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Los
exilios y las fugas de Osvaldo Bayer
Por Enrique Gil Ibarra
Acabo de leer la nota firmada por Osvaldo
Bayer en Página 12 sobre el Día del Periodista, y no puedo menos que
admirar su coherencia. Desde hace décadas, Bayer no deja de desilusionarme.
Analizando cuidadosamente su biografía, resaltan sus exilios y sus fugas, tanto
en su vida como en sus libros, siempre referidos al ayer, a los hechos que,
relevantes en la historia -pero sólo en la historia-, permiten acuñar “chapa” de
compromiso sin arriesgar ni un cabello.
A los dieciocho años, devoré literalmente su libro sobre La
Patagonia Rebelde. Me encantó. Asumí que Bayer era (y sería) uno de esos
escritores que descuartizaban la historia y la realidad para ofrecerla a sus
pueblos en aras de la verdad y el futuro. Me equivoqué. Bayer se quedó sólo en
la historia y en su propia realidad, que cada vez está más alejada de una
realidad colectiva.
Su nota sobre el día del periodista no es otra cosa que un ejercicio de
egolatría autorreferencial. Supone elogiar a “Aquellos periodistas” y no hace
otra cosa que citarse a sí mismo, recordar sus propios discursos y vanagloriarse
de su lucidez al analizar a otros periodistas que, contrariamente a lo que Bayer
hizo durante toda su vida, vivieron y criticaron su propio tiempo, asumiendo los
riesgos inherentes a ese compromiso.
Dice de Walsh: “No fue consciente, tal vez, de su predestinación. La sangre que
circulaba por sus venas no lo dejaba tranquilo con los productos que le
depositaba en el cerebro. Sus mejores cualidades literarias fueron alma y
humanidad”. ¿Lo habrá conocido? Si, desde luego. Pero su propio egocentrismo le
impidió entender el por qué un tipo como Walsh era absolutamente conciente “de
su predestinación”. Suponer que Rodolfo no tenía claro que estaba “predestinado”
a morir es simplemente estúpido o, mucho peor, un intento de minimizar su
lucidez y su compromiso combatiente. Su “alma y humanidad” no eran “cualidades
literarias” de Walsh, sino su condición de ser humano conciente, obligado por
esa conciencia a participar activamente de la lucha de su pueblo.
Y luego Bayer dedica su perorata a otros periodistas, a los que pone como
arquetipos de sí mismo: “Acabo de cumplir sesenta años en el periodismo. Toda
una época más que difícil. Triunfos, despidos, cárceles, gozar de maestros y
aguantar a tiranos de escritorio”. Raúl González Tuñón es el segundo de sus
referidos y, para elogiarlo, Bayer recuerda casi exclusivamente sus propios
textos sin comprender que la única cita que hace de González
Tuñón: “El poeta lo es en sus libros y en la calle”, es una revelación que a
él mismo lo pone cruelmente en evidencia. Las calles son desconocidas para
Bayer, escritor de exilios y de cenáculos. No quiero imaginar las puteadas que
González Tuñón le dedicaría a Bayer si se enterara que lo recuerda por “El
sandwich de milanesa”.
Bayer recuerda también a Gregorio Selser. Y aquí si, no puede evitar mencionar
por lo menos a las gestas latinoamericanas revolucionarias, ya que obviar ese
aspecto de Selser como historiador comprometido con su presente sería
prácticamente insultarlo, pero de inmediato –y nuevamente- Bayer se retira a la
torre banal de sus propios escritos, y en lugar de citar a Selser elige citarse
a si mismo, en una anécdota insulsa y tontuela que sumerge el recordatorio en un
comentario irrelevante.
Por último, el otro periodista digno para Bayer de figurar en su homenaje es
Emilio Corbière. Historiador y periodista respetable, es cierto, socialista
democrático moderado y prudente, de larga trayectoria.
Por supuesto, todos somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras
palabras. Bayer se hará cargo de sus silencios en sus homenajes y yo de mis
palabras en esta nota, pero si Bayer hiciera honor a su fama autogenerada, no
debería soslayar a otros periodistas. Periodistas “de aquellos” (para jugar con
el título de su nota), que un tipo como Bayer hubiera debido mencionar, en lugar
de limitarse a Walsh, al que se recuerda hoy no por combatiente, sino porque
está de moda en el periodismo “progre” y ya no es peligrosa la memoria.
Periodistas como Enrique Raab, como Jarito Walter, como
Haroldo Conti, Paco Urondo, Rafael Perrota,
Raymundo Gleyzer, Luis Guagnini, Dardo Cabo, Ignacio
Ikonicoff, Victoria Walsh, Zelmar Michelini, Rodolfo Ortega
Peña, Roberto Sinigaglia y decenas de otros etcéteras no tan conocidos, no
menos importantes, no menos dignos del recuerdo y el homenaje. Periodistas que
de verdad –y citando a Bayer- “tenían vocación de servir a su sociedad, para
mejorarla, no para mantenerla con sus actuales vicios”.
Pero por descontado, el reiterado y declamado “pacifismo” de Osvaldo Bayer no le
permite reconocer a aquellos que han luchado en épocas cercanas. Debe limitarse
a hechos muy anteriores, hechos que no comprometan su “anarquismo pacifista”.
Alguien debería explicarle a Bayer que ese cacareado “anarquismo pacifista” es
un contrasentido ideológico, que sólo ejemplifica la necesidad de
autopreservación personal que lo ha aquejado desde 1975, cuando se unió a la
caravana de intelectuales autoexilados.
Enrique Gil Ibarra – 9 de junio 2012
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