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Elias Castelnuovo en Los malditos  |  Elias Castelnuovo: la espada, la pluma y la palabra, entrevista 1975  | 
Cuestionario a Elías Castelnuovo, 1982
Huellas de un socialista libertario en nuestra cultura  |  Una precisa descripción de Elías Castelnuovo


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Elías Castelnuovo

En Los Malditos

Las pocas antologías que se dignan recordarlo a regañadientes afirman que nació el 6 de agosto de 1893 en el barrio Palermo de Montevideo, y falleció el 11 de octubre de 1982 en Buenos Aires, que publicó varios libros de cuentos y ensayos sobre diversos temas, fue autor de varias obras de teatro y fundador del teatro Proletario que dirigió periódicos políticos y fundó con Roberto Arlt la Unión de Escritores Proletarios.

Quienes lo conocimos, sabemos que su vida estaba marcada por dos pasiones, la clase trabajadora y la literatura social, a los obreros los acompañó siempre pleno de solidaridad y sensibilidad social, obrero el mismo en las mas diversas tareas pintor, albañil, tipógrafo, maestro, ayudante de cirugía, trabajador de la madera, y con ellos con los obreros buscó en sucesivas experiencias la organización política que los expresara y fuese capaz de concretar sus reivindicaciones. A la literatura social la llevó en el alma desde sus cuentos descarnados y estremecedores de la época de Boedo enfrentando a los exquisitos y europeizados literatos del grupo Florida, hasta sus latigazos de caña fístula en periódicos de combate y sus memorias excelente reconstrucción de una vida plena.

Apenas un puñado de compañeros estuvimos en el cementerio aquel 10 de octubre de 1982, aquel día de su último viaje y alguien comentó: "como no vamos a ser pocos si Elías tenía encima todas las lepras; fue anarquista, después comunista, después peronista y finalmente de izquierda nacional. Efectivamente a causa de esas lepras, fue un maldito, pero esta vez prefiero no reconstruir los como y los porque de su vida, deseo en cambio que ellos broten naturalmente de una nota que redacté después de su muerte y que titulé "Adiós a un compañero". Un compañero como era él, con el cual se compartía el pan, quizás en ella falten algunos datos, pero sobra emoción y él la hubiese preferido así, seguramente.

Mi viejo y querido Elías, desando el tiempo para encontrarte una tarde de la primavera del 79 sentado en un sillón en la modesta salita de tu casa del Rastreador 404, con tu increíble flacura y tus piernas cruzadas interminables, enfundado en un pulóver y un pantalón grises desgranando en enfáticos agudos tu protesta de sempiterno revolucionario; decía a mi me anda bien el hígado, el estómago el cerebro, todo, lo que me anda mal es el país A dónde nos quieren llevar, vas a la feria y cada 2metros te encontrás con un vecino a quien ya no le alcanza para vivir, yo le digo la verdad aunque sea tremenda, quieren robarnos la vida y a mi que pueden hacerme, a los 86años apenas pueden adelantar un poco lo que lamentablemente me va a suceder, pero ya le dije a Inés: Si ellos llegan alguna madrugada, vos los entretenés y yo me deslizo desde el primer piso por el caño que da al patio hasta la casa de al lado y me pierdo entre estos pasajes.

Y uno salía de tu casa mi viejo Elías, impregnado de una sabia nueva como quien acaba de remojarse en el agua pura y fresca de un arroyo con la esperanza reanimada al contagio de tu espíritu desbordante de juventud, esa tu alma incontaminada de las pequeñas miserias de todos los días, insólitamente fraterna en un mundo de áspera pelea y egoísmo desenfrenado, te evoco ahora en un frío atardecer del 81, tu cara flaca tallada a golpes de cincel, tu indócil melena blanca, el gesto peleador con un rictus de severidad en los labios que se desmorona luego en una mirada infantil, tremendamente transparente, de quien tiene una incapacidad visceral para el mal y de nuevo tu voz por momentos lenta intentando ser didáctica y de pronto encendida, entusiasta, vibrante, al reclamar contra la injusticia, entonces tu historia contada con naturalidad, con esa sencillez tan tuya de quien ha hecho solamente lo que debía hacer porque no pensó siquiera que podía hacerse otra cosa. Tu historia es rectilínea que tuvo un solo destinatario: los trabajadores.



"GUERRA" ENTRE GRUPOS LITERARIOS: No era infrecuente la crítica mordaz (en cierto sentido lo que los argentinos acertamos en llamar "cargada") entre los grupos Boedo y Florida a través de sus publicaciones. En este caso se trata de una viñeta de la revista Martín Fierro, del grupo Florida del 6 de mayo de 1924, de Nito. Para entender el mordaz humor es necesario conocer que Tinieblas es un libro de relatos de
Elías Castelnuovo, uno de los escritores más destacados del grupo Boedo, Dínamo era la revista del mismo grupo, en el que estaban involucrados, entre otros, el menos conocido Lorenzo Stanchina y Leónidas Barletta, personificados cruelmente como burros que se halagan mutuamente.

Allá en 1919 entre las corridas la sangre y el olor a pólvora de la semana trágica, sin aflojar un tranco tu ideal anarquista, promoviendo un mundo fraterno sin patrones ni cosacos. Después en Boedo puliendo trabajosamente esa sintaxis recibida de una escuela primaria que te agarró apenas y que como a Nicolás Olivari no llegó a hacerte mella, obsesionado por los escritores rusos metiendo de prepo el dolor y los desamparados en el mundo decente de nuestra literatura con tus malditos, tus larvas y tus tinieblas. Más tarde adhiriendo al partido comunista de la Argentina al regreso del viaje a la URSS, buscando aún en sendas extraviadas a tus hermanos trabajadores, perseguido entonces Elías por aquel siniestro comisario Kusel que te la tenía jurada, te acordás, el fiscal me endilgaba los epítetos de enemigo de la patria y extranjero vil "Yo le retruqué diciendo que la enemiga de la patria era la cancillería inglesa, pues con sus maniobras había separado el Uruguay donde nací, de sus hermanos argentinos.

Cuando el fiscal me acusaba de ser un enemigo de la familia yo a mi vez lo acusaba de que él quería destruir mi familia, después el 17 de octubre, entonces que valor para quebrar compromisos con el estalinismo y descabezar sus ardiles ideológicos para sumarte a la caravana que venía a redimir la patria para iniciar al mismo tiempo su propia redención.

Yo renuncié contaba Elías, renuncié al partido comunista fundando mi renuncia en un pensamiento de Lenin "prefiero estar equivocado con las masas, que estar solo con la verdad, en contra de las masas"... qué es lo hice entonces, me fui de nuevo con las masas.

Así apoyaste el proceso de la revolución nacional, desde tu propia perspectiva, de izquierda nacional para continuar luego en los años malos del 55 tu lucha de siempre contra los poderosos desde revistas y semanarios de combate, sin darle jamás un respiro, fueron estas últimas décadas cuando publicaste Calvario y Jesucristo montonero de Judea, que te dejaron solo mi querido Elías, y ahí te estabas en tu barriecito de casas baratas, en compañía de tu Inés Delfino, insuperable compañera, visitado de tanto en tanto por los que te quisimos mucho y te valoramos como artista y te admiramos como ser humano. Un día te fueron a buscar en 1973, y te dieron el título de Dr. Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires, y no lo podías creer!, ... a mí que no tengo 4to. Grado..., dijiste entonces desde tu singular humildad, con esa frescura espiritual, envidiable de asceta, esa misma que emerge inconfundible en tu libro de memorias, libro sabio como dijera el P. Hernán Benítez, libro con sabiduría al alcance de todos, porque su saber va empapado de vida, libro humilde con humildad de quien sabe que no necesita engorar el gaznate para decir bellezas literarias, porque se siente en posesión de la verdad y la verdad es asiento de la auténtica belleza.

Esa fue la última pedrada a la vidriera exquisita de los monstruos literarios del sistema, después de la cual el hondero indominable se retiró dejando vagar su silueta flaca y larga sobre el horizonte, como la del quijote y también como él, pletórico de sueños.

No te pudieron Elías, ni con la tentación de los salones dorados, ni con gloriola de los suplementos literarios de los domingos, ni con las condecoraciones municipales, ni con la represión, no te pudieron, tampoco el silencio, el aislamiento, porque sabían que el pueblo daría su veredicto final y definitivo.

Y te fuiste como debías irte, cuando se te dio la gana, sin fanfarreas reaccionarias ni homenajes oficiales, no te importó por eso que un vespertino anunciara tu muerte confundiéndote con Alvaro Yunque, tampoco, lo sé, te habrás entristecido cuando fuimos unos pocos los que acompañamos hacia la quietud definitiva, porque vos, viejo Elías, denunciabas en la transparencia de tu mirada, esa certeza íntima de que habías recorrido el camino bueno y que tu desaparición física era sólo una anécdota en ese devenir donde tus libros y tu conducta ejemplar trababan huellas indelebles capaz de retorcerle el cuello al tiempo, adiós, cristiano viejo, echále ahora a la parca aquél latigazo de tu hermano León Felipe, -eh tu muerte, yo soy el último que habla- y confundiste gozoso en el universo con la alegría de los días por venir, porque el triunfo es nuestro compañero!.

Fuente: www.discepolo.org.ar/node/5
 


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Elias Castelnuovo: la espada, la pluma y la palabra

Por Oscar Giardinelli
Foto: Ignacio Corbalán

Fundador del grupo literario Boedo, polemista inagotable y astuto, periodista, poeta y militante anarquista, su vida es, de alguna manera, el resumen de un siglo convulsionado. La apasionante revisión de una época todavía vigente para la literatura nacional.

[Revista Siete Días Ilustrados, septiembre 1975]

Todas las mañanas, en el barrio de Liniers, un espigado octogenario de pelo blanquísimo, andar seguro y movimientos armoniosos, recorre las calles mientras hace las compras habituales. Su aspecto, entre romántico y majestuoso -casi un metro noventa de estatura, delgado y erecto como un lápiz, mirada brillante, altiva, y una voz propia del hombre seguro de sí- atrae no pocas miradas. No se trata del característico abuelo de barrio, al que todos estiman y saludan como un elemento folklórico, sino de un hombre unánimemente respetado por todo lo que ha hecho en su vida. Hasta se podría envidiar su tremenda, apabullante vitalidad.

Elias Castelnuovo -una de las glorias de la literatura argentina- a los 82 años hace gimnasia diariamente, sube y baja escaleras, come lo que quiere, escribe y lee sin cesar, se jacta de ser el plomero, carpintero, gasista, albañil y arreglatodo de su casa y duerme ocho horas diarias pues para él "no hay insomnio que valga". Nacido en Montevideo el 6 de agosto de 1893, conoció la más rotunda miseria, practicó cuanto oficio es posible imaginarse, fue militante político casi toda su vida, viajó por el mundo entero, escribió una decena de libros, incursionó en el periodismo, la poesía, la narrativa y el ensayo y, por si todo eso fuera poco, hasta le quedó tiempo para fundar una de las dos corrientes literarias más importantes del siglo, en la Argentina: el llamado Grupo Boedo. Autodidacta -en su Montevideo natal cursó hasta el cuarto grado de la escuela primaria- y avezado charlista y polemista, Caltelnuovo es un personaje: una especie de Quijote injertado para protagonizar activamente esta época.

En su casa -obvio, revocada y pintada por él, con muebles debidos a su habilidad artesanal-, Siete Días estuvo todo una extensa mañana dialogando y repasando los diferentes hitos de su vida, mientras su esposa -casado en 1928, EC tiene dos hijos y diez nietos- rociaba la charla con un exquisito vinillo dulce que arrancó a las nueve de la mañana y, pasado el mediodía, todavía alegraba el paladar. La conversación, como se verá, fue un verdadero racconto de este siglo, según la versión de uno de sus más lúcidos y activos protagonistas.

-Yo nací en el Palermo montevideano -memoró, repantigándose en el sillón-, más conocido como Barrio Reus. De ahí viene el famoso tango Barrio reo, como derivación de Reus. Mi familia era todo lo pobre que se pueda imaginar. Había, pues, que trabajar, de modo que desde los 12 años yo empecé como albañil. Era el penúltimo de diez hermanos. Después entré como aprendiz en una imprenta y empecé a soñar con Buenos Aires. No sabía muy bien qué iba a hacer en mi vida, pero estaba lleno de ambiciones. Y como me interesaban la literatura, la música y la pintura, visitaba bibliotecas y hasta ingresé a la Escuela de Bellas Artes del Uruguay. También fui a la Escuela de Arte Escénico. ¡Qué sé yo! Quería ser algo, y algo grande. Por eso soñé con Buenos Aires.
-¿Y qué más hizo en Montevideo? ¿Cómo era su vida de muchacho?

Boedo y Florida

En la década del '20 Boedo y Florida fueron dos grupos literarios antagónicos. Los escritores de Boedo (Roberto Mariani, Leónidas Barletta, Elías Castelnuovo, Enrique Amorim, Lorenzo Stanchina, Álvaro Yunque, entre otros) eran, en su mayoría, descendientes de inmigrantes, de izquierda, con una visión social del arte y estaban nucleados en revistas como Dínamo, Extrema Izquierda y Los Pensadores. Formaron el primer movimiento de literatura realista y social que se dio en Argentina, alrededor de la Editorial Claridad, de Antonio Zamora. El grupo de Florida (Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges, Norah Lange, Francisco Luis Bernárdez, Leopoldo Marechal, Nicolás Olivari, Conrado Nalé Roxlo, entre otros) estaba nucleado en las revistas Proa y Martín Fierro, era más elitista y promovía una estética vanguardista. Pero esta separación no era tan tajante: Nicolás Olivari, fundador del grupo de Boedo, se pasó más tarde al de Florida; Raúl González Tuñón, de Florida, construyó sin embargo una poesía de temática social y Roberto Arlt solía frecuentar las tertulias de ambos grupos. Borges, que en su madurez solía calificar a la polémica de Boedo y Florida como una broma literaria, publicó el 30 de septiembre de 1928 en el diario La Prensa un ensayo sobre el tema: La inútil discusión de Boedo y Florida.

-Bueno, también jugué al fútbol. Y fui campeón con un cuadro que se llamaba Reformer. Me gustaba mucho, vea, y cuando vine acá no me perdía los partidos de los grandes equipos, como Alumni y Belgrano Atletic. Después me hice hincha de Peñarol y, acá en Buenos Aires, del equipo de este barrio: Vélez Sársfield.

-¿Y a qué edad se vino a Buenos Aires?
-Vine un par de veces, allá por 1905. El pasaje costaba 80 centésimos y uno se embarcaba no más, aunque fuera menor no existían los documentos. Y después de un par de intentos, deslumbrado por esta ciudad, le encontré la vuelta y me vine a radicar.

LA REVOLUCIÓN DEL PELUQUERO

-¿Cómo fue esa vuelta; qué hizo?
-Empecé a trabajar como linotipista, pues yo tenía experiencia aunque sólo contaba con 15 ó 16 años. Me conchabé en una imprenta que funcionaba en un sótano cerca del Mercado de Abasto, ahí por Corrientes y Agüero, más o menos.

-¿Ya escribía, en ese entonces?
-Sí, claro. Escribía dramas en un cuaderno y todo consistía en llegar hasta la última página. Entonces estaba lista mi obra maestra, ¡ja, cosas de botija...! Y versos también, claro, porque me apasionaban los clásicos.

-¿Y cómo comenzó a vincularse literariamente? ¿De qué modo empezó usted su carrera de escritor?
-Bueno, mi padre murió muy joven y mi madre era analfabeta, de manera que yo me fui haciendo solo. En la imprenta había un muchacho, Fernando Gualtieri, con el que nos reuníamos e intercambiábamos poesías. Entonces decidimos sacar una revista. Se llamó La Palestra y la hacíamos ahí, en la imprenta. Estaban otros muchachos: Pedro del Rivero, Dante Motta y otro de apellido Bo, pero ninguno trascendió. Sacamos seis números de tres mil ejemplares cada uno. Éramos anarquistas, de modo que era una revista político-literaria.

-¿Qué leía usted, en esa época?
-Toda la literatura rusa. Gorki, Tolstoi, Dostoievsky, Chejov. Era nuestra formación. Y de los argentinos, casi nada, pero no por desdén, sino por ignorancia. A mí me gustaba mucho Florencio Sánchez, y poco después Horacio Quiroga. Pero creo que más que nada nos interesaba la militancia. Después de esa revista sacamos algunas más, todas del mismo estilo, hasta que yo llegué a ser director de La Protesta, que era el órgano oficial del anarquismo.

-¿Y cómo y por qué adhirió a esa ideología?
-Cuando yo era chico, en mi barrio eran todos católicos, gente muy pacífica y sometida, hasta que llegó un peluquero anarquista que nos revolucionó a todos. Primero se adhirieron mis hermanos y después yo. Las lecturas y las charlas giraban todas en torno a eso. El teatro que veíamos y las conferencias que escuchábamos venían del Centro Internacional, que era una especie de catedral del anarquismo. Así fue como a los 15 años ya llevaba banderas rojas los 19 de mayo.


Cena con motivo del primer aniversario de la inauguración de los talleres gráficos de la Editorial Claridad, en la calle San José de la ciudad de Buenos Aires (1925). En la fila de los sentados, el primero de la izquierda es el editor Antonio Zamora; el tercero de la izquierda, Roberto Arlt; y el último, Elías Castelnuovo.

LA BATALLA ENTRE BOEDO Y FLORIDA

La charla no impidió una recorrida por la casa. Con inocultado orgullo, Castelnuovo mostró viejos ejemplares de periódicos de los años '20, prolijamente conservados en su escritorio del primer piso, en medio de sólidas bibliotecas y muebles finamente tallados a mano. Se jactó de mantener el escritorio en la planta alta, pues "así me obligo a subir y bajar por la escalera, otra manera de hacer ejercicios", y, en determinado momento, se instaló frente a la máquina de escribir y mirando por la ventana, continuó recordando:

-Después vino lo de Boedo, allá por el 23. Sucede que en una casona de esa calle funcionaban una imprenta y tres editoriales: Claridad, Victoria y Las Grandes Obras. Era como un conventillo administrado por los imprenteros Lorenzo Rañó y Antonio Zamora. Y ahí nos reuníamos.

-¿Literaria o políticamente?
-Las dos cosas, pero nos interesaba más la política. Después de la revolución rusa del 17 los anarquistas nos dividimos entre los que apoyábamos esa revolución y los que la negaban. Y por eso me fui de La Protesta, cuando llegó Abad de Santillán, con quien me peleé mucho. Nunca nos llevamos bien.

-¿Y cómo se vinculó con la gente del que fue el Grupo Boedo?
-Por un concurso literario que organizó el diario La Montaña. La página literaria la dirigía el poeta Juan Pedro Calou, un tipo lamentablemente olvidado, que murió muy joven, como se estilaba entonces, de tuberculosis. Los premios en poesía fueron para Mario Fíngueri y Alvaro Yunque. En prosa yo gané el primer premio, el chileno Manuel Rojas el segundo, Leónidas Barletta el tercero y Roberto Mariani el cuarto. Ahí nos conocimos, en la entrega de premios, y Zamora nos alentó para que nos uniéramos.

-¿Se reunían en esa misma imprenta?
-Sí. ahí en Boedo al 800 Y sacamos la revista Dínamo, que fue nuestro órgano.

--¿Y cómo nació la rivalidad con el grupo Florida?
-Bueno, eso fue posterior, en el 24. Ellos se reunían en Florida y Tucumán, en la redacción de la revista Martín Fierro, que dirigía Evar Méndez. Los bautizamos nosotros como grupo Florida, en contraposición con el nuestro de Boedo. Ellos eran los cajetillas, los pitucos. Nosotros, los proletarios.


Revista Claridad 232, 13 de Junio de 1931, dedicado a Elías Castelnuovo. Clic para descargar.

-Y fue una verdadera batalla la que se entabló.
-¡Y qué le parece! Ellos tomaban todo en solfa, pero la cosa era seria, porque en el fondo era ideológica.

-¿Usted conocía a todos los de Florida?
-En esa época no, sólo a Méndez ya Ernesto Palacios. Estábamos en otra cosa. Ocurre que ellos eran niños bien, mientras que nosotros debíamos trabajar, ganarnos el pan, y además éramos militantes revolucionarios.

LOS FABULADORES DE LA CALLE FLORIDA

-Sin embargo, no pocos escritores -Raúl González Tuñón, entre ellos- han desdeñado esa rivalidad...
-Bueno, para disimular. Tuñón estaba con nosotros y después se pasó, como su hermano Enrique. Muchos se pasaron.

-Pero González Tuñón no era un cajetilla. Creo que Oliverio Girando tampoco.
-No, no, está equivocado, Girondo era multimillonario. Y todos eran iguales. La cuestión fue entre ricos y pobres, no le quepa duda. Lo que pasa es que nosotros veníamos de la clase trabajadora y muchos de ellos adoptaban la misma pose, hasta que mostraron la hilacha.

-Por esa época, Borges era un hombre de izquierda, ¿no?
-Se decía anarquista. ¡Mire lo que son las cosas! Yo no me olvido de un par de versos que Borges publicó en la revista Quasimodo, que dirigía el anarquista Julio Rebarcos. Y hasta escribió una oda a las campanas del Kremlin. Pero yo que estuve en todas, como anarquista, jamás los vi a ellos en ninguna movilización.

-Bueno, pero González Tuñón...
-No, no, son fábulas. Tuñón mentía para justificar su tránsito, su transgresión a la oligarquía, aunque después, al final, se hizo comunista. Yo le garantizo que cuando hubo que recibir palos, persecución y hacer sacrificios como militante, ninguno de ellos estuvo. Ahora, cuando llegó la época de las vacas gordas y el comunismo se ablandó, entonces entraron Tuñón, Barletta y otros, pero como funcionarios del partido. Y su militancia se redujo a los versos que escribieron.

-Es duro lo que está diciendo, Castelnuovo.
-Pero es cierto. Vea, cuando yo viajé a Europa, a Rusia, como corresponsal de La Nación, escribí para Bandera Roja (el órgano del PC argentino) una serie de notas, gratis, que le dieron un impulso bárbaro. Y cuando fui perseguido, por culpa de esos artículos, me dejaron solo y no me pagaron ni siquiera el tranvía para ir al centro. Y después todos ellos, cuando fueron con viajes pagos y comodidades, no escribieron nada.

-¿Y por qué cree que ahora se trata de minimizar aquella rivalidad entre Boedo y Florida?
-Porque los vientos que corren los obligan a hacerlo. Los de Florida, los martinfierristas, no tenían banderas. Estaban sólo en las corrientes formales, modernas, surrealistas. Macedonío Fernández, Girondo, Borges, Nicolás Olivari, que al principio estuvo con nosotros... Era una cuestión ética: los que estaban detrás de los billetes se fueron pasando a ese grupo. Olivari me lo dijo clarito: Mira, Elias, si me quedo con ustedes voy a ser pobre toda la vida. Y después anduvo diciendo que lo echamos de Boedo... Y claro, nosotros éramos linotipistas. César Tiempo repartía soda, Barletta trabajaba en el puerto, Mariani era un empleaducho, Roberto Arlt sudaba en un taller de recauchutaje...

-¿Usted fue amigo de Arlt?
-Por supuesto, yo lo llevé a publicar en Claridad, donde sacó Los siete locos. Hicimos juntos la revista Actualidad y fundamos la Sociedad de Escritores Proletarios, cuya declaración de principios redactamos en 1932.

LA MILITANCIA, LA OBRA, LOS VIAJES

Al filo del mediodía, una caminata por el barrio permitió que Castelnuovo recordara la pobreza y los "innumerables allanamientos durante la Década Infame, aunque siempre tuve suerte de que no me encontraran". Una historia política agitada, febrilmente activa, que no desdeñó su apoyo al yrigoyenismo ni al peronismo. "Es que a mí siempre me interesó -argumentó, sonríendo- estar donde estaban las masas, pues es preferible estar equivocado con las masas, que tener la verdad a solas o en círculos privilegiados".

Tanta militancia, curiosamente, no impidió que EC concretara una frondosa obra literaria: A Tinieblas (1923), Malditos (1924), Entre los muertos (1925), Anima bendita (1926) y En nombre de Cristo (1927). Siguieron, años más tarde, Teatro proletario (2 tomos, 1931/33), El arte y las masas (1935) y Psicoanálisis sexual y social (1938). Después, y "por una tendencia salvajista del anarquismo" dejó de escribir durante muchos años y -aseguró- "me fui a vivir a una isla del Tigre con un médico amigo, Delio Zeno, quien me convirtió en dentista". Según su relato, usaba una pinza de carpintería y llegó a ser famoso en las islas. "Lo bueno era que nos pagaban en especies; el dinero, cosa vil, no existía para nosotros. Éramos místicos".

Ese recuerdo lo incita a continuar con sus memorias:

"Después, en plena década del 30, sufrí mucho. Cuando lo derrocaron a Yrigoyen me fui a Europa, por seis meses. Se me había acabado el dinero que gané con el Premio Municipal de Literatura y estaba en plena etapa de efervescencia militante. Me persiguieron, estuve preso, mi vida fue un desastre, pero creo que nunca viví con tanta plenitud. Seguí colaborando en revistas como Caras y Caretas y otras; empecé a recibir algunos pesos en concepto de derechos de autor. Me las rebuscaba...

-¿Nunca intentó reconstituir el Grupo Boedo?
-No, ya había cumplido su ciclo. En 1930 ya nos habíamos ido separando y yo estaba en otra cosa.

BORGES NO SABE LO QUE DICE

-¿Cuál fue, retrospectivamente, el elemento diferenciador de ambos grupos literarios?
-Entre otras cosas, que el protagonista de nuestra obra era !a clase trabajadora. Dimos vuelta el patrón de la literatura. No más el hombre de clase media o alta. Ese fue nuestro aporte. Y lo bueno es que lo hacíamos naturalmente, pues veníamos de abajo, éramos trabajadores. Y nosotros sosteníamos que si bien era cierto que en los arrabales, en las orillas, en los barrios obreros había escruchantes, malevos, contrabandistas y demás, por cada diez de ellos había miles de tipos que se levantaban a las cinco de la mañana para ir a trabajar.

Elías Castelnuovo, colaborador de “Mundo Peronista”

Elías Castelnuovo (1893-1982), escritor y periodista, fue uno de los mentores del grupo literario de Boedo en la década del ’20 del siglo pasado. Ideológicamente se inició en el anarquismo para luego militar en el comunismo y finalmente simpatizar con el peronismo. Fue autor de Tinieblas (1923), Malditos (1925), Ánimas benditas (1926), Vidas proletarias (1934), Calvario (1949), Jesucristo y el reino de los pobres (1976). En su larga y fecunda trayectoria también colaboró con numerosas publicaciones de izquierda y peronistas. Entre estás últimas se cuentan La Prensa (1952-1953) y Argentina de Hoy (1951-1955.

En Mundo Peronista Castelnuovo escribió con los seudónimos de Elicás y Silo Gismo (Cfr. Tarcus, Horacio (Director), Diccionario biográfico de la izquierda argentina, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 127-129; Chávez, F., op. cit., pp. 30-31). [citado en Panella, Claudio - Mundo Peronista (1951-1955), una tribuna de doctrina].

La explicación de firmar con seudónimo en Mundo Peronista se debía a que los autores renunciaban a los derechos de autor, ya que los artículos pertenecían a "la nación peronista".

Puede descargar el artículo "Supongamos que Ud. es oligarca", firmado por Silo Gismo y publicado en Mundo Peronista Nº 3, del 15 de agosto de 1951.

La colección completa de Mundo Peronista (92 números) puede descargarse del sitio amigo Ruinas Digitales.

-¿Y cómo explica, Castelnuovo, que Borges haya escrito tanto sobre malevos y orilleros, siendo que pertenecía a Florida?
-Pero él de los orilleros no sabe nada. En Hombre de la esquina rosada, trata de acercarse al lenguaje lunfardo y la pifia. Dice que los malevos salieron del Barrio Norte, de Palermo, y eso es un disparate.

-¿Y por qué escribe Borges sobre malevos, entonces, de puro imaginativo que es?...
-Y qué sé yo. Desde chico veía poco, y se crió encerrado. O sea que imagina, no más. Uno no sabe lo que escribe.

-No, no, al margen de ciertas cuestiones ideológicas, supongo que no le negará méritos literarios.
-¿Por qué no? A mí no me gusta lo que escribe. No puedo tener nada en común con un hombre cuyo ideal es una dictadura del siglo XIll. El pertenece a la reacción; es un instrumento de la oligarquía, que necesita firmas famosas para frenar los cambios del mundo.

UN OTOÑO QUE PARECE PRIMAVERA

Luego de apurar un último trago de vino, Castelnuovo volvió a hablar, paseándose por su escritorio, mientras deslizaba su mirada como al pasar, por los retratos de Tolstoi, Dostoievsky y Edgar Allan Poe, sus reconocidos maestros. Contó entonces que hace cinco años que no fuma y que su actual pasión "es leer biografía y releer a los clásicos". Desdeñó, por otra parte, a los escritores argentinos en general, con excepción de Quiroga, Benito Lynch y David Viñas. No obvió elogios para sus compatriotas Mario Benedetti y Juan Carlos Onetti, ni evitó mostrarse escéptico sobre los resultados de las elecciones que se desarrollarán en la Sociedad Argentina de Escritores entre el 26 y el 28 del corriente mes, y en las cuales él mismo encabeza una lista como candidato a presidente de !a institución.

Aficionado a la cocina -"todos los almuerzos corren por mi cuenta, puesto que si aprendí tantas cosas, no podía dejar de incursionar en la gastronomía"-, se ufanó de gozar de una excelente salud: "Vea -señaló, poniendo un dedo sobre el pecho del redactor-, el otro día fui a la panadería. Una señora se quejaba del dolor de sus riñones; otra se mostró quejosa porque su hija se estaba por divorciar; una tercera tenía jaquecas que no la dejaban dormir. Cuando me tocó el turno, el panadero me preguntó: ¿Y a usted qué le pasa, don Elias? Y yo le dije: Mi amigo, yo soy un desgraciado que no tengo nada para contarle porque estoy fenómeno. Mis 82 años son como una primavera. Y es así: el primer elemento para estar sano y bien es querer estarlo".

-¿Y cómo se define, ahora, políticamente?
-Bueno, ya cuando se formó la Unión Democrática, en el 45, yo estaba vacilante. No tardé en plantear mis disidencias y en simpatizar con el peronismo. Porque ahí estaban las masas. Y desde entonces he apoyado al movimiento, aunque ya no milito. Hubo una época en la que volví a la isla del Tigre, años atrás, y nuevamente fui dentista. Políticamente, quizá por los años, dejé de activar, aunque me preocupa mucho lo que pasa, por supuesto.

-¿Fue importante, para que usted se fuera de la Unión Democrática, que allí estuviera Borges?
-Bueno, usted comprenderá que mucha gracia no me hacía coincidir con él, ¿no?

-¿Se considera un hombre consecuente con sus ideas?
-Por supuesto. Yo no creo eso de que uno es revolucionario a los veinte años, progresista a los cincuenta y reaccionario a los ochenta. Yo fui revolucionario en todas las edades, y ahora pienso lo mismo que antes, sólo que soy más consciente. Es una cuestión de conducta, de convicción. Nací pobre, viví pobre y voy a morir pobre. Fiel a mi clase.

-No podría terminar este reportaje, Castelnuovo, sin decirle que he leído por ahí, más de una vez, declaraciones de viejos integrantes del grupo de Florida -González Tuñón, por ejemplo- en las que se aseguraba que usted se había reblandecido. Se ha dicho que usted estaba gagá. La impresión que recojo es otra. Pero a usted, ¿qué le sugieren esos comentarios?

-Sí, los escuché y los leí yo también. Pero a Tuñón se lo dije una vez: Oiga, gagá tu abuela.
 


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Cuestionario a Elías Castelnuovo

Fuente: Capítulo Nº 142, Encuesta a la literatura argentina contemporánea, Buenos Aires, CEAL, 1982.

1. ¿Cómo comenzó a escribir?

Empecé a escribir entre los 14 y 15 años. Publiqué mi primer libro recién a los 30. Entretanto realicé una larga conscripción literaria publicando artículos y relatos en diarios y revistas. Simultáneamente ocupé plazas distintas en la redacción de diferentes publicaciones. Director de La Protesta, redactor de Tribuna Proletaria, igualmente de Bandera Roja y de El Trabajo. Por último redactor en jefe del Boletín Oficial de la Unión Sindical Argentina, central obrera de la cual salió posteriormente la Confederación General del Trabajo, más conocida por la C.G.T. Además fui el comentarista anónimo permanente de la revista Claridad y tuve a mi cargo la dirección de tres revistas más: Prometeo, Izquierda y Extrema Izquierda.

¿Cómo se publicó su primer libro?

Mi primer libro, Tinieblas, fue publicado en circunstancias muy especiales durante el año 1923. Trabajaba yo entonces en una imprenta de linotipista en la cual se imprimían tesis para médicos. Allí editaban a veces sus obras dos incipientes editoriales con cuyos dueños forzosamente trabé amistad. Ambos, que conocían el texto. se empeñaron en darlo a publicidad, siendo el primero de ellos. Lino Tognolini, quien largó la primera edición. Inmediatamente después, dado el éxito obtenido, el segundo, Antonio Zamora, director más tarde de la Editorial Claridad, llegó a largar sucesivamente cinco ediciones más.

¿Cómo recuerda usted hoy ese período?

Recordar ese período ahora es como recordar a la generación que aparece ese mismo año de 1923. Al grupo de Boedo que comienza su campaña durante esa fecha. Al revés de aquellos que no ven más que errores y fracasos en el pasado de su iniciación, pienso que fue realmente importante y decisivo para nuestra literatura la formación de ese grupo que tuve el honor de liderar, como asimismo la publicación de Tinieblas que le arrió de bandera al empezar el combate con el grupo de Florida. Todo ello comportó, sin duda, un acontecimiento y llenó una etapa en la cultura nacional, que hoy es reconocido hasta por los profesores del ramo que suelen ser los últimos en enterarse de lo que ocurre en el ámbito de las letras.

2. ¿Cuál fue el clima intelectual de su casa y de su infancia?

Mi madre no sabía leer ni escribir. Mi padre murió cuando yo era muy chico y solo sé que tenía una taberna. Mis hermanos, nueve en total, no terminaron la escuela primaria. Lo mismo me sucedió a mí que solamente alcancé a cursar el cuarto grado. Ese fue el horno donde se cocinó el pan de mi intelecto. El clima científico.

¿Se apoyó o se desalentó su inclinación literaria?

Ni una cosa ni la otra. Pasó desapercibida. O sea: nadie se dio cuenta. Únicamente cuando apareció mi nombre en letras de imprenta mi familia hizo el descubrimiento.

Escuela, educación formal o informal en la adolescencia.

Aunque intenté estudiar formalmente muchas cosas, todo lo que alcancé a saber lo supe de manera informal y experimentalmente. Por eso sostengo que la mejor escuela es la escuela de la vida.

Los grupos y las amistades literarias.

Además del grupo de Boedo, tomé parte en dos entidades más. El de Teatro proletario y el de Teatro experimental de arte (T.E.A.), que fue el primer teatro independiente que se creó en 1928 y que debutó con una obra mía en tres actos. Respecto a los amigos, tuve tantos que me costaría mucho trabajo ponérmelos a contar.

Autores decisivos en su formación literaria.

Fedor Dostoievsky, León Tolstoi, Máximo Gorki, Edgar Allan Poe, Florencio Sánchez, Rafael Barrett y alrededor de cien más.

¿Recuerda algo que pudiera denominarse "episodio de iniciación literaria"?

Sí. En mi barrio, uno de los más pobres de Montevideo, los domingos por la noche, particularmente en invierno, solían reunirse algunas familias en torno a una mesa, donde alguien al fulgor de una lámpara leía la Historia de Rocambole. Un verdulero del lugar, que ignoraba hasta la misma existencia del alfabeto, pero que poseía una memoria prodigiosa, luego de asistir como oyente a la lectura de ese mamotreto compuesto de 32 tomos, retuvo lo más esencial de la novela y durante infinidad de noches llevó a cabo el relato en mi domicilio con la asistencia de toda mi familia. Yo tendría 8 o 9 años y fui impresionado tan hondamente a causa de la seriedad con que el verdulero refería las incidencias del romance de Ponson du Terrail y la atención también seria que le prestaba el auditorio que llegué a la conclusión que se podían contar cosas imaginarias y la gente creer en ellas siempre que se pusiera en eso la máxima convicción y formalidad. Puedo decir, entonces, hoy, que ese verdulero analfabeto fue mi primer maestro y quien me inició en el ejercicio de las letras.

3. ¿Cómo trabaja? ¿Hace planes, esquemas?

Generalmente de tarde. A razón de seis horas diarias. Los planes y los esquemas los hago mentalmente. Cuando me pongo a escribir ya tengo todo resuelto. Incluso el principio y el final de la obra. Yo vengo a ser algo así como el peón de brega de cuanto concibo.

¿Lee a otros autores en los períodos en que está trabajando en una obra propia?

Jamás se me ocurre eso. Pienso que cuando se hace una cosa no debe hacerse otra.

¿Cuándo y cómo corrige?

Empleo ordinariamente más tiempo en corregir que en escribir una obra. Nunca estoy conforme con su estructura. Corrijo hasta diez veces de cabo a rabo mis escritos. Los someto a una rigurosa depuración conceptual y estética. Barro con todo ese palabrerío detonante e infuso que se me pegó de Vargas Vila y de Rubén Darío. No hay que olvidar que yo provengo de la época del floripondio literario en que los poetas querían ser "hipsipilas" y le cantaban a las pálidas princesas y a los nenúfares amarillentos.

¿Lee alguien sus textos antes de que ingresen en el proceso de publicación?

Siempre leí mis trabajos antes de darlos a publicidad. Individual o colectivamente. Y escuché siempre las críticas.

4. Se dice que todo escritor tiene sus temas, constantes que definen su obra, ¿cómo definiría usted los suyos?

Son casi siempre de carácter social Siempre encaran la injusticia, La infamia, el drama de la explotación del hombre por el hombre. siempre se plantea la defensa de los humildes contra la prepotencia de los poderosos.


Portogalo, Di Taranto y Castelnuovo

5. ¿Cuál sería a su juicio el lector ideal de su obra?

Las masas.

6. ¿Lee con interés lo que la crítica dice sobre su producción?
Naturalmente, sí. Escucho a todo el mundo. El que no atiende la opinión ajena, termina por desconectarse de la comunidad y puede llegar a la esquizofrenia. Eso no significa que se pierda la seguridad de sí mismo. Lo malo del asunto es que estoy tan acostumbrado a dar consejos que cuando alguien me quiere aconsejar tengo la impresión de que se me está faltando el respeto.

¿Qué relación se establece entre consagración crítica, éxito de público y calidad de la obra?

Por lo regular, estas tres instancias se dan de patadas. Nunca coinciden en darse juntas las tres. A menudo la calidad conspira contra el éxito y el éxito conspira contra 1a crítica. Aparte de que se miente tanto en este sentido que no se sabe nunca cuándo la crítica dice la verdad o cuándo el éxito es real o ficticio o cuándo la calidad es calidad o es una frase hueca del que la señala.

7. ¿En relación con qué autores nativos o extranjeros piensa usted su propia obra?

Con ninguno. Pienso, si es que pienso algo aquí, que la obra la estoy escribiendo yo y no otra persona. Y que si no la escribo yo, ningún otro, nativo o extranjero, vendrá a escribirla.

8. ¿Cuáles son las cualidades más importantes en un escritor?

Opino que un escritor, antes que escritor es un hombre. Y que sus cualidades no pueden ser otras que aquellas que distinguen al ser humano. Opino que por arriba o por debajo de lo que escribe surgen sus sentimientos de humanidad. Y que queriendo o sin querer delata la intimidad de su persona, Y que sus cualidades más importantes residen justamente en su forma de integrarse a la especie y ser un intérprete de sus conflictos y desventuras. La calidad del arte no reside en el arte sino en el artista. Sin persona no hay personalidad.

9. ¿Vive usted de la literatura?

Algo. Me ayudo con otras actividades intelectuales. No estoy jubilado, sin embargo. Por varias razones. En primer término, porque en esta sociedad de consumo en que nos toca vivir, no hay tipo más mal compensado que aquel que depende de una jubilación. Y en segundo lugar, porque me resisto a ingresar en las filas de la clase pasiva, pues es mi deseo más íntimo permanecer en actividad hasta el último día de mi vida. Que la muerte me agarre de pie y con una herramienta en la mano.

Fuente: www.golosinacanibal.blogspot.com



 

Huellas de un socialista libertario en nuestra cultura

Víctor Serge en la Argentina

Por Horacio Tarcus

En las primeras tres década del siglo que termina, buena parte de nuestra cultura de izquierdas se nutrió de las ediciones de la izquierda española. El movimiento es claro hasta fines de la guerra civil, cuando la dirección se invierte y, durante los años del franquismo, toma el relevo América Latina (no sin el concurso de los editores españoles, muchos de los cuales continúan su labor en México, Santiago de Chile o Buenos Aires). La recepción de la obra de Víctor Serge no es la excepción: provino inicialmente de España, donde prestigiosas editoriales de pensamiento izquierdista, como Zeus, Cenit o Ulises, publicaban sus novelas y ensayos, que luego tenían amplia difusión en las librerías de Buenos Aires.

Es que Serge, además, era una figura conocida en ciertos círculos izquierdistas hispanos, pues había vivido en Barcelona en 1917 y en el periódico anarquista Tierra y Libertad había estrenado, nada menos, que su seudónimo de “Víctor Serge”. Entonces participó, junto a Salvador Seguí, en las jornadas revolucionarias de la Barcelona de julio de ese año, cuyo épica revivió en su novela El nacimiento de nuestra fuerza.

En la década del ’20 se halla difundido en lengua española el novelista y el analista de la Rusia de los Soviets, pero en 1930 España -y por su intermedio América Latina- toma conocimiento, por una vía indirecta, del Serge oposicionista. Es que en ese año Editorial Cenit publica Rusia al desnudo, del entonces celebrado escritor rumano Panait Istrati (1884-1935). Era una personalidad romántica, escritor nato, vagabundo autodidacta, que Romain Rolland había estimulado para que se lanzase como escribitor. El “Gorki balcánico”, como se lo apodó en seguida, publicó su primera novela, Kira Kyralina, en 1923, que le dio fama mundial. Istrati, el marginal, es traducido de pronto a veinte idiomas, y accede súbitamente al reconocimiento internacional.

El asunto es que Istrati, un rebelde temperamental, que podría haber sido un visitante ilustre en la URSS, llegó al país de los soviets en compañía de su amigo, el oposicionista búlgaro Christian Rakovsky. Una vez en Moscú, en 1928, traba nueva amistad con otro oposicionista, Víctor Serge, y utiliza todo su prestigio para sacarlo de prisión, donde había ido a parar entonces a raíz del “asunto Rusákov”. De regreso después de un año y medio, escribe su testimonio, nada complaciente -Vers l'autre flamme, traducido por Cenit como Rusia al desnudo-, donde no sólo relata el clima de creciente persecución contra Trotsky, Serge y los oposicionitas, sino que incluye un lúcido análisis de la realidad soviética redactado por el propio Serge. Istrati lo da a entender en la advertencia, pero no puede revelar el nombre de su amigo para no comprometerlo definitivamente: “Los tres libros que publico bajo este título... han sido escritos en colaboración... Si los publico únicamente con mi nombre es, en primer lugar, sólo temporalmente, y también porque los firmo con ambas manos, no para apropiarme de sus ideas, sino para asegurar su difusión” (p. 13). Lamentablemente, Istrati no llegó a reeditar el libro con el nombre de su amigo: éste salió en libertad de la URSS recién en 1936 e Istrati, solo, decepcionado, se había suicidado un año antes. Serge le dedicará una página emotiva en sus Memorias: “Murió pobre, abandonado y completamente desorientado en Rumania. Si sobrevivo en es parte gracias a él” (p. 318, ed. mexicana).

Mateando en Leningrado

El 13 de junio de 1931 el escritor Elías Castelnuovo zarpaba en el buque Monte Olivia rumbo a Hamburgo. En la dársena norte del puerto de Buenos Aires lo despedían la escritora anarquista Herminia Brumana, el intelectual comunista Aníbal Ponce, y su amigo, el escritor Roberto Arlt. Después de recorrer diversos países de Europa Occidental y Oriental, a fines de ese año, el mentor del grupo de Boedo llegó a Leningrado, donde entre otras figuras intelectuales le fue presentado Víctor Serge. Todo parecía indicar que las dos hombres iban a entenderse y no sólo por el castellano perfecto que hablaba Serge. Fundamentalmente, ambos pertenecían a la misma generación (Serge era de 1890, Castelnuovo de 1893), eran escritores “realistas”, tenían pasado anarquista y con la revolución rusa se habían acercado al comunismo. Sin embargo, a su regreso de la URSS, Castelnuovo publicó sus impresiones de viaje en dos volúmenes aparecidos sucesivamente -Yo ví... en Rusia, Buenos Aires, Actualidad, 1932 y Rusia Soviética (Apuntes de un viajero), Buenos Aires, Rañó, 1933-, pero en ellos no hay referencia a encuentros con Serge.



Exposición "Claridad" en el Museo Nacional de Bellas Artes

En las páginas de la revista Claridad, fundada por Antonio Zamora, se agruparon los vanguardistas convencidos de que el arte no debía ser ajeno a las necesidades del pueblo, que la literatura y las artes plásticas poseían la capacidad de hacer consciente la realidad y de mejorarla.
Los escritores que formaron parte del Grupo de Boedo -como Elías Castelnuovo, Leónidas Barletta, Alvaro Yunque- redactaron las páginas de la revista mientras que los Artistas del Pueblo --José Arato, Adolfo Bellocq, Guillermo Facio Hebequer y Agustín Riganelli- las ilustraron.

Originariamente anarquista, Castelnuovo formó parte de los escritores que se sintieron atraídos por la experiencia soviética y se había acercado por entonces al comunismo argentino. Sus libros de viaje, no carentes de interés histórico, no complacieron a los comunistas argentinos, a pesar de los esfuerzos del autor por presentar épicamente la construcción del socialismo en la URSS sin mayores conflictos internos ni costos sociales. Antiintelectualista y populista consecuente, de toda la vida, los “verdaderos enemigos” de la experiencia soviética son, para Castelnuovo, los intelectuales que quieren juzgarla según sus cánones ideales. Tal el caso de Panait Istrati, cuya obra literaria realista admira, pero cuya “crítica furibunda y despiadada al ideario bolchevique” le parece producto de un “cretinismo intelectual”. Pero, como decíamos, a lo largo de los dos volúmenes, no hay referencias al amigo de Istrati, Víctor Serge, y apenas dos o tres a Trotsky y la Oposición de Izquierdas, en general indirectas, negativas y puestas en boca de terceros.

Castelnuovo nunca se desengañó totalmente de la URSS -murió en 1982, desestimando a los críticos del régimen soviético e imputando sus problemas a los límites humanos (2)-, pero al admitir décadas después al menos “problemas” en la “construcción del socialismo”, se abría la posibilidad de rescatar del olvido sus encuentros con el disidente Víctor Serge entre fines de 1931 y principios de 1932. Así, accedió en 1954, a pedido de Jorge Eneas Spilimbergo, a redactar un testimonio de aquellos encuentros como prólogo a la edición argentina de Vida y muerte de Trotsky (Buenos Aires, Indoamérica, 1954). Escribe allí esta semblanza de Víctor Serge, un Serge que por momentos parece una proyección del propio Castelnuovo (esto es, según se veía a sí mismo el autor de Tinieblas, o cómo hubiese querido que trazaran su propio perfil):

“Lo conocí en Rusia a fines del año 1931. Residía entonces en la ciudad de Leningrado y se hallaba aún, aparentemente, en buenas relaciones con el partido (sic). Ocupaba un cargo importante en el VOKS y presidía, además, la Sociedad de Hispanistas, agrupación de intelectuales integrada por setenta rusos que hablaban todos perfectamente el castellano. Estaba casado con una francesa y durante las tertulias que tenían lugar en su domicilio, cambiaba de idioma a cada rato. Tan pronto hablaba en francés, tan pronto en ruso, tan pronto en español. Su agilidad mental, sin embargo, no se reducía al simple conjede instrumento verbal. Abarcaba toda la instrumentación de su intelecto.

“Era de estatura normal, recio, no obstante, y corpulento. A pesar de todas las calamidades y contratiempos que había pasadoa lolargo de su existencia -miseria, prisiones, destierro- conservaba una salud espléndida. Parecía un luchador romano. Se acostaba tarde y se levantaba temprano sin dar nunca señales de cansancio. A cualquier hora que se lo visitase, por tanto, se encontraba siempre despierto. Trabajaba con ahínco. Sistemáticamente. Había sido linotipista y observaba la disciplina que adquiere el obrero sujeto a la obligación sistemática del trabajo. También a cualquier hora que se lo frecuentase, se lo encontraba siempre trabajando. Pero como le interesaba más la vida que los letras, su producción literaria resultó, al cabo,un pálido reflejo de lo que fue su actividad personal.

“No pensabapara seguir pensando y hacer un oficio del pensar. Pensaba para poner en práctica su pensamiento. Como Miguel Bakunin, con quien, por su físico y porsu temporamento, guardaba una pronunciada semejanza, allí donde estallaba una revolución, tal cual ocurrió en Rusia en octubre de 1917, fusil al hombro, se hacía presente. No se perdió ningún movimiento de esa naturaleza. Con todo, no era un revolucionario profesional. Era, más bien, un revolucionario juramentado, de nacimiento, que no es lo mismo. Desde muy joven le había declarado la guerra al mundo capitalista, y en esa postura estaba de manera permanente. Se dijera que vivía para eso exclusivamente.



La República de Boedo, nota de Juan José de Soiza Reilly en la revista Caras y Caretas Nº 1671 del 11 de octubre de 1931. Clic para descargar.

“Sus ideas estéticas eran la prolongación de sus ideas políticas. Más que escribir, sin embargo, le gustaba actuar. Padecía la fiebre de la militancia.Se consideraba secundariamente literato, aunque lo era primordialmente. Estaba convencido de que su fervor artístico procedía de su fervor revolucionario y no concebía que se pudiese agarrar la pluma, en los tiempos que corrían, para agradar o entretener al público, eludiendo el enfoque del problema social. Aborrecía profundamente a los escribas que tomaban posiciones abstractas o metafísicas y oficiaban concretamente de consoladores de la burguesía.

“A veces venía tomar mate conmigo a Dom Uchoney (3), en cuyo piso superior me alojaba, un edificio antiguo situado junto al Neva y frente a la Fortaleza de San Pedro y San Pablo. Yo me había llevado allí un cilindro de yerba, conocida allí por paraguaysky chay, té del Paraguay, y a cada hispanista que me visitaba lo recibía como si hubiese estado en la República Argentina. Esto es: encendía el calentador y le cebaba mate. Confieso que experimenté más de un fracaso en este sentido. A pesar de la curiosidad de que mostraban todos por conocer ‘eso’ que únicamente conocían a través de las novelas de Eduardo Gutiérrez o de Benito Lynch, algunos no bien chupaban un poco de la bombilla y le sentían instantáneamente el gusto al yuyo paraguayo, se ponían colorados de golpe y escupían violentamente el líquido contra el piso como si hubieran ingerido veneno. Otros, más precavidos, succionaban con cautela, mas en cuanto tragaban un poco, estiraban el pescuezo y se quedaban duros. Para disimular su impresión, éstos, en vez de ponerse colorados, se ponían amarillos. Víctor Serge, por el contrario, se había aficionado al mate en España y se prendía al cimarrón exactamente igual que un criollo.

“En nada, por otro lado, se diferenciaba de nosotros. Pronunciaba, incluso, la lengua de la Real Academia Española, como se pronuncia en esta república, y debido a que conocía la jerga de las cárceles, solía matizar su discurso con expresiones como ‘tirar la manga’ o ‘meter la mula’. A despecho de su origen eslavo, tenía características típicamente latinas. Era de una fogosidad tropical, por ejemplo. Se arrebataba fácilmente y transformaba cualquier conservación amable y apacible en una discusión seria y acalorada. Ni sentado sobre una silla o una butaca. Ni siquiera parado. Caminaba de aquí para allá, mientras discurría, apurando el paso a medida que se agitaba. Su vitalidad desbordante, no resistía las cuatro paredes de ninguna habitación. Al final, me desafiaba a salir a la calle para continuar allí con el intercambio. Me costaba luego seguir su tranco, porque aunque caminábamos sin ningún propósito, él lo hacía apresuradamente como si tuviésemos que llegar a un sitio preciso y a una hora establecida.

“No hablaba de un modo y escribía de otro, como es corriente en muchos escritores. Hablaba y escribía del mismo modo. Con idéntica claridad y concisión, con igual sencillez y naturalidad. No rebuscaba las palabras ni afinaba el órgano. Las dejaba salir en bruto de su conciencia. El mismo interés que suscitaba su persona, dotada de un sistema nervioso y sanguíneo excepcional, lo suscitaba después su literatura (...)

“Sin persona no hay personalidad. En vano se quiere separar el artista del hombre. Los valores artísticos son, en última instancia, valores humanos. Todas las pasiones que sacuden al arte son las mismas que sacuden a todas las criaturas. Y el mérito más grande de Víctor Serge, a mi juicio, consistía justamente en eso. Era un hombre, un hombre bien estructurado, que sufría y se apasionaba por todas las cuestiones del hombre y de la sociedad y que solamente tomaba la pluma cuando no le era dado empuñar un fusil para cumplir con el compromiso que había contraído voluntariamente desde su mocedad. Y este hombre modesto, humilde, sencillo, dueño de un cerebro bien plantado como su físico, después de brillar en diversos países de Europa, llegando a ser un escritor de fama mundial, murió pobre y olvidado, en México, pese a su fortaleza orgánica, a los 58 años de edad” (4).

En sus Memorias, publicadas en 1974, Castelnuovo repite parte del relato de los encuentros con Serge, reconociendo implícitamente que ellos, así como sus obras, le sirvieron para comprender parte de la realidad soviética. “A través de las narraciones de Víctor Serge, paulatinamente me fui imputando de todas las calamidades pasadas por el pueblo ruso, antes y después de la revolución de octubre” (Buenos Aires, ECA, 1974, pp.165-6, subrayado mío). Y en ellas nos da, finalmente, la confirmación de por qué Serge fue omitido en sus libros de viaje a la URSS: una mañana, mientras cebaba mate, lo visita uno de los comandantes del Ejército Rojo, por otra parte también hispanista. Luego de vagar por distintos temas, el funcionario va directamente al “asunto para el cual venía a verme”:

 


Caricatura de Castelnuovo publicada en Caras y Caretas Nº 1676, del 15 de noviembre de 1930.

“-No se deje influenciar por Víctor Serge -me previno-. Está en la oposición. Le interesa más la interpretación teórica del comunismo que la práctica de su ejecución. Aborrece a la burocracia del partido. Todos sus integrantes son burócratas para él.
-¿Stalin, también?
-También. Un burócrata solemne.
-¿Eso es todo?
-Hay algo más. Como en su juventud fue anarquista, ahora, y quizás contra su misma voluntad, vuelta a vuelta se le sube de nuevo el anarquista a la cabeza.
Hizo una pausa y agregó:
-Le ruego que no le haga caso. Se va a desubicar.
-Pierda cuidado -le contesté-. Eso no puede suceder, porque no estoy ubicado” (pp. 171-2).

Entre la cultura anarquista y la trotskista

El vehículo natural de un marxista libertario como Serge fueron las publicaciones anarquistas y trotskistas, especialmente los de esa frágil franja que constituyen, por un lado, los anarquistas más abiertos al marxismo crítico y, por otro, los trotskistas de perfil menos leninista y más libertario. Así, la editorial anarquista Imán publica en 1938 De Lenin a Stalin. Visiones políticas y sociales, preparado por dos jóvenes intelectuales trotskistas: Juana Palma, que lo tradujo del francés, y Antonio Gallo, que escribió una nota biográfica. El editor anarquista justifica la edición en dos breves páginas que antepone al texto de Serge: “la publicación de esta obra... implica para Ediciones Imán una coincidencia con la actitud subjetiva y con la posición doctrinaria del autor. Independientemente de su actitud y de sus principios doctrinarios, revista la obra De Lenin a Stalin un valor extraordinario en cuanto crítica objetiva y documental del apasionante problema que constituye la Rusia soviética ante el mundo antual”. Es para el editor, en suma, una “contribución al restablecimiento de la verdad, desvirtuada tanto por los sustentadores del régimen cuanto por su más encarnizados y seculares enemigos” (pp. 8-9).

El epílogo de Antonio Gallo, uno de los animadores más activos del trotskismo argentino de la década del ’30 (5), lo presenta como “la vida-arquetipo de los hombres que luchan por la liberación de la humanidad. Al esbozar su figura se dibuja a sí misma la de millares de militantes que han pasado y pasan por todas las vicisitudes concebidas para mantenerse fieles a los ideales de los trabajadores, para luchar y soñar, para odiar y amar. Vida de estudio, de trabajo, de abnegación, de alegría y amargura” (p. 175). Después de trazar un esbozo biográfico, Gallo cierra su nota con este párrafo: “Desde su expulsión de Rusia, ha dedicado todos sus esfuerzos a decir al mundo la verdad sobre el Estado soviético, degenerado y traicionado por la burocracia; a gritar el dolor y el heroísmo de millares de socialistas, anarquistas y ‘trotskistas’ sometidos a una represión más sangrienta, más bárbara, más humillante que la empleada por el propio hitlerismo. A decir al mundo trabajador que no se olvide a los hombres ‘que allá abajo’ mantienen viva la llama de la libertad del pensamiento revolucionario, la dignidad del movimiento obrero y el heroísmo grandioso de no capitular a pesar de todo, que no olvide a los hombres que cuidan en Rusia no desaparezca el rescoldo de la revolución internacional. ‘Cuánto más oscura es la noche, más brillan las estrellas’. En la densa oscuridad de este tiempo de traición y de cinismo, más clara es la luminosidad de las estrellas como Víctor Serge” (pp. 177-178).

También el grupo “comunista anárquico” que lidera Horacio Badaraco (1902-1946) da cuenta de la liberación de Serge de la URSS en su periódico Spartacus (1934-1938). Reproduciendo un fragmento de Destino de una revolución, el editor de Spartacus lo presentaba como “un tenaz combatiente de la libertad, conocido internacionalmente en los medios revolucionarios, el ex - cenetista y colaborador en otrora de Tierra y Libertad; el perseguido de todos los gobiernos en Europa y guerrillero en la revolución rusa, ha regresado hace un año de los campos de concentración en la URSS. De allí tra una visión amarga del destino de una revolución. Con este es título ha dado un libro, aun inédito en español, construido con los documentos recogidos en todos los años de secuestro y con todo el coraje angustiado con que un revolucionario de verdad puede ver a un pueblo que aplastó a sus amos y que ahora es aplastado a su vez por los ‘aprovechadores de la revolución’” (6).

Y ya mencionamos antes que Indomérica -la editorial de la “izquierda nacional” vinculada a los nombres de Aurelio Narvaja, Enrique Rivera, Jorge Abelardo Ramos y Jorge Eneas Spilimbergo- había publicado en 1954 Vida y muerte de Trotsky, con traducción de éste último. Pero la irradiación de la figura y la obra de Serge trasciende los cenáculos anarquistas y trotskistas, e incluso va más allá de la izquierda. Ese mismo año la editorial socialista Bases publica 16 fusilados en Moscú, con traducción del francés de Abel M. Verdier y un documentado prólogo sin firma. También reproduce una colaboración de Serge sobre el mismo tema la revista teórica del partido radical, Hechos e Ideas (1935-1941), que dirige Enrique García, aclarando que ello no importaba “adhesión alguna o simpatía por las ideas políticas que profesa”, pero destacando el valor “del publicista belga Víctor Serge, de actuación descollante durante los primeros años de la revolución rusa...” (7).

Finalmente, el Serge poeta es incluido en Lettres françaises, la revista de cultura franco-argentina que desde su exilio en Buenos Aires dirige Roger Caillois y que patrocina Victoria Ocampo (8).

En las lenguas de Babel

Otro vehículo de la difusión de Serge, tanto en la Argentina como en Chile, fue la revista Babel, editada primero en Buenos Aires y luego en Santiago. Su director, Samuel Glusberg (1898-1987), que publicaba cuentos y ensayos desde los años ‘20 con el seudónimo de Enrique Espinoza, dio a conocer numerosos artículos y poemas de Serge en Babel y hasta mantuvieron, entre Santiago de Chile y México, un intercambio epistolar (9). Sólo se convervan dos cartas de Serge a Glusberg, escritas en francés, pero que dan idea de un intercambio más regular. La primera, fechada: “Mexico, 5 décembre 45”, está encabezada “Mon cher Enrique Espinoza” y comienza diciendo “Yo pienso, en efecto, al recibir vuestra amable carta del 23 nov., que la precedente ha debido perderse”. Además, Serge había respondido tiempo atrás a la encuesta “Sobre la cuestión judía” que había organizado Babel (su respuesta, fechada en México el 12 de octubre de 1944, se publicó en Babel n° 26, marzo-abril 1945).

La carta de diciembre del ’45 sigue con apreciaciones sobre artículos de la revista (que Serge dice recibir regularmente y leer “con interés”), respuestas a informaciones sobre escritores solicitadas por Glusberg, una excusa por no poder escribir el ensayo sobre la Comuna de Perís que le solicita su amigo desde Santiago (“trabajo en dos obras que me absorben enteramente”) y el envío, en compensación, de “tres poemas inéditos”. Glusberg publica dos de ellos: “Letanía de la mañana” (Babel n° 33, Santiago de Chile, mayo-jun. 1946) e “Idilio” (Babel n° 43, Santiago de Chile, en.-febr. 1948), que son dos fragmentos de un libro de poemas en preparación, México, que probablemente haya quedado inconcluso e inédito. La traducción del francés fue hecha por Oscar Vera para la revista de Glusberg.

Piraña - "Guitarrita y el fin de Guitarrita"

Del disco "Larvas (canciones para Castelnuovo)". Siete canciones, inspiradas en siete cuentos, que son a la vez siete historias de siete pibes del reformatorio. Letra: Romina Grosso - Música: Daniel Frascoli. Invitado: Juan "Tata" Cedrón.

El trabajo musical Larvas (canciones para Castelnuovo) nace y se afirma alrededor del escritor Elías Castelnuovo y su libro Larvas editado en 1931 sobre una experiencia vivida como maestro en el Reformatorio de Niños Abandonados y Delincuentes de Olivera, Provincia de Buenos Aires, entre los años 1921 y 1922.

Escuchar el disco completo

www.cancionesrantes.blogspot.com.ar
 

Particular interés revista otro ensayo de Serge publicado en la revista argentino-chilena: “El Viejo. In memoriam L. D. Trotsky” (Babel 40, jul.-ag. 1947), donde retrata al Trotsky del exilio en México en los términos de “un drama de soledad. Se paseaba apresurado, solo, en su gabinete de Coyoacán, hablándose a sí mismo (Igual que Chernichevsky, el primer gran pensador de la inteligencia revolucionaria rusa que, trasladado del Yakout donde había pasado veinte años prisionero, ‘se hablaba a sí mismo mirando las estrellas’, según informaban sus guardianes). Un poeta peruano le llevó un poema titulado ‘Soledad de soledades’, y el Viejo se lo hizo traducir palabra por palabra; impresionado por el título, lo encontró muy hermoso...”.

Y más abajo: “Solo, así, seguía discutiendo con Kamenev fusilado: varias veces se lo oyó pronunciar ese nombre. Aunque estaba en la plenitud de su poder intelectual, sus últimos escritos no valen ni con mucho lo que sus obras de otra época. Con frecuencia se olvida que la inteligencia no es un don individual... La grandeza intelectual de Trotsky estaba en función de la de su generación. Necesitaba el contacto inmediato de hombres de su mismo temple espiritual, capaces de comprenderlo apenas enunciaba una idea, de oponerse a él en un mismo plano. Necesitaba a Bujarin, a Piatakov, a Preobrazhensky, a Racovsky, a Iván Smirnov, necesitaba a Lenin para ser plenamente el que era...”.

“Lo mataron en el momento preciso en que el mundo moderno entraba por los caminos insensatos de la guerra a una nueva fase de su revolución permanente. Lo mataron precisamente por eso, porque podía volver de nuevo a ser realmente demasiado grande si entraba en contacto con la tierra y lagente de Rusia, cuya intuición poseía en grado extraordinario. Se habían encarnizado primero en matar su leyenda, una leyenda épica fundada enteramente en la verdad.

“La lógica de su pasión y de los errores secundarios de ella derivados también contribuyó a matarlo: para conquistar y tratar de formar, una vez más, una conciencia de hombre oscuro, que no existía, que era sólo simulación y perfidia, dejó entrar a alguien en el cuarto de su soledad, y ese alguien, ejecutando una orden, lo hirió por la espalda mientras se inclinaba sobre un manuscrito insignificante. La picota hizo en su cerebro una herida de siete centímetros de profundidad” (pp. 182-185).

Cuando en Babel n° 43 (enero-febrero 1948) se publica uno de los fragmentos de su poemario “México”, es acompañado con la siguiente nota, sin dudas redactada por Glusberg: “A principios de diciembre del año pasado un escueto cable de México nos hizo saber la muerte de nuestro querido compañero Víctor Serge de un ataque al corazón, a la edad de cincuenta y seis años. Mientras preparamos al autor de Destino de una revolución el homenaje que se merece, insertamos con carácter póstumo ya, uno de los últimos poemas que nos mandara para Babel. Como a los demás compañeros que se nos fueron, difícilmente olvidaremos a Víctor Serge” (p. 27).

Es así que en el número especial dedicado a “La situación de la literatura en la URSS”, se abría con un artículo que de Serge, “La tragedia de los escritores soviéticos”, y que según nota de Glusberg, se publicaba “en el primer aniversario de su lamentada desaparición” (Babel n° 48, nov.-dic. 1948, p. 263 n.). El ensayo se lo había enviado Serge a pedido de Glusberg, acompañado por una pequeña esquela, redactada solo días antes de su muerte:

“México, 9 nov. 47.
Mi querido Enrique Espinoza
Disculpe la demora con que le hago llegar mi respuesta. Estoy frecuentemente dolido y sobrecargado de trabajo. Me parece imposible encontrar un elemento positivo en la literatura staliniana actual, en que la domesticación es espantosa. Le adjunto aquí un ensayo mío donde abordo ampliamente el problema y un extracto de mis dossiers.
Fraternalmente suyo
Victor Serge
PS. ¿Babel publicará un comentario a mi novela? Está por salir otra”.

Serge abogaba, otra vez, por una causa perdida: en uno de los momentos de mayor prestigio internacional en la historia de la Unión Soviética, tras la victoria sobre el nazismo, cuando muchos intelectuales de izquierda del mundo entero vuelven a dirigir su mirada esperanzada a Moscú y olvidan pudorosamente el carácter terrorista del régimen staliniano, Serge llama a la inteligencia internacional a ajustar cuentas con todas las opresiones, a ejercitar la crítica con todos los totalitarismos. “¿La ‘literatura comprometida’ que preconiza con razón J.P. Sartre, limita su responsabilidad a ciertos y determinados hechos históricos, renunciando a otros?, es bueno preguntarlo. La conciencia del escritor no puede eludir esta interrogante sin traicionarse. En ella reside hoy lo que se llama lisa y llanamente la conciencia, es decir la conciencia de todos los hombres para quienes la vieja magia de las palabras y de las obras vivas que crean las palbras, sigue siendo un medio de iluminar y ennoblecer la vida” (p. 271).

La desesperación y la confianza

Simultáneamente, Serge colaboraba con una publicación antifascista argentina, que dirigía un antiguo militante trotskista, Luis Koifmann (1900-1878). Koifmann, que como Serge era de origen ruso, era un periodista que publicó, a partir de 1940, el semanario Argentina Libre, el que, tras el golpe militar de junio de 1943 sufrió numerosas prohibiciones y persecuciones. El semanario reapareció en 1945 con el título ...Antinazi, lo que no impidió que su director fuese encarcelado y luego deportado a Montevideo. Serge envió su ensayo “Tiempo de destrucción” a la redacción de ...Antinazi, señalando expresamente que retomaba “contacto con los lectores de Argentina, a los cuales mi simpatía permanece fiel”. Escrito a fines de la segunda guerra mundial, Serge plantea en él una crítica de la civilización industrial de trágico aliento benjaminiano. El siglo XX, con todo su esplendor técnico, había mostrado su faz perversa y destructiva: juzgado desde la conciencia optimista del siglo anterior, aparecía como “criminalmente insensato”. Pero las grandes síntesis de ese siglo -liberalismo, socialismo-, tales como fueron heredadas por el nuevo, habían quedado superadas. La nueva racionalidad capitalista, el totalitarismo soviético, una guerra de nuevo tipo, que destruye fuerzas productivas al mismo tiempo libera otras, exigían una renovación del pensamiento. Entre tanto, apunta Serge, “mantengamos la confianza más fuerte que la desesperación” y aceptemos la “complejidad” de los problemas humanos, mucho mayor que la prevista en los albores del socialismo o que en febrero de 1917.

Notas

(1) La autoría de Serge es confirmada en una carta de Istrati a Adrien de Jong del 31 de julio de 1929, en Cahiers des amis de Panaït Istrati, n° 4, décembre 1976, p. 21.
(2) “Yo creo que los hoy critican a la Unión Soviética y a los países comunistas es porque tienen una idea utópica del socialismo, puramente doctrinaria. Creo que en la actualidad el hombre no da más que para eso. Por más que se tome el poder, no puede cambiarse al hombre”, en “Elías Castelnuovo. Un hombre llamado historia”, en Kosmos, n° 12, marzo-abril 1982.
(3) La “Casa de los Obreros de la Inteligencia”.
(4) Elías Castelnuovo, “Algo sobre Víctor Serge”, en Serge, V., Vida y muerte de Trotsky, Buenos Aires, Indoamérica, 1954, pp. 11-14.
(5) Sobre Gallo debo remitir a mi libro El marxismo olvidado en la Argentina, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1996.
(6) “El destino de una revolución”, en Spartacus. Un programa comunista-anárquico para todo el proletariado, n°10, Buenos Aires, septiembre de 1937.
(7) Serge, Víctor, “La vida de los proscriptos en Rusia”, en el dossier de Lyons, E./Serge, V./Pierre, A., “Los Procesos de Moscú”, en Hechos e Ideas. Revista radical, a. II, n° 19, marzo de 1937. El texto de Serge es un fragmento de De Lenin a Stalin. V. sobre Hechos e Ideas: Cattaruzza, Alejandro, Historia y política en los ’30: comentarios en torno al caso radical, Buenos Aires, Biblos, 1991.
(8) “Marseille”; “Les Rats fuient...” y “Mer des Caraibes”, en Lettres françaises, n° 4, Buenos Aires , avril 1940, pp. 14-20.
(9) Tarcus, Horacio, “Samuel Glusberg, entre Mariátegui y Trotsky” en El Rodaballo, n° 4 y 5, otoño/invierno 1996 y verano 1996/97.

Edición digital de la Fundación Andreu Nin, diciembre 2003

Fuente: www.fundanin.org

Imagen: Víctor Serge



 

Una precisa descripción de Elías Castelnuovo

La salubridad en una imprenta de Buenos Aires en 1930

La Editorial (1930), publicado en la revista dominical de La Nación el 3 de agosto de 1930.

Ilustración: Diego Parpaglione, para la revista Sudestada, julio 2010.

Elías Castelnuovo nació en Montevideo en 1893 y falleció en Buenos Aires en 1980. Desde los doce año ejerció los más diversos y humildes oficios, para desempeñarse finalmente como tipógrafo y linotipista. Cuando la generación literaria de 1920 se escindió en los grupos de Boedo y Florída, Casteinuovo, que ya había definido su vocación de escritor, no tuvo margen para la duda. Fue principal impulsor de aquellos que se nuclearon en torno de la calle Boedo (Roberto Mariani, Leónidas Barletta, José Portogalo, Raúl González Tuñón) en oposición a los que se reunían en Florida (inspirados por Ricardo Güiraldes, en este grupo destacan nombres como Jorge Luis Borges y Oliverio Girondo) cultivadores de una literatura, si se quiere, más preciosista. Los de Boedo, en cambio, casi todos de origen obrero, llevaron a sus libros un fuerte compromiso social. Era una literatura proletaria hecha por proletarios. Manuel Gálvez, gran escritor de una generación anterior, llamó a Casteinuovo "el Gorki de América". Larvas, Maldítos, Entre los muertos, Psicoanálisis sexual y psicoanálisis social,  Calvarío, son algunas de sus narraciones, cuentos y ensayos que configuran en conjunto una intensa y singular producción.

Curiosamente, la otra gran pasión de Castelnuovo, fue la medicina. Se vinculó a ella a través de su amigo, el cirujano rosarino Lelio Zeno, de quien el escritor fue ayudante quirúrgico, sin mengua de haber atendido un consultorio en el Delta y de haber asistido a varios partos. Parte de esta afición de Casteinuovo se vislumbra en su obra, donde siempre adquieren gran presencia los estragos de las "enfermedades sociales" en el ambiente laboral de la época. Tiníeblas y el texto aquí transcripto, extraído de La Editorial, pueden dar ejemplo de ello:

«El preparado industrial con que se trabaja, compuesto por una parte de plomo, otra de estaño y otra de antimonio, agota, sin duda, las reservas del cuerpo y obliga a los obreros a recurrir a los estimulantes.

En estado de reposo o en estado de ebullición, el metal gráfico produce lo mismo, a la larga, idénticos estragos en el organismo del hombre. No corroe de golpe como el ácido nítrico. Eso no. Corroe con lentitud y alevosía, por etapas, imperceptiblemente como el verdín. Tampoco lo hace de frente, a la vista y paciencia de la víctima que aguanta con toda la intrepidez de su ignorancia el proceso espantoso de su propia destrucción. Lo hace a mansalva, subterráneamente, ocultándose como el cáncer que ha menudo se pasa diez o veinte años enquistado, sin salir a la superficie, afilando las garras entre las sombras de alguna cavidad. Cuando se advierte su presencia, ya se tiene un agujero en las tripas o una caverna en el pulmón.

Las emanaciones del plomo no sólo afectan al cuerpo. Afectan, también, el espíritu, determinando una melancolía siniestra y agorera. La pigmentación sufre, por su parte, una transformación violenta. El rostro se pone verde o amarillo. De un verde, a veces, cadavérico o de una amarillez terrosa y anémica. Siempre que no se ponga blanco como una pared.

El plomo ataca preferentemente las vías respiratorias, en tanto que el antimonio prefiere el aparato digestivo, donde trastueca el sistema de la nutrición. El estaño, por su lado, pasa en forma de cloruros al torrente circulatorio, a través del pellejo, y envenena la sangre. Partículas del compuesto industrial se depositan en la boca y subvierten con el tiempo los contornos de la fisonomía. Las encías se retraen, se pudre la dentadura y el mentón cae y se alarga progresivamente.

Mientras los crisoles de las linotipos exhalan el tóxico por ebullición, las cajas, sobre los caballetes, instilan los vahos maléficos del veneno dormido. En la fundición, asimismo, reverbera siempre una olla tremenda de metal derretido que contribuye poderosamente a sofocar la escasa ventilación de la galería.»


Fuente: www.siicsalud.com/dato/dat025/01918027.htm



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