“Vivir con miedo a la muerte es morir antes de tiempo”

Por Miguel Russo
mrusso@miradasalsur.com

Desde su casa en México, el autor de Poemas de Sidney West, cuenta cómo fue escribir su reciente libro Hoy luego de conocerse la sentencia contra los asesinos y torturadores del centro clandestino de detención Automotores Orletti.

Juan Gelman dijo, hace muy poco, que “en poesía el tema es lo de menos; mientras sea poesía, puede hablar de cualquier cosa”. Tomando esa frase como disparador, sumando a ella la reciente aparición de su libro Hoy, escrito luego de conocerse las condenas a los asesinos y torturadores del centro clandestino de detención conocido como Automotores Orletti, Miradas al Sur contactó al Premio Cervantes en su casa de México y cruzó mails –cruzar mails con Juan Gelman es divertirse con los contratiempos informáticos, casi una manera de sentirlo charlar del otro lado de la mesa– para realizar esta entrevista.

–A lo largo de su producción poética, ¿qué cosas quedaron afuera todavía, como materias pendientes de resolver a la hora de sentarse a escribir?
–Uno no se sienta a escribir para resolver materias pendientes. La única materia pendiente cada vez es el poema, la expresión de lo que la imaginación encuentra en la vivencia.

–En contrapartida, entonces, ¿qué temas le fueron más afines?
–En mi opinión, y vuelvo a lo que dispara esta entrevista, el único tema de la poesía es la poesía y por eso puede hablar de todo.

–Y en cuestión de palabras, ¿cuáles son esas, principales, profundas, que aparecen como caballitos de batalla o como decidoras de algo que quiere escabullirse?
–Depende del tono de lo que se está escribiendo. La música de los versos de amor no es igual a la de los versos del desamparo.

–Su último libro –ateniéndose, antes o después de su lectura, al texto de contratapa (“Los textos de Hoy fueron escritos después de las sentencias condenatorias a los asesinos y torturadores de Automotores Orletti”)–, ¿puede leerse como una consecuencia? Señaló que en el juicio de Automotores Orletti dictaron perpetua a uno de los culpables del asesinato de Marcelo y que, mientras algunos jóvenes que no habían vivido la dictadura saltaban de alegría, usted no sentía nada, ni odio, ni alegría. Y continuó diciendo que al preguntarse el porqué de esa reacción, decidió escribir “para explicarme qué había pasado”. ¿No lo atemorizó ese “no sentir nada”, cómo se repuso de esa sensación o, mejor dicho, de esa ausencia de sensación?
–No, no me atemorizó, más bien me abrió la pregunta de por qué era así. Habían pasado 35 años del asesinato de mi hijo Marcelo y de mi nuera María Claudia y del robo de mi nieta en los que sentí muy hondo el dicho mexicano: “Justicia tardada, justicia negada”. Néstor Kirchner puso fin a esa situación de impunidad y también pasaron años antes de que se condenara a algunos de los victimarios. El tiempo no desgasta la voluntad de justicia, pero ya era cosa cantada. Para explicarme por qué no sentía nada empecé a escribir los primero textos de Hoy.

–¿Cuándo decidió quitar los primeros textos, los que pensó –como dijo– que eran periodísticos? Y, dicho esto, ¿cuándo y cómo apareció el tono poético?
–Los primeros textos eran, en efecto, periodísticos, crónicas, testimonios, pequeños relatos que no me decían mucho. En medio de ellos surgió el primer texto poético y por ahí se fue el resto.

–¿Qué sintió al descubrir que “ese” y no otro era el tono indicado?
–Que la necesidad de expresión me llevaba por ese camino y no por otro.

–Señala en el texto XXVI que “la relación entre las cosas y la palabra que las nombra no rinde...”, ¿cómo seguir, entonces, escribiendo, desde qué otra relación?
–Podríamos decir, como se usa tanto ahora, que es una cita fuera de contexto, que no indica para nada que no se pueda escribir. Pero la relación de la palabra con la cosa material o inmaterial que nombra es un gran espacio de lo invisible mudo donde bucean los poetas para encontrar lo que no tiene nombre todavía.

–En el mismo sentido, dos textos después (XXVIII), dice “necesitan que secuestro / tortura / asesinato / sean palabras sin materia, distraídas...”. Esa distracción, ¿se puede corregir sólo desde la poesía o, mejor aún, es corregible, qué materia debe aplicarse para lograrlo?
–Creo que los padres y la enseñanza pública deberían oxidar las palabras que disfrazan los hechos. Vivimos en una época en que el recorte de las conquistas obreras se denomina “flexibilización laboral”. Orwell estaría encantado.

–“El único mensaje que se puede dar a quien ame a la poesía es que lea a los grandes poetas de su lengua: definitivamente, esa es la mejor universidad”, dijo. ¿Con qué grandes poetas argentinos –que usen además, si considera que lo hay, un idioma argentino– armaría esa universidad? ¿Sería definitiva?
–La escritura de Raúl González Tuñón, Juanele Ortiz, Paco Urondo, Mario Trejo, Oliverio Girondo, Coco Madariaga, Enrique Molina, Olga Orozco, Edgar Bailey, Joaquín Gianuzzi, Roque Dalton, Antonio Cisneros, Alejandra Pizarnik, para mencionar sólo a los que se fueron, y la de tantos otros son una universidad inapreciable, maestros de quienes se aprende mucho para encontrar la propia voz. Pero no me refería solamente a la poesía argentina (¿o es que en realidad sólo hay una poesía en lengua castellana?), sino a la de toda América latina y España, de Pablo Neruda a Antonio Machado, de César Vallejo a José Angel Valente, de Jorge Boccanera a Federico García Lorca.

–Si me permite el atrevimiento de robarle una pregunta del texto XCV, pregunto: ¿Con qué bondad se mata a la injusticia?
–Permito, nomás. Ahora bien, ¿por qué no inventamos algo?

–Muchos lo imaginamos, quizá por una visión del siglo XIX, escribiendo sentado a una mesa en su casa, cuaderno y lapicera. Pero, en realidad, ¿dónde escribe, cómo, rodeado de qué elementos?
–No soy tan viejo, che. Escribo de noche, en una pieza del departamento que convertí en mi estudio. Allí hay una biblioteca y libros dispersos por todas partes, algunos cuadros, dibujos que me regalaron mis nietos, ceniceros (a granel). Fumo mucho cuando escribo y uso una computadora. Pero lo que más necesito es la noche, su silencio, la abolición del mundo.

–Dice en el poema CXXXVI, “se muere en arrabales de sí mismo, altos fuegos preguntan qué es un padre y se apagan cuando empiezan a oír”, y un poco después, en CXLIII, “en el miedo a la muerte la muerte no vale la pena”. ¿Es posible el exorcismo ante la muerte, es condenable, poetizable –perdón por el término–, esperable o definitivamente un término que atestigua en toda su brutalidad aquella relación a la que hacía mención entre palabra y cosa?
–Bueno, me parece que vivir con miedo a la muerte es morirse antes de tiempo. La muerte es el “Mal” último y no hay exorcismo que la pare. Por lo demás, Borges decía que si se supiera qué pasa después desaparecería el 99 por ciento del arte en el mundo. ¿Quiso decir que el arte y la palabra existen contra la muerte? Tal vez.

–Hay poemas dedicados a su hijo Marcelo, sobre todo, pero también a Miguel Briante, a Antonio Cisneros, a Chavela Vargas, a Mario Trejo, entre otros. ¿Son pedazos que le faltan y de allí la consecuencia de nombrarlos para volverlos a reunir o es un grito hacia lo irremediable?
–Bien decís que son pedazos faltantes de uno mismo que sólo pueden llenar los recuerdos, malos o buenos. Les dedico poemas cuando alguno de ellos me visita ese día por alguna razón particular.

–¿Puede imaginar a alguno de los condenados en el juicio de Automotores Orletti leyendo su libro?
–Ayudame, dale, ¿cómo suponés que lo harían?

–¿Hubo dolor, bronca, desasosiego en la escritura del libro?
–Proust opinaba que el que escribe es un desconocido que vive en el fondo de cada uno y que, llegado el momento, sale y escribe. No sé cómo la pasó “ése” cuando escribía los poemas de Hoy, mientras yo era feliz, porque el acto de escribir es una gran felicidad. Hay poetas que viven para escribir y otros escriben para vivir, como decía Marina Tsvetáieva. Creo que pertenezco a la última tribu.


Anticipo: Cinco poemas de “Hoy”

XXVI

Hay furores en la clandestinidad de la experiencia, iras que embisten los arrimos de la melancolía. La naturaleza humilla la soberbia señoril, levanta mal su suerte en bancos de salvaje. El presagio común de la miseria vuelve a su posición. Alguien pregunta por las infraestructuras del horror como si los cisnes de Sor Juana no pudieran abrir ese misterio. Es el tiempo de las deserciones interiores. La relación entre las cosas y la palabra que las nombra no rinde y nubes de oro llueven muerte.

XXVIII

Las compasión tiene lotes estériles, necesitan que secuestro / tortura / asesinato / sean palabras sin materia, distraídas / retrocedentes / no pegadas a dictadura militar / a cuerpos vivos tirados al océano. Los inquilinos del no oír / antes / después / mercadean ansias oblicuas, desiertos negros, fugas. ¿Y qué hacer con las palabras otras / salvajerías del capitalismo / niños que mueren antes de su niño? / ¿Sabés tu saber, niño? Preguntaba Benn. Soportar las estaciones crudas / alumbran cuando pueden / dan animales vestidos de civil como si fuera tanto.

XCV

En la mano que disparó al enemigo hay restos de maldad. ¿Con qué bondad se mata a la injusticia? El pájaro que come flores mancha actos del tiempo / el mar no acepta amor que mal termina. El espíritu económico es carne de esclavitud violenta. Viola el paisaje que le fue rey de niño. Morirá sin honor cuando Beowulf vuelva a blandir su espada contra los fuegos venenosos / las primaveras malparidas / nadie en la sala de los nombres.

CXXXVI

Un cortejo de mendigos pasa pidiendo aprobación. La costumbre de etiquetar ensucia imágenes. La pobreza se instala en la estructura del delirio y ministros de las cosas vacunan a los locos. La máquina política aplasta provincias del espíritu. Se muere en arrabales de sí mismo, altos fuegos preguntan qué es un padre y se apagan cuando empiezan a oír.

CXLIII

En el miedo a la muerte la muerte no vale la pena. Los afligidos no interesan, ni los tullidos por amor, ni el portentoso ingenio de un verano. Importa la luz recibida en forma de entrañas para verse. La sensación del cuerpo que termina no vive en rincón cerrado, crea su doble en estaciones impalpables y las alícuotas de pena sin notario. Una calandria ordena el fracaso de un fósforo apagado.


02/06/13 Miradas al Sur


JUAN GELMAN HABLA DE HOY, SU NUEVO LIBRO

“Hay palabras ignoradas que nunca van a asomar”

“La dimensión del Mal es de tal naturaleza que hay cosas que no se alcanzan a decir”, señala Gelman.

El poeta señala que su último trabajo, compuesto por 287 poemas en prosa, “fue un intento de expresar lo que me pasó con la muerte de mi hijo, una especie de síntesis. Pero no lo sé... Es una vista al pasado, pero en presente”.

Por Silvina Friera

¿Escribir un poema consistirá en hacerse legible para los lectores y tal vez indescifrable para sí mismo? Semejante pregunta no debería extrañar si se tiene en manos una nueva maravilla de Juan Gelman. Los alrededores de la escritura están repletos de esta clase de interrogantes. Y otros más, claro. Si existiera algo así como un estado “natural” del poeta, quizá sería la intemperie y la interrogación constante, además de la insatisfacción ante experiencias que sólo pueden ser dichas a media voz, con la fortuna aliada al cinturón del habla y de la mirada. “La palabra va de aquí para allá, busca un sitio de no marcharse nunca. Su única casa es imposible, nadie se la va a construir”, se lee en el poema “LXVI” de Hoy (Seix Barral), su último libro, 287 poemas en prosa –algunos brevísimos, como si reducir la expresión a un menor volumen potenciara el “decir”– y uno más, no numerado, titulado “¿Y –sin el signo de interrogación al final; algo siempre se pierde en el camino– para cerrar con una contundencia que hace saltar al lector de la silla y ponerse de pie, en caso de estar sentado. Gelman, hueso duro de roer, se mueve todo el tiempo, refractario a las normas, al piloto automático o al funcionamiento aluvional de “la maquinita”, como él prefiere llamarla. Cambia las formas –condensación y brevedad no le son ajenas–, pero la espiral de sus obsesiones continúa girando, mutando para permanecer.

“El lenguaje es un hueso, vaga a su antojo antes de poseer al hijo. En sus pausas se come al infinito y su enlace con el deseo mundial abarca la discontinuidad que nombra. Es libre en suspensiones del origen, conoce su duración en el instante que se fue. Le pesa la inocencia del círculo, tanta miseria alrededor. Penetra las unidades incompletas. Cuánta palabra echada atrás esperando una cuna”, dice la voz poética en el poema “LXXXII”. “Los pájaros azules deforman el paisaje cuando el mundo se pone pálido y metáforas, anacolutos, epanadiplosis, enálages, patáforas, oximorones caen y huyen como malditos de la lengua. ¿Adónde irán a parar harapos viejos? ¿Se acercarán a alguno para pedirles limosna, explicaciones en la calle? –se lee en el ‘CX’–. La mirada se va al mirar, la voz se va al hablar, crecen las evidencias de las tintas alquiladas.” Los poemas dialogan entre sí. No son unidades aisladas, autónomas; forman sin duda una red con variaciones temáticas enlazadas: la ñata contra el vidrio del lenguaje y sus búsquedas empecinadas –“el tránsito de la posibilidad a la imposibilidad” o “la relación entre las palabras y las cosas que las nombra”; la muerte del hijo, las pérdidas, el duelo y el paso del tiempo, las horas que se van.

“¡Marcelo Gelman! ¡Presente!” El hijo del poeta, entre otras víctimas de la dictadura militar, sonó más vivo que nunca el jueves 31 de marzo de 2011 cuando el Tribunal Oral Federal N° 1 juzgó a los represores del centro clandestino Automotores Orletti. Eduardo Cabanillas, el asesino de Marcelo, fue condenado a prisión perpetua. Juan recuerda que no sintió nada. Ni alegría, ni odio. Nada. Y se preguntó por qué. La respuesta está encadenada en los textos que empezó a escribir, hace dos años, y que ahora integran Hoy. El poema “VIII” es el primero dedicado a su hijo: “¿Cuánta sangre cuesta/ ir de saber a contramano/ del olvido al horror/ de la injusticia a la justicia? ¿Hay que tocar los altares ardientes/ evitar la vergüenza/ la falta que preocupaba a Teognis/ interrupción del día? El beso del lazo se convierte en el lazo que el asesino ajusta. Desvío sin límite ni fondo ni virtud. La mismidad es un espejo roto en tercera persona y oigo tu mano dibujando un pájaro azul”.

Desde México, Juan refuta la impresión de que los poemas han sido barajados en un minucioso orden diferente del producido por la escritura en sí. “Por comodidad, porque soy un fiaca, los ordeno temporalmente, como vinieron. Eso, además, tiene un sentido. No hay una concepción inicial de libro. Cuando uno se sienta a escribir, no sabe qué va a escribir. En todo caso se sienta porque apareció ‘la señora’, se te metió en la casa y no podés dejar de atenderla. Sería una desatención grave, muy poco gentil de mi parte. Lo que sí creo es que hay una especie de desarrollo interno de esa expresión, que es ajeno a uno y que se va expresando con cada poema”, cuenta el poeta en la entrevista con Página/12. Gelman tiene muchas ganas de presentar el libro acá. “Estoy enredado con un montón de compromisos, de viajes. Pero voy a tratar de ir en algún momento”, promete.

–¿Por qué se dio esa forma tan condensada en los poemas de Hoy?

–Mirá, ojalá lo supiera... No estoy evadiendo tu pregunta, te estoy contestando una verdad. Nadie escribe lo que quiere ni como quiere, sino lo que puede y lo que le sale. Por lo visto esta vez fue necesario hacerlo así. Tengo libros con versos muy largos, pero en este caso no se dio de ese modo.

–Como uno de los temas centrales es la muerte y las pérdidas, el dolor en sí mismo es una desmesura difícil de abordar y para expresarlo quizá sea necesaria la condensación, ¿no?

–Sí, pero creo que sobre todo es la cuestión del mal sufrido, en el sentido de que es algo que supera la capacidad de reflexión porque entrás en terrenos absolutamente desconocidos y nunca tenés la seguridad de si entraste en ellos o qué. Este es más o menos el asunto. Yo estuve recientemente en Cracovia, ahí participé de una mesa redonda sobre el Mal, experiencia y literatura. Después de analizar cómo lo había encarado Victor Hugo en ese larguísimo poema de 5400 versos que se llama El fin de Satán –y que se publicó después de su muerte–, y cómo lo encaró William Blake de un modo completamente distinto, me pregunté cómo era posible que Emily Brontë, a la que no se le conoce ninguna pasión, salvo la preocupación por su hermano borracho y drogadicto, una mujer absolutamente austera que murió a los 30 años en la mesa familiar, conversando, cómo ella podía describir en Cumbres borrascosas, de una manera tan profunda y aguda, el Mal en el amor. Luego mencioné los casos clásicos: (Alexander) Solzhenitsyn sobre el gulag y a Primo Levi sobre el campo de concentración nazi. Siempre me da la impresión de que hay algo no dicho ahí. La dimensión del Mal es de tal naturaleza que hay cosas que no se alcanzan a decir. Lo curioso es que personas que no han sufrido el Mal hayan sido capaces de escribir sobre el Mal con tanta profundidad, como Emily Brontë. Mientras que los que sí lo sufrieron en carne propia, como Primo Levi o como Solzhenitsyn, se encuentran con la imposibilidad de expresarlo cabalmente. Siempre queda algo sin decir, como si el Mal desbordara la capacidad de expresión. Y esos espacios no dichos son vacíos en los que hay palabras ignoradas que nunca van asomar...

Entonces viene a la mente el poema “CXXVVII”: “¿Qué sabe el decir del no decir? ¿Ahoga sus plantitas, huye de su trazado? Los practicantes de fuera del espejo parlan como si fueran otros del lenguaje. El corazón se embarca en naves que se pueden hundir y el alcohol entra al hígado del Verbo. En su envés hay otros cuerpos, superficies de penas heredadas, libertades que niegan el abismo y suben una cuesta que no se puede pronunciar. Tiene espacios donde todos ya cabrían ya impuros de su suerte”. O ya llegando al final del libro, el “CCXLVII”: “La palabra caduca al infinito, deja temblores, ve la luna con nubes que la tapan. El fluido del ego/ yo es agota en su tormenta, alrededor del humo crecen suposiciones/ purezas imposibles/ astros que la mano no agarra. Inútil es perseguir el relámpago que pasa. Y la fidelidad del desamparo”.

–Su último libro parece oponerse a esa concepción tan generalizada de que tarde o temprano se consuma el duelo, que siempre se encuentra “consuelo” ante la muerte. “¿Quién dijo que el tiempo petrifica las lágrimas?”, se lee en uno de los poemas. ¿Fue deliberado escribir contra esta especie de “sentido común” de que es posible superar la muerte y completar el duelo?

–Por supuesto que estoy hablando de mí, no de nadie más. Nada de lo que está escrito en Hoy es deliberado. Uno no puede escribir poesía por obligación; escribe lo que sale. Pero, efectivamente, yo no sé hasta qué punto el duelo se puede completar. Porque en estos casos no es sólo el duelo personal. Se trata también de las otras tantas miles de víctimas. Insisto en el Mal sin connotaciones religiosas, reitero, porque una cosa es el Mal y otra el dolor que causa. A veces ni lo causa: el poder, hoy, en nombre del Bien, nos quiere mutilar la humanidad y lo consigue en buena medida. ¿Te sorprende esta respuesta? Es el mundo en el que vivimos: cada cinco segundos se muere un niño menor de cuatro años, según datos de la Unesco, de hambre o de enfermedades curables. Los chinos llaman al mundo “las diez mil cosas”, y esta lista sería interminable. Serían “las diez mil cosas”.

–“El poema quiere engañar al tiempo y el sufrimiento lo derrota”, se lee en el libro. Sin embargo, a pesar de esa derrota, el poema se escribe, aun con lo que no se puede decir...

–Se escribe el poema intentando entrar en espacios desconocidos. Son invenciones que te salen del cuerpo. Es un tema muy largo, muy difícil... Pero te habrás fijado que los poemas que le dediqué a Marcelo son pocos entre los 287 textos. Desde la muerte de mi hijo, de mi nuera, y el secuestro de mi nieta, han pasado 37 años. Creo que Hoy fue un intento de expresar lo que me pasó con la muerte de mi hijo, una especie de síntesis. Pero no lo sé. Es una vista al pasado, pero en presente.

–Aunque la forma cambió, Hoy no deja de dialogar con sus anteriores libros, ¿no?

–Sí, es verdad. Además, en mis dos o tres libros anteriores hay una suerte de condensación también. Y en cuanto a si es prosa poética o poesía en prosa o como quieras llamarla –ese concepto siempre se entendió mal por el título de Charles Baudelaire–, yo he escrito también poemas muy breves hace años, ¿no? En mi primer libro podés encontrar poemas en prosa y luego ese tipo de poemas están en Salario del impío, por ejemplo. La forma breve no me es extraña.

–Este libro es como una especie de espiral que tiene un final perfecto con el poema de cierre, el único con título, y esa seguidilla de preguntas...

–Me parece que lo tenía que cerrar así. Después vinieron más poemas y más... Llega un momento en que la obsesión baja, se extingue o es tan débil que ya no vale la pena continuar. Pero sigue produciendo poemas y uno tiene que cuidarse mucho de no incluir en los poemas que “sí” valen la pena esos últimos poemas que “no” valen la pena, porque pertenecen a una mecánica adquirida de la escritura y no a una necesidad expresiva.

–¿Es ir contra aquello que automatiza la escritura?

–Claro, que es lo que llamo “la maquinita”. Una vez que lograste el tipo de expresión adecuada podés seguir escribiendo sin problemas. Pero también sin sentido. Esos poemas no responden al libro. Ya son producto de otra cosa, de una suerte de estilo adquirido o como quieras llamarlo; pero con la obsesión bajísima y ya no necesita expresión. Poner al estilo o a la mecánica de expresión conseguida por encima de lo que necesariamente debe ser escrito me parece una traición a la poesía y a mí mismo.

“De la serie de hechos inexplicables que son el universo o el tiempo, la dedicatoria de un libro no es, por cierto, el menos arcano. Se la define como un don, un regalo. Salvo en el caso de la indiferente moneda que la caridad cristiana deja caer en la palma del pobre, todo regalo verdadero es recíproco. El que da no se priva de lo que da. Dar y recibir son lo mismo –escribió Borges–. Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más grato y más sensible de pronunciar un nombre.” Gelman dedica varios poemas de Hoy a poetas como Antonio Gamoneda, Alberto Szpunberg, Jorge Boccanera, Rodolfo Alonso, Antonio Cisneros, Mario Trejo y también a Chavela Vargas, Joaquín Sabina y Cristina Banegas, entre otros.

–¿Qué significa dedicar un poema para usted?

–Ocurre por distintas cosas, a veces porque me parece que el poema es adecuado para la persona dedicada. En cuanto a los que se fueron –como Cisneros, Trejo y Chavela– por alguna razón ese día pensé en ellos. Y pensé en su falta, porque cada uno de los que se fueron son cachos de uno que se pierden. Yo supongo que dedico esos poemas para recordarme a mí mismo a los que se fueron.

–Hay varios dedicados a Ignacio Uranga, un poeta joven con el que tiene mucha afinidad.

–Su poesía es extraordinaria. Ignacio me envía sus poemas y escribí un prólogo para uno de sus libros. Me parece una poesía vigorosa, nueva; es muy original y muy propia de él.

–¿Qué destino tendrán los poemas producidos por “la maquinita” que sacó de Hoy?

–Se convierten en papel de reciclaje. Vos sabés que se gasta mucho en papel en distintas cosas, sobre todo en el periodismo... (risas).

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