|
|
|
|
Intelectuales
y colonialismo*
Por Juan José Hernández Arregui
Esto plantea el problema de los intelectuales en los países coloniales. En
general, los intelectuales forman una capa social admitida y palmoteada mientras
cortejan con su palabra o su anuencia a la clase dirigente.
Este es un fenómeno típico de los países dependientes, en los que la
subordinación económica crea a su vez, intelectuales subsidiarios de las
oligarquías nativas, y en la Argentina actual, de los grupos económicos dóciles
al imperialismo yanqui. O mejor, anglosajón. Pues el poder de Inglaterra en la
Argentina sigue en pie. En tal orden, la "libertad" de la inteligencia es una
ficción escandalosa, o sea, la "libertad" para consentir en forma manifiesta o
encubierta la dependencia del exterior. Y en esto reside la infidencia de los
intelectuales al país que sufre la opresión extranjera. No pueden hablar de
"libertad" aquellos que dependen de diarios, revistas, cátedras, pagadas directa
o indirectamente por el colonialismo, y por ende, controlados por la censura
oficial. En los países coloniales -y la Argentina lo es-la libertad únicamente
alienta en individuos incorporados en la carne y el espíritu al pueblo nacional.
Pues el pueblo es la libertad por la cual lucha en tanto pueblo sin pedir un
mendrugo de gloria.
La mayoría de los intelectuales, se refugian en la abstención política, que es
una forma del sometimiento. Tales intelectuales son parte del espectáculo
colonial. Dígase cuanto se quiera, la realidad que circunda al intelectual es
política y su silencio es político. El silencio de los intelectuales se llama
traición al país. Para ellos, ser escritor es lograr publicidad a costa de
cualquier prevaricato. Por eso, en tanto masajistas del éxito social, no son más
que fugaces pasajeros del prestigio sin honra. Y el pueblo los ignora. Hablan
de libertad, pero medran a la sombra del sistema que deroga la libertad del
pueblo. Si los intelectuales se apartan de la política no es por superioridad
del espíritu, sino por cobardía y adhesión, tácita o explícita, al colonialismo.
Por eso, tales intelectuales, en los programas de radio o televisión, se
expresan con palabras a medias, triviales, conformistas, alejadas de los
problemas candentes del país.
La dependencia colonial no sólo es económica, es una mediatización innoble de la
inteligencia. Un intelectual que calla las causas, la vergüenza y el horror
del colonialismo, es un mercenario que sirve a las potestades que paralizan al
país. El intelectual que no usa sus conocimientos como militancia, de hecho
acepta al régimen colonial que paga la existencia de una inteligencia incolora
y adicta.
La clase dirigente, en efecto, tiene sus escribas a sueldo, cuya tarea, entre
otras no menos despreciables, es mantener vivas las mentiras del colonialismo
que, en substancia, revelan un profundo odio al pueblo. Son escritores que por
excepción pertenecen a la clase alta y, en tal sentido, la clase media
intelectual abastece a la oligarquía. Esto es visible en la Argentina. Tales
trepadores, que la oligarquía gratifica abriéndoles las páginas de sus diarios,
revistas, editoriales, las cátedras y otras sinecuras, son a los que
mencionamos. La Universidad es el escalón más alto de la servidumbre de esta
gente. Tienen por tarea deificar al sistema, la historia oficial, difamar los
símbolos colectivos del pueblo. Lo hacen en nombre de la democracia, de la
"civilización" de Sarmiento contra la "barbarie" de los caudillos. De Mitre
contra el interior. En "La Nación", órgano de la clase oligárquica, estos
chupatintas encuentran acogida destacada, y alquilan sus nombres agrandados por
la dádiva publicitaria de esa prensa de una Argentina habitada por rumiantes.
Aunque no ejerzan ninguna influencia en el pueblo -fracaso que los lleva a la
ridicula autoposición de "élites"-, gravitan en determinados sectores medios.
La oligarquía sabe lo que hace cuando periódicamente mezcla los oscuros
apellidos de la inmigración con algunos escritores del patriciado venido a
menos. Es el único ascenso social que les permite codearse con la clase alta.
Pero nada más que en la firma de manifiestos y comunicados en los diarios. He
aquí un botón aparecido en "La Nación", en la que junto a algunos nombres de la
oligarquía, navegan los corifantes de la clase media intelectual. Los firmantes
están mesturados como una manera de probar que en el Olimpo de la literatura no
hay jerarquías, que todos los ángeles tienen la misma anatomía gaseosa. El
suelto se titula ’’Declaración sobre los caudillos y Montoneros". Napoleón no
exageraba cuando comparaba a estos intelectuales con pulgas a las que había que
sacudir de la ropa. He aquí el texto: Un grupo de escritores dio a conocer una
declaración que dice así: "Los escritores que firman esta declaración han
advertido con justificado estupor la creciente glorificación de las
montoneras, de los caudillos que las capitaneaban, y el nombre de Rosas. Tales
apologías contradicen todo el proceso democrático de la historia argentina y
presuponen una extraña nostalgia de la barbarie, del despotismo y de la
crueldad. No es difícil adivinar, detrás de estos anacrónicos arrebatos, el
designio de instaurar, ahora y aquí, sistemas no menos opresivos e inicuos." [2]
El valor de una obra se mide por su posición crítica frente a la época en que
nace, por la postulación de los problemas que agitan a la comunidad, y esa
misión de los intelectuales, sólo es posible cuando se desafía sin renuncias a
los poderes que velan, a través de las trabas culturales del imperialismo y sus
aliados nativos, las cuestiones nacionales irresueltas. En un país colonizado
la labor del escritor es militancia política. De lo contrario es pura miseria
de la inteligencia pura. ¿Cuándo la Universidad ha alzado su voz contra el
colonialismo?
¿No prueba esto que la Universidad, en tanto institución, es el asilo cultural
del coloniaje?
¿Cuándo los escritores agremiados en la SADE han denunciado la entrega del país,
los fusilamientos de 1956, las torturas, las proscripciones políticas de
millones de argentinos? ¿Cuándo? Los trabajadores hacen bien en recelar de los
intelectuales. De una "inteligentzia" que no osa decir su nombre mientras la
Argentina se debate en la violencia, en la lucha por la liberación nacional.
Mas junto a estos escritores hay otros. Una minoría, que abraza la causa de las
mayorías nacionales sin libros pero con conciencia colectiva de la nacionalidad
allanada. Son argentinos que no se resignan ante el estado de cosas imperante y
muestran tanto los mecanismos y las lacras pestíferas del colonialismo, como el
papel subalterno de esos intelectuales y políticos que mientras el pueblo lucha
en las fábricas y en las calles, aparecen en las pantallas de televisión, y de
este modo, son partes de los avisos comerciales, el lado culto de la
servidumbre imperialista.
Los escritores auténticos saben soportar el silencio y prefieren darle forma a
las intuiciones y heroísmos colectivos convirtiéndose así en testigos, y sobre
todo actores, de la época que les toca vivir. A esta raza de escritores
nacionales perteneció Raúl Scalabrini Ortiz, prototipo del intelectual que hizo
del pensamiento argentino beligerancia política y no de la política algo negable
de antemano por una inteligencia amordazada por la mole de falseamientos, mitos
y cancelaciones canallas de la antipatria.
NOTAS:
[1] Estas declaraciones fueron hechas antes del golpe derechista proyanqui que
derribó al general Juan José Torres
[2] Firman la declaración Horacio Armani, Carlos Avellaneda Huergo, José Bianco,
Adolfo Bioy Casares.
Susana Bombal, Jorge Luis Borges, Jorge Calvetti, José S. Campobassi, José
Edmundo Clemente, Nicolás Cócaro, Jorge Cruz, Bettina Edelberg, Luis de
Elizalde, Fermín Estrella Gutiérrez, Enrique Fernández Latour, Patricio Gannon,
Jorge L. García Venturini, Juan Carlos Ghiano, Roberto Giusti, Joaquín Gómez Bas,
Bernardo González Arrili, Adela Grondona, Alicia Jurado, Bernardo Ezequiel
Korenblit, José Luía Lanuza, Mario A.
Lancelotti, Carlos Mastronardi, Manuel Mujioa Láinez, Silvina Ocampo, Manuel
Peyrou, Jaime Potenze, Ricardo Sáenz-Hayes, Leónidas de Vedia, Osear Hermes
Villordo, David Vogelman, Orlando Williams Alzaga y Andrés Romeo
* Intelectuales y colonialismo [Capítulo III] del texto "Peronismo y Socialismo"
(1972) de Juan José Hernández Arregui. Digitalizado por Marcelo Gil y publicado
en el foro digital "Reconquista Popular"
|
Izquierda
y peronismo*
Por Juan José Hernández Arregui
Sólo un análisis de la conciencia de clase de la pequeñoburguesía puede
descifrar estas contradicciones. La clase media, en especial los estudiantes, en
una posición que no tenía ni antes ni durante los gobiernos de Perón, aunque con
vacilaciones, es hoy anticolonialista, tercermundista, nacionalista y
socialista. Todo lo que es Perón. Pero aún, determinados sectores, llaman a las
nacionalizaciones ejecutadas por Perón, al ascenso y participación de los
obreros en el Poder, "bonapartismo", o "nacionalismo burgués", a la resistencia
de las masas peronistas después de 1955, "espontaneísmo", al nacionalismo de
esas masas "totalitarismo". En cambio, el nacionalismo de las masas chinas o
cubanas, argelinas o rusas, es "socialista". No puede negarse que las masas;
requieren una ideología avanzada. Pero mas cierto aún, es que son las capas
pequeñoburguesas las que necesitan experiencia política, contacto con el pueblo.
No basta que los grupos de izquierda, aún peronistas, cada uno por su lado, se
proclamen "vanguardia del proletariado" y que haya tantas "vanguardias" como
grupos. Es decir, ninguna vanguardia. Partiditos obreros que la clase obrera no
reconoce. Más bien, esos partidos y grupitos se mueven a la zaga de los
trabajadores. Los programas de estos grupos tienen el inconveniente de funcionar
bien en el paraíso de la imaginación, no en la pesada tierra.
Otro rasgo de estas peñas de izquierda, es su desconocimiento de la obra de
Perón. Tales grupos postulan —y estamos completamente de acuerdo— un programa
socialista. Pero ignoran —y la ignorancia, como decía Spinoza, no es un
argumento— que sin el antecedente de Perón, que fue un paso efectivo hacia la
socialización, las masas argentinas carecerían de la conciencia de clase que hoy
las define. Una conciencia de clase superior a la de la pequeñoburguesía. Y la
conciencia de clase del proletariado, con relación al socialismo, es más
importante que el socialismo aprendido rápido y mal en los libros.
Perón ha dicho, en muchas oportunidades que de haber llegado al poder, no en
1946, sino en 1959, el hubiese sido el primer Fidel Castro de la América latina.
Entre los quince años que mediaron entre el triunfo de Perón y el de Fidel
Castro, el tablero de la política mundial se tornó excepcionalmente favorable
para la aparición del socialismo en Cuba. Perón llegó al poder al término de la
II Guerra Mundial. Las condiciones para un régimen socialista en Iberoamérica,
no existían. Además Perón asumió el mando por vías constitucionales. Esto es,
coartado por un sistema legalista nada fácil de remover. La Constitución de
1949, era ya, en muchos aspectos presocialista. Por eso fue derogada de cuajo al
caer Perón. Suplantada, con el aplauso exaltado de la clase media por la
Constitución de 1853. Restauración conservadora que esa clase media festejó con
delirio patriótico. Desde entonces, mientras el país retrocedía, la clase media,
a fuerza de porrazos, volvía a la realidad. Y las masas argentinas, avanzaban en
las calles, no en los libros, mientras en el plano ideológico Perón ahondaba
cada vez más en la revolución. A comienzos de 1972 se publicaron declaraciones
del ex-presidente Perón cuyos pasajes salientes reproducimos:
-¿Cuál seria para usted, el programa de fuerza revolucionaria peronista;
programa práctico a aplicar desde ya?
-En el mundo, actualmente, se está luchando por una revolución. Indudablemente,
esa revolución está captando una serie de inquietudes, desde la terminación de
la Segunda Guerra Mundial. Las guerras, normalmente paralizan la evolución; pero
como pasa con los diques, el agua sube, al terminar la guerra saca usted la
pantalla del dique y entonces invade el torrente. Esa revolución mundial va
hacia formas socialistas. Los imperialistas, por su lado, llegan a una reflexión
muy lógica: el mundo actual, con 3.500 millones de habitantes, tiene a la mitad
hambrientos.
¿Qué sucederá, se preguntan ellos, en el año 2000, cuando la Tierra tenga 7.000
millones de habitantes?
Cuando en la tierra ha habido superpoblación, los remedios han sido siempre dos:
la supresión biológica (de lo que se encargan la guerra, el hambre y sus
consecuencias) o el reordenamiento geopolítico, una mayor producción y mejor
distribución de los medios de subsistencia. Los imperialismos saben que su ciclo
es como el del hombre: crecen, dominan, decaen, envejecen y mueren. Piensan que
su solución está, en estos momentos críticos de la humanidad, en ser los
salvadores: en programas donde ellos sean imprescindibles. Uno de esos programas
consiste en controlar los procesos de liberación y de independencia. Llega
McNamara a Bs. As. y dice: "Argentina debe ser como un país de pastores y
agricultores". Claro, están defendiendo la comida y la materia prima del futuro.
La comida, mediante el control de la natalidad, la materia prima, mediante el
acopio de todos los bienes.
-¿Cómo se refleja eso en el caso argentino?
-Por lo que le digo, es que ocurre esa penetración intensa, desde la Segunda
Guerra Mundial, en nuestro continente, en todos los países: por las buenas o por
las malas. Cuando los países no se entregan, o no los pueden penetrar, dan un
golpe de estado o ponen un gobierno obediente. La gran virtud que yo veo en la
Revolución Cubana y en la acción de Fidel es precisamente eso: les puso allí un
dique que no han podido pasar. ¿Qué eso ha sido a costa de asociarse con Rusia?
No importa. Con el diablo, con tal de no caer. Porque el diablo, ¿sabe? además
es un poco etéreo. En cambio estos son reales.
-Es interesante su referencia a Cuba, por las posibles analogías. En Cuba, Fidel
se apoyó en una superpotencia para combatir a la otra. Usted considera que ese
recurso puede utilizarse en el caso de otros movimientos latinoamericanos de
liberación.
-Completamente. Y quizás si, en 1955 los rusos hubiesen estado en condiciones de
apoyarnos, yo hubiera sido el primer Fidel Castro del continente.
-¿Usted tuvo posibilidades, en 1955, de haberse apoyado en el Tercer Mundo o en
el bloque soviético, para salir adelante?
-Bueno, en esa época, ninguno de los dos estaba en condiciones, y el Tercer
mundo no existía. Fuimos nosotros, hace veinticinco años, los que lanzamos por
primera vez la Tercera Posición. Claro, aparentemente cayó en el vacío. No
estaba el horno para bollos. Y no pudimos hacer nada. Porque a nosotros no nos
volteó el pueblo argentino; nos voltearon los yanquis. Y quién sabe, si
hubiéramos tomado otras medidas, tal vez hubiese venido otra invasión como la de
santo Domingo.
-¿Qué salidas ve a la situación?
-Ningún pueblo puede entregarse; si hay algo en que el pueblo está claro, es en
que no se puede entregar al imperialismo. Porque lo viene sufriendo desde hace
un siglo por el estómago, o por el bolsillo, que también es una víscera
suficientemente sensible. Liberar al país como lo ha hecho Fidel, esa es la
solución. Y como pienso que lo están por hacer Perú y Bolivia [1]. No se sabe en
qué condiciones, pero vienen intentándolo.
Estos juicios de Perón están relacionados con las medidas que tomó durante su
gobierno. Tales medidas, a pesar del momento histórico, muy desfavorable, fueron
socializadoras. Más aún, ningún país socialista ha logrado éxito, sin tomar
decisiones graduales, adapatadas al desarrollo de cada país. Estas medidas, en
los países socialistas actuales, en los comienzos y en todos los casos, han sido
similares a las tomadas pos Perón. No decimos que Perón haya instaurado el
socialismo en la Argentina. Esto sería una mentira.
Pero sostenemos que muchas de sus reformas abrían el camino al socialismo. Uno
de los excesos del pensamiento de izquierda, mezcla de fantasía y lecturas
desordenadas, es pensar que el tránsito al socialismo es automático a la toma
del poder. Es un grave error pensar así. La Historia enseña que la victoria del
socialismo es antecedida por una serie de etapas intermedias entre el
capitalismo y las nuevas formas sociales, e incluso, de ensayos y errores, de
éxitos y fracasos. Ni Rusia, ni China son enteramente socialistas. Y la
Revolución Rusa se produjo en 1917 y la China en 1949. La experiencia de estos
países y otros, indica que durante un período más o menos largo, el capitalismo
y el socialismo siguen yuxtapuestos.
¿Cuáles han sido, en tales países, considerando siempre el desarrollo desigual
de los mismos, las medidas peparatorias del socialismo? En primer lugar, lograr
la confianza de las masas. Perón obtuvo esa confianza que le permitió resistir
la agresiva resistencia interna y exterior. Perón fue destituido no por un
burgués, sino por la dirección proletaria de su política social. La
Confederación General del Trabajo contaba con 6 millones de afiliados. Visto en
su proyección histórica, Perón estaba en condiciones, por la base obrera del
peronismo, y lo hizo, de imponer reformas básicas a la economía, pero no podía
ir más allá de los límites que le marcaba el momento histórico, los enemigos
internos e internacionales, y la propia estructura del movimiento, que junto a
los trabajadores albergaba a otras clases sociales con sus representantes
moderados cuando no decididamente conservadores. A pesar de estas
contradicciones y de la resistencia política muy unitaria y combativa que lo
acosó, Perón cumplió una obra de excepcional contenido social y nacional.
En un país colonizado, no hay socialización posible, aunque sea parcial, sin una
ruptura con la dependencia exterior. Inglaterra, al producirse la revolución de
junio de 1943, era dueña del país. De su economía y su política. Antes de 1943,
casi la mitad de nuestras exportaciones, en buena parte acaparadas por Gran
Bretaña, se dedicaba al pago de los servicios de la deuda externa. Con las
reservas en oro y divisas, acumuladas por la coyuntura, favorable para la
Argentina, de la II Guerra Mundial, la deuda externa fue totalmente repatriada.
La Argentina entró en la independencia económica. Los empréstitos extranjeros,
pulpos de la economía nacional, e instrumentos del dominio político, fueron
cancelados. La Argentina, por primera vez en toda su historia, fue una nación
soberana. Estas medidas impulsaron el desarrollo industrial. Cabe preguntar si
fue una industrialización burguesa o socialista. Fue ambas cosas y ninguna de
las dos. Es decir, grandes ramas de la producción industrial fueron dirigidas
por el Estado, y otras aunque permanecieron en manos de capitales privados,
estos eran argentinos, y en algunos casos extranjeros pero sometidos a una
legislación proteccionista y, al mismo tiempo, estrictamente controlada por el
Estado. Vale decir, se dio el paso primario y fundamental en toda marcha hacia
la socialización: la estatización de los resortes más importantes de la economía
nacional.
Estos recaudos, no sólo acrecentaron la producción, sino que, caso único en la
historia argentina, se alcanzó la plena ocupación y la participación del
proletariado en la conducción política. Todos los ejercicios financieros
terminaron con superávit. Al abandonar Perón el país, las reservas en oro y
divisas, se calculaban en 1500 millones de dólares. El capital extranjero,
sujeto a una legislación nacional, cumplió una función útil. En algunas ramas de
la industria, la automotriz por ejemplo, el Estado se valió de ellos. También lo
había hecho Rusia en las primeras etapas de la revolución. China lo mismo.
Cuba, Argelia, Egipto, también. Pero los giros al exterior, en concepto de
dividendos, eran fijados por el Estado y las ganancias de las empresas debían
reinvertirse, por cuotas establecidas, y se reinvirtieron, en el país. Una
prosperidad jamás conocida benefició a todas las clases sociales. La legislación
laboral fue una de las más avanzadas del mundo. La educación pública dio un
salto espectacular.
Millares de obreros recibieron en todo el país, en todas las provincias,
enseñanza técnica gratuita. En 1943, la Universidad tenía algo más de 60 mil
alumnos.
Con Perón llegó a 260 mil. La enseñanza universitaria era gratuita, comedores
estudiantiles, apuntes sin cargo impresos en la Fundación Eva Perón, privilegios
para los estudiantes que trabajaban, colonias, supresión de exámenes de ingreso,
mesas examinadoras mensuales, acortamiento de las carreras, etc. Tal cual lo
había reclamado la Reforma del 18, en la Argentina, la enseñanza media y
superior dejó de ser una prerrogativa de clase. La salud pública, bajo la
dirección de un patriota, Ramón Carrillo, que murió perseguido y pobre en
Brasil, insumió 350 millones contra 11 millones en 1943. Nadie ignora que uno de
los objetivos del socialismo es la salud de la población. Otro de los objetivos
del socialismo es la nacionalización de los servicios públicos. Los servicios
públicos nacionalizados no sólo son exigencia de la independencia económica,
sino la base de toda soberanía real. Se adquirieron los ferrocarriles
británicos. O como dijo Scalabrini Ortiz se compró soberanía. La oposición, en
una cerrada acometida, atacó esta brillante operación financiera y política
ejecutada por otro patriota, Miguel Miranda.
Se dijo que Perón había comprado hierro viejo. Que los ferrocarriles daban
pérdidas. Es cierto, daban pérdidas. Lo que no se dijo —hoy tampoco— es que los
ferrocarriles dan pérdidas en todos los países del mundo por la simple razón que
su misión es de fomento de la economía nacional, o sea, que tales pérdidas son
ampliamente compensadas por el desarrollo de regiones, ciudades, plantas
industriales, etc., próximas a las redes ferroviarias.
El único país del mundo cuyos ferrocarriles han producido ganancias es EE.UU.
Pero en 1970, el mayor sistema ferroviario de EE.UU., el Pen Central
Transportation Company se declaró en bancarrota.
Durante Perón, se nacionalizaron los puertos. La marina mercante llegó a ser una
de las mayores del mundo, adelante incluso, de Rusia. Cosa que pocos argentinos
conocen. La casi totalidad de la producción nacional fue transportada por buques
argentinos con una capacidad de 1.700.000 toneladas. El comercio exterior —otra
disposición inicial y básica de todo país socialista— pasó a ser fiscalizado por
el Estado a través del IAPI, la institución más resistida por la oligarquía y
las naciones imperiales. Raúl Prebisch, asesor de Lonardi, entre las primeras
resoluciones, anunció el aniquilamiento de esta institución. El gas, los
teléfonos, las usinas eléctricas existentes y las que se crearon pasaron a
dominio del Estado. Los servicios de transportes en su totalidad, fueron
nacionalizados. Cuando nacionalizaciones de este tipo fueron aplicadas en
Inglaterra por gobiernos laboristas, los izquierdistas cipayos aplaudieron.
Cuando las tomó Perón vociferaron: "¡Totalitarismo!"
Demás está agregar que en los países socialistas las comunicaciones están
nacionalizadas. El consumo de energía, otra de las bases de la socialización de
la economía, aumentó en un 69 %, Y.P.F. creció en un 161,5 %. Pero el desarrollo
industrial pedía más energía eléctrica, más petróleo, más máquinas.
Problemas que han afrontado todos los países socialistas del mundo. Decenas de
diques, centrales hidroeléctricas, termoeléctricas, obras fluviales, etc.,
fueron construidos, o estaban en construcción al caer Perón. Entre 1943 y 1954,
la producción de petróleo se triplicó, la de gas se duplicó, la de carbón se
multiplicó por nueve. Es falso que la situación del campo empeorase. Raúl
Prebisch, un enemigo, en 1949 reconoció que la economía agropecuaria se había
fortalecido. Las carnes de exportación, gracias a un negociador enérgico, Miguel
Miranda, obtuvieron precios beneficiosos al país y no decretados, como hasta
entonces, por Inglaterra. El campo fue tecnificado en amplitudes desconocidas
hasta entonces. El valor de las exportaciones giró de 451 millones en 1943 a
3039 millones en 1947. Millares de medianos y pequeños agricultores entraron en
posesión de sus tierras. Los peones rurales ascendieron a una vida digna; 50.000
chacareros lograron la posesión de sus campos. La renta nacional aumentó en un
55 %. La independencia económica permitió al país comerciar, en contratos
bilaterales, con los países comunistas. La Argentina fue el país que alcanzó, en
toda Iberoamérica, el mayor volumen de comercio con Rusia.
Pero el P. Comunista gritaba "¡Fascismo!". El analfabetismo, con millares de
escuelas construidas, se redujo al 3 %. Hoy, agremiaciones docentes estiman que
la Argentina tiene un índice del 40 % de analfabetos o semianalfabetos. Se
construyeron 500.000 viviendas para 5 millones de personas; 8.000 escuelas, más
que en toda la historia de la Argentina. Y 70.000 obras públicas hoy se levantan
a lo largo del país como testigos de aquellos días de grandeza nacional.
El II Plan Quinquenal, que destinaba $ 35.000 millones de moneda de entonces,
estaba financiado y en plena ejecución. Las bases de la industria pesada
colocadas.
Un argentino insospechable comparaba la política de Perón con la de los países
comunistas. Este escritor nacional se llamaba Raúl Scalabrini Ortiz. No
insistiremos en cifras. Hechemos una ojeada sobre los gobiernos que sucedieron a
Perón.
* Izquierda y Peronismo [Capítulo III] Peronismo y Socialismo, de Juan José
Hernández Arregui, 1972. Digitalizado por Marcelo Felipe Gil.
Clase
obrera y poder*
(fragmento)
Por Jorge Enea Spilimbergo
LA ESTRUCTURA OLIGÁRQUICA
La oligarquía terrateniente, como clase dominante, constituyó su propio aparato
político, administrativo y cultural, presentándolo como expresión del país en
general, e influyendo en alto grado sobre el conjunto de las clases sometidas.
Esta influencia gravitó especialmente sobre las clases de la plataforma
librecambista del litoral agro-portuario (pequeña burguesía urbana y chacarera,
pequeños y medianos ganaderos, proletariado marginal, etc.). Exclusión hecha de
los peones, este sistema de clases populares tenía una posición dual ante la
oligarquía gobernante: discutía su monopolio del poder político y los excedentes
netos; pero coincidía con ella en apoyar el programa librecambista de la
semicolonia agraria. Ignorante del país en su conjunto, separada por su origen
inmigratorio de las tradiciones federal democráticas del siglo XIX, fijada
empíricamente en condiciones transitorias que ya empezaban a deteriorarse en el
momento de su esplendor, e influida por las transposiciones mecánicas de
fórmulas del liberalismo europeo, esta coalición de clases sirvió a la
oligarquía más que lo que la combatió.
El litoral agro-portuario
Si, por ejemplo, consideramos a los chacareros medios y ricos, encontramos que
el fundamento de su conflicto con la oligarquía arrendadora es la aspiración a
la propiedad de la tierra. Bajo esta lucha por la propiedad se esconde la
apetencia del "producto" integro de esa tierra, es decir, una lucha por la
renta. Pero esta renta, siendo una renta diferencial, constituye un impuesto al
trabajo extranjero, a través del mecanismo del cambió internacional. Nos
encontramos, pues, ante una identidad parasitaria, consistente en la alienación
al mercado extranjero y al fetiche del librecambio, que se refuerza con el
enfrentamiento burgués del chacarero con sus peones. La relación descripta se ha
modificado en diversos grados y maneras por el impacto de la crisis y el
incremento de un consumo interno. No lo suficientemente, sin embargo como para
que, al considerarse estas tesis, el ministro de Economía no se jactase ante el
público oligárquico, en la Sociedad Rural, de haber reajustado el precio interno
del trigo a su precio internacional. Pero como el precio internacional excede el
valor realmente creado por el trabajo argentino, resulta que una masa de
riquezas que pertenece al país en su conjunto y debiera integrar su fondo de
acumulación, queda expropiada en favor de terratenientes y chacareros, que lo
destinan preferentemente al consumo individual.
El Socialismo de la Izquierda Nacional ha demostrado, en consecuencia, que el
eje de la revolución agraria en la Argentina lo constituye la masa de peones
agrícolas, jornalizados temporarios, semiocupados de los suburbios de los
pueblos rurales, proletarios de industrias y transportes rurales; los estratos
de chacareros pobres y otras categorías explotadas de la baja clase media rural
Ponemos especial énfasis en nuestra solidaridad con los obreros temporarios del
N. O. y del N. E. argentinos, quienes, junto con los procedentes de Bolivia,
Paraguay y Chile constituyen la principal víctima del aparato succionador de la
oligarquía, y a quienes les está reservado un papel de primer orden en la lucha
por su expropiación. Definimos el objetivo revolucionario en el campo como
nacionalización de la tierra. Con ello afirmamos que se trata de colocar su
renta al servicio de la economía nacional y su desarrollo. Nos delimitamos de la
"reforma agraria" que, en el lenguaje político argentino, envuelve la
reivindicación de esa renta por las clases chacareras librecambistas del
litoral. En cuanto a la organización concreta del régimen de propiedad,
dependerá del curso mismo de la lucha, de las necesidades generales, y de las
relaciones que específicamente se establezcan entre las diversas clases
participantes, como, asimismo, de las reivindicaciones transitorias para los
sectores pobres y medios del campo.
El frente librecambista
Esta identidad por encima de las contradicciones de la plataforma librecambista
del litoral fue bien percibida por Juan B. Justo a fines del siglo, cuando
proponía formar un gran partido librecambista con todos los sectores ligados a
la exportación, erigidos en "burguesía ilustrada" contra la "política criolla",
"caudillista", "feudal", es decir, ... nacional-burguesa. Se "marxistizaba" así
la antinomia "civilización-barbarie", oportunamente pulverizada por la crítica
alberdiana.
En los hechos, la tesis de Justo obtuvo un amplio triunfo a la larga, y cumple
señalar que la totalidad de los partidos argentinos "tradicionales" se
constituyeron bajo el horóscopo de la colonia librecambista privilegiada, en el
medio siglo de su apogeo histórico. Ello es válido, no sólo para el
conservadorismo, el socialismo de Justo, la democracia progresista, sino también
para el radicalismo, aunque por vías diferentes. Aunque aquel apogeo ya es cosa
del pasado, la persistencia de sus efectos en el campo de la superestructura no
puede subestimarse.
Fuera del hecho de que la oligarquía no puede modificar su conciencia
tradicional sin condenarse, ello se debe a que en los referidos sectores
populares se produce una remisión inconsciente a una edad dorada en que el libre
cambio les aseguraba holgura y "status". El viejo optimismo agropecuario y
europeísta se sobrevive como prestigio intangible de los tabúes del pensamiento
cipayo, como remisión a una nostálgica "edad dorada" y como sorda y astuta
resistencia a todo replanteo de la realidad nacional. En el campo de la
izquierda, so pretexto de delimitación "antiburguesa", se da con caracteres de
fijación la vieja oposición reaccionaria a los movimientos de masa de la clase
trabajadora.
Es, pues, con justa tenacidad que el socialismo de la izquierda nacional ha
insistido en la revisión histórica y en la crítica de la historia de los
partidos políticos, no como prólogo erudito de sus tesis, ni por afán
tradicionalista, sino porque la crítica histórica es constitutiva de la
experiencia y de la razón política.
*Clase obrera y Poder son las tesis del Partido Socialista de la Izquierda
Nacional y fueron redactadas en 1964 por Jorge Enea Spìlimbergo. Texto
digitalizado por Fernando Lavallén
Burguesía
y cuestión nacional*
Por Jorge Enea Spilimbergo
La colaboración política de Marx y Engels se remonta a principios de la década
del 40, cuando inician en París una fructífera amistad que durará toda la vida.
Habían nacido en 1818 y 1820, respectivamente. Marx muere en el 83. Engels
–convertido en patriarca del socialismo europeo- lo sobrevive hasta 1895.
La Europa de mediados del siglo XIX experimenta los síntomas de una profunda
transformación revolucionaria, que dará por tierra con la obra del Congreso de
Viena.
Como recordará el lector, el Congreso de Viena, reunido en 1815 a consecuencia
de la caída de Napoleón, se propuso borrar, hasta donde era posible, la obra de
la revolución francesa y del Imperio napoleónico. Los vencedores, constituidos
en Santa Alianza con la participación de Inglaterra, Prusia, Austria, Rusia y
España borbónica, se juramentaron para reprimir, en acción policial conjunta,
cualquier brote democrático y revolucionario. Del mismo modo, trazaron -"de una
vez para siempre"- el mapa político de Europa. Como en sus miras no se
encontraba la voluntad de los pueblos sino el interés de las dinastías y las
aristocracias, muchas nacionalidades quedaron sometidas a pueblos extranjeros.
Así sucedió con Hungría, los eslavos del sur, Polonia, Bélgica, el norte de
Italia. Otros países como Alemania e Italia, siguieron privados del derecho a
constituir un Estado nacional unificado. Alemania, por ejemplo, continuaba
dispersa en una multitud de soberanías. (Casi todas insignificantes) Los estados
alemanes más poderosos eran Prusia y Austria. Ambos, a su vez, extendían su
dominación sobre nacionalidades no alemanas (polacos, magiares, checos, etc.).
Fragmentación y sometimiento nacional constituían las dos caras de una misma
moneda. En efecto, un país fragmentado en una nube de pequeñas soberanías cae
bajo la órbita de aquellos otros que ya han cumplido su centralización política,
aunque no se produzca la ocupación efectiva. Rusia, Francia e Inglaterra, se
beneficiaban económica y militarmente de la división nacional alemana, y se
obstinaron en perpetrarla.
A su vez la fragmentación era el producto de un pasado feudal no superado, el
reflejo de una economía en el que el comercio y la gran industria aun no se
habían desarrollado plenamente.
Dicha economía, fundada en la explotación del campesino semisiervo, en el
artesanado y en el pequeño comercio local, se aferraba tenazmente a su antigua
estrechez regionalista. Las aristocracias y los príncipes, junto a sectores de
las antiguas clases medias urbanas, explotaban el atraso en su provecho. Una
Alemania o una Italia unificadas hubieran significado no sólo el colapso
político de las clases retardatarias, sino también su desplazamiento económico
por la gran burguesía industrial, mercantil y financiera.
Aquel antiguo mundo, asentado en la explotación campesina, se organizaba, pues,
en regímenes absolutistas desde el punto de vista de las instituciones públicas.
Y así como negaba a los pueblos el derecho a gobernarse ellos mismos desconocía
a las naciones facultad para decidir sus propios destinos. Aquí las dispersaba,
allá las anexaba.
Por este entrelazamiento de factores, la inevitable resistencia que no tardan en
suscitar las decisiones del Congreso de Viena, asume un doble carácter
nacionalista y democrático.
En los países sometidos o disgregados, la democracia -la oposición al
absolutismo político- se hace nacionalista, patriótica. A su vez, el
nacionalismo germina entre los sectores más profundos o significativos del
pueblo: campesinos, artesanos y pequeño-burgueses de las ciudades, industriales
y comerciantes intelectuales, etc.
Todos ellos ven en los príncipes y en las aristocracias, no sólo a los enemigos
de la patria, sino también a los tiranos y explotadores. Por esta vía, el
nacionalismo se hace esencialmente democrático.
El gran nucleador de este movimiento es la burguesía. La burguesía exige un
régimen liberal y representativo, porque el individualismo político complementa
y salvaguarda el liberalismo económico asentado en la competencia mercantil, la
libre contratación y la libertad de trabajo e industria, indispensables para el
desarrollo fabril y comercial.
Del mismo modo, la burguesía pugna por asegurarse el dominio del mercado
interno. La producción para la ganancia, que permite valorizar incesantemente
capital, es un rasgo esencial del régimen capitalista. Pero las barreras
aduaneras entre provincias o pequeños Estados de una misma nacionalidad, al
restringir los mercados, impiden el desarrollo de la gran industria y el apogeo
de la producción burguesa. Al promover la unidad (o la independencia) nacional,
la burguesía no lucha por un simple principio abstracto sino por sus propios e
impostergables intereses materiales, que en esta época histórica coinciden con
los del resto de la población.
En consecuencia, democracia y nacionalismo aparecen como las grandes banderas
políticas bajo las cuales (hasta comenzar el último tercio del siglo XIX) se
expresa el ascenso general de la civilización burguesa europea en lucha con las
fuerzas retrógradas del absolutismo y la feudalidad.
Pero a mediados de siglo XIX, el retraso histórico de aquellos países que aun no
habían completado su revolución burguesa, se combinaba con las primeras
manifestaciones de la civilización capitalista desarrollada y, en consecuencia,
con una incipiente lucha de clases moderna entre el proletariado y la burguesía.
Adelantémonos a expresar que esta peculiaridad de desarrollo, perfectamente
verificable en la Alemania de la época, introdujo profundas modificaciones en
las conductas de las clases sociales revolucionarias.
La burguesía francesa había convocado a las grandes masas del pueblo para luchar
contra el absolutismo y la aristocracia semifeudal. Aunque no manejó el timón de
la nave durante el periodo crítico -cuando la revolución hubo de ser salvada por
el jacobinismo pequeño-burgués y los desharrapados de París- puede decirse que
la burguesía actuó entonces, decididamente, como representación nacional, es
decir, como clase conductora que, luchando por su propios intereses, expresaba
los interese inmediatos del conjunto de la población.
Los intereses de ese conjunto no coincidían íntegramente con los de la
burguesía, pero tampoco se hallaban en oposición directa ni, en todo caso, en
condiciones de hacerse valer de una manera peligrosa y efectiva. Era una masa
inorgánica de artesanos, campesinos y pequeño-burgueses dispersos. Pero ya al
estallar el proceso revolucionario de 1848 han proliferado en Europa formaciones
compactas de esa nueva clase social engendrada por la industria: el
proletariado. Allí donde el proletariado asume cierta importancia (como en
París, la Alemania renana, etc.) no se contenta con lanzarse a la arena
revolucionaria tras las reivindicaciones de la burguesía. Aunque desprovisto de
experiencia y de una clara teoría que guíe su acción política, aspira,
confusamente a que la nueva república sea una república social. En otros
términos, no se contentan con los "derechos del ciudadano", exige sean
defendidos los derechos del hombre de trabajo. Aspira a presionar como clase
–recurriendo a manifestaciones, huelgas, asonadas– sobre el gobierno, y a
suprimir la desigualdad económica mediante algún tipo de socialización.
El "fantasma del comunismo" irrumpe así, tangiblemente, ante los ojos de la
burguesía europea. Las jornadas de febrero de 1848, en París, dan el poder a la
burguesía republicana con el apoyo de los obreros en armas. Cuatro meses más
tarde, durante las jornadas de junio, el ejército de línea y las milicias
burguesas aplastan, tras varios días de furiosos combates, la insurrección
obrera de París. Esta crisis, que es el principio del reflujo revolucionario en
toda Europa, quiebra de una vez para siempre aquella unidad de miras
revolucionarias puesta de manifiesto por la burguesía francesa del 89 para
llevar a cabo su propia revolución. En adelante, los burgueses de toda la Europa
atrasada conocerán el peligro de movilizar revolucionariamente a los obreros
contra el absolutismo. Conocerán el peligro de que, producida la victoria, el
proletariado "cambie de hombro el fusil" y al derrocamiento del absolutismo
suceda el de la propia burguesía.
En consecuencia, preferirán, cada vez más, el camino oblicuo de la presión sobre
los antiguos poderes y el compromiso transaccional con ellos antes que el camino
francés, plebeyo, revolucionario. En todas partes, y especialmente en Alemania,
los heroicos burgueses, a punto de alcanzar la victoria, dan marcha atrás, no
desarman a los ejércitos del absolutismo, pactan con reyes, aristócratas y
príncipes, para ser por último arrasados por las fuerzas de la contrarrevolución
triunfante.
Tal es el nuevo protagonista -la clase obrera- y la nueva ideología –el
socialismo- que se manifiestan en Europa cuando Marx y Engels inician su carrera
política.
Ambos jóvenes revolucionarios habían nacido en Renania, la provincia alemana de
mayor adelanto económico, donde más íntimamente se combinaban los problemas
suscitados por el pasado feudal con los modernos antagonismos de la civilización
burguesa. Antes de conocerse habían militado en las filas de la democracia
burguesa. A través de la izquierda hegeliana buscaban un método para
reinterpretar críticamente la realidad. Conservarían de Hegel algunos principios
básicos que interesa destacar para nuestro estudio:
Una concepción unitaria del proceso histórico en pugna con el nacionalismo
hermético de los románticos. La comprensión de la historia como un proceso
ordenado de etapas, que rompe con el racionalismo cartesiano de la Enciclopedia
y sus valoraciones a-históricas de los fenómenos sociales. En consecuencia, una
revalorización de lo cualitativo (que es lo que especifica cada etapa), pero no
a la manera irracional de los románticos, sino sometiéndolo a la racionalidad
objetiva del proceso histórico general. Por último, el método dialéctico, que
explica el cambio, la transformación de una etapa a otra, a través de la
contradicción.
En otro orden, Engels, quien llega antes que Marx al socialismo, ha completado
su imagen de la sociedad burguesa, desarrollada durante su visita a Inglaterra,
el foco de la gran industria. Este viaje, que emprende por orden de su padre –un
industrial alemán-, le permite recoger una abundante documentación, condensada
más tarde en su libro sobre la Situación de la clase obrera en Inglaterra, de
1845.
En cuanto a Marx, su primer contacto orgánico con las ideologías socialistas de
la época se produce, a través de Proudhon, principalmente durante su destierro
en París.
Las teorías comunistas alcanzaban entonces cierta popularidad. Se trataba, sin
embargo, de un comunismo aun fantasmagórico, impregnado de aberraciones utópicas
y sectarias. Participaba del error general de las filosofías idealistas. En
efecto: lejos de considerar las ideas de una época como la expresión de la
realidad de esa época, invertía el orden y explicaba esa realidad por sus ideas.
Explicaba la existencia del capitalismo y sus males por las ideas falsas de los
contemporáneos acerca de la mejor organización social, y se esforzaba por
remediarlos propagando, como un nuevo evangelio, la "idea del socialismo".
Reducía la historia al conflicto y a la sucesión de ideologías.
La debilidad de semejante socialismo es doble. Por un lado, al partir
absolutamente de la "idea socialista", se somete a la fantasía más o menos
caprichosa de los teorizadores, encargados, como es lógico, de definir aquella
"idea". Proliferan así el arbitrismo y las sectas. Por el otro, al dirigirse a
los seres humanos en general, no descubre las fuerzas sociales concretas que son
el fundamento dinámico del socialismo.
Por el contrario, para Marx y para Engels, las ideologías no se nutren de sí
mismas, ni se despliegan las unas de las otras. Son la expresión intelectual de
una sociedad dada, y toda sociedad consiste, en primer término, en el conjunto
de actividades, relaciones humanas y recursos técnicos empleados para asegurar
las funciones más perentorias: producción económica, reproducción física.
Por consiguiente, la sociedad real, y en particular, su estructura económica,
engendra el mundo de las ideas y no al revés. Toda idea dominante es la
expresión de una fuerza social dominante. Toda idea nueva llamada a
generalizarse manifiesta una nueva fuerza social promovida al triunfo por el
desarrollo histórico.
Pero, ¿cúal es la fuerza social nueva ignorada hasta entonces (o subestimada en
su valor operativo) por los teóricos de la "idea socialista" aunque subyace en
ella, es su sustancia histórica medular? El proletariado.
Allí donde el utopismo propaga un evangelio dirigido a los "seres humanos" para
persuadirlos a una organización "mas justa" y "racional" de la sociedad, Marx y
Engels hacen del proletariado y su conflicto objetivo con el régimen burgués, el
fundamento material del movimiento socialista. Por consiguiente, ellos no añaden
una "ideología" a las ya existentes. Su materialismo histórico es nada más -y
nada menos- que la autoconciencia científica del movimiento real del
proletariado dentro de la sociedad burguesa que lo engendra, y contra ese orden
social.
La miseria, objeto hasta entonces de piadosas meditaciones, caridades y
remedios, juega ahora un papel dinámico, positivo. El régimen burgués genera al
proletariado, una clase cuya existencia está en viva contradicción con la
esencia del hombre, que es la libertad. No la libertad parcial del ciudadano –en
relación con el cuerpo político- sino la libertad del hombre total, entendida a
la manera rousseauniana, como plena expansión de las virtualidades humanas. Pero
esa clase obrera marginada de toda humanidad por su instrumentación a la
ganancia burguesa, será, a su vez, el sepulturero del capitalismo.
Al destruir el capitalismo, no perderá sino sus cadenas. Al librarse de su
explotación particular, liberará a todos los hombres en general. El proletariado
no aspira a sustituirse como clase dominante, sino a suprimir, junto con la
burguesía, toda explotación de clase sobre clase.
Según lo expuesto, la concepción materialista de la historia aparece dominada
por la idea de la lucha de clases, que no es un "mandato", ni un "imperativo
ético" o "táctico" sino el movimiento mismo de la historia, reducido a su
esencialidad, y el propio marxismo, lejos de inventarla, atizarla o suscitarla,
su reflejo auto consciente, encarnado en la clase revolucionaria: el
proletariado.
Pero las clases sociales no se suceden al azar. La lucha de clases (Marx mismo
lo señala) ya había sido descubierta por los historiadores burgueses de Francia
e Inglaterra. Lo que Marx demuestra es que la existencia de determinadas clases
esta ligada a niveles dados de desarrollo técnico y organización del trabajo. 1
bis
Al disolverse la comunidad tribal primitiva se establece la primera división de
clases, cristalizada –en su forma última- entre hombres libres y esclavos. Los
esclavistas, desligados del agobio de la producción material, crean la primera
civilización propiamente dicha, la economía urbana, el comercio, la ciencia, la
literatura, el Estado. Pero la sociedad antigua tiene su límite en la propia
esclavitud, que la estanca por la misma gratuidad del esclavo-cosa.
El medioevo reorganiza las relaciones de producción fundándose en una nueva
ordenación del trabajo, la del ciervo feudal a mitad de camino entre el esclavo
y el obrero libre. A este ordenamiento, no tarda en agregársele el sistema de
los gremios artesanales urbanos.
Por ultimo, las generalizaciones del comercio, el desarrollo manufacturero y
fabril, producen la ruina del artesanado y concentran los medios de producción
en una nueva clase –considerablemente más dinámica y expansiva-, la burguesía.
A diferencia de los anteriores, el sistema burgués de producción se expande en
revoluciones técnicas y económicas incesantes, que llevan a la ruina a las
antiguas formaciones ecodial e industrializan vertiginosamente el foco
irradiador del sistema: los países más avanzados de Europa y los Estados Unidos.
El tránsito de una forma social a otra no se produce pacíficamente, sino a
través de luchas y desgarraduras. A un cierto nivel de fuerzas productivas
corresponden determinadas relaciones sociales. El crecimiento de las fuerzas
productivas exige la remodelación del orden social, económico y político para
ponerlo en consonancia con los nuevos niveles alcanzados. Esta contradicción se
resuelve a través de antagonismos violentos, revolucionarios, porque las clases
dominantes en la antigua sociedad se resisten a abandonar sus privilegios y a
sacrificarse por el progreso histórico.
Hoy, concluyen Marx y Engels, la humanidad vive uno de esos conflictos
revolucionarios entre relaciones de producción que ya han agotado su papel
progresivo, y las necesidades de desarrollo de las fuerzas productivas. La
burguesía, que ha generado la gran industria y cambiado, con ello, la faz del
mundo, ya no puede controlar las fuerza por ella liberadas. Se debate en la
anarquía de la competencia, las crisis cíclicas, las guerras y los conflictos
sociales. El carácter cada vez más social de la producción (en el doble sentido
de la empresa como colectividad y de la influencia de las grandes empresas sobre
los destinos generales de una comunidad) se contradice crecientemente con el
carácter individual de la apropiación. Las fuerzas productivas del hombre han
crecido hasta tal punto que no solo es posible sino perentorio reordenar la
economía según un plan racional y sustraerla a esta o aquella clase dominante,
para colocarla bajo el control de la sociedad en su conjunto.
Así, la lucha de clases constituye el nervio del proceso histórico en cuanto es
su factor dinámico y consolidador. Dinámico, porque el antagonismo cíclico entre
fuerzas productivas y relaciones de producción se encarna en clases hostiles,
que lo asumen objetivamente. Consolidador, porque el triunfo de la clase
revolucionaria da un sentido irreversible al proceso y acelera su ulterior
desarrollo.
La historia deja de ser la sucesión más o menos arbitraria de héroes, ideas,
instituciones, etc., para convertirse en el proceso mediante el cual los hombres
se van elevando de una pasiva subordinación a la naturaleza -próxima a la
animalidad- hasta la libertad, decir, el dominio sobre la naturaleza y la
sociedad. Este tránsito se realiza a través de regímenes de clase, o sea,
cubriendo toda una época en que los hombres, bárbaramente, se sirven de otros,
los instrumentalizan y expolian, animalizándolos no ya en el nivel natural, sino
en el nivel social.
La conciencia que cada época tiene de sí misma –observan Marx y Engels- dista
mucho de responder a la naturaleza real de los conflictos. El papel de los
historiadores no consiste en tomar al pie de la letra estas representaciones
aberrantes, extrapoladas y míticas, sino en desentrañar su fundamento real.
Cuando Aristóteles habla de la inferioridad natural del bárbaro, no comete un
error científico: racionaliza a posteriori los intereses de los esclavistas
griegos. Bajo las guerras religiosas del siglo XVl, no subyace un antagonismo
sobrenatural entre Dios y el diablo, sino una lucha de clases burguesa y
campesina en una época en que la religión constituye la estructura cultural
vertebradora, y es por ello, el orden fenoménico de todas las tendencias
fundamentales.
A diferencia de otros filósofos de la historia, Marx y Engels no se proponen
interpretarla especulativamente, sino actuar sobre ella. El materialismo
histórico descubre el papel de la lucha de clases y es, como vimos, un momento
de esa lucha, el de la autoconciencia revolucionaria. Esta autoconciencia dicta
al proletariado la necesidad de organizarse en partido político que luche por la
conquista del poder. Pero no se trata de una lucha circunscripta a las fronteras
nacionales de cada país. El proletariado, más que la burguesía, es una clase
internacional. Su solidaridad trasciende las fronteras. Sus enemigos están en
todas partes.
"Desde el fin de la Edad Media, escribe Federico Engels, la historia trabaja por
erigir en Europa un conjunto de grandes Estados nacionales... Ellos constituyen
la norma política de la dominación burguesa sobre el continente..." La
burguesía, al vincular con la industria y el comercio ciudades y provincias
antes dispersas bajo las condiciones del feudalismo, cohesionó en nacionalidades
pueblos que habitan un mismo territorio y una misma lengua. De esta manera echó
los cimientos materiales del sentimiento nacional común, los prerrequisitos que
hicieron posible y necesaria la consolidación del Estado nacional centralizado.
Pero esa misma burguesía, al generar al proletariado, lo excluye de toda
participación comunitaria. El proletariado es un extraño en su propia casa. Si
se acusa a los comunistas de combatir la idea patriótica, habrá de responderse:
"El proletariado no tiene patria. No se le puede privar de lo que no tiene". Al
mismo tiempo, el desarrollo del mercado mundial, vincula los pueblos entre sí,
crea lazos de solidaridad entre los obreros de todo el mundo, y así como las
clases reaccionarias, no obstante sus querellas recíprocas, se apoyan las unas a
las otras contra la rebelión de los de abajo, así también la clase trabajadora
de cada país debe adquirir conciencia de su solidaridad internacional.
"La gran industria -expresan Marx y Engels en Ideología Alemana, obra anterior
al 48- suscita generalmente en todas partes las mismas relaciones entre clases.
Con ello va borrando todo sello privativo de nacionalidad. Cierto es que la
burguesía conserva aún en cada nación sus intereses nacionales particulares.
Pero hay una clase que no tiene absolutamente ninguna especia de intereses
nacionales: el proletariado... Expulsado del seno de la sociedad, se ve
constreñido a vivir en el más resuelto antagonismo con todas las demás clases."
Como, por otra parte, el triunfo del socialismo en un país determinado sería
seguido de la más feroz intervención burguesa de los restantes países, Marx y
Engels (exagerando la determinación temporal del problema) añaden en la misma
obra:
"El comunismo solo es viable empíricamente si lo implantan de golpe y al mismo
tiempo todos los pueblos dominantes."
Conforme a lo expuesto, existe un abismo entre la lucha de clases y el
patriotismo. La lucha de clases llama al proletariado a derrocar a su burguesía,
apoyándose en la alianza con los otros proletariados. El patriotismo, por el
contrario, sostiene la existencia de intereses comunes entre el proletariado y
su burguesía; los obreros de otros países son, para el patriota, tan
"extranjeros" como sus burgueses.
Y, sin embargo, al abordar, los problemas de la lucha política inmediata, Marx y
Engels encuentran que en todas partes (con la excepción parcial de Inglaterra,
cuyo movimiento cartista es el primer movimiento obrero en masas, pero no
socialista) lo que está a la orden del día no es la lucha de clases entre
proletarios y burgueses sino el conflicto entre la burguesía y las masas por un
lado, y el viejo orden feudal por el otro.
Queda así planteada una contradicción aparente entre la teoría y la práctica. La
teoría pone de manifiesto la crisis de la sociedad burguesa y hace un llamado a
una acción internacional revolucionaria del proletariado. La práctica muestra un
conjunto de sociedades enfermas no tanto por las miserias del régimen burgués
sino por la ausencia de él. La propia metodología del materialismo histórico
resuelve esta contradicción excluyendo todo oportunismo táctico.
En efecto, puesto que el régimen socialista no nace de una "ideología" sino de
los conflictos inherentes a la sociedad burguesa, en aquellos países en que el
desarrollo burgués esta obstaculizado por el dominio de las clases sociales
precapitalistas, el proletariado debe intervenir activamente para la supresión
de estos obstáculos opuestos al desarrollo histórico, lo cual puede llevarlo a
coincidir, en forma transitoria, con el movimiento político de la burguesía
liberal.
Como hemos visto, el incumplimiento de las llamadas tareas nacionales
(unificación e independencia políticas) es una rémora para el desarrollo burgués
tanto o más importante que las demás manifestaciones del atraso precapitalista.
(Servidumbre campesina, corporativismo artesanal, absolutismo político, etc.) En
consecuencia, la clase obrera debe apoyar resueltamente todas las luchas
nacionales, en la medida en que ellas aceleren la generalización del régimen
burgués (caso de Italia y Alemania) o contribuyan al quebrantamiento de los
baluartes reaccionarios opuestos a la revolución europea. (Polonia con relación
a Rusia; Irlanda respecto a Inglaterra)
Cumplida esta etapa necesaria del desenvolvimiento histórico, cesaba toda
solidaridad nacional. La clase trabajadora, como Jesús del Evangelio, podía
responder a la burguesía, cuando esta la requiriera para una alianza patriótica
contra otros pueblos o cuando la instara a confundir los intereses de la
comunidad con los del privilegio burgués: "¿Qué hay de común entre tú y yo?"
Como puede verse, el apoyo que Marx y Engels prestan a las nacionalidades
oprimidas o dispersas no se deduce de un abstracto "principio de las
nacionalidades" (según el cual cada nacionalidad tendría derecho a una vida
política independiente), ni de ninguna "idea eterna", llámese justicia, moral,
derecho o lo que sea. Se funda en el grado de la progresividad histórica que
representen las luchas nacionales, de acuerdo a una perspectiva orientada hacia
el establecimiento del régimen socialista.
Porque no toda nacionalidad irredenta contribuye, con su movimiento, al
movimiento progresivo de la historia humana. La tendencia del capitalismo no se
ejerce en el simple sentido de constituir naciones, sino de constituir grandes
naciones, es decir, núcleos históricamente viables capaces de suministrar un
mercado interno de suficiente envergadura y solidez a las fuerzas productivas de
expansión.
A partir del siglo XI, el crecimiento del mercado y el desarrollo de las
ciudades van multiplicando los vínculos regionales, primero, e interregionales,
después. Este proceso, sin embargo, no desemboca en una Europa unificada.
Cristaliza, por el contrario, en varios núcleos nacionales, que responden a
determinaciones geográficas, culturales y lingüísticas. Pero los elementos de
unidad cultural, geográfica y lingüística no son factores previos al proceso de
unidad nacional, sino al resultado histórico de dicho proceso. Esto significa
que, en realidad, las naciones clásicas de Europa occidental se plasman en el
curso de sucesivos aglutinamientos nacionales. Es lícito hablar, en este
sentido, de una nacionalidad española; y, simultáneamente –hasta cierto punto-,
de las nacionalidades castellana, catalana, gallega, leonesa, etc.
Basta con que imaginemos que por cualquier circunstancia histórica los núcleos
cultural, política y lingüísticamente diferenciados de la España cristiana
anterior al siglo XV hubiesen evolucionado hacia la fijación de sus diferencias
y su consolidación como Estados soberanos, para comprender de qué manera los
elementos constitutivos de la unidad nacional se van moldeando en el proceso
histórico mismo, sin preexistirlo.
De acuerdo a esto, la formación de las nacionalidades europeas resulta de una
selección histórico-natural en que tal lengua, tal país, tal monarquía –por
causas económicas, geopolíticas, militares- realiza su ciclo expansivo
incorporándose provincias y culturas afines, desplazando aquí, fusionando allá,
hasta tropezar con una frontera absoluta: la otra nación en desarrollo.
La índole de tales fronteras no responde a ningún determinismo del "factor"
cultural, político o geográfico. La geografía –en su significación humana- es
una variable y no una constante histórica.
El área lingüística es esencialmente móvil. En cuanto al poder político, resulta
de la situación total que lo condiciona.
La determinación histórica es aquí general. Se refiere al hecho de que el nivel
alcanzado por las fuerzas productivas en la época en que analizamos ha
sobrepasado la posibilidad del regionalismo económico sin llegar a una etapa que
permita la expansión continental homogénea. Por eso, la tendencia unificadora no
culmina en un vértice común sino en varios núcleos poderosos que serán los
Estados nacionales.
Pero en este proceso, ya sea por anomalías de desarrollo o por la marginación de
zonas retrasadas (España en cierto modo; Europa suroriental, etc.) quedan a un
lado las formaciones nacionales exiguas, cuya independencia política resulta
utópica a menos que, para lograrla y permanecer, se respalden en un poder
exterior y se conviertan en su instrumento. Las fuerzas más reaccionarias suelen
recurrir a esos pequeños nacionalismos para oponerlos a las nacionalidades
históricamente viables.
Tal es el caso, señalado repetidas veces por Marx y Engels, de las
nacionalidades eslavas meridionales, manipuladas por austríacos y rusos contra
los movimientos nacionales de Alemania y Hungría. Ni Marx ni Engels se sentían
solidarios con dichos nacionalismos, a los que combatieron sin contemplaciones
y, alguna vez, con injusticia.
Del mismo modo que rechazan elevar la nación a finalidad histórica suprema,
concibiéndola por el contrario, como una estructura histórica y socialmente
condicionada, Marx y Engels, ridiculizan el internacionalismo abstracto, el
punto de vista que prescinden de las determinaciones reales, para oponerles una
teórica fraternidad universal. Es ilustrativa al respecto la polémica con
Proudhon y sus adeptos, quienes dominaron en el movimiento obrero francés hasta
los tiempos de la Comuna. (1871) Proudhon opuso a la unidad italiana la idea de
una "libre federación" y combatió, entre otras, las reivindicaciones nacionales
del pueblo polaco. A mediados de 1866, la discusión se planteó ásperamente en el
seno de la Internacional. Polonia volvía a estar sobre el tapete, después de la
heroica aunque desgraciada insurrección de 1863. Marx y Engels defendieron, una
vez más, la causa de Polonia independiente. Veían en ella un baluarte
indispensable contra el absolutismo zarista, principal amenaza de la revolución
europea. Opinaban, además, que el triunfo de la revolución polaca comunicaría a
Rusia la guerra campesina, desmoronando los pilares del absolutismo. Por
consiguiente, se pronunciaban por el pleno apoyo a la independencia política de
Polonia, es decir, no subordinaban su defensa de la nación polaca al
establecimiento de un Estado socialista en Polonia, perspectiva en ese momento
utópica. Condicionar su apoyo a la victoria del socialismo en Polonia era, bajo
un disfraz de izquierda, un pésimo favor a la causa del proletariado socialista
europeo, cuya posición estratégica se fortalecería con el triunfo de una Polonia
democrático-burguesa enfrentada al zar. En este asunto Marx y Engels quedaron en
minoría durante el Congreso de la Internacional celebrado en Ginebra.
En medio de la polémica, aquel escribe a su amigo (junio de 1866):
"Los representantes de la ‘joven Francia’ (no obreros) se vinieron con el
anuncio de que todas las nacionalidades, y aun las naciones eran ‘prejuicios
anticuados’... Todo el que estorbe la cuestión "social" con las "supersticiones"
del viejo mundo es ‘reaccionario’. Los ingleses se rieron mucho cuando empecé mi
discurso diciendo que nuestro amigo Lafargue, etc., que había terminado con las
nacionalidades, nos había hablado en ‘francés’, esto es en un idioma que no
comprenden las nueve décimas partes del auditorio."
Y concluye con esta importante observación:
"también sugerí que por negación de las nacionalidades, él parecía entender muy
inconscientemente, su absorción en la nación francesa modelo."
En efecto, el antinacionalismo que los socialistas de las naciones opresoras
predican a los socialistas de las naciones oprimidas es la expresión negativa de
un mal disimulado chauvinismo.
A lo largo de este estudio, el lector echará de menos toda referencia a la
cuestión nacional en los países "de la periferia". Es que, en la época de Marx y
Engels, esto países aun no se habían incorporado como protagonistas en el
torrente de la historia universal. Marx y Engels confiaban en el triunfo del
socialismo en Europa antes de que la independencia de las colonias se pusiera a
la orden del día.
"Ud. me pregunta –escribe Engels a Kautsky en diciembre de 1882- lo que piensan
los obreros ingleses de la política colonial. Pues exactamente lo mismo que
piensan a cerca de la política en general: lo mismo que piensa un burgués. En mi
opinión... los países ocupados por población europea -Canadá, El Cabo,
Australia- se volverán todas independientes; en cambio, los países habitados por
población nativa... debe tomarlo el proletariado transitoriamente en sus manos y
conducirlos con toda la rapidez posible hacia la independencia... En la India,
quizás... estallará una revolución... Lo mismo podría ocurrir también en alguna
parte, por ejemplo en Argelia y Egipto; para nosotros sería por cierto lo
mejor... Una vez lograda la reorganización de Europa y Norteamérica, constituirá
un poder tan colosal y un ejemplo tal, que todos los países semicivilizados se
despertarán por si mismo... (Pero) el proletariado victorioso no puede impartir
ninguna bendición de ninguna clase a ninguna nación extranjera sin minar su
propia victoria." (2 bis)
*Burguesía y cuestión nacional" es el primer capítulo del texto de Jorge Enea
spilimbergo "La Cuestión Nacional en Marx", cuya primera edición es de 1962.
NOTAS
1 "La nueva clase que sustituye a la que se hallaba en el poder antes que ella,
se ve precisada, para llevar a cabo sus miras, a presentar sus intereses como si
fueran los de todos los miembros de la sociedad...
Sale a la liza, no como clase, sino como representante de una sociedad entera...
Y, realmente, en un principio, sus intereses están hermanados con los intereses
de todas las demás clases excluidas del poder. Eso no es óbice, sin embargo,
para que después, una vez en plena posesión del mismo, agudice y profundice
tanto más marcadamente el contraste entre los que mandan y los que no mandan,
cuanto más amplia haya sido esa base (de acuerdo)". Marx y Engels, Ideología
alemana, 1846.
1 bis "Lo que distingue a las épocas económicas unas de otras no es lo que se
hace sino el cómo se hace, con qué instrumentos de trabajos se hace. No son
solamente el barómetro indicador del desarrollo de las fuerzas de trabajo del
hombre, sino también el exponente de las condiciones sociales en que se
trabaja." (Marx, El Capital, t.I, pág. 149, Ed. Cártago, Buenos Aires, 1956)
2 "Las leyes mercantiles del capitalismo en ascenso exigen la eliminación de los
pequeños Estados, el aniquilamiento del sub-estatismo". Hay que unificar el
régimen aduanero, hacer de muchas legislaciones, una. Fuerza es que la burguesía
se afane por llevar a su máxima expresión el vigor y el poderío del Estado
nacional... De ahí que el capitalismo en ascenso no se limite a luchar por el
simple Estado nacional: busca, por el contrario, la creación de un gran Estado
nacional. Cuanto más populoso sea un dominio económico, más numerosas y amplias
serán las empresas productoras de mercancías. Como sabemos, la ampliación de una
empresa disminuye los costos y aumenta la productividad. Si los otros factores
no cambian, se extiende la división del trabajo, las comunicaciones mejoran,
etc. Es mucho más difícil conocer las condiciones del mercado extranjero que las
del propio." (Zinoviev, Las guerras nacionales en el siglo XIX)
(2 bis) Uno de los análisis más explícitos de Marx sobre la colonización
capitalista en los países de Oriente se encuentran en los artículos de la
Tribuna de Nueva York, aparecidos el 25 de junio y el 8 de agosto de 1853.
Explica en ellos la destrucción de la artesanía y la comunidad aldeana de la
India por obra del capitalismo británico cuyas mercancías –más que la ingerencia
burocrático-militar- "destruyeron hasta las raíces la unión de la agricultura y
manufactura." Marx pone de relieve el carácter implacable del proceso: "La
profunda hipocresía y la barbarie congénita de la civilización burguesa se
despliega con toda amplitud ante nuestros ojos, no bien nos apartamos de su
patria, donde asienta sus respetables lomos, para examinar las colonias, donde
se manifiesta con toda desnudez."
No obstante, agrega Marx, la indignación moral no debe obscurecernos el panorama
objetivo. Al destruir el sistema de la comuna rural con su manufactura
doméstica, el capitalismo destruye las bases seculares del régimen estático y su
despotismo político, produciendo, "en verdad, la única revolución social que
Asia jamás haya conocido." Marx interroga: "¿Puede la humanidad satisfacer sus
destinos, sin una revolución fundamental en el estado social de Asia? Si no lo
puede, entonces Inglaterra, cualesquiera hayan sido sus crímenes, resultó, al
realizar esta revolución el instrumento inconsciente de la historia".
Pero Marx avanza un paso más, todavía, y distingue dos momentos en la acción del
capitalismo inglés sobre la India. "Inglaterra debe cumplir en la india una
doble misión destructora y creadora: el aniquilamiento del antiguo orden social
asiático y la creación de las bases materiales para un orden social occidental
en Asia".
Como lo probó la experiencia histórica posterior, ni el capitalismo
librecambista ni, mucho menos, el capitalismo monopólico, cumplieron el segundo
papel y, en cuanto al primero, lo hicieron de una manera defectuosa y mezquina.
Más de una vez (hasta llegar a ser la norma) entrelazaron sus intereses con el
de las castas feudales reaccionarias. En todo caso, su influencia no se ejerció
en el sentido de echar las bases objetivas para un desarrollo "burgués
occidental".
Marx se equivocaba, pues, al formular el siguiente pronóstico:
"Cuanto la burguesía inglesa se vea obligada a hacer no producirá la liberación
de la masa del pueblo ni el mejoramiento de su situación social, que no depende
solamente del desarrollo de las fuerzas productivas, sino del grado de su
apropiación por el pueblo. Lo que de todas maneras, hará, es crear las
condiciones de su realización." No hay tal desarrollo de las fuerzas
productivas, sino deformación y subordinación económicas, como es sabido.
En la interpretación de la historia argentina, los teóricos marxistas vinculados
a la tradición liberal-unitaria, han hecho suya la expresada (y errónea) tesis
de Marx, para hacer coincidir "revolución burguesa" con burguesía comercial
porteña, aliada al capitalismo británico, el cual, por estar en su período
ascensional librecambista actuaba "progresivamente". Por contraste, la
resistencia federal del interior (cuyo fundamento económico era la protección de
las artesanías regionales) es descalificada como "pre-capitalista". Se presentan
las cosas como si el arrasamiento de tales artesanías hubiera sido el
prerrequisito para un efectivo desarrollo burgués. Es fácil advertir el
trasplante mecánico a las condiciones del Río de la Plata de las categorías
burguesía-feudalismo de la historia europea, aplicadas a la dialéctica
unitario-federal. El mismo Vivian Trías en su, por otra parte, notable ensayo El
imperialismo en el Río de la Plata, incurre en una simplificación semejante, al
sobrevalorar el progresismo burgués del partido Colorado batlista, subestimando,
correlativamente, la significación del nacionalismo herrerista.
Pero nuestro federalismo provinciano, como el de las masas rurales del partido
blanco oriental, aunque con raíces precapitalistas, ejerció una resistencia a
las aristocracias portuarias que no puede ser calificada de reaccionaria.
En efecto, aquellos movimientos tendían a asegurar condiciones de
autodeterminación y soberanía indispensables (esas sí) para un futuro
desenvolvimiento capitalista. Por el contrario, el burguesismo de los
patriciados portuarios era de carácter formal, desarrollaba ciertas
instituciones, cierto orden de relaciones propias de la sociedad burguesa, pero
no a la sociedad misma, sino su complemento colonial.
Ciertamente cuanto más postrada nuestras economías a la penetración británica,
más próspero se expandía el capitalismo europeo y el nivel de sus fuerzas
productivas. Pero, por eso mismo, más se retardaba la saturación histórica del
régimen que obtenía suplemento de desarrollos, a costa del nuestro.
Por otra parte, ¿cómo explicar que la tradición "precapitalista"
(nacional-democrática) subyace, como humus fecundo en nuestros movimientos de
masas contemporáneos, cuya filiación histórica es indiscutible? Si, en verdad,
el unitarismo y sus secuelas hubieran cumplido un papel revolucionario-burgués,
la tradición federal de masas se habría absorbido y desaparecido definitivamente
(como lo pretendía J. B. Justo) en el desarrollo de la nueva sociedad. Pero ni
el librecambismo clásico ni, mucho menos, la época imperialista, produjeron
semejante desarrollo. La vieja tradición pervive y se renueva sin solución de
continuidad, hasta desembocar en los modernos movimientos nacionales. Entronca,
críticamente superada, con su vanguardia natural: el proletariado.
Este vinculo de continuidad tiene un triple aspecto:
1) El carácter popular, de masas, de uno y de otro movimiento.
2) El carácter potencialmente burgués-nacional del federalismo por oposición al
burguesismo colonial (antiburgués) del unitarismo.
3) El papel de todo movimiento nacional, antiguo y moderno, como acelerador de
la saturación y crisis del capitalismo metropolitano.
(V., además, sobre la "agrarizacion" de las colonias asiáticas, El Capital, t.
I, Pág. 360 y sobre el saqueo colonial en relación con la acumulación primitiva
t. I, págs. 601 y 55. citamos ed. Cártago, Bs. As. 1956).
En consonancia con lo expresado al principio de esta nota, escribe Trotsky: "En
la medida en que Marx y Engels pensaban que la revolución socialista en los
países civilizados por lo menos, era un asunto de los años próximos, los
problemas de la colonia estaban resueltos para ellos, no como resultado de un
movimiento autónomo de los pueblos oprimidos, sino como consecuencia de la
victoria del proletariado en las metrópolis del capitalismo... El mérito de
haber desarrollado la estrategia revolucionaria de los pueblos oprimidos recae
especialmente sobre Lenin." (L. Trotsky, A 90 años del Manifiesto)
3 Para la izquierda nacional, el nacionalismo
oligárquico, reserva su indignación mas florida y elocuente, pues ha
"descubierto" que la izquierda nacional (es decir, el marxismo argentino)
especula "demagógicamente" con las banderas nacionales de nuestra revolución.
Fuera de que el marxismo se complace en abandonar a los señores nacionalistas el
honor del patriotismo "argentino" –pues ni es, ni aspira a ser, ni se siente, ni
admite que se lo considere argentino sino latinoamericano-, conviene examinar el
argumento acusatorio que, en suma, se reduce a lo siguiente; que los marxistas
argentinos asumimos las banderas nacionales en función de la lucha general por
el socialismo y no incondicionalmente. Lo cual es cierto salvo el que lo
ocultemos.
[Texto enviado por Fernando Lavallén]
1945-1965:
Citación nacional y actuación revolucionaria de las masas *
Por John William Cooke
En el año 1945, los bárbaros invadieron el reducto de la democracia para
esquistos, distorsionaron todas las relaciones sociales, desmontaron los cómodos
engranajes del comercio ultramarino y para colmo, se mofaron de las estatuas y
cenotafios con que la oligarquía gusta perpetuarse en el mármol y en el bronce.
El 17 de octubre era algo tan nuevo, que rápidamente lo redujeron a su verdadero
valor: era una especie de congregación de papanatas, delincuentes o como decían
los cultos de la izquierda oficial, lumpen proletariado, arriados por la policía
en una especie de carnaval siniestro. Lógicamente el 24 de febrero, cuando se
reunieron todos los partidos políticos, los que tenían todos los votos, el
candidato imposible como llamaban a Perón, no tenía otra perspectiva que la de
conseguir algunos votos de esos elementos marginados.
La verdad es que los dueños de todos los votos perdieron, en lugar de unos pocos
sufragios de la canalla, la canalla sacó más sufragios que todos los partidos
juntos desde la izquierda a la derecha.
Inmediatamente los teóricos buscaron explicación y lo plantearon como un
episodio de la lucha de nazis y antinazis dentro de su característica habitual
de trasladar a escala nacional los problemas universales. Pero por detrás de
todas esas explicaciones, en el fondo del subconsciente les baila la hipótesis
de que había sido cuestión de magia negra.
Pero en todo esto había algo más que mala fe, había la incapacidad de la clase
dirigente argentina para comprender un fenómeno que no cabía dentro de las
formas conceptuales del liberalismo tradicional
Ese ostracismo de las clases dirigentes debió haber sido definitivo. Solamente
duró 10 años, y sobre el perjurio de algunas espadas se restableció el régimen y
resolvió aplicar sus tesis. Los juristas de almas heladas inventaban decretos de
desnazificación y crearon maravillas de la juricidad como el 4161 famoso,
mientras los intelectuales inventaban teorías que iban, desde la tesis de que
constituíamos una acumulación multitudinaria de abribocas encandilados por
métodos de propaganda totalitaria hasta la distinción sociológica entre masa y
pueblo, la masa como algo informe, innoble, indiferenciada; y el pueblo, para
decir una palabra, constituido por gente que votaba al radicalismo, a los
conservadores o a los socialistas. Hasta monseñor Plaza, el conocido clérigo
financista del Banco Popular, anunció que la epidemia de poliomelitis que
padecían los niños argentinos era el castigo de Dios por el extravía del
peronismo.
Nosotros dijimos: soberanía política, independencia económica y justicia social.
Pero si para esos objetivos aplicamos métodos que eran adecuados a una realidad
de hace 20 años, la inoperancia de los métodos desvirtúa y desmiente la
fidelidad a los objetivos. Esa manera burocrática de conseguir las cosas, no es
ortodoxia peronista, es apenas oficialismo peronista. Una teoría política que
refiere a una realidad debe cambiar con esa realidad. Le reprochábamos
casualmente a la ideología liberal que las ideas eran universales y tanto valían
para EEUU, África o Francia, y que tanto valían en la época ascendente de la
burguesía como en la época de la expansión imperialista sobre las zonas
subdesarrolladas de la tierra y lo que nosotros negamos en 1945, lo que negamos
de toda esa superestructura ideológica implantada sobre una triste realidad del
país, así como negamos los mitos de la historiografía mitrista y a los
presupuestos de la Constitución de 1853, de la misma manera, para ser fieles con
esa negativa y toda Revolución, debe ser primero rechazo si después quiere ser
afirmación, fieles a esa negativa debemos también cuestionar dentro de nuestro
bagaje ideológico todo aquello ya perimido por el tiempo, por los hechos y por
el fluir de la historia nacional e internacional.
Moreno, Dorrego o Rosas... han merecido nuestra admiración y nos sentimos
identificados con ellos en cuanto a defensores de la soberanía, en cuanto a
actores de la lucha independentista, a nadie se le ocurriría, sin embargo, ir a
repetir el plan de ninguno de ellos, pero en ese tiempo histórico presente de
las revoluciones de los pueblos y los levantamientos de los continentes, tanto
da estar atrasados 20 años como estarlo 100 o 140.
Nosotros postulamos la defensa y la continuidad de la tradición, el pensamiento
conservador es partidario del tradicionalismo, es decir, de la fijación de
categorías que alguna vez fueron, la época de la montonera no era para ellos la
dinámica de las luchas de las masas argentinas en sus etapas de ascenso, sino
que es el reflejo, la época de oro para una utópica restauración del fijismo de
la estancia rosista.
Por eso, en el año 45, a pesar de la crítica que hizo el nacionalismo de derecha
al régimen liberal y la historiografía mitrista, pronto nuestros caminos nos
separaron, porque donde ellos todavía soñaban con la vuelta a la tierra, y se
veían caudillos de gauchos sometidos a la elite de la aristocracia de la que
formaban parte, nosotros veíamos el gaucho de carne y hueso transformado en
cabecita negra, obrero y que buscaba conducción sindical, orientación para sus
luchas, conquistas políticas, líderes de las masas.
Hay miles y miles de hombres que sólo conocieron la derrota, pero lo que no
conocieron fue el deshonor.
En el año 1945 Perón planteó perfectamente el problema nacional, acá hay una
frase clave y que él de una manera o de otra la ha repetido siempre: "Cien años
de explotación interna e internacional han creado un fuerte sentimiento
libertario en el espíritu de las masas populares".
La izquierda inclusive no la entendió. Posiblemente si Perón en vez de decir
frase tan sencilla hubiese dicho: La dialéctica de la lucha de clases internas,
en relación con la liberación de los pueblos semicoloniales en la época de la
expansión financiera del imperialismo, se conjuga en una unidad dialéctica
dentro de las coordenadas de la economía y de la historia mundial. Si lo hubiese
dicho así, de esa forma, la izquierda tal vez lo hubiese reconocido como un
hombre genial.
La lucha de clases estaba agudizada pero el régimen peronista seguía planteando
el problema del país, como si todavía existiese el frente policlasista
antiimperialista del año 1945, con Perón como Gral en Jefe, y ese frente ya
estaba desintegrado. La parte marginal de ciertos sectores de la burguesía media
y alta se fueron retirando rápidamente, de la pequeña burguesía, algunos
movilizados por el problema religioso, otros por diversos factores coyunturales,
expuestos como están a los factores propagandísticos de la burguesía,
rápidamente abandonaron este frente popular, y entonces, así se explica no
solamente la caída del peronismo, sino la forma en que cayó, porque la única
fuerza real con que contaba el peronismo a esa altura de los acontecimientos era
la clase obrera.
No es insólito que esto ocurra, lo insólito es que si bien el general Lucero es
lógico que creyera en la palabra de honor de sus camaradas, qué diablos tenía
que depender de la fuerza de la clase trabajadora de la palabra de honor de
ningún militar, si la única fuerza real con que contaba eran sus propios puño y
su propia fuerza. Y aunque el peronismo no era un régimen del proletariado,
tampoco era la dictadura de la burguesía.
Sin embargo había donde pudo haberse planteado todo eso, eso era el partido,
pero lo que ocurre es que también el partido y la administración y gran parte
del sindicalismo sufrieron un proceso de burocratización, y ahí donde debía
haber sido el campo de desarrollo ideológico se transformó en una esclerotizada
estructura burocrática donde cualquier recomendado por el mismo podía ir de
gerente de una empresa, como interventor del partido. Se identificaron las
tareas administrativas con las tareas políticas y lógicamente en estos casos se
produce una cierta degeneración: cualquier burócrata firma un decreto y cree que
ha contribuido a la grandeza de la nación, dice tres palabras de obsecuentes y
cree que es artífice del triunfo peronista, murmura una arenga patriótica y cree
que la República le está en deuda. El mal proceso de selección determinó que
ante esa coyuntura a que me estoy refiriendo, el salto cualitativo no podía ser
tomado como medida técnica, debía haber sido tomado desde el punto de vista de
la media política.
Se produce por consecuencia un enfrentamiento con una tremenda coalición interna
e internacional, en la que el peronismo actuaba como si contase, como en el caso
de un general que creyese que tiene determinadas divisiones que están en el
campo adversario y no en el campo de él, y todos los lamentos póstumos sobre las
milicias obreras, para mí son simples especulaciones fantasiosas. Porque no se
puede armar la clase trabajadora para que defiende a su régimen y al otro día
decirle: Bueno m’hijo, devuelva las armas y vaya a producir plusvalía para el
patrón.
La milicia obrera y la defensa del régimen implicaba los cambios sociales,
cuando se quiso formar ya era tarde, porque el régimen se vio entre la
contradicción de que el paso de su respaldo militar a un respaldo compartido por
la clase obrera armada, hubiese significado perder ese aparato militar, y en ese
desajuste hubiese caído irreversiblemente.
El régimen fue vendido el 16 de julio, porque casualmente Perón proclamó que era
el presidente de todos los argentinos, en ese momento no era más el presidente
de la clase obrera, nadie más lo reconocía. Entonces, siguió pidiendo la
pacificación como la había pedido en el ’52, creyendo que le acababan de dar el
último golpe a la contrarrevolucionario, y lo que acababan de dar el primero, un
golpe prematuro de una coalición de fuerzas que seguía inconmovible.
(...) Se podría seguir todo el tiempo con esta clase de cosas. El senador Fassi
dice que la URSS es fascista y que el régimen de Fidel Castro es imperialista, y
podría acumular así disparates constantemente.
Es un problema mucho más serio, eso no depende de Illia ni de Onganía ni de
nadie. Depende de determinadas estructuras que no pueden permitir el acceso del
peronismo, y que cuando lo permitan será porque el peronismo no será la
expresión política de los trabajadores.
Todo lo demás pertenece al mundo de la magia, al mundo del milagrerismo, en el
fondo se reduce a lo siguiente: Que se arme un bochinche y pase no se sabe qué y
como consecuencia de eso aparezcamos no sé como en el gobierno sin darse cuenta
de que el hecho que yo diga que el régimen está en crisis, en descomposición, no
significa que el régimen cae, porque sólo no va a caer, hay que voltearlo,
porque una situación histórica así puede durar cualquier cantidad de años.
Cualquiera que hayan sido los factores que hayan intervenido, que en todas
partes no fueron lo mimo, el hecho concreto es que en el momento, para lo que yo
llamo una alta conducción burocrática, plantearse el problema de su mito, lo que
había que plantear llenándolo de su verdadero significado y no como hacen con
Perón, que es como Sócrates, que le dan la interpretación que quieren, entonces
todos proclaman una adhesión abstracta que parece que es la más obsecuente y el
máximo de fidelidad y la verdad es que es la mayor falta de respeto.
En el fondo todo radica en lo mismo, como en el año 1945 el pueblo y las fuerzas
armadas marcharon juntos en una etapa de la historia, una vez que se despejen
los malentendidos que siembran los malvados, nos volveremos a juntar -¡nunca más
nos volveremos a juntar!- En primer lugar porque en 1945 eso de pueblo y
ejército fue una verdad a medias. Al fin y al cabo el 9 de octubre a Perón lo
echó el Ejército. Lo que pasa es que como en aquel entonces el balance, el
equilibrio de fuerzas internas de las FFAA era muy parejo, la irrupción del
movimiento de masas fue suficiente para volcar de nuevo la balanza a favor de
Perón. Pero ese ejército ya lo perdimos. Porque ese nos acompañaba en el
industrialismo, en la lucha antiimperialista, en una serie de cosas, pero no en
el contenido social ni en el avance social que representaba, no el la subversión
de las jerarquías. Por eso que mientras unos se levantaron contra el peronismo
en septiembre, otros pelearon con bastante desgano y esto corresponde sí a un
estado de espíritu, a un estado de conciencia, pero siquiera esos estaban
formados en un cierto repertorio mínimo de ideas nacionalistas.
Por otra parte, cuando nos disolvamos como peronistas, si es que nos disolvemos
como peronismo, es porque otra fuerza representará el papel revolucionario que
representa en este momento al peronismo.
La revolución social entonces no es un orden ideal fijado porque nosotros lo
consideramos que es el que preferimos con respecto a otro, es una necesidad
técnica, como necesidad económica y como necesidad del país para realizarse como
integridad nacional, es una tarea nacional postergada, exige ese pre-requisito
de la revolución social, así que cuando nosotros decimos el régimen burgués no
da más, estamos diciendo no una preferencia, porque aunque el régimen burgués
fuera capaz de desarrollarse yo igual estaría en contra, pero al mismo tiempo
eso no quitaría que pudiese el país recorrer etapas dentro de él, pero ahora lo
que yo opine o no opine no tiene importancia, lo que tiene importancia es si los
análisis son correctos y si los análisis tal como yo los he planteado son
exactos, entonces hay que replantearse una nueva visión del país, una
correspondencia entre las luchas del pueblo que son sacrificadas, que son
abnegadas y que ya vienen desde hace 10 años, y una estrategia de poder. A nadie
se le pide que nos ponga en el poder mañana ni pasado.
Se les pide que nos encaminemos al poder, que no nos encaminemos a la
disgregación, que no nos encaminemos a la esterilidad histórica. Lógicamente
como yo hago estas críticas, comprendo que puedan hacer otras, pero siempre
desde la lucha. La primera condición para criticar el combate, es estar en el
combate.
Estamos en un equilibrio: el régimen que no tiene fuerza para
institucionalizarse pero sí para mantenerse mientras el peronismo y la masa
popular y otras fuerzas tiene suficiente potencia para no dejarse
institucionalizar, pero no para cambiarlo. ¿Quién tiene que romper ese
equilibrio? Nosotros; a la burguesía con durar le basta.
*Fragmento de "Apuntes para la militancia" de John W:
Cooke (1964). Digitalizado por Diego Burd 2004.
Fuente: www.marxists.org/espanol/cooke/apuntes.htm
El
revisionismo de izquierda
Por Juan José Hernández Arregui
[Del libro La formación de la conciencia nacional]
Entre los representantes de la izquierda nacional no incorporados al peronismo,
que surgen a la vida política en los alrededores de 1945, debe citarse al más
influyente: Jorge Abelardo Ramos.
"La palabra ‘política’ –según Wilhem Bauer- comparte en alemán con la palara
‘historia’, el doble sentido de una significación objetiva y otra subjetiva, en
cuanto se quiere entender con ella no sólo la teoría de la acción política, sino
la acción política misma". Y esto es la obra de Jorge A. Ramos. El pensamiento
histórico-político de Ramos está expuesto en su obra más elaborada. Revolución y
Contrarrevolución en la Argentina (Las masas en nuestra historia). (1)
En este libro, la historia escrita de la oligarquía es desenmascarada en su
esencia ensangrentada por los valores de la Bolsa portuaria, afirmada en la
barbarie política de la clase dominante y orientada por el interés extranjero.
El libro, en su doble acorde histórico y político está vertebrado sobre una idea
fundamental: sólo los personajes de nuestra historia que se han apoyado en las
masas y en su voluntad histórica de ser, han representado tendencias sociales
auténticas. La aplicación metodológica de esta tesis marxista da por resultado
una reconstrucción donde el pasado y el presente argentinos se ensamblan en la
orgánica continuidad de los hechos colectivos de la historia nacional. Actividad
colectiva revolucionaria, o constante histórica, que Jorge Abelardo Ramos sigue
y analiza desde las alturas de la Argentina actual y no desde las abstracciones
secas de una historia oficial fraudulenta. Por eso, la clave del libro de Ramos
está en sus propias palabras: "La historia es prisionera de la política".
El método y la documentación
Jorge Abelardo Ramos no maneja una documentación inédita. Esto podrá ser un
defecto, pero al mismo tiempo prueba, por contraste, la insignificancia de la
mayoría de nuestros historiadores profesionales. No parece preocuparle mucho, en
efecto, la técnica heurística, -esa técnica que hace creer a los trotapapeles
melancólicos que hacen historia cuando en realidad son archivistas- pero en
cambio, la documentación edita utilizada, es en cierto modo nueva, pues ha sido
exhumada de libros que la oligarquía ha radiado de la circulación, o bien es
recreada por la originalidad interpretativa de Ramos, a lo cual contribuye tanto
la fuerza literaria del autor como el método marxista que hace de soporte
teórico.
Comienza Ramos, estableciendo las relaciones entre las ideas emancipadoras de
Mayo y el liberalismo español de los siglos XVIII y XIX, tanto como la
diferencia entre las dos Españas. La tesis sobre la influencia liberal hispánica
no es nueva, pero sí verdadera.
Ramos presenta la sucesión de hechos y personajes que en las historias oficiales
aparecen determinados por azares psicológicos, sujetos al matraz invisible de
los vastos y lentos procesos de la economía internacional. En este marco, los
actores adquieren vida y se esclarecen a sí mismo en sus motivaciones de clase,
al encajar dentro de los fenómenos colectivos, bases de toda explicación
racional de la historia. El hecho central de nuestra historia –para Ramos- es el
conflicto entre el interior mediterráneo empobrecido, el litoral ganadero
indeciso entre el país y Buenos Aires, y en definitiva, en permanente compromiso
con la aduana de la ciudad puerto. De estos antagonismos surge el primer plano
político, el triunfo de la oligarquía portuaria, unitaria, primero, liberal
después y finalmente apartida. Todo esto sobre el trasfondo de una voluntad
desdibujada e inflexible: Inglaterra.
Mediante este entrecruzamiento de los factores económicos, de la política
nacional e internacional y de los procesos ideológicos derivados de las
condiciones materiales de la vida histórica argentina, Ramos, que nunca pierde
de vista la reciprocidad múltiple e interrelacionada de los factores históricos,
indaga las causas del drama nacional. Liberado de esquematismos escolares –con
lo cual le hace un favor al marxismo servido en la Argentina por intérpretes
dogmáticos o incultos- señala correctamente el papel defensivo frente a lo
extranjero, jugado por determinadas tradiciones culturales colectivas. Así por
ejemplo, destaca el papel ideológico de la religión –aunque la Iglesia sea
históricamente reaccionaria- y que en ciertas condiciones puede coincidir en los
países atrasados con las luchas de las masas por la liberación nacional.
Refiriéndose a esta especie de patriarcalismo bíblico corporizado en el siglo
XIX por Facundo Quiroga o el Chacho, dirá Ramos: "No había por entonces otra
defensa ideológica viable para las grandes masas". Juicio que prueba tanto la
fecundidad del marxismo como la inoperancia de la mayoría de los historiadores
adscriptos a esta concepción de la historia y que en lugar de materialismo
histórico han hecho liberalismo mitrista con espeluznantes citas de Marx y
Engels. "Resulta evidente –agrega más adelante- la naturaleza social de este
reflejo defensivo (la religión). El desenvolvimiento de las revoluciones
nacionales enfrentará luego a la Iglesia Romana con las masas. Así ocurrió en la
Alemania de Bismarck, en la Italia de Cavour, en la Argentina de Roca y de
Perón". Son también válidas las reflexiones del autor sobre el papel nacional
positivo cumplido con relación al Paraguay, en un determinado momento histórico,
por las misiones jesuíticas. Y en el orden inverso, es decir en otra situación
histórica, también es justa la valoración del nacionalismo católico en la
Argentina, en la que se desgaja el fruto reaccionario de esta corriente
ideológica convertida por sus supuestos teóricos conservadores, en un
instrumento del imperialismo destinado a obstaculizar y confundir la verdadera
lucha de las masas democráticas por la liberación nacional y latinoamericana.
Rosas, Mitre, Roca
La figura de Rosas, pivote de nuestra historia, es enfocada en sus orígenes y
consecuencias históricas. Tal visión, ajena al odio liberal y a la apologética
católica, devuelve sus dimensiones a esta personalidad histórica.
Lo mismo puede decirse del boceto nuevo –aunque puede citarse el valioso
antecedente de Luis Franco- que hace del general Paz. Las páginas más brillantes
del trabajo apuntan a la destrucción de un trágico mito histórico: Mitre. Una
documentación que los historiadores marxistas han rehuido u oscurecido, le
permite a Ramos presentar a Mitre como la figura antinacional por excelencia,
negador del federalismo, campeón del separatismo y encarnación de la política
impuesta por el imperialismo, con su resultado, la conformación colonial del
país. Lo mismo puede decirse del enjuiciamiento de la guerra con el Paraguay,
conducida por Mitre al servicio del interés británico y en beneficio del Brasil.
La tesis, algo estrepitosa del autor, está en su reivindicación del general
Julio A. Roca, en quien ve la personificación, con relación a un período
histórico complejo y mal estudiado o deformado por los intereses del presente,
del federalismo popular, que en diverso sentido encarnaron Rosas y los
caudillos, opuestos estos últimos, al poder de Buenos Aires. Roca habría sido
una especie de fórmula transaccional entre el país y la ciudad puerto obligada a
conceder parte de su hegemonía ante el peso político y militar de las
provincias. De esta corriente nacional –en parte representada también por
Sarmiento, de quien hace Ramos un retrato exultante de vida- y a través de
Adolfo Alsina surgirá el radicalismo de Alem, Irigoyen y Aristóbulo del Valle.
Pero si esta tesis es renovadora, al mismo tiempo, desde el punto de vista
documental, es la más débil. Es visible el esfuerzo intelectual de Ramos. Sus
razonamientos se apoyan en documentos fragmentarios, y en todo caso, rebatibles.
Puede aceptarse que dentro de la oligarquía nacional en formación, Roca
representó su tendencia más argentina. No es que Ramos ignore la dificultad del
planteo: "A esta ideología nacional del roquismo le faltaba la base material
para el desarrollo técnico". Y en esto reside, justamente, la dificultad de la
tesis. La historia es lo que fue, no lo que pudo ser. El hecho que, pese al "nacionalismo" provinciano que representó, Roca no haya podido quebrar la
política de la oligarquía portuaria, demostraría más bien, que las condiciones
objetivas –Buenos Aires- eran superiores a la voluntad nacional de las
provincias. Como dicen los ingleses: "La prueba del pudding consiste en
comerlo". Y ramos deja el pastel en la bandeja. Es decir, arriba a una
conclusión sin pruebas.
De cualquier modo, después de Jorge A. Ramos, Roca aparece bajo una nueva luz y
nos parece bien orientada la revisión que inicia de esta importante figura, a la
que vincula, en la continuidad del suceder histórico, con Irigoyen y Perón. El
pensamiento de Ramos puede resumirse así: "La ideología nacionalista
democrática, que representaba un nacionalismo posible, una forma de adaptación a
la situación general del país y del mundo, fue sustituida por un liberalismo
económico ruinoso que debía resultar funesto para el futuro argentino". De este
modo, la brillante tesis, reparte su mérito entre el talento del autor y la
astucia del abogado, más interesado en su causa que en la verdad.
Nuestra crítica consiste en lo siguiente. A raíz de la política nacional de Roca
–y a pesar de él mismo y de la línea progresista que representaba en el orden
ideológico- la oligarquía portuaria derrotada política y militarmente por Roca,
en realidad heredó un país más vasto. La explotación oligarco-imperialista, a
raíz de la unificación del país por Roca, se hizo posible en escala nacional,
pero al mismo tiempo quedaron creadas las bases –y ésta sería la inesperada
consecuencia positiva del roquismo- de la lucha por la liberación también en
escala nacional. La sustentación popular y nacional del roquismo, terminó
efectivamente por diversos imbricamientos y ramificaciones, nada uniformes de
las tendencias económicas y políticas de las épocas, en el yrigoyenismo y en el
peronismo, pero con un sentido nacional enteramente distinto. Roca, en última
instancia, fue absorbido por la oligarquía y nunca dejó de ser su representante.
Incluso como gran propietario de tierras. Por eso tiene en el corazón de la
ciudad-puerto una horrible estatua. La final conciliación de Roca y Mitre tiende
a confirmar este destino de Roca. Pero en su estado actual, después de Jorge A.
Ramos, Roca es una de las figuras de la historia nacional que exige revisión por
encima de las disonancias liberales y católicas.(2)
Polemista de garra, los acontecimientos posteriores a 1930 son narrados por
Jorge A. Ramos con un estilo directo que transporta al lector a las zonas
cálidas de la historia real. El P. Socialista es vivisecado en su esencia
reaccionaria pro-imperialista, y Ramos, con una documentación irrefutable,
denuncia las tácticas del P. Comunista como un conjunto de desastres organizados
en beneficio de las fuerzas antinacionales.
Al abordar el estudio del poder militar en la Argentina –al margen de los
esquematismos de "nazismo" o "antinazismo" caros a los pelucones de la
pequeñoburguesía intelectual horrorizados frente a la irrupción de las masas
proletarias en la historia– Ramos reivindica la función nacional del Ejército
Argentino que, en 1943, cumplió una tarea histórica liberadora. El capítulo
dedicado al peronismo, es el primer análisis serio de este gran proceso
histórico colectivo: "Si el radicalismo había muerto con Irigoyen –escribe-
volviéndose un partido antinacional, y si los partidos "obreros" habían
abandonado los intereses del proletariado para aliarse con la oligarquía, las
masas tendieron oscuramente a expresarse a través de un hombre para actuar
políticamente. La hora de formar el propio partido no había sonado todavía, pero
había llegado el tiempo de que la clase trabajadora ingresase a la política
argentina. No lo hacía sola, integraba un frente nacional antiimperialista. La
significación histórica de este acontecimiento quedó oscurecida por las
consecuencias del triunfo y por el desarrollo ulterior del régimen bonapartista.
Pero es inequívoca al más breve examen. A diferencia del escéptico profeta
europeo, el pueblo argentino no entraba al porvenir retrocediendo".
Reafirma Ramos el carácter progresista del régimen, tanto como de las fuerzas
económicas –la industria- que representó objetivamente, sin que esas fuerzas
tuvieran conciencia del significado histórico de Perón. Este hecho, entre otros
factores, creó las condiciones, según la tesis de Ramos, del régimen
bonapartista en el sentido formulado por F. Engels pero que el autor toma de la
versión de Trotsky: "Una semidictadura según el modelo bonapartista conforma los
principales intereses de la burguesía, aun en oposición a la burguesía misma,
pero no le deja ninguna participación en el control de los negocios. Por otra
parte, la dictadura se ve obligada en contra de su voluntad a adoptar los
intereses materiales de la burguesía! (F. Engels.)
La tesis del "régimen bonapartista", aplicada a Perón –y empobrecida con
bastante posterioridad por Rodolfo Ghioldi- ha sido utilizada por primera vez en
la Argentina por Jorge A. Ramos. Se funda en un célebre pasaje de una carta de
Engels, pero en realidad, el concepto de "bonapartismo" pertenece al propio
Marx. Engels la resumió en un concepto metodológico general y, en cierto modo,
la esquematizó en exceso. Según Engels, el régimen bonapartista consiste en que
objetivamente representa los intereses materiales de la burguesía sin darle
participación en el poder político efectivo, tomando el Estado la dirección de
los negocios, sin que por eso el Estado deje de representar a la burguesía. Este
rasgo del régimen bonapartista, permítele hacer concesiones a las otras clases.
Tal oportunismo político, explica las vacilaciones de estos gobiernos, en los
momentos críticos, entre la revolución y el orden conservador que en la opción
se resuelve en el último sentido.
Pero el concepto de "bonapartismo", no se puede usar rígidamente con relación a
situaciones distintas sin introducir importantes salvedades. El mismo Marx lo
aplicó a una situación histórica diferente a la mentada por Engels. El "bonapartismo" deriva de un trabajo de Marx sobre el sobrino de Napoleón I, Luis
Bonaparte, sobrenombrado "Napoleón el Pequeño", por Víctor Hugo., apodo aceptado
por Marx. El concepto de "bonapartismo", como categoría histórica, es en tal
sentido general, aplicable al régimen de Perón. Pero en su sentido particular,
exige fundamentales aclaraciones. Marx, justamente, usó el concepto, en un
sentido particular, como correspondía. Por eso, la aplicación del concepto
general, es insuficiente: 1°) Por tratarse de épocas distintas., 2°) Por ser
Francia, durante el siglo XIX un país capitalista avanzado y la Argentina
actual, un país semicolonial.
El concepto de "bonapartismo", como se ha dicho más arriba, fue reactualizado
por León Trotski, con relación a los países coloniales, pero en un sentido
bastante diferente al de Engels, de quien lo extrajo.
Es cierto, que ciertos rasgos del "régimen bonapartista", equilibrio por encima
de las clases, etc., permiten calificar al peronismo en tal forma. Pero Luis
Bonaparte, que con concesiones parciales a las diversas clases logró mantenerse
en el poder durante un largo período, en los hechos, se apoyaba en la clase más
reaccionaria, el campesinado francés. El mismo Marx ha revelado la esencia
particular del régimen de Luis Bonaparte: "La dinastía de Bonaparte no
representa al campesinado que pugna por salir de su condición social de vida,
determinada por la parcela, sino que, al contrario, quiere consolidarla; no a la
población campesina que con su propia energía y unida a las ciudades quiere
derribar al viejo orden, sino que, por el contrario, sombríamente retraída en
ese viejo orden, quiere verse salvada y preferida, en unión de su parcela, por
el espectro del imperio. No representa la ilustración sino la superstición del
campesino, no su juicio sino su prejuicio, no su porvenir sino su pasado, no su
Cévennes sino su moderna Vendeé". Y en otra parte, dice Marx: "Bonaparte
representaba la clase más numerosa de la sociedad francesa, la de los
cultivadores de parcelas".
El "bonapartismo" de Perón sólo relativamente puede ajustarse a la Argentina.
Tal bonapartismo, en su contenido particular, no fue reaccionario sino
revolucionario, conciliador a medias por su recostamiento en la clase
trabajadora y no en las clases altas –oligarquía terrateniente, burguesía
industrial naciente, campesinado chacarero- fuerzas que, en definitiva, nunca le
prestaron su apoyo, y en última instancia, resistieron al sistema en tanto el
proletariado permanecía fiel al mismo. De este modo es como Rodolfo Ghioldi,
luego de plagiar a Jorge A. Ramos, reduce, como siempre, el marxismo a groseras
depravaciones. El propio Engels, concibe, también en una aplicación particular
del concepto, formas del "bonapartismo" progresistas, no reaccionarias. Engels,
en efecto, estudió el contenido particular, no del régimen de Luis Bonaparte,
sino de la monarquía prusiana bonapartista. Y consideraba este "bonapartismo"
como un avance, con relación al feudalismo, en tanto sacrificó "a los junkers
como clase". Engels, sostenía que el bonapartismo fue la forma que adoptó la
revolución burguesa en Alemania. Pero la burguesía "paga su emancipación social,
gradualmente concedida, con la renuncia total a su propio poder político".
Los ejemplos de Marx y Engels, distintos entre sí, no responden al caso
argentino, más allá como se ha repetido, de la generalidad del concepto.
Otra de las críticas al régimen de Perón, formulada por J. A. Ramos –y por
curiosa coincidencia utilizada por Rodolfo Ghioldi- consiste en señalar que la
industria pesada fue postergada en beneficio de la liviana. Esta crítica pone
como ejemplo, de primera intención convincente, a Lenin, quien enfiló todo el
esfuerzo nacional ruso, después de 1917, hacia la consolidación de la industria
pesada, a pesar de los sacrificios cruentos pero necesarios, impuestos a la
población en su conjunto y particularmente al campesinado. Tal crítica es
también inaplicable a la Argentina. Se olvida que ya en Rusia, en la época de
los zares, existía una gran industria pesada. La situación no es la misma en un
país colonial, donde los gobiernos de orientación nacional se ven obligados a
luchar con medios legales contra la antigua clase de los grandes propietarios
territoriales, etc.
En tales países, la posibilidad de la industria pesada tiene por causas, o bien
necesidades militares, o bien el desarrollo desordenado de la industria liviana,
y generalmente, ambas causas se complementan.
Durante el gobierno de Perón, ese desarrollo, en un breve plazo de tiempo, fue
tan poderoso que creó la necesidad de la industria pesada en términos
perentorios. Esto explica que Perón se viese obligado a solucionar el problema
energético, particularmente, el del petróleo. Además, la idea de la industria
pesada había estado presente desde los comienzos del régimen, y a tales fines se
construyeron las gigantescas usinas de San Nicolás, actualmente controladas por
monopolios extranjeros, los diques, altos hornos, etc., medidas todas orientadas
en el sentido de fundar una siderurgia nacional. Esta crítica de la izquierda
pone los bueyes tras el carro. Fue esa inminencia de una industria pesada que
surgía en su momento justo, la que aceleró el golpe británico y la vuelta a la
antigua situación colonial en el orden financiero.
La industria ligera, o productora de artículos no durables, durante el último
gobierno de Perón, se convirtió en "causa" de la industria pesada. Sólo en una
sociedad colectivista, donde la producción está estrictamente planificada, es
posible –como lo prueba el caso de China moderna- el desarrollo de la industria
pesada con anterioridad a la liviana. En los países semicoloniales, el
desarrollo parece responder a una ley inversa. A raíz de hechos externos
–guerras mundiales, crisis, etc.- se desarrolla una industria ligera subsidiaria
de las necesidades no satisfechas por la importación. El caso del Japón, que
parecería contrariar esta regla, en verdad, la confirma. En la primera mitad del
siglo XX, cuando ingresa a la categoría de país industrial, ya Japón poseía una
importante industria artesana centralizada, hecho al que, además, debe
agregársele una evolución del imperialismo, por entonces en su etapa inicial de
desarrollo, y que no estaba por eso, en condiciones de estrangular el desarrollo
nacional nipón. Japón agrupó en empresas modernas las que ya existían y las
cimentó con una poderosa industria pesada, proceso al que contribuyó el mismo
régimen feudal militar que favoreció el esfuerzo nacional concentrado.
Tales las ideas críticas e históricas de Jorge Abelardo Ramos que ha realizado
la primera síntesis madurada de un revisionismo histórico de izquierda. Este
hecho no es casual. El libro de Ramos, es la consecuencia del desarrollo de las
ideas políticas en la Argentina, su florecimiento marxista, ni definitivo ni
irrefutable en los detalles, pero decisivo en la orientación futura del
pensamiento histórico argentino. Este remate marxista no rehuye las fuentes
antimarxistas, ni el aporte del revisionismo histórico nacionalista posterior a
1930.
No faltarán partidarios de esta última tendencia que señalarán lo que Ramos les
debe. Pero al formular tal juicio, callarán lo mucho que ellos, historiadores
nacionalistas, le adeuda al marxismo como método. En rigor, el esclarecimiento
económico de la historia nacional, cumplido por el revisionismo histórico
rosista –y especialmente por José María Rosa- despojado de su cáscara ideológica
ultramontana, ha sido una aplicación subrepticia y parcial de los supuestos
metodológicos del materialismo histórico. De este modo, las diversas tendencias
nacionales, condicionadas por la realidad histórica argentina que las supera a
todas, contribuyen a la verdad histórica al destruir desde la derecha y la
izquierda nacionales, la historia de los vencedores en Caseros. Queda como un
mérito de Jorge A. Ramos, haber formulado una interpretación histórico-política
de contenido nacional, de innegables consecuencias educativas.
Fuente: www.abelardoramos.com.ar/_doc/doc042.php
Prólogo
a la reedición del libro de Jorge Spilimbergo "La cuestión nacional en Marx"
Un justo reconocimiento: los aportes de la izquierda nacional
(2003)
Por Mario Casalla
En una época en que el facilismo, la comodidad y la fugacidad hacen estragos a
nivel del pensamiento, reeditar un libro publicado hace cuarenta años atrás
puede parecer una herejía in-comprensible. Y no lo es en este caso. Esta obra de
Jorge Enea Spilimbergo, El marxismo y la cuestión nacional, ha soportado el paso
del tiempo y –como lo buenos vinos- "mejora" con los años.
¿Por qué, se me preguntará de inmediato? No por cierto porque en el medio no
hayan pasado "cosas", ni porque los dos términos que se combinan en el título no
se hayan modificado con ese suceder, sino porque lo realmente novedoso fue
ponerlos en diálogo y renovar con ello buena parte de la tradición intelectual
argentina de mitad del siglo pasado.
"Marxismo" decía allí "cuestión social" y poner ésta en relación directa con la
"cuestión nacional", era un mérito que cosquilleaba entonces tanto por derecha
como por izquierda. El viejo nacionalismo argentino era conservador y
"patricio", por lo tanto la cuestión social no era su fuerte, su "anticomunismo"
siempre pudo más. Nunca comprendió del todo el drama popular que se jugaba en
ese gran escenario que era la patria y por eso muchas veces la confundió con la
geografía o con el idioma. Comprensión insuficiente que la privó de desarrollar
una teoría rigurosa de lo nacional que -sin lo popular- terminaba en la simple
inversión de los íconos liberales. En una guerra santa de fechas y de nombres
que agitaba "salones", pero no las calles.
Otro tanto le sucedía a la izquierda. Atravesada por un "internacionalismo"
abstracto y también fuertemente declamativo, lo nacional era una simple
"circunstancia" que nos apartaba de la contradicción principal. El error aquí se
invertía, si bien se prestaba atención a la "cuestión social", se lo hacía en
desmedro de la "cuestión nacional", a la cual se reputaba como nacionalismo o
fascismo. Craso error que –de haber leído mejor a Marx y conocer aunque más no
sea algo de Hegel- acaso se hubiera morigerado. No eliminado, pero sí al menos
morigerado.
Sin embargo no pudieron aquéllas derechas ni aquéllas izquierdas argentinas
tradicionales de los ’50 y los ’60, pensar esa relación ni mucho menos
practicarla. El peronismo los enfurecía como el trapo rojo al toro y gastaron
casi toda su energía en combatirlo, antes que en comprenderlo. O sea, mientras
esa conexión vital entre lo popular y lo nacional estaba ocurriendo delante de
sus narices, prefirieron tapárselas y mirar para otro lado. Desaprovecharon así
una posibilidad histórica y política excepcional, error que terminaron pagando
muy caro. El pueblo se les fue por otro lado cada vez que pudo decidir por sí
mismo.
Por cierto que el peronismo les daba "argumentos" de sobra para protestar de
aquí y de allá. Aquello no era ni un té de caballeros a las cinco de la tarde,
ni una vanguardia proletaria rebosante de luz y de saber. Les cuestionaba con su
práctica "guaranga" todos sus esquemas teóricos y procedieron exactamente al
revés de lo aconsejado: en vez de revisar sus teorías, negaron y vilipendiaron
la realidad. Por eso ambos vivieron el golpe militar de 1955 como una "gesta
libertadora" y se sintieron muy aliviados con Perón en el exilio y la
proscripción brutal de sus seguidores.
Estos últimos (para la derecha "chusma", para la izquierda "lumpen") debían ser
"reedu-cados" y en ese programa ya imposible volvieron a consumir las pocas
energías que les quedaban. Pero apenas ese pueblo pudo votar, volvió a darle las
espaldas. Eran, como dijo alguien, "incorregibles".
Sin embargo, terció en aquella batalla -por las ideas y por la comprensión de lo
popular- un tercer grupo de políticos e intelectuales que, a su manera, venían
también haciendo lo suyo. Era la "izquierda nacional", quién buscó unir aquello
que la derecha y la izquierda tradicionales mantenían divorciado, esto es: que
la cuestión nacional es ámbito inseparable de la cuestión social y que aquélla
es también cáscara vacía si no se la piensa en profunda conectividad con ésta.
Así de sencillo, pero así también de profundo y sugeridor.
Estaban al principio en diferentes partidos, más tarde convergieron el algunos
propios que entusiasta y valientemente fundaron y sostuvieron. Compitieron
naturalmente con el peronismo –como no podía ser de otra manera- pero lo
hicieron lealmente y de la misma vereda: del lado del pueblo y junto a él. La
mayor parte de las veces fueron sus aliados, pero con la precaución siempre de
conservar la propia identidad. Y esto, justo es también reconocerlo, no fue por
figuración sino antes bien, por resguardar un ideario que a veces el propio
peronismo descuidó.
Es cierto que tuvieron sus propias disensiones y sus propios errores, pero
también lo es que su prédica intelectual terminó dando frutos y alimentario
positivamente el ideario de varias generaciones de argentinos. Debemos a esa
izquierda nacional -aún quiénes no militamos en ella, ni provenimos
doctrinariamente del marxismo- la lucidez de apuntar siempre en la dirección de
los verdaderos problemas argentinos y latinoamericanos y de ayudar a pensarlos
de manera situada: es decir, a la vez nacional y popular, local y regional,
político y económico.
En esta época que peligrosamente tiende al "pensamiento único", a la
deshistorización de la política y a la copia acelerada de modelos "globales", la
reedición de esta obra de Jorge Enea Spilimbergo es un soplo de aire fresco.
Sabrá el lector del siglo XXI aprovecharla, como lo hicieron sus antecesores en
el XX. Sabrá también actualizarla, alabarla o bien discutir fraternalmente con
su autor. Cosa que Spilimbergo, como los buenos maestros, no sólo tolera sino
que seguramente alentará.
De eso puedo dar fe. Porque a ese talento que siempre nos llamó la atención, se
le une una hombría de bien que lo hace doblemente valioso.
Buenos Aires, septiembre de 2003
Güemes
y la "gente decente" de Salta
Por Jorge Enea Spilimbergo
El nuevo aniversario de la muerte de Güemes,* que se cumplió el 17 de junio, dio
lugar a las conocidas efusiones patrióticas. Pero estos homenajes al caudillo
popular ocultaron escrupulosamente el real significado de su acción militar y
política, así como las causas que determinaron su muerte a los 36 años en manos
de la misma oligarquía salteña que aún hoy mantiene su poder infame integrada a
la oligarquía "nacional".
A diferencia de Artigas, Güemes mereció el indulto póstumo del partido unitario
y los historiadores oficiales seguidores de Mitre. Pero esta entrada en redil se
debe únicamente al hecho de que Güemes acertó a morir oportunamente. Por otra
parte, la gloria póstuma servía para tapar el proceso del asesinato de Güemes
por la oligarquía salteña en connivencia explícita y directa con las armas del
Rey de España y apuñalando por la espalda la empresa liberadora de San Martín en
Perú. Los Uriburu, Cornejo, Saravia, Zuviría, Benitez, Figueroa y demás asesinos
de Güemes en complicidad con el invasor realista, tuvieron abundante y funesta
progenie que ha sabido guardarse las espaldas de la honorabilidad patriótica con
el mismo celo con que los Mitre han creado el mito del siniestro caudillo de la
bárbara oligarquía bonaerense.
El asesinato de Güemes, rubricado por la designación por aquella pérfida
oligarquía del jefe de los ejércitos realistas como gobernador de Salta,
significó la pérdida definitiva de las provincias del Alto Perú (Bolivia), que
habrían de ser liberadas y erigidas en Estado independiente por Bolívar y Sucre.
La empresa americana de la generación de la Independencia sufría así un colapso
decisivo por el lado argentino, ya que dejaba a San Martín en inferioridad
operativa frente a los españoles y le obligaba a ceder al libertador Bolívar la
parte final de la campaña. Pero estos alcances no fueron tenidos en cuenta por
los autores del complot oligárquico para quienes se trataba, exclusivamente de
producir una contrarrevolución social, un golpe de Estado contra el gauchaje y
la democracia militar del barbudo comandante de la guerrilla patria. Como
volvería a ocurrir innumerables veces en nuestra historia hasta los amargos días
que vivimos, la causa de la soberanía y la afirmación nacional se encarnaba en
los estrados más humildes, numerosos y explotados de la población, mientras la
oligarquía - la clase "decente" como entonces se decía, el vecindario
"distinguido" que formaba el "pueblo" de los cabildos abiertos ligaba su destino
a la balcanización, la rapiña y el vasallaje. No es difícil designar por sus
nombres a los traidores a la patria aunque se corra el riesgo de ir preso por
ofender a algún "pundonoroso".
La imagen que se nos ha dado de Güemes es la de un monaguillo unitario que
defendió como Robin Hood una frontera desamparada permitiendo a San Martín
hacerse el Aníbal con el Ejército en los Andes. Esta Imagen es falsa. Güemes,
gobernador de Salta desde. 1615, a los 29 anos, defendió con método de
guerrillas las quebradas jujeñas y los valles de Salta rechazando ocho
invasiones, de las cuales la tercera dirigida por los generales Ramírez y
Canterac, fue realmente formidable. Pero esta guerra que dejó a Salta victoriosa
aunque arrasada no se llevó a cabo con métodos guerrilleros porque la empresa de
San Martín hubiese absorbido la totalidad de las armas nacionales. Allí estaba,
a pocas jornadas, el Ejército del Norte, inmovilizado en Tucumán desde la
retirada de Sipe Sipe hasta la marcha hacia Buenos Aires en apoyo del Congreso
unitario, oportunamente desbaratada por el pronunciamiento de Arequjto. ¿Por
qué, en más de cuatro años, ese ejército, a todas luces respetable por el número
de sus efectivos, su parque, oficialidad y caballadas no osó moverse en apoyo de
las bravas milicias gauchas que combatían sobre Salta y Jujuy ?
La respuesta la suministra el eminente historiador salteño don Bernardo Frías en
el IV tomo de su "Historia del General Güemes y de la provincia de Salta, o sea,
de la independencia Argentina" Título tan pretencioso es en buena medida,
justificado, aunque merecería este subtítulo: "E historia de la infamia
oligárquica en Salta, o sea, de la conjuración contra la independencia
argentina". Esta historia, como gran parte de la bibliografía fundada en el
manejo de los archivos provinciales y las tradiciones familiares locales yace
sepultada en su misma publicidad. Para entender esta paradoja hay que decir que
don Bernardo Frías, hombre de la "clase decente" salteña pero dotado de
objetividad crítica (y sobreabundante de documentación) dedicó largos años, en
los comienzos del siglo, a los ocho tomos de su obra, de los cuales sólo los
tres primeros vieron la luz en vida del autor. Los decisivos tomos IV y V
publicáronse en 1954 (segunda gobernación Durand) y en 1961 (Comisión Salteña
del Sesquicentenario), respectivamente. Lo modesto de la tirada - mil ejemplares
– aseguraba que el honor no implicase publicidad, máxime porque, como sucede con
estas ediciones oficiales, casi todos sus ejemplares duermen un sueño
institucional en los más impensados anaqueles públicos y privados. En cuanto a
los tres tomos finales, siguen en estado de manuscritos. Pero quien desee un
atisbo del material suministrado por Frías puede consultar al tomo VIII de la
Historia de Vicente Fidel López, quien relata entera aunque suscintamente los
episodios que desembocaron en el asesinato del comandante guerrillero,
gobernador de Salta y general en jefe del Ejército Expedicionario al Perú (así
designado por San Martín en junta de generales y reconocido por todas las
provincias), general don Martín Güemes.
La causa de la inactividad del Ejercito del Norte acampado en Tucumán es la
misma por la cual, hacia la misma época, el director Pueyrredón y el Congreso
unitario dejaban a los portugueses invadir impunemente a la Banda Oriental. Si
en un caso se admitía preferible que una provincia argentina se perdiera a que
un caudillo federal la gobernase, en el caso de Güemes el plan consistía en
hacerlo servir de paragolpes, dejar que las tropas españolas lo liquidaran y
liquidar a su vez a los godos sobre Tucumán, previsiblemente debilitados por el
accionar de las milicias salteñas. Se mataban así dos pájaros de un tiro, aunque
en uno y otro caso el territorio nacional quedase desgarrado en girones.
Tanto Salta corno la Banda Oriental tenían una decisiva importancia estratégica
en la querella del federalismo. Si éste no lograba abrirle "puertas a la tierra"
estableciendo su propio enlace geo - económico con el mercado mundial, acabaría
estrangulado por el puerto de Buenos Aires y la oligarquía bonaerense, como en
efecto ocurrió, bajo la divisa unitaria de Rivadavia, "federal" de Rosas y
separatista o "nacional" de Mitre. Pero el portugués Lecor ocupaba Montevideo y
el godo Olañeta Salta. Desmoronada la democracia militar, gaucha y americanista
de Güemes. Salta recién ahora se convertiría en frontera – límite, dejaba de ser
la frontera combatiente, la puerta armada hacia el Alto Perú y el Pacífico.
Porque junto al Güemes defensivo, que tapó la frontera norte para hacer posible
la campaña de Chile, está el Güemes ofensivo a quien San Martín encomendará la
campaña del Alto Perú en conexión con su campaña sobre Lima y la del General
Arenales sublevando la Sierra peruana. Esta expedición se reputaba indispensable
por la necesidad de dividir los efectivos españoles, calculados en 24 mil
hombres contra los 8 mil de la expedición sanmartiniana, impidiendo que se
concentraran sobre el Capitán de los Andes.
A tal fin respondió el nombramiento de Güemes como general del Ejército
Expedicionario al Perú, recibido en Salta el 2 de agosto de 1820, un mes antes
del desembarco sanmartiniano en la costa peruana. Habiendo quedado Salta
desolada por la tercera invasión española (cuyos efectivos lograron apoderarse
durante cierto tiempo de la misma capital) parece increíble que se hubiese
encomendado a Güemes organizar una ofensiva hacia el norte.
Pero San Martín medía en sus reales dimensiones el temple del líder salteño y el
entusiasmo patriótico de sus gauchos. De hecho, faltó un pelo para que al
abandonar Salta y retirarse hostigados por la Quebrada de Humahuaca, los
españoles no fueran rodeados y rendidos por las milicias de Güemes que volaban
en su persecución. Si éste no fue el epílogo de la tercera invasión se debe
exclusivamente al sabotaje indescriptible del gobernador tucumano Aráoz y del
Ejército de Norte, a quien los gobernantes porteños consideraban apto para
marchar sobre Buenos Aires para batirse por la constitución unitaria, pero
inepto para avanzar sobre los ejércitos del rey en derrota. Mucho menos pedía
Güemes: algunas caballadas de refresco para seguir la persecución que, al
faltarle por la acción deliberada que señalamos, dejaron escapar la presa y le
permitieron rehacerse en Tarija y Mojos.
Ahora se hacía necesario operar contra ellos nuevamente, aunque en plan
ofensivo; pero, mientras tanto, la batalla de Cepeda había liquidado las
autoridades nacionales, ya no existía Director Supremo, el Congreso unitario se
había dispersado. La leyenda mitrista pretende que los caudillos traicionaron la
causa de la Independencia al derribar el poder nacional. Pero sabemos que éste
cayó cuando intentó traer a Buenos Aires los ejércitos de Chile y de Tucumán.
Los caudillos, por el contrario, apoyaron activamente, salvo excepciones, la
continuidad de la guerra nacional. Bustos urgía la convocatoria de un nuevo
Congreso Constituyente a fin de vigorizar la unidad y la guerra exterior, y una
de las exigencias que esgrimieron los gobernadores de Salta, Santiago y
Catamarca al suscribir el pacto del 12 de abril de 1821 contra el tucumano Aráoz
fue la de obligarlo a mandar diputados a ese Congreso. Pero el plan fracasó,
como es sabido, por la resistencia de la provincia de Buenos Aires, cuyo
ministro Rivadavia anticipaba en las instrucciones a los diputados la tesis que
años después esgrimiría Rosas en su célebre carta a Quiroga. Esa misma Provincia
era capaz de gastar el equivalente de 10 millones de pesos en las fiestas mayas
de 1821, pero no daría un auxilio para la marcha de Güemes sobre el norte.
Así y todo, Córdoba envía 350 coraceros al mando de Heredia, Santiago reúne
fondos y medios considerados para proveer a la vanguardia del nuevo ejército
nacional, que ya enero de 1821 se mueve sobre Humahuaca. Catamarca recluta
fuerzas. El viejo general Ocampo, gobernador de La Rioja, se ofrece a marchar a
las órdenes de Martín Güemes. Este, mientras tanto, ha reunido 2.500 hombres en
operaciones, bajo el mando inmediato del tucumano Heredia (uno de los sublevados
do Arequito), remitido por Bustos al frente de la división cordobesa. La
exigüidad de estas fuerzas se compensaba por la debilidad política imperante en
el bando español, cuyo jefe, el general Olañeta, no podía unificar a sus 4.000
hombres, casi todos americanos, profundamente trabajados por la propaganda
patriótica. De hecho, a fines del año anterior, Güemes había logrado organizar
una formidable conspiración en el ejército español, de la que participaba la
guarnición de Oruro (parque militar de primer orden), con los cuerpos de
Chilotes, del Centro y de la Reina, y los Cazadores y Partidarios, apostados con
Olañeta en Potosí. .De esta Conspiración formaba parte, incluso, el gobernador
de Oruro, coronel Fermín de la Vega, y la dirigía el coronel Mariano Mendizábal,
jefe del regimiento de la Reina, contando con la mayoría de la oficialidad
americana. Pero la demora impuesta a Güemes por la negativa de los auxilios
falazmente prometidos por el tucumano Aráoz, determinaron el descubrimiento del
Complot y su represión en sangre.
Una vez más le traición interna impidió abrir el camino del Alto Perú sin
disparar un solo tiro y marchar con ejército reforzado hacia la ciudadela del
poder español. Debe recordarse que los auxilios de Aráoz se referían a los
implementos del disuelto Ejercito del Norte (liquidado en Arequito), propiedad
de la Nación, reclamados por Güemes con títulos suficientes, en su calidad de
comandante en jefe designado y reconocido de un ejército nacional.
A pesar del fracaso de la conspiración patriota, el espíritu subversivo campeaba
en las filas de Olañeta, tanto más ahora que el virrey había llamado a los
cuerpos, españoles para que reforzaran la defensa de Lima, dejando en la
frontera sur, a los cuerpos formados por americanos.
Pero el Ejército argentino jamás franqueó la altura de Humahuaca, alcanzada, a
principios de ese año de 1821. Seis, meses después, el 17 de junio, Güemes moría
a consecuencia de las heridas recibidas de la vanguardia española que lograra
infiltrarse hasta la misma ciudad de Salta por la traición de su "clase
decente".
Este episodio trágico e infame simboliza y tipifica el enfrentamiento prolongado
hasta nuestros días entre el pueblo argentino y la oligarquía antinacional. La
infamación y la traición desplegadas, los lemas "republicanos" y "democráticos"
contra el "tirano", el clamor de la "'propiedad" ofendida, la genuflexión
"patriota" ante el enemigo extranjero, los auxilios de la autoridad
eclesiástica, la injuria contra la chusma y el mulataje, el odio abyecto que va
mas allá de la tumba, no podrían sorprender a ningún argentino que haya vivido
en su patria en los últimos doce años, aunque el paralelo, las "constantes
oligárquicas", sí sean impresionantes. Como este aluvión denigratorio de la
gente "decente" tiene a su manera su imponencia, es indispensable conocer su
dimensión histórica, sus ramificados episodios, principalmente allí donde la
perspectiva del tiempo permite con toda claridad medir el abismo entre esa
"imponencia" y su realidad miserable y ruin.
Y nada mejor que recurrir a este episodio tan sepultado y tan paradigmático de
nuestros orígenes, como ilustración y enseñanza de lo que es una guerra popular
revolucionaria, de cómo la soberanía política se llena en el proceso de la lucha
de un contenido social revolucionario, y de cómo la oligarquía antepone
invariablemente la mezquindad de sus privilegios a los objetivos de la Nación.
LA INMOLACION DE GÜEMES
La hostilidad levantada a retaguardia por el tucumano Aráoz impuso a Güemes un
paréntesis en los preparativos para invadir el Alto Perú en apoyo de San Martín.
La campaña contra el gobernador de Tucumán se hizo inevitable cuando éste atacó
a Santiago para impedir que Ibarra enviase dinero y materiales al ejército de
Güemes. Este arrolla a Aráoz hasta las mismas puertas de su capital. Pero el
astuto tucumano aprovecha una momentánea ausencia de Güemes para enredar al
sustituto Heredia en negociaciones y batirlo en la sorpresa de Marlopa (3421).
El imprevisto desastre acelera la conspiración en Salta, mientras Olañeta avanza
nuevamente, para aprovechar las discordias en el campo patriota. Pero una
encerrona magistral del vicegobernador Gorriti captura en Humahuaca la
vanguardia de Olañeta (30 de Abril), obligándolo a retroceder hasta Mojos.
Güemes, en tanto, se rehace en Rosario de la Frontera y su vanguardia (a las
órdenes de Vidt, ex oficial napoleónico) vuelve a operar en las afueras de
Tucumán.
Aráoz, entonces, ordena al coronel Arias (ya en tratos con Olañeta) que avance
hacia el valle de Lerma por la apartada ruta de Las Cuestas, en apoyo de la
conspiración que trama la "clase decente" de Salta. La capital tucumana hervía
de exiliados salteños, quienes azuzaban en Aráoz el temor de que Güemes, so
pretexto de guerrear contra España, se fortaleciese militarmente. Estos exilados
y la "buena sociedad" tucumana captaron para la conspiración a los comandantes
salteños y al propio general Heredia.
Era indispensable que todos estos hilos se urdieran en un viso de legalidad. A
tal fin, el 24 de mayo reúnese en Salta un cabildo abierto semejante a aquel
otro de 1815 que hiciera de Güemes gobernador. Este plenario de la "clase
decente", por abrumadora mayoría, derroca a Güemes, le quita la "ciudadanía"
salteña y lo destierra de la provincia nombrando gobernador a Saturnino Saravia
y comandante dé armas a Antonio Cornejo. Los facciosos se apresuran a armarse y
distribuyen abundante dinero entre la "plebe" con la despectiva convicción de
apartarla del "demagogo".
Pero bastó a Güemes presentarse con 25 hombres de escolta ante el ejército
adversario en las afueras de Salta y arengarlo bravamente, para que los
batallones se pasasen en masa y huyesen los "decentes" con justificado pánico.
Así se hundió la "revolución del comercio", como la llamaron sus autores con
lenguaje más franco que el de sus cíclicos herederos. Güemes autorizó por
primera vez ciertos saqueos y encarceló a los que no pudieron huir; pero no
dictó condenas capitales, Como era derecho y costumbre.
Uno de los fugitivos, el comerciante Benítez, se refugia en la vanguardia de
Olañeta (que avanza sigilosamente mientras el grueso del ejército español fingía
un repliegue a Oruro). El jefe de esa fuerza, coronel Valdez, concibe entonces
el audaz plan de capturar a Güemes en su propia capital, para lo cual Benítez
supo guiarlo por la inaccesible senda del Despoblado hasta las puertas de Salta
(7 de junio). Aunque este presencia fue advertida desde varias casas
principales, un silencio cómplice ocultó los indicios. Güemes pernoctaba en casa
de su hermana, que Benitez señaló al jefe realista. Varias patrullas la
rodearon, y cuando Güemes rompió con su escolta el cerco y casi tocaba las
afueras, una bala alcanzó a herirlo. Diez días después moría en brazos de sus
gauchos.
Al clarear el 8, Valdez rinde a la guarnición del Cabildo con el auxilio de los
conspiradores allí presos. El 10 entra Olañeta, y el 16 el mismo Cabildo abierto
que destituyera al "tirano" designa al general realista gobernador de Sa1ta, no
bajó presión del miedo sino de la gratitud, como lo testimonia el comandante de
armas designado por la "revolución del comercio", Antonino Cornejo, en su
mensaje a Olañeta: "La gratitud es ciertamente con la que debió manifestarse a
V. S. la virtuosa Salta, por haberle debido su sacudimiento del bárbaro poder de
un déspota que, a la funesta sombra de una libertad rastrera, fue el mayor de
los tiranos". El epílogo de esta deshonra sería el acuerdo entre los
"gobernadores" Olañeta y Cornejo, que pacificaba la frontera, retirándose
Olañeta a Humahuaca. Los "decentes" arguyeron imposibilidad de hacerlo mas
decorosamente; pero su "falta de medios" era su miedo a los gauchos, quienes, ya
sin jefe, aún hostilizaron al español y hasta le provocaron 300 deserciones
durante la retirada.
Con Güemes moría el impulso americano en la frontera Norte, desgarrábase el Alto
Perú, perdía San Martín su nexo estratégico con el Plata y obligábase al
"renunciamiento" de Guayaquil; cerrábase la ruta del Pacífico como contrapeso al
centralismo porteño; empezaban la balcanización, la dictadura oligárquica, el
patriotismo de la entrega. Veamos ahora cuales fueron las causa del odio a
Güemes y a su causa americana.
"Todo vino así a acumularse sobre Güemes: él era el falsificador de la moneda;
el corruptor de la masas ignorantes, antes respetuosas y ordenadas; el
responsable de la destrucción del comercio del Perú". Andaba en tratos con el
enemigo. Se rodeaba de una turba de delincuentes, "La Gavilla", cuyos desmanes
"daban los rasgos más hondos del sistema infernal o sistema de Güemes.
Zaheríanlo con la pasión amorosa, que veían era su flaco. Y pues entregaba a sus
comandantes la dirección de los combates, tomaron tal conducta como signo
visible de su cobardía personal, que comenzaron a atribuirle . . Los libelos
corrían en arte métrico. de mano en mano, por los cuales derramábanse los
escapes de su odiosidad para con él"
Sobre todo, hubo una causa "que excedió en poder para formarle una atmósfera de
odio: la inclinación que empezó a mostrar por la plebe. La plebe era tres veces
superior en número a la gente decente, mezcla grosera de todas las razas, en que
sobresalían los mulatos. Siendo libertos, tratarlos como esclavos era para ellos
le más importante ofensa. De estos libertos y demás gente libre de la plebe se
formaba el batallón de los Cívicos (400 plazas). Ejercían todos los oficios
viles: zapateros, blanqueadores, talabarteros, sastres y albañiles. Por lo
general, eran aquellos mulatos fornidos y altos, de voz estentórea, entusiastas
por la política, de natural y bulliciosas sus aclamaciones. En estos casos,
formaban las puebladas, que era así como ejercían la vida pública, puebladas
terribles a veces".
"Güemes, que carecía de recursos y necesitaba de esta gente para hacer la
guerra, trató de captarse su voluntad e infundirles la noción de sus derechos;
con lo que el mulataje, de natural altanero y atrevido, fue tomando alas hasta
convertirse en una "malvada e insolente canalla" que alcanzaría. a imponer su
repugnante dominación".
"Tal como estaban las cosas, la guerra no podía sostenerse sino con el apoyo
espontáneo de la plebe; que al fin, sin paga, muchas veces sin pan, era la que
iba a derramar la sangre. y si Güemes exaltaba a los derechos del hombre en las
muchedumbres, también las contenía en los lindes del orden social, pues -
necesitando también el apoyo de la clase rica - trataba en aquella difícil
situación de mantener el equilibrio". Y así no ofrecía repartir las tierras ni
las fortunas; no era "un revolucionario en ese orden, mostrando más bien un
espíritu conservador".
Los "decentes" conspiraban desde 1817. El complot "no era ni federal ni
unitario"; querían "liberar la provincia del yugo de un tirano aborrecido". La
conspiración comenzó al fracasar las instancias ante Pueyrredón y Belgrano para
que éste ocupara a Salta y derrocara a Güemes con el Ejército del Norte.
Abortados los intentos de 1817 y 1818, en 1819 se suma a los manejos el coronel
Arias, quien propone "hacer las paces con los españoles: en la primera vez que
cargue el enemigo, nos presentamos todos e imploramos el perdón del Rey"
(Archivo prov. Salta).
Se llega a sobornar a Panana para que asesine a Güemes, quien lo descubre y
desarma. Y aunque Güemes perdona a todos los complotados, "su clemencia sólo dio
por fruto el calzar en la lengua de muchos de sus terribles adversarios el
candado del silencio".
Estas conspiraciones eran alentadas por la hostilidad de los unitarios porteños.
"Desde 1815, para ello, Güemes había sido en el Norte lo que Artigas en el
Oriente: un prototipo de los tiranos". Fracasada la Constitución de 1819, la
"juventud liberal salteña" (unitaria o federal) quiso "organizar" la provincia,
pensando así deshacerse pacíficamente de Güemes e imponer "el orden y la
libertad". Facundo Zuviría, Juan Marcos Zorrilla y Dámaso Uriburu encabezaban
este partido que se llamó "la Patria Nueva", el cual contaba "con casi toda la
gente decente, ilustrada, rica y culta". A las causas expresadas de esta
unanimidad añadíase el deseo de "constituir la provincia legalmente sobre el
sistema representativo. Los seducía la implantación del verdadero gobierno
constitucional en Francia por Luis XVIII, cuyas Cámaras llenaban de novedad el
mundo. El sistema francés era el asunto de moda de toda la gente intelectual".
Se trataba, obviamente, del parlamentarismo aristocrático impuesto por la
Restauración.
"Ya es necesario, decían, que se pongan frenos a la autoridad. No es ésta la
manera de gobernar a hombres libres; queremos que se gobierne con formas".
"Viendo que los trabajos subversivos lo ponían a riesgo de ser derrocado y que
aquella oposición se la hacia la gente decente, no encontró Güemes más apoyo que
echarse en manos de la plebe. Y como la clase decente estuviera formada de la
raza blanca, la lucha de razas se inició en Salta". El general acudía a los
campamentos, alejaba a los oficiales ("por lo común, de la clase enemiga") y
arengaba a sus tropas con "las nuevas doctrinas, subversivas a su vez contra el
antiguo orden social".
"Por estar a vuestro lado - les decía - me odian los decentes; por sacarles
cuatro reales para que vosotros defendáis su propia libertad dando la vida por
la Patria. Y os odian a vosotros, porque, os ven resueltos a no ser más
humillados y esclavizados por ellos. Todos somos libres, tenemos iguales
derechos, como hijos de la misma Patria que hemos arrancado del yugo español.
¡Soldados de la Patria, ha llegado el momento de que seáis libres y de que
caigan para siempre vuestros opresores!"
"La guerra de clases había sido declarada. El sistema infernal se desarrolló
desde esta hora de manera tremenda y espantosa. Güemes concedió una extremada
licenciosidad a sus gauchos; la propiedad, sobre todo, quedó sin amparo. El
mulataje fanatizaba la venganza de su condición". de nuestros dias. "Habían
llegado a tal extremo las cosas que, como decían, "el gobierno de Güemes es la
negación de todo gobierno". De ahí brotó en los decentes un odio tan fuerte que,
en la mayor. parte de ellos, ni el tiempo largamente corrido después de su
muerte pudo ser capaz de extinguirlo. "No me hables mas de ese bandido - oíamos
decir a los últimos viejos que alcanzamos de aquellos tiempos, a los 60 años de
pasadas estas cosas. ¡Dios lo haya perdonado!"
DE LA GUERRA NACIONAL A LA GUERRA SOCIAL
El análisis de Frías que hasta aquí hemos transcrito, señala con claridad dos
momentos en la radicalizacíón política de Güemes. Estos dos momentos se suceden
a partir de las exigencias de la propia lucha nacional. La lógica interna de esa
lucha, al exigir crecientes sacrificios en hombres, equipos y dinero, impuso a
Güemes, surgido de la clase dominante salteña, una creciente radicalización de
su política.
El primer momento es de carácter democrático. Como bien señala Frías, Güemes se
limita a prometer a los gauchos, artesanos, etc. la igualdad política,. la
igualdad ante la Ley.
"Pero no les ofreció dar las tierras del Estado, ni los sobrantes de las tierras
de los ricos, no obstante poseer éstos leguas y leguas de campos sin cultivos;
ni les repartió la fortuna de los enemigos; ni los colocó en la altura dirigente
de la sociedad. no siendo por tal manera, un revolucionario en este orden,
mostrando más bien en esto un espíritu conservador". Se trataba, en
consecuencia, de asegurar un frente único entre el sector "decente" y el
"plebeyo", acorde con el carácter nacional de la lucha. Sin embargo, la mera
concesión de los derechos políticos implicaba una amenaza al orden constituido,
que el grupo dirigente no pretendía modificar mediante la independencia, sino
adaptarlo aun más a sus necesidades.
Por eso, subraya Frías, "las consecuencias no fueron tan bellas como las
teorías, porque la clase decente vino forzosamente a significar para (la plebe
rural y urbana) como un representante de la antigua opresión. Los hombres
decentes comenzaron a ser heridos por la canalla fanatizada y ensoberbecida".
Ahora bien, la lógica interna de la lucha nacional obligó a Güemes a
radicalizarse socialmente, pues de otro modo no habría podido solventar los
gastos de la guerra. Al mismo tiempo, las clases dominantes comenzaron a
resistir mayores contribuciones, y esto creó una causa complementaria de tension.
De esta manera, el frente único entró en crisis, y Güemes tuvo que apoyarse en
los estratos más explotados contra la aristocracia salteña.
Frías describe con sorprendente claridad este segundo momento de la lucha. "Por
1816 hizo Güemes una asamblea de notables afincados en la campaña y expuso la
necesidad de sostener la guerra con los propios recursos de la provincia. No
alcanzando para pagar a los gauchos milicianos que servían gratuitamente a la
Patria, nada más justo, les presentó, ni equitativo, que concederles la gracia,
mientras prestaran sus servicios a la Nación, de que no pagaran sus
arrendamientos por las tierras que ocupaban. La asamblea sancionó generosamente
el pensamiento.
"Pero, resultó a poco que aquellos hombres comenzaron a considerarse como no
sujetos ya a su patrón por vinculo obligatorio sino voluntario a su buena gana;
generalizándose el caso de que en cuanto el propietario les exigía prestar la
obligaci6n (trabajo personal por 15 ó 20 días en el año, durante siembras y
cosechas; el propietario les daba el usufructo de una parcela y los instrumentos
y semillas; el arrendero pagaba una renta anual en dinero y la "obligación")
hacíanlo a su albedrío, o se le negaban orgullosamente respondiéndole que el
general les tenía dicho e informado no tenían que pagar arriendo ni servicio por
las tierras ocupadas, porque tenían que servir a la Patria. Aún regía el apremio
personal por deudas, y cuando el propietario trataba de llevar las cosas por la
fuerza, el gaucho fugaba buscando el amparo de Güemes, que le daba protección".
"Cosa idéntica acontecía con los que habían sentado plaza de soldados bajo sus
banderas, porque la prohibición general de que fueran ejecutados ni compelidos
al pago de cualquier cosa que adeudaran, pues era gente infeliz que sin sueldo
ni recompensa prestaba sus servicios a la Patria, así con sus escasos intereses
como con su propia vida. Justo era que el acreedor que no prestaba estos
servicios militares contribuyera de este modo a la causa, pública, no
exigiéndolo". Como vemos, Güemes se vio obligado a interferir en las relaciones
de distribución con el objeto de pagar parcialmente a sus tropas, congelando los
arriendos feudales y el cobro de deudas. Inicialmente, la clase dominante aceptó
el criterio, que se imponía como necesidad de las operaciones militares. Pero
terminó por resistirlo, conforme la carga de la guerra se le volvía cada vez más
insoportable.
Por esta. vía, la medida se imbuyó de un nuevo sentido de justicia social, por
de pronto para las masas, y también para el propio Güemes.
Respecto a aquéllas, escribe Frías, "tanto favor llevó y levantó al mayor grado
de adhesión al paisanaje hacia la persona y causa de Güemes", en quien vieron un
protector. Por su parte, Güemes, salido - como dijimos de la clase dominante y
de la milicia regular, fue moralmente influido por la adhesión irrestricta de
los oprimidos a la causa emancipadora, y por el contraste entre tal actitud y el
egoísmo codicioso de las clases dirigentes, que no vacilaban en traicionar a la
revolución en aras de sus propios intereses.
En este segundo momento de la política de Güemes ha quedado atrás la pura
democracia e igualdad políticas ofrecidas como premio de la lucha por la
independencia, y se esboza, por la vía de la distribución, un planteo de
democracia social como fundamento inexcusable de esa lucha.
Dialécticamente, la guerra nacional se ha convertido en una guerra de clases. La
lógica del proceso llevaba a un tercer momento, que es el señalado por Frías
cuando dice que, inicialmente, Güemes no pensó en nada parecido a un reparto de
las tierras públicas o una expropiación parcial de los latifundios. El tercer
momento sería, precisamente, el de la revolución agraria, llevando la justicia
social del mero plano distributivo al del cambio en las relaciones de producción
y las formas de propiedad, o sea, a la constitución de una clase de pequeños
campesinos independientes. Es de gran interés investigar si el caudillo salteño
llegó a plantearse esta tarea tal como en el otro extremo del virreynato lo
hiciera Artigas con su Ley Agraria de 1815.
Otro aspecto de indudable importancia - que aquí nos limitamos a esbozar -
reside en la mecánica de la lucha militar emprendida por Güemes. De acuerdo a
Mitre, la revolución de Mayo en Salta puso en movimiento dos fuerzas
independientes y potencialmente antagónicas. La de la clase dirigente urbana,
que engendró el nuevo Estado y el Ejército regular; y la fuerza "instintiva" del
paisanaje rural, que dio nacimiento a la táctica irregular de la guerrilla, cuyo
caudillo fue Güemes.
Cuando esa guerrilla se subordinó al orden nacional y regular del Estado,
cumplió una función de apoyo, permitiendo al Ejército regular obtener las
victorias decisivas, de valor estratégico. Pero, constantemente, Güemes (y los
demás "caudillos") transgredieron esos límites para convertirse en factores de
caos. Este planteo es falso y corresponde a una visión oligárquica del problema.
En primer término, Güemes no brota en el año 10 como representante elemental del
"gauchaje", pues él es oficial del Ejército regular y actúa en ese carácter. La
guerrilla nace de ese mismo Ejército regular, a inspiración de San Martín que le
hace cumplir un papel de vanguardia defensiva luego de los fracasos de las
expediciones de Balcarce y Belgrano sobre el Alto Perú.
Pero, tras la dura invasión de Pezuela, rechazada sin auxilio del Ejército del
Norte, y ante el sabotaje "porteño" de esa fuerza al producirse la formidable
tercera invasión, Güemes se ve obligado a replantear los términos del problema.
La defección del Ejército regular, que es la defección de la clase dominante,
obliga a Güemes a atender no sólo a la "táctica,' sino también a la "estrategia"
de la guerra de la independencia. Esto significaba la transformación de la
guerrilla gaucha en un ejército popular revolucionario, en otros términos, la
regularización de la guerrilla, pero no en torno a la antigua dirección de clase
(oligárquica), sino en torno a una nueva dirección de clase (plebeya).
Tal fue el problema que un siglo más tarde se plantearon y resolvieron los
revolucionarios chinos y vietnamitas al crear la teoría del paso de las
formaciones guerrilleras al ejército popular revolucionario. Güemes se propuso
también resolverlo mediante la constitución de regimientos regulares de
caballería gaucha, y cuando la muerto lo sorprendió, como dijimos al principio,
tenía reunido un ejército de 2500 hombres sobre la Quebrada, para marchar hacia
el Alto Perú en apoyo de la campaña sanmartiniana.
Esta regularización de la guerrilla implicaba superar la antinomia guerrilla /
ejército regular propia del planteo militar clásico, en la cual la guerrilla
sólo puede servir de apoyo táctico para las fuerzas regulares, únicas llamadas a
lograr resultados estratégicos, tal como el perro sirve al cazador, pero no lo
sustituye (a menos de convertirse en monstruo digno de exterminio).
Aquí, la defección de la clase dominante abre el curso a un reemplazo de clase
en la conducción del proceso. Cómo éste se da en términos militares, la
defección del viejo ejército regular (sometido a la clase oligárquica y a la
burguesía comercial porteña) abrió el camino para la regularización de la
guerrilla, es decir, para la irrupción dirigente de sectores sociales oprimidos.
Ambos procesos, el militar y el social se intepenetran. La guerra de clases
interna que describe Frías, convirtió a Güemes de revolucionario democrático en
defensor económico de los gauchos, según una lógica de actuación que, al menos
potencialmente, apuntaba hacia la revoluci6n agraria. La lucha militar, la
defección del Ejército del Norte, lo transformó de oficial de carrera en
guerrillero clásico, subordinado a las fuerzas regulares; y de guerrillero
"clásico" en jefe revolucionario que en el momento de su muerte había comenzado
la tarea de convertir sus formaciones montoneras en un ejército revolucionario
popular de nuevo tipo.
Así, en un rincón heroico de la América del Sur a principios del siglo pasado,
las leyes de la revolución permanente se abrieron paso en la lógica interna de
la guerra nacional esbozando por un instante una perspectiva gloriosa, que es la
que hereda como tarea irresuelta el proletariado de nuestros días.
* Martín Miguel de Güemes (1785 - 1821): General argentino, nacido en Salta.
Integró la tropa que participó en la defensa y reconquista de Buenos Aires ante
una invasión inglesa. Luego pasó a las filas indepedentistas, participando en
diversas batallas contra tropas realistas. Fue electo gobernador de la provincia
de Salta en 1815 y luego tambien a la gobernacion de Jujuy. Fue depuesto y
mortalmente herido en 1821.
Escrito: En 1964.
Primera publicación: No consta.
Digitalización: Néstor Miguel Gorojovsky, marzo de 2003..
Fuente: http://www.marxists.org/espanol/spilimbergo/1960s/1964guemes.htm
Entrevista
a John William Cooke
Desde La Habana, Cuba. Septiembre de 1961.
John Willian Cooke y su esposa, Alicia Eguren, se
encuentran en La Habana desde hace más de un año. Ambos forman parte de las
milicias y colaboran -al mismo tiempo- en distintas publicaciones cubanas. Che
ha entrevistado a Cooke en su residencia, el Hotel Riviera. Sus respuestas, sin
duda, son de trascendencia por la influencia que ha tenido -y conserva aún- John
Willian Cooke entre las filas peronistas.
En la Argentina, Ia Revolución Cubana cuenta con apreciable apoyo popular y los
esfuerzos de la propaganda reaccionaria -abrumadora y constante- son vanos por
contrarrestarlo. ¿A qué razones atribuye esta perspicacia popular, pese a la
prensa y agencias internacionales?
Lo que eso demuestra, en primer lugar, es la madurez de nuestro pueblo, lo
arraigado que está en el sentido de la soberanía nacional. Tengamos en cuenta
que esta recolonización de la Argentina es doblemente anacrónica: por producirse
en la época de los movimientos de liberación en todo el mundo y por serle
impuesta a un país que se había librado de la dominación inglesa y tenía
conciencia de lo que significa el ejercicio de la soberanía. La consecuencia es
que no solamente la represión es singularmente violenta, sino también la
propaganda pro imperialista. El pensamiento colonial utiliza el monopolio de la
difusión para derramar una catarata de discursos, declaraciones, manifiestos,
conferencias, editoriales, solicitadas, pastorales, etc., para confundir a la
masa. En el caso de Cuba, sólo se difunden groseras tergiversaciones, embustes y
planteos arbitrarios. Sin embargo, las clases populares disciernen lúcidamente y
saben que la suerte de la Revolución Cubana incide en su propia suerte.
Con respecto a Cuba, ¿cuál es la forma que adopta esa táctica de ocultamiento?
Hay una sucesión de trampas. Todos los datos son falsos, al punto que la mentira
de ayer es desmentida por la mentira de hoy. Después se hace una mezcla de los
problemas concretos de la nación cubana con los problemas de la guerra fría y
con las discusiones técnicas en torno al comunismo. Nuestra masa evita esos
falseamientos porque va a la médula del problema, o sea, la agresión del
imperialismo contra un país hermano que osó liberarse: así no hay forma de
equivocarse.
Con motivo de la reciente invasión de gusanos el servicio de los yanquis, se vio
cómo se desvirtuaba el problema planteándolo maliciosamente: se afirmó que la
Revolución es comunista, como si eso fuese lo que estaba en debate. Un cierto
porcentaje de papanatas quedó atrapado en ese artificioso enigma -ya fuera para
coincidir con la tesis o para discrepar con ella-, lo que implicaba que de ser
concluyente la prueba sobre el carácter comunista del gobierno cubano, eso
legitimaba que se agrediese a un país soberano. ¿Quién ha dicho que los Estados
Unidos o los organismos internacionales tienen jurisdicción para hacer
macartismo y determinar cuál régimen tiene derecho a ser respetado y cuál no?
Supongo que usted sabrá que hubo algunos dirigentes peronistas que se
“empantanaron”.
Eso demuestra que carecen de capacidad para dirigir nada y que invocan el nombre
del peronismo en vano. Con el pretexto de que nuestro gobierno era nazi, se
buscó que Estados Unidos hiciese lo mismo que ahora hace con Cuba: los cipayos
pedían la intervención yanqui y de los organismos como la UN: un canciller
uruguayo inventó la tesis de la “intervención multilateral”, que es la que ahora
se quiere resucitar contra los cubanos; se pidió que los países rompiesen
relaciones con nosotros, por no ser “democráticos”, etc. Eran los mismos
procedimientos y las mismas personas de aquí y del extranjero los que se movían
para destruir nuestra soberanía. ¡Y cómo ardíamos de indignación contra el
bradenismo y sus servidores! ¡Cómo protestábamos contra los Jules Dubois, los
Figueres, los Haya de la Torre, los Ravines, contra Braden, Nelson Rockefeller,
la gran prensa norteamericana y continental! Pues bien: todos esos, y los miles
de secuaces ahora hacen lo mismo contra Cuba, ayudados por los mismos aliados
que entonces tuvieron en la Argentina, desde los políticos tradicionales hasta
las fuerzas vivas, la intelectualidad cipaya. Las damas patricias y demás
escoria enemiga de los descamisados.
¿O es que la UPI, la AP, el Time, etc., son reptiles cuando nos atacan a
nosotros y “objetivos” cuando atacan a Cuba? Sumarse, aunque sea pasivamente a
esa campaña, es dar razón retrospectivamente a los vendepatrias: es negarnos
como movimiento nacional-liberador.
Hay algunos pequeños sectores peronistas influenciados por el “nacionalismo” que
son activamente enemigos de la Revolución Cubana.
Supongo que en unos cuantos millones como somos, habrá de todo un poco. Hasta de
quienes se dejen llevar por un extraño “nacionalismo” que ante algo concreto
como el imperialismo que nos asfixia nos quiere hacer pelear contra los enemigos
de ese imperialismo. El único nacionalismo autentico es el que busque liberarnos
de la servidumbre real: ése es el nacionalismo de la clase obrera y demás
sectores populares, y por eso la liberación de la Patria y la revolución social
son una misma cosa, de la misma manera que semicolonia y oligarquía son también
lo mismo. Algunos sectores reaccionarios pudieron, en otras épocas, llamarse
“nacionalistas” porque coincidían con el pueblo frente a los ataques a nuestra
soberanía; ahora no, porque el antiimperialismo ha pasado a ser retórico en
ellos, que vuelven a su raíz oligárquica y ante el caso de Cuba quedan al
desnudo. Como ya quedaron cuando contribuyeron a la caída del gobierno popular
en 1955.
Hay que tener la cabeza muy hueca para creerse peronista y aceptar a esos
teóricos del absurdo, que combinan las añoranzas del imperio de la hispanidad
medieval con el apoyo práctico al imperio bárbaro norteamericano, y el culto a
gauchos embalsamados con el paternalismo aristócrata frente al cabecita negra,
para oponerse, nada menos, a Fidel Castro. Ocurre que Castro, a la cabeza de los
hombres de la tierra, derrotó a puro coraje al ejercito armado y entrenado por
los yanquis para proteger a la satrapía batistiana; y que cuando los gringos
quisieron llevárselo por delante, los echó de Cuba y les quitó hasta el último
dólar, más de mil millones que tenían invertidos en centrales azucareras,
fábricas, empresas, bancas, etc. ¡Qué manera de apagar faroles! Sin embargo,
parece que Fidel no es “nacionalista”, porque nunca se dedicó a predicar el
exterminio de estudiantes semitas ni a delatar herejes incursos en el crimen del
marxismo.
¿Usted no cree, entonces, que esos defensores de “Occidente” tengan influencia
en su movimiento?
Solamente entre cierta capa burocrática, que, por otra parte, nunca sirvió para
nada, ni en el gobierno ni fuera de él. Ahora hacen méritos para que los dejen
participar en el festín político y administrativo del que están excluidos los
revolucionarios consecuentes. No hacen más que confirmarle al pueblo lo que éste
siempre supo sobre ellos. Habrá siempre alguna confusión, por los que embarullan
las cosas y por otros que, debiendo hablar, han callado. Pero el pueblo sabe que
desde que Fidel Castro empezó a quitarles a los ricos para darles a los pobres
fue la bestia negra (o roja) del continente. Claro que los gansos que creen que
el peronismo es parte del dispositivo de la “civilización y de la democracia
occidental” quedan identificados frente a Cuba con los socios de Aciel y de la
Bolsa de Comercio, con los socialistas conservadores y los conservadores de la
infamia, con los exquisitos del Jockey Club, el Circulo de Armas, con Ascua, Sur
y las demás agrupaciones de conciencias muertas, con las numerosas
instituciones, frentes y agrupaciones gorilas que piden nuestra sangre, con
Gainza Paz, el almirante Rojas, el Dr. Vicchi, el brioso Toranzo Montero. Todas
esas fuerzas son virulentamente enemigas de la Revolución Cubana, a la que odian
tanto como al “régimen depuesto”, esas cosas no ocurren por casualidad, y
nuestra masa no vive en la luna.
¿Hay algún personaje en la Argentina que logra, como Fidel Castro, que todas las
cabezas del privilegio se unan para acusarlo de demagogo, comunista,
totalitario, chusma, perjuro, punguista, motonetista, barba azul, asesino
incendiario, anticristo, y otras lindezas semejantes, y contra el cual piden el
cadalso, la bomba atómica o la muerte a manos de los “marines” yanquis. Creo
recordar que sí. Y me resulta muy difícil entender cómo puede indignarnos la
difamación contra la versión pampeana del monstruo y quedarnos mudos cuando la
victima es la versión tropical.
Hubo quien no repudió la reciente invasión a Cuba alegando que al no abrir
juicio cumplía con la “tercera posición”.
Con quien cumplió fue con su propia cobardía. A cambio de la riqueza que nos
llevan los yanquis nos dejan su histeria anticomunista que contagia a ciertos
“dirigentes”. En el país reina un clima de terrorismo ideológico: ya no basta
con no ser comunista; hay que demostrarle a la reacción que se es anticomunista.
Y se llega a emplear el mismo lenguaje de nuestros enemigos: en lugar de dar
apoyo total, solidaridad sin retaceos a Cuba avasallada, se agregan condenas al
“imperialismo soviético”, lo cual equivale a aceptar las premisas del
imperialismo agresor, que califica de crimen la negación de sus ansias
hegemónicas y el derecho a elegir las formas de gobierno y los amigos que a cada
país americano le resultan más convenientes.
La tercera posición es, precisamente, todo lo contrario. Significa no tener
compromisos con los bloques mundiales, estar en libertad de tomar las decisiones
más convenientes a los intereses nacionales. Significa tener criterio propio
para apreciar cada hecho y cada actitud; no tenemos obligación de encontrar que
cada cosa del señor Kruschev es perfecta o malvada; ni de estar de antemano en
pro o en contre del bloque capitalista; en otras palabras, en cada momento y
circunstancia nuestro tercerismo consiste en opinar libremente, no sumarnos al
coro de los que ven en Estados Unidos la potencia rectora. A pesar de que
nuestro gobierno tuvo que maniobrar solo, en un mundo hostil, en lo fundamental
jamás se apartó de su independencia; no suscribimos el Pacto de Caracas que
establecía el peligro del “comunismo internacional” para así consumar el crimen
contra Guatemala orquestado por Foster Dulles y otras bestias de la “guerra
fría”; no firmamos los Acuerdos de Bretton Woods (Fondo Monetaria Internacional,
Banco de Reconstrucción Y Fomento); no nos atamos por pactos militares
bilaterales, etc. Nada de eso subsistió; las primeras medidas de la dictadura
militar fueron adherirse a Bretton Woods, y hoy el FMI dirige nuestra política
económica, y revocan por decreto el voto de Caracas; siguieron los pactos
militares, los acuerdos sobre el Atlántico Sur, etc. Hoy somos un apéndice del
imperialismo, lo que requirió modificar totalmente la política internacional
fijada por el Peronismo. El tercerismo fue una forma de no ser absorbidos por el
imperialismo yanki: en ningún caso puede ser excusa para plegarnos a su
estrategia de guerra fría y para gritar junto con los derviches de la guerra
contra los pueblos que han adoptado el socialismo.
Es lo que hacen los terceristas como India, Yugoslavia, Egipto, etc., que no han
vacilado en apoyar fervorosamente a Cuba y que no ven al mundo como una división
tajante donde los “buenos” son las potencias occidentales. Es una posición para
encarar los problemas, no para eludirlos. En el caso de un país hermano sometido
a persecuciones de toda índole por el Imperialismo, no ser terminantes,
escatimar el apoyo, es renegar del tercerismo y apoyar al imperialismo. Así como
hay farsantes que son antiimperialistas cuando las causas son lejanas, y cipayos
en las cuestiones argentinas, igualmente hay farsantes que gritan contra el
imperialismo aquí y se suman a sus consignas en el orden mundial; estos últimos
son los más peligrosos. La posición consecuente de un antiimperialista es
desprenderse de los falsos esquemas como “Occidente y Oriente”, “Mundo libre y
mundo comunista” y demás zonceras. Hay que estar con los argelinos, que son
musulmanes, con los kenyanos, que son maumau, con los chinos, que son budistas,
y con los cubanos, que son barbudos. Y decirlo claramente y ayudarlos todo lo
que se pueda y tener la valentía de despreciar las voces que se alzaran para
acusarnos de comunistas, trotskistas, cripto marxistas, camaradas de ruta,
idiotas útiles, filo comunistas, infanto comunistas, etcétera.
¿Existe algún pronunciamiento de Perón con respecto a la Revolución Cubana?
¿Cómo cree usted que Perón podía desentenderse de un problema fundamental?
Cuando dijo que Ia Revolución Cubana “tiene nuestro mismo signo”, enunció una
fórmula exacta que indica la común raíz antiimperialista y de justicia social.
Si Cuba ha elegido formas más radicales, ese es un derecho que ningún
antiimperialista le puede negar; por otra parte, los procedimientos de 1945
tampoco sirven ahora para nosotros, y nuestro programa, según lo ha dicho
repetidamente el propio Perón es de “revolución social”, que salvo para los que
viven en el limbo sólo se puede cumplir socializando grandes porciones de la
economía y buscando las formas de transformación profunda y total que
correspondan a nuestra realidad nacional.
En cuanto al apoyo de la Unión Soviética a Cuba, sólo quienes se plieguen al
bando de la oligarquía pueden hablar de “entrega” y demás tonterías semejantes.
Porque los cubanos no han delegado ningún atributo de su soberanía ni han
entregado ningún resorte de su economía. ¿Que eso sirve a la URSS para hacerse
propaganda? ¿Y a los cubanos que les importa? Los quisieron matar de hambre,
dejarlos sin petróleo, dejarlos sin vender el azúcar, que es su única fuente de
divisas, atemorizarlos, agredirlos, quemarles los cañaverales, etc.: el cipayaje
estaba feliz porque serían castigados los “desplantes”, la insolencia frente al
coloso. El mundo socialista les permitió salir de esa ruina a que estaban
condenados, y he aquí que ciertos “antiimperialistas” resuelven que Cuba debió
dejarse morir de hambre, o llamar a los embajadores norteamericanos para que la
vuelvan a gobernar, para que no sufra la “democracia” y puedan seguir tranquilos
Somoza, Ydígoras, Frondizi, Prado y demás paladines de la cruzada anticomunista.
Todos regímenes democráticos que no podrán hacer lo que hace Fidel Castro: darle
un fusil o una ametralladora a cada obrero, a cada campesino, a cada pobre.
En un documento del año pasado el general Perón indicó que el Movimiento debía
apoyar a todos los movimientos de liberación regional, como Egipto, Argelia,
Cuba, etc. Eso se ha respetado siempre, aunque ciertos sordos no han cumplido
estas instrucciones ni las han transmitida a la masa. Y en una carta dice: “Yo
sé bien lo que son las sanciones económicas. En 1948 nos las aplicaron
intensamente impidiendo la provisión de todo material petrolífero y dejando sin
efecto la compra comprometida para nuestra producción de lino que, en ese
momento, representaba más del sesenta por ciento de la producción mundial. Como
en el caso de Cuba, fue la Unión Soviética la que nos sacó del apuro comprando
el lino y ofreciéndonos material petrolífero”. Tal vez deberíamos haber dejado
que se pudriera el lino.
¿Y no cree que también influyó la Iglesia?
La creencia religiosa es una cuestión del fuero espiritual y como tal
respetable. Pero cuando algunos sacerdotes opinan de política entonces no puede
invocarse para ellos el privilegio de que se les respete como cuando desempeñan
sus funciones espirituales: deben ser enjuiciados de acuerdo a sus actos y
posiciones políticas. Si se les hiciese caso en materia política, América no se
hubiese independizado de España; o, tomando otra etapa posterior, en México
reinarían los descendientes del emperador Maximiliano, Cuba seria colonia
española, etc. Si se les otorgase imperio en materia política, nosotros nos
debíamos haber puesto en 1955 contra Perón, como ellos querían; entonces
conspiraron con los enemigos del pueblo, como ahora lo hacen en Cuba.
Durante seis años nuestros compañeros han ido a la cárcel, han sufrido torturas,
han sido echados del trabajo, han sido fusilados, sin que los altos dignatarios
de la Iglesia hiciesen más que algunos inocuos llamamientos a la paz general,
uniendo a verdugos y victimados como si las culpas fuesen comunes; cuando
discriminaron, fue para atacar al “régimen depuesto” y para condenar la rebeldía
de nuestra masa. No he leído la pastoral que condene a los asesinos del heroico
general Valle, que era un católico sincero. No he leído la pastoral que condene
a los asesinos de la “0peración Masacre”. No he sabido de ninguna epístola
incandescente denunciando a los sicarios uniformados que aplicaban suplicios a
la gente trabajadora. Pero basta que el señor Frondizi justifique la represión
como defensa de “los altos valores del espíritu”, para que entonces sí se
conmuevan esos duros corazones episcopales. En cambio están muy preocupados y
tristes porque en Cuba hay un gobierno revolucionario. ¿Por qué no dijeron nada
cuando murieron 20.000 luchando contra el gobierno que mantenían los yanquis,
cuando Nixon abrazaba a Batista y lo colmaba de elogios? ¿Por qué no se
preocupan de Angola, donde las fuerzas “occidentales” mantienen la esclavitud
aplicando la tortura? ¿O de Argelia, que ha movido la indignación de muchos
católicos franceses por el sadismo de las tropas coloniales, cuyas técnicas
aprenden nuestros jefes militares? ¿Les parece que hay poco dolor en el mundo y
en América, como para que se dediquen al único país donde el pueblo se siente
libre?
¿Usted rechaza, por lo tanto, la tesis de que el peronismo es un freno contra el
avance del comunismo?
Una cosa es que nosotros tengamos una visión de las cosas argentinas que difiere
de la del Partido Comunista y tratemos de mantener la adhesión de las masas
trabajadoras; otra muy diversa es unirnos al fanatismo regimentado que ve a los
comunistas como criminales y a los países socialistas como enemigos del género
humano. Esto es renunciar a la facultad de raciocinio y aceptar que el bando
imperialista piense por nosotros. No necesito ser comunista para considerar que
el principal responsable de la guerra fría es el imperialismo occidental, ni
para comprender que el enemigo más grande que hoy tiene el genero humano es la
brutal plutocracia norteamericana.
En el orden nacional, la manera de mantener nuestro prestigio en la masa no es
actuando como ayudantes de los pastores para que el rebaño no se ponga arisco,
sino ofreciendo soluciones revolucionarias a los problemas reales. Los que están
en la jugada de presentarnos como defensores del orden contra el comunismo
desnaturalizan la esencia del peronismo. Y, además, cometen una estupidez. Salvo
para los energúmenos que ven conspiraciones bolcheviques en cada lucha popular,
el comunismo avanza porque hay razones económico-sociales que así lo determinan.
Esas razonas no desaparecerán y se trata de ver quiénes darán las soluciones.
Los que piensan en “conciliaciones” entre las clases o en paternalismos
equilibristas están al margen del tiempo, como los que hablan de corregir los
“abusos” del capitalismo. Pero los que quieran dar soluciones, los que como
nosotros aspiran a mantener su vigencia como movimiento de masas, tienen que ir
al fondo de los problemas. No es posible enunciar aquí todas las cosas que
debemos hacer, pero para terminar con el drama argentino hay algunas que son
ineludibles, como ejemplo: dejar sin efecto convenios petrolíferos, eléctricos.
etc.; denunciar tratados militares y compromisos belicistas; expropiar las
instalaciones petrolíferas y demás bienes de los monopolios; expropiar a la
oligarquía latifundista y a los grandes empresarios industriales; expropiar los
bancos, puertos, servicios públicos; socializar grandes ramas de producción,
hacer una reforma agraria que respete las características de nuestro agro pero
que elimine muchas de las formas empresarias de explotación; planificar la
economía en escala nacional; nacionalizar la gran industria pesada; controlar
los sectores de la economía que deban mantenerse bajo el régimen de la propiedad
privada, etc., etc. Eso significa terminar con la democracia capitalista y
sustituirla por nuevas estructuras que reflejen el predominio de las fuerzas de
progreso, dirigidas por el proletariado. Es decir, que estaremos vulnerando el
"derecho" de la libre empresa, de la propiedad y otros valores igualmente
sacros: en otras palabras, seremos "comunistas". Los factores de poder y la
oligarquía en su conjunto nos consideran, desde ya, comunistas, porque nuestro
triunfo implica el advenimiento de las masas que exigirán soluciones y las
impondrán. Como dijo Perón: “las masas avanzarán con sus dirigentes a la cabeza
o con la cabeza de sus dirigentes”. Nosotros lo sabemos y la reacción también lo
sabe, así que los que se hacen los “ranas” no engañan a nadie, y menos a la
oligarquía, que tiene sensibilidad de sobra cuando se trata de que no lo toquen
sus privilegios. Los que quieren desempeñar el papel de "defensores del orden"
harán el deleite de los monseñores y de los espadones de moda, sirviendo de
preservativos por poco tiempo. O impulsamos el avance de las masas -y entonces
somos peligrosos y nos llamarán comunistas- o tratamos de frenarlas y entonces
ayudamos a sembrar la confusión durante un tiempo y luego nos barrerán como a la
demás resaca del orden caduco ocupando el partido comunista o quien sea, la
dirección que hemos desertado.
¿Qué piensa de la unidad de las fuerzas populares?
La unidad es indispensable y será un paso previo al triunfo popular. Lo
principal es para qué hacemos la unidad, cuales son los objetivos cercanos (como
por ejemplo las elecciones) y cuáles los grandes objetivos. Unidad para simple
usufructo politiquero, no. Sí, en cambio, para dar las grandes batallas por la
soberanía nacional y la revolución social. En la lucha contra el régimen es como
llegaremos más pronto a la unidad, forjada en la acción: dentro del régimen nos
esperan sólo frustraciones y derrotas, y pequeños triunfos que serán desastres.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
Izquierda
y cuestión nacional
Por Norberto Galasso
Publicado en Tesis 11 julio-agosto 2002
Ha transcurrido ya más de siglo y medio de la aparición del Manifiesto
Comunista, así como de la intensa lucha de los socialistas por un mundo
igualitario. En ese largo período, uno de los problemas más complejos que se
presentó fue la relación entre socialismo y cuestión nacional: la liberación de
los trabajadores respecto a la expoliación del sistema capitalista; la
liberación de los países coloniales y semicoloniales respecto a la opresión
imperialista. Hoy, en nuestra sufrida América Latina resulta conveniente
reflexionar sobre este problema.
En la Europa de 1848, países como Inglaterra y Francia habían consumado su
revolución burguesa. Eran países soberanos, donde el Estado Nacional, ya en
manos de la burguesía, había liquidado los vestigios feudales reemplazando las
diversas monedas, los diversos ejércitos y las diversas justicias, por una sola
moneda, un solo Ejército y una sola Justicia, liquidando, asimismo, las aduanas
interiores, lo que le había permitido unificar el mercado interno a nivel
nacional, relacionado a través de fluidas comunicaciones ya no obstaculizadas
por el particularismo de los feudos. Francia era una Nación entendida como una
comunidad estable de hombres y mujeres, que viven en una misma extensión
territorial, hablan el mismo idioma, mantienen vínculos económicos regulares y
se encuentran ligados por comunes lazos históricos y culturales. Al existir
instituciones con plena vigencia en ese territorio –desde el Poder Legislativo,
el Ejecutivo y el Judicial, así como las Fuerzas Armadas, estructura
educacional, de correos, etc.– no podía dudarse de la existencia del Estado
Nacional y de que la organización de la infraestructura económica capitalista
era el “orden constituido”, el statu quo, al cual todos los ciudadanos debían
someterse. Así, a nadie podía escapársele que Burguesía, Nación y Estado
Nacional implicaban Sistema Capitalista, de modo tal que cualquier prédica en
favor de la Nación, significaba la defensa del orden capitalista vigente. A su
vez, si Francia entraba en guerra por mercados con países rivales, su clase
dominante, al enarbolar el patriotismo o la nacionalidad, ocultaban la defensa
de sus míseros intereses capitalistas. Por esto, resultaba claro que siendo la
burguesía la clase opresora del proletariado, éste debía oponerse tanto fuera a
ese sistema económico, propio de la nación, como a las guerras que bajo la
bandera patriótica enmascaraban la defensa de la propiedad privada. De ahí la
clara posición internacionalista del Manifiesto Comunista, convocando a los
obreros del mundo a unirse para combatir contra la burguesía y su sistema
expoliador. De aquí, también, que toda conciliación con la burguesía o con sus
banderas patrioteras constituyera una claudicación para un socialista.
Sin embargo, Marx, en el propio Manifiesto –al tratar el caso alemán, donde la
revolución burguesa aún no se había concretado– advirtió que los socialistas no
podían actuar con la misma táctica que en Francia o Inglaterra, sino que allí
era necesario “luchar de acuerdo con la burguesía tantas veces como la burguesía
se revuelva revolucionariamente contra la monarquía absoluta, la propiedad
territorial feudal y la pequeña burguesía”, y en consecuencia, era posible
también coincidir, desde la propia perspectiva proletaria, con la lucha por las
tareas democráticas y nacionales aún pendientes. Más aún, Marx les advertía a
los socialistas alemanes que no podían copiar mecánicamente la táctica empleada
por sus compañeros ingleses o franceses, dado que las condiciones
económico-sociales y políticas de Alemania eran muy distintas.
Hoy es fácil comprender que Marx les anticipaba que cuando la burguesía
enfrentaba a la nobleza, si los socialistas utilizaban todo su poder ideológico
y político contra la burguesía, estarían haciéndole el juego a los nobles, es
decir, operarían como ala izquierda del sistema feudal dominante. Su posición
antiburguesa no favorecería, entonces, al nuevo mundo socialista sino al
mantenimiento del viejo orden feudal. En el caso concreto de una agrupación
llamada “Socialismo verdadero”, Marx denunciaba su posición
contrarrevolucionaria, según puede leerse en el Manifiesto.
Asimismo, señala cómo los socialistas deben mantener su lucha frontal contra el
enemigo principal -el Gobierno absoluto feudal- coincidiendo incluso con la
lucha de la burguesía, pero llevándola a cabo siempre desde su propio perfil
obrero, pues la revolución burguesa alemana, dado su atraso histórico,
seguramente podrá ser transformada en revolución socialista: “... la revolución
burguesa alemana no podrá ser sino el preludio de una revolución inmediata.”
(Antecedente de lo que Trotsky denominará “revolución permanente”). En suma, los
comunistas apoyan, en los diferentes países, todo movimiento revolucionario
contra el estado de cosas social y político existente”.
En estas pocas líneas, alerta acerca de un peligro gravísimo que se presentaría
luego a los socialistas de los países coloniales y semicoloniales: si se oponen
frontalmente a los movimientos nacionales de Liberación -tanto sea liderados por
la burguesía, como por sacerdotes como Khomeini en Irán, o por militares como
Lázaro Cárdenas en Méjico, Velazco Alvarado en el Perú, Torres en Bolivia o
Perón en la Argentina- ocurre que agitando consignas ultrarrevolucionarias se
colocan en la misma vereda de las viejas clases dominantes, oligarquías
agropecuarias o mineras y que incluso las mismas los reciban cariñosamente
porque la ayudan -por izquierda- a combatir al movimiento antiimperialista.
Esos movimientos populares de los países sometidos levantan banderas nacionales,
pero esa nación que reivindican es la nación sometida, esclavizada, saqueada por
el imperialismo. Por tanto, no constituye la defensa del orden constituido de la
semicolonia o colonia, sino, por el contrario, la subversión del orden. En ese
caso, el socialista no debe sumergirse en el movimiento nacional de liberación
cuyo proyecto, a veces, no va más allá de liquidar la influencia imperialista y
que incluso puede proponerse como objetivo el desarrollo de un capitalismo
nacional. Pero sí debe encontrarse en su misma vereda, claramente enfrentado a
los opresores -el enemigo principal: la alianza oligárquico-imperialista– con la
condición de mantener su independencia organizativa, ideológica y política.
Participará así de estos procesos de Liberación Nacional, intentando jugar un
rol importante en los mismos o liderarlos, si es posible. Si triunfa un
movimiento nacional no socialista, los socialistas participarán, sin embargo, en
esa derrota del imperialismo y continuarán luchando por el socialismo. Si, por
el contrario, el movimiento nacional dirigido por sectores burgueses o
bonapartistas claudica, la izquierda tendrá el derecho -como único aliado
consecuente- a liderar el frente antiimperialista para realizar la liberación
nacional y profundizarla hacia el socialismo.
Por el contrario, si se coloca a un costado de esa lucha o peor aún, si enfrenta
al movimiento nacional, haciéndole el juego al imperialismo, se desencuentra con
las masas populares y éstas, probablemente, recuerden, por mucho tiempo, que no
fue su amigo en los momentos más importantes de su lucha.
Por eso, cuando en l905, Lenin se encuentra ante el problema de diseñar una
táctica respecto a los partidos antizaristas, pero burgueses, levanta una
consigna clara: “golpear juntos, pero marchar separados”. Años después, cuando
desarrolla su tesis sobre el imperialismo, sostiene que hay “países dominadores
y países dominados” y que en estos últimos, la bandera patriótica es
históricamente progresiva. Luego, poco antes de morir, junto con Trotsky,
formulan una tesis para el Congreso de la III Internacional donde precisan la
diferente táctica a emplear en los países capitalistas desarrollados y en las
colonias y semicolonias. En los primeros, corresponde el frente único
proletario, es decir, de izquierda, uniendo a todos los partidos
anticapitalistas pues allí las tareas nacionales y democráticas se hallan
cumplidas y debe lucharse contra la burguesía, por el socialismo. En cambio, en
los países coloniales y semicoloniales, debe aplicarse la táctica del frente
único antiimperialista, en el cual es necesario participar con las banderas
propias e intentar acaudillarlo.
Por eso, Trotsky apoya, años más tarde, al General Lázaro Cárdenas cuando
expropia a las compañías imperialistas de petróleo: “El Méjico semicolonial
lucha por su independencia nacional, política y económica. La expropiación del
petróleo no es socialismo ni comunismo: es una medida profundamente progresiva
de autodefensa nacional. Marx no consideraba en modo alguno a Abraham Lincoln
como comunista. Esto no le impidió, sin embargo, manifestar su profunda simpatía
por la lucha que Lincoln dirigía... La lucha alrededor del petróleo mejicano es
una de las escaramuzas de vanguardia de los combates futuros entre oprimidos y
opresores”.
Hoy –cuando amplios sectores sociales de la Argentina se ponen en movimiento,
tomándole el gusto a las calles y las plazas de la participación- resulta muy
importante reflexionar sobre esta cuestión, especialmente porque no queda duda
del agotamiento de los que fueron, en otra época, importantes movimientos
nacionales.
Todo indica que en los próximos años, los socialistas no sólo deberán bregar por
consolidar una fuerza política con perfil propio, sino también ayudar a la
construcción de un Frente nacional de Liberación y pelear por su dirección. De
allí la polémica necesaria sobre estos temas, la elaboración de tácticas
correctas, en el mismo momento de la lucha concreta, en la búsqueda de un nuevo
canal por donde puedan transitar los sectores populares hacia ese mundo del
“hombre nuevo” del que hablaba el Che.
Buenos Aires, julio de 2002
Fuente: www.catedranacional.4t.com/Autores/Galasso/iznac.htm
Movilización
y revolución*
Por Jorge Enea Spilimbergo
El socialismo revolucionario, al formular la crítica a la izquierda cipaya
reformista y al aventurerismo ultraizquierdista, ha demostrado que el socialismo
revolucionario no se opone mecánicamente al movimiento espontáneo de las masas,
que en la Argentina se produce sobre el eje nacional-democrático del
yrigoyenismo y del peronismo; que él es, por el contrario, la culminación de un
vasto ciclo histórico que se remonta a la misma guerra de la independencia, pasa
por el federalismo artiguista y provinciano, el roquismo, el yrigoyenismo y el
peronismo. Hemos utilizado la categoría hegeliana de la "superación" para
definir nuestra relación con ese ciclo en general, con el peronismo en
particular, en el doble y contradictorio sentido de continuar y de negar.
En las cuatro banderas, condensamos tácticamente este punto de vista:
independencia económica, soberanía política, justicia social y poder obrero. Sin
poder obrero, aquellas tres se convierten en impotentes piezas de museo. Pero el
poder obrero subvierte los contenidos y alcances de las anteriores destruyendo
su asfixiante envoltura burguesa. La mariposa rompe la crisálida. Por eso
repetimos con el histórico Manifiesto que no formamos "un partido aparte" de la
corriente de la clase trabajadora sino que, en cada momento de su lucha,
establecemos el nexo entre los pasos actuales de ese movimiento y su destino
histórico.
Nuestra tarea presente consiste en establecer los mecanismos prácticos para
intensificar nuestro diálogo con la vanguardia del proletariado que ya conoce
nuestra trayectoria y nuestra devoción a las tradiciones del 17 de Octubre,
especialmente en los momentos de adversidad, como de frente único
peronista-socialista revolucionario en el seno del movimiento obrero, bajo la
común bandera revolucionaria del 45, sin que ello implique supeditación o
compromiso a direcciones burocráticas (políticas o sindicales) de derecha, de
centro o de izquierda.
En un sentido inmediato, el contenido de nuestro diálogo con las masas
peronistas y principalmente, con sus activistas sindicales, es el de los caminos
para una acción práctica efectiva. En un sentido general, la reflexión sobre las
limitaciones estructurales del peronismo y la autocrítica del proceso que
condujo a su caída en 1955, autocrítica que suministra todo un programa de
acción, pensamiento y organización revolucionarias.
Hemos hecho la crítica al legalismo, y hemos hecho la crítica al empleo no
revolucionario de la violencia, desde el golpismo al insurreccionismo.
Censuramos en todas estas formas, pese a su disposición, algo que las identifica
en último análisis: la separación burguesa entre la acción y la decisión
políticas, por un lado, y las masas por el otro. En consecuencia juzgamos de la
realidad revolucionaria de cada protagonista, según su capacidad para suprimir
este abismo o separación. Se trata, en suma, de incorporar a las masas a un
proceso vasto, vivo, multifacético y permanente de oposición activa al régimen,
con utilización plena de todos los medios tácticos y con estructuras
organizativas que centralicen y estimulen la iniciativa de las masas, y no que
las regimenten como materia de maniobra. Hemos insistido, particularmente, sobre
la necesidad de establecer un programa global de acción práctica, vinculando la
lucha económica con la lucha por las reivindicaciones políticas democráticas, en
el marco de la movilización nacional antiimperialista. Hemos así, resuelto
teóricamente, y resolveremos prácticamente, las antinomias de oposiciones sin
salida en que se sigue empantanando el pensamiento vulgar: legalismo capitulador
o aventurerismo que aísla y paraliza, etc.
Respondiendo a su necesidad objetiva, el programa histórico encarna en una
promisoria generación militante.
Villa Allende, Córdoba, agosto de 1964.
*Epílogo de Clase Obrera y Poder de Jorge Enea Spilimbergo (1964)
La presente digitalización esta tomada de la 4ª edición impresa: 1975 Ed.
Octubre.
Texto digitalizado por Fernando Lavallén
La
cuestión nacional*
Por Enrique Rivera
La formulación de la cuestión nacional efectuada por F.O. señalaba que ésta se
plantea en nuestra época como consecuencia de la crisis definitiva del sistema
capitalista mundial. Cierto ascenso capitalista nacional en los países
coloniales y semicoloniales, en estas condiciones, es considerado, valga la
metáfora, como el crecimiento de las uñas que continúa durante un tiempo en el
cadáver. Por eso, la cuestión nacional sólo podía ser resuelta por la clase
obrera; la buerguesía sólo podía acompañar por un tiempo el proceso; la
organización política independiente de la clase obrera era por ello fundamental
dentro del frente antiimperialista. Los populismos son, pues, insuficientes.
Pero de la formulación de que la cuestión nacional sólo puede resolverse por la
clase obrera políticamente organizada de modo independiente, como parte de la
lucha más amplia por el socialismo en escala mundial, no se desprende
automáticamente que la clase obrera consiga organizarse de tal suerte.
Significa, eso sí, que mientras esto no se produzca, la cuestión nacional estará
condenada a '' cortarse por la mitad'', a no resolverse y esto explica la
debilidad de los denominados populismos, es decir, grandes movimientos
nacionales y populares encabezados por dirigentes de la burguesía. Esta
debilidad se traduce históricamente en la desvirtuación y copamiento de los
populismos por el enemigo imperialista, que puede operarse total o parcialmente.
De todos modos, no puede de ningún modo prescindirse del denominado
''populismo'', puesto que en el denominado tercer mundo la lucha nacional no es
sólo patrimonio del proletariado, sino también de otras clases populares
(campesinado, etc.). El frente nacional antiimperialista continúa, pues, siendo
la estructura de la lucha. Más aún si tenemos en cuenta de que la clase obrera
únicamente puede llegar a su conciencia y organización política propias en esa
lucha y dentro de este frente. Los llamados clásicamente partidos obreros,
''socialistas'' y ''comunistas'', entendiendo por ellos la socialdemocracia
internacional y, digamos, el ''stalinismo'', no expresan la conciencia y la
independencia del proletariado nacional, sino a fuerzas internacionales, que
podríamos expresar sintéticamente en la palabra ''sinarquía''. Por supuesto,
incluimos a la llamada IV Internacional.
Expresado esto, corresponde ver más de cerca el período 1945-1950. Fue una
''fase fundacional y ascendente'' de los ''capitalismos indígenas burgueses
nacionales''? Esta fase no puede entenderse sino como un producto de la crisis
del capitalismo mundial. Precisemos. El capitalismo, como sabemos, es un sistema
condenado a la incesante expansión, horizontal y vertical. La razón de ello,
demostrada por R. Luxemburgo, es que necesita realizar la plusvalía y esto es
posible sólo absorbiendo, al modo de un vampiro, los modos de producción y
clases precapitalistas. El predominio que ha tomado en la década del 70 el
capital financiero y el crecimiento irresistible de los gastos militares, está
indicando que ya se ha llegado a un límite histórico y que, en adelante, el
capitalismo está condenado a sobrevivir como el pelícano, comiéndose sus propias
entrañas ( en realidad, primero comiéndonos a nosotros). A diferencia de épocas
o ciclos anteriores, el progreso tecnológico no le da solución, pues desemboca
en la automación, o sea en la liquidación de la clase obrera por liquidación de
esta misma; de ahí el incremento permanente de la desocupación. Pero esto mina
la base misma del sistema capitalista, es decir, la expropiación de ''valor''.
El capitalismo mundial ha tenido tres grandes ''crisis'' en este siglo: la
primera guerra mundial, de 1914-1918; la crisis de 1930; la segunda guerra
mundial. Y estamos en pleno curso de la cuarta, iniciada en la década del 70.
Las ha solucionado con la expansión incesante, que al mismo tiempo lo acerca más
al abismo final. Es durante esas grandes crisis que, en la hoy denominada
periferia, se han producido los movimientos nacionales. Al revés, en los
períodos de prosperidad entre ellas, estos se han debilitado.
Aquello que se denomina ''descomposición social y nacional'', no es sino la
consecuencia de la falta de soluciones a las tareas nacionales. La
industrialización nacional se detiene o incluso retrocede y el proletariado
industrial disminuye; aumentan en cambio, más parasitariamente, el sector
terciario y la llamada economía informal o cuentapropismo, etc. El capital
financiero deviene usurario; la especulación sustituye a la producción. Antes de
llegar a desarrollarse, el capitalismo nacional se descompone.
* Escrito: En 1985.
Digitalización: Por Pablo Rivera, 2002.
Edición electrónica: Marxists Internet Archive, noviembre de 2002, por cortesía
de Pablo Rivera.
Fuente: http://www.marxists.org/espanol/rivera/webdoc2.htm
VOLVER Al INICIO DEL CUADERNO DE LA IZQUIERDA NACIONAL
VOLVER A
CUADERNOS DEL PENSAMIENTO