posibilidad de una ganancia mayor por fracciones, ¿no podrán
dedicar parte de su atención a considerar si una porción de su tiempo y
su capital no podría aplicarse más ventajosamente a mejorar la maquinaria
viva?
Por mi experiencia, que no puede engañarme, me aventuro a asegurarles que
su tiempo y su dinero aplicados de esta forma, si están dirigidos por un
verdadero conocimiento del tema, les rendirán no cinco, diez quince por
ciento de sus capitales invertidos sino con frecuencia cincuenta y en muchos
casos el cien por cien.
He invertido mucho tiempo y capital en la mejora de la maquinaria viva;
y el tiempo y el dinero invertidos de esta manera en la fábrica de New Lanark,
incluso mientras estas mejoras sólo están en parte realizadas, y sólo se
han obtenido la mitad de sus efectos favorables, ya están produciendo un
rendimiento mayor del cincuenta por ciento, y en poco tiempo crearán rendimientos
iguales al cien por cien sobre el capital original invertido en ellas.
Ciertamente, después de experimentar los efectos favorables, debidos al
cuidado a la atención de los implementas mecánicos, para una mente reflexiva
resulta fácil concluir de inmediato que por lo menos puede obtenerse una
ventaja igual con la aplicación de un cuidado y una atención similares a
los instrumentos vivos. Y cuando se percibió que el mecanismo inanimado
se mejoraba grandemente mediante una construcción sólida y fuerte; que la
esencia de la economía consistía en mantenerlo limpio y bien cuidado, suministrándole
regularmente la mejor sustancia para evitar la fricción innecesaria y con
una provisión adecuada con el objeto de mantenerlo en buen estado; resulta
natural concluir que el mecanismo vivo, más delicado y complejo se podrá
igualmente mejorar preparándolo para la fuerza y la actividad; y que también
resultará ser una verdadera economía mantenerlo limpio y bien cuidado; tratándolo
con consideración, que sus movimientos mentales no han de experimentar una
excesiva fricción irritante; esforzarse por todos los medios en hacerlo
más perfecto; proporcionarle regularmente una cantidad suficiente de alimentación
sana y otras cosas necesarias para la vida, que el cuerpo pueda preservarse
en perfectas condiciones de trabajo y evitando así que funcione mal o que
pueda caer prematuramente en desuso.
La experiencia demuestra que estas previsiones resultan acertadas.
Desde la introducción generalizada de mecanismos inanimados en las fábricas
británicas, el hombre, con pocas excepciones, ha sido tratado como una máquina
secundaria e inferior; y se ha prestado mucha más atención al perfeccionamiento
de la materia prima de la madera y los metales que del cuerpo y a la mente.
Presten la debida atención al tema y encontrarán que el hombre, incluso
como un instrumento para creación de la riqueza, puede mejorarse aún mucho
más.
Pero, amigos míos, aún queda por considerar un aspecto mucho más interesante
y gratificante. Adopten los medios que dentro de poco todo el mundo considerará
obvios, y no sólo conseguirán mejorar parcialmente estos instrumentos vivos
sino que también aprenderán cómo impartirles esa excelencia que los haga
infinitamente superiores a los del tiempo presente y de todas las épocas
anteriores.
Por lo tanto, aquí nos encontramos con un objeto que realmente merece su
atención; y, en vez de dedicar todas sus facultades a inventar mejores mecanismos
inanimados, dirijan los pensamientos, al menos en parte, a descubrir cómo
combinar los materiales aún más perfectos de cuerpo y mente, que por medio
de un experimento bien diseñado, podrán ser progresivamente mejorados.
Viéndolo así con claridad meridiana, convencido con la certeza de la misma
convicción, no perpetuemos los males realmente innecesarios que nuestra
práctica presente inflige a esta gran proporción de compatriotas nuestros.
Incluso si sus intereses pecuniarios se vieran de alguna manera perjudicados
por adoptar la línea de conducta que ahora es tan necesaria, muchos de ustedes
poseen tanta riqueza que el gasto de fundar y continuar en sus respectivos
establecimientos las instituciones necesarias para mejorar sus máquinas
animadas ni siquiera se sentirá. Pero cuando tengan la demostración ocular
de que, en vez de una pérdida pecuniaria, una atención adecuadamente dirigida
a la formación del carácter y el aumento del bienestar de aquellos que están
completamente a su merced, aumentará de forma esencial sus ganancias, prosperidad
y felicidad; verán que no existe razón alguna, excepto aquella basada en
la ignorancia de su propio interés, para que en el futuro no dediquen su
mayor atención a las máquinas vivas que ustedes emplean. Y al hacerlo evitarán
un aumento de la miseria humana, de la que ahora difícilmente podemos hacernos
idea.
Que puedan ustedes quedar convencidos de esta valiosa verdad, la cual si
reflexionan debidamente se les mostrará fundada en la evidencia de hechos
innegables, es el deseo sincero de l Autor.
Fuente: http://www.eumed.net/cursecon/textos/Owen-prefacio.htm
Política
El auténtico socialismo renacerá sobre las cenizas del capitalismo
Por Mario Bunge*
24/05/09
El artículo que reproducimos a continuación es la conclusión de una conferencia
dictada recientemente en Lima por Mario Bunge, el filósofo latinoamericano
más importante e internacionalmente reconocido del siglo XX. El texto completo,
“El socialismo, ayer, hoy y mañana” –que está también en la base de dos
conferencias que el autor pronunciará esta semana en Barcelona y en Madrid—,
será publicado próximamente en la versión en papel de SinPermiso semestral.
El texto fue amablemente enviado por su autor a nuestra redactora en Buenos
Aires María Julia Bertomeu, de cuyo padre, el físico argentino Ernesto-Jorge
Bertomeu (1917-2006), fue Mario Bunge entrañable amigo y compañero de estudios.
La sociedad capitalista, caracterizada por el llamado mercado libre, está
en grave crisis. Aunque los políticos y sus economistas nos prometen que
eventualmente saldremos de ella, no nos dicen cómo ni cuándo. No pueden
hacerlo porque carecen de teorías económicas y políticas correctas: sólo
disponen de modelos matemáticos irrealistas y de consignas ideológicas apolilladas.
Esto vale no sólo para los dirigentes neoliberales sino también para los
socialistas, tanto los moderados como los autoritarios. Los neoliberales
no nos explican la alquimia que transformaría la libertad de empresa y de
comercio en prosperidad; y los pocos marxistas que quedan se regocijan con
la crisis que profetizaron tantas veces, pero no proponen ideas nuevas y
realistas para reconstruir la sociedad sobre bases más justas y sostenibles.
Yo creo que hay motivos prácticos y morales para preferir el socialismo
auténtico al capitalismo, y que la construcción del socialismo no requiere
la restricción de la democracia sino, muy por el contrario, su ampliación,
del terreno político a todos los demás. Esto es lo que llamo democracia
integral: biológica, económica, cultural y política (1) Bunge 1979). Semejante
sociedad sería inclusiva: no habría exclusiones por sexo ni por raza, ni
explotación económica, ni cultura exclusivista, ni opresión política.
Entrevista a Mario Bunge - 28/10/08,
FM Milenium
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Se preguntará, con razón, si
ésta no será una utopía más, y mi postura la de un cantamañanas. Mi respuesta
es que la democracia integral podrá tardar varios siglos en realizarse,
pero que su embrión nació hace ya más de un siglo, cuando se constituyeron
las primeras cooperativas de producción y trabajo en Italia, sobre la base
de empresas capitalistas fallidas. Un ejemplo parecido, más reciente y modesto,
es el movimiento argentino de las fábricas recuperadas; éstas fueron las
empresas que, cuando fueron abandonadas por sus dueños por considerarlas
improductivas, fueron ocupadas y reactivadas por sus trabajadores (2). Estos
son ejemplos en pequeña escala de socialismo cooperativista.
Si en los EE UU hubiera sindicatos y partidos políticos progresistas, éstos
aprovecharían la ocasión actual y transformarían en cooperativas las grandes
empresas en bancacarrota, tales como General Motors y AIG. Obviamente, semejante
cambio requiere la anuencia de los poderes públicos, ya que involucra el
reconocimiento legal de las empresas “recuperadas” por sus empleados, cosa
que ocurrió en Argentina. Pero lo que ha estado haciendo el gobierno norteamericano
desde fines del 2008 es usar dineros públicos para rescatar esas empresas
privadas fallidas por mala gestión. O sea, ha estado haciendo lo opuesto
de Robin Hood. Garrett Hardin (3) lo llamó “socializar las pérdidas y privatizar
las ganancias”.
En resumen, un programa realista para los partidos socialistas partiría
de la consigna de la Revolución Francesa, agregándole participación y competencia
en la gestión del Estado. El medio para realizar este ideal de la democracia
integral es: Ir construyéndola de a poco y desde abajo con las cenizas del
capitalismo en tren de autocombustión. O sea, multiplicar las cooperativas
y mutualidades, renovar los partidos socialistas con una fuerte dosis de
ciencia y tecnología sociales, fortalecer los sindicatos independientes,
fundar centros de estudios de la realidad social, y multiplicar las bibliotecas
y universidades populares.
En suma, el socialismo tiene porvenir si se propone ir socializando gradualmente
todos los sectores de la sociedad. Su finalidad sería ampliar el Estado
liberal y asistencial para construir un socialismo democrático y cooperativista.
Este pondría en práctica una versión actualizada de la consigna de la Revolución
Francesa de 1789, a saber: Libertad, igualdad, fraternidad, participación,
e idoneidad.
NOTAS
(1) Mario Bunge, Treatise on Basic Philosophy, tomo 4: A World of Systems.
Dordrecht, Boston: D. Reidel, 1979.
(2) J. Rebón e I. Saavedra: Empresas recuperadas: La autogesión de los trabajadores.
Buenos Aires, Capital Intelectual, 2006.
(3) Garrett Hardin: Filters Against Folly. Nueva York, Londres, Penguin
Books, 1985.
Fuente; http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2592
Economía
El lugar histórico del imperialismo (1916)
Por Vladimir Lenin
Como hemos visto, el imperialismo, por su esencia económica, es el capitalismo monopolista. Con ello queda ya determinado el lugar histórico del imperialismo, pues el monopolio, que nace única y precisamente de la libre concurrencia, es el tránsito del capitalismo a un orden social-económico más elevado. Hay que poner de relieve particularmente cuatro variedades principales del monopolio o manifestaciones principales del capitalismo monopolista característicos del período que nos ocupa.
Primero: El monopolio es un producto de la concentración de la producción en un grado muy elevado de su desarrollo.
Son las alianzas monopolistas de los capitalistas, cartels, sindicatos, trusts. Hemos visto, qué inmenso papel desempeñan en la vida económica contemporánea. Hacia principios del siglo XX, alcanzaron pleno predominio en los países avanzados, y si los primeros pasos en el sentido de la cartelización fueron dados con anterioridad por los países con tarifas arancelarias proteccionistas elevadas (Alemania, Estados Unidos), Inglaterra, con su sistema de librecambio, mostró, sólo un poco más tarde, ese mismo hecho fundamental: el nacimiento del monopolio como consecuencia de la concentración de la producción.
Segundo: Los monopolios han conducido a la conquista recrudecida de las más importantes fuentes de materias primas, particularmente para la industria fundamental y más cartelizada de la sociedad capitalista: la hullera y la siderúrgica. La posesión monopolista de las fuentes más importantes de materias primas ha aumentado en proporciones inmensas el poderío del gran capital y ha agudizado las contradicciones entre la industria cartelizada y la no cartelizada.
Tercero: El monopolio ha surgido de los bancos, los cuales, de modestas empresas intermediarias que eran antes, se han convertido en monopolistas del capital financiero. Tres o cinco bancos más importantes de cualquiera de las naciones capitalistas más avanzadas han realizado la "unión personal" del capital industrial y bancario, han concentrado en sus manos miles y miles de millones que constituyen la mayor parte de los capitales y de los ingresos en dinero de todo el país. Una oligarquía financiera que tiende una espesa red de relaciones de dependencia sobre todas las instituciones económicas y políticas de la sociedad burguesa contemporánea sin excepción: he aquí la manifestación de más relieve de este monopolio.
Cuarto: El monopolio ha nacido de la política colonial. A los numerosos "viejos" motivos de la política colonial, el capital financiero ha añadido la lucha por las fuentes de materias primas, por la exportación de capital, por las "esferas de influencia", esto es, las esferas de transacciones lucrativas, concesiones, beneficios monopolistas, etc., y, finalmente, por el territorio económico en general. Cuando las potencias europeas ocupaban, por ejemplo, con sus colonias, una décima parte de Africa, como fue aún el caso en 1876, la política colonial podía desarrollarse de un modo no monopolista, por la "libre conquista", por decirlo así, de territorios. Pero cuando resultó que las 9/10 de Africa estaban ocupadas (hacia 1900), cuando resultó que todo el mundo estaba repartido, empezó inevitablemente la era de posesión monopolista de las colonias y, por consiguiente, de lucha particularmente aguda por la partición y el nuevo reparto del mundo.
Todo el mundo conoce hasta qué punto el capital monopolista ha agudizado todas las contradicciones del capitalismo. Basta indicar la carestía de la vida y el yugo de los cartels. Esta agudización de las contradicciones es la fuerza motriz más potente del período histórico de transición iniciado con la victoria definitiva del capital financiero mundial.
Los monopolios, la oligarquía, la tendencia a la dominación en vez de la tendencia a la libertad, la explotación de un número cada vez mayor de naciones pequeñas o débiles por un puñado de naciones riquísimas o muy fuertes: todo esto ha originado los rasgos distintivos del imperialismo que obligan a caracterizarlo como capitalismo parasitario o en estado de descomposición. Cada día se manifiesta con más relieve, como una de las tendencias del imperialismo, la creación de "Estados-rentistas", de Estados-usureros, cuya burguesía vive cada día más de la exportación del capital y de "cortar el cupón". Sería un error creer que esta tendencia a la descomposición descarta el rápido crecimiento del capitalismo. No; ciertas ramas industriales, ciertos sectores de la burguesía, ciertos países, manifiestan, en la época del imperialismo, con mayor o menor fuerza, ya una, ya otra de estas tendencias. En su conjunto, el capitalismo crece con una rapidez incomparablemente mayor que antes, pero este crecimiento no sólo es cada vez más desigual, sino que esa desigualdad se manifiesta asimismo, de un modo particular, en la descomposición de los países más fuertes en capital (Inglaterra). En lo que se refiere a la rapidez del desarrollo económico de Alemania, el autor de las investigaciones sobre los grandes bancos alemanes, Riesser, dice:
"El progreso, no muy lento, de la época precedente (1848-1870) se halla en relación con la rapidez del desarrollo de toda la economía en Alemania y particularmente de sus bancos en la época actual (1870-1905), aproximadamente como la rapidez de movimiento de un coche de posta de los viejos buenos tiempos se halla relacionado con la rapidez del automóvil moderno, el cual lleva una marcha tal, que resulta un peligro tanto para el tranquilo transeúnte, como para las personas que van en el automóvil".
A su vez, ese capital financiero que ha crecido con una rapidez tan extraordinaria, precisamente porque ha crecido de este modo, no tiene ningún inconveniente en pasar a una posesión más "pacífica" de las colonias que deben ser arrebatadas, no sólo por medios pacíficos, a las naciones más ricas. Y en los Estados Unidos, el desarrollo económico durante estos últimos decenios ha sido aún más rápido que en Alemania, y, precisamente, gracias a esta circunstancia, los rasgos parasitarios del capitalismo norteamericano contemporáneo se han manifestado con particular relieve. De otra parte, la comparación, por ejemplo, de la burguesía republicana norteamericana con la burguesía monárquica japonesa o alemana muestra que las más grandes diferencias políticas se atenúan extraordinariamente en la época del imperialismo no porque, en general, dicha diferencia no sea importante, sino porque en todos esos casos se trata de una burguesía con rasgos definidos de parasitismo.
La obtención de elevadas ganancias monopolistas por los capitalistas de una de las numerosas ramas de la industria de uno de los numerosos países, etc., da a los mismos la posibilidad económica de sobornar a ciertos sectores obreros y, temporalmente, a una minoría bastante considerable de los mismos, atrayéndolos al lado de la burguesía de una determinada rama industrial o de una determinada nación contra todas las demás. El antagonismo cada día más intenso de las naciones imperialistas, provocado por el reparto del mundo, refuerza esta tendencia. Es así como se crea el lazo entre el imperialismo y el oportunismo, el cual se ha manifestado, antes que en ninguna otra parte y de un modo más claro, en Inglaterra, debido a que varios de los rasgos imperialistas del desarrollo aparecieron en dicho país mucho antes que en otros. A algunos escritores, por ejemplo, a L. Mártov, les place esquivar el hecho de la relación entre el imperialismo y el oportunismo en el movimiento obrero -- hecho que salta actualmente a la vista de un modo particularmente evidente -- por medio de razonamientos llenos de "optimismo oficial" (en el espíritu de Kautsky y Huysmans) tales como: la causa de los adversarios del capitalismo sería una causa perdida si precisamente el capitalismo avanzado condujera al reforzamiento del oportunismo o si precisamente los obreros mejor retribuidos se inclinaran al oportunismo, etc. No hay que dejarse engañar sobre la significación de ese "optimismo": es un optimismo con respecto al oportunismo, es un optimismo que sirve de tapadera al oportunismo. En realidad, la rapidez particular y el carácter singularmente repulsivo del desarrollo del oportunismo no sirve en modo alguno de garantía de su victoria sólida, del mismo modo que la rapidez de desarrollo de un tumor maligno en un cuerpo sano no puede hacer más que contribuir a que dicho tumor reviente más de prisa, a librar del mismo al organismo. Lo más peligroso en este sentido son las gentes que no desean comprender que la lucha contra el imperialismo, si no se halla ligada indisolublemente a la lucha contra el oportunismo, es una frase vacía y falsa.
De todo lo que llevamos dicho más arriba sobre la esencia económica del imperialismo, se desprende que hay que calificarlo de capitalismo de transición o, más propiamente, agonizante. Es, en este sentido, extremadamente instructivo que los términos más corrientes empleados por los economistas burgueses que describen el capitalismo moderno son: "entrelazamiento", "ausencia de aislamiento", etc.; los bancos son "unas empresas que, por sus fines y desarrollo, no tienen un carácter puramente de economía privada, sino que cada día más se van satiendo de la esfera de la regulación de la economía puramente privada". ¡Y es ese mismo Riesser, al cual pertenecen las últimas palabras, quien con la mayor seriedad del mundo declara que las "predicciones" de los marxistas respecto a la "socialización" "no se han realizado"!
¿Qué significa, pues, la palabreja "entrelazamiento"? Dicha palabra expresa únicamente el rasgo más acusado del proceso que se está desarrollando ante nosotros; muestra que los árboles impiden al observador ver el bosque, que copia servilmente lo exterior, lo accidental, lo caótico, indica que el observador es un hombre aplastado por los materiales y que no comprende nada del sentido y de la significación de los mismos. Se "entrelazan casualmente" la posesión de acciones, las relaciones de los propietarios privados. Pero lo que constituye la base de dicho entrelazamiento, lo que se halla debajo del mismo, son las relaciones sociales de la producción que se están modificando. Cuando una gran empresa se convierte en gigantesca y organiza sistemáticamente, sobre la base de un cálculo exacto de múltiples datos, el abastecimiento en la proporción de los 2/3 o de los 3/4 de la materia prima de todo lo necesario para una población de varias decenas de millones; cuando se organiza sistemáticamente el transporte de dichas materias primas a los puntos de producción más cómodos, que se hallan a veces a una distancia de centenares y de miles de kilómetros uno de otro-cuando desde un centro se dirige la elaboración del material en todas sus diversas fases hasta la obtención de una serie de productos diversos terminados; cuando la distribución de dichos productos se efectúa según un solo plan entre decenas y centenares de millones de consumidores (venta de petróleo en América y en Alemania por el "Trust del Petróleo" americano), aparece entonces con evidencia que nos hallamos ante una socialización de la producción y no ante un simple "entrelazamiento"; que las relaciones de economía y propiedad privadas constituyen una envoltura que no corresponde ya al contenido, que debe inevitablemente descomponerse si se aplaza artificialmente su supresión, que puede permanecer en estado de descomposición durante un período relativamente largo (en el peor de los casos, si la curación del tumor oportunista se prolonga demasiado), pero que, sin embargo, será ineluctablemente suprimida.
El entusiasta partidario del imperialismo alemán, Schulze-Gaevernitz, exclama:
"Si, en fin de cuentas, la dirección de los bancos alemanes se halla en las manos de una docena de individuos, la actividad de los mismos es ya actualmente más importante para el bienestar popular que la actividad de la mayoría de los ministros [en este caso, es más ventajoso olvidar el 'entrelazamiento' existente entre banqueros, ministros, industriales, rentistas, etc.]. . . Si se reflexiona hasta el fin sobre el desarrollo de las tendencias que hemos visto, llegamos a la conclusión siguiente: el capital monetario de la nación está unido en bancos; los bancos, unidos entre sí en el cartel; el capital de la nación, que busca el modo de ser aplicado, ha tomado la forma de títulos de valor. Entonces se cumplen las palabras geniales de Saint-Simon: 'La anarquía actual en la producción, que es una consecuencia del hecho de que las relaciones económicas se desarrollan sin una regulación uniforme, debe dejar su puesto a la organización de la producción. La producción no será dirigida por patronos aislados, independientes uno del otro, que ignoran las necesidades económicas de los hombres; la producción se hallará en manos de una institución social determinada. El comité central de administración, que tendrá la posibilidad de enfocar la vasta esfera de la economía social desde un punto de vista más elevado, la regulará del modo que resulte útil para la sociedad entera, entregará los medios de producción a las manos apropiadas para ello y se preocupará, sobre todo, de que exista una armonía constante entre la producción y el consumo. Existen instituciones que entre sus fines han incluido una determinada organización de la labor económica: los bancos'. Estamos todavía lejos de la realización de estas palabras de Saint-Simon, pero nos hallamos ya en camino de la misma: un marxismo distinto de como se lo imaginaba Marx, pero distinto sólo por la forma"[*].
No hay nada que decir: excelente
"refutación" de Marx, que da un paso atrás, del análisis científico exacto
de Marx a la conjetura -- genial, pero conjetura al fin -- de Saint-Simon.
* Capítulo de “El imperialismo etapa superior del capitalismo”, Lenin, Ediciones
en Lenguas extranjeras, Pekín, 1975
Fuente: http://www.geocities.com/textosmarxista/IMP16s.htm#s10
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