|
|
|
|
|
Economía
e ideología
El desarrollo de la
ideología capitalista
Por Max Weber
(En Historia Económica General)
Es un error muy extendido el de pensar que entre las condiciones decisivas para
el desarrollo del capitalismo occidental figura el incremento de la población.
Frente a esta tesis ha sostenido Marx que cada época económica tiene sus propias
leyes demográficas, principio que si bien resulta inexacto, expresado de un modo
tan general, no deja de tener su justificación en este caso. El desarrollo de la
población occidental ha registrado sus más rápidos progresos desde principios
del siglo XVIII hasta fines del siglo XIX. En la misma época, China registró un
aumento de población, por lo menos, de igual intensidad, desde 60-70 a 400
millones (aun cuando haya que contar con las inevitables exageraciones),
incremento que aproximadamente corresponde al de Occidente.
A pesar de ello, el desarrollo del capitalismo en China no fue sino de tipo
regresivo. En efecto, el aumento de población se operó en este país en el seno
de otras clases sociales distintas de las de nuestro medio. Dicho aumento
convirtió a China en un país donde pululaban los pequeños agricultores; en
cambio, el incremento de una clase que corresponda a nuestro proletariado sólo
puede encontrarse en la utilización de los coolies por el mercado exterior: kuli
55 es, en su origen, una expresión india, y significa el vecino o compañero de
linaje. El incremento de población en Europa colaboró en términos generales al
desarrollo del capitalismo, ya que con un número menor de habitantes este no
hubiera encontrado la mano de obra que necesitaba; pero el aumento, como tal, no
provocó las concentraciones obreras. Tampoco puede admitirse la tesis de Sombart
56 según la cual la afluencia de metales preciosos puede considerarse como único
motivo originario del capitalismo. Es evidente que, en determinadas situaciones,
el incremento de la aportación de metales preciosos puede dar lugar a que
sobrevengan determinadas revoluciones de precios (como desde 1530 se registraron
en Europa) y en cuanto cooperan con ello otras circunstancias favorables -por
ejemplo una determinada forma de organización del trabajo- su desarrollo sólo
puede resultar acelerado por el hecho de que se concentren en determinadas capas
sociales grandes sumas de disponibilidades en efectivo. El ejemplo de la India
revela que una afluencia de metales preciosos no es motivo suficiente para
provocar por sí mismo el capitalismo. En ese país, en la época del Imperio
romano, penetró una enorme cantidad de metales preciosos -25 millones de
sestercios al año- a cambio de mercancías indias. Semejante afluencia solo en
pequeña escala provocó en la India el capitalismo mercantil. La mayor parte de
los metales preciosos fue absorbida por la tesorería de los rajás, en lugar de
ser acuñada y empleada para la creación de empresas capitalistas racionales.
Este hecho revela que lo interesante es la estructura de la organización del
trabajo de donde deriva esa afluencia de metales preciosos. Los metales
preciosos de América afluyeron, luego del descubrimiento, en primer término a
España; pero allí, paralelamente con la importancia de metales preciosos, se
registra ;una regresión del desarrollo capitalista. Por un lado sobrevino el
aplastamiento de la sublevación de los comuneros y la destrucción de la política
mercantil de la grandeza española; por otro, el aprovechamiento de los metales
preciosos para fines de guerra. Así, la corriente de metales preciosos pasó por
España casi sin tocarla, fructificando, en cambio, países que ya desde el siglo
XV se hallaban en trance de transformar su constitución del trabajo,
circunstancia que favoreció la génesis del capitalismo. 57
Ni el aumento de población ni la aportación de metales preciosos provocaron, por
consiguiente, el capitalismo occidental. Las condiciones externas de su
desarrollo son más bien, por lo pronto, de carácter geográfico. En China y en la
India, dada la condición manifiestamente interior del tráfico en estos
territorios, halló considerables obstáculos el grupo de quienes se hallaban en
condiciones de beneficiarse con el comercio, y poseían la facilidad de
estructurar un sistema capitalista sobre negocios mercantiles, mientras que en
Occidente el carácter interior del mar Mediterráneo y la abundancia de
comunicaciones fluviales produjo un desarrollo a la inversa. Tampoco debemos,
sin embargo, exagerar esa circunstancia. La cultura de la Antigüedad es una
cultura manifiestamente costera. Gracias a la configuración del mar Mediterráneo
(en contraposición a los mares de China, sacudidos por los tifones) las
posibilidades de transporte fueron muy favorables, y, sin embargo, en la época
antigua no llegó a surgir el capitalismo. Aun en la Edad Moderna el desarrollo
capitalista fue, en Florencia, mucho más intensivo que en Génova o en Venecia.
En las ciudades industriales del interior fue donde nació el capitalismo, y no
en los grandes puertos mercantiles de Occidente. Luego resultó favorecido por
las necesidades de guerra, pero no como tales, sino por las propias de los
ejércitos occidentales, y, también, por las atenciones de tipo suntuario, con
las mismas restricciones. En muchos casos dio lugar más bien a formas
irracionales, como los pequeños ateliers de Francia, o las colonias forzosas de
trabajadores en algunas cortes principescas alemanas. Lo que en definitiva creó
el capitalismo fue la empresa duradera y racional, la contabilidad racional, la
técnica racional, el Derecho racional; a todo esto había de añadir la ideología
racional, la racionalización de la vida, la ética racional en la economía. 58
En los comienzos de toda ética y de las condiciones económicas que de ella
derivan aparece por doquier el tradicionalismo, la santidad de la tradición, la
dedicación de todos a las actividades y negocios heredados de sus abuelos. Este
criterio alcanza hasta la misma actualidad. Una generación atrás hubiera sido
inútil duplicar el salario a un obrero agrícola en Silesia -obligado a segar una
determinada extensión de terreno- con ánimo de incrementar su rendimiento:
simplemente hubiese reducido su prestación activa a la mitad, ya que con ello
podía ganar un jornal parecido al de ;antes. Esta ineptitud, esta aversión a
separarse de los rumbos tradicionales constituye un motivo general para el
mantenimiento de la tradición. El tradicionalismo primitivo puede experimentar,
sin embargo, una exacerbación sustancial por dos motivos. Por lo pronto ciertos
intereses materiales pueden cooperar al mantenimiento de la tradición: cuando,
por ejemplo, en China se intentó modificar determinadas formas de transporte o
poner en práctica ciertos procedimientos más racionales, se puso en peligro los
ingresos de determinados funcionarios; algo análogo ocurrió en la Edad Media, y
en la Moderna, al introducirse el ferrocarril. Estos intereses de los
funcionarios, señores territoriales, comerciantes, etc. han colaborado con el
tradicionalismo para impedir el fácil desarrollo de la racionalización. Todavía
es más intensa la influencia que ejerce la magia esterotipada del tráfico, la
profunda aversión a introducir modi-ficiaciones en el régimen de vida habitual,
por temor a provocar trastornos de carácter mágico. Por lo regular, tras de
estas consideraciones se esconde el afán de conservar prebendas, pero la premisa
de ello, sin embargo, es una creencia muy extendida en ciertos peligros de
carácter mágico. 59
Estos obstáculos tradicionales no resultan superados, sin más, por el afán de
lucro como tal. La creencia de que la actual época racionalista y capitalista
posee un estímulo lucrativo más fuerte que otras épocas es una idea infantil.
Los titulares del capitalismo moderno no están animados de un afán de lucro
superior al de un mercader de Oriente. El desenfrenado afán de lucro sólo ha
dado lugar a consecuencias económicas de carácter irracional: hombres como
Cortés y Pizarro, que son acaso sus representantes más genuinos, no han pensado,
ni de lejos, en la economía racional.
Si el afán de lucro es un sentimiento universal, se pregunta en qué
circunstancias resulta legítimo y susceptible de modelar, de tal modo que cree
estructuras racionales como son las empresas capitalistas.
Originariamente existen dos criterios distintos con respecto al lucro: en el
orden intrínseco, vínculos con la tradición, una relación piadosa con respecto a
los compañeros de tribu, de linaje o de comunidad doméstica, excluyendo todo
género de lucro dentro del círculo de quienes están unidos por esos vínculos: es
lo que llamamos moral de grupo. Por otro lado, absoluta eliminación de
obstáculos para el afán de lucro en sus relaciones con el exterior, criterio
conforme al cual toda persona extraña es, por lo pronto, un enemigo, frente al
cual no existen barreras éticas: esta es la moral respecto a los extraños. La
calculabilidad penetra en el seno de las asociaciones tradicionales,
descomponiendo las viejas relaciones de carácter piadoso. En cuanto dentro de
una comunidad familiar, todo se calcula, y ya no se vive en un régimen
estrictamente comunista, 60 cesa la piedad sencilla y desaparece toda limitación
del afán de lucro. Este aspecto del desarrollo se advierte, especialmente, en
Occidente. A su vez, el afán de ganancia se atenúa cuando el principio lucrativo
actúa sólo en el seno de la economía cerrada. El resultado es la economía
regularizada con un cierto campo de acción para el afán de lucro.
Concretamente, la evolución se desarrolla de distinto modo. En Babilonia y en
China, fuera de la estirpe, cuya actuación económica era comunista o
cooperativa, no existió ninguna limitación objetiva para el afán de lucro. A
pesar de ello, no se desarrolló en estos países el capitalismo al estilo
moderno. En la India las barreras que se oponen a las actividades lucrativas
sólo afectan a las dos capas superiores, los brahmanes y los radjputas. Todos
los individuos de estas dos castas tienen prohibido el ejercicio de determinadas
profesiones. El brahmán puede encargarse de vigilar las fermentaciones, porque
sólo él tiene las manos limpias; en cambio, sería degradado, como los rajputas,
si hiciera préstamos con interés. Este tipo de préstamos es permitido a la casta
de mercaderes, entre los cuales hallamos una falta de escrúpulos mercantiles
como no se encuentra en ningún otro lugar del mundo. La Antigüedad, finalmente,
sólo conocía limitaciones de interés que tenían carácter legal, estando
caracterizada la moral económica romana por el lema caveat emptor. A pesar de
ello, tampoco en este caso se desarrolló un capitalismo a la moderna.
Como resultado se produce el siguiente hecho característico: los gérmenes del
capitalismo moderno deben buscarse en un sector donde oficialmente dominó una
teoría económica hostil al capitalismo, distinta de la oriental y de la antigua.
La ética de la moral económica de la Iglesia se encuentra compendiada en la
idea, posiblemente tomada del arrianismo, que se tiene del mercader: homo
mercator vix aut numquan potest Deo placere, 61 puede negociar sin incurrir en
pecado, pero ni aun así será grato a Dios. Esta norma tuvo vigencia hasta el
siglo XV, y sólo a partir de entonces se intentó paulatinamente atenuarla en
Florencia, bajo la presión de las circunstancias económicas alteradas. La
aversión profunda de la época católica, y, más tarde de la luterana, con
respecto a todo estímulo capitalista, reposa esencialmente sobre el odio a lo
impersonal de las relaciones dentro de la economía capitalista. Esta
impersonalidad sustrae determinadas relaciones humanas a la influencia de la
Iglesia, y excluye la posibilidad de ser vigilada e inspirada éticamente por
ella. Las relaciones entre el señor y los esclavos podían éticamente regularse
de un modo directo. En cambio, son difíciles de moralizar las relaciones entre
el acreedor pignoraticio y la finca que responde por la hipoteca, o entre los
endosatarios de una letra de cambio, siendo por lo menos extraordinariamente
complicado, cuando no imposible, lograr esa mora-lización. 62 El resultado del
criterio eclesiástico a este respecto fue que la ética económica medieval
descansó sobre la norma del iustum pretium con exclusión del regateo en los
precios y de la libre competencia, garantizándose a todos la posibilidad de
vivir.
No coincidimos con W. Sombart 63 cuando señala a los judíos como responsables
del quebrantamiento de este conjunto de normas. La posición de los judíos
durante la Edad Media puede sociológicamente compararse con la de una casta
india: los judíos eran algo así como un pueblo de parias. Sin embargo, existe la
diferencia de que según los cánones de la religión india, la reglamentación en
castas tiene validez para toda la eternidad. Cada individuo puede lograr su
acceso al cielo, por vía de la reencarnación, conforme a un desarrollo que
depende de sus méritos; pero todo ello ocurre dentro del sistema de castas. Este
sistema es eterno, y quien quiere salir de su casta es repudiado y condenado a
los infiernos, a morar en las vísceras de un perro. Según el credo judío, por el
contrario, vendrá un día en que la ordenación de castas se invierta, en
comparación con la actualidad. Al presente los judíos están sellados como un
pueblo de parias, ya sea en castigo de los pecados de sus padres (según la
concepción de Isaías) o para la salvación del mundo (tal es la premisa de la
influencia de Jesús de Nazaret); esta situación sólo puede quedar eliminada
mediante una revolución social. En la Edad Media los judíos eran un pueblo al
margen; hallábanse fuera de la sociedad burguesa, y, por ejemplo, no podían ser
admitidos en ninguna federación municipal, porque no podían participar en la
comunión, ni pertenecer tampoco a la coniuriato. No eran el único grupo étnico
que se hallaba en estas condiciones.64 Fuera de ellos ocupaban una posición
análoga los cahorsinos, comerciantes cristianos que, como los judíos, operaban
con dinero, bajo la protección de los príncipes, pudiendo dedicarse a dicha
actividad mediante el pago de determinados tributos. Lo que distingue, sin
embargo, a los judíos, con toda claridad, de los pueblos admitidos dentro de la
comunión cristiana, era la imposibilidad que para ellos existía de sostener
commercium y conubium con los cristianos. A diferencia de los judíos -los cuales
temían que sus reglas alimenticias no fuesen observadas por quienes los
invitaban-, los cristianos no vacilaron en un principio en gozar de la
hospitalidad judía; ahora bien, desde las primeras explosiones del antisemitismo
medieval, los creyentes fueron prevenidos por los sínodos para que no se
comportaran indignamente ni se dejaran invitar por los judíos, quienes por su
parte rechazaban la hospitalidad de los cristianos. El conubium con los
cristianos resultó ya imposible desde Esdras y Nehemías. Un nuevo motivo de la
situación de parias de los judíos fue que, ciertamente, existió un artesanado
judío, así como también una clase judaica de caballeros, pero, en cambio, nunca
existieron agricultores judíos; en efecto, la dedicación a la agricultura
resultaba incompatible con los preceptos rituales. Fueron estos preceptos los
que constituyeron el centro de gravedad de la vida económica judía, e incitaron
a los semitas a dedicarse al comercio, en particular a las operaciones con
dinero.65 La piedad judaica premiaba el conocimiento de la ley, y el estudio
continuo de ésta se avenía muy bien al comercio con dinero. Añadíase a esto que,
a causa de la prohibición de usura, la Iglesia abominaba el tráfico con dinero,
pero este era indispensable, y los judíos podían practicarlo porque no
reconocían los cánones de la Iglesia. Finalmente, el judaísmo como mantenedor
del universal dualismo primitivo entre moral de grupo y moral respecto a los
extraños, pudo percibir interés de estos últimos, cosa que no hacían con los
hermanos de religión y con las personas afines. De este dualismo se derivó,
además, la tolerancia hacia negocios económicos irracionales, como el
arrendamiento de tributos y la financiación de negocios públicos de todas
clases. Los judíos lograron en estas operaciones, andando el tiempo, un
virtuosismo que les hizo adquirir gran fama y por el que fueron generalmente
envidiados. Pero este era un capitalismo de parias, no un capitalismo racional
como el que se produjo en Occidente. Por eso entre los creadores de la moderna
organización económica, entre los grandes empresarios, apenas si se encuentra un
judío. El tipo del gran empresario es cristiano y sólo puede imaginarse sobre el
terreno de la cristiandad. En cambio el fabricante judío es un fenómeno moderno.
Los judíos no pudieron tener parte alguna en la génesis del capitalismo
racional, puesto que se hallaban fuera de los gremios. Casi nunca pudieron
subsistir junto a éstos, ni siquiera allí donde, como en Polonia, disponían de
un numeroso proletariado, que hubiesen podido organizar como patrones de la
industria doméstica o como fabricantes. Por último, como enseña el Talmud, la
ética genuinamente judaica implica un tradicionalismo específico. El
aborrecimiento que el judío piadoso siente hacia todo género de innovaciones es
casi tan grande como el de los miembros de cualquier pueblo salvaje, unidos
entre sí por vínculos mágicos.
No obstante, el judaísmo tuvo también una importancia decisiva para el
capitalismo racional moderno; en cuanto legó al cristianismo su hostilidad hacia
la magia. Exceptuando el judaísmo y cristianismo, así como dos o tres sectas
orientales (una de ellas en el Japón), no existe religión alguna que tenga un
marcado carácter de hostilidad hacia la magia. Es verosímil que el origen de tal
animadversión sea que los israelitas la hallaron en Canaán, en la magia de Baal,
el dios de la agricultura, mientras que Jehová fue un Dios de los volcanes, de
los terremotos y de las epidemias. La enemistad entre el sacerdocio de ambas
religiones y el triunfo del clero judaico desterró la magia de la fecundidad
cultivada por los sacerdotes de Baal, y tachada de atea y disolvente. En cuanto
el judaísmo abrió el paso al cristianismo, imprimiéndole el carácter de una
religión por completo enemiga de la magia, prestó un gran servicio a la Historia
de la Economía. En efecto, el imperio de la magia fuera del ámbito del
cristianismo es uno de los más graves obstáculos opuestos a la racionalización
de la vida económica. La magia viene a estereotipar la técnica y la economía.
Cuando en China se quiso iniciar la construcción de ferrocarriles y fábricas
sobrevino el conflicto con la geomancia. Exigía ésta que al hacer las
instalaciones respetaran determinadas montañas, selvas y túmulos, porque de otro
modo se perturbaría la paz de los espíritus.66 El mismo criterio tienen las
castas de la India con respecto al capitalismo. Cualquier técnica nueva empleada
por los indios significa, por lo pronto, para ellos, la pérdida de la casta, y
el retorno a otra etapa nueva pero inferior. Como el indio cree en la
trasmigración de las almas, ello significa que así queda relegado en cuanto a
sus posibilidades de salvación, hasta la encarnación próxima. En vista de ello
difícilmente se ve atraído por esas innovaciones. A esto se añade que cada casta
contamina a las otras. Esto tiene, a su vez, como consecuencia que los obreros,
que no pueden darse mutuamente un vaso de agua, no pueden estar trabajando en el
mismo recinto de una fábrica. Sólo en la actualidad, después de un secular
período de ocupación por los ingleses, pudo eliminarse este obstáculo. Pero el
capitalismo no pudo surgir de un grupo económico que de este modo se halla
atenazado por la magia.
Quebrantar la fuerza de ésta e impregnar la vida con el racionalismo sólo ha
sido posible en todos los tiempos por un procedimiento: el de las grandes
profecías racionales. Sin embargo, no toda profecía destruye el conjuro de la
magia; es posible, no obstante, que un profeta, acreditado por el milagro y
otros medios, quebrante las normas sagradas y tradicionales. Las profecías han
roto el encanto mágico del mundo creando el fundamento para nuestra ciencia
moderna, para la técnica y el capitalismo. En China faltan semejantes profecías.
Cuando se encuentran, proceden del exterior, como ocurre con Lao-tsé y el
taoísmo; en cambio, la India conoce una religión redentora. Existían, sin
embargo, profecías ejemplares; el profeta típicamente indio, Buda por ejemplo,
vive ciertamente la vida que conduce a la redención, pero no se considera como
un enviado de Dios, sino como un ser que libremente desea su salvación. También
puede renunciarse a la salvación, ya que no todos pueden, después de la muerte,
penetrar en el nirvana, y sólo los filósofos en sentido estricto son capaces,
por la aversión que este mundo les causa, de desaparecer de la vida en un acto
de estoica decisión. La consecuencia fue que la profecía de la India sólo tuvo
importancia directa para las clases intelectuales. Sus elementos integrantes
fueron habitantes de las selvas y monjes menesterosos. Para la masa, la
iniciación de una secta budista significó algo completamente distinto:
concretamente, la posibilidad del culto a los santos. Este culto existió para
unos santos tenidos por milagrosos, a los cuales se alimentaba bien, para que
dieran en cambio garantía de una mejor reencarnación o concedieran riquezas,
larga vida y cosas semejantes, es decir, bienes de este mundo. Así el budismo,
en su forma pura, quedó limitado a una tenue capa monacal. El profano no
encontró ninguna instrucción ética conforme a la cual pudiese orientar su vida;
el budismo poseía ciertamente un decálogo, pero, a diferencia del judío, no
contenía normas obligatorias, sino sólo recomendaciones. El acto más importante
fue y siguió siendo el sustento físico de los monjes. Una religiosidad de este
tipo nunca podía estar en condiciones de eliminar la magia, sino de sustituirla,
a lo sumo, por otra.
En contraste con la religión ascética redentora de la India y su falta de
eficacia sobre las masas, se hallan el judaísmo y el cristianismo, que desde el
principio fueron religiones de plebeyos, y siguieron siéndolo, a través de los
tiempos, por propia voluntad. La lucha de la Iglesia antigua contra los
gnósticos no fue otra cosa sino la lucha contra la aristocracia de los
intelectuales, tal como la conocen todas las religiones asiáticas, para impedir
que se apoderasen de la dirección de la Iglesia. Esta lucha fue decisiva para el
efecto de masas del cristianismo y a la vez para que la magia fuera desterrada
en lo posible del corazón de las masas. Ciertamente, no fue posible superarla
del todo hasta fechas muy cercanas a nosotros; pero fue relegada hasta la
cohibición de algo antidivino y diabólico. El germen de esta posición opuesta a
la magia lo encontramos ya en la ética del judaísmo primitivo. Guarda ciertos
puntos de contacto con la ideología recogida en las colecciones de sentencias de
los llamados textos proféticos de los egipcios. Pero las más razonables
prescripciones de la época egipcia resultaban vanas cuando se consideraba
suficiente colocar un escarabajo en la región cordial del muerto para que este
pudiera engañar fácilmente al juez de los difuntos, pasando por alto los pecados
cometidos, y hallando así más fácil acceso al paraíso. La ética judía no conoce
semejantes subterfugios sofísticos, y lo mismo ocurre con el cristianismo. La
comunión ha sublimado la magia hasta la categoría de sacramento, pero no ha
procurado a sus creyentes ciertos medios y recursos que les permitan soslayar el
juicio final, como ocurre con la religión egipcia. Si se quiere estudiar en
resumen la influencia de una religión sobre la vida, precisa distinguir entre su
teoría oficial y aquel tipo de conducta efectiva que, en realidad, y acaso
contra su voluntad propia, otorga premios en este mundo o en el otro; también
conviene distinguir, además, entre el virtuosismo religioso de los selectos y el
de las masas. El virtuosismo religioso sólo tiene un valor ejemplar para la vida
cotidiana; sus exigencias representan un desiderátum pero no son decisivas para
la ética de cada día. La relación de ambas es distinta según las diferentes
religiones. Dentro del catolicismo ambas se asocian de un modo peculiar, cuando
las normas del virtuosismo religioso aparecen como consilia evangelica junto a
los deberes del profano. El cristiano perfecto, propiamente dicho, es el monje;
no se puede exigir, sin embargo, obras como las suyas a todo el mundo, aunque
algunas de sus virtudes, en forma atenuada, constituyen el espejo para la vida
de cada día. La ventaja de esta vinculación fue que la ética no pudo ser
desgarrada a la manera como lo fue en el budismo. No obstante, la distinción
entre ética monacal y ética de masas significó que los individuos de más elevada
calidad religiosa se apartaran del mundo para formar una comunidad especial.
El cristianismo no constituye un caso aislado por lo que respecta a este
fenómeno, sino que el fenómeno es frecuente en la historia de las religiones, y
ello permite medir la importancia extraordinaria del ascetismo. Significa éste
la práctica de un determinado régimen de vida metódica. Conforme esta acepción,
la ascesis ha ejercido siempre su influencia. El ejemplo del Tibet revela las
extraordinarias realizaciones de que es capaz un régimen de vida metódico y
ascético. El país parece condenado por la naturaleza a ser eternamente
desértico; pero una comunidad de ascetas sin familia ha realizado las colosales
construcciones de Lhassa, empapando el país, en el aspecto religioso, con las
teorías del budismo. Un fenómeno análogo se advierte en la Edad Media
occidental: el monje es el primer hombre de su tiempo que vive racionalmente, y
que con método y medios racionales persigue un fin, situado en el más allá. Para
él sólo existe el toque de campana; sólo para él están divididas las horas del
día destinadas a la oración. La economía de las comunidades monacales era
economía racional. Los monjes suministraban en parte sus funcionarios a la alta
Edad Media; el poderío del Dux de Venecia cayó por tierra cuando la Guerra de
las Investiduras le privó de la posibilidad de utilizar a los clérigos para las
empresas transmarinas. Ahora bien, este régimen racional de vida quedó relegado
al círculo monacal. El movimiento franciscano intentó extender la institución de
los terciarios, haciéndola penetrar entre la gente laica. Pero frente a este
intento se alzaba el instituto de la confesión. Con ayuda de esta arma la
Iglesia domesticó a la Europa medieval. Más para los hombres de la Edad Media
ello significaba posibilidad de descargarse por medio de la confesión, a costa
de ciertas penitencias, sacudiéndose la conciencia de la culpa y el sentimiento
del pecado que habían sido provocados por los preceptos éticos de la Iglesia. La
unidad y severidad de la vida metódica quedó, de este modo, quebrantada en la
realidad. Como conocedora de hombres, la Iglesia no contó con el hecho de que
cada individuo es una personalidad moral perfectamente hermética, sino que
admitió como cosa firme que, a pesar de la admonición confesional y de la severa
penitencia, caería de nuevo en el pecado; es decir, que su gracia tuvo que
derramarse por igual sobre los justos y sobre los injustos.
La Reforma rompió definitivamente con este sistema. La supresión de los consilia
evangelica por la reforma luterana significó la ruina de la doblez ética, de la
distinción entre una moral que obliga a todos y otra de índole particular y
ventajosa. Con ello cesó también el ascetismo ultraterreno. Las naturalezas
rígidamente religiosas que hasta entonces se habían refugiado en el claustro
tuvieron que laborar, en lo sucesivo, dentro mismo del mundo. El protestantismo,
con sus denominaciones ascéticas, logró crear la ética sacerdotal adecuada para
esta ascesis mundanal. No se exige el celibato sacerdotal; el matrimonio es sólo
una institución que tiene por objeto la procreación racional. No se recomienda
la pobreza, pero la adquisición de riquezas no debe inducir a un goce puramente
animal. Es, por tanto, muy exacto Sebastián Franck cuando resume el sentido de
la Reforma con estas palabras: “Tú crees que has escapado al claustro: pero
desde ahora serás monje durante toda tu vida.” En los países clásicos de la
religiosidad ascético-protestante se puede advertir la extensión adquirida por
este sello ascético, hasta la actualidad. Especialmente se reconoce este
carácter en la significación de los grupos confesionales religiosos en América.
Aunque el Estado y la Iglesia están separados, no ha existido, hasta hace varios
lustros, ningún banquero, ningún médico, a quien al instalarse o al entablar
relaciones no se le haya preguntado a qué comunidad religiosa pertenece. Según
el tono de su contestación, podían ser buenas o malas sus posibilidades de
prosperar. En efecto, la admisión en las sectas sólo se llevaba a cabo después
de examinada la conducta moral del interesado. La pertenencia a una secta que no
conocía la distinción judía entre moral de grupo y moral exterior, garantizaba
la honorabilidad y la honestidad profesional, y éstas, a su vez, el éxito en la
vida. De aquí el principio según el cual “la honestidad es la mejor política”,
de aquí también que los cuáqueros, los baptistas y los metodistas repitan sin
descanso la norma de experiencia según la cual Dios bendice a los suyos: “Los
ateos no fían unos de otros, en sus asuntos; se dirigen a nosotros cuando
quieren hacer negocio; la piedad es el camino más seguro para alcanzar la
riqueza”. Esto no es can’t (“no hagas tal cosa”), en modo alguno, sino una
confluencia de la religiosidad con ciertos resultados que, en su origen, eran
desconocidos para ella y que no figuraban entre sus propósitos inmediatos.
Ciertamente, el logro de la riqueza debida a la piedad conducía a un dilema,
semejante a aquel en que cayeron siempre los monasterios medievales, cuando el
gremio religioso produjo la riqueza, ésta la decadencia monástica, y ésta, a su
vez, la necesidad de su restauración. El calvinismo trató de sustraerse a ;dicha
dificultad mediante la idea de que el hombre es sólo administrador de los bienes
que Dios le ha otorgado; censuraba el goce, pero no admitía la evasión del
mundo, sino que consideraba como misión religiosa de cada individuo la
colaboración en el dominio racional del Universo. De este criterio deriva
nuestra actual palabra “profesión” (en el sentido de “vocación”), que sólo
conocen los idiomas influidos por la traducción protestante de la Biblia.67
expresa ese término la valoración de la actividad lucrativa capitalista, basada
en fundamentos racionales, como realización de un objetivo fijado por Dios. En
último término esta era también la razón de la pugna existente entre puritanos y
Estuardos. Ambos eran de orientación capitalista; pero sintomáticamente para el
puritano el judío era cifra y compendio de todo lo aborrecible, porque
participaba en todos los negocios irracionales e ilegales, como la usura de
guerra, el arrendamiento de contribuciones, la compra de cargos, etc., como
hacían también los favoritos cortesanos.68
Esta caracterización del concepto profesional suministró, por lo pronto, al
empresario moderno una experiencia excepcionalmente buena, y, además, obreros
solícitos para el trabajo, cuando el patrono prometió a la clase obrera, como
premio por su “dedicación ascética” a la profesión y por su aquiescencia a la
valoración de estas energías por el capitalismo, la bienaventuranza eterna,
promesa que en época en que la disciplina eclesiástica absorbía la vida entera
en un grado para nosotros inconcebible, poseía una realidad distinta de la
actual. También la Iglesia católica y la luterana han conocido y practicado la
disciplina eclesiástica. Ahora bien en las comunidades ascéticas protestantes,
la admisión a la comunión se hacía depender de un alto nivel ético; este, a su
vez, se identificaba con la honorabilidad en los negocios, mientras que nadie
preguntaba por el contenido de la fe. Una institución tan poderosa e
inconscientemente refinada para la formación de los capitalistas no ha existido
en ninguna otra iglesia o religión, y en comparación con ello carece de
importancia todo cuanto hizo el Renacimiento en pro del capitalismo. Sus
artistas se ocuparon de problemas técnicos y fueron experimentadores de primera
magnitud. Del arte de la minería el experimento fue recogido por la ciencia.
Como concepción del Universo, el Renacimiento determinó ampliamente la política
de los príncipes, pero el alma de los hombres no quedó transformada tanto como
por las innovaciones de la Reforma. Casi todos los grandes descubrimientos
científicos del siglo XVI y de los comienzos del XVII han crecido sobre el suelo
del catolicismo: Copérnico era católico, y en cambio Lutero y Melanchton se
mantuvieron hostiles a sus descubrimientos. En conjunto, el progreso científico
y el protestantismo no pueden identificarse, sin más. La Iglesia católica ha
cohibido en ocasiones el progreso científico; pero también las sectas ascéticas
del protestantismo han tenido poco interés por la ciencia pura. Una de las
realizaciones específicas del protestantismo consiste en haber puesto la ciencia
al servicio de la técnica y de la economía.69
La raíz religiosa del hombre económico moderno ha muerto. Hoy el concepto
profesional aparece como un caput mortuum en el mundo. La religiosidad ascética
quedó suplantada por una concepción pesimista, pero nada ascética, como es la
representada por la Fábula de las abejas de Mandeville, según la cual los vicios
individuales pueden ser, en circunstancias, ventajosos para la colectividad. Al
desaparecer hasta los últimos vestigios del tremendo pathos religioso primitivo
de las sectas, el optimismo de la Aufklärung, que creía en la armonía de los
intereses, ha trasladado la herencia del ascetismo protestante al sector de la
economía. Es ese optimismo el que inspiró a los príncipes, estadistas y
escritores de las postrimerías del siglo XVIII y de los comienzos del XIX. La
ética económica nació del ideal ascético, pero ahora ha sido despojada de su
sentido religioso. Fue posible que la clase trabajadora se conformara con su
suerte mientras pudo prometérsele la bienaventuranza eterna. Pero una vez
desaparecida la posibilidad de este consuelo, tenían que revelarse todos los
contrastes advertidos en una sociedad que, como la nuestra, se halla en pleno
crecimiento. Con ello se alcanza el fin del protocapitalismo y se inicia la era
de hierro en el siglo XIX.
________________________________________
REFERENCIAS
55 G. Oppert, “The original inhabitants of India”, Londres, 1893, p. 131 op.
cit. en art. Kuli en el “Handworterbuch”, VI
56 Der moderne Kapitalismus, I, pp. 557 ss.
57 Cf. M. Bonn (supra, p. 264 nota 31).
58 Cf. M. Weber, “Gesammelte Aufsätze zur Religionssoziologie”, I pp. 30 ss.
59 Cf. para China: Chen Huan-Chang, “The economic principles of Confusius and
his school”, Nueva York, 1911
60 Cf. supra, pp. 109 y 197.
61 Dist. LXXXIII, c. 11 del Decreto según “Ps. Chrysosthomus, super Matthaeum.
62 Cf. Gesammelte Aufsatze zur Religionssoziologie. I, p. 544.
63 W. Sombart, Die Juden und das Wirtschaftsleben, Munich y Leipzig, 1911
64 Cf. p. 174 y 191
65 Cf. p. 174.
66 Cuando los mandarines se dieron cuenta de las posibilidades de ganancia que
se les ofrecían, estas dificultades fueron fáciles de superar: hoy son los
principales accionistas de los ferrocarriles. A la larga no existe ninguna
convicción ético-religiosa capaz de detener al capitalismo, pero el hecho de que
sea capaz de derribar todas las barreras mágicas, no demuestra que haya podido
surgir en un ámbito donde la magia desempeñaba tan importante papel.
67 Cf. M. Weber Gesammelte Aufsätze sur Religionssoziologie. I, pp. 63 ss., 98
ss., 163 ss., 207 ss.
68 “En conjunto y con las inevitables reservas, esa contradicción puede
formularse de tal modo que el capitalismo judío aparece como un capitalismo
paria, especulador, y el puritano como una organización burguesa del trabajo”,
M. Weber, Ges. Aufsätze zur Religionssoziologie, I, pp. 181 s., nota 2.
69 Cf. también E. Troeltsch, “Die Sociallehren der christlichen Kirchen und
Gruppen”, 2 vols., Tubinga, 1912 (reimpresión, 1919). Entre los adversarios de
la referida tesis de Max Weber acerca de la importancia del calvinismo citaremos
a L. Brentano, Die Anfange des modernen Kapitalismus, Munich, 1916, pp. 117 ss.
y G. Brodnitz, Englische Wirtschaftsgeschichte, I, pp. 282 ss.
Fuente: http://www.eumed.net/cursecon/textos/weber-ideolog.htm
PUBLICIDAD |
ECONOMÍA
Giovanni Arrighi
Por José Luis Fiori*
12/07/09
Murió en los Estados Unidos, en la ciudad de Baltimore el 19 de junio de 2009,
el economista italiano Giovanni Arrighi, que fue profesor en los últimos años de
su vida en la Universidad Johns Hopkins. Arrighi nació en Milán, en 1937,
estudió en la Universidad de Bocconi, y en la década de 1960, participó de la
generación de científicos sociales europeos y norteamericanos que trabajaron en
África y se dedicaron al estudio del desarrollo económico en países de la
periferia capitalista. De vuelta a Italia, en la década de los 70, y después en
los Estados Unidos, a partir de los años 80, Giovanni Arrighi dedicó casi tres
décadas de su vida intelectual al estudio de la “crisis de la hegemonía
norteamericana” de los años 70, y de las transformaciones económicas y políticas
mundiales de las décadas siguientes, que pasaron por la expansión vertiginosa de
China y de gran parte de Asia, y llegaron hasta la crisis financiera de 2008.
Poco a poco, Arrighi cambió su preocupación teórica del tema del crecimiento
económico de los países periféricos y atrasados, hacia el estudio más amplio del
desarrollo histórico del capitalismo y del “sistema mundial moderno”, que se
formó, expandió y consolidó a partir de Europa, desde el siglo XVI. Marx tuvo
una presencia decisiva en la formación de pensamiento de Giovanni Arrighi, pero
su extensa investigación sobre los ciclos y las crisis económicas y políticas de
la historia capitalista partió de otro lado, de tres tesis “heterodoxas” del
historiador francés Fernand Braudel. Según Braudel, el capitalismo no es igual a
la economía de mercado, por el contrario, es el “anti-mercado”, y el secreto de
su crecimiento continuo son los “beneficios extraordinarios” de los “grandes
predadores” que no se comportan como el empresario típico-ideal de la teoría
económica convencional. En segundo lugar, para Braudel, la fuerza originaria del
capitalismo no vino de la extracción de la plusvalía de los trabajadores, vino
de la asociación entre los “príncipes” y los “banqueros” europeos, que se
consolida mucho antes del siglo XVI. Y finalmente, siempre según Braudel, todos
los grandes ciclos de expansión del capitalismo llegan a una fase “otoñal”,
donde las finanzas sustituyen a la actividad productiva, en el liderazgo de la
producción de la riqueza.
Giovanni Arrighi parte de estas tres ideas básicas y formula su propia teoría,
en su admirable libro “El largo siglo veinte”, publicado en 1994. Allí él
desenvuelve, de forma más acabada, sus propias tesis sobre el papel de la
competencia estatal y de la competencia capitalista en el desarrollo de la
historia moderna. Una sucesión de ciclos de acumulación económica, liderados por
una sucesión de potencias hegemónicas que mantuvieron el orden político y el
funcionamiento de la economía mundial, gracias a su capacidad creciente de
proyectar su poder nacional sobre un espacio cada vez más global: Holanda, en el
siglo XVII, Gran Bretaña, en el siglo XIX y los Estados Unidos en el siglo XX.
Según Arrighi, entretanto, estas sucesivas “situaciones hegemónicas” no
suspenden los procesos de competición y centralización del capital y del poder,
responsables de la repetición periódica de grandes crisis y largos períodos de
transición y reorganización de la base productiva, así como del cambio en el
liderazgo mundial del sistema. Desde el punto de vista estrictamente económico,
cada uno de estos grandes ciclos de acumulación, siguió una alternancia regular,
de épocas de expansión material con épocas de gran expansión financiera. En los
periodos “productivos” el capital monetario pone en movimiento una masa
creciente de productos; en el segundo período, mientras tanto, el capital se
libera de su “compromiso” con la producción y se acumula – predominantemente –
bajo la forma financiera. Durante esta segunda fase, según Arrighi, es cuando se
acelera la formación de las estructuras y de las estrategias de los Estados y de
los capitales que deberán suceder al antiguo hegemón y asumir el comando del
proceso de acumulación económica de allí hacia adelante, dando curso al
movimiento continuo de internacionalización de las estructuras e instituciones
capitalistas.
Para Giovanni Arrighi, el concepto de “hegemonía mundial” se refiere a la
capacidad de un Estado de liderar, más que dominar, el sistema político y
económico mundial formado por los Estados soberanos y sus economías nacionales.
Y las “crisis de hegemonía” que se sucederán a través de la historia, son
rupturas y cambios de rumbo en el liderazgo, anunciadas por las “expansiones
financieras”, pero también, por la intensificación de la competencia estatal;
por la escalada de los conflictos sociales y coloniales o civilizatorios; y por
la emergencia de nuevas configuraciones de poder capaces de desafiar y superar
al antiguo Estado hegemónico. Son crisis que no ocurren de repente, ni de una
sola vez. Por el contrario, aparecen separadas en el tiempo, primero en la forma
de una “crisis inicial”, y después de algunas décadas en la forma de una gran
“crisis terminal”, cuando entonces ya existiría el nuevo “bloque de poder y
capital”, capaz de reorganizar el sistema y liderar a su nuevo ciclo productivo.
Entre estas dos crisis, es cuando la expansión material da lugar a “momentos
maravillosos” de acumulación de la riqueza financiera, como ocurrió al finalizar
el siglo XIX, y ahora nuevamente, en el final del siglo XX.
Giovanni Arrighi concluyó su extensa investigación histórica con la certeza de
que la “crisis inicial” de la hegemonía norteamericana comenzó en la década de
1970, y que su “crisis terminal” está en pleno curso, en este inicio del siglo
XXI, cuando ya se anuncia un nuevo ciclo de acumulación capitalista liderado por
uno o por varios países asiáticos.
La teoría de las previsiones históricas de Giovanni Arrighi, puede ser
criticada, desde varios puntos de vista. Pero existe una virtud en su obra que
trasciende todas las críticas: Arrighi fue uno de los raros economistas de su
generación que resistió la tendencia dominante del pensamiento académico del
final del siglo XX, las pequeñas narrativas y la construcción de modelos
formales inocuos. Del punto de vista teórico, Giovanni Arrighi, fue un
“heterodoxo”, que supo retomar con creatividad la tradición de la gran teoría
social de los siglos XIX y XX, de Marx, Weber, Schumpeter y Braudel, para
estudiar las “ondas largas” económicas y políticas del capitalismo. Su osadía
intelectual merece reconocimiento y homenaje en un tiempo de mezquindades y de
gran pobreza de ideas.
*José Luis Fiori es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.
Traducción para www.sinpermiso.info: Carlos Abel Suárez
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2702
Politología
El
partido político*
Por Antonio Gramsci
La cuestión de cuándo se ha formado un partido, o sea, cuándo tiene una tarea
precisa y permanente, produce muchas discusiones y a menudo también,
desgraciadamente, una forma de orgullo que no es menos ridículo y peligroso que
el "orgullo de las naciones" del que habla Vico. Verdaderamente puede decirse
que un partido no está nunca perfecto y formado, en el sentido de que todo
desarrollo crea nuevas obligaciones y tareas y en el sentido de que para algunos
partidos se comprueba la paradoja de que están perfectos y formados cuando ya no
existen, o sea, cuando su existencia se ha hecho históricamente inútil. Y así,
como un partido no es sino una nomenclatura de clase, es evidente que para el
partido que se propone anular la división en clases su perfección y cumplimiento
consisten en haber dejado de existir porque no existan ya clases, ni tampoco,
por tanto, sus expresiones. Pero aquí se desea aludir a un particular momento de
ese proceso de desarrollo, el momento inmediatamente posterior a aquel en el
cual un hecho puede tener existencia o no tenerla, en el sentido de que la
necesidad de su existencia no ha llegado todavía a ser "perentoria", sino que
depende "en gran parte" de la existencia de personas de extraordinaria potencia
volitiva y de extraordinaria voluntad.
¿Cuándo se hace históricamente "necesario" un partido? Cuando las condiciones de
su "triunfo", de su indefectible conversión en Estado, están al menos en vías de
formación y permiten prever normalmente sus ulteriores desarrollos. Pero,
¿cuándo puede decirse, en condiciones tales, que un partido no podrá ser
destruido con medios normales? Para contestar a esa pregunta hay que desarrollar
un razonamiento: para que exista un partido es necesario que confluyan tres
elementos fundamentales (propiamente, tres grupos de elementos):
1) Un elemento difuso, de hombres comunes, medios, cuya participación está
posibilitada por la disciplina y la fidelidad, no por un espíritu creador y muy
organizador. Sin ellos, es verdad, el partido no existiría, pero también es
verdad que el partido no existiría "solamente" con ellos. Ellos son una fuerza
en la medida en que hay alguien que los centralice, organice y discipline, pero
si falta esta otra fuerza de cohesión, se dispersarán y se anularán en una
pulverización impotente. No se trata de negar que cada uno de estos elementos
pueda convertirse en una de las fuerzas de cohesión, pero se habla de ellos en
el momento en que no lo son ni están en condiciones de serlo, o, si lo son, lo
son sólo en un ámbito reducido, políticamente ineficaz y sin consecuencias.
2) El elemento principal de cohesión, que centraliza en el ámbito nacional, que
da eficacia y potencia a un conjunto de fuerzas que, abandonadas a sí mismas,
contarían cero o poco más; este elemento está dotado de una fuerza intensamente
cohesiva, centralizadora y disciplinadora, y también, o incluso tal vez por eso,
inventiva (si se entiende "inventiva" en cierta orientación, según ciertas
líneas de fuerza, ciertas perspectivas, y también ciertas premisas); también es
verdad que este elemento solo no formaría el partido, pero lo formaría, de todos
modos, más que el primer elemento considerado. Se habla de capitanes sin
ejército, pero en realidad es más fácil formar un ejército que formar capitanes.
Tanto es así que un ejército ya existente queda destruido si se queda sin
capitanes, mientras que la existencia de un grupo de capitanes, coordinados, de
acuerdo entre ellos, con finalidades comunes, no tarda en formar un ejército
incluso donde no existe.
3) Un elemento medio que articule el primero con el segundo, los ponga en
contacto no solamente "físico", sino también moral e intelectual. En la realidad
y para cada partido existen "proporciones definidas" entre esos tres elementos,
y se alcanza el máximo de eficacia cuando se realizan esas "proporciones
definidas".
Dadas esas consideraciones, se puede decir que es imposible destruir un partido
con medios normales cuando, por existir necesariamente el segundo elemento, cuyo
nacimiento depende de la existencia de las condiciones materiales objetivas (y,
si no existe este segundo elemento, todo razonamiento es vacío), aunque sea en
un estado disperso y no fijo, no pueden sino formarse los otros dos, o sea, el
primero, que necesariamente forma el tercero como continuación suya y modo de
expresarse.
Para que eso ocurra es necesario que se haya formado la convicción férrea de que
es necesaria una determinada solución de los problemas vitales. Sin esa
convicción no se formará al segundo elemento, cuya destrucción es la más fácil,
por su escasez numérica; pero es necesario que este segundo elemento, cuando es
destruido, deje como herencia un fermento a partir del cual pueda
reconstituirse. ¿Y dónde podrá subsistir mejor ese fermento y formarse luego,
sino en los elementos primero y tercero, que, evidentemente, son los más
homogéneos con el segundo? La actividad del segundo elemento para constituir
este fermento es, por tanto, fundamental: el criterio para juzgar a este segundo
elemento debe verse: 1) en lo que realmente hace; 2) en lo que prepara para la
hipótesis de su propia destrucción. Es difícil decir cuál de esas dos cosas es
más importante. Como en la lucha hay que prever siempre la derrota, la
preparación de los sucesores de uno es un elemento tan importante como lo que se
hace para vencer.
A propósito del "orgullo" de partido, puede decirse que es peor que el "orgullo
de las naciones" del que habla Vico. ¿Por qué? Porque una nación no puede no
existir, y en el mero hecho de que existe es siempre posible, aunque sea con
buena voluntad y forzando los textos, descubrir que la existencia en cuestión
rebosa destino y significado. En cambio, un partido puede no existir por fuerza
intrínseca. No hay que olvidar nunca que, en la lucha entre las naciones, cada
una de ellas tiene interés en que la otra se debilite por luchas internas, y que
los partidos son precisamente los elementos de las luchas internas. Por tanto,
para los partidos es siempre posible la pregunta de si existen por su fuerza
propia, por auténtica necesidad, o si existen sólo por intereses ajenos (y
efectivamente, en las polémicas esto no se olvida nunca, sino que es incluso
motivo insistentemente usado, especialmente cuando la respuesta no es dudosa, lo
que quiere decir que tiene garra y deja con dudas. Está claro que el que se deja
desgarrar por esa duda será un necio. Políticamente la cuestión tiene una
importancia sólo momentánea. En la historia de lo que suele llamarse principio
de las nacionalidades las intervenciones extranjeras a favor de los partidos
nacionales que perturban el orden interior de los Estados antagonistas son
innumerables, hasta el punto de que cuando se habla, por ejemplo, de la
"política oriental" de Cavour lo que se pregunta es si se trataba de una
"política", o sea, de una línea de acción permanente, o de una estratagema
momentánea para debilitar a Austria en vista de la ocurrido en 1859 y 1866. Del
mismo modo se ve en los movimientos mazzinianos de principios del 70 (ejemplo,
asunto Barsanti [129]) la intervención de Bismarck, el cual, en vista de la
guerra con Francia y del peligro de una alianza ítalo-francesa, pensaba
debilitar Italia mediante conflictos internos. Y análogamente ven algunos en los
acontecimientos de junio de 1914 [130] la intervención del Estado Mayor
austriaco previendo la guerra inminente. Como se ve, la casuística es numerosa,
y es necesario tener ideas claras al respecto. Siempre que se hace algo se está
haciendo el juego de alguien: lo importante es intentar por todos los medios
hacer bien el juego de uno, o sea, vencer claramente. En cualquier caso, hay que
despreciar el "orgullo" del partido y sustituirlo por hechos concretos. Si, en
cambio, se sustituyen los hechos concretos por el orgullo, o se practica la
política del orgullo, estará justificada sin más la sospecha de escasa seriedad.
No es necesario añadir que también hay que evitar a los partidos la apariencia
"justificada" de que se está haciendo el juego a alguien, especialmente si ese
alguien es un Estado extranjero; pero si a pesar de todo se sigue especulando,
hay que darse cuenta de que no se puede impedir que eso ocurra.
129 Intentos revolucionarios de Mazzini que fueron fácilmente reprimidos. En el
último de ellos el propio Mazzini se decidió a pasar de Sicilia a Roma poco
antes de la conquista de esta capital por el reino de Italia. Un espía facilitó
su detención en Sicilia. Durante su prisión cayó Roma en manos del naciente
Estado italiano.
130 Huelga general proclamada en toda Italia por la C.G.L. y el P.S.I. el 8 de
junio de 1914 en protesta por los disparos de la fuerza pública contra los
obreros reunidos en Ancona para oír un discurso de Errico Malatesta.
Manifestación en Turín, contra la cual también dispararon los carabinieri (dos
obreros muertos, ocho heridos). Descripción en Paolo Spriano, Torino operaria
nella grande guerra, Turín, 1960, 60 y sigs.
Es difícil excluir que cualquier partido (de los grupos dominantes, pero también
de los grupos subalternos) realice alguna función de policía, o sea, de tutela
de cierto orden político y legal. Si la cosa se demostrara concluyentemente,
habría que plantear la cuestión de otro modo, preguntándose por las maneras y
las orientaciones con las cuales se ejerce esa función. ¿Es su sentido represivo
o difusivo, de carácter reaccionario o de carácter progresivo? El partido dado,
¿ejerce su función de policía para conservar un orden exterior, extrínseco,
traba de las fuerzas vivas de la historia, o la ejerce en el sentido que tiende
a llevar el pueblo a un nivel de civilización, expresión programática del cual
es ese orden político y legal? En la práctica, los que infringen una ley pueden
encontrarse: 1) entre los elementos sociales reaccionarios desposeídos del poder
por la ley; 2) entre los elementos progresivos comprimidos por la ley; 3) entre
los elementos que no han alcanzado aún el nivel de civilización que la ley puede
representar. La función de policía de un partido puede, por tanto, ser
progresiva o regresiva: es progresiva cuando tiende a mantener en la órbita de
la legalidad a las fuerzas reaccionarias despojadas del poder y a levantar las
masas atrasadas al nivel de la nueva legalidad. Es regresiva cuando tiende a
comprimir las fuerzas vivas de la historia y a mantener una legalidad superada,
antihistórica, hecha extrínseca. Por lo demás, el funcionamiento del partido
dado suministra criterios de discriminación: cuando el partido es progresivo,
funciona "democráticamente" (en el sentido del centralismo democrático); cuando
el partido es regresivo funciona "burocráticamente" (en el sentido del
centralismo burocrático). En este segundo caso el partido es un mero ejecutor no
deliberante: es entonces, técnicamente, un órgano de policía, y su nombre de
"partido político" es una pura metáfora de carácter mitológico. (C.I.; M. 23-26;
son dos apuntes.)
* Cuadernos de la cárcel (posteriores a 1931)
Fuente: http://www.gramsci.org.ar/
Historia
La correspondencia entre Marx y
Engels [49]
Por Lenin
Por fin se ha publicado la edición de la correspondencia entre los célebres
fundadores del socialismo científico, prometida durante tanto tiempo. Engels
había legado la tarea de publicarla a Bebel y Bernstein, y Bebel termina, poco
antes de morir, su parte del trabajo de redacción.
La correspondencia entre Marx y Engels, publicada hace algunas semanas por la
editorial Dietz (Stuttgart), en cuatro grandes tomos, contiene en total 1.386
cartas intercambiadas en el extenso período entre 1844 y 1883.
El trabajo de redacción, es decir, escribir los prefacios a la correspondencia
de distintos períodos, fue realizado por Eduard Bernstein. Como era de esperar,
este trabajo es insatisfactorio, tanto desde el punto de vista técnico como
idealógico. Después de su tristemente famosa "evolución" hacia las concepciones
oportunistas extremas, Bernstein no habría debido encargarse de la redacción de
cartas tan profundamente impregnadas de espíritu revolucionario. Los prefacios
de Bernstein carecen en parte de sentido, y en parte son sencillamente falsos.
Por ejemplo, en lugar de una caracterización precisa, clara y franca de los
errores oportunistas de Lassalle y Schweitzer, que Marx y Engels
desenmascararon, se encuentra uno con frases eclécticas y ataques en los que se
dice que "Marx y Engels no siempre tuvieron razón al oponerse a Lassalle" (t.
III, pág. XVIII), o que en su táctica estaban "más cerca" de Schweitzer que de
Liebknecht (t. IV, pág. X). Estos ataques no tienen otro propósito que el de
encubrir y embellecer el oportunismo. Por desgracia, la actitud ecléctica ante
la lucha ideológica de Marx contra muchos de sus adversarios se extiende cada
vez más entre los socialdemócratas alemanes de nuestros días.
Desde el punto de vista técnico, el índice es insatisfactorio: es uno solo para
los cuatro tomos (se han omitido, por ejemplo, los nombres de Kautsky y
Stirling); las notas correspondientes a algunas cartas son demasiado pobres y se
pierden en los prefacios del redactor, en lugar de haber sido insertadas cerca
de las cartas a que se refieren, como lo hizo Sorge, etc.
La edicion es demasiado cara, unos 20 rublos los cuatro tomos. Sin duda se podía
y se debía haber publicado toda la correspondencia en una edición menos lujosa y
a un precio más accesible; además habría que editar para su amplia difusión
entre los obreros, una selección de los pasajes más importantes desde el punto
de vista de los principios.
Todos estos defectos de la edición dificultarán, naturalmente, el estudio de la
correspondencia. Es una lástima, porque su valor científico y político es
enorme. Ante el lector no sólo aparecen con claro relieve Marx y Engels, en toda
su grandeza, sino que se revela con extraordinaria nitidez el riquísimo
contenido teórico del marxismo, ya que Marx y Engels analizan reiteradamente en
sus cartas los más diversos aspectos de su doctrina, y subrayan y explican -- a
veces discutiendo y tratando de convencerse mutuamente -- lo más nuevo (en
relación con las concepciones anteriores), lo más importante y difícil.
Ante el lector se despliega el cuadro asombrosamente vívido de la historia del
movimiento obrero del mundo entero, en los momentos más importantes y en los
puntos más esenciales. Más valiosa aún es la historia de la política de la clase
obrera. En las más variadas ocasiones, en diversos países del viejo y del nuevo
mundo, y en diferentes momentos históricos, Marx y Engels analizan los
principios más importantes del planteamiento de las tareas políticas de la clase
obrera. Y el período que abarca la correspondencia fue un período en el cual la
clase obrera se separó de la democracia burguesa, un período en el cual surgió
un movimiento obrero independiente, un período en el cual se definieron los
principios fundamentales de la política y la táctica del proletariado. Cuanto
mayor es la frecuencia con que podemos observar en nuestros días cómo el
movimiento obrero de diferentes países sufre de oportunismo a consecuencia del
estancamiento y la decadencia de la burguesía, a consecuencia de que la atención
de los dirigentes obreros está absorbida por las trivialidades del día, etc.,
tanto más valioso resulta el riquísimo material contenido en la correspondencia,
que despliega una profundísima comprensión de los objetivos revolucionarios
básicos del proletariado, proporciona una definición extraordinariamente
flexible de las tareas de la táctica del momento, desde el punto de vista de
dichos objetivos revolucionarios, sin hacer la menor concesión al oportunismo o
a la fraseología revolucionaria.
Si intentáramos definir con una sola palabra el foco, por así decirlo, de toda
la correspondencia, el punto central en que converge todo el cuerpo de ideas
expresadas y discutidas, esa palabra sería dialéctica. La aplicación de la
dialéctica materialista a la revisión de toda la economía política desde sus
fundamentos, su aplicación a la historia, a las ciencias naturales, a la
filosofía y a la política y táctica de la clase obrera: eso era lo que
interesaba más que nada a Marx y Engels, en eso aportaron lo más esencial y
nuevo, y eso constituyó el avance magistral que produjeron en la historia del
pensamiento revolucionario.
________________________________________
En la exposición que sigue nos proponemos, después de un examen general de la
correspondencia, esbozar las observaciones y razonamientos más interesantes de
Marx y Engels, sin pretender efectuar una relación exhaustiva del contenido de
las cartas.
1. EXAMEN GENERAL
La correspondencia comienza con las cartas escritas en 1844 a Marx por Engels,
éste de 24 años. La situación en la Alemania de aquella época aparece con
notable relieve. La primera carta está fechada a fines de setiembre de 1844 y
fue Remitida desde Barmen, donde vivía la familia de Engels y donde éste nació.
No había cumplido aún los 24 años. Estaba aburrido de la vida familiar y estaba
ansioso por salir de allí. Su padre era un individuo despótico, un piadoso
fabricante, que estaba indignado por el hecho de que su hijo asistiese
continuamente a reuniones políticas y por sus convicciones comunistas. Engels
escribió que si no fuese por su madre, a quien quería profundamente, no habría
permanecido en su casa ni siquiera los pocos días que le faltaban para partir.
Nunca creerías -- se queja a Marx -- las razones mezquinas y los temores
supersticiosos que mi familia expone contra mi partida.[50]
Mientras Engels seguía en Barmen, donde lo retuvo durante cierto tiempo un
asunto amoroso, cedió a la insistencia de su padre y trabajó unas dos semanas en
la oficina de la empresa (su padre era un fabricante). "El comercio es infame --
escribe a Marx --; Barmen es una ciudad infame y también lo es la forma en que
pierden el tiempo, pero lo más infame es ser, además de burgués, fabricante, es
decir, un burgués que se opone activamente al proletariado." Me consuelo,
continúa diciendo Engels, trabajando en un libro sobre la situación de la clase
obrera (como se sabe, este libro apareció en 1845 y es una de las mejores obras
de la literatura socialista mundial). "Puede uno quizá ser comunista y seguir
siendo exteriormente un burgués y una bestia de carga del comercio, si no
realiza ninguna actividad literaria; pero llevar a cabo una amplia propaganda
comunista y dedicarse, al mismo tiempo, al comercio y a la industria, es
imposible. Me iré de aquí. Agrega a esto la vida de amodorramiento de una
familia enteramente cristiano-prusiana: no lo puedó soportar más tiempo; al fin
y al cabo, podría llegar a convertirme en un filisteo alemán e introducir el
filisteísmo en el comunismo."[51] Así escribía el joven Engels. Después de la
revolución de 1848 las exigencias de la vida lo obligaron a regresar a la
oficina de su padre y a convertirse durante largos años en "bestia de carga del
comercio". Pero supo mantenerse firme y crearse un ambiente muy distinto al
cristiano-prusiano, un ambiente de camaradería, y llegar a ser para toda la vida
un enemigo implacable de la "introducción del filisteismo en el comunismo".
En 1844 la vida social en las provincias alemanas tenía mucha semejanza con la
vida social rusa a comienzos del siglo XX, antes de la revolución de 1905. Todo
el mundo anhelaba participar en la vida política, todos hervían de indignación
contra el gobierno; el clero fulminaba contra la juventud por su ateísmo; los
hijos de familias burguesas peleaban con sus padres por "el, trato aristocrático
dado a los sirvientes o a los obreros".
El espíritu general de oposición se expresaba en que todo el mundo declaraba ser
comunista. "En Barmen -- escribe Engels a Marx -- el comisario de policía es
comunista." Estuve en Colonia, en Dusseldorf, en Elberfeld, ¡y en todas partes
se tropieza a cada paso con comunistas! "Un ardiente comunista, un caricaturista
que se llama Seel, irá dentro de dos meses a París. Le daré tu dirección
secreta; les gustará a todos porque es entusiasta y ama la música, y podría ser
muy útil como caricaturista."[52]
"Aquí en Elberfeld ocurren milagros. Ayer (la carta está fechada el 22 de
febrero de 1845), en la sala más grande del mejor restaurante de la ciudad,
celebramos nuestra tercera asamblea comunista A la primera asamblea asistieron
40, a la segunda 130 y a la tercera por lo menos 200 personas. Todo Elberfeld y
Barmen, desde la aristocracia del dinero hasta los pequeños tenderos, estuvieron
representados, todos excepto el proletariado."
Así, literalmente, escribe Engels. En Alemania, todos eran entonces comunistas,
excepto el proletariado. El comunismo era una forma de expresión de los
sentimientos de oposición de todos, y en primer lugar de la burguesía. "El
público más obtuso, más indolente, más filisteo, que nunca se interesó por nada
en el mundo, empieza casi a entusiasmarse por el comunismo"[53] Los principales
predicadores del comunismo eran entonces gente del tipo de nuestros
populistas[54], "socialistas revolucionarios"[55], "socialistas populares"[56],
etc., es decir, burgueses bien intencionados, más menos enfurecidos contra el
gobierno.
Y en tales condiciones, en medio de un sinnúmero de tendencias y fracciones
seudosocialistas, Engels supo abrirse camino hacia el socialismo proletario, sin
temor a la ruptura con muchas personas buenas, ardientes revolucionarios pero
malos comunistas.
En 1846 Engels estaba en París. París hervía entonces con la política y el
debate sobre diversas teorias socialistas. Engeli estudió con avidez el
socialismo, se relacionó personalmente con Cabet, Louis Blanc y otros
socialistas destacados, frecuentó las salas de redacción y los círculos.
Su atención principal se concentró en la doctrina socialista más importante y
difundida de la época: el proudhonismo[57]. Y hasta antes de publicarse
Filosofía de la miseria de Proudhón (octubre de 1846; la célebre respuesta de
Marx, Miseria de la filosofía, apareció en 1847), Engels criticó con mordacidad
implacable y notable profundidad las ideas basicas de Proudhon, que eran
defendidas en especial por el socialista alemán Grün. Su excelénte conocimiento
del inglés (que Marx dominó mucho más tarde) y de la literatura inglesa
permitieron a Engels señalar inmediatamente (carta del 16 de setiembre de 1846)
el ejemplo de la bancarrota en Inglaterra de las famosas "bolsas de trabajo" de
Proudhon[58]. Proudhon denigra al socialismo, se indigna Engels. Según Proudhon
los obreros deben comprar capital.
A los 26 años Engels aniquila literalmente al "socialismo verdadero", expresión
que encontramos en su carta del 23 de octubre de 1846, mucho antes de que
apareciera el Manifiesto Comunista, y menciona a Grün como el principal
exponente de tal socialismo. Una doctrina "antiproletaria, pequeñoburguesa y
filistea", "pura fraseologia", todo género de aspiraciones "humanitarias", el
"temor supersticioso a un comunismo 'grosero'" (literalmente:
Löffel-Kommunismus, es decir, "comunismo de cuchara" o "comunismo pancista"),
"planes pacíficos para hacer feliz" a la humanidad: éstas son algunas de las
caracterizaciones de Engels, que se aplican a todas las variedades del
socialismo premarxista.
"Durante tres veladas -- escribe Engels -- discutimos sobre proudhonismo. Casi
todos, con Grün a la cabeza, estaban contra mí. El punto principal fue demostrar
la necesidad de una revolución violenta" (23 de octubre de 1846). Al fin me
enfurecí, y acosé a mis adversarios con tanta energía, que ellos se vieron
obligados a atacar abiertamente al comunismo. Exigí que se pusiera a votación si
eran o no comunistas. Esto causó gran indignación entre los partidarios de Grün,
quienes empezaron a sostener que se habían reunido para tratar del "bien de la
humanidad" y que debian saber qué era realmente el comunismo. Les di entonces
una definición sumamente sencilla, para no permitirles escapar por la tangente.
"Definí, escribe Engels, los objetivos de los comunistas de esta manera: 1)
defender los intereses del proletariado en oposición a los de la burguesía; 2)
realizar esto mediante la abolición de la propiedad privada y su remplazo por la
comunidad de bienes; 3) no reconocer otro medio de llevar a cabo estos objetivos
que la revolución democrática violenta (escrito año y medio antes de la
revolución de 1848)[59].
La discusión terminó con la aceptación por parte de la reunión, por 13 votos
contra dos de los partidarios de Grün, de la definición dada por Engels.
Asistieron a estas reuniones unos 20 artesanos ebanistas. De este modo, hace 67
años, se sentaron en París las bases del Partido Obrero Socialdemócrata de
Alemania.
Un año más tarde, en su carta del 23 de noviembre de 1847, Engels informa a Marx
que ha preparado un borrador del Manifiesto Comunista y de paso se pronuncia
contra la forma de catecismo propuesta inicialmente. "Comienzo -- escribe Engels
-- por el problema de qué es el comunismo, y paso luego directamente al
proletariado: historia de su origen, diferencia con los trabajadores de antes,
desarrollo de la contradicción entre el proletariado y la burguesía, crisis,
conclusiones". "Al final, la política de partido de los comunistas."[60]
Esta histórica carta de Engels sobre el primer borrador de una obra que ha
recorrido el mundo entero, y que hasta hoy es acertada en todo lo esencial, viva
y actual como si hubiera sido escrita ayer, demuestra con toda claridad que los
nombres de Marx y Engels se mencionan con razón uno junto al otro, como
fundadores del socialismo contemporáneo.
NOTAS
[49] El artículo "La correspondencia entre Marx y Engels" representa el comienzo
de un extenso trabajo que pensaba escribir Lenin a propósito de la aparición en
alemán, en septiembre de 1913, de la correspondendia entre Marx y Engels en
cuatto tomos. Lenin estudió minuciosamente esta correspondencia.
Se proyectó publicar el artículo de Lenin "La correspondencia entre Marx y
Engels" en la revista Prosvechenie en 1914, y así llegó a anunciarse en el núm.
7 del periódico Proletárskaia Pravda (14 de diciembre de 1913). Mas el artículo
quedó sin terminar, y tan sólo fue publicado en Pravda el 28 de noviembre de
1920, día del centenario del nacmiento de Engels. Con motivo de esta fecha, al
preparar el artículo para la prensa, Lenin añadió el subtítulo Engels, uno de
los fundadores de
comunismo y escribió una nota: "Comienzo de un artículo sin terminar, escrito en
1913 o a principios de 1914". [pág. 62]
[50] Véase la carta de C. Marx a F. Engels de comienzos de octubre de 1844 y la
carta de F. Engels a C. Marx del 17 de marzo de 1845. [pág. 66]
[51] Véase la carta de F. Engels a C. Marx del 20 de enero de 1845. [pág. 66]
[52] Véase la carta de F. Engels a C. Marx de comienzos de octubre de 1844.
[pág. 67]
[53] Véase las cartas de F. Engels a C. Marx de los días 22-26 de febrero y del
7 de marzo de 1845. [pág. 67]
[54] Los populistas conformaban una tendencia pequeñoburguesa en el movimiento
revolucionario de Rusia; el populismo surgió en las décadas de los años 60 y 70
del siglo XIX. En las décadas de los 80 y 90 de dicho siglo el populismo se puso
en el camino de la conciliación con el zarismo, expresando los intereses de los
kulaks, y condujo una lucha encarnizada contra el marxismo. [pág. 68]
[55] Socialistas Revolucionarios (eseristas): partido pequeñoburgués en Rusia,
surgió a comienzos de 1902 como resultado de la unificación de diferentes grupos
y circulos populistas. Representaron los intereses de la clase de kulaks. Las
concepciones de los eseristas constituían una amalgama ecléctica de las ideas
del populismo y el revisionismo; los eseristas "intentaban, según expresión de
Lenin, arteglar los desgarrones del populismo" con "remiendos de la 'crítica'
oportunista en boga del marxismo". (V. I. Lenin, Obras Completas, t. IX.)
Durante la Primera Guerra Mundial, los eseristas abrazaron las posiciones del
socialcnovinismo.
Después de la victoria de la Revolución Democrático-burguesa de Febrero de 1917,
los eseristas, junto con 105 mencheviques y kadetes constituyeron el puntal
principal del gobierno provisional contrarrevolucionario. Los eseristas
rechazaron la petición campesina de liquidar la propiedad terrateniente de la
tierra y conservó la propiedad privada de los terratenientes.
El ala izquierda de los eseristas en diciembre de 1917 fundó el partido
Independiente de los eseristas de izquierda. Los eseristas de izquierda
reconocieron formalmente el Poder Soviético y concertaron un acuerdo con los
bolcheviques, pero al poco tiempo abrazaron el camino de lucha contra el Poder
Sovietico.
En el periodo de la intervención militar extranjera y de la guerra civil los
eseristas realizaron, en muchas ocasiones, labores subversivas
contrarrevolucionarias, incitaton a los kulaks a la rebelión y organizaron
acciones terroristas contra los dirigentes del Partido Comunista y del Gobierno
Soviético. Después de la guerra civil, los eseristas continuaron sus actividades
hostiles contra el Estado Soviético. En consecuencia, fueron destruidos por el
Poder Soviético. [pág. 68]
[56] Socialistas populares (enesistas): organiziacion pequeñoburguesa fundada en
1906, al separarse del ala derecha de los socialistas revolucionarios. Los
enesistas presentaron una moderada demanda democrática sin sobrepasar el límite
de la monarquía constitucional. Rechazaron el principio programático propugnado
por los eseristas de la socialización de toda la tierra y apoyaron el
enajenamiento de tierra de los terratenientes en base a rescate. Lenin los
calificó de "oportunistas pequeñoburgueses", "socialkadetes", "mencheviques
eseristas". Dirigian el partido A. Peshejónov, V. Miákotin, N. Annenski y otros.
Después de la Revolución de Febrero de 1917, el partido respaldó activamente al
gobierno provisional, echándose, de este modo, al campo contrarrevolucionario.
[pág. [57] Proudhonismo: corriente en el socialismo pequenoburgues, que toma ese
nombre de su fundador, el anarquista francés Pierre Proudhon. Este criticaba la
gran propiedad capitalista desde una posición pequeñoburguesa, soñaba con
perpetuar la pequeña propiedad privada y proponia que se organizara un banco
"popular" y de "cambio" para que los obreros pudieran proveerse de medios de
producción propios y lograr un "justo" intercambio de sus productos. No entendia
el papel histórico y la importancia del proletariado, adoptaba una actitud
negativa hacia la lucha de clases, la revolución socialista y la dictadura del
proletariado; como anarquista, también negaba la necesidad del Estado. Proudhon
y sus partidarios tomaron la pequeña producción y el cambio comerciales como
base social, perpetua e invariable. "No se trata de destruir el capitalismo y su
base -- la producción mercantil -- sino de depurar esa base de abusos,
excrecencias, etc.; no se trata de abolir el intercambio y el valor de cambio,
sino, por el contrario, de hacerlo 'constitucional', universal, absoluto,
'justo', y libre de oscilaciones, crisis y abusos. Tal era la idea de Proudhon."
(V. I. Lenin, "Notas criticas sobre el problema nacional", 4. La "autonomía
cultural nacional", Obras Completas, t. XX.) [pág. 68]
[58] Véase F. Engels, "Al comité de correspondencia del comunismo en Brussel (16
de septiembre de 1846)". [pág. 68]
[59] Ibíd., del 23 de octubre de 1846. [pág. 69]
[60] Véase la carta de F. Engels a C. Marx de 23-24 de noviembre de 1847. [pág.
70]
Fuente: http://www.marx2mao.com/M2M(SP)/Lenin(SP)/CME13s.html
Política
internacional
El "nuevo imperialismo"
Fragmento de: El "nuevo" imperialismo. Sobre reajustes espacio-temporales y
acumulación mediante desposesión, Parte II*
Por David Harvey
Harvey, David. Uno de los más conocidos intelectuales de la izquierda
norteamericana, geógrafo y urbanista de prestigio mundial. Autor de varios
trabajos ya clásicos sobre urbanismo y la dinámica espacial del capitalismo,
tiene además contribuciones importantes a la teoría económica y ha escrito una
obra de referencia en el campo de la crítica cultural: La condición de la
posmodernidad.
El "nuevo imperialismo"
Las formaciones sociales capitalistas, normalmente constituidas con una
configuración territorial o regional y dominadas por un centro hegemónico, se
han involucrado en practicas quasi-imperialistas en busca de ajustes
espacio-temporales que solucionen sus problemas de sobreacumulación. En todo
caso es posible periodizar la geografía histórica de estos procesos si tomamos
seriamente a Arendt cuando afirma que el imperialismo de base europea del
periodo 1884-1945 fue el primer asalto al poder político global por parte de la
burguesía. Los Estados-nación individuales desarrollaron sus propios proyectos
imperiales para resolver los problemas de sobreacumulación y conflictos de clase
originados en su área de influencia. Estabilizado en primer lugar con la
hegemonía inglesa y construido en torno al libre flujo de bienes y capital en el
mercado mundial, este sistema inicial se vino abajo con el cambio de siglo,
dando paso a conflictos geopolíticos entre las grandes potencias que buscaban la
autarquía con sistemas cada vez más cerrados y detonando dos guerras mundiales
que se ajustaron bastante bien a la predicción de Lenin. Los recursos de una
gran parte del resto del mundo fueron sometidos a pillaje durante esta época (no
hay mas que mirar lo que Japón hizo en Taiwán o Inglaterra en el Rand
sudafricano) con la esperanza de que la acumulación mediante desposesión
compensaría la incapacidad crónica, que se manifestaría en los años treinta, de
mantener el capitalismo mediante la expansión de la reproducción.
Este sistema fue sustituido en 1945 por otro, dirigido por EE.UU., que buscaba
establecer una alianza entre los principales poderes capitalistas para impedir
guerras intestinas y encontrar una forma racional de manejar conjuntamente, la
sobreacumulación que había asolado los años treinta. Para que esto fuera
realizable tendrían que compartir los beneficios de una intensificación del
capitalismo integrado en las regiones del centro (de aquí el apoyo de EE.UU. a
los pasos en dirección a la Unión Europea) e implicarse en una sistemática
expansión geográfica del sistema (de aquí la insistencia de EE.UU. en la
descolonización y el desarrollismo como meta generalizada para el resto del
mundo). Esta segunda fase de dominio global de la burguesía estuvo en buena
medida posibilitada por la contingencia de la Guerra Fría. Esto conllevaba el
liderazgo militar y económico de los EE.UU. como única superpotencia capitalista
(el efecto fue la creación de una hegemonía "supraimperialista" estadounidense).
Pero los EE.UU. podían también absorber excedentes mediante ajustes
espacio-temporales internos (como la red de autopistas interestatales, la
suburbanización y el desarrollo de sus zonas Sur y Este). Los EE.UU. no eran
dependientes de las exportaciones ni de las importaciones. Podían incluso
permitirse abrir sus mercados a otros y así absorber por un tiempo los
excedentes que empezaban a generarse en Japón y Alemania durante los sesenta. Se
dio así un sólido crecimiento mediante la expansión de la reproducción a lo
ancho de todo el mundo capitalista, y la acumulación mediante desposesión quedó
relativamente silenciada. Se mantuvieron fuertes controles sobre el movimiento
de capitales (no así sobre el de mercancías) y la lucha de clases dentro de cada
uno de los Estados-nación sobre la expansión de la reproducción (cómo tendría
lugar y a quién beneficiaría) era la tónica dominante. Las principales luchas
geopolíticas que surgieron fueron las de la Guerra Fría (con ese otro imperio
construido por los soviéticos) o luchas marginales (frecuentemente relacionadas
con la Guerra Fría, lo que llevó a EE.UU. a apoyar a numerosos regímenes
poscoloniales reaccionarios) que resultaron de la poca disposición por parte de
los poderes europeos a deshacerse de sus posesiones coloniales (la invasión de
Suez por los británicos y franceses en 1956, con nulo apoyo de EE.UU., es un
caso emblemático). El creciente resentimiento por verse atrapados en una
situación espacio-temporal de subsidiaridad perpetua con respecto al centro
terminó por originar movimientos de liberación nacional e independentistas
(respaldados en buena medida por los análisis de la izquierda referidos a
desarrollo y dependencia).
Este sistema se vino abajo alrededor de 1970, cuando la hegemonía económica de
EE.UU. se hizo insostenible. Se tornó difícil mantener los controles sobre el
capital al inundarse los mercados con los dólares americanos excedentes. Los
EE.UU. buscaron entonces crear un nuevo sistema, que descansara sobre la
combinación de nuevos acuerdos institucionales y financieros que hiciesen frente
a la amenaza económica de Alemania y Japón y que recentrara el poder económico
en la forma de un capital financiero que operaría desde Wall Street. La alianza
entre la administración Nixon y los Saudíes para poner el precio del crudo por
las nubes en 1973 dañó mucho más a las economías europea y japonesa que a la de
EE.UU. (que por aquel entonces no era demasiado dependiente de los suministros
de Medio Oriente). Los bancos estadounidenses obtuvieron el privilegio de
reciclar los petrodólares y reinyectarlos a la economía mundial. Amenazados en
el terreno de la producción, los EE.UU. contraatacaron asentando su hegemonía en
las finanzas. Pero, para que este sistema funcionara correctamente, los mercados
y especialmente los mercados financieros tenían que ser abiertos al comercio
mundial (un lento proceso que requirió una feroz presión por parte de EE.UU.,
respaldado por herramientas internacionales como el FMI, y una igualmente feroz
adopción del neoliberalismo como nueva ortodoxia económica). También implicaba
un reajuste de poder dentro de la burguesía, desde el sector productivo a las
instituciones financieras. Esto podía ser usado para combatir el poder de las
organizaciones de la clase trabajadora, dentro de la reproducción expandida,
bien directamente (ejerciendo una vigilancia disciplinaria sobre la producción)
o indirectamente, facilitando una mayor movilidad geográfica para todas las
formas de capital. El capital financiero jugaba por tanto un papel central en
esta tercera etapa de dominio burgués sobre la economía mundial.
Este sistema era mucho más volátil y depredador, y conoció varios impulsos de
acumulación mediante desposesión (normalmente bajo la forma de ajustes
estructurales recetados por el FMI) como antídoto a la incapacidad de mantener
la expansión de la reproducción sin caer en las crisis de sobreacumulación. En
algunos casos, como en América Latina en los ochenta, se saquearon economías
enteras y sus activos fueron recuperados por el capital financiero
estadounidense. En otros se trató mas bien de exportación de la devaluación. El
ataque de los hedge funds sobre las monedas tailandesa e indonesia, respaldado
por las salvajes políticas devaluadoras exigidas por el FMI, condujo a la
bancarrota incluso a sectores viables y revirtió los notables adelantos
económicos y sociales que se habían producido en el este y sureste asiáticos. El
resultado fue el paro y la pauperización para millones de personas. La crisis
también realzó el dólar, confirmando el dominio de Wall Street y generando un
asombroso boom en el valor de los activos para los estadounidenses acaudalados.
Se empezaron a vertebrar luchas en torno a temas como los ajustes estructurales
impuestos por el FMI, las actividades depredadoras del capital financiero y la
pérdida de derechos por las privatizaciones.
Las crisis de la deuda pudieron usarse en cada país para reorganizar las
relaciones sociales de producción, de manera que en cada uno de los casos se
favoreciera la penetración de capitales externos. Así, los regímenes financieros
domésticos, los mercados domésticos de bienes y las incipientes firmas locales,
quedaron desprotegidos facilitando su posterior conquista por parte de compañías
americanas, japonesas y americanas. Los bajas tasas de ganancia en las regiones
del centro podían por tanto ser compensadas por las mayores tasas obtenidas en
el extranjero. La acumulación mediante desposesión adquirió un papel cada vez
más importante en el capitalismo global (con la privatización como uno de sus
mantras principales). La resistencia en esta área, más que en la de la
reproducción ampliada, pasó a ser un elemento central del movimiento
anticapitalista y antiimperialista. Pero el sistema, aunque centrado en el
complejo Wall Street-Reserva Federal, presentaba muchos aspectos multilaterales
con sus centros de Tokio, Londres-Frankfurt y otros muchos lugares que tomaban
parte en la acción. Estaba asociado con la emergencia de corporaciones
capitalistas transnacionales que, aunque pueden tener una base en tal o cual
Estado-nación, se extienden a lo largo y ancho del globo en formas que eran
impensables en las primeras etapas del imperialismo (los trusts y cárteles que
describiera Lenin estaban todos firmemente ligados a determinados
Estados-nación). Este era el mundo que el gobierno de Clinton, con su
todopoderoso Secretario del Tesoro, Robert Rubin, proveniente del sector
especulativo de Wall Street, pretendía dirigir mediante un multilateralismo
centralizado (con su epítome en el llamado "Consenso de Washington" a mediados
de los noventa). Pareció por un momento que Lenin podía estar equivocado y
Kautsky en lo cierto y sería posible un ultraimperialismo basado en la
colaboración "pacífica" entre los principales poderes capitalistas (que ahora se
plasmaría en el G7 y la llamada "nueva arquitectura económica", bajo la égida
del dominio estadounidense).
Pero el sistema desembocó finalmente en serias dificultades. La total
volatilidad y la caótica fragmentación de los conflictos de poder hace que sea
difícil, tal como decía Luxemburgo, discernir, entre el humo y los espejismo
(especialmente los del sector financiero) cómo funcionan las leyes económicas.
En la medida en la que la crisis de 1997-98 develó que el principal centro
productor de plusvalía estaba localizado en el este y sureste asiáticos, la
rápida recuperación capitalista en esta zona volvió a colocar el problema de la
sobreacumulación en la escena internacional. Esto plantea la cuestión de cómo
podría organizarse una nueva forma de ajuste espacio-temporal (¿en China?), o de
quién llevará la peor parte en una ronda devaluadora. La anunciada recesión en
EE.UU. tras una década o más de espectacular (incluso irracional) exhuberancia
indica ellos mismos bien podrían no ser inmunes. Bajo la inestabilidad subyace
el rápido deterioro de la balanza de pagos estadounidense. Según Brenner "la
misma explosión de las importaciones que impulsó la economía internacional"
durante la década de 1990 "llevó a los EE.UU. a un déficit comercial récord con
las consiguientes y sin precedentes responsabilidades para con los propietarios
de ultramar" y "la vulnerabilidad sin precedentes de la economía americana a una
huida de capitales y un colapso del dólar". Pero esta vulnerabilidad afecta a
ambas partes. Si el mercado estadounidense colapsa, también las economías que lo
tienen como destino de sus excedentes se vendrán abajo con él. La facilidad con
la que los bancos centrales de países como Japón y Taiwán otorgan préstamos para
cubrir el déficit estadounidense es, en buena medida, una medida autoprotectora.
De esta forma financian el consumismo americano que constituye el mercado para
sus productos. Puede que ahora incluso financien el esfuerzo de guerra
estadounidense.
Pero el dominio y la hegemonía de los EE.UU. están, una vez más, en peligro, y
esta vez la amenaza parece ser más acentuada. Si, por ejemplo, Braudel (y con él
Arrighi) está en lo cierto, y una poderosa oleada de financiarización es el
preludio a la transferencia de los poderes dominantes de una a otra hegemonía
(como ha ocurrido históricamente), entonces el giro de los EE.UU. en 1970 hacia
la financiarización aparecería como una jugada especialmente autodestructiva.
Los déficits (tanto internos como externos) no pueden continuar indefinidamente
en una espiral descontrolada, y la habilidad y disposición de otros
(especialmente en Asia) a la hora de financiarlos (al ritmo de 2.3 mil millones,
según la cifra actual) no es inagotable. Cualquier otro país del mundo que
presentara un cuadro macroeconómico semejante al de EE.UU. ya habría sido
sometido a un despiadado plan de austeridad y ajuste estructural por parte del
FMI. Pero, como señala Gowan: "La capacidad de Washington para manipular el
valor del dólar y de explotar el dominio internacional de Wall Street permitió a
las autoridades de EE.UU. evitar lo que otros Estados debieron llevar a cabo:
vigilar la balanza de pagos, ajustar la economía doméstica para asegurar altos
niveles ahorro e inversión domésticos, vigilar el endeudamiento público y
privado, asegurar un sistema efectivo de intermediación financiero doméstico que
garantice el desarrollo del sector productivo doméstico". La economía de EE.UU.
tuvo "una vía de escape de todas estas tareas" y a "cualquier baremo capitalista
de contabilidad nacional" y la resultante es que ha llegado a un estado
"profundamente distorsionado e inestable". Y, lo que es más, las sucesivas
oleadas de acumulación mediante desposesión, emblema del nuevo imperialismo
estadounidense, están dando lugar a distintas formas de resistencia y
resentimiento dondequiera que se efectúen, lo que ha generado no sólo el
movimiento anti-globalización mundial (fenómeno distinto a las luchas de clases
que se daban en un contexto de reproducción ampliada) sino también resistencias
activas frente a la hegemonía de EE.UU. por parte de antiguos poderes
subordinados, especialmente en Asia (Corea del Sur sería un ejemplo de esto).
Los EE.UU. cuentan con opciones limitadas. Podrían dar marcha atrás a su
trayectoria imperialista involucrándose en una redistribución masiva de la
riqueza dentro de sus propias fronteras, buscando solucionar la sobreacumulación
mediante ajustes temporales internos (una considerable serie de mejoras en la
educación publica sería un buen comienzo). También sería de utilidad una
estrategia industrial de revitalización de su sector manufacturero, para nada
extinto. Pero esto implicaría o bien unas finanzas aún más deficitaria, o bien
mayores impuestos, acompañados de mayor control estatal, y esto es precisamente
lo que la burguesía se niega siquiera a considerar (al igual que en tiempos de
Chamberlain): cualquier político que propusiera un paquete de medidas semejantes
sería sin duda aplastado por la prensa capitalista y sus ideólogos y de la misma
manera perdería cualquier elección ante el abrumador poder del dinero. Y la
ironía está en que, pese a todo, un contraataque masivo en el interior de EE.UU.
y otros países del centro capitalista (especialmente Europa) contra las
políticas neoliberales y el recorte del gasto estatal podría ser una de las
únicas maneras de proteger internamente al capitalismo de sus propias tendencias
autodestructivas.
Una acción aún más suicida sería intentar imponer en los EE.UU. el tipo de
autodisciplina que el FMI suele aplicar a los demás. Cualquier intento por parte
de un poder exterior (mediante una huida de capitales y un desplome del dólar,
por ejemplo) desencadenaría sin duda una salvaje respuesta política, económica e
incluso militar por parte de EE.UU. Es difícil imaginar a los EE.UU. aceptando
tranquilamente, tal y como afirma Arrighi que deberían hacer, el hecho de que
nos encontramos en una gran reubicación hacia Asia como nuevo centro de poder
global. No es muy realista pensar que los EE.UU. pasarían a segundo plano en paz
y tranquilidad. Conllevaría, además una reorientación radical -de la que tenemos
ya algunas señales- por parte del capitalismo de Extremo Oriente, desde la
dependencia al mercado estadounidense al cultivo de un mercado interno asiático.
Aquí el gigantesco programa de modernización chino -una versión interna de
ajuste espacio-temporal que equivaldría al que se llevó a cabo en EE.UU. en las
décadas de los cincuenta y sesenta- puede jugar un papel crítico, absorbiendo
gradualmente los excedentes de Japón, Taiwán y Corea y disminuyendo así el flujo
dirigido a EE.UU. La consiguiente hambruna de fondos tendría consecuencias
calamitosas para los EE.UU.
En este contexto es que nos encontramos con elementos del establishmentpolítico
estadounidense abogando por la puesta en marcha de la maquinaria militar, único
poder absoluto que les queda, hablando abiertamente de imperio como opción
política (posiblemente para extraer tributo del resto del mudo) y buscando
controlar los suministros de petróleo como medio para contrarrestar los vuelcos
de poder que acechan en la economía global. Así cobran así sentido los actuales
intentos de EE.UU. para asegurarse un mejor control de los suministros
petrolíferos de Irak y Venezuela (alegando la restauración de la democracia en
el primer caso y derrocándola en el segundo). Buscan una repetición de lo
acontecido en 1973, puesto que Europa y Japón, así como el este y sudeste
asiáticos (ahora incluyendo destacadamente a China) son aún más dependientes del
crudo del Golfo que los EE.UU. Si los EE.UU. se las ingenian finalmente para
derrocar a Sadam y Chávez, si consiguen estabilizar o reformar un régimen
saudita armado hasta los dientes, que se encuentra actualmente en las arenas
movedizas de un régimen autoritario (y en peligro de caer en manos del Islam
radicalizado, lo que constituía, al fin y al cabo, el objetivo principal de
Osama bin Laden), si pueden pasar (y parece que sí podrán) de Irak a Irán y
consolidar sus posiciones en Turquía y Uzbekistán como presencia estratégica con
relación a las reservas petrolíferas de la cuenca del Caspio, entonces los
EE.UU., controlado la espita petrolífera mundial, pueden albergar esperanzas de
mantener su control sobre la economía global y asegurar su propia posición
hegemónica para los próximos cincuenta años.
Pero dicha estrategia plantea enormes peligros. Habrá inmensas resistencias por
parte de Europa y Asia, con Rusia siguiéndoles de cerca. La resistencia por
parte de Francia y Rusia, que ya tenían vínculos con el petróleo Iraquí, a
respaldar la invasión estadounidense de Irak es un ejemplo ilustrativo. Los
europeos se encontrarían mucho más cómodos en un modelo kautskyano de
ultraimperialismo, en el que los principales poderes capitalistas colaborarían
en igualdad de condiciones. La perspectiva de una hegemonía estadounidense
(súper-imperialismo) basada en la militarización y el aventurerismo permanentes,
que podría amenazar seriamente la paz global, no es nada atractiva. Esto no
implica que el modelo europeo sea mucho más progresista. Si se ha de creer a
Robert Cooper, un consejero de Blair, éste resucita las distinciones
decimonónicas entre Estados civilizados, bárbaros y salvajes transmutados en
Estados postmodernos, modernos y pre-modernos, con los postmodernos en la
obligación de inculcar, por medios directos o indirectos, la obediencia a normas
universales (léase "de la burguesía occidental") y las prácticas humanistas
(léase "capitalistas") a lo largo y ancho del globo. Este es exactamente el modo
en el que los liberales decimonónicos como John Stuart Mill, justificaban
mantener el tutelaje sobre la India y la exacción de tributos del extranjero, al
tiempo que abogaban por principios de gobierno representativo en la metrópolis.
En ausencia de cualquier revitalización, fuerte y sostenida, de la acumulación
por expansión de la reproducción, seremos testigos de la profundización de
políticas de acumulación mediante desposesión, para que el motor de la
acumulación no se pare del todo.
Esta forma alternativa de imperialismo será difícilmente soportable para amplias
capas de la población mundial, que han soportado y en algunos casos combatido
las formas de acumulación mediante desposesión y las formas de capitalismo
depredador que se han dado en las últimas décadas. El ardid liberal que proponen
personajes como Cooper resulta demasiado familiar a los autores postcoloniales
como para ejercer ningún atractivo. Y el flagrante militarismo que vienen
proponiendo los EE.UU., con la excusa de que es la única forma de combatir el
terrorismo, no sólo está cargado de peligros (incluyendo peligrosos precedentes
de "ataques preventivos") sino que va siendo desenmascarada como el intento de
mantener una hegemonía amenazada, sino perimida, sobre el sistema global.
Pero es posible que la cuestión más interesante esté en la repercusión dentro de
los propios EE.UU. Sobre esto, Hannah Arendt hace una reveladora afirmación: el
imperialismo en el exterior no puede sostenerse sin la represión, e incluso la
tiranía, en el interior. El daño infringido a las instituciones democráticas
domésticas puede (como aprendieron los franceses durante la guerra de Argelia)
puede ser considerable. La tradición popular en los EE.UU. es anticolonial y
antiimperialista y costó muchos trucos (cuando no decepciones) enmascarar, o por
lo menos recubrir de tinte humanitario, el papel imperial de los EE.UU. en los
asuntos mundiales durante las últimas décadas. No es claro que la población
estadounidense vaya a apoyar un giro hacia algún tipo de Imperio militarizado
permanentemente (no más de lo que apoyó la guerra de Vietnam). Ni es probable
que acepte pagar por mucho tiempo el precio (en libertades civiles y derechos)
ya considerable de las cláusulas represivas incluidas en las Actas Patriótica y
de Seguridad Interna. Si el Imperio conlleva rasgar la Carta de Derechos,
entonces no está claro que semejante trato vaya a ser aceptado fácilmente. Pero,
por otra parte, la dificultad estriba en que, en ausencia de algún tipo de
dinámica revitalización de la acumulación mediante expansión de la reproducción
y siendo limitadas las posibilidades de acumular por desposesión, es factible
que la economía de EE.UU. se hunda en una depresión deflacionista que haría
palidecer la de la última década japonesa. Y si se produce una seria huida del
dólar, entonces la austeridad tendrá que ser intensa, a no ser que emerjan
políticas de redistribución de la riqueza y los activos (perspectiva que sería
contemplada con extremo horror por la burguesía) que se centraría en la completa
reorganización de las infraestructuras sociales y físicas de la nación,
absorbiendo el capital y trabajo excedentes en una forma socialmente útil,
opuesta a las funciones puramente especulativas.
Por tanto, la forma que pueda tomar cualquier tipo de nuevo imperialismo está
aún en el aire. La única certeza de la que disponemos es que nos encontramos en
el momento crucial de una gran transición del funcionamiento del sistema global
y que existe una variedad de fuerzas en movimiento, capaces de inclinar la
balanza de un lado o del otro. El equilibrio entre acumulación mediante
desposesión y acumulación por expansión de la reproducción ya se ha roto a favor
de la primera y es improbable que esta tendencia haga sino acentuarse,
constituyéndose en emblema del nuevo imperialismo. También sabemos que la
trayectoria económica que adopte Asia es fundamental, pero el dominio militar
todavía reside en los EE.UU. Esto, como señala Arrighi, representa una
configuración inédita y puede que Irak sea testigo de cómo funcionaría, a escala
global, en un contexto de recesión generalizada. La hegemonía que los EE.UU.
mantenía en los sectores militar, financiero y productivo en el periodo de
posguerra se vino abajo en el sector productivo después de 1970, y bien podría
volver a hacerlo ahora en el financiero, dejándole únicamente el poderío
militar. Lo que ocurra en el interior de EE.UU. es por tanto de una importancia
vital para determinar en qué forma puede articularse el nuevo imperialismo.
Existe, para empezar, una aglomeración opositora a la profundización de la
acumulación mediante desposesión. Pero las formas de lucha de clases que de aquí
se desprenden son de una naturaleza muy distinta de las clásicas luchas
proletarias de la reproducción expandida (las cuales continúan aunque con
sordina) sobre las que teóricamente descansaba el futuro del socialismo. Es
importante impulsar los vectores emergentes de unificación de las luchas, pues
en ellos podemos distinguir las líneas generales de una forma de globalización,
no imperialista, totalmente distinta, centrada en objetivos humanitarios y de
bienestar social, además de en formas creativas de desarrollo geográfico
desigual, en vez de en la simple glorificación del poder del dinero, las
acciones y la incesante acumulación por cualquier medio de capital en el vasto
escenario de la economía global, que siempre acaban en la concentración de
inmensas riquezas en espacios reducidos. Puede que nos encontremos en un momento
lleno de volatilidad e incertidumbre pero eso también implica que estamos en un
momento lleno de inesperado potencial revolucionario.
Fuente: http://www.herramienta.com.ar
Teoría
social
El paradigma positivista*
Por Alberto J. Franzoia
El Positivismo es el paradigma con el que nace el eje de las teorías del orden
en la primera mitad del siglo XIX. Auguste Comte (1798- 1857), discípulo de
Saint-Simon, retoma sus ideas fundamentales y con el nombre de física social
primero y sociología después, las presenta como bases para una nueva ciencia. A
ésta la define en los siguientes términos: “Poseemos ahora una física celeste,
una física terrestre, y una mecánica o química, una física vegetal y una física
animal; todavía necesitamos una más y la última, la física social, para
completar el sistema de nuestro conocimiento de la naturaleza. Entiendo por
física social la ciencia que tiene por objeto el estudio de los fenómenos
sociales considerándolos con el mismo espíritu que los astronómicos, los
físicos, los químicos o los fisiológicos, es decir, sujetos a leyes naturales
invariables, cuyo descubrimiento es el objeto especial de investigación”(9).Las
principales decisiones epistemológicas, metodológicas y teóricas adoptadas ya
estaban presentes en el pensamiento de Saint-Simon: concepción evolucionista de
la historia, las ciencias naturales como referentes para construir una ciencia
de la sociedad, método positivo aplicado a los fenómenos sociales,
revalorización de los conceptos de orden y jerarquías adaptados al desarrollo
capitalista. Fue Emile Durkheim, en una etapa posterior, el encargado de
reconocer la originalidad de Saint Simon. Pero en algunos manuales sobre el
tema, como La teoría sociológica de Nicholas Timasheff, se sostiene que resulta
difícil evaluar qué pertenece a cada uno de estos pensadores, ya que trabajaron
juntos desde 1817 hasta 1823, período en el que produjeron la obra titulada Plan
de las operaciones científicas necesarias para la reorganización de la sociedad.
Sin embargo, es necesario destacar que cuando la labor conjunta comienza, Comte
era apenas un estudiante de diecinueve años, mientras que Saint Simon, que lo
había nombrado secretario suyo, ya tenía una vasta formación y recorría la
última etapa de su vida con ideas absolutamente definidas, por lo que resulta
insostenible sospechar que existiese un intercambio igualitario de
conocimientos, y mucho menos que éste haya copiado a un novato. En realidad, la
tensa relación que mantuvieron después de publicar el trabajo mencionado (por
motivos no demasiado claros), resulta la explicación más plausible para la
ingratitud manifiesta del discípulo.
Cuando Comte lleva adelante su producción teórica, la burguesía intentaba
institucionalizar un nuevo orden en Europa y se perfilaba con un futuro
prometedor en EE.UU., en la etapa que se conoce con el nombre de capitalismo de
libre competencia (entre empresas de producción y comercialización de bienes,
cuando todavía no existe un control oligopólico del mercado). España y Portugal
estaban sumergidas en un pasado que consumía sus últimos intentos imperiales,
mientras Inglaterra continuaba su expansión por el mundo en nombre de la nueva
ciencia económica de Smith y Ricardo. América Latina que había iniciado su
propio camino independizándose de la península ibérica, veía sucumbir sus
anhelos ante el proceso de balcanización promovido por el poder avasallante del
imperio británico en alianza con las oligarquías nativas, a la vez que EE.UU.
avanzaba en el norte del continente anexándose territorios pertenecientes a
México. Libre empresa, libre comercio, estado gendarme, mundialización creciente
del capitalismo, orden y progreso (con una concepción histórica linealmente
ascendente), además del conocimiento científico como instrumento para dominar el
mundo, eran las consignas de la época.
En su análisis evolutivo de la historia, Comte, siguiendo los pasos de
Saint-Simon, considera la presencia de tres estados que caracterizan la
evolución intelectual y social de la humanidad. El primer estado (teológico)
representa su infancia; ante problemas vinculados con el origen de las cosas,
las respuestas van a tener un contenido sobrenatural, los dioses o Dios son el
principio explicativo para todo. En esta etapa la religión favorece la cohesión
social a través de su autoridad moral. Son sociedades en las que prevalece el
orden aunque carecen de progreso. En el segundo estado (metafísico) la humanidad
se encuentra en su adolescencia, tanto la filosofía de Descartes y Bacon, como
luego la de los iluministas, se inscriben en él. Ciertas categorías metafísicas,
pero sobre todo una, la Naturaleza, reemplazará como principio explicativo a los
dioses o a Dios. A diferencia de lo que ocurría en la etapa anterior prevalece
el progreso pero sin orden, existe una crítica del orden feudal pero no se
construye otro alternativo, lo que genera una situación anárquica. Finalmente el
tercer estado (positivo) se corresponde con la madurez del intelecto humano. La
ciencia reemplaza tanto a las explicaciones teológicas como metafísicas, ya que
la naturaleza y la sociedad son regidas por leyes que el científico debe
descubrir. Es el momento de la institucionalización de la nueva sociedad
capitalista, que encontrará a través del “Estado Positivo” la convergencia entre
el orden y el progreso.
Comte desarrolla una filosofía positiva que más tarde se convertirá en
sociología, cuyos principios fundamentales son (10):
• lo positivo se caracteriza por ser real, útil, cierto, constructivo y
relativo;
• la razón debe subordinarse a la observación; ya que la ciencia social debe ser
empírica
• el estudio de los fenómenos es relativo al nivel de organización y situación
de la sociedad;
• simultáneamente defiende el carácter invariable y universalmente válido de las
leyes naturales, que gobiernan tanto a la naturaleza como a la sociedad;
• el conocimiento de las leyes permite a su vez prever;
• la síntesis de orden y progreso marcan el carácter superador de la sociedad
moderna con respecto a sus predecesoras;
• la primacía del espíritu social y positivo al individualismo, ya que el
desarrollo humano sólo es posible a partir de la sociedad;
• y la necesidad de una educación positiva extendida al colectivo social.
Comte apuntó a la construcción de un orden que permitiese superar los nuevos
conflictos sociales que se multiplicaban en Francia y gran parte de Europa,
alcanzando inusitada magnitud con los alzamientos obreros de 1848, para lo que
resultaba esencial la difusión de ideas morales a través del estado y la
educación. De esta manera los trabajadores podrían participar en la sociedad
moderna, aceptando el lugar que naturalmente les corresponde en ella (las leyes
sociales no se discuten), compartiendo el poder moral pero evitando todo tipo de
aspiraciones relacionadas con el poder político. Por otra parte, si bien remarcó
la necesidad de alcanzar un conocimiento científico de la sociedad, sin embargo,
no avanzó demasiado en el desarrollo de un método que lo hiciese posible, más
allá de algunas declaraciones de principios y epistemológicas que hemos
mencionado. A través de ellas se detecta en ocasiones una contradicción entre su
insistencia de subordinar la razón a la observación y ciertas hipótesis con gran
contenido ideológico que suele emplear para analizar la sociedad de su tiempo
(como el lugar que les adjudica en ella a la clase obrera y a las mujeres sin
haber realizado un estudio medianamente riguroso que justificara sus
aseveraciones). Fueron otros positivistas los que trabajaron en cuestiones de
método, como John Stuart Mill (1806-1873) y fundamentalmente, en un período
posterior, Emile Durkheim (1858-1917) con su obra Las reglas del método
sociológico que se convirtió en un clásico del tema.
El paradigma se identifica con la inferencia inductiva como método de
investigación, el que formulado con simpleza postula la construcción de
generalizaciones acerca de un fenómeno partiendo de un número finito de casos
similares. Si a lo largo de una cantidad importante de observaciones comprobamos
que cada vez que aparece B previamente se presenta A, entonces estamos en
condiciones de afirmar que A es la causa que genera a B. Algunos exponentes como
el propio Comte, consideran que hay que buscar leyes y no causas. De todas
formas resulta lógico inferir, que cuando se identifica una relación causal
permanente, estaríamos en presencia de una ley. El estudio de las relaciones
causales proviene de las ciencias naturales y significa desechar toda
explicación de lo social a partir de los fines o intenciones perseguidos por los
hombres, considerando sólo las relaciones exteriores entre los hechos. Mill
formuló los cuatro métodos de inferencia inductiva: concordancia, diferencia,
conjunto y de los residuos. Todos ellos se basan en la eliminación de diversas
factores para poder comprobar cuál son los fenómenos que se vinculan
causalmente, pero son métodos de difícil aplicación en el campo social porque
hay circunstancias que en ocasiones no pueden ser eliminadas como en la
experiencia de laboratorio.
Durkheim manifestó sus criticas a estos métodos demostrativos en los siguientes
términos: “Sin embargo, aunque la eliminación absoluta de todo elemento
adventicio sea un límite ideal que no se puede alcanzar realmente, las ciencias
físico-químicas e incluso las ciencias biológicas se le aproximan lo bastante
para que, en gran número de casos, se pueda considerar la demostración como
suficiente prácticamente. Pero no ocurre lo mismo en sociología debido a la
complejidad, demasiado grande, de los fenómenos junto a la imposibilidad de toda
experimentación artificial. Como no se puede hacer un inventario, ni siquiera
aproximado, de todos los hechos que existen en el seno de una sociedad, o que se
suceden en el curso de la historia, no se puede tener jamás la seguridad, ni aun
aproximada, de que dos pueblos concuerdan o difieren en todos los aspectos menos
en uno...”(11). Por estos motivos propone como método de comprobación para las
inferencias inductivas al de las variaciones concomitantes.
En el trabajo de Durkheim Las reglas del método sociológico (1895) observamos el
desarrollo sistemático de todos aquellos pasos considerados necesarios para
realizar una investigación rigurosa sobre fenómenos sociales, por lo que se
convirtió en un referente obligado para los exponentes de este paradigma. A
continuación analizaremos brevemente sus principales decisiones (12).
1. Reglas para la observación de los hechos sociales: el objeto de estudio de la
ciencia social está constituido por estos hechos, que son exteriores al hombre y
actúan coercitivamente sobre él (normas jurídicas, reglas morales,
instituciones, etc.). Debemos partir de los hechos dejando de lado todo tipo de
preconceptos o nociones previas, para lo cual es necesario recurrir a los
sentidos. A su vez hay que despojar a la experiencia de sus manifestaciones
individuales, tratando de registrar las características comunes.
2. Reglas para diferenciar lo normal de lo patológico: lo normal es lo que se da
en la generalidad de los casos, mientras que lo patológico está constituido por
lo accidental, pero ambos casos están referidos a tipos específicos de
sociedades. Por ejemplo: el delito es un fenómeno normal en cualquier sociedad,
la patología se presenta cuando al analizar un tipo de sociedad como la
industrial, nos encontramos con que la tasa de delincuencia supera el término
medio aceptado en dicha sociedad.
3. Reglas para la constitución de tipos sociales: Durkheim se interesa
básicamente por el análisis del presente, pero considera que la historia puede
brindar aportes para, a través de la comparación con sociedades del pasado,
conocer mejor las características de las sociedades actuales. El camino a
recorrer va de lo simple a lo complejo. Las sociedades inferiores que habían
existido en el pasado europeo todavía podían encontrarse en territorios
coloniales; basándose en datos recogidos por antropólogos de la época, pretende
alcanzar por el camino de las comparaciones, un mejor conocimiento de las
sociedades modernas. Estamos en presencia de una típica concepción
evolucionista, muy común en las expresiones clásicas de este paradigma. Es
importante destacar que para Durkheim las sociedades más complejas surgen como
producto de la yuxtaposición de otras más simples.
4. Reglas para la explicación de los hechos sociales: si bien Durkheim incorpora
elementos de la visión organicista (que luego será retomada y profundizada por
los representantes del estructural-funcionalismo), como buen exponente del
positivismo adhiere a la explicación causalista. Afirma que los hechos no se
pueden explicar por su utilidad (o función), ya que en algunos casos la han
perdido pero continúan existiendo por la fuerza del hábito, por lo tanto es
necesario recurrir a la causa determinante. La misma debe buscarse siempre entre
los hechos sociales antecedentes. A su vez, un hecho social no puede ser
explicado por las conductas individuales, porque al ser exteriores a ellas
actúan coaccionando al individuo.
5. Reglas para la administración de la prueba: éste es el momento esencial de
una investigación, ya que sirve para determinar el valor de una hipótesis.
Durkheim recurre a la comparación y a las variaciones concomitantes para
comprobar si una conjetura puede ser verificada. Con respecto a las
comparaciones dijimos que construye tipos sociales; en cuanto a las variaciones
concomitantes, se trata de establecer el paralelismo de los valores por los que
pasan dos fenómenos en un número importante de casos (ya que descarta los
métodos de Mill). Por ejemplo: si cada vez que mediante una comparación
histórica observo que a un mayor desarrollo de la división del trabajo, lo
acompaña un mayor desarrollo de la solidaridad social orgánica (que se
manifiesta en áreas específicas: económica, política, jurídica, religiosa,
etc.), puedo inferir una relación causal que va desde el primer fenómeno hacia
el segundo. Esta relación se presenta en De la división social del trabajo, que
es una producción teórica anterior a la que estamos analizando, pero en la que
se detecta en forma anticipada un intento de aplicar el método indicado para
explicar el paso de la solidaridad mecánica a la orgánica. Posteriormente, en El
suicidio, Durkheim recurre en forma explícita a las variaciones concomitantes
para comprobar las relaciones del fenómeno estudiado con la integración social.
Construye tres categorías para agrupar los distintos tipos de suicidio: anómico,
egoísta y altruista. En la sociedad industrial tanto el suicidio anómico como el
egoísta crecen cuando la integración social es baja, mientras que el altruista
si bien se da por una integración muy elevada, es característico de sociedades
más atrasadas (en la actualidad por ejemplo, sí recurriésemos a esta
categorización, podríamos encuadrar ciertas acciones terroristas de los
representantes del fundamentalismo islámico, como casos de suicidio altruista,
por una alta integración con sociedades consideradas “inferiores” por los
evolucionistas). Más adelante señalaremos algunas inconsistencias en estos
abordajes de Durkheim Es de destacar que el liberalismo económico significó una
incursión temprana en este método (ya que basándose en las variaciones paralelas
entre dos fenómenos han intentado demostrar como operan las leyes del mercado),
luego extendido a otras disciplinas sociales hasta convertirse en un paradigma
Como todo cuerpo de decisiones ejemplares, el positivismo alberga expresiones
ortodoxas y otras más heterodoxas; una sofisticación técnica y la utilización de
un instrumental lógico-teórico han producido algunas versiones modernas que, sin
embargo, no marcan una ruptura con los principios fundamentales. Podemos citar
al respecto: el empirismo norteamericano, el neoevolucionismo antropológico, el
neoliberalismo económico, o algunas versiones que le otorgan un mayor peso
específico a la teoría, sin que por esto deje de estar subordinada en última
instancia a la observación, como es el caso del falsacionismo.
El empirismo norteamericano, tan cuestionado por C Wright Mills (13), es una de
las escuelas más difundidas del paradigma en los últimos años, tanto como una de
sus versiones más extremas. A diferencia de lo que ocurre con el positivismo
moderado, en este caso el nivel teórico carece de presencia explícita, sin
embargo, suele orientar las investigaciones desde un plano poco visible Se
caracteriza por limitar sus investigaciones a la producción y aplicación de un
conjunto de técnicas, con un predominio absoluto del nivel empírico y la
validación cuantitativa:
• construcción de una muestra representativa de la población que se desea
estudiar;
• construcción de una encuesta (cuestionario);
• aplicación de la encuesta a la muestra;
• análisis estadístico de los datos obtenidos.
La mayoría de las consultoras que proliferan como hongos en la actualidad, se
manejen con esta versión del método inductivo para realizar sus estudios (de
mercado, desocupación, pobreza, comportamiento electoral, perfil deseable para
el candidato, etc.), con resultados no siempre serios. Como ejemplo de lo que
afirmamos nos referiremos a un caso ocurrido en Tucumán (Argentina) durante las
elecciones del año 1999 para elegir a su gobernador. En dicha oportunidad
triunfó el candidato del Justicialismo, Miranda, sin embargo, tanto los
pronósticos previos como los datos obtenidos en boca de urna, anunciaban la
consagración del candidato oficialista Bussi (hijo del por entonces gobernador).
El análisis estadístico de los datos obtenidos mediante la aplicación de una
encuesta, realizado por las principales consultoras del país, arrojó los
siguientes resultados (14):
• Hugo Haime, pronosticaba una semana antes de la elección: Bussi 36 por ciento
(Fuerza Republicana), Miranda 24,5 por ciento (Justicialismo), Campero 24 por
ciento (Alianza).
• Centro de Opinión Pública (CEOP), 24 horas antes de la elección anunciaba que
Bussi le llevaba una ventaja de 8,2 puntos a Campero y 10 a Miranda;
• Julio Aurelio, le otorgaba a Bussi una diferencia de 9 puntos sobre el
Justicialismo (y lo confirmó luego en boca de urna);
• Sofres Ibope adelantó un virtual empate entre Fuerza Republicana (Bussi) y la
Alianza (Campero).
Consideramos que el error fundamental al que conduce esta aplicación del
inductivismo consiste en confundir una técnica con un método. Las encuestas son
simples instrumentos para obtener información, que cuando son acompañadas por
otras técnicas que nos permiten acceder a otros datos, y todos ellos son
abordados sistemáticamente con un método e interpretados a la luz de una teoría
explícita, resultan útiles para construir un conocimiento científico. Pero si se
las despoja de su carácter complementario, para transformarlas en la esencia del
proceso de investigación, lejos de favorecer la comprensión de una realidad que
es en sí misma compleja, se convierten en un obstáculo epistemológico. Si se
hubiesen considerado otros factores, como la estructura social de Tucumán (con
una fuerte presencia de votantes que dependen del empleo público), junto al
papel desempeñado por el miedo (sobretodo a perder el empleo), en una provincia
dominada por una organización política autoritaria en un territorio reducido,
probablemente el margen de error hubiera disminuido.
Los datos aportados representan un simple ejemplo que no pretende agotar el
tema, pero de todas maneras resulta ilustrativo en relación con la insuficiencia
de los estudios meramente cuantitativos. La medición, cuando es necesaria,
aporta al conocimiento científico en tanto esté subordinada a un enfoque
totalizador. En el caso analizado, surge un interrogante ineludible: ¿cómo medir
la opinión de los que no quieren opinar? Al referirse a otra categoría social
como son los marginados, Lapassade y Loureau sostienen: “Por definición, esta
categoría social escapa al aparato de integración estadística que engloba y
permite controlar las categorías no marginadas. El marginado tiene pocos o
ninguno de los “papeles” susceptibles de situarlos en algunas de las
innumerables casillas con las que la burocracia encasilla nuestra vida. Además,
se niega de buen grado a colaborar con los especialistas del control social, ya
se trate del asistente social, del psicólogo, o del sociólogo” (15). Las
opiniones tanto de los marginados como de los trabajadores estatales que temen
perder su empleo en una organización política autoritaria, son frecuentemente
difíciles de cuantificar (desde luego esto depende siempre del contexto
histórico), es allí donde la ciencia social debe aplicar todo su arsenal
metodológico, técnico y teórico para que los resultados sean más confiables.
Para los representantes del positivismo el investigador debe asumir una postura
realista, ya que la realidad es tal como se le percibe si se abandonan los
preconceptos y se utiliza sistemáticamente el método científico (ya aclaramos
que en las versiones menos ingenuas, es una comunidad científica no fragmentada
la que depura al conocimiento de posibles factores contaminantes). Al igual que
la naturaleza, la realidad social está gobernada por leyes que pueden ser
descubiertas por medio de la inducción; luego, la acumulación progresiva de
estas leyes va conformando un conocimiento científico. Ya que el punto de
partida es la percepción de una realidad que se presenta tal como es, la
observación del hecho social cumple un papel esencial en la construcción del
conocimiento. Esto no significa que la razón deba ser abandonada, por lo
contrario este conocimiento es considerado racional en contraposición con la
irracionalidad que suele caracterizar al conocimiento basado en el sentido
común, habitualmente calificado como vulgar. Pero una regla que se debe cumplir
inexorablemente, es la de subordinar la razón a la observación, el nivel teórico
al empírico, evitando así cualquier subjetivismo que nos aleje de la verdad
científica. Si bien este método parte de la observación de los hechos, las
hipótesis formuladas no dejan de ser una especulación de la razón, que sólo se
convertirán en conocimiento científico cuando nuevas observaciones, suficientes
y sistemáticamente registradas, nos permiten alcanzar la validación pretendida.
Además, la explicación de la realidad, nos conduce a prever y planificar.
Consideramos necesario advertir que una expresión neopositivista como el
falsacionismo, suele ser presentada como una escuela que recurre al método
hipotético-deductivo, ya que para sus representantes toda investigación es
orientada por una conjetura que se formula como intento de resolver algún
problema, por lo que no habría observación sin teoría. Sin embargo, albergamos
serias dudas al respecto, pues el plano teórico adquiere un carácter
absolutamente provisorio para los falsacionistas, ya que cualquier caso que lo
contraríe expone a éste a ser falsado, a no ser que la incorporación de
hipótesis complementarias permitan su salvación, pero sólo si implican un aporte
suficiente al conocimiento científico que las justifique (requisito de difícil
aplicación). Esto contradice el carácter estructural que manifiesta la teoría
entre los defensores de la deducción. Para un falsacionista la observación tiene
clara prioridad, por lo que consideramos que expresan un inductivismo más
moderado y sofisticado que el de los positivistas ortodoxos, pero no una postura
claramente deductiva. Por el contrario, Lakatos, cuando se refiere a los
cinturones que actúan como protectores del núcleo teórico (con los que la teoría
contrariada por algunas observaciones no se abandona rápidamente, pues un
programa de investigación cuenta con mecanismos heurísticos que le permiten
salvaguardarla durante un tiempo prudencial), se manifiesta como un exponente
mucho más fiel de dicha metodología (16). En realidad, si nos guiamos por el
planteo de los falsacionistas, la tan mentada Revolución Copernicana no hubiera
sido posible, ya que ciertas observaciones realizadas en aquellos tiempos en los
que no existía el telescopio, según las cuales Venus y Marte no cambiaban de
tamaño a lo largo de todo el año, refutaban la teoría elaborada por Copérnico.
Sin embargo, ésta se mantuvo en pie y con las posteriores observaciones
realizadas por Galileo (con la incorporación del telescopio) fue validada.
En las manifestaciones primeras e ingenuas del inductivismo la verificación de
la hipótesis es idéntica a la construcción de la verdad, en sus versiones más
sofisticadas y actuales, las técnicas de registro cuantitativo reemplazan el
concepto de verdad absoluta por la probabilidad estadística, la que debe ir
acompañada por una definición precisa acerca de cuáles son los márgenes de error
aceptables (habitualmente no superiores a un 3%). En el ejemplo analizado
resulta claro que un error de más de nueve puntos (en el mejor pronóstico)
resulta poco serio. Un adelantado en este tipo de estudios aplicados al campo
social fue el belga Adolphe Quételet (1796-1874), a quien Comte rechazó con
vehemencia por haberse dedicado a lo que él consideraba una materia menor como
la estadística; es más, el motivo por el que introduce el concepto sociología,
se relaciona con el desagrado que le había producido la apropiación del nombre
que él utilizó inicialmente para la nueva ciencia (física social) por parte de
Quételet en su obra Sobre el hombre y el desarrollo de las facultades humanas:
Ensayo sobre física social. En el caso de los neopositivistas falsacionistas,
una teoría es científica cuando resulta falsable pero aún no ha sido falsada (y
su falsación nos posibilita gestar un nuevo conocimiento que hace avanzar a la
ciencia), de allí su carácter provisorio que se contradice con la mayor
estabilidad presente en los defensores de la deducción como método. Esto es así,
porque cuando un cientista formula una teoría, o la adopta como esencialmente
válida para orientar su labor, realizando a partir de ella deducciones
(hipótesis de menor nivel de abstracción) que confrontará con los hechos
intentando hallar significativos grados de correspondencia, no está dispuesto a
abandonar su teoría con tanta facilidad como suponen los falsacionistas.
Es menester señalar que la visión de totalidad que adopta el paradigma, como el
método que de ella se deriva, debía conducir inevitablemente al surgimiento de
distintas ciencias sociales, abortando el planteo inicial de Comte y Durkheim.
En realidad ya en el siglo XVIII, los fisiócratas, y a posteriori Adam Smith,
inician la experiencia de construir una ciencia económica independiente a partir
de la utilización del método inductivo-experimental. Durante el mismo siglo, la
aplicación de técnicas estadísticas al estudio de la población, genera el
surgimiento de la demografía. El camino recorrido por el paradigma derivó en una
multiplicación de ciencias autónomas, que volvió habitualmente estéril el
intento de conocer una realidad compleja. Producidas las escisiones, surgió como
alternativa para profundizar los conocimientos, el trabajo interdisciplinario,
pero siempre concebido como un agregado de átomos (concepción atomista).
Retomando e incorporando algunas observaciones, podemos decir que en la
epistemología y el método sustentados por el Positivismo se destacan ciertos
principios fundamentales.
1. Si bien algunos positivistas del siglo XIX reconocían la necesidad de una
ciencia social única, resulta evidente que este postulado perdió vigencia, por
lo tanto el estudio científico de la realidad social es cada vez más el producto
de distintas ciencias sociales.
2. Las ciencias sociales son comparables a las ciencias naturales, por lo que
utilizan el mismo método (aunque con diversos matices): el
inductivo-experimental.
3. No sólo es deseable sino también posible alcanzar un conocimiento
absolutamente objetivo.
4. Esto se logra: limitándose a la aplicación del método científico; por el
carácter autocorregible que adopta este conocimiento dentro de una comunidad de
cientistas que tiene la posibilidad de entenderse a partir de un lenguaje común;
y defendiendo la neutralidad valorativa (la ciencia no debe comprometerse con su
objeto de estudio, ni debe propiciar interpretaciones por el carácter subjetivas
que ellas adquieren).
5. El método privilegia el nivel empírico, la razón subordinada a la
observación.
6. Los casos particulares son irrelevantes, ya que es fundamental detectar
regularidades, es decir, aquello que se reitera en distintos casos.
7. La observación de los hechos y las técnicas de registro cuantitativo
desempeñan un papel central en la validación de la teoría construida.
En Los límites de la objetividad de Schuster, citado en la primera parte de
nuestro trabajo, se analiza el tipo de objetividad defendida por este paradigma
a través del enfoque realizado por Thomas Simpson en un seminario que dirigió en
la Sociedad Argentina de Análisis Filosófico, sus fuentes serían: “un dominio
observacional dado (independiente del sujeto), un lenguaje descriptivo
constante, compartido por sostenedores de distintas teorías y con el que podemos
comunicarnos, una metodología compartida y una comunidad racional que progresa
en el conocimiento del mundo real (el conocimiento es acumulativo)”(17).
Antes de concluir nuestra exposición sobre el Positivismo, deseamos señalar
ciertas incongruencias entre método y teoría puestas de manifiesto por algunos
de sus más conspicuos defensores. En la primera parte de nuestro trabajo
sosteníamos que quienes utilizan el método inductivo parten de una visión de la
totalidad atomista, es decir, concibiéndola como el producto de un agregado de
átomos o elementos, lo que facilita su escisión para un estudio que va desde los
casos particulares hacia las generalizaciones, desde el nivel empírico al
teórico. Sin embargo, tanto Comte como fundamentalmente Durkheim, consideran a
la realidad social desde una perspectiva organicista, ya que el todo es superior
a sus partes y determina la función que éstas cumplen; por lo que el método al
que deberían recurrir es el deductivo, que desde hipótesis abstractas
(generales) comienza a deducir otras más concretas hasta poder confrontarlas con
los hechos observables. Esta concepción de la totalidad produjo inevitables
desfases con el método sostenido a la hora de su aplicación concreta.
Consideramos que lo que en realidad ocurre, es que en estos cientistas sociales
se manifiesta una inocultable contradicción entre su visión acerca del deber ser
de la actividad científica, influida por el planteo por entonces dominante en
las prestigiadas ciencias naturales (utilización del método inductivo como
garantía de cientificidad), y por otro lado la presencia de algunas hipótesis
generales previas a la investigación que desempeñan un papel ideológico. La
necesidad de construir un nuevo orden social fue una prioridad para Durkheim
(como para otros cientistas sociales del siglo XIX identificados con las
premisas del eje del orden), quien confundiendo su visión de mundo con la
realidad empírica, sostuvo por ejemplo que la división del trabajo en la
sociedad industrial conducía a ésta hacia un tipo de solidaridad superior a la
del pasado, en la que cada uno desempeñaría una función (ocupación) específica
complementándose armoniosamente con las funciones realizadas por otros. Cuando
comprobó que su teoría entraba en contradicción con los hechos que efectivamente
podía observar, en una Europa atravesada hacia fines del siglo XIX por una alta
conflictividad social, introdujo la hipótesis que da cuenta de formas anómicas o
patológicas de división del trabajo, para no abandonar una teoría que no había
sido construida a través del inductivismo defendido. Curiosamente criticó a
Comte por no ser fiel a sus principios metodológicos: “Es verdad que Comte ha
proclamado que los fenómenos sociales son hechos naturales sometidos a leyes
naturales. Con ello ha reconocido implícitamente su carácter de cosas, porque no
hay más que cosas en la naturaleza. Pero cuando saliendo de esas generalidades
filosóficas intenta aplicar su principio y hacer surgir de él la ciencia que
contenía, son las ideas lo que toma como objetos de estudio. En efecto, lo que
constituye la materia principal de su sociología es el progreso de la humanidad
en el tiempo. Parte de la idea de que hay una evolución continua del género
humano...” (18).(las reglas pág. 52)
Durkheim es consecuente con su método cuando plantea la construcción de tipos
sociales en Las reglas del método, partiendo de las agrupaciones sociales más
simples hasta llegar (a través de una complejización creciente) a la sociedad
industrial; pero a partir de ese momento ésta (el todo social) se vuelve
autosuficiente determinando las funciones de las partes, con lo que un abordaje
inductivo resulta de dudosa aplicación, ya que la solidaridad orgánica que
caracterizaría a esa sociedad se asemeja más a una deducción (realizada a partir
de su visión organicista) que a una observación concreta. En el aspecto
analizado resulta más coherente el planteo asumido dentro del paradigma por los
actuales exponentes del empirismo (que no parten de una teoría, por lo menos
explícita), o por la escuela liberal clásica, que analiza la sociedad a partir
del encuentro de los hombres (átomos) en un espacio común expresado por el
concepto mercado; al igual que el enfoque de Mill que acentúa la libertad
individual sobre la sociedad. Con esto no queremos decir que todos ellos estén
al margen de las influencias ideológicas presentes en Durkheim o Comte, sino que
la forma en que estas se manifiestan, guardan una relación más estrecha con la
visión de la totalidad que tienen los defensores de la inducción metodológica.
Sin embargo, al actual neoliberalismo también se le complica el panorama cuando
intenta mantener un mínimo de correspondencia entre la aplicación del método
científico (incluida la variante falsacionista) y la teoría explicitada, ya que
las manifestaciones concretas de la realidad económica contradicen mucho más que
en el siglo XIX “las certezas” sustentadas (libre competencia productiva, libre
comercio, autorregulación entre oferta y demanda, y la actual teoría del
derrame, sobretodo en los países subdesarrollados). Nuevamente resulta de dudosa
verosimilitud la construcción empírica de estos conceptos, que, por lo tanto, se
transforman en abstracciones desde las que se pretende encorsetar la realidad.
Mientras que desde una perspectiva falsacionista consecuente, deberían
considerarse insostenibles las conjeturas formuladas, ya que pueden ser
fácilmente falsadas por la observación.
En definitiva, la dudosa rigurosidad de la teoría construida, surge de una
defectuosa aplicación del método sustentado, ante lo cual se impone un
interrogante: ¿cuáles son las posibilidades fácticas de una inducción plena?
*Fragmento perteneciente al libro (inédito): “La totalidad fragmentada. Un
enfoque alternativo de la ciencia social”
Responsable de su publicación original en Internet: Cuaderno de la Ciencia
Social http://www.elortiba.org/cs.html
Política
Internacional
Guerra, drogas
y política, elementos del mundo bipolar
Por Noam Chomsky •
27/09/09
¿Qué lecciones nos han dejado dos décadas de una realidad mundial unipolar? Noam
Chomsky disertó ayer por la tarde largamente sobre esta pregunta y dejó en oídos
del auditorio ideas sorprendentes, en una conferencia magistral en la Sala
Nezahualcóyotl, transmitida en vivo por TV Unam y 12 televisoras públicas y
universitarias que se enlazaron para enviar la señal a Aguascalientes, Hidalgo,
Michoacán, Morelos, Puebla, Quintana Roo, San Luis Potosí, Tlaxcala, Yucatán,
Durango y Nuevo León, además de por La Jornada on line.
Ideas sorprendentes como la de Barack Obama, presidente de Estados Unidos,
descrito como una mercancía con una mercadotecnia tan exitosa, que el año pasado
mereció el primer lugar en campañas promocionales por parte de la industria de
la publicidad. Más famoso que las computadoras Apple. Tan vendible como una
pasta de dientes o un fármaco. O la idea de que la invasión estadunidense a
Panamá, en 1989, hoy apenas una nota a pie de página para muchos, fue en
realidad la señal de que Wa-shington iniciaba, a través de la ficción de la
guerra contra las drogas, una nueva etapa de dominación, cuando apenas habían
pasado algunas semanas de la caída del Muro de Berlín. O bien, un dato puntual,
asombroso: la preocupación manifestada en 1990, en un taller de desarrollo de
estrategias para América Latina en el Pentágono, de que una eventual apertura
democrática en México osara desafiar a Estados Unidos. La solución propuesta fue
imponer a nuestro país un tratado que lo atara de manos con las reformas
neoliberales. La propuesta se materializó en el Tratado de Libre Comercio (TLC),
que entró en vigor en 1994.
Así, la reseña de Chomsky de las dos últimas dos décadas llegó al momento
actual, al proceso de remilitarización de América Latina con siete nuevas bases
en Colombia y la reactivación de la Cuarta Flota de su armada. Todo, para
aterrizar en la visión de un continente, el nuestro, que pese a todo comienza a
liberarse por sí solo de este yugo, con gobiernos que desafían las directrices
de Washington, pero sobre todo con movimientos populares de masas de gran
significación. Congruente con esta importancia que Chomsky da a los procesos
sociales y a su constante llamado a visibilizar a sus protagonistas, al concluir
su conferencia magistral y una entrevista con TV Unam, el académico todavía tuvo
fuerzas para encontrarse brevemente con Trinidad Ramírez, dirigente del Frente
de Pueblos en Defensa de la Tierra, de San Salvador Atenco, esposa del preso
político Ignacio del Valle, la cual agradeció al conferencista que fuera
firmante de la segunda campaña por la libertad de 11 presos, le regaló su
paliacate rojo y, por supuesto, también su machete.— Blanche Petrich, La
Jornada, México D.F.
Al pensar en cuestiones internacionales, es útil tener presentes varios
principios de generalidad e importancia considerables. El primero es la máxima
de Tucídides: Los fuertes hacen lo que quieren, y los débiles sufren como es
menester. Esto tiene un importante corolario: todo Estado poderoso descansa en
especialistas en apologética, cuya tarea es mostrar que lo que hacen los fuertes
es noble y justo y lo que sufren los débiles es su culpa. En el Occidente
contemporáneo a estos especialistas se les llama intelectuales y, con
excepciones marginales, cumplen su tarea asignada con habilidad y sentimientos
de superioridad moral, pese a lo disparatado de sus alegatos. Su práctica se
remonta a los orígenes de la historia de la que tenemos registro.
Los principales arquitectos
Un segundo punto, que no hay que olvidar, lo expresó Adam Smith. Él se refería a
Inglaterra, la potencia más grande de su tiempo, pero sus observaciones son
generalizables. Smith observaba que los principales arquitectos de políticas
públicas en Inglaterra eran los comerciantes y los fabricantes, quienes se
aseguraban de que sus intereses fueran bien servidos por tales políticas, por
gravoso que fuera el efecto en otros –incluido el pueblo de Inglaterra– y pese a
la severidad que tuvieran para quienes sufren la salvaje injusticia de los
europeos en otras partes.
Smith fue una de esas raras figuras que se apartaron de la práctica normal de
retratar a Inglaterra como una potencia angelical, única en la historia del
mundo, dedicada sin egoísmo al bienestar de los bárbaros. Un ejemplo revelador,
en estos términos exactos, es un ensayo clásico de John Stuart Mill, uno de los
más decentes e inteligentes intelectuales occidentales, en el que explicaba por
qué Inglaterra tenía que culminar su conquista de la India en aras de los más
puros fines humanitarios. Lo escribió justo en el momento de mayores atrocidades
de Inglaterra en la India, cuando el verdadero fin de una mayor conquista era
permitir a Inglaterra apoderarse del monopolio del opio y establecer la más
extraordinaria empresa de narcotráfico en la historia mundial, y así obligar a
China, con lanchas cañoneras y venenos, a aceptar las mercancías de fabricación
británicas, que China no quería.
La plegaria de Mill es la norma cultural. La máxima de Smith es la norma
histórica.
Hoy, los principales arquitectos de las políticas públicas no son los
comerciantes y los fabricantes, sino las instituciones financieras y las
corporaciones trasnacionales.
Una refinada versión actual de la máxima de Smith es la teoría de la inversión
en política, desarrollada por el economista político Thomas Ferguson, la cual
considera que las elecciones son la ocasión para que grupos de inversionistas se
unan con el fin de controlar el Estado, en esencia comprando las elecciones.
Como muestra Ferguson, esta teoría es un mecanismo muy bueno para predecir
políticas públicas durante un periodo largo.
Entonces, para lo ocurrido en 2008 debimos haber anticipado que los intereses de
las industrias financieras tendrían prioridad para el gobierno de Obama. Fueron
sus principales provedoras de fondos y se inclinaron mucho más por Obama que por
McCain. Y así resultó ser. El semanario de negocios Business Week se ufana ahora
de que la industria de las aseguradoras ganó la batalla por la atención a la
salud, y de que las instituciones financieras que crearon la crisis actual
emergen incólumes y aun fortalecidas, tras un enorme rescate público –lo que
acomoda el escenario para la siguiente crisis–, apuntan los editores. Y añaden
que otras corporaciones aprendieron valiosas lecciones de estos triunfos y ahora
organizan grandes campañas para frenar la aprobación de cualquier medida
relacionada con energía y conservación (por suave que sea), con pleno
conocimiento de que frenar esas medidas negará a sus nietos cualquier
posibilidad de supervivencia decente. Por supuesto, no es que sean malas
personas, ni son ignorantes. Ocurre que las decisiones son imperativos
institucionales. Quienes deciden no seguir las reglas son excluidos, a veces en
formas muy notables.
Las elecciones en Estados Unidos son montajes espectaculares (extravaganzas),
conducidos por la enorme industria de las relaciones públicas que floreció hace
un siglo en los países más libres del mundo, Inglaterra y Estados Unidos, donde
las luchas populares habían ganado la suficiente libertad para que el público ya
no tan fácilmente fuera controlado por la fuerza. Entonces, los arquitectos de
las políticas públicas se dieron cuenta de que iba a ser necesario controlar las
actitudes y las opiniones. Uno de los elementos de la tarea era controlar las
elecciones.
Estados Unidos no es una democracia guiada como Irán, donde los candidatos
requieren la aprobación de los clérigos imperantes. En sociedades libres, como
Estados Unidos, son las concentraciones de capital las que aprueban candidatos
y, entre quienes pasan por el filtro, los resultados terminan casi siempre
determinados por los gastos de campaña.
Los operadores políticos están siempre muy conscientes de que con frecuencia el
público disiente profundamente, en algunos puntos, de los arquitectos de las
políticas públicas. Entonces, las campañas electorales evitan ahondar en
cualquier punto y favorecen las consignas, las florituras de oratoria, las
personalidades y el chismorreo. Cada año la industria de la publicidad otorga un
premio a la mejor campaña promocional del año. En 2008 el premio se lo llevó la
campaña de Obama, derrotando incluso a las computadoras Apple. Los ejecutivos
estaban eufóricos. Se ufanaban abiertamente de que éste era su éxito más grande
desde que comenzaron a promocionar candidatos cual si fueran pasta de dientes o
fármacos que asocian con estilos de vida, técnicas que cobraron fuerza durante
el periodo neoliberal, primero que nada con Reagan.
En los cursos de economía, uno aprende que los mercados se basan en consumidores
informados que eligen racionalmente sus opciones. Pero quien mire un anuncio de
televisión sabe que las empresas destinan enormes recursos a crear consumidores
uniformados que eligen irracionalmente sus opciones. Los mismos dispositivos
utilizados para derruir mercados se adaptan al objetivo de socavar la
democracia, creando votantes desinformados que tomarán decisiones irracionales a
partir de una limitada serie de opciones compatibles con los intereses de los
dos partidos, que a lo sumo son facciones competidoras de un solo partido
empresarial.
Tanto en el mundo de los negocios como en el político, los arquitectos de las
políticas públicas son constantemente hostiles con los mercados y con la
democracia, excepto cuando buscan ventajas temporales. Por supuesto, la retórica
puede decir otra cosa, pero los hechos son bastante claros.
La máxima de Adam Smith tiene algunas excepciones, que son muy instructivas. Un
ejemplo contemporáneo importante son las políticas de Washington hacia Cuba
desde que ésta obtuvo su independencia, hace 50 años. Estados Unidos es una
sociedad que goza de una libertad poco común, así que contamos con buen acceso a
los registros internos que revelan el pensamiento y los planes de los
arquitectos de las políticas públicas. A los pocos meses de la independencia de
Cuba, el gobierno de Eisenhower formuló planes secretos para derrocar al régimen
e inició programas de guerra económica y de terrorismo, cuya escala fue
aumentada bruscamente por Kennedy, y que continúan en varias formas hasta
nuestros días. Desde el inicio, la intención explícita fue castigar lo
suficiente al pueblo cubano para que derrocara al régimen criminal. Su crimen
era haber logrado desafiar políticas estadunidenses que databan de la década de
1820, cuando la doctrina Monroe declaró la intención estadunidense de dominar el
hemisferio occidental sin tolerar interferencia alguna de fuera ni de dentro.
Aunque las políticas bipartidistas hacia Cuba concuerdan con la máxima de
Tucídides, entran en conflicto con el principio de Adam Smith, y como tales nos
brindan una mirada especial sobre cómo se configuran las políticas. Durante
décadas, el pueblo estadunidense ha favorecido la normalización de relaciones
con Cuba. Desatender la voluntad de la población es normal, pero en este caso es
más interesante que sectores poderosos del mundo de los negocios favorezcan
también la normalización: las agroempresas, las corporaciones farmacéuticas y de
energía, y otros que comúnmente fijan los marcos de trabajo básicos para la
construcción de políticas. En este caso sus intereses son atropellados por un
principio de los asuntos internacionales que no recibe el reconocimiento
apropiado en los tratados académicos en la materia: podríamos llamarlo el
principio de la Mafia. El Padrino no tolera que nadie lo desafíe y se salga con
la suya, ni siquiera el pequeño tendero que no puede pagarle protección. Es muy
peligroso. Debe, por tanto, erradicarse brutalmente, de tal modo que otros
entiendan que desobedecer no es opción. Que alguien logre desafiar al Amo puede
volverse un virus que disemine el contagio, por tomar prestado el término usado
por Kissinger cuando se preparaba a derrocar el gobierno de Allende.
Ésa ha sido una doctrina principal en la política exterior estadunidense durante
el periodo de su dominio global y, por supuesto, tiene muchos precedentes. Otro
ejemplo, que no tengo tiempo de revisar aquí, es la política estadunidense hacia
Irán a partir de 1979.
Tomó su tiempo cumplir los objetivos plasmados en la doctrina Monroe, y algunos
de éstos siguen topándose con muchos impedimentos. El fin último perdura y es
incuestionable. Adquirió mucho mayor significación cuando, tras la Segunda
Guerra Mundial, Estados Unidos se convirtió en una potencia global dominante y
desplazó a su rival británico. La justificación se ha analizado con lucidez.
Por ejemplo, cuando Wa-shington se preparaba para derrocar al gobierno de
Allende, el Consejo de Seguridad Nacional puntualizó que si Estados Unidos no
lograba controlar América Latina, no podría esperar consolidar un orden en
ninguna parte del mundo, es decir, imponer con eficacia su dominio sobre el
planeta. La credibilidad de la Casa Blanca se vería socavada, como lo expresó
Henry Kissinger. Otros también podrían intentar salirse con la suya en el
desafío si el virus chileno no era destruido antes de que diseminara el
contagio. Por tanto, la democracia parlamentaria en Chile tuvo que irse, y así
ocurrió el primer 11 de septiembre, en 1973, que está borrado de la historia en
Occidente, aunque en términos de consecuencias para Chile y más allá sobrepase,
por mucho, los terribles crímenes del 11 de septiembre de 2001.
Aunque las máximas de Tucídides y Smith, y el principio de la Mafia, no dan
cuenta de todas las decisiones de política exterior, cubren una gama bastante
amplia, como también lo hace el corolario referente al papel de los
intelectuales. No son el final de la sabiduría, pero se encaminan a él.
Con el contexto proporcionado hasta el momento, miremos el momento unipolar, que
es el tópico de gran cantidad de discusiones académicas y populares desde que se
colapsó la Unión Soviética, hace 20 años, dejando a Estados Unidos como la única
superpotencia global en vez de ser sólo la primera superpotencia, como antes.
Aprendemos mucho acerca de la naturaleza de la guerra fría, y del desarrollo de
los acontecimientos desde entonces, mirando cómo reacciona Washington a la
desaparición de su enemigo global, esa conspiración monolítica y despiadada para
apoderarse del mundo, como la describía Kennedy.
Unas semanas después de la caída del Muro de Berlín, Estados Unidos invadió
Panamá. El propósito era secuestrar a un delincuente menor, que fue llevado a
Florida y sentenciado por crímenes que había cometido, en gran medida, mientras
cobraba en la CIA. De valioso amigo se convirtió en demonio malvado por intentar
adoptar una actitud desafiante y salirse con la suya, al andarse con pies de
plomo en el apoyo a las guerras terroristas de Reagan en Nicaragua.
La invasión mató a varios miles de personas pobres en Panamá, según fuentes
panameñas, y reinstauró el dominio de los banqueros y narcotraficantes ligados a
Estados Unidos. Fue apenas algo más que una nota de pie de página en la
historia, pero en algunos aspectos rompió la tendencia. Uno de ellos fue que se
hizo necesario contar con un nuevo pretexto, y éste llegó rápido: la amenaza de
narcotraficantes de origen latino que buscan destruir a Estados Unidos. Richard
Nixon ya había declarado la guerra contra las drogas, pero ésta asumió un nuevo
y significativo papel durante el momento unipolar.
Sofisticación tecnológica en el tercer mundo
La necesidad de un nuevo pretexto guió también la reacción oficial en Washington
ante el colapso de la superpotencia enemiga. El gobierno de Bush padre trazó el
nuevo rumbo a los pocos meses: en resumidas cuentas, todo se mantendrá bastante
igual, pero tendremos nuevos pretextos. Todavía requerimos de un enorme sistema
militar, pero ahora hay un nuevo justificante: la sofisticación tecnológica de
las potencias del tercer mundo. Tenemos que mantener la base industrial de
defensa, eufemismo para describir la industria de alta tecnología apoyada por el
Estado. Debemos mantener fuerzas de intervención dirigidas a las regiones ricas
en energéticos de Medio Oriente, donde no haríamos responsable al Kremlin de las
amenazas significativas a nuestros intereses, a diferencia de las décadas de
engaño cuando eso ocurría.
Todo lo anterior pasó muy en silencio, apenas si se notó. Pero para quienes
confían en entender el mundo, es bastante ilustrativo.
Como pretexto para una intervención, fue útil invocar una guerra a las drogas,
pero como pretexto es muy estrecho. Se necesitaba uno de más arrastre.
Rápidamente las elites se volcaron a la tarea y cumplieron su misión. Declararon
una revolución normativa que confería a Estados Unidos el derecho a una
intervención por razones humanitarias escogida por definición, por la más noble
de las razones.
Para expresarlo con sutileza, ni las víctimas tradicionales se inmutaron. Las
conferencias de alto nivel en el Sur global condenaron con amargura “el así
llamado ‘derecho’ a una intervención humanitaria”. Era necesario un refinamiento
adicional, por lo que se diseñó el concepto de responsabilidad de proteger.
Quienes prestan atención a la historia no se sorprenderán al descubrir que las
potencias occidentales ejercen su responsabilidad de proteger de modo muy
selectivo, en adherencia estricta a las tres máximas descritas. Los hechos
perturban de tan obvios, y requieren considerable agilidad de las clases
intelectuales: otra reveladora historia que debo dejar de lado.
Conforme el momento unipolar se iluminó, otra cuestión que se puso al frente fue
el destino de la OTAN. La justificación tradicional para la organización era la
defensa contra las agresiones soviéticas. Al desaparecer la Unión Soviética se
evaporó el pretexto. Las almas ingenuas, que tienen fe en las doctrinas del
momento, habrían esperado que la OTAN desapareciera también; por el contrario,
se expandió con rapidez. Los detalles revelan mucho acerca de la guerra fría y
de lo que siguió. A nivel más general revelan cómo se forman y ejecutan las
políticas de los estados.
A medida que se colapsó la Unión Soviética, Mijail Gorbachov hizo una pasmosa
concesión: permitió que una Alemania unificada se uniera a una alianza militar
hostil encabezada por la superpotencia global, pese a que Alemania por sí sola
casi había destruido Rusia en dos ocasiones durante el siglo XX. Sin embargo,
fue un quid pro quo, un esto por aquello, una reciprocidad. El gobierno de Bush
prometió a Gorbachov que la OTAN no se extendería a Alemania oriental, y que
desde luego no llegaría más al oriente. También le aseguró al mandatario
soviético que la organización se transformaría en un ente más político.
Gorbachov propuso también una zona libre de armas nucleares desde el Ártico al
Mar Negro, un paso hacia una zona de paz que eliminara cualquier amenaza a
Europa occidental u oriental. Tal propuesta se pasó por alto sin consideración
alguna.
Poco después llegó Bill Clinton al cargo. Muy pronto se desvanecieron los
compromisos de Washington. No es necesario abundar sobre la promesa de que la
OTAN se convertiría en un ente más político. Clinton expandió la organización
hacia el este, y Bush fue más allá. En apariencia Barack Obama intenta continuar
la expansión.
Un día antes del primer viaje de Barack Obama a Rusia, su asistente especial en
Seguridad Nacional y Asuntos Eurasiáticos informó a la prensa: No vamos a dar
seguridades a los rusos, ni a darles ni intercambiar nada con ellos respecto de
la expansión de la OTAN o la defensa con misiles.
Se refería a los programas de defensa con misiles estadunidenses en Europa
oriental y a la posibilidad de convertir en miembros de la OTAN a dos vecinos de
Rusia, Ucrania y Georgia. Ambos pasos eran vistos por los analistas occidentales
como serias amenazas a la seguridad rusa, por lo que, de igual modo, podían
inflamar las tensiones internacionales.
Ahora, la jurisdicción de la OTAN es todavía más amplia. El asesor de Seguridad
Nacional de Obama, el comandante de Marina James Jones, hace llamados a que la
organización se amplíe al sur y también al este, de modo que se refuerce el
control estadunidense sobre las reservas energéticas de Medio Oriente. El
general Jones también aboga por una fuerza de respuesta de OTAN, que confiera a
la alianza militar encabezada por Estados Unidos mucho mayor capacidad y
flexibilidad para efectuar acciones con rapidez y en distancias muy largas,
objetivo que ahora Washington se empeña en lograr en Afganistán.
El secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, informó a la
conferencia de la organización que las tropas de la alianza tienen que custodiar
los ductos de crudo y gas que van directamente a Occidente y, de modo más
general, proteger las rutas marinas utilizadas por los buques cisternas y otras
cruciales infraestructuras del sistema energético. Dicha decisión expresa de
forma más explícita las políticas posteriores a la guerra fría: remodelar la
OTAN para volverla una fuerza de intervención global encabezada por Estados
Unidos, cuya preocupación especial sea el control de los energéticos.
Supuestamente, la tarea incluye la protección de un ducto de 7 mil 600 millones
de dólares que conduciría gas natural de Turkmenistán a Pakistán e India,
pasando por la provincia de Kandahar, en Afganistán, donde están desplegadas las
tropas canadienses. La meta es bloquear la posibilidad de que un ducto alterno
brinde a Pakistán e India gas procedente de Irán, y disminuir la dominación rusa
de las exportaciones energéticas de Asia central, según informó la prensa
canadiense, bosquejando con realismo algunos de los contornos del nuevo gran
juego en el que la fuerza de intervención internacional encabezada por Estados
Unidos va a ser un jugador principal.
Desde los primeros días posteriores a la guerra fría, se entendía que Europa
occidental podría optar por un curso independiente, tal vez con una visión
gaullista de Europa, del Atlántico a los Urales. En este caso el problema no es
un virus que pueda diseminar el contagio, sino una pandemia que podría
desmantelar todo el sistema de control global. Se supone que, al menos en parte,
la OTAN intenta contrarrestar esa seria amenaza. La expansión actual de la
alianza, y los ambiciosos objetivos de la nueva organización, dan nuevo empuje a
esos fines.
Los acontecimientos continúan atravesando el momento unipolar, adhiriéndose bien
a los principios que rigen los asuntos internacionales. Más en específico, las
políticas se conforman muy cerca de las doctrinas del orden mundial formuladas
por los planificadores estadunidenses de alto nivel durante la Segunda Guerra
Mundial. A partir de 1939, reconocieron que, fuera cual fuese el resultado de la
guerra, Estados Unidos se convertiría en una potencia global y desplazaría a
Gran Bretaña. En concordancia, desarrollaron planes para que Estados Unidos
ejerciera control sobre una porción sustancial del planeta. Esta gran área, como
le llaman, habría de comprender por lo menos el hemisferio occidental, el
antiguo imperio británico, el Lejano Oriente y los recursos energéticos de Asia
occidental. En esta gran área, Estados Unidos habría de mantener un poder
incuestionable, una supremacía militar y económica, y actuaría para garantizar
los límites de cualquier ejercicio de soberanía por parte de estados que
pudieran interferir con sus designios globales. Al principio los planificadores
pensaron que Alemania predominaría en Europa, pero conforme Rusia comenzó a
demoler la Wermacht (las fuerzas armadas nazis), la visión se hizo más y más
expansiva, y se buscó que la gran área incorporara la mayor extensión de Eurasia
que fuera posible, por lo menos Europa occidental, el corazón económico de
Eurasia.
Se desarrollaron planes detallados y racionales para la organización global, y a
cada región se le asignó lo que se le llamó su función. Al Sur en general se le
asignó un papel de servicio: proporcionar recursos, mano de obra barata,
mercados, oportunidades de inversión y más tarde otros servicios, tales como
recibir la exportación de desperdicios y contaminación. En ese entonces, Estados
Unidos no estaba tan interesado en África, así que la pasó a Europa para que
explotara su reconstrucción a partir de la destrucción de la guerra. Uno podría
imaginar relaciones diferentes entre África y Europa a la luz de la historia,
pero no se tuvieron en cuenta. En contraste, se reconoció que las reservas de
petróleo de Medio Oriente eran una estupenda fuente de poder estratégico y uno
de los premios materiales más grandes en la historia del mundo: la más
importante de las áreas estratégicas del mundo, para ponerlo en palabras de
Eisenhower. Y los planificadores se daban cuenta de que el control del crudo de
Medio Oriente proporcionaría a Estados Unidos el control sustancial del mundo.
Quienes consideran significativas las continuidades de la historia tal vez
recuerden que los planificadores de Truman hacían eco de las doctrinas de los
demócratas jacksonianos al momento de la anexión de Texas y de la conquista de
medio México, un siglo antes. Tales predecesores anticiparon que las conquistas
proporcionarían a Estados Unidos un virtual monopolio del algodón, el
combustible de la primera revolución industrial: Ese monopolio, ahora asegurado,
pone a todas las naciones a nuestros pies, declaró el presidente Tyler. En esa
forma, Estados Unidos podría esquivar el disuasivo británico, el mayor problema
de esa época, y ganar influencia internacional sin precedente.
Concepciones semejantes guiaron a Washington en su política petrolera. De
acuerdo con ella –explicaba el Consejo de Seguridad Nacional de Eisenhower–,
Estados Unidos debe respaldar regímenes rudos y brutales y bloquear la
democracia y el desarrollo, aunque eso provoque una campaña de odio contra
nosotros, como observó el presidente Eisenhower 50 años antes de que George W.
Bush preguntara en tono plañidero por qué nos odian y concluyera que debía ser
porque odiaban nuestra libertad.
Con respecto a América Latina, los planificadores posteriores a la Segunda
Guerra Mundial concluyeron que la primera amenaza a los intereses estadunidenses
la representan los regímenes radicales y nacionalistas que apelan a las masas de
población y buscan satisfacer la demanda popular de mejoramiento inmediato de
los bajos estándares de vida de las masas y el desarrollo a favor de las
necesidades internas del país. Estas tendencias entran en conflicto con las
demanda de un clima económico y político que propicie la inversión privada, con
la adecuada repatriación de las ganancias y la protección de nuestras materias
primas. Gran parte de la historia subsiguiente fluye de estas concepciones que
nadie cuestiona.
TLC, cura recomendada
En el caso especial de México, el taller de desarrollo de estrategias para
América Latina, celebrado en el Pentágono en 1990, halló que las relaciones
Estados Unidos-México eran extraordinariamente positivas, y que no las
perturbaba ni el robo de elecciones, ni la violencia de Estado, ni la tortura o
el escandaloso trato dado o obreros y campesinos, ni otros detalles menores. Los
participantes en el taller sí vieron una nube en el horizonte: la amenaza de
“una ‘apertura a la democracia’ en México”, la cual, temían, podría poner en el
cargo a un gobierno más interesado en desafiar a Estados Unidos sobre bases
económicas y nacionalistas. La cura recomendada fue un tratado Estados
Unidos-México que encerrara al vecino en su interior y proponerle las reformas
neoliberales de la década de 1980, que ataran de manos a los actuales y futuros
gobiernos mexicanos en materia de políticas económicas.
En resumen, el TLCAN, impuesto puntualmente por el Poder Ejecutivo en oposición
a la voluntad popular.
Y al momento en que el TLCAN entraba en vigor, en 1994, el presidente Clinton
instituía también la Operación Guardián, que militarizó la frontera mexicana. Él
la explicó así: no entregaremos nuestras fronteras a quienes desean explotar
nuestra historia de compasión y justicia. No mencionó nada acerca de la
compasión y la justicia que inspiraron la imposición de tales fronteras, ni
explicó cómo el gran sacerdote de la globalización neoliberal entendía la
observación de Adam Smith de que la libre circulación de mano de obra es la
piedra fundacional del libre comercio.
La elección del tiempo para implantar la Operación Guardián no fue para nada
accidental. Los analistas racionales anticiparon que abrir México a una
avalancha de exportaciones agroindustriales altamente subsidiadas tarde o
temprano socavaría la agricultura mexicana, y que las empresas mexicanas no
aguantarían la competencia con las enormes corporaciones apoyadas por el Estado
que, conforme al tratado, deberían operar libremente en México. Una consecuencia
probable sería la huída de muchas personas a Estados Unidos junto con quienes
huyen de los países de Centroamérica, arrasados por el terrorismo reaganita. La
militarización de la frontera fue un remedio natural.
Las actitudes populares hacia quienes huyen de sus países –conocidos como
extranjeros ilegales– son complejas. Prestan servicios valiosos en su calidad de
mano de obra superbarata y fácilmente explotable. En Estados Unidos las
agroempresas, la construcción y otras industrias descansan sustancialmente en
ellos, y ellos contribuyen a la riqueza de las comunidades en que residen. Por
otra parte, despiertan tradicionales sentimientos antimigrantes, persistente y
extraño rasgo en esta sociedad de migrantes que arrastra una historia de
vergonzoso trato hacia ellos. Hace pocas semanas, los hermanos Kennedy fueron
vitoreados como héroes estadunidenses. Pero a fines del siglo XIX los letreros
de ni perros ni irlandeses no los habrían dejado entrar a los restaurantes de
Boston. Hoy los emprendedores asiáticos son una fulgurante innovación en el
sector de alta tecnología. Hace un siglo, acciones racistas de exclusión
impedían el acceso de asiáticos, porque se les consideraba amenazas a la pureza
de la sociedad estadunidense.
Sean cuales fueren la historia y las realidades económicas, los inmigrantes han
sido siempre percibidos por los pobres y los trabajadores como una amenaza a sus
empleos, sus modos de vida y su subsistencia. Es importante tener en cuenta que
la gente que hoy protesta con furia ha recibido agravios reales. Es víctima de
los programas de manejo financiero de la economía y de globalización neoliberal,
diseñados para transferir la producción hacia fuera y poner a los trabajadores a
competir unos con otros a escala mundial, bajando los salarios y las
prestaciones, mientras se protege de las fuerzas del mercado a los profesionales
con estudios. Los efectos han sido severos desde los años de Reagan, y con
frecuencia se manifiestan de modos feos y extremos, como muestran las primeras
planas de los diarios en los días que corren. Los dos partidos políticos
compiten por ver cuál de ellos puede proclamar en forma más ferviente su
dedicación a la sádica doctrina de que se debe negar la atención a la salud a
los extranjeros ilegales. Su postura es consistente con el principio,
establecido por la Suprema Corte, de que, de acuerdo con la ley, esas criaturas
no son personas, y por tanto no son sujetos de los derechos concedidos a las
personas. En este mismo momento la Suprema Corte considera la cuestión de si las
corporaciones deben poder comprar elecciones abiertamente en lugar de hacerlo de
modos más indirectos: asunto constitucional complejo, porque las cortes han
determinado que, a diferencia de los inmigrantes indocumentados, las
corporaciones son personas reales, de acuerdo con la ley, y así, de hecho,
tienen derechos que rebasan los de las personas de carne y hueso, incluidos los
derechos consagrados por los tan mal nombrados acuerdos de libre comercio. Estas
reveladoras coincidencias no me provocan comentario alguno. La ley es en verdad
un asunto solemne y majestuoso.
El espectro de la planificación es estrecho, pero permite alguna variación. El
gobierno de Bush II fue tan lejos, que llegó al extremo del militarismo agresivo
y ejerció un arrogante desprecio, inclusive hacia sus aliados. Fue condenado
duramente por estas prácticas, aun dentro de las corrientes principales de
opinión. El segundo periodo de Bush fue más moderado. Algunas de sus figuras más
extremistas fueron expulsadas: Rumsfeld, Wolfowitz, Douglas Feith y otros. A
Cheney no lo pudieron quitar porque él era la administración. Las políticas
comenzaron a retornar más hacia la norma. Al llegar Obama al cargo, Condoleeza
Rice predecía que seguiría las políticas del segundo periodo de Bush, y eso es
en gran medida lo que ha ocurrido, más allá del estilo retórico diferente, que
parece haber encantado a buena parte del mundo… tal vez por el descanso que
significa que Bush se haya ido.
En el punto más candente de la crisis de los misiles cubanos, un asesor de alto
rango del gobierno de Kennedy expresó muy bien algo que hoy es una diferencia
básica entre George Bush y Barack Obama. Los planificadores de Kennedy tomaban
decisiones que literalmente amenazaban a Gran Bretaña con la aniquilación, pero
sin informar a los británicos.
En ese punto, el asesor definió la relación especial con el Reino Unido. “Gran
Bretaña –dijo– es nuestro teniente”; el término más de moda hoy sería socio.
Gran Bretaña, por supuesto, prefiere el término en boga. Bush y sus cohortes se
dirigían al mundo tratando a todos como nuestros tenientes. Así, al anunciar la
invasión de Irak, informaron a Naciones Unidas que podía obedecer las órdenes
estadunidenses, o volverse irrelevante. Es natural que una desvergonzada
arrogancia así levante hostilidades.
Obama adopta un curso de acción diferente. Con afabilidad saluda a los líderes y
pueblos del mundo como socios y únicamente en privado continúa tratándolos como
tenientes, como subordinados. Los líderes extranjeros prefieren con mucho esta
postura, y el público en ocasiones queda hipnotizado por ella. Pero es sabio
atender a los hechos, y no a la retórica o a las conductas agradables. Porque es
común que los hechos cuenten una historia diferente. En este caso también.
Tecnología de la destrucción
El actual sistema mundial permanece unipolar en una sola dimensión: el ámbito de
la fuerza. Estados Unidos gasta casi lo mismo que el resto del mundo junto en
fuerza militar, y está mucho más avanzado en la tecnología de la destrucción.
Está solo también en la posesión de cientos de bases militares por todo el
mundo, y en la ocupación de dos países situados en cruciales regiones
productoras de energéticos. En estas regiones está estableciendo, además,
enormes megaembajadas; cada una de ellas es en realidad es una ciudad dentro de
otra: clara indicación de futuras intenciones. En Bagdad se calcula que los
costos de la megaembajada asciendan de mil 500 millones de dólares este año a
mil 800 millones en los años venideros. Se desconocen los costos de sus
contrapartes en Pakistán y Afganistán, como también se desconoce el destino de
las enormes bases militares que Estados Unidos instaló en Irak.
El sistema global de bases se comienza a extender ahora por América Latina.
Estados Unidos ha sido expulsado de sus bases en Sudamérica; el caso más
reciente es el de la base de Manta, en Ecuador, pero recientemente logró
arreglos para utilizar siete nuevas bases militares en Colombia, y se supone que
intenta mantener la base de Palmerola, en Honduras, que jugó un papel central en
las guerras terroristas de Reagan. La Cuarta Flota estadunidense, desbandada en
los años 50 del siglo XX, fue reactivada en 2008, poco después de la invasión
colombiana a Ecuador. Su responsabilidad cubre el Caribe, Centro y Sudamérica, y
las aguas circundantes. La Marina incluye, entre sus variadas operaciones,
acciones contra el tráfico ilícito, maniobras simuladas de cooperación en
seguridad, interacciones ejército-ejército y entrenamiento bilateral y
multilateral. Es entendible que la reactivación de la flota provoque protestas y
preocupación de gobiernos como el de Brasil, el de Venezuela y otros.
La preocupación de los sudamericanos se ha incrementado por un documento de
abril de 2009, producido por el comando de movilidad aérea estadunidense (US Air
Mobility Command), que propone que la base de Palanquero, en Colombia, pueda
convertirse en el sitio de seguridad cooperativa desde el cual puedan ejecutarse
operaciones de movilidad. El informe anota que, desde Palanquero, casi medio
continente puede ser cubierto con un C-17 (un aerotransporte militar) sin
recargar combustible. Esto podría formar parte de una estrategia global en ruta,
que ayude a lograr una estrategia regional de combate y con la movilidad de los
trayectos hacia África. Por ahora, la estrategia para situar la base en
Palanquero debe ser suficiente para fijar el alcance de la movilidad aérea en el
continente sudamericano, concluye el documento, pero prosigue explorando
opciones para extender el sistema a África con bases adicionales, todo como
parte de un sistema global de vigilancia, control e intervención.
Estos planes forman parte de una política más general de militarización de
América Latina. El entrenamiento de oficiales latinoamericanos se ha
incrementado abruptamente en los últimos 10 años, mucho más allá de los niveles
de la guerra fría.
La policía es entrenada en tácticas de infantería ligera. Su misión es combatir
pandillas de jóvenes y populismo radical, término este último que debe de
entenderse muy bien en América Latina.
El pretexto es la guerra contra las drogas, pero es difícil tomar eso muy en
serio, aun si aceptáramos la extraordinaria suposición de que Estados Unidos
tiene derecho a encabezar una guerra en tierras extranjeras. Las razones son
bien conocidas, y fueron expresadas una vez más a fines de febrero por la
Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia, encabezada por los ex
presidentes Cardoso, Zedillo y Gaviria. Su informe concluye que la guerra al
narcotráfico ha sido un fracaso total y demanda un drástico cambio de política,
que se aleje de las medidas de fuerza en los ámbitos interno y externo e intente
medidas menos costosas y más efectivas.
Los estudios llevados a cabo por el gobierno estadunidense, y otras
investigaciones, han mostrado que la forma más efectiva y menos costosa de
controlar el uso de drogas es la prevención, el tratamiento y la educación. Han
mostrado además que los métodos más costosos y menos eficaces son las
operaciones fuera del propio país, tales como las fumigaciones y la persecución
violenta. El hecho de que se privilegien consistentemente los métodos menos
eficaces y más costosos sobre los mejores es suficiente para mostrarnos que los
objetivos de la guerra contra las drogas no son los que se anuncian. Para
determinar los objetivos reales, podemos adoptar el principio jurídico de que
las consecuencias previsibles constituyen prueba de la intención. Y las
consecuencias no son oscuras: subyace en los programas una contrainsurgencia en
el extranjero y una forma de limpieza social en lo interno, enviando enormes
números de personas superfluas, casi todas hombres negros, a las penitenciarías,
fenómeno que condujo ya a la tasa de encarcelamiento más alta del mundo, por
mucho, desde que se iniciaron los programas, hace 30 años.
Aunque el mundo es unipolar en la dimensión militar, no siempre ha sido así en
la dimensión económica. A principios de la década de 1970, el mundo se había
vuelto económicamente tripolar, con centros comparables en Norteamérica, Europa
y el noreste asiático. Ahora la economía global se ha vuelto aún más diversa, en
particular tras el rápido crecimiento de las economías asiáticas que desafiaron
las reglas del neoliberal Consenso de Washington.
También América Latina comienza a liberarse por sí sola de este yugo. Los
esfuerzos estadunidenses por militarizarla son una respuesta a estos procesos,
particularmente en Sudamérica, la cual por vez primera desde las conquistas
europeas comienza a enfrentar los problemas fundamentales que han plagado el
continente. He ahí el inicio de movimientos encaminados a la integración de
países que tradicionalmente se orientaban hacia Occidente, no uno hacia el otro,
y también un impulso por diversificar las relaciones económicas y otras
relaciones internacionales. Están también, por último, algunos esfuerzos serios
por dar respuesta a la patología latinoamericana de que son los estrechos
sectores acaudalados los que gobiernan en medio de un mar de miseria, quedando
los ricos libres de responsabilidades, excepto la de enriquecerse a sí mismos.
Esto último es muy diferente de Asia oriental, como se puede medir observando la
fuga de capitales. En Asia oriental tales fugas se han controlado con mucha
fuerza. En Corea del Sur, por ejemplo, durante su periodo de rápido crecimiento,
la exportación de capitales podía acarrear la pena de muerte.
Estos procesos en América Latina, en ocasiones encabezados por impresionantes
movimientos populares de masas, son de gran significación. No es sorpresivo que
provoquen amargas reacciones entre las elites tradicionales, respaldadas por la
superpotencia hemisférica. Las barreras son formidables, pero, si logran
remontarse, los resultados van a cambiar en forma significativa el curso de la
historia latinoamericana, y sus impactos más allá de ella no serán pequeños.
*Noam Chomsky, el intelectual vivo más citado y figura emblemática de la
resistencia antiimperialista mundial, es profesor emérito de lingüística en el
Instituto de Tecnología de Massachusetts en Cambridge y autor del libro Imperial
Ambitions: Conversations on the Post-9/11 World.
Traducción para La Jornada: Ramón Vera Herrera
La Jornada, 22 septiembre 2009
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2782
Filosofía
y fútbol
Pier-Paolo Pasolini y el
fútbol-poesía
Por Nicolás Alberto González Varela
11/10/09
–Senza cinema, senza scrivere, che cosa le sarebbe piaciuto diventare?
–Un bravo calciatore. Dopo la letteratura e l’eros, per me il football è uno dei
grandi piaceri.” “Enzo Biagi intervista Pier Paolo Pasolini”
La Stampa, enero de 1973
El modelo de intelectual comprometido Albert Camus afirmaba que “después de
muchos años durante los cuales el mundo me ha permitido vivir experiencias
variadas, lo que sé acerca de la moral y las obligaciones de los hombres se lo
debo al fútbol”. “El fútbol es una metáfora de la vida” sentenciaba su compañero
de ruta el filósofo existencialista Jean Paul Sartre. “La vida es una metáfora
del fútbol”, le corregía el filósofo italiano Sergio Givone. Parece que la
relación arte-fútbol es en Italia menos problemática que en la Francia jacobina.
Italia tiene una noble herencia en la relación entre poesía, literatura y fútbol
como decía Adriano Sofri. Para un italiano el calcio no es un juego más, ni
siquiera es el deporte-rey. Esos calificativos no los conforman. Para ellos es
un paradigma platónico, un verdadero ideón, que se degrada al contacto con la
experiencia, y en el cual la vida misma no es más que copia y pálido reflejo. Se
puede ser un intelectual comprometido de izquierdas y abrazar con pasión y
fanatismo al calcio, una síntesis prohibida o degenerada en la mayoría de las
culturas modernas. Quizá una tradición que se remonta a que el antepasado del
fútbol moderno nació como Calcio "storico" florentino en el Carnaval de Firenze
del Quattrocento; quizá a la ambigua herencia populista de Antonio Gramsci, el
gran teórico marxista, que permite eliminar sin culpa la distinción clasista
entre eventos de masas, cultura popular y gran teoría. Gramsci había afirmado, a
pesar de reconocer que la esencia del calcio estaba permanentemente pervertida
por la lógica del capitalismo, que “El fútbol es un reino de la libertad humana
ejercido al aire libre.” El ensayista y poeta, premio Nobel de Literatura de
1975, Eugenio Montale soñó una utopía feliz, un campeonato mundial sin redes en
los arcos, donde el resultado ya no fuera una falsa necesidad estadística: Sogno
che un giorno nessuno farà più gol in tutto il mondo, Sueño que un día nadie
hará más goles en todo el Mundo... El nietzscheano Umberto Saba, gran poeta del
neohermetismo de la posguerra, apasionado por la experimentación con las formas
y las palabras, escribió muchos poemas sobre fútbol, entre ellos su 5 poesie sul
gioco del calcio. Su poema más futbolero, titulado Goal (Gol) describe las
emociones discordantes y extremas de dos porteros en el momento decisivo del gol
y que sintetiza el momento mágico en el juego, en el que se puede ver cómo se
consume, bajo el mismo cielo, tanto el amor extremo como el odio acérrimo: Pochi
momenti come questo belli/ a quanti l'odio consuma e l'amore/ è dato, sotto il
cielo/ di vedere, Pocos momentos como éste tan bello, en el cual el odio consuma
el amor, nos es dado, bajo el cielo, de poder ver…
Para el enorme e inabarcable Pier Paolo Pasolini, poeta urbano, ensayista,
guionista, actor secundario y director de cine, la cuestión estaba clara. Y no
era inconveniente su pertenencia a un marxismo herético, inconformista, por el
contrario. Tan clara como para que declarara, en una entrevista a un periodista,
que en una hipotética inmortalidad del alma quisiera re-encarnarse en un
pedestre valiente futbolista, en un plebeyo bravo calciatore. Pasolini como el
filósofo alemán Heidegger era un jugador experimentado, cumplía la condición de
haber practicado fútbol de pequeño en la periferia de Roma. En su libro Ragazzi
di vita (1955) están reflejadas sus propias memorias futboleras, pateando el
balón sobre un terreno negro de carbón fósil… No desapareció esta pasión
ilimitada en su pubertad. En su vida universitaria fue nombrado capitán del
equipo de fútbol de la Facultad de Filosofía y Letras de Bologna. Como Heidegger
también era un Wing habilidoso con la zurda, algunos que vieron su juego lo
calificaron sin dudar de una fantasiosa ala destra. Ahí están las vívidas fotos
tomadas en los ‘1950’ por Ivo Barnabò, una ilustra este artículo, fechadas en la
década de los ’50. Pasolini, ya con más de treinta y pico de años, aparece con
furiosa actitud, reconcentrado, intentando fintas imposibles, dribbleando con su
izquierda, dirigiendo la squadra. En algún aspecto Pasolini superó al mismo
Heidegger, no sólo en honestidad intelectual sino en rigor analítico. Tifoso del
Bologna FC, apasionado rossoblù de niño, Pasolini no se conformó con la mera
práctica y quiso escribir una verdadera ontología existencial del fútbol.
Intentó un verdadero trabajo de Sísifo: teorizar sobre el fútbol, intentó pensar
esa enorme banalidad lúdica, reflexionar sobre ese imposible sueño de un juego
eterno sin ganadores ni perdedores. En sus primeras reflexiones, paralelas a su
rescate simbólico de la cultura del lumpenproletariado romano, define al fútbol
como “la última representación sagrada que nos queda en nuestros tiempos”, en el
fondo el calcio es esencialmente un rito con mecanismos de evasión, y mientras
que la misa litúrgica está en declinación, el fútbol la ha reemplazado, e
incluso ha invadido y conquistado antiguos espectáculos de masa como la ópera y
el teatro.
Pero no quedó aquí su análisis y síntesis. Volvió a pensar al fútbol,
influenciado por el estructuralismo de los años ’50, haciendo una parodia de la
lingüística semiótica de moda en la universidad. Definió entonces al calcio como
“un sistema de signos, o sea, un auténtico lenguaje. En un famoso artículo sobre
el tema, Il calcio “è” un linguaggio con i suoi poeti e prosatori (“El fútbol
‘es’ un lenguaje con sus prosistas y sus poetas”) en Il Giorno, del 3 de enero
de 1971, le pregunta al intelectual académico: “¿Qué es una lengua? ‘Un sistema
de signos’ responde hoy, con toda exactitud, el semiólogo. Pero ese ‘sistema de
signos’ no es sólo ni necesariamente una lengua escrita-hablada (ésta que usamos
aquí y ahora, yo escribiendo y tú, lector, leyendo). Los “sistemas de signos”
pueden ser muchos… Otro sistema de signos no verbal es el de la pintura; o el
del cine; o el de la moda (objeto de estudios de un maestro en este campo,
Roland Barthes), etc. El juego del fútbol es un “sistema de signos”, una lengua
no verbal… Tiene todas las características fundamentales del lenguaje por
excelencia, al que nosotros nos hemos remitido como término de comparación, esto
es, el lenguaje escrito-hablado… Los ‘fonemas’, por tanto, son las ‘unidades
mínimas’ de la lengua escrito-hablada. ¿Queremos divertirnos definiendo la
unidad mínima de la lengua del fútbol? Veamos: ‘Un hombre que usa los pies para
chutar un balón” es la unidad mínima: el ‘podema’ (por continuar la broma). Las
infinitas posibilidades de combinación de los ‘podemas’ forman las ‘palabras
futbolísticas’ y el conjunto de las ‘palabras futbolísticas’ forma un discurso,
regulado por auténticas normas sintácticas. Los ‘podemas’ son veintidós (casi
igual que los fonemas): las ‘palabras futbolísticas’ son potencialmente
infinitas, porque infinitas son las posibilidades de combinación de los
‘podemas’ (en la práctica, los pases de balón entre jugador y jugador); la
sintaxis se expresa en el “partido”, que es un auténtico discurso dramático. Los
codificadores de este lenguaje son los jugadores, nosotros, en las gradas, somos
los descodificadores y, por lo tanto, compartimos un mismo código.” La
conclusión no podía ser más radical: “Quien no conoce el código del fútbol no
entiende el “significado” de sus palabras (los pases) ni el sentido de su
discurso (un conjunto de pases).” Contra el despectivo mundo de la lata cultura,
Pasolini es capaz de disecar la complejidad de un juego que en apariencia es una
esgrima tosca y simplista. Y si el fútbol es lenguaje y si toda lengua se
articula en varias sottolingue, sublenguas, cada una de las cuales posee un
subcódigo, sottocodice. Pues bien, en el sistema-lengua del fútbol se pueden
hacer también distinciones de este tipo, dirá Pasolini: el fútbol puede y
adquiere subcódigos desde el momento en que deja de ser puramente instrumental y
se hace, espressivo, “expresivo”. Entonces la conclusión final es binaria,
excluyente: “Puede haber un fútbol como lenguaje fundamentalmente prosístico y
un fútbol como lenguaje fundamentalmente poético.” Por razones de determinismo
materialista, historia social y cultura, hay pueblos que juegan un fútbol
esencialmente prosaico, prosístico (el exemplaria maiorum era Italia), una prosa
realista o prosa estetizante. Pasolini define, como en una reducción teórica, el
elemento básico del calcio in prosa: “El catenaccio y la triangulación (que
Brera llama geometría) es un fútbol de prosa: se basa en la sintaxis, en el
juego colectivo y organizado, esto es, en la ejecución razonada del código.” El
esquema imaginado por Pasolini para el fútbol-prosa era una secuencia mecánica:
“Catenaccio-Triangolazioni-Conclusioni”, o sea:
Catenaccio-triangulación-conclusión. Otros pueblos (Pasolini lo ejemplifica con
la mayoría del fútbol de Latinoamérica) practican la poética, Il calcio in
poesia. En este caso su núcleo es el regate puro y el gol: “¿Quiénes son los
mejores regateadores del mundo y los mejores goleadores? Los brasileños. Por lo
tanto, su fútbol es un fútbol poético: de hecho, en él todo está basado en el
regate y en el gol… El regate y el gol son los momentos individualistas-poéticos
del fútbol; por eso el fútbol brasileño es un fútbol de poesía. Sin hacer
juicios de valor, en un sentido puramente técnico, en México la poesía brasileña
ha ganado a la prosa estetizante italiana.” El esquema imaginado por Pasolini
para el fútbol-poesía era una secuencia dialéctica: “Discese
Concentriche-Conclusioni”, o sea: “Descensos concéntricos-conclusión”. Pasolini
resume: “Esquema que para ser realizado debe requerir una capacidad monstruosa
de driblar (cosa que en Europa es repudiada en nombre de la ‘prosa colectiva’).”
Su indagación no concluyó allí. Escribió otro artículo, “Una semiologia per il
goal” en Una vita futura, donde Pasolini analizará por qué Brasil, fútbol de
poesía, derrota al prosaico fútbol italiano en la final del Mundial de México
1970. Y nos intentará de convencer de porqué, aunque hubiera perdido ese mítico
Match por los caprichos de la diosa Fortuna, siempre el fútbol-poesía será
superior.
A pesar de ser fanático del Bologna, todos los domingos que podía se iba al
estadio Olimpico de Roma. Una especie de sucedáneo. Cuando estaba en otra ciudad
no se perdía la ocasión de ver fútbol en directo, lo acuciaba la febbre del
calcio. Su última convivencia apasionada con el fútbol fue un curioso partido
intraregidores, que llamó con ironía una partita di dilettanti. Durante un
primaveral 16 de marzo de 1975 se enfrentaron en Parma los equipos de rodaje de
Novecento, de Bernardo Bertolucci, y Saló o los 120 días de Sodoma, la última
película de Pasolini. Dos films que hablan sobre el Mal y sobre el principio
esperanza desde ópticas disímiles pero con un mismo objetivo. Es además el
aniversario de cumpleaños de Bertolucci, El partido de fútbol es el punto
cúlmine y además debía servir para restablecer la paz entre ambos, una
incomprensión a causa de críticas formales de Pasolini y mal acogidas por su
antiguo ayudante de dirección. El campo de fútbol es el de Citadella, no lejos
de Tardini, allí incluso juega el Parma-B. Pasolini por supuesto juega de
extremo y luce el brazalete de capitán. Su squadra lleva camisetas de su amado
Bologna. El resultado (Novecento, 5 - Saló, 2), así apareció en las noticias de
La Gazzetta di Parma, aunque la memoria de Bertolucci dirá que ganó su equipo 19
a 13 y que Pasolini había abandonado el campo enfurecido al sentirse ignorado
por los jugadores más talentosos de su propio equipo. Tan solo siete meses
después de la derrota en Citadella y del descenso a los infiernos que significó
captar la República fascista de Saló, Pasolini moría asesinado en Ostia. Nos
queda su utopía deportiva, la vuelta al idealismo liceísta cuando jugar al
fútbol-poesía era la cosa più bella del Mondo.
Nicolás Alberto González Varela: nacido en Buenos Aires, Argentina. Estudió
filosofía y psicología. Fue profesor de filosofía política en la Universidad de
Buenos Aires. Ensayista en varias revistas y suplementos culturales: Babel,
Crisis, diario Perfil. Fue editor, traductor y coordinador editorial. Actualm
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2811
Economía
y filosofía
Economía e ideología (1)
Por Antonio Gramsci
La pretensión (presentada como postulado esencial del materialismo histórico) de
presentar y exponer toda fluctuación de la política y de la ideología como
expresión inmediata de la estructura tiene que ser combatida en la teoría como
un infantilismo primitivo, y en la práctica hay que combatirla con el testimonio
auténtico de Marx, escritor de obras políticas e históricas concretas. A este
respecto son de especial importancia el 18 Brumario y los escritos acerca de la
Cuestión oriental, pero también otros (Revolución y contrarrevolución en
Alemania, La guerra civil en Francia y otros menores). Un análisis de esas obras
permite fijar mejor la metodología histórica marxista, integrando, iluminando e
interpretando las afirmaciones teóricas dispersas por todas las obras.
Así podrá observarse cuántas cautelas reales introduce Marx en sus
investigaciones concretas, cautelas que no podían formularse en las obras
generales *. Entre esas cautelas podrían enumerarse como ejemplo las siguientes:
* Esas cautelas no podían exponerse más que en una exposición metódica
sistemática, del tipo del libro de Bernheim, y éste podrá tenerse en cuenta como
"tipo" de manual escolar o "ensayo popular" del materialismo histórico, en el
cual, además del método filológico y erudito (al cual se atiene por programa
Bernheim, aunque su tratamiento implique una concepción del mundo), debería
tratarse explícitamente la concepción marxista de la historia.
1) La dificultad que tiene el identificar en cada caso, estáticamente (como
imagen fotográfica instantánea), la estructura; la política es de hecho en cada
caso reflejo de las tendencias de desarrollo de la estructura, pero no está
dicho que esas tendencias vayan a realizarse necesariamente. Una fase
estructural puede estudiarse y analizarse concretamente sólo cuando ya ha
superado todo su proceso de desarrollo, y no durante el proceso mismo, salvo por
hipótesis y declarando explícitamente que se trata de hipótesis.
2) De lo anterior se deduce que un determinado acto político puede haber sido un
error de cálculo de los dirigentes de las clases dominantes, error que el
desarrollo histórico corrige y supera a través de las "crisis" parlamentarias
gubernativas de las clases dirigentes; el materialismo histórico mecánico no
considera la posibilidad de error, sino que entiende todo acto político como
determinado por la estructura de un modo inmediato, o sea, como reflejo de una
modificación real y permanente (en el sentido de adquirida) de la estructura. El
principio del "error" es complejo: se puede tratar de un impulso individual por
equivocación de cálculo, o también de manifestaciones de los intentos de
determinados grupos o grupitos de hacerse con la hegemonía dentro de la
agrupación dirigente, intentos que pueden fracasar.
3) No se considera lo suficiente el hecho de que muchos actos políticos se deben
a necesidades internas de carácter organizativo, o sea, que están vinculados a
la necesidad de dar coherencia a un partido, a un grupo, a una sociedad. Esto
resulta claro, por ejemplo, en la historia de la Iglesia católica. Estaríamos
frescos si quisiéramos encontrar en la estructura la explicación inmediata,
primaria, de toda lucha ideológica en el seno de la Iglesia: por esa razón se
han escrito muchas novelas político-económicas. Es evidente, por el contrario,
que la mayor parte de esas discusiones obedecen a necesidades sectarias, de
organización. En la discusión entre Roma y Bizancio acerca de la procesión del
Espíritu Santo sería ridículo explicar por la estructura del Oriente europeo la
afirmación de que el Espíritu Santo procede sólo del Padre, y por la estructura
de Occidente la afirmación de que procede del Padre y del Hijo. Las dos
Iglesias, cuya existencia y cuyo conflicto dependen de la estructura y de toda
la historia, han planteado cuestiones que son un principio de distinción y de
cohesión interna para cada una de ellas; pero podía ocurrir perfectamente que
cada una de las dos Iglesias afirmara precisamente lo que afirmó la otra; el
principio de distinción y de conflicto se habría mantenido igual, y lo que
constituye el problema histórico es precisamente ese problema de la distinción y
del conflicto, no la casual bandera de cada una de las partes.
Nota II. El "asterisco" que escribe folletones ideológicos en Problemi del
Lavoro (y que debe ser el malfamado Franz Weiss), habla precisamente de esas
controversias de los primeros tiempos cristianos en su divertida fábula "el
dumping ruso y su significación histórica", y dice que estuvieron relacionadas
con las condiciones materiales inmediatas de la época, y que si no conseguimos
hoy identificar esa relación directa es porque los hechos son remotos o por
nuestra debilidad intelectual. La posición es cómoda, pero no tiene ninguna
importancia científica. En realidad, toda fase histórica real deja huella de sí
en las fases posteriores, que en cierto sentido llegan a ser su mejor documento.
El proceso de desarrollo histórico es una unidad en el tiempo, por lo cual el
presente contiene todo el pasado, y en el presente se realiza del pasado todo lo
que es "esencial", sin residuo "incognoscible" que sea la verdadera "esencia".
Lo que se ha "perdido", o sea, lo que no se ha transmitido dialécticamente en el
proceso histórico, era ya en sí mismo sin importancia, era "escoria" casual y
contingente, crónica y no historia, episodio superficial omitible en último
análisis. (C. VII; I.M.S. 96-98.)
*
La afirmación de Feuerbach: "El hombre es lo que come", puede interpretarse de
diversos modos si se la toma en sí misma. Interpretación burda y estúpida: el
hombre es en cada momento lo que materialmente come, o sea, los alimentos tienen
una inmediata influencia determinante en su modo de pensar. Recordar la
afirmación de Amadeo [108], según la cual, si se supiera lo que ha comido un
hombre antes de pronunciar un discurso, por ejemplo, se podría interpretar mejor
el discurso mismo. Afirmación infantil e incluso ajena, de hecho, a la misma
ciencia positiva, porque el cerebro no se alimenta de habas ni de trufas, sino
que los alimentos llegan a reconstituir las moléculas del cerebro una vez
transformados en sustancias homogéneas y asimilables, que tienen ya, esto es, la
"misma naturaleza" potencial que las moléculas cerebrales. Si esa afirmación
fuese verdadera la historia tendría su matriz determinante en la cocina y las
revoluciones coincidirían con los cambios radicales de la alimentación de las
masas. La verdad histórica es al revés: que las revoluciones y el complejo
desarrollo histórico modifican la alimentación y crean los sucesivos "gustos" en
la elección de alimentos. No ha sido la siembra regular del trigo lo que ha
terminado con el nomadismo, sino que, al contrario, han sido las condiciones que
surgieron contra el nomadismo las que movieron a la siembra regular, etc. *.
* Comparar esta afirmación de Feuerbach con la campaña de S. E. Marinetti contra
la pastasciutta. y la polémica de S. E. Bontempelli en su defensa. Y eso en
1930, en pleno desarrollo de la crisis mundial.
[108] Amadeo Bordiga.
Por otra parte, también es verdad que "el hombre es lo que come", en cuanto la
alimentación es una de las expresiones de las relaciones sociales en su
conjunto, y toda agrupación social tiene una alimentación fundamental; pero del
mismo modo puede decirse que "el hombre es su vestido", "el hombre es su casa",
"el hombre es su particular modo de reproducirse, o sea, su familia", porque,
junto con la alimentación, el vestido, la casa y la reproducción son los
elementos de la vida social en que más evidente y difusamente (o sea, con
extensión de masa) se manifiesta el complejo de las relaciones sociales.
El problema ¿qué es el hombre? es, pues, siempre el problema llamado de la
"naturaleza humana", o del llamado "hombre en general", o sea, el intento de
crear una ciencia del hombre (una filosofía) que parta de un concepto
inicialmente "unitario", de una abstracción en la cual pueda contenerse todo lo
"humano". Pero ¿es lo "humano" un punto de partida o un punto de llegada, como
concepto y hecho unitario? ¿O no es más bien esa búsqueda un resto "teológico" y
"metafísico" si se pone como punto de partida? La filosofía no puede reducirse a
una "antropología" naturalista, esto es: la unidad del género humano no está
dada por la naturaleza "biológica" del hombre: las diferencias humanas que
cuentan en la historia no son las biológicas (razas, conformación del cráneo,
color de la piel, etc., y a eso se reduce en sustancia la afirmación "el hombre
es lo que come" --come trigo en Europa, arroz en Asia, etc.-- y que se reduce al
final a esta última afirmación: "el hombre es el país en que vive", puesto que
la mayor parte de los alimentos está, en general, vinculada a la tierra
habitada), y tampoco la "unidad biológica" ha contado nunca mucho en la historia
(el hombre es el animal que se ha comido a sí mismo, precisamente cuando más
cerca estaba del "estado natural", o sea, cuando no podía multiplicar
"artificialmente" la producción de los bienes naturales). Tampoco "la facultad
de razonar" o el "espíritu" ha creado unidad ni puede ser reconocido como hecho
"unitario", porque es un concepto sólo formal, de categoría. Lo que une o
diferencia a los hombres no es el "pensamiento", sino lo que realmente se
piensa.
La respuesta más satisfactoria es que la "naturaleza humana" es el "complejo de
las relaciones sociales", porque incluye la idea de devenir: el hombre deviene,
cambia continuamente al cambiar las relaciones sociales, y porque esa respuesta
niega al "hombre en general". Efectivamente, las relaciones sociales son
producidas por diversos grupos de hombres que se presuponen, cuya unidad es
dialéctica, no formal. El hombre es aristócrata en cuanto es siervo de la gleba,
etc. También se puede decir que la naturaleza del hombre es la "historia" (y en
este sentido, identificando historia con espíritu, también puede decirse que la
naturaleza del hombre es el espíritu), con la condición de dar a "historia" la
significación de "devenir", en una "concordia discors" que no parte de la
unidad, sino que contiene las razones de una unidad posible; por eso la
"naturaleza humana" no puede identificarse en ningún hombre en particular, sino
en la historia entera del género humano (y tiene su significación el que se
utilice la palabra "género", de carácter naturalista), mientras que en cada
individuo se encuentran caracteres subrayados por la contradicción con los de
otros. La concepción de "espíritu" de las filosofías tradicionales, como la de
"naturaleza humana" que se encuentra en la biología, tendrían que explicarse
como "utopías científicas" que han sustituido a la utopía mayor de la
"naturaleza humana" buscada en Dios (los hombres hijos de Dios) y que sirven
para indicar el continuo esfuerzo de la historia, una aspiración racional y
sentimental, etcétera. Es verdad que tanto las religiones que afirman la
igualdad de los hombres como hijos de Dios cuanto las filosofías que afirman su
igualdad como partícipes de la facultad de razonar han sido expresiones de
complejos movimientos revolucionarios (la transformación del mundo clásico --la
transformación del mundo medieval--) que han introducido los eslabones más
fuertes del desarrollo histórico.
En la base de las últimas filosofías utópicas, como la de Croce, se encuentra la
idea de que la dialéctica hegeliana ha sido el último reflejo de esos grandes
nudos históricos, y que la dialéctica debe convertirse, de expresión que era de
las contradicciones sociales, en una pura dialéctica del concepto al desaparecer
dichas contradicciones.
La "igualdad" real, o sea, el grado de "espiritualidad" conseguido por el
proceso histórico, se identifica en la historia con el sistema de asociaciones
"privadas y públicas", "explícitas e implícitas" que se entretejen en el
"Estado" y en el sistema político mundial: se trata de "igualdades" sentidas
como tales por los miembros de una asociación, y de "desigualdades" sentidas
entre las diversas asociaciones: igualdades y desigualdades que valen en la
medida en que haya conciencia de ellas, individual o de grupo. Así se llega a la
igualdad o ecuación entre "filosofía y política", entre pensamiento y acción, o
sea, a una filosofía de la práctica. Todo es político, incluso la filosofía o
las filosofías *, y la única "filosofía" es la historia en acto, o sea, la vida
misma. En este sentido puede interpretarse la tesis del proletariado alemán como
heredero de la filosofía clásica alemana, y puede afirmarse que la teorización y
la realización de la hegemonía hechas por Ilici [109] han sido también un gran
acontecimiento "metafísico" (C. VII; I.M.S. 30-32.)
* Cfr. las notas sobre el carácter de las ideologías.
109 Lenin (Vladimir Ilich Ulianov). La letra c seguida de i o e simboliza en
italiano el sonido representado en castellano por ch.
(1) Cuadernos de la cárcel de 1929, 1930 y 1931
www.gramsci.org.ar
HISTORIA
El
camino del arco*
Autores del libro: Leonardo Killian y Héctor Cirigliano, Editado en septiembre
de 2009 por Editorial Biblos. Prólogo de Juan Sasturain; contratapa de Felix
Luna.
Leonardo Killian es profesor de historia (docente e historiador), hizo la
carrera de Dirección Cinematográfica, escribió el libro de cuentos “El gato
canoso”, y tiene varios cuentos premiados. Colaboró en publicaciones de UTE y
CTERA. Es además arquero tradicional.
Héctor Cirigliano es kinesiólogo fisiatra y entrenador de arqueros.
Breves palabras sobre Félix Luna**
Por Leonardo Killian
En Todo es Historia Félix Luna abrigó a todos los historiadores, sin distingo de
ideologías o colores políticos. Si nos tomamos el trabajo de ver quiénes fueron
publicados en estos 42 años de vida de la revista, comprobaremos que están
todos. Eso me parece que fue lo más positivo de Luna. Nunca le negó la
posibilidad de contribuir a nadie.
El hecho mismo de la existencia de la revista y de "bajar" la historia de su
pedestal académico para llevarla a los sectores populares me parece digno de
remarcar. Todo es Historia la lee y la leyó todo el mundo.
Su obra poética y el aporte al cancionero popular también son méritos para
destacar.
Cuando leyó nuestro manuscrito, ya en su lecho de enfermo, tuvo la grandeza de
escribirnos una contratapa que es una síntesis perfecta del libro. Hablé muy
poco con el, pero siempre me pareció un tipo franco y en lo personal muy
simpático. Un argentino. Un tipo de argentino que está desapareciendo.“
Prólogo de “El camino del arco”
La flecha del parto y otros dardos
Por Juan Sasturain
Un amigo que ya tiene sus
años acaba de escribir un libro sobre la historia de la arquería, es decir,
sobre el desarrollo de la técnica, la disciplina o –si se quiere– el arte en el
uso del arco y la flecha, ya sea en la caza, la guerra o el deporte. Es
lindísimo. Sobre todo porque, al menos para los varones de cierta edad, la
confección de un arco con su respectiva flecha integraba, de pibes, la trilogía
ineludible de nuestras presuntas destrezas o desafíos artesanales, junto al
intento de armar un barrilete y el de fabricar una honda o gomera. El arco (y la
flecha) era lo más fácil. Y el estímulo –qué duda cabe– lo recibíamos en el
cine.
Tarzán, hombre de puñal a la cintura, usaba flechas también, aunque no siempre;
los indios de las películas de cowboys –ellos sí, siempre y empecinados– usaban
flechas desde arriba del caballo mientras giraban a los gritos alrededor de las
carretas formadas en círculo. Y finalmente también usaban flechas Robin Hood y
otros tipos de las películas de la Edad Media o “de época”, como en aquella
fabulosa, El halcón y la flecha, con Burt Lancaster, de la misma época que El
pirata hidalgo.
Pero los piratas no me acuerdo que usaran flechas.
Para armar nuestros propios arcos debíamos arrancar –nos cagábamos en la
ecología– una rama verde, algo curva y flexible de un árbol, elegir el tramo
central para que tuviera un grosor parejo en lo posible –aunque siempre un
extremo era más gordo que el otro– y después pelarla con el mismo cuchillo de la
cocina con que la habíamos cortado laboriosamente. La madera de la rama quedaba
blanca. Hacíamos una muesca en cada extremo, le tendíamos el piolín tenso de
punta a punta, lo atábamos con varias vueltas reforzando la unión, y listo. La
flecha –que casi siempre resultaba demasiado corta– podía ser una rama seca
nunca demasiado recta, el palito horizontal de una percha al que le sacábamos
punta o –jamás tuve flecha mejor– una aguja de tejer de madera. Sólo había que
ponerle algo de peso en la punta –las laminitas de plomo del gollete de las
botellas– para que mantuvieran la dirección. Las plumas –yo tenía gallinero–
eran siempre demasiado grandes, molestas e incómodas, difíciles de fijar en el
extremo. Prescindíamos de ellas. Nos las poníamos en la vincha para completar el
disfraz y con eso y el hachita o “tomahawk” de escalpelar, jugábamos
salvajemente a los indios.
En el libro de mi amigo se pasa revista a innumerables culturas. El arco y la
flecha son recurrentes. Lo revolucionario, el salto cualitativo en términos de
invención es el arco, claro. Porque la flecha es un sólo una pica más liviana.
Si el simple palo, la maza y la lanza son la prolongación agresiva de la mano
–llegar más lejos, con más capacidad de herir– y su alcance se extiende al
arrojarlos, con el arco se multiplica la fuerza de propulsión en potencia y
distancia. El arco –y después la ballesta– ya permite herir con la liviana
flecha sin exponer el cuerpo e incluso –en el tiro con parábola– sin elegir
blanco preciso. Es un cambio conceptual en la manera de concebir la guerra. Los
trescientos héroes espartanos de Leónidas en las Termópilas, ante la amenaza de
que las flechas de Jerjes “taparan el sol” de tan nutridas, se jactan
famosamente de que pelearán con sus escudos y armas cortas, “a la sombra”. Y así
murieron en su ley: mirando a los ojos del enemigo al herir.
Los guerreros bárbaros de las grandes planicies asiáticas también luchaban a
caballo y eran muy diestros con el arco y la flecha. La caballería ligera de los
partos que destrozó a las legiones romanas y le cortó la cabeza al envidioso
Craso en Carras (52 aC), cuando se aventuró más allá del Eufrates, dejó marcas
en la historia pero también en la lengua coloquial. El “craso error” viene de
allí, de la soberbia irresponsable de un jefe imprudente que va solo al
matadero. Y también de entonces es la expresión “la flecha del parto”, que se
refiere a una costumbre guerrera de los astutos jinetes que, en retirada y
siendo perseguidos, disparaban sus flechas hacia atrás y por encima del hombro,
diezmando a sus confiados perseguidores. Desde entonces, la expresión “the
parthian shot” –en inglés– se utiliza para describir ese metafórico disparo
final –puede ser un gesto, una frase hiriente, una revelación penosa– que quiere
lastimar irreparablemente en el momento de cerrarse una puerta que se supone
definitiva. Munición de andén, en suma.
Ciertos tardíos gestos rencorosos, agresiones despechadas de ocasión y puñetazos
de ahogado proliferan en estas circunstancias políticas de hoy, que se presumen
límite, ya que pareciera que todo se acaba –o empezará, enésima virginidad– con
la llegada de una fecha. Cada cual prepara su carcaj de mal entendidas flechas
partas, escupe por encima del hombro buscando herir de muerte. Equivocan el rol:
no saben a cuántos les espera el destino de Craso.
*Gentileza de Leonardo Killian
** Palabras escritas para El Cuaderno de la Ciencia Social por Leonardo Killian
luego de la publicación del libro presentado y como consecuencia del reciente
fallecimiento de Félix Luna (autor de la contratapa).
VOLVER AL INICIO DEL CUADERNO DE LA CIENCIA
SOCIAL
VOLVER A CUADERNOS DEL PENSAMIENTO