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NOTAS EN ESTA SECCION
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¿Quién era Papillón?

    

Política Internacional

Diario de Palestina

Por Emir Sader

28/06/09

1.- La resistencia cultural

Una ocupación colonial no es sólo una ocupación militar. Ella debe intentar impedir la sobrevivencia de la cultura, de la memoria del pueblo ocupado. Más aún si se trata de la ocupación de un pueblo con una de las más antiguas historias y más ricas culturas.
Como era imposible que la Capital de la Cultura Árabe pudiese ser Bagdad, por la ocupación de las tropas norteamericanas, fue decidido que Jerusalén (que ellos llaman Al-Quds) fuera la Capital de la Cultura Árabe de 2009. Las conmemoraciones habían sido víctimas de las más violentas y odiosas represiones de las tropas israelíes de ocupación. Organizar lindas actividades en torno de la cultura árabe pasó a ser un inmenso desafío para el Comité Palestino de Organización, por dificultades de recursos, invitaciones de poetas, músicos, cantantes, artistas del mundo árabe y de otras regiones del planeta para venir a una región cercada y ocupada; actividades que tendrían que realizarse en las calles y las plazas de Jerusalén.
El acto de presentación del logotipo del encuentro, programado para realizarse en el Teatro Nacional de Jerusalén, en abril del año pasado, fue prohibido por Israel, declarado ilegal y reprimido brutalmente por las fuerzas militares para impedir su realización. Fueron detenidos tres de los miembros del grupo organizador.
Pese a todas las dificultades, el día 21 de marzo de este año se iniciaron las conmemoraciones, con actividades populares en las calles de Jerusalén, que terminaron con una noche de discursos en Belén. Israel mandó tropas contra los niños que llevaban globos con los colores de la bandera palestina, rojos, blancos, verdes y negros. Las tropas de ocupación atacaron a los jóvenes que iban a realizar danzas tradicionales palestinas, con sus ropas típicas, provocando escenas de pánico y desesperación.
Como reacción, todas las escuelas, universidades, centros culturales, municipios del centro y de las afueras de Palestina, decidieron asumir la celebración organizando actividades sobre la bandera y el logotipo de Jerusalén Capital de la Cultura Árabe 2009. Centenares de encuentros se organizaron en muchos países como muestra de solidaridad y de protesta contra la represión israelí. Queda claro, cada vez más, que no se trata de la ocupación y de la acción militar contra "fuerzas terroristas", como alegan los ocupantes, sino contra la resistencia de la cultura palestina.
Los palestinos adoptaron el lema: "Jerusalén nos une y no debe dividirnos", reforzando la necesidad de unión de todos los palestinos para derrotar la ocupación y por la conquista del derecho de un Estado palestino, reconocido por las Naciones Unidas, pero impedido por los Estados Unidos y por Israel.
"Una vez liberada, Jerusalén no será solamente la incuestionable capital de la cultura árabe sino que será la ciudad de la diversidad cultural y religiosa, de la tolerancia y del respeto por los otros. Una ciudad abierta para la paz cuyos tesoros históricos y religiosos serán disfrutados por todos, del este y del oeste. El único muro que la cercará será el muro histórico de su Ciudad Vieja y sus 12 puertas, incluyendo la Puerta de Oro, que una vez abierta llevará a todos los pueblos de bien para el cielo".
Las palabras son de Ragiq Husseini, presidente del Consejo Administrativo del Comité Nacional por la celebración de Jerusalén como Capital de la Cultura Árabe en 2009. Estar aquí, llegar a Ramallah, muestra con toda fuerza, cómo éste es un territorio ocupado, cruzado por muros que dividen a los propios palestinos, poblado de tropas y carros militares, sometiendo a este heroico pueblo a la ocupación, opresión, humillación, en la más grave situación de violación de los derechos humanos – políticos, sociales, económicos y culturales – en el mundo de hoy.

2.- Ocupación, colonialismo y apartheid

Una cosa es oír, leer, hablar de ocupación. Otra es ver lo que significa. Ramallah, una ciudad pacífica, sin violencia, sin problemas de seguridad, donde se puede andar por cualquier barrio a cualquier hora del día y de la noche, una ciudad sin personas viviendo en la calle, sin niños abandonados.
La ocupación israelí significa la brutalidad de cortar la ciudad con muros, que separan palestinos de palestinos. Hay una gran avenida que el muro corta de un lado al otro. Los muros separan, segregan, colocan entre palestinos y palestinos los controles comandados por soldados israelíes armados hasta los dientes, que ejercen sistemáticamente su poder armado, con arbitrariedad y discriminación. No hay una lógica en los muros, es un ejercicio conscientemente arbitrario, para demostrar – como hace el torturador ante su víctima – que el ocupante puede hacer lo que quiere, sin ninguna lógica, sólo como ejercicio del poder armado que dispone.
Muros para lacerar la carne y el orgullo, la autoestima, para intentar desmoralizar a los palestinos, llevarlos al dilema de la pasividad, de la resignación, o de la desesperación de las acciones armadas. Esa sería la actitud espontánea de cualquier ser humano, ante las humillaciones a las que son sometidos los palestinos, frente a la demostración brutal de la fuerza. Parece que los ocupantes quieren provocar reacciones violentas, que justificarían nuevas ofensivas violentas. Los palestinos gastan varias horas por día en las filas de los controles. Para ir de Ramallah a Jerusalén se requieren diez minutos o tres horas, depende de la arbitrariedad de las tropas de ocupación. Los palestinos tienen que elaborar guías de sobrevivencia para subsistir con los 630 puntos de control que existen actualmente en Palestina.
Se trata de una ocupación ilegal, injusta, de discriminación racial del tipo del apartheid sudafricano. Los israelíes quieren impedir a los palestinos tener un Estado como fue reconocido a Israel al final de la Segunda Guerra Mundial. Considerarse un "pueblo elegido", también esto tienen ellos en común con los norteamericanos. Como dice Edward Said, los palestinos son "las víctimas de las víctimas". Los israelíes se consideran víctimas, pero pasaron a ser verdugos, colonialistas, imperialistas y racistas.
Ver los muros, su violencia, su brutalidad, la frialdad de su inhumanidad, frente a las casas humildes, los olivos de los palestinos – tantas casas y olivos destruidos para construir los muros –, permite sentir en lo más profundo de cada uno los dos mundos que se contraponen aquí. La neutralidad, la pasividad, se tornan imposibles, cómplices, frente a tanta injusticia y violencia.
Un estado terrorista, un Ejército del terror, tropas de ocupación coloniales, acciones imperiales, esa es la ocupación israelí de lo que tendría que ser territorio palestino. De lo que tendrá que ser el territorio de una Palestina libre, democrática y soberana.

3.- ¿Por qué Israel no acepta un Estado palestino?

¿Israel y Estados Unidos van en direcciones opuestas? En tanto Obama intenta rescatar una imagen internacional muy desgastada, que propone retomar las negociaciones sobre Palestina, Netanyahu va en la dirección opuesta. Mientras su partido no reconoce, ni formalmente, el derecho al Estado palestino, presionado por Obama, Netanyahu presentó una propuesta imposible, pero una artimaña de algo que apuntase a volver a las negociaciones con los palestinos.
Para quien constata, aquí en la Palestina, la ocupación militar, los muros, los asentamientos protegidos militarmente, es ridícula la propuesta del primer ministro de Israel de un Estado Palestino desmilitarizado. Porque acordar la paz con Palestina es, antes de todo, la retirada inmediata e incondicional de las tropas israelíes de ocupación de los territorios palestinos. Eso es desmilitarizar.
Por otro lado, no solamente no retirarse, sino seguir instalando asentamientos judíos en el corazón de Palestina – no sólo en el campo, sino en el centro mismo de ciudades como Ramallah – es sabotear concretamente cualquier solución pacífica a la cuestión palestina. Decir que desea negociaciones con Palestina, pero al mismo tiempo afirmar y seguir instalando asentamientos, es decir que, por la vía de los hechos, Israel quiere perpetuar la ocupación genocida de los territorios palestinos.
Israel niega a Palestina el mismo derecho que él tiene: de tener un Estado soberano, a pesar de las reiteradas decisiones de la ONU, que garantizan la existencia de dos Estados, uno israelí y otro palestino, con los mismos derechos. Con territorios continuos, con soberanía con derecho de retorno de los inmigrantes. ¿Por qué Israel no acepta la existencia de un Estado Palestino? ¿Por qué pasó de víctima a verdugo?
El argumento usual era que los palestinos constituían una amenaza para la sobrevivencia de Israel. Pero desde que la Autoridad Palestina, mediante Arafat, reconoció el derecho a la existencia del Estado de Israel, ese argumento desapareció. Alega Israel que los palestinos son "terroristas", aunque todas las reacciones a la ocupación militar, las agresiones cotidianas y las humillaciones cotidianas contra los palestinos en sus propios territorios, configuran, claramente, un régimen de terror contra el pueblo palestino.
En estos días, aquí en Palestina, pudimos constatar la quema de plantaciones de trigo de los palestinos, realizadas por colonos judíos de los asentamientos. La aprobación de más de 250 millones de dólares por parte del gobierno israelí para seguir con los asentamientos. Casas palestinas siguen siendo destruidas para la construcción de nuevos asentamientos. La expulsión arbitraria de palestinos de Jerusalén, la destrucción de casas y de olivares, el asedio constante, para incitar al abandono de la ciudad santa.
Pero, además de eso, al inviabilizar el desarrollo económico – por el cerco militar, por la ocupación, por las incursiones genocidas, como la realizada recientemente contra Gaza -, Israel establece una situación de súper explotación de los palestinos. Incita a los palestinos a emigrar para otros países o a someterse a ser súper explotados por los israelíes. Los absurdos muros tienen menos una lógica de defensa militar y mucho más de hacer inviable la economía de Palestina.
Adicionalmente, la ocupación militar sirve también para la apropiación de los recursos naturales de Palestina. Por ejemplo, Israel utiliza seis veces más agua que los palestinos, mientras explota los manantiales ubicados en Palestina.
Aunque el objeto mayor de la ocupación es la tentativa de asesinar la identidad del pueblo palestino, de liquidar su memoria histórica, de liquidar la autoestima de los palestinos, de desmoralizarlos, de dispersarlos por todo el mundo, fomentando la diáspora y bloqueando el retorno de los palestinos a sus territorios.
Si Obama quisiera, de hecho, presionar a Israel para que reabriera las negociaciones reales, lo primero que debería hacer sería simplemente no ejercer más el derecho de veto en las Naciones Unidas de todas las resoluciones que condenan a Israel. Además de amenazar y verdaderamente suspender el inmenso apoyo militar que su país da a Israel, para que ocupe los territorios palestinos. Cuando Israel tiene un gobierno que niega el derecho de los palestinos a tener un Estado aprobado por las Naciones Unidas, tiene un ministro de relaciones exteriores que desea la expulsión de los palestinos de Israel, incluso hasta el ataque nuclear para destruir a los palestinos, queda claro que la solución política de la cuestión palestina tiene que apuntar hacia Tel-Aviv y no hacia los palestinos.

Emir Sader es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. Este artículo lo escribió desde Ramallah.

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2676


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Economía y Política Internacional

El golpe de Honduras y la crisis

Por Guillermo Almeyra

30/06/09

Es un golpe de los dueños de los medios de información, de los jueces clasistas y corruptos, de los políticos al servicio de los terratenientes, y su pretexto es ridículo.
El capitalismo busca recomponerse y expandirse utilizando la crisis actual. Destruye miles de millones de capitales (la mayor parte ficticios) y millares de bancos y empresas para concentrar el capital. Y lanza a la desocupación y la miseria a centenares de millones de trabajadores, aprovechando para imponerles por ese medio la rebaja de sus salarios, la pérdida de sus defensas sindicales, la prolongación de las jornadas de trabajo, la anulación de las leyes sociales para mantener un trabajo siempre en peligro, siempre peor. A la extracción de plusvalía relativa, aumentando la productividad con salarios prácticamente congelados, une la de plusvalía absoluta, aumentando la jornada laboral, extrayendo de la familia obrera el trabajo gratis de sus componentes con tal de obtener entre todos lo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo.
Tal política, en los países industrializados, exige la complicidad de las direcciones sindicales burocratizadas que venden los derechos de sus afiliados, y exige medidas represivas contra las tendencias de clase en el mundo laboral y contra los inmigrantes e indocumentados que forman buena parte de la clase trabajadora, para que ésta se divida, debilite y desorganice.
En los países menos industrializados, en cambio, donde el grueso del capital se basa en una amalgama entre una oligarquía terrateniente de visión feudal y las empresas transnacionales y se apoya en el racismo de las clases acomodadas urbanas (blancas y mestizas) contra las rurales y urbanas pobres (indígenas, negros o mestizos pobres), para mantener el margen de ganancia hay que reducir la parte de los ingresos de los trabajadores, y esa tarea sólo se puede hacer impidiendo su resistencia con un poder dictatorial. Los intentos de golpe de Estado de quienes controlan la justicia, el Congreso, los medios de información y las fuerzas armadas están y estarán, pues, en el orden del día.
En el 2002 se realizó el intento de la oligarquía venezolana, respaldada por Bush y por el gobierno español, y con el apoyo de las clases medias acomodadas de las ciudades, de derribar al presidente Hugo Chávez. La movilización popular dividió política y socialmente a las fuerzas armadas y el golpe fracasó. El año pasado, los sojeros y ganaderos de Santa Cruz, en Bolivia, intentaron un golpe contra Evo Morales que fracasó por la movilización campesinas hacia esa ciudad y la pronta reacción de los gobiernos de la Unasur. Recientemente, la salvaje burguesía guatemalteca creyó oportuno un golpe de Estado contra el presidente tímidamente reformista Álvaro Colom, al que había espiado y vigilado desde el primer momento. La movilización campesina e indígena creó una situación fluida, donde siempre es posible otro zarpazo gorila con el apoyo unas clases medias temerosas de que el ascenso social de los sectores populares pueda hacerles perder sus magros privilegios. Ahora se produjo el golpe contra el presidente Manuel Zelaya, que llevó Honduras a la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA). Es un golpe de los dueños de los medios de información, de los jueces clasistas y corruptos, de los políticos al servicio de los terratenientes, y su pretexto es ridículo.
En efecto, nadie obliga a participar en una consulta que tampoco es vinculante y, si en el futuro se preguntase eventualmente si los electores desean reformar la Constitución, bastaría con responder no (y ganar la elección) para mantener la Carta Magna actual. El ejército, en cambio, secuestró de madrugada y expulsó del país al presidente y a varios ministros, golpeó a embajadores de países del ALBA, el Congreso falsificó posteriormente una carta de renuncia de Zelaya y, sobre esa base, 20 horas después de haberlo echado con las bayonetas, lo destituyó y nombró un usurpador de la presidencia como presidente interino.
La OEA, la ONU, los países centroamericanos y el propio presidente de Estados Unidos declararon de inmediato que sólo reconocían a Zelaya. Como en el caso de Bolivia, los presidentes del grupo ALBA pero también otros mucho más moderados (Lula, Tabaré Vázquez, Cristina Fernández de Kirchner, Michelle Bachelet, Oscar Arias), temen una vuelta a los años 1970, a los golpes de Estado y las dictaduras porque en todos los países la derecha quiere defender sus enormes márgenes de ganancia amenazados por la crisis y por las reivindicaciones de los trabajadores. El propio Obama no puede hacer lo que habría hecho George W. Bush (apoyar a los gorilas) porque perdería así el apoyo de los hispanos y los trabajadores en Estados Unidos y el de los demócratas de todo el mundo junto con los frutos recientes de su campaña personal de apertura hacia América Latina.
No se puede hablar, pues, de un nuevo golpe “de la embajada gringa”, ni del “primer golpe de Obama”, aunque buena parte de las transnacionales estadounidenses y de sus representantes en el establishment de Estados Unidos (Otto Reich, Negroponte y Cía) puedan estar detrás de los golpistas. Lo que es evidente es que no basta el repudio de los gobiernos para derrotar a éstos y que es necesario aplastarlos de modo ejemplar antes de que su ejemplo siente un precedente, ya que el capitalismo no puede recuperarse manteniendo los mismos márgenes de democracia y las conquistas sociales que le fueron arrancados por los trabajadores en la segunda postguerra.

Guillermo Almeyra es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2678


POLÍTICA INTERNACIONAL

Diez días que estremecieron al mundo*

Por John Reed

Hacia finales de septiembre de 1917, vino a verme en Petrogrado un profesor de sociología extranjero que visitaba Rusia. Algunos intelectuales y hombres de negocios le habían dicho que la revolución estaba declinando. Después de expresar esta opinión en un artículo, se dedicó a recorrer el país, visitando algunas ciudades industriales y «comunas» campesinas, donde, con gran asombro suyo, creyó percibir que la revolución iba desarrollándose. Corrientemente, escuchaba entre los trabajadores de las ciudades y del campo la consigna de reivindicar «la tierra para los campesinos, las fábricas para los obreros». Si el profesor hubiese visitado el frente, habría comprobado que el ejército entero no hablaba más que de paz.
El profesor sentía gran desconcierto: se había equivocado. Las dos observaciones eran exactas: las clases poseedoras se hacían cada vez más conservadoras; las masas populares, cada vez más radicales.
Para los intelectuales y los hombres de negocios, la revolución había ido ya bastante lejos y comenzaba a durar demasiado; era tiempo de que todo volviese al orden. Compartían este sentimiento los grupos socialistas «moderados», los oborontsi[1], los mencheviques recalcitrantes y los socialrevolucionarios, que sostenían al Gobierno provisional de Kerenski.
El 14 de octubre, el órgano oficial de los socialistas «moderados»[2] decía lo siguiente:
El drama de la revolución tiene dos actos: la destrucción del antiguo régimen y la instauración del nuevo. El primer acto ha durado ya bastante. Es hora ya de pasar al segundo y de representarlo también lo más rápidamente posible. Como ha dicho un gran revolucionario: «Apresurémonos, amigos, a terminar la revolución; aquel que la prolongue demasiado no cosechará los frutos...»
Pero las masas obreras y los campesinos se resistían obstinados a creer que el primer acto hubiese terminado. En el frente, los Comités del Ejército tenían que luchar constantemente con los oficiales, los cuales no podían habituarse a tratar a sus hombres como a seres humanos. En la retaguardia se perseguía a los comités agrarios elegidos por los campesinos, porque trataban de aplicar los reglamentos oficiales concernientes a la tierra. En las fábricas, los obreros se veían obligados a luchar contra las listas negras y el lock-out.[3] Más aún: a los exiliados políticos, que acababan de regresar, se les desterraba de nuevo como «indeseables», y se llegó incluso a perseguir y encarcelar, en sus aldeas, a hombres que habían regresado del extranjero, por actos revolucionarios cometidos en 1905.
Para todas las manifestaciones de descontento del pueblo, los socialistas «moderados» sólo tenían una respuesta: «Esperad a la Asamblea Constituyente, que se reunirá en diciembre.» Esto no satisfacía a las masas. Lo de la Constituyente estaba bien, pero ¿olvidábanse los fines concretos por los cuales se había hecho la revolución y se pudrían sus mártíres en el Campo de Marte? Con Asamblea Constituyente o sin ella, lo que se necesitaba era la paz, la tierra y el control obrero de la industria. Muchas veces se había diferido la convocatoria de la Constituyente y acaso se la aplazaría una o dos más: se esperaba que el pueblo acabara por calmarse y modificar sus exigencias. En todo caso, después de ocho meses de revolución, apenas si se vislumbraba tal cosa...
Sin embargo, los soldados trataban de resolver por sí mismos, desertando, la cuestión de la paz. Los campesinos quemaban las casas señoriales y se apoderaban de las grandes propiedades, los obreros saboteaban la industria y se declaraban en huelga... No hay que decir que los industriales, los grandes terratenientes y los oficiales empleaban toda su influencia para impedir cualquier compromiso democrático...
La política del Gobierno provisional oscilaba entre unas reformas ineficaces y una despiadada represión. Un decreto del ministro socialista del Trabajo prohibió reunirse a los comités obreros durante las horas de labor.[4] En el frente se detenía a los «agitadores» de la oposición, se suspendían los periódicos de izquierda y se castigaba con la pena de muerte a los propagandistas revolucionarios. Se hicieron algunos intentos para desarmar a las guardias rojas. Se envió a los cosacos a las provincias para mantener el orden...
Estas medidas contaban con la aprobación de los socialistas «moderados» y de sus jefes, que formaban parte del gobierno y que estimaban necesaria la colaboración con las clases poseedoras. El pueblo los abandonó pronto, para pasarse al lado de los bolcheviques, cuyo programa era la paz, la tierra, el control de la industria y un gobierno obrero. El conflicto se agravó en septiembre de 1917. Contra el sentimiento de la inmensa mayoría del país, Kerenski y los socialistas «moderados» consiguieron formar un gobierno de coalición con las clases poseedoras: el resultado fue que los mencheviques y los socialrevolucionarios perdieron para siempre la confianza del pueblo.
Un artículo del Rabotcbi Put («El Camino Obrero»), aparecido hacia mediados de octubre y titulado «Los ministros socialistas», expresaba claramente el sentimiento de las masas populares respecto de ios socialistas «moderados»:
He aquí la lista de sus servicios:[5]
Tseretelli: Desarmó a los obreros con la ayuda del general Polovsev, degolló a los soldados revolucionarios e introdujo la pena de muerte en el ejército.
Skobelev: Comenzó con una veleidad, tasando en el 100 por ciento los beneficios de los capitalistas, y acabó... por un intento de disolución de los comités obreros de las fábricas y de los talleres.
Avxentiev: Encarceló a muchos centenares de campesinos, miembros de los comités agrarios, y suprimió docenas de periódicos de los obreros y los soldados.
Tchernov: Firmó el manifiesto zarista ordenando la disolución de la Dieta finlandesa.
Savinkov: Se alió con el general Kornilov y, si no entró en Petrogrado como «salvador de la patria», fue sólo por una serie de circunstancias ajenas a su voluntad.
Zarudni: Encarceló, con la aprobación de Alexinski y Kerenski, a millares de obreros, soldados y marineros revolucionarios, y ayudó a fraguar el «asunto» de los bolcheviques, tan infamante para la justicia rusa como el asunto Beilis.
Nikitin: Se comportó, frente a los ferroviarios, como un vulgar polizonte.
Kerenski: Mejor es no hablar de él; la lista de sus servicios es demasiado larga...
Un congreso de los delegados de la Flota del Báltico, celebrado en Helsingfors, votó una resolución que comenzaba así:
Exigimos que se expulse inmediatamente del gobierno al «socialista» Kerenski, aventurero político, que, con sus vergonzosos chantajes en beneficio de la burguesía, desacredita y hunde la gran revolución y, con ella, a las masas revolucionarias…
Todo esto no podía sino acrecentar la popularidad de los bolcheviques.
Desde febrero de 1917, en que la multitud de obreros y soldados que venía como un mar embravecido a azotar contra los muros del Palacio de Táuride había obligado a la Duma imperial a asumir contra su gusto el poder supremo, fueron las masas populares, obreros, soldados y campesinos, las que imprimieron todos estos cambios .i la dirección de la revolución. Fueron también ellas quienes derribaron al ministro Miliukov, y fue su Soviet quien lanzó al mundo los términos de la paz rusa: ni anexiones ni indemnizaciones: derecho de los pueblos a disponer de sí mismos. Y en julio, fue el proletariado quien, en una sublevación espontánea, tomó el Palacio de Táuride y exigió que los Soviets asumieran el gobierno de Rusia.
Los bolcheviques[6] que entonces no eran más que un pequeño grupo político, se pusieron a la cabeza del movimiento. Fracasó éste, de manera desastrosa, y la opinión pública se volvió contra ellos. Sus tropas, desprovistas de jefes, se acogieron al barrio de Vyborg, el Fa^lbourg Saint-Antoine petersburgués. Comenzó entonces la caza despiadada de bolcheviques. Se encarceló a varios centenares, entre ellos, Trostki, Alejandra Kollontai y Kaménev. Lenin y Zinoviev tuvieron que esconderse para escapar a la justicia. Quedaron suspendidos los periódicos del partido. Provocadores y reaccionarios acusaron a los bolcheviques de ser agentes de Alemania, y tanto insistieron en ello, que el mundo entero acabó por creerlos.
Pero el Gobierno provisional se vio en la imposibilidad de fundamentar sus acusaciones. Se reveló que los documentos que habían de probar la inteligencia con Alemania eran falsos.[7] Los bolcheviques, uno por uno, fueron puestos en libertad sin sentencia, bajo fianza ficticia o simplemente sin fianza, con excepción de seis de ellos.
La impotencia y, la indecisión de este gobierno en perpetuo reajuste proporcionaba a los bolcheviques un argumento irrefutable. No tardaron, pues, de nuevo, en hacer resonar entre las masas su grito de guerra: «¡Todo el poder a los Soviets!» Y realmente no era la ambición personal la que los impulsaba, ya que, por entonces, la mayoría de los Soviets pertenecía a los socialistas «moderados», enemigos suyos encarnizados.
En seguida lanzaron su programa de acción: satisfacer las reivindicaciones más elementales y evidentes de los obreros, soldados y campesinos. De esta manera, mientras los mencheviques recalcitrantes y los socialrevolucionarios se enredaban en compromisos con la burguesía, los bolcheviques conquistaron rápidamente las masas. Acosados y despreciados en julio, habían ganado en septiembre, casi completamente, para su causa, a los obreros de la capital, los marinos del Báltico y los soldados. En las grandes ciudades,[8] las elecciones municipales de septiembre fueron, a este respecto, muy significativas: los mencheviques y los socialrevolucionarios sólo consiguieron el 18 por ciento de los puestos, contra más del 70 por ciento en junio...
Un hecho ha preocupado a los observadores extranjeros: la oposición extremadamente violenta que el Comité Central Ejecutivo de los Soviets, los Comités Centrales del Ejército y de la Flota[9] y algunos Comités Centrales de Sindicatos, concretamente el de Comunicaciones y el de los Ferroviarios, hacían a los bolcheviques. Ahora bien, estos Comités Centrales habían sido elegidos hacia mediados del verano o incluso antes, cuando los mencheviques y los S. R. contaban con innumerables partidarios, y retardaron o impidieron nuevas elecciones, que habrían modificado su constitución. Según los estatutos de los Soviets de Diputados obreros y soldados, el Congreso debería reunirse en septiembre, pero el Tsik no quiso convocarlo, pretextando que la Constituyente iba a reunirse dos meses más tarde y que en esa época los Soviets deberían entregar sus poderes. Mientras tanto, los bolcheviques ganaban cada día terreno en todo el país, en los Soviets locales, en los sindicatos y entre los soldados y marineros. Los Soviets campesinos seguían siendo todavía conservadores porque en los distritos rurales atrasados, la conciencia política se desarrollaba lentamente y, durante toda una generación, sólo el partido S.R. había hecho propaganda en el campo. Pero, incluso entre los campesinos, se estaba formando una fracción revolucionaria. Tal cosa se hizo visible en octubre, cuando el ala izquierda de los S.R. se separó para formar un nuevo grupo: los socialrevolucionarios de izquierda.
Paralelamente, podían observarse no pocos síntomas de que la reacción iba recobrando su confianza.[10] Así por ejemplo, en el teatro estaba Trotzki, de Petrogrado, cuando un grupo de monárquicos interrumpió la representación de una comedia titulada Los crímenes del zar y amenazó con linchar a los actores por «insulto al soberano». Ciertos periódicos pedían a voces un «Napoleón ruso». Los intelectuales burgueses jamás llamaban a los diputados de los Soviets obreros (robotchie deputaty) otra cosa que «perros diputados» (sobatchie depuiaty).
El 15 de octubre me entrevisté con el gran capitalista Stepan Gueorguievitch Lianosov, el «Rockefeller» ruso, kadete por sus opiniones políticas.
—La revolución —me dijo— es una enfermedad. Más pronto o más tarde, tendrán que intervenir las potencias extranjeras, como se interviene a un niño enfermo para curarlo o ayudarlo a caminar. Evidentemente, no será éste el mejor remedio quizá, pero hay que comprender que las naciones no pueden permanecer indiferentes ante el peligro bolchevique y la propagación de ideas tan contagiosas como la de la «dictadura del proletariado» o la de la «revolución mundial»... Hay una sola posibilidad de que esta intervención no se haga inevitable. En lo« transportes reina la desorganización, cierran las fábricas y los alemanes avanzan: acaso el hambre y la derrota devuelvan al pueblo ruso la razón...
Con particular energía me expresó el señor Lianosov su convicción de que jamás los comerciantes e industriales, ocurriera lo que ocurriese, transigirían con la existencia de los Comités de fábricas ni concederían a los obreros participación en la dirección de las industrias.
—En cuanto a los bolcheviques, no hay más que dos maneras de salir adelante: evacuar Petrogrado y declarar el estado de sitio, para que el mando militar pueda desembarazarnos de estos señores, sin necesidad de inquietarse por la legalidad... o bien, segunda alternativa, dispersar por la fuerza armada la Asamblea Constituyente si manifiesta las menores tendencias utópicas.
El invierno, el terrible invierno ruso, se aproximaba. Yo había oído decir a los hombres de negocios: «El invierno ha sido siempre el mejor amigo de Rusia. Acaso sea él quien nos libre de la revolución». En el frente, helado, los miserables ejércitos seguían padeciendo hambre y muriendo sin entusiasmo. El material rodante se deterioraba, disminuían los víveres, cerraban las fábricas. Las masas, desesperadas, proclamaban que la burguesía estaba a punto de sabotear la causa del pueblo, provocando la derrota en el frente. Riga había sido abandonada después de que Kornilov hubo declarado públicamente: «¿Deberemos sacrificar Riga para que el país retorne el sentido del deber?»[11]
Para los norteamericanos, es inconcebible que la guerra de clases alcance tales extremismos. Sin embargo, en el frente Norte he conocido oficiales que preferían abiertamente el desastre militar a la colaboración con los comités de soldados. El secretario de la sección de Petrogrado del partido kadete me declaró que el hundimiento económico formaba parte de una campaña destinada a desacreditar la revolución. Un diplomático aliado, cuyo nombre he prometido callar, me confirmó el hecho. Sé también que cerca de Jarkov, los propietarios de unas minas las incendiaron e inundaron; que en Moscú, ingenieros textiles, antes de abandonar las fábricas, inutilizaron las máquinas, y que unos obreros sorprendieron a ciertos funcionarios de los ferrocarriles en flagrante delito de sabotaje a las locomotoras.
Una gran parte de las clases ricas preferían los alemanes a la revolución —incluso 'al Gobierno provisional— y no ocultaba estas preferencias. En la familia rusa con quien yo vivía, a la hora de cenar se conversaba invariablemente sobre la llegada de los alemanes, que traerían «la ley y el orden». Una noche, en casa de un comerciante de Moscú, a la hora del té, pregunté a once personas si preferían a Guillermo o a los bolcheviques. Ganó Guillermo por diez contra uno.
Los especuladores se aprovechaban del desorden general para amasar fortunas que dilapidaban en orgías fantásticas o en pagar a los funcionarios. Acaparaban stocks de víveres o de combustibles y los exportaban clandestinamente a Suecia. Durante los cuatro primeros meses de la revolución, las reservas de víveres de los grandes almacenes municipales de Petrogrado fueron saqueadas casi a la vista de todos, hasta el punto de que la reserva de trigo para dos años resultó casi insuficiente a las necesidades de un mes. Según el informe oficial del último rriinistro de Abastecimientos del Gobierno provisional, el café se compraba al por mayor en Vladivostok a dos rublos la libra, y el consumidor lo pagaba a trece en Petrogrado. En todos los almacenes de las grandes ciudades había toneladas de víveres y de ropas; pero sólo los /icos podían comprarlos.
En una ciudad de provincia conocí a una familia de comerciantes, cuyos miembros se habían hecho especuladores merodeadores, como los llaman los rusos—. Los tres hijos habían logrado rehuir el servicio militar, mediante el soborno. Uno especulaba con víveres, otro vendía ilícitamente a misteriosos clientes de Finlandia el oro de las minas del Lena, y el tercero, que había adquirido'grandes interesas en una fábrica de chocolate que aprovisionaba a las cooperativas locales, no las abastecía sino con la condición de que le entregasen todo lo que necesitara. De este modo, en tanto el pueblo sólo recibía, con la cartilla, un cuarto de libra de pan negro, él disponía en abundancia de pan blanco, azúcar, té, pasteles y manteca. Y cuando los soldados, consumidos por el frío y el hambre, no podían sostenerse en el frente, había que escuchar con qué indignación vociferaba esta familia contra los «cobardes», asegurando que sentía «vergüenza de ser rusa» y llamando «bandidos» a los bolcheviques porque le requisaban grandes stocks de provisiones acaparados por ella.
Bajo esta podredumbre exterior, las fuerzas secretas del antiguo régimen, que habían sobrevivido a la caída de Nicolás II, proseguían su intenso y misterioso trabajo. Los agentes de la famosa Ojranat seguían funcionando, por o contra el zar, por o contra Kerenski, a sueldo de quien les pagase. En la sombra, diferentes clases de organizaciones subterráneas, como las «Centurias Negras», se dedicaban activamente a preparar el triunfo de la reacción, de una u otra forma.
En esta atmósfera de corrupción y de monstruosas verdades a medias, sólo se oía una nota clara, el llamamiento de los bolcheviques, más penetrante cada día: «¡Todo el poder a los Soviets! ¡Todo el poder a los representantes directos de millones de obreros, soldados y campesinos! ¡Tierra y pan! ¡Que acabe la guerra insensata! ¡Abajo la diplomacia secreta, la especulación y la traición! ¡La revolución está en peligro, y con ella la causa de todos los pueblos!»
La lucha entre .el proletariado y la burguesía, entre los Soviets y el gobierno, comenzada en los primeros días de febrero, iba a alcanzar su punto culminante. Rusia, que acababa de pasar, de un salto, de la Edad Media al siglo xx, ofrecía al mundo estremecido el espectáculo de dos revoluciones: la revolución política y la revolución social, trabadas en una lucha a muerte.
¡Qué vitalidad la de esta revolución rusa, después de tantos meses de hambre y de decepciones! La burguesía debería haber conocido mejor a su Rusia: sopeñas se veía por ninguna parte aquella «lasitud de la revolución», de la cual se complacía en hablar.
Cuando se echa una mirada atrás, la Rusia anterior a octubre parece pertenecer a otra edad, se la ve increíblemente conservadora. ¡Nos hemos adaptado tan pronto al nuevo y más rápido curso de la vida! Toda la política rusa se inclinó tan violentamente a la izquierda, que a los kadetes se les puso fuera de la ley, como «enemigos del pueblo», a Kerenski se le consideró como «n «contrarrevolucionario»; los jefes socialistas moderados, Tseretelli, Dan, Lieber, Gotz y Avxentiev, parecieron demasiado reaccionarios a los ojos de sus mismos partidarios, y hombres como Tchernov o incluso Máximo Gorki se vieron empujados al ala derecha.
Hacia mediados de diciembre de 1917, algunos jefes socialrevolucionarios visitaron en grupo al embajador británico, sir George Buchanan, al cual le suplicaron que no hiciese declaraciones sobre esta visita, por estar considerados como muy derechistas.
—¡Cuando pienso —comentó sir George— que hace un año m¡ gobierno me ordenaba no recibir a Miliukov, porque era peligrosamente izquierdista!
Septiembre y octubre son los dos peores meses del año, sobre todo en Petrogrado. Durante sus cortos días, bajo un cielo gris y pesado, la lluvia chorreaba interminablemente, empapándolo todo. Había que caminar sobre un lodo espeso, resbaladizo, viscoso, con huellas de pesadas botas, peor aún que el que se formaba de ordinario, por el mal estado de los servicios municipales. Del golfo de Finlandia soplaba un viento húmedo y cortante, y por las calles rodaban masas de niebla helada. De noche, por economía y por temor a los zepelines, sólo a grandes trechos se encendían los faroles públicos. En las casas particulares no había electricidad más que desde las seis a las doce de la noche. Cada bujía costaba casi un dólar, y el petróleo escaseaba mucho. La noche duraba desde las tres de la tarde a las diez de la mañana. Los robos y asaltos se multiplicaban. Los hombres, armados de fusiles, hacían guardia, por turno, en las casas, durante la noche. Así se desarrollaba la vida bajo el Gobierno provisional.
Los víveres iban escaseando de semana en semana. La ración diaria de pan descendió sucesivamente de una libra y media a una libra, dspués a tres cuartos de libra, y finalmente a 250 y 125 gramos. Al final, hubo una semana entera sin pan. Se tenía derecho a dos libras de azúcar mensuales, pero era casi imposible encontrarla. Una tableta de chocolate o una libra de caramelos insípidos costaban de siete a diez rublos, más o menos un dólar. Sólo había leche para menos de la mitad de los niños de la ciudad; la mayor parte de los hoteles y de las casas particulares no la veían desde hacía meses. En plena temporada de frutas, las manzanas y las peras se vendían en las esquinas de las calles a poco menos de un rublo cada una.
Para conseguir leche, pan, azúcar o tabaco era preciso hacer cola durante horas bajo la lluvia glacial. Al salir de las reuniones nocturnas, yo he visto formarse estas colas, antes del alba, compuestas, sobre todo, de mujeres, algunas de las cuales llevaban a sus hijos en los brazos. Carlyle, en su French Revolution, pinta al pueblo francés como dotado de una particular aptitud para hacer cola. Rusia se había iniciado en esta práctica bajo el reinado de Nicolás el Bendito, desde 1915, y continuó entrenándose en ella, con intermitencias, hasta el estío de 1917. A partir de entonces, la cola fue uno de los actos normales de su vida. Hay que imaginarse a estas gentes mal vestidas, de pie sobre el helado suelo de las calles de Petrogrado, durante jornadas enteras y en medio del invierno ruso. Yo he escuchado en las «colas del pan» la nota áspera y amarga del descontento, brotando a veces de la milagrosa dulzura de estas multitudes rusas.
Naturalmente, los teatros se abrían todas las noches incluso los domingos. Karsavina trabajaba en un nuevo ballet en el teatro María: toda Rusia, que enloquece por la danza, corría a verla. Chaliapin cantaba. En el teatro Alejandro se representaba la Muerte de Iván el Terrible, con la puesta en escena de Meyerhold. Recuerdo haber visto, en una de estas representaciones, a un alumno de la Escuela de Pajes Imperiales que, después de cada acto, se cuadraba correctamente ante el palco imperial, desierto y despojado de sus águilas... El Krivoie Zerkalo había montado suntuosamente Reigen, de Schnitzler.
Las colecciones del Ermitage y de otras galerías habían sido evacuadas a Moscú, pero cada semana se inauguraban exposiciones de pintura. Las mujeres «intelectuales» se apretujaban en las conferencias sobre arte, literatura y filosofía mundana. La temporada fue particularmente rica en teósofos. El Ejército de Salvación, permitido en Rusia por vez primera, cubría los muros con los anuncios de sus reuniones evangélicas, que entretenían y asombraban a los auditorios rusos.
Como ocurre siempre en semejantes períodos, la pequeña vida convencional continuaba su curso, ignorando lo más posible la revolución. Los poetas componían versos, pero no a la revolución. Los pintores realistas pintaban escenas de la Rusia medieval, todo menos la revolución. Seguían llegando a la capital señoritas de provincias para aprender francés y educar su voz. Jóvenes y elegantes oficiales paseaban en el hall de los hoteles sus bachlyks carmesí bordados de oro y sus sables caucasianos ricamente nielados. Las mujeres de los funcionarios se reunían por las tardes a tomar el té, llevando cada una en su manguito una cajita con azúcar, de oro o plata, ornada de brillantes, y media hogaza de pan. Estas damas suspiraban por la vuelta del zar, por la llegada de los alemanes y, en fin, por todo aquello que pudiera resolver la crisis del servicio doméstico. La hija de un amigo mío sufrió un día un ataque.de histeria, porque la cobradora de un tranvía la había llamado «camarada».
La gran Rusia daba a luz, con dolor, un mundo nuevo. Las criadas, a quienes antes se trataba como a bestias y apenas se les pagaba, estaban emancipándose. Como entonces un par de zapatos costaba cien rublos y los sueldos eran "alrededor de treinta y cinco mensuales, se negaban a llevar zapatos cuando tenían que ir a la cola. En esta nueva Rusia, todos los hombres y todas las mujeres tenían voto; la clase obrera poseía sus diarios, en los cuales se publicaban cosas desusadas y sorprendentes; y además existían los Soviets y los sindicatos. Los mismos izvoztchiks (cocheros) tenían su sindicato y estaban representados en el Soviet de Petrogrado. Los camareros de los hoteles y restaurantes estaban también organizados y se negaban a recibir propinas. En las paredes de los restaurantes había inscripciones como ésta: «No se admiten propinas». Como esta otra: «Porque un hombre esté obligado a ganarse la vida sirviendo a otros en la mesa, no es necesario insultarlo ofreciéndole una propina.»
En el frente, los soldados continuaban su lucha contra los oficiales y aprendían en los comités a gobernarse a sí mismos. En los talleres, esas incomparables organizaciones que son los Comités de fábrica adquirían experiencia y fuerza y tomaban conciencia de su misión histórica de lucha contra el antiguo orden de cosas.[12] Rusia entera aprendía a leer: leía asuntos de política, de economía, de historia, porque el pueblo tenía necesidad de saber. En cada ciudad, casi en cada aldea, en el frente, cada fracción política tenía su periódico y, a veces, muchos. Millares de organizaciones distribuían centenares de miles de folletos, inundando los ejércitos, las aldeas, las fábricas, las calles. La sed de instrucción, tan largo tiempo refrenada, convirtióse con la revolución en un verdadero delirio. Sólo del Instituto Smolny salieron cada día, durante los seis primeros meses, toneladas de literatura, que, ya en carros, ya en vagones, iban a saturar el país. Rusia absorbía, insaciable, como la arena caliente absorbe el agua. Y no grotescas novelas, historia falsificada, religión diluida o esa literatura barata que pervierte, sino teorías económicas y sociales, filosofía, las obras de Tolstoi, de Gogol, de Gorki.
¡Y qué papel jugaba la palabra! Los «torrentes de elocuencia» de que habla Carlyle a propósito de Francia eran una bagatela al lado de las conferencias, de los debates, de los discursos que se pronunciaban en los teatros, en los circos, en las escuelas, en los; clubs, en las salas de reunión de los Soviets, en los locales de los sindicatos, en los cuarteles. Se celebraban mítines en las 'trincheras, en las plazas de las aldeas, en las fábricas. ¡Qué admirable espectáculo el de los cuarenta mil obreros de Putilov acudiendo a escuchar a oradores socialdemócratas, socialrevolucionarios, anarquistas y otros, igualmente atentos a todos ellos e indifesentes a la duración de los discursos! En Petrogrado y en toda Rusia, la esquina de cada calle fue, durante meses, una tribuna pública. En los trenes, en los tranvías, en todas partes brotaba de improviso la discusión.
En innumerables congresos y conferencias se mezclaban y confundían hombres de dos continentes: los congresos de los Soviets, de las cooperativas, de los zemtvos, de las nacionalidades; los congresos de los sacerdotes, de los campesinos, de los partidos políticos; la Conferencia democrática de Petrogrado, ¡a Conferencia nacional de Moscú, el Consejo de la República rusa. En Petrogrado tenían lugar siempre tres o cuatro congresos a la vez. En todas las reuniones se rechazaba, por lo regular, la proposición de limitar el tiempo a los oradores; cada uno podía expresar libremente su pensamiento...
Visitamos el freríte del 12o ejército, detrás de Riga. Pálidos, descalzos, los hombres se consumían sobre el lodo eterno de las trincheras. Enderezándose a nuestro lado, los rostros contraídos, la piel azulada por el frío asomando por entre los desgarrones de la ropa, nos preguntaron ávidamente: «¿Ha traído usted alguna cosa para leer?»
Miles de signos aparentes denunciaban el cambio: la estatua de Catalina la Grande, delante del teatro Alejandro, llevaba en la mano una banderita roja; otras banderas rojas, desgarradas, flotaban en todos los edificios públicos, y el monograma imperial y las águilas habían sido arrancados o tapados. Se sustituyó al terrible gorodovoi (guardia de orden público) por una milicia benévola, que patrullaba sin armas por las calles. Sin embargo, aún subsistían muchos anacronismos.
Por ejemplo, el Tabel o rangakh —el cuadro de las jerarquías y de las clases— que con mano de hierro había impuesto a Rusia, Pedro el Grande, continuaba en vigor. Casi todo el mundo, desde el colegio, vestía el uniforme reglamentario, con las insignias del emperador en los botones y las charreteras. Hacia las cinco de la tarde, se llenaban las calles de viejos señores de uniforme, la cartera bajo el brazo, el aire sumiso, que volvían de trabajar en aquellos inmensos ministerios y edificios públicos con apariencia de cuarteles, calculando cuántas defunciones entre sus superiores tendrían aún que producirse para alcanzar el tchin (el grado) codiciado de asesor de colegio o de consejero privado, con una confortable jubilación y acaso la cruz de Santa Ana.
Se cuenta que al senador Sokolov, que, vistiendo de civil, trataba de asistir a una sesión del Senado, en plena revolución, no se le permitió la entrada por no llevar la casaca reglamentaria de los servidores del zar.
Tal era el fondo —un país en estado de descomposición y en plena fermentación— sobre el que iba a desarrollarse la gran insurrección de las masas rusas...

* Capítulo Primero: Los orígenes
Escrito: En 1918 y 1919.
Primera edición: Editado e impreso en 1919 por Boni & Liveright, Inc. para International Publishers, editorial del Partido Comunista de los EEUU, del cual Reed era miembro.
Fuente de esta versión: Edicion emitida por el Instituto Cubano del Libro en homenaje al 50 aniversario de la Revolucion de Octubre.
Digitalizacion: Carlos G. Galván, 2004
Esta Edición: Marxists Internet Archive, 2004-2005.
Fuente: http://www.marxists.org/espanol/reed/diezdias/capitulo_1.htm


Política Internacional

El tóxico de Uribe

Por Atilio Boron*

¿Qué pretende Uribe con su frenética gira por América Sudamérica? Nada menos que vender una iniciativa tóxica, para utilizar el lenguaje impuesto por la crisis capitalista: justificar la escalada de la ofensiva militar del imperio con el propósito de revertir los cambios que en los últimos años alteraron la fisonomía sociopolítica de la región. Ante esta desconcertante realidad la táctica de la Casa Blanca ha sido abandonar la retórica belicista de Bush y ensayar un discurso igualitarista y respetuoso de la soberanía de los países del área, pero desplegando nuevas bases militares, manteniendo a la Cuarta Flota y fortaleciendo sin pausa al Comando Sur.

En este sentido Barack Obama, a quien los perpetuamente desorientados “progres” europeos y latinoamericanos continúan confundiendo con Malcom X, está siguiendo al pie de la letra los consejos de Theodore Roosevelt, el padre de la gran expansión imperialista norteamericana en el Caribe y Centroamérica, cuando dijera “speak softly and carry a big stick”, es decir, “habla bajito pero lleva un gran garrote”. Roosevelt fue un maestro consumado en aplicar esa máxima a la hora de construir el Canal de Panamá y lograr, con la infame Enmienda Platt, la práctica anexión de Cuba a los Estados Unidos. Con su política de remilitarización forzada de la política exterior hacia América Latina y el Caribe Obama se interna por el camino trazado por su predecesor.

La justificación que Uribe esgrime en apoyo de su decisión de conceder a las fuerzas armadas de Estados Unidos siete bases militares es que de esa manera se amplía la cooperación con el país del Norte para librar un eficaz combate contra el narcotráfico y el terrorismo. Excusa insostenible a la luz de la experiencia: según una agencia especializada de las Naciones Unidas los dos países donde más creció la producción y exportación de amapola y coca son Afganistán y Colombia, ambos bajo una suerte de ocupación militar norteamericana. Y si algo enseña la historia del último medio siglo de Colombia es la incapacidad para resolver el desafío planteado por las FARC por la vía militar. Pese a ello el general Freddy Padilla de León ¬–quien gusta decir que morir en combate “es un honor sublime”- anunció días pasados en Bogotá que las siete bases estarían localizadas en Larandia y en Apiay (ambas en el Oriente colombiano); en Tolemaida y en Palanquero (en el centro de Colombia); en Malambo (sobre el Atlántico, en la costa norte); en Cartagena, sobre el Caribe colombiano y la séptima en un lugar aún no determinado de la costa del Pacífico. El Congreso de Estados Unidos ya aprobó la suma de 46 millones de dólares para instalar su personal y sus equipos bélicos y de monitoreo en estas nuevas bases con el objeto de reemplazar las instalaciones que tenía en Manta. En la actualidad ya hay en Colombia 800 hombres de las fuerzas armadas de Estados Unidos y 600 “contratistas civiles” (en realidad, mercenarios) pero los analistas coinciden en señalar que la cifra real es mucho más elevada que la oficialmente reconocida.

No hace falta ser un experto militar para comprobar que con la entrega de estas bases Venezuela queda completamente rodeada, sometida al acoso permanente de las tropas del imperio estacionadas en Colombia, amén de las nativas y los “paramilitares”. A ello habría que agregar el apoyo que aportan en esta ofensiva en contra de la Revolución Bolivariana las bases norteamericanas en Aruba, Curazao y Guantánamo; la de Palmerolas, en Honduras; y la Cuarta Flota que dispone de suficientes recursos para patrullar efectivamente todo el litoral venezolano. Pero no sólo Chávez está amenazado: también Correa y Evo Morales quedan en la mira del imperio si se tiene en cuenta que Alan García en Perú arde en deseos de ofrecer “una prueba de amor” al ocupante de la Casa Blanca otorgándole facilidades para sus tropas. En Paraguay, Estados Unidos se aseguró el control de la estratégica base de Mariscal Estigarribia –situada a menos de cien kilómetros de la frontera con Bolivia- y que cuenta con una de las pistas de aviación más extensas y resistentes de Sudamérica, apta para recibir los gigantescos aviones de transporte de tanques, aviones y armamento pesado de todo tipo que utiliza el Pentágono. También en ese país dispone de una enorme base en Pedro Juan Caballero, ¡localizada a 200 metros de la frontera con Brasil!, pero según Washington pertenece a la DEA y tiene como finalidad luchar contra el narcotráfico. La amenaza que representa esta expansión sin precedentes del poder militar norteamericano en Sudamérica no pasó desapercibida para Brasil, que sabe de las ambiciones que Estados Unidos guarda en relación a la Amazonía, región que “puertas adentro” los estrategas imperiales consideran como un territorio vacío, de libre acceso, y que será ocupado por quien tecnológicamente tenga la capacidad de hacerlo.

Ante estas amenazas los países sudamericanos tienen que reaccionar con mucha firmeza, exigiéndole a Estados Unidos archivar sus planes belicistas en Colombia, desmilitarizar América Latina y el Caribe y desactivar la Cuarta Flota. La retórica “dialoguista” de Obama es incongruente con la existencia de semejantes amenazas, y si quiere lograr un mínimo de credibilidad internacional debería ya mismo dar instrucciones para dar marcha atrás con estas iniciativas. Por su parte, los gobiernos de la región nucleados en la Unasur y el Consejo Sudamericano de Defensa deberían hacer oídos sordos ante las falacias de Uribe y pasar del plano de la retórica y la indignación moral al más concreto de la política, impulsando algunos gestos bien efectivos: por ejemplo, ordenando el inmediato retiro de las misiones militares y los uniformados estacionados en nuestros países mientras no se reviertan aquellas políticas. De ese modo el mensaje de rechazo y repudio al “militarismo pentagonista” -como precozmente lo bautizara un gran latinoamericano, Juan Bosch- llegaría claro y potente a los oídos de sus destinatarios en Washington. Las súplicas y exhortaciones, en cambio, no harían sino exacerbar las ambiciones del imperialismo.

* Dr. Atilio A. Boron, director del Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales (PLED), Buenos Aires, Argentina www.centrocultural.coop/pled http://www.atilioboron.com

Fuente: http://www.forumdesalternatives.org/ES/readarticle.php?article_id=22526


Política Internacional

Los contornos de la reciente política exterior norteamericana. En busca de enemigos

Por Gabriel Kolko*

La guerra, desde lo que son sus preparativos hasta llegar a sus repercusiones, ha definido tanto la naturaleza esencial de las principales naciones capitalistas como su poder relativo al menos desde 1914. La guerra se convirtió en el catalizador primordial del cambio de los movimientos revolucionarios en Rusia, China y Vietnam. Si bien las guerras también crearon partidos reaccionarios y fascistas, sobre todo en el caso de Italia y Alemania, a largo plazo produjeron cambios sociales internos de gran alcance. La revolución bolchevique fue el ejemplo preeminente de esta irónica simbiosis de guerra y revolución. Las guerras no sólo causaron desórdenes sociales en el seno de las naciones, trayendo revoluciones a diestro y siniestro, también atenuaron la capacidad de los estados capitalistas de competir económicamente unos con otros. En grado importante, la supremacía económica de los Estados Unidos hasta la guerra del Vietnam se basó en las consecuencias económicas de las dos guerras mundiales para Europa. Europa hacía la guerra mientras Norteamérica producía para ella bienes de guerra, hasta que se encontró en condiciones de entrar en guerra según su conveniencia. Con posterioridad a 1964, se invirtió el modelo, a medida que los Estados Unidos se debilitaban a causa de la guerra mientras europeos y japoneses fabricaban bienes de consumo y prosperaban.

Las opciones políticas adoptadas por los EE.UU. y la mayoría de las demás naciones dependían de la salud de la economía, o de la ausencia de la misma. Las necesidades económicas restringen las opciones que pueden considerar quienes están a cargo de la política. Lo que puede permitirse una nación resulta crucial para determinar lo que puede llevar a cabo a largo plazo. La naturaleza de una estructura de poder -qué individuos y clases poseen mayor influencia- configura a su vez el abanico de medidas políticas que es probable que escojan quienes han de tomar las decisiones. El papel político de las corporaciones que más tienen que ganar dentro de una nación ha sido siempre enormemente desproporcionado en relación a su número. Han creado mayor consenso entre quienes tienen mayor peso en política. Han proporcionado, en grado notable, el personal y conocimiento experimentado necesarios para la valoración y dirección de la política exterior. Todo esto parece perfectamente evidente de por sí, pero vale la pena que recordemos que -entre otras cosas, pero a menudo de modo principal- la política exterior refleja la naturaleza de las partes interesadas, que pueden ser de cuño empresarial (un conjunto con frecuencia muy dividido) o étnica (otro conjunto no menos divido según su concepción del mejor modo en que los Estados Unidos deberían abordar determinadas situaciones), o incluyen otros grupos de interés de toda especie y condición.

Históricamente hablando, las principales naciones capitalistas mantuvieron un consenso en contra de todas las revoluciones sociales en el Tercer Mundo. No obstante, este consenso se fue erosionando y deshaciendo a medida que los intereses comerciales nacionales entraron en juego por encima de las rivalidades por el petróleo y materias primas cruciales, y conforme se hacía más apremiante el deseo de integrar a las antiguas naciones colonizadas (por artificiales que muchas fueran) en esferas de influencia. Como resultado de ello, se recrudeció el conflicto de poder entre Europa Occidental, los EE.UU., Japón y, más recientemente, China. La guerra de Vietnam hizo posible esta nueva firmeza y poder real de otras naciones, a medida que la economía norteamericana, agobiada por la inflación y el déficit vio cómo se debilitaba el dólar y se abandonaba el patrón oro con Lyndon Johnson.

Fue la incertidumbre misma lo que los EE.UU. dieron por cierto, lo que llevó a un futuro señalado por frecuentes crisis en el terreno de la política financiera y exterior, dependiendo de los intereses que entrañaran. Todo esto parece de por si evidente, pero aparentemente no lo es tanto para quienes gobiernan las naciones, en buena medida porque los intereses en juego son siempre distintos y sencillamente son demasiado los matices que hay que dominar.

Los críticos radicales no pueden elaborar un calendario ni predecir la magnitud exacta de las crisis futuras, porque resultan deficientes sus percepciones analíticas, al haber perdido su atractivo y sonar a hueco. Pero quienes gobiernan nuestras instituciones políticas y económicas tienen el problema de resolver los retos que heredan y su incapacidad en el pasado para hacerlo sin crear desazón en algún sector de la sociedad norteamericana -por lo general los pobres y desfavorecidos- deja un sombrío futuro como legado para quienes es probable que tengan más que perder.

El problema de dirigir una ingente política exterior y militar, no sólo en el caso de los EE.UU. sino también de otras naciones, es que todas las decisiones sobre cuestiones vitales se filtran a través del prisma de la ambición. Puesto que los hombres y mujeres que aspiran a alcanzar influencia y poder muy a menudo dictan sus consejos con vistas a hacer progresar su carrera, por lo general son todo menos asesores objetivos de las diversas opciones. La elección rara vez se adopta con la vista puesta en los hechos. La guerra de Irak constituye un ejemplo de ello. El informe de la National Defense University de abril de 2008 sobre la guerra de Irak, que venía a denominarla "un desastre de primer orden" lo redactaron personas que en principio habían dado su apoyo pleno a la guerra con el fin de hacer progresar su carrera, dándose más tarde cuenta de que era esencial pronunciarse en contra, puesto que resultaba políticamente conveniente para garantizar que siguieran circulando los fondos del Congreso. En resumen, debería llegarse a una decisión sin tomar en cuenta las demandas del sistema burocrático o los cálculos de los individuos respecto a cómo afectará una decisión dada a su futuro personal. Pero el actual sistema de toma de decisiones está contaminado. Pueden cometerse errores de modo inocente, como sucede con frecuencia, por juzgar mal los hechos o desconocer una información vital, pero el sistema tiene también el problema de los ambiciosos. Todas las teorías sobre expectativas racionales, contando entre ellas a las nociones esquemáticas de Max Weber y cosas parecidas en sociología, cometen errores muy semejantes.

Todas las medidas políticas principales de Bush, sobre todo sus guerras en Afganistán e Irak, así como la ostentosa agenda neoconservadora destinada a convertir a los Estados Unidos en la potencia mundial dominante, fracasaron, dejando un legado de temor y odio en Oriente Medio y buena parte del resto del mundo, a la vez que se convertía a Rusia en enemiga y se debilitaban las tradicionales alianzas norteamericanas. Estas políticas convirtieron a Bush en el presidente más impopular de la historia norteamericana. En lugar de justificar el poder del Pentágono y tener éxito al extirpar los males del terrorismo, las guerras de Afganistán e Irak han demostrado una vez más que los EE.UU. no pueden imponer su voluntad a naciones determinadas a resistirse a ello. También han desestabilizado gravemente al mundo musulmán, Pakistán y toda la región del Sur de Asia, convirtiendo la proliferación nuclear en un problema mayor que nunca. Como en el caso de su intento de destruir a los comunistas vietnamitas, el ataque norteamericano al régimen de Sadam Hussein reveló de nuevo los límites de su poder. Lo que es todavía peor, en Oriente Medio la guerra de Bush - tal como temía su padre- ha dejado a Irán como potencia dominante en la región, transformando el equilibrio de poder en favor de una nación que los EE.UU. habían decidido convertir en enemiga. Las contradicciones y desastres constituyen el motivo conductor prácticamente de todo lo que llevó a cabo el segundo George Bush, pero también existe una continuidad crucial entre su propia administración y la de su padre entre 1989 y 1992.

Tras el derrumbamiento de la Unión Soviética en agosto de 1991, los Estados unidos se quedaron sin un enemigo identificable. Ya que el adversario de la Guerra fría había desaparecido, había que reemplazar el temor al comunismo con otra inquietud movilizadora. El presidente George H.W. Bush y la mayoría de sus asesores deseaban ver sobrevivir a la URSS de algún modo. “Estamos interesados en la estabilidad de la Unión Soviética" dijo a Bush Brent Scowcroft, consejero de Seguridad Nacional del presidente. “Los enemigos históricos se verían menos constreñidos por el alineamiento bipolar de las superpotencias", declaró en 1991 la Junta de Jefes de Estado Mayor. El comunismo había resultado peligroso pero previsible, y el peligro estribaba ahora en la "desregulación interna". Lo que resultaba esencial era una nueva doctrina que substituyera al temor al comunismo, que mantuviera al Congreso y a la opinión pública norteamericanas dispuestas a gastar sumas desorbitadas pàra mantener a las fuerzas armadas norteamericanas como las más robustas del planeta.

El primer presidente Bush asignó este problema de definición a su Secretario de Defensa, Dick Cheney, que más tarde se convertiría en vicepresidente con su hijo. Cheney hizo pública una ostentosa visión de un poder militar norteamericano dominante tan grande y omnipotente -y caro- globalmente que ninguna nación podría rivalizar con él. La política era vaga respecto a contra qué nación o enemigo se dirigía, pero incluía el abandono de la doctrina de la disuasión nuclear y el compromiso de usar armas nucleares contra amenazas menores: armas de destrucción masiva o amenazas de naturaleza indefinible. Nunca fue repudiada, pues continuó de hecho con la administración Clinton. Posteriormente formaría la base de la visión neoconservadora de la segunda administración Bush. Desde luego, nadie la ha repudiado, ni republicanos ni demócratas, hasta el día de hoy. Cuando algunas partes de la visión de Cheney se hicieron públicas en 1993, se consideró una vez más a japoneses y alemanes llamados a desafiar potencialmente al poder norteamericano. Tras la Guerra del Golfo de 1990, se consideró enemigo a Irak, pero también un país estratégicamente importante para los EE.UU. simplemente porque Sadam Hussein -otrora amigo de los EE.UU. y receptor de miles de millones de dólares en concepto de ayudas- contuvo de manera efectiva el poder de Irán. ¿Quién era el enemigo? Si esto ha seguido estando poco claro, hoy es el día en que la política norteamericana está preparada para hacer uso de armas nucleares contra amenazas no nucleares, abandonando la distensión por algo bastante más amorfo en términos de consecuencias prácticas.

La continuidad entre los reinados de los presidentes Bush queda bastante clara, como lo es el hecho de que el uso de armas nucleares para responder a amenazas no nucleares, y el abandono de la disuasión, fue también política de la administración Clinton. Todas a su vez formaban parte de un enfrentamiento con el mundo que comenzó con el presidente Harry Truman. Cheney apenas sí fue un accidente: se convirtió en vicepresidente para cumplir con una doctrina consumadamente ambiciosa comprometida con los peligros, y aunque Bush el mayor lamentara luego la forma en que se interpretó dicha política, fue también autor de lo que ha demostrado ser el más fatuo de todos los esfuerzos: articular una doctrina movilizadora para substituir el temor al comunismo por un enemigo y amenazas indefinibles que justificasen el inmenso y creciente presupuesto del Pentágono.

El problema de los Estados Unidos hoy en día se ve agravado por la creciente disparidad entre sus doctrinas militares y su realidad, y por mucho más. Cuando debatimos la política exterior norteamericana debemos diferenciar entre la ideología y los motivos que la han guiado en el hemisferio occidental, desde fecha tan temprana como 1823 cuando la doctrina Monroe excluyó a las potencias coloniales europeas de cualquier ulterior expansión y dejó toda la región a los EE.UU., que incluso entonces tenían ya la vista puesta en grandes extensiones de México y del imperio español para su beneficio. (Incluso hoy día, sólo el 82% de los norteamericanos habla inglés. La mayoría de los demás habla español). Las intervenciones norteamericanas que se produjeron mucho más tarde fueron respuestas ad hoc a las crisis entre naciones europeas que tenían como origen la disolución del colonialismo, o los temores del comunismo, a veces reales pero a menudo inventados y convenientes. Muchas de estas respuestas resultaban imprevisibles e implicaban de todo, desde la necesidad de asegurar la "credibilidad" del poder militar -como en el caso de Vietnam- a la pura fijación ideológica y la creencia de que la potencia de fuego podía resolver rápidamente los retos políticos, como en el caso de la actual guerra de Irak. Las crisis del hemisferio occidental, como las que aparecieron en otros lugares a partir de 1947 puede que entrañaran lo imprevisible, pero el papel norteamericano en Occidente ha tenido una dimensión geopolítica crucial que rara vez se dio, acaso nunca, en Asia u Oriente Medio. Económica y estratégicamente hay que observar las crisis del hemisferio occidental a través de un prisma que es mucho más antiguo y más vital para los verdaderos intereses de los Estados Unidos. Menos de una quinta parte de su petróleo procede hoy del conjunto del Golfo Pérsico, en donde combate en lo que se ha convertido en una guerra de primer orden. Las guerras en el hemisferio oriental alejan a los EE.UU. de lo que son sus intereses y su historia.

Pero los EE.UU. buscan y encuentran otros problemas. La primera guerra de Corea reveló su incapacidad para ajustar la capacidad tecnológica y de combate dirigida contra objetivos soviéticos y centralizados o urbanos, para los que sus bombas atómicas y blindados móviles estaban mejor adaptados- y los descentralizados campos de batalla a los que se enfrentó en Corea y Vietnam, y después en Irak, por mencionar sólo los más conocidos. La guerra de Vietnam supuso un esfuerzo inútil, costoso y prolongado por utilizar una enorme movilidad y poder aéreo -helicópteros y B52- para luchar contra un ejército guerrillero escondido en la jungla y enormemente descentralizado. Incluso entonces se produjo una creciente confusión doctrinal, agravada por la proliferación de armas nucleares, y hoy en día los EE.UU. sufren una crisis doctrinal todavía más aguda. Sus guerras de Afganistán e Iraq han disparado los costes más allá de lo que es posible imaginar, durarán hasta mucho después de que abandonen Washington quienes las iniciaron y sin embargo terminarán siendo un fracaso. Hay razones para aumentar el gasto de Defensa, dado que éste sostiene a los fabricantes de armas que disponen de un tremendo poder en Washington, pero sus promesas de éxito han demostrado ser una quimera. Ciertamente, los contratistas militares a menudo sólo quieren vender armas, no que se utilicen. Algunos de ellos, desde luego, puede que estén incluso en contra de las guerras en las que se emplean sus productos.

La disparidad entre la tecnología militar y la realidad también ha afectado a aliados de Norteamérica tales como Israel. Hoy en día esa distancia entre lo que puede hacer su brazo militar y la realidad política plantea un problema aún más grave para Norteamérica del que supusieron las guerras de Corea y Vietnam. El ejército norteamericano no puede organizarse suficientemente bien para sus misiones, porque éstas son prácticamente ilimitadas, abarcando Asia, América del Sur y Central, Europa del Este y Rusia, y el mundo en su conjunto. No fueron capaces de luchar con éxito ni en Corea ni en Vietnam, y sus políticas exteriores y militares constituyen con frecuencia una aventura. Los EE.UU. nunca lucharon contra una nación comunista en Europa del Este, aunque se preparasen para ello. Tienen éxito, si acaso, en naciones muy pequeñas en las que sus apoderados no son venales ni corruptos. ¡Pero la Cuba comunista ha existido desde 1959!

El problema que tienen los Estados Unidos es que a efectos prácticos el comunismo ha dejado prácticamente de existir: lo que pasa por comunismo en China, Vietnam y Corea del Norte no es más que un fraude pretencioso, y cada vez más. Son de facto naciones capitalistas o tiranías confucianas. Los EE.UU. no saben quiénes son sus enemigos y disponen de la fuerza y la tecnología militares diseñada para luchar sólo contra el comunismo. Mientras era éste el enemigo, una alianza dirigida por los EE.UU podía quedar vinculada por un tema unificador. Cuando desapareció el temor al comunismo, aparecieron intereses más particulares y las naciones comenzaron a buscar su propio camino mientras se distanciaban del liderazgo norteamericano. Desde 1991, la historia norteamericana se ha vuelto bastante más complicada, un hecho del que los dirigentes de Washington se dieron cuenta tan pronto como se desmoronó la Unión Soviética. El mundo se ha vuelto bastante más inestable e imprevisible y la llamada “globalización” de la economía mundial lo ha convertido en algo más y no menos precario.
Ahora las naciones tienen poder sin ideología en el verdadero sentido de ese término, dejando a los EE.UU. más confusos que nunca. La era ideológica ha concluido, lo mismo para los capitalistas que para quienes descienden de la tradición marxista. “Terrorismo” no resulta menos confuso. ¿Es yijadista islámico, nacionalista laico o qué? Los esfuerzos norteamericanos contra el “terrorismo” resultan con frecuencia contraproducentes, como en Afganistán y Somalia, dejando a sus enemigos más fuertes que nunca. La política exterior norteamericana está en crisis porque el mundo se encuentra ahora mismo en transición, y surge de setenta años de bolchevismo con un paisaje político amorfo en el que ya no puede encontrarse un adversario.

Lo que es peor para los EE.UU., su preocupación con una nación o región –Vietnam e Irak resultan perfectos ejemplos- significa que carecen de los recursos para destruir en otros lugares una oposición a menudo bastante más seria. La aventura norteamericana en Vietnam supuso que la Cuba de Castro dispusiera de tiempo y espacio para consolidarse. Las guerras da Afganistán e Irak han dejado prácticamente en libertad de consolidarse de modo semejante a un montón de regímenes izquierdistas en América Latina, aunque en última instancia el hemisferio occidental sea bastante más importante para los EE.UU., estratégicamente por lo menos, que las guerras que pierde en otros lugares. En una palabra, los EE.UU. despilfarran sus recursos, inmensos pero en última instancia limitados, de modo caprichoso. No pueden gestionar su poder de modo racional.

Por encima de todo, sus aventuras marciales en el exterior le cuestan bastante más de lo que ahora mismo puede permitirse. Se trata de un momento poco propicio para ser potencia imperial: los precios de las materias primas que los EE.UU. importan suben, su déficit por cuenta corriente empeora, cae el valor del dólar mientras que las guerras de Afganistán e Irak se han convertido en las más caras de la historia norteamericana. Los EE.UU. comenzaron a luchar en Afganistán en octubre de 2001, pero han fracasado a la hora de capturar a Osama Bin Laden, que perpetró la matanza de tres mil norteamericanos en Nueva York. Entretanto, los talibanes se hacen más fuertes y el conflicto se ha extendido al norte de Pakistán, desestabilizando la política de dicho país. Puesto que Pakistán posee armas nucleares, Washington tiene la impresión de que hay grave riesgo de que los musulmanes lleguen a conseguir ese arma y se encuentren así en condiciones de destruir una ciudad norteamericana, o Israel en su conjunto.

Todo le va mal a los EE.UU. en términos de posición de poder global. Rusia –enriquecida con la venta de gas y de petróleo, mientras gasta menos de una quinta parte que los EE.UU en presupuesto militar, en 2006- sigue siendo todavía su igual en términos de armamento nuclear y desbanca a los EE.UU. en Asia Central, Oriente Medio y buena parte del mundo islámico. Vende armamento sofisticado a muchas naciones, tiene acuerdos económicos con países árabes y musulmanes, y se ha convertido en un creciente obstáculo para la influencia y el poder de Norteamérica. Rusia tiene casi tanto peligro para los EE.UU. como cuando gobernaba Stalin. La proliferación nuclear constituye hoy un grave problema, con un número imprevisible pero en aumento de naciones equipadas con bombas nucleares y terroristas cada vez con más posibilidades de hacerse con ellas. Por lo que toca a las armas químicas y biológicas, los EE.UU. nunca atraparon al asesino del ántrax poco después de los ataques del 11 de septiembre. Al mismo tiempo, la estrategia de la administración Bush en Irán se ve minada por alza de los precios del petróleo y el gas, lo que tiene también como efecto enriquecer aun más a los sucesores del sistema soviético. Existe una fatal e imposible contradicción entre los objetivos norteamericanos –eliminar al actual régimen de Teherán y contener al poder ruso- y el aumento de los precios del petróleo. La política norteamericana en Rusia es un desastre.

En aspectos cruciales, el enfoque básico y los límites de la política norteamericana son apenas insólitos. Los EE.UU. sufren el tipo de problemas que han afectado a muchas naciones en siglos pasados. La única diferencia es que los EE.UU. disponían, y en buena medida, disponen de poder, aun cuando se encuentre en curso una transición que les aleja de de la omnipotencia de la que disfrutó después de 1945. Esa es su única distinción. El sistema existente –sea o no norteamericano- tiene un problema fundamental, que no se puede dirigir de acuerdo con criterios racionales, y como el marxismo, carece de “leyes”. En toda nación, en cada rama de la vida –militar, política y cultural- hay suficiente número de aventureros, egocéntricos, psicóticos o individuos destructivos que crean o aceptan el desorden. En el caso de los EE.UU., James V. Forrestal, primer Secretario de Defensa, saltó por la ventana de un hospital naval -en el que encontraba recluido por paranoia- en mayo de 1949, presuntamente porque creía inminente la guerra con la URSS. Otros tipos – puros oportunistas como los neoconservadores tan cruciales en la administración Bush- sólo desean acumular poder. Las ideologías no son con frecuencia más que un disfraz de la ambición. Nuevamente, este límite se encuentra en todas partes, no sólo en los EE. UU., e independientemente de si el partido en el poder se llama "socialista", "capitalista" o cualquier otra cosa.

El cinismo es común, y con frecuencia constituye el único motivo del comportamiento político. Hoy podemos verlo en Rusia y Gran Bretaña. Y así ocurre no solamente con respecto a la política exterior sino en relación con cualquier aspecto de la sociedad existente.

Las personas, ya se trate de teóricos, administradores o cualquier otra cosa, no pueden regular o predecir sistemas dirigidos por individuos ambiciosos, y con frecuencia tampoco pueden regular sistemas regidos por gente perfectamente sincera, porque simplemente se trata de algo demasiado difícil. A menudo se da una inmensa disparidad entre lo que los políticos hacen –como quiera que se llamen y sin que importe a qué nación pertenecen- y lo que dicen. Lo que hacen, no lo que dicen, resulta crucial, puesto que en más lugares de los que pueden contarse han traicionado con frecuencia a sus seguidores.

*Gabriel Kolko es uno de los más sobresalientes historiadores de la guerra moderna. Autor del clásico Century of War: Politics, Conflicts and Society Since 1914, Another Century of War? y de The Age of War: the US Confronts the World y After Socialism, escribió también la mejor historia de la guerra de Vietnam Anatomy of a War: Vietnam, the US and the Modern Historical Experience. Su último libro es World in Crisis, del que proviene este ensayo.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2733


Política Latinoamerica

El sapo y el escorpión: a propósito de Honduras

Por Theotonio Dos Santos*

2009-08-14

Parece que los chistes nos permiten entender mejor a los EEUU:

El escorpión pidió al sapo para transpórtalo hasta el otro lado del río. El sapo dijo que no, pues él lo picaría.

“Pero esto es ilógico”, digo el escorpión, “ya sí yo te pico moriremos ambos pues yo me ahogaría junto contigo”. El sapo lo creyó y lo transporto.

En la mitad del río el escorpión lo picó. El sapo desesperado protestó: “Pero vamos a morir ambos. Tú me lo hiciste comprender…”

“Verdad”, digo el escorpión. “Pero no puedo ir contra mi propia naturaleza”.

Hoy estamos asistiendo la terrible historia del escorpión imperialista. Los Estados Unidos terminaron la sangrienta guerra mundial eliminando 200.000 japoneses en pocos segundos. Fue el único país en el mundo que se atrevió a tirar la bomba atómica. Y llevó el mundo al terrible equilibrio nuclear determinado por la “destrucción mutua” o el fin de la humanidad con el inevitable holocausto nuclear. Razones del escorpión.

¿Y todas estas guerras que ha hecho en la post guerra para preservar la democracia occidental cristiana?

¿Y la fuerza asesina del efecto marun en Vietnam?

¿Y su estímulo y entrenamiento a los fundamentalistas islámicos para derrotar a la invasión soviética del Afganistán y para detener el avance del partido Baath en el Oriente Medio que luego se convirtió en arma anti norteamericana?

¿Cuántas veces más el escorpión amenazará la supervivencia de la humanidad?

En América Latina el escorpión destruye su posible base de apoyo panamericana. Su desprecio de los pueblos latinos en tan profundo que no consiguió ponerse una sola vez del lado de las fuerzas progresistas en la región. Ni mismo la independencia regional que le interesaba pudo convertir en fuente de amistad y colaboración. Ya Bolívar lo percibió. Después Martí lo advino cuanto preto que el monstruo anglosajón se apropiaría finalmente de las luchas por la independencia de Cuba y Puerto Rico para intentar convertirlos en sus colonias.

Véase ahora caso de Honduras.

Una oportunidad para redimirse del rastro de terror que dejaron en la región los regímenes militares impuestos por los gobiernos estadounidenses. Si votó con los latinos en la OEA (que se le escapa de las manos después de servirle tantas veces) en seguida demuestra su “naturaleza” golpista y antidemocrática al equiparar los golpistas al presidente constitucional que todas las naciones del globo reconocerán como legitimo presidente de Honduras.

Y llegamos a presenciar como la secretaria de Estado llama “imprudente” el intento de presidente constitucional de reingresar a su país. Su discurso fue repetido por el jefe golpista con las mismas palabras. Vamos a morir todos nosotros y la democracia en la región si dependernos del escorpión para atravesar el río de la democratización. Pues ella no vendrá sin confrontación con el imperialismo estadounidense.

Es increíble ver como el imperio se rebela contra de los resultados de la democratización de la región. La democratización gobiernos cada vez más contrario al reino neoliberal impuesto por los mandatarios electos contra el neoliberalismo y en seguida sus más fríos ejecutores.

Ahí están sus aliados:

El abogado de los jefes de la droga en Colombia que se apoya en los asesinos de las padillas donde se concentran las tropas estadounidenses.

Los separatistas racistas de Bolivia.

El líder de la represión a los indígenas y al movimiento popular hacia donde desplaza sus tropas.

El presidente “no elegido” de México.

La oposición golpista de Venezuela.

¿Cuántas aliados más se entregarán y transportarán al escorpión asesino?

Esta política suicida pone en riesgo todos los pueblos de la región. El imperialismo nunca ha sido tan violento y tan claramente reaccionario. El gobierno Obama está viviendo su prueba de fuego. Ninguno de sus actos liberales y democráticos fue acatado por el Estado norteamericano. La minoría republicana logra paralizar todos los avances - aún modestos – en contra de la naturaleza mórbida del capitalismo monopolista de Estado en que se funda el imperialismo estadounidense. Tenemos graves enfrentamientos por vivir. El escorpión dominará el siglo XXI y nos arrastrará a la cana que nos trajo el nacimiento del capitalismo monopolista en las 2 guerras “mundiales” y las terribles guerras coloniales del siglo XX?

*Theotonio Dos Santos es Presidente de la Cátedra y Red sobre Economía Mundial y Desarrollo Sostenible de la UNESCO y la ONU. Profesor emérito de la Universidad Federal Fluminense (UFF) de Río de Janeiro. http://theotoniodossantos.blogspot.com

Fuente: http://alainet.org/active/32401&lang=es


Teoría social

Las teorías sociales en Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XX*

Por Lic. Alberto J. Franzoia

Primera Parte

Introducción

Cuando allá por octubre del 2004 leímos una entrevista a Waldo Ansaldi, nos surgió la necesidad de responder ciertas afirmaciones que no consideramos afortunadas. El entrevistado realizaba un breve análisis de las teorías sociales en América Latina durante la segunda mitad del siglo XX (Cepal y teoría de la dependencia), pero al caracterizarlas detectamos, desde nuestra perspectiva, ciertas inexactitudes que están presentes no sólo en su discurso sino en el de diversos cientistas sociales, que en plena posmodernidad pretenden diluir diferencias teóricas y políticas insalvables. Los años 60 y 70 fueron, como afirma Ansaldi en la entrevista, de una gran riqueza teórica y política para nuestra tierra: “Aquella fue una época clave para las ciencias sociales latinoamericanas, que estaban además en una íntima vinculación con la realidad social y política”. Pero es necesario delimitar con claridad cuáles eran los principales planteos, para asumir sin complejos las divergencias existentes. Tal como él nos presenta las cosas, desde una postura supuestamente neutra, parece que la Cepal y la teoría de la dependencia representaban en aquellos años dos aportes al estudio de nuestra realidad eximidos de toda tensión: “La Cepal se iría a convertir en una institución generadora de un nuevo pensamiento para América latina”, “... la mal llamada "teoría de la dependencia", fue quizás el aporte más significativo y más peculiar que América latina dio en el campo de las ciencias sociales en el plano mundial”. Sin embargo, entendemos que aquella realidad teórica no era tan armoniosa como se la presenta, ya que han expresado (y lo siguen haciendo) dos perspectivas antagónicas acerca de cómo abordar el subdesarrollo latinoamericano y, por lo tanto, dos propuestas absolutamente divergentes para superarlo. A continuación intentaremos validar nuestra conjetura recurriendo a datos que emanan del análisis de distintas construcciones conceptuales vinculadas a las dos tradiciones teóricas consideradas.

Teoría de la modernización

La Cepal forma parte de un proceso de producción intelectual mucho más amplio, que habitualmente se inscribe en la llamada teoría de la modernización, la cual, además, integra uno de los más importantes paradigmas de la ciencia social: el estructural funcionalismo (que surgió durante los años 30 en EE.UU). Desde la teoría general del paradigma se formula esta subteoría que intenta explicar y resolver la problemática de los países subdesarrollados o “en vías de desarrollo”. Si bien incluye diversos enfoques (Cepal, enfoque de brecha, Germani, Rostow, Hoselitz, etc.) todos ellos comparten un núcleo conceptual y un método hipotético deductivo para construirlo.
1. El subdesarrollo de Latinoamérica debe entenderse como el producto de un retraso histórico con respecto al camino recorrido por los países desarrollados, o en su defecto como una desviación en relación con las pautas de desarrollo seguidas por ellos. Es decir, estamos en una etapa anterior al desarrollo o vivimos una situación patológica.
2. En cualquier caso el subdesarrollo de los países periféricos es producto de su propia historia, por lo tanto no se relaciona con la injerencia de las naciones desarrolladas. Como desarrollo y subdesarrollo se consideran dos entidades independientes, los teóricos de la Cepal han asimilado realidades tan distintas como la Europa de posguerra con Latinoamérica tratando de buscar soluciones similares.
3. Si desarrollo y subdesarrollo son procesos autónomos, entonces resulta recomendable recorrer el camino de los que ya se han desarrollado, para superar el retraso o la situación patológica recurriendo a su ayuda y experiencia.
4. Contrariando el planteo formulado por el liberalismo clásico, se le asigna un rol fundamental al estado para promover dicho desarrollo, pero lo importante no es el tamaño de éste sino la función que debe cumplir:
- promover el ingreso a los países subdesarrollados de capitales, tecnología y personal técnicamente capacitado provenientes del mundo desarrollado;
- orientar esos recursos hacia aquellas áreas de la economía consideradas estratégicas para recorrer el camino hacia el desarrollo (industria de base y pesada);
- una vez que el estado haya instalado las condiciones para iniciar el desarrollo, se podrá superar la dependencia con respecto a los países centrales y la economía autosostenida dejará de ser una quimera.

La secularización, entendida como un proceso guiado por el principio de racionalidad aplicado al campo económico, social y político, es lo que caracteriza el cambio, para que una sociedad atrasada se modernice. Gino Germani, uno de los exponentes más renombrados de la teoría, sostenía que los principales componentes de este cambio son:
“1. Se modifica el tipo de acción social. Del predominio de las acciones prescriptivas se pasa a un énfasis (relativo) sobre las acciones electivas (preferentemente de tipo racional).
2. De la institucionalización de la tradición, se pasa a la institucionalización del cambio.
3. De un conjunto indiferenciado de instituciones, se pasa a una diferenciación y especialización creciente de las mismas (1).”

Esta teoría, con sus diversas variantes, se instaló en nuestro mundo intelectual a partir de los años 50, montados en ella cabalgaron varios gobiernos de América Latina de la época, como el de Frondizi en Argentina, o a partir de 1964 la dictadura brasileña. Es menester señalar que las experiencias autoritarias que recurrieron a la teoría de la modernización (e inclusive aquellos que lo hicieron desde una versión restringida de la democracia), estaban transgrediendo uno de sus postulados, ya que en la faz política propone el desarrollo de un estado racional con amplia participación ciudadana (siguiendo el ejemplo de las democracias occidentales). A favor de ellas se debe aclarar que los modernizadores también sostienen que el desarrollo económico y el político no necesariamente son sincrónicos, por lo que pueden existir ciertos desfases que se superarán en el mediano plazo. Sin embargo, cuando en los años 80 la teoría produce nuevos planteos, como el de Jorge Sábato en Argentina (ubicado en la variante denominada “enfoque de Brecha”), afirma que no es posible la modernización económica sin democracia política.

Ahora bien, cómo es posible que algunos liberales y "marxistas" adhiriesen a esta teoría, tal como sostiene Waldo Ansaldi, intentando demostrar el carácter pluralista de la misma: “...convergieron economistas, sociólogos, historiadores de diferentes perspectivas: había marxistas, weberianos, economistas clásicos liberales, y esto le daría una peculiaridad al pensamiento científico social latinoamericano...” En el primer caso sólo aquellos que habían descubierto el fracaso del liberalismo clásico en nuestra tierra, vieron la posibilidad de salir del atolladero recurriendo a un nuevo planteo, que sin renegar de las pautas del capitalismo dependiente, pudiese generar más oxígeno para una economía decadente. La propuesta de un estado racional basado en burocracias eficientes, por otra parte, es afín con un sector del liberalismo que se orienta en ciencia social por el pensamiento de Max Weber. Más difícil de comprender parece la adhesión de ciertos" marxistas". Sin embargo, debemos recordar que algunos de estos intelectuales se han identificado con una hipótesis equivocada de Marx, a saber: la penetración del capital en la periferia del sistema generará el desarrollo de sus fuerzas productivas, favoreciendo por lo tanto el surgimiento de las condiciones objetivas para la revolución socialista (de allí el apoyo del científico alemán a la introducción del ferrocarril en la India). Pero Marx, a diferencia de estos consumidores de fórmulas, contaba a su favor con que había muerto antes de que el capitalismo se manifestara claramente como imperialismo. La nueva etapa del capital generó dos realidades bien distintas (países opresores - países oprimidos), por lo que Lenin produjo la teoría del eslabón más débil para dar cuenta de dónde y porqué se inician los procesos revolucionarios. Ansaldi pretende sugerirnos que la presencia de liberales, weberianos y marxistas en la Cepal fue un signo de pluralismo, pero esto es inexacto. Todos sus integrantes coincidían en un punto fundamental, consistente en invertir la tesis leninista: el imperialismo que para Lenin era la última fase del capitalismo, resulta, para estos teóricos, la primera etapa del desarrollo capitalista en Latinoamérica. Para liberales conversos y desarrollistas significaba alcanzar el fin propuesto, para ciertos “marxistas", por otro lado, el medio para luego (creadas las condiciones objetivas necesarias) luchar por la revolución.

En los años 90 quien fuera Primer Ministro de Japón entre 1982 y 1987, Yasuhiro Nakasone, nos ofrece una visión idealizada de la propuesta para el desarrollo sostenida por esta teoría que, según sus propulsores, mantiene plena vigencia:
“Una nación llega a la economía de mercado liberal mediante una vía desarrollista única a sus propias circunstancias. Las políticas que son necesarias en diversas fases para avanzar por ese sendero no deben causar guerras comerciales con quienes ya han llegado. En lugar deben respetarse, como las fases de la niñez, adolescencia y vida adulta, como pasajes que toda economía debe atravesar en su subida de la pobreza a la prosperidad” (2).

En nuestra próxima edición publicaremos como segunda parte la Teoría de la dependencia

(1)Germani, Gino: “Política y sociedad en una época de transición”, página 94, Editorial Paidos, 1977.
(2) Nakasone, Yasuhiro: “Los nuevos conflictos del capitalismo”, Los Ángeles Time (publicado por diario El Día de La Plata), 1993.

*Este artículo se produjo originalmente como respuesta a la entrevista realizada durante el año 2004 a Waldo Ansaldi en “Clarín”, reproducida digitalmente en Reconquista Popular el 10 de octubre del mismo año (http://lists.econ.utah.edu/pipermail/reconquista-popular). Los párrafos de Ansaldi citados pertenecen a dicha entrevista. En diciembre de 2006 se publicó en gráfica en la revista para América Latina “Política”


Teoría Social

Las teorías sociales en Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XX*

Lic. Alberto J. Franzoia

Segunda parte

Teoría de la dependencia

Lo primero que debemos considerar es que la teoría de la dependencia surge en los años 60 como la negación o antítesis de la teoría de la modernización, y así queda expresado en trabajos como el clásico de Osvaldo Sunkel "Capitalismo transnacional y desintegración nacional en América Latina":

“La realidad de nuestro subdesarrollo se ha venido apreciando principalmente a través del cristal de las teorías convencionales del crecimiento y la modernización. Prevalece por tanto una concepción orientadora que concibe el funcionamiento óptimo del sistema social en términos de esquema teórico ideal de una sociedad capitalista madura, representada en la práctica por los países desarrollados, y el subdesarrollo, como una situación previa imperfecta, en el camino hacia aquel modelo ideal. Sin embargo, el proceso formativo y la estructura actual de los países subdesarrollados se distinguen radicalmente de las hipótesis implícitas en aquella forma de aproximación teórica.” “El enfoque que propongo consiste en apreciar las características del subdesarrollo como el conjunto de resultados inherentes o normales al funcionamiento de un determinado sistema” (3).

La hipótesis central que comparten todos los representantes de esta teoría es que el subdesarrollo de los países periféricos no es independiente del desarrollo de los países desarrollados. El concepto dependencia es central para la teoría, de allí que sea incorrecta la apreciación de Ansaldi cuando afirma "la mal llamada 'teoría de la dependencia". Dependencia es el concepto que permite explicar el subdesarrollo de Latinoamérica, por eso se analiza cómo surgió y cuáles fueron sus principales manifestaciones a través de la historia. Si bien no todos los exponentes son políticamente marxistas, esta teoría es inseparable de la teoría del imperialismo elaborada, sobretodo, por Lenin. Mientras él estudió como se manifiesta el capitalismo desarrollado en su etapa superior y porqué se expande hacia la periferia del sistema capitalista, los teóricos latinoamericanos centraron su análisis en las consecuencias que produce dicha expansión en el mundo dependiente. Por otra parte, como dependencia y subdesarrollo se vinculan causalmente, sólo puede resolverse el problema superando esta situación a partir de una política de auténtica independencia económica y política. Resulta necesario destacar que la teoría se ha construido desde una metodología dialéctica, por lo que las unidades de opuestos siempre están presentes en el análisis. La contradicción entre países dominantes y dominados es fundamental, pero no se puede aislar de la contradicción de clases, ya que la dominación es posible a partir de una alianza de clases (de los países involucrados) para explotar a otras.

Por lo dicho, la teoría de la dependencia rechaza cada uno de los planteos formulados por la teoría de la modernización (incluida la Cepal).

1.El subdesarrollo no debe entenderse ni como un retraso histórico, ni como una patología, ya que es inherente al capitalismo dependiente.
2.Esto significa que desarrollo y subdesarrollo no son entidades autónomas sino que forman parte de una unidad de opuestos, dialéctica.
3. El camino a recorrer no puede ser un símil de la vía europea o estadounidense, es el producto de una experiencia propia, latinoamericana (o de países del mundo dominado).
4. El estado debe intervenir tal como lo plantean los modernizadores, pero con un sentido bien distinto, no favoreciendo una mayor dependencia del capital de los países desarrollados o dominantes, sino cortando estos lazos históricos que fueron causa de la situación que se intenta revertir. Este proceso implica una lucha de clases, ya que las clases explotadas deben enfrentar el dominio gestado por la alianza entre la burguesía de los países imperialistas y la clase dominante de los países sometidos.

Por lo tanto, los marxistas que desarrollaron la teoría, tienen claras diferencias con aquellos otros que se integraron a la Cepal. Desde esta perspectiva, el imperialismo no favorece el desarrollo de las fuerzas productivas, sino que lo inhibe; no representa la primera etapa en el desarrollo del capitalismo latinoamericano, sino que Latinoamérica forma parte de los eslabones débiles de la cadena que se debe cortar para superar el subdesarrollo crónico. Otros exponentes que no son marxistas (como Sunkel) utilizan sin embargo el método y varias de sus categorías teóricas, superando con claridad la perfomance de los “marxistas” de la Cepal.

Cardoso y Faletto produjeron un trabajo esencial por aquellos años titulado "Dependencia y desarrollo en América Latina", pero no fue el más importante ni el único que alcanzó gran repercusión. Hubo varios estudios que realizaron aportes dignos de mención (lo que no significa que todas las hipótesis planteadas fuesen correctas), y que más allá de matices diferenciados, coincidían en el núcleo conceptual de la teoría. Por citar algunos:
- "La crisis norteamericana y América Latina" de Theotonio Dos Santos.
- “Imperialismo y geopolítica en América Latina” de Vivian Trias
- ”La crisis del desarrollismo y la nueva dependencia” de Dos Santos, Vasconi, Kaplan y Jaguaribe.
- "Capitalismo transnacional y desintegración nacional en América Latina" de Osvaldo Sunkel.
- “Imperialismo y cultura” (un análisis de la dependencia desde el campo cultural) de Juan José Hernández Arregui.
- "Las venas abiertas de América Latina" de Eduardo Galeano.
- "Capitalismo y subdesarrollo en América Latina" de André Gunder Frank
Un análisis menos conocido, pero absolutamente esencial para comprender la relación entre subdesarrollo, dependencia y revolución en América Latina es el que realiza Jorge Spilimbergo en "La cuestión nacional en Marx", sobretodo en el capítulo titulado "¿Subdesarrollo o dependencia colonial?". Fuera del contexto latinoamericano han resultado fundamentales los aportes en África de Samir Amin, con trabajos como "Capitalismo periférico y comercio internacional".

Por último, en relación con ciertas observaciones realizadas por Ansaldi a la teoría de la dependencia, en los años 80 ni desapareció ni se dispersó. Lo que efectivamente ocurrió es que dejó de tener resonancias en el campo de la intelligentzia, ya que estos, por definición, sólo se interesan por las modas intelectuales, independientemente de cuáles son las teorías y métodos que aportan objetivamente a la resolución de los problemas latinoamericanos. Era común escuchar en ámbitos académicos, de investigación o en los medios de comunicación que la teoría de la dependencia había sido superada, pero nunca se fundamentó con solidez porqué. Los planteos posmodernos arreciaban, las agendas se modificaban y los temas que se imponían eran:

- la crisis del marxismo,
- autoritarismo o democracia,
- Estado y sociedad.

Hasta que en los 90, con el apogeo del neoliberalismo, llegó la teoría de la finitud, creada por los doxósofos (filósofos de las apariencias) y asimilada rápidamente por la intelligentzia. El fin de los paradigmas científicos (que Ansaldi menciona), el fin de las ideologías, y la globalización o el fin del imperialismo se habían instalado en un escenario preparado en la década anterior. Sin embargo, desde la teoría de la dependencia la producción continuaba. Otros intelectuales, no alienados por el pensamiento políticamente correcto, abrevaban en ellas y, no sin dificultad, las difundían. La teoría permanecía viva, por la simple razón que los problemas que había planteado en los 60 y 70 tenían plena vigencia. Además, las propuestas tanto de la teoría de la modernización como del neoliberalismo para resolver la situación, habían fracasado estrepitosamente. Sin embargo, las nuevas producciones no rehuían el debate con los temas instalados en los años 80 y 90; la democracia, el rol del estado, el marxismo y la globalización se hicieron presentes, pero interpretados desde otra perspectiva. Algunos trabajos dignos de mención gestados por los teóricos de la dependencia en esos años en los que fueron borrados de muchas agendas son:

- “Dependencia, democracia y movimiento popular en América Latina” de Enzo Faletto, 1980.
- “Las democracias en las sociedades contemporáneas” de Fernando Cardoso (quien luego abandonó la teoría para inscribirse en el neoliberalismo), 1981.
- “Imperialismo y pensamiento colonial en la Argentina” (un análisis de la influencia del imperialismo en la producción de ideas) de Norberto Galasso, 1985
- “Imperio del Caos” de Samir Amin, 1992.
- “El futuro de la polarización global” de Samir Amin, 1994.
- “La teoría de la dependencia y el sistema mundial”, entrevista a Theotonio Dos Santos, 1998
- “La explotación global” de Pablo González Casanova, 1998.

Cuando en Argentina el primer presidente de la etapa posterior a la larga y terrible noche procesista, Raúl Alfonsín, decía que con "la democracia se come, se educa y se cura", cometía un gravísimo error. Ningún pueblo sometido por el imperialismo come, estudia y tiene acceso a la salud tanto con dictaduras como con democracias. El concepto dependencia seguía siendo la clave para salir de la encrucijada. Desde ya la dependencia es un concepto que, como cualquier otro, sólo resulta útil cuando se lo llena de contenido, cuando de la sintaxis se pasa a la semántica. Los nuevos estudios sobre dependencia seguramente resultarán esenciales para resolver la crisis del capitalismo latinoamericano y del mundo dominado en general, en la medida que logren dar cuenta de sus manifestaciones actuales, cómo se encadenan con el pasado y con qué consecuencias se proyectan hacia el futuro. Resulta una tradición intelectual difícil de sustituir en el campo de las disciplinas sociales, un instrumento formidable para explicar y transformar una realidad que necesita de una teoría ágil, capaz de captar sus modificaciones cada vez más veloces. Y para que esto sea posible, el método más adecuado para construirla es la dialéctica, ya que por su naturaleza nos permite comprender el devenir permanente de la historia, incluyendo en su lógica la transformación consciente del mundo.

Sostiene en los 90 un exponente de la teoría de la talla de Samir Amin:

“Desde el frente político, tenemos que desarrollar formas mundiales de organización que sean más auténticamente democráticas de modo que sean capaces de reformar las relaciones económicas sobre la base de cada menos desigualdad. Desde esta perspectiva, considero de alta prioridad la reorganización del sistema global sobre la base de grandes regiones que deberían agrupar partes dispersas de las periferias. Este podría ser el origen de la constitución de las regiones latinoamericana, africana y sudasiática, junto con la China y la India (los únicos países continentales de nuestro planeta)... La razón de esta exigencia es simple, es únicamente en esta escala en la que se pueden combatir efectivamente a los cinco monopolios de nuestro análisis... Por supuesto, la transformación del mundo siempre comienza con luchas en su base. Sin el comienzo de los cambios de los sistemas ideológicos, políticos y sociales en el nivel de sus bases nacionales, cualquier discusión sobre la globalización y la polarización quedará como letra muerta” (4).

(3) Sunkel, Osvaldo: “Capitalismo transnacional y desintegración nacional en América Latina”, página 13, Ediciones de Nueva Visión, 1971.
(4) Amin, Samir: “El futuro de la polarización global”, publicado por en Review, Fernand Braudel Center, vol. XVI, n°1, página 14, 1994.

*Este artículo se produjo originalmente como respuesta a la entrevista realizada durante el año 2004 a Waldo Ansaldi en “Clarín”, reproducida digitalmente en Reconquista Popular el 10 de octubre del mismo año (http://lists.econ.utah.edu/pipermail/reconquista-popular). Los párrafos de Ansaldi citados pertenecen a dicha entrevista. En diciembre de 2006 se publicó en gráfica en la revista para América Latina “Política”.


Política latinoamericana

Venezuela 10 años después. Dilemas de la revolución bolivariana. Autor: Modesto Emilio Guerrero

Prólogo de Aldo Casas

Guerrero, Modesto Emilio. Ligado orgánicamente al proceso venezolano por su militancia sindical y política desde 1973 hasta 1993, cuando se instaló en la Argentina. En 1982 fue electo diputado. Fue representante de la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) hasta 2006. En julio de 2007 fundó el PSUV en Buenos Aires, la primera expresión de ese partido fuera de Venezuela. Su labor difusora de la revolución bolivariana en la Argentina lo ha convertido en una fuente obligada de informaciones para la prensa y de análisis para movimientos políticos y sociales. Ha pronunciado conferencias en Noruega, Chile, Uruguay, Brasil y Argentina. Es autor de Cuentos, Relatos y Poemas (1985), Haití: El Último Duvalier (1986), Panamá, Soberanía y Revolución (1990), Mercosur: Origen, Evolución, Perspectivas (2005), El Mercosur y la Revolución Bolivariana (2006), Reportajes sobre América latina (2007), la biografía analítica ¿Quién inventó a Chávez? (2007,1ª ed. 6000 ejemplares agotados y en preparación en portugués y alemán). Su otro libro biográfico, Reportaje con la Muerte (2002), sobre el periodista argentino Leonardo Henrichsen asesinado en Chile en 1973, fue llevado al cine en 2008 bajo el título “Aunque me cueste la vida”. Especializado en análisis internacional; fue director del semanario socialista La Chispa (Venezuela), redactor de Revista de América (Colombia); en Argentina, editor-jefe del diario Mercosur.Com y de la revista bilingüe Comersur especializada en integración. Es corresponsal del diario bolivariano Aporrea, y de El Independiente (El Salvador); escribe columnas de opinión en el diario Página 12 y las revistas ContraEditorial y Buenos Aires Económico. Es colaborador de la revista Herramienta.

“Con el optimismo de la voluntad y el pesimismo de la inteligencia…”

Este sugerente libro de Modesto Emilio nos ofrece un análisis de los resultados del referéndum, de sus diversas interpretaciones y las contradictorias tendencias que están en marcha. Reivindica el mérito de subsistir al asedio de los enemigos internos y del imperialismo yanqui, y lo que esto ha significado en términos de progresos sociales, culturales y políticos de los trabajadores desposeídos del campo y la ciudad. Y mucho más que eso:nos sirve de guía para emprender una vertiginosa recorrida por 10 años de revolución bolivariana, con sus logros, con sus fracasos y los inmensos desafíos que tiene por delante.

Puede hacerlo por oficio periodístico. Puede hacerlo por compromiso militante, pasado y presente, con los empeños emancipatorios de nuestros pueblos. Pero por sobre todo puede hacerlo porque elige recorrer los meandros y contradicciones de la revolución tomando como principal punto de referencia la aluvional experiencia ganada con las movilizaciones y organizaciones por “los de abajo”. Incluso el rol de Chávez, al que se le reconoce lo que ha tenido y tiene aún de indispensable, puede ser considerado también con las limitaciones que tuvo y aún impone, precisamente porque en ningún momento se deja de lado la premisa de que lo decisivo es y será cada vez más la autoactividad de ese bravo pueblo en marcha desde el Caracazo.

Modesto se corre de los debates bastante insustanciales entre los apologistas que presentan a Chávez como el garante de la revolución, o la crítica sectaria de quienes lo erigen en el principal sino único obstáculo para alcanzar el socialismo. Nuestro autor, sin ignorar las disputas palaciegas y sus peligros, nos invita a valorar y discutir los procesos contrahegemónicos gestados en los campos, en los barrios populares y en los lugares de trabajo. Allí se juega el futuro.

Quiero decir, en suma, que es útil y necesario leer y debatir este trabajo, porque nos permite conocer los laboriosos pasos orientados hacia lo que podría ser, según se escribe, “la conformación de un nuevo poder popular y un nuevo tipo de Estado no capitalista, no burocrático”, sin dejar de advertirnos que por ahora “no logran constituirse como una fuerza política nacional, ni adquieren forma institucional que decida políticas públicas”.
Puesto que si bien existen los “Consejos de Poder Popular”, lo cierto es que “necesitan elevarse a algo superior en el terreno de la política, junto a los otros organismos y comités, dándoles expresión nacional a sus novedosos pesos en el campo y la ciudad. Esa elevación institucional de clase no nace sola, se construye conscientemente en el terreno de la política, que no es el mismo terreno del sindicalismo, el grupalismo barrial, el culturalismo, el parroquialismo de quienes no comprenden que las revoluciones pueden nacer dispersas, moleculares, pero si no se concentran y se elevan politicamente en forma de programa y cuadros capaces, no se avanza al segundo paso… y se devuelven”.

Tenemos pues una pequeña gran obra ajustada a la máxima gramsciana. “Con el optimismo de la voluntad” nos narra la epopeya de los hermanos venezolanos y “con el pesimismo de la inteligencia” se advierte que si no “rearman el poder estatal sobre los movimientos y organismos de los oprimidos y sectores medios no se podrá construir una nueva hegemonía política, social y cultural y todo lo conquistado comenzará a retroceder”.
Esto está escrito con referencia a Venezuela, es claro. También lo es que, salvando las peculiaridades y diferentes situaciones nacionales, todo latinoamericano podría agregar: de te fabula narratur.

Aldo Casas: antropólogo, integrante del Consejo de Redacción de Herramienta, revista de crítica y debate marxista, y de Darío Vive, portal latinoamericano de crítica social y pensamiento plebeyo.

Fuente: http://www.herramienta.com.ar/venezuela-10-anos-despues-dilemas-de-la-revolucion-bolivariana/venezuela-10-anos-despues-dilemas-de-


Política Latinoamericana

Elecciones en Uruguay: liberarnos de dos palos metidos en la rueda de la democracia

Por Eduardo Galeano •

25/10/09

Ojalá el próximo domingo confirme nuestra fe en una democracia sin coronitas, ni las coronitas del uniforme militar, ni las coronitas del dinero. Versión del discurso pronunciado en el Obelisco de Montevideo, en el cierre de la campaña contra la ley de impunidad, la noche del 20 de octubre.
Falta muy poquito para que el pueblo uruguayo elija nuevo gobierno.
Al mismo tiempo, en las mismas urnas, se somete a plebiscito la posibilidad de liberarnos de dos palos metidos en la rueda de la democracia.
Uno de esos palos es el que impide el voto por correo de los uruguayos que viven en el extranjero. La ley electoral, ciega de ceguera burocrática, confunde la identidad con el domicilio. Dime dónde vives y te diré quién eres. Los uruguayos de la patria peregrina, en su mayoría jóvenes, no tienen derecho de voto si no pueden pagarse el pasaje. Nuestro país, país de viejos, no sólo castiga a los jóvenes negándoles trabajo y obligándolos al exilio, sino que además les niega el ejercicio del más elemental de los derechos democráticos. Nadie se va porque quiere. Los que se han ido, ¿son traidores? ¿Es traidor uno de cada cinco uruguayos? ¿Traidor o traicionado?
Ojalá los uruguayos acabemos de una vez con esta discriminación que nos mutila.
Y ojalá acabemos también con otra discriminación todavía peor, la ley de impunidad, Ley de caducidad de la pretensión punitiva del Estado, bautizada con ese nombre rocambolesco por los especialistas en el arte de no llamar a las cosas por su nombre.
La Corte Suprema de Justicia acaba de dictaminar que esa ley viola la Constitución. Desde mucho tiempo antes se sabía que también viola nuestra dignidad nacional y nuestra vocación democrática. Es una triste herencia de la dictadura militar, que nos ha condenado al pago de sus deudas y al olvido de sus crímenes.
Sin embargo, hace 20 años, esta ley infame fue confirmada por un plebiscito popular. Algunos de los impulsores de aquel plebiscito estamos reincidiendo ahora, y a mucha honra: perdimos, por muy poco pero perdimos, y no nos arrepentimos. Creemos que aquella derrota nuestra fue en gran medida dictada por el miedo, un bombardeo publicitario que identificaba a la justicia con la venganza y anunciaba el apocalipsis, larga sombra de la dictadura que no quería irse; y creemos que nuestro país ha demostrado, en estos primeros años de gobierno del Frente Amplio, que ya no es aquel país que el miedo paralizaba.
Eso creemos, digo, y ojalá no me equivoque.
Ojalá triunfe el sentido común. El sentido común nos dice que la impunidad estimula al delincuente. El golpe de Estado en Honduras no ha hecho más que confirmarlo. ¿Quién puede sorprenderse de que los militares hondureños hayan hecho lo que han venido haciendo desde hace muchos años, con el entrenamiento del Pentágono y el visto bueno de la Casa Blanca?
La lucha contra la impunidad, impunidad de los poderes y los poderitos, se está desarrollando en los cuatro puntos cardinales del mundo. Ojalá nosotros podamos contribuir a desenmascarar a los defensores de la impunidad, que hipócritamente ponen el grito en el cielo ante la inseguridad pública, aunque bien saben que los ladrones de gallinas y los navajeros de barrio son buenos alumnos de los banqueros y los generales recompensados por sus hazañas criminales.
Ojalá el próximo domingo confirme nuestra fe en una democracia sin coronitas, ni las coronitas del uniforme militar, ni las coronitas del dinero.
Ojalá podamos envolver esta ley en papel celofán, en un paquete bien atado, con moña y todo, para enviársela de regalo a Silvio Berlusconi. Este gran mago de la impunidad universal, que ha atravesado más de 60 procesos y no conoce la cárcel ni siquiera de visita, nos agradecerá el obsequio y seguramente sabrá encontrarle alguna utilidad.
Ojalá.
Lo único seguro es que pase lo que pase, la historia continuará, y continuará el incesante combate entre la libertad y el miedo.
Yo suelo invocar una palabra, una palabra mágica, una palabra abrepuertas, que es, quizá, la más universal de todas. Es la palabra abracadabra, que en hebreo antiguo significa: Envía tu fuego hasta el final. A modo de homenaje a todos los fuegos caminantes, que van abriendo puertas por los caminos del mundo, la repito ahora:
Caminantes de la justicia,
portadores del fuego sagrado,
¡abracadabra, compañeros!

* Eduardo Galeano, escritor y periodista. Alma crítica de América Latina y figura señera del movimiento antiimperialista internacional. Entre sus escritos más conocidos internacionalmente: la trilogía Memoria del fuego (1986), El fútbol a sol y sombra (1995), Las venas abiertas de América latina (1971), Patas arriba. La historia del mundo al revés (1999).

La Jornada, 22 octubre 2009

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2850


Política Latinoamericana

Zapatos o sandalias

Por Emir Sader •

25/10/09

“Mejor un mafioso de zapato que un ignorante de sandalia”. El comentario prejuicioso fue hecho por una mujer blanca, en el vuelo de Santa Cruz de la Sierra a Cochabamba. Da una idea del sentimiento de esa minoría blanca, que siempre gobernó Bolivia durante siglos, al sentir que el país les fue expropiado por las manos de la gran mayoría de pueblos indígenas – 64 por ciento de la población se reconoce como indígenas – aymaras, quechuas, guaraníes o de otras nacionalidades, los que nunca llegaron al gobierno.
En la época de la campaña electoral había una caricatura en un diario boliviano, en que cuatro mujeres jugaban a las cartas, cuando una de ellas pregunta:
-¿Puede un indio ser presidente?
A lo que la otra responde:
-Sí, de la India.
La forma habitual de referirse a Evo Morales, presidente de la República, es llamarlo “ese indio de mierda”. El año pasado, en la plaza central de Cochabamba, estudiantes blancos sometieron violentamente a indias e indios a vejámenes públicos. El racismo de la derecha, de la prensa y de los gobiernos de la región oriental es extremo.
Ese sentimiento se agudizó cuando las encuestas electorales confirmaron lo que las elecciones del año pasado ya habían revelado: el gobierno de Evo Morales goza de amplia mayoría en el país y esta vez puede conseguir no solo la reelección y repetir la mayoría en la Cámara de Diputados, sino conquistar la mayoría del Senado, tal vez hasta con los dos tercios. La oposición, derrotada políticamente, concurre con varios candidatos, siempre muy atrás – asimismo sumados – de la votación prevista a favor de Evo.
Uno de ellos, también candidato en las elecciones pasadas, Samuel Doria, es dueño de la marca Burger King en Bolivia. Su lema, pintado en las paredes de Cochabamba es: “Pongamos a Bolivia a trabajar”. Expresa otro prejuicio: el de que la región occidental del país, donde está La Paz y los estados con mayoría aplastante de indígenas, viven del Estado, de políticas sociales, de subsidios, etc. mientras que el dinamismo y el trabajo corren por cuenta de la región mayoritariamente blanca, la región oriental.
Después de tentativas de deslegitimación del gobierno, promoviendo proyectos autonómicos en las provincias, de forma violenta, la derecha fue derrotada en la consulta sobre la confirmación de mandatos en agosto pasado. Ante a los resultados promovió actos violentos de ocupación de predios del gobierno federal, agresión a funcionarios públicos, hasta que uno de los gobernadores de la región oriental, del Estado de Pando, reprimió una movilización de campesinos, matando a varios de ellos. Eso por sí mismo generó su aislamiento, pero el gobierno pasó a la ofensiva, con la prisión del gobernador y una gran movilización de 100 mil personas, en La Paz, dirigida por Evo Morales. La oposición pasó a la defensiva, derrotada políticamente. Uno de los reflejos de esa derrota es no haber logrado unificarse y presentar varios candidatos.
La victoria de Evo Morales, con mayoría – con la posibilidad de llegar a los dos tercios del Senado – permitirá que todo el proceso, recién iniciado, de refundación del Estado boliviano, con el nuevo andamiaje legal que eso requiere, pueda ser realizado conforme a las orientaciones del gobierno. La derecha todavía no está derrotada económicamente, dispone de gran poder económico – aunque debilitado – y del poder mediático, gracias al monopolio que ejerce, tal como ocurre en otros países del continente.
Pero, a tres años y medio de su primera elección, el gobierno boliviano camina seguro hacia su consolidación. Elabora en este momento una ley de gestión pública del nuevo Estado multinacional y autonómico, avanzando en el proyecto de refundación del Estado boliviano. El ex presidente Sánchez de Losada - refugiado en los Estados Unidos, con pedido de extradición por el gobierno boliviano para responder ante la Justicia por las decenas de muertes de las que se responsabiliza a su gobierno, cuando intentaba evitar su caída - representa bien el “mafioso con zapato”. Evo, de sandalias, la sabiduría indígena, campesina, popular, que para los prejuiciosos racistas aparece como ignorancia.

* Emir Sader es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.
Traducción para www.sinpermiso.info: Carlos Abel Suárez
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2850


Política latinoamericana

El laboratorio uruguayo

Por Guillermo Almeyra

01/11/09

En las elecciones del domingo pasado en Uruguay votó el 90 por ciento del electorado (o sea, sacando los ausentes, sobre todo en el exterior, prácticamente todos los que están en condiciones de votar). La principal incógnita, con vistas a la segunda vuelta, el último domingo de noviembre, es pues si los trabajadores uruguayos en Argentina son capaces de repetir el gran esfuerzo realizado e incluso de acudir aún en mayor número a las urnas (esta vez viajaron 40 mil de los 500 mil expatriados, sobre una población de 3.5 millones) y, secundariamente, si los votantes de Asamblea Popular lo harán ahora por el Frente Amplio, así cómo se dividirán los votos del Partido Independiente entre la abstención, el voto en blanco, el frente de la derecha (Partido Nacional más los Colorados) e incluso el Frente Amplio. Porque el ex presidente Lacalle, candidato del Partido Nacional (Blanco) y ahora de los Colorados es muy resistido por su corrupción en las filas de su propio partido y naturalmente, entre los Colorados, adversarios tradicionales de los Blancos.

El FA obtuvo el 47.5 por ciento de los sufragios y los dos partidos derechistas principales, unidos, 45.2. Por eso la gran campaña mediática, a nivel internacional y nacional a favor de Lacalle y también para lograr que la derecha del Frente Amplio (representada por el candidato a vicepresidente, Danilo Astori) modere aún más su política y obligue a hacer lo mismo a José "Pepe" Mujica (con el pretexto de ganar votos centristas), alejando así a electores de izquierda que votaron en blanco o por Asamblea Popular.

Mario Benedetti, el gran escritor uruguayo recientemente fallecido, decía que su país era la única oficina pública que había ascendido al rango de República, queriendo significar con eso que la mayoría de la población depende directa o indirectamente del Estado y pertenece a las llamadas clases medias, urbanas o rurales (ya que su industria ha sido arrasada y la mayoría de los trabajadores industriales uruguayos están en el exterior). Pero eso no quiere decir que en Uruguay no haya lucha de clases, que en este caso se expresa en el apoyo popular al FA a pesar de la gran moderación de la candidatura y del gobierno del mismo y del neoliberalismo de Astori, el hombre que proponía como ministro un Tratado de Libre Comercio con Washington y reducir la acción del MERCOSUR y al cual Mujica le da manos libres para la futura conducción económica.

Durante el siglo XIX y la mitad del siglo XX, en las guerras civiles que ensangrentaron Uruguay se enfrentaron los campesinos con la oligarquía comercial montevideana, aliada-y adversaria-de la de Buenos Aires. El capital estadounidense, argentino y brasileño posee los bancos, la mitad de la tierra y de las propiedades inmobiliarias y controlando la mayoría de los medios, forma la opinión pública. El capital nacional, es cierto, es muy débil, casi inexistente. Pero la formación social no es "plebeya" ni clase mediera porque el capital internacional controla el país, que es un paraíso fiscal, como las Islas Caimán, para los capitales que escapan a las regulaciones de sus respectivos gobiernos. Hay y siempre hubo una oligarquía, antinacional y ligada al capital extranjero. Y no existe una supuesta "cultura plebeya" sino la versión plebeya de la cultura conservadora de las clases dominantes.

El triunfo del No en el plebiscito para la anulación de la Ley de Caducidad (que es una amnistía real a los dictadores, torturadores y asesinos) y el rechazo a la concesión del voto a los obreros y otros emigrados, que representan casi un tercio de la población adulta total del país, expresa ese conservadorismo que pesa incluso sobre una parte de los votantes del Frente Amplio. Con dicho conservadorismo cuenta la derecha. En realidad, desde el punto de vista del ballotage, todo reside en si la totalidad de los conservadores votará por los corruptos y reaccionarios o por la política más que moderada del FA.

Los capitalistas no se asustan ante la moderación del discurso democrático liberal de "Pepe" Mujica ni le temen al programa del Frente Amplio el cual plantea como meta reproducir la política laica, progresista, nacionalista e industrialista del viejo Batlle y Ordóñez en la primera década del siglo pasado cuando en estos cien años todo ha cambiado, en Uruguay y en el mundo.

Le tienen miedo, en cambio, al hambre de transformaciones sociales que anima a más de la mitad de los uruguayos, o sea a los que votaron por el Frente Amplio y a todos los obreros y trabajadores que no pudieron hacerlo porque están en el exterior. Temen también la presión que sobre la moderadísima fórmula Mujica-Astori pueden ejercer sus votantes y, también, los aliados del FA en los gobiernos del MERCOSUR que se defienden de un posible viraje diplomático si en Montevideo triunfase un gobierno proimperialista, al igual que en Chile, y si en Paraguay hubiese un golpe de tipo hondureño contra el frágil y jaqueado gobierno de Fernando Lugo.

De modo que los medios de derecha, uruguayos o internacionales, tratarán de consolidar y organizar la debilísima mayoría conservadora que se expresó en los plebiscitos para darle una base a Lacalle y fragmentar al Frente Amplio. Será por eso muy importante el aumento de la contrapresión de la politizada izquierda y de los trabajadores que harán de todo para asegurar el triunfo del Frente Amplio esperando que éste sea un gobierno de izquierda.

Guillermo Almeyra es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.
La Jornada, 1 noviembre 2009
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2862


Política latinoamericana

Cómo cambiar la correlación actual de fuerza en América Latina

Por Marta Harnecker

La situación de América latina ha cambiado enormemente desde que el Presidente Chávez asumió el gobierno de Venezuela en 1998,...(sigue)

cada vez han ido apareciendo en la región más gobiernos que se oponen a las políticas neoliberales. Ha comenzado a renacer la esperanza en nuestros pueblos. Sin embargo, los hechos de Honduras y las bases militares en Colombia son una señal de que el Pentágono ha puesto en marcha un proceso de “recolonización y disciplinamiento de la región” con el objetivo de intentar detener y, en lo posible, revertir el proceso impulsado por el Presidente Chávez para construir una América latina libre y soberana. 1
El imperio que continúa teniendo un enorme poder militar, político, económico y mediático no puede aceptar que los países de América latina armen su propia agenda independiente y contrapuesta a la agenda que él ha diseñado.
¿Qué hacer frente a esta situación?
Si queremos hacer posible en el futuro lo que hoy parece imposible, dada la actual correlación de fuerzas, nuestra tarea es dedicarnos a construir las fuerzas que nos permitan cambiar la situación.
El Presidente Chávez ha trabajado brillantemente por construir una fuerza internacional que pueda oponerse a la política imperial, y su éxito ha sido rotundo a nivel de los gobiernos de los países del Sur, como lo prueban las más recientes cumbres mundiales y regionales. Pero, aunque el Presidente ha insistido en avanzar en la conformación de una Cumbre de los pueblos, se ha avanzado poco hacia ese objetivo.
Me parece clave, en este sentido, la necesidad de construir un poderoso movimiento popular continental en defensa de nuestra soberanía económica, política, cultural, comunicacional, ambiental. En apoyo solidario a los sectores sociales más desvalidos o donde hayan ocurrido calamidades. Que levante las banderas de la lucha contra el hambre, contra todo tipo de discriminación, contra la depredación de nuestro ecosistema, a favor de la transparencia administrativa y contra la corrupción. Un movimiento que si lucha por estos objetivos está, de hecho, luchando por el socialismo del siglo XXI.
Pero, no podemos pensar que un movimiento de éste tipo se pueda crear por decreto, hay que empezar a construirlo en cada país y para lograrlo hay que partir creando o fortaleciendo las iniciativas locales por conformar amplias plataformas de lucha contra las políticas neoliberales implementadas por el capital financiero internacional, que ofrezca alternativas concretas de solución a los diversos sectores afectados por la actual crisis mundial del capitalismo.
Esta plataforma de acumulación para el período de crisis, cumpliría un papel de instrumento aglutinador de todos ellos.
La profundidad de la crisis, la amplitud y variedad de los sectores afectados, la multiplicidad de las demandas que surgen desde la sociedad y permanecen desatendidas, configuran un escenario altamente favorable para empujar hacia la conformación de un movimiento de amplísima composición y enorme fuerza social, habida cuenta de la legión de sus potenciales integrantes, que abarca a la inmensa mayoría de la población.
Entre los que sufren las consecuencias económicas del neoliberalismo ¾ además de los sectores tradicionales de la clase obrera urbana y rural están: los pobres y marginados, los estratos medios empobrecidos, la constelación de pequeños y medianos empresarios y comerciantes, el sector de los informales, los productores rurales medianos y pequeños, la mayoría de profesionales, la legión de los desocupados, los cooperativistas, los jubilados, la policía y los cuadros subalternos del ejército. Pero no sólo debemos tener presente a los sectores económicamente afectados, sino también a todos los discriminados y oprimidos por el sistema: mujeres, jóvenes, niños, ancianos, indígenas, afrodescendientes, determinadas creencias religiosas, homosexuales, etcétera. Se trata de la mayoría de la población de nuestros países.
A partir de esa plataforma se debería conformar un movimiento muy amplio, sin sectarismo de ningún tipo. Y para lograrlo es necesario tener una gran flexibilidad táctica, aunque sin ceder a los principios (soberanía nacional; democracia y pluralismo político; solidaridad con los más débiles...) Mucho tenemos que aprender de Fidel Castro, el gran estratega de la victoria de la lucha antibatistiana en Cuba, cuyas enseñanzas yo trato de resumir en mi libro: La estrategia política de Fidel: Del Moncada a la victoria. 2
De lo que se trata es de crear una plataforma para la lucha, una plataforma que permita el pleno protagonismo popular. El líder bolivariano ha dicho que no se puede resolver el problema de la pobreza sin dar poder a los pobres, mejor dicho sin que el pueblo asuma el poder; yo quiero parafrasear esto diciendo que no podremos avanzar en la construcción del socialismo del siglo XXI en América latina que significa la derrota de la política imperial en nuestra región— si nuestros pueblos no se convierten en los grande protagonistas de estas luchas. El presidente Chávez tiene absolutamente claro esto. Esperamos que cada vez más presidentes latinoamericanos lo entiendan y ayuden desde el Estado que heredan a impulsar ese protagonismo creando los espacios adecuados para hacerlo efectivo, como lo han sido en Venezuela los consejos comunales, los consejos de trabajadores y otras formas de expresión del poder popular.
Pensamos que una forma muy concreta de avanzar en la construcción de ese gran frente, que no se limite a ser un frente de siglas, sino un frente de lucha, es justamente buscar crear espacios puntuales de encuentro o convergencia de luchas antineoliberales puntuales: los sin trabajo, los sin tierra, los sin techo, los estudiantes afectados por el sistema; los jubilados, etcétera; o convergencias en la lucha por la paz, en casos como el de Colombia, o en el rechazo a la intervención extranjera como sería el caso de Venezuela.
Es fundamental realizar un importante trabajo ideológico de esclarecimiento de la relación entre los problemas más sentidos por la gente y las políticas económicas que las causan y a partir de allí explicar el papel que en ellas juega la política imperial, y la necesidad de construir un nuevo modelo de sociedad que permita superar esa situación. Es esencial que la batalla de idea esté relacionada con los problemas más sentidos por la gente.
Una iniciativa que me parece podría producir resultados muy interesantes y que promovería un amplio protagonismo popular sería la realización de una consulta popular en todos nuestros países acerca de la aceptación o no de la presencia de bases militares estadounidenses en nuestro subcontinente —como lo ha propuesto el presidente boliviano, Evo Morales y lo pusieron en práctica con mucho éxito los colectivos sociales y políticos de la parroquia 23 de Enero . Generalizar este tipo de consulta nos permitiría movilizar en una tarea concreta común de convencimiento y de educación popular casa por casa a militantes de las diferentes organizaciones sociales y políticas, pero aún más importante, a tanta gente y tantos jóvenes que están despertando a la política, que quieren contribuir a construir un mundo mejor, que muchas veces no saben cómo hacerlo, y que no se sienten dispuestos a militar en la forma tradicional.
Iniciativas como éstas no tienen efectos legales pero si tienen efectos políticos. Ya hay experiencia de esto en América Latina cuando en varios países se realizó simultáneamente una consulta popular sobre el ALCA con resultados políticos muy satisfactorios permitiendo generar una gran campaña ideológica de esclarecimiento y una gran movilización de resistencia contra ese pacto neocolonial en todos esos países. Este es un antecedente que no se debe olvidar cuando se escribe la historia de la derrota del ALCA.
Pero una plataforma amplia de este tipo requiere de una nueva cultura de izquierda: una cultura pluralista y tolerante, que ponga por encima lo que une y deje en segundo plano lo que divide; que promueva la unidad en torno a valores como: la solidaridad, el humanismo, el respeto a las diferencias, la defensa de la naturaleza, rechazando el afán de lucro y las leyes del mercado como principios rectores de la actividad humana.
Una izquierda que comienza a darse cuenta que la radicalidad no está en levantar las consignas más radicales ni en realizar las acciones más radicales que sólo unos pocos siguen porque asustan a la mayoría, sino en ser capaces de crear espacios de encuentro y de lucha para amplios sectores; porque constatar que somos muchos los que estamos en la misma lucha es lo que nos hace fuertes, es lo que nos radicaliza.
Una izquierda que entiende que hay que ganar hegemonía, es decir, que hay que convencer en lugar de imponer.
Una izquierda que entiende que más importante que lo que hayamos hecho en el pasado, es lo hagamos juntos en el futuro por conquistar nuestra soberanía y construir una sociedad que permita el pleno desarrollo del ser humano: la sociedad socialista del siglo XXI.

Fuente: http://www.alternativabolivariana.org/modules.php?name=News&file=article&sid=5600


Política Latinoamericana

América Latina: en defensa de los procesos de cambio

Por Fernando Dorado y Tito Pulsinelli

Las revoluciones nacionalistas democráticas de América Latina están bajo fuego cruzado. Desde Shimon Peres a los sicarios rasos del narcotráfico, mercenarios del bolígrafo y de la metralleta, jerarcas de varios Estados y teocracias, farándulas y vociferadores. Es una andanada inmisericorde donde las balas provenientes de los frentes opuestos son casi del mismo calibre.

Está bien que alertemos sobre los peligros de la ofensiva imperial. Es un deber. Pero, vemos con preocupación una sarta de artículos y de opiniones remarcando en los errores pero silenciando sospechosamente los aciertos y avances.[1]

No nos equivoquemos de enemigo

Cuando el enemigo reacciona y despliega sus fuerzas, por algo será… ¿o no? Es obvio que él sabe identificar las fuerzas que se le resisten o que socavan sus privilegios.

Para algunos, la nacionalización del cobre efectuada por Allende era demasiado poco, pero para Kissinger era demasiado y armó la mano de Pinochet.

Nuestro principal objetivo debe ser sostener y consolidar los procesos de cambio. Esto sólo es posible con la reducción de los espacios y/o la derrota de las hegemonías de las elites criollas al servicio de Estados Unidos.

Los enemigos principales están identificados (imperio y oligarquías); todo lo demás son trabas segundarias, contradicciones congénitas que se pueden solucionar, sin abrir la puerta y tender la alfombra roja a quienes se aprovechan de los balances errados o malintencionados. Hay que preocuparse cuando se termina cantando la misma canción en un coro sospechoso, compuesto por aficionados a la restauración neoliberal.

No hay duda que los excluidos vamos a defender los avances y los logros del proceso de cambio impulsados hasta ahora por la revolución bolivariana en Venezuela, la ciudadana en Ecuador y la plurinacional boliviana.

No es sabio confundir gobierno con poder, o poder político con hegemonía social, sobretodo cuando se han logrado con amplias coaliciones electorales, y que a veces no cuentan siquiera con mayorías en los parlamentos (Brasil, Paraguay). Hay casos en los que la vicepresidencia pertenece a connotados reaccionarios (Argentina, Paraguay).

Hay que insistir en que estos gobiernos no son consecuencia de la entrada de insurgentes en las capitales, ni de asaltos abruptos a “Palacios de Invierno”. Por tanto, es impropio ser lampiños y pensar como “barbudos”.

El gobierno es una base de partida imprescindible - para ir acumulando poderes -, progresivamente o por oleadas, hasta establecer la nueva hegemonía social sobre las elites y su bloque social. Es precisamente un proceso, no una ráfaga de decretos; depende de la correlación de fuerzas, no del “radicalismo”, del voluntarismo o de la interpretación correcta de los libros sagrados.

El proceso democrático de cambio que avanza en nuestra región parece que estuviera bajo ataque no sólo de las oligarquías y del imperio, sino también, que fuéramos el blanco de vertientes “revolucionarias” que se juntan en el propósito de hacer ver a la dirigencia democrática-nacionalista como “más de lo mismo”.

Se des-califica a los gobiernos de Chávez, Correa y Evo de no querer profundizar la revolución, de revivir las políticas neoliberales, de mantener la economía “extractivista”, de no reconocer los derechos de los pueblos originarios, y de modernizar una nueva lógica estatal para domesticarlo y dividir. [2]

El ataque de los “socialistas”

Los variados ideólogos de los múltiples “socialismos”, herederos del “reduccionismo racionalista europeo”, quieren profundizar la revolución en América Latina con base en ideas preconcebidas y no a partir de nuestras realidades vivientes. No tienen en cuenta la real correlación de fuerzas que existe entre las clases y las naciones, entre la periferia y los centros hegemónicos.

El peso muerto de haber resucitado los euro-céntricos espectros ‘socialistas’ del siglo XIX, recae sobre los hombros del cambio. Es la noche sin estrellas en que todas las vacas son multicolores, sólo basta soñarlas.

Los esquemas borran la realidad, el radicalismo de la mente minimiza la cotidianidad. Cómo ésta no les cuadra, no están en capacidad de ponerse al frente del movimiento. No ganan siquiera una asamblea barrial y gritan con desespero “¡por ahí no es el camino de la comarca!”.

Por ahora, estamos todavía en la fase en que el “partido de la nueva nación” no le ha ganado al “partido imperial”: necesitamos más democracia participativa, más quiebres de monopolios privados, más descolonización de la información, más gastos para los programas sociales, más alimentación y mucho más sana, más protección ambiental, etc.

Se requiere, con urgencia también, más unión, más entendimiento entre las fuerzas vivas que aspiramos consolidar una efectiva “hegemonía social”, y toda la creatividad del mundo al servicio de los sectores subalternos.

La ofensiva de los “anti-extractivistas”

La otra vertiente que ataca los procesos de cambio pretende representar los intereses de los pueblos originarios y comunidades indígenas. A partir de supuestos intereses “sectoriales” se rechaza, a priori, cualquier tipo de explotación de los recursos naturales.

Proponen que – de un día para otro – se acabe con la “economía extractivista”, sin entender que los recursos que genera la explotación de nuestras riquezas energéticas y/o minerales, sirven para resolver inmensas necesidades sociales desatendidas por las políticas de los gobiernos oligárquicos y neoliberales. ¿Existe una alternativa a la depredación y expoliación?

Con el afincamiento de otra “hegemonía social”, creemos posible e irrenunciable un nuevo modelo social que sepa moldear otra relación entre los humanos y la naturaleza, aprendiendo de la cultura aborigen y su cosmovisión, antídoto efectivo contra el omnívoro proyecto del neoliberalismo.

Sin embargo, mientras avanzamos, son necesarios los recursos para financiar nuestro propio modelo de desarrollo que debe respetar los derechos territoriales de los pueblos.

Nuestras economías de resistencia, “propias”, solidarias, comunitarias, de pequeños y medianos productores, de empresarios no-monopólicos, volcada a satisfacer el mercado interno, requieren apoyos importantes para poder avanzar y consolidarse. Esos recursos deben servirnos para agianzar ese camino.

No todos los cambios son “explotación”, el paso de la recolección a la agricultura implicó una modificación en la relación del hombre con la naturaleza, pero no toda la agricultura es latifundismo transgénico.

Flota una especie de añoranza idealista por la “comunidad primitiva” que trasborda del antropologismo académico al activismo social.

La gran mayoría de las críticas a las revoluciones democrático-nacionalistas para la Patria Grande son bienintencionadas. Sin embargo, vemos escurrirse a toda clase de afanados (“apuraditos”) y hasta “resentidos”, que utilizan la crítica camuflada para hacer daño y agravar los problemas.

Nuestro re-encuentro para avanzar

Los excluidos de siempre estamos impulsando un auténtico re-encuentro: entre pueblos originarios, pueblos indios en transformación, comunidades afro-descendientes en auto-afirmación, y población mestiza y blanca descubriendo sus raíces. De ese proceso surgirá la identidad Indo-afro-euro-americana de la Patria Grande.

Es un proceso de reconocimiento en permanente movimiento; que no esconde los problemas; encontrándonos plenamente con nuestras diferencias y similitudes; alimentándonos de miradas diversas y construyendo soluciones complejas; partiendo de aceptar que no hay verdades absolutas y que desde el diálogo intercultural podemos construir alternativas viables. Sólo así avanzaremos.[3]

Defendemos y apoyamos los procesos de cambio. Los gobiernos conquistados son un baluarte inicial y – como los hermanos Sin Tierra nos enseñan con su ejemplo - los criticamos cuando hay que hacerlo, y los apoyaremos siempre contra la oligarquía y el declinante imperio. La autonomía de pensamiento y de acción no debe hacer olvidar quién es el enemigo principal, y no se puede “darle papaya”[4] porque está al acecho.

[1] Ver entre otros artículos: “Colapso inevitable de la revolución bolivariana” y “Ecuador: Es el peor momento del gobierno de la “revolución ciudadana” www.kaosenlared. net/noticia/ venezuela- colapso-inevitab le-revolucion- bolivariana y www.kaosenlared. net/noticia/ ecuador-peor- momento-gobierno -revolucion- ciudadana
[2] Ver artículos de Raúl Zibechi, Sergio de Castro Sánchez, y muchos otros escritores en Kaos y en Rebelión.
[3] Dorado, Fernando. “Cosmovisión, Territorio y Agua”. En: “Dos millones de firmas”. Ecofondo, Colombia, 2009.
[4] Término muy colombiano que significa “darle ventaja al contrario”.

Fuente: http://www.aporrea.org/internacionales/a90338.html


Política latinoamericana

¡Yankees go home! Nueva ofensiva de los Estados Unidos sobre los pueblos de América*

Por Ana Esther Ceceña y Humberto Miranda

Ceceña, Ana Esther. Economista, doctora en Relaciones Económicas Internacionales de la Universidad de Paris I, Sorbona. Integrante del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM. Su área de especialización es el estudio de la "Hegemonía económica mundial". Coordinadora del proyecto Paraíso maya: competencia internacional y disputa por los recursos estratégicos.
Miranda, Humberto. Graduado de Filosofia por la Universidad de La Habana. Investigador Agregado del Instituto de Filosofia. Desde 1995 forma parte del Grupo GALFISA en temas referidos a los impactos de la globalización y las políticas de ajuste en América Latina, así como la crítica de la economía y las alternativas al orden actual en la región. Es también profesor adjunto del departamento de Ciencias Políticas del College of Charleston, Carolina del Sur.
Aunque parece ya lejano porque ocurrió en marzo 2008, el ataque presuntamente colombiano a Ecuador en la provincia de Sucumbíos marcó el inicio de un nuevo ciclo dentro de la estrategia estadounidense de control de su espacio vital: el continente americano. No se trató de un hecho aislado sino de una primera piedra de un camino que continúa abriéndose paso.
En aquel momento se desplegaban iniciativas de creación de plataformas regionales de ataque bajo el velo de la guerra preventiva contra el terrorismo. Pero si en Palestina y el Medio Oriente había ya costumbre de recibir las ofensivas del Pentágono desde Israel, y aderezadas con sus propósitos particulares, en América no había ocurrido un ataque unilateral de un Estado a otro “en defensa de su seguridad nacional”.
El ataque perfiló las primeras líneas de una política de Estado que no se modificó con el cambio de gobierno (de Bush a Obama) sino que se adecuó a los tiempos de la política continental que, en esa ocasión, dio lugar a un airoso reclamo de Ecuador, secundado por la mayoría de los presidentes de la región en la reunión de Santo Domingo.


Prudentemente se detuvo esta escalada militar para bajar las tensiones y dar paso al cambio de gobierno en los Estados Unidos, pero la necesidad de detener el crecimiento del ALBA y la búsqueda de caminos seguros para intervenir en la región, sobre todo frente a Venezuela, Ecuador y Bolivia, llevó nuevamente a los Estados Unidos a involucrarse en proyectos desestabilizadores o directamente militaristas.
Nuevas formas de viejos propósitos. La doctrina formulada por Monroe y reiterada por Kennedy con la Alianza para el Progreso (Alpro) tiene expresiones contemporáneas en el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), la Integración de la Infraestructura Regional de Sudamérica (IIRSA) y el Proyecto Mesoamericano (antes Plan Puebla Panamá), pero también en la creación de una retícula militar que envuelve la región en su conjunto.
La revolución cubana en 1959 generó una cuña de subversión social que puso en entredicho el dominio estadounidense en el continente. La victoria cubana en Playa Girón en 1961, la sobrevivencia del proceso cubano después de la “crisis de los misiles” y su permanencia en medio del acoso y las dificultades se constituyeron en un dique simbólico que desde entonces aparece como bastión de esperanza y dignidad, y como posibilidad real frente a la dominación.
Por esta misma razón, Cuba ha sido cuidadosamente separada del resto del continente mediante políticas de “extensión de la democracia” y combate a las tiranías (Alpro) promovidas financieramente a través de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), mediante su expulsión de la Organización de Estados Americanos y mediante la manipulación de los imaginarios hasta convertirla en caso único e irrepetible, con tal éxito que en muchos sentidos el proceso cubano no es incorporado a los análisis sino como experiencia aislada que es a la vez añorada y rechazada por las izquierdas del continente.
Después de Cuba y de las experiencias insurgentes en casi todos los países de América Latina, los procesos democráticos fueron violentamente interrumpidos por dictaduras militares financiadas por la USAID, tan activa nuevamente en nuestros días, y preparadas por la Escuela de las Américas. Se abrió una larga noche para el continente y América volvió a ser, en cierta medida, “para los americanos”.
Las dictaduras se transformaron en neoliberalismo, las riquezas de nuestros países dejaron de ser “patrimonio estratégico de la nación” para convertirse en atractores de inversión. La ilusión hegemónica de una América unida defendiendo los intereses americanos se encaminó en los tratados de libre comercio.
Los levantamientos contra el neoliberalismo, los tratados regionales, el ALCA y, recientemente, contra los dos megaproyectos de reordenamiento territorial y creación de la infraestructura de la integración energética y el saqueo (Plan Puebla Panamá, crecido hasta el Putumayo incorporando a Colombia, y hoy transformado en Proyecto Mesoamericano, e Integración de la Infraestructura Regional de Sudamérica), obligaron a la inteligencia hegemónica a recolocarse estratégicamente en el continente.
La insuficiencia del mercado como disciplinador general es acompañada por la presencia creciente de las políticas y fuerzas militares en toda la región. Elethos militar se impone como eje ordenador de la totalidad.
Como una vuelta más a la tuerca, las movilizaciones antineoliberales dan lugar a cambios institucionales y experiencias de gobierno contrahegemónicas en Venezuela, Bolivia y Ecuador, y con esto se pone en riesgo, o por lo menos en dificultades, el dominio estadounidense. Con estas nuevas experiencias –que se agregan a la cubana y la reubican geopolíticamente-, no sólo se cuestionan las reglas del juego establecidas sino que grandes extensiones territoriales e inmensas fuentes de recursos empiezan a salir del control hegemónico.
La amenaza de esta confluencia y de su potencial ampliación, los triunfos democráticos, la constitución del ALBA, Petrocaribe y las señales de distanciamiento de las políticas de Washington –encaminadas en múltiples ocasiones por los organismos internacionales-, es asumida como peligro mayor por los guardianes de la seguridad de los Estados Unidos que, independientemente de quién ocupe la presidencia, mantiene una política de estado para defender como hinterland el continente americano y enfrentar desde esta plataforma el juego de competencias con el resto del mundo.
El golpe de Estado en Honduras -uno de los eslabones más frágiles del ALBA-, conducido por un militar hondureño formado en la Escuela de las Américas, tramado en vinculación con la base de Palmerola, consultado con el personal de la Embajada norteamericana y asumido por la oligarquía hondureña -que si existe es por el auspicio de los intereses norteamericanos que requieren parapetarse en socios locales-, es el primer operativo de relanzamiento de la escalada iniciada en Sucumbíos.
Como parte de una ofensiva con múltiples variantes, que combina el juego de fuerzas constituidas internamente con intervenciones desde el exterior, que se presenta lo mismo con faceta militar que diplomática, económica o mediática, el golpe en Honduras abre un sendero diferente que pone en riesgo cualquier tipo de procedimiento democrático y deja sentado un precedente perverso. Cómo leer si no la deslegitimación de un gobernante constitucional y legítimo, derrocado por un golpe espurio que violenta la Constitución y las formas democráticas, y que, no obstante, mediante un extraño subterfugio termina siendo acusado de ser él el violador de la Constitución y, por ese mecanismo, es equiparado con el gobierno de los golpistas. Tan defensor como violador de la Constitución es uno como el otro en el esquema de diálogo que se impuso después del golpe y que, de no ser por la movilización popular exigiendo el restablecimiento de la constitucionalidad y rechazando tanto el golpe de Estado como la militarización, ya sería un dato más en la historia.
Honduras no es cualquier país. No solamente es integrante del ALBA y Petrocaribe sino que el gobierno de Zelaya empezaba a hablar de reforma agraria en las tierras que históricamente han sido parte del reino de la United Fruit Company, responsable de muchas masacres. Honduras fue el espacio desde donde se organizó la contrainsurgencia en los años de las luchas revolucionarias centroamericanas y es todavía el espacio de emplazamiento de la base militar estadounidense de Soto Cano o Palmerola, una de las mayores en la región latinoamericana que ha funcionado como cuartel general del Comando Sur desde su creación.
El depuesto gobierno de Zelaya, empujado por la movilización popular que desde hace un año cuestionó la existencia de Palmerola en el II Encuentro contra la Militarización, empezaba a hablar de la recuperación de las instalaciones de esa base. Esto, en un momento de ascenso de la presencia militar estadounidense, de ampliación, reactivación o modernización de sus posiciones en el continente, aceleró sin duda la intervención[1] que, evidentemente, responde a intereses económicos y geopolíticos mucho más trascendentes que los de la oligarquía local.
No obstante, a pesar de su gravedad, el golpe en Honduras sólo anuncia lo que se vislumbra para los gobiernos que han osado desafiar al imperio y que no cesan de ser acosados. Honduras resultó atropellada en una búsqueda por alcanzar objetivos de mucha mayor importancia geoestratégica como Venezuela, Ecuador y Bolivia, y constituye ya, independientemente de su desenlace, uno de los soportes de la estrategia en curso.
Honduras constituyó el elemento desencadenador o, mejor, la cortina de humo que dio paso a la reactivación del proyecto interrumpido después del ataque a Sucumbíos: el establecimiento de una sede regional de la llamada guerra preventiva en América, justo al lado del Canal de Panamá y en la entrada misma de la cuenca amazónica pero, lo más importante en términos estratégicos coyunturales, en las fronteras de los procesos incómodos para los grandes poderes mundiales liderados por los Estados Unidos.
Mientras la nebulosa levantada por Honduras desvió la mirada, se vuelven a desatar los montajes para acusar de cómplices de las FARC, único grupo reconocido como terrorista por el Pentágono en la región, a los presidentes de Venezuela y Ecuador, pero, sobre todo, se revive un viejo acuerdo entre Colombia y los Estados Unidos que otorga inmunidad a las tropas estadounidenses en suelo colombiano y permite la instalación de siete bases militares norteamericanas que se suman a las seis ya registradas por el Pentágono y por el Congreso en su Base structure report.
El plan de disciplinamiento continental pasa por quebrar geográfica y políticamente las alianzas progresistas y los procesos emancipatorios continentales. En Honduras se trata de introducir una cuña divisoria que debilite y quiebre los potenciales procesos democráticos en Centroamérica, y simultáneamente que se articule con el corredor de contención contrainsurgente conformado por México, Colombia y Perú, al que poco a poco se van sumando otros posibles aliados (ver mapa). La “israelización” de Colombia que se erige como punto nodal, articulada a este corredor, parece estar intentando tender una cortina de separación entre Venezuela, Ecuador y Bolivia, creándoles condiciones de aislamiento relativo en el plano geográfico. Colombia como plataforma de operaciones enlazada a todo un entramado de posiciones y complicidades que rodean y aíslan las experiencias contrahegemónicas y/o emancipatorias para irlas cercenando, disuadiendo o derrotando en el mediano plazo.[2]

Pero además de este corredor geopolítico, que asimismo se entrelaza geográficamente con las zonas de mayor riqueza del continente, se puede ubicar otra línea de intervención más sutil que podría establecerse como el eje Miami-México-Bogotá[3], en el cual se pretende agrupar una derecha supuestamente endógena, portadora de un pretendido modelo latinoamericano propio frente a las propuestas emancipatorias emergentes. La participación de los grupos anticastristas de Miami y de sus contrapartes en el Pentágono en el golpe de Honduras se hizo evidente tanto en las sorprendentes declaraciones anticomunistas de los protagonistas del golpe, que parecían como salidas de la prehistoria política, como en la aparición en escena de personajes como Otto Reich.
Este conjunto de hechos permite concluir que está en curso un proyecto de recolonización y disciplinamiento del continente completo. Con la anuencia y hasta entusiasmo de las oligarquías locales, con la coparticipación de los grupos de ultraderecha instalados en algunos gobiernos de la región, en América Latina se está conformando mucho más que un nuevo Israel, desde donde el radio de acción se debe medir con las distancias que los aviones de guerra y monitoreo alcanzan en un solo vuelo sin necesidad de cargar combustible; o con los tiempos de llegada a los objetivos circunstanciales, que son muy reducidos desde las posiciones colombianas; o con la capacidad de respuesta rápida ante contingencias en las principales ciudades de los alrededores: Quito, Caracas y La Paz; o con la seguridad económica que les da establecerse al lado de la franja petrolera del Orinoco, equivalente a los yacimientos de Arabia Saudí, y al lado del río Amazonas, principal caudal superficial de agua dulce del continente, al lado de los mayores yacimientos de biodiversidad del planeta, frente a Brasil y con posibilidades de aplicar la técnica del yunque y el martillo, contando con la cooperación de Perú, a cualquiera de los tres países que en Sudamérica han osado desafiar al hegemón.
Si bien Honduras muestra claramente los límites de la democracia dentro del capitalismo, el trasfondo de Honduras, con el proyecto de instalación de nuevas bases en Colombia y la inmunidad de las tropas estadounidenses en suelo colombiano, convertiría a ese país en su totalidad en una locación del ejército de los Estados Unidos que pone en riesgo la capacidad soberana de autodeterminación de los pueblos y los países de la región. Una base militar estadounidense del tamaño de un país completo y en el corazón de la amazonia.
Todo hace pensar que las acciones desde este enclave militar en América del Sur se dirigirán a los estados enemigos o a los estados fallidos, que, de acuerdo con las nuevas normas impulsadas por los Estados Unidos, pueden ser históricamente fallidos o devenir, casi instantáneamente, estados fallidos “por colapso”. Cualquier contingencia puede convertir a un país en un Estado fallido súbito y, por ello, susceptible de ser intervenido. Y entre las contingencias están las relaciones de sus gobernantes con algún grupo calificado como terrorista (es ahí que se explica la insistencia por acusar a los presidentes Chávez y Correa de mantener vínculos de colaboración con las FARC), los conflictos transfronterizos o la penetración del narco.
Una vez decretado el Estado fallido la intervención puede realizarse desde Colombia, que ya estará equipada para avanzar sobre sus vecinos.
Es de prever la búsqueda de otros emplazamientos militares en el futuro cercano (por lo pronto en Perú, que ya está estableciendo compromisos de operación amplia de tropas estadounidenses en su territorio desde el 2006 y con posibilidades de uso de bases en Chiclayo y en la zona del VRAE), combinada con procesos de fortalecimiento de los aparatos de inteligencia y militares en general al interior de los países latinoamericanos. Asimismo, es de esperar que la construcción de los estados fallidos pasará por estimular deserciones militares, inculpar o corromper altos funcionarios de gobiernos progresistas por vínculos con las actividades criminalizadas por el hegemón o por la implantación del narcotráfico en barrios marginales de ciudades como Caracas u otras, como herramienta para desatar conflictos y desestabilizar/controlar una región cada vez más rebelde.
A solo unos meses del ascenso presidencial de Obama, resulta ya ingenuo pensar que existe un cambio en la política norteamericana hacia la región. El esquema de dominación está claro y delineado. Los Estados Unidos van, como decía Martí, “con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América”. Deberá haber una respuesta múltiple, regional, social, solidaria, en bloque. Una respuesta que se extienda desde el Río Bravo hasta la Patagonia y que reditúe a la independencia de nuestras naciones.
Quinientos años de lucha nos han dotado a los pueblos de América Latina de suficiente experiencia para encarar las batallas presentes contra el saqueo, la colonización y las imposiciones de todo tipo. Hoy esa lucha pasa por detener y revertir la militarización y el asentamiento de las tropas de los Estados Unidos en Colombia y en todos nuestros países para que los últimos quinientos años en rebeldía no hayan sido en vano.
No hay consigna más sensata y oportuna en este momento que la renovada “Yankees, go home”.

* En Revista Herramienta nº 42, octubre de 2009
Fuente: http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-42/yankees-go-home-nueva-ofensiva-de-los-estados-unidos-sobre-los-pueblos-de-a


Política latinoamericana

¿Quién era Papillón?

Por Alberto J. Franzoia

Henri Charrière, Papillón (tal como lo llamaban por la mariposa tatuada en su pecho), nació en Ardèche (Francia) un 16 de noviembre de 1906 y murió en Madrid (España) un 28 de julio de 1973, apenas una año después de esta entrevista (realizada en Buenos Aires, Argentina) que presentamos como documento muy poco conocido para los más jóvenes y quizás olvidado por no pocos mayores. Su vida fue tan increíble que decidió volcarla en una novela autobiográfica, convertida rápidamente en gran best seller entre fines de los sesenta principios de los 70, y en el guión de una también exitosa película realizada en 1973 por Franklin J. Schaffner, con Steve McQueen como protagonista (Papillón) y Dustin Hoffman como actor secundario (en el rol de su compañero de prisión).

Papillón, quien había perdido a su madre a los 11 años, integraba los sectores más marginales de la civilizada sociedad francesa. Si bien cometió numerosos delitos a lo largo de su difícil existencia, en 1931 fue condenado, sin pruebas, a trabajos forzados por el asesinato de un proxeneta. Tras un breve pasó por la prisión de Caen (capital de Baja Normandía) es enviado a la Isla del Diablo en Guyana Francesa. Pero Suramérica resultó no sólo el escenario para su cautiverio, sino que también allí transcurrieron sus extraordinarias fugas y amores poco convencionales con dos nativas (madre e hija) con paternidad incluida. Su último destino como presidiario fue El Dorado en Venezuela, país en el que se instaló una vez obtenida su definitiva liberación en 1945.

La obra de este seductor personaje presenta una dosificada combinación de denuncia y lucha en pos de la libertad. Tanto en su novela como en la película Papillón denuncia las condiciones infrahumanas a las que son sometidos los prisioneros, pero simultáneamente narra sus infinitas ansias de libertad que lo llevaron a protagonizar novelescas fugas. La entrevista que presentamos tiene aristas atrapantes, tanto que este ex presidiario de origen francés demuestra en ella una mayor perspicacia política que muchos militantes de las capas medias suramericanas. Quizás uno de los momentos más logrados de la misma tenga que ver con su particular visión de la izquierda nativa:

¿Cuál es su opinión sobre los movimientos de izquierda de Latinoamérica?

Hay muchas izquierdas. Hay una izquierda condicionada a las órdenes de Moscú; hay otra influenciada por la filosofía maoísta; y hay otra que se identifica con el nacionalismo y que es la más interesante, puesto que sacan de ellos mismos la solución de su país sin recibir órdenes del exterior, y como conocen mejor que cualquiera los problemas de su país y como les gusta vivir al pueblo, son los más autorizados para intentarlo.

Algunos afirman que una parte de su novela no es real y que las historia fueron tomadas de otros presos, sin embargo Papillón vivió innegablemente entre la marginalidad, la cárcel, la búsqueda de la libertad y (luego) el privilegio de ser un best seller mundial. Más allá de cuánto halla de real y cuánto de ficción en sus relatos, eligió denunciar la injusticia de un sistema que primero lo condenó a vivir como infrahumano y luego lo premió por su éxito en el mercado de la cultura.

Solo nos queda recomendar la lectura completa de este más que interesante documento de claro contenido político.

Diciembre de 2009


Entrevista a Papillón (Henri Charriere)

Autor: Ubaldo Nicchi, Clarín literario, jueves 13 de abril de 1972

“La bofetada fue tan fuerte que necesité trece años para sobreponerme. No fue un sopapo corriente, y para dármelo se esmeraron al máximo.” Con estas palabras abre Henri Charriere, conocido en el ambiente delictivo por Papillón, su autobiografía de 500 páginas. Alto, macizo, de rostro trabajado, mirada firme, voz espesa y gestos mesurados, es un auténtico francés. Estuvo en Buenos Aires, y su gente y sus calles le hicieron acordar de su querido París. Ayer un paria abandonado a su suerte, hoy se ha convertido en un “best-seller” que cautiva a millones de lectores. Una profunda ansiedad de vivir es su rasgo más notable. Este reportaje exclusivo refleja las inquietudes y preocupaciones de un hombre que escapó del horror.

Charriere, usted vive actualmente en América latina desde hace algún tiempo. ¿Cuál es su visión de nuestros problemas?
América latina se encuentra llena de materia prima maravillosa: petróleo, cobre, manganeso, hierro, toda la materia prima que necesita el mundo está en América latina. Pero toda esa cantidad prodigiosa de materia prima no está industrializada. Entonces vende a países que la industrializan, especialmente a Norteamérica, que le paga lo menos posible y que le vuelve a vender esa materia prima manufacturada y convertida en productos de consumo indispensable. Latinoamérica se encuentra en estos momentos con más dictadura que democracia. Volvió al cuartel y los militares han vuelto a dirigir la mayoría de eso que se llama “república Sudamericanas”. Ese régimen, al margen de que sus resultados sean positivos a corto o largo plazo, está montado sobre una filosofía política desastrosa, puesto que también a corto o largo plazo despierta el extremismo. América latina va a soportar, de aquí a veinte o treinta años, una explosión demográfica considerable, particularmente Brasil, que tiene noventa millones de habitantes y que el año 2000 va a ser un bosque de 180 millones de habitantes. Además Brasil está industrializándose con pujanza, con técnica, y eso va a hacer de ella una nación muy poderosa en el equilibrio de Sudamérica.

¿Qué es para usted la democracia?

La democracia es el peor sistema, pero también es el mejor. El peor sistema porque se basa en la cantidad y sufre de numerosos errores y defectos. Pero pese a eso, no existe una política más aceptable para los hombres libres.

¿Usted opina entonces que los movimientos revolucionarios en América latina tienden al socialismo?

¡Seguro! La situación actual de todos estos países va a reventar un buen día…

¿Esa tendencia es general en el mundo o solamente característica de los países subdesarrollados?

En el mundo es diferente, porque la situación de los países industrializados es diferente. Norteamérica entra ahora en China, que tiene 720 millones de habitantes. Entra allí para industrializar como ayudó a industrializar en su momento a Rusia. ¿Usted se imagina que esos 720 millones de personas van a ser en el año 2000 más de mil millones? ¡Más de mil millones de personas de un país industrializado! Además la posición de China es muy distinta que la del Japón. Japón conserva su tradición cultural pero no exporta filosofía. China exporta filosofía, ideas nuevas, una gran cantidad de ideas positivas.

¿Cuáles son esas ideas nuevas, ese aporte filosófico que hace o haría China actualmente?

China va a sustituir la filosofía marxista del comunismo como existe actualmente en Rusia; es decir, convertido en un imperialismo. Liberar al hombre es completamente, diferente que manejarlo. Esa distinción del pensamiento maoísta atrae muchos alumnos, especialmente entre la juventud, puesto que la juventud se está desperdiciando en razón de que se enfrenta o pertenece a partidos políticos más viejos que Matusalén.

¿Cómo juzgaría el sistema en que vivimos? Usted está autorizado a juzgarlo puesto que lo ha padecido hasta en sus aspectos más brutales…

Bueno, que hay que rectificar nuestra forma de vivir. Si somos un pueblo subdesarrollado somos una rueda de una inmensa máquina. Vivimos con dos medidas: distancia y tiempo. Nuestro propio sistema de vida ha destruido la familia, porque la madre y el padre trabajan afuera y entonces se pierde esa cosa tan importante que es la unión familiar, la comunión familiar, la dulzura, la ternura, una cantidad de cosas…

¿Cree usted que los sistemas políticos actuales son inspirados por filosofías humanistas?

No, de ninguna manera. De ninguna manera desde el momento en que existen miles y miles de personas que son marginadas o que deben soportar condiciones infrahumanas de existencia. Entonces ocurre que cuando sucede un acto de violencia política todo el mundo, es decir, la clase media y la clase privilegiada grita y condena. Pero si se muestra llorando a la familia de un raptado, entonces todo el mundo llora por la familia. Entonces, ¿por qué no se muestran las miles de familias que viven de manera infrahumana, enfermos, sin trabajo, analfabetos, en América latina…? ¡Ese es el caso! Muy bien, todo el mundo llora por la situación de un hombre, pero todo el mundo está indiferente por esos millones de personas, esas miles de familias que no soportan una temporada breve de desesperación sino que consumen su vida, desde que nacen hasta que mueren, en la desesperación… Yo no soy juez ni partido; yo solamente expongo. Porque quizá tales actos quieren hacer despertar a quienes se despreocupan de cierta clase social y obligarlos así a rectificar una forma de vida y una forma de dirigir el mundo y la sociedad.

¿Entonces Usted admite acción directa como acto político?

¡Es que se justifica! ¡No la admito, se justifica! Es una respuesta a la injusticia cotidiana. Es como en la revuelta estudiantil de mayo de 1968 en París. Piden diálogo con los profesores pero los profesores se encierran en una torre de marfil y no quieren dialogar con los estudiantes. No podemos descender a discutir con los alumnos, alegan. Pero cuando los alumnos han quemado cuatrocientos coches, entonces sí admite y aceptan dialogar y discutir…

¿Qué opina del régimen económico-social en la Argentina?

Hay propiedad positiva y negativa. El industrial que no es cobarde y que pone su genio, su trabajo y su capital para producir, empleando miles de personas o aunque sea en una pequeña industria, merece respeto. Pero si es un capitalista cobarde, no hace otra cosa que prestar su dinero a los bancos y enriquecerse mediante una gran cantidad de combinaciones y maquinaciones bancarias, donde en un momento dado su dinero le rinde más que si lo hubiera invertido en una industria y no tiene los problemas laborales. Pero también hay industriales voraces que, yo creo, ganan demasiado. Creo en la supervisión por los sindicatos de la contabilidad de las industrias en donde ellas despliegan su labor. El socialismo en sí no es tampoco, si no está aceptado por todo el mundo, la conclusión perfecta; pero por lo menos tiene una necesidad acuciante de justicia social. Actualmente, en la Argentina, la masa más importante es la clase media. Aquí hay más clase media que en cualquier parte del mundo. Pero hay una clase media en corbata, elegante, que vive en una “miseria dorada” porque tiene una cantidad de problemas para poder sufragar sus gastos de familia, de vivienda y de vivir de alguna forma un poco elevada, que la obliga a tener dos empleos o más. ¿Qué vida, entonces, es ésa?

¿Ve usted alguna solución inmediata?

No conozco muy bien a la Argentina y sus problemas como para hacer previsiones. Lo que yo sé es que en la Argentina, como en casi todos los países latinoamericanos, hay una clase marginada; esa clase marginada, en un pueblo grande y civilizado, no puede existir. Vosotros tenéis en el porvenir una aventura brillante, por la inmensidad del territorio como por la minúscula población, por las enormes riquezas inexploradas y por la capacidad técnica de vuestro pueblo.

¿Cuál es su opinión sobre los movimientos de izquierda de Latinoamérica?

Hay muchas izquierdas. Hay una izquierda condicionada a las órdenes de Moscú; hay otra influenciada por la filosofía maoísta; y hay otra que se identifica con el nacionalismo y que es la más interesante, puesto que sacan de ellos mismos la solución de su país sin recibir órdenes del exterior, y como conocen mejor que cualquiera los problemas de su país y como les gusta vivir al pueblo, son los más autorizados para intentarlo.

¿Qué veredicto pronunciaría sobre este siglo, que es también su siglo?

Este siglo tiene solamente una cosa importante: la evolución técnica, en donde se han hecho maravillas. Pero ha resultado un fracaso total por la paz, por el respeto del individuo y por la repartición de la riqueza. Y es un fracaso total porque los trusts y los monopolios son más poderosos que nunca y no abandonan esa guerra de veinticuatro horas sobre veinticuatro por la posesión de más riquezas, por más expansión y más beneficios económicos. Nos encontramos además demasiado condicionados por la sociedad de consumo, ya que estamos provocados por todos los medios de difusión a consumir y consumir. Entonces, este hombre que está “supervisado”, siempre está insatisfecho y motivado constantemente a comprar más cosas inútiles. Por el sistema de venta a crédito, el hombre está empeñado para toda su vida, desde el momento que nace hasta que muere, porque deberá comprar hasta el pedazo de tierra para su entierro a crédito. La sociedad de consumo en un país superdesarrollazo convirtió al hombre en una molécula de un átomo. La gente vive frustrada y disminuida porque no hay tiempo, en ese tiempo que uno vive, de vivir.

¿Cómo explica usted que la misma sociedad que una vez lo condenó ahora lo ha convertido en una vedette?

Francia, no en vano, es la cuna de los derechos del hombre. Francia puso a mi disposición todos los medios de difusión oral, escrita y visual para que yo hiciera un cara a cara con el sistema jurídico-policial francés. Eso fue extraordinario. Yo soy ahora ciudadano del mundo, pero quien me hizo ciudadano del mundo fue el mismo pueblo francés que me sentenció brutalmente y me trató como una inmundicia de la sociedad. El tratamiento bárbaro y medieval de su policía pesó sobre algunas conciencias.

Fuente: www.elhistoriador.com.ar

    

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