NOTAS EN ESTA SECCION
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 Los premios municipales de 1935 en la revista Caras y Caretas



 

Introducción a la reedición de Tumulto *

Por Agustín Alzari

"Jorge Luis Borges cantó las orillas de Villa Ortúzar
pero no vió el incendio en el centro de Villa Ortúzar."


José Portogalo, "Poema escrito en el puño de mi camisa"


La carrera literaria del poeta José Portogalo no tuvo uno, sino dos comienzos. El primero, el que corresponde propiamente a su debut, fue en el año 1933 con Tregua, libro que apareció en la Colección “Los Poetas”, de la Editorial Claridad. El dato de quiénes lo publicaron no es menor. La búsqueda inicial de Portogalo se concentraba en un estrecho ángulo que le permitía filtrar, a través del patrón formal y sentimental del posmodernismo, la temática social. En versos medidos y rimados, haciendo uso de un vocabulario amplio, lleno de exóticos hallazgos, cantaba el poeta a los albañiles (“ellos son como abejas laboriosas y humildes/ libando el polen fresco de las nubes rizadas”), a los vendedores de diarios, a los pintores, a los trabajadores de la fundición, al alba de los obreros.

Hijo adoptivo de un inmigrante jornalero, ducho desde niño en los rubros más duros del trabajo (lo cual le había impedido terminar la escuela), Portogalo desplegaba en Tregua, de manera ejemplar, la amalgama entre vida y obra que promovía como bandera el grupo de Boedo. Era un poeta obrero, un hombre redimido cuyos versos podían medirse con los de cualquier poeta de oficio; pues era en esa perspectiva, en el horizonte de la alta cultura, que habían sido facturados.

Distinto es el otro comienzo que ensayó Portogalo. Fue con Tumulto, publicado en Buenos Aires por la editorial anarquista Imán, en noviembre de 1935. El libro reunía un conjunto de veinticinco poemas, acompañados por ilustraciones y grabados del artista plástico Demetrio Urruchúa. Tumulto fue el segundo de los libros de José Portogalo, pero tan grande es la brecha que lo separa de Tregua, tan desmesurado el modo en que divergen sus formas y sus intenciones, que es difícil resaltar algún tipo de continuidad, por fuera de una nominal coincidencia de los temas de interés y algunos poemas medidos que sobreviven, según parece, sólo para marcar la excepción.

La imagen, ante este segundo libro de Portogalo, es la de un autor que no solo ha barrido las piezas del tablero, sino que la ha emprendido contra el tablero mismo. Tregua es un libro de poesía. Tumulto, en cambio, no. O no del todo. O no convencionalmente. Una sinuosa línea iconoclasta lo recorre, lo tensa, lo mueve de continuo hacia las fronteras de lo que en su época se entendía por poesía. Aparece la urgente (y clara) prosa narrativa, la propaganda, la puteada, el discurso directo, etc.

Se trata, por el momento, de ilustrar que Tumulto no fue un desvío de la ruta trazada por Tregua, sino un camino completamente nuevo e inexplorado. Son varios y de origen diverso los factores que apuntalan la originalidad intrínseca del libro. Conociéndolos, podrá comprenderse con mayor claridad su posterior recorrido, esa anécdota que lo rodea y amenaza con asfixiarlo, donde se incluyen el premio en el Concurso Municipal de Literatura de Buenos Aires de 1935, la inmediata y escandalosa prohibición, el secuestro de los ejemplares distribuidos por parte de los agentes del intendente Mariano de Vedia y Mitre, las sentencias judiciales, el prolongado silencio editorial.

¿Qué pudo haber ocurrido en aquel año y medio que separa los dos libros como para que se produzca un cambio tan significativo? ¿Fue una reacción espontánea de Portogalo, o hay factores que permitan explicarlo? Tumulto, como libro, carece de antecedentes. Sin embargo, puede notarse alguna familiaridad con “Las Brigadas de Choque”, el mítico poema de Raúl González Tuñón, cuya publicación, en agosto de 1933, precipitó el cierre de la revista Contra. Tuñón sacudía allí el estandarte poético, demostrando que un poema vanguardista, dinámico, en verso libre y sin rimas, podía ser también desprejuiciadamente militante. En esa condición de posibilidad del poema, se cuenta un primer antecedente para Tumulto. No es descabellado. La amistad, además de una innegable fraternidad poética y política (vinculada a la sociabilidad que rodeaba al Partido Comunista Argentino), unía a estos poetas.

El alcance del poema de Tuñón, sin embargo, queda supeditado a la representación del gran drama político. Su calibre es el de un portentoso cañón que dispara a diestra y siniestra. No es modélico, en el sentido de que esa grandilocuencia impide pensar que en su forma quepan los pequeños dramas cotidianos, los sueños truncos, el cansancio, la memoria sensible de la infancia, el erotismo, todo aquello que, desbordando lo político, conforma el cuerpo de Tumulto.

 

El otro gran antecedente que propicia un nuevo comienzo desde cero en la poesía de Portogalo, es su lectura de poetas norteamericanos como Langston Hughes y Carl Sandburg. En sus Poemas de Chicago, de 1916, este último mostraba que todo podía ingresar en la poesía, sin necesidad de traicionar el universo obrero, ni el pulso de las grandes urbes. Walt Whitman flotaba en sus poemas, y en el camino del verso libre, en la búsqueda del ritmo propio, aparecía impreso el orgullo del self-made-man. Esto sí resultó modélico. Casi una fascinación para Portogalo, él mismo un self-made-man, tanto que dedica a Sandburg el séptimo poema de Tumulto (“Cómo me gustaría haberme hallado en tus años/ junto a tus manos pesadas, ásperas, violentas/ porque con ellas has hecho todos los oficios –como yo- y has escrito poemas”)

El sentimiento democrático, de orgullosa igualdad, que impregna esta poesía norteamericana, es en buena medida el basamento moral de Tumulto. Es un cambio de fabulosas dimensiones. Ya no se trataba de ser el obrero redimido que cantaba como cantan los poetas de oficio, ni de llegar a manejar el lenguaje culto de la alta poesía. No era necesario ningún salto, ni progreso, sino más bien lo contrario, mirar alrededor, a Villa Ortúzar, a la ciudad que dejaba atrás el paso del carro, cantar lo que se veía sin formulas ni pretensiones, y darse libertad para que las mismas cosas establezcan su ritmo.

Estas influencias y la propia escritura del libro se cocían al fuego del régimen conservador, que se había iniciado en 1930 con el golpe de Félix Evaristo Uriburu y continuaba con Agustín P. Justo, quien había arribado a la presidencia a través del fraude. El asedio, la persecución y la cárcel eran moneda corriente entre los militantes de izquierda, pertenecieran estos o no al terreno de la cultura.

Tumulto se publicó, como fue anticipado, a principios de noviembre de 1935. La plena libertad de la poesía de Portogalo hallaba su correspondencia en el singular trabajo realizado para el libro por Demetrio Urruchúa. El pintor y muralista, que años más tarde fundaría junto con Antonio Berni, Lino Enea Spilimbergo y Manuel Colmeiro el Taller de Arte Mural, realizando los frescos que aún se pueden ver en las cúpulas de la Galería Pacífico de Buenos Aires, logró plasmar en quince pequeñas escenas, con el uso sintético de la línea, el espíritu de Tumulto. Sus burgueses gordos con bastón, sus prostitutas, sus soldados armados, el entierro desolador de un albañil, el baile de una pareja con los torsos desnudos, entre otros personajes, perfilan con potencia expresiva, plástica, el mundo en plena ebullición de Tumulto.



El formato amplio y apaisado de la edición original, que esta primera reedición emula, no es caprichoso. Cumple, al menos, dos funciones. Por un lado, admite esos versos extraordinariamente largos que abundan en los poemas. Por otro, sirve de soporte a los tres formidables grabados de Urruchúa que aparecen impresos a página completa. Permite admirarlos a un buen tamaño. El surgimiento sorpresivo y un tanto aleatorio de estos, genera una pausa, un rellano, un obligado descanso visual. Tumulto se abre entonces hacia una experiencia nueva, pasa de lo literario a lo pictórico. El lector ya no lee, sino que ve.

No está demás mencionar que el resultado de ese dialogo de lenguajes figura entre los méritos mayores del libro. Pues no se detiene allí. En un giro quijotesco, Urruchúa, el pintor, aparece como personaje de poemas que él mismo está ilustrando:

Mi ciudad: La de las grandes riquezas y las grandes miserias
La de los grandes chantajistas de guante color patito:
Gerentes de banco. Presidentes de asociaciones patrióticas.
Directores de grandes rotativos. Críticos de Arte. Periodistas.

Urruchúa los pintaría con una ganzúa en los labios
o colgados de unos mechinales con una soga al cuello.
¿No es cierto Urruchúa? —Urruchúa es el más grande pintor de mi ciudad.


La respuesta (dibujada) que da el artista, puede el lector encontrarla al final del poema “Un poema a las 6 de la mañana”, al cual pertenecen los versos transcriptos.

Paralelamente a la publicación del libro, José Portogalo envía una copia al Concurso Municipal de Literatura, el mismo que habían ganado en su momento Tuñón y Jorge Luis Borges. Por aquel entonces, el primer premio era de 5000 pesos, el segundo de 3000 y el tercero de 2000. Para tener una medida, Tumulto lleva impreso el precio en la contratapa: $1 por ejemplar. Se trataba, sin dudas, del premio más importante y prestigioso de la Argentina.

El 8 de noviembre de ese mismo año, aparece en el diario La Nación una breve nota mencionando que los autores participantes del certamen se habían reunido, y habían elegido a Cesar Tiempo para representarlos dentro del jurado. A esta singularidad del concurso, hay que sumarle otra, la presencia en calidad de jurado de un concejal oficialista, en caso el conservador Lizardo Molina Carranza, y un concejal socialista, Juan Unamuno. La lista de jurados se completaba con Leopoldo Marechal, el poeta Horacio Rega Molina, Arturo Giménez Pastor y Salvador Oría.

Once días más tarde, otra nota en el mismo matutino informa de una reunión en el despacho del Secretario de Hacienda porteño, en la cual el jurado constituido había designado como secretario a Cesar Tiempo, además de distribuirse las más de sesenta obras presentadas.

Naturalmente, cabe preguntarse qué chances tenía en ese concurso oficial un libro como Tumulto, con sus muchachas de barrio desnudas panza arriba a punto de ser poseídas por sus amantes furtivos, sus generales que miran angelitos invertidos con apetito sexual, sus insultos a los burgueses, sus monjas calientes, sus proletarios rebeldes y las valijas de los viajeros católicos cargadas de dinamita (el año anterior se había celebrado en Buenos Aires el multitudinario Congreso Internacional Eucarístico). Se necesitaba poco menos que un milagro para conseguir que triunfe.

Allí es donde interviene Cesar Tiempo, a la sazón secretario del jurado y amigo personal de Portogalo. Había sido él quien cinco años antes lo presentara a Antonio Zamora, director de Editorial Claridad, de cuyo vínculo surgió la publicación de Tregua y las múltiples colaboraciones del poeta en la revista Claridad. La inagotable veta bromística de Tiempo, que ya había parido a la poetisa Clara Beter, retornaba una vez más para darle un giro imprevisto, novelesco, a los hechos.

Desde un principio, según relata él mismo en una nota de homenaje a Portogalo publicada el 2 de julio de 1972 en el diario La Opinión, sostuvo dentro del jurado que el tercer premio de poesía debía ser para Tumulto. Otros miembros se inclinaban por un libro de Jorge Obligado, hermano de Carlos, poeta de posición económica desahogada. La discusión era intensa. El argumento de Tiempo, muy boedista por cierto, era que el Premio Municipal debía servir de estímulo a ciudadanos que, como Portogalo, se ganaban el pan con el sudor de su frente, además de escribir versos. Era un modo ejemplar de inducirlos a perseverar en el camino de la cultura. La consigna prendió. Rega Molina y Unamuno lo apoyarían. Un voto más, y el premio sería para Portogalo. La discusión parecía estancarse, enfrentando a Tiempo con quienes no les importaba en absoluto el origen del autor y fijaban en cambio su mirada en el valor intrínseco de la obra. En un momento, Molina Carranza, el concejal conservador, lo frena y le pregunta si había leído el libro. Rápido de reflejos, Tiempo notó que se abría una brecha: cabía la posibilidad de que su interlocutor no lo hubiese hecho. Siquiera en forma potencial, la palmaria vagancia del concejal conservador le brindaba una oportunidad única, que no desaprovecharía. “¿Cómo no lo voy a leer? —Asegura que le contestó— Es sensacional. Poesía auténtica”. La respuesta, decisiva, confirmó su sospecha. “Yo lo voy apoyar”, dijo Molina Carranza.

El jueves 23 de abril de 1936, La Nación publicó una extensa nota con los resultados del concurso, encabezada con el retrato fotográfico de los ganadores. Uno solo sonreía. Era José Portogalo. El joven “obrero y poeta”, tal como se lo definía, había obtenido finalmente el tercer premio de poesía del Concurso Municipal de 1935. “El Sr. Portogalo —proseguía la noticia— canta con espíritu rebelde la ansiedad de los proletarios, en versos fogosos y a veces encendidos de fiebre revolucionaria.”

En esa misma nota del diario La Opinión, Cesar Tiempo reconstruye lo que falta: “Al día siguiente la noticia del premio se publica en La Nación. De Vedia y Mitre (intendente de Buenos Aires) lo llama enseguida a Molina Carranza, que era concejal de su partido, y le dice:

Le voy a leer una poesía, ¿qué le parece?

Y le lee un poema de Tumulto donde Pepe se orinaba en las pilas de agua bendita, y otros exabruptos por el estilo.

¡Esto es un horror, caramba! — exclamó Molina Carranza.
No sólo es un horror — le respondió de Vedia y Mitre—, sino que, además, usted lo ha votado para uno de los premios municipales. ¿Cómo es eso, concejal? Lo ha estimulado con dineros de la Municipalidad ¿Cómo es eso?
Retiro la firma ¡retiro la firma!”

El alcance del chasco fue formidable, pero también sus consecuencias. El intendente, que aparece mencionado en el libro, pues tenía reputación de hombre de letras, hizo del caso una causa ejemplar. Ordenó a los agentes municipales secuestrar los ejemplares de las librerías y entabló un tenaz acoso judicial contra el autor. El motivo aducido era el de “ultraje al pudor”. No se iba a tolerar el erotismo obrero de Tumulto. Pero eso no era todo, no podía serlo. Bajo el manto de esa acusación escandalosa, se escondían los otros ultrajes del libro. El ultraje a la imagen de la capital pujante en “Habitante de Buenos Aires”; a la Iglesia, a Cristo y a Dios en “Mitín”; el ultraje al periodismo en “Poema Caminando”; a la poesía en “En poema escrito en el puño de mi camisa”; a la burguesía, al ejército, a los trust multinacionales, a los radicales, a la democracia y sus buenas costumbres en “Cartel”.

Un año más tarde, en noviembre de 1937, aparece una solicitada de apoyo a Portogalo en la revista Unidad, que dirigía el por entonces comunista Rodolfo Puigross. Llevaba la firma de Emilio Troise, secretario de la AIAPE (una agrupación de intelectuales, artistas, periodistas y escritores en contra del fascismo a la que pertenecían, entre tantos otros, los poetas Raúl González Tuñón, Cesar Tiempo, Álvaro Yunque y Juan L. Ortiz, y los pintores Antonio Berni y Lino Enea Spilimbergo). La declaración, de la que transcribiremos un pasaje, repone, además de los datos de la acuciante situación de Portogalo, el verdadero motivo de la persecución que aludíamos en el párrafo anterior: "Ignoramos si pertenece a Partido o credo determinado. Conocemos su libro y su talento, simplemente. Y es ese libro y ese talento, lo que se procesa y persigue enmarañando tendenciosamente los conceptos, podando esperanzas y nivelando mediocremente las ideas. Condenado por la justicia a sufrir un año de prisión, en forma condicional, aun no se termina ese trámite. Se abre un nuevo juicio para privarlo de su ciudadanía argentina. Y ahora ya no se trata de un poeta, ni de un libro. Se trata de un hombre, cuya cédula de identidad se resume en estos términos: José Portogalo, 33 años de edad; 29 de residencia; 15 de ciudadanía."

Portogalo debió abandonar Villa Ortúzar, el barrio porteño que está en el centro de Tumulto. Vivió un tiempo en Córdoba, otro en Rosario, y luego, cuando ocurrió el golpe militar de 1943, se exilió en el Uruguay, donde trabajó como periodista. Años más tarde, regresó a Buenos Aires y permaneció allí hasta su muerte, ocurrida en el año 1973. No dejó de escribir, ni de publicar, pero su poesía, en un nuevo giro, retomó el derrotero de Tregua. Se ignoran los motivos, pero no es difícil inferir que el escándalo y la persecución hayan hecho mella. De manera incidental, puede haber contribuido el cambio de táctica del comunismo (ideología a la que Portogalo comenzó a adherir a partir de aquellos años), quienes abandonado la “lucha de clases” se concentraban, después de 1935, en la formación de “frentes populares”, obturando de este modo, al interior de sus filas, la insistencia en una estética de franco ataque a las fuerzas burguesas. Sea por estos u otros motivos, Portogalo retornó al verso medido, a un lenguaje más convencionalmente poético en el que logró, sin dudas, destacarse. Sus libros Poemas con habitantes, de 1955, y Letras para Juan Tango, de 1958, representan los puntos más altos de esa propuesta.

Tumulto se posiciona, en vistas de la obra completa del poeta, como un libro aislado. Tan profundo cala esta conciencia de la diferencia que queda afuera de la antología Poemas (1933-1955), que reunía la “totalidad” de sus libros publicados hasta el momento. Si, tal como lo declara Emilio Soto en la introducción al volumen, se trata de una autoantología, es dable inferir en Portogalo alguna clase de arrepentimiento respecto de Tumulto, cuya marca sería la perpetuación en el tiempo, ante reiterados ofrecimientos, de la negación de volver a editarlo.

Devenido en rareza bibliográfica, en perla de catálogo para libreros de antiguos, Tumulto perdió sus lectores, y con ellos su rumbo, su fuerza y su destino. Nosotros, los lectores, también nos perdimos de algo en estos setenta y siete años: un poeta que canta a las lectoras de Arlt, que cambia a Lugones por los versos de Hughes y hermana a Carriego con la revolución; mientras observa, sonriente, la chispa, el fuego, el incendio del centro de Villa Ortúzar.


* José Portogalo, Tumulto, Editorial Serapis, con Ilustraciones originales de Demetrio Urruchúa; introducción y edición de Agustín Alzari.

Fuente: http://libreriaellugar.blogspot.com.ar/2012/07/hace-ya-unos-dias-charlando-con-agustin.html

 


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José Portogalo, un poeta de la luz

Imagen: Portogalo por Castagnino

Se llamaba José Ananía y había nacido en Italia en 1904. Llegó a la Argentina junto a su madre en busca del padre, emigrado de la Calabria unos años antes. Pero la sorpresa fue grande: el hombre había decidido mitigar su soledad y tenía una nueva familia. La vida fue dura hasta que la madre conoció a Portogalo, un vendedor ambulante de pescado y formó un nuevo hogar. De él, el poeta tomó su apellido, como una manera de demostrar quién era su verdadero padre y protector. Hasta llegar a ser periodista de los principales medios gráficos del país, trabajó de muchas cosas: lustrabotas, florista, vendedor ambulante, pintor, albañil y hasta bailarín profesional de tango. Cerca de sus treinta años empezó a escribir poemas y en 1935 ganó un premio municipal con su libro “Tumulto”. Esta obra causó horror y fue considerada pornográfica y subversiva. Le cancelaron su carta de ciudadanía y tuvo que irse a Montevideo. Hasta se llegó iniciar una causa a uno de los jurados por ultraje al pudor. Es de imaginar el efecto que pudo producir en la sociedad de la época un poema como éste:

//..Oh, camaradas/ qué lindo sería poseer a las muchachas sobre la tierra/y ensuciarles la boca con zumo de pasto y las mejillas con zumo de pétalos/ Envenenarles la sopa a los millonarios que duermen/Violar los cerrojos de los conventos para besar a las mojas/Subirnos a los rascacielos y mear los escudos del congreso eucarístico/ con el beneplácito de Jesús y la venia de los ángeles/bajo la vigilancia de las nubes y el corazón/ de Dios que arde en el cielo/llenar las valijas de los turistas católicos con dinamita/E irnos desnudos por los caminos del mundo/desnudos y alegres como el hombre que vio la primera luna/o la mujer que nació al deseo junto a las raíces y las bestias…// (“Canción de la primavera del año 1934”).

Desde luego, jamás cobró el premio, pero los libros se agotaron antes de su prohibición. Entonces, tanto como hoy, el escándalo fue la mejor de las propagandas. Sólo que esta vez, la literatura se benefició y Buenos Aires pudo conocer a quien cantaba a los más miserables, denostaba a los poderosos y mostraba al mundo de qué se trataba esta ciudad: una ciudad que se debatía en medio de una crisis pavorosa, con un altísimo índice de pobreza e incidencia de tuberculosis, con corrupción y fraude en sus políticos y un impensado record de suicidios: casi dos personas por día, según indican los registros de la época.

Son también los tiempos de Enrique Santos Discépolo y sus tangos “Yira-Yira”, “Tres esperanzas” y por supuesto, “Cambalache”, los tiempos de Nicolás Olivari,
Roberto Arlt, Raúl González Tuñón y su hermano Enrique, todos metidos hasta la médula en la realidad que se vivía y enfrentados con la literatura “oficial”.
Cita su hijo Pablo lo que Portogalo escribiera en el diario Noticias Gráficas, años más tarde:

“De mí hablaban mal los pedantes de filosofía y letras, los notarios, los escribientes de policía y los párvulos que escribían sonetos gongorinos. Me miraban con ojeriza los revolucionarios de papel maché encolumnados con toda la reacción".

Compartió el fervor de la militancia con muchos poetas de su época. Si bien ideológicamente estuvo cerca del grupo Boedo, se mantuvo fuera de las rivalidades que éste mantenía con el grupo Florida. Fue amigo de González Tuñón, Juan L.Ortiz, Neruda, Roberto Arlt, Ulises Petit de Murat, César Tiempo, Samuel Eichelbaum entre tantos otros.

Raúl González Tuñón escribió:

“Tanto en su prosa como en su poesía, Portogalo tiene algo luminoso. Casi todos los poetas tienen una palabra que los define y los distingue, Portogalo es el poeta de la luz en todas variaciones y manifestaciones.//…// Portogalo cantó a las usinas, a las fábricas sórdidas, a los suburbios grises, a todos esos lugares donde la luz está encerrada como los inquilinatos o las viejas casas que los pobres tienen en los suburbios.//.. // Él liberó una luz recóndita, escondida en todos esos lugares pobres, feos y chatos, aparentemente nada poéticos, y a esos aspectos sombríos los llenos de una luminosidad que, por otra parte, está en su interior, en su espíritu, en su manera de ser”

Sus obras son: Tregua, 1933; Tumulto, 1935; Centinela de sangre, 1937; Canción para el día sin miedo, 1939; Destino del canto, 1942; Luz liberada, 1947; Mundo del acordeón, 1949; Sal de la tierra, 1949; Perduración de la fábula, 1952; Poemas

Pablo Ananía comenta sobre sus últimos tiempos: “A veces, precisamente poco antes de morir, hacia mediados de 1973, alguien bien podía verlo, solitario, menudito, perdido en su mundo y al borde de la desmemoria, envuelto en su sobretodo negro y con el funyi ladeado, caminando la madrugada porteña, merodeando por el puerto o las estaciones ferroviarias, atraído seguramente por el banderín de algún mástil o las estridentes locomotoras que se tragaban el horizonte.”

Un poema a las 6 de la mañana

Podría cantar la desalquilada vigilia de las prostitutas,
el motín callejero de los gorriones en la urbe.
de mis manos inválidas, de mis pies doloridos,
Pero el canto de un gallo
que abre la mañana con los dedos de un ángel sin aureola,
suena en mi corazón -íntimamente-
y en mi sangre
alza su tono de armónica meridional
para recordarme que soy un hombre huérfano en mi ciudad.
Mi ciudad: La de las grandes riquezas y las grandes miserias.
La de los grandes chantajistas de guantes color patito:
Gerentes de banco. Presidentes de asociaciones patrióticas:
Directores de grandes rotativos. Críticos de Arte. Periodistas.
Urruchúa los pintaría con una ganzúa en los labios
y el alma junto a tu voz que enrula un tango de Filiberto.
Sé que me querrías si te hablara de amor,
aunque te desangres diez horas en una fábrica de tejidos
y sufres el asedio de un gerente mulato
-oblicuo como la sombra de una pared a media noche-
Porque tú necesitas un hombre, amiga, y yo necesito una mujer.


Grabado de Demetrio Urruchúa para Tumulto

Asaltamos el alba a tiro limpio
Ramón Sender

Me trepan los insultos -mareas numerosas-
como trepan los hijos al cariño de un hombre.
Tengo las ansias llenas de ganarme en un grito.
Grito: ¡La vida es nuestra! y abro los horizontes.
Puertas de bronce viejo, de hierro remachado,
caerán cuando se agrupen las voces en un puño.
Hombres desvencijados, de espaldas a la vida:
así dancen las balas no serán de este mundo.
A los calvos de ideas, con sangre de pantano,
a los viejos que ensucian las palabras más altas,
les hago una advertencia: conmigo están los brazos
de aquellos que arrancaron de sus ojos las lágrimas.
La humildad -ese viejo mascarón- no hará suya
nuestra carne que es nudo de un clamor que echa ramas
y en sus climas oscuros, como a un árbol raíces,
nutren de savia pura los cuencos de su entraña.
Y ¡guay! del que esté en contra de nosotros, los pobres,
esos ríos de sangre, silenciosos y lentos,
que bajan hasta el pozo más hondo de la tierra,
que suben hasta el límite más alto de los cielos.
La vida es de nosotros los que hacemos la vida
a gotas de sudor, de ímpetu, de fuerza
y que jamás o nunca tenemos una cama
donde cavar la hondura de un vientre en primavera.
Nos vejan, nos explotan, nos reducen a cero,
si agitamos un grito de protesta nos castran.
Nos orinan la baba de un exiguo salario
y nos cuadran en leyes como a burros de carga.
Y hablan de La Piedad, de La Bondad, del Arte,
sacerdotes, artistas, profesores, poetas,
los que en nombre del pueblo se erigen en vigías,
¡esos hijos de puta con almuerzo y con cena!
Ah señor Jesucristo: no queremos tus frases
-panes sin levadura-, magníficas, humanas,
que no son más que frases pero que nos inhiben
y destapan, astutas, nuestros poros de lágrimas.
No queremos tus frases. Yo que vengo de abajo
y que anduve entre obreros con hambre y manos sucias,
que sé lo que es el mundo, este mundo de mierda,
te lo digo derecho: tus palabras son putas.
Al carajo con todas las parábolas bellas.
Al carajo con todos los escrúpulos sordos.
Presentemos las armas proletarios del mundo
y a tiro limpio, firmes, vaciémosles los ojos.
La vida es de nosotros, los que hacemos la vida
a gotas de sudor, de ímpetu, de fuerza,
y que jamás o nunca tenemos una cama
donde cavar la hondura de un vientre en primavera.

de “Tumulto”.


Grabado de Demetrio Urruchúa para Tumulto

Los Pájaros Ciegos

2

Fermín Aguirre, hermano del jilguero.

Desde gurí, descalzo, sin letras, con un silbo
soñé junto a la orilla del río con el cielo.

Fui tropero después. Bajo la Cruz del Sur
arrimé mi cansancio a la vigilia del sueño.
Y fui además galope, temblor de brisa suelta,
incendiado de parras y eucaliptus
con los cantos del gallo sobre el hombro.

Los pájaros venían de las nubes
—calandrias que orquestaban todo el rumor del alba,
y estaba el colibrí como un relámpago
y el zorzal con su cofre de cristal y rocío,
también estaba el mirlo con su carbón de plumas
y el cardenal, arisco, de púrpura y ceniza—

La tarde, mi hermanita desnuda entre los cardos,
traía el corazón de las cigarras,
el sauce su pobreza
de pescador confiado en el milagro
la noche sus harapos de vieja en los caminos.

Mi voz era la brasa de una copla
con desvelo de pueblo en la guitarra
y un saludo efusivo de boliche y galpones.

Chingolito celeste latía mi palabra.

Un día dije: —Amigos, el trigo está en mis manos,
es mío y me lo roban con sus dientes la máquina,
los silos, las planillas, las bolsas, los anteojos
y aquel “Private”, espeso cubil de oro podrido.

(Entonces eran míos tan sólo la distancia,
el aire, el mate amargo, la hermosura del cielo;
tenía por almohada las ortigas,
por sábana los trapos de la noche al sereno
y por amor la copla de mis penas)

Cuando dije”la tierra es mía, es tuya”,
alguien quebró mi voz. Ya no estaba en el día
chingolito celeste mi palabra.

Unas gotas de sangre, amontonada,
mojaban mi cabeza entre los yuyos.

Mi epitafio es un trébol que sonríe en el campo.

6

Ni siquiera recuerdo soy ahora,
sino resaca, corcho en la bahía
del último recodo.

Sin embargo, mujer de todos, tuve
mi pequeña alegría, mi dicha silenciosa;
fui la amiga ignorada de los adolescentes
que estrujaban, vehementes, la hoguera de mi cuerpo.


Grabado de Demetrio Urruchúa para Tumulto

(Ella, la tibia ráfaga, el agua del milagro,
a media luz y el cáliz de una rosa,
los veía llegar
súbitos abejorros anhelantes
—delirio, llama, fiebre— desplegando sus alas,
abriéndose a la vida como finas corolas
o beso alucinante del amor inocente,
árboles musicales de rocío y luceros,
llovizna, espuma, pájaros de su cielo perdido)

No fui mala.
Yo caí como todas en esa telaraña
de engaños, esa urdimbre
de zapatos, de medias, de risa y automóviles;
alegre, linda, frívola, secretaria
de un jefe de oficina, me perdieron las joyas
y el temor a ser trapo de fábrica y miseria,
resignas volcada sobre un catre,
desgarrando mis manos, mi vientre en una tina.

Ni siquiera recuerdo soy ahora,
sino resaca, corcho en la bahía
del último recodo.

Sin embargo, conservo la imagen de mis noches
de oscura prostituta que amó las mariposas
de aquel cielo de trenzas y pobreza, caído
en una callecita de mi barrio.

Una colcha embarrada, de seda, es mi epitafio.

de “Poemas con habitantes”

Fuentes:
Revista “El Jabalí”, Nº13.
Ananía, Pedro- 1999-.www.laideafija.com.ar
Portogalo, José-1992-“Los pájaros ciegos y otros poemas”.CEAL.
V.Barbieri, M. Etchebarne y otros-1993-“la poesía de los cuarenta”.CEAL.

Fuente: http://laguerra33.lacoctelera.net/post/2006/09/21/jose-portogalo-poeta-la-luz



 

José Portogalo

Por Raúl González Tuñón

A Pepe lo conocí en los días en que ya había terminado la famosa guerrilla literaria entre Florida y Boedo, una guerrilla simpática y saludable que, vista con perspectiva histórica, ha dejado más cosas positivas que negativas. Además, se ha descubierto que tanto en un bando como en el otro, existía el mismo tipo de inquietud. En Florida estábamos buscando nuevas expresiones, temas nacionales como el tango, como el redescubrimiento de Carriego y la Canción del Barrio, y éramos principalmente poetas. Y en Boedo, eran principalmente narradores.

Por sus simpatías personales, por algunos de sus temas, Pepe Portogalo estaba más cerca de Boedo. Pero, de todas maneras, se puede decir que él se mantuvo equidistante durante todo ese período de la guerrilla literaria.

Ahí lo conocí yo, de la manera más notable. En una revista cuyo nombre no recuerdo, criticó unos poemas míos, tildándolos de afrancesados. La crítica tenía sus gramos de sátira y mordacidad, pero nada desagradable.

Por ese tiempo me encargaron una antología de poetas sociales- yo siempre digo que no existe poesía social o antisocial, sino poderosos elementos sociales que, a veces, sin que el poeta se lo proponga, se introducen en su conciencia de hombre -. Esa antología nunca salió. Pero lo cité a Portogalo en un café, y a él le pareció muy raro, después de la crítica que me había hecho, yo tuviera interés en conocerlo. Desde ese momento se estableció entre los dos una amistad entrañable.

Luego me llevó a su casa, me presentó a su padre que era un hombre maravilloso, a quien él nombra en sus poemas - cuando murió yo le escribí un poema que a Pepe le emocionó muchísimo - y a su madre que amasaba unos tallarines fabulosos. Vivían entonces en Villa Ortuzar, y por muchos años Portogalo vivió en Villa Ortuzar. El otro día me hicieron un reportaje con motivo del homenaje que se le va a rendir a Pepe y allí dije que así como Carriego es el poeta de Palermo, Portogalo siempre siguió siendo fiel a los amplios patios y a los cielos luminosos de Villa Ortuzar. Ya esos patios desgraciadamente han desaparecido. Esos patios desaparecieron, pero no los cielos luminosos. E incluso si esos cielos hubieran desaparecido y los invadiera una niebla como la de Londres, ellos permanecerían preservados en los poemas de Portogalo de la línea porteñista. Porque él, como todos nosotros, éramos y somos enamorados de nuestra ciudad. La sentimos y la cantamos. El primero fue Carriego, como dice Borges -el Borges auténtico, el Borges de los mejores libros de Borges, como Fervor de Buenos Aires, Luna de Enfrente y Cuadernos San Martín, que a mí entender quedarán como grandes documentos líricos y con sentido popular del cual ahora Borges reniega- el inventor, el iniciador de esa poesía porteñista en la cual después nos enrolamos todos nosotros.

Portogalo, como hombre de su tiempo y sabiendo que la literatura, por lo menos, pretende ser el diálogo del hombre con su tiempo, no sólo se interesó por su propio país, sino que también le preocupó el mundo profundamente. Como el poeta tiene una antena que no sólo recibe los mensajes de su tiempo en su país sino también los que vienen del gran torbellino del mundo, Portogalo escuchó esos mensajes. No sólo captó a Lisandro de la Torre, a José Carlos Mariategui, también todos los acontecimientos de su época, que de algún modo, rozaron la condición humana. Hizo una poesía varonil, vehemente, llena de imágenes y de una gran fuerza.
Como todos nosotros, era una gran caminador de Buenos Aires. Enamorado de los atardeceres de Buenos Aires, de sus crepúsculos. Por eso, lo que deseo vivamente es que pueda volver a caminar para ver esos cielos luminosos de Villa Ortuzar.

En Portogalo hay una cosa muy particular y muy rara en otros poetas: enaltece y difunde el mensaje de los otros poetas, aunque él no esté de acuerdo con el estilo y con la forma de expresión de esos otros poetas. En mi caso personal, sé que a dos o tres poetas que tenían todo el derecho del mundo a no estimar mi poesía, les dijo cuando oyó que me criticaban:

"-¿Pero ustedes leyeron tal libro de Raúl?-"
Y cuando recibía respuestas negativas, les decía:
"-Bueno. Vengan a mi casa"

Y los llevaba a su casa y les presentaba mis libros, los que él consideraba claves de mi poesía.


Grabado de Demetrio Urruchúa para Tumulto

Uno de los libros de Portogalo que me interesa muchísimo porque me parece de una extraordinaria madurez, donde hay un hermoso poema que se llama Imagen de la Amistad, es Poemas con habitantes. Claro que uno no puede decir que ese es su mejor libro. En todos los libros de Pepe hay poemas que son mis preferidos. Pero si tuviera que elegir, eligiría los poemas que tienen que ver con Buenos Aires. Tregua, cuyos cuarenta años se festejan ahora, está lleno de esos poemas porteños, entrañables. Después abandonó ese tema por el tema civil, pero luego volvió a él. Vale decir, que ha seguido -y me parece que es lo ideal en un poeta- en las dos ondas, no en una sola onda. Porque no creo que se pueda hacer una afirmación dogmática de que la poesía tiene que ser la abstracción de la realidad, o la servidumbre de la realidad. A veces, son esas dos cosas juntas, a veces son cosas misteriosas.

Portogalo es un poeta por su obra y por su vida. Se jactaba y se jacta de haber sido pintor de brocha gorda, vendedor ambulante de flores y pescados, con su padre, y eso me parece muy bien.

Con el tiempo la perspectiva poética de Portogalo se fue ampliando. De un ideario un poco vago fue hacia otra cosa más definida, consistente.
Cuando se anunciaba la muerte absoluta del tango, Pepe fue uno de los que defendió su supervivencia. Escribió un libro muy fresco, Juan Tango. Pero él sabe también que, a pesar del enorme respeto por los grandes autores del pasado, el tango se va a salvar siempre que sus letras tengan resonancias actuales. Tangos que tienen que ver con otro Buenos Aires, con otros problemas.

Cuando Portogalo hizo poemas con estructuras retóricas, en una línea estrictamente clasicista, como sonetos, supo mantener su jerarquía de poeta. Pero donde me parece que se realiza más, es en la línea del verso libre y vivencial, lleno de imágenes y de ritmos interiores.

Tanto en su prosa como en su poesía, Portogalo tiene algo luminoso. Casi todos los poetas tienen una palabra que los define y los distingue, Portogalo es el poeta de la luz en todas variaciones y manifestaciones. Un libro de él es definitorio. Se llama Luz Liberada. Portogalo cantó a las usinas, a las fábricas sórdidas, a los suburbios grises, a todos esos lugares donde la luz está encerrada como los inquilinatos o las viejas casas que los pobres tienen en los suburbios. En sus libros, a esa luz que tanto ama la saca de su encierro, de sus múltiples encierros, y la pone en sus poemas, cuyas palabras definitorias son madrugada, sol, rocío, crepúsculo, atardecer, amanecer. Él liberó una luz recóndita, escondida en todos esos lugares pobres, feos y chatos, aparentemente nada poéticos, y a esos aspectos sombríos los llenos de una luminosidad que, por otra parte, está en su interior, en su espíritu, en su manera de ser.

Hay algo que poca gente sabe: no sólo fue un gran bailarín de tangos, sino que tuvo una academia donde fue profesor de tango con "corte". Eso fue antes de que yo lo conociera, vale decir antes de 1930. De modo que su amor por el tango se comprende. No es una cosa retórica, sino que proviene de un amor acendrado. Otros han utilizado al tango de una manera convencional, a veces muy hermosa y estupenda, como hizo Borges, pero convencional. En cambio, el amor de Portogalo por el tango parte de una vivencia, es vida.



 

El poeta de la luz

Por César Tiempo

A Portogalo lo conozco hace más de cuarenta años. No puedo precisar la fecha con exactitud. El era primo de un poeta anarquista, Fernando Baltieri, autor de un libro, Clarinada,y que dirigió muchos años un periódico que se llamaba La voce dei calabresi. Como Portogalo, era calabrés. Porque Portogalo es de Sabeli, un pueblo que conocí mucho después, un pueblo seco y polvoriento. Vino a la Argentina de cuatro o cinco años, traído por un tío. Sabeli es un pueblo de la provincia de Catanzaro, en Calabria. El apellido Portogalo era de su padrastro. Su apellido real es Ananía, José Ananía, como uno de los personajes bíblicos que acompañaron a Daniel en la cueva de los leones.

Llegó con su padrastro que era pintor de paredes e hizo el escalafón de la calle: José fue vendedor de diarios, lustrador de calzado, albañil, portero de escuela -le gustaba decir que era "concertista de campana", especialista en tocar la campana para escapar antes de la hora-. En una de esas combinaciones, no sé si haciendo algún mandado o qué, conoció a un general, el general Bellomi. En esa época, José leía mucho, sobre todo a Guerra Junqueiro, a Rubén Darío, a los modernistas. El general Bellomi le preguntó en qué podía ayudarlo. Pero no lo ayudó con un empleo público, sino que lo habilitó con unos pesos para comprarse un carro de verdulero, un carro y un caballo. Como Pepe era un poeta auténtico, se comió el carro y el caballo, y al poco tiempo volvió a los andamios.

Yo lo conocí por ese entonces, cuando ya era albañil o portero de escuela. Yo vivía en la calle Entre Ríos, al lado de la casa de la novia de Enrique Banchs, a quien sabía ver en la esquina haciendo el novio, esperando que el padre que era almacenero, don Luigio Malinverno, abandonara el negocio para meterse en la casa.
Muy de muchachos anduvimos vinculados al grupo de Claridad, al grupo de Boedo, que tenía los talleres y los depósitos de libros en la calle San José y Garay, a cuatro cuadras de casa. Portogalo me trajo los primeros versos y yo se los hice publicar en Claridad donde según creo, también publicó su primer libro, Tregua. Tumulto lo publicó en 1935. Ganó uno de los premios municipales. Yo había ganado el año anterior el primer premio y por eso la Intendencia me nombró miembro del jurado. En esa época, el jurado estaba integrado por concejales, cosa que después no ocurrió. Un concejal-jurado era conservador y el otro socialista. Lizardo Molina Carranza por los conservadores y Juan Unamuno por los socialistas. Era intendente, por ese entones, Mariano de Vedia y Mitre. En el seno del jurado se peleó bastante. Yo lo sostenía a Portogalo, sobre todo por su condición de hombre pobre, de obrero, de hombre de la calle que necesitaba un estímulo económico para poder seguir. Banch decía que a él no le interesaba la situación personal. El defendía a Jorge Obligado, hermano de Carlos, un muchacho de posición económica muy desahogada y sin ninguna clase de problemas.

El primer premio era de 5 mil pesos, el segundo de 3 mil y el tercero de mil. Yo defendía el de mil para Portogalo.

Banch decía:

Carta a José Pedroni

Buenos Aires, 23 de enero de 1953

Para José Pedroni
Belgrano 2258

Esperanza (Santa Fe)

Mi querido Pedroni:

Hace mucho tiempo que deseaba escribirle, sobre todo para felicitarlo porque he tenido la oportunidad de leer algunos de sus últimos poemas en «Propósitos» y el que tan gentilmente me ha alcanzado: Canto al camionero nocturno, aparecido en «El Litoral» del 31 de diciembre de 1952, en los que una fuerte savia vivificadora le empina el tono y hace que aquella poderosa ternura suya, aquella cordialidad de su voz y aquel hondo lirismo que lo diferenciaba, tomen un orden, no distinto sino más afirmativo, más alzado contra los que atacan las hermosuras del hombre, y llenen de pájaros nuevos el cielo ya colmado de cantos de su siempre joven poesía de otros tiempos. ¡Espléndido, caro poeta! Le deseo muchos «encuentros» felices de su voz, muchas cargas luminosas de su vigilia volcada sobre los acontecimientos que nos inquietan por igual a todos nosotros.

«El camionero es joven, fuerte, valeroso./ Ama la libertad./ Tiene un amigo en el umbral del monte/ que agua y aire le da.» ¡Muchas gracias por esas grandes descargas emotivas que nos alcanza desde su Esperanza, muchas gracias!

No sé si sabe que estoy escribiendo en el diario «Noticias Gráficas» una serie de notas sobre artistas argentinos de origen humilde, obrero o popular, que hayan tenido una infancia o una adolescencia muy trabajada y que, a pesar de todas las vicisitudes, angustias y dolores sufridos en su vida, han logrado darnos un mensaje de amor, solidaridad y arte cumplidos. Ya he hecho la vida de Spilimbergo, la de Antonio Alejandro Gil, que tuvo la terrible y trágica humorada de abandonarnos para siempre, y la de José Fioravanti, hijo de inmigrantes italianos y uno de los más grandes escultores que tiene la Argentina. Bien, yo quería hacer la suya. Siempre recuerdo sus “Palabras a mi padre y a su digna herramienta” y muchas otras tantas hermosas cosas de El pan nuestro que ha tocado mi espíritu. Para esto tendría usted que enviarme datos muy precisos de su vida y si fuera posible algún hecho que haya tenido importancia en su infancia; sus muchos trabajos y otros datos de interés para pergeñar una pequeña biografía en la que se demuestre que pese a las adversidades y desencuentros, usted ha llegado a ser “el hermano luminoso” que ha visto Lugones en su nunca bien nombrado y siempre bienquerido Gracia plena. A los efectos de que usted interprete mi pedido le envío la nota de Spilimbergo, para que vea que es lo que quiero de usted. Además, ha de adjuntarme una buena fotografía suya para ilustrar la nota, si es que acepta que haga mi trabajo. Me gustaría también saber si recibió mi Mundo del acordeón enviado a Esperanza con mucha demora. Con urgencia espero su respuesta y desde ya le quedo sumamente agradecido. Un abrazo grandote, fuerte y solidario de su amigo.

José Portogalo

[ La respuesta de José Pedroni puede leerse aquí ]

-A mi, fundamentalmente, me interesa la obra.

Yo le replicaba:

-No. El premio es municipal. La Municipalidad estimula a los hombres de la ciudad que han hecho alguna obra y que necesitan hacerla. Ahora el régimen se ha modificado completamente, al punto que los premios municipales son más ricos que los premios nacionales.

Entonces, Molina Carraza me pregunta:

-¿Usted leyó el libro?
-Cómo no lo voy a leer. Es sensacional. Poesía auténtica.

Exageré un poco la nota.

-Yo lo voy a apoyar- me dijo, finalmente, Molina Carranza.

Unamuno también me apoyó. No quiero ser inexacto, pero me parece que en el jurado estaba igualmente don José A. Oria. Resultado: conseguimos cuatro votos contra tres a favor de Tumulto, el libro de Portogalo.

Al día siguiente la noticia del premio se publica en La Nación. De Vedia y Mitre lo llama en seguida a Molina Carranza, que era concejal de su partido, y le dice:

-Le voy a leer una poesía, ¿qué le parece?

Y le lee un poema de Tumulto donde Pepe se orinaba en las pilas de agua bendita, y otros exabruptos por el estilo.

-¡Esto es un horror, caramba!- exclamó Molina Carranza.
-No sólo es un horror- le respondió de Vedia y Mitre-, sino que, además, usted lo ha votado para uno de los premios municipales. ¿Cómo es eso, concejal?. Lo ha estimulado con dineros de la Municipalidad. ¿Cómo es eso?

-Retiro la firma- ¡¡¡retiro la firma!!!, dijo Molina Carranza.

Pero Unamuno que era muy amigo nuestro, ya lo había acompañado a Portogalo a la mañana y éste había cobrado el premio en la Municipalidad.

Otro ejemplar humano bastante curioso inició un juicio contra los jurados, por malversación de caudales públicos. Era un tal José Andrés Capezze, redactor de La Prensa. Un tipo increíble. Me parece que la Municipalidad, o la policía, no recuerdo, inició un proceso por ultraje al pudor. Lo cierto es que a Pepe le cancelaron la carta de ciudadanía a raíz de eso. Y tuvo que irse a Montevideo. Porque el libro desencadenó una serie de iras terribles, y a lo que era un acto de libertad de un hombre que hacía poesía sin ataduras, los "bien pensantes" de entonces le dieron una trascendencia desmesurada.

Sin embargo, todo eso lo favoreció bastante a Portogalo. En Montevideo se conectó con poetas, con periodistas. Se hizo amigo de Alfredo Mario Ferreiro, de Enrique Amorin, de Nicolás Fusco Sansone. Y comenzó a hacer periodismo.

Después de mucho tiempo volvió al país, se fue a Rosario, hizo mucho periodismo y más tarde pasó a Córdoba. En Córdoba se hizo amigo de Deodoro Roca, de Gregorio Bergman, de Luis Reynaudi, que era secretario de redacción de El País. Se hizo de un ambiente muy simpático. Una de mis piezas, Pan Criollo, se estaba dando en Córdoba, con Blanca Podestá. Portogalo me avisó y entonces fuimos al estreno en el Teatro de la Comedia.

Poco después, Portogalo se casó con Eva Ambas. Tuvo dos hijos. Uno es periodista, Pablo Ananía, y la chica está casada y vive en San Isidro.

Un editor de Mendoza, D'Acurzio, le publicó hace algunos años una antología, con prólogo de Luis Emilio Soto. Después editó Juan Tango que tuvo bastante resonancia. Fue la primera vez que le pagaron derechos de autor. Cobró, creo, 10 mil pesos. Con el seudónimo de Díaz Bustamente ganó un concurso literario en La Prensa.

Su última etapa periodística fue en Clarín. Una vez lo invitaron, me parece, a China Popular. Hizo un hermoso periplo por Oriente. Demoró más de un mes su regreso y, al volver, se encontró con que había quedado cesante de su cargo en Clarín. Pero, después de tantos años de periodismo pudo jubilarse.

Gran devoto de Neruda, gran bailador de tango; cada vez que Pablo venía a Buenos Aires, lo íbamos a ver al Castelar o a los bares. Muy amigo de Raúl González Tuñón, de Ulises Petit de Murat y de Samuel Eichelbaum. A Eichelbaum lo visitaba en su casa, le leía sus poemas, y cuando Eichelbaum murió, siguió frecuentando a su familia.

En nuestros primeros tiempos de bohemia forzada, hemos cantado en colaboración grandes "Toscas". "Cantar la Tosca" se llamaba, en ese entonces, a hacer un gran consumo en una lechería y salir disparando sin pagar. Frecuentábamos una lechería de la calle Entre Ríos, entre Estados Unidos y Carlos Calvo. A la vuelta vivía Alvaro Yunque que, cuando venía con nosotros, pagaba, pues no quería plegarse a "cantar la Tosca". Era el rico de nuestra barra. Y si Yunque no venía, esperábamos el momento propicio de disparar.

Otra lechería que frecuentábamos era la de Angel Greco, el autor de Naipe Marcado, que era dueño, no sé cómo, de una lechería. Era un tipo curiosísimo. Usaba lentes de cadenita con un solo cristal: se le había caído una vez y nunca lo repuso. solía reunir a una serie de malevos impresionantes.

Esa lechería era el deleite de Portogalo y de Roberto Arlt.

Una de las diversiones de Greco era leer los diarios y enterarse por los avisos fúnebres de algún velatorio. Entonces decía:

-Bueno, muchachos, esta noche tenemos función completa.

Ibamos al velorio, porque siempre se convidaba con café y si aguantábamos hasta la mañana, había desayuno. Nos quedábamos con Portogalo y con Aristóbulo Echegaray, Roberto Arlt y Greco. A veces venía Dante Linyera, que también era del barrio, un poeta plutónico, de canciones arrabaleras.

En su plenitud Portogalo hizo muchos contactos con el exterior. Era muy amigo de un poeta cubano, Navarro Luna, y de Juan Marinello. Se escribía constantemente con Juvencio Valle, de Chile.

El milagro de Portogalo consiste en que, habiendo sido un hombre de extracción popular, tan rústica, que tan sólo conoció los primeros grados de la escuela primaria, fue perfeccionando su poesía. Es conmovedora la pasión de Pepe por la poesía. Cuando descubrió a García Lorca, su poesía dio un viraje, se hizo más colorida, más plástica.

Es curioso. Portogalo y Julían Centeya son italianos (Centeya es de Parma) y nadie como ellos es tan porteño. Centeya llegó a Buenos Aires a los 14 años. Portogalo a los 4 o 5. Pero adoptaron la ciudad y borraron lo que habían dejado atrás. Portogalo, además de escribir sobre Buenos Aires los versos más fervorosos, era bailarín de tango, hombre nochero, milonguero, hombre de tertulias.

De ese porteñismo ejemplar se destaca en Pepe una cualidad: la fidelidad a sus amigos; si alguien habla mal de algún amigo, se agarra a las trompadas.

Hace dos años Portogalo recibió el premio de la Fundación Argentina para la Poesía junto con Francisco Luis Bernárdez.

Si alguien me dijera que rasgo percibo más nítidamente de Portogalo, no vacilo: su generosidad. Yo se lo presenté a un cuentista de origen salteño, Miranda Klix, que publicó Cara de Cristo y una Antología de cuentistas argentinos en Claridad. Era un muchacho esmirriado, lleno de problemas y enfermo -murió tuberculoso, a los 26 años, en Córdoba-. Pero era muy salidor. Participaba de todas las tertulias donde tosía mucho. En una de esas reuniones, terminamos como a las dos de la mañana en un bar de la Avenida de Mayo. Hacía frío. Portogalo se quitó el sombrero y el echarpe y se los regaló. Miranda no quería aceptar y Pepe lo obligó a que se pusiera -casi de prepo- ambas prendas.

[Publicado en La Opinión el 2 de julio de 1972]



 

Un gran bailarín de tango

Por Ulises Petit de Murat

José Portogalo es de esa gente linda que se instala en la vida. Desde 1932, con el señor Joyce, estamos con el predominio del anti-héroe y no nos movemos nada más que con bandoleros, con personajes agresivos, salvajes, pervertidos. Sin embargo, yo me encontré con mucha, muchísima gente linda, y entre las más lindas, está Portogalo. Un hombre sin altibajos, con una mística muy grande de la amistad. Un hombre al que yo calificaría de casi angelical.

No hemos tenido ni altercado, ni una contradicción en nuestra amistad de muchas décadas. Iba a mi casa, más bien a las de mis padres, en las sierras de Córdoba, y teníamos para nosotros el día entero. Mis padres lo adoraban.

Yo sé algunas cosas que no presencié como testigo; algunas de ellas las he visto después como su capacidad de gran bailarín de tangos. En un viaje que hicimos a Paraná, otras veces en casa, lo vi bailar el tango con "corte". en su juventud esa habilidad le servía para "levantar minas en los salones" hasta que, naturalmente, se convirtió fanáticamente a la pareja. Porque desde que conoció a Eva, formó un solo ser con ella.

Yo no recuerdo dónde Pepe bailó el tango ni en qué salones, porque la vida del grupo Martín Fierro se desarrollaba en el Barrio Norte, en una ambientación donde en un momento dado predominaba el charleston o el shimmy. al tango lo bailábamos más bien para abrazar a las muchachas. No le dábamos ninguna importancia. Me acuerdo que, en mi casa, me despertaba a eso de las 9 de la mañana un hermano mío que era muy amigo de Juan Carlos Cobían, que venía a aporrear el piano. Naturalmente, todavía no se habían acostado. Yo me levantaba a saludarlo y a escucharlo a Juan Carlos. Entonces yo era un chico. Después las edades se van igualando, después, tuve la misma edad.

Pepe Portogado es un hombre con una gran sapiencia de calle. A mí me asombraba mucho. De nuestra larguísima relación, puedo destacar una cosa de la que, quizás, no muchos se acuerden. Íbamos siempre al fútbol, porque a mí me gusta como deporte; además, me parece que no se tiene una noción muy clara del lugar donde se vive si no se va a una cancha de fútbol. En ella conviven y convergen todas las clases, todos los tipos de ubicación social. Y en ese momento de éxtasis colectivo que es el partido de fútbol, siempre aparece la problemática nacional que realmente tiene importancia a los ojos de una masa, mucho más allá de lo que puede decir la gente politizada.

Ibamos al fútbol con Pepe, y él me enseñó a mirar eso. Y también me salvó de los ladrones. Porque, recuerdo una vez en una cancha, había dos sujetos "cariñosos". Yo, que siempre estoy a favor de la gente linda, a veces me confundo. esos dos sujetos cariñosos, que nos querían buscar un lugar en la tribuna, tenían la intención de sacarnos la billetera con su exceso de cariño. Pepe se dio cuenta y los echó violentamente con un gran conocimiento del prójimo habitante de la calle. La batalla callejera, cuando un poeta tiene que ser lustrador de zapatos, diariero, albañil o "fusilar las primeras minas contra el paredón", como decía Pepe, con peligro de ser sorprendido por las intervenciones de la policía, es dura.

A mí me maravilla la enorme sapiencia de la calle que siempre tuvo Portogalo. Podemos decir que gente del tipo de las que formábamos la generación de Martín Fierro empezó a tener calle cuando fue incorporada al periodismo, cuando ese periodista con una agudeza y un talento enormes que era Botana, ante la risa de todos los demás directores de todos los grandes diarios, decidió tomar a toda la gente de Martín Fierro, y a un ensayista como Pablo Rojas Paz le hizo hacer fútbol, a mí me largó a hacer crónicas de crímenes, y después lo trajo a Borges e hicimos un suplemento literario para la masa.

Hasta ese momento, no teníamos "gran calle" porque vivíamos visitándonos de casa en casa, a la sombra de bibliotecas, rodeados de muchachas muy lindas, con

bastantes facilidades para vivir. "La calle" era algo muy relativo. Nos servía tan sólo para transitar. Y encontrar un hombre como Pepe, medularmente metido en la calle y en el conocimiento del gran patio de la picardía porteña.

http://editorialhylas.escribirte.com.ar/5584/jose-portogalo.htm



 

Prólogo de la edición original de Tumulto

Una poesía de fuertes tonos dramáticos, de chocantes aristas verbales violentas, es la de José Portogalo en este segundo libro suyo que es Tumulto, premioso y actual conjunto de poemas que evidencian una vigorosa voz de poeta, una voz distinta en nuestro medio, que expresa el sentido vital y las aspiraciones de un numeroso sector social, cuya determinación ha de surgir, sin duda, explícita y clara a través del más hondo medio interpretador que en este caso es el poeta. Este sentido es ya una definición en cuanto se refiere a la temática expresada, y señala a la vez en su diferencia con otras ostensibles medidas poéticas un contraste no por excepcional menos saludable o necesario, que le aleja del empleado tono artificioso con frecuencia sentimental, cuando no del solo anhelo individualista y propio.

Portogalo es intérprete del momento y de la realidad en que le toca actuar, circunstancia y tiempo en las cuales se determina sin escamoteos, íntegramente, eludiendo como interpretador por fuerza de gravitación auténtica, toda conexión difusa que en un complejo juego de posibilidades, ese expresado y modificable momento le plantea.

No es el único en esta tarea de raíz poética con evidencia social en América; voces también idóneas, de acentos oscuros, urgentes, tumultuosos, se han levantado en el Norte: Sandburg, Langston Hughes y otros, que mantienen de manera determinativa una firme cohesión y solidaridad con el medio social en el que actúan. La poesía no es para estos poetas una acoquinada fuga de la realidad. Se enfrentan a ella con intereses tan directamente influenciables como los individuales, y si bien no los eluden, por imposición, se proyectan sobre ellos en la firme cohesión que reviste su fuerte temperamento.

Otros poetas podrán huir de su realidad y de su tiempo y otorgar al medio de su poesía un fin diverso, cruzando por sobre una influencia ambiental como si no existiera y utilizar –deliberadamente o no– el destino controvertible de las frases para un fin limitado y propio. En cualquier forma es evasión, huida que se determina con un canto de factura intimista, convirtiendo al poeta en una anacoreta de la defensa propia, una especie de introvertido de alcance indudablemente individual. Huyen a su tiempo. El autor de Tumulto en cambio se enfrenta a él; más todavía, responde a un ritmo que tiene urgencia dinámica y sale de una realidad con frecuencia dramática.

Es la voz de un poeta expresada sin desviaciones de factura idiomática y no es la suya tan sólo, sino a la vez la de tantos seres que como él están en una realidad y pertenecen a un medio, o para mejor decir una clase, cuyo hondo sentido y aspiraciones expresa, sin escamoteos que le hicieran factible de fáciles y posteriores recriminaciones.

El volumen está ilustrado por Demetrio Urruchúa, uno de los más personales valores pictóricos de América, cuya adhesión al sentido vital en los poemas de esta obra le marcan una solidaridad de artista, que es preciso destacar merecidamente por sus expresiones y su finalidad.

Este libro de carácter poco frecuente en nuestro medio, Ediciones Imán lo da a conocer y lo destaca como una contribución en su propósito de divulgar valores jóvenes de América.

(Prólogo de la edición original de Tumulto, publicado en 1925 por la editorial Imán).

Tumulto

Me trepan los insultos -mareas numerosas-
como trepan los hijos al cariño de un hombre.
Tengo las ansias llenas de ganarme en un grito.
Grito: ¡La vida es nuestra! y abro los horizontes.

Puertas de bronce viejo, de hierro remachado,
caerán cuando se agrupen las voces en un puño.
Hombres desvencijados, de espaldas a la vida:
así dancen las balas no serán de este mundo.

A los calvos de ideas, con sangre de pantano,
a los viejos que ensucian las palabras más altas,
les hago una advertencia: conmigo están los brazos
de aquellos que arrancaron de sus ojos las lágrimas.

La humildad -ese viejo mascarón- no hará suya
nuestra carne que es nudo de un clamor que echa ramas
y en sus climas oscuros, como a un árbol raíces,
nutren de savia pura los cuencos de su entraña.

Y ¡guay! del que esté en contra de nosotros, los pobres,
esos ríos de sangre, silenciosos y lentos,
que bajan hasta el pozo más hondo de la tierra,
que suben hasta el límite más alto de los cielos.

La vida es de nosotros los que hacemos la vida
a gotas de sudor, de ímpetu, de fuerza
y que jamás o nunca tenemos una cama
donde cavar la hondura de un vientre en primavera.

Nos vejan, nos explotan, nos reducen a cero,
si agitamos un grito de protesta nos castran.
Nos orinan la baba de un exiguo salario
y nos cuadran en leyes como a burros de carga.

Y hablan de La Piedad, de La Bondad, del Arte,
sacerdotes, artistas, profesores, poetas,
los que en nombre del pueblo se erigen en vigías,
¡esos hijos de puta con almuerzo y con cena!

Ah señor Jesucristo: no queremos tus frases
-panes sin levadura-, magníficas, humanas,
que no son más que frases pero que nos inhiben
y destapan, astutas, nuestros poros de lágrimas.

No queremos tus frases. Yo que vengo de abajo
y que anduve entre obreros con hambre y manos sucias,
que sé lo que es el mundo, este mundo de mierda,
te lo digo derecho: tus palabras son putas.

Al carajo con todas las parábolas bellas.
Al carajo con todos los escrúpulos sordos.
Presentemos las armas proletarios del mundo
y a tiro limpio, firmes, vaciémosles los ojos.

La vida es de nosotros, los que hacemos la vida
a gotas de sudor, de ímpetu, de fuerza,
y que jamás o nunca tenemos una cama
donde cavar la hondura de un vientre en primavera.


Las voces

Trabajo sordo, intenso, de palabras oscuras, de uñas amotinadas,
de picos de buitres ávidos sobre mi entraña joven.

No es ésta una Elegía, camaradas.
Es un canto de fuerza que irrumpe en mis arterias
como un torrente turbio de aguas que se desatan.

Yo no soy más que el buzo, el diente del anzuelo, el gancho de la grúa,
y en mi boca se entienden los idiomas del hombre.
Se enroscan en mi lengua, filiales, amorosos,
y allí dictan sus almas densas como una fiebre.

La voz negra destapa un cuerpo milenario.
Trae vientos antiguos que se agitan unánimes.
Con fuerte olor a vida, a cielo, a musgo fresco.
De andar lento, seguro, como el de los rencores.

La voz negra disputa como un sol en los caminos.
No es el viejo lamento, la palabra humillada.
Es la selva que asalta gritando sus deseos.
En la copa del árbol con sus frutos maduros.

La raíz y la piedra con empujes vitales.


Desdoblamiento

Un alma de hombre humilde tiene más de una Ilíada
Enrique Banchs

En la boca una voz amarga y en las manos
esa angustia tremenda del jornal inseguro.
Ruedan los días tristes, opacos, sin relieves,
sólo yo muevo el día que se instala en tu mundo.

Pero no me comprendes, me piensas siempre niño;
no sabes que en mi carne sufro tu edad madura,
y cuanto más avanza tu amor en el recuerdo
más se aferra en mi entraña la raíz de la angustia.

Soy como puerta abierta para que en ella habites
y aclares tus jornadas con mi arcilla de niño
trayendo ante tus ojos la imagen de aquel día
que ocuparon mis manos un cuaderno y un libro.

Y no sabes, no sabes que el libro abrió un boquete,
como un hondazo en medio del cielo en una estrella,
y tú que nunca —¡nunca!— supiste qué es un libro
ante mí, menos hombre, te hospedas en la tierra.

Penetro tus angustias aunque siempre sonrías
y fumes tu cigarro tratando de engañarme:
Alta sabiduría la de tu amor que limpia
de impurezas de libros el temblor de mi carne.

Piénsame siempre niño que seré tu reposo,
la gota de agua pura que caliente tus párpados
cuando cansado vuelvas del esfuerzo que agota
y exangües, doloridos, se te caigan los brazos.

Piénsame siempre niño, por ella, la que nunca
parece que existiera trajinando en la casa,
la que intuye mis nieblas terribles de hombre solo,
la que hasta en sueños sorbe la acritud de mis lágrimas.

Por ella, por tu vida de pobre, siempre pobre,
haré que entre en mi carne el sol como una cuña.
Y aunque el rencor me muerda de noche las entrañas
no enturbiaré tu oído con mis palabras sucias.

Viviré entre mis nieblas arrancando los gritos
que de noche me suben —gusanos— a la lengua
para darte ese niño que piensas en tu vida
mientras mis años agrios afirmen la protesta.

Alta sabiduría la de tu amor que limpia
de impurezas de libros el temblor de mi carne;
por ella hice mis voces de fervor y de sueños
y amo a los pobres diablos que son los de mi sangre.

[De Tumulto]


Canto a mi pan

Con pan de mi amor alimenté raíces.

De ráfaga-navío pan de nube
de noche-madrugada pan de trinos
y lágrima de pan de la pobreza.
El pan del vino aguado.
El funerario pan de los rincones.
El pan del ofendido
humillado
abolido.
En pan el pan el pan de los canteros
con el pan de los pájaros de mi alma.
Mi pan dije una vez (oh pan de piedra
trizándome los dientes)
nació del frío denso de los surcos
y del hueso pelado del rocío.
Y había una gaviota iluminada
y una espiga
de cárdeno rumor viva en mis sienes.
Había un cielo efímero
una lluvia
cenicienta y atroz con cicatrices
socavando mis yemas.
Había sin embargo dulzura de pan fresco
de gorrión despeinado de la música
que se nutrió del árbol de mi sangre
con ese ritmo sordo de cigarras
que aturden mi memoria.
Sus plumas custodiaron mis palabras
y su pico el latido de la brisa
sobre mi corazón amotinada.
Vino a mi voz en símbolo clareado
y me dio con el viento el pan insobornable
imbatible
durísimo
del mar con la cuchara de las olas
y el humo del tabaco de mi padre que ha muerto.

Cómo lo conoció mi infancia
definida
en la mejilla aireada del aromo
del abrojo del níspero del pámpano la higuera
y del libro escolar garuado en un baldío.

De pronto salió el pan salió de las arrugas
del labrador con hambre
y de la finca aérea del hornero.
Y yo
salta-alambrados
pierna al aire del aire avispa ronca
y hojaldre de los sueños
"como un ojo que ve claro" pude ver
destellando esplendores
el ojo de la vida
la inocencia del pan
y el encendido soplo de la escarcha
que preanuncia el exilio ante el abismo.
Y diría en fugaces imágenes del vértigo
primavera-gorrión gorrión-verano
y amor hilo de fragua
resplandor
caricia de agua quieta sobre el musgo.
Y mi vocabulario y mi cuaderno
perdido en un galpón
con la locomotora de un tren que nunca olvido.
Y diría también linterna humedecida
armónica herrumbrosa
y mendrugo de pan entre mis vértebras.
De pan-gorrión entonces mi esqueleto
mi barba con espuma mi calvicie
mi fulgurante lengua de pan-gorrión
alígera
y súbita alfarera de mañanas
que ha rodeado mi pecho de júbilo radiante.
Mi pan dije una vez (oh pan reflorecido
del vaho en las colinas)
izó luz infinita pan de gallos
que asea alta la noche los molinos
y el belfo echando azufre de un potro ingobernable.
Y vi cómo del ojo de Éluard amanecía
el ojo que ve claro pan de fuego
y de raudo aletear mi pan de río
mi gorrión-primavera mi semilla
de ese pan rutilante
pan de sol.

Pan de lumbre ganado repartido.
Pan de frente rozando el horizonte.
Pan de hermano de amigo solidario
pan de voz.

[De Tumulto]


Film

Una vez a Nemo, "el ángel" le rompí la cabeza de un hondazo.

Yo tenía diez años y un corazón violento como mis malas palabras.
Y una voz agria y dura que sabía colarse en los tranvías
y dar vueltas en las barrancas de Belgrano seguida por los guardianes.

El era un niño rubio y manso dejado de la mano de Dios.
Y hasta tenía los ojos húmedos de un galgo que lame las manos del castigo.
Pactaba con medallitas de lata y se regía por una oración.
Y jamás se le ocurría pensar que a las muchachas había que poseerlas.

Pero éramos camaradas.
Yo con mi afán de romperlo todo. De socavarlo todo.
Hasta las lenguas grasosas del Río de la Plata en días de rabona.
Con mi lujosa agresividad de niño aceptada en rueda de mayores.
Con mi inocencia zumbona de pantaloncitos rotos en el traste.
Con mi alegría salvaje que tuteaba a las "señoritas".

En Echeverría y 11 de setiembre le lustraba los ojos a mi infancia.
Entre el olor y el sabor de la mañana sentada sobre mis rodillas
sacaba mi corazón y en mis manos se lo daba de comer a los gorriones.
Esto hacía gruñir a los ingleses de piernas de palo y voz de vidrios rotos.
Pero mi honda lograba frustrar el servilismo de los porteros.
y el corazón salía ileso porque era puro como la pepita de un carozo.

Entonces yo estaba enamorado de Perla White y de mi maestra de 3er. grado.
Me gustaban los ojos oscuros y las pestañas rizadas de Pola Negri.
Y tenía una novia a quien le relataba las aventuras de Sandokán.
Se llamaba Pola Morera y era linda como la estampa de un libro.
Por ella quería ser William S. Hart o el capitán de "La amenaza oculta".
A mi novia le gustaban los ojos de acero de los cowboys de las películas
y me llamaba su pequeño soldadito invasor.
Porque mi voz agria y dura dolía como una pedrada
y siempre tenía los puños listos para trizar narices.
El, con su dulzura de arcángel bajo los cornizones
en una mañana de primavera de cielo verde nube y de cartón,
yo, con mi hisopo flamígero encendiendo las mejillas de las muchachas
en una barricada de guerrillero de barrio.

Hoy Nemo "el ángel" anda por las plazas de Buenos Aires
y predica el salvacionismo con voz de Biblia y un tajo en la cabeza.
A veces se acompaña de un órgano y dice que ve a Dios sobre los árboles
y a Cristo sobre las aguas sucias del pecado con intención de lavarlas.

Pero yo sólo sé que Nemo "el ángel" es corredor de retratos.

[De Tumulto]


Las voces

Trabajo sordo, intenso, de palabras oscuras, de uñas amotinadas,
de picos de buitres ávidos sobre mi entraña joven.

No es ésta una Elegía, camaradas.
Es un canto de fuerza que irrumpe en mis arterias
como un torrente turbio de aguas que se desatan.

Yo no soy más que el buzo, el diente del anzuelo, el gancho de la grúa,
y en mi boca se entienden los idiomas del hombre.
Se enroscan en mi lengua, filiales, amorosos,
y allí dictan sus almas densas como una fiebre.

La voz negra destapa un cuerpo milenario.
Trae vientos antiguos que se agitan unánimes.
Con fuerte olor a vida, a cielo, a musgo fresco.
De andar lento, seguro, como el de los rencores.

La voz negra disputa como un sol en los caminos.
No es el viejo lamento, la palabra humillada.
Es la selva que asalta gritando sus deseos.
En la copa del árbol con sus frutos maduros.

La raíz y la piedra con empujes vitales.


Poema a Carl Sandburg

."..Y las sargas anónimas de los hombres oscuros
que pelean a brazo partido con la vida
y en profundas calles de extramuros
sufren su humillación como una herida"

César Tiempo

Cómo me alegraría, mi querido Sandburg, que estuvieras aquí,
a nuestro lado, junto a esta verja que da a una calle opaca
y sin chicos que la embarullen como a la calle de los pobres,
hoy que el frío nos agarrota los dedos,
nos humedece la punta de la nariz como a la de los borrachos.

Cantaríamos juntos, mi querido Sandburg, la canción del trotacalles.

Ya los lecheros han dejado sus botellas en los jardines silenciosos
-frágiles y sin arrugas como jardines de calcomanía-.
Por eso me acuerdo de ti cuando oigo sus carros percudir el silencio
que se tiende feliz sobre la calle opaca.

El sol insiste en no tirarnos su bufanda de lumbre para calentarnos
y el aire es tan frío y delgado que nos penetra y duele como un grito.

Atrás de los párpados de las ventanas duermen los millonarios y sueñan.
¿Qué soñarán los millonarios en las mañanas de invierno?
Dime, Sandburg, ¿qué soñarán los millonarios de todo el mundo?
Y sus hijos, ¿qué soñarán en sus cajitas de sorpresa?

Cómo me gustaría haberme hallado en tus años
junto a tus manos pesadas, ásperas, violentas,
porque con ellas has hecho todos los oficios -como yo- y has escrito poemas;
has volteado los vasos en las tabernas
riendo con una risa fuerte de bebedor de whisky y de guapo;
has peleado con los patrones, los porteros, los choferes
y has acariciado los muslos de una muchacha querida para soñar.
¿Qué soñarías en las mañanas de invierno?
Dime, Sandburg, ¿qué soñarías sobre tu carro de repartidor de leche?

-Ah, pero yo soy pintor y nada remedio con estas interrogaciones
mientras mis compañeros lijan los barrotes de la verja
que van como lenguas al cielo para evadirse de la soledad.

Me subiría a tu carro de lechero, de trotamundos, de abremalezas;
arrancaríamos el poema de la urbe
- caliente como raíz o el seno de una madre-
para agriarnos la voz
y blasfemar como los italianos frente a los mercados,
viendo cómo les roban la plata a los pobres turcos y a los pobres judíos
y cómo "levantan" los bultos de los carros y de las veredas
los truhanes que ya han comprado los ojos del vigilante y los del cuidador.

Y con Masters, el masticador de tabaco y amigo de los obreros,
y con Anderson, que antes que millonario prefirió ser poeta,
nos iríamos a mi suburbio, allí donde creció mi infancia
y gané los primeros coscorrones y los primeros centavos
y paladié el sabor de las primeras palabras sucias que no mancharon mi alma;
donde conocí a la única mujer que me quiso
y donde estoy ahora apelotonado como un trasto viejo
vendiendo cara mi vida y mis sueños por la porquería de un jornal.

Nos iríamos Sandburg, a mi suburbio
para acechar la llegada de los vendedores de diarios
-esos ángeles pringosos que me parten el corazón con sus gritos-
cuando el canto de los gorriones hace boquetes en el aire
y el vozarrón de los gallos se riza como una viruta
en ese minuto en que las prostitutas cierran los ojos y sueñan.
¿Qué soñarán las prostitutas en las mañanas de invierno?
Dime, Sandburg, ¿qué soñarán esas mujeres
de palabras duras como sus vidas y frías como sus labios
que no queremos pero en cuyas orillas
hincamos nuestra soledad para habitarla de imágenes?
-Ah, pero yo soy pintor y nada remedio con estas interrogaciones
mientras mis compañeros lijan los barrotes de la verja,
y pienso que no tengo muchacha para acariciarle los muslos
porque el jornal no me sobra y la pobreza me asedia
como el frío de esta mañana de invierno
en que el sol insiste en no tirarnos su bufanda de lumbre para calentarnos.

[De Tumulto]


Canción con la muerte de un sueño

I

Permitidme amigos que os cante esta mañana transparente
en que la primavera da brillo a las hojas de los arboles
y en Villa Ortuzar -mi barrio- el sol tutea los ojos de los niños,
el corazón maduro de los jornaleros sin trabajo
y las cabelleras de las muchachas pobres que van a las fábricas.

Oh, mis amigos:
Hoy que arranqué la piel de cordero de mi humildad
y en mí nace un hombre que vosotros no conocéis.
Un hombre que estaba adherido a la piel de cordero de mi humildad.

Estoy libre ¡libre! del sueño de los pobres.
Esa nube violenta que nos ciega los ojos
Que nos tumba sobre un camastro de algodón
y nos transforma -como a fumadores de opio- en sacos inservibles,
tirados en un fondo de mar verdoso, como buzos ahogados,
para soñar el pobre sueño de los pobres.

Le arranqué los tornillos a mi angustia. Y amo y odio.
Amo con la conciencia limpia cómo la de los niños,
Odio con la conciencia pura como la de los pájaros.
Porque me arranqué los sueños como guantes
-la mesa servida, la casa propia, la mujer fiel-
y ando en cueros gritando mi alegre animalidad.

Oh, mis amigos:
Vuelvo a mis 12 años de edad turbulentos como un sueño de vagancia.
Cuando leía las aventuras de Salgari y las novelas de Julio Verne.
Y abrazaba a las muchachas para levantarles las polleras
y encenderlas de pudor ante mi audacia de capitán pirata sin turbante
ni mares que conquistar. No tenía súbditos que obedecieran,
pero tenía mis 12 años duros con olor a tabaco fuerte.
Y unas ganas tremendas de amar la vida.
Y una injuria despierta -sin goznes- para el más cobarde.
Y unos puños crispados que levantaban mi corazón y mi osadía.
(Cómo cantan en mí los años de la escuela. Oh, mis amigos:
Ahora que oigo el tañido suave de una campana lejana
y su mar erizado de músicas repercute en mis tímpanos cómo en un caracol.
Ahora que los pregones de la calle
abren la piel transparente de esta mañana de primavera
y en mí nace un hombre que vosotros no conocéis).

Era el más osado de la clase y Armando Casafúz, mi maestro,
una vez me abrió su confianza cómo una puerta de amigo.
Ese día fumé cigarrillos de 30, conocí el puerto de Buenos Aires,
y me di un atracón de vidrieras sin pensar en romperlas.
Porque era en mí libertad el niño más feliz del mundo.

Oh, mis amigos:
Entonces yo sabía organizar las revoluciones infantiles.
Gritar: ¡Viva el socialismo! ¡Abajo los que tienen plata!
Hacerles un corte de manga a los vigilantes y a los porteros.
El pito catalán a los maestros y a los Hermanos Maristas.
Y en Cramer y Mendoza trompear a los monitores por alcahuetes,
para proveerme de sueños que me aislarán de las cuatro paredes frías de la ciudad,
y vengarme de mi cotidiana amargura:
Las vociferaciones groseras de los cocheros, los choferes, los feriantes.
Las corridas de los guardianes tuertos, o sordos, o mancos, o rengos,
en torno a las tres barrancas de Belgrano con sus héroes inmóviles,
sucios de verdín y de tiempo, donde hacían el amor las arañas,
y servían para que yo les meara con la inocencia de los ángeles.
Las vejaciones de una solterona histérica que leía a Vargas Vila
mientras yo enceraba una escalera de 50 peldaños y cantaba para aturdirme,
o rompía las vajillas en la cocina porque ansiaba partir, partir.

Oh, mis amigos:
Aunque el corazón de mi madre me defendiera como una garra,
y mis 12 años duros con olor a tabaco fuerte bloquearan las ofensas más turbias.

II

Y ésta es mi Elegía, camaradas:
la mesa servida, la casa propia, la mujer fiel.

Al sueño de los pobres lo arranqué con tirabuzones de aliento
y estoy de vuestra parte porque el mundo nos pertenece
bajo este sol que tutea los ojos de los niños,
el corazón maduro de los jornaleros sin trabajo
y las cabelleras de las muchachas pobres que van a las fábricas.

[De Tumulto]


Retorno

Devolvedme las malas palabras puras,
Aquellas que tuve un tiempo cuando era niño
y apedreaba las vidrieras, las casas de los burgueses
y el casco de los vigilantes,
que era un blanco magnífico para el envión de mi honda.

Aquellas malas palabras que eran mareas de sinceridad
y apuntalaban mi infancia como un cielo violento.

Devolvedme las malas palabras puras
Aquellas que tuve un tiempo cuando era joven
y hacía el amor a las doncellas que rondaban mi hombría
como barcos a vela.
Aún el estupor de la vida y la maldad de las gentes
-enguantadas en una suavidad de cáscara de cielo-
no me habían arrastrado entre la diáspora de los vórtices.

Aquellas malas palabras que eran mareas de sinceridad
y apuntalaban mi juventud como un cielo violento.
Hoy he visto morir a un hombre.
La multitud miraba curiosa, atónita, a la bestia caída.
La oreja, el ojo, la boca de la multitud
se hamacaban en una mueca misericordiosa y piadosa.

Pero las muecas se hacían añicos contra el asfalto aceitoso
y regado por un sol de mala muerte

Ningún brazo de coraje
levantaba el cielo violento manchado de sangre.
Solo yo -junto a un árbol- clamaba por el hombre muerto:
¡Yo tengo la culpa!
Pero tenía las palabras sucias, impuras e indignas de ese muerto.
Él las rechazaría sí las oyera
porque era un hombre capaz de escupirle a Dios en su misericordia.
Esa estúpida misericordia de un enano Dios de barro
con su corte de arcángeles rufianes,
con su corte de vírgenes prostituídas,
porque era un Dios el mismo con su carne, su sangre y su entraña
que elaboraban el cielo violento de las malas palabras puras.

¡Ah! qué hermosa lección me ha dado este hombre
que hoy apagó su vida entre el fragor de la multitud atónita
contra el asfalto aceitoso
y regado por un sol de mala muerte.

Hermanos de las usinas, de las fábricas, de los talleres,
un camarada pintor os pide la palabra.
Una raíz ignorada me levantó las carnes
Ahora tengo el cielo violento que apuntalaba mi infancia
cuando apedreaba las vidrieras, la casa de los burgueses,
y el casco de los vigilantes
era un blanco magnífico para el envión de mi honda.

Hoy
un compañero albañil
se rompió la crisma desde un séptimo piso
contra el asfalto aceitoso
y regado por un sol de mala muerte.

Un poema a las 6 de la mañana

Podría cantar la desalquilada vigilia de las prostitutas,
el motín callejero de los gorriones en la urbe.
de mis manos inválidas, de mis pies doloridos,
Pero el canto de un gallo
que abre la mañana con los dedos de un ángel sin aureola,
suena en mi corazón -íntimamente-
y en mi sangre
alza su tono de armónica meridional
para recordarme que soy un hombre huérfano en mi ciudad.

Mi ciudad: La de las grandes riquezas y las grandes miserias.
La de los grandes chantajistas de guantes color patito:
Gerentes de banco. Presidentes de asociaciones patrióticas:
Directores de grandes rotativos. Críticos de Arte. Periodistas.

Urruchúa los pintaría con una ganzúa en los labios
y el alma junto a tu voz que enrula un tango de Filiberto.

Sé que me querrías si te hablara de amor,
aunque te desangres diez horas en una fabrica de tejidos
y sufres el asedio de un gerente mulato
-oblicuo como la sombra de una pared a media noche-

Porque tú necesitas un hombre, amiga, y yo necesito una mujer.

[De Tumulto]


Cartel

Sabemos que la tierra palpita bajo el peso de nuestros muertos.
También sabemos que a la muerte de los recién nacidos
se une la muerte de las parturientas anónimas.
La muerte de los canillitas sobre los mármoles fríos.
La muerte de los soldados bloqueados por los colores de las banderas.
La muerte de las prostitutas entre colillas aplastadas y frascos de perfume.
Y hasta la muerte de las nubes que se transforman en lluvia:
Sobre las ciudades, o sobre los campos

La muerte que rueda por el Universo embozada como una espía,
y se aposta en cualquiera esquina del mundo, o en un zapato.
O anda como un silbido que se ha extraviado en el aire

Os lo digo camaradas: Tenemos siglos de inercia que giran entre las manos.
Y nos vencerán como a juncos o como a hierbas si no mellamos sus hélices.
Las voces de nuestros muertos circulan como soles que alumbran.
Yacen en horizontes que avanzan sobre planetas que dan vueltas.

A veces, con las manos crispadas
como los cuerpos de los náufragos flotando sobre el océano.
A veces con los ojos espantosamente abiertos,
como la boca de los túneles o el ojo de los abismos:
Nos aguardan sus muertes y se unen a las raíces más oscuras
Las que penetran la tierra.
Las que alimentan las ramas
Las que dan sangre al fruto.
Así, como los latidos del corazón que vitalizan la carne
Las raíces que todos ignoramos.
Las raíces que corren por las venas.

¿Hasta cuando nos dejaremos pudrir entre los limos de la inercia?
¿Hasta cuando empujará la noche sus bultos en nuestros ojos?
¿Hasta cuando os dejaremos manosear como las semillas?
Y no seremos como la ola que avanza
Como la flecha que avanza.
Como la rueda que avanza.
Como el fuego.
Como el viento.
Como el humo.
Como el vivir de todos los elementos del Universo que avanza!

Os lo digo camaradas: Tenemos siglos de inercia que giran entre las manos.
Pero yo sé que hay mañanas más allá de la sombra.
Mañanas que nos aguardan desnudas junto a las estrellas.
En las puertas del alba tupida de pájaros libres.
-Como las muchachas de las aldeas a los mozos que vuelven de los surcos-
Para que las penetremos
Para que las poseamos
Como las raíces a la tierra que vive de la levadura de nuestros muertos.
Y dejemos entre sus labios el corazón que sangra y sueña.
E inauguramos en ellas la patria de los que no tenemos patria.

La patria de los horizontes que avanzan sobre planetas que dan vueltas.

[De Tumulto]

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