Fue uno de
los más importantes poetas argentinos del siglo XX. "Amigo de las gentes, de las
mujeres amantes y del vino, una suerte de François Villon criollo, cantor de las
tabernas, las grandes fiestas y duelos e insurrecciones populares", según lo
definió Pedro Orgambide.
En 1922 publica sus primeros poemas en las revistas Caras y Caretas e Inicial.
En 1923 participa en la redacción de Proa, la revista que dirige Ricardo
Güiraldes, y colabora en el periódico Martín Fierro. Viaja por el interior del
país y en 1929 por primera vez a Europa. Dos años después a Brasil, y en 1932 al
Chaco paraguayo, en el avión del diario Crítica, como corresponsal de guerra.
Vuela a la Patagonia y se instala en Río Gallegos. En 1933 funda la revista
Contra. Lo detienen y procesan por ¨incitación a la rebelión¨. En 1934 viaja a
España y se radica en Madrid, donde traba amistad con García Lorca, Neruda y
Miguel Hernández. En 1935 vuela a Buenos Aires y dos años más tarde está otra
vez en España, durante la defensa de Madrid. Vive en Chile. Viaja por Europa, va
a la Unión Soviética y a China.
Con El violín del diablo (1926) y Miércoles de ceniza (1928) trae Tuñón a la
poesía argentina el desenfado y la picardía de los muchachos de los puertos, de
los vagos y mal entretenidos que deambulaban por el viejo Paseo de Julio. Es un
reconocimiento apasionado no sólo de la gente sino de los escenarios poco
prestigiosos de la ciudad durante los años '20. Es en el puerto, en los
suburbios, en el conventillo que encuentra los motivos de sus poemas. Todo es
motivo de canto para el poeta que, por encargo de su novia, escribe Poema para
la Virgencita del Teatro Cervantes. En este primer período, la poesía de Tuñón
une a lo descriptivo la imagen insólita, la pirueta, un pase de prestidigitador.
En otros poemas, El séptimo cielo, por ejemplo, utiliza la palabra en función de
onomatopeya, de dibujo verbal. Es lo que se advierte también en Poema de la
Cenicienta Ciudadana, donde los nombres ingleses de los artistas de cine o de su
máquina de escribir, sirven de rima y música interna al poema.
En La Calle del
Agujero en la Media (1930) el verso libre, de amplio período, suplanta la
cadenciosa, rítmica primera manera del poeta. Ahora, el discurso poético se
distiende, se abre para incorporar lo sensorial en infinitos detalles, para
registrar pequeñas anécdotas que tienen la brevedad de una instantánea. Este
cambio de lenguaje corresponde al cambio de escenario: ya no es Buenos Aires
sino París. Como constante, queda su observación de lo cotidiano, su mirar en
las vidrieras y en los ojos fraternales: los de un saxofonista, los de un
vendedor de globos, los de las chicas del music-hall, los de Blanca Luz que está
lejos, los del organista de la iglesia de San Suplicio.
En El otro lado de la Estrella y Todos bailan, poemas de Juancito Caminador,
ambos publicados en 1934, Raúl González Tuñón continúa esta segunda manera de su
poesía: el verso amplio que llega fundirse con la prosa. De ese tiempo es la
serie de Blues y su memorable poema "Lluvia", dedicado a Amparo Mom. Seguro de
su oficio, canta ahora no sólo al amor y la vida vagabunda, sino a los hombres
dispuestos a una actitud de solidaridad y al combate. Su registro de los años
'30: el clima de preguerra europeo, el apogeo del jazz, los gangsters de EE.UU.
("Los Seis Hermanos Rápidos Dedos en el Gatillo") preparan ya el advenimiento de
la poesía política de González Tuñón.
"Fue el primero que
blindó la rosa", dijo Pablo Neruda. En 1936 aparece La rosa blindada. Puede
señalarse este momento como el del tercer período poético de González Tuñón. En
él se integran y se complementan sus dos maneras anteriores. Fiel al recuerdo de
su abuelo Manuel Tuñón (obrero nacido en Mieres que lleva a su nieto a una
manifestación socialista), fiel también a la poesía española, a los romances y
coplas populares, González Tuñón enriquece la suya tanto en su tema como en su
lenguaje. "La Libertaria", "El Tren Blindado de Mieres", "La Copla al Servicio
de la Revolución", "Cuidado, que viene el Tercio", "La muerte Derramada", "El
Pequeño Cementerio Fusilado" son algunos poemas de aquel tiempo, en los que, a
partir de un tema heroico, la poesía se expresa tanto en verso rimado como en
largos períodos de verso libre y prosa. En Las puertas de fuego (1923) y La
Muerte en Madrid (1939) el mismo tema y procedimiento se reiteran con acierto.
No ocurrió lo mismo en parte de su producción posterior, donde a veces lo
contingente, lo aleatorio, el compromiso de circunstancia, restó fuerza a su
poesía. No obstante, se advierte en sus últimos poemas un feliz regreso a sus
orígenes, al poeta vagabundo, a su admirable Juancito Caminador, aquel que dijo:
"Traigo la palabra y el sueño, la realidad y el juego de lo inconsciente, lo
cual quiere decir que yo trabajo con toda la realidad."
Además de su labor poética, Raúl González Tuñón escribió varias obras de teatro:
El descosido, La cueva caliente y, en colaboración con el poeta Nicolás Olivari,
Dan tres vueltas y se van.
Ilustración El Tomi
(Télam)
Los ladrones - Cuarteto Cedrón (2012)
Reúnen
en un solo volumen la poesía de Raúl González Tuñón
11 de enero
2012
La editorial Seix Barral presentó Poesía reunida, una exhaustiva compilación de
poemas del autor de La rosa blindada y El violín del diablo realizada por su
hijo Adolfo y su sobrino nieto Eduardo Álvarez Tuñón, también escritor.
Juan Gelman lo consideró el iniciador de “un camino que grandes poetas
latinoamericanos y españoles –Vallejo, Hernández, Neruda, Alberti– recorrerían
después”. Juan Sasturain aseguró que su poesía tiene algo de invencible y de
verdadero. Y Jorge Boccanera observó que supo enlazar en su obra a los opuestos:
fue porteño y cosmopolita, partidario de la vanguardia formal y a la vez
militante político; en tanto que en su expresión poética combinó la imagen
fulgurante con una oralidad extendida. Todas estas consideraciones se refieren a
Raúl González Tuñón, uno de los escritores más representativos de la generación
que renovó la poesía argentina a partir de 1920. Su poesía reunida acaba de ser
publicada por Seix Barral.
El libro lleva prólogo del crítico Jorge Monteleone, con una selección de textos
a cargo del hijo del poeta, Adolfo, y de su sobrino nieto, Eduardo Álvarez
Tuñón, también escritor, autor entre otros libros de La secreta mirada de las
estaciones (poesía) y El desencuentro (novela). En un breve texto introductorio
titulado “La música del mundo”, los familiares del poeta señalan esta
compilación como “la más exhaustiva que se ha hecho”, al incluir libros
completos como La rosa blindada, Poemas para el atril de una pianola y El rumbo
de las islas perdidas.
La vigencia de la obra de González Tuñón entre los jóvenes tiene que ver, según
lo señala su sobrino nieto, con “la vitalidad de su poesía, su fuerza y esa
forma rebelde y profunda de tratar todos los temas”. Respecto al criterio de
selección, dice, se basó en la difusión de los libros citados, además de primar
la idea de ofrecer al lector “un panorama completo de uno de los poetas
esenciales de la Argentina, que, por razones vinculadas a su ideología política,
fue censurado y no accedió a ediciones dignas, salvo aquellas que hicieron, por
admiración y con sacrificio, los jóvenes de la generación del ’60”.
González Tuñón vivió en Buenos Aires, ciudad a la que le cantó de manera
constante, entre 1905 y 1974. Muchos de sus escritos fueron publicados por
primera vez en las revistas Inicial, Martín Fierro y Proa; colaboró además como
periodista en los diarios Crítica y La Protesta. Si bien los antagonismos entre
los grupos de Florida y Boedo han servido para construir un mito más que para
definir diferencias profundas, lo cierto es que sus estéticas apuntaban a
distintos conceptos de lo artístico. González Tuñón no tuvo inconvenientes en
experimentar con las renovaciones formales propuestas por el primero aunque sin
abandonar su militancia social, un valor que para Boedo era estético por ser
político.
Entre sus libros se cuentan El violín del diablo (1926), Miércoles de ceniza
(1928), La Calle del agujero en la media (1930), Todos bailan (1934), La rosa
blindada (1936), Las puertas del fuego (1937), La muerte en Madrid (1939),
Canciones del Tercer Frente (1941), Caprichos de Juancito Caminador (1943),
Primer canto argentino (1945), Demanda contra el olvido (1963) y El rumbo de las
islas perdidas (1969).
Su poética aparece resumida en estos versos suyos: “Traigo la palabra y el
sueño, la realidad y el juego de lo inconsciente/ lo cual quiere decir que yo
trabajo con toda la realidad.”
París, 1937, Segundo Congreso Internacional de
Escritores Antifascistas, Pablo Neruda, Amparo Mom (primera esposa de Tuñón),
Emile
Savitry (fotógrafo), Delia del Carril (pintora argentina casada con Neruda),
Tuñón y dos escritores miembros de las Brigadas Internacionales.
Pero no hay manera de equivocarse
de camino.
Nosotros vamos en la misma dirección
Pero yo te digo no es a la muerte
Es a la vida adonde vamos
No a la vida eterna bien seguro
Pero a la vida
Y yo no daría un solo minuto
De nuestras vidas
Por un siglo.
Robert Desnos
Robert Desnos: poeta francés, uno de los fundadores del surrealismo, escribió
este simple y tan expresivo poema en una taberna de Paris a mediados de 1937,
durante una de las pausas de las sesiones de clausura del Segundo congreso
Internacional de Escritores, las cuales se habían iniciado en Valencia,
prosiguiendo en Madrid y Barcelona. Robert murió dos días después de la
liberación de París, a causa de las torturas sufridas en el campo de
concentración nazi.
[Extractado de "La veleta y La Antena" de Raúl González Tuñón, Ed. Buenos Aires
Leyendo, 1969]
CÓMO BLINDAR UNA
ROSA
Por Virginia Avendaño
"Fue un profeta y
vislumbraba el siglo
en que la acción fuera hermana del sueño
y reinventó la poesía, una manera
de recordar que el poeta es un hombre
al que a veces agobian la incomprensión, el barro,
el alquiler, la luna."
Con estos versos se inicia el poema que Raúl González Tuñón (1905-1974) ) dedicó
a Baudelaire. Y nos parecen apropiados para recordar a nuestra vez a González
Tuñón, cuando se cumple el centenario de su nacimiento.
Pocos poetas -como Tuñón decía que Baudelaire hacía- condensan la acción y el
sueño, la vanguardia estética y la política, la renovación formal y social, la
fascinación por los bajos fondos y la voluntad militante. Pocos poetas pueden
blindar una rosa. Tuñón era uno de ellos. En sus propias palabras:
(...)
escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera
y como hombre de su tiempo que era
también ardientes cantos y poemas civiles"
(de El poeta murió al amanecer, de González Tuñón)
Nació en Buenos Aires en 1905, en una familia numerosa. Sus padres eran
españoles de origen obrero; su abuelo, Manuel Tuñón, era un minero socialista
que lo llevó por primera vez a una manifestación.
Su poesía –de una
"lírica violenta"– retrata como pocas a una ciudad, Buenos Aires, y a los
habitantes de sus bajos fondos: ladrones, prostitutas, marginales. Y a sus
puertos, sus esquinas, sus fábricas abandonadas, la lluvia sobre cascos de
barcos oxidados. "Amigo de las gentes, de las mujeres amantes y del vino, una
suerte de François Villon criollo, cantor de las tabernas, las grandes fiestas y
duelos e insurrecciones populares", según lo definió Pedro Orgambide.
Cuando tenía 17 años
la revista Caras y Caretas le pagó por primera vez un poema, y muy pronto
comenzó a escribir en Proa y en el periódico Martín Fierro, aunque su compromiso
con la izquierda lo acercó luego al grupo Boedo. Fue periodista en Clarín y en
Crítica. Como corresponsal viajó por la Argentina y cubrió la Patagonia rebelde
de 1921, y años después la Guerra del Chaco. Vivió en París y en España, donde
tomó contacto con destacados poetas y políticos como Miguel Hernández, Federico
García Lorca, César Vallejo, Pablo Neruda (cónsul chileno en Madrid, en esos
años). Fue un ferviente militante antifacista y participó en varios
acontecimientos políticos europeos, como la huelga de mineros de Asturias y la
Guerra Civil Española.
Raúl
González Tuñón por él mismo
Luego de haber registrado a Manuel Castilla, García
Márquez, León Felipe, Cortázar, Marechal, Girondo, Eluard, Borges, y tantos
otros, Héctor Yánover se dio por satisfecho sólo y recién después de grabar a
Raúl González Tuñón. “Esa noche llegué a casa –contaba Yánover con los ojos más
celestes que de costumbre– y dije: bueno, el sentido, el origen y la verdadera
razón por la que nació este sello, se ha cumplido hoy al grabar un disco con don
Raúl González Tuñón”.
Digitalizado por el desaparecido blog "Bienvenidos a la Monga", este disco reúne
los poemas clásicos de Raúl González Tuñón en su propia voz, entre ellos Eche 20
centavos en la ranura, El poeta murió al amanecer, La cerveza del pescador
Schiltingham y La calle del agujero en la media, entre otros. Clic en la imagen
para ver, escuchar y descargar.
En los años 50
jóvenes poetas formaron el grupo literario "El pan duro", como continuación de
la línea estética y política de Tuñón. De allí surgió el primer libro de Juan
Gelman, Violín, y otras cuestiones, y la editorial La Rosa Blindada.
Murió en Buenos
Aires, el 13 de agosto de 1974, mientras trabajaba en un poema en homenaje a
Víctor Jara, cantor que había sido asesinado por la dictadura de Pinochet.
[Fuente:
http://weblog.educ.ar]
RAUL
Raúl, si el cielo azul se constelara
sobre sus cinco cielos de raúles
a la revolución sus cinco azules
como cinco banderas entregara.
Hombres como tú eres pido para
amontonar la muerte de gandules,
cuando tú como el rayo gesticules
y como el rayo al rayo des la cara.
Enarbolado estás como el martillo,
enarbolado truenas y protestas,
enarbolado te alzas a diario
y a los obreros de metal sencillo
invitas a estampar en turbias testas
relámpagos de fuego sanguinario.
Durante los primeros
meses de 1973, Horacio Salas charló largamente con Tuñón, grabó su historia de
vida, de laburo, de viajes, de política, de poesía y de poetas. El resultado fue
un libro hermoso –Conversaciones con Raúl González Tuñón– que salió en el ’75 y
que el poeta, por unos meses nomás, no llegó a ver publicado. Pero nosotros sí.
También teníamos desde fines de los ’60 el disco en que decía sus poemas, laburo
de Héctor Yánover, alguien que antes y después –como no hace tanto Pedro
Orgambide– se ocupó de hacer leer y oír a Tuñón. Y todos pero todos quedamos
–autores interlocutores y lectores oyentes– claramente tocados. Es que Tuñón no
era ni es de ésos aparatosos que te sacan, ni de los provocadores que te
voltean, ni de los solemnes que te aleccionan. Tuñón es de los que te conmueven,
te hacen moverte con él y a partir de él.
Y es un gran poeta. De semejante intensidad que pudo sobrevivir tanto al
ninguneo de los dueños ideológicos de la pelota cultural que lo tachaban con
negro, como a los dogmas de la disciplina partidaria que lo subrayaba mal y con
rojo. Como el pasto que vuelve y vuelve entre y pese a las junturas de los
adoquines –la imagen me lo asocia a Pugliese, con quien comparte un destino y
entonación comunes–, la poesía de Tuñón tiene algo de invencible y de verdadero.
Lo que vive de tantos poemas es, en principio, los climas, las atmósferas, los
personajes y lugares clavados por versos llanos y definitivos: "Entonces
comprendimos que la lluvia era hermosa" en el comienzo de Lluvia; la letanía de
Los seis hermanos rápidos dedos en el gatillo, o el detalle de Los ladrones que
"cuando la madre se les muere / le ponen luto a la guitarra".
Y después las
imágenes, mínimas escenas iluminadas y en foco, pero sin congelar, vivas para
siempre. Me quedo con tres de ésas. Una, el consabido consejo –tenía diecisiete
cuando escribió esto– al solitario paseante de la feria: "El dolor mata, amigo,
la vida es dura,/ y ya que usted no tiene ni hogar ni esposa/ eche veinte
centavos en la ranura/ si quiere ver la vida color de rosa". Otra –y una de las
más hermosas de la poesía argentina– es la de la bohemia en París a los 25, con
la amiga en la buhardilla: "Tú crees todavía en la revolución/ y por el agujero
que coses en tu media/ sale el sol y se llena todo el cuarto de sol". Y la
última, del ’41, en plena guerra y con los nazis todavía con la tortilla de su
lado y sartén en mano, es esta determinación alevosa: "Subiré al cielo,/ le
pondré un gatillo a la luna/ y desde arriba fusilaré al mundo,/ suavemente,/
para que esto cambie de una vez".
Tuñón, que no pudo ver la Revolución pero creyó en ella, dejó muchos poemas
hermosos y un libro extraordinario, La calle del agujero en la media. Nunca fue
derrotado.
En el centro de su
imaginación poética había putas –la del poema Ursulina, "felina y escuálida", o
Susana, la que "sirve café"–, payasos, marineros, ladrones, magos y obreros, que
caminaban por el mundo de los márgenes, de los bajos fondos. Y también estaba
Juancito Caminador, un prestidigitador que el poeta, "triste y cordial como un
legítimo argentino", conoció en un circo de la Patagonia, y del que se hizo
amigo porque tenía el mismo nombre que su marca de whisky preferida (Johnnie
Walker). "Yo traigo la palabra y el sueño, la realidad y el juego de lo
inconsciente, lo cual quiere decir que yo trabajo con toda la realidad", dice
Juancito Caminador, es decir Raúl González Tuñón, en el poema titulado con el
nombre del prestidigitador, incluido en Todos bailan. El, que se definía como un
"realista romántico", alentaba la búsqueda del "punto en donde se encuentran lo
clásico y lo romántico, la experiencia y el sentimiento, la ley y la revelación,
la búsqueda y la inspiración".
Mineros de Asturias
"Yo era un poeta
realista: todos los personajes que aparecen en ese libro (por El violín del
diablo, su primer poemario) fueron conocidos por mí. Frank Brown me deslumbró,
era un payaso maravilloso, un inglés acriollado, de gran atracción para los
niños; era una cosa deslumbrante", recordaba Tuñón. Los viajes a Francia y a
España irán decantando ese realismo hacia una politización que se explicitó en
La rosa blindada, escrito en homenaje a la insurrección de los mineros de
Asturias, en 1936. Juan Gelman, probablemente el mayor discípulo del poeta,
señaló en el prólogo a la cuarta edición de La rosa... que Tuñón "reivindicó
para la Revolución la palabra aventura". Pero la miopía de la derecha cultural y
el astigmatismo de la izquierda partidaria anularon la posibilidad de comprender
la evolución del poeta. Al desprecio y la desconfianza que manifestaron ciertos
sectores por su poesía política –descalificada, sin apelación, por panfletaria–
se añadía otra objeción, más dolorosa al provenir del grupo ideológicamente afín
al poeta. El establishment del Partido Comunista lo ninguneó, quizás espantados
por este verso, demasiado "burgués", de Las brigadas de choque: "Demos a la
dialéctica materialista el vuelo lírico de nuestras fantasías". Además, ese
poema –que se publicó en la revista Contra, que Tuñón dirigió en 1933– le valió
un breve período de cárcel y un proceso por "incitación a la rebelión".
Nació
en una familia de obreros inmigrantes españoles el 29 de marzo de1905.
Comenzó a publicar sus poemas a los 17 años en Caras y Caretas, en la
revista Inicial y también en Proa. A partir de allí sus colaboraciones
son habituales en la revista Martín Fierro y tiempo después en los
diarios Crítica y Clarín. En la disputa estética entre Florida y Boedo,
Tuñón logra ubicarse en un lugar singular: combinando las renovaciones
formales del primero y la militancia social del segundo se convierte en
uno de los autores más representativos de la poesía argentina, siendo
referente para autores como Juana Bignozzi y Juan Gelman, con títulos
como “El violín del diablo” (1926), “La calle del agujero en la media”
(1930), “Todos bailan” (1934), “La rosa blindada” (1936). En 1933 dirige
los cinco números de la revista Contra, y en 1934 comienza su militancia
en el Partido Comunista. Muere en Buenos Aires el 14 de agosto de 1974.
Cajitas de música
En Conversaciones con Raúl González Tuñón, el poeta le confesaba a Horacio
Salas, autor del libro, que no tenía miedo de repetirse en sus poemas. "Pienso
que citar varias veces el barco en la botella, las cajitas de música, las
veletas, no es repetirse sino seguir moviéndose en medio de los símbolos que
siempre he amado." El placer lúdico y funambulesco por la imagen insólita, su
fruición por el truco y la prestidigitación, la fluidez cinematográfica que les
confería a las imágenes, el tono coloquial, casi confidente del hablante que
parece susurrarle su secreto en el oído del lector, las mutaciones de los
estados de ánimo, son algunos de los rasgos de la poesía de Tuñón que se
proyectan, con mínimas variaciones, desde sus primeros libros al resto de su
producción, Himno de pólvora, Primer canto argentino y Hay alguien que está
esperando, entre otros. La frase del sabio franciscano Roger Bacon, que el poeta
leyó en su adolescencia, fue la brújula que lo acompañó en su vagabundeo por la
vida y de la que supo extraer la esencia de su poesía: "Contempla el mundo". Y
en ese ejercicio de contemplación y embellecimiento de la materia observada, el
poeta no hizo únicamente poesía "costumbrista ciudadana" o social. Ante todo fue
un poeta universal porque todas las grandes urbes de la poesía de Tuñón –Buenos
Aires, París, Madrid– son la misma ciudad, que él construía con retazos tan
reales como fantásticos, provenientes de todas las ciudades del mundo.
Antes que Roland Barthes defendiera la idea de hacer anónimo al autor, de
divorciarlo de su texto, Tuñón cumplió, acaso sin proponérselo, con la consigna
barthesiana. A modo de homenaje a Aída Lafuente, una mujer que murió peleando
hasta el final, el poeta escribió La libertaria. Tiempo después, cuando visitó
España durante un congreso de escritores, en un festival folklórico escuchó cómo
cantaban su poema, al que habían musicalizado. Todos repetían sus versos,
"estaba toda manchada de sangre... estaba toda manchada de cielo", y Tuñón quiso
decir: "El autor soy yo". Pero no lo hizo. Se acercó al escenario y preguntó:
"¿De quiénes son esos versos?". Para su asombro le respondieron: "Anónimo, de
autor anónimo". Tenía 32 años y ya era autor anónimo, universal. En El poeta
murió al amanecer (incluido en Canciones del tercer frente), Tuñón, que murió en
1974, anticipó cómo quería ser recordado: "Fue un poeta completo de su vida y su
obra. / Escribió versos casi celestes, casi mágicos,/ de invención verdadera/ y
como hombre de su tiempo que era/ también ardientes cantos y poemas civiles/ de
esquinas y banderas".
[Raúl González Tuñón
(derecha) y Héctor Yánover (izquierda)]
-De todos tus libros, ¿cuál preferís a la distancia?
-Siento una gran piedad y ternura por el primero, El violín del diablo, con sus
balbuceos, y una especial predilección por La calle del agujero en la media,
pues la ida a Europa, y en especial a París, tuvo algo de deslumbramiento en mi
vida (bien se dijo con razón, por otra parte, que se ve que esos versos fueron
escritos por un porteño) y asimismo me es entrañable La rosa blindada, porque
aquí se produjo una ruptura dramática, y a ese libro siguieron grandes
tragedias, muchas muertes y exilios.
-En una época, para ser exactos afines de la década del cincuenta se dijo que
vos escribías demasiados prólogos a muchachos jóvenes. ¿Qué podés contestar a
eso? ¿Tuvieron razón?
-A mí me estimularon enormemente en su hora Nalé Roxlo, Oliverio Girondo,
Güiraldes, Olivari, Rega Molina, mi hermano Enrique y otros que ya no están, y
después, León Felipe, Robert Desnos, I1ya Erhenburg, García Lorca, Nancy Cunard,
Mike Gold. Cuando escribo un prólogo para un poeta novel creo que pago en parte
aquella deuda.
Alguien
está esperando
Por José Luis Mangieri
“Raúl fue el primero que blindó la rosa”: Lo dijo Pablo Neruda en Madrid en
1936, a comienzos de la Guerra Civil. Allí estaba Tuñón junto a sus amigos de
las Brigadas Internacionales: Aragón, Vallejo, Ludwig Renn, René Crevel,
Barbusse, con todos los poetas españoles de la Generación del ‘27: Lorca,
Alberti, León Felipe, Miguel Hernández, Manolo Altolaguirre, Antonio Machado.
Como dijo de el Ricardo Güiraldes, “Raúl tiene los ojos llenos de Rusia”, y los
tuvo hasta el final de sus días, cuando el reformismo vernáculo y de afuera
pretendía cercarlo. “Reformismo”, palabra prehistórica hoy. Raúl fue el eterno
desobediente, el que no acató. Fue un hombre generoso con su tiempo. ¿Quién de
la Generación del ‘60 no pasó por su escritorio en Clarín con los versitos
iniciales para pedir su consejo? Juana Bignozzi, Héctor Negro, Julio Huasi, Juan
Gelman y tantos otros que nos deslumbrábamos con sus vivencias de la Guerra
Civil.
Generoso con sus libros que repartía a manos llenas, poeta pobre hasta el final,
él escribió uno de los poemarios más altos en la lírica de habla castellana, La
calle del agujero en la media, y uno de los más estremecedores de la épica, La
rosa blindada, escrito en 1936 en homenaje al levantamiento de los mineros de
Asturias e impreso en los Talleres de la Federación Gráfica Bonaerense. Pero
acompañó con entusiasmo a la vanguardia surrealista. Siempre en la primera
línea. Modesto al extremo. “César Vallejo es el mejor de todos nosotros”, nos
dijo alguna vez. Y también fue el primero en pelearle al olvido. Allí está su
poemario Demanda contra el olvido. Cantata para nuestros muertos, de 1963. Nos
dejó algunas frases que resumían su ética: “El hombre a la larga gotea por algún
lado”. Pero ni su generación ni la mía lo vieron gotear jamás. El Tata Cedrón y
Andreoli le pusieron música a sus poemas. Hoy hacen lo propio jóvenes que vienen
del rock. Si parece que fueron escritos para él los versos de García Lorca “Viva
moneda que nunca/ se volverá a repetir”.
El año que viene se cumplirán cien años de su nacimiento en el Barrio Once,
barrio al que le cantara su amigo Carlos de la Púa en su libro La crencha
engrasada que se abre con una dedicatoria: “A Raúl González Tuñón y Jorge Luis
Borges, mis rivales en el amor a Buenos Aires”. Vayan estos recuerdos
desordenados en un modesto homenaje a quien nos dijo: “Los muertos vivirán
siempre en la memoria de los vivos”.
El que vivió su tiempo combatiendo sin tregua nos está esperando en sus cien
años.
Página/12, 14/08/09
-Hablando casi del
mismo tema ¿qué poetas influyeron más en vos?
-En la antología preparada y prologada por Héctor Yánover, nuestro común y
admirado amigo, dice: ... "En el 24, 26, 28, se influenciaron mutuamente Borges,
Rega, Olivari, Tuñón." Creo que tiene razón, si consideramos las coincidencias.
( ... )
Además pienso que influyeron en partes de mi obra, algo de la cautivante
aventura dadá-surrealista, cierto clima a lo Rilke, a lo Milosz y el ímpetu
gigante de Manhattan de Walt Whitman.
-¿Qué poetas has releído más veces?
-Bueno, a veces sólo tal o cual poema, a veces libros enteros, como el Gaspar de
la Noche de Aloysius Bertrand, últimamente releí poemas de El libro de los
paisajes, del Lugones no barroco, no retórico. También releo: "Luna de enfrente"
de Borges, "Llanto por Ignacio Sánchez Mejía" de Federico, "La balada de la
cárcel de Reading", partes del "Canto a la Argentina" de Darío y del "Canto a mí
mismo" de Walt Whitman y algunos más.
-¿Alguna vez tuviste miedo de repetirte?
-¿Miedo? No. Además, pienso que citar varias veces el barco en la botella, las
cajitas de música, las veletas, no es repetirse sino seguir moviéndose en medio
de los símbolos que siempre he amado.
"En la época de Florida y Boedo, ¿se leían mutuamente?
-Solíamos leernos mutuamente en el sótano del Royal Keller en el Puchero
Misterioso, aun antes de la guerrilla Florida-Boedo. Hoy prácticamente no
existen aquellos típicos cafés y boliches literarios, pero sí los llamados
"talleres de poesía" y "talleres literarios" donde jóvenes noveles también
suelen leerse mutuamente y hacen bien.
"Las últimas promociones se caracterizan por cierta tendencia a la
autodestrucción. ¿Eso ocurría también en tu época?
-No creo que fuéramos autodestructivos. Y ahora también hay de todo.
-¿Por qué crees que en el ambiente literario existen tantos enconos y odios?
-Siempre decía Federico: "El peor gremio es el de los toreros, no hay más que
asomarse a uno de los cafés en que se reúnen; le sigue el de los cómicos y luego
el de los escritores, donde basta con oír lo que dicen de los demás". Yo
agregaría en nuestro medio, querido Horacio, el de los artistas plásticos y de
los periodistas. ¡Y no hablemos de los políticos!
-¿Qué opinás de la crítica?
-"Creo en críticos como Edmundo Guibourg y como lo fue en lo suyo, Julio Payró.
Lo ideal sería que el hombre de teatro haga crítica de teatro, el pintor crítica
de pintura y el poeta crítica de poesía. Es claro, insisto en que respeto mucho
al verdadero crítico, no a aquel del cual Picasso dijo que suele ser un artista
fracasado. Y profesionalmente yo me siento cronista, porque éste más que
criticar, informa (...)
-¿Alguna vez te enojaste por una crítica adversa?
-No, nunca que yo recuerde.
-¿Tuviste o tenés enemigos?
-Nunca tuve, creo, un verdadero enemigo. Pero si me pedís un ejemplo, te diré
que en los últimos tiempos, Jorge Abelardo Ramos me atacó duramente. Vos sabés
que él es trotskista y durante la primera presidencia de Perón, con el seudónimo
de Víctor Almagro, publicaba en Democracia sinuosos artículos de corte
maccarthysta, antes de Mac Carthy. Pero siendo él quien es, me hizo un favor. Y
mirá, pienso ahora en aquella frase del agudo Oscar Wilde. "Yo elijo mis
enemigos entre las personas inteligentes".
Recuperándose, luego de
sufrir un infarto.
-¿Te gusta sentir
que has descubierto algún nuevo poeta? ¿Consideras que descubriste alguno?
-Mirá, me encanta, e insisto en que me tocó descubrir a Juan Germán, a Héctor
Negro, entonces desconocidos que leían sus versos en un teatro independiente, y
luego a Julio César Silvia. Fuera del país, si no descubrí en España a Miguel
Hernández, pues antes ya lo habían hecho Neruda y Aleixandre, intervine
estimulándolo, en su tránsito de los sonetos muy brillantes, pero dentro de una
retórica tradicional, a Viento del pueblo, gran libro, en el que se anunciaba
como la nueva voz de la poesía española. Y en Chile puede decirse que descubrí a
Nicanor Parra -no el actual, divagador, convencional, un poco reaccionario, con
resabios dadá-surrealistas que ya no sorprenden a nadie- sino al lúcido poeta a
quien alenté desde las páginas del suplemento dominical de El Siglo, que yo
fundara con otro notable chileno: Julio Moncada.
-¿Qué poemas te hubiera gustado escribir?
-Bueno, no sé, creo que me hubiera gustado volver a escribir los poemas que en
mi juventud quedaron por ahí, en ciertas pensiones, en ciertos fondines de los
puertos. Puedo contestarte indirectamente recordándote el final de un poema de
La veleta y la antena, mi último libro: "... pero amo y comprendo a los niños
terribles / y al corazón alegre de las veletas que ellos aman /y a los poemas
que yo amo y nunca escribiré."
-¿Extrañás al viejo Buenos Aires?
-Extraño del viejo Buenos Aires lo que fue más entrañable. Lo extraño y lo amo,
como amo aspectos, rincones, los poquísimos que quedan y como amo muchas cosas
del Buenos Aires actual. Esto se revela en poemas de mi último libro inédito El
banco en la plaza, escrito entre 1970 y 1972. Sigo descubriendo cantidad de
cosas que se harán a la vez entrañables, perdurables. Y existe algo que no ha
cambiado: es el porteño, el espíritu del porteño "un poco chacotón y un poco
triste", corno escribió Carriego. ( ... )
-¿Qué pensás de la muerte?
-La veo como algo que tiene que ver con la vida, con el otro lado de la vida.
Con un pie en la dialéctica y otro en el panteísmo, creo que "nada se pierde y
todo se transforma".
-¿Le tenés miedo?
-No, en principio,
pero sí cuando pienso que me va a apartar de los seres queridos, de todo lo que
amo en el país y en el mundo, de esta hora de renacimiento de los pueblos
africanos y latinoamericanos.
-¿A qué cosa le tenés miedo?
-A que gobierne la Argentina un gobierno militar.
-¿Alguna vez pensaste en ser alguna cosa especial: ser marinero, pescador, o una
cosa así?
-Acertaste, Horacio, me hubiera gustado ser marinero, claro.
-Raúl, ¿tenés miedo de llegar a viejo alguna vez?
-Ya llegué, pero no me siento viejo. Digo: Sigo vivo, es decir, sigo luchando y
escribiendo. Sigo caminando por mi ciudad y saliendo al interior del país, a dar
charlas y a escuchar a los más jóvenes. A mi carnet de viaje agregué primero
Uzbekistán, después Cuba. En estos días volveré a nuestra Salta y a nuestro
Chaco.
[Este poco conocido texto del poeta es una crónica publicada por el periódico
republicano La Nueva España, editado en Buenos Aires, y recogido en el libro Las
puertas del fuego. Describe los bombardeos a Madrid durante la ofensiva
fascista]
Abrí los ojos y nací a las cinco de la mañana. Desde hacía una hora, más o
menos, mi sueño no era definitivo. Tenía la sensación de estar haciendo
esfuerzos para quitarme un fardo de encima. Para quitarme la noche. Grandes y
pequeños ruidos asediaban mi cabeza perfectamente incontrolable. A las cinco fue
la lucidez. Desde que estoy en Madrid no había oído estruendo igual. Tan
constante. Nada, posiblemente ni los tanques ni los aviones pueden ser tan
impresionante como los obuses que, esos sí, no se sabe ni de dónde vienen ni
adónde van.
A las siete de la mañana de ese día -11 de mayo- perdí la cuenta. Pensaba: hay
quienes en este momento trazan rayas en un papel por cada obús que llega. Hay
quienes recogen a los heridos y a los muertos. Hay quienes les dan entrada en
los hospitales y en los cementerios; en esos libros manoseados que la historia
suele revisar después. Tal vez haya muerto una mujer que vi en la cola del
tabaco. O un ex jefe de Negociado -que siempre se le conoce-. O el niño que
cantaba en Santo Domingo: 'Cuando viene la aviación, la aviación, la
aviación...' con música de 'Los Tres Chanchitos'. O aquel hombre que dijo: 'El
obús que me toque tendrá que llevar esta inscripción: Gregorio García.' Mejor
así: 'Para Gregorio García'. Es más correcto.
De pronto la
habitación era sacudida por un viento atronador. Todo se estremecía: mi cama,
los dos o tres libros desvelados, las fotografías de la gente que ocupaba esta
casa, intrusas hoy, la recomendación (para ordenanza de Banco), la tarjeta del
abate Jean, la casa, en fin, la vieja casa del conde, los cristales, las sonatas
dormidas en los pianos amarillos y muertos, el 'schottis' de Don Quintín
últimamente colocado en la pianola: el retrato del Papa y el de Joselito, ambos
con dedicatoria a la Condesa, ya acabada como ellos: la gran Biblioteca, así
como los relojes, los muebles en cuyos cajones yacen las cartas, las
recomendaciones, otras tarjetas de visita, el balance del año '35; y luego las
tulipas, las pantallas, las flores pintadas, los cortinados, los ceniceros, las
alfombras. Ese buen gusto desagradable de comedia fina, ese, a veces, agradable
mal gusto y delicioso ridículo que recuerdan la presencia en esta casa de
alguien que tuvo cierto ángel, pero cuyos descendientes bajaron después a la
cursilería frívola, al clero, a la novela rosa, a lo que no subirá más a la
superficie de España ardida y desgarrada y poderosa.
Porque sucede que la guerra trae consigo a la revolución y lo único que quedará
de esta casa será la Biblioteca, el retrato de Joselito, por ser auténtico, y
tal vez la guardarropía de los condes y de la capilla donde se amontonan
disfraces tan parecidos a los que se ven en los escenarios dados vuelta cuando
se marcha la compañía y que irán a parar, sin duda, a manos de los utileros de
un posible teatro de la Alianza.
Hacia las diez de la mañana pasaron los aviones. Ya estaba en pie y corrí a la
ventana. Todavía seguían cayendo los obuses en el corazón de Madrid, de heridas
y latidos universales. Casi en seguida dejaron de caer. Nuestros aviones habían
detenido al crimen. Y como los aviones fascistas no ofrecen nunca combate, los
cañones fascistas, por temor a ser localizados, fueron silenciados y escondidos
otra vez en la tierra ofendida por la zapa cobarde. (Esto no es demagogia, es un
documento.) Pero después en la calle, con el sol, con la gente, con los niños,
con las pipas, con las colas, con la Puerta de Alcalá, con Cibeles, con la
Granja -había cerveza-, consumiéndome de amor, de ternura y de coraje, recobré
otra vez a Madrid y a su reloj de Gobernación donde se da la hora de España. Y
unas piernas rígidas y un niño corriendo hacia los escombros meemocionaron hasta
llorar. (La poesía no es sólo experiencia, como decía Rilke. ¡También los
sentimientos!)
En el frente de la Gran Vía me aguardaban el polvo amontonado, las vidrieras
rotas, los comentarios de la indignación y el humor popular. La huella del
crimen, casi borrada ya por la sonrisa de Madrid. Porque lo que no pudo
conseguir la aviación no lo lograrán los obuses. ¿A qué este tremendo golpe
súbito, este humo, este estruendo, estas muertes, estos letreros sobre las
piedras, 'peluquero de señoras'. 'Las señas en la casa vecina', estas sastrerías
desplomadas, estos incorrectos maniquíes? ¿Y estos obuses lanzados ciegamente,
sin objetivo militar, por lo que detrás de nuestros parapetos, más allá de
nuestras trincheras, aunque lanzaran sobre Madrid toda la metralla de los países
fascistas no podrían siquiera conquistar la ceniza que sigue a toda muerte?
Madrid, de sangre o polvo, no sería jamás conquistada por los bárbaros. El
corazón de Madrid, crecido inmensamente por noviembre, nació del toro y la
paloma. Tiene el secreto del valor y de la gracia.
Fecha: Agosto de 1973 | Autor:Jorge Abelardo Ramos - Nota publicada en Revista
Izquierda Nacional Nº 25
Lo que sigue es el texto de una carta enviada por Jorge Abelardo Ramos a la
revista Cuestionario, cuyo director era Rodolfo Terragno. Fue tomado de la
revista Izquierda Nacional N° 25, Agosto de 1973.
Carta a "Cuestionario" sobre González Tuñón.
En el último número de "Cuestionario", Raúl González Tuñón narra una
autobiografía que el lector puede juzgar por sí mismo. En una parte de ella
puede leerse lo siguiente, referido a la guerra civil española:
"Claro que después hubo gente como Barea que dijo que muchos habían ido a tomar
manzanilla en la retaguardia. Abelardo Ramos también se hace eco de esta
calumnia. Esto trae el asunto de mi escrito contra Trotsky. Yo ataqué cruelmente
a Trotsky porque lo consideraba un provocador: conocía sus artículos en las
revistas más reaccionarias de Austria, de Holanda, de Copenhague; no contra
Stalin sino contra la Revolución Rusa. Conocía su campaña –de él y los
trotskystas- que contribuyeron al suicidio de Maiacovsky (decían que la poesía
revolucionaria de él ya no se comprendía). Eso, unido a una neuritis muy aguda y
a un amor imposible, hizo que Maiacovsky se pegara un tiro. Eso no quiere decir
que yo deseara la muerte de Trotsky, así como murió, con un pico de hielo; pero
no me retracto de lo que escribí aunque ahora lo pueda considerar exagerado. El
canallesco Abelardo Ramos, en el fondo me hizo un favor, atancándome; hay que
volver a leer sus artículos en Democracia que escribía bajo el seudónimo de
Víctor Almagro... esas cosas lamentables. (Por algo no ponía el nombre). O la
defensa innoble de un miembro del FIP, preso por la ley de Onganía, diciendo que
esa ley anticomunista estaba mal aplicada porque el FIP no tenía nada que ver
con el comunismo..."
Hace casi
exactamente 33 años, el 20 de agosto de 1940, un agente de los servicios
secretos de Stalin, asesinó a León Trotsky, organizador de la Insurrección de
Octubre y fundador del Ejército Rojo. El señor González Tuñón escribió con ese
motivo la siguiente página:
"Sobre el cadáver de
León Trotsky: en Coyoacán, palacete campestre pagado por el dinero
norteamericano, ha muerto León Trotsky, literato notable, hombre pequeño y
traidor del Partido Comunista y de la Unión Soviética. Nunca fue antifascista
como nosotros lo fuimos –y lo somos- recordad, camaradas, los terribles años.
Estaba inquieto últimamente porque mientras los imperialismos se desangran la
Unión Soviética construye avión tras tanque día a día... En la radio de
Ámsterdam por diez mil dólares –en los años terribles- dirigió al "New York
Times" un mensaje –él, el hombre de la ‘revolución permanente’- delatando y
calumniando a sus viejos camaradas del Partido... Dijo al "Plan Quinquenal":
"No..." y el Plan Quinquenal... vosotros lo sabéis... Hoy que la prensa
reaccionaria del mundo canta loas a su pobre cadáver de viejo resentido
arrojándole la final paletada de tierra de ignominia, como se agranda la figura
de Lenin cuya memoria fue escupida por los que hoy exaltan al Traidor, y cómo,
cómo se agranda la figura de Stalin, el fantasma del fascismo y del
imperialismo, la expresión suprema de nuestra causa y de nuestro Partido. ..
Atrás, pequeño hombre. La tierra generosa hará con tus cenizas lo que hace con
las cenizas de todos los hombres: algo útil a la tierra. Recién ahora tu carne
torturada de envidia y fiebre oscura, tendrá un sentido, una función, pero los
pueblos y el Partido no olvidarán que hubo un traidor... Atrás, pequeña sombra
de lúcida maldad. Silencio sobre la tumba del pobre León Trotsky, cuidador de
conejos, esposo y padre... Que su ceniza tenga paz, pero no su memoria". (1)
Al describir la "década infame" y la degradación del intelectual rosa, escribí
en mi historia de la Argentina (Volumen V), lo que va a leerse:
"Eran los días de esplendor del Hombre Stalinista, ese híbrido singular de
liberal y rusófilo formado a la sombra del gran puerto cosmopolita. Su
psicología se alimentaba de dos elementos indestructibles: el odio a las
revoluciones vivas del presente y la adulación a los Estados sólidos nacidos de
revoluciones remotas. Cabe agregar que el stalinismo no reclutaba prosélitos
entre los rebeldes sino entre los sometidos. Esta selección era completamente
natural. Por lo demás, su predilección por las revoluciones aumentaba cuanto más
lejanas eran y disminuía cuando estallaban en alarmantes lugares próximos. Las
masas populares, en las calles del propio país, los petrificaría de despecho. No
obedecía a ningún azar la adhesión de esta repugnante especie política al
"socialismo en un solo país" proclamado por Stalin en sus verdes tiempos. Esta
doctrina serenaba los nervios y permitía la continuación de su vida burguesa en
la práctica de la rifa, la colecta o el terno manifiesto. En este género de
faena, la división del trabajo entre asesinos y versificadores fue perfecta.
Después del asesinato, a Raúl González Tuñón, mediocre cortesano para todo
servicio, se le encomendó la sórdida misión de cantar "ad gloriam" de los
verdugos. Debía enlodar el cadáver del jefe de la Insurrección de Octubre.
González Tuñón, arrodillado desde hacía veinte años en el stalinismo, estaba
dispuesto a todo. Los incesantes viajes a Moscú, París o Madrid debían pagarse.
Con el corazón alegre el lacayo borroneó algo que no merece caer en el olvido"
(aquí transcribo su inmortal página) y concluyo:
"Encubridor y
cómplice, González Tuñón poseía en alto grado la ‘tendencia al lodo’que Freud
había observado con su ojo certero en ciertos seres. No crea el lector que esta
página absolutamente típica había nacido de una sola mano. En estas palabras del
poeta eunuco se retrataba una generación y una época" (2)
Ahora en "Cuestionario", el versificador se atreve a recordar el episodio.
Agrega que su heroico ataque a Trotsky obedecía a que "conocía" sus artículos en
revistas de Austria, Holanda y Copenhague. González Tuñón desconoce la lengua
alemana, la holandesa y la danesa. También inspira dudas sus relaciones con la
lengua castellana, si hemos de juzgarlo por la calidad de los productos verbales
que expende. Mucho menos ha conocido nada de lo escrito por Trotsky. Miente, lo
que en un stalinista veterano es ya una primera naturaleza, del mismo modo que
su fábula sobre el suicidio de Maiakovsky no puede creerla ya ni siquiera un
lector de "Nuestra Palabra". Bastará leer "Literatura y Revolución" de Trotsky
para advertir la agudeza de su juicio sobre los grandes poetas revolucionarios
que como Maiakovsky, Essenin y Alejandro block, se mataron o enmudecieron en el
crepúsculo stalinista. Parece que Tuñón no deseaba que asesinaran a Trotsky "con
un pico de hielo". Lo hicieron con un zapapicos de montaña. Es de esperar que
esta rectificación tranquilice sus escrúpulos por completo.
Tampoco parece henchido de alegría por mis artículos publicados en el diario
"Democracia" durante el gobierno de Perón. Lo califica de "cosas lamentables" y
aventura la sagaz hipótesis de que por esa razón, yo los firmaba con seudónimo.
Sin embargo, el editor Peña Lillo editó dichos artículos en 1959 con el título
de "De Octubre a Setiembre" y con el verdadero nombre de su autor, que podía
firmarlos de ambos modos.
El lector que dude sobre su contenido, podrá leerlos pues el mismo editor
prepara una segunda edición que pronto estará en las librerías.
El triste versificador objeta calumniosamente mi defensa del compañero Simón
Gómez, que realicé ante el Tribunal de la Cámara del Terror el año pasado. En la
sala había público y muchos detenidos, asimismo, pudieron escuchar mi
exposición, que duró 25 minutos. Defendí el pensamiento marxista, su raigambre
profunda en América Latina y su originalidad creadora, así como deslindé el
ancho terreno que lo separa del seudo marxismo que defiende el partido
comunista, aunque subrayé ante la Cámara que no era ese el lugar más apropiado
para hacer la crítica a ese partido. La resolución de dicha Cámara, al absolver
al procesado se fundó en que no podía ser incluido en las disposiciones
previstas en la ley.
No me habría ocupado del señor Tuñón si no hubiera regresado del campo de los
muertos a tañer su desmedrada lira. Ingrata como es, esta puntualización reviste
cierto valor. Por ella, la nueva generación conocerá una época a la que Tuñón
pertenece con pleno derecho.
Jorge Abelardo Ramos
"Canciones del Tercer Frente", pág. 67, Ed. Problemas, Buenos Aires, 1941.
"Revolución y Contrarrevolución en la Argentina", volumen V, "L a era del
bonapartismo".
Humberto I, González Tuñón y las obreras de Brukman
Por María Luján Leiva
[Imagen: Raúl
González Tuñón fotografiado en su casa en 1974, un mes antes de su muerte]
Ignoro quién decide el nombre de las estaciones del ahora privatizado
subterráneo [metro] de la ciudad autónoma de Buenos Aires. Pero no ignoro la
historia por profesión pero también por memoria .
Observo atónita el nombre de la futura estación de la nueva línea H: Humberto I.
Existe ya una calle Humberto Primero o Primo -como decían los antiguos
habitantes de Boedo- bautizada así por una ordenanza municipal de agosto del
1900.Tiempos del presidente General Julio Argentino Roca, república liberal no
democracia.
Humberto Primero fue rey de Italia desde 1878 hasta el 29 de julio del 1900 en
que fue asesinado por un anarquista en Monza. Final trágico que no lo exime de
sus graves responsabilidades históricas y políticas.
Humberto Primero fue un
monarca represor de los trabajadores italianos, usó el ejército para disolver
las huelgas de trabajadores en la Italia que se industrializaba (¿ Recuerdan la
memorable película Los Compañeros de Mario Monicelli?),ordenó una sangrienta
represión en Milán en 1898 cuando los pobres de toda pobreza reclamaron por la
carestía de la vida, por el aumento del precio del pan debido a la guerra cubano
americana. El luego condecorado general Bava Beccaris reprimió durante cuatro
días en Milán con el resultado de 79 muertos según la estadística oficial y
muchos más en la realidad con quinientos heridos.
Cuatro
años antes,1894, Humberto Primero había ordenado la represión de los campesinos
sicilianos en Lercara, Gibellina,Giardinello y Pietrapezia.
¿Y nosotros, en esta situación actual de record histórico de pobreza y de
hambre, con nuestra memoria y presente de víctimas y movilizaciones de obreros y
desocupados renovamos el homenaje a ese rey? El rey de los estados de sitio, de
los escándalos del Banco de Roma, de la supresión de la libertad de prensa y de
la disolución de las organzaciones obreras.
El curriculum "políticamente incorrecto" de Humberto Primero es más frondoso
todavía: fue el rey colonialista por excelencia, realiza la conquista de Eritrea
aprovechándose de las hambrunas y las epidemias que asolaban la región africana
y la convierte en colonia de Italia aunque cuando intenta seguir su política
colonialista es frenado por los etíopes que le infligen la derrota de Adua en
marzo de 1896 que costó la vida a cuatro mil soldados italianos y entre ocho mil
y diez mil víctimas etíopes según fuentes italianas.
Precisamente las guerras colonialistas en África le servían para favorecer los
intereses de su elite industrial y para "resolver"-sin distribuir- el problema
de la tierra en el sur de Italia. En fin, tres maneras autoritarias de política
económica y social: emigración, colonialismo, represión.
Quizás no sea una historia muy conocida pero es historia, es parte de nuestra
realidad. En estos tiempos de búsqueda de raíces, de replanteos Norte/Sur se
podría plantear otros nombres para nuestras estaciones de subtes. Sugiero uno.
A pocos metros de Humberto Primero y Jujuy ,donde se anuncia esa futura Estación
Humberto Primero, allí en Saavedra 614, nació en 1905 Raúl González Tuñon,
poeta, escritor, periodista. Nació allí en el Once Sur, el Once pobre que tanta
influencia en su vida y en su poesía tendría.
Vi la luz en el barrio del Once, en el surero./Cerca de allí nació también Julio
de Caro,/y escribió de la Púa sus memorables versos./Entonces aún la luna bajaba
hasta los patios/¿Era todo mejor? No lo sé. Era distinto.
González Tuñón, el poeta de Juancito el Caminador, La Rosa Blindada, el
voluntario en la república de España, el maestro de poetas y de jóvenes que
buscaban iniciarse en la cultura para cambiar el mundo, el Gran Premio de Honor
de la Sociedad Argentina de Escritores en 1972.
Raúl González Tuñón y Humberto Primo, hombres los dos, pero con distintos
sueños, distintas vidas, distintos compromisos. Merecen distintos recuerdos.
Salud a la cofradía
trotacalle y trotamundo.
Todo nos falta en el mundo,
todo, menos la alegría.
.......
Corto sueño y larga andanza
en constante despedida.
Todo nos falta en la vida.
Todo, menos la esperanza.
Raúl González Tuñón (1941)
Y quizás cuando pasen algunos años, vencidas la pobreza, el sexismo y la
ignorancia, el poeta luchador y gentil, ceda su nombre para que la estación -que
une el Sur con la Plaza Miserere de los Primeros de Mayo del temprano
novecientos- honre a las Obreras de Brukman.
Este artículo fue publicado en la revista Martín Fierro y reproducido en el
libro Boedo y Florida (antología), Centro Editor de América Latina, 1993.
El violín del diablo fue publicado por primera vez en 1926
Una nostalgia de lo no alcanzado, una vaga ambición de alejamiento y cierta
certidumbre muy romántica que refiere los paraísos terrenales en exotismos de
extra-geografía, determinan en Raúl González Tuñón esa obsesión de puertos, con
marineros ebrios, barcos de humo y barullo, camastros compartidos, rameras
sentimentales, y rincones de amnesia clandestina, con vistas al edén de la
morfina, la coca y el opio.
En otro sitio, por encima de unos "candiles moribundos", Baudelaire asoma su
cara de gato vicioso, insistiéndola en cuatro o cinco composiciones de sentida
imaginación.
Y
un poco postergado, pero bien definido y bastante mejor de su tisis, Carriego
ayuda la humildad del Tuñón suburbano.
Pero, repuesto de los otros, sale Raúl, entero de su libro. Gracias a la
sinceridad de su expresión, a la energía original, y a su manera de mirar las
cosas con un vehemente sentido de humanidad y un corazón abundante y manifiesto.
Es en la interpretación de los temas grotescos donde pone mayor intensidad,
mayor complicidad sentimental, manejando, en contrastes de humorismo, los
resortes de un originalísimo payaso que le recuerda con una pirueta su deber de
alegría.
Así, por ejemplo, cuando el tono de la composición va adquiriendo una cierta
espesura romántica, suena imprevista la vengadora exclamación del su clown:
¡Qué lindo es ir a ver
la mujer,
la mujer más gorda del mundo
o propone de un modo intempestivo:
No debe tener esqueleto
El enano de Sarrasani…
Es en "Colilla de cigarro" donde se advierte más entera su idiosincracia:
Colilla de cigarro:
Yo suspiro y te arrojo también
Por el ojo de buey
Por el ojo de buey de mi cansancio.
Raúl González Tuñón, curado de mezquinas influencias y turbios parentescos, sin
disputar a nadie la posesión de un patio o de una villa, más creador de sus
temas y despegado de ternuras llorosas y afiches melancólicos, es uno de
nuestros más auténticos valores.
[Ilustración de la
nota: primera edición de "El violín del diablo", de 1926]
ECHE
VEINTE CENTAVOS EN LA RANURA (1926)
I
La señorita muerta. Fragmento del
espectáculo teatral "Versos Per-Versos", presentado en el Teatro de La Fábula,
de la ciudad de Buenos Aires. Texto: Raúl González Tuñón. Actriz: Liliana
Pellizzari.
A pesar de la sala
sucia y oscura
de gentes y de lámparas luminosa
si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.
Y no ponga los ojos en esa hermosa
que frunce de promesas la boca impura.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
El dolor mata, amigo, la vida es dura,
eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
II
Lamparillas de la Kermesse,
títeres y titiriteros,
volver a ser niño otra vez
y andar entre los marineros
de Liverpool o de Suez.
III
Teatrillos de utilería.
Detrás de esos turbios cristales
hay una sala sombría.
Paraísos artificiales.
IV
Cien lucecitas. Maravilla
de reflejos funambulescos.
¡Aquí hay mujer y manzanilla!
Aquí hay olvido, aquí hay refrescos.
Pero sobre todo mujeres
para hombres de los puertos
que prenden como alfileres
sus ojos en los ojos muertos.
No
debe tener esqueleto
el enano de Sarrasani,
que bien parece un amuleto
de la joyería Escasany.
Salta la cuerda, sáltala,
ojos de rata, cara de clown
y el trala-trala-trálala
ritma en tu viejo corazón.
Estampas, luces, musiquillas,
misterios de los reservados
donde entrarán a hurtadillas
los marinos alucinados.
Y fiesta, fiesta casi idiota
y tragicómica y grotesca.
Pero otra esperanza remota
De vida miliunanochesca…
V
¡Qué lindo es ir a ver
la mujer
la mujer más gorda del mundo!
Entrar con un miedo profundo
pensando en la giganta de Baudelaire…
Nos engañaremos, no hay duda,
si desnuda nunca muy desnuda,
si barbuda nunca muy barbuda
será la mujer.
Pero ese momento de miedo profundo…
¡Qué lindo es ir a ver
la mujer
la mujer más gorda del mundo!
VI
La República de Boedo, nota de Juan José de Soiza Reilly en la revista Caras y
Caretas Nº 1671 del 11 de octubre de 1931. Clic para descargar.
Y no se inmute,
amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
EL
RUMBO DE LAS ISLAS PERDIDAS
Islas, flotantes islas que salieron en busca
de los íntimos soles y las lluvias amantes.
Por años sumergidas se asomaron al mundo
para oír las canciones de lejanas tabernas
y el derrumbe sonoro de campanas fundidas
por los adolescentes guerrilleros
y ver la extraña luz que anuncia el maremoto
y las olas que traen restos de proas náufragas
y lampreas gigantes que antes aprisionaron
alevosas madréporas.
Pero yo estaba hablando del rumbo de otras islas,
símbolos vagos de una actividad poderosa, interior
como el resorte oculto de los órganos
que aman las abadías y los Café-Concert.
Y ahora me distrae esta otra búsqueda
de islas verdaderas con orillas fragantes
como esas que vieron, Gauguin, Conrad, Stevenson,
los misioneros locos, los médicos borrachos,
las mujeres venidas de las tierras calientes
en los barcos sin sueño,
traídas por el destino, la resaca, la marea de Dios.
VILLA
MISERIA
Este apeñuscamiento de barriada humilde no es una novedad
En Buenos Aires. Ya por los años del pasado siglo XIX,
la zona norte contaba con el barrio bravo conocido por
“La Tierra del Fuego”, y la sur, con el “Barrio de las Ranas”.
El primero levantaba su rancherío dentro de los límites
señalados por las calles Las Heras, Centro América (actual
Pueyrredón), Coronel Díaz y Río de la Plata. El otro multiplicaba
el hacinamiento de sus improvisadas casuchas en terrenos vecinos
a la Quema de basuras y Corrales Viejos, detrás de lo que ahora
es el Parque de los Patricios. Igualmente, durante los primeros
años de la “Gran Guerra Europea” (1914 – 1918), hubo en terrenos
inmediatos a Puerto Nuevo una llamada “Villa Desocupación”,
habitada por hombres exclusivamente.
VILLA
AMARGURA
Villas, villas miseria, increíbles y oscuras,
donde sopló el olvido sobre la última lámpara,
Villa Jardín, Villa Cartón, Villa Basura,
de calles que trazaron los azares del hambre,
la súbita marea de los desposeídos
y los desocupados forzosos; los ilusos
del patético éxodo de provincias lejanas,
que avergüenza la frente pálida de la patria.
Barrios de un Buenos Aires ignorado en la guía
para el turismo; barrios sin árboles, de ahumados
horizontes sin agua, sin ayer, sin ventana.
Atroces ciudadelas sucias y derramadas.
Atroces ciudadelas sucias y derramadas,
de viviendas como hongos; latones, bolsas, zanjas
hundidas por las lluvias, mordidas por los vientos.
Barrios de soles turbios y lunas oxidadas,
de noches enemigas y de hoscas madrugadas,
y la insólita fuga de los perros sedientos.
Villa Jardín es un nombre que sueña
con un largo sonido de impiadosa ironía.
Un hombre que golpea como un aldabonazo
en el límite de la ciudad gigante.
Villa Jardín, un breve nombre
que oculta una miseria vasta.
Villas que habitan densas familias, el llamado
bajo fondo social, que no es la resaca,
y que mantiene intactos su decoro y su fe,
el altivo rencor dentro del pecho
y la esperanza.
(De "mi ciudad", Eudeba, 1963)
A
LIBERTARIA (1935)
A la memoria de Aída Lafuente, muerta en la cuenca minera de Asturias, Madrid.
Estaba toda manchada de sangre,
estaba toda matando a los guardias,
estaba toda manchada de barro,
estaba toda manchada de cielo,
Estaba toda manchada de España.
Ven, catalán jornalero, a su entierro,
ven, campesino andaluz, a su entierro,
ven a su entierro, yuntero extremeño,
ven a su entierro, pescador gallego,
ven, leñador vizcaíno, a su entierro,
ven, labrador castellano a su entierro,
no dejéis solo al minero asturiano.
Ven, porque estaba manchada de España,
ven, porque era la novia de Octubre,
ven, porque era la rosa de Octubre,
ven, porque era la novia de España.
No dejéis sola su tumba del campo
donde se mezclan el carbón y la sangre,
florezca siempre la flor de su sangre
sobre su cuerpo vestido de rojo,
no dejéis sola su tumba del aire.
Cuando desfilan los guardias de asalto,
cuando el obispo revista las tropas,
cuando el verdugo tortura al minero,
Ella, agitando su túnica roja,
quiere salir de la tumba del viento,
quiere salir y llamaros hermanos
y renovaros valor y esperanza
y recordaros la fecha de Octubre
cuando caían las frutas de acero
y estaba toda manchada de España
y estaba toda la novia de Octubre
y estaba toda la rosa de Octubre
y estaba toda la madre de España.
LA
LUNA CON GATILLO
Es preciso que nos entendamos.
Yo hablo de algo seguro y de algo posible.
Seguro es que todos coman
y vivan dignamente
y es posible saber algún día
muchas cosas que hoy ignoramos.
Entonces, es necesario que esto cambie.
El carpintero ha hecho esta mesa
verdaderamente perfecta
donde se inclina la niña dorada
y el celeste padre rezonga.
Un ebanista, un albañil,
un herrero, un zapatero,
también saben lo suyo.
El minero baja a la mina,
al fondo de la estrella muerta.
El campesino siembra y siega
la estrella ya resucitada.
Todo sería maravilloso
si cada cual viviera dignamente.
Un poema no es una mesa,
ni un pan,
ni un muro,
ni una silla,
ni una bota.
Con una mesa,
con un pan,
con un muro,
con una silla,
con una bota,
no se puede cambiar el mundo.
Con una carabina,
con un libro,
eso es posible.
¿Comprendéis por qué
el poeta y el soldado
pueden ser una misma cosa?
He marchado detrás de los obreros lúcidos
y no me arrepiento.
Ellos saben lo que quieren
y yo quiero lo que ellos quieren:
la libertad, bien entendida.
El poeta es siempre poeta
pero es bueno que al fin comprenda
de una manera alegre y terrible
cuánto mejor sería para todos
que esto cambiara.
Yo los seguí
y ellos me siguieron.
¡Ahí está la cosa!
Cuando haya que lanzar la pólvora
el hombre lanzará la pólvora.
Cuando haya que lanzar el libro
el hombre lanzará el libro.
De la unión de la pólvora y el libro
puede brotar la rosa más pura.
Digo al pequeño cura
y al ateo de rebotica
y al ensayista,
al neutral,
al solemne
y al frívolo,
al notario y a la corista,
al buen enterrador,
al silencioso vecino del tercero,
a mi amiga que toca el acordeón:
-Mirad la mosca aplastada
bajo la campana de vidrio.
No quiero ser la mosca aplastada.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
No quiero ser abeja.
No quiero ser únicamente cigarra.
Tampoco tengo nada que ver con el mono.
Yo soy un hombre o quiero ser un verdadero hombre
y no quiero ser, jamás,
una mosca aplastada bajo la campana de vidrio.
Ni colmena, ni hormiguero,
no comparéis a los hombres
nada más que con los hombres.
Dadle al hombre todo lo que necesite.
Las pesas para pesar,
las medidas para medir,
el pan ganado altivamente,
la flor del aire,
el dolor auténtico,
la alegría sin una mancha.
Tengo derecho al vino,
al aceite, al Museo,
a la Enciclopedia Británica,
a un lugar en el ómnibus,
a un parque abandonado,
a un muelle,
a una azucena,
a salir,
a quedarme,
a bailar sobre la piel
del Último Hombre Antiguo,
con mi esqueleto nuevo,
cubierto con piel nueva
de hombre flamante.
No puedo cruzarme de brazos
e interrogar ahora al vacío.
Me rodean la indignidad
y el desprecio;
me amenazan la cárcel y el hambre.
¡No me dejaré sobornar!
No. No se puede ser libre enteramente
ni estrictamente digno ahora
cuando el chacal está a la puerta
esperando
que nuestra carne caiga, podrida.
Subiré al cielo,
le pondré gatillo a la luna
y desde arriba fusilaré al mundo,
suavemente,
para que esto cambie de una vez.
EL
POETA MURIO AL AMANECER
Sin un céntimo, tal como vino al mundo,
murió al fin, en la plaza, frente a la inquieta feria.
Velaron el cadáver del dulce vagabundo
dos musas, las esperanza y la miseria.
Fue un poeta completo de su vida y de su obra.
Escribió versos casi celestes, casi mágicos,
de invención verdadera,
y como hombre de su tiempo que era,
también ardientes cantos y poemas civiles
de esquinas y banderas.
Algunos, los más viejos, lo negaron de entrada.
Algunos, los más jóvenes, lo negaron después.
Hoy irán a su entierro cuatro buenos amigos,
los parroquianos del café,
los artistas del circo ambulante,
unos cuantos obreros,
un antiguo editor,
una hermosa mujer,
y mañana, mañana,
florecerá la tierra que caiga sobre él.
Deja muy pocas cosas, libros, un Heine, un Whitman,
un Quevedo, un Darío, un Rimbaud, un Baudelaire,
un Schiller, un Bertrand, un Bécquer, un Machado,
versos de un ser querido que se fue antes que él,
muchas cuentas impagas, un mapa, una veleta
y una antigua fragata dentro de una botella.
Los que le vieron dicen que murió como un niño.
Para él fue la muerte como el último asombro.
Tenía una estrella muerta sobre el pecho vencido,
y un pájaro en el hombro.
EL
CEMENTERIO PATAGONICO
A veces el viento patagónico es un cazador barbudo y alto.
Viene como la música, trae los ruidos del desierto y la montaña.
Marcha de puesto en puesto entre balleneros, entre quillangos.
Marca de pueblo en pueblo entre gin, entre pescadores, entre fulleros.
Marcha de campamento en campamento
Entre canallas enriquecidos con la sangre de los desgraciados.
Marcha de puerto en puerto entre rufianes, entre palomas heladas y garúas,
entre asesinatos, entre monedas chilenas y argentinas.
Oh, trashumante.
Las prostitutas de los climas sureros lo siguen, alucinadas.
Todas las prostitutas -en su mayoría pelirrojas- lo siguen.
Él, el viento cazador, continúa su marcha
Y v a perderse hacia quién sabe qué archipiélago,
Hacia quién sabe qué cinematógrafo,
Hacia quién sabe qué enloquecida alcantarilla.
A veces, nuevo avatar, el viento patagónico es una sirena del aire.
En los hangares de las madrugadas atrae a los aviadores.
Los pequeños mecánicos comprueban con júbilo
La velocidad del viento a ras de tierra
y cuando arriba el altímetro señala una capa favorable de aire
La sirena los lleva en su canto,
la terrible sirena los lleva con sus canto de brumas, y lloviznas y nieve,
y ellos van a estrellarse
sobre enormes malolientes colonias de elefantes y lobos marinos,
sobre plantas de petróleo, sobre columnas de asustados guanacos,
sobre los rojos galpones de las curtidas villas del Sur.
Cazador o sirena el viento manda en la Patagonia.
Cazador o sirena se detiene en el corazón de la Patagonia.
Él, cazador o sirena,
camarada de los auténticos trabajadores de la Patagonia, se detiene
y va a rendir a la ceniza de los obreros asesinados por el Gobierno,
un homenaje de silencio cargado de tormenta. Oh trashumante.
En Santa Cruz, entre el mar y los montes
yo he visto el pequeño cementerio de los huelguistas fusilados.
Unos mal enterrados, en la fosa abierta por ellos,
asoman la punta del zapato con tierra y lagartijas.
Otros, enterrados vivos quizá.
una mano de hueso implorante picoteada por los cuervos.
Y no es extraño ver a lo largo del camino
restos de otros,
curioso contenido de la intemmperie.
Las caravanas de los desposeídos de la tierra, las largas filas de linyeras
forzados,
la multitud de todos los países que se dirige al sur de la tierra
en busca del pan y de la muerte,
la multitud de todos los países que se dirige al sur de la tierra
en busca de la nostalgia y el olvido,
se detiene ahí, donde, oasis del viento patagónico, la tierra estéril lanza sus
perros amarillos.
Allí, donde la aullante tierra reseca desafía las nubes,
viajeras de tres cielos.
Allí, donde las brújulas de los barcos perdidos, ya fantasmas,
señalan contra las costas, al fin, el rumbo de una próxima venganza.
Y es inútil, tuertos, sin pierna, todos los marineros han partido.
Todos los petroleros ha partido
y las calderas pueden estallar a la salida del gran golfo.
Todas las prostitutas han partido detrás del viento cazador.
Todos los aviadores de línea han despegado
y van detrás de la sirena viento.
Los peones del campo, las hormigas del cuero, el frigorífico y la lana han
partido.
Y los recaudadores de Tierras y Colonias han partido.
Y ellos quedaron solos ente el mar y los montes
y ellos quedaron solos sin nombres y sin cruces
y ellos quedaron solos con las blusas agujereadas
y con lo agujeros de la carne sin carne.
Únicamente el viento cazador o sirena, adormece dulcemente su muerte.
Adormece delicadamente su putrefacta muerte, esa útil muerte.
Ese violento arroyo de ceniza
Que subterráneamente ha de desembocar en la revuelta
Y en cuyas aguas, grises y calientes, mi voz templa un acero
conocido.
LA
PEQUEÑA BRIGADA
Guerra del Chaco
La pequeña brigada avanza.
¿Hemos oído la guerra, hermanos?
¿Hemos visto la guerra, hermanos?
La pequeña brigada, avanza.
La cabeza quedó colgada
como una fruta en el alambre.
Somos la pequeña brigada.
Somos el sueño, la sed, el hambre.
Por el ruido de los obuses
los oídos reventarán
y nos romperán y nos sepultarán
en áridas tierras sin cruces.
Como en la noche de San Juan
se abren brazos de luz que arroja
sombreros de fuego y de hierro.
Tenemos un hambre de perro.
Nos enloquece la fiebre roja.
Del otro lado, en la trinchera
enemiga, también están
la sed, el hambre, el sueño. Espera
tu sucio pedazo de pan.
Doctores de la guerra, villanos,
la granada está por caer
y tenemos tintas las manos
en sangre del amanecer.
Vuestros hijos, también villanos,
jamás os podrán suceder.
Seremos hermanos, hermanos,
algún día tendrá que ser.
¿Nosotros hemos visto la guerra?
Avanza la pequeña brigada.
¿Nosotros hemos oído la guerra? En la maraña de la picada.
Como cadáveres afilados,
lívidos, de dos en dos,
vamos caminando sin Dios
con los cráneos agujereados.
JUANCITO
CAMINADOR
Murió en un lejano puerto-
El prestidigitador
poca cosa deja al muerto.
Terminada su función
-canción, paloma y baraja-
todo cabe en una caja,
todo, menos la canción.
Ponle luto a la pianola,
al conejito, a la estrella,
al barquito, a la botella,
al botellón, a la bola.
Música de barracón
-canción, baraja y paloma-
flor de campo sin aroma
Todo, menos la canción.
Ponle luto a la veleta,
al gallo, al reloj de cuco,
al fonógrafo, al trabuco,
al vaso y a la carpeta.
Su prestidigitación
-canción, paloma y baraja-
el tiempo humilla y ultraja,
Todo, menos la canción.
Mucha muerte a poca vida,
que lo entierre de una vez
la reina del ajedrez
y un poeta lo despida.
Truco mágico, ilusión,
-canción, baraja y paloma-
que todo en broma se toma,
todo, menos la canción.
CASA
DE REMATE
Armatostes insignes! Todavía maduros,
cuánta vida a su orilla es hoy podrida muerte,
cementerio de gestos y voces y cenizas.
Armarios, mesas, cómodas, sillones,
que fueron vegetal estremecido,
aserradero y éxtasis.
Guardaron los secretos familiares,
como animales fieles y callados y lentos
¡compresivos!
El hogar, la provincia,
el adorno de los candelabros,
la represión sexual
y el deseo de los daguerrotipos.
Y cuántas frases célebres,
cuántos niños prodigio con violines,
cuánta vajilla fallecida,
cuánto termómetro,
cuánta carta con noticias que un tiempo conmovieron,
cuánto viaje que nunca realizaron
porque, a lo sumo, con los cuadros cirios
ardiendo todavía, alguien que sale,
alguien a quien se llevan
hacia la soledad y los gusanos,
hacia la nada activa.
Algo de abandonadas estaciones,
algo de teatro clausurado,
algo de recepción deshabitada,
algo de espectro real, concreto espanto,
y de naufragio sin naufragio.
LA
LIBERTAD
I
De pronto entró la Libertad.
La Libertad no tiene nombre,
no tiene estatua ni parientes.
La Libertad es feroz.
La Libertad es delicada.
La Libertad es simplemente
la Libertad.
Ella se alimenta de muertos.
Los Héroes cayeron por Ella.
Sin angustia no hay Libertad,
sin alegría tampoco.
Entre ambas la Libertad
es el armonioso equilibrio.
Nosotros tenemos vergüenza,
la Libertad no la tiene,
la Libertad anda desnuda.
(Y el señor Jesucristo dijo
que el reino de Dios vendrá
cuando andemos de nuevo desnudos
y no tengamos vergüenza.)
Hermanos, nosotros sabemos,
pero la Libertad no sabe.
II
Hay que ser piedra o pura flor o agua,
conocer el secreto violeta de la pólvora,
haber visto morir delante del relámpago,
conocer la importancia del ajo y el espliego,
haber andado al sol, bajo la lluvia, al frío,
haber visto a un soldado con el fusil ardiente,
cantando, sin embargo, la Libertad querida.
Viva el amor, la vida poderosa,
la muerte creadora de olores penetrantes
y eso porque uno muere y resucita,
la luz sobre los techos de la aurora,
sobre las torres del petróleo,
sobre las azoteas de las parvas,
sobre los mástiles del queso y el vino,
sobre las pirámides del cuero y el pan,
la gente retornando,
una ventana con la bandera en familiar bordado
y la exacta ambulancia, con heridos,
cantando, sin embargo, la Libertad querida.
Hay que ser como el puente necesario,
natural como el lirio, como el toro,
saber llegar al fondo del silencio,
al subsuelo del brote y a la raíz del grito,
hay que haber conocido el miedo y el valor,
haber visto una mano que agita una linterna
de noche, hacia el distante nido de metralla,
hay que haber visto a un muerto cicatrizado y solo
cantando, sin embargo, la Libertad querida.
III
De pronto entró la Libertad.
Estábamos todos dormidos,
algunos bajo los árboles,
otros sobre los ríos,
algunos más entre el cemento,
otros más bajo la tierra.
De pronto entró la Libertad
con una antorcha en la mano.
Estábamos todos despiertos,
algunos con picos y palas,
otros con una pantalla verde,
algunos más entre libros,
otros más arrastrándose, solos.
De pronto entró la Libertad
con una espada en la mano.
Estábamos todos dormidos,
estábamos todos despiertos
y andaban el amor y el odio
más allá de las calaveras.
De pronto entró la Libertad,
no traía nada en la mano.
La Libertad cerró el puño.
¡Ay! Entonces...
EL
CABALLO MUERTO
Media noche. Sobre las piedras
De la calzada hay un caballo muerto.
Aún faltan cinco horas
Para que venga el carro de "La Única"
Y se lo lleve. Ese caballo viejo,
hedoroso de sangre coagulada,
ese pobre vencido, fue un obrero.
Un hermano del pájaro, un hermano del perro.
Fue el hermano caballo que anduvo bajo el sol,
que anduvo bajo el agua, que anduvo entre los vientos
tirando de los carros
con los ojos cubiertos.
Fue el hermano caballo. Ninguno irá a su entierro.
ESCRITO
EN UNA TRASTIENDA
En todos los puertos del mundo
descansa la noche
sobre los navíos oscuros
y reza su rosario de lunas
el viejo lobo curtido y silencioso.
Palomas de las músicas vagabundas
picotean los fanales encendidos.
Tu recuerdo ha hecho hueco en mi mano sin luz.
Ah, llegar a tu cabellera rubia como a un puerto final.
Atracan los astros
y detrás de los grandes murallones de sombras
luces multicolores se roban las miradas
y las estrellas son afónicas
como la voz de la violinista tuberculosa
cuya tos en el bar es obligatoria.
El alcohol anda en zancos y las mujeres canallas
Pasean su olor a polvo y su cansancio.
En todos los puertos del mundo
hay alguien que está esperando.
Hasta muy cerca de los navíos
salen los patios
y entran por los oídos de los marinos.
Un sabor dulce, un amargo sabor.
En todos los puertos del mundo
hay vagabundos como yo
que asoman al asombro lejano
el corazón, como un barquito en la mano.
Hay una calle, larga borrachera,
pedazos de noche dispersada
y cuando llega el alba roja y con su clarín
revuela pájaros alucinados,
en todos los puertos del mundo
hay alguien que está esperando.
LA
CALLE DEL AGUJERO EN LA MEDIA
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad
y la mujer que amo con una boina azul.
Una calle que nadie conoce ni transita.
Yo conozco la música de un barracón de feria,
barquitos en botella y humo en el horizonte.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad.
Ni la noche tumbada sobre el ruido del bar
ni los labios sesgados sobre un viejo cantar
ni el affiche gastado del grotesco armazón
telaraña del mundo para mi corazón.
Ni las luces que siempre se van con otros hombres
de rodillas desnudas y de brazo tendidos.
Tenía unos pocos sueños iguales a los sueños
que acarician de noche a los niños queridos.
Tenía el resplandor de una felicidad
Y veía mi rostro fijado en las vidrieras
Y en un lugar del mundo era un hombre feliz.
¿Conoce usted paisajes pintados en los vidrios
y muñecas de trapo con alegres bonetes
y soldaditos juntos marchando en la mañana
y carros de verdura con colores alegres?
Yo conozco una calle de una ciudad cualquiera
y mi alma tan lejana y tan cerca de mí
y riendo de la muerte y de la suerte y
feliz como una rama de viento de primavera.
El ciego está cantando. Te digo, amo la guerra.
Esto es simple, querida, como el globo de luz
del hotel en que vives. Yo subo la escalera
y la música viene a mi lado, la música.
Los dos somos gitanos de una troupe vagabunda.
Alegres en lo alto de una calle cualquiera,
alegres las campanas con una nueva voz.
Tú crees todavía en la revolución
y por el agujero que coses en la media
sale el sol y se llena todo el cuarto de sol.
Yo conozco una calle que hay en cualquier ciudad,
una calle que nadie conoce ni transita.
Sólo yo voy por ella con mi dolor desnudo,
sólo con el recuerdo de una mujer querida.
Está en un puerto. ¿Un puerto? Yo he conocido un puerto.
Decir: Yo he conocido, es decir: Algo ha muerto.
COSAS
QUE OCURRIERON EL 17 DE OCTUBRE
El automóvil se lanzó a la carrera con un ronquido impresionante.
El Intendente visitó esta tarde los barrios obreros húmedos y rencorosos.
A los 20 años sólo creíamos en el arte, sin la vida, sin la revolución.
Volveremos a las usina, al olor de la multitud y los descarrilamientos.
A las 5.7 estalló una bomba frente al Banco de Boston.
A las 5.17 el tranvía cayó al Riachuelo.
El Restaurant Reis queda en Río de Janeiro.
¿Nise o Nice, se llamaba la mujer de Mario Magalhaes?
El tranvía escapaba por el morro la oruga tierna, luminosa.
Pero al fin se dio vuelta en el recodo y se perdió.
Y así se perdió y así se pierde casi todo en el mundo.
Cuando volví mis viejos compañeros habían desaparecido.
Los niños juegan en la alfombras y ellos no saben nada;
por los ojos les entra la página del Veo y Leo.
("¡Fuego, fuego! La casa se quema. Vienen los bomberos").
Los enanos juegan en los calveros de los grandes bosques.
HA hecho de mi querida una verdadera camarada.
Me bebo un seco de Gordon, bailo un blues, me enamoro de algunas chimeneas
y me río de los millonarios.
El pobre hombre dijo cuatro palabras y cayó muerto acribillado.
El coronel entregó personalmente 5 pesos a cada soldado.
Le habían dicho: "Mañana, al alba, será usted fusilado".
Los otros condenados aullaron agarrados a las rejas.
Tres niñas de la Sociedad van a ser presentadas al Príncipe de Gales.
El Parque amaneció cubierto de preservativos.
Josefina II ha pasado recién como un silbido.
Se acercará al muelle y las lindas muchachas bajarán, de sombrilla.
¡Qué macanudo!
("¡Fuego, fuego! La casa se quema. Vienen los bomberos."
"Sofá. Cama. Sopa. Cada nabo soso. La bola va sola.")
El hombre fusilado debe estar ya medio destruido en la Chacarita.
América Scarfó le llevará flores, y cuando estemos todos muertos muertos,
América Scarfó nos llevará flores.
BLUES
DE LOS PEQUEÑOS DESHOLLINADORES
¿Te acuerdas de los turcos vendedores
de madapolán?
¿Y de los muñecos de trapo quemados en la
noche de San Juan?
¿Te acuerdas de los pequeños deshollinadores
y de los negros candomberos
y de mí que en las tardes de lluvia
detrás de los vidrios
miraba el paisaje caído en la zanja?
¿Te acuerdas del muro del día escalado, ardido,
mordido como una
fruta?
¿Te acuerdas de María Celeste?
Pues hoy María Celeste es una
prostituta.
¿Te acuerdas de la tienda fresca, violeta, rosa
y el torcido y verde farol?
Pues Juan el Broncero es hoy
un ladrón.
¿Te acuerdas de los pequeños deshollinadores
oscuros, oscuros?
Pues hoy los pequeños deshollinadores
son hombres maduros
que gritan en las cantinas
escupen polvo en las negras fábricas
y aguardan las yiras fugaces
en los baldíos y en las esquinas.
LOS
NIÑOS MUERTOS
("Por la Casa de Campo
y el Manzanares
quieren pasar los moros.
¡No pasa nadie!"
No pasa nadie, no,
no pasa nadie,
sólo pasa la muerte
que va a buscarles.)
Murieron como todos los niños sin preguntar de qué y por qué morían.
A las 10 de la noche los aviones negros arrojaron bengalas como en la verbena.
Al espía que hizo señales desde una ventana le agujerearon el cráneo.
La muerte, con traje de luces, dio varias vueltas por la ciudad.
A las 10 y 2 minutos un estruendo redondo siguió a cada silbido.
Los tranvías se lanzaron a la carrera y un espacial azul agonizante.
El primer muerto falso fue un maniquí desvelado amarillo.
Todos los grifos de la ciudad fueron abiertos, todos los vidrios se
arrugaron.
El espía apretaba en su mano un plano del Museo y un trabuco.
En las mansiones incautadas los señores de los óleos parecían decir: "No nos
dejéis".
Los periodistas extranjeros hicieron cola para ver a la primera señorita muerta.
Los pianos cerrados de pronto con el ruido del féretro desplomado,
el olor del jardín mezclado al del humo y la carne chamuscada,
el hombre que precisamente a esa hora va en busca de la comadrona,
la estatua sin cabeza con un letrero que decía Peluquero de Señoras,
el ladrido de los perros más solo que nunca al fondo de los corredores,
todo pasó rápidamente, como en el cine, cuando aún se oía el zumbido de la
avispa gigante.
Los niños muertos por juguetes, asesinados por grandes mecanos armados,
con los que ellos soñaban cada noche, fueron recogidos al alba sin mercados,
sin máscaras sueltas, sin churros, sin canciones (fue la primera vez),
sin caballos blancos, sin manicuras, sin timbres de relojes,entre ambulancias,
linternas, sábanas, delegados del gobierno, funebreros y vírgenes llorando.
La sangre de los primeros niños muertos corrió toda la noche.
Cada niño tenía un número sobre el pecho, el 7, el 9,el 104, el 1,
pero la sangre corrió y se hizo río y fue una sola entonces,
la primera que corrió por los canales del sobresalto y el rencor.
En la tierra por ella regada en la noche creció la rosa de la pólvora,
la rosa que hoy vigila las puertas de Madrid y cuando se acerca la avispa
lanza contra ella sus furiosos pétalos junto a los hombres que sonríen,
a nuestros bravos soldados que sonríen porque saben por qué pelean y mueren.
LOS
VOLUNTARIOS
("Puente de los Franceses,
nadie te pasa,
porque los milicianos
¡qué bien te guardan!"
Qué bien te guardan, sí,
qué bien te guardan,
cubiertas de ceniza
la madrugada.)
NO
PREGUNTARON
Vinieron de tierras subidas a los mapas.
Según la latitud agrias o dulces,
duras o fraternales.
Oh viajeros,
con puñales, con rosas, fotografías de jefes queridos,
de niños solos, lugares y muertes.
No preguntaron.
Así vinieron,
nadie los llamó.
Un día llegaron a morir en los muros de la ciudad
sitiada,
de la que sólo vieron sus orillas.
No preguntaron.
¡Tan delicadamente!
Qué aristocracia popular,
qué señores de la sangre y qué ilustre morir
cuya herida
explicaba el secreto de la pólvora.
No preguntaron.
Ellos,
los hombres de la primera columna voluntaria,
no preguntaron ¿cómo va el museo?
¿dónde están las mujeres y las coplas?
¿cómo se come aquí? ¿dónde está la taberna?
¿cómo se va a la catedral? ¿dónde está el cementerio?
ni cualquier otra cosa que pregunta un viajero
que conoce la sed, el hambre, el mundo.
No preguntaron.
LOS
OBUSES (1)
Una muerte, la muerte,
se alimenta a la noche de cadáveres suyos.
Olor dulce, horroroso, que fermenta la pólvora,
su digestión violeta se acompaña de estruendo.
Por la mañana un viento desprevenido
lleva la muerte vomitada por la boca redonda.
Son los obuses.
Cargados de relámpagos, navajas, ambulancias,
sobre una soledad de evacuación distante
pasan rozando las últimas veletas
de enloquecidos gallos ciegos ya silenciosos,
pasan sobre negocios llenos de nadie
buscando un hospital y el corazón de un niño.
Son los obuses.
Cargados de mentira, de miseria, de metralla,
como una enorme M de miedo y muerte oscura.
Son los obuses.
Yo ví el árbol desnudo, el foco abierto,
la reventada piedra, el vidrio herido,
la sangre todavía
como no se ve nunca en los museos
ni en los teatros.
Son los obuses.
Son las panteras del aire desatadas
que vienen de la selva de acero y pólvora amarilla,
la muerte hecha pedazos buscando la inocencia
y su paloma.
Son los obuses.
Una mitad de novia contra el balcón ardido,
Sus manos, ya lejanas, estrelladas, perdidas, estrelladas;
luego la masa sola del niño y el caballo,
la muerte por la boca redonda vomitada.
Son los obuses.
LOS
OBUSES (2)
Todo pareció quedar en orden pero era terrible.
Dos manos cortadas dentro de una guitarra,
un tiesto en el sombrero de novia, un árbol en el cuarto,
las fotografías sin el menor rasguño
prolongando la falsa vida de los parientes, el recuerdo de
la Exposición, Joselito, Lenin, todo mezclado al olor del relámpago.
Esa tremenda mancha en la pared como un ladrido pintado,
como un ladrido de perro enfermo y solo,
ese caballo de madera orgulloso, intacto,
llevado a la más alta ruina por el viento de los obuses.
Donde nacieron los pequeños, donde velaron a los muertos
-cuando era posible morirse con las manos juntas-,
donde crecieron las telarañas
y se fueron inclinando a la tierra los más viejos,
donde yace el corazón,
el reloj del hogar que vio pasar los días y los rostros,
allí no es posible ver otra cosa que el vacío,
el primero y más firme cimiento de una casa.
Ya pasaron viniendo del Oeste y he aquí su obra
-ni el tiempo la hubiera hecho tan perfecta-,
muchos otros muros no ceden pero éste se cayó de pronto
como una encina demasiado vieja,
el mismo aire del obús que pasa enloquecido la hubiera
derribado.
Así cayó, así cayeron con él las buenas gentes, las palomas,
la veleta,
y el sol que estaba entonces dorando los canarios.
La noche de ceniza se hizo sobre la casa, de súbito cubrió
los restos,
las cosas que quedaron.
Así fue, mientras nuestros bravos soldados
combaten en la cintura de la ciudad maravillosa.
Muertos sin hospital, sin velatorio, sin entierro; muertos
anónimos, sí,
pero amados, es por vosotros que nosotros vivimos
para esperar que crezca la flor nueva del mundo, en
vuestras ruinas.
EN
EL PUERTO
A una señal dejaron de moverse las grúas,
el pájaro de hierro plegó sus alas grises
y en los oscuros barcos de los países
sólo se oía el pálido rumor de las garúas.
En cercanas recovas de reverberos crudos,
de ásperos impermeables y cáscaras de fruta,
comen agrios pescados los marineros rudos.
Rasca un violín insomne la joven prostituta.
Sus dulces nombres mecen las barcas de la orilla,
sin carbón, sin aceite, sin guía, sin destino.
De los amplios galpones llega el olor del vino.
La fugitiva rata corre a la alcantarilla.
Ya sus perros de niebla lanza el viento en el puerto.
Rondan los barcos mudos invisibles gaviotas.
Los mascarones sueñan con ciudades remotas.
Llueve sobre la gorra del marinero muerto.
EL
ENTIERRO DE LA GAVIOTA
¡Salud las viejas barcas! Deja el crimen que el ciego
relata junto al órgano con arañas dormidas.
Ya está podrida, muerta, la pobre estrangulada.
Eh, tú, dile al patrón que venga con nosotros.
¿Dónde enterrarla, en qué fina tumba del aire?
Ella, que amó partidas y retornos y tuvo
esa delicadeza de morir en la proa
donde los mascarones cayeron para siempre.
Allí donde están ellos descansando, entumidos,
verdes, hinchados, rígidos, de pie, como los ángeles.
En el fondo del mar donde está la botella
Con el mensaje último, de misteriosa cifra.
BLUES
DEL BARCO ABANDONADO
A Evita Botana
Aquí estoy desde el día en que varó la rosa.
Nadie podrá saber quién distrajo su rumbo.
Aquí fui destruyéndome y hoy, casi vuelto al árbol,
sólo la fiel madera permanece en su forma
La tempestad me trajo del pedrusco y el limo
que arrebaté al secreto de las aguas atroces.
Los náufragos partieron y el capitán, sin novia,
quedó en los arrecifes lejanos del olvido.
Cuando la luna saca mi mascarón a flote
la aventura vacía se puebla de recuerdos,
donde en el remolino de las ondas amargas
una paloma besa la frente de la noche.
Vuelvo a ver hondos puertos de carbón y de sal,
tiestos en la ventana del aduanero triste,
y oigo los acordeones que en los barcos de sombra
dicen dulces Italias en nostalgia de mar.
Vuelvo a ver marineros que cantan en las fondas,
deliciosos tatuajes con nombres de mujeres,
la cajita de música y el pontón fatigado
en donde el ángel vela su sueño de gaviota.
Vuelvo a ver horizontes de aldeas sumergidas,
lavanderas que lloran a los maridos muertos,
callejones con fondos de silueta de ahorcado
y el muelle, cuando atracan las ratas perseguidas.
He bordeado la isla de florida fragancia
la tarde en que me vieron pasar los pescadores.
Yo iba a recoger a sus hijos perdidos
en el feroz remanso que devoró la balsa.
Vencedor de la niebla, timonel del ojo astuto,
por los ríos famosos cargué placer y pena,
alegres contrabandos de amores fugitivos,
el jugador fullero y el leñador oscuro.
Ni los soles tremendos ni la bruma enervante
consiguen abatir mi esqueleto solemne.
Sólo turban la paz de mi prisión mecida
los asaltos furtivos de los niños salvajes.
Quisiera ser un puente, un andamio, un refugio
en la lluvia o el féretro de los exploradores.
No estar aquí tumbado, deshabitado, eterno.
Quisiera ser el arca del último diluvio.
A veces desde el tiempo, por la playa desnuda
viene Mary Celeste. Su adolescencia errante
bajo la Cruz del Sur se tiñe extrañamente
y me contempla, solo, desierto de la espuma.
Su clara aparición me hace amar esta orilla,
el otoño mojado y mi antigua congoja.
Entonces un albatros nace en alguna parte,
y se torna dorada mi magnífica ruina.
EL
CEMENTERIO DE LOS TRANVÍAS
(Loria y Carlos Calvo)
En un galpón enorme -donde estuvo la fábrica-
ese armazón oscuro con el techo llovido,
cual carros amarillos que mascaritas pálidas
de extintos carnavales ahora habitarían,
duermen, esperan ¿qué? los vacíos tranvías,
esqueléticos, sucios. Los miro y los comprendo.
Como ellos, así fueron arrumbados un día,
por inservibles, hijos del bíblico dolor,
los nevados obreros, las máquinas vencidas,
los juguetes usados por niños que partieron,
los tristes jubilados y los gorriones muertos,
fotografías borrosas, viejas cartas de amor.
Una esquina en el barrio, tristona y pintoresca
como un destartalado, gris, espectral telón,
cayendo en un teatro de suburbio sombrío,
cuando todos han muerto, sin el apuntador…
Y ahí están, los saludo, la calle solitaria,
esta noche y los árboles del otoño que hablan,
con su sombra, un dialecto que sólo entenderían
Chaplin, los faroleros, las gaviotas y vos.
EDGAR
POE
Peter Brueghel, Iernimus Bosch, y Patinir,
Goya y Petrus Borel lo hubieran comprendido
(¿quién dijo que el delirio de la razón
engendra monstruos?).
La sociedad de los Rotarios,
los linchadores de negros y de rosas,
los verdugos de niños y de sueños
le daban asco y él bebía, ¿para olvidar?,
cuando aún no existían
las letras de los tangos tristes.
BAUDELAIRE
Fue un profeta y vislumbraba el siglo
en que la acción fuera hermana del sueño
y reinventó la poesía, una manera
de recordar que el poeta es un hombre
al que a veces agobian la incomprensión, el barro,
el alquiler, la luna.
Pero él fue poeta, inmenso como un río.
Un río puro impuro
que arrastró légamo y estrellas.
RIMBAUD
…¿Pero por qué murió allá en Marsella
tan cerca de la luz atrevida del muelle,
la Canabière, la sopa de pescado,
las rosadas mujeres de la feria
y el viejo olor que viene de los barcos
sin confesar dónde enterró la poesía
-como a un pájaro loco-, en qué baldío,
en qué lámpara pura, en qué ventana,
en qué lluvia crecida con violetas?
Donde el futuro está esperando
EPITAFIO
PARA LA TUMBA DEL POETA DESCONOCIDO
Fue un poeta de su vida y de la vida.
Porque además del diálogo del hombre con su tiempo
la poesía es un estado de ánimo,
fue siempre el suyo un vago amar
y sentir y esperar no se sabe qué cosas:
y no pudo escribir ni un solo verso.
La muerte, la inquirida "Tía de las muchachas",
Se lo llevó una tarde de azul desprevenido.
Murió de inanición, como Meg Merrillies,
la que en vez de cenar contemplaba
fijamente la luna sobre el bosque.
Tanta es su soledad que el olvido se toca
DESPUÉS
DE LA MUDANZA
El niño triste mira con asombro
el patio donde había cielo.
La marca que dejó en el muro
la fotografía de la boda.
El sitio donde estuvo el piano
(su música, como la lluvia).
La ventana donde el otoño
daba su luz a los malvones.
¿Y cómo la verá un día,
vaga, distante, en el recuerdo?
La carta que cayó del mueble
como una hoja del tiempo.
LA
MUERTE DE LA MUÑECA PINTADA
("Todo el mundo está siempre tiro-
neando de una. Todos parecen querer
un pedazo de una. MARILYN MONROE.)
Todos la tironeaban.
Hollywood le arrancó el pedazo más grande.
Sólo quedaba de ella el corazón
-Un Desolado Corazón-,
la lluvia pródiga de su cabellera,
la última claridad de su mirada
y una calle de infancia y abandono.
Construida en la fábrica de sueños
se rompió como un sueño
rodando en pesadilla al césped donde yacen
los gorriones caídos y el verano.
Y fue el tocante Réquiem para una Marilyn:
Los extras acunaron la muerte de la estrella
con un terrible blues de lágrimas oscuras.
LOS
SUEÑOS DE LOS NIÑOS INVENTANDO PAÍSES
"Cuando paso frente de un local donde exponen pinturas de niños, sigo de
largo."
Batlle Planas
Porque el niño conserva todos los libres bríos
de la invención, baraja sus monstruos increíbles
y sus enloquecidos ángeles.
La bárbara inocencia sin prejuicios de la primera pureza
y el espléndido caos, el delirio de la razón, la fantasía.
El niño es el primer surrealista.
Y crece es hombre, y sigue viviendo más no sabe
y quien lo lleva adentro así lo ignora.
A veces, de manera sutil, eso supongo,
en cada acto adulto la infancia nos vigila
-una voz, un suceso rotundo, familiar, una lámpara,
una paloma herida con mensaje-.
Todo hombre en el final minuto de su invierno
piensa en algo lejano cuando muere.
Y la muerte es el último país que el niño inventa.