Las aguas bajan turbias es una película argentina, basada en la novela "El río
oscuro" de Alfredo Varela (quien también colaboró en el guión). Realizada entre
1951 y 1952, es una obra representativa del estilo de cine político-social de su
autor e intérprete principal, Hugo del Carril, y está considerada entre las
obras más destacadas del cine argentino. Fue estrenada el 9 de octubre de 1952 y
se la ha exhibido también como El infierno verde.
Argumento
Los hermanos Santos y Rufino Peralta (del Carril y Laxalt) se emplean como
trabajadores en los yerbatales del Alto Paraná. Allí se encontrarán con
condiciones infrahumanas de trabajo y la codicia de los patrones. Además, Santos
se enfrentará con un capataz por el amor de Amelia (Adriana Benetti). La
rebelión va madurando, al tiempo que se va gestando la formación de un sindicato
de trabajadores. Finalmente, los obreros se alzan y castigan duramente a sus
explotadores.
Premios
-
Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina (1952): Mejor
Film, Mejor Director, Mejor Actor de Reparto (Pedro Laxalt)
-
Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina: Mejor Film, Mejor
Director, Mejor Actor de Reparto (Pedro Laxalt), Revelación Masculina (Luis
Otero)
-
XIII Festival Cinematográfico Internacional de Venecia (Italia / 1952): Diploma
de Honor
Ficha
Título original: Las aguas bajan turbias
Año: 1951-1952
Duración: 92 min.
País: Argentina
Director: Hugo del Carril
Guión: Eduardo Borrás (Novela: Alfredo Varela)
Música: Tito Ribero
Fotografía: José María Beltrán (Blanco y Negro)
Reparto: Hugo del Carril, Adriana Benetti, Raúl del Valle, Pedro Laxalt, Gloria
Ferrandiz, Eloy Álvarez, Herminia Franco, Luis Otero
Productora: Black & White / DCB (Del Carril-Barbieri)
Género: Drama
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Historia
de una rareza argentina
Las aguas bajan turbias es una de las más célebres películas de Hugo del Carril.
Está basada en la novela El río oscuro
de
Alfredo Varela, un texto notablemente adelantado a su
época en la literatura argentina. Ahora, lo recupera una colección dirigida por
Abelardo Castillo.
Por Fernando Krapp
El río oscuro
Alfredo Varela
Capital Intelectual
263 páginas
El 9 de octubre de 1952 la sala del Gran Rex estaba llena. Mucha gente se había
quedado afuera y hasta los pasillos estaban plagados de ávidos espectadores
seducidos no sólo por ver la última película de Hugo del Carril, sino también
por los rumores que corrían sobre los problemas que habían tenido durante el
rodaje. La sala oscureció, el proyector hizo correr la cinta y apareció el
título: Las aguas bajan turbias. Los créditos detallaron los nombres de las
personas implicadas en el film, datos a los que no todo el mundo suele
prestarles demasiada atención. Como autores del guión figuraban Hugo del Carril
y Eduardo Borrás. Pero los créditos guardaban una omisión que el revisionismo
documental del backstage revelaría con el tiempo: la cuarta película de Hugo del
Carril, amigo íntimo de Perón, estaba basada en una novela titulada El río
oscuro, escrita por Alfredo Varela, miembro dirigente del Partido Comunista y
preso político del peronismo por causas un tanto oscuras.
Cuando Hugo del Carril leyó la novela no creyó que tuviera mucho potencial para
ser filmada. Era distinta, demasiado literaria para el cine. Publicada en 1943,
con El río oscuro Alfredo Varela no sólo reflejaba el trato inhumano y
despiadado que recibían los trabajadores de los yerbatales al nordeste del país
(llamados mensúes), sino que extremaba las convenciones del realismo hasta
convertirla en un experimento formal que dialogaba con la obra de Faulkner. El
río oscuro es una temprana consecuencia del efecto que tuvo el autor de Absalom,
absalom en la novela argentina (y, por qué no, en la novela latinoamericana
previa al boom). Pero si bien Faulkner buscó narrar la “naturaleza humana”
liberando la conciencia de sus personajes e indagando en sus genealogías
familiares, los hombres de Varela son tipos solos, huérfanos que trabajan de sol
a sol sin descanso. La descripción de la naturaleza humana se mezcla con las
descripciones del entorno natural en un juego de ida y vuelta, como si la selva
se les metiera adentro y los llevara a un grado de primitivismo que los hiciera
tomar conciencia de sus facultades como hombres.
Incluso hoy, para el lector del siglo XXI, El río oscuro sigue siendo novedosa
por su audacia narrativa que mixtura la historia, con el periodismo de denuncia,
el ensayo, el guión cinematográfico y el realismo narrativo. Cuando uno se
sumerge en la novela tiene la sensación de ser arrastrado por un delta a través
de una selva lingüística que Varela entreteje con un oído muy fino para los
giros y modismos del habla de los mensúes (una mezcla de español, portugués y
guaraní). En ella se alternan tres líneas narrativas: el relato histórico que
describe cómo la fiebre del oro y la plata de los españoles se transfiguró en
fiebre por el oro verde de la yerba virgen. Una subtrama titulada “En la
trampa”, donde Varela apela a declaraciones textuales de los mensúes, quienes
cuentan sus experiencias en los yerbatales. Y la historia de Ramón, el personaje
principal, que llega al nordeste para trabajar, es tratado como ganado por los
capangas y lentamente entra en resonancia con el conflicto en el que está
inmerso, a punto de ahogarse.
Probablemente, Hugo del Carril se haya entusiasmado más por el tema que por la
novela en sí, y decidió adaptarla. Pidió permiso a Perón, quien puso dos
condiciones: tenía que aclararse que los hechos narrados por la película habían
ocurrido mucho tiempo atrás y el nombre del autor no podía figurar en los
créditos. Alfredo Varela fue trasladado de una cárcel del Chaco a Devoto, y Hugo
del Carril y Eduardo Borrás lo visitaron hasta transformar la novela en Las
aguas bajan turbias. Con los años, la película se convirtió en un clásico del
cine nacional.
El río oscuro tiene ahora una cuidada edición a cargo de la editorial Capital
Intelectual e inicia la colección “Los recobrados”, dirigida por Abelardo
Castillo. Su reedición ofrece una visión más completa de la tradición del
realismo crítico argentino (Viñas, Rozenmacher, Walsh, por mencionar algunos) y
obliga a repensar la obra de escritores cuya literatura fue reducida muchas
veces por una lectura simplista.
Página|12, Domingo, 5 de octubre de 2008, suplemento Radar.
Imagen: Hugo del
Carril por El Tomi (Télam).