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Racismo,
Sociedad y Política en Argentina
Por Rubén Américo Liggera*
Desde la invasión española en América el prejuicio racista tiene que ver
con las relaciones de poder político y de control económico y social. Es
decir que, desde el fondo mismo de la historia, en nuestra Argentina,
hemos vivido períodos de violencia que fueron variando de forma y
virulencia según las circunstancias.
Los hijos de la tierra fueron sometidos por la maquinaria bélica europea
para efectivizar su insaciable rapiña en las minas de Potosí. Más al
sur, la Ciudad de los Césares no fue más que un espejismo. Sin embargo,
el criollo, descendiente de aquellos pueblos originarios hacia los días
de la independencia no formaba parte de la gente “decente” o “vecinos”
con capacidad de decisión. Pero como siempre el pueblo “quiere saber de
qué se trata” se hizo presente en la plaza para presionar a los
cabildantes.
Los esclavos traídos desde Africa por traficantes ingleses y portugueses
hasta Colonia del Sacramento, a falta de explotaciones intensivas se
transformaron por estas costas en diligentes sirvientes de la burguesía
comercial rioplatense.
Indios, negros y criollos pobres en el Río de la Plata conformaron la
escala social más baja de la sociedad. Y aunque la Asamblea del XIII
había terminado con la esclavitud los afroamericanos continuaron siendo
discriminados.
Políticamente, descendientes de estas clases sociales apoyaron luego la
causa federal; ante participaron activamente en los ejércitos
libertadores. Leales al “partido americano” vistieron la divisa punzó en
las guerras civiles contra los representantes del “partido europeo”. La
chusma iletrada, los gauchos, los indios, negros y mulatos advirtieron
prontamente que Rosas y los caudillos provinciales eran los líderes
populares que representaban sus intereses contra el centralismo porteño.
Desde 1820 a 1852 la taba cayó suerte y a veces culo para el paisanaje y
sus conductores, pero el período rosista significó en los hechos el más
alentador para las clases bajas. Civilización versus barbarie fue el
denominador común de intensas y diversas maneras de enfrentamiento entre
los defensores de un federalismo popular y un centralismo elitista.
Después de 1853, ya dictada la Constitución Nacional, las guerras
intestinas continuarán hasta mucho después de la anexión de Buenos Aires
a la Confederación Argentina. La llamada “organización nacional” se
conquistará a sangre y fuego, total, para educados como Sarmiento la
sangre de gaucho no valía un pito…
“Gobernar es poblar” fue el lema generacional imaginado por Alberdi. La
inmigración europea, entonces, irá conformando en el imaginario
argentino aquello que dice que “descendemos de los barcos”. Acerca de
este mito nacional del “crisol de razas” resulta muy esclarecedora la
investigación de Ezequiel Adamovsky en Historia de la Clase Media
Argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003 (Bs. As., 2009)
Adamovsky habla de un “ciudadano ideal” en estos términos: ”Todos estos
mensajes/ culturales, implícitos y explícitos/ (…) realizaron verdaderas ´operaciones de clasificación´ que apuntaban a crear o reforzar
jerarquías sociales y contrarrestar los vínculos de solidaridad que se
estaban creando entre gente de diferente condición y los sueños de una
vida nueva que a menudo los acompañaban. Parte de estos mensajes
involucraron la creación y difusión de una imagen del argentino ´ideal´,
un modelo de lo que cada uno debía ser y cómo debía comportarse. El
ciudadano ´correcto´ era el que dedicaba sus mayores esfuerzos a su
bienestar material y al progreso de su familia”…Era el que accedía a
determinado nivel de consumo, era capaz de comportarse como alguien
“civilizado”, participaba en política correctamente. En esta sociedad
machista (otra forma de discriminación agregamos nosotros) la mujer
ocupaba en este ideal un lugar secundario ocupándose del hogar. Y
concluye este pasaje: ”Así, se nos hizo visible en varias ocasiones, que
la norma del argentino ´ideal´ estaba modelada a partir de las
características de los grupos sociales de cierta posición y de piel
blanca, contraponiéndose implícitamente con la de los trabajadores
manuales, los más pobres, los incultos´, los menos ´decentes´ y los de
tez morena” (…) ”Y ya que la Argentina era un país de inmigración y de
cultura europea, los argentinos de verdad tenían (N de la R: subrayado
del autor) que ser blancos”(pp.86-87)
Adamovsky nos irá mostrando en esta obra esclarecedora cómo el sistema
educativo implementado por la Generación del ´80 trató de domesticar a
las masas populares; cómo los medios contribuyeron a la conformación de
una imagen del “deber ser” social de nuestra “clase media” que –por
diversas razones- al fin y al cabo no sería más que una “identidad
subjetiva”, asegura.
La irrupción del peronismo a mediados del siglo pasado ciertamente
significó una fenomenal ruptura del orden social establecido por las
clases dominantes. La chusma, la negrada, los cabecitas, los “grasas”,
las mujeres se hicieron ahora visibles y “naide es más que ninguno”.
Imperdonable. Perón y Evita, íconos del proyecto nacional y popular
encarnado por el justicialismo a mediados del siglo pasado serán
estigmatizados de mil maneras por el poder, ahora seriamente amenazado.
“Algo había sido violado. ´La chusma´, dijo para tranquilizarse….´hay
que aplastarlo, aplastarlo´, dijo para tranquilizarse. ´La fuerza
pública´, dijo, ´tenemos toda la fuerza pública y el ejército´, dijo
para tranquilizarse. Sintió que odiaba. Y de pronto el señor Lanari supo
que desde entonces jamás estaría seguro de nada. De nada”. Así culmina
“Cabecita negra” (1961), ese cuento magistral de
Germán Rozenmacher que
mostró como ninguno qué significó para amplios sectores de clase media
el ascenso de los trabajadores con el peronismo. Esa necesidad de
diferenciarse de las masas populares más que nada por cierto nivel
educativo, su origen europeo y el color de su piel. Porque desde el
punto de vista económico no son más que “trabajadores de cuello blanco”,
asalariados calificados, imitadores de hábitos y costumbres de las
clases superiores. De allí esa compartida “identidad subjetiva” que
mencionamos arriba citando la investigación de Adamovosky.
Y curiosamente, fue el peronismo quien permitió el ascenso social de
estos grupos sociales aliados a los “demócratas” que luego retrotrajeron
sus conquistas sociales a condiciones de décadas anteriores; pero
además, en nombre de la “libertad” persiguieron, silenciaron,
reprimieron y fusilaron a grandes mayorías del pueblo argentino. En fin,
después de 1955 perdimos todos. Irremediablemente.
Pero no aprendimos de la experiencia histórica. Cada tanto reaparecen
expresiones racistas y xenofóbicas.
La fiesta neoliberal de los ´90 produjo la más feroz recesión social de
que se tenga memoria en Argentina. Miles y miles de excluidos y
desocupados salieron a las calles para reclamar trabajo y dignidad.
Organizaciones sociales y sindicales cortaron calles y rutas a lo largo
y ancho del país. Los “piqueteros” son la cabal representación de una
década de infamias y humillaciones para el pueblo trabajador. Hasta la
clase media se sintió agredida al verse pauperizada y en vertiginoso
descenso.
Hace pocos días-en un contexto muy diferente- los sucesos del
Indoamericano y Albariños mostró hasta el paroxismo, debido a la
multiplicación mediática, cuánto de discriminación y violencia anida en
nuestra sociedad.
Leña, muerte a los villeros, que se vayan los perucas, bolitas y
paraguas. Basta de mantener a esos vagos que no quieren trabajar, no
fomentemos la vagancia. “¡Qué país generoso!”, le dice una mujer-maestra
ella-a otra frunciendo la cara en la cola del cajero del banco.
Compartían la fila con los negros, feos y sucios que esperaban cobrar la
Asignación Universal. (Doy fe. Fui testigo involuntario esa violencia
verbal, de ese acto despreciativo en boca de personas que para mejorar
sus ingresos trabajan doble turno en las escuelas, según sus propios
dichos y que no era mi intención escuchar)
“El desprecio por el cabecita negra, su rechazo por parte de la pequeña
burguesía liberal y democrática, muestra hasta qué extremos el prejuicio
impregna nuestras racionalizaciones. Reconocer en él, en el provinciano,
al hijo del país, a una de nuestras partes, significa lisa y llanamente
aceptar el viejo conflicto entre capital y provincia, entre unitarios y
federales, entre ejército regular y montonera, entre gobierno patriarcal
y gran puerto fenicio. Es algo que está más allá de las
racionalizaciones del pequeño burgués, liberal y democrático, presionado
por su realidad económica, por su desmesurado sueño de grandeza, por su
deseo de ingresar, económica y espiritualmente, a la clase alta.
Obsesionado por su status, por su apellido gringo, por su falta de
tradición, se siente, en su rechazo al cabecita negra, aliado a los que
mandan. Ellos y él, por fin, tienen algo en común. Sin embargo, esto no
deja de ser una ilusión. Ser diferente, ser gente, ser bien, significa
no tener nada en común con ese intruso, que nos recuerda un origen
humilde, de trabajo, de pequeñas humillaciones cotidianas. En. esta
fantasía, el pequeño burgués transfiere sus propias carencias al
cabecita negra: el otro es el indolente, el ignorante, el poca cosa, el
advenedizo. ´Ahora tendrán que trabajar´, dice en 1955, a la caída de
Perón. ´Los negros volverán a la cocina´ hubiera dicho cien años antes,
después de Caseros” (Ilustrativo y siempre vigente análisis de
Pedro Orgambide, revista Extra, 1967)
Estas actitudes explican de alguna manera el apoyo que recibió el
denominado ”campo” en su corcovo destituyente cuando el gobierno
nacional osó meterle la mano en el bolsillo (el más sensible de los
órganos del ser humano, claro)
Aceptémoslo. En Argentina existieron y existen actitudes racistas. Por
acción u omisión. No importa. Pero vale la pena ponerlo en palabras. A
modo de exorcismo o de reto intelectual.
Desde 2003 hasta ahora, impulsados por un modelo neodesarrollista con
justicia social, se han vuelto a visibilizar los sumergidos de nuestra
historia. Y eso otra vez molesta, genera rechazo, odio, resentimiento.
Saca lo peor de nosotros. Se justifican ligeramente la represión y la
violencia contra los negritos, los villeros, los inmigrantes, los
homosexuales.
Pero el color de la piel, el género, la elección sexual, en última
instancia esconden tensiones sociales que cuando encuentran situaciones
favorables se patentizan. La política, no por casualidad, es el vehículo
más apto para su injusta permanencia en el tiempo o su paulatina
solución de acá en más.
Depende de qué partido tomemos.
* Poeta y periodista
rliggera@hotmail.com