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Eloísa cartonera, por Patricia Kolesnicov   |   Manos a la obra   |   NESTOR VIVE en el barrio de La Boca   | 
La Revolución de Mayo vivida por los negros
El curandero del amor   |   Hasta quitarle Panamá a los yanquis, por Washington Cucurto   |   Don Washington Elphidio Cucurto, por Juan Camerón
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Entrevista Clarin 2006    |    Eloísa cartonera


LECTURA REDOMENDADA
Nada menos Arlt, periódico Mú, mayo 2011  | 
"El arte no es lugar para imponer sino para generar" (Página/12, 05/07/08)
Washington Cucurto - El hijo   | 
Tamara Kamenszain - Testimoniar sin metáfora. La poesía argentina de los 90
Retrato de Zelarayán por Washington Cucurto, Revista UDP, Chile, julio 2007

Washington Cucurto y el mundo segun "el curandero del amor"

"El personaje hace cosas que Santiago Vega nunca haría"

Mujeriego, "peronista de raza", incorrecto, machista, incorregible: el personaje creado por el fundador de Eloísa Cartonera ya generó todo un universo propio y ambiguo. "Mis personajes dicen barbaridades como las que escuchás en la calle", señala el autor.

"Los políticos siempre defraudan, pero a mí no me decepciona ningún político porque básicamente no creo mucho en ellos. "

Por Silvina Friera, enero 2007

La madre de Santiago Vega, más conocido en el mundillo literario como Washington Cucurto, estaba paseando por el shopping del Abasto y de pronto vio la portada de un libro que le llamó la atención. "Se parece a mi hijo", dijo asombrada. Se acercó a la vidriera y comprobó que el muchacho de la foto, caracterizado como un pai brasileño o un maestro espiritual centroamericano, era ese quilmeño morrudo que ella tuvo hace 34 años. La señora entró a la librería, fue a buscar el libro, la novela El curandero del amor (Emecé), y le dijo al librero: "Soy la madre del autor". Qué hubiera dicho la señora si hubiera leído en la portada que su hijo, parafernalia de marketing mediante, es considerado como "el hecho maldito de la literatura argentina, un auténtico cross a la mandíbula de la cultura bienpensante". Difícil saberlo porque la anécdota -que podría transcurrir perfectamente en una de las ficciones de Cucurto, bajo la estética que él define como "realismo atolondrado"-, contada por el escritor en un bar de Almagro, concluye con las palabras del vendedor: "La felicito, señora".

Cucurto revela que ese juego de ser otra persona, que decidió jugar hace tiempo en la literatura argentina, donde la regla es la desfachatez, la liviandad, la autorreferencia -su gusto por la cumbia, su trabajo como repositor de supermercado, su lugar de nacimiento o su mujer paraguaya, entre otros detalles-, ha generado una serie de equívocos. El más importante de todos es confundir las historias del personaje Cucurto -un cumbiantero desaforado de la noche de Once, Constitución y adyacencias, mujeriego, "peronista de raza", incorrecto, machista, incorregible- con la vida del autor. Nada más alejado de esa imagen desmesurada del marginal que vive en un mundo de excesos que verlo en ese bar de Almagro, con su hija Morena, de siete meses, tomando una gaseosa. "¿Se parece a mí?", pregunta Cucurto, y Morena, como si lo entendiera, balbucea, a veces se ríe o trata de agarrar las servilletas de la mesa. Sí: es grandota, como el padre. "Esta va a bailar cumbia", pronostica el escritor en la entrevista con Página/12.

Cucurto acaba de pegar ese gran salto que suele ser incómodo y molesto para aquellos autores que están acostumbrados a publicar en pequeñas editoriales porque las sienten como un espacio más acorde con sus naturalezas. Y aún más para él, que es el fundador de la editorial Eloísa Cartonera, un proyecto artístico, social y comunitario sin fines de lucro, donde cartoneros se mezclan con artistas y escritores. Cucurto ascendió a la primera división, pero el pase, parece, no sería definitivo. Su última novela, El curandero del amor, acaba de ser publicada por Emecé, pero al mismo tiempo también se reeditó quizá su libro más emblemático y querido, Cosa de negros (Interzona). "Megabardera, ultratrola, imparable, por eso la quiero tanto, por eso amo a mi ti-cki cumbiantera, lo mejor que me pasó en la vida". Así empieza la nueva novela de Cucurto. La ti- cki de esta historia no es dominicana ni paraguaya. "Es un personaje nuevo dentro de los que vengo escribiendo", admite el escritor. "Está inspirada en gente que conocí, que milita en agrupaciones políticas marxistas. Es una joven estudiante muy politizada, ninguno de mis otros personajes hablaban de política como ella, y si lo hacían era de una manera muy empobrecida, desde lo que dice la gente como al pasar. Mis personajes dicen barbaridades, como las que escuchás en la calle."

-¿Qué cosas cambiaron ahora que publica en una editorial grande?

-Me llaman de todos lados, en un mes hice más reportajes que los que me hicieron desde que escribo. Es demasiada visibilidad, el libro está en todos lados. Me da mucha timidez tanta exposición. Es un cambio muy grande; me sorprendió mucho y me di cuenta de que no estoy preparado para algo así. Antes estaba más tranquilo, ahora me cuesta mucho conversar con los periodistas porque no me leyeron ni me conocen y vienen sólo por la editorial, y cuando me doy cuenta de eso no tengo ganas de hablar.

-¿Siente miedo de que se le escape de las manos el personaje que inventó, con tanta exposición?

-No, la verdad es que al personaje no lo controlé nunca completamente; es un personaje de aventuras, como un Tom Sawyer de Twain. Lo único que hice fue poner la cara, por eso a veces la gente se confunde y cree que ese personaje soy yo. Me gusta usar lo real hasta el fondo y lo imaginario también, no tengo límites. No sé qué tiene más peso, si lo real o lo imaginario, pero en la literatura todo es posible. Lo real no es lo que soy yo sino lo que el libro o lo que la historia hace real. Como siempre pongo la cara en la tapa de los libros y adopté ese nombre, entonces la gente lo relaciona inmediatamente, pero eso ya es un problema del lector y no del autor. Yo soy más tranquilo, hablo poco y no bailo cumbia.


 Washington Cucurto: Entrevista Cartonera (2010)

Y creer o reventar, por la ventana del bar se asoma Julián, un amigo, saluda y sigue caminando por la calle Perón. Julián es, basta con ver el librito que acompaña la edición de la novela con las fotos de los personajes de El curandero..., Juliancito, el portero, el "luzzer" número uno de Almagro, celular y franela en mano y admirador del Turco Asís.

-En una de las escenas de la novela, Cucurto está en un telo y va recibiendo a distintos personajes, entre ellos al curandero, que le pide que lo ponga en las historias que escribe. ¿Le piden eso?

-Sí, todo el tiempo mis amigos me dicen: "Che, ¿escribiste algo sobre mí?"... También quieren que mencione los bares o casas de comidas peruanas, pero si no me acuerdo, ¿qué hago? (Risas.)

-¿Y por qué cree que quieren aparecer en los libros como si fuera estar en la televisión?

-No sé, la verdad es que es medio raro. Incluso los escritores también me piden aparecer.

-¿Se puede saber quiénes?

-Uy, no no...

-¿Serán los que están mencionados hacia el final de El curandero..., como Juan Terranova, Fabián Casas, Pedro Mairal o Manuel Alemian?

-Sí, soy muy amigo de ellos y a veces, cuando se da la situación, los menciono.

-En lo que no hay diferencias entre el autor y Cucurto es en el hecho de definirse como "peronista de raza". En la novela, Kirchner aparece mencionado como "un seudofarsante" y "seudoperonista". ¿Lo decepcionó el presidente?

-No, no es lo que pienso, es lo que se escucha en la calle o lo que se lee en los diarios o en Internet. Los políticos siempre defraudan, veremos qué pasa con Kirchner... Pero a mí no me decepciona ningún político porque básicamente no creo mucho en ellos. Sí creo en Evo Morales por lo que es y por lo que hizo; me siento identificado con él. Con Chávez también, por supuesto.

En la novela, el personaje Cucurto dice sobre el presidente de Bolivia: "Evito es un ídolo, un gran Indio, un caballero. Los sacó cagando a los de Petrobras y en Brasil lo odian, y fue con los tanques a romperles las computadoras a las petroleras y devolvérselas al pueblo. Y fue un pastor de cabras quien tuvo que hacerlo y a eso yo lo llamo venganza de la tierra. Y ahora el gas vale un toco para Argentina y Brasil y bien hecho, Evito. Argentinos y brasileños viven del hambre de Bolivia de toda la vida y ¿ahora se quejan porque les suben dos pesos el gas? ¡Ahora lloran por dos pesos el gas, cuando toda la vida lo tuvieron gratis! ¡Déjense de joder!".


La fábrica-editorial Eloísa cartonera en plena tarea de elaboración artesanal de libros, ya considerados como productos artísticos.

"El personaje Cucurto refleja cómo somos los argentinos: hablamos mucho, pero después no actuamos. Como es un personaje muy despolitizado, se corta individualmente con sus gustos", señala el escritor. "Pero vuelvo a aclarar que muchas de las cosas que él dice no son las que pienso. En un reportaje reciente señalan que critiqué a las Madres de Plaza de Mayo en este libro, como si lo que escribí en la novela fuera lo que pienso. Y mucha gente se quejó porque supuestamente había hablado mal de las Madres."

-¿Recibió muchos cuestionamientos por publicar en Emecé?

-Sí, pero son las mismas críticas de siempre, que hago marketing, que soy un invento... son los mismos prejuicios de antes, ahora aumentados. Pero no fui a buscarlos, ellos me llamaron y no veo por qué no editar un libro ahí. Aparte me parece bien que quieran pagar un libro mío. Para mí la literatura es un entretenimiento, y si obviamente me entretengo y además puedo conseguir que una editorial me edite, me parece que está bien. No traiciono a nadie, como dicen por ahí. Soy un laburante, trabajo todos los días en una biblioteca y en la cartonería (la editorial Eloísa Cartonera), y no vivo de la literatura.

-Quizá lo que puede resultar molesto es que se refieran a usted como "el hecho maldito de la literatura argentina".

-Sí, puede ser, pero no hay que hacerle caso al marketing, la gente tiene que saber que eso se hace para llamar la atención, para que se venda, y que es normal. No se puede juzgar a un escritor por el marketing, los libros están para que se los lea, no para fijarse sólo en la contratapa. Los escritores no están acostumbrados al marketing, pero a mí me gusta porque desconfío de las cosas serias, y si los escritores siguen manteniendo ese perfil tan serio, no llegan a la gente. Tampoco estoy diciendo que el marketing sea la mejor manera de llegar; es sólo una. Yo escribo cuentos, poemas, novelas... no soy el Beto Casella de la literatura, como dicen en los blogs.

-¿Le pegan mucho?

-Sí, pero también los mejores lectores y comentarios los tengo en los blogs. Lo que no me parece que esté bien es lo que se dice desde el prejuicio, y que confundan a Santiago Vega con Cucurto. No hay que equivocarse; es cierto que hago todo para que se confundan, pero un lector, un crítico no puede caer en esa pavada.

-¿Qué opina de la crítica que hizo Sarlo en su revista Punto de vista?

-Y está bueno que Sarlo hable de mí; ahora soy Cucurto (risas).

-¿Está de acuerdo, como señala Sarlo, en que su literatura sería un populismo posmoderno?

-¿Seré un poco populista? (se queda pensando). Lo importante de un escritor es comunicar, no si escribe bien o mal, porque si elaborás mucho la escritura, comunicás poco o nada.

-¿Alguna vez publicará un libro como Santiago Vega?

-No, no creo. Me divierto con Cucurto, con lo que él hace y cómo se mueve. Cucurto hace lo que nunca haría yo.

Fuente: Página/12, 05/01/07
 


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Bellísimos retratos de la negrada

Por Fernando Barraza, junio 2004

Washington Cucurto es un escritor al que casi nadie conocía hace un año. De a poco se está ganando un espacio en el mundo de las letras americanas. Es un tipo que tiene dos plumas: una sensible, poética, preciosa. La otra es filosa como una navaja pilla y callejera que alguien saca en una esquina oscura de Buenos Aires a la salida de una bailanta. Denise Mathieu, nuestra cronista invitada, nos cuenta por qué le parece que todos tenemos que entrar de cabeza al "mundo cucurtiano". Atiéndanla, porque tiene razón en todo lo que dice: Cucurto es un viaje de ida.

Parece que de verdad se llama Santiago Vega, y de él se dice que nació dos veces la primera en San Juan de la Maguana, pueblito costero al sur de Santo Domingo, en 1942, y la segunda en Quilmes, Argentina, 1973. Ha publicado "Zelarrayán" (Deldiego, 1998), "La máquina de hacer paraguayitos" (Siesta, 1999), "Cosa de negros" (Interzona, 2002). Tiene una esposa paraguaya que se llama Suni.

"Cosa de negros" (Interzona) es el libro que hoy nos interesa, y consta de dos novelas cortas, correlativas, y un folleto desplegable de publicidad destinado a revelar la biografía de un joven escritor argentino que casi no tiene obra y que era, hasta hace poco tiempo, salvo para un grupo de seguidores, un perfecto desconocido. Cuando el autor describe su "evolución histórica y antropológica", en el folleto de presentación, aparecen sincronizadamente (como si fuera un chiste) todos los rasgos de lo "cult" latinoamericano tal como es pensado en cualquier academia: filósofos franceses mezclados con Reinaldo Arenas y Arturo Carrera; Góngora asociado a los jóvenes más brillantes de la nueva poesía argentina (Casas, Gambarotta, Bejerman, etcétera).

¿Se explica su éxito en España?
Lo cierto es que no. Por un lado hay algo de esnobismo. No creo que haya habido una lectura a fondo de... Pero no sé... Sigo siendo, no obstante, minoritario, y más si se tiene en cuenta que la literatura le interesa a una minoría. Yo le interesaría, pues, a una minoría de una minoría. Y evidentemente yo también cultivo mi propio esnobismo, no leyendo a contemporáneos, pero sí alternando a los clásicos con los más jóvenes, como Washington Cucurto, que es el heredero de otro autor argentino que me interesa mucho,
Copi. Practico con ellos un vampirismo -benévolo, claro-, porque tienen lo fundamental, que son las ganas, que uno va perdiendo con los años.

[De una entrevista a César Aira]

Los relatos remiten a un mundo identificable y reconocible por cualquier lector de literatura latinoamericana: el mundo localista de la literatura del boom, el lenguaje abrumador de lo que se llama el "barroco latinoamericano" y el amasijo de lo oral y mediático de la cultura literaria latinoamericana de la década del noventa (después de Manuel Puig, digamos).

Dos narraciones

De la primera a la segunda el libro aumenta. Gana en complejidad. De la primera persona a la tercera. Si el primer relato "Noches vacías", narrado en primera persona, puede incluirse en el campo de lo confesional, el otro relato, "Cosa de negros" aparece contado en tercera persona y allí el protagonista es un tal "Cucurto", que se ofrece como el cronista de un mundo que -desde su seudónimo, encontrado míticamente, cuando se equivocó al nombrar la jerga juvenil ("Cucurto" es el tartamudeo inseguro de "curto", dice el autobiógrafo), hasta el relato de los bailes de cumbia- mezcla drogas, episodios policiales, sueños y erotismo. El personaje Cucurto, "el sofocador de la cumbia" llega a romper todo. Y lo rompe: gran recital, festejo de los quinientos años de la ciudad de Buenos Aires, secuestrando al presidente, al que le dicen "Palito" y teniendo sexo con la única hija legítima de Eva Perón.

El libro es mucho más que dos narraciones: propone claves de lectura para iniciados, guiños para "entendidos", movimientos graciosos para amigos. Es que Washington Cucurto tiene entre sus objetivos hacer algo más que escribir novelas: construirse como un personaje que desde una mirada "ingenua" y frágil denuncia la violencia cultural.

La editorial Eloisa Cartonera

La nueva narrativa sudaca border encontró (generó) una editorial de elaboración artesanal. La editorial Eloisa Cartonera nace como un proyecto que busca encontrar la potencialidad artística y laboral del trabajo cartonero.
Los libros son encuadernados con el propio cartón que los cartoneros llevan a la librerìa, que también funciona como verdulería (¡sí, allí también se puede comprar verdura y fruta!), como galería de arte y editorial. A cada cartonero se le paga 3 $ por el kilo de cartón y son ellos mismos los que editan y encuadernan las obras.

Eloisa Cartonera ya ha editado a nuevos sudaca borders como nuestro querido Cucurto ("Fer y Panambi"), Dalia Rosseti ("Durazno reverdeciente") y Fabian Casas ("El Bosque Pulenta"), entre otros. También hay autores consagrados como Leónidas Lamborghini ("Trento"), Néstor Perlongher ("Evita vive") y Cesar Aira ("Mil gotas").

Eloisa también tiene un brazo latinoamericano que nos permite acceder a textos inéditos de Gonzalo Millán ("Seudónimos de la Muerte"), Julián Herbert ("Autorretrato a los 27") y Osvaldo Reynoso ("Cara de Ángel").

Todas estas maravillas -y papa muy barata- se consiguen en este increíble local porteño, que se llama "No hay cuchillos sin rosas" y queda en Guardia Vieja 4237. Para más información pueden visitar www.eloisacartonera.com.ar

 


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Eloísa cartonera

ESCRITORES COMO RICARDO PIGLIA Y CESAR AIRA CEDEN SUS DERECHOS Y LAS TAPAS SE HACEN A MANO.

La editorial de la crisis: una tarde en la fábrica de libros cartoneros.

"Eloísa cartonera" ya publicó 43 títulos, de autores argentinos y latinoamericanos.

Por Patricia Kolesnicov

Está bueno sacar el arte del lugar de catedral, pasarlo a la verdulería", dice uno. "Si el libro no sirve para morfar, hacemos otras cosas", dice el otro. "No nos hacen reseñas, no nos toman en serio, nos toman como una curiosidad", se queja uno. "No le veo mucho tiempo a esto", augura el otro. Javier Barilaro y Washington Cucurto dicen estas cosas una tarde fresca en un local fresco en una calle con nombre tanguero, pleno Almagro. Lo dicen -uno despatarrado, el otro con las manos pegoteadas de plasticola- entre témperas y cartoncitos pintados. Son dos de los tres protagonistas de uno de los hechos culturales que acuñó la crisis: Eloísa cartonera, una editorial que produce a mano, ejemplar por ejemplar -4 pesos cada uno- y con material de desecho.

Hace frío, entonces. Ni una garrafa ni un mate ni un bizcochito circulan esta tarde en que seis hombres arman sobre dos mesas los libros de la semana. Entibian el ambiente unos cuantos pósters-manifiesto: Boca -"Hijo, cuidate..."-; Madonna, Lady Di, Gilda, una insinuante Virginia Innocenti y también Copi.

Con reflejos ante la aparición del fenómeno cartonero, a mediados de 2002 Fernanda Laguna -poeta y artista plástica-, Javier Barilaro -artista plástico- y el escritor Washington Cucurto se largaron: les compraban cartón a los cartoneros a buen precio, fotocopiaban textos cedidos por los autores, pintaban diez, quince tapas y listo: literatura y objeto único y, encima, con el tono político de los tiempos. Del productor al lector: anotaban dónde había algún evento que juntara gente y salían a vender. Luego abrieron el local, al principio vendían papas y cebollas. Salvo lo de las verduras -el tiempo es tirano- nada cambió mucho.

Al principio sus autores fueron ellos mismos y gente cercana, como Fabián Casas o Damián Ríos. Pronto se sumó el cada vez más consagrado César Aira, quien se convirtió en un virtual padrino de Eloísa. Y Ricardo Piglia. Y Fogwill. Y otra vez Aira: la editorial había crecido, este segundo título fue celebrado en España.

Creció: Eloísa cartonera ya publicó 43 títulos, llevan vendidos unos 1.000 ejemplares de Mil gotas, de Aira y una cifra similar de El pianista, de Piglia. Y el mes pasado ganaron el premio "Proyecto Red" -5.000 pesos- en ArteBa.

Todo está, sin embargo, acá, en el local frío -se llama No hay cuchillo sin rosas- y en las manos que cortan, pegan, pintan. Pintan: Alberto les pone color a los diseños que hizo Barilaro. No habla si no le preguntan, pero si le preguntan dice que "yo andaba juntando cartón. Fernanda tenía una bolsita preparada y justo pasó mi hermano y ahí empezó todo. Mi vieja también salía a cartonear, porque tiene un comedor en Fiorito, entonces Fer empezó a hablar con mi mamá. Así vino mi hermana y y a la semana vine yo". No cartonea más, claro. Ahora Fernanda -impulsora de la galería de arte-librería-regalería Belleza y Felicidad- abrió una sucursal de Belleza.. en Fiorito. Y Alberto pinta tapas por 3 pesos la hora. Ese es el cruce que le interesa a Cucurto, un escritor que se llama en realidad Santiago Vega y cuyos textos -La máquina de hacer paraguayitos, Cosa de negros, Noches vacías, entre otros- recibieron atención y hasta censura. "¿Quién no va a comprar un libro cartonero?", pregunta Cucurto. "Esto, con infraestructura, con un sistema más grande, se podría dar laburo a muchos. Acá convertimos la basura en libros. Con el cartón se podrían hacer muchas cosas. Pero tiene que haber una participación del Estado. Si el Estado tomara este proyecto, le diera galpones grandes, podríamos ser mil..."

"Trabajamos con la reapropiación de las estéticas populares. El proyecto es más amplio que hacer libros. Nos interesa llevar el arte por otro lado, ante tanta colonización estética que parece que es imprescindible ir a estudiar a Europa", teoriza Barilaro. "No podemos imitar lo que hacen aquellos a los que les sobra plata y no saben en qué gastarla".

"Algo desde el Estado, las personas solas no van a ningún lado, esto puede generar trabajo", insiste Cucurto, que habla de plata y de cosas concretas pero es, también, el encargado de seleccionar lo que se publica, un catálogo que tiene mucho de latinoamericano. "Admiro la literatura chilena", dice Cucurto, orgulloso editor de libros de Enrique Lihn. "Y estamos por sacar una antología de poesía marginal brasileña de los 70".

Va y viene la cuchilleta; Augusto es hábil. No está aprendiendo acá a manejar la herramienta: a los 46, tiene una vida de oficial zapatero. Una vida, claro, que se acabó con LA crisis. Lo suyo es el cuchillo -"me era más fácil cortar cuero, suela, goma, que esto...."- y también la literatura. Pero no necesariamente esta: "Yo leía poemas: Julia Prilutsky Farni, Joan Manuel Serrat; ahora no tengo tiempo de leer. Y escribía: tenía un montón de poemas, pero mis hermanas me los tiraron para que no viviera de recuerdos. Igual los tengo acá, en la cabeza".

Augusto promete que sí: un día serán para sus versos las tapas que corta. Cucurto también apunta a él: "Mi sueño es inventar un lector: sacarles el Martín Fierro y García Márquez y mostrarles que cualquiera puede leer a Aira, a Fogwill, a Casas".

Proyecto de producción y lectura armado a témpera y fotocopia. No tan lejos de los poemas del corazón de Augusto. Después de todo el nombre -Eloísa- es el homenaje a una amada ausente.

Fuente: Clarin, 2005



 

Manos a la obra

Un fenómeno que se extiende por América latina

Editoriales cartoneras en América latina: Desde Bolivia hasta México, pasando por Chile y Perú, la movida que generó la argentina Eloísa Cartonera prendió y se reprodujo por todo el continente. Claves para entender un fenómeno que, tras su apariencia pintoresca, propicia múltiples enfoques culturales y políticos.

"Hay un espíritu más o menos anarco que nos abarca a todos"
Eloísa Cartonera, de la Argentina, marcó el camino, pero la iniciativa se expandió. Hoy, Animita (Chile), Mandrágora (Bolivia), Sarita (Perú) y Yiyi Yambo (Paraguay), entre otras, integran el trabajo de cartoneros, artistas plásticos y escritores.

Por Silvina Friera

El Mercosur de editoriales cartoneras empezó a funcionar en un pequeño espacio cultural de Almagro, "No hay cuchillos sin rosas", sobre la calle Guardia Vieja, donde nació la irreverente y colorida Eloísa Cartonera. Washington Cucurto, Javier Barilaro y Fernanda Laguna crearon este proyecto comunitario sin fines de lucro que, desde 2003, integra el trabajo de cartoneros, artistas plásticos y escritores en la edición de libros artesanales, elaborados con cajas de cartón, con tapas pintadas a mano, páginas fotocopiadas y tiradas limitadas, de 500 a 1000 ejemplares, de narradores y poetas de toda América latina. El fenómeno se expandió en Perú con Sarita Cartonera; en Chile con Animita; en Bolivia con Mandrágora y Yerba Mala; en Paraguay con Yiyi Yambo; en Brasil con Dulcinéia Catadora, y la más reciente en México, La Cartonera. Ahora mudada al barrio de La Boca, sobre Brandsen al 600, a metros de la Bombonera, la madre de todas las editoriales cartoneras invita a quedarse, a tomar mate, a escuchar cumbia y salsa en la vereda, mientras se hacen los libros con pinceles, témperas y cartones, a la vista de los vecinos y turistas que merodean por la zona. En el pequeño local, los libros publicados y agrupados en varios estantes dan cuenta de la diversidad del catálogo de Eloísa, con más de cien títulos publicados. Conviven, entre otros, César Aira y Ricardo Piglia, Leónidas Lamborghini y Enrique Lihn, Alan Pauls (ver página 32) y Mario Bellatin, Fogwill y Andrés Caicedo, Arturo Carrera y Ricardo Zelarrayán.

"La Osa", de cartonera a famosa

Miriam Sánchez, más conocida como "la Osa", tiene 23 años y la remera de Boca gastada de tanto uso. Dejó de cartonear en las calles hace seis meses. Ahora, como todos, cumple múltiples funciones, desde pintar hasta distribuir los libros en las librerías, ferias, puestos callejeros e instituciones como la Universidad de las Madres y el Centro Cultural de la Cooperación, entre otras. Llega contenta, vendió todos los ejemplares en La Boutique del Libro de Palermo, y su sonrisa abraza al barrio. Uno quisiera llevarse a esta mujer a todas partes para escucharla y que cuente sus historias. "Yo era cartonera y siempre pasaba con mi carro. Quería saber qué era, entrar. Y le dije a mi marido, pero no tenía ninguna excusa porque no tenía buen cartón. Un día pedí pasar al baño para chusmear. Entré, hice como que fui al baño, pinté una tapa y me fui. Después de cinco meses me decidí a venir a trabajar acá, pero me recostó dejar el carro", confiesa la Osa, que todos los días viaja de La Plata hasta La Boca. "Me gusta ser famosa, que me hagan entrevistas, que me saquen fotos", admite y revela que sus libros preferidos son Salón de belleza, de Bellatin, y "La cartonerita", un poema de Cucurto. "Yo le digo a mi familia y amigos que ese poema me lo dedicó a mí, pero es mentira. Y mi familia dice: ‘¡Mirá vos, la Osa, de cartonera a famosa...!’"

María Gómez, 26 años, estudiante de Comunicación, señala que lo mejor que se puede decir sobre el surgimiento de las editoriales cartoneras lo planteó el escritor boliviano Crispín Portugal, uno de los fundadores de Yerba Mala. "El dice que ya no importa si alguien cae en esta lucha porque otros vendrán. Este fenómeno no es de nadie, es algo que está en movimiento y que es imparable", asegura Gómez. Uno de los "proveedores oficiales" de cartón es Oscar, un vecino del barrio que consigue cajas de cartón sin manchas. "A él se le paga 25 centavos por caja, que sería más o menos $ 1,50 el kilo, depende del tamaño de las cajas, cuando en los depósitos les pagan 40 centavos el kilo", compara. Una vez que tienen el cartón, se corta y se pintan con témperas los nombres de la obra y del autor, se encuaderna la tapa junto con el cuerpo de la obra que sale, tibiecito como pan caliente, de la pequeña máquina Multilith 550, que maneja Renzo, y... listo el libro para quien lo quiera comprar. El costo de los ejemplares oscila entre 8 y 15 pesos, pero hay una promoción, para los que compran en el local, de 3 libros a 10 pesos.

La santa de las prostitutas

ELOISA CARTONERA X ELOISA CARTONERA

Eloísa Cartonera es un proyecto artístico, social y comunitario sin fines de lucro. Una cartonería, llamada No hay cuchillo sin Rosas, es su sede, donde cartoneros cruzan ideas con artistas y escritores.
Eloísa Cartonera busca inventar una estética propia, desprejuiciada de los orígenes de cada participante, intentando provocar un mutuo aprendizaje, estimulada por la creatividad.
Una de las formas de concretar estos anhelos, fue la creación de una editorial especial: se editan libros con tapas de cartón comprado a cartoneros en la vía pública, pintados a mano por chicos que dejan de ser cartoneros cuando trabajan en el proyecto. Se publica material inédito, border y de vanguardia, de Argentina, Chile, México, Costa Rica, Uruguay, Brasil, Perú: es premisa editorial difundir a autores latinoamericanos.
El cartón se compra a $1,50 el kilo, cuando habitualmente se paga $0,30. Y por la realización, los chicos cobran $3 la hora de trabajo. El proyecto pretende generar mano de obra genuina, sustentada en la venta de libros. No posee financiación de ningún otro tipo.
En la cartonería además se han hecho muestras de arte, expusieron Alberto Franco, Daniel Joglar y Miguel Mitlag.

David, Daniel y Alberto Ramos, Gastón y Augusto, pintan y encuadernan los libros, cortan cartón, piropean a las chicas y ponen cumbia a todo volumen.
Javier Barilaro, artista plástico, mide, corta y usa la regla, dibuja letras y chicas, ordena la belleza de las ideas.
Fernanda Laguna, artista plástica, escritora, madrina, madre, gestiona, obtiene, pide, da, y acoge.
Wáshington Cucurto, inspirador, poeta, editor, vendedor callejero de primera línea, obsesivo, fatalista, reta, arenga, tiene grandes ideas, las realiza.
Grandes recolectores urbanos, cartonean y seleccionan el mejor cartón de la ciudad.
Pablo Martín traduce a lenguaje internético.
Tomás Colombo, alias Alboroto, registra en video.
Los autores de los libros, ceden afectuosamente sus obras para ser publicadas, invitan cerveza a los chicos, algunos se copan pintando con ellos, otros traen facturas, todos a su manera aportan.
Clara Domini, artista plástica y piquetera.
Alberto Franco, artista plástico, logró volvernos locos con sus enseñanzas espirituales.
Christopher Pimiento Zúñiga, hace lo que los demás no quieren, y duerme en los ratos libres.
Victoria Ojeda fue galerista y bardera.
Y tantos más que colaboran en todo sentido. Positivo y negativo.
Funciona en un local en Brandsen 647, La Boca. Allí se hacen los libros y muestras de arte.

Desde agosto del 2003 con la apertura del local, inauguró con una muestra de Alberto Franco, un artista callejero.

Sarita, la cartonera peruana, nació en los primeros meses de 2004 con cuatro títulos: Cara de ángel, de Oswaldo Reynoso; El arte nazi, de Santiago Roncagliolo (ver pág 32); Fuga última, de Aldo Miyashiro, y Ayer, del chileno Juan Emar. "En ese momento había muy pocas editoriales independientes en Perú, entonces tuvimos mucho eco. Aunque los autores y la prensa nos trataban muy bien, las librerías no querían nuestros libros", recuerda Jaime Vargas Luna (Junín, 1980), que estudió Literatura en la Universidad de San Marcos en Lima, dirige otra editorial llamada [sic] y preside la Alianza Peruana de Editores. El cambio de actitud fue durante la Feria del Libro de Lima en 2005 cuando Sarita, tan desprejuiciada, colorida y rotunda, lanzó Underwood portátil modelo 1915, de Bellatin. "Como la única edición del libro era la nuestra, la vendimos muy bien. Eso ocasionó que la cadena Crisol de librerías nos buscase para distribuir ese título en su cadena y, con ello, entramos a las demás y con todo el catálogo", precisa el editor, catálogo que hasta la fecha está integrado por cuarenta títulos, que incluyen libros de Fernando Iwasaki (ver aparte), Pedro Lemebel, Daniel Alarcón, Rodrigo Hasbún y Luisa Valenzuela, entre otros. "Sarita Colonia es el nombre del mayor icono popular limeño, quizás incluso peruano -revela Vargas Luna-. Es una santa no oficial, no católica. La santa de los choferes de buses, de las prostitutas. Era el nombre perfecto para lo que queríamos."

Al principio, los fundadores de Sarita publicaban a escritores peruanos inéditos pero, con la irrupción de otras editoriales independientes, cambiaron de estrategia y decidieron publicar a escritores latinoamericanos cuyos libros no llegaban a Perú; o llegaban, pero a precios inaccesibles. Poco a poco, fueron sacando libros de Piglia, Haroldo de Campos, Margo Glantz o Diamela Eltit. Vargas Luna sostiene que todas las experiencias cartoneras comparten un horizonte semejante. "El trasfondo común tiene que ver con la necesidad de acercar la literatura a la calle y evidenciar la calle en la literatura; y también con cruzar fronteras y generar movimientos colectivos. Los catálogos de cada cartonera tienen sus propias búsquedas, pero hay un espíritu más o menos anarco, más o menos desacralizante, que nos abarca a todos."

¿Qué diablos es ser callejera?

Ximena Ramos comenta que Animita Cartonera empezó a funcionar a fines de 2006, cuando lanzaron siete libros de Gonzalo Millán, Carmen Berenguer, Mauricio Electorat, Teresa Wilms Montt y José Santos González Vera, entre otros. "Salimos con bombos y platillos, al menos mediáticamente, cosa que nos ayudó bastante para poder dar a conocer el proyecto", confiesa Ramos, que estudió Literatura en la Universidad Diego Portales. En cuanto a las reacciones que generó la aparición de Animita, que ya lleva publicados 18 títulos y tiene en su catálogo, entre otros, al poeta Raúl Zurita (ver aparte), Ramos detalla que hubo "desde el apoyo absoluto e incondicional a los chismes por la espalda, del tipo ‘son chicas burguesas que arman una cartonera’, como si tuviésemos que estar sentadas en la cuneta con una actitud entendida como ‘callejera’. ¿Qué diablos es eso? Para poder ser válidas para algunos", se enoja, con razón, Ramos. Las animitas son pequeñas grutas generalmente en forma de casitas, del tamaño de una caja pequeña, dispuestas en las orillas de los caminos cuando ocurre un accidente en la calle, una muerte injusta que no debió ocurrir. "Es algo objetual que toma características divinas, que habita las calles y que puedes encontrar del norte al sur, sin exclusiones", cuenta la editora.

Animita forma parte de Editores de Chile, una asociación paralela a la Cámara Chilena del Libro, conformada por editoriales independientes. "Nos hicimos socias porque nos ayuda a la hora de lograr ciertos objetivos, como poder ir a ferias colectivamente, llegar a acuerdos, ser parte de la discusión del libro y la lectura, proponer iniciativas y un sinfín de puntos que, muchas veces, se logran colectivamente y no siempre luchando solo", plantea Ramos. "La relación con las macroeditoriales es nula. Es más, dudo de que nos conozcan." Calidad, proyección y viabilidad son las claves del catálogo de Animita, que este año incorporará a autores como Daniel Alarcón, Gonzalo Garcés y José Kozer, entre otros. "Nosotras damos a conocer autores en un formato que llega justamente a quien no se puede comprar ni tiene acceso a un libro Anagrama", compara la editora.

Tiempos de revancha

A principios de 2006, los escritores bolivianos Darío Luna, Crispín Portugal y Roberto Cáceres querían publicar en el mercado editorial más pequeño de América latina (1.200.000 personas no saben leer ni escribir). "Estuvimos un poco angustiados, pues había mucho que decir, sobre todo de El Alto; y luego de ver las experiencias en la Argentina y Perú, nos decidimos", recuerda Cáceres. "Publicamos nuestros libros con poca esperanza, pero a la gente le gustó y empezamos a crecer. La recepción por parte del medio intelectual fue en un primer momento reticente, pero posteriormente se integraron", revela Cáceres, que publicó Línea 257 en YMC, cartonera que cuenta en su catálogo con 17 títulos. "La yerba mala crece en cualquier parte, sobre todo en el lugar que tú menos la desees, y siempre se la quiere extirpar porque es molesta -explica Cáceres-. La vas a sacar y va crecer otra vez. Hemingway decía que los pobres somos como la yerba, crecemos en cualquier parte. Por eso nos ha gustado Yerba Mala, porque nos van a matar, pero van a venir otros atrás... Es una suerte de terquedad por la supervivencia."

"En 2006, nadie comprendía cómo se había organizado la gente para derrocar al Goni (Gonzalo Sánchez de Lozada), no había un líder, todo el mundo salía a la calle. Podría decirse que Yerba Mala comenzó devolviendo uno de los gases lacrimógenos: valorándonos, encaprichándonos en lo que somos nomás, sin mayores pretensiones. Evo subió y nos reconocimos aún más -admite Cáceres-. Pero ese reconocerse no es hacer una literatura panfletaria, sino una literatura que eleve nuestro imaginario, que construya nuestra cultura, que no es ni la andina pura, ni la camba pura, ni la occidentalizada, sino una mezcla de eso." El único apoyo que recibe YMC es de los lectores. "Tratamos de apostar a una literatura sin donativos, lastimerías, subvenciones. Existen instituciones que ayudan, ONG, pero hemos visto que seríamos cómplices si recibiéramos su dinero. Creemos que ellos sólo quieren justificar sus dineros y reunirse luego en elegantes hoteles, restaurantes y con ropa de diseño para hablar de la gran ayuda que están haciendo a los pobres. Somos pobres, pero no queremos que sientan piedad por nosotros", subraya Cáceres. "Ser escritor y editor en Bolivia es quijotesco, romántico, kamikaze o suicida y por eso mismo absolutamente atractivo. Estamos viviendo unos tiempos decisivos, no podemos quedarnos con los brazos cruzados", sugiere el autor boliviano.

Cumpleaños del poeta Alfredo Carlino

Por Washington Cucurto

Hace una parva de días que el petiso Carlino, poeta máximo de Buenos Aires, me anda buscando. ¿Qué querrá? Los otros días me encontró por Rivadavia a las doce de la noche, por supuesto, me pescó in fraganti del brazo de Yunisleidi, una formidable mulata dominicana, con la cual iba a perrear los temas de don Omar a un sucucho de mala muerte de la calle Santiago del Estero. ¡Negro, qué hacés! ¡Te ando buscando desesperadamente!, y me pegó un flor de abrazo, afectuosísimo, como sólo suele serlo mi querido amigo Alfredo Carlino, un peronista de verdad y no como estos chantas de hoy día, que son de todo menos peronistas.

Mi amigo cumplió 50 años con la poesía y acaba de editar un libro imperdible. Un librazo que reúne lo mejor de su producción poética. Un libro que deberían dar en todos los colegios para que los niños aprendan de la poesía ciudadana.

Y ya que estamos en tiempos de la Feria del Libro, es bueno recordar cuando el Petiso, ex boxeador (peleó dos veces contra Serpa propinándole una paliza bárbara), le dijo que no le dedicaba un carajo su libro de poemas Buenos Aires tango, al mismísimo Videla, a quien le gustaba mucho el 2 x 4. Y Videla, que había hecho la cola con un ejemplar y esperaba su dedicatoria, no sabía si matarlo, secuestrarlo o retirarse. ¡Por suerte optó por lo último!

Así es don Alfredo Carlino, directo y frontal, y si no le gusta algo, te lo dice sin retaceos. Un tipo generoso como pocos en el mundo de la cultura.

Hoy en día, en que todo es blog y Facebook, es bueno pegarse un baño de buena literatura y leer los poemas de Carlino. Una épica urbana que testimonia grandes triunfos y luchas, fracasos y fantasías varias. Yo no sé qué esperan los papanatas buenos para nada de la revista Ñ, que no le brindan un sentido homenaje. Desde esta columnita pedorra de “La ciudad de la Furia” lanzo la campaña para que elijan a este poetazo ¡ciudadano ilustre de la ciudad!

“Cucu, necesito que me des una mano, los redactores culturales no me dan pelota. Se dedican a publicar a Raymond Carver, a Cheever o a Corman McCarthy. Es que somos así, tenemos almas eternas de colonizados; nos dejamos embaucar por los yanquis y nos olvidamos de nuestros valores nacionales”.

Mi amigazo de bellos ojos de laguna azul y espíritu egomaníaco, justo enfrente del bar Los Angelitos, me agarró de un brazo, me separó de la mulata y me dijo despacito: “Cucu, ¡no me digás que te estás cogiendo a esta mulata!”

Crítica Digital

En la ciudad de Cochabamba, Bolivia tiene otra editorial cartonera, Mandrágora, en homenaje a la planta afrodisíaca, pero también a la obra teatral homónima que escribió Nicolás Maquiavelo. Iván Castro Aruzamen (Chuquisaca, 1970) informa que a fines de 2004 decidió con unos amigos llevar adelante el proyecto después de conocer la experiencia de Eloísa. "En nuestra primera presentación, los libros causaron curiosidad y, al mismo tiempo, fue un éxito: hicimos 50 ejemplares de los primeros tres títulos y se vendieron como pan caliente. Hablar de intelectuales en Bolivia es una tontera, porque no hay pensadores y la crítica literaria está en pañales." Castro Aruzamen, profesor de Literatura y Filosofía en la Universidad Católica de Cochabamba, sostiene que Evo Morales no tiene ninguna significación en el proyecto de la editorial, que ya ha lanzado una veintena de títulos como El pianista, de Piglia; Noches vacías, de Cucurto, y Como la vida misma, de Edmundo Paz Soldán (ver aparte).

"Mandrágora es un proyecto social y cultural, inserto en la lucha contra la deshumanización del neoliberalismo, pero no desde una óptica marxista o socialista. Sabemos que el modelo causa estragos en sectores como los recicladores y que los nuevos parias entre los parias son los cartoneros y chicos de la calle; pero pensar que haciendo libros les vamos a dar un futuro mejor, es una quimera. Sólo buscamos democratizar el acceso al libro y difundir literatura." Castro Aruzamen reconoce que la relación con sus pares de Yerba Mala es conflictiva. "Ellos defienden abiertamente el proyecto de Evo Morales, y buscan una estética afincada en la literatura de cuño indigenista, marginal, contracultural y todas esas vainas que andan de moda hoy con los populismos."

Castillos en el aire

El efecto "contagio cartonero" llegó a México, más precisamente a Cuernavaca. La Cartonera acaba de lanzar en febrero sus dos primeros títulos: El silencio de los sueños abandonados, una colección de canciones y un disco compacto de Kristos, y Cristo en Cuernavaca, un relato del escritor norteamericano Howard Fast. Raúl Silva, uno de los fundadores, cuenta que el proyecto ha despertado el interés de los medios de comunicación. "El mercado editorial es un eslabón más de una concepción del mundo basada en el consumo y el desecho. Vivimos dentro de una enorme maquinaria que no se detiene ni se detendrá -alerta Silva-. El vértigo de lo masivo y del éxito es una enfermedad que parece incurable. Por eso estimula pensar y saber que, al margen de esos enormes monstruos editoriales, existen gestos que consisten en construir castillos en el aire." La Cartonera busca publicar a escritoras y escritoras de la ciudad de Cuernavaca, pero también a autores de otras partes. "Los caminos de la literatura son infinitos. El aporte de las editoriales cartoneras no se puede medir con instrumentos de la mercadotecnia. Su existencia es demasiado silvestre, por suerte. Basta ver las portadas de Eloísa o las de Sarita para entender que no sólo es un acto literario lo que propagan estos proyectos sino también un recorrido museográfico", plantea Silva.

El antecedente mexicano

Raúl Silva, de la Cartonera mexicana de Cuernavaca, recuerda al menos el antecedente más cercano de una editorial cartonera. A mediados de la década del ’70, la poeta argentina Elena Jordana creó Ediciones El Mendrugo, que publicó libros de Ernesto Sabato, Octavio Paz y Nicanor Parra, entre otros, en México, Nueva York y Argentina, en ediciones artesanales y tiradas limitadas, con tapas de cartón de embalar y atados con hilo sisal. Vuelta, de Paz, que se publicó en 1971, es un poema de 16 páginas, incluidas en ocho cartoncillos, amarrados con un lazo azul. Tiene un dibujo de Kasuya Sakai y se editaron 75 ejemplares firmados por el autor. Carta a un joven escritor, de Sabato, se publicó en 1974. En el site de la librería Ninon (www.librerianinon.com.ar) se vende un ejemplar a 148 dólares. En www.antiqbook.com otro ejemplar cuesta ¡¡¡377 dólares!!! En el diario La Opinión del 18 de junio de 1975, una nota editorial ("Insólita experiencia artesanal") informa cómo Jordana, poeta argentina que vivió en Estados Unidos y México, fue gestora y creadora de esta aventura editorial. De regreso a la Argentina y con el apoyo de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y la generosa actitud de Sabato, que cedió sus derechos de autor, se publicó y expuso Carta a un joven escritor en la Feria del Libro de 1974. Cada libro se hacía individualmente entre amigos, con jarras de vino y canciones. "Editar sigue siendo para Elena Jordana un ritual de alegría y bohemia", se lee en el artículo.

ORGULLO Y ALEGRIA


Por Elsa Drucaroff *

Eloísa Cartonera apareció en la particular situación post 19 y 20 de diciembre de 2001. Como todas las clases medias, la nuestra se bandea: a veces cree que puede parecerse a los más ricos, pero a veces la hunden tanto que no tiene otro remedio que entender que no va a pertenecer nunca al otro lado y se solidariza con los más pobres..., hasta que le vuelve a ir un poco mejor y les da vuelta la cara, como ahora. Cuando supe de Eloísa, pensé que también tenía que ver con ese ambiente nuevo, que lamentablemente no continuó hasta hoy. Yo pensé que sería hermoso participar en eso de algún modo. Tardamos un tiempo en concretar, pero eso pasa siempre en las editoriales chicas que no pueden editar muchas cosas por año. Conozco bastante bien a dos de los fundadores, Cristian De Nápoli y Cucurto, son muy diferentes y no necesariamente coincido con ellos en todo, pero sí sé que su deseo de democratizar el capital simbólico, de juntar a los que por humildes no pueden acceder al placer de la literatura con los que tenemos el privilegio de gozarla no es un gesto exterior, viene de sus propias biografías, de sus propios orígenes sociales, y eso se nota en Eloísa, en su catálogo desprejuiciado y en la propuesta de libros donde la propia manufactura, el trabajo manual, está subrayado.

Yo vi el orgullo y la alegría en los ojos de las chicas que habían pasado la tarde pintando las tapas de Leyenda erótica, cuando fue la presentación de mi librito, y meses antes estuve en el local que entonces tenían en Almagro y me acuerdo de que tuvimos una hermosa charla sobre libros, Cristian De Nápoli, Cucurto y yo: el mate pasaba de nuestras manos a las de los cartoneros devenidos fabricantes de libros, que estaban con témperas y goma de pegar, los comentarios literarios se mechaban con comentarios sobre fútbol y chistes de la interna de un lugar de trabajo. Era raro porque nadie hablaba de lo que no sabía, pero al mismo tiempo todos prestábamos atención a todos, no cambiaba la onda al pasar de un tema "inculto" a uno "culto" y eso era vital y hermoso y se sentía en el clima de laburo.

* Escritora y crítica.

OPINIONES DE ESCRITORES QUE PARTICIPARON DE LA EXPERIENCIA

Historias de un reciclaje literario

Alan Pauls, Fernando Iwasaki (Perú), Edmundo Paz Soldán (Bolivia), Raúl Zurita (Chile) y Santiago Roncagliolo (Perú) cuentan por qué se acercaron a las editoriales cartoneras, que publicaron sus textos. "Hacen de la necesidad una virtud", plantea el autor de El pasado.

- Santiago Roncagliolo (escritor peruano): "Los libros son demasiado elitistas. Son caros y largos y la mayoría de la gente cree que son aburridos. Para cambiar esa percepción hacen falta libros baratos y, de ser posible, cortos, que permitan a la gente ir descubriendo la lectura en el bus camino a casa o en el baño. Los cartoneros hacen eso exactamente y a la vez convierten al libro en una pequeña fuente de trabajo para gente que lo necesita. Por todo eso, me pareció un honor que me invitasen al proyecto. También me gustó la factura a mano, que hace de cada libro un ejemplar único con una portada distinta. En cierto sentido, es como comprar un cuadro".

- Fernando Iwasaki (escritor peruano): "Cuando Tania Silva de Sarita Cartonera (Lima) me invitó a colaborar con un libro cartonero, acepté por varias razones. Primero, porque el proyecto cartonero me pareció genial. Segundo, porque me sentí afín a los autores del catálogo cartonero (Chávez, Aira, Bellatin, Piglia, Roncagliolo, Zavaleta, etc.). Y tercero, porque Mi poncho es un kimono flamenco (2005) es un libro ideal para una edición cartonera, pues deseo compilar bajo ese título las conferencias que imparto en países donde no se habla castellano, porque allí uno siempre termina hablando de la identidad y otras zarandajas que uno provoca por ser un escritor peruano de apellido japonés que vive en Andalucía. De hecho, la edición cartonera de Yerba Mala (Bolivia) tiene más conferencias que la edición de Sarita Cartonera (Perú), y si otra editorial cartonera quisiera publicarlo el contenido de la nueva edición también sería distinto, porque el libro continúa creciendo. Por lo tanto, mi libro es absolutamente ‘cartonero’, porque lo ‘reciclo’ de una edición a otra".

- Edmundo Paz Soldán (escritor boliviano): "Hace algunos años encontré en una librería de Buenos Aires los libros de Eloísa Cartonera. Había ahí textos que no conocía de Piglia, creo que también de Villoro. El libro como objeto me fascinó, aparte de que era un símbolo de la crisis que en ese momento atravesaba la Argentina, y mostraba que, en el fondo, para la literatura, lo importante no era tanto el preciosismo editorial, sino hacer que el relato -el poema- llegara al lector. Muchas cosas se unían en los libros de Eloísa Cartonera. Me pregunté cómo podía publicar allí. Un par de años después, cuando la editorial cartonera Yerba Mala se abrió en Bolivia, tuve la suerte de que se me pidiera un cuento inédito. El proyecto de las editoriales cartoneras es fascinante por lo solidario, porque se aparta un poco de la maquinaria tradicional del hipermercado de la cultura. Una golondrina no hace verano, dicen, pero en este caso me parece que sí. Ironía de ironías, hace poco encontré algunos libros de editoriales cartoneras en una librería de viejo en Madrid. ¡Eran carísimos! Se los vendía como objeto de colección. El círculo se cierra algunas veces..."

- Raúl Zurita (poeta chileno): "Las ediciones cartoneras son una creación genial, no sólo por lo que son, sino por lo que significan. Hay algo profundamente democrático en su manufactura, en todo lo que interviene: el papel, el cartón de la tapa, la portada única, que tiene algo de ghandiano, una refutación al histerismo de la tecnología y un regreso a la manualidad como si, más incluso que libros, Eloísa Cartonera fuera una propuesta de vida. Un libro adquiere acá otra dimensión, nunca te olvidas del todo del soporte y detrás del poema que lees sientes el latido de la vida concreta, ese telón de fondo de la existencia, que los cartoneros recolectan en la madrugada, de la calle. En lo personal, verme en Eloísa o en Animita Cartonera me alegra porque me ilusiona pensar que el posible lector no leerá sólo un poema, sino ese trasfondo real que finalmente es el destino de toda poesía. No me sorprende entonces que Eloísa Cartonera esté siendo retomada en otros países, porque representa un futuro más que plausible: cuando las grandes imprentas sean unos dinosaurios obsoletos y hayan desaparecido Anagrama, Mondadori, Planeta, sólo existirán los libros electrónicos y los libros hechos a mano, sólo sobrevivirá el Kindle y las ediciones cartoneras".

- Alan Pauls: "Publiqué en Eloísa porque me gustó el proyecto de una editorial que, en vez de llorar miseria, hacía de la necesidad una virtud, y no una virtud sacrificada, gravosa, sino jovial, incluso festiva. Hay que ver los afiches bailanteros con que Eloísa sabía promover sus libros... Eloísa combina un catálogo de vanguardia con un modo casi alquímico de producir libros -ediciones nacidas de lo que la sociedad desecha-, borroneando las fronteras entre la vida social y el arte. Una vez fui a la vieja sede de Guardia Vieja, a pocas cuadras de Belleza y Felicidad (una institución socioartística prima de Eloísa), y me costó entender dónde estaba, si en una editorial de libros, una madriguera de tipógrafos anarquistas, una kermesse, un taller gráfico, un laboratorio de proyectos sociales o una comunidad post hippie. No creo que haya en Buenos Aires muchas instituciones culturales capaces de producir ese desconcierto".

Fuente: Página/12, 02/06/08


NESTOR VIVE en el barrio de La Boca...

Por Washington Cucurto

Una tarde en el barrio de La Boca llegó Néstor. Nosotros nada que ver, estábamos cortando cartón y escuchando cumbia. Cada vez que una turista pasaba por enfrente de la cartonería le gritábamos de todo. Me acuerdo bien cuando llegó Néstor porque vino con Omarcito, el cartonero, ex piloto de la guerra de Malvinas y también llegó detrás de ellos, ¡cómo olvidarlo! El camión de los ñoquis y las empanadas. Una vez a la semana venía el mionca y estos atorrantes de La Salteña entraban a repartir en el barrio los productos vencidos. ¡Morfi que es para tirar, en La Boca lo reparten entre la gronchada que sabe comer cualquier cosa! “La Sinergesia capitalista internacionalista lo hace para bajar el número de habitantes en el mundo, viejas y niños y sobre todo pobres.” “¡No coman eso!”, nos dijo Néstor de entrada. Pero esto es el comienzo del fin; este es el comienzo de un sueño y la verdadera verdá de por qué nos hicimos un cacho kirchneristas.

Juliancito Gonzales, otro alienígena del cartón, nos contaba que andaba escribiendo un libro titulado con una frase célebre: “Esquivando meadas de dinosaurios”. Cada tardecita nos leía un poema o alguno de sus cantos larguísimos. Puede ser que Juliancito esté meado por los dinosaurios. Pero la muerte no es tonta y no se abraza a los giles.

Lo que Juliancito tiene no es mala suerte, sino un espíritu agujereado y una pereza que no reconoce cama para ir a echarse. ¡Dormir la siesta es para él lo más preciado de la vida!

Pero no soy quien mierda para sacarle el cuero a nadie. Y prosigo. O mejor dicho me alío, me abrazo, o sigo con el PRO. A mí no me jodan, si me dan un curro, me voy con el PRO y al amarillo lo hago mi color.

“Va a estar bueno.” “Baires es de todos.” “Buenos Aires sos vos.”

Me chupa un huevo el análisis de la estúpida cartelerística que se puede ver desde un micro. Si hay curro, yo PROsigo. ¡Dejenmé de joder!

La Osa blanqueaba tapas, Ricki Comediata cortaba cartón siempre torcido y todo transcurría dentro de la normalidad en el taller cartonería gráfica. (De ahora en adelante la Carto.)

En esta editorial artesanal y por demás preciosa, están encuadernados en cartón Hojas de Hierba, de Whitman, Veinte poemas del ex poeta, de Cuevas; Esteban Echeverría y su formidable Matadero, un cuento imperdible de Piglia. Y acompañando, a esta alta literatura que ingresaba a fuerza de trabajo en los cerebros del barrio, sonaba a todo volumen Omar Shané.

Todo transcurría en paz entre los turistas, los estudiantes de periodismo de la escuela de Aliverti o TEA, la carrera de sociología de la UBA, todos venían a tocar nuestros libritos colorinches de cartón; poetas y narradores del boom, venían con su cuentito bajo el brazo para que lo editemos. Una vez también vino Roberto Bolaño, con un cuento que se llamaba “El gaucho asesino” y lo rechazamos. No nos iba la literatura antiargentina escrita por un chileno rencoroso. En la puerta vibraba un exultante cartel: “Un libro cartonero no se le niega a nadie. Sólo hay que colaborar”. Al pobre Roberto se lo negamos.

En medio de esta selva de luzzers apareció Omarcito para cumplir la promesa que nos venía prometiendo hace meses: traer a Néstor a la carto.

Omarcito no quiso ser de la partida junto a sus compañeros ex combatientes que se instalaron con carpas en la Plaza de Mayo, hace ya varios años. “Pedir al Estado un derecho obvio como haber defendido la soberanía de la Patria me parece una humillación. Yo pilotié solo en medio del Océano y hundí tres Harries y el Estado no apareció nunca”, nos decía como si afirmara otra verdadera verdá inmodificable.

–Hola, damas del mundo. Qué honor. Hola, jovencitos del mundo, estudiantes. Qué honor. Cartoneros roñosos. Lo prometido: traje a Néstor.

Por error una de las chicas dijo su nombre: Cecilia.

–Igual a la hija de puta de mi hija –soltó Omarcito.

–Oh, dama europea, mucho gusto –le dice ahora a una documentalista francesa que saca fotos. Le tiende su mano llena de mierda y le besa la mano perfumada de la gringa. Mierda perfumada o perfume de mierda. Un gentleman de la basura y el tetra. Anda descalzo y en cueros, tiene tatuado un Pucará 340 en el hombro. Vaya a saber qué más tiene en la cabeza. Vive en su carro, que no es otra cosa que un carrito de supermercado lleno de papeles y cartones. Cuelgan dos frazadas. Nos trae tres sillas rotas que encontró en la calle y un atado de cartones mojados por la lluvia o la meada de los perros. Para disculparse dice:

–Les traje tres sillas de regalo para que puedan sentarse y pintar mejor las tapas, cartoneros roñosos. Pero además les traje al amigo, para que vean que Néstor vive.

–¡Néstor vive! Che, dénme dos granos de bola –volvió a repetir alzando las manos mugrientas.

Y apareció atrás de él, alto y con barba y mucho más flaco Néstor. Era él, no había con qué darle. Para musicalizar la aparición, corrí hacia el minicomponente y mandé a Shané, el Evangelista de la Cumbia. Ricky se tapó los oídos en clara repulsión. No me olvido más, el tipo tenía una luz a su alrededor, como una aureola no celestial, sino multicolor, más tirando a cabarute, que estaba buenísima. ¡Hubieran visto la cara de los chicos de la Universidad que nos hacían un reportaje para la materia “Espectacularidades cartoneras internacionales”. ¡Blanquearon los ojos!

–¿Señor Presidente? ¿Es usted? Alcanzó a musitar un estudiante.

Ahí me di cuenta de que Néstor debía ser nuestro secreto, que era para pocos. Y lo agarré del brazo y lo metí en el baño.

Lo miré a los ojos y era él.

–Quedate acá, y no te movás –le ordené y además le di un beso.

Salí al ruedo:

–No le hagan caso. Es un chistoso, un borracho que se hace llamar así, un burdo imitador, otro Falso Diego que se saca fotos con los turistas...

Omarcito, el cartonero, ex piloto de guerra de las Malvinas, ex combatiente caído en desgracia, abandonado por su mujer y sus tres hijas a la llegada de las islas. Cecilia, Celeste y Melisa, quienes lo provocaban diciéndole “cuidado, conchita, que ahí vienen los gurkas a romperte el culo”. Y fue alejándose para siempre del departamento de tres ambientes de Caballito. Se alejó de la postura clasemediera de su familia y sus hijas que noviaban con abogados, administradores de empresas u odontólogos de mierda. “¡Y volé y luché contra los gurkas de aritos en las orejas! Si tenían el arito en la izquierda gustaban de los hombres; si tenían el arito en la oreja derecha les gustaba penetrar a izquierda y derecha, bien políticos: penetrados o penetradores, sin vuelta. Volé debajo de los radares en el difícil Atlántico Sur.”

Omarcito nos contó por qué lo trajo de prepo.

–No lo puedo tener más en la ranchada porque los muchachos se lo van a comer vivo. Pasa el día hablando de Argentina y del peronismo. Ya lo rescaté una vez de que lo acuchillaran. Ya no lo puedo dejar solo. Con 15 tetras diarios cualquiera pierde sus cabales.

El ex héroe de las Malvinas se sentó en medio de la carto, pidió un faso y nos dijo que nos iba a contar cómo lo conoció. Pero antes nos dijo que Néstor necesitaba alguien que lo bancara y esa debía ser nuestra misión.

–¡Iré a hablar con el cura de la Iglesia de las Ondas Celestiales de Dios! –dijo la Osa.

Omarcito no se lo permitió:

–¡No quiero saber nada con los evangelistas!

Ricki Comedieta, excitado por conocerlo, me dijo cuando todos se fueron y cerramos la carto:

–Andá, dale traélo, sacalo del baño que lo quiero ver bien. ¡Llevémoslo al Argerich!

–Nada de médicos, que son todos unos buchones –dijo alguien.

En el calor de la conversa, sin saber qué destino tomar con el implicado, se propuso que lo lleven al Edificio del Sindicato de Gráficos, que está desierto y lleno de bultos de Perón y Evita y máquinas de la década del ’50.

–¡Hasta tienen una cupé familiar peronista ideada por Perón para que todos los trabajadores tuvieran su auto familiar! La tienen en exhibición y desde ya les garantizo que todavía funca –dijo otro.

–¡Claro qué sí –se entusiasmó el ex piloto de guerra de las Malvinas, y seguro que podemos hacerlo arrancar! ¡Sé de motores de aviones y podemos adaptarlo para que sea el avión de Néstor!

–¿El avión de Néstor? –nos preguntamos todos.

–Sí. ¿No sabían? Néstor tiene un planeado recuperar las Malvinas –nos dijo Omarcito.

–Che, pero antes de avanzar, decinos de dónde lo rescataste.

–De la calle, ¿de dónde va a ser? Lo encontré camuflado, con barba, pidiendo monedas en la esquina de Talcahuano y Corrientes. Por cada corte de semáforo se agenciaba veinte mangos como mínimo. La gente creía que era un imitador y alguno ni lo registraba.

Omarcito nos contó que Néstor estaba loco, se pasaba las tardes mirando el Obelisco, diciéndoles cosas a las chicas de Tribunales, tirado en la vereda sobre un mugriento colchón. Y ahora resulta que tiene un plan para volver a ser Presidente y copar las Malvinas. Pasaba las horas mangueando por las calles del centro como un tripulante más del furgón castigado de Buenos Aires. Se bañaba en las iglesias y los comedores. Comía lo que encontraba en las bolsas de basura del McDonald’s y de la pizzería Güerrín. Los mozos sacaban las bolsas negras de consorcio y lo saludaban con un afecto: “¿Qué hacés, Néstor?”. Y era el único, el verdadero. ¡El patriota, el militante Néstor todo terreno!

–Se agarraba unas mamúas bárbaras, unos pedos desopilantes en los que hablaba con Perón, Santucho y contaba cómo Firmenich le chupaba la pija, y así nos hicimos medio amigos.

“A veces le daba un pire y se abataclanaba de lo lindo, doblaba el colchón, lo metía en un contenedor ecologista de esos que puso Macri y se compraba un traje gris en Mac Gregor y salía a dar una vuelta, soñando con un país de verdad. Se comía una porción de muzza y pomarola, dos fugazzetas de jamón y queso y si le quedaba tiempo, se echaba un talco en un departamentito privado y volvía de nuevo al colchón que, de seguro, ya estaría ocupado por un amigo, un tal Néstor, otro, un flaquito que doblaba la muñeca y que a mí no me caía muy bien, siempre me miraba el bulto. ¡Para mí que Néstor se lo clavaba!”

–Vení, negrito, vamos a conocer a Rosa de Luxemburgo, me decía Néstor y una vez me animé y fui, ante la luz del Obelisco, tirado en un colchón en la calle, estaba la tal Rosa... ¡Era un flaquito sin dientes, semidesnudo, que chamuyaba en portuñol, lo esperaba a él para dormir juntos en el colchón! Pero para mí que ese tipo era un espía del campo. Por esa época se había corrido la bola de que estaba vivo y mandaron sicarios para matarlo. Porque Néstor habrá tenido errores, pero era un prócer, un patriota total.

Omarcito nos contó que al flaquito que decía que era poeta, Néstor lo conoció en una villa cuando lo pisó un 59 y en el hospital lo salvó una enfermera que se enamora de él al instante, lo cose, lo desinfecta, le da el alta y se lo coge. Se lo lleva porque ella sabe que lo buscan los espías del campo por la penosa ley 123. Lo cuidó, se hizo cargo de él y lo envolvió en una frazada hecha con retazos de tela de Once en una villa que, pródigamente, le habían puesto Néstor Kirchner.

–¿Y entonces qué pasó? –le preguntamos todos cuando apareció detrás nuestro, recién salido del baño, Néstor en persona. Nos dijo:

–Me rajé porque esa mujer estaba loca. Pensé que podía estar mejor con Omarcito, que me llevó a la ranchada, pero “sus amigos borrachines” ya no me soportan.

Nos quedamos en silencio mirándolo. No podíamos creer que Néstor estuviera sentado con nosotros. Llevaba un traje gris, todo arrugado, la corbata roja. Se levantó y agarró un libro de Gonzalo Millán de la estantería. Musitó algo así como que lo conocía, que lo había visto una vez en Valdivia. Leyó un poema de Millán que habla de desaparecidos, no me acuerdo bien.

–Muchachos –nos dijo con tono grave–, en esta carto quedan los últimos seis patriotas y un aviador. Debemos recuperar la patria de las garras del campo, Clarín y los Estados Unidos...

Lo miramos como si estuviera felizmente loco. Loca y maravillosamente loco. Lo escuchamos convencidos, entusiasmados, dispuestos a todo.

Entonces Néstor se paró y levantó él mismo las persianas. El sol de La Boca entró con todo.

–En esta carto se crea la Primera Agrupación Patriótica Néstor Perlongher. Nos dijo. Vamos a ir al gremio de los gráficos y vamos a tomar esa cupé familiar peronista. Llegó la hora de jugarnos. ¡Vamos a recuperar el país!

Y salimos en fila, directo a Leandro N. Alem.

(Continuará)


El cuento por su autor

Por Washington Cucurto

¿Por qué un Néstor vive?

Porque es necesario. Pero también por muchas otras cosas más. En principio, este relato está inspirado en un amigo del cartón y de las calles, un hombre que conocí en el barrio de La Boca, Omarcito, un tipo muy querido en un par de esquinas del sur. Comencé a pensar el relato, hace un par de años, cuando me interné en las charlas delirantes de este personaje que había resultado ser aviador en la guerra de las Malvinas. Siempre me dio bronca que un ex combatiente, un tipo que había combatido en pleno cielo, sobre el Atlántico Sur, terminara durmiendo en la calle. Omarcito decía que había derribado dos Sea Harriers ingleses y todos le creíamos, porque nos dibujaba los planos de los aviones con precisión asombrosa. Omarcito, primera y gran inspiración, el relato está dedicado a su memoria, para que no nos olvidemos de él. Después mi admiración por Néstor Kirchner, y sobre todo la influencia que ejerce en mí, la obra, el pensamiento y el genio de Néstor Perlongher, poeta, militante gay, agitador contra las hipocresías del mundo. Este relato es un homenaje a uno de los militantes más importantes que tuvo nuestro país que no fue Néstor Kirchner, sino Néstor Perlongher. Ambos dos, ambos Néstor, la cara, tal vez, de una misma moneda en la cual nos reflejamos muchos argentinos.

Pero esto también tiene otro lado más oculto, más entrañable y más relacionado con la lectura. Este relato es hermano de un poema largo que escribí simultáneamente que se llama “Reinaldo Arenas agente de la CIA”.

Hablé de influencias, bueno, desde que leí Evita vive, el relato maldito de Perlongher, siempre soñé con escribir mi propio Evita vive. Néstor vive es mi Evita vive. Por supuesto, no me salió tan bien como el original, pero no importa. Pienso que todos deberíamos ser perlongherianos y deberíamos intentar escribir nuestro propio Evita vive. Se me acaba de ocurrir una idea mientras escribo: ¡Desafío a todos los lectores y escritores a escribir su propio Evita vive y editarlo en un libro de cartón, en una antología imperdible!

Néstor y Néstor, protagonistas de nuestra historia contemporánea, hoy personajes de un relato, como antes lo fue Evita. En fin, lo importante de todo esto es que Néstor y Néstor viven en nuestro recuerdo.

22/01/13 Página|12


 

La Revolución de Mayo vivida por los negros

Emecé acaba de publicar [2008] "1810. La Revolución de Mayo vivida por los negros", del autor de “Cosa de negros” y “El curandero del amor”. Un delirio en honor a la Patria y a su gente olvidada, una historia que arranca en Africa y tiene como protagonistas a San Martín, Belgrano, el barrio de Constitución, una dinastía africana, un tatarabuelo descendiente directo del Libertador de América y una esclava bellísima, además de, por supuesto, al propio Cucurto.

Por Washington Cucurto

Querido general San Martín, doscientos años después te escribo encerrado en una pieza del barrio de Constitución, te escribo como si fueras un hermano que no conozco. Te escribo desde mi condición de escritor cumbiantero contemporáneo que no acepta la historia como se la contaron otros. Desde mi corazón de admirador y enamorado tuyo, ahora que te descubrí doscientos años después, desde un rincón del Río de la Plata que supo ser terreno de todas tus hazañas y amoríos tales. Hoy sos “el faro, el guía, el Libertador y prócer de América”, en los libros de historia y en la boca de los políticos revolucionarios de izquierda. Yo te quiero como el hombre sencillo que fuiste y que ocultó su imagen de luchador de grandes gestas.

Te quiero como un muchacho porteño más, que bardeó todo lo que pudo, que “políticamente fue el más incorrecto y romántico de los héroes de la América mestiza”. Poco me importa tu cruce de la Cordillera (hoy es un trámite intrascendente y lo hago en dos horas por Lan Chile), o tu encuentro en Guayaquil con ese otro maricón que es Bolívar y como lo seré siempre yo; ni un pelo me mueven. Me mueven, me sensorizan tus aventuras con negras y negros esclavos del Africa, con mujeres casadas; que te hayas atrevido a liberar 1.600 esclavos en medio del Océano y en las narices del Rey de la Corona. Me conmueve que hayas sido el padre del verdadero héroe negro de la Revolución de Mayo y de nuestra historia argentina, negado por las plumas de historiadores blancos, que no podían aceptar el liderazgo de la negritud en nuestra historia. Me conmueve, oh dulce amado mío, tu “libertinaje a la hora de vivir”, y por eso sos para mí Mi Libertador, Mi Dulce Hermano de Gran Pija Mestiza Saboreada por Hombres y Mujeres de Todas las Etnias. Oh, hermano, me importan un pito tus laureles, Libertadorcito de Argentina, Chile y Perú, te recuerdo como la primera vez que te vi en un cuadro del colegio, al lado de un cuadro de Perón, los dos montados en caballos blancos.

Querido San Martín, ahora que me hallo, doscientos años después, enamorado de vos, mucho más allá y más alto que las cordilleras de Chile e incluso todo el cielo de Chile (que es un blef), te quiero decir, ya para concluir esta carta carmesí de niña enamorada atemporal, que la revolución sigue en pie. Y sobre todo sigue en mí, nuevo Libertador de América, de la música y del lenguaje. Sigue en mí a través de ti, que has reencarnado dulcemente en mi espíritu. Yo sé muy dentro de mí que si vivieras en esta época serías cucurtiano. Por ahora te traigo a la realidad a través del velo mágico y comercial de la empresa editorial argentina, el libro. Para todos los mequetrefes, sotretas y zoquetes que no saben un pito de historia ni te aceptan por puto, ni menos que hayas puesto el cuerpo en la Revolución de Mayo (esto no consta ni en un libro de historia de todos esos libros blanquecinos que se dedican a derribar los mitos). Los intelectuales referencistas de nuestro pasado, los grandes escritores de best sellers, te niegan rotundamente. Se ciegan a la liberación política y sexual que significó tu vida y tu lucha. Contra ellos es este libro.Y también contra la ignorancia existente en torno a ti, tanto la del agreste maestro rural con barba guevariana o la del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, señor Hugo Chávez Frías (le he escuchado decir auténticas bestialidades acerca de vos).

Por último, me despido con una sonrisa de tránsfuga, picardías de putañero que descubrió su hombre; te mando un beso con saliva de guitarrero infame de zambas berretas, de gavilán de tierras malas.

Primera parte. Africa. A las doce de la noche, en el centro del corazón purpurino del Africa nació un pendejito. Un día cualquiera de 1790, en un chocerío de esclavos africanos se escuchó el llanto escandaloso de una guagua, un nenito, un gurisito, un guainito infame y bochinchero. Pataleó en el vientre de su madre, quien profirió alaridos non sanctos, arrancándose el pelo a manotazos y dándole al atigrado altar de paja furibundos conchazos. Cambiose de lugar como si fuese a ser en el futuro un pródigo bailarín de ballet y no un simple esclavo más. Púsose, la infame criaturita, boca abajo, y de un cabezazo rompió la placenta del útero materno y salió del cuerpo de su madre, que pegaba unos gritos como si la estuvieran matando. El niño no tiene padre, ni se sabe de dónde viene, ¡quién sabe!, tiene ojos de carbón, es el primer mulato de la tierra bendecida por Dios que treinta años después la Corona española bautizaría como Virreinato del Río de la Plata, y que en tiempos actuales se conoce como Argentina, a secas. ¡Es el primer mulato de la República Argentina! La negra Coral, su abuela materna de 70 años, lo alza en sus brazos y lo pone a la luz de la luna para constatar que no esté amarillo por la bilirrubina, ni tenga patas de rana. Afuera, en el inhóspito monte africano, los mosquitos invaden el manglar. En esta choza de tirantes de bambú y hojas de palmera comienza, por así decirlo, la verdadera y trágica historia de una nación próxima a cumplir doscientos años.

-Caramba, ¡qué poronga tiene este niño! –grita la vieja al verle la verga bajo los haces de aluminio de la luna.

Lejos de asustarse, se lo entrega a la bendición de la luna africana. Alocada como un huracán, después de una cabalgata de tres horas subida a un león, entra al cuarto Lorena, la hermana de la parturienta. Ignora a la vieja y se dirige a la cama de lapacho donde reposa la madre, que acaba de dar a luz.

-¡Olga, Olga! ¡Vestite, tenés que escapar!

Se da cuenta de que su hermana ha dado a luz:

-¡Puta de los mil demonios, cómo hiciste para parir semejante monstruo! Olga, la madre del mulatito, es una mulata de increíble belleza natural, de 13 años de edad.

Y enseguida la felicita con lágrimas en los ojos:

-Che, mirá el pingón que tiene este degenerado. ¡Felicidades, hermana querida! La mulata, de impecable falda corta de cuero de bisonte y unos aros de barro barnizado con sangre de mosquitos, alzó a su sobrino, le pegó dos mordiscones en los cachetes del culo y le dijo: “Pobrecito de vos, bienvenido al Africa. Bienvenido a la esclavitud total”.

Y ahí constató de nuevo, ahora sí horrorizada, que el chico calzaba entre sus piernas un gigantesco instrumento germinativo.

—Epa, güey, nunca vi pingón igual. Este se la va a pasar cogiendo –le dijo, muerta de risa, a su hermana semiconvalesciente.

Como todas las noches, en el barrio africano Consti había un baile en el barsucho lindero a la choza. Un barsucho de borrachos y prostitutas que bailan un extraño ritmo de tambores y arpas que llaman cumb y, supongo, es precursor del -doscientos años adelante— famoso ritmo tropical cumbia.

Y aunque no sonara Karicia ni Los Mirlos, aquello era realmente supersensual para bailar, una artimaña del tiempo, ver tantas negras meneando las caderas y el culo, dando dosmilquinientos meneos para levantar un vaso, mover un pie, agitar una pestaña, hasta para hablar las negras movían el culo, y sus partenaires hacían lo mismo con sus braguetas. Cuánto olor habanero hay en este sitio.

¡Pero si La Habana, ni Cuba, ni Argentina existen todavía, bestia iletrada ahistórica!

Perfil, 01/06/08



 

Cucurto y Zelarayán

Por Nancy Fernández

La literatura es un sistema de citas; una trama de alianzas y pactos pero también de retos y desafíos. Esto no es nuevo, claro. La literatura se constituye como pretexto de cofradías y filiaciones y en el lugar del homenaje, también se enuncia la exclusión, o aquellos nombres y estilos que hay que impugnar para construir nuevas genealogías. No es otra cosa lo que hace Washington Cucurto (o Santiago Vega si se prefiere) respecto a Ricardo Zelarayán; allí donde se repone la potestad de la letra (Zelarayán es, sin duda, un maestro reconocido por Cucurto), la novedad desplaza las condiciones de producción, incluso cuando cabe hablar de margen y marginalidad. Podría decirse que Zelarayán reúne en su vida y su obra, como Gombrowicz, ambas condiciones; es un autor marginal, si tenemos en cuenta que esto proviene de la crítica, de las instituciones, de los medios y del mercado. Entre una historia de escritura inconclusa y demorada, más un grupo de congéneres y amigos, la firma de Zelarayán se mueve lejos del éxito aunque gradualmente conozca algo del prestigio y del reconocimiento a través de círculos intelectuales. Pero también es un artista del margen, si entendemos por esto una operación de escritura, la forma y el estilo propios de una poética. Zelarayán, y en esto Cucurto lo sigue, es un autor que trabaja con materiales ajenos a la estética clásica, con restos del lenguaje y desperdicios de la lógica racional. No hay explicaciones que cierren el relato ni fórmulas que garanticen la comprensión integral de la anécdota. Cucurto, como Zelarayán, es un narrador y poeta del margen, pero Cucurto no es marginal; no si atendemos al circuito de legitimación que supo construir. Tuvo y tiene la anuencia de algunos medios periodísticos (Página 12 y Clarín), la valoración de revistas culturales (Diario de Poesía, Vox), compite en concursos de escritura y lleva adelante un doble proyecto editorial: Eloísa Cartonera es un emprendimiento de carácter social (allí trabajan cartoneros) e intelectual (César Aira, Arturo Carrera, Ricardo Piglia son algunos de sus colaboradores). Tanto Zelarayán como Cucurto permiten reconocer el lugar histórico y cultural del que hablan y que sobre todo, los constituye como sujetos. El primero evoca la primera y la tercera presidencia peronista; el segundo integra la generación de poetas más jóvenes (de los noventa en adelante). Sin embargo, más allá de una clara línea de filiación (que implica una posición cultural e ideológica), lo nuevo surge como síntoma de la singularidad. Si en Zelarayán todavía hay una textualidad afín con sus contemporáneos (esto es, ciertas marcas referenciales, aunque borradas e incompletas), Cucurto hace del espacio, del tiempo y del sujeto (el protagonista que narra en primera persona; el narrador en tercera que exaspera el vínculo paradójico entre el seúdonimo y su “verdad”) los mejores pretextos del simulacro y de la farsa. El cuerpo, la risa y la violencia son la materia privilegiada de ambos autores: para la anécdota y para el clima que la completa. En este sentido, ambos textos son atravesados por la fiesta obscena; pero en Cucurto, el rito bailantero se extrema y llega al paroxismo del derroche seminal, al exceso de cumbia, pinga y Condorina. De aquí en más, no se trata solamente del procedimiento de la imagen sino de la imagen como efecto visual. Dicho en otros términos, la repetición (de atmósferas y motivos entre uno y otro autor) deviene escenario propio y diferencial; y de una escritura que hace del contexto la puesta en escena de la forma y de la lengua (Zelarayán), el texto nuevo hace lo suyo afirmando la potencia de la historia (de la acción) desde el procedimiento mismo del estilo y la palabra. Si Cosa de negros (Buenos Aires, Interzona, 2003) juega con la ficción autobiográfica, La piel de caballo (Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 1999) también ponía en el centro de la textualidad la imagen de autor. Solo que si en Zelarayán la escritura era medio y forma para insistir con la pregunta por la identidad (S. Contreras, 1997), Cucurto acentúa el carácter de farsa que llega a asumir el mito personal del escritor. (1)

Tratándose de Zelarayán, convendría hacer un recorrido por las referencias culturales que construyen el vertiginoso clima de esa marea nacional, donde campo y ciudad definen su conflicto en los márgenes suburbanos, en las variaciones orilleras de una comarca rioplatense; allí, quien cuenta en primera persona, deambula entre el Dock Sud colmado de una inmigración argentina (chaqueños, entrerrianos, santafesinos, correntinos, etc.) y barrios porteños con remembranzas, para el narrador, infantiles (San Cristóbal). Y en esa suerte de distancia irónica y de resentimiento burlón, el protagonista evoca el tango con los nombres de Piazzola y Troilo. Pero si hay ciertos giros que reproducen los clises de la cultura porteña (la mentada nostalgia del “¿dónde andarán mis amigos de entonces?”) las bables urbanas (que parecen sugerir desde el tono y la forma a Joyce y a Celine) parecen repetir el mecanismo del olvido, añadido al tono sarcástico que repele el peso de los recuerdos (se diría que se trata de una tristeza seca, irresponsable y poco seria). Como si el cinismo se disfrazara de idilio y añoranza: o viceversa. Y es allí donde ciertos episodios se mezclan con el sainete y con el tango; lo primero se lee en el episodio del almuerzo entre vecinos al que el narrador asiste por noviar con la hija del dueño de casa; pero la “polenta con pacaritos” termina en una masa viscosa salpicada con sangre mientras que tanos y gallegos hacen lo propio en la comisaria de la zona. En cuanto a lo segundo, ciertos códigos de complicidad masculina parecen aludir a los rasgos más usuales del criollismo porteño; sin querer, Lita involucra al narrador con su padre celoso, Don Vicente, un gran tipo que “se las sabía todas”. Y aunque no parezca, hay algo en común que, más allá del personaje, une a las dos escenas. Porque si la primera se trata de un entrevero sin coraje (el narrador no defiende al “suegro” agredido y termina preso e inconsciente en manos de policías corruptos), la segunda abre el camino de la traición (el narrador falta a la promesa que le hiciera a Don Vicente y se entrega con frenesí a sus andanzas nocturnas, al abrigo de los parques para enamorados). De esta manera, Zelarayán toma préstamos del tango y del sainete para neutralizarlos con la picaresca: por esta vía ingresa Roberto J. Payró. Línea que abre un realismo costumbrista atenuado con modificaciones de vanguardia (en lo que hace al uso de la tradición con motivos y escenas “nacionales” pero sobre todo por los ademanes con los que rompe la convención sintáctica). Por un lado, transforma el prototipo del pícaro evitando el móvil de ascenso social; La piel de caballo recupera así la íntima necesidad de supervivencia provocando a la vez, la deriva y disolución que el narrador refleja en el entorno recorrido. Una pregunta persistente asoma con intermitencias: ¿qué pasó en realidad? ¿quién soy?”. Porque la lengua, o mejor las hablas, son el reverso de la escritura; es allí donde la masa aluvional se hace presente, por lo que los registros y códigos, lejos de presentar una identidad homogénea, destacan desde lo formal, la fragmentación y la disolución: del sujeto, del tiempo y del espacio.

No obstante, más allá de un delirio barroso, violento y festivo, hay un síntoma subjetivo, una suerte de imagen donde autor y personaje coinciden; “cada Luisito con su frasquito”. Es una frase que pone al descubierto, sin mediaciones ni referencias abstractas, la condición misma del contexto de producción: se trata de la vanguardia de los 70’ encarnada por el grupo Literal (Osvaldo Lamborghini, Germán García, Luis Guzmán, Héctor Libertella); la frase juega con la evidencia supuesta y prescinde de explicaciones porque alude al título de una novela de la época El frasquito cuyo autor es Luis Guzmán. Con esta novela de Zelarayán se podría hablar de una operación de escritura recurrente en Literal y es la doble condición de la metáfora y la metonimia. Con algunas resonancias de otro gran libro de poesía, me refiero a Roña criolla, Zelarayán conjuga tono, ritmo e imagen; así, la “oscura marejada caballar” convoca el registro literal de la ciudad sísmica, el corcovo violento y la seducción cimbreante que atrae para espantar y demoler (pags. 54, 55, 59). El tiempo es repentismo, “mancha” y punto ciego, co-incidente con la forma de un espacio dibujado como potrero, arrabal, suburbio, márgen y pajonal. Aquí, los personajes son restos diurnos de una caminata con resaca y sobras de un baile trasnochado; son también las piezas de una fuga perpetua y a su vez, el intento vano por recomponer los fragmentos de una identidad. Si de alguna manera, el recorrido del personaje marca el tiempo intenso de una respiración jadeante y morosa, la sintaxis, iterativa e inconclusa, alterna con el sonido intenso que presenta la aliteración. Algo de esto es lo que sucede en Roña criolla. Y en cierto modo, la literalidad implica a la palabra como acto, donde ritmo e imagen son simultáneos. Habla cansina, grafía incorrecta, mutuo asedio y rechazo, son modos de presentar el entrevero desigual entre el animal urbano y la mosca que lo sigue como a la misma miel. Trato espurio entre delicuentes y policías; grescas, trabajo (remolcadores, mecánicos, metalúrgicos, obreros portuarios), delito y supervivencia. De aquí la cita de Payró, solamente a condición de reconocer que la costumbre y la necesidad (del personaje, de los habitantes) son motivos y pretextos para deambular alrededor de una memoria incompleta. Si de realismo se trata (por ser lo real materia de narración), es porque la escritura busca explotar los mecanismos conscientes e inconscientes del lenguaje; lo real pasa por el lenguaje y no por referencias extraverbales. De esta manera, recuerdo y olvido (en tanto efecto y procedimiento, resultado y artificio) dejan la pátina vacilante por la que el narrador se desliza hacia el abismo, como testigo y partícipe que no puede probar más que su experiencia incierta. Y en cierta forma, las descripciones son un modo desviado del “realismo”, un modo de privilegiar la mirada intermitente y alucinada de un narrador itinerante. La prosa narcótica de Zelarayán nunca abandona la narración en primera persona, el registro autobiográfico, intimista y de confesión. De ahí en más, compañeros y amigos ocasionales se integran alrededor de la cerveza y del futbol dominguero, viven y escuchan, con interés paciente, las historias de amores clandestinos, fuera de la ley y de la propiedad. Entonces, la chirusita Alcira puede ser objeto de posesión, pero también botín para revuelo y desbande (de las “moscas”), de los que le andan detrás. En definitiva, el bailongo de Sarandí no es otra cosa que un sistema con sus “leyes” donde la complicidad y la amenaza terminan jugando a todos una broma pesada. El narrador “termina” su historia sin cerrar lo que pasó con el Jeta’e Bagre, hundido quizás en el río inmundo, como caldo viscoso para “puchero de muertos”.

Lo real para Cucurto pasa ante todo por la farsa. Un mundo donde el baile es rito social, al menos para aquellos entran a la pista como tatuados por la vibración tropical: “El talón rajado, abierto, como una zanja. Es el sacrificio del baile. Bailé, bailo. No paro. Que pare la cumbia si tiene cojones, que se deshueve, risa loca. Mal, la noche me sonríe como una azucena mojada a un insecto, a un grillo, a la bocaza de un caballo”( 49); “A mi lo que me mata es la cumbia, misky, me da ganas de singar, de beber, de culear por el culo, de robar, de asaltar. Es este berrinche del demonio, esta batata enjilguera la que nos mata, la que nos llevará a la tumba o a la perdición a todos...” (41).

Aunque no se trata de parodia ni de sátira (en ambos, registros la risa destaca al tiempo que deforma los rasgos de una figura, sin que estos dejen de pertenecer a su conjunto). Cucurto exaspera aquellas líneas claves de un personaje poniéndolas en primer plano; pero el exceso de visibilidad y la insistencia precisa, no sólo marca lo reconocible de un mundo sino también su distancia. Como si la auténtica “verdad” (del “actor”) o de la anécdota, consistiera paradójicamente en su máscara o su disfraz. Más allá de lo nuevo que ingresa (respecto a Zelarayán), la elección del asunto y del espacio (la cumbia tropical, el disco Samber, el carrandal de San Blas más el nocturno deslumbrante y porteño de la avenida 9 de julio) se definen en la tensión de los extremos entre lo verosímil y lo verídico, procedimiento presente también en Copi, en Osvaldo Lamborghini y en César Aira. En este mismo sentido, si la novela abre con el subtítulo de “Noches vacías” (cumbia entonada por Gilda), una narración en primera persona y una descripción apasionada del mundo cumbiantero, el segundo título (“Cosa de negros”) invita, ahora en tercera, a recorrer el “magnífico barrio de Constitución” y a presenciar la historia de amor entre Washington Cucurto y Arielina Benúa. Una historia poco convencional. Porque la trama desopilante de ambos personajes, atenúa la violencia excesiva (del exceso aprendido en Osvaldo Lamborghini) de algunas escenas: “Le doy dos soberanas patadas más, justo en el cerebro salido, al aire libre, para que se componga en su lugar. No hay caso, el cerebro no entra más, así que lo arranco con los dedos y lo saco del todo. Lo tengo todo enterito colgando en mi mano, es chiquito como una paloma, sangra a borbotones, sangre a canilla libre” (40). “Me despierto tirado en el sillón de mi casa. El mismo en el cual cogimos con la gorda la noche anterior. Tengo los dedos llenos de sangre y pelos. Saco pedazos de ojos en las uñas. Qué gran asco! (42).” Fiesta y violencia; cuerpo como objeto de goce o destrucción; es todo lo que traza la realidad fabulada, la ficción de una experiencia donde Gilda, Rodrigo, Los Charros y Mandingo conviven con César Vallejo. Si la referencia poética nos trae alguna resonancia de la vida de Cucurto, la autenticidad de la escritura (su singularidad, su innovación) pasa por el desplazamiento de esos mismos índices “verídicos”, por su deconstrucción o por el desalojo de su lugar, pertinente y central. El canon de la poesía latinoamericana está ahí (por identidad y evocación) junto a “tickis y chirusitas” palpadas y relamidas. Entonces, la “ficción autobiográfica” juega en forma sesgada todos sus elementos haciendo de la paradoja, la auténtica lógica de esta novela. En la “verdad” de un nombre falso, la autoría del libro (y de una obra entera), afirma su entidad jurídica. Washington Cucurto es la firma legítima y real, personaje de la historia y también el “alias” de Santiago Vega; es, además, el escritor que sabe medir los efectos de una sintaxis nominal, allí donde el uso frecuente de un fraseo unimembre instala la velocidad mediática de la imagen: “Sus ojos, muralla que me separa del mundo. Una parejita se interpone besándose y derramando cerveza. Pasan rápido como una epifanía en DVD” (18); “Luces, luces, luces, qué enchastre de belleza! Sensacional el Samber” (27); y a modo de homenaje para Ricardo Zelarayán: “Cacho bordeando el nauseabundo arroyo Sarandí”.

NOTAS
(1) Sandra Contreras, “La piel de caballo de Ricardo Zelarayán: a través de las voces e identidades de la tradición nacional y popular” en Revista de Letras, Rosario (UNR), no. 5, 1997.

Fuente: www.elinterpretador.net



 

El curandero del amor

Por Washington Cucurto

Le compré a un peruano en El Rey un CD de cumbia de Los Mirlos. Estábamos cerveceando con mi ticki cumbiantera cuando apareció el peruca cargado de cds y dvds piratas. Estaba mordiéndole los labios, tocándole las manos, bajo las luces multicolores de ese barsucho del Superconsti, cuando plaf, cayeron ellos, los cds. Me los puso encima de la mesa, una montaña de soldaditos musicales y me desesperé, y con ella, comenzamos a elegir ballenatos, cumbias tropicales, José José, Jerry Rivera, Juaneco y su Combo, tres de Karicia, mi grupo preferido. Los Mirlos son lo mejor del Perú y de la música andina, un día les contaré la historia de ellos. Nos sentíamos como unos “Cumbianteros junto a la orilla del mar”. Mi ticki sacó cinco pesos de su cartera y me compró. El poder verde, de Los Mirlos. –Este tema habla de un curandero, es el poder verde, nos dijo el peruano. –¿Qué es el poder verde? –le dijo sonriente, medio en joda, moviendo las tetas, mi ticki atrevida.

–Es el poder de la selva, que cura cualquier mal. Siempre hay un representante de la selva entre nosotros, ese rol lo cumple un curandero. –Y, ¿qué cura ese curandero? –le dije preocupado.

–Lo que sea, hermano, lo que tengas, yo conozco uno. Si tienes un mal yo te llevo con él por 15 pesos.

Con mi ticki cumbiantera y guevarista abrimos los ojos, mirándonos.

–Ya sé lo que pensás, atorranta –le dije–. Pasa que mi ticki está preñadísima de dos meses. Es decir, hace dos meses que no le baja la sangre. Yo estoy casado hace diez años, tengo tres hijos y una mujer. Pero estoy enamorado de mi ticki guevarista, estudiante de Sociales, perteneciente al grupo Liberación y ahora preñadísima de mí o de quién sea, que eso nunca se sabe.

Continué:

–Vos sos tan atorranta, tan trola, que merecés que te lleve a ese curandero pa’ que te baje la saina.

–Cucu, diablo, vamos ya.

Y entre besos mordiendo sus labios gruesos que son un espectáculo, un puro y vacío show como las marchas en la plaza. Y ella a cada agite me dice, “nos vemos en la Plaza”. Y yo tengo que ir a buscarla entre peronistas, progresistas, piqueteros, clases medias y vendedores de lo que sea, que esa es la única gente rescatable de esas marchas.

Hace un rato venimos de una marcha donde pregonó una Madre de la Plaza de Mayo y leyó la carta de Rodolfo Walsh, demasiado aburrida.

–Terminemos la birra y vamos –me dijo mi ticki, en ese bar peruano demasiado antro, demasiado achacoso pa’ conocer de Madres y revoluciones y desaparecidos. Siempre habrá un lugar más allá de todo y es este barcito peruano y metacumbiero del barrio de Constitución.

Caminamos con el peruano por Salta hasta Caseros y nos metimos en un conventillo. Me dijo:

–Esperen acá que voy a tocarle la puerta al curandero.

De una pieza sonaba la música de Rodrigo. Jugaban los niños a pesar de la hora. Esperamos en la oscuridad, besándonos.

–Pasen chicos –gritó de una pieza el vendedor de cds.

–Diganmé –nos dijo una voz en la oscuridad de la pieza. Era el curandero. Estaba sentado en un banco, con un atuendo de todos los colores y unas velas alrededor. Tenía una vincha roja y una peluca de pelo lacio, amarillo.

–Sientesé chicos y cuentenmé. Soy el curandero del amor.

–Está preñada, curandero del amor.

–Ah, te felicito, comerte semejante bombón.

–No maestro, esto es cosa seria. No estamos para tener un hijo...

–Pero muchacho, usted es joven, puede trabajar. Un hijo es una bendición de Dios.

–Sí, maestro, pero ya tengo dos y ella tiene 17 años.

Mi ticki se reía de nuestra conversación y se mordía los labios, los dedos. Si tenía una pija la chupaba. Su mirada estaba llena de sexo en la oscuridad, como siempre.

El curandero dirigiéndose a mi ticki.

–Y vos, nenita, ¿no te gustaría ser madre?

–Sí, curandero del amor, es lo que más deseo en la vida. Pero el Cucu me baja el pulgar.

–Ay, muchacho, andar poniéndola sin hacerse cargo de las consecuencias.

–Por eso, porque me hago cargo de las consecuencias es que será bueno que le baje el período.

–Bueno, viendo que las voluntades son irrevocables y están en contra de la vida. Llamemos al Dios de la Selva. San Poronga.

–¿San Poronga? –preguntamos a la vez con mi ticki futura mamá.

–Sí, San Poronga, el Rey del Perú. Protector de las abuelitas y de las púberes de los degenerados como vos.

–La culpa es del viagra y de la cumbia.

El curandero mirando a mi niña.

–Esto te pasa por bailar la cumbia.

–¿Por qué por bailar la cumbia?

–Te emborrachás, te prendés de un negro y te perdés con la cerveza y los besos. Al final terminás garchada en un telo o una pensión o encima de un auto.

–Yo bailo buscando el amor.

El curandero se paró de su banquito sopló un manojo de inciensos con olor a lavandas y mentas. Se acercó a mi ticki y comenzó a manosearla y decir cosas en voz alta.

–San Poronga, protector de los hijos de la Selva. Conductor del Semen y de los Hongos. Hijo del Océano Pacífico, protege a esta hija tuya curepí. Haz que la sangre le baje en este preciso momento, por el bien de todos. Y en nombre de la Salud, te lo pide tu hijo.

Me di cuenta enseguida de que a este maestro se le pasaba la mano con la religión. Se franeleaba a todas las cumbianteras de la bailanta, a todas las guachitas que preñaban por culpa de la cumbia. Iba a la puerta de la bailanta y repartía volantitos. “No tengas hijos con un desconocido, si quedaste embarazada vení a visitarme que te vuelvo la sangre.”

¿Qué más? Nos dijo que esperáramos 15 minutos y si no le venía se sentaría en una cama donde se procedería a bajar la sangre.

–Bienvenida al desangradero. Sacate la pollera y la bombacha y acostate en la cama.

Apagó las luces casi hasta que no se veía nada en la pieza del yotibenco de la calle Pedro Echagüe y Santiago del Estero. Una vez que bajó las luces prendió un foco rojo que había al costado de la cama arriba de una silla. Yo me quedé en la puerta inmóvil, me temblaban los pies. El curandero del amor se arrodilló delante de la chuchita de mi ticki y comenzó a introducirle un dedo, después otro y otro. Mientras le introducía dos dedos comenzó a darle besitos en el clítoris y a pasarle la punta de la lengua.

Al lado mío, me codeaba el vendedor de cds piratas.

–Eh, maestro, la traje para que la cure. No para que se la garche.

–Lo que estoy haciendo no tiene interés sexual, muchacho. Estoy lubricando la zona para que no hayan rispideces.

–Todo lo que usted diga, maestro, pero si hay que lubricar me debería haber pedido permiso a mí. Esta ticki es MI TICKI. Y todo lo que se diga o haga con respecto a ella debe informármelo a mí.

–Bueno, vení hacelo vos. Si sabés tanto.

El curandero se corrió de las piernas de mi ticki. Antes rezó tres Padres Nuestro.

Se lavó las manos en una palangana. Usó jabón blanco de lavar la ropa. Y 15 gotitas de agua bendita. Sacó dos pinzas horribles de un bolso y las puso adentro de un microondas que estaba al lado de la cama. Empezó a decir cosas inconexas, frases de oraciones, bendiciones. “En nombre del Padre que ve todo lo mal que hacemos y nos perdona ... En nombre de los errantes que yerran por alejarse de Dios ... Por el Sr. Porongón, Convertidor del Pecado en Pureza ... Protege a esta cierva pecadora de la cumbia ... Oh, Gran Misericordioso Creador del Cielo y de La Tierra ... no es más que un ángel descarriado.” El microondas giró cuatro minutitos y sacó las pinzas humeando.

–Hay que quemar las paredes del útero. Y después bendecir con agua bendita. Esto va a doler.

Cuando con el vendedor de cds truchos vimos las pinzas hirvientes nos agarró un temblor en todo el cuerpo. El se tapó la boca y dejó caer la cajita con los compac que sonaron en el piso creando entre todos una cumbia.

La cumbia de la tristeza infinita.

El vendedor de cds me dijo:

–Negro, jugate, no dejés que le haga nada.

No esperé ni un segundo y salté encima del curandero y le dije.

–Espere esto no es necesario. Vamos a tenerlo.

–¿Tener qué? –me preguntó el curandero enojado.

–El hijo. Vamos a tener el hijo.

La oscuridad de la pieza era total, de una pieza sonó una cumbia que decía que no se podía amar a dos, bien sabes. Fue ahí cuando vi la cara de ella en la cama, sus labios brillantes, su pelo corto. Era como la cara de una virgen a punto de ser ejecutada, era como una adolescente en un campo de prisioneros a punto de ser torturada. La vi tan hermosa y lloró.

Entre lágrimas me dijo:

–Cucu, mi amor, te amo, pero no podemos tenerlo.

En ese momento deseé que estuviéramos en el bar peruano comiéndonos una corvina con arroz; tomándonos una Condorina helada, mirándonos a los ojos y prometiéndonos todo el amor del mundo. La agarré de la mano y comencé a llorar. El curandero del amor seguía con las pinzas en alto esperando a que nos decidamos.

–¿Y? ¿Qué hacemos? En dos segundos se ahorran los problemas de una vida.

Le grité que no, que nos íbamos. Entonces ella se sentó en la cama y me pegó una cachetada y otra más.

–Puto, puto. No quiero tener un hijo tuyo.

Y lo miró al curandero.

–Y usted, déjese de joder y meta esas pinzas.

Yo me quedé volando entre mis lágrimas por el cachetazo de mi ticki: Sentí sus alaridos de dolor. Después fue todo sangre. Las sábanas, la cama, la pieza, el barrio y el barcito peruano. El mundo fue rojo, como la Unión Soviética o la cancha de Independiente de Avellaneda.

El curandero del amor se asustó.

–Hay mucha sangre, hay que quemarla o se morirá desangrada.

Mi ticki cumbiantera, mi compañera fiel, mi hermana, mi todo, sangraba sin parar. La sangre inundaba el piso como una inundación. Como un río de sangre. La sangre de nuestro amor, la sangre de mi vida.

–Va a haber que hacer una curación doble de urgencia.

El curandero corrió hasta el ropero. Tiró la ropa que había adentro y sacó un nebulizador. Con la manguera me ató el brazo y con una jeringa comenzó a sacarme sangre.

–¡Sangre! –gritó.

Yo sentí el pinchazo y la sangre que salía de mi cuerpo.

–¡Cerrá el puño, pelotudo! –me volvió a gritar.

Cuando terminó voló la goma del nebulizador dándome otra cachetada en la mejilla.

El curandero corrió hacia la cama y se la inyectó intravenosa.

–¡Sangre! –gritó y me pinchó.

Me sentí mal aferrado a la mano de mi ticki.

–Mejor me voy que va a venir la policía –dijo el vendedor de cds truchos.

–¡Sangre, que se nos va! –gritó el curandero y saltó con la jeringa hacia el vendedor que no atinó a nada. Le pinchó el brazo con gran maestría y le sacó un litro.

El vendedor pegó un grito de dolor.

–Gracias, hermano, le dije y le di un beso. Cuando tenga plata te compro todos los cds.

El curandero giró y le inyectó la sangre a mi ticki. Se desabrochó la manga y mientras gritaba, sangre, sangre, se clavó sin pestañar la jeringa en un brazo y ya esto era un toqueteo, un pinchaderío sin ton ni son. Se pinchaba y ya la pinchaba a ella y se volvía a pinchar y le daba más sangre a ella. Era tanto el bardo y la desesperación que incluso vi cómo la pinchaba a la propia ticki sacándole sangre de un brazo y poniéndosela en el otro. “Lo importante es que la sangre fluya”, dijo. Yo estiré mi brazo y me dio dos pinchazos pero ni por asomo asomó una gota de sangre. “Está vacío”, dijo. De brazo en brazo caían gotones de sangre que el curandero chupaba “para no perderla”.

Al curandero se le cayó la peluca y se despegó de su traje de curandero y se sentó en un banquito.

–¡La salvamos, pongan cumbia, carajo!

Yo me alegré de la vida. Salté al minicomponente Aiwa y puse Los Mirlos. Y sonó de casualidad el Poder Verde. Lo puse a volumen 55, la pieza retumbaba que volaba. Sólo un aparato japonés puede poner la cumbia a 55 de sonido. El gran plan de los japoneses es que un día prendamos un Aiwa y volemos en mil pedazos. La cumbia se escuchaba hasta en la Luna.

–¡El poder Verde! –gritó el curandero.

Teníamos los brazos dolorosos pero estábamos contentos.

Como si fuese un cuento de García Márquez, pero más divertido y con cumbia. Pos, qué es esta vida de hambre, sino puro realismo mágico al revés. Sea como fuere, la cama de mi ticki se comenzó a elevar en medio de aquel cuartucho horripilante, mientras sonaba “Eres mentirosa”. Golpeaba contra el foquito del techo e iba flotando de un lado a otro de la pieza, como una vez vi, que flotaba en llamas la cama de Frida Kahlo, en una película yanqui. Y ustedes no lo van a creer, pero las cosas que pasan en las películas, también pasan en la vida. Si piensan que macaneo vengan a caminar por las calles de Constitución y verán que esto es ciencia ficción sudamericana.

–Esta es una curación doble. Hay que hacer la otra parte de la curación.

–¿Qué otra parte de la curación? –le pregunté. Yo lo miré al curandero trucho que no era otro más que el mismo hermano del vendedor de cds y, a los cds, los copiaban en el mismo Aiwa multipotente, en el cual ahora sonaba “Lamento de la selva”.

Che, que ahora me doy cuenta lo justo y hermoso que es el amor pese a todo, lo digo ahora que pasaron tres días y ya me puedo sentar y caminar. Che, que no hay nada más justo en la vida que el amor y el sufrimiento. El curandero fue y quemó de nuevo en el microondas las pinzas y me dijo que el amor se hace entre dos y que para que no vuelva a ocurrir era necesario, que no dolería nada, que piense en María que al lado mío, boca arriba, y yo boca abajo, me agarraba de las manos y sonreía y fue tan linda su sonrisa, pese a todo, fue una sonrisa de amor y alegría y comprendí que a pesar de todos los problemas, el amor es lo más lindo que nos pasa, pese a todo, y la cumbia no dejaba de sonar mientras yo me bajaba los pantalones, en el acto más justo de la vida, mientras el curandero del amor me metía las agujas hirvientes en el centro oscuro y acre y con olor a mierda de mi ser.


El cuento por su autor

Este relato que ahora pueden leer los lectores de Página/12 pertenece al libro de relatos El curandero del amor, fue editado por Emecé en 2006 y fue escrito en tiempos bravos, de gran agitación social. Hoy puede ser considerado un relato antiguo. De cierta forma, envejeció por mi poca habilidad para escribir, pero la problemática que presenta continúa siendo de una actualidad espeluznante. El curandero del amor habla de un aborto casero protagonizado por una parejita de adolescentes. Un hecho que sucede casi a diario en nuestro país. Hay un gran manto de misterio, de mentiras e hipocresías alrededor del tema del aborto. Poco o nada se sabe del tema, en realidad. Las mujeres continúan muriendo porque, de pronto, se encuentran solas, con el Estado en contra y encinta. El Estado, al no legalizar este tema, genera las condiciones para que exista el oscuro mundo de los aborteros ilegales. Pero el Estado es la sociedad, usted, su familia, yo y todos. Y francamente, no hacemos nada para que las mujeres dejen de morirse. No legalizar el aborto es mandar a muchas mujeres al matadero. Esa es la verdad.

Quizás inspirado un poco en un Matadero del Siglo XXI es que escribí este relato duro. Traté de escribirlo de una forma hiriente, tal vez grotesca, pues muchas veces la realidad nos supera y parece una realidad de ciencia ficción. Entonces, tenemos que acabar con la realidad de ciencia ficción sudaca. Algún día tenemos que aprender.

A este relato lo escribí con mucha bronca, pero cuidándome de no tener una actitud lacrimosa, ni convencional como la que tiene la tele. Por supuesto que el curandero también esconde otros temas, todos relacionados con el sexo, pues el sexo es el gran tabú de la especie humana. Y yo lo utilizo mucho en todo lo que escribo, como un disparador, un botón que nos hace pensar muchas cosas.

Hace poco en una Unidad Básica kirchnerista, donde me invitaron a leer unos poemas, un lector se me acercó y me dijo: “Me encantó ‘El curandero del amor’ porque lo escribiste de una forma vital, para nada piadosa”. No sé si eso está bien.

Ahora que pasaron unos cuantos años pienso que el relato tiene algo de piedad. Reelaborar la realidad es una forma de ser piadoso con ella.

¿Qué más puedo decir? Que pasaron varios años y el aborto continúa sin legalizarse, las mujeres, invisibilizadas, continúan muriéndose desangradas en las manos de algún loco de la provincia de Buenos Aires. Como dice Vargas Llosa, yo también pensé que el relato serviría para algo, para cambiar, aunque más no fuera, un granito con respecto a este tema. No sucedió nada, apenas unos grupos de mujeres siguen su lucha contra una sociedad a la que no le interesa cambiar.

Por último, el relato es violento, atrevido hasta la exasperación, pero es apenas una historia naïf ante la mente de aquellos que tienen el poder para cambiar las cosas y no lo hacen. Entonces, ¡los verdaderos grotescos somos nosotros y después ellos!

09/02/11 Página|12



 

Hasta quitarle Panamá a los yanquis

Capítulo 1

Por Washington Cucurto

1. El Rey de la Cumbia

Atentos señores. En la radio hablan las locutoras trolas de la F.M. Tropical. El rey de la cumbia se echa Axe (el desodorante de los bailanteros) en los sobacos, el pelo, el pecho y las bolas. Se pone su camisa blanca con flores en los bolsillos. Su pantalón rica lewis y sus zapatojos del Once. ¡Señores! Ya está por salir al ring de la vida el rey de la cumbia. Baja las escaleras de su casa, se dirige a la parada del bondi. Se sienta en cualquier asiento. 23 hs. Mírenlo como baja del 168 y se dirige por la calle Salta hasta el pasaje O’Brian. No se detiene ni sonríe. No ve ni escucha a los zanganos vendedores, las putas lo perifonean, los sauneros lo agarran del brazo en vano. No hay criatura de la noche que lo detenga. ¡Va al Bronco sin parar! ¡Oh Barrio de la Sagrada Constitución qué dichoso sos, en tus venas va el anónimo e invisible rey de tus calles y de tus galpones musicales!... ¿No lo oyes respirar, echar montañadas de humo? ¿No sientes sus pasos de lata haciendo a un lado borrachos en el piso?
¡Damas Gratis, Eh, Guacha!, Pibes Chorros, Medialuna, Amarazul, karicia, Débora: Bostas! ¡Basura! Este es el rey de la cumbia y no canta. Baila, baila, paga su entrada, luces, ruidos, peleas, música stereo saliendo de los autos. Caquis (policías borrachos) arrean chicas bailanteras para culiculearlas. Y ahí voy yo, adentro de él, dispuesto a todo.. ¡El Rey paga su entrada de cinco guaracos y una consumisión gratis. ¡Gratis no hay nada y menos en el mundo de la cumbia...!

Witold Gombrowicz, Washington Cucurto y Pablo Urbanyi

Por Juan Carlos Gómez

"No sé cómo decírtelo, pero te lo tengo que decir igual, cuando llegué al pasaje del nacimiento del Gauchito ya no pude leer más. No te enojés, es un problema mío, yo soy un hombre chapado a la antigua, un mundo como el de "Cosa de negros" de Cucurto o el "Yo era una chica moderna" de tu puño y letra, me resulta totalmente ajeno. ¿En qué tipo de gauchaje andará el mundo cuando tu mundo sea un mundo chapado a la antigua? (...) No te olvidés que tengo más cartas de Gombrowicz, las argentinas por ejemplo, portate bien, dejate de escribir chanchadas, sé un muchacho alto y buen mozo como me decía mi mamá cuando quería que le alcanzara algo, y vas a ver que te voy a mandar las cartas argentinas de Gombrowicz, como ya te mandé las europeas"
El Pato Criollo me había llevado hasta el Negroide Piquetero, y el Negroide Piquetero hasta Cucurto poniéndome en la mano su "Cosa de negros" y unas figuras en las que un Cucurto cuadrumano se va incorporando poco a poco hasta alcanzar la posición del bípedo implume, es decir, la posición erecta.

Las apariciones esperpénticas del Cuadrumano, un distinguido gombrowiczida que por razones completamente desconocidas para mí despierta con sus escritos una gran admiración en Alemania, como también se la despierta a la Filarmónica de Berlín Jaime Torres con su charango, empalidecen cuando las comparo con las del Contrahecho.
Al poco tiempo de alcanzar a los miembros del club con mis historias verdaderas empiezo a tener unas impresiones que pueden oscilar entre las eurítmicas y las contrahechas, según sea el carácter del gombrowiczidas.
Al terminar de escribir "Thomas Mann" sentí que iba a llegar a mis corresponsales con la hermosa melodía de un hombre de letras tan insigne, y así fue, enseguida tuve la confirmación de este presentimiento.

En efecto, el Castor, una ilustre escritora y periodista gombrowiczida publicó en su revista "Archivos del Sur" unas palabras que atribuí a los efectos eurítmicos de "Thomas Mann".
"Gombrowiczidas son ensayos y notas breves escritas por Juan Carlos Gómez publicadas en "El Ortiba". Escritas generalmente con humor e ironía, en forma diaria, Juan Carlos Gómez ha creado una constelación de escritores, referencias, cartas, un universo que gira alrededor del escritor polaco que vivió casi un cuarto de siglo en la Argentina"
Inmediatamente después de la alegría que me produjeron estas palabras recordé que el principio de acción y reacción es aplicable a todos los fenómenos de la naturaleza de este mundo, tanto sean fenómenos físicos como espirituales, así que tuve el presentimiento de que a esta buena noticia debía sucederle por fuerza una mala noticia.

El principio de acción y reacción es uno de los principios más atractivos de la ciencia física. Es una propiedad de los cuerpos que expresa la igualdad de la acción y de la reacción, según la cual una fuerza ejercida por el cuerpo A sobre el cuerpo B es igual y opuesta a la fuerza que el cuerpo B ejerce sobre el cuerpo A como consecuencia de la acción ejercida por el cuerpo A sobre el cuerpo B.
Y es tan atractivo el principio de acción y reacción que hasta el mismísimo Gombrowicz, tan distanciado y enemigo del cientificismo, lo utiliza en Filifor, el más celebrado de sus cuentos, y no sólo en sus cuentos aparece el principio de acción y reacción, sino también en sus diarios.
"¿Será pues que me convierto en reacción? ¿Contra todo el proceso encaminado hacia el universalismo? (...)"

"Soy tan dialéctico, estoy tan preparado para ver desactualizarse los contenidos con los que me ha nutrido la época –el fracaso del socialismo, de la democracia, del cientificismo– que casi con impaciencia aguardo la inevitable reacción, casi soy ella yo mismo"
La mala noticia me puso de manifiesto que también Thomas Mann puede despertar los más bajos instintos a un gombrowiczida contrahecho que se esconde en el anonimato detrás de una banda de forajidos.
En efecto, "El rey está desnudo" es una revista que se presenta como creada, ideada y registrada por Pablo Urbanyi. El consejo de redacción permanente está formado por todos los hombres de buena voluntad, los bienaventurados de quienes nunca será el reino de los cielos y los últimos que jamás serán los primeros, así rezan sus palabras iniciales.

Eligieron uno de los pasajes memorables de los escritos de Gombrowicz para presentarse como gombrowiczidas.
"No lo sé. ¿Así que el libro está aún por empezar? —preguntaréis—. Al contrario, ya está medio parido, pero no me preguntéis por el contenido de mis obras porque es imposible contarlas con palabras de ‘cosecha propia’. Hay una cosa de la que estoy seguro: es una obra que no os gustará en absoluto y en esto tengo puestas todas mis esperanzas (…)"
"No sirvo para guisaros los platos que podéis encontrar en cualquier restaurante y que ya os sabéis de memoria, lo que quiero es prepararos un guiso que se os vuelva como un estropajo, que los ojos os salgan de las órbitas y el gusto se os alborote por completo..."

"Y sólo después de varios años de masticarlo llegaréis a la conclusión de que al fin y al cabo se trata de un plato de ravioles a la crema bastante nutritivo y sabroso. Conozco mi cometido. No soy una vaca que rumie el pasto del día anterior. Mi deseo es ser un maestro de cocina que prepara sus guisos con mantequilla fresca y hace el consomé con la carne viva de la contemporaneidad. No quiero ser esclavo y siervo de vuestros paladares, sino su torturador, una mosca que hará galopar al perezoso jamelgo de vuestros gustos"
El Contrahecho es un escritor argentino nacido en Hungría que vive en Canadá, y que admira a Gombrowicz según lo manifiesta en una entrevista que le hace una escritora argentina que vive en Australia.

"Conocerlo personalmente, no. Leí la primera edición de ‘Ferdydurke’ con su prólogo original en el que se relata un hermoso ejemplo de colaboración literaria para una traducción casi imposible de un libro tan difícil. No conservo ese ejemplar y lo lamento. Y, aunque la traducción sea la misma, en las ediciones actuales ese prólogo desapareció para ser reemplazo por uno banal. En cuanto a deberle algo, le debo todo lo que se le puede deber a un maestro: inteligencia, audacia, innovación, así como le debo a muchos otros, tales como Arlt, Cortázar, Hasek, Swift, Sterne, Cervantes, Quevedo o Borges. Esos son los que me ayudan a gatillar la mente, si es que tengo pólvora y la mecha se puede prender, claro"
Hace unos meses recibí de "El rey está desnudo" unas líneas que me despertaron la curiosidad.

"Bueno chico, basta de ego web. Yo leo a Gombrowicz y no ando colgándome de él. Gracias de todas maneras aunque no lo haya pedido ni vos preguntado si me interesaba.
Suerte"
Pero fue precisamente el gombrowiczidas al que di en llamar "Thomas Mann" el que despertó la furia de esta banda de forajidos cuyo jefe es el Contrahecho.
"La verdad es que nunca te pedí un cuerno para que me rompieras las que sabés con tus notas improvisadas. Pero esto ya es demasiado: escritor o no, bueno o malo, Thomas Mann fue un reverendo hijo de puta pequeño burgués forrado de guita al servicio de USA que dejó morir de hambre a Musil, diez veces más grande que él. Averiguá también las razones del suicidio de su hijo"

¡Qué lindo olor a Axe hay en la calle! Entro, ¡al fin libre de verdad y completamente!, me pierdo en el muchedumbraje de culos saltando y chorros de cerveza que caen al piso, clua, cluac... ¡Horriblemente hermoso el Bronco esta noche!... Qué feliz soy, porque encontraré a mi amada, a mi novia paraguaya, como a mí me gusta, y que solo hallo entre los cumbianteros del Paraguay. Oh, dondé estás mi amada de esta noche, agitadora de caderas, donde está tu culo portentoso chocando con otro gigantesco al son viroso de la cumbia, dónde están tus pechos apretados por la camisa de un machote. ¡Oh, reina de Constitución, ya voy a tu encuentro, acalorado y borracho y la pinga al palo!... Ay, qué necesidad inaplazable, incorregible, inevitable de mover todo, de entristecerse también por las letras de la cumbia villera, que retratan nuestra vida, que son gota de sangre de nuestras vivencias y sensaciones... Dale, dale, a agitar, a mover todo, sígueme con este pasito, y ahora con esta vueltita rey de la cumbia, y ahora con este meneo lubricador hasta tener las rodillas en el piso y mirarte las bolas desde abajo, qué perspectiva maravillosa, qué visión insustanciable, qué fenómeno paranormal por suerte. Y ahora subo rey total, agarrándome de tus rodillas como una comadreja, podría morderte los huevos a esta altura (¡y te los muerdo!)... Se me rompe el esqueleto si ponen otra mas, si hay otra mas suelto el alma por la boca como un gran vómito, me lleno de transpiración y te miro a los ojos, fijamente. Solté todos mis diablos y a mis temores los tiré al piso como un vasito de cerveza. ¡No mariconiemos mas y vamos directo a culear!

Buenitas noches, tucanes, alacranes, arroyos, yaguaretés, jacarandases,cascadas, potrillos colorados, buenazas noches Condorinas con olor a porro, llenas de vicios, de besos artificiales de lápices labiales y boquitas de pingas abiertas como peces. Otro viernes mas venimos a hacer la única revolución posible: la de bailar la cumbia y levantarse una buena perra paraguaya. Estoy repegado a esta morochita que ni sé su nombre. ¡Que importancia tiene! Mitakuñaí llevame al fondo de tu ser. Mi tavyrón se pone duro y quiere romper la bragueta. Mi esposa, mi hijo, mi padre, mi jefe, mis hermanos, mi madre, vienen y quieren arrancarme de los brazos de ella, cuerachona, pero yo me agarro con todo y comienzo a dar vueltitas, a soplar huracancitos que los alejan de mí. ¡Dejenme tranquilo joderme la vida en paz! La vida es para jodérsela, para apestársela bien apestada, los pulmones son para llenarlos de cerveza y el corazón está para llenarlo de rimel... ¡Kirito, Kirito, ven a mí!... ¡Matecopio Bronco viejo y querido nomás!...

Buenas noches pantaloncitos ajustados, tanguitas con olor a bosta de un lado y a concha del otro ¡vivan, poraitepé! Abiertas, supersónicas, reculan las conchitas debajo del bozalcito de lycra de las tangas. Culos hediondos de negras: ¡Presente, Presente, acá estoy! Voy yendo a la barrita donde están acodadas las guainas mas lindas de la vida. ¡Un super litro de Condorina helada, mi preferida porfa!... Flash, flash, una fotosky-katú con Condorina en mano que soy un rey, un hombre, un héroe. ¡Hirachuore! Miro pasar perras, crespitas divinas y pasar tilinguitas que están pa hacerlas sonar y pasar, morochazas del incomensurable y caluroso norte argentino y pasar culos grandes, avasalladores, imponiendo respeto ante otros culos flaquitos de machos o de flacas tirifilas, que también las hay, pasito a pasito, tetas redondas y altas, olores de todos los sabores, sabores a catinga de todos los olores.¡lengua roja lamiendo los sobacos! ¡Llegó el rey de la cumbia!

¡Qué travesia llegar a la barra! ¡Jelou, barrita de las birritas de los bardos bailantiles! Apretujones, el destino me pone delante una guanita culona, la guío con el asta de carne a los empujoncitos, ella salta cada que la apoyo.¡Pará guaino, andás volcando leche!, me dice y me empuja. Sigo. Por acá si, por acá no, no no mejor para allá que hay menos hombres. Los guainos aprovechan y me la tocan, me la apoyan, me la sobaquean toda perdidita pa siempre, manchita negra, en el horizonte tropical de la bailanta. Hago lo mismo con otras... En el escenario baila la Sirenita. Ay, Virgencita del VAlle del Salí, en un sucuncito te explico quien es la Sirenita, a vos te va a encantar, inexplicable con palabras, un bombón de otro mundo, ¡sí, sí, sí! del mismísimo país loco y enamorador del Paraguay, porque la guiana es... ¡paraguaya de 17 añitos, baila como nadie! Dejame tomar, no te me enloquezcas como mi corazón. Se te derriten los ojos, tortillera, calentona, secate las babas. La bailarina oficial del Bronco es capaz de todo con el cuerpo. Seamos felices así, Virgencita del Salí, viéndola zarandear todo al ritmo embriagador de la cumbia, olvidemos que somos viejos aunque tengamos veinte años; olvidemos que hace siglos perdimos las esperanzas aunque ahora aparezca esta ráfaga de carne esperanzadora. ¡Olvidemonos de todo, Virgencita pecadora, y matémonos en sus ojos, giremos en el ritmo de las caderas de esta belleza paraguaya del otro mundo que se llama República Septrentional del Paraguay!... Atontado, perro mojado por un chaparrón de madrugada. Ay, Virgencita, ni vos que estás muerta ni yo que estoy vivo vamos a tocarla.

La Virgencita desapareció y, zas zas, alguien me agarra el brazo y me arrastra. Y yo: no, no, mi amor... no te me vayás Sirenita del alma, aguantá acá. ¡Vega, Veguita! me dice una mano negra, alacranada, que me da vueltas meta girar con dos negrazas terribles, muy feas, pero con unos cuerpos importantes. ¡Ingueroviable! ¡Ingueroviable! (¡Increíble!), grita el morocho que se me vino encima a todo tote como un mionca con el embriague cortado. ¡Vos sos el hijo del viejo Vega! ¡la pucha che, que te estiraste como junco! Cuando te conocí andabas soltando los mocos, guacho, allá por Fiorito enchufándole vasos a la gilada. Me decía y me abrazaba y besaba, contento de verme, y yo mirando pa trás por si veía a mi guainita del sábado pasado, aquella que me juró amor eterno, y me prometío por todos los santos del Paraguay que me iba a esperar sin mirar a nadie calladita al lado de la barra. Lo hizo besándose los dedos mil veces y hasta me hizo el "piedra papel y tijera, te espero hasta que vengas". Shera’ato, cómo avanza el mundo che, otro pasito mas hacia la destrucción total, ¡a la marolia! veo a la juradora católica entre la negrada meta carraspear con otro a unos metros nomas. ¡Que poco dura el amor, che!...

¿Y en qué anda tu viejo? No se lo vio mas vendiendo por el Camino Negro, che, se lo a’comío la tierra... Yo: no, no, sí, sigue... ¡Mirá donde te vengo a encontrar!, lo que es el destino, qué haces entre la paraguayada, negrito atorrantón... Yo: Diviertiendome un poco. (Ahora lo calo al morocho: es busca como mi viejo, ex colectivero del amarillito 188, nos llevaba gratis y mi viejo le regalaba un par de medias o una musculocita pa los críos. ¡Está igual, che, pero debe tener como 60 años! ¡Es de roble el paragua!).

El amigo encontrado de mi padre estaba meta bailar con una compatriota de 50 pirulos largos, cuerachona, morocha-tetas-grandes y culo-de-porla-sin-mezclar. Todavía tenía las ancas fuertes, se notaba por el vestido ceñido al cuerpo. Pienso la pija que hay que tener pa entrarle a una de estas. ¡Ea!, ¡qué hay acá tan fiera como su madre! Con mucho lomo, gran cabellera y ojos negros, la hija de unos 17 años. La marco con mucho amor y ya la agarro de la manito y nos ponemos a girar lindo. ¿Paraguayita?, le pregunto cuando logro llevarla a un costado. Sí, a mucha honra. Ay -le miento- si volviera a nacer sería paraguayo. ¡Ñembuepoti! tiré mi golpe maestro y la pendeja cayó. Una felicidad me invade, el amigote de mi tata, no deja de traer cervezuchas. ¡Entrele, entrele, guacho nomas! El morochote gigantón agarra de la cintura a la madre y la hace dar vueltas y grita para el escenario. ¡Música que hay un Vega!... Yo, timido, chis,chis, no levantés la perdiz. Mi paraguayita se mata de la risa y me abraza tierna... Al rato nos vamos y nos sentamos en una mesa blanca de plástico. Mas cervas. Y yo: pago yo compadre, paremos un poco. Y él me pega un coscorrón que suelta al piso un chapuzón de medio vaso de cerva y me dice. ¿Como vas a pagar vos guacho, me querés insultar? Andá aprendé a limpiate los mocos... Ay, que feliz me siento entre tanta hospitalidad, en esa mesa casi familiar rodeado de gente de corazón de oro, gente sin interés mas que el de vivir y disfrutar con los amigos; ay pai, qué felicidad estar en medio de la morochada espléndida de dientes blancos y pelos de púas. Ay, la sagrada morochosidad del mundo, viva, viva, aguante las mezclas los mestizajes los criollismos, viva el indio con el español o el tano o el turco o el árabe o el polaco, de ahí viene la cumbia, qué picazón deleitoso tenerla instalada como otitis en los tímpanos! No parés nunca cumbia. Que el mundo paré, sí. Que los yanquis hagan bosta todo, Irak, Cuba, Venezuela, el Mar Rojo, que se llenen el culo de petroleo, me importa un güevo todo con tal de que la cumbia no pare nunca... ¡Y este paraguayo como me hace acordar a mi padre, tan generoso, tan vivo, tan sonriente! Shera’ato, contame mas de tu tata, dame el tubo o una calle que lo voy a ver. No me atrevo a decirle que se murió y le digo "se mudó pal lado de Chacarita". Me voy pa otro lado y le adulo la hembra. Ya estoy agarradito de las manos con mi mitakuñaí. La madre aprueba musitando palabritas en el oído del aire. Así, meta trago y trago y unas bailaditas mas con la gurisa para tantear el terreno y ella que me deja, que va al frente. Volvemos a la mesa y el amigo se levanta y dice. Nos vamos guacho, te dejo mi telefono y mi calle, cuando te quieras pasar tenís las puertas abiertas y decile a tu viejo que me llame. Sí, sí ya te llama en esta semana sin falta, y se van. Yo no la quería largar por nada a mi paraguayita, alargaba los saludos. No hubo caso, ¡qué separación mas dolorosa! La paraguayita me mira pícara y me dice al oído "no dejes de llamarme".

El papelito dice: "Rosalino Riquelme, Patricias Argentinas 1540, Barracas. Chau señora. Portate bien guacho, ¡mirá donde te vengo a encontrar! YO donde te vengo a encontrar a vos, paraguayo eímierda, y encima de cuidador de la conchita cerradita que me gusta, roto, puerco, descosido, ojalá te destripe un auto o te pise un tren.

Cerró la noche y me quedé solo. Otra vez, arrechado, paticojo, tronchado, besuqueado sin ponerla como un vaso de cervas manchado de rouge. Ya todas las guanitas estan con machos. Doy unas vueltas a ver si pesco unita. Imposible, lo mejor es salir. Salgo. ¡Adios Bronco, se va el Rey de la Cumbia, adios caballitos multicolores, hasta el viernes que viene! No me relinchen así, che, no le hagan trampa a mi corazón.

¡Son las seis de la mañana, coño! Y me acuerdo que tengo que volver al supermercado. Ojalá el lastre de Domingo Gonzales, el gordo alcachuete, me haya marcado tarjeta. Como tantas veces hice yo con él. Maldición, la putrefacta góndola está esperandome, enquilombada reluce bajo las luces y espera a que un negro venga a meterle manos. ¡Cómo la dejaron anoche, qué plaga es la raza humana! Corro todo transpirado a la parada del bondi y me tomo el 102. Cierro los ojos y pienso en la paraguayita pupila del amigo guaraní de mi padre, parece mentira, hasta después de muerto, me llegan sus herencias. Puteo para adentro al colectivero que va durmiendo, tranqui, a las seis de la mañana, dale gallina clueca, mete un cambio, raúl alfonsin, jugate una vez siquiera... 6:45 de la matina, bajo corriendo por Figueroa Alcorta y llego al Carrefour donde trabajo. Los vigiladores me abren la puerta y me dicen. ¡Epa, guey, de dónde venís con esa traza? Del baile, manes, les digo y me sonrio. Me meto al vestuario y me pongo rápido el uniforme blanco y la pechera verde del sector verdulería. ¡Cómo el rey de la cumbia termina de repositor de verduleria de Carrefour! Así está el mundo, viejo. Corro por un pasadizo y desde el salón me gritan todos a la vez, Soruco, El Pato, El gordo Domingo y Frascarelli. -Dale, sarna, movete que no llegamos pa la apertura. -Ya voy, che, no se pasen de la raya que soy Tom Sawyer.
Bajo a los tropezones con los timbos reglamentarios desatados y llegando al salón me resbalo y casi me pego un porrazo contra la gondola de papas. Todos se ríen. Me paro, comienzo a armar la góndola. Jaulas y jaulas de remolacha, lechugas, rabanitos, apios, verdeos... ¡Ay, el maldito supermercado del cual no saldré nunca si no me gano la quiniela! Y qué tal ascender, ¿ascender? Yo nunca podré ascender ni un piso por escalera. Pienso en mi amor del Bronco. Todavía tengo olor a Axe. Me acuerdo de las iamgenes del baile y armo, armo. Siempre la vida en constante movimiento siempre corriendo en todo, lo que no me permite pensar. Si no pienso, soy feliz. De pronto, cae un morrón podrido en mi góndola.

Risas, me doy vuelta y Domingo me dice, larva, mezclá bien los colores, o querés que nos caguen a pedos. Tiene razón, el verde de las lechugas habría que cortarlo con el rojo de los repollos o los zapallitos. ¡Ese es el unico secreto del super! De repente, me acuerdo de la tarjeta. Loco, me doy vuelta, che, me marcaron tarjeta? Yo, no. Y yo tampoco, y yo menos que menos, Chavito. todos se hacían los boludos. Subí corriedo como un loco al fichero y sí, estaba marcada. ¡Que pelotudos!, digo y respiro aliviado. Bajo las escaleras y encuentro a Pato peleando con una zorra y un gran palet de papas que va al salón. Eeehh, negro, no llevés tantas papas, no van a entrar. Ayudame a bajarlas, dale. Uy, man, no termino mas, dale, apurate, le ayudo a bajar las bolsas sobre otras de ancos. De pronto, escucho ritos fuertes, feos. ¡Vega, Vega! Es Carlitos Nuñez, el jefe, ya me la veo venir. Mi góndola esta desastrosa. ¡Vega te lo dije mil veces, sos pelotudo vos, cuantos premios te tengo que quitar para que aprendas a laburar! Me recaliento, pierdo la cabeza y me le abalanzo para pegarle. ¡me quedé dormido, la concha de tu hermana, nunca te dormiste vos!... Nuñez arruga se da vuelta y sale caminando para el salón. ¡No aprendés mas negro de mierda, te juro que te suspendo un mes! Patito se ríe, dejalo es pura chispa, siempre dice que te echa y no hace un carajo, tiene miedo que tenga que laburar él.
Con la lengua afuera, llegamos a las 8:55 a la apertura del supermercado.

"Muy buenas dias clientes, se hace la apertura del hipermercado".

Las balanceras ocupan sus puestos todas perfumaditas. A mí me enloquece Miriam.

Contacto Washington Cucurto: cucurto@yahoo.com.ar
Fuente: http://www.eloisacartonera.com.ar/eloisa/cucurto.html



 

Don Washington Elphidio Cucurto

Hatuchay

Por Juan Cameron, 5 de septiembre 2005

Con un discurso bastante más amplio que el registrado en la antología Zur Dos, el argentino Washington Cucurto se postula para las grandes ligas continentales de poesía. Amplia respiración, ritmo permanente y un fuerte juego semántico completan los veinte poemas -para nada de corte atolondrado como afirma el autor- de Hatuchay (Ediciones El Billar de Lucrecia, México, 2005).

Don Washington Elphidio Cucurto, según lo llama Sergio Valero, prologuista de la obra, nació en Quilmes, Gran Buenos Aires, en 1973. Ha publicado con anterioridad Zelarayán (1997) y La máquina de hacer paraguayitos (1999). Ha mediados del 2003 comenzó a adquirir notoriedad en el cono sur por ser el promotor de la original editorial Eloísa Cartonera. Sus producciones eran libros fotocopiados, corcheteados y encuadernados en envases de cartón. El título va pintado con témpera y el precio del libro era, por entonces, de tres pesos argentinos. Este proyecto social permitía vender libros a muy bajo precio, en un sector bastante popular del Gran Buenos Aires y, además, pagar a los recolectores $ 1.50 por kilo de cartón, a diferencia de los treinta centavos obtenidos por sus compradores. Así vieron la luz poemarios de "los argentinos César Aira, Ricardo Piglia y Osvaldo Lamborghini, el brasileño Haroldo de Campos, los chilenos Gonzalo Millán, Sergio Parra y muchos más... Son todas obras inéditas y exclusivas que no se encuentran en ningún lado" cuenta Cucurto a Matías Sánchez en entrevista publicada en la revista chilena The Clinic (Nº117, Santiago, 22.11.03, pág. 36).

En su país era conocido hace ya un rato. Un grupo de moralistas quemó su primer libro frente a la biblioteca de Santa Fé y el Ministerio de Educación de esa provincia lo calificó de "denigrante, xenófobo y pornográfico". Hoy trabaja en la Casa de la Poesía de Buenos Aires y antes fue vendedor ambulante y reponedor en un supermercado.

Nació, con el nombre de Santiago Vega, en la localidad de Quilmes, al sur de la Capital Federal, en 1973. Recientemente fue antologado por Yanko González y Pedro Araya en Zur Dos/ Última Poesía Latinoamericana (Paradiso ediciones, Buenos Aires, 2004). Su trabajo ha logrado gran popularidad en un sector informado (valga el oxímoron) de la poesía continental, aunque su mejor producción es sin duda la más reciente Hatuchay. Allí da cuenta de un logrado desarrollo, a diferencia de su contribución a los antologadores chilenos con textos de menor armonía y respiración a los de la publicación mexicana.

La Cumbiela y la estética callejera

Hatuchay rescata esa estética proletaria, comercial, latinoamericana y marginal de las capitales del continente, donde confluyen los exiliados del interior y del exterior en un solo escenario. Su idioma es uno solo; está conformado por signos sobrantes del posmodernismo globalizador y aquellos propios al principio Auschwitz, todos ellos dictados por los medios de comunicación. Su mundo es la otredad; el espacio negado e ignorado por quienes poseen el poder político y económico. Se trata del rastrojo del Estado: "Los Ídolos mueren, los millonarios mueren,/ los patrones mueren, pero los puestos callejeros/ del Once no morirán jamás".

Cucurto pertenece al Once. La popular plaza donde se ubica la estación ferroviaria destinada al oeste de Buenos Aires -Moreno, Luján- lleva por nombre Once de Septiembre, fecha relacionada con Domingo Faustino Sarmiento y no con nosotros; ni con aquellos. Allí se concentra una población judía y, pronto en la historia, paraguaya, chilena, boliviana, peruana, también del interior y centroeuropea; allí se instala el mercado de la sobrevivencia y la música popular -esa cumbiamba o cumbiela- que recoge sus códigos y los textura.

Pero Cucurto es poeta más allá de esos límites y de cualquier otro. Es lector; está informado de la cuestión y sabe. Su discurso resulta literario, rítmico y la imaginería construye una historia a la que los parámetros formales le otorgan veracidad: "Al caer los inspectores la tarde se cae a pedazos como cascarones/ de pintura seca de una pared vieja; todo se desvanece en la calle de las Pisadas/ Desesperadas./ Usted no sabe, usted es turista en su propio país, a usted no lo intimida/ verlos desaparecer por la calle de las Pisadas Desesperadas." Es esta condición y ninguna otro la que lo reconoce como poeta.

En ese transcurso hace guiños a la mejor literatura. Ciertos remates rinden homenaje, con generoso e insolente humor, a nuestros grandes. Como muestra, Svenja 2000 finaliza con un magnífico "Svenja Petresca, tu tacita de helado cala en lo más hondo ¡Y cómo duele!", que cita el verso final de Confesiones de un Itabarino, de Carlos Drummond de Andrade; y "Hoy hincho por el Sporting Cristal" lo hace con el determinante "¡Yo nací para alentar al Sporting Cristal!", referido al verso postrero del Segundo canto de amor a Stalingrado, de Pablo Neruda.

Santiago Vega, vulgo conocido como don Washington Cucurto, es un poeta al cual más bien conviene observar. A esa "infinita alegría de yirear sin rumbo" pertenece una poesía necesaria, en desarrollo y de alto sentido profesional. Un producto que debemos comprar; aunque aparezca ofertado en el mercado informal, como se dice.

Fuente: www.letras.s5.com/jc060905.htm


 

El hombre del casco azul

Por Washington Cucurto

Hola, chiris queriditos. Bienvenidos a una mañana de mi vida. Hoy viajaremos con el Hombre del Casco Azul, ese soy yo. Y ésta es mi bicicleta, una playera negra que compré en Coto a 30 pesos y conoce todos los estacionamientos del mundo. A ella un día le vamos a hacer un reportaje, pero no habla si no tiene las gomas bien infladas. ¡Es turra y tiene freno a contrapedal! Es bien del palo de nosotros, siempre a contrapedal como nuestras vidas en contra de todos y sobretodo de nosotros mismos. 5 de la mañana, verano, me pongo una remera y en la mochila pongo mi pechera verde, me fijo que esté la credencial los documentos y la libreta sanitaria, sino no entrás a reponer en ningún Coto. Bueno, vamos siganmé que no los voy a robar. ¡Siempre quise preguntarle esto a mis lectores: cómo se sienten del otro lado de la página, cuentenmé un poquito, cómo dibujan en sus cabecitas las imágenes e historias de mi vida! ¡Cómo me gustaría estar en sus cabecitas mientras van garabateando en la materia gris las cosas que les cuento! Es como si yo entrara en ustedes y de repente, ustedes entraran también en mi vida. La lectura es una travesura cómplice, esta página es el nacimiento de una hermandad de ustedes conmigo y con ellos y ojalá con el mundo! Acepto este lado de la acción y cuento como puedo, como me va surgiendo, a los tumbos y con todas las tonteras por delante. Salgamos con mi bici a la calle y nos dirigimos al primer Coto que hay que "atender". Imaginensé que son muñequitos y van pegados a mi casco azul, hay que imaginar algo así, porque en la bicicleta no entramos todos, ¿o saben qué? mejor piensen que son las calcomonías que siempre pego en mi casco azul. Un día, cuando deje este trabajo y pueda hacer algo mejor (a veces pienso que no hay nada mejor). Bueno, ese día, voy a sortear mi casco azul de repositor entre todos mis amigos. Nada mas paa que todos se sientan repositores alguna vez. 5.30, hoy ustedes son los mejores repositores del mundo, porque van conmigo, un repositor con humanidad, amor y buena onda, que es lo que falta en el mundo. ¡Vamos muchachos! Pedaleo, el corazón me acelera y ya estoy llegando por Mitre hasta Once. De repente, chas, nos encontramos con las luces de la Plaza Once que la cruzamos en bicicleta en dos segundos. ¿Más despacio? Quieren contemplar el panorama. Ockey, esos son los borrachitos cumbianteros de latino Once, ese vaso gigante con cerveza chorreando es el cartelón de la Chevecha. A su alredor hay telos, telos y telos. Ecuador del 1 al 100 es la calle de los telos, como la calle Rojas o Yerbal en Flores. Ya llegamos al Coto, desde la Playa de Estacionamiento, respiren el aire puro de la mañana, miren desde acá mientras encadeno la bici, las gigantescas góndolas, qué naves, qué maquinas de la perfección humana. La góndola. Ella nos da un lugar de pertenencia. Góndolas, las hay de todos los tamaños con todas las cosas que se imaginan y las que nunca vieron, por ejemplo los nuevos patitos de agua que vienen con las pilas everedy de regalo promocional. Muchos veces las promociones son mejores que el producto. Góndolas, gondolas, gondolas, mírenlas, hijas mías, hermanas y primas, como me encantaría ser un robot de pija de fierro pa embambinarmelas a todas que es lo que les falta para ser mejores que la mejor vedettes... Una vez pasado el control policial, crede, libreta, cara afeitada, nos dirijimos al depósito a cargar un palet con mercaderías para la góndola. Mal hecho! Nunca se baja al depósito antes de mirar la góndola. Primero se mira la góndola para saber lo que hace falta reponer. Pero yo soy Gardel del Casco Verde, soy el Hombre de La Pelota no se Mancha de la Pechera Verde. Acá, mes las sé todas, hasta las cosas que la gente saca de la góndola, sé. ¡Bajemos nomás al depo muchachos, que están con un experto!

Repositor interno creído jefe, un poco buch del encargado (siempre hay uno por góndola en todos los supermercados).

-Vega, qué hacés hablando con tu casco, ¿estás loco?

-Pará cabeza, no te vayas de boca, que le estoy dando instrucciones.

(En estos casos la violencia y la cortada de rostro es fundamental para seguir viviendo)

-¿Instrucciones a quién, cabeza?

-A la concha de tu tía, gil, qué te importa.

Tampoco le voy a andar dando tantas explicaciones a un negrito cualquiera. ¿Cómo entendería que ustedes mis lectores, viajan conmigo en mi casco?

Cargamos las distintas mercas que tiene la góndola, llenamos un sprite con agua pa pasarle un poco a las chapas y subimos con el palet hasta las manos, lo que podrían hacer es empujarme un poquito el palet para que no sea tan pesado. Ya que están. 5.45. En la repo los minutos valen mucho y pasan como rayos. Tenemos 45 minutos más para dejar la góndola impecable y rajar hacia otro super. Primero, apoyamos el palet cerca de la góndola, a la zorra elevadora la trabamos debajo del palet para que nadie se accidente. Bajamos la merca al piso y frenteamos los productos que quedaron en la góndola; atrás ponemos lo nuevo, cosa que salga primero lo viejo. Colocamos bien los precios, los cartelitos de oferta, las promociones, los cartelitos de los combos. Si por un motivo nos falta un producto lo anotamos, y el lugar de ese producto lo llenamos distribuyéndolo con otras mercaderías. ¡Nunca dejemos un hueco vacío en la góndola por nada! La góndola siempre tiene que estar rebalsante de merca, limpia, los precios bien puestos. Nos fijamos de no poner un producto vencido o un paquete roto o con gorgojos, pasa mucho con los arroces, las lentejas y los fideos. Ponemos las cajas vacías en el palet y las mandamos a la compactadora de cartones, si hay nailones los separamos y los ponemos en la compactadora de nailones. La zorra la dejamos en el sector donde "descansan las zorras". Les digo algo, la zorra es el bien más preciado en el supermercado, sin ella no podemos hacer nada de nada. Rajamos para el otro super, ¡no!, antes controlemos por última vez que no falte ni un precio, si falta alguno lo ponemos. Si falta un producto se lo dejamos anotado al encargado, nunca vayan personalmente porque te agarra para cargar cualquier góndola.

Rajemos.

-Vega, Veguita, venga pa aca negrito de mi corazón!

La puta madre me vio el encargado, me hago que no escucho y rajo antes que me mande a reponer cualquier cosa. Mañana me verá hoy estoy con visitas, che.

Siempre hay que salir corriendo, escaparse de los Cotos sino no te vas más. Esperen que desato la bici y vamos al Coto Boedo, el próximo. Anduvimos bien son 6.35. Agarramos por Rivadavia hasta Castro Barros. Adiós Chevecha querida y telos del Once, sus luces encienden mi alegría!

Bajamos por Castro Barros donde hay otro Coto del que ya les hablaré... Tres pedaleos secos y Castro se vuelve Boedo y ya estamos en Estados Unidos. Coto Boedo. Entremos a ver qué pasa. Antes les digo que acá hay que reponer rápido sí o sí, así tenemos tiempo de subir a desayunar tranquilos. ¿Están cómodos en mi casco? Corremos hacia el depósito, cargamos un palet enorme y lo ponemos en la góndola. Está destruída, nos va a llevar un par de horas mínimo reponerla. Saco el bestia repositor que tengo adentro y le doy con todo, abro cajas y cajas, mando paquetes y paquetes, limpio, estantes, ayudenmé lectores, así subimos a desayunar tranquis... Pumb, umb, pumb, listo el pollo, la góndola queda pipicúcu llena de mercaderías hasta las manos. Tenemos 15 minutos subamos al comedor y desayunamos algo rápido. Agarren lo que quieran leche, chocolate, mate cocido, café, café con leche, té con leche. ¡Esta parte es la mejor del Coto! Medialunas, budincitos, manteca, mendicrim. Glub, Glub, glub, repitan taza si quieren. Ustedes, lectorcitos tienen más hambre que Robinsón Crussoe. 10 de la mañana. Estamos atrasados todavía nos queda uno, el más grande. Coto Honduras de Palermo. Vamos, bajamos por la calle Maza que se convierte en Salguero y de ahí hasta Honduras, derecho el viaje. El café con leche nos da vuelta en la panza. ¿Van bien, en el casco azul? Se dieron cuenta que no me saqué el casco ni para comer, es que si te lo sacás te pueden echar, es una reglamentación municipal. Padaleamos y ya entramos en Palermo Carriego. ¡Hola, Palermo Cheto Puto y Holliwood! Antes de entrar les digo, acá con pies de plomo, sin decir ni a, son todos muy botones y controladores al máximo. Acá antes de ir al docki hay que ir a la góndola sí o si, porque nunca se sabe lo que falta. Siempre entrar e ir a la góndola es complicado porque en el salón te ven todos y te empiezan a mandar para que traigas otras cosas... Cosas que ellos no quieren traer para no bajar al depósito, ¡porque son vagos! Acá están las cajeras más fuertes del Planeta Tierra. Te embobás mirándolas o mirando a las clientes que se vienen en shorcito ojotas y corpiño suelto como si vinieran de la playa o estuvieran en Mar del Plata. ¡Putas! Bajan de tomar sol en la terraza de sus casotas. 10.30 de la mañana todas las locas tomando sol y viniendo a comprar su Gatoraide o su villavicencio. ¡Putas, ojalá el sol las mate!

-¡Baggio! (somos nosotros, acá te llaman por la marca que reponés) Qué carajo hacés hablando solo, pajuerano. ¡Vení pa acá ya mismo!

Es el encargado de la sección. Se cansa de echar repositores externos y a mí me viene buscando la vuelta... Pero... yo soy Gardel del Casco Azul. YO me las Sé todas. Yo repose para el neoliberalismo argentino, década del 90 en Carreforu no se olviden, repuse para el menemismo, para el dualdhismo, yo viví, cogí, cumbiantié, reponí, comí, para el neoliberalismo hasta que me echaron del Carre por no afeitarme y ahora estoy de repo externo para la firma Baggio. Un encargado no me puede enseñar nada. Un encargado salteño o jujeño, o paraguayo, no me puede enseñar ni el color de la Puna, porque yo me patié y me morfé todo en la década trágica cuando muchos estaban en pañales.

-¿Qué pasa, jefecito? ¿Qué necesita?

-Traeme 50 bolsas de harina y armate una puntera que sale de oferta esta noche.

-Sí, señor.

A todos les digo que sí, es fundamental, lo importante en la vida es decir sí a todo. Lo único que vale la pena es decir sí, sí, señor. Pero cuando se da vuelta ya estoy firmando mi retirada del super. 14.00 en punto. Nos vamos muchachos, esto es el supermercadismo argentino, no se olviden de controlar los precios, que no falte ningún producto y menos que menos una oferta, fijensé en los vencidos y la góndola siempre impecable, como un espejo. ¡Ya está sigan con sus vidas! Gracias por venir.

-¡Vega!



 

Fauna onceana

Por Washington Cucurto

Gordos vendedores de maní con chocolate.
Gordos vendedores de medias futboleras de equipos europeos .
Gordos vendedores, ex pasteleros, de pastelitos de membrillo.
Gordos, perversos vendedores que venden a sus hijas como si fuesen ropa.
(Bombachas, medias, remeritas, topsitos. Se pajean con ellos).
Gordos, cerdos vendedores de choripanes, morcipanes, riñopanes,
adobados con la carne de sus propias mierdas.
Gordos vendedores que dan la hora.
Gordos, calculadores vendedores que te dan el día y la hora exacta de tu muerte.
Gordos, tétricos vendedores que se cargan a la muerte, por encargo.
Gordos, velocísimos vendedores que ponen en juego tu imaginación:
te venden un juego de agua con lucecitas fluorescentes, más alarma y dos pilas de regalo.
Gordos, tropicalísimos vendedores emparentados de inmediato con tus ganas de escuchar música.
Gordos, grasas y tránsfugas vendedores que te venden lo que tu vida no necesitaba hasta que llegaron ellos.
¿Por qué aparecerán? ¿Quién los llamó?
Gordos, hispanos vendedores de toda la hispanidad mundante: antologías de García Lorca, novelones de J. Amado, Guías de calles de la Ciudad, Biblias, mapas, posters.
Gordos, simpaticones vendedores dispuestos a venderte la mar en coche enmoñada, el moro y el oro, un fangote de moscas y hasta un amor.
Gordos, necesarios vendedores que alimentan tu imaginación y comienzas a necesitar.
Gordos, peligrosos vendedores que te apuntan a la cabeza con un arma.
Gordos vendedores que te anuncian el jeans más barato por altoparlante.
Gordos, arequipeños vendedores de pilas, linternas, lotos, cotos, alegres o tristes, como usted quiera. “Lo que usted quiera”.
Gordos, subsidiarios vendedores que hunden y salvan al mundo a cada grito.



 

Oración del repositor en el supermercado

Por Washington Cucurto

Señor,
aquí estoy gozoso de salud
y lleno de trabajo,
frente a las góndolas de las verduras
aquí estoy en el supermercado
y todavía no he visto al amigo Whitman;
estoy entre batatas y papas y coliflores alegres
soñando colifloreamente,
con chicas cola de pato.
Señor,
te habla tu hijo shiome
la jugada a favor que te salió contragolpe.
Haz que el arroyo Sarandí se cristalice
con un suave y delgado movimiento de tus dedos
que a sus bordes cristalinos crezcan
tilos,
eucaliptus
y moreras en cinta
para cuando ella baje del 148
pose su dorado pie sobre el asfalto de Sarandí.
Entonces el ruiseñor volverá a cantar en la pampa.
El picaflor volverá a libar la flor en el campo.
Berazategui será un camino de canciones.
Ezpeleta la ciudad perdida para el amor.
Señor,
haz que paren las lluvias en Concordia
que este niño caprichoso deje de llorar
que la corriente del niño desaparezca
sino pobre del superpoeta Durand, Daniel.
¿Perecerá bajo las aguas de Concordia?
Señor,
haz que los muchachos de la selección
jueguen la final
del evento más hermoso de la tierra,
del deporte mas poético del mundo,
futbol-poesía-viva,
la destreza del pie y la armonía de la pelota.
Resérvanos un lugar para nosotros
los intelevisivos,
grasitas de Evita,
ciudadanos nunca ilustres,
los que la puchereamos día a día.
Resérvanos un lugar
aunque sea en el banco de suplentes,
el jujeñito que juega en la Puna
donde no flamea la albiceleste;
ayuda a estos malandras,
sátrapas,
rantifusos de la esférica,
atorrantes de la gambeta,
malcriados del hincha.
Dios mío,
soy un grasita que apenas ve un pozo en la calle
un bondi laburando a full los amortiguadores
en el empedrado;
la poesía negra y mala
como tenaza de carpintero,
arisca como una moto.
¡Danos un gol, Señor!
Que es el pan y la alegría de los pobres;
que cuando ella baje del bondi
el arroyo Sarandí sea un camino de canciones,
de vez en cuando me mire,
deje de scanear códigos de mortadela.
Haz que Diego vuelva
y tanos, gallegos y brasucas
caigan rendidos a sus pies
es decir su zurda
¿Angelical o demoniaca?
Afina la puntería del fino Crespito,
goleador sin goles,
romperedes sin red,
ilumina al rabonero Matías Almeyda
refina la zurda refinada de Fernando Redondo.
Ayuda a Gabriel Batistuta,
florentino y dantesco,
arcángel de toda alegría,
dueño de toda dicha.
Danos un gol, señor.
Gol celeste y blanco,
gol azul y oro,
gol granate,
gol de River Plate,
gol tripero y pincharrata,
por las calles de La Plata,
gol en Avellaneda
cruza la pelota
de vereda en vereda
gol rosarino
leproso y canalla,
gol de pura suerte
como ganarse una mina
por Corrientes,
gol con olor a muerte
gol funebrero
gol de emboquillada,
gol vertiginoso
gol de López Piojo,
gol con ritmo culebrón
como los de la Bruja Verón.
¡Danos un gol, Señor!
que se lo gritaré a mi jefe,
se lo dedicaré a mi madre.
La pelota nos espera
en el centro del campo:
Dulce mariposa vencida por la lluvia.
Barrilete sin luna,
esfera cósmica,
caja de coral donde los hombres
guardan los sueños más sublimes.
La pelota nos espera, riacha,
flotando en un charquito,
como una cebolla embarrada
en la pileta del verdulero.
Tú sabes, Señor,
si Argentina gana en Francia
la Nación volverá a ser
esa casita de chapa al costado de la ruta;
reverdecerán las flores,
el ruiseñor volverá a cantar en la pampa,
el picaflor volverá a libar la flor en el campo.
Los desocupados tendrán el corazón ocupado de alegría.
La inflación será un Frankestein reconquistado,
los perros dejarán de ser discepolianos.
La negra baja del bondi y se calza
la chabomba con cancha.
Ponete la albiceleste,
que todos sabemos que vos sos
argentino.

[De La novia de Tyson Nro. I, 1998. Incluido en Monstruos, Arturo Carrera (ed.), Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001]



El porvenir

Por Washington Cucurto

Baltazar Vega ¿lo recuerdan?
Es mi hijito, apenas cinco años,
un gran hombre, podría decirse...
El día de su cumpleaños fuimos con Fabián a un supermercado de juguetes.
¡Otra vez un supermercado en mi vida!, dije al entrar.
Pero un supermercado le da vida a un montón de gente,
y no hablo de salarios sino de la imposibilidad de parar de recibir,
regalar o comprar cosas.

Hablo que un supermercado calma ansiedades,
despierta el valor en las personas, descubre las vocaciones
de los ladrones callejeros.
Un supermercado es el eje polirrubral de la urbanidad moderna, si no fijensé
qué hay de García Lorca sino el haber sido protagonista involuntario
de “A Supermarket in California”. ¿Y de Ginsberg?, qué hay de él, pingüino,
sino la gran inspiración que sentía por el amor lorquiano hacia los empleados
de la carnicería de un supermercado.

¡Y qué, qué me dicen ustedes, ases de la lectura, del repositor
besando a la niña que pesa las verduras bajo una torre azul y roja que dice Carrefour!

¡Todo es posible rodeados de alimentos!
Abandonar un supermercado con un carrito lleno de comidas
es como velar a un pariente muerto: no vemos la hora
de llegar a casa y comernos todo.
¡No es posible –le grité a una chica de hermoso culo–
un supermercado en mi vida otra vez!

Pero no me senté hasta este momento para hablarles de supermercadismo.
Baltazar Vega, mi hijito querido, tiene neumonía,
y lo llevaré a una zona tropical a curarlo.
Mi hijito y yo mañana viajaremos al Paraguay en micro, a curarnos, ambos.
Son 20 largas horas de viaje en que recapacitaré muchas cosas.
Sé que no seré bien recibido por la familia de mi esposa.
“Familiaridades” que no vale la pena chusmearlas en un poema.
Yo no sé si esto es un poema.
Uno se enamora de una mina y hay que dejarse de joder.
No hay nada realmente trágico. Trágico es haber nacido.
Nacer es el acto trágico por supremacía de la existencia humana.
Como dice Leonardo Favio, “el hombre es polígamo por naturaleza”.

Poligamias, familiaridades, supermercadismo... nada de eso es más importante que la
/salud de mi hijo.

¡Allá, vamos, Itacurubí de la Cordillera! a ponerlo al reyecito en su trono.
Este poema debería llamarse “El reyecito”.

Si yo tuviera la certeza de que esto es un poema...
Hijito mío e hijo de mi padre también y padre mío.
A los pocos hombres que tienen un hijito les digo: un hijito es un padre.
Una vez conocí a un hombre que escribió un poema:
“Sentado a los pies de la cama de mi viejo”.
Ese poema era un poema triste, había un padre enfermo, un hijo que lo lloraba...
Yo laburaba en un supermercado y lo leía y lloraba entre las góndolas,
me traía reminiscencias de mi padre borracho, tirado en la cama vomitando alcohol...
Así estoy esta madrugada fría,
tirado en el piso sobre un colchón, durmiendo a los pies de la cama de mi hijo,
esperando el momento de tomarme un bondi a Retiro.
Mi hijito tiene neumonía y no hay forma de curarlo, me dijo anoche
su madre en la guardia del Sanatorio Güemes.
Éramos tan felices... cuando la vida no nos mostraba su cara de culo.
Hijito: hoy murió el grupo Néctar, del Perú,
lo mejor de la chicha peruana. Se murieron todos.
El grupo Néctar te canta desde el cielo neumónico para que te mejorés.

Poligamias, familiaridades, supermercadismo, Néctar... nada de eso es más importante
/que la salud de mi hijo.

Tampoco me senté acá para hablarles del grupo Néctar. Mi gran tema es mi hijito.

No obstante, mi hijita Morena es una genia, gran independentista a pesar
de su año y medio de vida.

Esta madrugada del 15 de Mayo me levanto y corro a un locutorio
a navegar por el ciberespacio de los inventores del hambre,
los que le compran el petróleo a Chávez e inventaron los petrodólares
con los que se sustenta la Revolución Bolivariana Chavista.
Así es el dinero, amigos, es el bien y el mal a la vez.
Corro al ciberespacio de mierda a contestarle al que firmó mi muerte en Wikipedia:
“Murió en estas páginas el protagonista de tantos versos de lo real atolondrado”.
Ahora está forfai,
tirado en un colchón en el piso, con ganas de rajarse al Paraguay.


La voz de mi mujer recriminándome cosas:
“éramos tan felices, éramos tan felices, íbamos a progresar
hasta que pintó el amor con su cuadro trágico y su barilaresca tipografía de cumbia”.
La cumbia es una desgracia, amigos, ases de la lectura, no afanemos más
con este tema.
La cumbia, lo real atolondrado, mi mujer pegada a mis huevos
como hace quince años, no es nada, pura metáfora,
anáforas de una vida de chanchos,
nada de eso es más importante que la salud de mi hijo.

[De El hombre polar regresa a Stuttgart, Bahía Blanca, Vox, 2010]

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