El 1º de mayo
de 1909, en reclamo de una jornada laboral de ocho horas, la
FORA –organización obrera anarquista– marchó a Plaza Lorea (actual
Plaza Congreso). Con una terrible represión, la policía asesinó
a once obreros y hubo ochenta heridos. El coronel Ramón Falcón
era el jefe del operativo. Seis meses después, el joven anarquista
Simón Radowitzky vengó el asesinato de sus compañeros: con una
bomba ajustició a Falcón. Por el hecho pasaría 21 años en una
cárcel de Ushuaia. En 1936 viajó a España para luchar contra
el fascismo en la guerra civil española. Murió en 1956 en México.
Estigmatizado como delincuente por las clases dominantes, la
memoria popular reivindica a Simón Radowitzky como uno de los
tantos luchadores sociales silenciados por la historia oficial.
"Mil y mil veces maldita tierra aborrecida del crimen, del sufrimiento
y del sicario. Bajo el azote helado de tus huracanes gime el hombre;
la angustia roe las almas de las víctimas; los abnegados, los Radowitzky,
agonizan, mártires de la chusma del máuser, y, sobre el hórrido concierto
de sollozos, se oye, siniestra, la carcajada del verdugo."
Así comenzaba un volante del diario anarquista La Protesta, para el
1º de Mayo de 1918, el Día de los Trabajadores. Estoy en Ushuaia, en
el edificio del antiguo penal, y hablo sobre Simón Radowitzky ante una
concurrencia formada principalmente por gente joven. Nunca hubiera soñado
antes que iba a tener esa posibilidad. En los años setenta publiqué
un libro que se titulaba Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?, que fue
a parar a la hoguera de la dictadura de los Videla y Massera. ¿Quién
era ese Simón Radowitzky que había sido una figura legendaria del movimiento
obrero en las tres primeras décadas de este siglo y que había pasado
veintiún años de su vida en la cárcel, la mayoría de ellos en el penal
de Ushuaia, una de las páginas más negras de la historia penal del género
humano de la cual tendríamos que avergonzarnos los argentinos? Y que
se mantuvo no sólo durante el gobierno de los conservadores liberales
sino también durante los tres gobiernos primeros del radicalismo. Los
que más cantaron a Simón Radowitzky, llamado el "mártir de Ushuaia",
fueron los payadores criollos en los mitines y asambleas obreras.
Documental
Simón, el hijo del pueblo
Titulo original:
Simón, el hijo del pueblo (Argentina-2013). Género: Documental (73 Min.) Elenco: Osvaldo Bayer, Julián Goldman Director: Rolando Goldman, Julián Troksberg Guión: Rolando Goldman y Julián Troksberg Fotografía: Adrián Cossettini, Lucas Nieto
Sinopsis: El 1º de mayo 1909 la represión policial avanza
sobre una multitudinaria marcha anarquista, dejando muertos
y heridos. Unos meses más tarde, el carruaje de Ramón Falcón,
el jefe de policía que comandó la represión, explota y vuela
por el aire. Por el atentado es detenido un joven ucraniano:
Simón Radowitzky.
Clic en la imagen para
ver la película completa en Youtube.
"Traigo aquí para Simón este manojo de flores, del jardín de los dolores del alma y del corazón: traigo para aquel varón valiente y decidido, este manojo que ha sido hecho con fibras del alma, en un momento sin calma de rebelde convencido."
Así cantaba el payador Manlio
por la década del veinte.
Es que Simón había corporizado
la violencia de abajo al matar de un preciso bombazo al jefe de policía
coronel Ramón L. Falcón después que éste reprimiera brutalmente la manifestación
obrera del 1º de Mayo de 1909. Ese día ocurrirá la más grande tragedia
obrera hasta ese momento de nuestra historia social. La policía montada
al mando del comisario Jolly Medrano, después de que sonara el clarinazo
de ataque ordenado por el propio coronel Falcón, se lanza sobre las
columnas obreras en la Plaza Lorea. Parece una estampa de la Rusia imperial
cuando los cosacos atacaban concentraciones de famélicos proletarios
en San Petersburgo o en Moscú. En la historia de las represiones obreras,
la del coronel Falcón quedó como una de las más cobardes y alevosas.
En un primer momento se cuentan treinta y seis charcos de sangre. Para
explicar el drama, el militar traerá el argumento que todavía hoy se
emplea en la Argentina: le echa la culpa a los "agitadores". Seguirán
días de paro general proclamado por la FORA que tendrá un desarrollo
muy violento. Esos días continuará la brutal represión y se seguirán
sumando los muertos. Los obreros no se rinden porque:
"Los tiempos ya terminaron en que hubo feudales bravos que agarraban a los esclavos y fiero los azotaron ¡Hoy no! Ya se rebelaron, Y ese hombre hoy, febril y ardiente cuando ve que un prepotente burgués quiere maltratarlo: cara a cara ha de mirarlo, cuerpo a cuerpo y frente a frente!"
Así
fue. Ese joven judío de apenas 18 años, obrero metalúrgico, esperará
al coronel Falcón y pondrá fin a la vida del orgulloso militar que era
todo un símbolo para los hombres de uniforme: Falcón había sido el cadete
número uno recibido en el Colegio Militar creado por Sarmiento. Simón
trata de suicidarse pero es capturado, condenado a muerte y luego, como
es menor de edad, a prisión perpetua a cumplir en el penal de Ushuaia,
con el agravante de que cada año, en oportunidad de cumplirse cada aniversario
de su atentado contra Falcón "deberá ser llevado a reclusión solitaria
a pan y agua durante veinte días", como dirá la sentencia.
En la prisión, sólo comparable con la de la Isla del Diablo, Radowitzky
se convertirá en el "mártir de la anarquía". Será un místico de la resistencia
y del altruismo con los demás presos. Protagonizará una huida legendaria
a través de los canales fueguinos hasta que es capturado por un buque
de guerra chileno y entregado a los carceleros argentinos. Todos los
castigos inimaginables serán entonces para él. Aunque enfermo de tuberculosis,
el clima del extremo sur y el aislamiento no lo amedrentan y sigue siendo
el defensor de los demás presos para quienes Simón es una personalidad
mística y al que admiran casi con respeto religioso.
Sus compañeros de ideas
de todo el país no lo abandonaron en ningún momento. Miles de mitines
y su nombre siempre en la primera página de sus publicaciones. Hasta
que en 1930, Yrigoyen firmará el indulto. Pero el gobierno radical no
se aguanta al carismático atentador en territorio argentino y lo expulsa
al Uruguay. Allí será detenido y poco después soportará presidio en
la isla de Flores. Hasta que en 1936, ya en libertad, marchará a la
Guerra Civil española a luchar contra el fascismo de Franco. Morirá
en México en 1956 mientras trabajaba de obrero en una fábrica de juguetes,
el mejor oficio que puede tener un ser humano.
Me paseo por las celdas del presidio de Ushuaia, cuarenta años después
de la muerte del "santo de la anarquía". Los muros del oprobio. Oprobio
que años después se iba a trasladar a los dominios de otros carceleros
con uniforme militar: los campos de concentración de los Bussi, los
Menéndez, los Camps. Pienso en estos verdugos cuando atravieso el portón
de salida del ex presidio austral. Y me consuela un pensamiento que
me asalta en ese momento. Esos tres jamás tuvieron juglares criollos
que les cantaran. De Radowitzky quedan los recuerdos de esas coplas
del auténtico pueblo:
"Simón, la fe no desmaya y el pueblo sí que resiste te ha de sacar, Radowitzky, de las mazmorras de Ushuaia."
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
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Monumento
a Ramón Falcón en Buenos Aires y pintada anarquista.
(APe).- Simón Radowitzky tenía sólo 18 años cuando arrojó una bomba
humeante al piso del carruaje en el que viajaba Ramón Falcón (54), jefe
máximo de la policía de la Capital Federal. A fines de 1909, la llamada
República del Centenario era un claroscuro de bronces y guirnaldas y
sangre humana entre los adoquines de las calles.
Ramón Lorenzo Falcón, blanco de aquel atentado mortal que también costó
la vida a su secretario, tenía una abultada foja de servicios represivos
cumplidos. Había empezado como subteniente de Ejército, acompañando
al presidente Sarmiento a sofocar al rebelde López Jordán. Tras la rendición
de la ciudad de Córdoba, se desplazó al sur de esa provincia a combatir
“a la indiada”. De allí –siempre siguiendo el hilo conductor represivo-
marchó a la frontera sur bonaerense, participando de la llamada Campaña
al Desierto. A la vuelta de esa masacre, comandó un regimiento de artillería
en la contienda entre autonomistas y mitristas, disparando sus cañones
en Corrales y Puente Alsina, aunque por estar del lado equivocado (es
un decir), sufrió la baja del Ejército. Pasó entonces a ser comisario
de la policía bonaerense. Muy pronto lo nombraron Jefe del Batallón
Guardiacárcel (sic). Hizo un viaje de estudios (represivos) a Europa
y a la vuelta lo llamaron para sofocar la Revolución del Parque. Allí
fue tomado prisionero por lo insurgentes y entró en un cono de sombra
hasta que en 1891 el presidente Pellegrini aprobó su reingreso al Ejército,
con el grado de teniente coronel. Comenzó entonces su ciclo como legislador.
Fue senador provincial y después diputado nacional, con un breve interregno
represivo (no podía faltar) en 1893. Así llegó al siglo XX. Ascendido
a coronel en 1906, se hizo cargo de la jefatura de policía de la ciudad
de Buenos Aires. Ya no quedaban “indios” en la frontera. Ahora, el enemigo
interno era otro.
Recortes de Caras & Caretas
El 20 de noviembre de 1909, Caras y Caretas dedica su tapa y diez páginas
al asesinato del coronel Falcón. La cobertura es básicamente gráfica
y el juego (o la tensión) entre fotos y epígrafes sugiere que había
criterios encontrados en la redacción de la revista. “Charco de sangre
donde el jefe de policía fue curado de primera intención”, dice un epígrafe.
Alrededor del charco posa un grupo de niños, casi sonrientes, mirando
a la cámara. Luego se ve el frente del local de La Protesta, periódico
anarquista asaltado por “un grupo de ciudadanos (sic), quienes empastelaron
la imprenta y destruyeron las máquinas”. Más adelante, fotos del multitudinario
cortejo fúnebre que acompañó los restos de Falcón hasta el cementerio
de la Recoleta. La cobertura cierra con fotos de un álbum familiar:
los padres de Falcón, su esposa prematuramente fallecida, el dormitorio
con la cama de bronce, junto a un teléfono a manivela (lo que no es
tan raro, ya que se trataba del jefe de policía). Y Falcón con fez (el
sombrero turco que le gustaba). Y Falcón sonriente. Y serio. Y con niños.
ACRATAS. Duración 73 minutos. Acratas
quiere decir anarquistas. Anarquistas fueron muchos de los
inmigrantes que arribaron a las costas del Río de la Plata
a comienzos del siglo XX. Anarquistas fueron aquellos que
lucharon por ideales libertarios, en contra de un estado
elitista y represor. Acratas, la película, hace foco en
aquellos revolucionarios, silenciados, torturados, asesinados. La directora uruguaya Virginia Martínez elige centrarse
en algunos de estos anarquistas, y entrecruzar sus vidas,
para dar cuenta tanto del movimiento en el que participaban
(con sus contradicciones internas y disputas sobre formas
de actuar), como de la época en la que se enmarca, atravesada
por la belle epoque, el granero del mundo, las masas radicales,
y los primeros gobiernos de facto. Fuente:
agoratv
De ese número de noviembre
de Caras y Caretas pasamos a otro editado seis meses antes, con las
imágenes de la “tragedia” (así la llamaron) del Primero de Mayo de 1909,
cuando la policía al mando del coronel Falcón reprimió con ferocidad,
a balazos y sablazos, a una manifestación obrera que homenajeaba en
la Plaza Lorea a los Mártires de Chicago y exigía la implantación de
la jornada laboral de ocho horas.
“Momento en que cayó el anciano Miguel Bosch –leemos en un epígrafe-
y el ruso Reniskoff (sic), que falleció en el hospital”. Allí también
hay niños que miran a la cámara, pero serios. Y hay uno que sostiene
la cabeza de Reniskoff, y pide ayuda. “José Silva, español, 24 años,
dependiente de una tienda de Pergamino: una bala en el occipucio. Al
caer muerto”. “En la esquina de Avenida y Solís. El cadáver de Juan
Semino, electricista, 19 años, domiciliado en La Plata”. “Inocencio
Quiroz, 15 años, español, dos balazos en la pierna izquierda”. “Manuel
Cereda, 16 años, italiano, pierna derecha”. “Salvador Tafani, 18 años,
argentino, muslo derecho”. “Timoteo Fernández, 17 años, español… Juan
Gradillo, 18 años, argentino…Pedro Firming, 22 años, alemán…”
También se tomaban fotos ambientales en el lugar de la masacre: “El
sombrero de Eguren, mortalmente herido”. “Una galera y dos gorras dejadas
también por los fugitivos”. “Banderas abandonadas en la fuga”. “Limpiando
la sangre en Avenida, entre Solís y Entre Ríos”…
La cuenta oficial de víctimas fue de 11 muertos y 40 heridos, aunque
los periódicos anarquistas y socialistas denunciaron mucho más.
Puesto que un gran responsable
de la masacre era el jefe de policía, fue un clamor popular en los meses
que siguieron, el pedido de renuncia y enjuiciamiento de Falcón. La
respuesta del presidente Figueroa Alcorta (muy coherente, ya que era
el máximo responsable político) fue terminante: "Falcón va a renunciar
el 12 de octubre de 1910, cuando yo termine mi período presidencial".
Semblanza de un militante
Poco se puede contar -que no se haya contado ya, y en detalle- de la
vida de Simón Radowitzky, aquel joven herrero (había empezado como aprendiz,
a los 10) que quiso vengar a sus hermanos asesinados el Primero de Mayo
de 1909 por los cosacos y fusileros del coronel Falcón.
Caras
y Caretas, 15 de mayo de 1909, cobertura de la represión del 1º de mayo de 1909, con abundantes
imágenes Clic para
descargar la revista en pdf.
Comencemos por decir que
ni documentos de identidad tenía. No sabían cómo juzgarlo por no poder
confirmar su edad. El fiscal le daba 25 o 30, porque quería que lo condenaran
a muerte. Pero llegó una partida de nacimiento, desde Ucrania, donde
decía que se llamaba Szymon Radowicki, nacido en 1891. Siendo menor,
sólo pudieron condenarlo a cadena perpetua. Pero además, el juez agregó
que debía castigárselo por 20 días seguidos, cada año, con reclusión
en soledad y dieta de pan y agua.
Dado que la Penitenciaría
de la calle Las Heras fue considerada “insegura”, se lo envió al penal
de Ushuaia. Allí fue sistemáticamente golpeado, torturado e incluso
violado por guardiacárceles, quienes no pudieron evitar que se convirtiera
en el líder valiente y puro del penal. Cualquier demanda o reclamo de
los presos, allí estaba Radowitzky. Intentaron sobornarlo, comprarlo.
Cualquier beneficio que le otorgaron, incluso sueldos por su trabajo
de herrero, lo destinaba a los más necesitados.
Todas las gestiones ante el presidente Yrigoyen para conseguir el indulto
fueron infructuosas, pero en el año ’30, al producirse el naufragio
del paquebote Cervantes frente a Ushuaia, un periodista del diario Crítica
que viajó hasta allí pudo hacerle un breve reportaje, que conmovió a
la opinión pública del país. Fue entonces cuando Yrigoyen firmó el indulto,
tras 21 años de cautiverio. Sin embargo, lo obligó a abandonar la Argentina.
Invitado por anarquistas uruguayos, Radowitzky se radicó en Montevideo.
Pero su prédica y su presencia incomodaron al presidente Terra, que
pidió que le aplicaran la Ley de Extranjeros Indeseables. Sus compañeros
le solicitaron que no abandonara el país, para poder sostener la lucha.
Entonces, le fue dictado un arresto domiciliario. Pero Radowitzky no
tenía domicilio, de modo que fue a parar nuevamente a la cárcel, por
varios meses.
Al estallar la guerra civil en España, se alistó en las Brigadas Internacionales.
Combatió primero en el frente de Aragón y luego, por su deteriorada
salud, pasó a desempeñar tareas en la retaguardia republicana, en Valencia.
Tras la victoria franquista, marchó a México, trabajando en una delegación
consular uruguaya (por gestión de un compañero) y también como obrero
en una fábrica de juguetes. Murió el 4 de marzo de 1956, a los 65 años,
de un ataque cardíaco.
Actualmente, algunas calles de la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano
bonaerense llevan el nombre de Ramón Falcón. Todavía no hay ninguna
que se llame Radowitzky. No obstante, desde hace décadas, jóvenes libertarios
tienen la costumbre de escribir con aerosol, sobre las oxidadas chapas
y señales de la calle Ramón Falcón, el nombre de Simón Radowitzky, recordándonos
que hubo un luchador solitario y solidario que honró el Primero de Mayo
y que honró a sus mártires. Es el ejercicio social de la memoria.
El 1º de mayo de 1909, los gremios anarquistas y socialistas decidieron
conmemorar en reuniones separadas el día de lucha de los trabajadores.
Los socialistas lo hicieron en Constitución y los anarquistas en la
Plaza Lorea, frente al Teatro Liceo, a pocos metros del Congreso.
Desde temprano comenzaron a llegar las familias obreras con sus banderas
rojas y negras dispuestas a homenajear a los mártires de Chicago. Protestaban
contra la desocupación, los bajos salarios y la indiferencia del gobierno
ante los problemas sociales de la mayoría de la población. Durante el
acto se sucedieron en el uso de la palabra encendidos oradores, hombres
y mujeres que invitaban a la rebelión y a organizarse para cambiar la
sociedad.
El coronel Ramón Falcón, jefe de la Policía, desde su auto, observaba
atentamente la reunión. Muchos manifestantes lo insultaron al reconocerlo
y volaron algunas piedras. Falcón dirigió personalmente la represión
y dio la orden a la policía montada, al mando del comisario Jolly Medrano,
jefe del Escuadrón de Seguridad, de dispersar la manifestación a sablazos
y balazos.
El reportero del diario
La Prensa escribía que Falcón se bajó del auto y dijo: “Hay que concluir,
de una vez por todas, con los anarquistas en Buenos Aires”, y recurriendo
a la obediencia debida, agregó que eran instrucciones del ministerio
del Interior. Tras la orden del comisario, comenzó la masacre. El saldo
fue de once obreros muertos y ochenta heridos, entre ellos, varios niños.
(…)
Radowitzky
Por Rodolfo
González Pacheco
La Revolución, como las mujeres, tiene esposos, hombres
serios, que la aman y la fecundan; pero su amor, lo que
se llama el amor, será siempre de los jóvenes. De estas
flores de la vida corona ella sus crenchas alborotadas.
Ni el sabio que le da hijos, ni el artista que proclama
su majestuosa belleza, ni el obrero que la defiende peleando,
con serle queridos todos por serenos, gentiles y bravos,
son amados en la forma que ama ella a la juventud, a los
muchachos revolucionarios. ¿Por qué?... Por lo que aman las mujeres: su propio amor
ama en ellos. Su primer novio que en el dintel del mundo,
joven y bello, murió por ella a manos del primer verdugo.
¡De entonces a hoy, todos los jóvenes que a sus pies deponen
el tesoro sagrado y sin precio -su libertad y su sangre-
son aquél, son ése! Y ellos ¿qué aman en ella?... La misma cosa; su propio amor.
Interrogedles y veréis que os dicen que apenas si la conocen.
Cierta noche, sobre un libro que leían sin entender, vieron
su nombre y les pareció lo único allí luminoso; la amaron.
Cierta tarde, paseando, les cortó el paso una insurrección
del pueblo; a la cabeza iba ella, tal como la habían soñado,
severa, trágica, con las pupilas llameantes; la siguieron.
Otro día creyeron oír sus voces rugidoras e iracundas a
través de los muros de una cárcel; la rondaron. Y, lo mismo
que ella a ellos, desde entonces vivieron para invocarla,
suscitaría, libertaría. Este, y no otro, nos parece el misterio de ese amor, secreto
lazo ¡rompible, que ata a los jóvenes a la Revolución. La
bomba que ellos arrojan es la voz con que la invocan; el
incendio que propagan es la seña que le hacen para que se
guíe hasta elbs; y la sangre que gotean sus carnes martirizadas,
son las flores que le siembran para que ella las recoja
y adorne sus crenchas ásperas. ¿Comprendéis?... otros la
aman como esposos; ellos la aman como novios. La Revolución de aquí, tiene también su amador fiel: ese
es Simón Radowitzky, el niño héroe. Ahora es hombre, pero
su corazón anarquista permanece adolescente. ¡Cómo la ama;
con qué fuego inextinguible desde su cautiverio de eternas
nieves! ¿Y ella?... ¿Le habrá olvidado?... ¡Ah, revolucionarios,
revolucionarios! Hay que erguir la Revolución en la Argentina
por la libertad y la vida del primer novio de la anarquía!
¡Por Simón Radowitzky!
[Publicado en La Protesta]
El 4 de mayo, más de 60.000
personas se concentraron frente a la morgue, esperando la entrega de
los cadáveres, para acompañarlos hasta la Chacarita. En un acto de barbarie
sin precedentes hasta el momento, pero que se tornará una tradición
de aquí en adelante, la policía le arrebató los féretros a las familias
obreras para impedir que se concretara el multitudinario cortejo fúnebre.
Los “cosacos” dispersaron a la mayoría, pero 4.000 aguerridos militantes
lograron llegar hasta el cementerio. A la salida, integrantes de la
comisaría 21 volvieron a balear a los obreros.
Mientras tanto, en la Casa Rosada, dirigentes de la Bolsa de Comercio
le rendían tributo al “heroico” coronel Falcón, que estaba siendo felicitado
por el presidente José Figueroa Alcorta.
Inmediatamente las dos centrales sindicales, la UGT socialista y la
FORA anarquista, convocaron a la huelga general y exigieron justicia
y la expulsión de Falcón de la jefatura de Policía. La respuesta del
gobierno fue la confirmación de Falcón con todos los honores. Durante
toda esta “Semana Roja”, como se la conoció, la huelga fue total. Entre
los presentes en el acto de Plaza Lorea se encontraba un joven anarquista
ruso llamado Simón Radowitzky.
Había nacido en Kiev, Ucrania, en 1891. Con sólo catorce años de edad,
Radowitzky participó activamente en las protestas y sublevaciones de
1905, conocidas en la historia como la primera revolución rusa. Huyendo
de las persecuciones zaristas, llegó a la Argentina en marzo de 1908
y entró inmediatamente en contacto con los círculos anarquistas locales.
Según cuentan los que lo conocieron, quedó profundamente impresionado
por la represión de mayo de 1909 desatada por Falcón. Comentaba que
la policía montada les recordaba a los cosacos zaristas que con sus
sables dejaban un tendal de obreros muertos en las concentraciones anarquistas
de Rusia.
Radowitzky asistió a las reuniones que condenaban la acción de Falcón
y la actitud del gobierno que le aseguraba impunidad al comisario, acercándose
a los grupos que propiciaban “la propaganda por el hecho”, partidarias
de la acción directa y de planificar el “ajusticiamiento” del coronel
Falcón.
Tras varios meses de preparativos, todo estaba listo la mañana del 14
de noviembre. El joven Simón salió poco antes de las once de su casa
de la calle Andes 394. Tomó el tranvía 17 y descendió en la esquina
de Callao y Quintana. Caminó por Quintana hacia el cementerio de la
Recoleta y esperó unos minutos. De pronto vio salir un coche Milord.
En su interior, el coronel Falcón charlaba con su secretario, Juan Lartigau.
La conversación lo tenía tan ensimismado que no advirtió la extrema
cercanía de aquel joven vestido de negro, que sin mediar palabras le
arrojó un paquete que fue a dar al piso del coche entre sus piernas.
Falcón no tuvo tiempo de reaccionar, un terrible estruendo rompió el
rodado y lo arrojó junto a su acompañante sobre el empedrado de Quintana.
Sus piernas quedaron destrozadas al igual que las de Lartigau. Para
cuando llegó la asistencia pública, los dos estaban prácticamente desangrados.
Fueron trasladados de urgencia al Hospital Fernández, donde morirían
horas después.
Tras arrojar la bomba, Simón Radowitzky corrió por Callao hacia el Bajo,
pero fue perseguido por policías y civiles que lo arrinconaron contra
una obra en construcción. Al verse acorralado, extrajo un revólver y
tras gritar con un inconfundible acento ruso “viva la anarquía”, se
disparó un tiro sobre la tetilla izquierda. Los nervios le jugaron una
buena pasada y sólo se produjo heridas leves. Tras el disparo sus perseguidores
se arrojaron sobre él y lo condujeron casi a la rastra hasta la comisaría
15, donde fue salvajemente torturado en sucesivos interrogatorios. Radowitzky
se negó a hablar y sólo decía: “tengo una bomba para cada uno de ustedes”
y “viva la anarquía”. Nunca dirá el nombre de los compañeros que colaboraron
en el atentado. Con el tiempo se supo que fueron al menos cuatro.
Cuando todo indicaba que iba a ser sumariamente condenado a muerte,
un tío de Simón, Moisés Radowitzky, de profesión rabino, aportó su partida
de nacimiento que determinaba que era menor de edad, lo que evitó el
fusilamiento. Se sustanció un proceso de una rapidez inusitada para
los tiempos de la justicia argentina y se dictó una sentencia que no
registraba antecedentes: se lo condenó a prisión por tiempo indeterminado
y a ser sometido a pan y agua durante veinte días cada año al cumplirse
los aniversarios del atentado.
Tras una breve estadía en la Penitenciaría Nacional de la calle Las
Heras y tras un intento de fuga, fue trasladado al penal de Ushuaia,
donde permanecerá hasta 1930, tras 21 años de prisión, transformándose
en un símbolo para el movimiento obrero anarquista que no dejará jamás
de luchar por su libertad.
Fuente: Felipe Pigna, Los mitos de la historia argentina 2.
Ese primero de mayo de 1919 amaneció frío pero con sol; luego hacía
el mediodía se iría nublando como presagiando tormenta. Tormenta que
no sería de truenos y relámpagos sino de balazos, sangre y odio.
Los diarios no traían muchas novedades, salvo el nacimiento de Juliana,
la princesa heredera de Holanda, y del estreno en el Odeón de “Casa
paterna” con Emma Grammática como primera actriz. Pero más de un lector
habrá leído con un poco de zozobra dos pequeños anuncios que parecían
tener pólvora en cada una de sus letras. Se anunciaban dos actos obreros:
uno organizado por la Unión General de Trabajadores (socialistas), que
cita a las 3:00 p.m.: hablarán A Mantecón y Alfredo L palacios: el otro,
es el de la FORA (anarquista) que invita a la concentración en Plaza
Lorea para marchar por Avenida de Mayo, Florida hasta Plaza San Martín
y de allí por Paseo de Julio hasta la Plaza Mazzini.
Con los socialistas no va a pasar nada, ya es sabido, pero… ¿y los anarquistas?
El país vive una situación interna bastante difícil. Gobierna Figueroa
Alcorta un mundo que se va y una irrupción incontenible: la masa de
la nueva raza argentina, la inmigración y sus descendientes. Las bombas,
el cientificismo, las ideas económicas, todo repercute en Buenos Aires
que se está estirando cada vez más, que cada vez más se parece a una
ciudad Europea.
Carta
abierta al Partido Comunista y a la CGT (Uruguay)
Cárcel Central,
22 de abril de 1936
Al Partido Comunista y la Confederación Nacional del Trabajo.
Tengo conocimiento que en su propaganda y sus carteles hacen
figurar mi nombre reclamando mi libertad. Como anarquista me dirijo a vosotros: declaro que no quiero
ser instrumento de propaganda de ningún partido político,
inclusive del Partido Comunista cuya adhesión a la política
del gobierno ruso es absoluta. En nombre de los anarquistas presos en las cárceles y en
Siberia Soviética, en nombre de las agrupaciones anarquistas
destruidas y cuya propaganda ha sido prohibida en Rusia,
en nombre de los camaradas fusilados en Cronstadt, en nombre
de nuestro camarada Petrini que fue entregado por el gobierno
soviético al fascismo italiano, en nombre de la Federación
Obrera Regional Argentina y la Federación Obrera Regional
del Uruguay y en nombre de nuestros camaradas muertos en
la cárceles por el gobierno bolchevique y como protesta
por las calumnias y difamaciones de nuestros camaradas Kropotkine,
Malatesta, Rocker, Fabbri, Makhno, et., et., declaro que
como anarquista rechazo todo vuestro apoyo que representa
una indigna explotación que hacen los jefes bolcheviques
del partido y la CGT del generoso sentimiento de solidaridad
que me presta la clase trabajadora.
Simón Radowitzky, Montevideo.
[Publicado en Revista futuros Nº 7 / Río de la Plata primavera-
verano 2004-2005]
Enseguida después de mediodía
La Plaza Lorea comienza a poblarse de gente extraña al centro: mucho
bigotudo, con gorra, pañuelo al cello, pantalones parchados, mucho rubio,
algunos pecosos, mucho italiano, mucho ruso y bastantes catalanes. Son
los anarquistas. Llegan las primeras banderas Rojas: ¡Mueran los burgueses!
¡Guerra a la burguesía! Son los primeros gritos escuchados. Llegan estandartes
rojos preferentemente con letras doradas. Son las distintas “asociaciones”
anarquistas. A las 2 de la tarde la plaza ya está bien poblada. Hay
entusiasmo, se oyen gritos, vivas, cantos y un murmullo que va creciendo
como una ola. El momento culminante lo constituye la llegada de la asociación
anarquista “Luz al Soldado”. Parece ser la más belicosa. Han llegado
por la calle Entre Ríos y según los partes policiales a su paso han
roto vidrieras de panaderías que no cerraron sus puertas en adhesión
al Día del Trabajo, han bajado a garrotazos a guardas y motoristas de
tranvías y han destrozado coches de plaza y soltado los caballos.
Pero falta la otra piedra del yesquero para que se origine la chispa.
En avenida de Mayo y Salta se detiene de improvisto un coche. Es el
coronel Ramón Falcón, jefe de policía. La masa lo reconoce y ruge: ¡Abajo
el coronel Falcón! ¡Mueran los cosacos! ¡Guerra a los burgueses! Las
banderas y los estandartes se agitan.
Falcón se yergue. Su rostro impasible mide la masa. No es un gesto de
cinismo no de compadrada. En ese momento está calculando las fuerzas
enemigas, como un general en la batalla. Falcón es un militar de los
de antes, un sacerdote de la disciplina. Severo, impertérrito, incorruptible,
“Es un perro”, dirán los subordinados que pertenecen a la categoría
de los flojos. Pero lo dirán con miedo. Falcón, en una oportunidad,
como única respuesta a un petitorio de suboficiales de policía, los
reúne a todos en el patio del departamento central, le arranca las jinetas
al cabecilla y lo saca a empujones a la calle para que nunca más vuelva.
Así es Falcón. Es viudo, sin hijos, no tiene vicios ni lujos. No habla
nunca de sí mismo. Sólo de vez en cuando le gusta decir que él es descendiente
de moros y que su apellido tiene dos cualidades guerreras: falcón es
una especie de cañón usado antiguamente y a la vez quiere decir halcón.
Ahí está el hombre enjuto, sin carnes, de mirada de halcón frente a
esa masa que a su criterio es extranjera, indisciplinada, sin tradiciones,
sin orígenes, antiargentina.
Los insultos caen sobre el rostro de Falcón como una lluvia fina que
apenas moja. Hay oficiales que se muerden los labios de rabia por no
poder emprenderla a palos contra la turba. Falcón habla brevemente con
Jolly Medrano, jefe del escuadrón de seguridad, y se retira. Minutos
después ocurre el choque. Como siempre, las versiones serán contradictorias.
La policía dirá que fue atacada por los obreros y los obreros dirán
que la represión comenzó sin previo aviso. Pero lo cierto es que el
es una de más grandes tragedias de nuestras luchas callejeras. Alguien
prende la mecha y dispara un tiro. Se desata el tiroteo. Se lucha a
balazo limpio. Ataca la caballería. Los obreros huyen, pero no todos.
Hay algunos que no retroceden, ni siquiera buscan el refugio de un árbol.
Luchan a cara limpia. Es una época donde muchos son los trabajadores
que quieren ser mártires de las ideas.
Después de media hora de pelea brava la plaza queda vacía. El pavimento
esta sembrado de gorras, bastones, pañuelos… y 36 charcos de sangre.
Son recogidos tres cadáveres y 40 heridos graves. Los muertos son: Miguel
Bech, español, de 72 años, domiciliado en Pasco 932, vendedor ambulante;
José Silva, español, de 23 años, Santiago del Estero 955, empleado de
tienda, y Juan Semino, argentino, de 19 años, peón de albañil. Horas
después morirán Luís Pantaleone y Manuel Fernández, español, de 36 años,
guarda de tranvía. Los heridos son casi en su totalidad de nacionalidad,
española, italiana y rusa.
La
conmoción de la ciudad es tremenda. Falcón no se duerme, hace detener
de inmediato a 16 dirigentes anarquistas y clausura todos los locales
de esa tendencia. La policía informa que llama la atención la forma
en que han actuado los elementos rusos que forman parte de la masa cosmopolita
de obreros. En el sumario policial han sido agregados manifiestos escritos
“En lengua hebrea que encierran una propaganda violentísima”. Según
la policía “se aconseja en ellos el asesinato y saqueo de la masa pública”.
Y para dar más verismo a estos asertos, se informan oficialmente cosas
como está: “al herido Jacobo Besnicoff, ruso de 22 años, no se le pudo
tomar declaración porque no sabe castellano”
El sector obrero también reacciona: los socialistas se unen a los anarquistas
y declaran el paro general por tiempo indeterminado. Lo levantarán solamente
si renuncia Falcón. Todo el ataque se centra en el jefe de policía.
La población, ese domingo, espera con temor el día siguiente. Se dice
que reinará el terror en las calles, que los anarquistas no permitirán
que nadie cumpla con su trabajo.
Pero en la mañana del lunes nace una esperanza: los diarios aparecen
igual a pesar de que la Federación Gráfica Bonaerense se ha adherido
al paro. Es decir, el gobierno ha logrado romper ya la unidad de movimiento.
A medida que avanzan las horas se va notando que el paro sólo tiene
un éxito parcial. Se suceden los hechos de violencia: motoristas de
tranvías con atacados y malheridos y un capataz de la playa de los mataderos
es asesinado por los huelguistas. En Cochabamba 3055 es asaltada la
fábrica Vasena por un grupo de obreros, pero éstos son rechazados. Cinco
mil personas se agrupan frente a ka morgue para reclamar los cadáveres
de los anarquistas muertos.
Ante el pedido obrero de que renuncie Falcón, el presidente Figueroa
Alcorta responde en forma contundente: “Falcón va a renunciar el 12
de octubre de 1910, cuando yo termine mi período presidencial”.
Osvaldo Bayer - Anarquismo
en Argentina
La policía informa que fueron
detenidos “nueve rusos nihilistas” y “La prensa” relata en forma patética
las declaraciones de la esposa del anarquista Fernández, muerto en Plaza
Lorea. Dice Antonia Rey de Fernández que ya hace tres años que se había
separado de su esposo debido a las “ideas violentas de éste”.
A medida que pasan los días se va desinflando el paro general. Los anarquistas
demuestran que son anarquistas hasta en la organización. Pero eso sí,
los políticos y las clase alta y media son sorprendidos por la extraordinaria
manifestación de duelo constituida por la columna de 60.000 obreros
que acompañan al cementerio los restos de los compañeros caídos.
Y es justo a la salida del
cementerio -pero el de la Recoleta- en donde tendrá lugar el segundo
acto del drama. El coronel Falcón vuelve en su milord luego de haber
asistido a las exequias de su amigo Antonio Ballvé, director de la Penitenciaría
Nacional y viejo funcionario policial. Falcón está apesadumbrado pero
no es hombre flojo. Más bien está pensando en el informe que acaba de
presentar al ministro del interior, sobre la base de lo investigado
por el comisario de la sección Orden Social, José Vieyra. Tema: actividades
anarquistas. Allí se da cuenta de la indagación realizada para prevenir
y hacer frustrar el atentado criminal que intentó realizar el anarquista
Pablo Karaschin en la capilla, del Carmen. En el momento en que iba
a depositar una bomba en la nave principal fue sujetado por Fernando
Dufraichou y Rafael Grisolía. Falcón sabe que Karaschin -que vivía con
su esposa y dos hijitas en la empresa de limpieza “La Española”, Junín
971- es jefe de un grupo de activistas terroristas. Por eso, en pocos
días piensa someter a la consideración del ministro Avellaneda las medidas
que a su juicio es imprescindible tomar para prevenir hechos análogos.
El coche sigue avanzando despaciosamente. Ahora ha tomado por la avenida
Quintana. Lo conduce el italiano Ferrari, buen cochero que ingresó en
la repartición en 1898. Al lado de Falcón el joven Alberto Lartigau,
de 20 años de edad, único varón de una familia de nueve hijos, y que
ha sido puesto por su padre como secretario privado de Falcón para que
al lado de éste “se haga hombre”.
De "Marchas
y Canciones de las luchas de los obreros anarquistas argentinos
(1904-1936)" Voz: Hector Alterio. Guión: Osvaldo Bayer
Desde la tragedia de Plaza
Lorez, en mayo de ese año, muchas son las amenazas que se ciernen sobre
Falcón. Los anarquistas lo han señalado como su principal enemigo. Y
todos saben como se las gastan los anarquistas. Pero Falcón no teme.
Va a todos lados sin custodia. Y siempre está en todos los lugares de
peligro.
Pero está vez está preocupado por el grupo de Karaschin. ¿Se quedarán
tranquilos ahora que el jefe está entre rejas? ¿O buscaran vengarse
con un golpe sensacional?
El coche ya dobla por la avenida Callao rumbo al sur. Y es en ese momento
que dos hombres -el chofer José Fornés, que conduce un automóvil detrás
del coche de Falcón, y el ordenanza Zoilo Agüero del ministro de Guerra-
observan que un mocetón con aspecto de extranjero comienza a correr
a toda velocidad atrás del carruaje del jefe de policía. Lleva algo
en la mano. ¿Qué habrá pasado, se habrá caído algo del coche y el muchacho
quiere devolverlo? ¿Por qué no grita para llamar la atención? Pero ahí
está la verdad. Al doblar el coche, el desconocido se acerca en línea
oblicua y arroja el paquete al interior del mismo. Medio segundo después
la terrible explosión. El terrorista mira para todos lados y comienza
su huida hacia la avenida Alvear.
Después del primer momento de sorpresa, Fornés baja del coche secundado
por Agüero comienza a correr al desconocido, que les lleva unos 70 metros.
Dan grandes voces y se les van engrosando más perseguidores, entre ellos
los agentes Benigno Guzmán y Enrique Muller. El perseguido corre desesperadamente,
quema todas sus fuerzas para ganar un metro de distancia: sabe muy bien
que la gente lo linchará o lo matará a tiros. Ya siente el gusto de
la muerte en la lengua y en los pulmones que le revientan de fatiga.
Dobla por avenida Alvear y ve una obra en construcción. Hacia ella se
dirige como si hubiera encontrado refugio, un nido donde esconder por
lo menos la cabeza. Se para. Ya tiene encima a sus perseguidores. Saca
un revólver y comienza a correr nuevamente. Y así a la carrera se dispara
un tiro sobre la tetilla derecha y cae redondo sobre la acera.
Falcón
es de los que saben morir. El también ha ido en el coche al muere. Los
anarquistas saben preparan bombas y está no ha fallado. Ha sido lanzada
con maestría. Ha caído ha espaldas del cochero y a los pies de Falcón
y Lartigau. Al explotar ha desgarrado músculos, roto arterías y venas,
cortado nervios y se ha adentrado bien en la carne antes de que las
víctimas se dieran cuenta de lo que ocurría. Falcón siempre creyó que
su cara y su mirada de halcón pararían la mano de cualquiera que atentara
contra su vida. Pero es que ni le han dado la voz de alto. Ni siquiera
él ha podido decir: “¡soy el coronel Falcón!”. Su barranca Yaco está
allí, en avenida Quintana y Callao. Y allí se desangra por sus piernas
desgarradas y rotas, allí, tirado en la calle hasta que algún acomedido
le trae un colchón.
Es curioso. El estampido ha sido terrible y sin embargo apenas si los
caballos dieron un salto, hociquearon y respondieron a las riendas del
asustado italiano Ferrari. Mientras tanto Lartigau y Falcón se habían
deslizado por el boquete abierto por la bomba en el piso del coche y
habían caído a la calle. La sangre que fluía por las heridas hechas
por decenas de clavos y recortes de hierro los iba rodeando igual que
las caras de los despavoridos curiosos.
Falcón no pierde el conocimiento. Tirado sobre el colchón que le han
traído señala con ademán autoritario que lo atiendan primero al “joven
Lartigau”. A la pregunta de los curiosos responde “No es nada, ¿hubo
más herido?”. La sangre que pierde es mucha. Mientras esperan la ambulancia
de la Asistencia Pública, dos o tres vecinos tratan de vendarle las
destrozadas piernas con vendas y trozos de sabanas. A Lartigau, que
ha perdido el conocimiento, lo llevan al sanatorio Castro, muy cerca
de allí.
Llegan las ambulancias.
Conmueve ver a todos esos hombres que se esfuerzan por levantar el colchón
con el hombre herido y meterlo en el coche. Llegan al consultorio central
y los médicos que lo atienden no ven otra salida que amputarle la pierna
izquierda a la altura del tercio superior del muslo. Pero ya es tarde,
Falcón está ya casi vacío de sangre. No aguanta el shock traumático
y expira a las 2 y cuarto de la tarde.
La juventud de Lartigau se defiende más. Sus heridas son tan profundas
como las de Falcón pero igual le han tenido que amputar una pierda -a
él la derecha- y la pérdida de sangre ha sido tremenda. Aguanta hasta
las 8 de la noche.
Los dos serán velados en el departamento central. Pocas veces Buenos
Aires asistirá a una expresión de duelo tan grande. Con delegaciones
policiales de todo el país y del exterior. El ejército argentino y la
policía lo han tomado como una afrenta. Y por eso para ellos no habrá
jamás perdón para el asesino. Pasarán muchos años pero la consigna seguirá
siempre fresca: no habrá perdón para el asesino de Falcón. Consigna
que sólo logrará quebrar un cabezadura: Hipólito Yrigoyen.
El terrorista ha caído en la calle. Pero lo levantan del pelo y de la
ropa. Lo dan vuelta y lo acuestan cara al sol. Es desagradablemente
blanco, el pequeño bigote es rojizo, medio lampiño, las facciones huesonas,
mandíbula de boxeador, ajos aguachentos y las orejas grandes tipo pantalla.
Indudablemente es ruso, un anarquista, un obrero. Ahí está tirado, resollando
como un chancho jabalí cercado por los perros. Lo insultan. Le dicen
“ruso de porquería” y algo más. El tiene los ojos bien abiertos, asustados,
esperando recibir la primera patada en la cara. Está perdido y por eso
no pide perdón sino que grita dos veces seguidas: “¡Viva el anarquismo!”.
Cuando los agentes Muller y Guzmán le dicen “ya vas a ver lo que te
va a pasar”, responde en un castellano quebrado y gangoso: “No me importa,
para cada uno de ustedes tengo una bomba”.
Son las últimas dentelladas del animal acorralado.
Pero la policía hace una excepción. No cumple con la ley no escrita
de vengar la muerte de uno de los suyos. Aparece el subcomisario Mariano
T Vila de la comisaría y ordena cargarlo en un coche de plaza y llevarlo
al hospital Fernández porque el terrorista está perdiendo mucha sangre
por el costado derecho del pecho. Al registrar sus ropas le encuentran
otra arma: una pistola máuser que tiene en la cintura que tiene a la
cintura. Lleva un cinto charolado que contiene balas de revólver y cuatro
cargadores con nueve balas cada uno del calibre nueve. El hombre había
ido dispuesto a todo.
En el hospital Fernández lo revisa el médico de guardia y el diagnostico
es: herida leve en la zona pectoral derecha. Con una vendas provisorías,
el preso es enviado al calabozo de la comisaría 15ª rigurosamente incomunicado.
Los interrogatorios se suceden pero el terrorista no habla. Sólo ha
dicho que es ruso y que tiene 18 años de edad. De ahí no lo sacan. El
parte policial sólo se complementa con las prendas de vestir del detenido:
“Viste saco azul marino, pantalón negro, botines de becerro, sombrero
chambergo negro, usa corbata verde con cuello volcado de camisa de color,
no teniendo ningún papel por el cual pudiera descubrirse su identidad”.
Ramón
Falcón. Reproducido en Caras y Caretas del 20/11/1909. Clic
en la imagen para descargar la revista completa.
Reina intranquilidad en
el gobierno. El presidente, los ministros y altos jefes militares son
custodiados para evitar ser víctimas de nuevos atentados. Figueroa Alcorta
establece el estado de sitio y a los diarios se les prohíbe terminantemente
cualquier información sobre el preso y sobre actividades anarquistas.
Luego de varios días de febril trabajo, la policía logra identificarlo:
se trata de Simón Radovitzky o Radowitzky, ruso, domiciliado en el conventillo
situado en la calle Andes 194. Llegó al país en marzo de 1908 dirigiéndose
a Campana donde se empleó de obrero mecánico en los talleres del ferrocarril
Central Argentino. Posteriormente regresara a Buenos Aires, donde trabajara
de herrero y mecánico. Son solicitados antecedentes a las embajadas
argentinas y el entonces ministro argentino en París, doctor Ernesto
Bosch, contesta que Radowitzky ha participado en disturbios en Kiev,
Rusia, en 1905 y que por ello fue condenado a 6 meses de prisión. En
esos disturbios recibió heridas de las que le quedaron cicatrices. Además,
el informe contiene algo muy interesante. Señala que Radowitzky pertenece
la grupo ácrata dirigido por el intelectual Petroff, juntamente con
los conocidos revolucionarios Karaschin (el del atentado en el funeral
de don Carlos de Borbón), Andrés Ragapeloff, Moisés Scutz, José Buwitz,
Máximo Sagarín, Ivan Mijin y la conferencista Matrena; apellidos, todos
ellos, para poner los pelos de punta a los tranquilos porteños de aquellos
tiempos…
Identificado y reconocido
el crimen por el reo, sólo queda esperar el día y hora en que será fusilado.
. Porque eso de que tiene apenas 18 años no lo cree nadie. Tener 18
años significa ser menor de edad. Y todos los diarios sin excepción
señalan que Radowitzky es un hombre de más de 25 años. No hay nadie
que lo defienda. Ni “La Protesta”, el diario anarquista que ha sido
silenciado por muchachos del barrio norte. El lunes 15 forzaron las
puertas del taller de Libertad 839, y destruyeron todo lo que los anarquistas
fueron haciendo, pesito a pesito. No hay nadie en las esferas que levante
la voz para que no se trate con severidad a Radowitzky. Militares, políticos,
funcionarios estaban por el castigo ejemplar. Y nadie hesitaba en decir
que para aplicar la pena de muerte no había que tener en cuenta en este
caso la edad del reo.
El dictamen del agente fiscal, doctor Manuel Beltrán, es por demás claro
de lo que aquí se quería hacer con el preso. “Simón Radowitzky -dice
el fiscal- pertenece a esa casta de ilotas que vegetan en las estepas
rusas arrastrando su vida miserable entre las inclemencias de la naturaleza
y las esperanzas de una condición inferior”. Y no hay perdón para el
extranjero: “En su primera indagatoria el detenido se presentó al juez
de Instrucción soberbio, resuelto a resistirse a toda interrogación
sobre su identidad personal; se niega a contestar las preguntas que
se le dirigen pero, contrastando con ese propósito, se apresura a confesarse
autor del hecho que se investiga jactándose de su origen y celebrando
que el señor Lartigau haya fallecido también”.
Al tosco herrero lo hacen aparecer como un asesino sutil y refinado:
“La sangre fría y la altanería con que se expresa demuestran el propósito
exhibicionista, la pose del sectario en esta primera confesión, en que
el orgullo de la hazaña lucha visiblemente con el temor de la sanción.
Por eso se jacta del hecho que no puede negar y oculta, el mismo tiempo,
los antecedentes de su persona, creyendo que de este modo podrá dificultar
la instrucción”.
Y esa es una tremenda contradicción del agente fiscal. Porque Radowitzky
está diciendo la verdad: tiene 18 años. Más todavía: reconoce que él
solo ha cometido el crimen, encubriendo a un compañero que estuvo en
Callao y Quintana a la hora del atentado pero que jamás se podrá determinar
su identidad.
Sigue el informe del fiscal: “La fisonomía del asesino tiene caracteres
morfológicos que demuestran bien acentuados todos los estigmas del criminal.
Desarrollo excesivo de la mandíbula inferior, prominencia de los arcos
cigomáticos y superciliares, depresión de la frente, mirada torva, ligera
asimetría facial, constituyen los caracteres somáticos que acusan a
Radowitzky el tipo de delincuente”.
El fiscal ve en Radowitzky a un criminal nato, como esos que asesinan
para robar. No reconoce que es un hijo de la desesperación, nacido en
una tierra donde reina la esclavitud y el látigo para el pobre, donde
el castigo es terrible para el desobediente al régimen absolutista de
los zares. Aunque tiene unas palabras de descargo por el origen racial
del preso, lo hace con un profundo desprecio y asco: “Parias de los
absolutismos políticos de aquel medio, sometidos a los poderes discrecionales
del amo, perseguidos masacrados por la ignorancia y fanatismo de un
pueblo que ve en el israelita a un enemigo de la sociedad, emigran al
fin, como Radowitzky, después de sufrir condenas por el solo hecho de
profesar ideas subversivas”. Está última frase del Dr. Beltrán no concuerda
con lo que exige párrafos más adelante. Pide que “a los efectos de la
profiliaxis social” los juicios “sean verbales y de rápida aplicación”.
"Marchas y Canciones de las luchas de los
obreros anarquistas argentinos (1904-1936)". Producción
por Virgilio Expósito en las postrimerías de la dictadura
de Lanusse, voz: Hector Alterio, guión: Osvaldo Bayer.
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Audio completo de
ambas caras del disco Lado A: 15' - Lado B: 17'
Termina su presentación
pidiendo la pena de muerte para el anarquista. Sólo se le opone el “pequeño”
inconveniente de la edad. Para los menores de edad, las mujeres y los
ancianos no hay pena de muerte en la Argentina de aquellos tiempos.
Pero el Dr. Beltrán encuentra un método original para encontrarle la
vuelta a la dificultad. Hace calcular la edad del preso por “peritos
médicos”. Algunos calculan que tiene 20 años de edad, y otros 25. Entonces
el fiscal dice: 20 más 25 son 45, la mitad es de 22 y medio. Radowitzky
tienen 22 años y medio. Es decir, está maduro para el pelotón.
Con toda tranquilidad dará su dictamen: “Debo manifestar aquí que no
obstante ser la primera vez que en el ejercicio de mi cargo se me presenta
la oportunidad de solicitar para un delincuente la pena extrema, lo
hago sin escrúpulos ni vacilaciones fuera de lugar, con la más firme
conciencia de deber cumplido, porque entiendo que nada hay más contraproducente
en el orden social y jurídico que las sensiblerías de una filantropía
mal entendida”.
Y para terminar con los pruritos que pudieran tener los pusilánimes,
Beltrán finaliza: “En las consideraciones de la defensa social debemos
ver en Radowitzky un elemento inadaptable cuya temibilidad está en razón
directa con el delito perpetrado, y que sólo puede inspira la más alta
aversión por la ferocidad del cinismo demostrando, hasta el extremo
de jactarse hoy mismo de ese crimen y de recordarlo con verdadera fruición”.
Todo venía mal para Radowitzky. Nadie quería creer en sus 18 años. La
prensa, influida por los sectores poderosos de la población, pedía la
pena de muerte. Así estaban las cosas hasta que un buen día apareció
en escena un personaje singular, con algo de rabino y ropavejero. Dijo
llamarse Moisés Radowitzky y ser el primo del terrorista. Envuelto con
papel de estraza en forma de rollito tenía un documento que iba a dar
un vuelco de 180 grados al proceso. Era la partida de nacimiento de
Simón Radowitzky. Un documento extraño, escrito con caracteres cirílicos.
Al dar la información, “Caras y Caretas” dice: “Radowitzky tiene cada
vez menos años. Al principio se le atribuía hasta 29, y desde los 29
le fueron rebajando hasta dejarlo en lo imprescindible para el fusilamiento:
22. El afirmaba siempre que tenía 18 y parecía dispuesto a no pasar
de esta edad en mucho tiempo, pero ¿quién le creía? Sin duda que ni
los anarquistas. Era lógico suponer que Radowitzky trataría de hacerse
pasar por menor de edad. ¿El punto de la edad de Radowitzky ha sido
por fin aclarado? El señor Vieyra, comisario inspector, acaba de recibir
el documento que reproducimos en facsímile y que, a jugar por la pinta,
es copia fiel de la fe de bautismo de Radowitzky. Según afirman los
traductores del señor Vieyra, ese documento a vueltas de tantos garabatos
y caracteres estrafalarios, viene a decir que Simón Radowitzky nació
en la aldea de Santiago, provincia de Kiev, Rusia, el 10 de noviembre
de 1891. Según lo cual Radowitzky tendría ahora 18 años y 7 meses”.
Pero el documento no será reconociendo por los jueces por falta de legalización.
Eso sí, tendrá una influencia directa en el ánimo de los jueces, que
no se animarán a mandar al patíbulo a un menor de edad. Aplicarán el
criterio de “en duda abstente” Radowitzky se salva del fusilamiento.
Pero es condenado a la muerte lenta: penitenciaría por tiempo indeterminado,
con reclusión solitaria a pan y agua durante 20 días todos los años
al aproximarse la fecha de su crimen.
Empezaba la larga noche para el muchacho anarquista. Toda su juventud
detrás de las rejas y los silenciosos muros. Pasará 21 años -de los
cuales 10 años en calabozo, aislado- entre la basura de la sociedad:
asesinos de niños, sanguinarios individuos que matan sin pestañear por
robar, ladrones, degenerados. Diecinueve de esos años los pasará en
Ushuaia, un presidio que no necesitó de calificativos para infundir
miedo. Pero Radowitzky no desaparecería de la opinión pública. Al contrario,
al cerrarse las puertas de la cárcel comenzaría el segundo capítulo
de su vida, de su aventura por la vida. Un capitulo con sabor a “Conde
de Montecristo”.
Lo que sí queda cerrado para siempre es el capítulo del asesinato de
Falcón y del joven Lartigau. Radowitzky no hablará jamás de ello ¿Quién
inspiró? ¿Fue idea propia? ¿Fabrico él la bomba? ¿Acaso sus compañeros
le ordenaron cometer el atentado porque era menor de edad y se podía
salvar de la pena de muerte? Cinco años después ocurrirá un atentado
similar que originará la primera gran guerra mundial. Garbillo Princip
-también menor de edad- será el autor de la tragedia de Sarajevo. Sus
compañeros serán todos fusilados menos él, por no haber cumplido 21
años. Pero morirá tuberculoso tres años después en una cárcel austriaca.
Radowitzky, en cambio, soportará todas las torturas, la deficiente alimentación,
el frío y la insalubridad de las cárceles y llegará a ver la libertad.
Cuyos primeros destellos los vio apenas 14 meses después de haber sido
apresados.
El 6 de enero de 1911, Buenos Aires tiene un tema para conversar largo
y tendido: los Reyes le han traído una noticia sensacional. Trece penados
de la Penitenciaría Nacional se han escapado por un túnel construido
por debajo del murallón. Han podido escapar dos famosos anarquistas:
Francisco Solano Regis (condenado a veinte años de presido por haber
atentado contra el ex presidente Figueroa Alcorta) y Salvador Planas
Virilla, (que tiene una pena de diez años por tentativa de homicidio
al presidente Quintanilla). Los once restantes fugados son presos comunes.
Hay otro preso en la penitenciaría que no ha podido huir: Simón Radowitzky
quien pocos minutos antes había sido llevado a la imprenta de la cárcel.
Los anarquistas recibieron ayuda desde afuera ya que poco antes de la
huida (a las 13:30 de un bochornoso día de calor) de un coche de plaza
se bajaron varios bultos con pantalones, camisas y sacos que se arrojaron
entre la verja y el murallón. Los reclusos salieron por un tunel que
tenía forma de U, es decir, sencillo y hecho sólo para salvar el murallón
de centinelas. La entrada del túnel fue hecha en un jardín con flores
y evidentemente fue cavado a mano, puñado por puñado arrojándose la
tierra en el mismo jardín sin hacer montículos. La salida da a los yuyales
que hay entre el murallón y la verja. Es evidente que los anarquistas
trabajaron en connivencia con los centinelas, soldados conscriptos del
2 de infatería. El túnel está a la altura de la calle Juncal casi esquina
Salguero. Los anarquistas Regis y Planas Virilla después de cambiarse
de ropas subieron a un coche de plaza que los estaba esperando y desaparecieron.
Los presos comunes que aprovecharon la oportunidad y el túnel tuvieron
que huir con el traje del penal; otros aprovecharon las ropas destinadas
evidentemente a Radowitzky.
Por supuesto, gran vergüenza para las autoridades penitenciarías, pedidos
de informes, remoción de funcionarios, juicio a centinelas. Y alguien
tenía que pagar los paltos rotos de todo esto: el “ruso” Radowitzky.
Ningún directo del penal quiere correr el riesgo de que los anarquistas
planeen otra tentativa de fuga para salvar al compañero ruso: además,
se ha observado una cosa poco común en un penal: Radowitzky concita
la simpatía de todos: de presos y carceleros. Así lo señala el director
de la penitenciaría nacional cuando pide que lo saquen a Radowitzky
de allí: “Únicamente encargándome yo en persona de la vigilancia de
Radowitzky podría responder del cumplimiento de su condena, pues se
trata de un penado con quien simpatizan los bomberos y los conscriptos”.
Se lo describe como “el tipo del místico ruso que ni aun en la cárcel
concibe que los hombres cometan mala acción y sobre todo que se conduzcan
en forma perjudicial para sus compañeros. En cierta circunstancia solicitó
que se le diera una celda menos húmeda y como sólo se le podía habilitar
una que se estaba revocando, el director le propuso que terminara él;
pero esos días el gremio de albañiles se hallaba en huelga y así que
lo supo Radowitzky, prefirió continuar en el calabozo húmedo alegando
que cuando un obrero se resigan a abandonar el trabajo, debe tener razón”.
Ese mismo año se decide y se lleva a cabo el traslado del anarquista
al penal de Ushuaia. Será la última vez en su vida que pise tierra porteña.
Jamás podrá volver a su pieza del conventillo de la calle, Andes 194
(hoy José Evaristo Uriburu) de donde salió aquella mañana de noviembre
de 1909 para cometer el atentado.
Nos imaginamos lo que debe haber sido un transporte de presos a la Patagonia
en 1911. Un guardiacárcel -Martín Chávez- relató muchos años después
-en 1947-, en ocasión de levantarse el penal, un trasporte semejante.
Parece entresacada de una novela de Dostoiewsky. La serie fue publicada
por el diario Clarín en marzo y abril de 1947, transcribimos algunos
párrafos:
“Hacia dos meses que había sido nombrado para ocupar un puesto de celador
en el penal de Ushuaia permaneciendo adscripto al personal de la Penitenciaría
Nacional de la calle Las Heras, hasta que estuviera en condiciones el
transporte “Chaco”, que me llevaría al lejano sur. En esa aburrida espera
me consumía en la penitenciaría cuando una tarde fui notificado que
tenía cuatro horas para arreglar mi equipaje. A las 18 estuve de vuelta.
Media hora más tarde se realizó la acostumbrada formación para el recuento
y encierro en las celdas de los reclusos. No veía por ningún lado al
contingente que iba a ser trasladado al sur. Una hora más tarde me incorporé
a una comisión de empleados y con más de cincuenta guardianes nos internamos
en los pabellones. Fuimos abriendo celdas, a las que penetraban dos
soldados que sacaban al “candidato” llevándolo rumbo a la Alcaldía.
El ruido de las lleves en las fuertes puertas de hierro ponía sobre
aviso a todos los “vecinos” que proferían gritos de insulto. Así recorrimos
cinco pabellones y al regresar a la Alcaldía, ya estaban allí mis compañeros
de viaje: “62 números”, sentados en largos bancos colocados junto a
las paredes. Se pasó lista y se les ordeno desnudarse. Si alguno no
hacía caso o demorara en cumplirla, los guardianes se les acercaban
amenazantes y los “ayudaban” a quitarse la ropa. Sesenta y dos sombras.
Sesenta y dos fantasmas quedaron en el gran salón. Dos practicantes
de la enfermería revisaron minuciosamente el cuerpo de los viajeros.
Ningún contrabando puede pasar, las limas y cualquier otro objeto cortante
es peligroso. Vestidos de nuevo, entra en funciones el herrero. Las
argollas se cierran en el tobillo y se las une con una barra de hierro
de 20 cantímetros de largo, que luego se remacha a golpes de martillo”.
“¡Pom, pom, pom!” Resuenan los golpes como si estuvieran remachados
ataúdes. En el silencio de la noche esos tres golpes sobre el negro
remache suenan como una campana que dobla por la vida de los que ya
no son. El alarido del llanto los acompaña.
Algunos parecen más fuertes y miran la operación con indiferencia: es
porque no conocen lo que son los grillos y caen cuando quieren dar un
paso; entonces ellos tam bién sienten los tres golpes del martillo sobre
el corazón.
“Luego, en un carro celular rumbo al puerto. Allí la vigilancia es más
estrechada y dos guardias se responsabilizan del penado entregado a
su custodia. En 125 se evadieron 114 penados amotinándose en la bodega
del “Buenos Aires”. Nunca se pudo establecer con exactitud cuál fue
el penado que logró romper los grillos y luego libertad de ellos a sus
demás compañeros. Se atribuye tal hazaña a Brasch, el alemán. Lo cierto
es que los 114 penados se amotinaron en la bodega y a golpes de puño
se abrieron paso y fugaron. Entonces les era más fácil, no vestían el
uniforme a rayas, podían confundirse fácilmente en las calles. Casi
todos volvieron a ser detenidos. Desde esa época se toman toda clase
de medidas de precaución: guardianes de abundancia y hasta potentes
reflectores que iluminan las siluetas de los fantasmas que bajan a la
bodega del trasporte que antes del alba, como si tuvieran vergüenza
de su carga, pone su proa rumbo a Tierra del Fuego”.
La liberación de Simón
Radowitzky
Entrevista a Osvaldo Bayer
El 5 de mayo de 1930, mezclado con otros cientos de presos
comunes, el anarquista Simón Radowiztky fue liberado del
presidio de Ushuaia. El símbolo del anarquismo dejaba la
Siberia argentina para ser desembarcado en el puerto de
Montevideo, donde también lo esperaba la cárcel, por las
dudas, no fuera que se le ocurriera andar atentando contra
algún oligarca del Uruguay. Osvaldo Bayer ha sido el historiador
de los movimientos anarquistas argentinos y de sus principales
figuras. Se recomienda la lectura de la biografía de Severino
di Giovanni y especialmente la historia de los Anarquistas
Expropiadores.Con Bayer conversamos sobre la historia de
Simón Radowitzky, su liberación, sus años en el presidio,
el atentado en el que mata al Coronel Ramón Falcón, el temible
jefe de la policía argentina.
Fuente: www.elclanesdrujulo.blogspot.com
“Se nos había informado
que para llegar a Ushuaia eran suficientes 15 días de navegación. Nuestro
viaje duró 29, en el mes de marzo de ese año. Yo iba con la oficialidad
del trasporte y un día bajé al entrepuente a ver a los penados. Jamás
olvidaré la impresión que recibí. Aquello era un infierno. Humedad,
calor y pústulas. En Bahía Blanca se había detenido la embarcación para
cargar carbón que iba depositado en la bodega ubicada debajo del entrepuente
donde viajaban los presos. El polvillo del carbón se filtraba imperceptible,
persiste, como una maldición sobre los hombres engrillados. Se les pegaba
en la cara, lo respiraban, lo escupían, ponía máscaras en los rostros
acentuados las orejas.
“Fantasmas, espectros, no sé lo que vi. Salí de esa cámara de tortura
con el alma dolorida, preguntándome si los directores del penal, si
los jueces, si los ministros no tendrían noticias de ese bárbaro suplico.
Pero el destino me reservaba comprobación más amarga aún”.
“En el puerto de Ushuaia nos esperaba el director del penal, algunos
empleados y muchos guardianes, los que tomaron posiciones estratégicas
para el desembarco de los penados. Y los espectros salieron al aire
libre, a la luz después de 29 días. ¡Cómo salieron! Sucios y enfermos
es poco para dar una idea del estado de esos 62 hombres. Flacos, con
la barba crecida, llagados los tobillos a causa de los aros de los grillos,
cos escoriaciones sangrantes en los muslos, la ropa deshecha como pañuelos
o toallas”.
“Habían llegado al infierno blanco, mil veces preferible a la bodega
de transportes”.
Cuando Radowitzky llega al penal de Ushuaia hace ya nueve años que ha
sido colocada su piedra fundamental y comenzado a construirse íntegramente
por los penados. Ha sido la obsesionada idea del ingeniero Catello Muratgia
la que ha hecho realidad al que será famoso penal de reincidentes de
Ushuaia. Con muy poco dinero y el trabajo de los condenados se ha ido
levantando esa mole de cemento y piedra destinada a mantener bajo custodia
a los criminales más feroces y a todos aquellos denominados “reincidentes”,
es decir, los que han repetido tres veces hachos delictuosos. Por ello
los compañeros de Radowitzky serán no sólo los homicidas sino también
los rateritos incorregibles, los estafadores y toda la hez de la sociedad.
Pero, por supuesto, en más de una oportunidad, las puertas del penal
se abrirán para presos políticos.
Los que leen “La casa de los muertos” o “El sepulcro de los vivos” de
Dostoiewsky y sufren con el autor los padecimientos de los condenados
no sospechan tal vez que en territorio argentino existió un lugar exactamente
igual de donde son muy pocos los que salieron con vida o retornaron
a la sociedad con sus facultades mentales normales.
Pasan muchos años para el ex hombre de Radowitzky. Todos iguales. Cuando
se aproxima el 14 de noviembre, los terribles veinte días de calabozo
aislado, a pan y agua, con frío húmedo del cemento que penetra en los
doloridos huesos. ¿Y la conciencia? ¿Lo ablandan a Radowitzky los interminables
castigos, la vida sin sentido junto a todas esas fieras? ¡Si por los
menos tuviera algo que leer! Pero desde Buenos Aires lo persigue un
chisme inventado por algún jefecito de turno de la penitenciaría. “Radowitzky
quiere leer Denle la Biblia” Así es, en Ushuaia también. Cuando Radowitzky
quiere aislarse de ese submundo y pide algo de leer, le traen la Biblia.
Y todos lo gozan, los carceleros y los penados también.
¿Y sus compañeros de Buenos Aires? ¿Se han olvidado ya del mártir del
movimiento, como lo llaman ellos? La primera guerra europea ha hecho
perder fuerza a los movimientos obreros nacionales. Los anarquistas
de Buenos Aires demostrarán ser buenos amigos. A pesar de que habían
pasado nueve años, su principal aspiración era la libertad de Radowitzky.
En mayo de 1918 la ciudad es inundada por un folleto editado por el
diario “La Protesta” y escrito por Marcial Belascoain Sayós. Se llama
“El presidio de Ushuaia” y está dedicado “A mi amigo Simón Radowitzky,
ciomo una ofrenda. A los viles esbirros, como una bofetada”.
El folleto está muy bien informado y, en un estilo propio de los anarquistas
de aquella época, denuncia las torturas a que ha sido sometido Radowitzky.
Centra su ataque en el subdirector del penal, Gregorio Palacios, y le
dice: “Tú, como los tigres, como las hienas, asesinas con lentitudes
siniestras de degenerado, esa voluptuosidad debes haberla sentido al
matar lentamente al penado 71, a quien volvieron locos los martirios;
esa misma histérica vibración de placer habrá sacudido tus nervios al
ver los suplicios de Radowitzky, ayer fuerte y lozano, hoy triste, decrépito
y enfermo por tu culpa. ¡Asesino infame! ¡Muere maldito!”.
Como se ve, un estilo más que incisivo.
En el capítulo “La sodoma fueguina” el autor acusa al subdirector Palacios
de haber hecho cometer delitos sexuales contra Radowitzky y más adelante
detalla los castigos a que fue sometido éste por los guardicárceles
Alapont, Cabezas y Sampedro: “Estando en el calabozo Simón Radowitzky,
desearon los tres experimentar la histérica sensación de ver sufrir
a un hombre y se llegaron hasta el encierro del mártir”, de aquel que
en aras del ideal sacrificó su vida, de ese hombre generoso y santo;
fueron hasta su dolor para acrecentarlo más. Estaba aislado en un calabozo
sin aire, luz ni sol, sin comida. ¿Qué había hecho? ¡Nada! Se le castiga
siempre por ser quien es, no precisa dar motivos. Estaba debilitado
por el ayuno, cuando llegaron los bárbaros a consumar su acción heroica.
Lo agredieron por detrás, los taleros le abrieron el cráneo y los puños
mancillaron aquella faz sagrada. Corrió la sangre del cautivo, pero
no la hicieron brotar como él con valentía en su hecho inolvidable;
ellos lo hicieron en montón, armados, contra un hombre desfallecido
y sin fuerzas. Lo dejaron tendido en el suelo, agónico, exánime, tras
la feroz paliza. Semejaba un cadáver, lívido y tendido en el suelo;
entonces al verlo así, Cabezas, el infame, desnudó su arma y le apuñalo
un brazo. Con esto se retiró satisfecho y triunfal, a contar la hazaña
y a celebrarla con otros tan viles, tan infames como él. Levantar la
mano contra un hombre en ese estado, contra un individuo como Radowitzky,
es una profanación infame que nunca, ni por nada, podré perdonar, por
ello les grito mi reproche en estás líneas; por ello los acuso de viles
y cobardes, arrojándoles mi maldición tremenda, mi maldición justiciera”.
El
folleto es un impacto en la opinión pública. Los anarquistas logran
un éxito psicológico; tanto, que el gobierno de Yrigoyen ordena un sumario
administrativo para saber la verdad sobre los malos tratos. En el sumario
se calificará a los tres carceleros mencionados de “personas de malas
costumbres y peores antecedentes” y se los suspende.
Por último en el folleto se insinúa algo que seis meses después se llevará
a la práctica: “Amigo generoso, Simón, amigo del alma vives de esperanza,
en la noche lóbrega, de tu martirio circundado por fieras que te acosan,
sin un rayo de sol que te acaricie, pero con el corazón de tus amigos,
de los que te comprenden y te aman; allí estás consagrado por el culto
celoso del recuerdo; estás constante en el pensamiento de salvarte,
por ello, ya que tú no llegas a implorar el olvido para tu hecho, no
faltará quien lo haga por ti, lo humanamente posible debe hacerse para
liberarte y no faltará quien encare esa tarea. Vayan a ti estás líneas
comprendidos los efectos de los seres que te aman; de los que comienzan
a preparar el magno acontecimiento de volverte a la vida arrancándote
de la ferocidad de los criminales carceleros, que tanto te han hecho
sufrir”.
Así es. El 9 de noviembre llega a Buenos Aires una noticia que causó
más sensación que las que vienen de Europa con la rendición de Alemania,
la abdicación del Káiser y la revolución de los obreros alemanes: EL
7 DE NOVIEMBRE SE HA FUGADO SIMÓN RADOWITZKY DE LA CÁRCEL DE USHUAIA.
El público quería saber detalles. El sentimental público porteño, olvidándose
del doble crimen, estaba porque Radowitzky venciera el maleficio de
Ushuaia. ¡Basta ya!, decían, Ya ha purgado bastante su delito. ¿Podrá
salir de esas regiones? Nadie lo había podido hacer. Catello Muratgia,
el creador del penal, lo había sostenido ante el propio presidente de
la república: el penal es totalmente seguro contra fugas. Nadie podrá
hacerlo. El que se aleje morirá de hambre o de frío o tendrá que entregarse.
Y menos Radowitzky, con nueve años entre rejas, debilitado por los castigos
y la falta de una alimentación adecuada.
¡Pero sí, es posible! Allá va ya Radowitzky metido en un pequeño cúter
por el canal de Beagle hacia la libertad. Ya respiraba el aire puro
y deja cada vez más el penal, con su olor característico de todos los
penales, olor a hombre degradado, a mugre de cuerpo y de alma. Es que
los anarquistas de Buenos Aires son buenos amigos. Prepararon los planes
para derrotar la imposible y juntaron dinero. El hombre elegido para
la proeza no es ni ruso, ni italiano ni catalán. Es un criollo de pura
cepa: don Apolinario Barrera. Será ayudado por Miguel Arcángel Roscigna,
quien años después llegará a ser el representante más sobresaliente
del anarquismo expropiador.
Los anarquistas viajaron a Punta Arenas. Venían “recomendados” a los
dirigentes de la Federación Obrera, los chilenos Ramón Cifuentes y Ernesto
Medina. En Punta Arenas alquilan el cúter “Ooky”, propiedad de una dálmata.
La tripulación también es dálmata -de nacionalidad austriaca en aquella
época- y muy ducha en la navegación por los canales fueguinos. La goleta,
pintada de blanco, llaga a Ushuaia y hecha anclas en un pequeño puerto
de la bahía donde se halla el ex presidio militar. Allí llega el 4 de
noviembre. El 7, a las 7 de la mañana, un guardián cruza las líneas
de centinelas del penal. Es Radowitzky disfrazado de guardiacárcel,
que no ha sido reconocido.
Eduardo Barbero Sarzabal, periodista de “Crítica”, quien años después
realizará un reportaje sensacional a Radowitzky, reconstruye así ese
momento de la huida: “Radowitzky trabajaba entonces de mecánico en el
taller del penal. Todo se había calculado matemáticamente. Allí estaba
el guardia accidental que facilitaría el traje. Un cuarto de hora después
de entrar Radowitzky al taller, salía del penal atravesando la línea
de centinelas armados. Era un nuevo guardián también uniformado… cruza
el cementerio donde están otros definitivamente muertos para ir hacia
donde, en un lugar indicado, el cúter espera… Atraviesa un monte. Detrás
de un añoso árbol, Barrera está oculto. Los dos hombres se encuentran.
El salvador, ignorando que Radowitzky iría de guardián, echa mando al
revólver presintiendo una delación”.
La escena rápida es paralizada por un frito.
-Apolinario -dice Radowitzky.
-Simón -responde Barreda, comprendiendo.
Era la consigna que presentaría a quines nunca se habían visto”.
Estado
del carruaje donde se trasladaba Ramón Falcón después del
atentado. Foto Caras y Caretas.
Una vez embarcado, Radowitzky
cambió de ropa. Barrera fue de la opinión que una vez alejados varias
millas de Ushuaia, Radowitzky desembarcara en uno de los tantos refugios
de la costa. Allí se le dejarían víveres para dos meses hasta que las
persecuciones y búsquedas hubieran cesado. Pasado ese tiempo se aventuraría
a ir a buscarlo o a dejarle nuevamente víveres. Pero Radowitzky no acepta
y allí cometerá el error que le costará doce años más de prisión, doce
años de vida, de libertad. Convence a Barrera para que sigan navegando
sin interrupciones hasta Punta Arenas. Allí, en esa ciudad le resultará
mucho más fácil pasar inadvertido que en una isla solitaria.
Mientras tanto, en el penal nadie traiciona a Radowitzky. Los prisioneros
no delatan su huida. Recién a las 9:22 de la mañana, el guardiacárcel
Manuel Geners Soria se presenta al director del penal para denunciar
la desaparición del anarquista preso. En una parte posterior, el comisario
nacional de Tierra de Fuego señala que se inició la persecución sirviéndose
de los “valiosos datos proporcionados por el empleado Miguel Rocha”
y una partida se embarca en una lancha a vapor facilitada generosamente
por el señor Luís Fiuchui”.
Pero el cúter es más veloz y se aleja cada vez más de sus perseguidores.
Deja el canal de Beagle, toma por el canal ballenero y luego el de Cockburn
y entra en el estrecho de Magallanes. Así amanece el cuarto día de navegación.
Hasta que de pronto divisan en el horizonte el humo de una embarcación
que se aproxima. Radowitzky intuye el peligro y pide que el cúter se
acerque lo más posible a la costa de la península de Brunswick, tierra
chilena. Así se hace hasta unos doscientos metros. Radowitzky se arroja
entonces al agua helada y nada hacía la costa, en donde desaparece.
El humo negro, que se aproxima era el de la escampavía de guerra chilena
“Yáñez”, nave que ha ido para apresar a Radowitzky ante el llamado telegráfico
de las autoridades argentinas de Tierra del Fuego.
Los tripulantes del cúter declaran no haber visto al fugado, pero los
chilenos conducen presos a todos hasta Punta Arenas donde luego de un
severo interrogatorio uno de los tripulantes, el maquinista, declara
la verdad y señala el lugar donde alcanzó tierra el buscado.
Mientras la “Yáñez” ha estado al costado del cúter, Radowitzky quedó
pegado a la tierra para no ser divisado. Tanta es la tensión que ni
siquiera el frío le hace mover una pestaña. Una vez alejada las embarcaciones,
Radowitzky, con todas sus ropas mojadas, comenzará a caminar en dirección
a Punta Arenas, donde espera que encontrará refugio. Ignora que las
autoridades chilenas ya saben la verdad. De Punta Arenas sale mientras
tato una partida de fuerza de policía de la marina chilena: siete horas
después, en el paraje conocido como Aguas Frías, apenas a 12 kilómetros
de Punta Arenas, es localizado Simón Radowitzky, extenuado y con las
ropas heladas. Esposado es llevado al puerto chileno donde los alojan
en un calabozo del buque de guerra “Centeno”.
La noticia de la captura de Radowitzky llena un poco de desazón al porteño
medí, pero pronto lo olvida por otro tema: la carrera del siglo, Botafogo
contra Grey Fox.
Veintitrés días después de su búsqueda de la libertad entra nuevamente
Radowitzky en el penal de Ushuaia. Lo entra de noche para no provocar
disturbios entre los penados. Pero éstos esperan despiertos al mesías
de las rejas, a su místico de calabozo. Gritan y golpean las puertas
de las celdas. ¡Viva Simón! ¡Mueran los perros sarnosos!
A los carceleros les han dado piedra libre esa noche con Radowitzky.
Por culpa de su fuga han recibido un severo llamado de atención. Y no
es cuestión de que quede impune por culpa del ruso Radowitzky. Pero
tal es la amenazadora actitud de los penados que “Rasputín, el bueno”
se salva esa noche de la inevitable paliza. Pero la venganza será mucho
más refinada. Durante más de dos años, hasta el 7 de enero de 1921,
lo tendrán aislado en la celda, sin ver la luz del sol, y sólo a media
ración.
En 1963 el autor de esa nota tuvo largas conversaciones con un guardicárceles
de origen español que había servido durante años en el penal de Ushuaia
y que le relató diversos aspectos de la vida que hacía Radowitzky allá.
Sin proponérselo, el anarquista era un hombre muy peligroso: a él recurrían
todos los presos cuando eran castigados a tenían algún problema. Se
arreglaban para verlo en el taller o le trasmitían sus cuitas por intermedio
de otro penado. Radowitzky siempre escuchaba a todos y era una especie
de delegado de los hombres de trajes de rayas. En la primera oportunidad
exponía el problema ante el director o ante algún visitante del gobierno.
Lo hacía en forma clara y convincente y siempre traía algún problema
para las autoridades o los carceleros. Cuando no lograba su propósito
organizaba la resistencia por medio de hambre, de brazos caídos o de
coros de protesta. Por supuesto venían las represalias y él siempre
era la víctima. Aguantaba cualquier castigo y nunca le lograron quebrar
el ánimo ni tampoco pidió perdón o misericordia. Era un personaje extraño,
dostoievskiano, siempre rodeado de un halo místico y una inconmensurable
predisposición para el dolor. Una mezcla de campesino ruso y rabino
de ghetto. Eso sí, siempre de buen humor dispuesto a responder cordialmente
a cualquier pregunta.
Por
muchos años, la vida de Radowitzky entrará en el silencio. Ya nadie
habla de él como si la fuga hubiera sido su capítulo final. Sólo en
los círculos anarquistas el mito de su figura iba creciendo año tras
año.
En 1925 -7 años después
de la fracasada huída- un periodista del diario “La Razón” logra entrevistar
a Radowitzky en Ushuaia. Es interesante la descripción que hace el cronista:
“Simón Radowitzky es un sujeto de mediana estatura, delgado, frente
despejada y alto calvo, quijada prominente, cejijunto y ojos pequeños,
vivos. El rostro es pálido y en los pómulos se le observan algunos vetas
rojas. Tiene 34 años y hace 16 que está en el presidio, en el que trabajo
de todo. Su celda es modelo de limpieza y en ella se ven algunos retratos
de familia. Cuando lo vemos se encuentra algo afiebrado y tiene envuelta
en el cuello una bufanda de color azul. Es voluntarioso para hablar,
casi diríamos locuaz, pero a ratos, por falta de hábito de mantener
conversaciones largas, repite lo que ya ha dicho. Es sencillo en sus
expresiones y de tanto en tanto de le escapa una palabra en el argot
criollo pero lo corrige en seguida y reclama disculpas. Sabe que como
ácrata continúa gozando de popularidad y que sus compañeros de ideas
han tejido sobre él una corona de mártir, pero dice que tales manifestaciones
le molestan y que no mató a Falcón para hacerse célebre sino a impulsos
de sus convicciones. En víveres y medicamentos, especialmente tónicos,
recibe socorros del grupo de Afinidad”.
Pasan los años y el mito sigue creciendo. Radowitzky, para los anarquistas,
es un santo en el poder de los herejes. Y esa figura se va adentrando
también en toda la clase trabajadora y, en general, en el público porteño.
Por eso, todos los petitorios, todos los actos que se hacen por su libertad
cuentan con gran apoyo y simpatía. En 1928, 29 y 30 su nombre podía
leerse en las paredes de la ciudad: “Libertad a Radowitzky”, y “La Razón”
sostiene que su nombre “era como el broche de vigor con que cerraban
las protestas en los conflictos del capital y del trabajo y en los pliegos
de condiciones”. Cuando asume Hipólito Yrigoyen su segunda presidencia
las diversas organizaciones de trabajadores presionan para el indulto.
Es entonces cuando se origina una discusión en la prensa y en los círculos
políticos y jurídicos acerca del delito de Radowitzky y su interpretación.
Porque era evidentemente: Radowitzky no había matado para robar, pero
había matado.
Creemos que el que mejor ha interpretado este hecho ha sido Ramón Doll,
en un folleto publicado en 1928. Doll -brillante periodista, hombre
de lucha infatigable quien, pese a las distintas corrientes en que actuó,
mantuvo una unidad de pensamiento, y a quien todavía no se ha hecho
justicia en lo que atañe a su real valer- califica el delito de Radowitzky
con las precisas palabras de “crimen repugnante y estúpido”, pero añade:
“no es un crimen pasional o de un mercenario; es un crimen social, nace
o, mejor dicho, aborta como cuerpo amorfo o monstruoso engendrado en
esa escisión honda que trasciende a todas las sociedades y que la hiende
en la moderna guerra de clases. He aquí pues que los jueces de estos
casos judiciales -que se presentan como ineludibles aberraciones de
todo fenómeno social pero que aún así anuncian el despertar de las clases
explotadas y el futuro vuelco de todo el contenido social en los moldes
del nuevo estado y de nuevo derecho- suelen encarnarlos con doble severidad:
primero por ser crímenes y después porque son cometidos por un individuo
de la clase adversaria, a la que pertenece el reo. Es evidente que un
juez pertenece siempre a la burguesía y que por lo tanto sus intereses,
prejuicios, su comunidad misma lo llevarán a solidarizarse con su clase
y no con los de la clase proletaria, del tal modo que a la intolerancia
que debe tener para todo crimen doblase lo que puede tener para el criminal
que además es un adversario”.
“El proletario -agrega Doll- tiene personería propia en el pleito económico
y político, nadie se asusta de la lucha de clases sino tal vez los parásitos
que bajo la ruda ley del trabajo se encuentran indefensos y atrofiados.
Ya no hay machete ni nadie lo pide contra los socialistas, comunistas
y anarquistas, y los estudiantes de derecho que en 1909 se presentaban
babeantes de servilismo a pedir puestos honorarios de pesquisas en el
Departamento, para incendiar bibliotecas, hoy en plena Facultad han
manifestado repugnancia por la intromisión ‘académica de los militares
en las aulas’”. Dice muy bien que “el crimen de Radowitzky no es ni
más ni menos horrendo que los crímenes que a diario se cometen en las
luchas electorales argentinas”. Y sin embargo nadie que intervino en
esos crímenes recibió ni la cuarta parte de la pena impuesta a Radowitzky.
“Obsérvese -dice finalmente- la actitud de la burguesía frente a dos
crímenes igualmente nauseabundos: un atentado anarquista y un asesinato
nocturno. En el caso del asesinato por robo se comenta, se critica quizás
apasionadamente pero siempre se termina dejándolo librado a la ‘serena
majestad de la justicia’; en el atentado anarquista, la burguesía toma
parte en su represión, se producen razzias policiales, se agitan las
guardias blancas. Y parece que mientras el crimen común obra en la sugestión
de los satisfechos como amable distracción que la facilita, el atentado
anarquista produce asientos, perturba el trabajo gástrico y origina
dificultades posteriores. Reconocido que entre uno y otro no hay, no
puede haber ninguna diferencia, que los dos son igualmente brutales
(que, como decía un diputado del Congreso Nacional al discutirse la
antigua ley de defensa social, uno no debe perturbar más que el otro),
el reconocimiento por parte del presidente de que ello sea realmente
así dentro de la masa del pueblo aunque entre los banqueros, los obispos
y los generales ocurra algo distinto, permitirá reconsiderar el caso
Radowitzky”.
Finaliza el gran escritor nacionalista señalando que “si el presidente
indultara hoy a Radowitzky no haría más que adelantarse a conceder por
gracia lo que en rigor podría obtener Radowitzky por derecho en 1930
solicitando su libertad condicional”.
En enero de 1930 ocurre el naufragio del “Monte Cervantes” en los canales
fueguinos. Los náufragos -en gran parte personas de los sectores influyentes
de Buenos Aires- son alojados en Ushuaia y los presos demuestran un
comportamiento ejemplar al compartir frazadas y comida con el inesperado
contingente. El diario “Crítica” envía al Sur a uno de sus mejores cronistas,
Eduardo Barbero Sarzabal, con el barco que traerá a los náufragos. El
periodista aprovecha las pocas horas en que el buque estará en Ushuaia
para dirigirse al penal y allí se las ingenia para conseguir una entrevista
que dará lugar a un reportaje que resultará sensacional. Damos la experiencia
de Barbero Sarzabal: “este enviado especial consiguió una orden escrita
para hablar con los presos. El alcaide interior, señor Kammerath -que
actúa hace 20 días-, ordena:
– Que venga a la alcaidía el penado 155.
A la izquierda del hall de entrada está el despacho del alcaide. La
ventana deja pasar débilmente la luz. La máquina fotográfica escondida
al entrar en los bolsillos es luego ocultada debajo de la gorra de viaje
y puesta encima de un sillón. Solo con el alcaide estaba el representante
de “Crítica”. Radowitzky demora en llegar. Hasta que el eco de unos
pasos fuertes por un largo corredor de madera que muere en la puerta
de la alcaidía anunciaban la llegada. La voz fuerte del carcelero anunció:
“– Aquí está el 155 ¿Puede pasar?
“– Sí.
Placa
de homenaje a Ramón Falcón
“Radowitzky, sorprendido,
franqueó la puerta, llevando el casquete entre las manos. Y avanzó resuelto,
vestido con su traje color cebra, azul y amarillo, con grandes números
en el saco y pantalón. El 155. Es de estatura mediana. De gesto enérgico.
La cabeza erguida, la cara de rasgos firmes en la que se destacan sus
gruesas cejas. El pelo corto, tirando a negro, descubre algunas canas.
La frente amplia fuertemente, con grandes entradas. Y al expresársele
que es un redactor de Crítica quien desea hablar con el, extiende la
mano que aprieta fuertemente. Sonríe más bien escéptico. En breves palabras
le dimos la sensación de que era un redactor verdadero de ‘Crítica’
quien hablaba con él”.
Hace pocos días, Barbero Sarzabal nos contaba que la palabra mágica
para despertar la confianza de Radowitzky fue “le traigo saludos de
Apolinario”. Aquel Apolinario Barrera -intendente de “Crítica”- protagonista
de su huida en 1918.
Continuemos con el reportaje: “Las palabras de Radowitzky sonaban dentro
de la alcaldía como un martillo. Radowitzky impresiona por la sensación
de dinamismo hombruno. Cuando habla parece que mascara las palabras.
Y ellas salen, breves, concisas, como de un percutor. Sus mandíbulas
parecen que fueran de hierro. Es que hay en él, desde cualquier punto
de vista que se juzgue su personalidad, un recio espíritu desbordante.
Tiene individualidad propia. Dice a ‘Crítica’:
”– Me es muy grato poder hablar por su intermedio a los camaradas que
se interesan por mí. Yo me hallo relativamente bien. Tengo aún un poco
de anemia a pesar que desde un año no me infligen penas. Es que durante
los meses de noviembre y diciembre hicimos 20 días de huelga de hambre
como protesta por la actuación inhumana de un inspector llamado Juan
José Sampedro, quien castigó a causa de un altercado sin importancia
a un penado a quien lastimó”.
(Es el mismo Sampedro que propinó la paliza a Radowitzky a principios
de 1918.)
“La protesta manifestada con la huelga de hambre -continúa el penado-
dio resultados. Sampedro está suspendido”.
”El alcaide que escucha la entrevista, asiente. Y agrega Radowitzky:
“– No deseo los choques entre obreros, En estos episodios siempre hay
un provocador policial que actúa de instrumento. Yo viví intensamente
aunque era muy joven, el dolor de la jornada trágica, de la matanza
de aquel 1º de mayo que puso tristeza eterna en muchos hogares proletarios.
Quise hacer justicia.
”A Radowitzky parece torturarle el recuerdo de los sacrificios que por
él realizan desde hace cuatro años sus compañeros. Y luego de breve
silencio, agrega:
“– Sí, diga Ud. a los camaradas trabajadores que no se sacrifiquen por
mí. Puede expresar también que me hallo bien… que se preocupen por otros
compañeros que sin estar en la cárcel o en ellas, merecen también ayuda,
quizá más que yo.
“Esta evocación la hace Radowitzky dulcemente, pugnando por hacer áspera
la característica recia de su voz y continúa:
”– Hace poco recibí 500 pesos.
“– Es exacto -subraya el alcaide
“–Lo he empleado entre los enfermos del penal. Uno estaba mal del hígado
y requería especiales cuidados. El otro, pobrecito, llamado Andrés Baby,
está loco. Los cuidados que les hemos propiciado con esta ayuda financiera
determinaron la mejoría del primero. Ahora a Baby lo llevarán al hospicio.
“–La biblioteca nuestra es pésima. Hacen falta más libros. Los pocos
que tenemos los conocemos de memoria de tanto releerlos.
“– En Buenos Aires tengo un primo llamado Moisés. Los demás miembros
de la familia están en Norteamérica. Me refiero a los que están unidos
a mí por lazos de consaguinidad porque a los compañeros trabajadores
que sufren la injusticia de la sociedad actual, los considero también
muy míos. Yo integro, pese al encierro, la familia proletaria. Mi ideal
de redención está siempre latente”.
El enviado de “Crítica” logrará un mensaje por escrito de Radowitzky:
“Compañeros trabajadores: aprovecho la gentileza del representante de
“Crítica” para enviarles un fraternal saludo desde este lejano lugar
donde la fatalidad se ensaña con las víctimas de la sociedad actual”.
Luego la firma: la letra despareja, rasgos duros, una escritura torpe.
Pero lo sorprendente es el contenido: a pesar de los veinte años de
prisión no se le han borrado los conceptos fundamentales de su ideología.
El reportaje, dado a toda página tiene amplia repercusión. Ya nadie
duda de que Radowitzky tendrá que ser indultado. Los anarquistas no
se ahorran medios: a través de las organizaciones hermanas de Estados
Unidos logran localizar a los padres de Radowitzky y éstos escriben
al presidente Yrigoyen: “Antes de morir -dicen los ancianos- queremos
ver a nuestro hijo en libertad”.
Las radicales que rodean a Yrigoyen aconsejan que lo indulte dos o tres
días antes de las elecciones del 2 de febrero de 1930, de diputados
por la capital. Si lo hace es seguro que la mayor parte de los obreros
votarán a los radicales. Yrigoyen escucha en silencio. Por otro lado
sabe que hay mucha inquietud en el ejército y en la policía por el asunto
del indulto. Los días pasan y el presidente no toma ninguna determinación.
Llega el dos de febrero y caen derrotados los radicales por los socialistas
independientes. Los radicales se desesperan: otra vez el viejo ha dejado
pasar una oportunidad.
Pero el “peludo” sabe lo que hace. El tiene buena memoria y se acuerda
que en 1916 antes de su primera elección a presidente de la República
prometió a una delegación de anarquistas que indultaría a Radowitzky.
Y él cumple las promesas. Claro… es un poco lento, han pasado ya 14
años. Ha elegido la oportunidad: nadie le podrá decir nada. Pero ahora
comienzan los mismos correligionarios a decirle: “Doctor, ahora convendría
indultar a Radowitzky… hay mucha inquietud entre los militares”.
El domingo 13 de abril de 1930, por la mañana, se lleva a cabo en el
cine Moderno -Boedo 932- un gran acto “Por la liberación de Simón Radowitzky”
organizado por la Federación Obrera Regional Argentina y la Federación
Obrera Local Bonaerense. Hablan J Menéndez, H Correale, J García, B
Aladino y G Fochile. Los discursos están plagados de palabras difíciles
de un léxico muy particular: “Para sentenciar a Simón fue necesario
dejar de lado las conquistas de la ciencia positiva en materia de responsabilidad
criminal, los jueces tuvieron que olvidar el determinismo”. Pero el
público mantiene una atención emocionante y un silencio más religioso.
Ese día es domingo de Ramos, comienza Semana Santa. Los días donde se
habla del sacrificio del Señor y del perdón de los pecados humanos.
Perdonar a los que yerran, amar a tu prójimo como a ti mismo son los
fundamentos del cristianismo. Es la oportunidad que aprovechará don
Hipólito. Les va a tocar en la fibra íntima a los que no quieren el
perdón para el matador de Falcón. El lunes 14, imperceptiblemente llama
a su secretario y le dice: “M’hijo, tráigame el borrador de ese decreto
sobre los indultos”.
Y las sextas ediciones de los diarios de ese día traen la gran noticia:
“FUE INDULTADO SIMÓN RADOWITZKY”. Los diarios se agotan. Es el tema
de la avenida de Mayo, de los cafés, de los patios de los conventillos.
En los locales anarquistas hay clima de triunfo, los viejos dirigentes
-esos que tienen pantalones emparchados pero que saben citar a Anatole
France- se abrazan y pierden algunas lágrimas. Tal vez la más grande
alegría que hayan tenido los anarquistas argentinos.
Recreación
gráfica periodística de la época sobre el atentado.
Pero a pesar de que Hipólito
Yrigoyen ha disimulado las cosas (ha tenido que indultar a 110 presos
en el mismo decreto para que el nombre de Radowitzky aparezca perdido
entre ellos), la reacción del ejército y de los cuadros superiores de
la policía no tardan en sentirse. Y todo esto a pesar también de que
Yrigoyen en una disposición muy oscura y enredada -muy particular de
él- crea una nueva figura jurídica que evidentemente es anticonstitucional:
indulta a Radowitzky pero al mismo tiempo lo destierra. Es decir, le
abrirán las puertas de la prisión pero tendrá que salir de inmediato
de suelo argentino. Por otra parte, ya se sabe la reacción de los círculos
militares: el señor Radowitzky no va a pisar el puerto de Buenos Aires.
Contra la resolución de Yrigoyen se levantan tremendos editoriales de
“La prensa”, el primero de los cuales se titula “El abuso de la facultad
de indultar”. “El poder de perdonar las penas -sostiene- inherente a
la soberanía, debe ser ejercitado en casos excepcionales y constituye
un abuso cuando se aplica por razones de clemencia a favor de decenas
y centenares de delincuentes. El último decreto presidencial además
de incurrir en este abuso, contiene graves fallas legales. Al conmutar
penas de reclusión y de prisión por la de destierro, el P E olvidó que
esta última fue abolida por el congreso hace 9 años, lo que no debió
pasar inadvertido para un ministro de Justicia que es doctor en Jurisprudencia
y que fue miembro de la Corte Suprema de la Provincia de Buenos Aires”.
Y luego otro más incisivo titulado “Fallas legales del decreto de indultos”.
“constituyen graves fallas del decreto del 14 de este mes la falta de
fundamentos para cada caso relacionado con los informes de los tribunales,
que deben ser previos, y la aplicación de la pena de destierro, suprimida
por el código Penal en vigor que promulgó el propio presidente Yrigoyen
el 29 de octubre de 1921. El decreto de indultos deberá ser reformado
para que sea posible aplicarlo, en la parte observaba. En efecto, siendo
imposible legalmente la conmutación ordenada y no habiendo sido indultados
los ‘los desterrados’, la nulidad de la decisión del P E deja en pie
y en toda su integridad las condenas judiciales respectivas”.
Pero a testarudo no le van a ganar Yrigoyen. Aguanta todos los ataques
en silencio, sin responder, Anticonstitucionalmente o no, se comunica
el indulto a Simón Radowitzky y las puertas del penal se abren después
de haberlo encerrado 21 años como muerto en vida.
El 14 de mayo de 1930 llega a la rada del puerto de Buenos Aires el
transporte nacional de la armada “Vicente Fidel López”. A su bordo está
simón Radowitzky. El capitán espera órdenes de Buenos Aires. Están a
la altura del kilómetro 40. Las luces de Buenos Aires se aprietan en
el horizonte. Y de allí viene avanzando otra luz. Es el remolcador “Mediador”.
A su bordo viajan el oficial Carlos Armendáriz y los marineros Alejandro
Corbalán e Ireneo Ojeda, de la prefectura. Radowitzky he pedido ser
desembarcado en Buenos Aires pero se da cuenta de que algo extraño ocurre.
El oficial sube a bordo y habla con el capitán. Luego llaman a Radowitzky.
Le dicen que tendrá que embarcarse en el “Mediador”. Radowitzky insiste:
quiere ir a Buenos Aires a fin de visitar a sus amigos y compañeros.
El oficial le dice que no podrá desembarcar en Buenos Aires y que tiene
órdenes de llevarlo a Montevideo. Pero aquí hay otra jugada de mala
fe contra el ex penado. No le han dado documentos. El director del penal
de Ushuaia los pidió a la policía de la Capital. La policía contestó
con una carta burocrática. Pero había la consigna de ignorarlo. Para
la policía argentina el señor Radowitzky no existe: murió en 1909 porque
debió ser fusilado.
Mientras Radowitzky viajaba desde Ushuaia al Río de la plata su nombre
había originado un tremendo conflicto en la sociedad Uruguaya. La prensa
ataca y defiende al anarquista, igual que la opinión pública. El diario
“La Mañana” escribe que “los argentinos nos mandan de regalo al indeseable
porque no saben qué hacer con él, y nosotros los uruguayos tenemos que
prestarnos a resolver sus problemas”. Los sectores de derecha presionan
al presidente Campisteguy para que haga uso de su facultad del artículo
79 de la Constitución y no acepte al viajero. Pero el Uruguay tiene
toda una tradición. “La tierra más libre del mundo”, señala “El País”
del 14 de mayo. “Sagrario del derecho de asilo”. Y el Dr. Campisteguy,
espíritu liberal, cristiano y bondadoso, señala que Radowitzky podrá
desembarcar en “tierra charrúa”.
Antes de dejar el “Vicente Fidel López” y embarcar en el remolcador
“Mediador”, Radowitzky solicita se le conceda un minuta de tiempo para
“lavarse las manos”, pues el aseo en el trasporte no podía mantenerse
mucho tiempo por el humo que lo ennegrece todo.
El “Mediador” está en alerta y cuando a las 23:30 ve deslizarse como
un collar de luces por medio del Río enfila hacia Buenos Aires. Es la
“Ciudad de Buenos Aires”, vapor de la carrera a Montevideo. En el kilómetro
29 las dos embarcaciones se juntan y asciende Radowitzky al paquete
junto con los tres hombres de la prefectura. Casi todo el pasaje se
ha ido a dormir, pero quedan algunos hombres curiosos en la cubierta.
Cuando sube Radowitzky le dan la mano y le hacen preguntas. El desterrado
saluda a todos y contesta con cortesía hasta que el comisario de a bordo
le comunica que tendrá que sacar el pasaje. Ante tal ridícula imposición,
Radowitzky no protesta, al contrario saca de su bolsillo el dinero -proveniente
del último envió de sus compañeros de Buenos Aires- y saca de tercera
clase. Se disculpa ante quienes lo rodean y se dirige a la estación
de radio donde envía dos telegramas: uno al capitán y tripulación del
“Vicente Fidel López” agradeciéndoles el trato y otro a Montevideo,
al anarquista Capurro, señalando la hora de llegada.
Los pasajeros que acaban de hablar con Radowitzky se miran un poco decepcionados:
¿Y éste es Radowitzky? Se lo han imaginado con lago demoníaco, tenebroso,
un personaje de terrible mirada y gesto demoledor. Y la verdad es que
sólo se trata de un hombre tosco, con manos y cara de albañil, que sonríe,
pide disculpas y responde amablemente.
Pero los pasajeros no serán los únicos decepcionados…
El “Ciudad de Buenos Aires” atraca en Montevideo. Allí están: cerca
de cien compañeros que han podido ser avisados de su llegada. Entre
ellos hay gente de Buenos Aires: Berenguer, de “La Protesta”, Eusebio
Borazo que estuvo también en Ushuaia, Cotelo y otros. Hay piquetes de
agentes policiales a pie y acaballo.
Son
las 7:15. Suben funcionarios de inmigración. Pueden bajar todos los
personajes menos Simón Radowitzky. Hay una desagradable sorpresa para
las autoridades uruguayas: el desterrado no tiene ningún documento para
acreditar su identidad. Bajan. Comienzan los támites. Dirigentes anarquistas
se trasladan en taxi a la casa de gobierno. A las 9 sube a bordo el
jefe de la policía de investigaciones, Servando Montero. Minutos después
llega el director de inmigración, Juan Rolando, quien firma el visto
bueno para el desembarco del anarquista. Ahora sí: se asoma a la cubierta:
es Simón Radowitzky, “el camarada más amado”, “la víctima de la burguesía”,
el “vengador del honor de las clases humildes”. Viste un termo de gabardina
claro, un echarpe enredado como víbora al cuello y sombrero orión. Todas
prendas compradas a un turco en Ushuaia, con dinero enviado por la solidaridad
ácrata. Saluda a sus compañeros moviendo el sombrero orión en gesto
bastante torpe y discontinúo. “¡Viva el anarquismo!”. “¡Viva Simón!”
gritan desde tierra. Los caballos del piquete comienzan a caracolear.
Se animan los compañeros y los seis dirigentes máximos suben por la
plancha. Nadie se lo impide. Están en el Uruguay. Allí todo es distinto.
Todos abrazan largamente a “Simón”. Cuando quieren llevarlo a tierra
se oponen amablemente los dos médicos de inmigración: hay que revisar
al pasajero. Disposiciones son disposiciones y hay que cumplirlas. Nueva
demora. El examen es a fondo, lo llevan a un camarote. Veinte minutos
después el diagnóstico: “puede ser desembarcado, pero tiene el pulmón
izquierdo muy afectado”.
Simón Radowitzky pisa tierra uruguaya. Él, ahí, con su sombrero orión,
es rodeado por un mar de hombres con gorra, pañuelo al cuello y alpargatas.
El cuadro es un poquito desigual. El hombre mito, el mártir, el vengador,
estaba allí, de cuerpo entero. Sonreía, agradecía con gestos torpes.
Luego, las primeras declaraciones periodísticas, el primer error: dice
que quedará unos días en Uruguay y luego viajara a Rusia. ¿A Rusia?
Los dirigentes anarquistas se miran. ¿Es que acaso no conoce la masacre
de los marineros anarquistas de Kronstadt? ¿Ignora que los anarquistas
son calificados de enemigos del Estado?
Es que Radowitzky sale de la cárcel con su intención ingenua de conversar
con todos los dirigentes del proletariado y unirlos. No sabe que entre
socialistas, comunistas, trotzkystas y anarquistas hay mucha sangre
y mucho odio de por medio y que ya es algo que nadie podrá unir. Siguen
las preguntas y a todo Radowitzky responde con diligencia. Hasta que,
con sonrisas, pero con decisión es llevado por los altos jefes anarquistas
hasta un taxi. Y de allí, a las casa de la calle Justicia 2058. El taxi
parte. Radowitzky sigue saludando con la mano a los obreros que lo aplauden.
Ha comenzado a desinflarse el mito: comienza a volver a la vida del
hombre, el obrero, el autodidacta limitado por 21 años de encierro.
Ironías de la vida, ahora Radowitzky vive en la calle Justicia y allí
van los periodistas a entrevistarlos. Pero claro, sus temas de conversación
son muy limitados. Le brillan los ojos al relatar el día en que se conoció
el indulto en Ushuaia. Hubo gran algarabía entre los presos; todavía
se quedó siete días entre ellos -como quien permanece en su casa- a
la espera del trasporte de la Marina. Al salir del penal y bajar los
escalones de la pequeña escalinata lo esperaban más de cincuenta marineros
de cuatro avisos de la Armada que estaban en Ushuaia. Lo felicitaron
y armaron un poco de alboroto, tanto que el comisario creyó que se trataba
de una sublevación cuando vio que se aproximaba Radowitzky a la comisaría
rodeado de marinos. Radowitzky tiene a demás sensibles palabras sobre
los niños de Ushuaia. ¡Claro, había estado 21 años sin ver rostros infantiles!
Pero en los diálogos con los periodistas y curiosos con el ex penado
vuelve siempre al penal y repite: “La separación de mis compañeros de
infortunio fue muy dolorosa”. No habla mucho sobre sus sufrimientos
pero se le ensombrece el rostro cuando recuerda el período del administrador
Juarr José Piccini. “Me hacia despertar cada media hora poniéndome la
linterna en la cara. El invierno es horroroso. El edificio, hecho con
cemento armado, es extremadamente frío. Solo teníamos dos frazadas como
abrigo”.
Sobre su libertad tiene una frase escrita que saca del bolsillo y la
lee: “Mi libertad la ha hecho el proletariado universal y el Dr. Yrigoyen
al firmarla ha hecho un acto de justicia que el pueblo reclamo”.
Pasadas las primeras horas de curiosidad. Radowitzky sufrió un período
de agobiamiento y nerviosidad. El tránsito y el bullicio lo asustan.
Se siente indefenso ante la vida como un monje que después de veinte
años de convento lo trasplantan al centro de una ciudad. Pero se fue
adaptando y, en vez de aislarse, encontró poco a poco el ritmo de la
nueva vida.
Terminados los agasajos a Radowitzky se le buscó un trabajo. No podía
ser otro que el de mecánico. Trababa liviano porque sus pulmones no
le permitían mucho esfuerzo. Así pasaron varios meses. Pero el cambio
de clima desmejoró notablemente la salud del anarquista. Por eso, sus
amigos resolvieron que hiciera trabajos aún más livianos. Esos trabajos
“livianos” serán los que luego darán pábulo a la policía para sospechar
e intervenir. Radowitzky hará varios viajes a Brasil. “Para descansar
y distraerse”, dirán sus amigos anarquistas. Para llevar mensajes y
coordinar acciones, dirá la policía.
El
periodista rioplatense Luís Sciutto (Diego Lucero) nos ha relatado que
cuando él -bien muchacho todavía- estaba empleado en Italcable era de
los primeros en subir a los barcos de ultramar que provenían de Buenos
Aires. Eran los años 30 y 31 del gobierno de Uriburu, en los que se
aplicaba la ley de residencia a todos los anarquistas extranjeros. En
esos buques siempre venían varios expulsados. Los barcos quedaban pocas
horas en Montevideo y había que aprovecharlas: los anarquistas sabían
que Sciutto se prestaba a recibir la lista de anarquistas expulsados
que le entregaban a bordo y llevarla hasta un café cercano donde esperaban
impacientes dos o tres “compañeros” -entre ellos Radowitzky-, quienes
apenas recibido el papel con los nombres corrían a la casa de gobierno
donde se les extendía el correspondiente permiso de asilo. Así, muchos
italianos y rusos en vez de ir a parar a Italia de Mussolini o a la
Rusia de Stalin quedaban en la generosa tierra uruguaya. Radowitzky
era uno de los asignados para hacer ese trabajo. Sciutto lo recuerda
como un hombre de mediana estatura, algo chueco, morrudo, con principios
de calvicie que le hacía ver más grande la frente y con el pelo de los
costados “a lo Einstein”. Su aspecto era juvenil con cutis rosado, tal
vez proveniente del clima austral que le tocó soportar durante tantos
años.
Pero en Uruguay, se acaba el sistema democrático y viene la dictadura
de Terra. Mal anuncio para todos los izquierdistas. Comienza el año
de 1933. Todo ese año y gran parte de 1934. Radowitzky pasa casi inadvertido
entre viajes a Brasil y pequeños trabajos partidarios. Hasta que un
caluroso 7 de diciembre de ese año, una partida policial lo ubica en
una pensión de la calle Rambla Wilson 1159. Allí lo identifican y con
toda la cortesía le señalan que permanecerá detenido en su domicilio.
Ponen un vigilante en la puerta de la pensión y se marchan. Radowitzky
está maldito por suerte, evidentemente. Ha soportado tantos años de
prisión para que nuevamente vuelve a repetirse lo de antes: perseguido
por las autoridades.
Tres días después de la Navidad que él nunca celebrará por ser cosa
de burgueses, es visitado por el ceremonioso jefe de investigaciones
de la policía uruguaya, señor Casas, quien le señala que lamenta profundamente
pero que deberá abandonar el país con toda urgencia pues se le acaba
de aplicar la “ley de extranjeros indeseables”. Radowitzky acepta la
intimación y contesta que abandonará el país lo más pronto posible.
Pero sus amigos presentan su caso ante el doctor Emilio Frugoni, tal
vez el más brillante jurisconsulto que ha tenido el Uruguay. Y Frugoni
acepta defender al perseguido. Le aconseja no abandonar el Uruguay porque
su caso servirá de precedente para muchos otros que sufren persecución
policial.
Advertido de esto, el jefe de la policía ordena la inmediata detención
de Radowitzky. Con muchos otros dirigentes izquierditas. Radowitzky
es detenido y confinado a la isla de Flores, frente a Carrasco. Allí
las condiciones son pésimas. Debe dormir en un a especie de sótano o
cueva que antes era refugio de ovejas. Protesta el abogado Frugoni exigiendo
que se lo devuelva a la jurisdicción judicial correspondiente. Pero
lo único que logra es que el detenido se le permita dormir en un excusado
en vez de la cueva. Pasan varis semanas y disminuye la tensión política
en el Uruguay. Uno a uno, los presos de Isla Flores fueron recuperando
la libertad. A cada despedida se oían gritos de júbilo, canciones y
la renaciente esperanza de la libertad para los que quedaban. Pero esa
esperanza se hacía casa vez más lejana para Radowitzky. Él y otros cuatro
dirigentes continuaron en el encierro.
Prosiguió incasable Frugoni con su alegato. El 21 de marzo de 1936 llegó
la ansiada libertad de Radowitzky. El hombre maldito por la suerte prepara
sus tres o cuatro cositas de preso y parte para Montevideo. Allí, con
toda cortesía -esa cortesía que él conoce muy bien y por eso prefiere
los palos antes que el trato meloso-, se le comunica que deberá permanecer
preso en su domicilio. Pero lo cierto es que ya no tiene domicilio,
porque siempre vivió en pensiones. Entonces la policía es terminante:
deberá permanece en la cárcel “hasta nueva orden”. La “nueva orden”
tarda en llegar. Seis meses después, las puertas de la cárcel se abren.
Por últimas vez. Luego, hasta su muerte, Radowitzky gozará de libertad
aunque su vida sólo encontrará descanso en sus últimos años.
Es interesante la sentencia de libertad definitivamente que produce
el juez Pitamiglio Buquet, ya que pinta de cuerpo entero la idiosincrasia
de Radowitzky, por lo menos durante los años que vivió en Uruguay.
Así
dice la sentencia: “Montevideo, junio 25 de 1936. Visitas: de conformidad
escrita a la probanzas aportadas por el defensor y a los datos que obran
en el prontuario reinvestigaciones cabe sentar sin hesitaciones que
Simón Radowitzky no es un indeseable: desde que se radicó en el país
de las autoridades policiales sólo han tenido que ver con él por simples
sospechas muy explicables en virtud de sus antecedentes de ácrata exaltadísimos,
y a pesar de que pronunciará acá conferencias públicas de tendencia
anarquista, su conducta ha sido siempre correcta y la de un hombre honesto
a carta cabal que buscó sus vinculaciones entre personas intachables,
muchas de ellas ajenas a su credo filosófico”.
Con eso termina una etapa de Radowitzky, la de las cárceles. Ahora comenzará
su largo deambular con sus compañeros de ideas, cada vez más raleados,
cada vez con el sentimiento de que luchaban por algo demasiado ideal
y ya, por eso mismo, un poco caduco. Por eso fueron a su holocausto,
a quemarse en la sangrienta lucha de España.
El desafío de Francisco Franco el 18 de julio de 1936 a la República
Española es tomado por los anarquistas de todo el mundo como una cuestión
de honor, de vida o muerte. Y todos hicieron la larga marcha: Madrid
será el lugar de la cita. Y entre ese grupo de hombres venido de Argentina,
Brasil y Uruguay que como único bagaje traen la decisión y coraje está
Simón Radowitzky. Vienen a dar la vida, a enfrentar esta vez cara a
cara a sus enemigos. El ex penado de Ushuaia, prestará valioso trabajo
en los servicios de ayuda a las tropas anarquistas en los diferentes
frentes. Estaba casi siempre en Madrid, adscrito al comando anarcosindicalista.
Radowitzky cree que la guerra civil española ha convertido en realidad
su viejo sueño de ver juntos a todos los hombres de izquierda. Hasta
que en 1939 es testigo de una lacerante verdad: en Madrid, en Valencia
y en Barcelona comienzan los fusilamientos de anarquistas. Pero no son
los rebeldes de Franco. Son los propios comunistas que “para evitar
indisciplinas” y forzar el comando único en sus manos eliminan sin piedad
a todo aquel que tenga olor a anarquista. Centenares de muchachos y
hombres curtidos en todas las luchas son obligados a cavar su propia
tumba y luego son fusilados por sus propios aliados. Así, sin juicio
previo. Esos no dan ninguna oportunidad, Radowitzky más de una vez debe
haber pensado que la burguesía por lo menos le dio la oportunidad de
un juicio, la presentación de una partida de nacimiento, y que un presidente
calificado de caduco, débil, irresoluto, le dio el indulto contra todos
y a pesar de todos.
Al terminar la guerra son muy pocos los anarquistas que quedan. Apenas
un grupito logra pasar los Pirineos, llegar a Francia y embarcarse luego
a Méjico. Simón Radowitzky seguirá incansable a su estrella, a su idea.
Pero eso idea ya sólo le da para vivir de recuerdos y para editar revistas
de pequeña circulación. En Méjico tendrá lugar para hacer periódicos
viajes a Estados unidos y visitar a sus parientes y a la vez intercambiar
impresiones con organizaciones anarquistas de ese país. En Méjico, el
poeta uruguayo Ángel Faco lo empleará en el consulado donde era titular.
Radowitzky cambiará de apellido y se llamará simplemente José Guzmán
y compartirá su pieza de pensión con una mujer, la única que se le conoció
en su vida.
Así fueron deslizándose sus 16 últimos años: entre el trabajo, las charlas
y conferencias con los compañeros de ideas, y su hogar. Hasta que el
4 de marzo de 1956 -tenía 65 años de edad- cayó fulminado por un ataque
cardíaco; murió sin darse cuenta. Sus amigos le pagaron una sepultura
sencilla.
Tal vez al morir, cerró ese capítulo tan extraño y a veces tan inexplicable
de los anarquistas que buscan conmocionar a la sociedad con bombazos
indiscriminados. Y tan extraño es que todavía hay su nombre es execrado
-principalmente en la policía, cuya escuela de cadetes se denomina precisamente
Ramón L Falcón- y venerado por los pocos que todavía se sientes solidarios
con el ideario anarquista.
Cosa extraño. Simón Radowitzky es de esas apariciones que muestran la
contradictoria que es la vida, el ser humano, la razón misma de ser.
Mató por idealismo ¡Qué dos contraposiciones! Lo malo y lo bueno, lo
cobarde y lo heroico. El brazo artero, movido por una mente pura y bella.
Hoy lunes se cumplen cien años de un suceso que conmocionó a Buenos
Aires. Un joven ruso, de 18 años, había hecho volar por el aire con
una bomba nada menos que al todopoderoso jefe de policía de Buenos Aires,
coronel Ramón L. Falcón. El ejecutor era un anarquista llamado Simón
Radowitzky y con su acción quiso vengar a sus compañeros asesinados
el 1º de mayo de ese 1909, en la represión encabezada por el militar
contra la manifestación de los obreros que recordaban las figuras de
los cinco anarquistas condenados a muerte por la Justicia de Estados
Unidos, por su lucha a favor de las ocho horas de trabajo. Un muchacho
recién salido de la adolescencia, nacido en Rusia, y "además judío",
como señalaban las crónicas de nuestros diarios, se atrevía contra quien
aparecía como el hombre de más poder en todo el país.
El coronel Falcón había sido el mejor oficial del general Roca en el
exterminio de los pueblos originarios en la denominada Campaña del Desierto.
Además, había llegado a la fama en aquella Argentina conservadora como
el represor de las huelgas de conventillos, llevadas a cabo por las
mujeres inmigrantes que se negaban a pagar los aumentos constantes del
alquiler por parte de los propietarios. El coronel Falcón demostró su
hombría de bien y su título de coronel entrando a palo limpio en esos
palomares de la miseria y del hacinamiento que eran los miserables domicilios
de 140 habitantes por conventillo, que poseían un solo excusado como
se llamaba a los retretes de aquel tiempo. Ya como Roca lo había llevado
a cabo el 1º de mayo de 1904, Falcón imitó a su jefe ese Día del Trabajador
y atacó a los setenta mil obreros que llenaban la Plaza Lorea. Las crónicas
dirán luego que quedaron "36 charcos de sangre". Fue un ataque feroz
de total cobardía porque, sin aviso previo, el militar ordenó a la fusilería
de la policía abrir fuego contra las columnas obreras. Pero los anarquistas
no eran hombres de arrugar y guardar silencio. Desde ese momento dijeron
que el tirano iba a pagar con su vida tamaña cobardía. Y fue así como
ese joven ruso, Simón, se ofreció a no dejar impune el crimen del poder.
Le arrojó la bomba a la salida de un acto en el cementerio de la Recoleta
y tanto el coronel como su secretario fallecieron por efectos del explosivo.
Cómo lloraron los diarios al dar la noticia, en especial La Nación.
Había sido muerto uno de los pilares del sistema.
La historia continuará con el destino de Simón. Lo apresarán. Le iniciarán
juicio y lo condenarán a muerte, aunque él siempre sostuvo que era menor
de edad. Para esos menores de edad y para las mujeres no había pena
de muerte. Lo demostrará con una partida de nacimiento llegada de Rusia
y será condenado a prisión perpetua. Como no tuvo éxito una huida preparada
por sus compañeros anarquistas fue trasladado a Ushuaia, la Siberia
argentina, donde todo preso iba indefectiblemente a morir. Más todavía,
que cuando llegaba el aniversario de su atentado contra Falcón, se lo
condenaba a estar una semana en un calabozo al aire libre, sin calefacción.
Pero el "ruso" Simón se fue convirtiendo en el alma del presidio. El
siempre daba un paso al frente en la protesta cuando a algún otro preso
se lo castigaba o se cometían injusticias en el trato general. Fue durante
toda su estada el verdadero "delegado" defensor de esos presos comunes.
Y políticos. Por eso mismo se lo sometía a un tratamiento de terror.
Pero el "ángel de Ushuaia", como se lo llamaba, no daba su brazo a torcer
sin temor a las represalias de los guardiacárceles. Los que lean La
casa de los muertos o El sepulcro de los vivos, del gran escritor Fedor
Dostoievsky, que describe las cárceles de Siberia, y sufren con los
padecimientos de los condenados, no sospechan que en territorio argentino
existió un lugar exactamente igual construido por Roca, de donde son
muy pocos los que salieron con vida o retornaron a la sociedad con sus
facultades mentales normales.
Los
anarquistas de todo el país siempre lo recordaron a Simón y lucharon
en grandes jornadas de manifestaciones por su libertad. E intentaron
un operativo como sólo los anarquistas sabían prepararlos. Lograron
liberarlo y embarcarlo en un pequeño velero rumbo a Chile pero, cerca
de Punta Arenas, guardias chilenos lo sorprenden y lo entregan nuevamente
a las autoridades argentinas. La venganza será tremenda: Simón será
encerrado durante más de dos años en una celda, aislado, sin ver la
luz del sol y sólo a media ración. Pero en los círculos obreros y políticos,
Simón gana cada vez más popularidad. Las calles de Buenos Aires y de
otras ciudades tendrán pintadas con "Libertad a Simón" y su retrato
aparece en las ediciones de todas las publicaciones libertarias.
Mientras tanto, le envían dinero que se recauda en las fábricas. Pero
Simón no lo aprovecha para su persona sino que lo reparte entre los
enfermos del penal y la compra de libros para la escasa biblioteca de
la cárcel. Los pedidos de indulto para el preso le llueven al presidente
Yrigoyen, quien finalmente se lo otorgará en el 13 de abril de 1930.
Simón había padecido veintiún años de prisión. Pero la reacción de los
militares y de la prensa es muy grande contra la decisión del primer
mandatario. De manera que el preso es traído por un barco de la marina
de guerra hasta el Río de la Plata. Allí es obligado a trasladarse al
buque de la carrera que une a Buenos Aires con Montevideo y de esa manera
es expulsado del país hacia Uruguay.
Allí, en la otra orilla, es recibido por manifestaciones obreras que
le dan lugar en sus sedes y lo saludan como al mejor compañero. Al quedar
libre, Simón recuerda a sus compañeros presos en Ushuaia y dirá: "La
separación de mis compañeros de infortunio fue muy dolorosa". Comenzará
a trabajar días después como mecánico y más tarde se prestará a ser
mensajero entre los anarquistas del Uruguay y de Brasil. Hasta que se
acaba la democracia en la Banda Oriental y comienza la dictadura de
Terra, quien ordena su detención. El anarquista es confinado en la isla
de Flores. Allí las condiciones son pésimas. Debe dormir en un sótano.
Permanecerá más de tres años en esas condiciones hasta que sus compañeros
de ideas logran su libertad. Pero al llegar a Montevideo es apresado
nuevamente y llevado a la cárcel. Hasta que, liberado de nuevo, decide
marchar a España donde ha estallado la guerra civil con el levantamiento
de los militares de Franco contra la República. Allá Simón formará parte
de los grupos que lucharán contra los militares alzados. Pero no usará
armas, oficiará de transportador de alimentos para las tropas del frente,
principalmente para los soldados que están en trincheras. Hasta que
llega la derrota del pueblo y Simón será uno de los tantos que marchará
a Francia a refugiarse y de allí podrá embarcarse hacia México.
En México pedirá trabajar en una fábrica de juguetes para niños. Así
transcurrirán los últimos dieciséis años de su vida entre el trabajo
y las charlas y conferencias que daba a sus compañeros de ideas. Siempre
sostuvo, hasta el fin, que la gran revolución humana sólo la podía hacer
el socialismo libertario, hasta lograr la paz eterna y la igualdad entre
los pueblos.
En la Argentina, los dueños del poder siempre trataron de ignorar esta
figura que parecía salida de una novela de Dostoievsky. El que había
alzado la mano para eliminar a un tirano y que en su vida posterior
se comportó como un ser de bondad extrema y de espíritu de solidaridad
con los que sufren. En la década del sesenta publiqué un estudio sobre
este ser humano que titulé: "Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?",
en la revista Todo es Historia, que dirigía Félix Luna, fallecido hace
unas horas. Siempre le agradeceré a Falucho Luna ese gesto, de permitirme
publicar en sus páginas investigaciones sobre los héroes libertarios
que actuaron en nuestro país en las primeras décadas del siglo pasado.
Motivado por la nota que publicara el sábado pasado en este mismo diario
Osvaldo Bayer, recordé que hace algunos años, el notable intelectual
escribió un ensayo llamado “Simón Radowitzky, ¿mártir o asesino?”, trabajo
biográfico sobre la vida de aquel joven revolucionario quien, como consecuencia
de la represión del 1º de mayo de 1909, en la que se derrama sangre
de 26 manifestantes obreros, al grito de “Viva el Anarquismo” decidió
arrojar un artefacto explosivo en el automóvil del coronel Ramón Falcón,
jefe de la Policía, acabando con la vida de este último. Sin intención
de juzgar el hecho, desde la adolescencia, época en la que escuché esta
historia, siempre enredé mi imaginación con la imagen de un tal Moishe
(Moisés) Radowitzky, primo o tío de Simón. El detalle de la saga: Moishe
era rabino. Qué curioso: Sobre Moisés Maimónides, el sabio medieval,
se decía que “desde Moisés hasta Moisés no hubo ningún otro Moisés”.
Pero se me ocurre extender en los siglos este dicho a cada Moishe, incluyendo
a Radowitzky. No hay judío que no tenga un Moishe en su familia. A tal
punto que usualmente en este país los judíos somos todos Moishes. Por
otro lado, no hay judío que no haya tenido un rabino en su familia (si
no pregúntele al judío que tenga a mano). Y rabinos llamados Moishe
habrá habido por doquier. Sólo yo conozco no menos de una docena. Pero
¿cuál fue el acto que destaca al Radowitzky del resto de los Moishes?
Después del ataque, Simón iría a ser condenado a muerte. La historia
terminaría mal. Pero él tenía sólo una posibilidad. El preso más “peligroso”
de la época debía probar que no cumplía con la edad suficiente como
para ser ejecutado. Tenía que tener no menos de 22 años para ser pasado
por las armas. Su edad era desconocida. En su pasaporte no estaba claro.
A pesar de su juventud, la piel de este caucásico estaba ajada por las
penurias. Como muchos judíos de Europa Oriental, los Radowitzky eran
oriundos de un “shtetl”, un pequeño y pobre villorrio en el límite entre
Polonia y Ucrania. Movida por la miseria, su familia se traslada a la
industrial orbe rusa de Ekaterinoslav. Con 10 años y apenas algunos
rudimentos de lectura y escritura, Simón debe abandonar la escuela para
comenzar a trabajar como ayudante de herrero. Pasaba los días clavando
herraduras a los caballos y las noches durmiendo debajo de la mesa de
trabajo del establo. En la oscuridad del galpón escuchaba las conversaciones
entre la hija del patrón y sus revolucionarios amigos. A la edad de
14 años consigue un trabajo en una fábrica. Y es a esa misma edad que
es herido por un sablazo en el pecho durante una manifestación, a manos
de un cosaco represor. Convaleciente durante seis meses, debe escapar
de la Rusia zarista, llegando a estas latitudes.
Volviendo al juicio, la oligarquía y las clases medias de la época clamaban
por su pena de muerte (como decía el Eclesiastés, no hay nada nuevo
bajo el sol). Y la prensa de ese período ya lo condenaba con unos supuestos
29 años de edad. Pero de repente todo se modifica. La historia cambia.
Aparece el rabino Moishe Radowitzky con una partida de nacimiento de
su sobrino Shimen Radowitzky, en la que consta que habría nacido en
1891, lo cual indicaba que tendría en ese momento 18 años de edad. La
legendaria revista Caras y Caretas dice en uno de sus viejos números:”Radowitzky
tiene cada vez menos años”. ¿Quien le creía esto de la edad? Bayer,
con una dulce ironía, alega que ni siquiera los anarquistas.
Ahora, ¿habrá mentido el rabino? ¿Un rabino engaña? Considero humildemente
que algunos sí, cuando creen ser dueños de la verdad y no buscadores
de certezas. Rabinos hay de todo. Ortodoxos y progresistas, fachos y
zurdos, nacionalistas y universalistas, anarquistas y no tanto. En este
sentido, no sé si el Rabi Moishe era un anarquista, pero sin duda era
un genuino humanista, porque condena la pena de muerte y reconoce en
esencia que la existencia de la vida debe superar la legalidad y sus
instituciones. Roberto Espósito, el filósofo italiano, dice algo similar.
Y por eso me parece que el anarquismo y el judaísmo no se perciben como
tan separados. Inclusive podría pensarse que todo anarquista porta algo
de judío y viceversa. En Redención y Utopía, Michael Lowy da cuenta
de las relaciones entre mesianismo judío y utopía libertaria en intelectuales
como Walter Benjamin, Martin Buber y Erich Fromm.
Se me ocurre agregar un solo detalle más de la tradición judía. En idioma
hebreo a la mentira piadosa la denominamos verdad piadosa. Porque cuando
la piedad existe, nunca hay falsedad. La misericordia la trasciende.
No recuerdo en qué revista nacionalista local leí textualmente que el
primer subversivo tenía olor a Moishe. Y qué extraordinaria paradoja:
para los judíos, desde el de la Biblia hasta Radowitzky, siempre hay
un Moishe que te salva.
La clase obrera argentina tiene una larga historia de luchas y mártires.
Una de las más importantes es, sin duda, las represiones sufridas por
los trabajadores al conmemorar el 1º de Mayo.
El Congreso Obrero y Socialista reunido en París en julio de 1889 había
decidido "organizar una manifestación internacional con fecha fija,
de manera que, en todos los países y ciudades a la vez, el mismo día
convenido, los trabajadores intimen a los poderes públicos a reducir
legalmente a ocho horas la jornada de trabajo y a aplicar otras resoluciones
del Congreso Internacional de París" (Actas de la II Internacional,
publicadas en El Obrero, selección de textos, CEAL, Buenos Aires, 1985).
La fecha acordada fue el 1º de Mayo de 1890, en homenaje a los mártires
de Chicago, ejecutados por realizar una marcha similar en 1886. En nuestro
país, ese día de 1890, tres mil obreros, en su gran mayoría inmigrantes,
se reunieron en el Prado Español. También hubo manifestaciones en Bahía
Blanca, Rosario y Chivilcoy.
La clase obrera argentina daba sus primeros pasos. A la formación de
sindicatos, le siguieron las organizaciones anarquistas y socialistas,
periódicos obreros y bibliotecas, llevadas adelante por obreros pobrísimos,
desgajados de su medio de origen, que en muchos casos ni siquiera hablaban
castellano y vivían condiciones de explotación inhumanas, apoyados apenas
por un puñado de jóvenes intelectuales que también hacían sus primeras
lecturas, a veces confusas y balbuceantes, de los teóricos del marxismo
y del anarquismo.
La respuesta del Estado fue la represión. En 1904 dictó la tristemente
célebre "Ley de Residencia", que autorizaba a expulsar sumariamente
del país a todo "agitador". Las huelgas eran ferozmente reprimidas.
Pero un capítulo particular fue la feroz saña con que se reprimió el
esfuerzo, constante y heroico de conmemorar, cada año, el 1º de Mayo,
como Día Internacional de los Trabajadores. Un hecho gravísimo ocurrió
en 1904, cuando una inmensa manifestación convocada ese día por la FORA
(Federación Obrera de la Región Argentina) fue ferozmente atacada con
el saldo de dos muertos y 24 heridos. En 1905, cuando el acto había
sido corrido al 21 de Mayo debido al estado de sitio, una manifestación
autorizada por la policía "con la condición de que no se enarbolara
ninguna bandera roja", también fue reprimida y hubo otros dos muertos
y 20 heridos.
El 1º de Mayo de 1909
Ese día estaban convocados dos actos. A las cinco de la tarde debía
comenzar la concentración organizada por los anarquistas en Plaza Lorea
(hoy parte de Plaza Congreso). Poco antes de que empiecen a hablar los
oradores, el jefe de Policía en persona, coronel Ramón L. Falcón, dio
la orden de disolver el acto. El escuadrón de seguridad, a las órdenes
de su jefe Jolly Medrano, ataca entonces a caballo a la multitud a sablazos
y tiros de revólver. Matan a ocho obreros y hieren a 40, varios de ellos
de gravedad. Algunos miles huyen corriendo por lo que hoy es la Avenida
de Mayo hacia 9 de Julio. Ahí se encuentra con una columna de aproximadamente
20.000 personas: era la convocatoria socialista, que se había concentrado
en Constitución y marchaba hacia Plaza Colón (atrás de la Casa de Gobierno)
para realizar su acto. La noticia de la represión corrió de boca en
boca. Una multitud, ahora enorme, engrosada por los anarquistas que
llegaban de Plaza Lorea, marchó en absoluto silencio hasta Plaza Colón,
con paños negros sobre las banderas rojas socialistas. La policía reforzó
sus batallones de caballería pero, ante semejante multitud, no se atrevió
a actuar. Al llegar al lugar donde estaban levantadas las tribunas de
lo que iba a ser el acto socialista, los oradores proponen "la declaración
de la huelga general por tiempo indefinido como desagravio a la clase
obrera, ofendida en las víctimas de Plaza Lorea y para exigir la renuncia
del jefe de policía y el castigo de todos los responsables de la masacre".
Se alzan decenas de miles de manos y la propuesta es aprobada por aclamación.
Dardo Cúneo, testigo de los sucesos, relata: "entre los que han llegado
hasta los socialistas desde la Plaza Lorea con las noticias del crimen
policial, un muchacho pugna por abrirse paso... en la mano aprisiona
un pañuelo ensangrentado. -Esta es la sangre de los hermanos que cayeron
allá -va diciendo en su dicción extranjera...en la mano agitaba el pañuelo
ensangrentado. Después se sabría -los diarios publicarían su retrato-
que aquel muchacho se llamaba Simón Radowitzky" (Juan B.Justo, Editorial
América Lee, Buenos Aires, 1943).
La huelga general
El paro comienza de inmediato. Será total en la Capital Federal y con
alta adhesión en el interior del país. Se cumple una semana de huelga
general. No hay trenes, no circulan los tranvías, los comercios permanecen
cerrados. Se calcula en 200.000 el número de obreros en huelga. El gobierno
busca quebrarla con la represión. La ciudad es ocupada por el ejército
para reforzar a una policía desbordada. Para evitar las asambleas son
clausurados los locales obreros pero las reuniones se realizan igual,
en la calle. Cientos de militantes gremiales y políticos, anarquistas
y socialistas, son encarcelados. Se persigue a los que distribuyen La
Vanguardia y La Protesta, diarios socialista y anarquista, respectivamente,
que dan cuenta de la huelga. Finalmente, el día 8, el Comité Ejecutivo
del Partido Socialista, que durante toda la semana había hecho llamamientos
a "la moderación de los obreros", pero que se había encontrado totalmente
desbordado por la base, retoma el control de la situación. Se reúne
con el gobierno y obtiene del presidente del Senado, la garantía de
que una reunión en el sindicato de cocheros va a ser "autorizada", y
de que si se levanta la huelga se liberará a los presos y se permitirá
la reapertura de los locales. Las direcciones del movimiento obrero
aceptaron la "negociación" ofrecida por el gobierno. El movimiento huelguístico
va a terminar dos días después, el 10 de mayo: muchos obreros retoman
el trabajo con fuertes rencores hacia sus direcciones. Se había levantado
la huelga sin obtener la principal reivindicación: la renuncia del jefe
de policía.
Seis meses después
El 14 de noviembre de 1909, aquel joven obrero anarquista, llamado Simón
Radowitzky hace justicia por mano propia, arrojándole una bomba al carruaje
del jefe de policía Falcón que muere en el acto. Esa misma noche se
decreta el estado de sitio en todo el país, desatándose nuevamente una
brutal represión contra el movimiento obrero: centenares de militantes
fueron puestos "bajo la ley de residencia" y deportados sin siquiera
avisárseles a sus familias, otros tantos fueron encarcelados y apaleados,
los locales obreros fueron nuevamente clausurados y bandas policiales
atacaron las imprentas de La Vanguardia y La Protesta e inutilizaron
las máquinas impresoras, para impedir la salida de esos periódicos.
Simón Radowitzky es apresado y condenado a cadena perpetua en el penal
de Ushuaia (será indultado en 1929). El estado de sitio recién fue levantado
el 13 de enero de 1910. Pero el año del Centenario estará recorrido
por una ola impresionante de huelgas obreras, incluyendo una el mismísimo
día de la conmemoración, el 25 de Mayo de 1910, y también por una fuerte
ola represiva, que culminó con la sanción de la ley 7029 de "Defensa
Social", la pieza jurídica más antiobrera de historia argentina.
El 1º de Mayo hoy
Se cumplen cien años de la masacre de Plaza Lorea. A partir de 1909
la clase obrera tendrá nuevas luchas, triunfos y derrotas. Y más mártires.
Poco tiempo después se vivirán las jornadas de la Semana Trágica y de
la Patagonia Rebelde. Décadas más adelante vendrán las víctimas de la
llamada Revolución Libertadora, como los fusilamientos de José León
Suárez magistralmente denunciados por Rodolfo Walsh. Y después las víctimas
de las Tres A de Isabel y López Rega, y luego los 30.000 desaparecidos.
Y aún más cerca en el tiempo, los muertos del Argentinazo, Puente Pueyrredón,
Fuentealba, la desaparición de Julio López. La lista es enorme. Es parte
de la historia de la clase trabajadora argentina. Por eso el 1º de Mayo,
al que muchos quieren endulzar en una idílica "Fiesta del Trabajo",
es una cita de honor: levantando orgullosamente la insignia internacional
de la clase obrera, como en 1890, como en 1909, hoy y siempre.
José Castillo es economista. Profesor de Sociología Política en la UBA.
Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).
El 15 de septiembre de 1902
fue colocada la piedra fundamental del edificio carcelario a levantar
en Ushuaia, que, según Arnoldo Canclini “fue realmente monumental: ocupaba
cuatrocientos metros de frente en el costado occidental del poblado
y, una vez terminado, al margen de las instalaciones accesorias, las
celdas estaban dispuestas en cinco pabellones, en distribución radial”.
Custodiados por guardias de la penitenciaría, cuatro presidiarios trabajan
arduamente en el tendido de rieles del ferrocarril de Ushuaia. Según
el mencionado autor, la capacidad estaba calculada para 380 presos “pero
hubo hasta doscientos más” Las celdas eran de metro y medio o dos metros
de ancho y largo, para uno o dos reclusos. Carecían de ventilación y
la humedad chorreaba continuamente por las paredes. Todo hace pensar
que las intenciones fueron buenas: colonización, reclusión y no pena
de muerte, pero el excesivo número de reclusos, las malas condiciones
de las celdas y la brutalidad de algunos guardia cárceles configuraron
un sistema carcelario degradante de la condición humana.
En resumidas cuentas la historia del lóbrego presidio presenta tres
fechas trascendentes: las que corresponden a los años 1896, en que se
aprobó su construcción, 1902 en que se dio comienzo a los trabajos y
1949, en que se firmó el decreto que suprimió su uso. ¿Qué destino tuvo
el edificio central? Aclaramos que nos referimos al presidio original
porque también hubo galpones que se utilizaron para recluir a los condenados.
La respuesta es que fue ocupado por la Marina de Guerra que estableció
allí su base naval. Escribió un testigo del ocaso: “Hoy todo aquello
ha desaparecido, el presidio y la población de guardiacárceles, los
yaganes, los onas, el gendarme de línea con su guitarra y su winchester”.
UN RÉGIMEN CARCELARIO INHUMANO
En 1934 el diputado nacional Manuel Ramírez visitó el penal de Ushuaia.
Sus impresiones las volcó en un libro. Entre sus denuncias se destacan
las siguientes: “la más variada nomenclatura del delito se registra
en la Cárcel de Ushuaia: homicidio, lesiones, violación y estupro, robo,
corrupción y ultraje al pudor, hurto, motín y complot, encubrimiento,
tentativa de homicidio, asociación ilícita, contra la fe pública, extorsión.
Hay delincuentes primarios, ocasionales y reincidentes.
El 48 por ciento son delincuentes primarios, hombres que han delinquido
por primera vez en su vida; los demás reclusos en su mayoría rateros
condenados por hurto. Sin embargo, impera para todos una misma disciplina,
el mismo régimen. Viven y son tratados en común, sin clasificación de
ninguna especie, desde que entran hasta que salen, sea la condena de
un año como de veinte”. Ramírez se conmueve por la ausencia de un régimen
carcelario equitativo, según la clasificación que es menester aplicar
para diferenciar el cumplimiento de las condenas. “Al lado del delincuente
profesional está el joven que en un momento extravió infirió una puñalada
a su vecino; junto al carterista reincidente convive el pobre paisano,
traído de algún lejano territorio, que se perdió en alguna borrachera
dominical; el asesino que descuartizó a su amigo para robarle alterna
con el obrero recluido por un delito de carácter social”
Seguidamente se refiere a La curiosa situación jurídica de un numeroso
contingente de penados, quienes cumplen la pena accesoria del artículo
52 del Código Penal. “Tratase de reincidentes, en buen número rateros,
carteristas, etcétera. Suman 97, muchos en plena juventud. Ocurre que
una vez cumplidos los dos o tres años de prisión que les fueran impuestos
por su última ratería, automáticamente pasan a purgar en el mismo establecimiento
y bajo igual régimen.
La segunda parte de la condena: la accesoria de articulo 52, o sea La
reclusión por tiempo indeterminado. No es raro que el delito que ha
provocado semejante pena sea un robo de gallinas, un perramus (prenda)
, una cartera o cosa por el estilo. Estos hombres constituyen una verdadera
legión de desesperados”. Las injusticias no se limitaron a la falta
de diferenciación entre los reclusos condenados por delitos graves y
los que habían cometido delitos leves. Las acusaciones de malos tratos
son varias y abarcan golpes, palizas, trabajos inhumanos y actos de
sadismo, como los de arrojar presidiarios desnudos a la nieve o lanzarles
baldes de agua helada encima o dejarlos por varios días sin salir de
su celda.
Durante la dictadura de Felix uriburu,
conscriptos de los regimientos 1, 2 y 3 de infantería fueron
enviados a Ushuaia para custodiar al grupo de presos políticos
radicales.
“A menudo los guardias -dice
uno de los testimonios- para distraer su ocio, organizaban carreras
macabras. En un extremo del pabellón colocaban uno o dos presos y persiguiéndolos
a golpes, con látigos, los hacían desarrollar velocidades fantásticas.
Los presos tropezaban o sus piernas cedían, rodando por el suelo, estrellándose
contra las paredes, pisoteando el uno al otro, en medio de estrepitosas
carcajadas y aullidos de los carceleros, que festejaban tales ocurrencias.
Esas crueldades trascendieron y dieron lugar a que el penal tuviera
una aureola trágica. Solía decirse por aquellos años que ir allí era
ir “a la muerte en vida, que es la peor de las muertes”. Pese a todo,
había un mínimo de alivio para aquellos seres humanos caídos en la desgracia.
Algunos trabajaban en los talleres según el oficio que tenían, otros
eran llevados al monte en un trencito para realizar diversos trabajos,
tala de árboles, desmalezamiento, etc.; trabajos que, aunque duros y
fatigantes, podían llegar a servirles como una descarga para hacer menos
angustiosa la soledad. Además, vistiendo el uniforme de franjas horizontales
azules y amarillas, la banda del penal los días festivos daba conciertos
al aire libre, a los que concurría la población. Según Canclini “El
presidio y el pueblo eran casi la misma cosa. Quienes no eran detenidos,
eran guardianes, personal administrativo, familiares de todos ellos
y aun algunos ex reclusos que se quedaron a vivir en él".
Hay que diferenciar los condenados por delitos varios y los que fueron
allí por cuestiones políticas. En 1934, Ricardo Rojas, Honorio Pueyrredón,
Adolfo Güemes, Enrique M. Mosca y otros, conocieron el frío y la soledad
de esas lejanas latitudes, pero no conocieron el horrible penal: vivieron
en casas particulares, siendo su única obligación presentarse periódicamente
a la delegación policial del lugar. También conocieron Ushuaia en las
mismas condiciones Emir Mercader, Pedro Bidegain, Néstor Aparicio, Arturo
Benavidez, Carlos Montes y Mario Cima, Víctor Juan Guillot, Mario Guido,
Alvarez de Toledo y José Pecco.
PRESIDIARIOS DE TRISTE FAMA
El número de presos de los llamados famosos por la repercusión que tuvieron
sus crímenes es elevado. En su tiempo, debido a la difusión del sensacionalismo
periodístico -Crítica, especialmente-, se destacaron Ladrón de Guevara,
quien luego de matar a su esposa e hijos se dio a la fuga sin poder
ser aprehendido. Antes de ser localizado por un investigador espontáneo
-que luego ingresó a la Policía-. Ladrón de Guevara había cometido otro
crimen, esta vez mató a un comerciante que según él lo había estafado.
En el penal encontró auxilio en la religión.
Los veteranos recordarán al Saccomano. el cual una confundió a una telefonista,
que luego de cumplir un turno se dirigía a su hogar, con una prostituta
y quiso robarle la cartera. Ante la débil defensa que intentó hacer
la pobre mujer, optó por matarla con un golpe de furca. En el penal
hacía los trabajos más peligrosos, como el de volar con dinamita rocas
de las canteras. También fue comentado el caso de Mateo Banks, un estanciero
de la pampa bonaerense acusado de matar a ocho personas en Azul (entre
ellas a su cuñada, sobrinas y peones). ¿Motivos? Quedarse con las dos
estancias de su familia. Purgó gran parte de la condena en Ushuaia y
en la Penitenciaría de la calle Las Heras.
Presos
con vigilancia permanente que hacía imposible la fuga. Los
presos salían todos los días a trabajar, en este caso están
construyendo un puente.
No escapa a la galería de
estos personajes el descuartizador Serruchito, que dividió el cuerpo
de su socio en varios pedazos que arrojó al lago de Palermo. En el presidio
se le había asignado la tarea de trozar las reses que eran parte del
alimento de los reclusos. Entre tanta sordidez, hubo un crimen que no
fue por intereses materiales, sino producto de una pasión. Eduardo Sturla,
conmovió al tranquilo barrio de Floresta cuando mató a su cuñada, de
catorce años, al negarse ella a continuar con las relaciones que mantenían
secretamente. En la cárcel su conducta no fue motivo de quejas. Pero
él siempre se quejó de ese amor no correspondido. A otro, lo llamaban
El Mejicano, pero, también, Claudio Cerdeira, Vicente Giannatempo o
Erasmo Fabeile. Su currículurn delictivo acusaba homicidios, lesiones
y atentados a la autoridad que uno de los “pesados”, siempre provocando
a los guardiacárceles y, a veces, agrediéndolos.
Cayetano Santos Godino, más conocido por el
Petiso Orejudo
conmovió a la opinión pública
de su época con el relato de sus crímenes, motivados por sus bajos instintos.
Después de pasar una temporada en el manicomio ingresó en la prisión
donde vivió el resto de sus días. Se dice que su muerte fue provocada
por una feroz paliza que le propinaron otros reclusos, por haber matado
a un gatito (NR: este dato no es real]. La lista abarca a integrantes
de la mafia que capitaneaba Juan Galiffi, entre ellos Juan Vinti -quien
participó en el secuestro y muerte del joven Abel Ayerza- y Luis Corrado,
chofer del capo italiano, y los hermanos Di Grado. Pero no todos eran
asesinos profesionales.
También estuvo allí quien mató en nombre de un ideal anarquista: Simón
Radowitzky, de origen ruso, que arrojó la bomba que puso fin a la vida
del entonces jefe de Policía, coronel Ramón L. Falcón, y de su secretario
en 1909; Guillermo Mac Hannaford, ex mayor del Ejército Argentino, degradado
y condenado a reclusión perpetua por el delito de traición a la patria,
y algunos estafadores que también adquirieron fama en su época, entre
ellos Juan Dufour, de malandanzas internacionales, de quien se dice
que pudo escapar de la Isla del Diablo, pero no de Tierra del Fuego.
¿ESTUVIERON
REALMENTE ALLÍ?
La leyenda acompañó al célebre presidio. Así como podemos dar fe que
en él purgaron la condena que impuso la justicia a sujetos que se hicieron
tristemente famosos por haber cometido delitos, porque existen constancias
documentales que lo acreditan, no se ha encontrado prueba alguna que
permita afirmar que, según versiones, ciertos personajes por todos conocidos
hayan padecido las soledades de aquellos inhóspitos parajes. Carlos
Gardel, según una de esas versiones, estuvo allí en plena adolescencia
por habérsele aplicado la Ley 3335 que penaba a los reincidentes.
La única constancia al respecto arroja muchas dudas: la firma que habría
estampado en una postal en la que se lee “C. Gardel”, cuando todavía
firmaba Carlos Gardes También corre la versión de que Josip Broz estuvo
algunos años en el austral presidio cuando era un joven inmigrante serbio
que, según viejos vecinos del Dock Sud, habría habitado en ese lugar,
y que fuera condenado por sus actividades anarco-sindicalistas. Naturalmente,
cierto o no, ello habría tenido lugar mucho antes de convertirse en
el Mariscal Tito.
Asimismo, Luis Angel Firpo, de acuerdo con otra versión, habría purgado
allí una corta condena por un acto ilícito cometido en la tramitación
de una compra de tierras. ¿Leyenda o realidad? Han desaparecido los
archivos que podían iluminar las tinieblas de años y años que transcurrieron
desde la creación de aquel reducto del dolor y la fecha en que dejó
de serlo.
EVASIONES FRUSTRADAS
Hubo varios intentos de fuga por parte de los presidiarios que no tuvieron
el éxito que esperaban. El más resonante fue el protagonizado por Simón
Radowitzky. Lo hizo apoyado desde Punta Arenas, donde otros anarquistas
arribados de Buenos Aires, contratan los servicios de Pascualín.
Rispoli, también conocido como el último pirata del Beagle por sus oscuras
navegaciones llevando alcohol o cueros de lobos marinos de un lado al
otro de la frontera. Con la goleta Sokolo fondearon en Puerto Golondrina,
al oeste de la ciudad de Ushuaia (4-11-1918). El 7 del mismo mes Radowitsky
deja el penal vestido de guardiacárcel, llega hasta el punto convenido
y se embarca, de inmediato parten hacia Punta Arenas. Mientras tanto,
en el penal, a las 9:22 se nota su ausencia y comienza la persecución
desde Ushuaia y desde Chile. La marina de este último país lo recaptura
en Aguas Frías, a 12 kilómetros de Punta Arenas: fueron sólo 23 días
de libertad.
De regreso al primero se le aplicó un largo castigo de reclusión en
su celda y media ración. En el libro Confesiones de un comisario, el
policía retirado Plácido Donato narra el intento de fuga del criminal
Bruno Debella, alias Facciabrutta, que purgaba una condena en el presidio
de Ushuaia por asesinatos, asalto a mano armada y otros delitos. “Su
influencia -dice- hizo nacer una sublevación. Fabricó una bomba de treinta
kilos, introdujo armas en el pabellón número uno y la madrugada del
7 de septiembre de 1934 capitaneó una fuga en masa de los presidiarios.
Cuando
ya estaban frente a las puertas mismas del penal, el teniente primero
Damián Pereyra al mando de un pelotón de soldados los detuvo con las
bocas silenciosas y amenazantes de sus fusiles Mauser. Facciabruta se
encogió de hombros: "Está bien, ganaron"- dijo cansadamente mientras
tiraba su pistola de 22 tiros. Había perdido otra vez
Hubo otros intentos que también fracasaron. Pueden afirmarse que los
reclusos tenían sólo tres formas de liberación de ese lugar: por cumplimiento
de condena, por indulto o por fallecimiento. En las dos primeras salían
caminando, en la última en ataúd.
EL CIERRE DEL PENAL
El 21 de marzo de 1947 es la fecha del decreto firmado por el presidente
Juan Domingo Perón, que dispone el cierre del temido presidio.”Ushuaia,
tierra maldita, incorpórese sin lacras al sentimiento argentino”, es
el título del articulo mediante el cual Crítica da a conocer la noticia.
El diario de Botana se había ocupado en numerosas ediciones sobre el
tétrico penal, particularmente en lo que atañe a la situación extrema
que padecía Radowitzky.
Una publicación recogió las declaraciones de una pobladora de Ushuaia,
Lucinda Otero, que resume las impresiones de la gente del lugar: “En
ese momento muchísima gente dejó la ciudad porque trabajaban para el
presidio y se habían quedado sin trabajo, se quedaron sólo los que estaban
demasiado arraigados. En un momento la ciudad se achicó, pero enseguida
llegó la Marina, lo que hizo que al pueblo llegara una nueva corriente
de gente más actualizada, con otro nivel (...) Con la Marina el contacto
con el mundo fue más constante. Los buques iban una vez por mes, después
llegó el avión, aunque no era tan fácil viajar en él y después el camino”.
En cambio, para otros pobladores el cierre de la cárcel les acarreó
pérdidas materiales, salarios o ventas comerciales. Sin lugar a dudas,
alrededor del penal se formó una población que gracias a él poseía trabajo,
viviendas dignas y una creciente línea de pequeños negocios. Gracias
a él también hubo avances edilicios. Los reclusos efectuaron trabajos
de desmonte, hicieron las instalaciones eléctricas y de obras sanitarias
de Ushuaia, bajo estricta vigilancia de los guardianes.
DESTINO PARADÓJICO
Puede afirmarse que el penal de Ushuaia se ha ganado un prominente lugar
en la reafirmación de nuestros derechos soberanos en los territorios
del sur patagónico. Fue el primer paso para la recuperación de nuestra
olvidada región austral. José Luis de Imaz cuenta que, “cuando la Marina
Argentina llegó a la bahía de Ushuaia se encontró con un mundo en el
que se hablaba inglés y yagan. Y con esos indios que no se podía saber
si eran compatriotas nuestros, o chilenos, aunque se estuviera en tierra
cartográficamente argentina. Recién acababa de ser delimitada. “Bridges
debió ver con profunda desazón el arribo de aquellos barcos de la Marina
de Guerra, preanunciados en los relevamientos geográficos de dos años
antes. Llegaban latinos al Beagle, único enclave de evangelización cristiana
no papista en el continente sudamericano
“También
como periodista Payró llegó a Ushuaia en 1898. La parte argentina de
la población le desencantó profundamente. Cuando fue a la Misión y asistió
al oficio -en inglés, cánticos en yagan, y una oración en español por
la autoridades del país-, sobre todo cuando fue invitado a tomar el
té en la casa del pastor, creyó encontrarse en Lomas de Zamora o en
Temperley (únicos medios británicos que conocía).
“En 1934, Ricardo Rojas, confinado político en Ushuaia, tuvo un encuentro
con un yagán. El diálogo debió ser muy difícil. Al despedirse Darskapalaes
le dijo: "You are a christian gentleman". Impresiones similares describe
Nicanor Larrain, ya en 1883: Entre los Fueguinos se habla generalmente
el idioma inglés, lo mismo que entre los Tehuelches y demás indios que
tienen trato y comercio con las misiones de Magallanes. “Inmediatamente
me vino a la memoria la ocupación de las Malvinas y el despojo que de
ellas se nos ha hecho...
“No sucederá, me decía yo que con la Tierra del Fuego, donde hay misiones
inglesas, pueda con el tiempo acaecernos lo que con las Malvinas. Quién
sabe si no corresponde a esta idea la creación en la Tierra del Fuego
de una Colonia Penal que hoy preocupa al Gobierno Argentino. Dios lo
quiera; de todos modos, llamamos la atención de quien corresponda, porque
la fundación de una Colonia bien organizada y dirigida traerá el alejamiento
del peligro que indicamos, nos pondrá en condiciones de vigilar a nuestros
sospechosos vecinos que se pasean por la margen norte del Estrecho,
y crearemos un pueblo que nos dará beneficios en la producción y el
trabajo de los penados, que allí deben regenerarse.
Podríamos concluir con una comprobación: el severo encierro del presidio
fue también, paradójicamente, la apertura a la reafirmación de nuestros
soberanos derechos sobre una región, disputada por otros países.
Se empezó a construir en 1902. Los presos llegaban tras un mes de viaje.
Los recibían la desolación y el frío. Perón la cerró en 1947 por "razones
humanitarias".
Por Rolando Barbano
José Domínguez había jurado una y mil veces no ir a lo que llamaban
"la tierra maldita". Había asesinado, sí, había sido condenado a 25
años de cárcel también, pero no estaba dispuesto a ir a la nada. Sin
embargo, su día llegó: el 12 de febrero de 1926 lo sacaron de su celda,
la 554 de la Penitenciaría Nacional, y lo prepararon para el viaje.
Le pusieron grilletes en los tobillos y se los unieron con una barra
que le impedía dar pasos largos, todo remachado con clavos. Entonces
tomó una resolución que nadie podría cambiar.
Sumiso, Domínguez se dejó llevar al puerto sin resistirse. Lo pusieron
en la fila de los presos que serían trasladados y esperó. Cuando le
llegó el turno de cruzar la planchada hacia el barco "Buenos Aires",
actuó: antes de que pudieran impedírselo, se tiró al río. El peso de
los grilletes lo hundió al fondo del agua, de donde jamás volvió. Así
fue cómo evitó que lo llevaran al penal al que nadie quería ir. Se lo
conocía como el Presidio de Ushuaia o la cárcel del Fin del Mundo. Ahora
se cumplen 100 años de su fundación, pero ya sólo funciona como museo.
La piedra fundamental se colocó en 1902, en una ceremonia de la que
hoy sólo quedan fotos en blanco y negro donde se ve gente de riguroso
uniforme rodeada de mucha tierra y mucha agua. Hasta marzo de 1947,
cuando Juan Domingo Perón decretó su cierre por razones humanitarias,
la cárcel protagonizó una doble historia. Por un lado, presos que morían
aislados. Por el otro, un pueblo que vivía de ellos.
La decisión de crear el penal de Ushuaia también se tomó por "razones
humanitarias". Pero, en ese caso, fue porque resultaba insostenible
mantener el aún más cruel presidio militar de Puerto Cook, ubicado en
la desolada Isla de los Estados. Los presos empezaron a ser trasladados
a Ushuaia y, al poco tiempo, la experiencia entusiasmó a las autoridades.
"De las diez mujeres presas, se han casado seis, tres con presos y otras
tres con habitantes ya establecidos. Esto da la medida de lo que se
obtendría el día que el establecimiento funcione", le escribió el gobernador
al ministro de Justicia, Osvaldo Magnasco.
Con
esta evaluación, y la expresa intención de "poblar la región para asegurar
la soberanía", se resolvió construir el penal de Ushuaia. Para eso,
primero se pidieron presos que quisieran viajar al sur. Luego se los
empezó a enviar compulsivamente. El criterio que se seguía para elegirlos
fue variando, pero al principio se los seleccionaba analizando "su historia
criminológica, tipo de delito cometido y la conmoción que habían producido
en la sociedad".
Así llegaron a Ushuaia asesinos como "El Petiso Orejudo", Simón Radowitzky
y Mateo Banks. Los presos eran trasladados hasta allí en las bodegas
de distintos buques. Durante el viaje, que duraba un mes, iban con los
pies engrillados y sólo tenían un recipiente para hacer sus necesidades.
El humo del carbón de los motores hacía que llegaran a destino cubiertos
de tizne y tosiendo negro.
Lo que los esperaba era aún peor. A un viento que atravesaba el cuerpo
y unas temperaturas que congelaban el pensamiento, se sumaba la obligación
de construir la cárcel que los albergaría. Varias generaciones de presos,
desde 1902 hasta 1920, tuvieron que encargarse de la tarea.
Al llegar, los penados eran bañados y afeitados. Sólo los condenados
por delitos leves estaban autorizados a llevar bigote. Enseguida se
les entregaba las que serían sus únicas pertenencias durante el encierro:
traje a rayas negras y amarillas para trabajar, traje para días feriados,
colchón con 10 kilos de lana lavada, cubiertos, cuatro sábanas, dos
calzoncillos, útiles de escuela y un metro.
Después, a trabajar. Lo primero que se hizo fue poner a funcionar una
cantera propia, desde la que se llevaba la piedra a la obra con un trencito
que corría sobre rieles de madera. Así se levantó una cárcel con cinco
pabellones dispuestos en forma radial y 380 celdas de dos metros por
dos. El resultado fue descripto por los testigos de la época como una
"enorme masa de piedra gris, con muchas edificaciones menores colocadas
en forma desordenada".
Esas edificaciones menores eran los talleres en los que empezaron a
trabajar los presos apenas terminó la obra principal: el de ebanistería
-hacían cofres, bastones y tapas de libros-, el aserradero, la herrería,
el astillero, la fábrica de escobas, la sastrería y el lugar donde arreglaban
el tren.
El
tren era parte fundamental de la vida de la cárcel. En él, los presos
partían cada mañana hacia el Monte Susana, donde aserraban leña para
la calefacción del presidio y para realizar obras públicas. Estaban
obligados a mantener el muelle de la ciudad, a hacer el tendido de calles
y de la red de agua pública. Y también a divertir al pueblo: la banda
de música del penal, formada por presos como "El Petiso Orejudo" -asesino
serial; tocaba el bombo-, desfilaba cada fin de semana por Ushuaia.
Hacia 1919, ése era el único pasatiempo que tenían los 500 habitantes
de la ciudad y los 550 detenidos.
La mayoría de los presos rogaba que le asignaran una tarea. Cualquier
cosa era mejor a quedarse en las celdas, muertos de frío y de aburrimiento.
De hecho, uno de los castigos que se aplicaban era la prohibición de
trabajar. El penado quedaba todo el día encerrado en su celda, a pan
y agua, con las ventanas tapadas. Muchas veces los mojaban y los encerraban
en la oscuridad. O los hacían desfilar a medianoche entre dos hileras
de guardias armados con cachiporras y palos, recorrido del que sólo
se salía muerto o desmayado.
Para 1930, una o dos veces por semana los vecinos de Ushuaia veían un
ataúd atravesando la ciudad rumbo al cementerio. El 54 por ciento de
los presos estaba enfermo. Una simple caries terminaba en una boca desdentada.
Un par de años en el penal marcaba los rostros de los presos como si
se tratara de décadas. Fue el comienzo de una década de terror, dominada
por un alcaide de apellido Faggioli, que recién terminó cuando llegaron
los primeros presos políticos y denunciaron lo que pasaba. "Aquí, si
no anda el garrote, no es posible mantener la disciplina. Así se mueren
más rápido. ¡Para la falta que hacen!", se justificaba el jefe del penal.
La fuga era más que una utopía. Bosques y montañas impenetrables, el
mar helado y el intenso frío eran los guardianes más eficientes. Todo
preso que escapaba sabía que lo máximo a lo que podía aspirar era a
pasar unos días en libertad.
Aun así, nunca dejaron de intentarlo. Como lo hizo el ladrón Nievas,
que consiguió un traje de marinero para disfrazarse y escapar. Se escondió
en el campanario de la iglesia de Ushuaia y cada noche bajaba a la sacristía
para tomarse las botellitas con agua bendita. Hasta que el cura se dio
cuenta y se las escondió. Tuvo que empezar a salir a la calle para no
deshidratarse y así lo detuvieron. Entonces comprendió que el único
método efectivo para no volver a ese penal era aquel que había inaugurado
José Domínguez años atrás.