Dirección general: Lic. Alberto J. Franzoia

 





NOTAS EN ESTA SECCION
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Economía e ideología

El desarrollo de la ideología capitalista

Por Max Weber

(En Historia Económica General)

Es un error muy extendido el de pensar que entre las condiciones decisivas para el desarrollo del capitalismo occidental figura el incremento de la población. Frente a esta tesis ha sostenido Marx que cada época económica tiene sus propias leyes demográficas, principio que si bien resulta inexacto, expresado de un modo tan general, no deja de tener su justificación en este caso. El desarrollo de la población occidental ha registrado sus más rápidos progresos desde principios del siglo XVIII hasta fines del siglo XIX. En la misma época, China registró un aumento de población, por lo menos, de igual intensidad, desde 60-70 a 400 millones (aun cuando haya que contar con las inevitables exageraciones), incremento que aproximadamente corresponde al de Occidente.
A pesar de ello, el desarrollo del capitalismo en China no fue sino de tipo regresivo. En efecto, el aumento de población se operó en este país en el seno de otras clases sociales distintas de las de nuestro medio. Dicho aumento convirtió a China en un país donde pululaban los pequeños agricultores; en cambio, el incremento de una clase que corresponda a nuestro proletariado sólo puede encontrarse en la utilización de los coolies por el mercado exterior: kuli 55 es, en su origen, una expresión india, y significa el vecino o compañero de linaje. El incremento de población en Europa colaboró en términos generales al desarrollo del capitalismo, ya que con un número menor de habitantes este no hubiera encontrado la mano de obra que necesitaba; pero el aumento, como tal, no provocó las concentraciones obreras. Tampoco puede admitirse la tesis de Sombart 56 según la cual la afluencia de metales preciosos puede considerarse como único motivo originario del capitalismo. Es evidente que, en determinadas situaciones, el incremento de la aportación de metales preciosos puede dar lugar a que sobrevengan determinadas revoluciones de precios (como desde 1530 se registraron en Europa) y en cuanto cooperan con ello otras circunstancias favorables -por ejemplo una determinada forma de organización del trabajo- su desarrollo sólo puede resultar acelerado por el hecho de que se concentren en determinadas capas sociales grandes sumas de disponibilidades en efectivo. El ejemplo de la India revela que una afluencia de metales preciosos no es motivo suficiente para provocar por sí mismo el capitalismo. En ese país, en la época del Imperio romano, penetró una enorme cantidad de metales preciosos -25 millones de sestercios al año- a cambio de mercancías indias. Semejante afluencia solo en pequeña escala provocó en la India el capitalismo mercantil. La mayor parte de los metales preciosos fue absorbida por la tesorería de los rajás, en lugar de ser acuñada y empleada para la creación de empresas capitalistas racionales. Este hecho revela que lo interesante es la estructura de la organización del trabajo de donde deriva esa afluencia de metales preciosos. Los metales preciosos de América afluyeron, luego del descubrimiento, en primer término a España; pero allí, paralelamente con la importancia de metales preciosos, se registra ;una regresión del desarrollo capitalista. Por un lado sobrevino el aplastamiento de la sublevación de los comuneros y la destrucción de la política mercantil de la grandeza española; por otro, el aprovechamiento de los metales preciosos para fines de guerra. Así, la corriente de metales preciosos pasó por España casi sin tocarla, fructificando, en cambio, países que ya desde el siglo XV se hallaban en trance de transformar su constitución del trabajo, circunstancia que favoreció la génesis del capitalismo. 57
Ni el aumento de población ni la aportación de metales preciosos provocaron, por consiguiente, el capitalismo occidental. Las condiciones externas de su desarrollo son más bien, por lo pronto, de carácter geográfico. En China y en la India, dada la condición manifiestamente interior del tráfico en estos territorios, halló considerables obstáculos el grupo de quienes se hallaban en condiciones de beneficiarse con el comercio, y poseían la facilidad de estructurar un sistema capitalista sobre negocios mercantiles, mientras que en Occidente el carácter interior del mar Mediterráneo y la abundancia de comunicaciones fluviales produjo un desarrollo a la inversa. Tampoco debemos, sin embargo, exagerar esa circunstancia. La cultura de la Antigüedad es una cultura manifiestamente costera. Gracias a la configuración del mar Mediterráneo (en contraposición a los mares de China, sacudidos por los tifones) las posibilidades de transporte fueron muy favorables, y, sin embargo, en la época antigua no llegó a surgir el capitalismo. Aun en la Edad Moderna el desarrollo capitalista fue, en Florencia, mucho más intensivo que en Génova o en Venecia. En las ciudades industriales del interior fue donde nació el capitalismo, y no en los grandes puertos mercantiles de Occidente. Luego resultó favorecido por las necesidades de guerra, pero no como tales, sino por las propias de los ejércitos occidentales, y, también, por las atenciones de tipo suntuario, con las mismas restricciones. En muchos casos dio lugar más bien a formas irracionales, como los pequeños ateliers de Francia, o las colonias forzosas de trabajadores en algunas cortes principescas alemanas. Lo que en definitiva creó el capitalismo fue la empresa duradera y racional, la contabilidad racional, la técnica racional, el Derecho racional; a todo esto había de añadir la ideología racional, la racionalización de la vida, la ética racional en la economía. 58
En los comienzos de toda ética y de las condiciones económicas que de ella derivan aparece por doquier el tradicionalismo, la santidad de la tradición, la dedicación de todos a las actividades y negocios heredados de sus abuelos. Este criterio alcanza hasta la misma actualidad. Una generación atrás hubiera sido inútil duplicar el salario a un obrero agrícola en Silesia -obligado a segar una determinada extensión de terreno- con ánimo de incrementar su rendimiento: simplemente hubiese reducido su prestación activa a la mitad, ya que con ello podía ganar un jornal parecido al de ;antes. Esta ineptitud, esta aversión a separarse de los rumbos tradicionales constituye un motivo general para el mantenimiento de la tradición. El tradicionalismo primitivo puede experimentar, sin embargo, una exacerbación sustancial por dos motivos. Por lo pronto ciertos intereses materiales pueden cooperar al mantenimiento de la tradición: cuando, por ejemplo, en China se intentó modificar determinadas formas de transporte o poner en práctica ciertos procedimientos más racionales, se puso en peligro los ingresos de determinados funcionarios; algo análogo ocurrió en la Edad Media, y en la Moderna, al introducirse el ferrocarril. Estos intereses de los funcionarios, señores territoriales, comerciantes, etc. han colaborado con el tradicionalismo para impedir el fácil desarrollo de la racionalización. Todavía es más intensa la influencia que ejerce la magia esterotipada del tráfico, la profunda aversión a introducir modi-ficiaciones en el régimen de vida habitual, por temor a provocar trastornos de carácter mágico. Por lo regular, tras de estas consideraciones se esconde el afán de conservar prebendas, pero la premisa de ello, sin embargo, es una creencia muy extendida en ciertos peligros de carácter mágico. 59
Estos obstáculos tradicionales no resultan superados, sin más, por el afán de lucro como tal. La creencia de que la actual época racionalista y capitalista posee un estímulo lucrativo más fuerte que otras épocas es una idea infantil. Los titulares del capitalismo moderno no están animados de un afán de lucro superior al de un mercader de Oriente. El desenfrenado afán de lucro sólo ha dado lugar a consecuencias económicas de carácter irracional: hombres como Cortés y Pizarro, que son acaso sus representantes más genuinos, no han pensado, ni de lejos, en la economía racional.
Si el afán de lucro es un sentimiento universal, se pregunta en qué circunstancias resulta legítimo y susceptible de modelar, de tal modo que cree estructuras racionales como son las empresas capitalistas.
Originariamente existen dos criterios distintos con respecto al lucro: en el orden intrínseco, vínculos con la tradición, una relación piadosa con respecto a los compañeros de tribu, de linaje o de comunidad doméstica, excluyendo todo género de lucro dentro del círculo de quienes están unidos por esos vínculos: es lo que llamamos moral de grupo. Por otro lado, absoluta eliminación de obstáculos para el afán de lucro en sus relaciones con el exterior, criterio conforme al cual toda persona extraña es, por lo pronto, un enemigo, frente al cual no existen barreras éticas: esta es la moral respecto a los extraños. La calculabilidad penetra en el seno de las asociaciones tradicionales, descomponiendo las viejas relaciones de carácter piadoso. En cuanto dentro de una comunidad familiar, todo se calcula, y ya no se vive en un régimen estrictamente comunista, 60 cesa la piedad sencilla y desaparece toda limitación del afán de lucro. Este aspecto del desarrollo se advierte, especialmente, en Occidente. A su vez, el afán de ganancia se atenúa cuando el principio lucrativo actúa sólo en el seno de la economía cerrada. El resultado es la economía regularizada con un cierto campo de acción para el afán de lucro.
Concretamente, la evolución se desarrolla de distinto modo. En Babilonia y en China, fuera de la estirpe, cuya actuación económica era comunista o cooperativa, no existió ninguna limitación objetiva para el afán de lucro. A pesar de ello, no se desarrolló en estos países el capitalismo al estilo moderno. En la India las barreras que se oponen a las actividades lucrativas sólo afectan a las dos capas superiores, los brahmanes y los radjputas. Todos los individuos de estas dos castas tienen prohibido el ejercicio de determinadas profesiones. El brahmán puede encargarse de vigilar las fermentaciones, porque sólo él tiene las manos limpias; en cambio, sería degradado, como los rajputas, si hiciera préstamos con interés. Este tipo de préstamos es permitido a la casta de mercaderes, entre los cuales hallamos una falta de escrúpulos mercantiles como no se encuentra en ningún otro lugar del mundo. La Antigüedad, finalmente, sólo conocía limitaciones de interés que tenían carácter legal, estando caracterizada la moral económica romana por el lema caveat emptor. A pesar de ello, tampoco en este caso se desarrolló un capitalismo a la moderna.
Como resultado se produce el siguiente hecho característico: los gérmenes del capitalismo moderno deben buscarse en un sector donde oficialmente dominó una teoría económica hostil al capitalismo, distinta de la oriental y de la antigua.
La ética de la moral económica de la Iglesia se encuentra compendiada en la idea, posiblemente tomada del arrianismo, que se tiene del mercader: homo mercator vix aut numquan potest Deo placere, 61 puede negociar sin incurrir en pecado, pero ni aun así será grato a Dios. Esta norma tuvo vigencia hasta el siglo XV, y sólo a partir de entonces se intentó paulatinamente atenuarla en Florencia, bajo la presión de las circunstancias económicas alteradas. La aversión profunda de la época católica, y, más tarde de la luterana, con respecto a todo estímulo capitalista, reposa esencialmente sobre el odio a lo impersonal de las relaciones dentro de la economía capitalista. Esta impersonalidad sustrae determinadas relaciones humanas a la influencia de la Iglesia, y excluye la posibilidad de ser vigilada e inspirada éticamente por ella. Las relaciones entre el señor y los esclavos podían éticamente regularse de un modo directo. En cambio, son difíciles de moralizar las relaciones entre el acreedor pignoraticio y la finca que responde por la hipoteca, o entre los endosatarios de una letra de cambio, siendo por lo menos extraordinariamente complicado, cuando no imposible, lograr esa mora-lización. 62 El resultado del criterio eclesiástico a este respecto fue que la ética económica medieval descansó sobre la norma del iustum pretium con exclusión del regateo en los precios y de la libre competencia, garantizándose a todos la posibilidad de vivir.
No coincidimos con W. Sombart 63 cuando señala a los judíos como responsables del quebrantamiento de este conjunto de normas. La posición de los judíos durante la Edad Media puede sociológicamente compararse con la de una casta india: los judíos eran algo así como un pueblo de parias. Sin embargo, existe la diferencia de que según los cánones de la religión india, la reglamentación en castas tiene validez para toda la eternidad. Cada individuo puede lograr su acceso al cielo, por vía de la reencarnación, conforme a un desarrollo que depende de sus méritos; pero todo ello ocurre dentro del sistema de castas. Este sistema es eterno, y quien quiere salir de su casta es repudiado y condenado a los infiernos, a morar en las vísceras de un perro. Según el credo judío, por el contrario, vendrá un día en que la ordenación de castas se invierta, en comparación con la actualidad. Al presente los judíos están sellados como un pueblo de parias, ya sea en castigo de los pecados de sus padres (según la concepción de Isaías) o para la salvación del mundo (tal es la premisa de la influencia de Jesús de Nazaret); esta situación sólo puede quedar eliminada mediante una revolución social. En la Edad Media los judíos eran un pueblo al margen; hallábanse fuera de la sociedad burguesa, y, por ejemplo, no podían ser admitidos en ninguna federación municipal, porque no podían participar en la comunión, ni pertenecer tampoco a la coniuriato. No eran el único grupo étnico que se hallaba en estas condiciones.64 Fuera de ellos ocupaban una posición análoga los cahorsinos, comerciantes cristianos que, como los judíos, operaban con dinero, bajo la protección de los príncipes, pudiendo dedicarse a dicha actividad mediante el pago de determinados tributos. Lo que distingue, sin embargo, a los judíos, con toda claridad, de los pueblos admitidos dentro de la comunión cristiana, era la imposibilidad que para ellos existía de sostener commercium y conubium con los cristianos. A diferencia de los judíos -los cuales temían que sus reglas alimenticias no fuesen observadas por quienes los invitaban-, los cristianos no vacilaron en un principio en gozar de la hospitalidad judía; ahora bien, desde las primeras explosiones del antisemitismo medieval, los creyentes fueron prevenidos por los sínodos para que no se comportaran indignamente ni se dejaran invitar por los judíos, quienes por su parte rechazaban la hospitalidad de los cristianos. El conubium con los cristianos resultó ya imposible desde Esdras y Nehemías. Un nuevo motivo de la situación de parias de los judíos fue que, ciertamente, existió un artesanado judío, así como también una clase judaica de caballeros, pero, en cambio, nunca existieron agricultores judíos; en efecto, la dedicación a la agricultura resultaba incompatible con los preceptos rituales. Fueron estos preceptos los que constituyeron el centro de gravedad de la vida económica judía, e incitaron a los semitas a dedicarse al comercio, en particular a las operaciones con dinero.65 La piedad judaica premiaba el conocimiento de la ley, y el estudio continuo de ésta se avenía muy bien al comercio con dinero. Añadíase a esto que, a causa de la prohibición de usura, la Iglesia abominaba el tráfico con dinero, pero este era indispensable, y los judíos podían practicarlo porque no reconocían los cánones de la Iglesia. Finalmente, el judaísmo como mantenedor del universal dualismo primitivo entre moral de grupo y moral respecto a los extraños, pudo percibir interés de estos últimos, cosa que no hacían con los hermanos de religión y con las personas afines. De este dualismo se derivó, además, la tolerancia hacia negocios económicos irracionales, como el arrendamiento de tributos y la financiación de negocios públicos de todas clases. Los judíos lograron en estas operaciones, andando el tiempo, un virtuosismo que les hizo adquirir gran fama y por el que fueron generalmente envidiados. Pero este era un capitalismo de parias, no un capitalismo racional como el que se produjo en Occidente. Por eso entre los creadores de la moderna organización económica, entre los grandes empresarios, apenas si se encuentra un judío. El tipo del gran empresario es cristiano y sólo puede imaginarse sobre el terreno de la cristiandad. En cambio el fabricante judío es un fenómeno moderno. Los judíos no pudieron tener parte alguna en la génesis del capitalismo racional, puesto que se hallaban fuera de los gremios. Casi nunca pudieron subsistir junto a éstos, ni siquiera allí donde, como en Polonia, disponían de un numeroso proletariado, que hubiesen podido organizar como patrones de la industria doméstica o como fabricantes. Por último, como enseña el Talmud, la ética genuinamente judaica implica un tradicionalismo específico. El aborrecimiento que el judío piadoso siente hacia todo género de innovaciones es casi tan grande como el de los miembros de cualquier pueblo salvaje, unidos entre sí por vínculos mágicos.
No obstante, el judaísmo tuvo también una importancia decisiva para el capitalismo racional moderno; en cuanto legó al cristianismo su hostilidad hacia la magia. Exceptuando el judaísmo y cristianismo, así como dos o tres sectas orientales (una de ellas en el Japón), no existe religión alguna que tenga un marcado carácter de hostilidad hacia la magia. Es verosímil que el origen de tal animadversión sea que los israelitas la hallaron en Canaán, en la magia de Baal, el dios de la agricultura, mientras que Jehová fue un Dios de los volcanes, de los terremotos y de las epidemias. La enemistad entre el sacerdocio de ambas religiones y el triunfo del clero judaico desterró la magia de la fecundidad cultivada por los sacerdotes de Baal, y tachada de atea y disolvente. En cuanto el judaísmo abrió el paso al cristianismo, imprimiéndole el carácter de una religión por completo enemiga de la magia, prestó un gran servicio a la Historia de la Economía. En efecto, el imperio de la magia fuera del ámbito del cristianismo es uno de los más graves obstáculos opuestos a la racionalización de la vida económica. La magia viene a estereotipar la técnica y la economía. Cuando en China se quiso iniciar la construcción de ferrocarriles y fábricas sobrevino el conflicto con la geomancia. Exigía ésta que al hacer las instalaciones respetaran determinadas montañas, selvas y túmulos, porque de otro modo se perturbaría la paz de los espíritus.66 El mismo criterio tienen las castas de la India con respecto al capitalismo. Cualquier técnica nueva empleada por los indios significa, por lo pronto, para ellos, la pérdida de la casta, y el retorno a otra etapa nueva pero inferior. Como el indio cree en la trasmigración de las almas, ello significa que así queda relegado en cuanto a sus posibilidades de salvación, hasta la encarnación próxima. En vista de ello difícilmente se ve atraído por esas innovaciones. A esto se añade que cada casta contamina a las otras. Esto tiene, a su vez, como consecuencia que los obreros, que no pueden darse mutuamente un vaso de agua, no pueden estar trabajando en el mismo recinto de una fábrica. Sólo en la actualidad, después de un secular período de ocupación por los ingleses, pudo eliminarse este obstáculo. Pero el capitalismo no pudo surgir de un grupo económico que de este modo se halla atenazado por la magia.
Quebrantar la fuerza de ésta e impregnar la vida con el racionalismo sólo ha sido posible en todos los tiempos por un procedimiento: el de las grandes profecías racionales. Sin embargo, no toda profecía destruye el conjuro de la magia; es posible, no obstante, que un profeta, acreditado por el milagro y otros medios, quebrante las normas sagradas y tradicionales. Las profecías han roto el encanto mágico del mundo creando el fundamento para nuestra ciencia moderna, para la técnica y el capitalismo. En China faltan semejantes profecías. Cuando se encuentran, proceden del exterior, como ocurre con Lao-tsé y el taoísmo; en cambio, la India conoce una religión redentora. Existían, sin embargo, profecías ejemplares; el profeta típicamente indio, Buda por ejemplo, vive ciertamente la vida que conduce a la redención, pero no se considera como un enviado de Dios, sino como un ser que libremente desea su salvación. También puede renunciarse a la salvación, ya que no todos pueden, después de la muerte, penetrar en el nirvana, y sólo los filósofos en sentido estricto son capaces, por la aversión que este mundo les causa, de desaparecer de la vida en un acto de estoica decisión. La consecuencia fue que la profecía de la India sólo tuvo importancia directa para las clases intelectuales. Sus elementos integrantes fueron habitantes de las selvas y monjes menesterosos. Para la masa, la iniciación de una secta budista significó algo completamente distinto: concretamente, la posibilidad del culto a los santos. Este culto existió para unos santos tenidos por milagrosos, a los cuales se alimentaba bien, para que dieran en cambio garantía de una mejor reencarnación o concedieran riquezas, larga vida y cosas semejantes, es decir, bienes de este mundo. Así el budismo, en su forma pura, quedó limitado a una tenue capa monacal. El profano no encontró ninguna instrucción ética conforme a la cual pudiese orientar su vida; el budismo poseía ciertamente un decálogo, pero, a diferencia del judío, no contenía normas obligatorias, sino sólo recomendaciones. El acto más importante fue y siguió siendo el sustento físico de los monjes. Una religiosidad de este tipo nunca podía estar en condiciones de eliminar la magia, sino de sustituirla, a lo sumo, por otra.
En contraste con la religión ascética redentora de la India y su falta de eficacia sobre las masas, se hallan el judaísmo y el cristianismo, que desde el principio fueron religiones de plebeyos, y siguieron siéndolo, a través de los tiempos, por propia voluntad. La lucha de la Iglesia antigua contra los gnósticos no fue otra cosa sino la lucha contra la aristocracia de los intelectuales, tal como la conocen todas las religiones asiáticas, para impedir que se apoderasen de la dirección de la Iglesia. Esta lucha fue decisiva para el efecto de masas del cristianismo y a la vez para que la magia fuera desterrada en lo posible del corazón de las masas. Ciertamente, no fue posible superarla del todo hasta fechas muy cercanas a nosotros; pero fue relegada hasta la cohibición de algo antidivino y diabólico. El germen de esta posición opuesta a la magia lo encontramos ya en la ética del judaísmo primitivo. Guarda ciertos puntos de contacto con la ideología recogida en las colecciones de sentencias de los llamados textos proféticos de los egipcios. Pero las más razonables prescripciones de la época egipcia resultaban vanas cuando se consideraba suficiente colocar un escarabajo en la región cordial del muerto para que este pudiera engañar fácilmente al juez de los difuntos, pasando por alto los pecados cometidos, y hallando así más fácil acceso al paraíso. La ética judía no conoce semejantes subterfugios sofísticos, y lo mismo ocurre con el cristianismo. La comunión ha sublimado la magia hasta la categoría de sacramento, pero no ha procurado a sus creyentes ciertos medios y recursos que les permitan soslayar el juicio final, como ocurre con la religión egipcia. Si se quiere estudiar en resumen la influencia de una religión sobre la vida, precisa distinguir entre su teoría oficial y aquel tipo de conducta efectiva que, en realidad, y acaso contra su voluntad propia, otorga premios en este mundo o en el otro; también conviene distinguir, además, entre el virtuosismo religioso de los selectos y el de las masas. El virtuosismo religioso sólo tiene un valor ejemplar para la vida cotidiana; sus exigencias representan un desiderátum pero no son decisivas para la ética de cada día. La relación de ambas es distinta según las diferentes religiones. Dentro del catolicismo ambas se asocian de un modo peculiar, cuando las normas del virtuosismo religioso aparecen como consilia evangelica junto a los deberes del profano. El cristiano perfecto, propiamente dicho, es el monje; no se puede exigir, sin embargo, obras como las suyas a todo el mundo, aunque algunas de sus virtudes, en forma atenuada, constituyen el espejo para la vida de cada día. La ventaja de esta vinculación fue que la ética no pudo ser desgarrada a la manera como lo fue en el budismo. No obstante, la distinción entre ética monacal y ética de masas significó que los individuos de más elevada calidad religiosa se apartaran del mundo para formar una comunidad especial.
El cristianismo no constituye un caso aislado por lo que respecta a este fenómeno, sino que el fenómeno es frecuente en la historia de las religiones, y ello permite medir la importancia extraordinaria del ascetismo. Significa éste la práctica de un determinado régimen de vida metódica. Conforme esta acepción, la ascesis ha ejercido siempre su influencia. El ejemplo del Tibet revela las extraordinarias realizaciones de que es capaz un régimen de vida metódico y ascético. El país parece condenado por la naturaleza a ser eternamente desértico; pero una comunidad de ascetas sin familia ha realizado las colosales construcciones de Lhassa, empapando el país, en el aspecto religioso, con las teorías del budismo. Un fenómeno análogo se advierte en la Edad Media occidental: el monje es el primer hombre de su tiempo que vive racionalmente, y que con método y medios racionales persigue un fin, situado en el más allá. Para él sólo existe el toque de campana; sólo para él están divididas las horas del día destinadas a la oración. La economía de las comunidades monacales era economía racional. Los monjes suministraban en parte sus funcionarios a la alta Edad Media; el poderío del Dux de Venecia cayó por tierra cuando la Guerra de las Investiduras le privó de la posibilidad de utilizar a los clérigos para las empresas transmarinas. Ahora bien, este régimen racional de vida quedó relegado al círculo monacal. El movimiento franciscano intentó extender la institución de los terciarios, haciéndola penetrar entre la gente laica. Pero frente a este intento se alzaba el instituto de la confesión. Con ayuda de esta arma la Iglesia domesticó a la Europa medieval. Más para los hombres de la Edad Media ello significaba posibilidad de descargarse por medio de la confesión, a costa de ciertas penitencias, sacudiéndose la conciencia de la culpa y el sentimiento del pecado que habían sido provocados por los preceptos éticos de la Iglesia. La unidad y severidad de la vida metódica quedó, de este modo, quebrantada en la realidad. Como conocedora de hombres, la Iglesia no contó con el hecho de que cada individuo es una personalidad moral perfectamente hermética, sino que admitió como cosa firme que, a pesar de la admonición confesional y de la severa penitencia, caería de nuevo en el pecado; es decir, que su gracia tuvo que derramarse por igual sobre los justos y sobre los injustos.
La Reforma rompió definitivamente con este sistema. La supresión de los consilia evangelica por la reforma luterana significó la ruina de la doblez ética, de la distinción entre una moral que obliga a todos y otra de índole particular y ventajosa. Con ello cesó también el ascetismo ultraterreno. Las naturalezas rígidamente religiosas que hasta entonces se habían refugiado en el claustro tuvieron que laborar, en lo sucesivo, dentro mismo del mundo. El protestantismo, con sus denominaciones ascéticas, logró crear la ética sacerdotal adecuada para esta ascesis mundanal. No se exige el celibato sacerdotal; el matrimonio es sólo una institución que tiene por objeto la procreación racional. No se recomienda la pobreza, pero la adquisición de riquezas no debe inducir a un goce puramente animal. Es, por tanto, muy exacto Sebastián Franck cuando resume el sentido de la Reforma con estas palabras: “Tú crees que has escapado al claustro: pero desde ahora serás monje durante toda tu vida.” En los países clásicos de la religiosidad ascético-protestante se puede advertir la extensión adquirida por este sello ascético, hasta la actualidad. Especialmente se reconoce este carácter en la significación de los grupos confesionales religiosos en América. Aunque el Estado y la Iglesia están separados, no ha existido, hasta hace varios lustros, ningún banquero, ningún médico, a quien al instalarse o al entablar relaciones no se le haya preguntado a qué comunidad religiosa pertenece. Según el tono de su contestación, podían ser buenas o malas sus posibilidades de prosperar. En efecto, la admisión en las sectas sólo se llevaba a cabo después de examinada la conducta moral del interesado. La pertenencia a una secta que no conocía la distinción judía entre moral de grupo y moral exterior, garantizaba la honorabilidad y la honestidad profesional, y éstas, a su vez, el éxito en la vida. De aquí el principio según el cual “la honestidad es la mejor política”, de aquí también que los cuáqueros, los baptistas y los metodistas repitan sin descanso la norma de experiencia según la cual Dios bendice a los suyos: “Los ateos no fían unos de otros, en sus asuntos; se dirigen a nosotros cuando quieren hacer negocio; la piedad es el camino más seguro para alcanzar la riqueza”. Esto no es can’t (“no hagas tal cosa”), en modo alguno, sino una confluencia de la religiosidad con ciertos resultados que, en su origen, eran desconocidos para ella y que no figuraban entre sus propósitos inmediatos. Ciertamente, el logro de la riqueza debida a la piedad conducía a un dilema, semejante a aquel en que cayeron siempre los monasterios medievales, cuando el gremio religioso produjo la riqueza, ésta la decadencia monástica, y ésta, a su vez, la necesidad de su restauración. El calvinismo trató de sustraerse a ;dicha dificultad mediante la idea de que el hombre es sólo administrador de los bienes que Dios le ha otorgado; censuraba el goce, pero no admitía la evasión del mundo, sino que consideraba como misión religiosa de cada individuo la colaboración en el dominio racional del Universo. De este criterio deriva nuestra actual palabra “profesión” (en el sentido de “vocación”), que sólo conocen los idiomas influidos por la traducción protestante de la Biblia.67 expresa ese término la valoración de la actividad lucrativa capitalista, basada en fundamentos racionales, como realización de un objetivo fijado por Dios. En último término esta era también la razón de la pugna existente entre puritanos y Estuardos. Ambos eran de orientación capitalista; pero sintomáticamente para el puritano el judío era cifra y compendio de todo lo aborrecible, porque participaba en todos los negocios irracionales e ilegales, como la usura de guerra, el arrendamiento de contribuciones, la compra de cargos, etc., como hacían también los favoritos cortesanos.68
Esta caracterización del concepto profesional suministró, por lo pronto, al empresario moderno una experiencia excepcionalmente buena, y, además, obreros solícitos para el trabajo, cuando el patrono prometió a la clase obrera, como premio por su “dedicación ascética” a la profesión y por su aquiescencia a la valoración de estas energías por el capitalismo, la bienaventuranza eterna, promesa que en época en que la disciplina eclesiástica absorbía la vida entera en un grado para nosotros inconcebible, poseía una realidad distinta de la actual. También la Iglesia católica y la luterana han conocido y practicado la disciplina eclesiástica. Ahora bien en las comunidades ascéticas protestantes, la admisión a la comunión se hacía depender de un alto nivel ético; este, a su vez, se identificaba con la honorabilidad en los negocios, mientras que nadie preguntaba por el contenido de la fe. Una institución tan poderosa e inconscientemente refinada para la formación de los capitalistas no ha existido en ninguna otra iglesia o religión, y en comparación con ello carece de importancia todo cuanto hizo el Renacimiento en pro del capitalismo. Sus artistas se ocuparon de problemas técnicos y fueron experimentadores de primera magnitud. Del arte de la minería el experimento fue recogido por la ciencia. Como concepción del Universo, el Renacimiento determinó ampliamente la política de los príncipes, pero el alma de los hombres no quedó transformada tanto como por las innovaciones de la Reforma. Casi todos los grandes descubrimientos científicos del siglo XVI y de los comienzos del XVII han crecido sobre el suelo del catolicismo: Copérnico era católico, y en cambio Lutero y Melanchton se mantuvieron hostiles a sus descubrimientos. En conjunto, el progreso científico y el protestantismo no pueden identificarse, sin más. La Iglesia católica ha cohibido en ocasiones el progreso científico; pero también las sectas ascéticas del protestantismo han tenido poco interés por la ciencia pura. Una de las realizaciones específicas del protestantismo consiste en haber puesto la ciencia al servicio de la técnica y de la economía.69
La raíz religiosa del hombre económico moderno ha muerto. Hoy el concepto profesional aparece como un caput mortuum en el mundo. La religiosidad ascética quedó suplantada por una concepción pesimista, pero nada ascética, como es la representada por la Fábula de las abejas de Mandeville, según la cual los vicios individuales pueden ser, en circunstancias, ventajosos para la colectividad. Al desaparecer hasta los últimos vestigios del tremendo pathos religioso primitivo de las sectas, el optimismo de la Aufklärung, que creía en la armonía de los intereses, ha trasladado la herencia del ascetismo protestante al sector de la economía. Es ese optimismo el que inspiró a los príncipes, estadistas y escritores de las postrimerías del siglo XVIII y de los comienzos del XIX. La ética económica nació del ideal ascético, pero ahora ha sido despojada de su sentido religioso. Fue posible que la clase trabajadora se conformara con su suerte mientras pudo prometérsele la bienaventuranza eterna. Pero una vez desaparecida la posibilidad de este consuelo, tenían que revelarse todos los contrastes advertidos en una sociedad que, como la nuestra, se halla en pleno crecimiento. Con ello se alcanza el fin del protocapitalismo y se inicia la era de hierro en el siglo XIX.
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REFERENCIAS
55 G. Oppert, “The original inhabitants of India”, Londres, 1893, p. 131 op. cit. en art. Kuli en el “Handworterbuch”, VI
56 Der moderne Kapitalismus, I, pp. 557 ss.
57 Cf. M. Bonn (supra, p. 264 nota 31).
58 Cf. M. Weber, “Gesammelte Aufsätze zur Religionssoziologie”, I pp. 30 ss.
59 Cf. para China: Chen Huan-Chang, “The economic principles of Confusius and his school”, Nueva York, 1911
60 Cf. supra, pp. 109 y 197.
61 Dist. LXXXIII, c. 11 del Decreto según “Ps. Chrysosthomus, super Matthaeum.
62 Cf. Gesammelte Aufsatze zur Religionssoziologie. I, p. 544.
63 W. Sombart, Die Juden und das Wirtschaftsleben, Munich y Leipzig, 1911
64 Cf. p. 174 y 191
65 Cf. p. 174.
66 Cuando los mandarines se dieron cuenta de las posibilidades de ganancia que se les ofrecían, estas dificultades fueron fáciles de superar: hoy son los principales accionistas de los ferrocarriles. A la larga no existe ninguna convicción ético-religiosa capaz de detener al capitalismo, pero el hecho de que sea capaz de derribar todas las barreras mágicas, no demuestra que haya podido surgir en un ámbito donde la magia desempeñaba tan importante papel.
67 Cf. M. Weber Gesammelte Aufsätze sur Religionssoziologie. I, pp. 63 ss., 98 ss., 163 ss., 207 ss.
68 “En conjunto y con las inevitables reservas, esa contradicción puede formularse de tal modo que el capitalismo judío aparece como un capitalismo paria, especulador, y el puritano como una organización burguesa del trabajo”, M. Weber, Ges. Aufsätze zur Religionssoziologie, I, pp. 181 s., nota 2.
69 Cf. también E. Troeltsch, “Die Sociallehren der christlichen Kirchen und Gruppen”, 2 vols., Tubinga, 1912 (reimpresión, 1919). Entre los adversarios de la referida tesis de Max Weber acerca de la importancia del calvinismo citaremos a L. Brentano, Die Anfange des modernen Kapitalismus, Munich, 1916, pp. 117 ss. y G. Brodnitz, Englische Wirtschaftsgeschichte, I, pp. 282 ss.

Fuente: http://www.eumed.net/cursecon/textos/weber-ideolog.htm

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ECONOMÍA

Giovanni Arrighi

Por José Luis Fiori*

12/07/09

Murió en los Estados Unidos, en la ciudad de Baltimore el 19 de junio de 2009, el economista italiano Giovanni Arrighi, que fue profesor en los últimos años de su vida en la Universidad Johns Hopkins. Arrighi nació en Milán, en 1937, estudió en la Universidad de Bocconi, y en la década de 1960, participó de la generación de científicos sociales europeos y norteamericanos que trabajaron en África y se dedicaron al estudio del desarrollo económico en países de la periferia capitalista. De vuelta a Italia, en la década de los 70, y después en los Estados Unidos, a partir de los años 80, Giovanni Arrighi dedicó casi tres décadas de su vida intelectual al estudio de la “crisis de la hegemonía norteamericana” de los años 70, y de las transformaciones económicas y políticas mundiales de las décadas siguientes, que pasaron por la expansión vertiginosa de China y de gran parte de Asia, y llegaron hasta la crisis financiera de 2008.
Poco a poco, Arrighi cambió su preocupación teórica del tema del crecimiento económico de los países periféricos y atrasados, hacia el estudio más amplio del desarrollo histórico del capitalismo y del “sistema mundial moderno”, que se formó, expandió y consolidó a partir de Europa, desde el siglo XVI. Marx tuvo una presencia decisiva en la formación de pensamiento de Giovanni Arrighi, pero su extensa investigación sobre los ciclos y las crisis económicas y políticas de la historia capitalista partió de otro lado, de tres tesis “heterodoxas” del historiador francés Fernand Braudel. Según Braudel, el capitalismo no es igual a la economía de mercado, por el contrario, es el “anti-mercado”, y el secreto de su crecimiento continuo son los “beneficios extraordinarios” de los “grandes predadores” que no se comportan como el empresario típico-ideal de la teoría económica convencional. En segundo lugar, para Braudel, la fuerza originaria del capitalismo no vino de la extracción de la plusvalía de los trabajadores, vino de la asociación entre los “príncipes” y los “banqueros” europeos, que se consolida mucho antes del siglo XVI. Y finalmente, siempre según Braudel, todos los grandes ciclos de expansión del capitalismo llegan a una fase “otoñal”, donde las finanzas sustituyen a la actividad productiva, en el liderazgo de la producción de la riqueza.
Giovanni Arrighi parte de estas tres ideas básicas y formula su propia teoría, en su admirable libro “El largo siglo veinte”, publicado en 1994. Allí él desenvuelve, de forma más acabada, sus propias tesis sobre el papel de la competencia estatal y de la competencia capitalista en el desarrollo de la historia moderna. Una sucesión de ciclos de acumulación económica, liderados por una sucesión de potencias hegemónicas que mantuvieron el orden político y el funcionamiento de la economía mundial, gracias a su capacidad creciente de proyectar su poder nacional sobre un espacio cada vez más global: Holanda, en el siglo XVII, Gran Bretaña, en el siglo XIX y los Estados Unidos en el siglo XX.
Según Arrighi, entretanto, estas sucesivas “situaciones hegemónicas” no suspenden los procesos de competición y centralización del capital y del poder, responsables de la repetición periódica de grandes crisis y largos períodos de transición y reorganización de la base productiva, así como del cambio en el liderazgo mundial del sistema. Desde el punto de vista estrictamente económico, cada uno de estos grandes ciclos de acumulación, siguió una alternancia regular, de épocas de expansión material con épocas de gran expansión financiera. En los periodos “productivos” el capital monetario pone en movimiento una masa creciente de productos; en el segundo período, mientras tanto, el capital se libera de su “compromiso” con la producción y se acumula – predominantemente – bajo la forma financiera. Durante esta segunda fase, según Arrighi, es cuando se acelera la formación de las estructuras y de las estrategias de los Estados y de los capitales que deberán suceder al antiguo hegemón y asumir el comando del proceso de acumulación económica de allí hacia adelante, dando curso al movimiento continuo de internacionalización de las estructuras e instituciones capitalistas.
Para Giovanni Arrighi, el concepto de “hegemonía mundial” se refiere a la capacidad de un Estado de liderar, más que dominar, el sistema político y económico mundial formado por los Estados soberanos y sus economías nacionales. Y las “crisis de hegemonía” que se sucederán a través de la historia, son rupturas y cambios de rumbo en el liderazgo, anunciadas por las “expansiones financieras”, pero también, por la intensificación de la competencia estatal; por la escalada de los conflictos sociales y coloniales o civilizatorios; y por la emergencia de nuevas configuraciones de poder capaces de desafiar y superar al antiguo Estado hegemónico. Son crisis que no ocurren de repente, ni de una sola vez. Por el contrario, aparecen separadas en el tiempo, primero en la forma de una “crisis inicial”, y después de algunas décadas en la forma de una gran “crisis terminal”, cuando entonces ya existiría el nuevo “bloque de poder y capital”, capaz de reorganizar el sistema y liderar a su nuevo ciclo productivo. Entre estas dos crisis, es cuando la expansión material da lugar a “momentos maravillosos” de acumulación de la riqueza financiera, como ocurrió al finalizar el siglo XIX, y ahora nuevamente, en el final del siglo XX.
Giovanni Arrighi concluyó su extensa investigación histórica con la certeza de que la “crisis inicial” de la hegemonía norteamericana comenzó en la década de 1970, y que su “crisis terminal” está en pleno curso, en este inicio del siglo XXI, cuando ya se anuncia un nuevo ciclo de acumulación capitalista liderado por uno o por varios países asiáticos.
La teoría de las previsiones históricas de Giovanni Arrighi, puede ser criticada, desde varios puntos de vista. Pero existe una virtud en su obra que trasciende todas las críticas: Arrighi fue uno de los raros economistas de su generación que resistió la tendencia dominante del pensamiento académico del final del siglo XX, las pequeñas narrativas y la construcción de modelos formales inocuos. Del punto de vista teórico, Giovanni Arrighi, fue un “heterodoxo”, que supo retomar con creatividad la tradición de la gran teoría social de los siglos XIX y XX, de Marx, Weber, Schumpeter y Braudel, para estudiar las “ondas largas” económicas y políticas del capitalismo. Su osadía intelectual merece reconocimiento y homenaje en un tiempo de mezquindades y de gran pobreza de ideas.

*José Luis Fiori es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.
Traducción para www.sinpermiso.info: Carlos Abel Suárez
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2702


Politología

El partido político*

Por Antonio Gramsci

La cuestión de cuándo se ha formado un partido, o sea, cuándo tiene una tarea precisa y permanente, produce muchas discusiones y a menudo también, desgraciadamente, una forma de orgullo que no es menos ridículo y peligroso que el "orgullo de las naciones" del que habla Vico. Verdaderamente puede decirse que un partido no está nunca perfecto y formado, en el sentido de que todo desarrollo crea nuevas obligaciones y tareas y en el sentido de que para algunos partidos se comprueba la paradoja de que están perfectos y formados cuando ya no existen, o sea, cuando su existencia se ha hecho históricamente inútil. Y así, como un partido no es sino una nomenclatura de clase, es evidente que para el partido que se propone anular la división en clases su perfección y cumplimiento consisten en haber dejado de existir porque no existan ya clases, ni tampoco, por tanto, sus expresiones. Pero aquí se desea aludir a un particular momento de ese proceso de desarrollo, el momento inmediatamente posterior a aquel en el cual un hecho puede tener existencia o no tenerla, en el sentido de que la necesidad de su existencia no ha llegado todavía a ser "perentoria", sino que depende "en gran parte" de la existencia de personas de extraordinaria potencia volitiva y de extraordinaria voluntad.
¿Cuándo se hace históricamente "necesario" un partido? Cuando las condiciones de su "triunfo", de su indefectible conversión en Estado, están al menos en vías de formación y permiten prever normalmente sus ulteriores desarrollos. Pero, ¿cuándo puede decirse, en condiciones tales, que un partido no podrá ser destruido con medios normales? Para contestar a esa pregunta hay que desarrollar un razonamiento: para que exista un partido es necesario que confluyan tres elementos fundamentales (propiamente, tres grupos de elementos):
1) Un elemento difuso, de hombres comunes, medios, cuya participación está posibilitada por la disciplina y la fidelidad, no por un espíritu creador y muy organizador. Sin ellos, es verdad, el partido no existiría, pero también es verdad que el partido no existiría "solamente" con ellos. Ellos son una fuerza en la medida en que hay alguien que los centralice, organice y discipline, pero si falta esta otra fuerza de cohesión, se dispersarán y se anularán en una pulverización impotente. No se trata de negar que cada uno de estos elementos pueda convertirse en una de las fuerzas de cohesión, pero se habla de ellos en el momento en que no lo son ni están en condiciones de serlo, o, si lo son, lo son sólo en un ámbito reducido, políticamente ineficaz y sin consecuencias.
2) El elemento principal de cohesión, que centraliza en el ámbito nacional, que da eficacia y potencia a un conjunto de fuerzas que, abandonadas a sí mismas, contarían cero o poco más; este elemento está dotado de una fuerza intensamente cohesiva, centralizadora y disciplinadora, y también, o incluso tal vez por eso, inventiva (si se entiende "inventiva" en cierta orientación, según ciertas líneas de fuerza, ciertas perspectivas, y también ciertas premisas); también es verdad que este elemento solo no formaría el partido, pero lo formaría, de todos modos, más que el primer elemento considerado. Se habla de capitanes sin ejército, pero en realidad es más fácil formar un ejército que formar capitanes. Tanto es así que un ejército ya existente queda destruido si se queda sin capitanes, mientras que la existencia de un grupo de capitanes, coordinados, de acuerdo entre ellos, con finalidades comunes, no tarda en formar un ejército incluso donde no existe.
3) Un elemento medio que articule el primero con el segundo, los ponga en contacto no solamente "físico", sino también moral e intelectual. En la realidad y para cada partido existen "proporciones definidas" entre esos tres elementos, y se alcanza el máximo de eficacia cuando se realizan esas "proporciones definidas".
Dadas esas consideraciones, se puede decir que es imposible destruir un partido con medios normales cuando, por existir necesariamente el segundo elemento, cuyo nacimiento depende de la existencia de las condiciones materiales objetivas (y, si no existe este segundo elemento, todo razonamiento es vacío), aunque sea en un estado disperso y no fijo, no pueden sino formarse los otros dos, o sea, el primero, que necesariamente forma el tercero como continuación suya y modo de expresarse.
Para que eso ocurra es necesario que se haya formado la convicción férrea de que es necesaria una determinada solución de los problemas vitales. Sin esa convicción no se formará al segundo elemento, cuya destrucción es la más fácil, por su escasez numérica; pero es necesario que este segundo elemento, cuando es destruido, deje como herencia un fermento a partir del cual pueda reconstituirse. ¿Y dónde podrá subsistir mejor ese fermento y formarse luego, sino en los elementos primero y tercero, que, evidentemente, son los más homogéneos con el segundo? La actividad del segundo elemento para constituir este fermento es, por tanto, fundamental: el criterio para juzgar a este segundo elemento debe verse: 1) en lo que realmente hace; 2) en lo que prepara para la hipótesis de su propia destrucción. Es difícil decir cuál de esas dos cosas es más importante. Como en la lucha hay que prever siempre la derrota, la preparación de los sucesores de uno es un elemento tan importante como lo que se hace para vencer.
A propósito del "orgullo" de partido, puede decirse que es peor que el "orgullo de las naciones" del que habla Vico. ¿Por qué? Porque una nación no puede no existir, y en el mero hecho de que existe es siempre posible, aunque sea con buena voluntad y forzando los textos, descubrir que la existencia en cuestión rebosa destino y significado. En cambio, un partido puede no existir por fuerza intrínseca. No hay que olvidar nunca que, en la lucha entre las naciones, cada una de ellas tiene interés en que la otra se debilite por luchas internas, y que los partidos son precisamente los elementos de las luchas internas. Por tanto, para los partidos es siempre posible la pregunta de si existen por su fuerza propia, por auténtica necesidad, o si existen sólo por intereses ajenos (y efectivamente, en las polémicas esto no se olvida nunca, sino que es incluso motivo insistentemente usado, especialmente cuando la respuesta no es dudosa, lo que quiere decir que tiene garra y deja con dudas. Está claro que el que se deja desgarrar por esa duda será un necio. Políticamente la cuestión tiene una importancia sólo momentánea. En la historia de lo que suele llamarse principio de las nacionalidades las intervenciones extranjeras a favor de los partidos nacionales que perturban el orden interior de los Estados antagonistas son innumerables, hasta el punto de que cuando se habla, por ejemplo, de la "política oriental" de Cavour lo que se pregunta es si se trataba de una "política", o sea, de una línea de acción permanente, o de una estratagema momentánea para debilitar a Austria en vista de la ocurrido en 1859 y 1866. Del mismo modo se ve en los movimientos mazzinianos de principios del 70 (ejemplo, asunto Barsanti [129]) la intervención de Bismarck, el cual, en vista de la guerra con Francia y del peligro de una alianza ítalo-francesa, pensaba debilitar Italia mediante conflictos internos. Y análogamente ven algunos en los acontecimientos de junio de 1914 [130] la intervención del Estado Mayor austriaco previendo la guerra inminente. Como se ve, la casuística es numerosa, y es necesario tener ideas claras al respecto. Siempre que se hace algo se está haciendo el juego de alguien: lo importante es intentar por todos los medios hacer bien el juego de uno, o sea, vencer claramente. En cualquier caso, hay que despreciar el "orgullo" del partido y sustituirlo por hechos concretos. Si, en cambio, se sustituyen los hechos concretos por el orgullo, o se practica la política del orgullo, estará justificada sin más la sospecha de escasa seriedad. No es necesario añadir que también hay que evitar a los partidos la apariencia "justificada" de que se está haciendo el juego a alguien, especialmente si ese alguien es un Estado extranjero; pero si a pesar de todo se sigue especulando, hay que darse cuenta de que no se puede impedir que eso ocurra.
129 Intentos revolucionarios de Mazzini que fueron fácilmente reprimidos. En el último de ellos el propio Mazzini se decidió a pasar de Sicilia a Roma poco antes de la conquista de esta capital por el reino de Italia. Un espía facilitó su detención en Sicilia. Durante su prisión cayó Roma en manos del naciente Estado italiano.
130 Huelga general proclamada en toda Italia por la C.G.L. y el P.S.I. el 8 de junio de 1914 en protesta por los disparos de la fuerza pública contra los obreros reunidos en Ancona para oír un discurso de Errico Malatesta. Manifestación en Turín, contra la cual también dispararon los carabinieri (dos obreros muertos, ocho heridos). Descripción en Paolo Spriano, Torino operaria nella grande guerra, Turín, 1960, 60 y sigs.
Es difícil excluir que cualquier partido (de los grupos dominantes, pero también de los grupos subalternos) realice alguna función de policía, o sea, de tutela de cierto orden político y legal. Si la cosa se demostrara concluyentemente, habría que plantear la cuestión de otro modo, preguntándose por las maneras y las orientaciones con las cuales se ejerce esa función. ¿Es su sentido represivo o difusivo, de carácter reaccionario o de carácter progresivo? El partido dado, ¿ejerce su función de policía para conservar un orden exterior, extrínseco, traba de las fuerzas vivas de la historia, o la ejerce en el sentido que tiende a llevar el pueblo a un nivel de civilización, expresión programática del cual es ese orden político y legal? En la práctica, los que infringen una ley pueden encontrarse: 1) entre los elementos sociales reaccionarios desposeídos del poder por la ley; 2) entre los elementos progresivos comprimidos por la ley; 3) entre los elementos que no han alcanzado aún el nivel de civilización que la ley puede representar. La función de policía de un partido puede, por tanto, ser progresiva o regresiva: es progresiva cuando tiende a mantener en la órbita de la legalidad a las fuerzas reaccionarias despojadas del poder y a levantar las masas atrasadas al nivel de la nueva legalidad. Es regresiva cuando tiende a comprimir las fuerzas vivas de la historia y a mantener una legalidad superada, antihistórica, hecha extrínseca. Por lo demás, el funcionamiento del partido dado suministra criterios de discriminación: cuando el partido es progresivo, funciona "democráticamente" (en el sentido del centralismo democrático); cuando el partido es regresivo funciona "burocráticamente" (en el sentido del centralismo burocrático). En este segundo caso el partido es un mero ejecutor no deliberante: es entonces, técnicamente, un órgano de policía, y su nombre de "partido político" es una pura metáfora de carácter mitológico. (C.I.; M. 23-26; son dos apuntes.)

* Cuadernos de la cárcel (posteriores a 1931)
Fuente: http://www.gramsci.org.ar/


Historia

La correspondencia entre Marx y Engels [49]

Por Lenin

Por fin se ha publicado la edición de la correspondencia entre los célebres fundadores del socialismo científico, prometida durante tanto tiempo. Engels había legado la tarea de publicarla a Bebel y Bernstein, y Bebel termina, poco antes de morir, su parte del trabajo de redacción.
La correspondencia entre Marx y Engels, publicada hace algunas semanas por la editorial Dietz (Stuttgart), en cuatro grandes tomos, contiene en total 1.386 cartas intercambiadas en el extenso período entre 1844 y 1883.
El trabajo de redacción, es decir, escribir los prefacios a la correspondencia de distintos períodos, fue realizado por Eduard Bernstein. Como era de esperar, este trabajo es insatisfactorio, tanto desde el punto de vista técnico como idealógico. Después de su tristemente famosa "evolución" hacia las concepciones oportunistas extremas, Bernstein no habría debido encargarse de la redacción de cartas tan profundamente impregnadas de espíritu revolucionario. Los prefacios de Bernstein carecen en parte de sentido, y en parte son sencillamente falsos. Por ejemplo, en lugar de una caracterización precisa, clara y franca de los errores oportunistas de Lassalle y Schweitzer, que Marx y Engels desenmascararon, se encuentra uno con frases eclécticas y ataques en los que se dice que "Marx y Engels no siempre tuvieron razón al oponerse a Lassalle" (t. III, pág. XVIII), o que en su táctica estaban "más cerca" de Schweitzer que de Liebknecht (t. IV, pág. X). Estos ataques no tienen otro propósito que el de encubrir y embellecer el oportunismo. Por desgracia, la actitud ecléctica ante la lucha ideológica de Marx contra muchos de sus adversarios se extiende cada vez más entre los socialdemócratas alemanes de nuestros días.
Desde el punto de vista técnico, el índice es insatisfactorio: es uno solo para los cuatro tomos (se han omitido, por ejemplo, los nombres de Kautsky y Stirling); las notas correspondientes a algunas cartas son demasiado pobres y se pierden en los prefacios del redactor, en lugar de haber sido insertadas cerca de las cartas a que se refieren, como lo hizo Sorge, etc.
La edicion es demasiado cara, unos 20 rublos los cuatro tomos. Sin duda se podía y se debía haber publicado toda la correspondencia en una edición menos lujosa y a un precio más accesible; además habría que editar para su amplia difusión entre los obreros, una selección de los pasajes más importantes desde el punto de vista de los principios.
Todos estos defectos de la edición dificultarán, naturalmente, el estudio de la correspondencia. Es una lástima, porque su valor científico y político es enorme. Ante el lector no sólo aparecen con claro relieve Marx y Engels, en toda su grandeza, sino que se revela con extraordinaria nitidez el riquísimo contenido teórico del marxismo, ya que Marx y Engels analizan reiteradamente en sus cartas los más diversos aspectos de su doctrina, y subrayan y explican -- a veces discutiendo y tratando de convencerse mutuamente -- lo más nuevo (en relación con las concepciones anteriores), lo más importante y difícil.
Ante el lector se despliega el cuadro asombrosamente vívido de la historia del movimiento obrero del mundo entero, en los momentos más importantes y en los puntos más esenciales. Más valiosa aún es la historia de la política de la clase obrera. En las más variadas ocasiones, en diversos países del viejo y del nuevo mundo, y en diferentes momentos históricos, Marx y Engels analizan los principios más importantes del planteamiento de las tareas políticas de la clase obrera. Y el período que abarca la correspondencia fue un período en el cual la clase obrera se separó de la democracia burguesa, un período en el cual surgió un movimiento obrero independiente, un período en el cual se definieron los principios fundamentales de la política y la táctica del proletariado. Cuanto mayor es la frecuencia con que podemos observar en nuestros días cómo el movimiento obrero de diferentes países sufre de oportunismo a consecuencia del estancamiento y la decadencia de la burguesía, a consecuencia de que la atención de los dirigentes obreros está absorbida por las trivialidades del día, etc., tanto más valioso resulta el riquísimo material contenido en la correspondencia, que despliega una profundísima comprensión de los objetivos revolucionarios básicos del proletariado, proporciona una definición extraordinariamente flexible de las tareas de la táctica del momento, desde el punto de vista de dichos objetivos revolucionarios, sin hacer la menor concesión al oportunismo o a la fraseología revolucionaria.
Si intentáramos definir con una sola palabra el foco, por así decirlo, de toda la correspondencia, el punto central en que converge todo el cuerpo de ideas expresadas y discutidas, esa palabra sería dialéctica. La aplicación de la dialéctica materialista a la revisión de toda la economía política desde sus fundamentos, su aplicación a la historia, a las ciencias naturales, a la filosofía y a la política y táctica de la clase obrera: eso era lo que interesaba más que nada a Marx y Engels, en eso aportaron lo más esencial y nuevo, y eso constituyó el avance magistral que produjeron en la historia del pensamiento revolucionario.
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En la exposición que sigue nos proponemos, después de un examen general de la correspondencia, esbozar las observaciones y razonamientos más interesantes de Marx y Engels, sin pretender efectuar una relación exhaustiva del contenido de las cartas.

1. EXAMEN GENERAL

La correspondencia comienza con las cartas escritas en 1844 a Marx por Engels, éste de 24 años. La situación en la Alemania de aquella época aparece con notable relieve. La primera carta está fechada a fines de setiembre de 1844 y fue Remitida desde Barmen, donde vivía la familia de Engels y donde éste nació. No había cumplido aún los 24 años. Estaba aburrido de la vida familiar y estaba ansioso por salir de allí. Su padre era un individuo despótico, un piadoso fabricante, que estaba indignado por el hecho de que su hijo asistiese continuamente a reuniones políticas y por sus convicciones comunistas. Engels escribió que si no fuese por su madre, a quien quería profundamente, no habría permanecido en su casa ni siquiera los pocos días que le faltaban para partir. Nunca creerías -- se queja a Marx -- las razones mezquinas y los temores supersticiosos que mi familia expone contra mi partida.[50]
Mientras Engels seguía en Barmen, donde lo retuvo durante cierto tiempo un asunto amoroso, cedió a la insistencia de su padre y trabajó unas dos semanas en la oficina de la empresa (su padre era un fabricante). "El comercio es infame -- escribe a Marx --; Barmen es una ciudad infame y también lo es la forma en que pierden el tiempo, pero lo más infame es ser, además de burgués, fabricante, es decir, un burgués que se opone activamente al proletariado." Me consuelo, continúa diciendo Engels, trabajando en un libro sobre la situación de la clase obrera (como se sabe, este libro apareció en 1845 y es una de las mejores obras de la literatura socialista mundial). "Puede uno quizá ser comunista y seguir siendo exteriormente un burgués y una bestia de carga del comercio, si no realiza ninguna actividad literaria; pero llevar a cabo una amplia propaganda comunista y dedicarse, al mismo tiempo, al comercio y a la industria, es imposible. Me iré de aquí. Agrega a esto la vida de amodorramiento de una familia enteramente cristiano-prusiana: no lo puedó soportar más tiempo; al fin y al cabo, podría llegar a convertirme en un filisteo alemán e introducir el filisteísmo en el comunismo."[51] Así escribía el joven Engels. Después de la revolución de 1848 las exigencias de la vida lo obligaron a regresar a la oficina de su padre y a convertirse durante largos años en "bestia de carga del comercio". Pero supo mantenerse firme y crearse un ambiente muy distinto al cristiano-prusiano, un ambiente de camaradería, y llegar a ser para toda la vida un enemigo implacable de la "introducción del filisteismo en el comunismo".
En 1844 la vida social en las provincias alemanas tenía mucha semejanza con la vida social rusa a comienzos del siglo XX, antes de la revolución de 1905. Todo el mundo anhelaba participar en la vida política, todos hervían de indignación contra el gobierno; el clero fulminaba contra la juventud por su ateísmo; los hijos de familias burguesas peleaban con sus padres por "el, trato aristocrático dado a los sirvientes o a los obreros".
El espíritu general de oposición se expresaba en que todo el mundo declaraba ser comunista. "En Barmen -- escribe Engels a Marx -- el comisario de policía es comunista." Estuve en Colonia, en Dusseldorf, en Elberfeld, ¡y en todas partes se tropieza a cada paso con comunistas! "Un ardiente comunista, un caricaturista que se llama Seel, irá dentro de dos meses a París. Le daré tu dirección secreta; les gustará a todos porque es entusiasta y ama la música, y podría ser muy útil como caricaturista."[52]
"Aquí en Elberfeld ocurren milagros. Ayer (la carta está fechada el 22 de febrero de 1845), en la sala más grande del mejor restaurante de la ciudad, celebramos nuestra tercera asamblea comunista A la primera asamblea asistieron 40, a la segunda 130 y a la tercera por lo menos 200 personas. Todo Elberfeld y Barmen, desde la aristocracia del dinero hasta los pequeños tenderos, estuvieron representados, todos excepto el proletariado."
Así, literalmente, escribe Engels. En Alemania, todos eran entonces comunistas, excepto el proletariado. El comunismo era una forma de expresión de los sentimientos de oposición de todos, y en primer lugar de la burguesía. "El público más obtuso, más indolente, más filisteo, que nunca se interesó por nada en el mundo, empieza casi a entusiasmarse por el comunismo"[53] Los principales predicadores del comunismo eran entonces gente del tipo de nuestros populistas[54], "socialistas revolucionarios"[55], "socialistas populares"[56], etc., es decir, burgueses bien intencionados, más menos enfurecidos contra el gobierno.
Y en tales condiciones, en medio de un sinnúmero de tendencias y fracciones seudosocialistas, Engels supo abrirse camino hacia el socialismo proletario, sin temor a la ruptura con muchas personas buenas, ardientes revolucionarios pero malos comunistas.
En 1846 Engels estaba en París. París hervía entonces con la política y el debate sobre diversas teorias socialistas. Engeli estudió con avidez el socialismo, se relacionó personalmente con Cabet, Louis Blanc y otros socialistas destacados, frecuentó las salas de redacción y los círculos.
Su atención principal se concentró en la doctrina socialista más importante y difundida de la época: el proudhonismo[57]. Y hasta antes de publicarse Filosofía de la miseria de Proudhón (octubre de 1846; la célebre respuesta de Marx, Miseria de la filosofía, apareció en 1847), Engels criticó con mordacidad implacable y notable profundidad las ideas basicas de Proudhon, que eran defendidas en especial por el socialista alemán Grün. Su excelénte conocimiento del inglés (que Marx dominó mucho más tarde) y de la literatura inglesa permitieron a Engels señalar inmediatamente (carta del 16 de setiembre de 1846) el ejemplo de la bancarrota en Inglaterra de las famosas "bolsas de trabajo" de Proudhon[58]. Proudhon denigra al socialismo, se indigna Engels. Según Proudhon los obreros deben comprar capital.
A los 26 años Engels aniquila literalmente al "socialismo verdadero", expresión que encontramos en su carta del 23 de octubre de 1846, mucho antes de que apareciera el Manifiesto Comunista, y menciona a Grün como el principal exponente de tal socialismo. Una doctrina "antiproletaria, pequeñoburguesa y filistea", "pura fraseologia", todo género de aspiraciones "humanitarias", el "temor supersticioso a un comunismo 'grosero'" (literalmente: Löffel-Kommunismus, es decir, "comunismo de cuchara" o "comunismo pancista"), "planes pacíficos para hacer feliz" a la humanidad: éstas son algunas de las caracterizaciones de Engels, que se aplican a todas las variedades del socialismo premarxista.
"Durante tres veladas -- escribe Engels -- discutimos sobre proudhonismo. Casi todos, con Grün a la cabeza, estaban contra mí. El punto principal fue demostrar la necesidad de una revolución violenta" (23 de octubre de 1846). Al fin me enfurecí, y acosé a mis adversarios con tanta energía, que ellos se vieron obligados a atacar abiertamente al comunismo. Exigí que se pusiera a votación si eran o no comunistas. Esto causó gran indignación entre los partidarios de Grün, quienes empezaron a sostener que se habían reunido para tratar del "bien de la humanidad" y que debian saber qué era realmente el comunismo. Les di entonces una definición sumamente sencilla, para no permitirles escapar por la tangente. "Definí, escribe Engels, los objetivos de los comunistas de esta manera: 1) defender los intereses del proletariado en oposición a los de la burguesía; 2) realizar esto mediante la abolición de la propiedad privada y su remplazo por la comunidad de bienes; 3) no reconocer otro medio de llevar a cabo estos objetivos que la revolución democrática violenta (escrito año y medio antes de la revolución de 1848)[59].
La discusión terminó con la aceptación por parte de la reunión, por 13 votos contra dos de los partidarios de Grün, de la definición dada por Engels. Asistieron a estas reuniones unos 20 artesanos ebanistas. De este modo, hace 67 años, se sentaron en París las bases del Partido Obrero Socialdemócrata de Alemania.
Un año más tarde, en su carta del 23 de noviembre de 1847, Engels informa a Marx que ha preparado un borrador del Manifiesto Comunista y de paso se pronuncia contra la forma de catecismo propuesta inicialmente. "Comienzo -- escribe Engels -- por el problema de qué es el comunismo, y paso luego directamente al proletariado: historia de su origen, diferencia con los trabajadores de antes, desarrollo de la contradicción entre el proletariado y la burguesía, crisis, conclusiones". "Al final, la política de partido de los comunistas."[60]
Esta histórica carta de Engels sobre el primer borrador de una obra que ha recorrido el mundo entero, y que hasta hoy es acertada en todo lo esencial, viva y actual como si hubiera sido escrita ayer, demuestra con toda claridad que los nombres de Marx y Engels se mencionan con razón uno junto al otro, como fundadores del socialismo contemporáneo.

NOTAS
[49] El artículo "La correspondencia entre Marx y Engels" representa el comienzo de un extenso trabajo que pensaba escribir Lenin a propósito de la aparición en alemán, en septiembre de 1913, de la correspondendia entre Marx y Engels en cuatto tomos. Lenin estudió minuciosamente esta correspondencia.
Se proyectó publicar el artículo de Lenin "La correspondencia entre Marx y Engels" en la revista Prosvechenie en 1914, y así llegó a anunciarse en el núm. 7 del periódico Proletárskaia Pravda (14 de diciembre de 1913). Mas el artículo quedó sin terminar, y tan sólo fue publicado en Pravda el 28 de noviembre de 1920, día del centenario del nacmiento de Engels. Con motivo de esta fecha, al preparar el artículo para la prensa, Lenin añadió el subtítulo Engels, uno de los fundadores de
comunismo y escribió una nota: "Comienzo de un artículo sin terminar, escrito en 1913 o a principios de 1914". [pág. 62]
[50] Véase la carta de C. Marx a F. Engels de comienzos de octubre de 1844 y la carta de F. Engels a C. Marx del 17 de marzo de 1845. [pág. 66]
[51] Véase la carta de F. Engels a C. Marx del 20 de enero de 1845. [pág. 66]
[52] Véase la carta de F. Engels a C. Marx de comienzos de octubre de 1844. [pág. 67]
[53] Véase las cartas de F. Engels a C. Marx de los días 22-26 de febrero y del 7 de marzo de 1845. [pág. 67]
[54] Los populistas conformaban una tendencia pequeñoburguesa en el movimiento revolucionario de Rusia; el populismo surgió en las décadas de los años 60 y 70 del siglo XIX. En las décadas de los 80 y 90 de dicho siglo el populismo se puso en el camino de la conciliación con el zarismo, expresando los intereses de los kulaks, y condujo una lucha encarnizada contra el marxismo. [pág. 68]
[55] Socialistas Revolucionarios (eseristas): partido pequeñoburgués en Rusia, surgió a comienzos de 1902 como resultado de la unificación de diferentes grupos y circulos populistas. Representaron los intereses de la clase de kulaks. Las concepciones de los eseristas constituían una amalgama ecléctica de las ideas del populismo y el revisionismo; los eseristas "intentaban, según expresión de Lenin, arteglar los desgarrones del populismo" con "remiendos de la 'crítica' oportunista en boga del marxismo". (V. I. Lenin, Obras Completas, t. IX.)
Durante la Primera Guerra Mundial, los eseristas abrazaron las posiciones del socialcnovinismo.
Después de la victoria de la Revolución Democrático-burguesa de Febrero de 1917, los eseristas, junto con 105 mencheviques y kadetes constituyeron el puntal principal del gobierno provisional contrarrevolucionario. Los eseristas rechazaron la petición campesina de liquidar la propiedad terrateniente de la tierra y conservó la propiedad privada de los terratenientes.
El ala izquierda de los eseristas en diciembre de 1917 fundó el partido Independiente de los eseristas de izquierda. Los eseristas de izquierda reconocieron formalmente el Poder Soviético y concertaron un acuerdo con los bolcheviques, pero al poco tiempo abrazaron el camino de lucha contra el Poder Sovietico.
En el periodo de la intervención militar extranjera y de la guerra civil los eseristas realizaron, en muchas ocasiones, labores subversivas contrarrevolucionarias, incitaton a los kulaks a la rebelión y organizaron acciones terroristas contra los dirigentes del Partido Comunista y del Gobierno Soviético. Después de la guerra civil, los eseristas continuaron sus actividades hostiles contra el Estado Soviético. En consecuencia, fueron destruidos por el Poder Soviético. [pág. 68]
[56] Socialistas populares (enesistas): organiziacion pequeñoburguesa fundada en 1906, al separarse del ala derecha de los socialistas revolucionarios. Los enesistas presentaron una moderada demanda democrática sin sobrepasar el límite de la monarquía constitucional. Rechazaron el principio programático propugnado por los eseristas de la socialización de toda la tierra y apoyaron el enajenamiento de tierra de los terratenientes en base a rescate. Lenin los calificó de "oportunistas pequeñoburgueses", "socialkadetes", "mencheviques eseristas". Dirigian el partido A. Peshejónov, V. Miákotin, N. Annenski y otros.
Después de la Revolución de Febrero de 1917, el partido respaldó activamente al gobierno provisional, echándose, de este modo, al campo contrarrevolucionario. [pág. [57] Proudhonismo: corriente en el socialismo pequenoburgues, que toma ese nombre de su fundador, el anarquista francés Pierre Proudhon. Este criticaba la gran propiedad capitalista desde una posición pequeñoburguesa, soñaba con perpetuar la pequeña propiedad privada y proponia que se organizara un banco "popular" y de "cambio" para que los obreros pudieran proveerse de medios de producción propios y lograr un "justo" intercambio de sus productos. No entendia el papel histórico y la importancia del proletariado, adoptaba una actitud negativa hacia la lucha de clases, la revolución socialista y la dictadura del proletariado; como anarquista, también negaba la necesidad del Estado. Proudhon y sus partidarios tomaron la pequeña producción y el cambio comerciales como base social, perpetua e invariable. "No se trata de destruir el capitalismo y su base -- la producción mercantil -- sino de depurar esa base de abusos, excrecencias, etc.; no se trata de abolir el intercambio y el valor de cambio, sino, por el contrario, de hacerlo 'constitucional', universal, absoluto, 'justo', y libre de oscilaciones, crisis y abusos. Tal era la idea de Proudhon." (V. I. Lenin, "Notas criticas sobre el problema nacional", 4. La "autonomía cultural nacional", Obras Completas, t. XX.) [pág. 68]
[58] Véase F. Engels, "Al comité de correspondencia del comunismo en Brussel (16 de septiembre de 1846)". [pág. 68]
[59] Ibíd., del 23 de octubre de 1846. [pág. 69]
[60] Véase la carta de F. Engels a C. Marx de 23-24 de noviembre de 1847. [pág. 70]

Fuente: http://www.marx2mao.com/M2M(SP)/Lenin(SP)/CME13s.html


Política internacional

El "nuevo imperialismo"

Fragmento de: El "nuevo" imperialismo. Sobre reajustes espacio-temporales y acumulación mediante desposesión, Parte II*

Por David Harvey

Harvey, David. Uno de los más conocidos intelectuales de la izquierda norteamericana, geógrafo y urbanista de prestigio mundial. Autor de varios trabajos ya clásicos sobre urbanismo y la dinámica espacial del capitalismo, tiene además contribuciones importantes a la teoría económica y ha escrito una obra de referencia en el campo de la crítica cultural: La condición de la posmodernidad.

El "nuevo imperialismo"

Las formaciones sociales capitalistas, normalmente constituidas con una configuración territorial o regional y dominadas por un centro hegemónico, se han involucrado en practicas quasi-imperialistas en busca de ajustes espacio-temporales que solucionen sus problemas de sobreacumulación. En todo caso es posible periodizar la geografía histórica de estos procesos si tomamos seriamente a Arendt cuando afirma que el imperialismo de base europea del periodo 1884-1945 fue el primer asalto al poder político global por parte de la burguesía. Los Estados-nación individuales desarrollaron sus propios proyectos imperiales para resolver los problemas de sobreacumulación y conflictos de clase originados en su área de influencia. Estabilizado en primer lugar con la hegemonía inglesa y construido en torno al libre flujo de bienes y capital en el mercado mundial, este sistema inicial se vino abajo con el cambio de siglo, dando paso a conflictos geopolíticos entre las grandes potencias que buscaban la autarquía con sistemas cada vez más cerrados y detonando dos guerras mundiales que se ajustaron bastante bien a la predicción de Lenin. Los recursos de una gran parte del resto del mundo fueron sometidos a pillaje durante esta época (no hay mas que mirar lo que Japón hizo en Taiwán o Inglaterra en el Rand sudafricano) con la esperanza de que la acumulación mediante desposesión compensaría la incapacidad crónica, que se manifestaría en los años treinta, de mantener el capitalismo mediante la expansión de la reproducción.
Este sistema fue sustituido en 1945 por otro, dirigido por EE.UU., que buscaba establecer una alianza entre los principales poderes capitalistas para impedir guerras intestinas y encontrar una forma racional de manejar conjuntamente, la sobreacumulación que había asolado los años treinta. Para que esto fuera realizable tendrían que compartir los beneficios de una intensificación del capitalismo integrado en las regiones del centro (de aquí el apoyo de EE.UU. a los pasos en dirección a la Unión Europea) e implicarse en una sistemática expansión geográfica del sistema (de aquí la insistencia de EE.UU. en la descolonización y el desarrollismo como meta generalizada para el resto del mundo). Esta segunda fase de dominio global de la burguesía estuvo en buena medida posibilitada por la contingencia de la Guerra Fría. Esto conllevaba el liderazgo militar y económico de los EE.UU. como única superpotencia capitalista (el efecto fue la creación de una hegemonía "supraimperialista" estadounidense). Pero los EE.UU. podían también absorber excedentes mediante ajustes espacio-temporales internos (como la red de autopistas interestatales, la suburbanización y el desarrollo de sus zonas Sur y Este). Los EE.UU. no eran dependientes de las exportaciones ni de las importaciones. Podían incluso permitirse abrir sus mercados a otros y así absorber por un tiempo los excedentes que empezaban a generarse en Japón y Alemania durante los sesenta. Se dio así un sólido crecimiento mediante la expansión de la reproducción a lo ancho de todo el mundo capitalista, y la acumulación mediante desposesión quedó relativamente silenciada. Se mantuvieron fuertes controles sobre el movimiento de capitales (no así sobre el de mercancías) y la lucha de clases dentro de cada uno de los Estados-nación sobre la expansión de la reproducción (cómo tendría lugar y a quién beneficiaría) era la tónica dominante. Las principales luchas geopolíticas que surgieron fueron las de la Guerra Fría (con ese otro imperio construido por los soviéticos) o luchas marginales (frecuentemente relacionadas con la Guerra Fría, lo que llevó a EE.UU. a apoyar a numerosos regímenes poscoloniales reaccionarios) que resultaron de la poca disposición por parte de los poderes europeos a deshacerse de sus posesiones coloniales (la invasión de Suez por los británicos y franceses en 1956, con nulo apoyo de EE.UU., es un caso emblemático). El creciente resentimiento por verse atrapados en una situación espacio-temporal de subsidiaridad perpetua con respecto al centro terminó por originar movimientos de liberación nacional e independentistas (respaldados en buena medida por los análisis de la izquierda referidos a desarrollo y dependencia).
Este sistema se vino abajo alrededor de 1970, cuando la hegemonía económica de EE.UU. se hizo insostenible. Se tornó difícil mantener los controles sobre el capital al inundarse los mercados con los dólares americanos excedentes. Los EE.UU. buscaron entonces crear un nuevo sistema, que descansara sobre la combinación de nuevos acuerdos institucionales y financieros que hiciesen frente a la amenaza económica de Alemania y Japón y que recentrara el poder económico en la forma de un capital financiero que operaría desde Wall Street. La alianza entre la administración Nixon y los Saudíes para poner el precio del crudo por las nubes en 1973 dañó mucho más a las economías europea y japonesa que a la de EE.UU. (que por aquel entonces no era demasiado dependiente de los suministros de Medio Oriente). Los bancos estadounidenses obtuvieron el privilegio de reciclar los petrodólares y reinyectarlos a la economía mundial. Amenazados en el terreno de la producción, los EE.UU. contraatacaron asentando su hegemonía en las finanzas. Pero, para que este sistema funcionara correctamente, los mercados y especialmente los mercados financieros tenían que ser abiertos al comercio mundial (un lento proceso que requirió una feroz presión por parte de EE.UU., respaldado por herramientas internacionales como el FMI, y una igualmente feroz adopción del neoliberalismo como nueva ortodoxia económica). También implicaba un reajuste de poder dentro de la burguesía, desde el sector productivo a las instituciones financieras. Esto podía ser usado para combatir el poder de las organizaciones de la clase trabajadora, dentro de la reproducción expandida, bien directamente (ejerciendo una vigilancia disciplinaria sobre la producción) o indirectamente, facilitando una mayor movilidad geográfica para todas las formas de capital. El capital financiero jugaba por tanto un papel central en esta tercera etapa de dominio burgués sobre la economía mundial.
Este sistema era mucho más volátil y depredador, y conoció varios impulsos de acumulación mediante desposesión (normalmente bajo la forma de ajustes estructurales recetados por el FMI) como antídoto a la incapacidad de mantener la expansión de la reproducción sin caer en las crisis de sobreacumulación. En algunos casos, como en América Latina en los ochenta, se saquearon economías enteras y sus activos fueron recuperados por el capital financiero estadounidense. En otros se trató mas bien de exportación de la devaluación. El ataque de los hedge funds sobre las monedas tailandesa e indonesia, respaldado por las salvajes políticas devaluadoras exigidas por el FMI, condujo a la bancarrota incluso a sectores viables y revirtió los notables adelantos económicos y sociales que se habían producido en el este y sureste asiáticos. El resultado fue el paro y la pauperización para millones de personas. La crisis también realzó el dólar, confirmando el dominio de Wall Street y generando un asombroso boom en el valor de los activos para los estadounidenses acaudalados. Se empezaron a vertebrar luchas en torno a temas como los ajustes estructurales impuestos por el FMI, las actividades depredadoras del capital financiero y la pérdida de derechos por las privatizaciones.
Las crisis de la deuda pudieron usarse en cada país para reorganizar las relaciones sociales de producción, de manera que en cada uno de los casos se favoreciera la penetración de capitales externos. Así, los regímenes financieros domésticos, los mercados domésticos de bienes y las incipientes firmas locales, quedaron desprotegidos facilitando su posterior conquista por parte de compañías americanas, japonesas y americanas. Los bajas tasas de ganancia en las regiones del centro podían por tanto ser compensadas por las mayores tasas obtenidas en el extranjero. La acumulación mediante desposesión adquirió un papel cada vez más importante en el capitalismo global (con la privatización como uno de sus mantras principales). La resistencia en esta área, más que en la de la reproducción ampliada, pasó a ser un elemento central del movimiento anticapitalista y antiimperialista. Pero el sistema, aunque centrado en el complejo Wall Street-Reserva Federal, presentaba muchos aspectos multilaterales con sus centros de Tokio, Londres-Frankfurt y otros muchos lugares que tomaban parte en la acción. Estaba asociado con la emergencia de corporaciones capitalistas transnacionales que, aunque pueden tener una base en tal o cual Estado-nación, se extienden a lo largo y ancho del globo en formas que eran impensables en las primeras etapas del imperialismo (los trusts y cárteles que describiera Lenin estaban todos firmemente ligados a determinados Estados-nación). Este era el mundo que el gobierno de Clinton, con su todopoderoso Secretario del Tesoro, Robert Rubin, proveniente del sector especulativo de Wall Street, pretendía dirigir mediante un multilateralismo centralizado (con su epítome en el llamado "Consenso de Washington" a mediados de los noventa). Pareció por un momento que Lenin podía estar equivocado y Kautsky en lo cierto y sería posible un ultraimperialismo basado en la colaboración "pacífica" entre los principales poderes capitalistas (que ahora se plasmaría en el G7 y la llamada "nueva arquitectura económica", bajo la égida del dominio estadounidense).
Pero el sistema desembocó finalmente en serias dificultades. La total volatilidad y la caótica fragmentación de los conflictos de poder hace que sea difícil, tal como decía Luxemburgo, discernir, entre el humo y los espejismo (especialmente los del sector financiero) cómo funcionan las leyes económicas.
En la medida en la que la crisis de 1997-98 develó que el principal centro productor de plusvalía estaba localizado en el este y sureste asiáticos, la rápida recuperación capitalista en esta zona volvió a colocar el problema de la sobreacumulación en la escena internacional. Esto plantea la cuestión de cómo podría organizarse una nueva forma de ajuste espacio-temporal (¿en China?), o de quién llevará la peor parte en una ronda devaluadora. La anunciada recesión en EE.UU. tras una década o más de espectacular (incluso irracional) exhuberancia indica ellos mismos bien podrían no ser inmunes. Bajo la inestabilidad subyace el rápido deterioro de la balanza de pagos estadounidense. Según Brenner "la misma explosión de las importaciones que impulsó la economía internacional" durante la década de 1990 "llevó a los EE.UU. a un déficit comercial récord con las consiguientes y sin precedentes responsabilidades para con los propietarios de ultramar" y "la vulnerabilidad sin precedentes de la economía americana a una huida de capitales y un colapso del dólar". Pero esta vulnerabilidad afecta a ambas partes. Si el mercado estadounidense colapsa, también las economías que lo tienen como destino de sus excedentes se vendrán abajo con él. La facilidad con la que los bancos centrales de países como Japón y Taiwán otorgan préstamos para cubrir el déficit estadounidense es, en buena medida, una medida autoprotectora. De esta forma financian el consumismo americano que constituye el mercado para sus productos. Puede que ahora incluso financien el esfuerzo de guerra estadounidense.
Pero el dominio y la hegemonía de los EE.UU. están, una vez más, en peligro, y esta vez la amenaza parece ser más acentuada. Si, por ejemplo, Braudel (y con él Arrighi) está en lo cierto, y una poderosa oleada de financiarización es el preludio a la transferencia de los poderes dominantes de una a otra hegemonía (como ha ocurrido históricamente), entonces el giro de los EE.UU. en 1970 hacia la financiarización aparecería como una jugada especialmente autodestructiva. Los déficits (tanto internos como externos) no pueden continuar indefinidamente en una espiral descontrolada, y la habilidad y disposición de otros (especialmente en Asia) a la hora de financiarlos (al ritmo de 2.3 mil millones, según la cifra actual) no es inagotable. Cualquier otro país del mundo que presentara un cuadro macroeconómico semejante al de EE.UU. ya habría sido sometido a un despiadado plan de austeridad y ajuste estructural por parte del FMI. Pero, como señala Gowan: "La capacidad de Washington para manipular el valor del dólar y de explotar el dominio internacional de Wall Street permitió a las autoridades de EE.UU. evitar lo que otros Estados debieron llevar a cabo: vigilar la balanza de pagos, ajustar la economía doméstica para asegurar altos niveles ahorro e inversión domésticos, vigilar el endeudamiento público y privado, asegurar un sistema efectivo de intermediación financiero doméstico que garantice el desarrollo del sector productivo doméstico". La economía de EE.UU. tuvo "una vía de escape de todas estas tareas" y a "cualquier baremo capitalista de contabilidad nacional" y la resultante es que ha llegado a un estado "profundamente distorsionado e inestable". Y, lo que es más, las sucesivas oleadas de acumulación mediante desposesión, emblema del nuevo imperialismo estadounidense, están dando lugar a distintas formas de resistencia y resentimiento dondequiera que se efectúen, lo que ha generado no sólo el movimiento anti-globalización mundial (fenómeno distinto a las luchas de clases que se daban en un contexto de reproducción ampliada) sino también resistencias activas frente a la hegemonía de EE.UU. por parte de antiguos poderes subordinados, especialmente en Asia (Corea del Sur sería un ejemplo de esto).
Los EE.UU. cuentan con opciones limitadas. Podrían dar marcha atrás a su trayectoria imperialista involucrándose en una redistribución masiva de la riqueza dentro de sus propias fronteras, buscando solucionar la sobreacumulación mediante ajustes temporales internos (una considerable serie de mejoras en la educación publica sería un buen comienzo). También sería de utilidad una estrategia industrial de revitalización de su sector manufacturero, para nada extinto. Pero esto implicaría o bien unas finanzas aún más deficitaria, o bien mayores impuestos, acompañados de mayor control estatal, y esto es precisamente lo que la burguesía se niega siquiera a considerar (al igual que en tiempos de Chamberlain): cualquier político que propusiera un paquete de medidas semejantes sería sin duda aplastado por la prensa capitalista y sus ideólogos y de la misma manera perdería cualquier elección ante el abrumador poder del dinero. Y la ironía está en que, pese a todo, un contraataque masivo en el interior de EE.UU. y otros países del centro capitalista (especialmente Europa) contra las políticas neoliberales y el recorte del gasto estatal podría ser una de las únicas maneras de proteger internamente al capitalismo de sus propias tendencias autodestructivas.
Una acción aún más suicida sería intentar imponer en los EE.UU. el tipo de autodisciplina que el FMI suele aplicar a los demás. Cualquier intento por parte de un poder exterior (mediante una huida de capitales y un desplome del dólar, por ejemplo) desencadenaría sin duda una salvaje respuesta política, económica e incluso militar por parte de EE.UU. Es difícil imaginar a los EE.UU. aceptando tranquilamente, tal y como afirma Arrighi que deberían hacer, el hecho de que nos encontramos en una gran reubicación hacia Asia como nuevo centro de poder global. No es muy realista pensar que los EE.UU. pasarían a segundo plano en paz y tranquilidad. Conllevaría, además una reorientación radical -de la que tenemos ya algunas señales- por parte del capitalismo de Extremo Oriente, desde la dependencia al mercado estadounidense al cultivo de un mercado interno asiático. Aquí el gigantesco programa de modernización chino -una versión interna de ajuste espacio-temporal que equivaldría al que se llevó a cabo en EE.UU. en las décadas de los cincuenta y sesenta- puede jugar un papel crítico, absorbiendo gradualmente los excedentes de Japón, Taiwán y Corea y disminuyendo así el flujo dirigido a EE.UU. La consiguiente hambruna de fondos tendría consecuencias calamitosas para los EE.UU.
En este contexto es que nos encontramos con elementos del establishmentpolítico estadounidense abogando por la puesta en marcha de la maquinaria militar, único poder absoluto que les queda, hablando abiertamente de imperio como opción política (posiblemente para extraer tributo del resto del mudo) y buscando controlar los suministros de petróleo como medio para contrarrestar los vuelcos de poder que acechan en la economía global. Así cobran así sentido los actuales intentos de EE.UU. para asegurarse un mejor control de los suministros petrolíferos de Irak y Venezuela (alegando la restauración de la democracia en el primer caso y derrocándola en el segundo). Buscan una repetición de lo acontecido en 1973, puesto que Europa y Japón, así como el este y sudeste asiáticos (ahora incluyendo destacadamente a China) son aún más dependientes del crudo del Golfo que los EE.UU. Si los EE.UU. se las ingenian finalmente para derrocar a Sadam y Chávez, si consiguen estabilizar o reformar un régimen saudita armado hasta los dientes, que se encuentra actualmente en las arenas movedizas de un régimen autoritario (y en peligro de caer en manos del Islam radicalizado, lo que constituía, al fin y al cabo, el objetivo principal de Osama bin Laden), si pueden pasar (y parece que sí podrán) de Irak a Irán y consolidar sus posiciones en Turquía y Uzbekistán como presencia estratégica con relación a las reservas petrolíferas de la cuenca del Caspio, entonces los EE.UU., controlado la espita petrolífera mundial, pueden albergar esperanzas de mantener su control sobre la economía global y asegurar su propia posición hegemónica para los próximos cincuenta años.
Pero dicha estrategia plantea enormes peligros. Habrá inmensas resistencias por parte de Europa y Asia, con Rusia siguiéndoles de cerca. La resistencia por parte de Francia y Rusia, que ya tenían vínculos con el petróleo Iraquí, a respaldar la invasión estadounidense de Irak es un ejemplo ilustrativo. Los europeos se encontrarían mucho más cómodos en un modelo kautskyano de ultraimperialismo, en el que los principales poderes capitalistas colaborarían en igualdad de condiciones. La perspectiva de una hegemonía estadounidense (súper-imperialismo) basada en la militarización y el aventurerismo permanentes, que podría amenazar seriamente la paz global, no es nada atractiva. Esto no implica que el modelo europeo sea mucho más progresista. Si se ha de creer a Robert Cooper, un consejero de Blair, éste resucita las distinciones decimonónicas entre Estados civilizados, bárbaros y salvajes transmutados en Estados postmodernos, modernos y pre-modernos, con los postmodernos en la obligación de inculcar, por medios directos o indirectos, la obediencia a normas universales (léase "de la burguesía occidental") y las prácticas humanistas (léase "capitalistas") a lo largo y ancho del globo. Este es exactamente el modo en el que los liberales decimonónicos como John Stuart Mill, justificaban mantener el tutelaje sobre la India y la exacción de tributos del extranjero, al tiempo que abogaban por principios de gobierno representativo en la metrópolis. En ausencia de cualquier revitalización, fuerte y sostenida, de la acumulación por expansión de la reproducción, seremos testigos de la profundización de políticas de acumulación mediante desposesión, para que el motor de la acumulación no se pare del todo.
Esta forma alternativa de imperialismo será difícilmente soportable para amplias capas de la población mundial, que han soportado y en algunos casos combatido las formas de acumulación mediante desposesión y las formas de capitalismo depredador que se han dado en las últimas décadas. El ardid liberal que proponen personajes como Cooper resulta demasiado familiar a los autores postcoloniales como para ejercer ningún atractivo. Y el flagrante militarismo que vienen proponiendo los EE.UU., con la excusa de que es la única forma de combatir el terrorismo, no sólo está cargado de peligros (incluyendo peligrosos precedentes de "ataques preventivos") sino que va siendo desenmascarada como el intento de mantener una hegemonía amenazada, sino perimida, sobre el sistema global.
Pero es posible que la cuestión más interesante esté en la repercusión dentro de los propios EE.UU. Sobre esto, Hannah Arendt hace una reveladora afirmación: el imperialismo en el exterior no puede sostenerse sin la represión, e incluso la tiranía, en el interior. El daño infringido a las instituciones democráticas domésticas puede (como aprendieron los franceses durante la guerra de Argelia) puede ser considerable. La tradición popular en los EE.UU. es anticolonial y antiimperialista y costó muchos trucos (cuando no decepciones) enmascarar, o por lo menos recubrir de tinte humanitario, el papel imperial de los EE.UU. en los asuntos mundiales durante las últimas décadas. No es claro que la población estadounidense vaya a apoyar un giro hacia algún tipo de Imperio militarizado permanentemente (no más de lo que apoyó la guerra de Vietnam). Ni es probable que acepte pagar por mucho tiempo el precio (en libertades civiles y derechos) ya considerable de las cláusulas represivas incluidas en las Actas Patriótica y de Seguridad Interna. Si el Imperio conlleva rasgar la Carta de Derechos, entonces no está claro que semejante trato vaya a ser aceptado fácilmente. Pero, por otra parte, la dificultad estriba en que, en ausencia de algún tipo de dinámica revitalización de la acumulación mediante expansión de la reproducción y siendo limitadas las posibilidades de acumular por desposesión, es factible que la economía de EE.UU. se hunda en una depresión deflacionista que haría palidecer la de la última década japonesa. Y si se produce una seria huida del dólar, entonces la austeridad tendrá que ser intensa, a no ser que emerjan políticas de redistribución de la riqueza y los activos (perspectiva que sería contemplada con extremo horror por la burguesía) que se centraría en la completa reorganización de las infraestructuras sociales y físicas de la nación, absorbiendo el capital y trabajo excedentes en una forma socialmente útil, opuesta a las funciones puramente especulativas.
Por tanto, la forma que pueda tomar cualquier tipo de nuevo imperialismo está aún en el aire. La única certeza de la que disponemos es que nos encontramos en el momento crucial de una gran transición del funcionamiento del sistema global y que existe una variedad de fuerzas en movimiento, capaces de inclinar la balanza de un lado o del otro. El equilibrio entre acumulación mediante desposesión y acumulación por expansión de la reproducción ya se ha roto a favor de la primera y es improbable que esta tendencia haga sino acentuarse, constituyéndose en emblema del nuevo imperialismo. También sabemos que la trayectoria económica que adopte Asia es fundamental, pero el dominio militar todavía reside en los EE.UU. Esto, como señala Arrighi, representa una configuración inédita y puede que Irak sea testigo de cómo funcionaría, a escala global, en un contexto de recesión generalizada. La hegemonía que los EE.UU. mantenía en los sectores militar, financiero y productivo en el periodo de posguerra se vino abajo en el sector productivo después de 1970, y bien podría volver a hacerlo ahora en el financiero, dejándole únicamente el poderío militar. Lo que ocurra en el interior de EE.UU. es por tanto de una importancia vital para determinar en qué forma puede articularse el nuevo imperialismo. Existe, para empezar, una aglomeración opositora a la profundización de la acumulación mediante desposesión. Pero las formas de lucha de clases que de aquí se desprenden son de una naturaleza muy distinta de las clásicas luchas proletarias de la reproducción expandida (las cuales continúan aunque con sordina) sobre las que teóricamente descansaba el futuro del socialismo. Es importante impulsar los vectores emergentes de unificación de las luchas, pues en ellos podemos distinguir las líneas generales de una forma de globalización, no imperialista, totalmente distinta, centrada en objetivos humanitarios y de bienestar social, además de en formas creativas de desarrollo geográfico desigual, en vez de en la simple glorificación del poder del dinero, las acciones y la incesante acumulación por cualquier medio de capital en el vasto escenario de la economía global, que siempre acaban en la concentración de inmensas riquezas en espacios reducidos. Puede que nos encontremos en un momento lleno de volatilidad e incertidumbre pero eso también implica que estamos en un momento lleno de inesperado potencial revolucionario.

Fuente: http://www.herramienta.com.ar


Teoría social

El paradigma positivista*

Por Alberto J. Franzoia

El Positivismo es el paradigma con el que nace el eje de las teorías del orden en la primera mitad del siglo XIX. Auguste Comte (1798- 1857), discípulo de Saint-Simon, retoma sus ideas fundamentales y con el nombre de física social primero y sociología después, las presenta como bases para una nueva ciencia. A ésta la define en los siguientes términos: “Poseemos ahora una física celeste, una física terrestre, y una mecánica o química, una física vegetal y una física animal; todavía necesitamos una más y la última, la física social, para completar el sistema de nuestro conocimiento de la naturaleza. Entiendo por física social la ciencia que tiene por objeto el estudio de los fenómenos sociales considerándolos con el mismo espíritu que los astronómicos, los físicos, los químicos o los fisiológicos, es decir, sujetos a leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento es el objeto especial de investigación”(9).Las principales decisiones epistemológicas, metodológicas y teóricas adoptadas ya estaban presentes en el pensamiento de Saint-Simon: concepción evolucionista de la historia, las ciencias naturales como referentes para construir una ciencia de la sociedad, método positivo aplicado a los fenómenos sociales, revalorización de los conceptos de orden y jerarquías adaptados al desarrollo capitalista. Fue Emile Durkheim, en una etapa posterior, el encargado de reconocer la originalidad de Saint Simon. Pero en algunos manuales sobre el tema, como La teoría sociológica de Nicholas Timasheff, se sostiene que resulta difícil evaluar qué pertenece a cada uno de estos pensadores, ya que trabajaron juntos desde 1817 hasta 1823, período en el que produjeron la obra titulada Plan de las operaciones científicas necesarias para la reorganización de la sociedad. Sin embargo, es necesario destacar que cuando la labor conjunta comienza, Comte era apenas un estudiante de diecinueve años, mientras que Saint Simon, que lo había nombrado secretario suyo, ya tenía una vasta formación y recorría la última etapa de su vida con ideas absolutamente definidas, por lo que resulta insostenible sospechar que existiese un intercambio igualitario de conocimientos, y mucho menos que éste haya copiado a un novato. En realidad, la tensa relación que mantuvieron después de publicar el trabajo mencionado (por motivos no demasiado claros), resulta la explicación más plausible para la ingratitud manifiesta del discípulo.

Cuando Comte lleva adelante su producción teórica, la burguesía intentaba institucionalizar un nuevo orden en Europa y se perfilaba con un futuro prometedor en EE.UU., en la etapa que se conoce con el nombre de capitalismo de libre competencia (entre empresas de producción y comercialización de bienes, cuando todavía no existe un control oligopólico del mercado). España y Portugal estaban sumergidas en un pasado que consumía sus últimos intentos imperiales, mientras Inglaterra continuaba su expansión por el mundo en nombre de la nueva ciencia económica de Smith y Ricardo. América Latina que había iniciado su propio camino independizándose de la península ibérica, veía sucumbir sus anhelos ante el proceso de balcanización promovido por el poder avasallante del imperio británico en alianza con las oligarquías nativas, a la vez que EE.UU. avanzaba en el norte del continente anexándose territorios pertenecientes a México. Libre empresa, libre comercio, estado gendarme, mundialización creciente del capitalismo, orden y progreso (con una concepción histórica linealmente ascendente), además del conocimiento científico como instrumento para dominar el mundo, eran las consignas de la época.

En su análisis evolutivo de la historia, Comte, siguiendo los pasos de Saint-Simon, considera la presencia de tres estados que caracterizan la evolución intelectual y social de la humanidad. El primer estado (teológico) representa su infancia; ante problemas vinculados con el origen de las cosas, las respuestas van a tener un contenido sobrenatural, los dioses o Dios son el principio explicativo para todo. En esta etapa la religión favorece la cohesión social a través de su autoridad moral. Son sociedades en las que prevalece el orden aunque carecen de progreso. En el segundo estado (metafísico) la humanidad se encuentra en su adolescencia, tanto la filosofía de Descartes y Bacon, como luego la de los iluministas, se inscriben en él. Ciertas categorías metafísicas, pero sobre todo una, la Naturaleza, reemplazará como principio explicativo a los dioses o a Dios. A diferencia de lo que ocurría en la etapa anterior prevalece el progreso pero sin orden, existe una crítica del orden feudal pero no se construye otro alternativo, lo que genera una situación anárquica. Finalmente el tercer estado (positivo) se corresponde con la madurez del intelecto humano. La ciencia reemplaza tanto a las explicaciones teológicas como metafísicas, ya que la naturaleza y la sociedad son regidas por leyes que el científico debe descubrir. Es el momento de la institucionalización de la nueva sociedad capitalista, que encontrará a través del “Estado Positivo” la convergencia entre el orden y el progreso.

Comte desarrolla una filosofía positiva que más tarde se convertirá en sociología, cuyos principios fundamentales son (10):
• lo positivo se caracteriza por ser real, útil, cierto, constructivo y relativo;
• la razón debe subordinarse a la observación; ya que la ciencia social debe ser empírica
• el estudio de los fenómenos es relativo al nivel de organización y situación de la sociedad;
• simultáneamente defiende el carácter invariable y universalmente válido de las leyes naturales, que gobiernan tanto a la naturaleza como a la sociedad;
• el conocimiento de las leyes permite a su vez prever;
• la síntesis de orden y progreso marcan el carácter superador de la sociedad moderna con respecto a sus predecesoras;
• la primacía del espíritu social y positivo al individualismo, ya que el desarrollo humano sólo es posible a partir de la sociedad;
• y la necesidad de una educación positiva extendida al colectivo social.

Comte apuntó a la construcción de un orden que permitiese superar los nuevos conflictos sociales que se multiplicaban en Francia y gran parte de Europa, alcanzando inusitada magnitud con los alzamientos obreros de 1848, para lo que resultaba esencial la difusión de ideas morales a través del estado y la educación. De esta manera los trabajadores podrían participar en la sociedad moderna, aceptando el lugar que naturalmente les corresponde en ella (las leyes sociales no se discuten), compartiendo el poder moral pero evitando todo tipo de aspiraciones relacionadas con el poder político. Por otra parte, si bien remarcó la necesidad de alcanzar un conocimiento científico de la sociedad, sin embargo, no avanzó demasiado en el desarrollo de un método que lo hiciese posible, más allá de algunas declaraciones de principios y epistemológicas que hemos mencionado. A través de ellas se detecta en ocasiones una contradicción entre su insistencia de subordinar la razón a la observación y ciertas hipótesis con gran contenido ideológico que suele emplear para analizar la sociedad de su tiempo (como el lugar que les adjudica en ella a la clase obrera y a las mujeres sin haber realizado un estudio medianamente riguroso que justificara sus aseveraciones). Fueron otros positivistas los que trabajaron en cuestiones de método, como John Stuart Mill (1806-1873) y fundamentalmente, en un período posterior, Emile Durkheim (1858-1917) con su obra Las reglas del método sociológico que se convirtió en un clásico del tema.

El paradigma se identifica con la inferencia inductiva como método de investigación, el que formulado con simpleza postula la construcción de generalizaciones acerca de un fenómeno partiendo de un número finito de casos similares. Si a lo largo de una cantidad importante de observaciones comprobamos que cada vez que aparece B previamente se presenta A, entonces estamos en condiciones de afirmar que A es la causa que genera a B. Algunos exponentes como el propio Comte, consideran que hay que buscar leyes y no causas. De todas formas resulta lógico inferir, que cuando se identifica una relación causal permanente, estaríamos en presencia de una ley. El estudio de las relaciones causales proviene de las ciencias naturales y significa desechar toda explicación de lo social a partir de los fines o intenciones perseguidos por los hombres, considerando sólo las relaciones exteriores entre los hechos. Mill formuló los cuatro métodos de inferencia inductiva: concordancia, diferencia, conjunto y de los residuos. Todos ellos se basan en la eliminación de diversas factores para poder comprobar cuál son los fenómenos que se vinculan causalmente, pero son métodos de difícil aplicación en el campo social porque hay circunstancias que en ocasiones no pueden ser eliminadas como en la experiencia de laboratorio.

Durkheim manifestó sus criticas a estos métodos demostrativos en los siguientes términos: “Sin embargo, aunque la eliminación absoluta de todo elemento adventicio sea un límite ideal que no se puede alcanzar realmente, las ciencias físico-químicas e incluso las ciencias biológicas se le aproximan lo bastante para que, en gran número de casos, se pueda considerar la demostración como suficiente prácticamente. Pero no ocurre lo mismo en sociología debido a la complejidad, demasiado grande, de los fenómenos junto a la imposibilidad de toda experimentación artificial. Como no se puede hacer un inventario, ni siquiera aproximado, de todos los hechos que existen en el seno de una sociedad, o que se suceden en el curso de la historia, no se puede tener jamás la seguridad, ni aun aproximada, de que dos pueblos concuerdan o difieren en todos los aspectos menos en uno...”(11). Por estos motivos propone como método de comprobación para las inferencias inductivas al de las variaciones concomitantes.

En el trabajo de Durkheim Las reglas del método sociológico (1895) observamos el desarrollo sistemático de todos aquellos pasos considerados necesarios para realizar una investigación rigurosa sobre fenómenos sociales, por lo que se convirtió en un referente obligado para los exponentes de este paradigma. A continuación analizaremos brevemente sus principales decisiones (12).
1. Reglas para la observación de los hechos sociales: el objeto de estudio de la ciencia social está constituido por estos hechos, que son exteriores al hombre y actúan coercitivamente sobre él (normas jurídicas, reglas morales, instituciones, etc.). Debemos partir de los hechos dejando de lado todo tipo de preconceptos o nociones previas, para lo cual es necesario recurrir a los sentidos. A su vez hay que despojar a la experiencia de sus manifestaciones individuales, tratando de registrar las características comunes.
2. Reglas para diferenciar lo normal de lo patológico: lo normal es lo que se da en la generalidad de los casos, mientras que lo patológico está constituido por lo accidental, pero ambos casos están referidos a tipos específicos de sociedades. Por ejemplo: el delito es un fenómeno normal en cualquier sociedad, la patología se presenta cuando al analizar un tipo de sociedad como la industrial, nos encontramos con que la tasa de delincuencia supera el término medio aceptado en dicha sociedad.
3. Reglas para la constitución de tipos sociales: Durkheim se interesa básicamente por el análisis del presente, pero considera que la historia puede brindar aportes para, a través de la comparación con sociedades del pasado, conocer mejor las características de las sociedades actuales. El camino a recorrer va de lo simple a lo complejo. Las sociedades inferiores que habían existido en el pasado europeo todavía podían encontrarse en territorios coloniales; basándose en datos recogidos por antropólogos de la época, pretende alcanzar por el camino de las comparaciones, un mejor conocimiento de las sociedades modernas. Estamos en presencia de una típica concepción evolucionista, muy común en las expresiones clásicas de este paradigma. Es importante destacar que para Durkheim las sociedades más complejas surgen como producto de la yuxtaposición de otras más simples.
4. Reglas para la explicación de los hechos sociales: si bien Durkheim incorpora elementos de la visión organicista (que luego será retomada y profundizada por los representantes del estructural-funcionalismo), como buen exponente del positivismo adhiere a la explicación causalista. Afirma que los hechos no se pueden explicar por su utilidad (o función), ya que en algunos casos la han perdido pero continúan existiendo por la fuerza del hábito, por lo tanto es necesario recurrir a la causa determinante. La misma debe buscarse siempre entre los hechos sociales antecedentes. A su vez, un hecho social no puede ser explicado por las conductas individuales, porque al ser exteriores a ellas actúan coaccionando al individuo.
5. Reglas para la administración de la prueba: éste es el momento esencial de una investigación, ya que sirve para determinar el valor de una hipótesis. Durkheim recurre a la comparación y a las variaciones concomitantes para comprobar si una conjetura puede ser verificada. Con respecto a las comparaciones dijimos que construye tipos sociales; en cuanto a las variaciones concomitantes, se trata de establecer el paralelismo de los valores por los que pasan dos fenómenos en un número importante de casos (ya que descarta los métodos de Mill). Por ejemplo: si cada vez que mediante una comparación histórica observo que a un mayor desarrollo de la división del trabajo, lo acompaña un mayor desarrollo de la solidaridad social orgánica (que se manifiesta en áreas específicas: económica, política, jurídica, religiosa, etc.), puedo inferir una relación causal que va desde el primer fenómeno hacia el segundo. Esta relación se presenta en De la división social del trabajo, que es una producción teórica anterior a la que estamos analizando, pero en la que se detecta en forma anticipada un intento de aplicar el método indicado para explicar el paso de la solidaridad mecánica a la orgánica. Posteriormente, en El suicidio, Durkheim recurre en forma explícita a las variaciones concomitantes para comprobar las relaciones del fenómeno estudiado con la integración social. Construye tres categorías para agrupar los distintos tipos de suicidio: anómico, egoísta y altruista. En la sociedad industrial tanto el suicidio anómico como el egoísta crecen cuando la integración social es baja, mientras que el altruista si bien se da por una integración muy elevada, es característico de sociedades más atrasadas (en la actualidad por ejemplo, sí recurriésemos a esta categorización, podríamos encuadrar ciertas acciones terroristas de los representantes del fundamentalismo islámico, como casos de suicidio altruista, por una alta integración con sociedades consideradas “inferiores” por los evolucionistas). Más adelante señalaremos algunas inconsistencias en estos abordajes de Durkheim Es de destacar que el liberalismo económico significó una incursión temprana en este método (ya que basándose en las variaciones paralelas entre dos fenómenos han intentado demostrar como operan las leyes del mercado), luego extendido a otras disciplinas sociales hasta convertirse en un paradigma

Como todo cuerpo de decisiones ejemplares, el positivismo alberga expresiones ortodoxas y otras más heterodoxas; una sofisticación técnica y la utilización de un instrumental lógico-teórico han producido algunas versiones modernas que, sin embargo, no marcan una ruptura con los principios fundamentales. Podemos citar al respecto: el empirismo norteamericano, el neoevolucionismo antropológico, el neoliberalismo económico, o algunas versiones que le otorgan un mayor peso específico a la teoría, sin que por esto deje de estar subordinada en última instancia a la observación, como es el caso del falsacionismo.

El empirismo norteamericano, tan cuestionado por C Wright Mills (13), es una de las escuelas más difundidas del paradigma en los últimos años, tanto como una de sus versiones más extremas. A diferencia de lo que ocurre con el positivismo moderado, en este caso el nivel teórico carece de presencia explícita, sin embargo, suele orientar las investigaciones desde un plano poco visible Se caracteriza por limitar sus investigaciones a la producción y aplicación de un conjunto de técnicas, con un predominio absoluto del nivel empírico y la validación cuantitativa:
• construcción de una muestra representativa de la población que se desea estudiar;
• construcción de una encuesta (cuestionario);
• aplicación de la encuesta a la muestra;
• análisis estadístico de los datos obtenidos.

La mayoría de las consultoras que proliferan como hongos en la actualidad, se manejen con esta versión del método inductivo para realizar sus estudios (de mercado, desocupación, pobreza, comportamiento electoral, perfil deseable para el candidato, etc.), con resultados no siempre serios. Como ejemplo de lo que afirmamos nos referiremos a un caso ocurrido en Tucumán (Argentina) durante las elecciones del año 1999 para elegir a su gobernador. En dicha oportunidad triunfó el candidato del Justicialismo, Miranda, sin embargo, tanto los pronósticos previos como los datos obtenidos en boca de urna, anunciaban la consagración del candidato oficialista Bussi (hijo del por entonces gobernador). El análisis estadístico de los datos obtenidos mediante la aplicación de una encuesta, realizado por las principales consultoras del país, arrojó los siguientes resultados (14):
• Hugo Haime, pronosticaba una semana antes de la elección: Bussi 36 por ciento (Fuerza Republicana), Miranda 24,5 por ciento (Justicialismo), Campero 24 por ciento (Alianza).
• Centro de Opinión Pública (CEOP), 24 horas antes de la elección anunciaba que Bussi le llevaba una ventaja de 8,2 puntos a Campero y 10 a Miranda;
• Julio Aurelio, le otorgaba a Bussi una diferencia de 9 puntos sobre el Justicialismo (y lo confirmó luego en boca de urna);
• Sofres Ibope adelantó un virtual empate entre Fuerza Republicana (Bussi) y la Alianza (Campero).

Consideramos que el error fundamental al que conduce esta aplicación del inductivismo consiste en confundir una técnica con un método. Las encuestas son simples instrumentos para obtener información, que cuando son acompañadas por otras técnicas que nos permiten acceder a otros datos, y todos ellos son abordados sistemáticamente con un método e interpretados a la luz de una teoría explícita, resultan útiles para construir un conocimiento científico. Pero si se las despoja de su carácter complementario, para transformarlas en la esencia del proceso de investigación, lejos de favorecer la comprensión de una realidad que es en sí misma compleja, se convierten en un obstáculo epistemológico. Si se hubiesen considerado otros factores, como la estructura social de Tucumán (con una fuerte presencia de votantes que dependen del empleo público), junto al papel desempeñado por el miedo (sobretodo a perder el empleo), en una provincia dominada por una organización política autoritaria en un territorio reducido, probablemente el margen de error hubiera disminuido.

Los datos aportados representan un simple ejemplo que no pretende agotar el tema, pero de todas maneras resulta ilustrativo en relación con la insuficiencia de los estudios meramente cuantitativos. La medición, cuando es necesaria, aporta al conocimiento científico en tanto esté subordinada a un enfoque totalizador. En el caso analizado, surge un interrogante ineludible: ¿cómo medir la opinión de los que no quieren opinar? Al referirse a otra categoría social como son los marginados, Lapassade y Loureau sostienen: “Por definición, esta categoría social escapa al aparato de integración estadística que engloba y permite controlar las categorías no marginadas. El marginado tiene pocos o ninguno de los “papeles” susceptibles de situarlos en algunas de las innumerables casillas con las que la burocracia encasilla nuestra vida. Además, se niega de buen grado a colaborar con los especialistas del control social, ya se trate del asistente social, del psicólogo, o del sociólogo” (15). Las opiniones tanto de los marginados como de los trabajadores estatales que temen perder su empleo en una organización política autoritaria, son frecuentemente difíciles de cuantificar (desde luego esto depende siempre del contexto histórico), es allí donde la ciencia social debe aplicar todo su arsenal metodológico, técnico y teórico para que los resultados sean más confiables.

Para los representantes del positivismo el investigador debe asumir una postura realista, ya que la realidad es tal como se le percibe si se abandonan los preconceptos y se utiliza sistemáticamente el método científico (ya aclaramos que en las versiones menos ingenuas, es una comunidad científica no fragmentada la que depura al conocimiento de posibles factores contaminantes). Al igual que la naturaleza, la realidad social está gobernada por leyes que pueden ser descubiertas por medio de la inducción; luego, la acumulación progresiva de estas leyes va conformando un conocimiento científico. Ya que el punto de partida es la percepción de una realidad que se presenta tal como es, la observación del hecho social cumple un papel esencial en la construcción del conocimiento. Esto no significa que la razón deba ser abandonada, por lo contrario este conocimiento es considerado racional en contraposición con la irracionalidad que suele caracterizar al conocimiento basado en el sentido común, habitualmente calificado como vulgar. Pero una regla que se debe cumplir inexorablemente, es la de subordinar la razón a la observación, el nivel teórico al empírico, evitando así cualquier subjetivismo que nos aleje de la verdad científica. Si bien este método parte de la observación de los hechos, las hipótesis formuladas no dejan de ser una especulación de la razón, que sólo se convertirán en conocimiento científico cuando nuevas observaciones, suficientes y sistemáticamente registradas, nos permiten alcanzar la validación pretendida. Además, la explicación de la realidad, nos conduce a prever y planificar.

Consideramos necesario advertir que una expresión neopositivista como el falsacionismo, suele ser presentada como una escuela que recurre al método hipotético-deductivo, ya que para sus representantes toda investigación es orientada por una conjetura que se formula como intento de resolver algún problema, por lo que no habría observación sin teoría. Sin embargo, albergamos serias dudas al respecto, pues el plano teórico adquiere un carácter absolutamente provisorio para los falsacionistas, ya que cualquier caso que lo contraríe expone a éste a ser falsado, a no ser que la incorporación de hipótesis complementarias permitan su salvación, pero sólo si implican un aporte suficiente al conocimiento científico que las justifique (requisito de difícil aplicación). Esto contradice el carácter estructural que manifiesta la teoría entre los defensores de la deducción. Para un falsacionista la observación tiene clara prioridad, por lo que consideramos que expresan un inductivismo más moderado y sofisticado que el de los positivistas ortodoxos, pero no una postura claramente deductiva. Por el contrario, Lakatos, cuando se refiere a los cinturones que actúan como protectores del núcleo teórico (con los que la teoría contrariada por algunas observaciones no se abandona rápidamente, pues un programa de investigación cuenta con mecanismos heurísticos que le permiten salvaguardarla durante un tiempo prudencial), se manifiesta como un exponente mucho más fiel de dicha metodología (16). En realidad, si nos guiamos por el planteo de los falsacionistas, la tan mentada Revolución Copernicana no hubiera sido posible, ya que ciertas observaciones realizadas en aquellos tiempos en los que no existía el telescopio, según las cuales Venus y Marte no cambiaban de tamaño a lo largo de todo el año, refutaban la teoría elaborada por Copérnico. Sin embargo, ésta se mantuvo en pie y con las posteriores observaciones realizadas por Galileo (con la incorporación del telescopio) fue validada.

En las manifestaciones primeras e ingenuas del inductivismo la verificación de la hipótesis es idéntica a la construcción de la verdad, en sus versiones más sofisticadas y actuales, las técnicas de registro cuantitativo reemplazan el concepto de verdad absoluta por la probabilidad estadística, la que debe ir acompañada por una definición precisa acerca de cuáles son los márgenes de error aceptables (habitualmente no superiores a un 3%). En el ejemplo analizado resulta claro que un error de más de nueve puntos (en el mejor pronóstico) resulta poco serio. Un adelantado en este tipo de estudios aplicados al campo social fue el belga Adolphe Quételet (1796-1874), a quien Comte rechazó con vehemencia por haberse dedicado a lo que él consideraba una materia menor como la estadística; es más, el motivo por el que introduce el concepto sociología, se relaciona con el desagrado que le había producido la apropiación del nombre que él utilizó inicialmente para la nueva ciencia (física social) por parte de Quételet en su obra Sobre el hombre y el desarrollo de las facultades humanas: Ensayo sobre física social. En el caso de los neopositivistas falsacionistas, una teoría es científica cuando resulta falsable pero aún no ha sido falsada (y su falsación nos posibilita gestar un nuevo conocimiento que hace avanzar a la ciencia), de allí su carácter provisorio que se contradice con la mayor estabilidad presente en los defensores de la deducción como método. Esto es así, porque cuando un cientista formula una teoría, o la adopta como esencialmente válida para orientar su labor, realizando a partir de ella deducciones (hipótesis de menor nivel de abstracción) que confrontará con los hechos intentando hallar significativos grados de correspondencia, no está dispuesto a abandonar su teoría con tanta facilidad como suponen los falsacionistas.

Es menester señalar que la visión de totalidad que adopta el paradigma, como el método que de ella se deriva, debía conducir inevitablemente al surgimiento de distintas ciencias sociales, abortando el planteo inicial de Comte y Durkheim. En realidad ya en el siglo XVIII, los fisiócratas, y a posteriori Adam Smith, inician la experiencia de construir una ciencia económica independiente a partir de la utilización del método inductivo-experimental. Durante el mismo siglo, la aplicación de técnicas estadísticas al estudio de la población, genera el surgimiento de la demografía. El camino recorrido por el paradigma derivó en una multiplicación de ciencias autónomas, que volvió habitualmente estéril el intento de conocer una realidad compleja. Producidas las escisiones, surgió como alternativa para profundizar los conocimientos, el trabajo interdisciplinario, pero siempre concebido como un agregado de átomos (concepción atomista).

Retomando e incorporando algunas observaciones, podemos decir que en la epistemología y el método sustentados por el Positivismo se destacan ciertos principios fundamentales.
1. Si bien algunos positivistas del siglo XIX reconocían la necesidad de una ciencia social única, resulta evidente que este postulado perdió vigencia, por lo tanto el estudio científico de la realidad social es cada vez más el producto de distintas ciencias sociales.
2. Las ciencias sociales son comparables a las ciencias naturales, por lo que utilizan el mismo método (aunque con diversos matices): el inductivo-experimental.
3. No sólo es deseable sino también posible alcanzar un conocimiento absolutamente objetivo.
4. Esto se logra: limitándose a la aplicación del método científico; por el carácter autocorregible que adopta este conocimiento dentro de una comunidad de cientistas que tiene la posibilidad de entenderse a partir de un lenguaje común; y defendiendo la neutralidad valorativa (la ciencia no debe comprometerse con su objeto de estudio, ni debe propiciar interpretaciones por el carácter subjetivas que ellas adquieren).
5. El método privilegia el nivel empírico, la razón subordinada a la observación.
6. Los casos particulares son irrelevantes, ya que es fundamental detectar regularidades, es decir, aquello que se reitera en distintos casos.
7. La observación de los hechos y las técnicas de registro cuantitativo desempeñan un papel central en la validación de la teoría construida.

En Los límites de la objetividad de Schuster, citado en la primera parte de nuestro trabajo, se analiza el tipo de objetividad defendida por este paradigma a través del enfoque realizado por Thomas Simpson en un seminario que dirigió en la Sociedad Argentina de Análisis Filosófico, sus fuentes serían: “un dominio observacional dado (independiente del sujeto), un lenguaje descriptivo constante, compartido por sostenedores de distintas teorías y con el que podemos comunicarnos, una metodología compartida y una comunidad racional que progresa en el conocimiento del mundo real (el conocimiento es acumulativo)”(17).

Antes de concluir nuestra exposición sobre el Positivismo, deseamos señalar ciertas incongruencias entre método y teoría puestas de manifiesto por algunos de sus más conspicuos defensores. En la primera parte de nuestro trabajo sosteníamos que quienes utilizan el método inductivo parten de una visión de la totalidad atomista, es decir, concibiéndola como el producto de un agregado de átomos o elementos, lo que facilita su escisión para un estudio que va desde los casos particulares hacia las generalizaciones, desde el nivel empírico al teórico. Sin embargo, tanto Comte como fundamentalmente Durkheim, consideran a la realidad social desde una perspectiva organicista, ya que el todo es superior a sus partes y determina la función que éstas cumplen; por lo que el método al que deberían recurrir es el deductivo, que desde hipótesis abstractas (generales) comienza a deducir otras más concretas hasta poder confrontarlas con los hechos observables. Esta concepción de la totalidad produjo inevitables desfases con el método sostenido a la hora de su aplicación concreta.

Consideramos que lo que en realidad ocurre, es que en estos cientistas sociales se manifiesta una inocultable contradicción entre su visión acerca del deber ser de la actividad científica, influida por el planteo por entonces dominante en las prestigiadas ciencias naturales (utilización del método inductivo como garantía de cientificidad), y por otro lado la presencia de algunas hipótesis generales previas a la investigación que desempeñan un papel ideológico. La necesidad de construir un nuevo orden social fue una prioridad para Durkheim (como para otros cientistas sociales del siglo XIX identificados con las premisas del eje del orden), quien confundiendo su visión de mundo con la realidad empírica, sostuvo por ejemplo que la división del trabajo en la sociedad industrial conducía a ésta hacia un tipo de solidaridad superior a la del pasado, en la que cada uno desempeñaría una función (ocupación) específica complementándose armoniosamente con las funciones realizadas por otros. Cuando comprobó que su teoría entraba en contradicción con los hechos que efectivamente podía observar, en una Europa atravesada hacia fines del siglo XIX por una alta conflictividad social, introdujo la hipótesis que da cuenta de formas anómicas o patológicas de división del trabajo, para no abandonar una teoría que no había sido construida a través del inductivismo defendido. Curiosamente criticó a Comte por no ser fiel a sus principios metodológicos: “Es verdad que Comte ha proclamado que los fenómenos sociales son hechos naturales sometidos a leyes naturales. Con ello ha reconocido implícitamente su carácter de cosas, porque no hay más que cosas en la naturaleza. Pero cuando saliendo de esas generalidades filosóficas intenta aplicar su principio y hacer surgir de él la ciencia que contenía, son las ideas lo que toma como objetos de estudio. En efecto, lo que constituye la materia principal de su sociología es el progreso de la humanidad en el tiempo. Parte de la idea de que hay una evolución continua del género humano...” (18).(las reglas pág. 52)

Durkheim es consecuente con su método cuando plantea la construcción de tipos sociales en Las reglas del método, partiendo de las agrupaciones sociales más simples hasta llegar (a través de una complejización creciente) a la sociedad industrial; pero a partir de ese momento ésta (el todo social) se vuelve autosuficiente determinando las funciones de las partes, con lo que un abordaje inductivo resulta de dudosa aplicación, ya que la solidaridad orgánica que caracterizaría a esa sociedad se asemeja más a una deducción (realizada a partir de su visión organicista) que a una observación concreta. En el aspecto analizado resulta más coherente el planteo asumido dentro del paradigma por los actuales exponentes del empirismo (que no parten de una teoría, por lo menos explícita), o por la escuela liberal clásica, que analiza la sociedad a partir del encuentro de los hombres (átomos) en un espacio común expresado por el concepto mercado; al igual que el enfoque de Mill que acentúa la libertad individual sobre la sociedad. Con esto no queremos decir que todos ellos estén al margen de las influencias ideológicas presentes en Durkheim o Comte, sino que la forma en que estas se manifiestan, guardan una relación más estrecha con la visión de la totalidad que tienen los defensores de la inducción metodológica. Sin embargo, al actual neoliberalismo también se le complica el panorama cuando intenta mantener un mínimo de correspondencia entre la aplicación del método científico (incluida la variante falsacionista) y la teoría explicitada, ya que las manifestaciones concretas de la realidad económica contradicen mucho más que en el siglo XIX “las certezas” sustentadas (libre competencia productiva, libre comercio, autorregulación entre oferta y demanda, y la actual teoría del derrame, sobretodo en los países subdesarrollados). Nuevamente resulta de dudosa verosimilitud la construcción empírica de estos conceptos, que, por lo tanto, se transforman en abstracciones desde las que se pretende encorsetar la realidad. Mientras que desde una perspectiva falsacionista consecuente, deberían considerarse insostenibles las conjeturas formuladas, ya que pueden ser fácilmente falsadas por la observación.

En definitiva, la dudosa rigurosidad de la teoría construida, surge de una defectuosa aplicación del método sustentado, ante lo cual se impone un interrogante: ¿cuáles son las posibilidades fácticas de una inducción plena?

*Fragmento perteneciente al libro (inédito): “La totalidad fragmentada. Un enfoque alternativo de la ciencia social”

Responsable de su publicación original en Internet: Cuaderno de la Ciencia Social http://www.elortiba.org/cs.html


Política Internacional

Guerra, drogas y política, elementos del mundo bipolar

Por Noam Chomsky •

27/09/09

¿Qué lecciones nos han dejado dos décadas de una realidad mundial unipolar? Noam Chomsky disertó ayer por la tarde largamente sobre esta pregunta y dejó en oídos del auditorio ideas sorprendentes, en una conferencia magistral en la Sala Nezahualcóyotl, transmitida en vivo por TV Unam y 12 televisoras públicas y universitarias que se enlazaron para enviar la señal a Aguascalientes, Hidalgo, Michoacán, Morelos, Puebla, Quintana Roo, San Luis Potosí, Tlaxcala, Yucatán, Durango y Nuevo León, además de por La Jornada on line.
Ideas sorprendentes como la de Barack Obama, presidente de Estados Unidos, descrito como una mercancía con una mercadotecnia tan exitosa, que el año pasado mereció el primer lugar en campañas promocionales por parte de la industria de la publicidad. Más famoso que las computadoras Apple. Tan vendible como una pasta de dientes o un fármaco. O la idea de que la invasión estadunidense a Panamá, en 1989, hoy apenas una nota a pie de página para muchos, fue en realidad la señal de que Wa-shington iniciaba, a través de la ficción de la guerra contra las drogas, una nueva etapa de dominación, cuando apenas habían pasado algunas semanas de la caída del Muro de Berlín. O bien, un dato puntual, asombroso: la preocupación manifestada en 1990, en un taller de desarrollo de estrategias para América Latina en el Pentágono, de que una eventual apertura democrática en México osara desafiar a Estados Unidos. La solución propuesta fue imponer a nuestro país un tratado que lo atara de manos con las reformas neoliberales. La propuesta se materializó en el Tratado de Libre Comercio (TLC), que entró en vigor en 1994.
Así, la reseña de Chomsky de las dos últimas dos décadas llegó al momento actual, al proceso de remilitarización de América Latina con siete nuevas bases en Colombia y la reactivación de la Cuarta Flota de su armada. Todo, para aterrizar en la visión de un continente, el nuestro, que pese a todo comienza a liberarse por sí solo de este yugo, con gobiernos que desafían las directrices de Washington, pero sobre todo con movimientos populares de masas de gran significación. Congruente con esta importancia que Chomsky da a los procesos sociales y a su constante llamado a visibilizar a sus protagonistas, al concluir su conferencia magistral y una entrevista con TV Unam, el académico todavía tuvo fuerzas para encontrarse brevemente con Trinidad Ramírez, dirigente del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, de San Salvador Atenco, esposa del preso político Ignacio del Valle, la cual agradeció al conferencista que fuera firmante de la segunda campaña por la libertad de 11 presos, le regaló su paliacate rojo y, por supuesto, también su machete.— Blanche Petrich, La Jornada, México D.F.
Al pensar en cuestiones internacionales, es útil tener presentes varios principios de generalidad e importancia considerables. El primero es la máxima de Tucídides: Los fuertes hacen lo que quieren, y los débiles sufren como es menester. Esto tiene un importante corolario: todo Estado poderoso descansa en especialistas en apologética, cuya tarea es mostrar que lo que hacen los fuertes es noble y justo y lo que sufren los débiles es su culpa. En el Occidente contemporáneo a estos especialistas se les llama intelectuales y, con excepciones marginales, cumplen su tarea asignada con habilidad y sentimientos de superioridad moral, pese a lo disparatado de sus alegatos. Su práctica se remonta a los orígenes de la historia de la que tenemos registro.
Los principales arquitectos
Un segundo punto, que no hay que olvidar, lo expresó Adam Smith. Él se refería a Inglaterra, la potencia más grande de su tiempo, pero sus observaciones son generalizables. Smith observaba que los principales arquitectos de políticas públicas en Inglaterra eran los comerciantes y los fabricantes, quienes se aseguraban de que sus intereses fueran bien servidos por tales políticas, por gravoso que fuera el efecto en otros –incluido el pueblo de Inglaterra– y pese a la severidad que tuvieran para quienes sufren la salvaje injusticia de los europeos en otras partes.
Smith fue una de esas raras figuras que se apartaron de la práctica normal de retratar a Inglaterra como una potencia angelical, única en la historia del mundo, dedicada sin egoísmo al bienestar de los bárbaros. Un ejemplo revelador, en estos términos exactos, es un ensayo clásico de John Stuart Mill, uno de los más decentes e inteligentes intelectuales occidentales, en el que explicaba por qué Inglaterra tenía que culminar su conquista de la India en aras de los más puros fines humanitarios. Lo escribió justo en el momento de mayores atrocidades de Inglaterra en la India, cuando el verdadero fin de una mayor conquista era permitir a Inglaterra apoderarse del monopolio del opio y establecer la más extraordinaria empresa de narcotráfico en la historia mundial, y así obligar a China, con lanchas cañoneras y venenos, a aceptar las mercancías de fabricación británicas, que China no quería.
La plegaria de Mill es la norma cultural. La máxima de Smith es la norma histórica.
Hoy, los principales arquitectos de las políticas públicas no son los comerciantes y los fabricantes, sino las instituciones financieras y las corporaciones trasnacionales.
Una refinada versión actual de la máxima de Smith es la teoría de la inversión en política, desarrollada por el economista político Thomas Ferguson, la cual considera que las elecciones son la ocasión para que grupos de inversionistas se unan con el fin de controlar el Estado, en esencia comprando las elecciones.
Como muestra Ferguson, esta teoría es un mecanismo muy bueno para predecir políticas públicas durante un periodo largo.
Entonces, para lo ocurrido en 2008 debimos haber anticipado que los intereses de las industrias financieras tendrían prioridad para el gobierno de Obama. Fueron sus principales provedoras de fondos y se inclinaron mucho más por Obama que por McCain. Y así resultó ser. El semanario de negocios Business Week se ufana ahora de que la industria de las aseguradoras ganó la batalla por la atención a la salud, y de que las instituciones financieras que crearon la crisis actual emergen incólumes y aun fortalecidas, tras un enorme rescate público –lo que acomoda el escenario para la siguiente crisis–, apuntan los editores. Y añaden que otras corporaciones aprendieron valiosas lecciones de estos triunfos y ahora organizan grandes campañas para frenar la aprobación de cualquier medida relacionada con energía y conservación (por suave que sea), con pleno conocimiento de que frenar esas medidas negará a sus nietos cualquier posibilidad de supervivencia decente. Por supuesto, no es que sean malas personas, ni son ignorantes. Ocurre que las decisiones son imperativos institucionales. Quienes deciden no seguir las reglas son excluidos, a veces en formas muy notables.
Las elecciones en Estados Unidos son montajes espectaculares (extravaganzas), conducidos por la enorme industria de las relaciones públicas que floreció hace un siglo en los países más libres del mundo, Inglaterra y Estados Unidos, donde las luchas populares habían ganado la suficiente libertad para que el público ya no tan fácilmente fuera controlado por la fuerza. Entonces, los arquitectos de las políticas públicas se dieron cuenta de que iba a ser necesario controlar las actitudes y las opiniones. Uno de los elementos de la tarea era controlar las elecciones.
Estados Unidos no es una democracia guiada como Irán, donde los candidatos requieren la aprobación de los clérigos imperantes. En sociedades libres, como Estados Unidos, son las concentraciones de capital las que aprueban candidatos y, entre quienes pasan por el filtro, los resultados terminan casi siempre determinados por los gastos de campaña.
Los operadores políticos están siempre muy conscientes de que con frecuencia el público disiente profundamente, en algunos puntos, de los arquitectos de las políticas públicas. Entonces, las campañas electorales evitan ahondar en cualquier punto y favorecen las consignas, las florituras de oratoria, las personalidades y el chismorreo. Cada año la industria de la publicidad otorga un premio a la mejor campaña promocional del año. En 2008 el premio se lo llevó la campaña de Obama, derrotando incluso a las computadoras Apple. Los ejecutivos estaban eufóricos. Se ufanaban abiertamente de que éste era su éxito más grande desde que comenzaron a promocionar candidatos cual si fueran pasta de dientes o fármacos que asocian con estilos de vida, técnicas que cobraron fuerza durante el periodo neoliberal, primero que nada con Reagan.
En los cursos de economía, uno aprende que los mercados se basan en consumidores informados que eligen racionalmente sus opciones. Pero quien mire un anuncio de televisión sabe que las empresas destinan enormes recursos a crear consumidores uniformados que eligen irracionalmente sus opciones. Los mismos dispositivos utilizados para derruir mercados se adaptan al objetivo de socavar la democracia, creando votantes desinformados que tomarán decisiones irracionales a partir de una limitada serie de opciones compatibles con los intereses de los dos partidos, que a lo sumo son facciones competidoras de un solo partido empresarial.
Tanto en el mundo de los negocios como en el político, los arquitectos de las políticas públicas son constantemente hostiles con los mercados y con la democracia, excepto cuando buscan ventajas temporales. Por supuesto, la retórica puede decir otra cosa, pero los hechos son bastante claros.
La máxima de Adam Smith tiene algunas excepciones, que son muy instructivas. Un ejemplo contemporáneo importante son las políticas de Washington hacia Cuba desde que ésta obtuvo su independencia, hace 50 años. Estados Unidos es una sociedad que goza de una libertad poco común, así que contamos con buen acceso a los registros internos que revelan el pensamiento y los planes de los arquitectos de las políticas públicas. A los pocos meses de la independencia de Cuba, el gobierno de Eisenhower formuló planes secretos para derrocar al régimen e inició programas de guerra económica y de terrorismo, cuya escala fue aumentada bruscamente por Kennedy, y que continúan en varias formas hasta nuestros días. Desde el inicio, la intención explícita fue castigar lo suficiente al pueblo cubano para que derrocara al régimen criminal. Su crimen era haber logrado desafiar políticas estadunidenses que databan de la década de 1820, cuando la doctrina Monroe declaró la intención estadunidense de dominar el hemisferio occidental sin tolerar interferencia alguna de fuera ni de dentro.
Aunque las políticas bipartidistas hacia Cuba concuerdan con la máxima de Tucídides, entran en conflicto con el principio de Adam Smith, y como tales nos brindan una mirada especial sobre cómo se configuran las políticas. Durante décadas, el pueblo estadunidense ha favorecido la normalización de relaciones con Cuba. Desatender la voluntad de la población es normal, pero en este caso es más interesante que sectores poderosos del mundo de los negocios favorezcan también la normalización: las agroempresas, las corporaciones farmacéuticas y de energía, y otros que comúnmente fijan los marcos de trabajo básicos para la construcción de políticas. En este caso sus intereses son atropellados por un principio de los asuntos internacionales que no recibe el reconocimiento apropiado en los tratados académicos en la materia: podríamos llamarlo el principio de la Mafia. El Padrino no tolera que nadie lo desafíe y se salga con la suya, ni siquiera el pequeño tendero que no puede pagarle protección. Es muy peligroso. Debe, por tanto, erradicarse brutalmente, de tal modo que otros entiendan que desobedecer no es opción. Que alguien logre desafiar al Amo puede volverse un virus que disemine el contagio, por tomar prestado el término usado por Kissinger cuando se preparaba a derrocar el gobierno de Allende.
Ésa ha sido una doctrina principal en la política exterior estadunidense durante el periodo de su dominio global y, por supuesto, tiene muchos precedentes. Otro ejemplo, que no tengo tiempo de revisar aquí, es la política estadunidense hacia Irán a partir de 1979.
Tomó su tiempo cumplir los objetivos plasmados en la doctrina Monroe, y algunos de éstos siguen topándose con muchos impedimentos. El fin último perdura y es incuestionable. Adquirió mucho mayor significación cuando, tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en una potencia global dominante y desplazó a su rival británico. La justificación se ha analizado con lucidez.
Por ejemplo, cuando Wa-shington se preparaba para derrocar al gobierno de Allende, el Consejo de Seguridad Nacional puntualizó que si Estados Unidos no lograba controlar América Latina, no podría esperar consolidar un orden en ninguna parte del mundo, es decir, imponer con eficacia su dominio sobre el planeta. La credibilidad de la Casa Blanca se vería socavada, como lo expresó Henry Kissinger. Otros también podrían intentar salirse con la suya en el desafío si el virus chileno no era destruido antes de que diseminara el contagio. Por tanto, la democracia parlamentaria en Chile tuvo que irse, y así ocurrió el primer 11 de septiembre, en 1973, que está borrado de la historia en Occidente, aunque en términos de consecuencias para Chile y más allá sobrepase, por mucho, los terribles crímenes del 11 de septiembre de 2001.
Aunque las máximas de Tucídides y Smith, y el principio de la Mafia, no dan cuenta de todas las decisiones de política exterior, cubren una gama bastante amplia, como también lo hace el corolario referente al papel de los intelectuales. No son el final de la sabiduría, pero se encaminan a él.
Con el contexto proporcionado hasta el momento, miremos el momento unipolar, que es el tópico de gran cantidad de discusiones académicas y populares desde que se colapsó la Unión Soviética, hace 20 años, dejando a Estados Unidos como la única superpotencia global en vez de ser sólo la primera superpotencia, como antes. Aprendemos mucho acerca de la naturaleza de la guerra fría, y del desarrollo de los acontecimientos desde entonces, mirando cómo reacciona Washington a la desaparición de su enemigo global, esa conspiración monolítica y despiadada para apoderarse del mundo, como la describía Kennedy.
Unas semanas después de la caída del Muro de Berlín, Estados Unidos invadió Panamá. El propósito era secuestrar a un delincuente menor, que fue llevado a Florida y sentenciado por crímenes que había cometido, en gran medida, mientras cobraba en la CIA. De valioso amigo se convirtió en demonio malvado por intentar adoptar una actitud desafiante y salirse con la suya, al andarse con pies de plomo en el apoyo a las guerras terroristas de Reagan en Nicaragua.
La invasión mató a varios miles de personas pobres en Panamá, según fuentes panameñas, y reinstauró el dominio de los banqueros y narcotraficantes ligados a Estados Unidos. Fue apenas algo más que una nota de pie de página en la historia, pero en algunos aspectos rompió la tendencia. Uno de ellos fue que se hizo necesario contar con un nuevo pretexto, y éste llegó rápido: la amenaza de narcotraficantes de origen latino que buscan destruir a Estados Unidos. Richard Nixon ya había declarado la guerra contra las drogas, pero ésta asumió un nuevo y significativo papel durante el momento unipolar.
Sofisticación tecnológica en el tercer mundo
La necesidad de un nuevo pretexto guió también la reacción oficial en Washington ante el colapso de la superpotencia enemiga. El gobierno de Bush padre trazó el nuevo rumbo a los pocos meses: en resumidas cuentas, todo se mantendrá bastante igual, pero tendremos nuevos pretextos. Todavía requerimos de un enorme sistema militar, pero ahora hay un nuevo justificante: la sofisticación tecnológica de las potencias del tercer mundo. Tenemos que mantener la base industrial de defensa, eufemismo para describir la industria de alta tecnología apoyada por el Estado. Debemos mantener fuerzas de intervención dirigidas a las regiones ricas en energéticos de Medio Oriente, donde no haríamos responsable al Kremlin de las amenazas significativas a nuestros intereses, a diferencia de las décadas de engaño cuando eso ocurría.
Todo lo anterior pasó muy en silencio, apenas si se notó. Pero para quienes confían en entender el mundo, es bastante ilustrativo.
Como pretexto para una intervención, fue útil invocar una guerra a las drogas, pero como pretexto es muy estrecho. Se necesitaba uno de más arrastre. Rápidamente las elites se volcaron a la tarea y cumplieron su misión. Declararon una revolución normativa que confería a Estados Unidos el derecho a una intervención por razones humanitarias escogida por definición, por la más noble de las razones.
Para expresarlo con sutileza, ni las víctimas tradicionales se inmutaron. Las conferencias de alto nivel en el Sur global condenaron con amargura “el así llamado ‘derecho’ a una intervención humanitaria”. Era necesario un refinamiento adicional, por lo que se diseñó el concepto de responsabilidad de proteger. Quienes prestan atención a la historia no se sorprenderán al descubrir que las potencias occidentales ejercen su responsabilidad de proteger de modo muy selectivo, en adherencia estricta a las tres máximas descritas. Los hechos perturban de tan obvios, y requieren considerable agilidad de las clases intelectuales: otra reveladora historia que debo dejar de lado.
Conforme el momento unipolar se iluminó, otra cuestión que se puso al frente fue el destino de la OTAN. La justificación tradicional para la organización era la defensa contra las agresiones soviéticas. Al desaparecer la Unión Soviética se evaporó el pretexto. Las almas ingenuas, que tienen fe en las doctrinas del momento, habrían esperado que la OTAN desapareciera también; por el contrario, se expandió con rapidez. Los detalles revelan mucho acerca de la guerra fría y de lo que siguió. A nivel más general revelan cómo se forman y ejecutan las políticas de los estados.
A medida que se colapsó la Unión Soviética, Mijail Gorbachov hizo una pasmosa concesión: permitió que una Alemania unificada se uniera a una alianza militar hostil encabezada por la superpotencia global, pese a que Alemania por sí sola casi había destruido Rusia en dos ocasiones durante el siglo XX. Sin embargo, fue un quid pro quo, un esto por aquello, una reciprocidad. El gobierno de Bush prometió a Gorbachov que la OTAN no se extendería a Alemania oriental, y que desde luego no llegaría más al oriente. También le aseguró al mandatario soviético que la organización se transformaría en un ente más político. Gorbachov propuso también una zona libre de armas nucleares desde el Ártico al Mar Negro, un paso hacia una zona de paz que eliminara cualquier amenaza a Europa occidental u oriental. Tal propuesta se pasó por alto sin consideración alguna.
Poco después llegó Bill Clinton al cargo. Muy pronto se desvanecieron los compromisos de Washington. No es necesario abundar sobre la promesa de que la OTAN se convertiría en un ente más político. Clinton expandió la organización hacia el este, y Bush fue más allá. En apariencia Barack Obama intenta continuar la expansión.
Un día antes del primer viaje de Barack Obama a Rusia, su asistente especial en Seguridad Nacional y Asuntos Eurasiáticos informó a la prensa: No vamos a dar seguridades a los rusos, ni a darles ni intercambiar nada con ellos respecto de la expansión de la OTAN o la defensa con misiles.
Se refería a los programas de defensa con misiles estadunidenses en Europa oriental y a la posibilidad de convertir en miembros de la OTAN a dos vecinos de Rusia, Ucrania y Georgia. Ambos pasos eran vistos por los analistas occidentales como serias amenazas a la seguridad rusa, por lo que, de igual modo, podían inflamar las tensiones internacionales.
Ahora, la jurisdicción de la OTAN es todavía más amplia. El asesor de Seguridad Nacional de Obama, el comandante de Marina James Jones, hace llamados a que la organización se amplíe al sur y también al este, de modo que se refuerce el control estadunidense sobre las reservas energéticas de Medio Oriente. El general Jones también aboga por una fuerza de respuesta de OTAN, que confiera a la alianza militar encabezada por Estados Unidos mucho mayor capacidad y flexibilidad para efectuar acciones con rapidez y en distancias muy largas, objetivo que ahora Washington se empeña en lograr en Afganistán.
El secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, informó a la conferencia de la organización que las tropas de la alianza tienen que custodiar los ductos de crudo y gas que van directamente a Occidente y, de modo más general, proteger las rutas marinas utilizadas por los buques cisternas y otras cruciales infraestructuras del sistema energético. Dicha decisión expresa de forma más explícita las políticas posteriores a la guerra fría: remodelar la OTAN para volverla una fuerza de intervención global encabezada por Estados Unidos, cuya preocupación especial sea el control de los energéticos. Supuestamente, la tarea incluye la protección de un ducto de 7 mil 600 millones de dólares que conduciría gas natural de Turkmenistán a Pakistán e India, pasando por la provincia de Kandahar, en Afganistán, donde están desplegadas las tropas canadienses. La meta es bloquear la posibilidad de que un ducto alterno brinde a Pakistán e India gas procedente de Irán, y disminuir la dominación rusa de las exportaciones energéticas de Asia central, según informó la prensa canadiense, bosquejando con realismo algunos de los contornos del nuevo gran juego en el que la fuerza de intervención internacional encabezada por Estados Unidos va a ser un jugador principal.
Desde los primeros días posteriores a la guerra fría, se entendía que Europa occidental podría optar por un curso independiente, tal vez con una visión gaullista de Europa, del Atlántico a los Urales. En este caso el problema no es un virus que pueda diseminar el contagio, sino una pandemia que podría desmantelar todo el sistema de control global. Se supone que, al menos en parte, la OTAN intenta contrarrestar esa seria amenaza. La expansión actual de la alianza, y los ambiciosos objetivos de la nueva organización, dan nuevo empuje a esos fines.
Los acontecimientos continúan atravesando el momento unipolar, adhiriéndose bien a los principios que rigen los asuntos internacionales. Más en específico, las políticas se conforman muy cerca de las doctrinas del orden mundial formuladas por los planificadores estadunidenses de alto nivel durante la Segunda Guerra Mundial. A partir de 1939, reconocieron que, fuera cual fuese el resultado de la guerra, Estados Unidos se convertiría en una potencia global y desplazaría a Gran Bretaña. En concordancia, desarrollaron planes para que Estados Unidos ejerciera control sobre una porción sustancial del planeta. Esta gran área, como le llaman, habría de comprender por lo menos el hemisferio occidental, el antiguo imperio británico, el Lejano Oriente y los recursos energéticos de Asia occidental. En esta gran área, Estados Unidos habría de mantener un poder incuestionable, una supremacía militar y económica, y actuaría para garantizar los límites de cualquier ejercicio de soberanía por parte de estados que pudieran interferir con sus designios globales. Al principio los planificadores pensaron que Alemania predominaría en Europa, pero conforme Rusia comenzó a demoler la Wermacht (las fuerzas armadas nazis), la visión se hizo más y más expansiva, y se buscó que la gran área incorporara la mayor extensión de Eurasia que fuera posible, por lo menos Europa occidental, el corazón económico de Eurasia.
Se desarrollaron planes detallados y racionales para la organización global, y a cada región se le asignó lo que se le llamó su función. Al Sur en general se le asignó un papel de servicio: proporcionar recursos, mano de obra barata, mercados, oportunidades de inversión y más tarde otros servicios, tales como recibir la exportación de desperdicios y contaminación. En ese entonces, Estados Unidos no estaba tan interesado en África, así que la pasó a Europa para que explotara su reconstrucción a partir de la destrucción de la guerra. Uno podría imaginar relaciones diferentes entre África y Europa a la luz de la historia, pero no se tuvieron en cuenta. En contraste, se reconoció que las reservas de petróleo de Medio Oriente eran una estupenda fuente de poder estratégico y uno de los premios materiales más grandes en la historia del mundo: la más importante de las áreas estratégicas del mundo, para ponerlo en palabras de Eisenhower. Y los planificadores se daban cuenta de que el control del crudo de Medio Oriente proporcionaría a Estados Unidos el control sustancial del mundo.
Quienes consideran significativas las continuidades de la historia tal vez recuerden que los planificadores de Truman hacían eco de las doctrinas de los demócratas jacksonianos al momento de la anexión de Texas y de la conquista de medio México, un siglo antes. Tales predecesores anticiparon que las conquistas proporcionarían a Estados Unidos un virtual monopolio del algodón, el combustible de la primera revolución industrial: Ese monopolio, ahora asegurado, pone a todas las naciones a nuestros pies, declaró el presidente Tyler. En esa forma, Estados Unidos podría esquivar el disuasivo británico, el mayor problema de esa época, y ganar influencia internacional sin precedente.
Concepciones semejantes guiaron a Washington en su política petrolera. De acuerdo con ella –explicaba el Consejo de Seguridad Nacional de Eisenhower–, Estados Unidos debe respaldar regímenes rudos y brutales y bloquear la democracia y el desarrollo, aunque eso provoque una campaña de odio contra nosotros, como observó el presidente Eisenhower 50 años antes de que George W. Bush preguntara en tono plañidero por qué nos odian y concluyera que debía ser porque odiaban nuestra libertad.
Con respecto a América Latina, los planificadores posteriores a la Segunda Guerra Mundial concluyeron que la primera amenaza a los intereses estadunidenses la representan los regímenes radicales y nacionalistas que apelan a las masas de población y buscan satisfacer la demanda popular de mejoramiento inmediato de los bajos estándares de vida de las masas y el desarrollo a favor de las necesidades internas del país. Estas tendencias entran en conflicto con las demanda de un clima económico y político que propicie la inversión privada, con la adecuada repatriación de las ganancias y la protección de nuestras materias primas. Gran parte de la historia subsiguiente fluye de estas concepciones que nadie cuestiona.
TLC, cura recomendada
En el caso especial de México, el taller de desarrollo de estrategias para América Latina, celebrado en el Pentágono en 1990, halló que las relaciones Estados Unidos-México eran extraordinariamente positivas, y que no las perturbaba ni el robo de elecciones, ni la violencia de Estado, ni la tortura o el escandaloso trato dado o obreros y campesinos, ni otros detalles menores. Los participantes en el taller sí vieron una nube en el horizonte: la amenaza de “una ‘apertura a la democracia’ en México”, la cual, temían, podría poner en el cargo a un gobierno más interesado en desafiar a Estados Unidos sobre bases económicas y nacionalistas. La cura recomendada fue un tratado Estados Unidos-México que encerrara al vecino en su interior y proponerle las reformas neoliberales de la década de 1980, que ataran de manos a los actuales y futuros gobiernos mexicanos en materia de políticas económicas.
En resumen, el TLCAN, impuesto puntualmente por el Poder Ejecutivo en oposición a la voluntad popular.
Y al momento en que el TLCAN entraba en vigor, en 1994, el presidente Clinton instituía también la Operación Guardián, que militarizó la frontera mexicana. Él la explicó así: no entregaremos nuestras fronteras a quienes desean explotar nuestra historia de compasión y justicia. No mencionó nada acerca de la compasión y la justicia que inspiraron la imposición de tales fronteras, ni explicó cómo el gran sacerdote de la globalización neoliberal entendía la observación de Adam Smith de que la libre circulación de mano de obra es la piedra fundacional del libre comercio.
La elección del tiempo para implantar la Operación Guardián no fue para nada accidental. Los analistas racionales anticiparon que abrir México a una avalancha de exportaciones agroindustriales altamente subsidiadas tarde o temprano socavaría la agricultura mexicana, y que las empresas mexicanas no aguantarían la competencia con las enormes corporaciones apoyadas por el Estado que, conforme al tratado, deberían operar libremente en México. Una consecuencia probable sería la huída de muchas personas a Estados Unidos junto con quienes huyen de los países de Centroamérica, arrasados por el terrorismo reaganita. La militarización de la frontera fue un remedio natural.
Las actitudes populares hacia quienes huyen de sus países –conocidos como extranjeros ilegales– son complejas. Prestan servicios valiosos en su calidad de mano de obra superbarata y fácilmente explotable. En Estados Unidos las agroempresas, la construcción y otras industrias descansan sustancialmente en ellos, y ellos contribuyen a la riqueza de las comunidades en que residen. Por otra parte, despiertan tradicionales sentimientos antimigrantes, persistente y extraño rasgo en esta sociedad de migrantes que arrastra una historia de vergonzoso trato hacia ellos. Hace pocas semanas, los hermanos Kennedy fueron vitoreados como héroes estadunidenses. Pero a fines del siglo XIX los letreros de ni perros ni irlandeses no los habrían dejado entrar a los restaurantes de Boston. Hoy los emprendedores asiáticos son una fulgurante innovación en el sector de alta tecnología. Hace un siglo, acciones racistas de exclusión impedían el acceso de asiáticos, porque se les consideraba amenazas a la pureza de la sociedad estadunidense.
Sean cuales fueren la historia y las realidades económicas, los inmigrantes han sido siempre percibidos por los pobres y los trabajadores como una amenaza a sus empleos, sus modos de vida y su subsistencia. Es importante tener en cuenta que la gente que hoy protesta con furia ha recibido agravios reales. Es víctima de los programas de manejo financiero de la economía y de globalización neoliberal, diseñados para transferir la producción hacia fuera y poner a los trabajadores a competir unos con otros a escala mundial, bajando los salarios y las prestaciones, mientras se protege de las fuerzas del mercado a los profesionales con estudios. Los efectos han sido severos desde los años de Reagan, y con frecuencia se manifiestan de modos feos y extremos, como muestran las primeras planas de los diarios en los días que corren. Los dos partidos políticos compiten por ver cuál de ellos puede proclamar en forma más ferviente su dedicación a la sádica doctrina de que se debe negar la atención a la salud a los extranjeros ilegales. Su postura es consistente con el principio, establecido por la Suprema Corte, de que, de acuerdo con la ley, esas criaturas no son personas, y por tanto no son sujetos de los derechos concedidos a las personas. En este mismo momento la Suprema Corte considera la cuestión de si las corporaciones deben poder comprar elecciones abiertamente en lugar de hacerlo de modos más indirectos: asunto constitucional complejo, porque las cortes han determinado que, a diferencia de los inmigrantes indocumentados, las corporaciones son personas reales, de acuerdo con la ley, y así, de hecho, tienen derechos que rebasan los de las personas de carne y hueso, incluidos los derechos consagrados por los tan mal nombrados acuerdos de libre comercio. Estas reveladoras coincidencias no me provocan comentario alguno. La ley es en verdad un asunto solemne y majestuoso.
El espectro de la planificación es estrecho, pero permite alguna variación. El gobierno de Bush II fue tan lejos, que llegó al extremo del militarismo agresivo y ejerció un arrogante desprecio, inclusive hacia sus aliados. Fue condenado duramente por estas prácticas, aun dentro de las corrientes principales de opinión. El segundo periodo de Bush fue más moderado. Algunas de sus figuras más extremistas fueron expulsadas: Rumsfeld, Wolfowitz, Douglas Feith y otros. A Cheney no lo pudieron quitar porque él era la administración. Las políticas comenzaron a retornar más hacia la norma. Al llegar Obama al cargo, Condoleeza Rice predecía que seguiría las políticas del segundo periodo de Bush, y eso es en gran medida lo que ha ocurrido, más allá del estilo retórico diferente, que parece haber encantado a buena parte del mundo… tal vez por el descanso que significa que Bush se haya ido.
En el punto más candente de la crisis de los misiles cubanos, un asesor de alto rango del gobierno de Kennedy expresó muy bien algo que hoy es una diferencia básica entre George Bush y Barack Obama. Los planificadores de Kennedy tomaban decisiones que literalmente amenazaban a Gran Bretaña con la aniquilación, pero sin informar a los británicos.
En ese punto, el asesor definió la relación especial con el Reino Unido. “Gran Bretaña –dijo– es nuestro teniente”; el término más de moda hoy sería socio. Gran Bretaña, por supuesto, prefiere el término en boga. Bush y sus cohortes se dirigían al mundo tratando a todos como nuestros tenientes. Así, al anunciar la invasión de Irak, informaron a Naciones Unidas que podía obedecer las órdenes estadunidenses, o volverse irrelevante. Es natural que una desvergonzada arrogancia así levante hostilidades.
Obama adopta un curso de acción diferente. Con afabilidad saluda a los líderes y pueblos del mundo como socios y únicamente en privado continúa tratándolos como tenientes, como subordinados. Los líderes extranjeros prefieren con mucho esta postura, y el público en ocasiones queda hipnotizado por ella. Pero es sabio atender a los hechos, y no a la retórica o a las conductas agradables. Porque es común que los hechos cuenten una historia diferente. En este caso también.
Tecnología de la destrucción
El actual sistema mundial permanece unipolar en una sola dimensión: el ámbito de la fuerza. Estados Unidos gasta casi lo mismo que el resto del mundo junto en fuerza militar, y está mucho más avanzado en la tecnología de la destrucción. Está solo también en la posesión de cientos de bases militares por todo el mundo, y en la ocupación de dos países situados en cruciales regiones productoras de energéticos. En estas regiones está estableciendo, además, enormes megaembajadas; cada una de ellas es en realidad es una ciudad dentro de otra: clara indicación de futuras intenciones. En Bagdad se calcula que los costos de la megaembajada asciendan de mil 500 millones de dólares este año a mil 800 millones en los años venideros. Se desconocen los costos de sus contrapartes en Pakistán y Afganistán, como también se desconoce el destino de las enormes bases militares que Estados Unidos instaló en Irak.
El sistema global de bases se comienza a extender ahora por América Latina. Estados Unidos ha sido expulsado de sus bases en Sudamérica; el caso más reciente es el de la base de Manta, en Ecuador, pero recientemente logró arreglos para utilizar siete nuevas bases militares en Colombia, y se supone que intenta mantener la base de Palmerola, en Honduras, que jugó un papel central en las guerras terroristas de Reagan. La Cuarta Flota estadunidense, desbandada en los años 50 del siglo XX, fue reactivada en 2008, poco después de la invasión colombiana a Ecuador. Su responsabilidad cubre el Caribe, Centro y Sudamérica, y las aguas circundantes. La Marina incluye, entre sus variadas operaciones, acciones contra el tráfico ilícito, maniobras simuladas de cooperación en seguridad, interacciones ejército-ejército y entrenamiento bilateral y multilateral. Es entendible que la reactivación de la flota provoque protestas y preocupación de gobiernos como el de Brasil, el de Venezuela y otros.
La preocupación de los sudamericanos se ha incrementado por un documento de abril de 2009, producido por el comando de movilidad aérea estadunidense (US Air Mobility Command), que propone que la base de Palanquero, en Colombia, pueda convertirse en el sitio de seguridad cooperativa desde el cual puedan ejecutarse operaciones de movilidad. El informe anota que, desde Palanquero, casi medio continente puede ser cubierto con un C-17 (un aerotransporte militar) sin recargar combustible. Esto podría formar parte de una estrategia global en ruta, que ayude a lograr una estrategia regional de combate y con la movilidad de los trayectos hacia África. Por ahora, la estrategia para situar la base en Palanquero debe ser suficiente para fijar el alcance de la movilidad aérea en el continente sudamericano, concluye el documento, pero prosigue explorando opciones para extender el sistema a África con bases adicionales, todo como parte de un sistema global de vigilancia, control e intervención.
Estos planes forman parte de una política más general de militarización de América Latina. El entrenamiento de oficiales latinoamericanos se ha incrementado abruptamente en los últimos 10 años, mucho más allá de los niveles de la guerra fría.
La policía es entrenada en tácticas de infantería ligera. Su misión es combatir pandillas de jóvenes y populismo radical, término este último que debe de entenderse muy bien en América Latina.
El pretexto es la guerra contra las drogas, pero es difícil tomar eso muy en serio, aun si aceptáramos la extraordinaria suposición de que Estados Unidos tiene derecho a encabezar una guerra en tierras extranjeras. Las razones son bien conocidas, y fueron expresadas una vez más a fines de febrero por la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, encabezada por los ex presidentes Cardoso, Zedillo y Gaviria. Su informe concluye que la guerra al narcotráfico ha sido un fracaso total y demanda un drástico cambio de política, que se aleje de las medidas de fuerza en los ámbitos interno y externo e intente medidas menos costosas y más efectivas.
Los estudios llevados a cabo por el gobierno estadunidense, y otras investigaciones, han mostrado que la forma más efectiva y menos costosa de controlar el uso de drogas es la prevención, el tratamiento y la educación. Han mostrado además que los métodos más costosos y menos eficaces son las operaciones fuera del propio país, tales como las fumigaciones y la persecución violenta. El hecho de que se privilegien consistentemente los métodos menos eficaces y más costosos sobre los mejores es suficiente para mostrarnos que los objetivos de la guerra contra las drogas no son los que se anuncian. Para determinar los objetivos reales, podemos adoptar el principio jurídico de que las consecuencias previsibles constituyen prueba de la intención. Y las consecuencias no son oscuras: subyace en los programas una contrainsurgencia en el extranjero y una forma de limpieza social en lo interno, enviando enormes números de personas superfluas, casi todas hombres negros, a las penitenciarías, fenómeno que condujo ya a la tasa de encarcelamiento más alta del mundo, por mucho, desde que se iniciaron los programas, hace 30 años.
Aunque el mundo es unipolar en la dimensión militar, no siempre ha sido así en la dimensión económica. A principios de la década de 1970, el mundo se había vuelto económicamente tripolar, con centros comparables en Norteamérica, Europa y el noreste asiático. Ahora la economía global se ha vuelto aún más diversa, en particular tras el rápido crecimiento de las economías asiáticas que desafiaron las reglas del neoliberal Consenso de Washington.
También América Latina comienza a liberarse por sí sola de este yugo. Los esfuerzos estadunidenses por militarizarla son una respuesta a estos procesos, particularmente en Sudamérica, la cual por vez primera desde las conquistas europeas comienza a enfrentar los problemas fundamentales que han plagado el continente. He ahí el inicio de movimientos encaminados a la integración de países que tradicionalmente se orientaban hacia Occidente, no uno hacia el otro, y también un impulso por diversificar las relaciones económicas y otras relaciones internacionales. Están también, por último, algunos esfuerzos serios por dar respuesta a la patología latinoamericana de que son los estrechos sectores acaudalados los que gobiernan en medio de un mar de miseria, quedando los ricos libres de responsabilidades, excepto la de enriquecerse a sí mismos. Esto último es muy diferente de Asia oriental, como se puede medir observando la fuga de capitales. En Asia oriental tales fugas se han controlado con mucha fuerza. En Corea del Sur, por ejemplo, durante su periodo de rápido crecimiento, la exportación de capitales podía acarrear la pena de muerte.
Estos procesos en América Latina, en ocasiones encabezados por impresionantes movimientos populares de masas, son de gran significación. No es sorpresivo que provoquen amargas reacciones entre las elites tradicionales, respaldadas por la superpotencia hemisférica. Las barreras son formidables, pero, si logran remontarse, los resultados van a cambiar en forma significativa el curso de la historia latinoamericana, y sus impactos más allá de ella no serán pequeños.

*Noam Chomsky, el intelectual vivo más citado y figura emblemática de la resistencia antiimperialista mundial, es profesor emérito de lingüística en el Instituto de Tecnología de Massachusetts en Cambridge y autor del libro Imperial Ambitions: Conversations on the Post-9/11 World.

Traducción para La Jornada: Ramón Vera Herrera

La Jornada, 22 septiembre 2009

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2782


Filosofía y fútbol

Pier-Paolo Pasolini y el fútbol-poesía

Por Nicolás Alberto González Varela

11/10/09

–Senza cinema, senza scrivere, che cosa le sarebbe piaciuto diventare?
–Un bravo calciatore. Dopo la letteratura e l’eros, per me il football è uno dei grandi piaceri.” “Enzo Biagi intervista Pier Paolo Pasolini”
La Stampa, enero de 1973

El modelo de intelectual comprometido Albert Camus afirmaba que “después de muchos años durante los cuales el mundo me ha permitido vivir experiencias variadas, lo que sé acerca de la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol”. “El fútbol es una metáfora de la vida” sentenciaba su compañero de ruta el filósofo existencialista Jean Paul Sartre. “La vida es una metáfora del fútbol”, le corregía el filósofo italiano Sergio Givone. Parece que la relación arte-fútbol es en Italia menos problemática que en la Francia jacobina. Italia tiene una noble herencia en la relación entre poesía, literatura y fútbol como decía Adriano Sofri. Para un italiano el calcio no es un juego más, ni siquiera es el deporte-rey. Esos calificativos no los conforman. Para ellos es un paradigma platónico, un verdadero ideón, que se degrada al contacto con la experiencia, y en el cual la vida misma no es más que copia y pálido reflejo. Se puede ser un intelectual comprometido de izquierdas y abrazar con pasión y fanatismo al calcio, una síntesis prohibida o degenerada en la mayoría de las culturas modernas. Quizá una tradición que se remonta a que el antepasado del fútbol moderno nació como Calcio "storico" florentino en el Carnaval de Firenze del Quattrocento; quizá a la ambigua herencia populista de Antonio Gramsci, el gran teórico marxista, que permite eliminar sin culpa la distinción clasista entre eventos de masas, cultura popular y gran teoría. Gramsci había afirmado, a pesar de reconocer que la esencia del calcio estaba permanentemente pervertida por la lógica del capitalismo, que “El fútbol es un reino de la libertad humana ejercido al aire libre.” El ensayista y poeta, premio Nobel de Literatura de 1975, Eugenio Montale soñó una utopía feliz, un campeonato mundial sin redes en los arcos, donde el resultado ya no fuera una falsa necesidad estadística: Sogno che un giorno nessuno farà più gol in tutto il mondo, Sueño que un día nadie hará más goles en todo el Mundo... El nietzscheano Umberto Saba, gran poeta del neohermetismo de la posguerra, apasionado por la experimentación con las formas y las palabras, escribió muchos poemas sobre fútbol, entre ellos su 5 poesie sul gioco del calcio. Su poema más futbolero, titulado Goal (Gol) describe las emociones discordantes y extremas de dos porteros en el momento decisivo del gol y que sintetiza el momento mágico en el juego, en el que se puede ver cómo se consume, bajo el mismo cielo, tanto el amor extremo como el odio acérrimo: Pochi momenti come questo belli/ a quanti l'odio consuma e l'amore/ è dato, sotto il cielo/ di vedere, Pocos momentos como éste tan bello, en el cual el odio consuma el amor, nos es dado, bajo el cielo, de poder ver…

Para el enorme e inabarcable Pier Paolo Pasolini, poeta urbano, ensayista, guionista, actor secundario y director de cine, la cuestión estaba clara. Y no era inconveniente su pertenencia a un marxismo herético, inconformista, por el contrario. Tan clara como para que declarara, en una entrevista a un periodista, que en una hipotética inmortalidad del alma quisiera re-encarnarse en un pedestre valiente futbolista, en un plebeyo bravo calciatore. Pasolini como el filósofo alemán Heidegger era un jugador experimentado, cumplía la condición de haber practicado fútbol de pequeño en la periferia de Roma. En su libro Ragazzi di vita (1955) están reflejadas sus propias memorias futboleras, pateando el balón sobre un terreno negro de carbón fósil… No desapareció esta pasión ilimitada en su pubertad. En su vida universitaria fue nombrado capitán del equipo de fútbol de la Facultad de Filosofía y Letras de Bologna. Como Heidegger también era un Wing habilidoso con la zurda, algunos que vieron su juego lo calificaron sin dudar de una fantasiosa ala destra. Ahí están las vívidas fotos tomadas en los ‘1950’ por Ivo Barnabò, una ilustra este artículo, fechadas en la década de los ’50. Pasolini, ya con más de treinta y pico de años, aparece con furiosa actitud, reconcentrado, intentando fintas imposibles, dribbleando con su izquierda, dirigiendo la squadra. En algún aspecto Pasolini superó al mismo Heidegger, no sólo en honestidad intelectual sino en rigor analítico. Tifoso del Bologna FC, apasionado rossoblù de niño, Pasolini no se conformó con la mera práctica y quiso escribir una verdadera ontología existencial del fútbol. Intentó un verdadero trabajo de Sísifo: teorizar sobre el fútbol, intentó pensar esa enorme banalidad lúdica, reflexionar sobre ese imposible sueño de un juego eterno sin ganadores ni perdedores. En sus primeras reflexiones, paralelas a su rescate simbólico de la cultura del lumpenproletariado romano, define al fútbol como “la última representación sagrada que nos queda en nuestros tiempos”, en el fondo el calcio es esencialmente un rito con mecanismos de evasión, y mientras que la misa litúrgica está en declinación, el fútbol la ha reemplazado, e incluso ha invadido y conquistado antiguos espectáculos de masa como la ópera y el teatro.

Pero no quedó aquí su análisis y síntesis. Volvió a pensar al fútbol, influenciado por el estructuralismo de los años ’50, haciendo una parodia de la lingüística semiótica de moda en la universidad. Definió entonces al calcio como “un sistema de signos, o sea, un auténtico lenguaje. En un famoso artículo sobre el tema, Il calcio “è” un linguaggio con i suoi poeti e prosatori (“El fútbol ‘es’ un lenguaje con sus prosistas y sus poetas”) en Il Giorno, del 3 de enero de 1971, le pregunta al intelectual académico: “¿Qué es una lengua? ‘Un sistema de signos’ responde hoy, con toda exactitud, el semiólogo. Pero ese ‘sistema de signos’ no es sólo ni necesariamente una lengua escrita-hablada (ésta que usamos aquí y ahora, yo escribiendo y tú, lector, leyendo). Los “sistemas de signos” pueden ser muchos… Otro sistema de signos no verbal es el de la pintura; o el del cine; o el de la moda (objeto de estudios de un maestro en este campo, Roland Barthes), etc. El juego del fútbol es un “sistema de signos”, una lengua no verbal… Tiene todas las características fundamentales del lenguaje por excelencia, al que nosotros nos hemos remitido como término de comparación, esto es, el lenguaje escrito-hablado… Los ‘fonemas’, por tanto, son las ‘unidades mínimas’ de la lengua escrito-hablada. ¿Queremos divertirnos definiendo la unidad mínima de la lengua del fútbol? Veamos: ‘Un hombre que usa los pies para chutar un balón” es la unidad mínima: el ‘podema’ (por continuar la broma). Las infinitas posibilidades de combinación de los ‘podemas’ forman las ‘palabras futbolísticas’ y el conjunto de las ‘palabras futbolísticas’ forma un discurso, regulado por auténticas normas sintácticas. Los ‘podemas’ son veintidós (casi igual que los fonemas): las ‘palabras futbolísticas’ son potencialmente infinitas, porque infinitas son las posibilidades de combinación de los ‘podemas’ (en la práctica, los pases de balón entre jugador y jugador); la sintaxis se expresa en el “partido”, que es un auténtico discurso dramático. Los codificadores de este lenguaje son los jugadores, nosotros, en las gradas, somos los descodificadores y, por lo tanto, compartimos un mismo código.” La conclusión no podía ser más radical: “Quien no conoce el código del fútbol no entiende el “significado” de sus palabras (los pases) ni el sentido de su discurso (un conjunto de pases).” Contra el despectivo mundo de la lata cultura, Pasolini es capaz de disecar la complejidad de un juego que en apariencia es una esgrima tosca y simplista. Y si el fútbol es lenguaje y si toda lengua se articula en varias sottolingue, sublenguas, cada una de las cuales posee un subcódigo, sottocodice. Pues bien, en el sistema-lengua del fútbol se pueden hacer también distinciones de este tipo, dirá Pasolini: el fútbol puede y adquiere subcódigos desde el momento en que deja de ser puramente instrumental y se hace, espressivo, “expresivo”. Entonces la conclusión final es binaria, excluyente: “Puede haber un fútbol como lenguaje fundamentalmente prosístico y un fútbol como lenguaje fundamentalmente poético.” Por razones de determinismo materialista, historia social y cultura, hay pueblos que juegan un fútbol esencialmente prosaico, prosístico (el exemplaria maiorum era Italia), una prosa realista o prosa estetizante. Pasolini define, como en una reducción teórica, el elemento básico del calcio in prosa: “El catenaccio y la triangulación (que Brera llama geometría) es un fútbol de prosa: se basa en la sintaxis, en el juego colectivo y organizado, esto es, en la ejecución razonada del código.” El esquema imaginado por Pasolini para el fútbol-prosa era una secuencia mecánica: “Catenaccio-Triangolazioni-Conclusioni”, o sea: Catenaccio-triangulación-conclusión. Otros pueblos (Pasolini lo ejemplifica con la mayoría del fútbol de Latinoamérica) practican la poética, Il calcio in poesia. En este caso su núcleo es el regate puro y el gol: “¿Quiénes son los mejores regateadores del mundo y los mejores goleadores? Los brasileños. Por lo tanto, su fútbol es un fútbol poético: de hecho, en él todo está basado en el regate y en el gol… El regate y el gol son los momentos individualistas-poéticos del fútbol; por eso el fútbol brasileño es un fútbol de poesía. Sin hacer juicios de valor, en un sentido puramente técnico, en México la poesía brasileña ha ganado a la prosa estetizante italiana.” El esquema imaginado por Pasolini para el fútbol-poesía era una secuencia dialéctica: “Discese Concentriche-Conclusioni”, o sea: “Descensos concéntricos-conclusión”. Pasolini resume: “Esquema que para ser realizado debe requerir una capacidad monstruosa de driblar (cosa que en Europa es repudiada en nombre de la ‘prosa colectiva’).” Su indagación no concluyó allí. Escribió otro artículo, “Una semiologia per il goal” en Una vita futura, donde Pasolini analizará por qué Brasil, fútbol de poesía, derrota al prosaico fútbol italiano en la final del Mundial de México 1970. Y nos intentará de convencer de porqué, aunque hubiera perdido ese mítico Match por los caprichos de la diosa Fortuna, siempre el fútbol-poesía será superior.

A pesar de ser fanático del Bologna, todos los domingos que podía se iba al estadio Olimpico de Roma. Una especie de sucedáneo. Cuando estaba en otra ciudad no se perdía la ocasión de ver fútbol en directo, lo acuciaba la febbre del calcio. Su última convivencia apasionada con el fútbol fue un curioso partido intraregidores, que llamó con ironía una partita di dilettanti. Durante un primaveral 16 de marzo de 1975 se enfrentaron en Parma los equipos de rodaje de Novecento, de Bernardo Bertolucci, y Saló o los 120 días de Sodoma, la última película de Pasolini. Dos films que hablan sobre el Mal y sobre el principio esperanza desde ópticas disímiles pero con un mismo objetivo. Es además el aniversario de cumpleaños de Bertolucci, El partido de fútbol es el punto cúlmine y además debía servir para restablecer la paz entre ambos, una incomprensión a causa de críticas formales de Pasolini y mal acogidas por su antiguo ayudante de dirección. El campo de fútbol es el de Citadella, no lejos de Tardini, allí incluso juega el Parma-B. Pasolini por supuesto juega de extremo y luce el brazalete de capitán. Su squadra lleva camisetas de su amado Bologna. El resultado (Novecento, 5 - Saló, 2), así apareció en las noticias de La Gazzetta di Parma, aunque la memoria de Bertolucci dirá que ganó su equipo 19 a 13 y que Pasolini había abandonado el campo enfurecido al sentirse ignorado por los jugadores más talentosos de su propio equipo. Tan solo siete meses después de la derrota en Citadella y del descenso a los infiernos que significó captar la República fascista de Saló, Pasolini moría asesinado en Ostia. Nos queda su utopía deportiva, la vuelta al idealismo liceísta cuando jugar al fútbol-poesía era la cosa più bella del Mondo.

Nicolás Alberto González Varela: nacido en Buenos Aires, Argentina. Estudió filosofía y psicología. Fue profesor de filosofía política en la Universidad de Buenos Aires. Ensayista en varias revistas y suplementos culturales: Babel, Crisis, diario Perfil. Fue editor, traductor y coordinador editorial. Actualm

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2811


Economía y filosofía

Economía e ideología (1)

Por Antonio Gramsci

La pretensión (presentada como postulado esencial del materialismo histórico) de presentar y exponer toda fluctuación de la política y de la ideología como expresión inmediata de la estructura tiene que ser combatida en la teoría como un infantilismo primitivo, y en la práctica hay que combatirla con el testimonio auténtico de Marx, escritor de obras políticas e históricas concretas. A este respecto son de especial importancia el 18 Brumario y los escritos acerca de la Cuestión oriental, pero también otros (Revolución y contrarrevolución en Alemania, La guerra civil en Francia y otros menores). Un análisis de esas obras permite fijar mejor la metodología histórica marxista, integrando, iluminando e interpretando las afirmaciones teóricas dispersas por todas las obras.
Así podrá observarse cuántas cautelas reales introduce Marx en sus investigaciones concretas, cautelas que no podían formularse en las obras generales *. Entre esas cautelas podrían enumerarse como ejemplo las siguientes:
* Esas cautelas no podían exponerse más que en una exposición metódica sistemática, del tipo del libro de Bernheim, y éste podrá tenerse en cuenta como "tipo" de manual escolar o "ensayo popular" del materialismo histórico, en el cual, además del método filológico y erudito (al cual se atiene por programa Bernheim, aunque su tratamiento implique una concepción del mundo), debería tratarse explícitamente la concepción marxista de la historia.
1) La dificultad que tiene el identificar en cada caso, estáticamente (como imagen fotográfica instantánea), la estructura; la política es de hecho en cada caso reflejo de las tendencias de desarrollo de la estructura, pero no está dicho que esas tendencias vayan a realizarse necesariamente. Una fase estructural puede estudiarse y analizarse concretamente sólo cuando ya ha superado todo su proceso de desarrollo, y no durante el proceso mismo, salvo por hipótesis y declarando explícitamente que se trata de hipótesis.
2) De lo anterior se deduce que un determinado acto político puede haber sido un error de cálculo de los dirigentes de las clases dominantes, error que el desarrollo histórico corrige y supera a través de las "crisis" parlamentarias gubernativas de las clases dirigentes; el materialismo histórico mecánico no considera la posibilidad de error, sino que entiende todo acto político como determinado por la estructura de un modo inmediato, o sea, como reflejo de una modificación real y permanente (en el sentido de adquirida) de la estructura. El principio del "error" es complejo: se puede tratar de un impulso individual por equivocación de cálculo, o también de manifestaciones de los intentos de determinados grupos o grupitos de hacerse con la hegemonía dentro de la agrupación dirigente, intentos que pueden fracasar.
3) No se considera lo suficiente el hecho de que muchos actos políticos se deben a necesidades internas de carácter organizativo, o sea, que están vinculados a la necesidad de dar coherencia a un partido, a un grupo, a una sociedad. Esto resulta claro, por ejemplo, en la historia de la Iglesia católica. Estaríamos frescos si quisiéramos encontrar en la estructura la explicación inmediata, primaria, de toda lucha ideológica en el seno de la Iglesia: por esa razón se han escrito muchas novelas político-económicas. Es evidente, por el contrario, que la mayor parte de esas discusiones obedecen a necesidades sectarias, de organización. En la discusión entre Roma y Bizancio acerca de la procesión del Espíritu Santo sería ridículo explicar por la estructura del Oriente europeo la afirmación de que el Espíritu Santo procede sólo del Padre, y por la estructura de Occidente la afirmación de que procede del Padre y del Hijo. Las dos Iglesias, cuya existencia y cuyo conflicto dependen de la estructura y de toda la historia, han planteado cuestiones que son un principio de distinción y de cohesión interna para cada una de ellas; pero podía ocurrir perfectamente que cada una de las dos Iglesias afirmara precisamente lo que afirmó la otra; el principio de distinción y de conflicto se habría mantenido igual, y lo que constituye el problema histórico es precisamente ese problema de la distinción y del conflicto, no la casual bandera de cada una de las partes.
Nota II. El "asterisco" que escribe folletones ideológicos en Problemi del Lavoro (y que debe ser el malfamado Franz Weiss), habla precisamente de esas controversias de los primeros tiempos cristianos en su divertida fábula "el dumping ruso y su significación histórica", y dice que estuvieron relacionadas con las condiciones materiales inmediatas de la época, y que si no conseguimos hoy identificar esa relación directa es porque los hechos son remotos o por nuestra debilidad intelectual. La posición es cómoda, pero no tiene ninguna importancia científica. En realidad, toda fase histórica real deja huella de sí en las fases posteriores, que en cierto sentido llegan a ser su mejor documento. El proceso de desarrollo histórico es una unidad en el tiempo, por lo cual el presente contiene todo el pasado, y en el presente se realiza del pasado todo lo que es "esencial", sin residuo "incognoscible" que sea la verdadera "esencia". Lo que se ha "perdido", o sea, lo que no se ha transmitido dialécticamente en el proceso histórico, era ya en sí mismo sin importancia, era "escoria" casual y contingente, crónica y no historia, episodio superficial omitible en último análisis. (C. VII; I.M.S. 96-98.)
*
La afirmación de Feuerbach: "El hombre es lo que come", puede interpretarse de diversos modos si se la toma en sí misma. Interpretación burda y estúpida: el hombre es en cada momento lo que materialmente come, o sea, los alimentos tienen una inmediata influencia determinante en su modo de pensar. Recordar la afirmación de Amadeo [108], según la cual, si se supiera lo que ha comido un hombre antes de pronunciar un discurso, por ejemplo, se podría interpretar mejor el discurso mismo. Afirmación infantil e incluso ajena, de hecho, a la misma ciencia positiva, porque el cerebro no se alimenta de habas ni de trufas, sino que los alimentos llegan a reconstituir las moléculas del cerebro una vez transformados en sustancias homogéneas y asimilables, que tienen ya, esto es, la "misma naturaleza" potencial que las moléculas cerebrales. Si esa afirmación fuese verdadera la historia tendría su matriz determinante en la cocina y las revoluciones coincidirían con los cambios radicales de la alimentación de las masas. La verdad histórica es al revés: que las revoluciones y el complejo desarrollo histórico modifican la alimentación y crean los sucesivos "gustos" en la elección de alimentos. No ha sido la siembra regular del trigo lo que ha terminado con el nomadismo, sino que, al contrario, han sido las condiciones que surgieron contra el nomadismo las que movieron a la siembra regular, etc. *.
* Comparar esta afirmación de Feuerbach con la campaña de S. E. Marinetti contra la pastasciutta. y la polémica de S. E. Bontempelli en su defensa. Y eso en 1930, en pleno desarrollo de la crisis mundial.
[108] Amadeo Bordiga.
Por otra parte, también es verdad que "el hombre es lo que come", en cuanto la alimentación es una de las expresiones de las relaciones sociales en su conjunto, y toda agrupación social tiene una alimentación fundamental; pero del mismo modo puede decirse que "el hombre es su vestido", "el hombre es su casa", "el hombre es su particular modo de reproducirse, o sea, su familia", porque, junto con la alimentación, el vestido, la casa y la reproducción son los elementos de la vida social en que más evidente y difusamente (o sea, con extensión de masa) se manifiesta el complejo de las relaciones sociales.
El problema ¿qué es el hombre? es, pues, siempre el problema llamado de la "naturaleza humana", o del llamado "hombre en general", o sea, el intento de crear una ciencia del hombre (una filosofía) que parta de un concepto inicialmente "unitario", de una abstracción en la cual pueda contenerse todo lo "humano". Pero ¿es lo "humano" un punto de partida o un punto de llegada, como concepto y hecho unitario? ¿O no es más bien esa búsqueda un resto "teológico" y "metafísico" si se pone como punto de partida? La filosofía no puede reducirse a una "antropología" naturalista, esto es: la unidad del género humano no está dada por la naturaleza "biológica" del hombre: las diferencias humanas que cuentan en la historia no son las biológicas (razas, conformación del cráneo, color de la piel, etc., y a eso se reduce en sustancia la afirmación "el hombre es lo que come" --come trigo en Europa, arroz en Asia, etc.-- y que se reduce al final a esta última afirmación: "el hombre es el país en que vive", puesto que la mayor parte de los alimentos está, en general, vinculada a la tierra habitada), y tampoco la "unidad biológica" ha contado nunca mucho en la historia (el hombre es el animal que se ha comido a sí mismo, precisamente cuando más cerca estaba del "estado natural", o sea, cuando no podía multiplicar "artificialmente" la producción de los bienes naturales). Tampoco "la facultad de razonar" o el "espíritu" ha creado unidad ni puede ser reconocido como hecho "unitario", porque es un concepto sólo formal, de categoría. Lo que une o diferencia a los hombres no es el "pensamiento", sino lo que realmente se piensa.
La respuesta más satisfactoria es que la "naturaleza humana" es el "complejo de las relaciones sociales", porque incluye la idea de devenir: el hombre deviene, cambia continuamente al cambiar las relaciones sociales, y porque esa respuesta niega al "hombre en general". Efectivamente, las relaciones sociales son producidas por diversos grupos de hombres que se presuponen, cuya unidad es dialéctica, no formal. El hombre es aristócrata en cuanto es siervo de la gleba, etc. También se puede decir que la naturaleza del hombre es la "historia" (y en este sentido, identificando historia con espíritu, también puede decirse que la naturaleza del hombre es el espíritu), con la condición de dar a "historia" la significación de "devenir", en una "concordia discors" que no parte de la unidad, sino que contiene las razones de una unidad posible; por eso la "naturaleza humana" no puede identificarse en ningún hombre en particular, sino en la historia entera del género humano (y tiene su significación el que se utilice la palabra "género", de carácter naturalista), mientras que en cada individuo se encuentran caracteres subrayados por la contradicción con los de otros. La concepción de "espíritu" de las filosofías tradicionales, como la de "naturaleza humana" que se encuentra en la biología, tendrían que explicarse como "utopías científicas" que han sustituido a la utopía mayor de la "naturaleza humana" buscada en Dios (los hombres hijos de Dios) y que sirven para indicar el continuo esfuerzo de la historia, una aspiración racional y sentimental, etcétera. Es verdad que tanto las religiones que afirman la igualdad de los hombres como hijos de Dios cuanto las filosofías que afirman su igualdad como partícipes de la facultad de razonar han sido expresiones de complejos movimientos revolucionarios (la transformación del mundo clásico --la transformación del mundo medieval--) que han introducido los eslabones más fuertes del desarrollo histórico.
En la base de las últimas filosofías utópicas, como la de Croce, se encuentra la idea de que la dialéctica hegeliana ha sido el último reflejo de esos grandes nudos históricos, y que la dialéctica debe convertirse, de expresión que era de las contradicciones sociales, en una pura dialéctica del concepto al desaparecer dichas contradicciones.
La "igualdad" real, o sea, el grado de "espiritualidad" conseguido por el proceso histórico, se identifica en la historia con el sistema de asociaciones "privadas y públicas", "explícitas e implícitas" que se entretejen en el "Estado" y en el sistema político mundial: se trata de "igualdades" sentidas como tales por los miembros de una asociación, y de "desigualdades" sentidas entre las diversas asociaciones: igualdades y desigualdades que valen en la medida en que haya conciencia de ellas, individual o de grupo. Así se llega a la igualdad o ecuación entre "filosofía y política", entre pensamiento y acción, o sea, a una filosofía de la práctica. Todo es político, incluso la filosofía o las filosofías *, y la única "filosofía" es la historia en acto, o sea, la vida misma. En este sentido puede interpretarse la tesis del proletariado alemán como heredero de la filosofía clásica alemana, y puede afirmarse que la teorización y la realización de la hegemonía hechas por Ilici [109] han sido también un gran acontecimiento "metafísico" (C. VII; I.M.S. 30-32.)
* Cfr. las notas sobre el carácter de las ideologías.
109 Lenin (Vladimir Ilich Ulianov). La letra c seguida de i o e simboliza en italiano el sonido representado en castellano por ch.

(1) Cuadernos de la cárcel de 1929, 1930 y 1931
www.gramsci.org.ar


HISTORIA

El camino del arco*
Autores del libro: Leonardo Killian y Héctor Cirigliano, Editado en septiembre de 2009 por Editorial Biblos. Prólogo de Juan Sasturain; contratapa de Felix Luna.

Leonardo Killian es profesor de historia (docente e historiador), hizo la carrera de Dirección Cinematográfica, escribió el libro de cuentos “El gato canoso”, y tiene varios cuentos premiados. Colaboró en publicaciones de UTE y CTERA. Es además arquero tradicional.
Héctor Cirigliano es kinesiólogo fisiatra y entrenador de arqueros.


Breves palabras sobre Félix Luna**

Por Leonardo Killian

En Todo es Historia Félix Luna abrigó a todos los historiadores, sin distingo de ideologías o colores políticos. Si nos tomamos el trabajo de ver quiénes fueron publicados en estos 42 años de vida de la revista, comprobaremos que están todos. Eso me parece que fue lo más positivo de Luna. Nunca le negó la posibilidad de contribuir a nadie.
El hecho mismo de la existencia de la revista y de "bajar" la historia de su pedestal académico para llevarla a los sectores populares me parece digno de remarcar. Todo es Historia la lee y la leyó todo el mundo.
Su obra poética y el aporte al cancionero popular también son méritos para destacar.
Cuando leyó nuestro manuscrito, ya en su lecho de enfermo, tuvo la grandeza de escribirnos una contratapa que es una síntesis perfecta del libro. Hablé muy poco con el, pero siempre me pareció un tipo franco y en lo personal muy simpático. Un argentino. Un tipo de argentino que está desapareciendo.“


Prólogo de “El camino del arco”

La flecha del parto y otros dardos
Por Juan Sasturain

Un amigo que ya tiene sus años acaba de escribir un libro sobre la historia de la arquería, es decir, sobre el desarrollo de la técnica, la disciplina o –si se quiere– el arte en el uso del arco y la flecha, ya sea en la caza, la guerra o el deporte. Es lindísimo. Sobre todo porque, al menos para los varones de cierta edad, la confección de un arco con su respectiva flecha integraba, de pibes, la trilogía ineludible de nuestras presuntas destrezas o desafíos artesanales, junto al intento de armar un barrilete y el de fabricar una honda o gomera. El arco (y la flecha) era lo más fácil. Y el estímulo –qué duda cabe– lo recibíamos en el cine.

Tarzán, hombre de puñal a la cintura, usaba flechas también, aunque no siempre; los indios de las películas de cowboys –ellos sí, siempre y empecinados– usaban flechas desde arriba del caballo mientras giraban a los gritos alrededor de las carretas formadas en círculo. Y finalmente también usaban flechas Robin Hood y otros tipos de las películas de la Edad Media o “de época”, como en aquella fabulosa, El halcón y la flecha, con Burt Lancaster, de la misma época que El pirata hidalgo.

Pero los piratas no me acuerdo que usaran flechas.

Para armar nuestros propios arcos debíamos arrancar –nos cagábamos en la ecología– una rama verde, algo curva y flexible de un árbol, elegir el tramo central para que tuviera un grosor parejo en lo posible –aunque siempre un extremo era más gordo que el otro– y después pelarla con el mismo cuchillo de la cocina con que la habíamos cortado laboriosamente. La madera de la rama quedaba blanca. Hacíamos una muesca en cada extremo, le tendíamos el piolín tenso de punta a punta, lo atábamos con varias vueltas reforzando la unión, y listo. La flecha –que casi siempre resultaba demasiado corta– podía ser una rama seca nunca demasiado recta, el palito horizontal de una percha al que le sacábamos punta o –jamás tuve flecha mejor– una aguja de tejer de madera. Sólo había que ponerle algo de peso en la punta –las laminitas de plomo del gollete de las botellas– para que mantuvieran la dirección. Las plumas –yo tenía gallinero– eran siempre demasiado grandes, molestas e incómodas, difíciles de fijar en el extremo. Prescindíamos de ellas. Nos las poníamos en la vincha para completar el disfraz y con eso y el hachita o “tomahawk” de escalpelar, jugábamos salvajemente a los indios.

En el libro de mi amigo se pasa revista a innumerables culturas. El arco y la flecha son recurrentes. Lo revolucionario, el salto cualitativo en términos de invención es el arco, claro. Porque la flecha es un sólo una pica más liviana. Si el simple palo, la maza y la lanza son la prolongación agresiva de la mano –llegar más lejos, con más capacidad de herir– y su alcance se extiende al arrojarlos, con el arco se multiplica la fuerza de propulsión en potencia y distancia. El arco –y después la ballesta– ya permite herir con la liviana flecha sin exponer el cuerpo e incluso –en el tiro con parábola– sin elegir blanco preciso. Es un cambio conceptual en la manera de concebir la guerra. Los trescientos héroes espartanos de Leónidas en las Termópilas, ante la amenaza de que las flechas de Jerjes “taparan el sol” de tan nutridas, se jactan famosamente de que pelearán con sus escudos y armas cortas, “a la sombra”. Y así murieron en su ley: mirando a los ojos del enemigo al herir.
Los guerreros bárbaros de las grandes planicies asiáticas también luchaban a caballo y eran muy diestros con el arco y la flecha. La caballería ligera de los partos que destrozó a las legiones romanas y le cortó la cabeza al envidioso Craso en Carras (52 aC), cuando se aventuró más allá del Eufrates, dejó marcas en la historia pero también en la lengua coloquial. El “craso error” viene de allí, de la soberbia irresponsable de un jefe imprudente que va solo al matadero. Y también de entonces es la expresión “la flecha del parto”, que se refiere a una costumbre guerrera de los astutos jinetes que, en retirada y siendo perseguidos, disparaban sus flechas hacia atrás y por encima del hombro, diezmando a sus confiados perseguidores. Desde entonces, la expresión “the parthian shot” –en inglés– se utiliza para describir ese metafórico disparo final –puede ser un gesto, una frase hiriente, una revelación penosa– que quiere lastimar irreparablemente en el momento de cerrarse una puerta que se supone definitiva. Munición de andén, en suma.

Ciertos tardíos gestos rencorosos, agresiones despechadas de ocasión y puñetazos de ahogado proliferan en estas circunstancias políticas de hoy, que se presumen límite, ya que pareciera que todo se acaba –o empezará, enésima virginidad– con la llegada de una fecha. Cada cual prepara su carcaj de mal entendidas flechas partas, escupe por encima del hombro buscando herir de muerte. Equivocan el rol: no saben a cuántos les espera el destino de Craso.

*Gentileza de Leonardo Killian
** Palabras escritas para El Cuaderno de la Ciencia Social por Leonardo Killian luego de la publicación del libro presentado y como consecuencia del reciente fallecimiento de Félix Luna (autor de la contratapa).

    

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