Dirección general: Lic. Alberto J. Franzoia




NOTAS EN ESTA SECCION
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Irlanda (capítulo 8 de La cuestión nacional en Marx)  |  Hacia la unidad de América Criolla. Por Juan Carlos Jara
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Rodolfo Puiggrós, Perón y los Habsburgo, por Néstor Gorojovsky  |  El FIP y la colectora de los setenta, por Alberto Franzoia
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Farabundo Martí, por Ramón Bossi  |  Del tiempo de Perón, Cap. 1, por Javier Prado  |  La vigencia de un libro "antiguo", por Néstor Gorojovsky
Dedicado a la SIP, por Alberto Franzoia  |  Del tiempo de Perón, Cap. 2, por Javier Prado

    

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Del Inca Yupanqui a Carlos Marx *

Por Jorge Abelardo Ramos

El cortante aforismo lanzado en su discurso ante las Cortes de Cádiz por el Inca Yupanqui -"Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre"-, ha corrido un raro destino. Observemos ante todo que la propia personalidad del Inca es virtualmente ignorada por los historiadores y cronistas de la época. Poco se sabe de su actividad preliminar a su incorporación como diputado suplente a las Cortes, y nada de su vida posterior. Pero creemos que algo puede decirse de la historia de un concepto formulado por el Inca en 1810: "Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre".
Exactamente la misma idea, expresada con las mismas palabras, expone Marx sesenta años más tarde en sus artículos y cartas sobre la cuestión nacional irlandesa. Esta concepción constituirá la base del pensamiento revolucionario sobre la cuestión nacional en general y será centenares de veces repetida por clásicos autores en la bibliografía sobre los movimientos nacionales. Más aún, toda la política nacionalista en el mundo contemporáneo es inimaginable sin la clara noción de que las colonias y semicolonias oprimidas por un grupo de grandes potencias imperialistas, lograrán con su revolución nacional no sólo emanciparse a sí mismos, sino crear las condiciones económico-sociales para despertar al proletariado privilegiado de los países metropolitanos y favorecer su propia emancipación. Ahora bien, ¿de dónde había extraído Marx esa frase y esa idea? ¿Era el fruto de su genial intelecto o había encontrado en su larga lucha algún valioso antecedente? "Durante mucho tiempo creí que sería posible derrocar el régimen irlandés por el ascendiente de la clase obrera inglesa... Pero un estudio más profundo me ha convencido de lo contrario", escribía Marx a Engels.36

En 1854 Marx escribía regularmente en el New York Daily Tribune artículos en los que examinaba los principales problemas de la política internacional. Al estallar una revolución militar en España, dirigida por el general O'Donnell, Marx escribió una serie de estudios en los que pasaba revista a toda la historia española, desde el imperio de Carlos V y su régimen social, hasta los acontecimientos políticos de 1854. Llaman la atención los conocimientos de Marx de la historia de España, dejando a un lado su característica sagacidad para interpretarlos. En particular sorprende su detallada descripción de las sesiones de las Cortes de Cádiz en el período 1810-1813 que ni siquiera se encuentra, por lo común, en las historias generales de España.

Alude repetidas veces a los discursos de los diputados españoles, cita textualmente fragmentos de esas intervenciones y examina con minuciosidad el texto de la Constitución aprobada en 1812. Cuando se disponía a trabajar sobre España, Marx escribía a Engels: "En este momento me ocupo sobro todo de España. Hasta hoy me he nutrido fundamentalmente en fuentes españolas, de la época de 1808 a 1814 y de 1820 a 1823. Atacaré ahora el período 1834-1843. Esta historia no carece de complicaciones. Lo más difícil es comprender su desarrollo. En todo caso he hecho bien en comenzar por Don Quijote".

Marx estudia a España.

Procediendo con su clásica probidad, Marx había iniciado su comprensión de la historia de España leyendo la versión trágico-cómica de la edad caballeresca. Su trabajo intelectual se realizaba generalmente en la Biblioteca del Museo Británico, en cuya sala de lectura no sólo se encontraba la prensa europea al día, sino también la prensa española y los principales documentos políticos y jurídicos de la historia europea. No es difícil concebir que los 28 volúmenes que contienen las Actas de las Cortes de Cádiz, editadas por la Imprenta Real de Cádiz en 1811, encontrasen su sitio en el Museo Británico. Tampoco resulta inverosímil que el detallado conocimiento que evidencia Marx de las posiciones del partido americano, del partido servil y del partido liberal sólo hayan podido adquirirse en la lectura de dichas Actas, repositorio mucho más fiel que las febriles reseñas redactadas por la efímera prensa gaditana de ese momento.38 Se tendrá presente que no había prensa independiente bajo la dominación francesa de casi todo el territorio español. Por lo demás, la frase "Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre", aplicada por Marx a la situación de Inglaterra con respecto a Irlanda, no retrataba específicamente la situación de dependencia irlandesa y sus relaciones con el proletariado británico.

La clase obrera de Inglaterra, como lo observan repetidas veces Marx y Engels, se beneficiaba de la explotación que de Irlanda hacía la aristocracia terrateniente inglesa, lo mismo que del botín colonial extraído del mundo entero por el Imperio. Más aún, los obreros ingleses abrumaban con su desprecio a los obreros irlandeses que vivían en Inglaterra; y los detestaban porque éstos tendían a disminuir su nivel de vida aceptando menores salarios que los trabajadores británicos. También los obreros del Imperio se hacían eco de los prejuicios imperialistas que les inoculaba la sociedad burguesa contra los desventurados proletarios de Irlanda que venían a Londres a mitigar su hambre. Se producía de ese modo un fenómeno de corrupción política análogo al del proletariado norteamericano frente a los portorriqueños y mexicanos del siglo XX. ¿"Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre"?

En todo caso, la "libertad" o "bienestar" del obrero inglés en el siglo XLX se fundaba justamente en la explotación de Irlanda y otras colonias realizada por el Imperio inglés. Y el proletariado de la metrópoli no podía esperar mejores condiciones de vida ayudando a Irlanda a emanciparse; antes por el contrario, esa liberación, en lo inmediato, podía acarrear al obrero británico una mayor explotación en sus propias islas.

De este modo, "un pueblo que oprime a otro no puede ser libre" adquiría en las condiciones del conflicto Inglaterra-Irlanda, una inflexión ética. Desde el punto de vista del triunfo del socialismo en Inglaterra, la frase se despojaba de toda intención moral y expresaba acertadamente el hecho de que el proletariado inglés sólo podría crear las premisas de su emancipación social si la burguesía inglesa no perdía antes la posibilidad de "exportar su crisis" hacia otros pueblos. Pero esto último, hoy podemos comprobarlo sin lugar a dudas, era imposible, pues toda la materialidad de su existencia práctica dirigía la conciencia del proletariado inglés a no desear el quebrantamiento del poder colonial de su burguesía, poder externo que le permitía condiciones de vida internas más satisfactorias que las de un "coolí" chino, un campesino hindú o un proletario irlandés. Bajo el conservadorismo político de la clase obrera inglesa, observada por Engels, se escondía un aforismo que Marx no se atrevió a acuñar: "Un pueblo que oprime a otro puede ser libre".¡Pero era una "terrible verdad"!

No haberlo creído así, era el tributo que los clásicos del socialismo europeo pagaron a las ilusiones del siglo XIX con respecto al proletariado del Viejo Mundo, desmentidas por la realidad contemporánea.

Consideremos ahora el contenido de la frase desde el punto de vista del contexto histórico y político en que la pronunció ante las Cortes de Cádiz el inca Yupanqui en su discurso de 1810. Hablaba como "Inca, Indio y Americano", según dice, ante sus colegas de unas Cortes populares, reunidas en el único sitio de España libre de la ocupación extranjera. Su tesis era predicar la igualdad de los americanos, los indios y los españoles, puesto que las circunstancias habían querido que España estuviese a las puertas de su libertad civil y en lucha por su independencia nacional.

Como los diputados españoles, con su patria invadida, rehusaban otorgar a los americanos esclavizados por ellos las mismas libertades que los españoles exigían con las armas en la mano a los franceses, el Inca Yupanqui estaba en condiciones de resumir el trágico dilema del pueblo español, oprimido y opresor a la vez. Si se atrevía a dar libertad a sus oprimidos, llegaría a ser libre, pues América toda volcaría entonces su esfuerzo hacia España, pero corría peligro de continuar esclavizado, si rehusaba liberar a los americanos. Así el concepto del Inca Yupanqui, mucho más que el de Marx, respondía agudamente a un situación especifica: "Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre".

Marx se deslumbró por la magnífica síntesis estudiando en 1854 las Cortes de Cádiz, la idea germinó lentamente en su espíritu y cuando llegó el momento de ocuparse de Irlanda, en 1869, su espíritu le devolvió un eco de aquellas ardorosas jornadas de Cádiz que habían despertado años antes su admiración. Los patriotas de América del Sur recurrieron a Marx en procura del concepto del Estado Nacional. Pero Marx la había escuchado de boca de aquel Inca, Indio y Americano que trajo a la España revolucionaria la voz de las Indias. Responde a una lógica profunda que un siglo y medio después, para comprender la clave de la revolución latinoamericana, mar enlazados ambos nombres ilustres, el del diputado americano que defendió a los indios y el del profeta europeo que anunció la victoria de los trabajadores.

*Fragmento de “Historia de la Nación Latinoamericana”, de Jorge Abelardo Ramos


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Las cortesanas rojas de Biolcati

Por Fernando Abel Maurente *

Hace unos días, mi amigo y compañero Gustavo Battistoni (1), publicó en RP (2) un material aparecido en el sitio Socialismo Latinoamericano (3) con la firma del Lic. Gustavo Cangiano en el que se menciona a nuestro partido. Battistoni con la solvencia política e intelectual a la que nos tiene acostumbrados le salió al cruce a este profesional de la soberbia y la irrespetuosidad. Contestó una por una a un verdadero arsenal de injurias que nada tienen que ver con la polémica franca entre revolucionarios.

En la década del 50, nos rememora Battistoni, la izquierda liberal galardonó a Jorge Abelardo Ramos con el título honorífico de «cortesana roja de Apolo” (4). Ya en las décadas del 60 y 70 esa misma «izquierda» que abandonó la política y tomó las armas, nos subió al podio de los malditos con otras honorables cucardas: «Agentes de la CIA», «traidores al Che» y «lopezrreguistas de izquierda». Por supuesto la Historia se encargó de sepultar sin honores a estos militantes de la falsedad y la calumnia.

No es mi intención polemizar con el Socialismo Latinoamericano. La respuesta de Gustavo Battistoni en defensa de nuestro partido y del Socialismo de la Izquierda Nacional ha sido contundente, me exime de todo comentario. Aquellas líneas de Gustavo Cangiano cargadas de moralismo pequeño burgués, sectarismo e infantilismo político, me llevan a dibujar y arriesgar algunas hipótesis con el objeto de dar un poco de luz a este sinuoso camino que es la Revolución Nacional.

Las posiciones de la militancia del Socialismo Latinoamericano, desde mi punto de vista, son en pequeña escala un fenómeno político cuya base social es una franja que representa a la pequeña burguesía del campo popular y cuya figura más «famosa», un verdadero mimado del periodismo oligárquico (que desplazó en rating a la señora Carrió) es Fernando Solanas Pacheco, más conocido como Pino Solanas, un verdadero amnésico de las enseñanzas del General Perón y un furioso antikirchnerista.

Lo de Solanas es un fenómeno pasajero, pero fenómeno al fin. En las décadas pasadas había una clara delimitación entre la Izquierda liberal y nuestra Izquierda Nacional. El lenguaje como expresión del pensamiento y las posiciones políticas como expresión de ese pensamiento, delimitaban claramente los campos de ambas izquierdas. Los cambios producidos durante la infame década (alfonsinismo-menemismo-delaruismo), la arrasadora modificación de la estructura industrial, la desnacionalización del Estado y la mutación de la oligarquía agro-ganadera en oligarquía transgénica, determinaron que importantes sectores de clase media volvieran al campo antinacional.

Esos sectores medios beneficiados por ese proceso de desnacionalización de la economía, (profesionales, chacareros) a pesar de la ofensiva popular iniciada en 2001 han quedado en el campo oligárquico defendiendo objetivamente intereses de clase.

Lo paradójico, inicialmente, hasta que se aclaró el panorama, es que estos sectores seguían (y siguen) levantando banderas nacionales desde el territorio enemigo.

Eso llevó a que compañeros y amigos del campo nacional y popular (no así desde el socialismo de la Izquierda Nacional) tuviesen una actitud dubitativa, sosteniendo en la práctica que no había que levantar (y sí había que conservar) los puentes de plata frente a los «equivocados, «descarriados» como Libres del Sur, Proyecto Sur, los muchachos del SL… Durante un tiempo la generosidad de muchos de nuestros compañeros los bautizaron como la «ultraizquierda nacional». Las batallas de la 125 y del 28 de Junio dejaron al descubierto a esta «Izquierda Nacional» parlante, verdaderos cortesanos de la Sociedad Rural.

Los cambios superestructurales en su dinámica propia, nos muestra un fenómeno a la inversa en el campo nacional. Los sectores de la pequeña burguesía democrática (mal conocida como progresista) expresadas políticamente por Carlos Heller y Martín Sabbatella aún conservan el lenguaje de una izquierda europeizada que habla con sus «izquierdas», «derechas» y «centroizquierdas», pero objetivamente, en el combate político están apoyando, críticamente (no como Solanas que critica sin apoyar) al gobierno de la presidenta Fernández.

Los reagrupamientos político-partidarios de la pequeña burguesía en el campo antinacional suelen tener la inestabilidad que les da un campo donde en el núcleo de hierro está la oligarquía y el imperialismo que no tienen nada que ofrecer a estas clases subalternas. Son aliados tácticos. Esa inestabilidad no se da en el campo nacional en cuyo núcleo de hierro está el proletariado industrial que es el aliado natural y estratégico de las clases medias. La Historia avanza hacia la alianza plebeya (5) más tarde o más temprano, y esto proceso no tiene que ver con la voluntad individual de sus miembros sino por la dinámica de la lucha de clases, con inestimable «aporte» realizado por las oligarquías vernáculas y la rapacidad natural del imperialismo, verdadero Atila para los pueblos del Sur.

Avancemos en este boceto de ideas

En qué se diferencia esta «ultraizquierda nacional» con la izquierda alternativista o clasista del PO, PCR, la Izquierda Socialista, el PRT, el MST, el PST y hasta el DDT…? En que los primeros son la alternativa al bipartidismo y al Pacto de Olivos. Y para los segundos la lucha entre el gobierno nacional y la contra es una lucha interburguesa, entonces desempolvan la «estrategia de Titanes en el Ring»: hay que unir a los luchadores contra la burguesía, la burocracia sindical, contra el kirchnerismo, contra todos… No vamos a perder el tiempo en contestar estos argumentos. Toda polémica la agotó la Historia. En el siglo pasado para esta izquierda obrerizada era lo mismo Perón que Lanusse, en el siglo XXI, Cristina Fernández es lo mismo que Biolcati.

Veamos la consistencia del argumento de los «ultraizquierdistas nacionales».

¿Es posible un pacto de Olivos o el bipartidismo entre el peronismo «alvearizado» y el radicalismo alvearizado como el suscripto entre Menem y Alfonsin? Desde mi punto de vista hoy es imposible un pacto entre el clonado Ricardito Alfonsín y la viuda de Kirchner.

1) El último efecto residual del Pacto de Olivos (Alfonsín-Duhalde) fue dislocado por el terremoto social del 19 y 20 de diciembre. Aunque hubo un golpe palaciego contra Fernando De La Rúa montado sobre la ola del tsunami social, el mismo se hizo trizas con el «que se vayan todos». Las masas en las calles enterraron toda posibilidad de bipartidismo y desde el punto de vista político se iba a imponer con la segunda vuelta a la que Menem y el neo menemismo no quisieron presentarse. Fue el gobierno emergido el 25 de Mayo de 2003 un reflejo condicionado de las jornadas decembrinas.

2) El Gobierno del Dr. Kirchner prendió fuego a los libros de Fukuyama y el keynesianismo afloró de los labios del nuevo presidente, la re-industrialización, pasar de las relaciones carnales con el FMI a las relaciones soberanas con los gobiernos de las metrópolis. Nuestro país descubrió que había vida más allá del FMI y que con una administración patriótica se podía devolver la dignidad a los argentinos Alfonsín y la viuda de Néstor Kirchner representan el agua y el aceite: La patria sojera y la patria industrial…

Eso es lo que no entiende este bloque de termocefálicos, verdaderos ladrillos teóricos que simplifican lo complejo y complejizan lo simple. Nuevamente esta «izquierda», vuelve a sus orígenes: a la Unión Democrática del Siglo XX reiterando su soberbia histórica. Vuelve a tropezarse con la misma piedra en el siglo XXI, cumpliendo el deshonroso honor de ser el ala izquierda, del grupo A y de la Mesa de Enlace, cualesquiera sean sus argumentos: el bipartidismo o el clasismo.

Desde la Izquierda Nacional, esa que nunca se equivoca, (porque cabalga junto a la clase obrera y el pueblo y no enfrente) nos permitimos devolverles la «gentileza» de los 50, a estos revolucionarios parlantes, los saludamos desde el tren de la Revolución Nacional con un «Adiós cortesanos rojos de Biolcati».

NOTA DE LA REDACCION: se hace necesario aclarar que desde las páginas del Cuaderno de la IN alentamos la integración de todos aquellos compañeros que alguna vez pertenecieron a la izquierda del campo nacional y que en la coyuntura se han despistado (nos referimos básicamente a sus bases militantes). Si muchos que nunca estuvieron en nuestro campo por formar parte de una izquierda no nacional ahora han descubierto la necesidad de integrarse (y lo celebramos), cómo no vamos a aspirar al regreso de aquellos que ya saben de qué se trata. Para conseguirlo, y en ese punto más allá de otras coincidencias discrepamos con el compañero Maurente, consideramos que una de las condiciones necesarias es practicar el arte de la seducción. A.J.F.

(1) El Lic. Gustavo Battistoni es el secretario general de Patria y Pueblo regional Santa Fé.
(2) RP, es Reconquista Popular, una lista de discusión que modera Patria y Pueblo en la que participan centenares de abonados diariamente.
(3) Socialismo Latinoamericano es una organización de Izquierda Nacional que proviene del viejo tronco del Partido Socialista de la Izquierda Nacional y el FIP, de los 60 y 70
(4) Apold era el apellido de un funcionario del segundo gobierno peronista ligado a la oficina de prensa.
(5) La alianza plebeya es el término utilizado por Jorge Enea Spilimbergo en el folleto «Clase Obrera y Poder» que fueron adoptadas como las tesis del Partido Socialista de la Izquierda Nacional en 1964. En esas tesis Spilimbergo revisa a Lenín y establece que la alianza de la Revolución en la Argentina no era la unión del proletariado con el campesinado, sino la unidad de los sectores medios, la pequeña burguesía con el proletariado industrial. El cordobazo le dió la razón.
Cuando la izquierda cipaya te ataca furiosamente y la oligarquía te ignora es porque estamos en presencia de un patriota

* Fernando Abel Maurente es militante del Partido Patria y Pueblo – Socialistas de la Izquierda Nacional. Milita en la Izquierda Nacional desde el año 1972, cuando se incorpora desde el Frente de Izquierda Popular (F.I.P.) al Partido Socialista de la Izquierda Nacional (P.S.I.N.). Integra la Corriente Nacional del FIP, liderada por Jorge Eneas Spilimbergo, fracción interna que luego se separaría del grupo de Abelardo Ramos definitivamente, bajo el nombre de FIP Corriente Nacional. En 1983, tras la disolución del F.I.P y del P.S.I.N, participa en la fundación del Partido de la Izquierda Nacional (P.I.N.) también guiado por Spilimbergo. A fines de la década del 80’ crea y dirige “El Chasqui”, periódico de análisis político, social y cultural, escrito completamente a mano y autogestionado. En el año 2005 se incorpora a Patria y Pueblo, partido conformado por la Agrupación Aukache y el PIN de Spilimbergo, donde actualmente continúa militando como Jefe Político del Núcleo Noroeste en el GBA y es Director de la Cadena Mariano Moreno, agencia de noticias.


Irlanda (capítulo 8 de La cuestión nacional en Marx)*

Por Jorge Enea Spilimbergo

El otro gran problema nacional que absorberá a Marx y a Engels durante los mismos años en que se lucha por la unificación alemana, es el problema de Irlanda. La conquista de Irlanda por Inglaterra tiene su origen poco después del establecimiento de los normandos sobre las ruinas del reino sajón. Sigue un proceso lento, tenaz y fluctuante, con períodos de inimaginable crueldad como el de Cromwell. Puede estimarse consumada a principios del siglo pasado, al establecerse la Ley de Unión. Pero Irlanda, a diferencia de Gales y Escocia, no disolvió su fisonomía nacional, aunque las epidemias de hambre, las represiones llevadas hasta el exterminio, las emigraciones, el despojo de tierras y la implantación compulsiva de colonos ingleses, casi eliminaron el idioma nacional gaélico (de la familia celta) y mezclaron las sangres hasta suprimir toda identidad racial.

Durante el siglo XIX se acrecienta la resistencia nacional irlandesa, y asume caracteres terroristas e insurreccionales con el partido feniano, cuya violenta campaña conduce a la revolución de 1867.

Marx y Engels siempre consideraron con simpatía al sufrido pueblo irlandés, lo admiraron por su resistencia y heroísmo. Pero durante la sexta década, que es la que sigue al fracaso revolucionario del 49, tendieron a subestimar la importancia política de la agitación irlandesa, como subestimaron, en general, la de los restantes pueblos oprimidos. Creían, durante todos esos años, que el triunfo del socialismo en los países mas avanzados, al suprimir toda explotación de clase, suprimiría también la opresión de un grupo nacional por otro. Dicho en otros términos, llegaron a no creer demasiado en la capacidad de las naciones sometidas para liberarse políticamente antes de que la clase trabajadora lo hiciese socialmente.

Pero esta opinión descansaba sobre el pronóstico de una crisis próxima del sistema capitalista. La verdad era que el sistema continuaba desarrollándose y expandiéndose. La crisis económica de 1857, que tan alegre ponía a Engels en medio del pánico general de sus colegas, los fabricantes de Manchester, no trajo el colapso ni la insurrección, sino un nuevo período de florecimiento.

En Inglaterra, el país de la gran industria, el proletariado superaba gradualmente las espantosas condiciones de existencia descriptas por Engels en 1845 y por Marx en el tomo I de El Capital. Las esperanzas cifradas en el cartismo resultaron vanas. En lugar de suscitar un movimiento mas avanzado, de clara proyección anticapitalista, el cartismo fue absorbido por al auge de la prosperidad, que aunque en mínima parte, también alcanzaba ahora a los proletarios de Inglaterra. Los nuevos sindicatos que se crean en la próxima oleada, se circunscriben a la lucha por el salario, sin poner en tela de juicio el orden social existente. Si algunos adhieren a la Internacional, es por cálculo: en los períodos de huelga, la Internacional entera se moviliza para impedir la contratación de carneros en el Continente. Pero cuando el Consejo Central asume la defensa histórica de la Comuna de París, vilipendiada por los explotadores del mundo como si hubiera sido un vómito del infierno, se rompe para siempre ese matrimonio de conveniencias. El reformismo ha corrompido los tuétanos del movimiento sindical británico. Es que la misma clase obrera se aburguesaba rápidamente. Esto resultaba de la privilegiada situación económica de Inglaterra.

"Aparentemente -escribía Engels, en 1850-la más burguesa de las naciones tiende a poseer una aristocracia burguesa y un proletariado también burgués, además de una burguesía. Para una nación que explota a todo el mundo, esto se justifica, naturalmente, hasta cierto punto."

La situación llegó a su colmo al aprobarse la ley de 1867 sobre sufragio universal. En las elecciones del año siguiente, los obreros hicieron uso del voto contra sus propios candidatos de clase.

"En todas partes -vuelve a comentar Engels-el proletariado es la cola, el trapo de piso y el furgón trasero de los partidos oficiales, y si algún partido ha ganado fuerzas de los nuevos votantes es el conservador."

La comprensión de este cambio llevaría a Marx y a Engels a rectificar sustancialmente sus pronósticos sobre el desarrollo de la revolución en Inglaterra. Es aquí donde el caso de Irlanda aparece en toda su magnitud.

Ya en su viaje de 1856 por el "verde país de Erin", Federico Engels (que tenía un motivo personal para simpatizar con Irlanda, por la nacionalidad de su esposa) transmite a Marx agudas observaciones, que luego ampliará en estudios históricos y económicos especiales.

"La llamada libertad de los ciudadanos ingleses -puntualiza Engels-se funda en la opresión de las colonias."

Esta lúcida frase pone al desnudo un hecho fundamental. El gobierno democrático no nace de una amable predisposición a tolerar "todas las opiniones", sino de las condiciones materiales de convivencia. Gracias al saqueo de los pueblos sometidos y a su hegemonía sobre el mercado mundial, Inglaterra aseguraba sus ciudadanos, incluso a los obreros, un fundamento de holgura que excluía toda enconada disputa por el poder. Semejante "democracia", basada en el reparto pacífico del botín colonial, tenía, naturalmente, su reverso: "Las medidas de violencia son visibles en cada rincón de Irlanda. El gobierno se mete en todo. Ni rastros del gobierno propio."

La gran víctima era el campesino, cuya infrahumana miseria alimentaba a los explotadores extranjeros y a una nube de parásitos "nacionales" tan numerosa como rudimentarias eran las condiciones de la economía irlandesa: "Policías, curas, abogados, burócratas, están mezclados en agradable profusión, y hay una ausencia total de toda industria, de modo que sería difícil entender cómo pueden vivir todas esas excrecencias parásitas, si no fuera que la miseria de los campesinos constituye la otra mitad del cuadro."

Los ojos de Engels registran los elementos morales de la situación, todo ese drama oculto que no logran disimular ni el pintoresquismo ni el paisaje: "El irlandés sabe que no puede competir con el inglés, quien llega con medios superiores en todo... Cuantas veces han empezado a tratar de hacer algo, siempre han sido política e industrialmente aplastados, de manera artificial, en una nación espantosamente desmoralizada." He aquí la técnica del "complejo de inferioridad colonial" inculcada como un virus para postrar a la víctima indefensa.

En su inconclusa monografía sobre Irlanda, Engels pondrá de manifiesto las maniobras de Inglaterra para mediatizar a su colonia en la miseria del monocultivo y el suministro de alimentos y materias primas, complementario de la economía dominante. Refuta con vehemencia el determinismo de las "condiciones naturales" con que se pretende ocultar la raíz social de aquella deformación económica.

"Comparada con Inglaterra -dice-Irlanda es más apropiada para la cría de ganado; pero comparada con Francia, Inglaterra es más apta." ¿Por qué, entonces, a nadie se le ocurre que Inglaterra se reduzca a una economía pastoril y abastezca de ganado la economía industrial francesa? No es a la naturaleza a la que debe culparse, sino al manejo inescrupuloso de una economía colonial por la nación opresora: "Hoy Inglaterra necesita trigo en condiciones de rapidez y seguridad. Irlanda parece hecha para el cultivo del trigo. Mañana, Inglaterra necesita carne, e Irlanda es apta solamente para la crianza del ganado."

Pero la simpatía por el país admirable que, a pesar de un genocidio secular, mantenía tenazmente su fisonomía moral e histórica frente a la "pérfida Albión", pronto se transforma en una revalorización de Irlanda como palanca de la revolución social dentro de Inglaterra. Ya no sería el triunfo del socialismo en la metrópolis el que liberaría a Irlanda, sino la conquista de la independencia nacional irlandesa la que permitiría al socialismo triunfar en Inglaterra.

"Yo acostumbraba a pensar -escribe Marx a Engels el 2 noviembre de 1867-que la separación de Irlanda de Inglaterra era imposible. Ahora creo que es inevitable." Y dos años después, en diciembre del 69: "Está en interés directo de la clase obrera inglesa que ésta se libre de su actual vínculo con Irlanda... Durante muchos años creí que sería posible derrocar el régimen irlandés por el ascendente de la clase obrera inglesa... pero un estudio más profundo me ha convencido de que la clase obrera inglesa nunca hará nada mientras no se libre de Irlanda. La palanca esta en Irlanda."

Llegamos al nudo de la cuestión: "Irlanda es el baluarte de la aristocracia terrateniente inglesa. Irlanda es, por ello, el gran medio por el cual la aristocracia inglesa mantiene su dominación en la propia Inglaterra. (1) En efecto, ambos países constituían, por así decirlo, un sistema de complementarios. La explotación del campesino irlandés, ejercida por la clase terrateniente inglesa, fortalecía la posición interna de esta última y, con ello, toda la estructura de las clases dominantes. Pero la independencia de Irlanda, es decir, la retirada del ejército inglés, traería como consecuencia una revolución agraria, que sólo las tropas de ocupación estaban conjurando. De esta manera el sistema se desmoronaba desde su punto más débil donde se agolpaban las contradicciones más virulentas, "puesto que en Irlanda no se trata de una simple cuestión económica sino, al mismo tiempo, de una cuestión nacional." (2) Por este camino, la cuestión de Irlanda alcanzaba envergadura europea: "Desde que la clase obrera inglesa echa el peso decisivo en el platillo de la emancipación social en general, es aquí donde hay que aplicar la palanca." Pero en este punto se presentaban graves problemas de conducción, que guardan analogía con los examinados al estudiar el caso de Italia. También aquí los líderes burgueses se esfuerzan por suprimir las reivindicaciones sociales del obrero y del campesino (escudándose tras un patriotismo abstracto) y por separarlo del movimiento socialista internacional. "Una nación de campesinos (escribe Engels a Marx el 9 de diciembre de 1869) siempre tiene que tomar sus representantes literarios de la burguesía urbana y de su intelectualidad... Pero para esta clase media todo movimiento obrero es pura herejía, y el campesino irlandés no debe saber, a ningún precio, que sus únicos aliados en Europa son los obreros socialistas."

No obstante el acuerdo patriótico, la lucha de clases se da objetivamente en el seno mismo del movimiento nacional. Es lo que Marx puntualiza en su respuesta del 10 de diciembre: "Puede demostrarse fácilmente que en el propio movimiento irlandés había un movimiento de clase... En cuanto al movimiento irlandés actual, hay tres factores importantes: 1) oposición a los abogados y políticos comerciantes, y a la adulación; 2) oposición al dictado de los curas, quienes (los superiores) son traidores...; 3) la clase trabajadora agrícola comienza a oponerse, en los últimos mitines, a la clase de los agricultores."

La consecuencia táctica de esta conducción burguesa era el empleo de la violencia controlada, en sustitución del movimiento de masas Marx y Engels tributaban homenaje al heroísmo de los terroristas fenianos. Ni por un instante caían en la hipocresía de negarles derecho moral al atentado como respuesta a la "legalización" del terror político por los dominadores.

Pero también para el caso de Irlanda, rechazaban que el terrorismo y la conspiración condujeran al fin propuesto. Estos métodos de lucha aislaban a la vanguardia más decidida, de la gran masa del pueblo, le impedían movilizarla en una gradación de acciones posibles y cada vez más extensas.

Terroristas y conspiradores eran como un contingente aguerrido que acepta dar la batalla a todo el ejército adversario, dejando el suyo acampado y sin combatir. Esta discordia táctica era la principal "diferencia que existe entre una sociedad política secreta y una auténtica organización obrera."

Por tal motivo, Marx saludaba todo paso tendiente a transformar la conspiración en movimiento de masas. Cuando los fenianos se deciden a actuar también electoralmente, Marx aplaude el abandono de la "huera conspiración" y de la "fabricación de pequeños golpes", en aras de un camino que, "si bien legal en apariencia, es aún mucho más revolucionario que lo que han estado haciendo desde el fracaso de la insurrección."

La mejor caracterización del problema irlandés en su influencia sobre Inglaterra, la encontramos en la carta a Meyer y Vogt del 9 de abril de 1870. Marx señala a sus corresponsales norteamericanos que todas las clases sociales de Inglaterra se benefician por la colonización de Irlanda, amortiguando así sus discordias recíprocas. La burguesía industrial busca en Irlanda carne y lanas baratas para sus obreros y sus manufacturas, respectivamente. La renta anual extraída a Irlanda por los terratenientes ausentistas es una inyección de riqueza no trabajada que lubrica los antagonismos sociales. Por ultimo, la importación de obreros irlandeses (corridos de su patria por el hambre, como los argelinos en Francia, hoy, y los portorriqueños en Estados Unidos) suministra mano de obra barata y no la especializada a la industria inglesa, con este doble resultado: o bien el de deprimir competitivamente los salarios; o bien el de reservar a los obreros ingleses las labores calificadas y de mejor remuneración. En ambos casos, se produce una mortal discordia en el seno mismo del proletariado.

"Todo centro industrial y comercial de Inglaterra posee ahora una población obrera dividida en dos campos hostiles, los proletarios ingleses y los proletarios irlandeses. El obrero inglés común odia al obrero irlandés en cuanto competidor que baja su nivel de vida. En relación con el obrero irlandés, se siente miembro de la nación dominante, convirtiéndose así en un instrumento de los aristócratas y capitalistas en contra de Irlanda, reforzando de este modo la dominación de aquellos sobre si mismos... Por su parte, el obrero irlandés... considera al obrero inglés como partícipe del pecado de la dominación inglesa sobre Irlanda... (En) este antagonismo, mantenido e intensificado artificialmente... por las clases dominantes... (reside el secreto) de la impotencia de la clase obrera inglesa, a pesar de su organización. Es el secreto del mantenimiento del poder por la clase capitalista." En consecuencia, "la tarea especial del Consejo Central de Londres (3), es despertar en los obreros ingleses la conciencia de que para ellos la emancipación nacional de Irlanda no es cuestión de justicia abstracta ni de simpatía humana, sino la condición primera de su propia emancipación." (4) En un sentido inmediato, los hechos se apartaron de los pronósticos de Marx sobre la cuestión de irlandesa. Ni la clase obrera de Inglaterra se movilizó a favor de la colonia, ni esta alcanzó su independencia hasta después de la primera guerra. Pero en otro sentido (considerablemente más profundo) el análisis de Marx ha recobrado su más plena actualidad.

En efecto, las cartas sobre Irlanda examinan por vez primera, de que modo la dominación colonial permite a la burguesía metropolitana corromper a su proletariado. En estas condiciones, la liberación nacional de la colonia obra como palanca de la revolución socialista en el país dominador. Marx se equivocaba al considerar a Inglaterra-Irlanda un sistema cerrado, que al ser afectado uno de sus términos, se derrumbaba el otro. Aun perdiendo a Irlanda, Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX conservaba otras importantes bases su sustentación.

Desde fines del siglo, Estados Unidos y los principales países de Europa, sistematizan su expansión orgánica, la "irlandizacion" del mundo, al pasar a su etapa imperialista. Y es entonces -vale decir, hoy-cuando el análisis de Marx sobre Irlanda adquiere una formidable actualidad analógica, pues hoy se dan, en escala mundial, los presupuestos de hecho que eran el punto de partida de Marx. En efecto, ya en nuestros días, el capitalismo es un sistema cerrado que se debate en el dilema de hierro de sus contradicciones críticas, incapaz de seguir descargándolas, en la medida de sus necesidades, sobre la periferia colonial y semicolonial.

Al ramificarse como capital financiero y expandirse bajo forma política y militar, el imperialismo suscitó el despertar de los pueblos coloniales y semicoloniales de América Latina, Asia, y Africa. Ante el imperialismo, la actitud de estos pueblos oprimidos es esencialmente dual. Por un lado, el proceso de autoconciencia nacional nace como respuesta dialéctica a la miseria y la crisis provocadas por las potencias dominantes. Por el otro. Los pueblos coloniales se proponen como modelo y meta los niveles de civilización, de cultura, de técnica y de ingresos de sus explotadores nacionales. Pero, al hacerlo, descubren que ya no es posible repetir el antiguo ciclo clásico hacia el régimen burgués desarrollado, porque ese régimen fundado en la economía del mercado, en la competencia y el lucro, en la expansión incesante hacia zonas vírgenes sobre las cuales establecer un monopolio colonizador, es ya un sistema cerrado que no tolera nuevos contrincantes. Esto da a las burguesías semicoloniales una estructura económica larvada, una atrofia material que se refleja en su conciencia histórica y en su trayectoria política, no de un modo absolutamente nuevo, porque ya hemos visto cómo la burguesía alemana del 48 fue un pálido y tembloroso fantasma de la burguesía francesa del 89.

Pero el conflicto nacional subyace, no sólo a pesar de la traición de la burguesía a su papel histórico, sino agravado por esa misma traición. De esta manera, los pueblos oprimidos se ven empujados a buscar nuevas formas de organización económica, política y social. El imperialismo, al irrumpir en las sociedades atrasadas, las empuja brutalmente hacia el progreso histórico; pero no les ofrece un porvenir a su imagen y semejanza. Es para él, cuestión de vida o muerte mantener sofocado lo mismo que despertó, inmóvil lo que echó a andar, prisionero lo que liberó.

Así, las masas populares (el proletariado incipiente, los campesinos agobiados, las clases medias pauperizadas por el raquitismo económico) no sólo cifran en la lucha nacional-revolucionaria, junto a sus anhelos patrióticos, la esperanza de un mejoramiento social y político, sino que encuentran un vacío de poder allí donde esperaban hallar un tercer estado, una dirección burguesa-revolucionaria.

Este vacío, combinado con la presencia de un proletariado nucleador, permite trascender rápidamente las reformas nacionales circunscriptas al marco capitalista, y pone en cuestión el propio capitalismo nacional, cuya vialidad histórica ha desaparecido.

Cada vez más, revolución nacional y socialista se aproximan, hasta hacerse como aspectos de un mismo proceso revolucionario combinado. Cada vez más, las revoluciones nacionales se enlazan y articulan con el gran movimiento mundial dirigido al socialismo, y sólo desde esa perspectiva pueden ser interpretadas e impulsadas hasta el fin.

En la vasta obra de Marx y Engels hemos encontrado inapreciables puntos de referencia y métodos para orientarnos sobre la realidad. Durante el período de la primera guerra imperialista, Lenin y los bolcheviques rusos actualizaron aquellas enseñanzas y les dieron triunfal expresión en la Revolución de Octubre.

Hubo una época dorada para la expansión imperialista, en que sectores predominantes del socialismo europeo -y sus puntuales cipayos, como "nuestro" Juan B. Justo-creyeron que Marx "envejecía" y optaron por el compromiso amigable y cómplice con las clases dominantes. Pero mientras presenciamos la descomposición penosa de sus "teorías" y el deshonor policial de los partidos que las adoptaron (desde los socialistas franceses de Mollet, a los fusiladores "argentinos" de Ghioldi) los más inteligentes representantes de la reacción deben admitir -también ellos-la actualidad y lozanía del pensamiento de Marx. Sus escritos (aun en los errores e insuficiencia inesenciales) conservan la vida, el impulso y las sugestiones que tuvieron al aparecer. Nueva luz, matices nuevos, descubre en ellos la experiencia histórico posterior.

Es que Marx (como Engels, como Lassalle) eran revolucionarios. Escribieron para las épocas revolucionarias. Ellas los acogen y utilizan.

Notas: (1) Carta a Meyer y Vogt, 9 de abril de 1870.
(2) Marx a Kugelman.
(3) El Consejo Central de la I Internacional, con sede en Londres.
(4) Efectivamente, bajo la abierta inspiración de Marx, el Consejo intervino una y otra vez en defensa de la nación irlandesa. En cierta ocasión, cuando se publicó un manifiesto desenmascarado la demagogia de Gladstone, que agitaba la "cuestión irlandesa" con fines electorales, para traicionarla en el mismo momento de ser nombrado primer ministro, Marx escribe a su amigo Kugelman: "Estos emigrados demagógicos que andan por aquí, prefieren atacar a los déspotas continentales guardando una prudente distancia. Para mí, los ataques no tienen encanto mas que cuando se los lanza vultu instanti tiranni" (de cara al tirano).

* La cuestión nacional en Marx, Jorge Enea Spilimbergo, capítulo VIII, Editorial Octubre, Avellaneda (Argentina) 1974.

Fuente: http://www.kaosenlared.net/noticia.php?id_noticia=822


Hacia la unidad de América Criolla *

Por Juan Carlos Jara

Hace apenas 20 años –que en el proceso histórico humano representan menos que un suspiro- caía el muro de Berlín, se desintegraba la U. R. S. S. y los EE. UU. emergían como potencia mundial hegemónica, única e indiscutida. Y en tanto potencia única engendradora también de un pensamiento universal.
Se hablaba por entonces, hasta el hartazgo, de la aldea global, del fin de la historia y de las ideologías; se postulaba al capitalismo como meta final de todo progreso humano; se enaltecía al mercado como el dios Baal ante el que debían prosternarse todos los pueblos del mundo…
Pasaron apenas veinte años para que todas esas ilusiones conservadoras, esa quimera de las clases más reaccionarias del mundo se vinieran abajo como un castillo de naipes.
Es cierto que antes debimos pasar por las horcas caudinas de los noventa, del neoliberalismo depredador y feroz (léase Menem entre nosotros, Sánchez de Lozada en Bolivia, Cardozo en Brasil, Lacalle en Uruguay, Carlos Andrés Pérez en Venezuela), pero hoy la situación se ha modificado diametralmente.

Hace poco leíamos en un medio alternativo el resultado de una encuesta silenciada por los grandes medios de América Latina -no encargada por Chávez o Fidel Castro, sino por la BBC y la Universidad de Maryland-, en la que se observa un rechazo universal del 74% al capitalismo neoliberal contemporáneo. El dogma del libre mercado sólo tuvo 11% de aceptación entre las personas encuestadas en 27 países y se mostró que los latinoamericanos son los más partidarios de un papel activo de la participación del Estado en el funcionamiento de la economía. Las cifras más altas en este sentido se dieron en Brasil (87%), Chile (84%) -países hermanos que la gran prensa suele ofrecernos como ejemplos de “moderación” y progreso-, Francia (76%), España (73%), China (71%) y Rusia (68%). No se encuestó en la Argentina, pero las proporciones no deben diferir mucho entre nosotros.
Ya la primacía exclusiva estadounidense está dejando de ser -su crisis económica, según muchos economistas que no aparecen en la CNN está lejos de haber llegado a su fin- y se alzan en el horizonte otros polos de poder a nivel mundial. Entre ellos –a condición de que logre su unidad- la América Latina.

Si echamos una rápida ojeada retrospectiva sobre la historia de nuestra América Criolla veremos que la idea de unidad nace con la independencia. Es más, como bien dijo el chileno Felipe Herrera: “América Latina no es un conjunto de naciones: es una nación deshecha”.
Con la independencia política (ya que no económica) triunfaron los particularismos, las conveniencias de los sectores portuarios y, al desaparecer los vínculos que nos unían a la metrópoli española, lo que podría haber sido nuestro gran estado continente se deshizo en forma irremediable.
La unidad había sido el sueño de los libertadores (San Martín, Bolívar, el tucumano Monteagudo), y recurrentemente ese viejo sueño de la Patria Grande ha resurgido.
La irrupción fuerte del expansionismo norteamericano (luego de la guerra con España) va a generar como contrapartida entre nosotros la aparición de la generación “arielista”, los intelectuales del 900 con José Enrique Rodó y Manuel Ugarte a la cabeza, entre los que resaltaban figuras como el mejicano Vasconcelos, el colombiano Vargas Vila, el venezolano Blanco Fombona. Casi todos ellos, a diferencia de los próceres del siglo XIX, no sólo hablan de la unión de Hispanoamérica sino de la América Latina (incluyendo a Brasil).
En esa etapa Nuestra América vuelve a tomar autoconciencia de su unicidad y el primer esbozo de esa autoconciencia está plasmado en el libro de Manuel Ugarte “El porvenir de América Latina”, que este año cumple su centenario.
Lo que está implícito y explícito en ese y otros trabajos posteriores del peruano García Calderón, del chileno Subercaseaux, del argentino Alejandro Bunge, va a ser llevado a la práctica (en realidad fue solo un intento) con la política del ABC impulsada por el general Perón, junto a su par Ibáñez de Chile y el presidente brasileño Getulio Vargas. Fue un intento de unión aduanera que no prosperó, pero dejó su impronta.
En un articulo de 1951, firmado como Descartes, decía Perón: “al siglo de la formación de las nacionalidades como se llamo al XIX, le sigue el de las confederaciones continentales”… Y hablaba de un “núcleo básico de aglutinación”, que estaría básicamente conformado por Argentina y Brasil. Y sigue: “Ni la Argentina, ni Brasil, ni Chile aisladas pueden soñar con la unidad económica indispensable para enfrentar un destino de grandeza. Unidas forman, sin embargo, la más formidable unidad a caballo sobre los dos océanos de la civilización moderna. Así podrían intentar desde aquí la unidad latinoamericana con una base operativa polifacética con inicial impulso indetenible… Desde esa base podría construirse hacia el Norte la Confederación Sudamericana, unificando en esa unión a todos los pueblos de raíz latina… ¿Como? Sería lo de menos, si realmente estamos decididos a hacerlo Si esta confederación se espera para el año 2000, qué mejor que adelantarnos, pensando que es preferible esperar en ella a que el tiempo nos esté esperando a nosotros”.
Allí Perón ya estaba profetizando el surgimiento del MERCOSUR, la Unasur, Telesur o la O. E. A. sin EE. UU. ni Canadá, cuyo primer ladrillo se puso este año en Cancún en la Cumbre de la unidad de América Latina y el Caribe... Todas estas ya son realidades que, aunadas a propuestas como la moneda única, el Banco del Sur y la Universidad Latinoamericana, nos demuestran que estamos en el camino profetizado por Perón. Aquel que sintetizó en la frase famosa: “el año 2000 nos hallará unidos o dominados”.

Muchas veces durante estros dos siglos se dijo que la unidad de América Latina era una utopía, es decir algo muy bello pero irrealizable. A los que opinaban así Juan Bautista Alberdi les respondía en 1844: “no siempre lo grandioso es del dominio de la utopía”, y ¡vaya si la unión de América Criolla es una idea grandiosa!

* Enviado por su autor para el Cuaderno de la IN. Resumen de la charla ofrecida en el Centro Cultural “América Criolla” de La Plata, el 10 de abril del corriente año.


Peronismo y clases sociales *

Por Jorge Abelardo Ramos

El triunfo electoral de Perón y sus dos gobiernos congregaron sectores sociales del más diverso origen. Aparecía resueltamente como un verdadero Frente Nacional. A él confluyen los restos del yrigoyenismo agrario, algunos débiles sectores empresarios, raros socialistas que rompían con su partido, sindicalistas tradicionales y nuevos sindicalistas, importantes sectores de la Iglesia católica; grandes grupos de la clase media de provincias vinculados al mercado interno; obviamente la clase obrera y, detrás del conjunto, el Ejército. Este último era el verdadero partido político de Perón, el factor subrogante de una burguesía demasiado débil y confusa para percibir su verdadero papel36.
En los países semicoloniales, a diferencia de los países imperialistas, la industria no ha surgido como la expresión final de un lento y trabado desenvolvimiento económico, desde el artesanado a la gran producción capitalista. Por el contrario las posibilidades industriales de nuestros países han sido rigurosamente limitadas por la introducción masiva de la producción extranjera. Sólo han podido irrumpir en el mercado a través de las fisuras abiertas en el sistema del mercado mundial por los golpes de la crisis o los conflictos militares del imperialismo. El desplazamiento de otros sectores sociales a la producción industrial, la selección casual de sus dirigentes y empresarios, la deformación cultural e ideológica de un largo pasado librecambista ha creado en la burguesía industrial argentina una disociación entre sus intereses inmediatos, su ideología y su adhesión política.
Se comprenderá que con este tipo de nueva industria las necesidades bruscamente creadas a todo el país con la guerra y la aparición de un mercado interno sólo podían ser satisfechas en la esfera de la política por la única fuerza centralizada no vinculada al imperialismo extranjero y que por su profesión estaba orgánicamente marginada de los intereses agropecuarios. Esta fuerza era el Ejército.

La naturaleza política del Ejército

Su función contradictoria en los países semicoloniales ya ha sido estudiada por nosotros37. La presencia dominante del imperialismo extranjero, de una oligarquía antinacional y de una mediocre burguesía nativa, permite al Ejército, bajo ciertas circunstancias críticas, asumir la representatividad de las fuerzas nacionales impotentes, o, por el contrario, transformarse en el brazo armado de la oligarquía. Esta dualidad se funda en el antagonismo latente que existe en la sociedad semicolonial, donde no hay una sola clase dominante, a ejemplo de los países imperialistas, sino dos, una tradicional y una moderna, aunque mucho más débil.
La pugna entre ambos grupos, aquél vinculado al sistema agrario-exportador y éste situado junto a las clases interesadas en el crecimiento económico, se introduce en el seno del Ejército y genera en él esa misma contradicción en otro nivel. La variabilidad de sus actitudes, está influida por la situación internacional -donde el poder intimidatorio y las victorias o derrotas del imperialismo juegan un papel impresionante- así como por las singularidades de los fenómenos políticos nacionales. En un caso o en otro, la tendencia a regímenes bonapartistas o semibonapartistas en la Argentina de la era industrial se funda directamente en la inestabilidad crónica de las clases poseedoras.
En el régimen de Perón, las grandes conquistas de la legislación obrera provenían de la necesidad de que el régimen obtuviera el necesario apoyo interior para resistir las extorsiones del imperialismo extranjero. La propia clase obrera apoyó con ardor al peronismo, en quien simbolizaba su propio ingreso a la vida política, un alto nivel de vida y la derrota de la oligarquía.

Conciencia nacional y conciencia de clase

Esta adhesión obrera al peronismo era completamente lógica: se fundaba en las experiencias políticas vitales de las grandes masas y en la necesidad de romper, a través de un nuevo caudillo, el bloqueo social impuesto al pueblo por el sistema oligárquico. Pero en un país semicolonial, con un incipiente desarrollo capitalista, esta incorporación de las masas a un movimiento nacionalista popular que manifiestamente se proponía impulsar el crecimiento de la industria, y la "armonía" de las clases sociales, exige una explicación específica para comprender la especial "actividad conformista" de la clase obrera con el capitalismo, que ha sumido en la perplejidad y hundido en el más negro escepticismo a no pocos teóricos "marxistas" cipayos.
"Mientras un régimen de producción se desarrolla en sentido ascensional, escribe Engels, cuenta incluso con la adhesión y el homenaje entusiasta de los que menos beneficiados salen por el régimen de distribución ajustado a él. Basta recordar el entusiasmo de los obreros ingleses al aparecer la gran industria. Y aún después de que este régimen de producción, consolidado ya, constituye en la sociedad de que se trata un régimen normal, sigue imperando en general el contento con la forma de distribución, y si alguna voz de protesta se alza, sale de las filas de la clase dominante (Saint- Simón, Fourier, Owen) sin encontrar apenas eco, por el momento, en la masa explotada"38.
Los obreros peronistas procedían en su mayor parte de las regiones agrarias de la Argentina; e ingresaban a la industria, cambiando no sólo sus condiciones de aislamiento rural anterior, por las ventajas urbanas de todo orden, sino que valoraban los aspectos positivos del régimen capitalista, en relación con las condiciones de dependencia personal agraria anterior: salarios quincenales, relaciones objetivas con la patronal, superior nivel de vida, organización sindical, peso político y dignidad individual. Todos estos factores suponían un ascenso histórico, tan nuevo como el capitalismo que contribuían los obreros a consolidar y tan deseable como detestable había sido para ellos el sistema pastoril o agrícola que habían abandonado perseguidos por la parálisis agraria.

Política y "Sociología"

Si los partidos de izquierda quedaron aislados por el triunfo del peronismo, esto no se debió a la supuesta "dictadura" sino a la aversión que despertó en la clase obrera la deserción de los socialistas y del Partido Comunista39, puesto que dichos sectores abrazaron el bando del candidato Tamborini, con el apoyo público del embajador Braden. Este hecho cerraba históricamente el ciclo de expansión de la izquierda cosmopolita en la Argentina, coincidiendo con el fin de la sociedad agraria exportadora que las había engendrado40.
El Ejército ejerció el papel conductor de la revolución nacional en la Argentina, además, porque tanto la burguesía como el proletariado eran demasiado débiles para asumir el liderazgo. El hecho más significativo en cuanto a la importancia relativa de la clase obrera con respecto a la burguesía nacional radica, desde el punto de vista del régimen de apropiación, en que la mayor parte de las grandes industrias están en manos del capital extranjero; pero toda la producción reposa sobre los obreros argentinos. De este modo, el proletariado ocupa en la industria una función incomparablemente más decisiva que la burguesía nacional. El régimen peronista fundó su política, de amplia progresividad histórica, pese a sus limitaciones de clase, en una circunstancia coyuntural: los altos precios de los productos agrarios alcanzados en la postguerra y en las reservas de divisas acumuladas por las exportaciones argentinas no pagadas durante el conflicto.
Las divisas se emplearon en la adquisición de bienes de producción y en repatriación de la deuda externa, cáncer de la balanza de pagos. Los precios agrarios permitieron al peronismo financiar la industria. Cuando esos precios cayeron en Europa, el gobierno se vio obligado a mantener precios remunerativos al campo, a pura pérdida. El esfuerzo de capitalización nacional comenzó a peligrar y a dañar todo el sistema.

*Fragmento de “Historia de la Nación Latinoamericana”, de Jorge Abelardo Ramos.


Fragmento del tomo I de Perón *

Por Norberto Galasso

¿Cuál es ese "nuevo país" al que se refiere Arturo Jauretche? Puede afirmarse, como ya se ha señalado apelando a Pirandello, que desde 1935, en la Argentina, se mueven varios personajes en busca de un autor.

Por un lado, sectores del Ejército que ya no están dispuestos a continuar actuando como custodios de la usurpación y la entrega oligárquicas, que abominan de los ingleses y que, en el caso de algunos militares, sustentan una clara posición industrialista.

Por otro, los trabajadores que se han ido nucleando en las nuevas fábricas del Gran Buenos Aires, provenientes en general del interior desvalido, resueltos a conseguir mejores salarios y mejores condiciones de trabajo, en esa Argentina industrial que va emergiendo.

También los empresarios nuevos, en general, hijos de la inmigración y titulares de capitales nacionales, a quienes interesa un mercado interno en expansión, protegido de la competencia extranjera.

Asimismo, sectores de clase media pobre del interior del país, pequeños productores y comerciantes de economías devastadas, como también ese mundo de sub ocupados que ambula de cosecha en cosecha para malvivir y en general, todos aquellos que ven asfixiados sus horizontes por la vieja Argentina agropecuaria, de recursos inmovilizados (riqueza ictícola, minera, potencial hidroeléctrico, etc.).

Todos ellos confluyen, entre 1943 y 1945, en un gran frente nacional, cohesionados por su repudio al viejo país y a la dirigencia política tradicional, tanto de derecha como de izquierda, como así también por un ansia de crecimiento económico que satisfaga sus diversos reclamos.

Como en todo frente, estos diversos componentes mantienen diferencias laterales, antagonismos que se subordinan temporariamente en aras de la coincidencia general, pero que pueden, a veces, acentuarse hasta provocar la ruptura de esa alianza.

Esas diferencias, esa multiplicidad de objetivos exige un unificador, un árbitro, alguien en quien todos depositen confianza, capaz de encontrar soluciones razonables para los diferendos entre las partes.

En los países coloniales y semicoloniales, donde el imperialismo expolia no solo a los trabajadores sino a amplias capas de la sociedad, es común la aparición de líderes populares, que cumplen esa tarea de unificación y conducción. En el caso argentino, esos amplios sectores sociales que ansían concluir con el viejo régimen encuentran su hombre en Juan Domingo Perón.

La interpretación individualista de la historia, tanto sea para elogiar como para denigrar, supone que ese hombre es el responsable de todo, sea de los éxitos o de las catástrofes.

En nuestro caso, dirá: Perón hizo el 17 de octubre. La interpretación de la historia en función de la lucha de clases señala, por el contrario, que son aquellos actores sociales quienes logran encontrar a su autor y lo elevan entonces a la cabeza del frente convirtiéndolo en líder.

Es decir: el 17 de octubre lo hizo a Perón. Sin embargo, la relación dialéctica de continuas acciones recíprocas en pleno desarrollo de los acontecimientos torna muy difícil establecer hasta qué punto la actuación del líder es mero resultado de las fuerzas sociales que lo impulsan y hasta dónde sus condiciones personales juegan también un papel muy importante.

Baste recordar que un marxista - Trotsky - señalaba que si Lenin no hubiera llegado al imperio zarista en 1917, posiblemente la Revolución de Octubre no se hubiera realizado.

En el caso argentino, la interpretación correcta de lo sucedido (sin pretender glorificar a Perón, ni tampoco caer en el otro extremo de restar importancia a su actuación) posiblemente resultará de las polémicas que los investigadores lleven a cabo en el futuro, cuando los odios y los amores aun subsistentes se hayan amenguado o desaparecido.

Por ahora, parece posible sostener que esos nuevos protagonistas de la historia argentina, generaron -aquel 17 de octubre de 1945- un frente nacional de liberación que fue encabezado por Perón.

Como señala Jauretche, el viejo país no entendió aquello que pasaba delante de sus narices: ni a la clase trabajadora, ni al liderazgo emergente.

Los conservadores

A medio siglo de distancia se comprende que la clase dominante, a través de los dirigentes conservadores, los grandes intelectuales y los grandes diarios, haya reaccionado lúcidamente contra estos sucesos, corroborando, una vez más, que es la única clase para sí, con clara conciencia de sus intereses.

Con respecto a la incomprensión por parte de la mayoría de dirigentes y base social del anterior movimiento nacional -el radicalismo-, la explicación parece residir en la incorporación de la vieja clase media al régimen semi colonial, así como su sumisión al poderoso aparato cultural de la oligarquía (la historia mitrista, el liberalismo económico, la literatura exquisita y lúdica, la democracia formal, la civilización y barbarie , etc.).

La izquierda
Más grave aun es la incomprensión de las diversas agrupaciones de izquierda.

Los socialistas

El Partido Socialista, sometido también a esa colonización pedagógica, se ha convertido en el partido de los consumidores (moneda sana y libre importación) con fuerte subordinación a Gran Bretaña.

Los comunistas

En el caso del Partido Comunista, como ya se ha señalado, la alianza de la URSS con Inglaterra y Estados Unidos le resultó letal al convertir al antifascismo, y más aún, a la aliadofilia, en su táctica política y sindical.

Por todas estas razones, no se asombre pues, el lector, de los juicios que va a leer seguidamente.

Los radicales

El liberalismo oligárquico, con su virulenta campaña antifascista, ha hecho estragos en la dirigencia radical. Nada queda en su pensamiento de los planteos populares de Yrigoyen.

"El 17 de octubre (dicen), fue preparado por la Policía Federal y la Oficina de Trabajo y Previsión, convertida en una gran máquina de propaganda de tipo fascista, con ramificaciones en todo el país (...) Fue una reproducción exacta de las primeras manifestaciones populares del fascismo y del falangismo".

Según el comunicado emitido por la conducción unionista de la UCR, el paro pudo realizarse "usando de la coacción y la amenaza (...) y se ultrajó a la ciudadanía con la ayuda policial, en un espectáculo de vergüenza como nunca ha presenciado la Nación.

Sostiene, asimismo, que "el número de manifestantes no fue mayor de sesenta mil personas, de las cuales un 50 % lo constituían mujeres y menores, teniendo informaciones fehacientes de que muchos de estos recibieron dinero para concurrir (...) que los manifestantes vejaron a personas, asaltaron comercios, injuriaron a la población vivando a su candidato y llevando como lema o estribillo estas palabras: Viva la alpargata y mueran los libros, Haga patria matando a un estudiante.

Desde el conservadorismo, Emilio Hardoy define, años después: "Los ciudadanos que desfilaron triunfalmente, yo entre ellos, poco tiempo antes por las calles de Buenos Aires, jamás imaginaron que la muchedumbre, imponente e informe, amenazadora y primitiva, iba a invadir la Plaza de Mayo al grito de guerra de ¬Perón!. Grito de
guerra y de odio, casi de venganza, por causa de la miseria y la ignorancia de la sociedad de entonces. Como en todos los pueblos de Occidente, en nuestro territorio había dos países en aquel mes de octubre de 1945: el país elegante y simpático, con sus intelectuales y su sociedad distinguida sustentada en su clientela -romana- y el país de -la corte de los milagros- que mostró entonces toda su rabia y toda su fuerza. ¬Nueve días que sacudieron al país! ¬Nueve días en los que la verdad se desnudó! Nueve días que cierran una época e inauguran otra... Desde luego, el odio no es el único ingrediente del peronismo, pero es el fundamental, el cemento que aglutinó a las masas en torno a Perón.

De este modo, los viejos enemigos (radicales y conservadores) coinciden ahora en su vituperio a la presencia popular en la plaza histórica.

Sin embargo, debe reconocerse que lo hacen con ideas, mientras otros manifiestan ese mismo repudio a culatazos: "El 17 de octubre de 1945, yo era el responsable de la Casa y de la estructura física del Ministerio de Marina en la Casa de Gobierno (...) La multitud desbordó la Plaza de Mayo y tiró las puertas abajo. Entraron los policías a caballo, era un revuelo increíble (...) entraron unos muchachos sudorosos y que se veían
muy cansados. Comenzaron a dar vueltas alrededor mío y me miraban extrañamente.

Les parecía mentira ver a un oficial parado ahí. Se acercó uno y me dijo: -¿Dónde está Perón? Lo queremos ver, venimos cansados de Ensenada. Le respondí: No sé dónde está Perón, debe estar arriba. Al tiempo, acudió un teniente con un pelotón de la compañía de infantería que custodiaba la Casa de Gobierno y me dijo: "Con su permiso, señor capitán, voy a hacer desalojar a toda esta gente. -Sí, le dije, pero con una condición: no dispare ningún tiro adentro del edificio, "adentro" del ministerio. Se retiraron entonces (...) El dio una orden y los soldados pusieron rodilla en tierra, dieron vuelta sus fusiles, con la culata para adelante, y comenzaron a sacudirles las cabezas a los revoltosos. Sonaban sus cabezas que parecían mates). Así vivió ese día de octubre el marino "democrático" Isaac F. Rojas.

Para quienes desconocen la historia argentina y se dejan llevar por los rótulos, resulta asombroso que juicios coincidentes provengan de la titulada izquierda socialista y comunista.

"La Vanguardia", por ejemplo, órgano del partido Socialista, afirma:- En los bajíos y entresijos de la sociedad hay acumuladas miseria, dolor, ignorancia, indigencia más mental que física, infelicidad y sufrimiento. Cuando un cataclismo social o un estímulo de la policía moviliza las fuerzas latentes del resentimiento, cortan todos las contenciones morales, dan libertad a las potencias incontroladas, la parte del pueblo que vive ese resentimiento y acaso para su resentimiento, se desborda en las calles, amenaza, vocifera, atropella, asalta a diarios, persigue en su furia demoníaca a los propios adalides permanentes y responsables de su elevación y dignificación".

La FUBA no se halla alejada de estos planteos y sostiene orgullosamente: "Se había dado una polarización de las fuerzas sociales en pugna: los sectores democráticos que concurrían a los despachos de la embajada norteamericana y los dirigentes gremiales y políticos pro peronistas que acudían a la Secretaría de Trabajo.

Por su parte, la comisión gremial del Partido Socialista señala "las exteriorizaciones carnavalescas, desmanes y atropellos inicuos producidos en el paro, que fue ajeno a la decisión de los auténticos trabajadores organizados.

A su vez, el Partido Comunista emite varias declaraciones en esos días. El 21 de octubre sostiene: "El malón peronista, con protección oficial y asesoramiento policial que azotó al país ha provocado rápidamente, por su gravedad, la exteriorización del repudio popular de todos los sectores de la República en millares de protestas. Hoy la Nación en su conjunto tiene clara conciencia del peligro que entraña el peronismo y de la urgencia de ponerle fin.

Se plantea así para los militantes de nuestro Partido una serie de tareas que, para mayor claridad, hemos agrupado en dos rangos: higienización democrática y clarificación política. Por un lado, barrer con el peronismo y todo aquello que de alguna manera sea su expresión; por el otro, llevar adelante una campaña de esclarecimiento de los problemas nacionales, la forma de resolverlos y explicar, ante las amplias masas de nuestro pueblo, más aun que lo hecho hasta hoy, lo que la demagogia peronista representa.

En el primer orden, nuestros camaradas deben organizar y organizarse para la lucha contra el peronismo, hasta su aniquilamiento. Corresponde aquí también señalar la gran tarea de limpiar las paredes y las calles de nuestras ciudades de las inmundas pintadas peronistas.

Que no quede barrio o pueblo sin organizar las brigadas de reorganización democrática (...) Nuestras mujeres (...) deben visitar las casas de familia, comercios, etc., reclamando la acción coordinada y unánime contra el peronismo y sus hordas. Perón es el enemigo número uno del pueblo argentino.

Días después, el periódico Orientación afirma: "Pero también se ha visto otro espectáculo, el de las hordas de desclasados haciendo de vanguardia del presunto orden peronista. Los pequeños clanes con aspecto de murga que recorrieron la ciudad no representan a ninguna clase de la sociedad. Es el malevaje reclutado por la Secretaría de Trabajo y Previsión para amedrentar a la población.

En el mismo número de Orientación (dirigido por Ernesto Giudici) puede leerse: "Desde Avellaneda salían las bandas armadas del peronismo, obedeciendo un plan de acción dirigido por el coronel y sus asesores nazis (...) El peronismo logró engañar a algunos sectores de la clase obrera (...) y esos sectores engañados fueron en realidad dirigidos por el malevaje peronista, repitiendo escenas dignas de la época de Rosas; y remedando lo ocurrido en los orígenes del fascismo en Italia y Alemania, demostró lo que era, arrojándose contra la población indefensa, contra el hogar, contra las casas de comercio, contra el pudor y la honestidad, contra la decencia, contra la cultura, e imponiendo el paro oficial, pistola en mano y con la colaboración de la policía que, ese día y al día
siguiente, entregó las calles de la ciudad al peronismo bárbaro y desatado."(...)

La casi totalidad de los grupos de izquierda caen en categorizaciones erróneas al intentar definir la jornada del 17. Para los viejos anarquistas, resulta el fascismo redivivo o el Estado que aplasta las libertades individuales.

Para el sector trotskista que orienta Nahuel Moreno, "el 17 de octubre es uno de los tantos golpes de cuartel (... )". Y Perón sería un agente de imperialismo inglés en retirada.

Solo el grupo de origen trotskista que se expresa en el periódico Frente Obrero, bajo la orientación de Aurelio Narvaja, reconoce los aspectos fundamentales de la movilización popular y su carácter históricamente progresivo: "Los acontecimientos de los días 17 y 18 de este mes, han dejado perplejos y confundidos a los stalinistas, socialistas y, en general, a toda la pequeña burguesía que se hallaba bajo el influjo ideológico de la oligarquía y del imperialismo." (...)

Durante los largos meses transcurridos desde el 4 de junio de 1943, los stalinistas, con el apoyo de los socialistas, llamaron en varias ocasiones a la huelga general. Salvo algunos sectores obreros de la construcción, la clase obrera permaneció insensible a sus llamados y el más estrepitoso fracaso coronó sus esfuerzos por defender la "democracia"...

Y ahora, he aquí que un militar, un recién llegado o poco menos, logra sacar al proletariado de sus fábricas y talleres y lanzarlo a la calle, con el solo apoyo de un débil equipo de dirigentes sindicales de alquiler y sin ningún gran diario que apoye su política.

"La misma masa popular que antes gritaba -¬ Viva Yrigoyen!, grita ahora ¡Viva Perón!".

* Extraído de la obra de Norberto Galasso: Perón. Formación, Ascenso y Caída (1898-1955) Tomo I; Ediciones Colihue. Grandes Biografías. 2005.

Fuente: http://www.lariojaesnoticia.com.ar/noticia.asp?id=3945


Rodolfo Puiggrós, Perón y los Habsburgo

Por Néstor Gorojovsky

En su prólogo a “La España que conquistó el Nuevo Mundo”, dice Pedro Orgambide que Rodolfo Puiggrós “afirmaba que había que luchar en el peronismo no para su simple restauración sino para su transformación histórica. Esto no entendieron. Esto no entienden aún muchos de sus críticos, sobre todo los de la izquierda tradicional y aséptica.
‘Ésos que son vanguardia -como decía Puiggrós- pero de la que el pueblo no se entera’” (“Una tumba sin nombre”, en Puiggrós, Rodolfo. La España que conquistó el Nuevo Mundo. 3ª. Ed. Buenos Aires, Retórica Ediciones. Editorial Altamira, 2005. Pág. 7.)
En efecto, Rodolfo Puiggrós fue la más lúcida expresión teórica del intento de transformar al peronismo, desde adentro (y en vida del General Perón), en un movimiento socialista revolucionario.
En eso, difirió radicalmente de las posiciones de la Izquierda Nacional, que siempre consideró que este intento no solo era históricamente imposible sino que además llevaría a un trágico desenlace en caso de tomar vuelo y visos de efectivización.
Esta disidencia táctico-estratégica fundamental no impidió a Puiggrós, sin embargo, abrir cátedras de la Universidad de Buenos Aires a Jorge Abelardo Ramos y Jorge Enea Spilimbergo.
En esto, hay que decirlo, actuó en contradicción muy dura con la opinión de su masa de apoyo de esos tiempos, pero en la misma línea en la cual se había ubicado el mismísimo Perón cuando designó a Puiggrós rector-interventor de la UBA: la de la amplitud y la generosidad en el debate político en el seno del campo nacional.
Podría decirse que muchos de los sostenedores de Puiggrós en dicho cargo fueron tan miopes en relación a la Izquierda Nacional y a ese gesto del rector-interventor como con respecto a Puiggrós lo había sido la “izquierda tradicional y aséptica” (de la cual no pocos de ellos habían surgido y se habían “peronizado” repentinamente, con solo una crítica superficial de sus prejuicios mitristas).
Lo que interesa, sin embargo, es que el rector interventor designado por Perón para la Universidad de Buenos Aires, en parte para sustentar sus propias posiciones, había venido librando una doble batalla contra (a) la ultraizquierda que -para defenestrar al peronismo- llegaba a “demostrar” el carácter “capitalista” de la América Latina colonial , y (b) contra los sectores que, dentro del peronismo, intentaban entroncar al movimiento en la representación de la feudalidad y el atraso de España, jugada que se contraponía -y contrapone- con el sentido profundo de un movimiento cuya raíz europea, si la había, estaba en los sectores populares españoles vencidos, en una larga pulseada de cinco siglos, por Carlos I (de España, pero V del Imperio césaropapista centroeuropeo), por Fernando VII, y por Francisco Franco en la Guerra Civil.
En todas esas instancias los representantes de la reacción antipopular española habían contado con apoyo inmenso de potencias extraespañolas.
En la década del 60, la polémica central se orientaba hacia la ultraizquierda.
La Agrupación Universitaria Nacional, reproduciendo textos publicados por la Izquierda Nacional en 1963 y agregándole un par de notas de Jorge Abelardo Ramos, mostraba que “la disputa sobre el carácter de la colonización española en América [...] no reviste un carácter académico [...]
Se trata de saber, en esencia, las consecuencias políticas que se inferirían si en efecto el pasado colonial de Hispano América ha dejado tareas nacionales y democráticas por resolver en nuestro tiempo” (Ramos, Jorge Abelardo “¿Capitalismo o Feudalismo?”.
En: Puiggrós, Rodolfo; André Gunder Frank; Jorge Abelardo Ramos. Polémica sobre los modos de producción en Iberoamérica. Agrupación Universitaria Nacional. Cuadernos Universitarios, ficha 2. Buenos Aires, sin fecha (circa 1974)
Esta frase, sin embargo, vale tanto para quienes argumentaban que la América Latina colonial era capitalista y por lo tanto, como explicaba Gunder Frank, la lucha contra el imperialismo debía iniciarse no con un frente nacional sino combatiendo a la propia burguesía, sino también -por más que en esos tiempos el adversario esencial fuera de “izquierda”- para quienes -entonces y hoy-pretenden negar que el movimiento nacional latinoamericano tiene que enfrentar dialécticamente la herencia retrógrada del período colonial, herencia cuya defensa _in toto_ suele asumir la forma de una defensa del “legado cultural y religioso” de España: este planteo, a juicio de la Izquierda Nacional, termina por enfeudar el movimiento nacional a los sectores más temerosos y traicioneros del propio campo, justamente los que hasta ahora han venido demostrando que en cada coyuntura clave defeccionan del combate.
Estos dos objetivos simultáneos se resumen en última instancia en una defensa consecuente de la originalidad de los movimientos nacional- democrático iberoamericanos, como lo era, entre otros, el peronismo.
A cumplirlos dedicó Puiggrós en 1964 su extraordinario -y ahora olvidado- “La España que conquistó el Nuevo Mundo”.
Vistas ciertas posiciones que se siguen expresando al respecto, me parece que no viene mal que un miembro de la Izquierda Nacional recurra a un capítulo de ese trabajo para terminar de exponer el planteo nacional revolucionario en torno al verdadero carácter de la herencia hispánica de la Revolución Latinoamericana.
Puiggrós responde en ese libro, esencialmente, a la ultraizquierda que pretende ver “capitalismo” en la colonización del Nuevo Mundo para oponerse así a los movimientos revolucionarios reales de nuestros pueblos profundos.
Pero también da respuesta a quienes defienden, en abstracto y con argumentos espiritualistas, el carácter “católico” de la herencia cultural iberoamericana.
Lo que dice aquí Puiggrós (y la Izquierda Nacional de Ramos y Spilimbergo siempre compartió) es que cuando se recurre a esos argumentos, conciente o inconcientemente no se defiende, en realidad, las enseñanzas del Señor de Nazaret, sino el modo específico que asumió el cristianismo en América Hispánica, en ristre de las lanzas, picas y espadas de los señores de Castilla, en las encomiendas y mitas, en las humeantes llamaradas de la Inquisición, y en los segundones castellanos que aquí se integraban (“América o la horca”) al régimen señorial revitalizado por el oro americano.
En muchos de quienes plantean esa posición estamos ante una defensa indirecta del inmovilismo social bajo la forma de una idealización del sistema de encomenderos y curas reaccionarios.
Pero fue ese sistema, justamente, el que hizo necesario, entre otras cosas, que aparecieran movimientos como el peronismo para terminar con su pesada y triste herencia.
De donde nos parece un contrasentido filiar en los Austria al peronismo (y menos aún a toda construcción patriótica del campo latinoamericano).
Puiggrós demuestra, sin dejar lugar a dudas, que lejos de ser “monarcas españoles”, los Habsburgo fueron “monarcas universales”, impuestos al pueblo español por una conjura reaccionaria que lo obligó a sufragar los delirios césaropapistas de la retrógrada casa imperial, asfixió todas sus energías revolucionarias, lo redujo a la peor de las miserias, terminó intermediando entre los herejes que decía combatir y las riquezas americanas, y recién se hizo “española” cuando “España” pasó a ser sinónimo de “atraso” y “contrarrevolución”.
No hay idealización “culturalista” que pueda negar estos hechos básicos, concretos y quizás poco espirituales pero muy definitorios de la herencia de los Austria.
El General Perón no solo combatía la herencia de los Austria cuando se reía de los “piantavotos de Felipe II” (a los que, por lo demás, y con buen criterio, amparaba bajo su ala).
Lo hacía también cuando se veía obligado a reiterar que “en la Argentina hay una sola clase de hombres, los que trabajan”: allí estaba librando una batalla contra la perversa herencia rentística y antinacional que nos dejaron esos reyes en los cuales muchos desean filiar la quintaesencia de España e indirectamente de nuestra América.
Se trata, muestra Puiggrós, de un error de perspectiva histórica.
Desde la lucha contra la asunción de Carlos como rey de España, el alzamiento de las ciudades de Castilla, el incendio de Medina del Campo, y la derrota de Juan de Padilla y sus comuneros en Villalar hay dos Españas (y dos catolicismos) en pugna.
La independencia americana es un capítulo de esa lucha, y no será filiándonos -aunque sea por oportunista omisión- en el campo enemigo que podremos forjar las armas que la hagan definitiva: las oligarquías divisionistas están dispuestas a ampararse bajo el manto de cualquier poder con tal de mantenernos separados.
Incluyendo el del Vaticano y el de una religión segregada de las masas populares por el carácter conservador y reaccionario de su origen histórico.
Se puede diferir en varios aspectos secundarios con el planteo de Puiggrós.
Pero lo esencial, creemos, es que su obra permite encarnar en la vida real toda abstracción culturalista que tiende a diluir con una ideología orgánicamente conservadora el carácter necesariamente revolucionario de los movimientos nacionales en Iberoamérica.
En el fondo, el intelectual de origen stalinista Rodolfo Puiggrós estaba argumentando a favor de la… teoría de la Revolución Permanente

Febrero de 2007

Fuente: http://es.altermedia.info/general/rodolfo-puiggros-peron-y-los-habsburgo_1646.html


El FIP y la colectora de los setenta

Por Alberto J. Franzoia

Ante la oposición a las colectoras por parte de sectores internos del bloque nacional, que este año volverá a enfrentar a diversas variantes del bloque oligárquico-imperialista, el Jefe de Gabinete Aníbal Fernández tuvo el buen criterio de defenderlas recurriendo a la memoria de los setenta. Cualquier militante o memorioso de aquellos años tendrá presente en nuestras filas que fue el mismísimo Juan Domingo Perón quien en las elecciones de setiembre de 1973 apoyó la propuesta del Frente de Izquierda Popular (FIP), conducido por Jorge Abelardo Ramos, para que dicha organización política presentara su propia boleta pero encolumnada con la fórmula Perón-Perón. No olvidemos, además, que el líder promovió acuerdos con otras fuerzas políticas afines desde su primera candidatura en 1946.

En 1973 la consigna que figuraba en la boleta del FIP era: Liberación y Patria Socialista. Cabe recordar que meses antes, en marzo del mismo año, en las elecciones celebradas el día 11 que consagraron con casi el 50% de los votos a Cámpora y Solano Lima, el FIP había llevado sus propios candidatos (Ramos-Silvetti), pero explicitando que si era necesaria una segunda vuelta daría todo su apoyo a la fórmula del Frente Justicialista de Liberación Nacional (FREJULI), integrado por el peronismo y otras fuerzas menores (desarrollistas, conservadores populares y populares cristianos).

La colectora de setiembre de 1973 resultó muy útil para captar la voluntad de casi 900.000 electores que integraron el 61,85 % de los votos obtenidos por el FREJULI en las nuevas elecciones celebradas el día 23. Desde luego no eran militantes del FIP (partido constituido a inicios de los setenta), pero si compañeros que optaron por apoyar a Perón desde una propuesta claramente socialista. Y Perón, que algo sabía acerca de cómo se construyen los frentes nacionales y populares, no sólo no puso obstáculos sino que favoreció dicho apoyo. Cabe recordar, por otra parte, como lo ha sostenido Ernesto Goldar, que en esa oportunidad el mismísimo Arturo Jauretche votó a Perón con la boleta del FIP.

Durante aquellos días no faltaron voces que se alzaron contra dicha alternativa electoral y no encontraron mejor explicación para los votos obtenidos por la Izquierda Nacional que la supuesta “confusión” de los votantes. Entre las más consecuentes voces al respecto merecen ser citadas las de Clarín, que por entonces estaba vinculado al desarrollismo , el PC a través de su semanario “Nuestra Palabra”, el Dr. Fonrouge (senador del FREJULI por el partido Conservador Popular) e inclusive algún sector interno del propio peronismo, entre quienes cabe recordar al diputado Gallo (1).

No resulta raro entonces que ahora también surjan voces, de afuera y de adentro del bloque nacional, que se oponen a este intento de construcción política nada ajeno a la historia del peronismo. Entre las voces críticas no podía faltar la del periodista “republicano” Pepe Eliaschev quien sostiene al respecto:

“Al reflotar el engendro tóxico de las listas políticas llamadas "colectoras", el gobierno de Cristina Kirchner ha desempolvado uno de los artificios más venenosos de la ya de por sí tenue institucionalidad republicana de este país. De este modo, el Gobierno abusa de la ignorancia colectiva y manipula la baja o nula información que se percibe en millones de personas sobre la verdadera naturaleza del proceso político argentino a la luz de la historia reciente” (2).

Argumentación cara a la dialéctica civilización o barbarie en la que permanentemente se inscribe este tipo de periodismo tan proclive a subestimar a los sectores populares, Eliaschev no duda por otra parte en calificar a Ramos de “oportunista”, con lo que pretende invalidar definitivamente aquella alternativa política del 73 y cualquier intento de “reflotar el engendro tóxico de las listas políticas llamadas "colectoras”...” Como sostengo en anterior párrafo, ya otras voces de los setenta habían intentado una descalificación semejante.

A la supuesta confusión popular originada por la presencia de dos boletas que iban con la fórmula Perón-Perón el FIP respondió con un documento que data del 15 de octubre de 1973 donde, entro otras cosas, afirma:

“Agravian a las masas al sostener que sólo la confusión de dos boletas que sostienen el mismo candidato pudo originar un millón de votos para el FIP. Hace treinta años estos mismos señores explicaban el triunfo de Perón argumentando que se trataba de masas fanatizadas, incapaces de percibir el significado de su voto. Ahora emplean un argumento idéntico para descalificar el sentido revolucionario que grandes sectores populares han brindado al FIP” (3).

En relación al también supuesto oportunismo de Ramos es necesario precisar, porque Eliaschev parece carecer de registros al respecto, que el Ramos de los setenta poco tenía que ver con aquel que terminó sus días como embajador de Menem, y que la decisión política del partido que él conducía (integrado no por marionetas sino por militantes de la talla de Jorge Spilimbergo y Blas Manuel Alberti entre otros) respondió a razones bien distintas a las esgrimidas por periodistas y políticos que desconocen la historia de su Patria.

Cuando el FIP decide apoyar con boleta propia la fórmula Perón-Perón para las elecciones de setiembre de 1973 no improvisaba, lo que en realidad hacía era llevar a la práctica electoral lo que venía postulando desde su teoría política hacía ya muchos años. Porque a diferencia de expresiones de izquierda cosmopolita y despistada que cuestionan cualquier tipo de apoyo a gobiernos que consideran simplemente burgueses, o de otros apoyos circunstanciales (a veces por oportunismo), la Izquierda Nacional sostiene desde su núcleo duro histórico que el verdadero socialismo latinoamericano es aquel que milita (sin renegar de sus propia estructura política independiente) junto a los trabajadores dentro de grandes frentes nacionales de liberación. Por dicha razón la Izquierda Nacional estuvo junto al peronismo desde su constitución en 1945. Le expresión más clara de ese apoyo independiente (que por lo tanto no reniega de su identidad partidaria) se sintetiza en una frase que Ramos solía utilizar en la campaña política de 1973: “cabalgamos junto al peronismo pero en distintos caballos”.

Esa táctica lejos de ser oportunista tiene una fuerte dosis de convicción y realismo, porque integra a la izquierda de Argentina, y del resto de América Latina, en el único espacio en el que puede prosperar una estrategia socialista: el espacio en el que convergen todas las fuerzas (sobre todo los trabajadores) que intentan resolver la contradicción principal en un país de capitalismo dependiente, es decir, la contradicción nación o colonia, liberación o dependencia.

Por lo tanto, más allá de que estamos en una coyuntura distinta a la de los setenta, todo lo que realmente sume voluntades políticas emancipadoras a un gran frente nacional y popular siempre resultará apto para avanzar en el camino de la liberación. No casualmente las clases dominantes, el periodismo “independiente” que expresa sus deseos y temores, y ciertos políticos demasiado preocupados por sus proyectos personales (no necesariamente de liberación) se ponen nerviosos ante la posibilidad de las colectoras.

La Plata, 22 de febrero de 2011

1. José Luis Madariaga: “Introducción al socialismo”, documento: “El FIP saluda fraternalmente a los 900.000 argentinos que votaron por Perón y la patria socialista”. Editorial Octubre, año 1974
2. Pepe Eliaschev: “La recolección de las recolectoras”, El Día, 13/2/2011. http://www.eldia.com.ar/edis/20110213/septimodia0.htm
3. José Luis Madariaga: texto y documento ya citados


Nación Latinoamericana y cuestión nacional *

Por Jorge Abelardo Ramos

La formación de la nación es el lógico coronamiento político y jurídico del desarrollo de la sociedad burguesa en Europa. Como el capitalismo encontró allí históricamente su centro generador, del mismo modo la formación de las nacionalidades nos ofrece su marco clásico en el Viejo Mundo. Dicho proceso había sido antecedido por la precoz creación de la nación inglesa en el siglo XVII. Pero es a partir de la revolución de 1789 en Francia, hasta la formalización de la unidad nacional alemana en 1870, que se desenvuelve el ciclo fundamental del movimiento de las nacionalidades europeas.

Por las vicisitudes del proceso histórico algunas naciones europeas y euroasiáticas como Turquía, concluyen su revolución nacional democrática hacia 1910yl912; las guerras balcánicas, la destrucción del Califato y del Imperio multinacional turco, así como la primera guerra imperialista, dan a luz tardíamente nuevos Estados nacionales. El viejo irredentismo polaco toca así a su fin. Pero estos Estados nacionales eran el complemento rezagado de los movimientos nacionales aludidos del siglo XIX.


El marco histórico de los Movimientos Nacionales
Cuando Europa ya entra en su moderna época imperialista, con la formación de los "Trusts" y el expansivo poder de los bancos en el control monopólico de la industria, hacia 1880, comienza el despertar nacional de los pueblos atrasados del Asia. Avanzando el siglo XX, se producirán nuevos movimientos nacionales en África y América Latina. Estos últimos ya no responderán a una exigencia interna de las fuerzas productivas desatadas por el capitalismo nacional, sino que brotan, al contrario, de su resistencia al progresivo aniquilamiento económico que se cierne sobre las colonias con la crisis del régimen imperialista mundial.

Mientras que los movimientos nacionales del siglo XIX en Europa respondían plenamente al desarrollo de los países donde se originaban, en el marco general de un triunfal desenvolvimiento de las fuerzas productivas, los movimientos nacionales de nuestra época en el Tercer Mundo se originan inversamente en la ruina del imperialismo. Esta diferencia básica en las razones de su aparición condiciona su naturaleza y sus particularidades.

Asia, África y América Latina desenvolvían su historia bajo leyes distintas que las de Europa. Eran sujetos pasivos de una marginalización tajante. No podía concebirse siquiera la formación de un tipo de sociedad capitalista a la manera europea. Es cierto que en América Latina había surgido una tentativa de crear una Nación o Confederación Latinoamericana, propuesta por Bolívar. Pero ya hemos indicado las razones de su derrumbe: en la "anfictionía americana" de Bolívar había de todo, menos relaciones capitalistas de producción; estaban los ejércitos, pero había carecido siempre del Tercer Estado y no vería la luz sino un siglo más tarde algo parecido a la "burguesía" en su versión más impotente.

* Fragmento de Historia de la Nación Latinoamericana, de Jorge Abelardo Ramos


La unidad latinoamericana *

Por Jorge Abelardo Ramos

Después de 1940 en diversos Estados latinoamericanos se manifiestan movimientos populares y nacionales (considerando siempre la palabra
"nacional" con las debidas limitaciones) de tendencias análogas. El velazquismo en Ecuador, el arevalismo en Guatemala, el ibañismo chileno, el
betancourismo en Venezuela responden al generalizado fenómeno de la quiebra mundial del imperialismo y la necesidad de las masas populares
latinoamericanas de marchar hacia su revolución agraria y su unidad nacional. Algunos de esos movimientos son derrocados, otros se desintegran sin
dejar rastros, como el ibañismo, otros asumen características reformistas y pactan con Estados Unidos, como Acción Democrática de Venezuela, no sin
antes desprender de su seno tendencias revolucionarias.

El triunfo de la revolución cubana replantea los viejos problemas y establece un nuevo punto de partida para considerar la estrategia revolucionaria. La
revolución mexicana se detiene, sofocada por una nueva y golosa burguesía que se erige sobre las conquistas de la guerra civil y administra
ávidamente los millones de dólares del turismo yanqui. Carlos Fuentes ha retratado magistralmente en La muerte de Artemio Cruz la decadencia de los
viejos generales revolucionarios, con sus símbolos verbales de la época heroica, rodeados de autos de lujo, piscinas de natación y palacios
deslumbrantes. El sucesor de Vargas, Joao Goulart, cae sin lucha para ser reemplazado por la extrema derecha del Ejército.

El general Barrientos sucede a Paz Estensoro y el eterno círculo vicioso de Bolivia -"revolución-contrarrevolución"- comienza a girar nuevamente. El
despreocupado Uruguay de los días prósperos se pronuncia hacia la crisis y vuelve sus ojos perplejos al espectáculo de aquella América Latina que
había olvidado hacía medio siglo. La Argentina, desde la caída de Perón, en 1955, no ha logrado alcanzar su equilibrio. Nuevamente el Ejército toma el
poder y se apresura a entregar la conducción económica a los agentes más siniestros del imperialismo yanqui-europeo. Si la oligarquía vive horas
dichosas, la clase obrera comienza poco a poco a percibir que la Edad de Oro ha quedado atrás.
Entre los truenos y relámpagos de su drama, la América Latina balcanizada adquiere la convicción de que ya está madura para la creación de su propia
historia y que el vasto "hinterland" de los Estados Unidos será decisivo para el destino de la humanidad.

La Nación latinoamericana dividida en 20 fragmentos tenderá a unirse para emerger del estancamiento y la impotencia. Para librarse del absolutismo
español, San Martín y Bolívar lucharon en toda América Latina hasta triunfar. Tampoco en la lucha contemporánea existe otra frontera que la de la lengua
y la bandera unificadora. La victoria final sólo será posible con la Confederación de todos los Estados latinoamericanos. Pero esta estrategia que hunde
sus raíces en lo más profundo de nuestra historia común designa un problema: la cuestión nacional.

* Fragmento de “Historia de la Nación Latinoamericana”, de Jorge Abelardo Ramos


Farabundo Martí, un héroe de la Patria Grande

Por Fernando Ramón Bossi *

La distribución balsamera de El Salvador comprende una faja de terreno llamada “Cordillera del Bálsamo”, que se extiende entre los puertos de Acajutla y La Libertad en la llamada Cadena Costera, internándose hacia la cuidad de Apaneca, aproximadamente unos 20 kilómetros de la costa principalmente en el departamentos de La Libertad y Sonsonate. Los municipios conocidos como principales productores de bálsamo de primera clase son San Julián, Santa Isabel Ishuatán, Cuisnahuat, Izalco, Chiltiupán y Teotepeque. Precisamente en Teotepeque, La Libertad, nació, el 5 de mayo de 1893 Agustín Farabundo Martí
Hijo de Pedro Marti y Socorro Rodríguez. Sexto hijo de un total de 14, Agustín creció en medio de las faenas agrícolas. Se recibe de bachiller en 1913, a los 20 años de edad de un colegio salesiano e ingresa a la Universidad Nacional en la carrera de Jurisprudencia y Ciencias Sociales
Sus primeras acciones políticas lo ubican trabajando contra el régimen oligárquico de las familias Meléndez-Quiñónez, dinastía que gobernará El Salvador por cruentos 14 años. Por organizar un acto en apoyo a la Asociación de Estudiantes Unionistas, grupo guatemalteco que exigía el fin de la dictadura de Estrada Cabrera en ese país, es encarcelado en Zacatecoluca. En 1920 es deportado a Guatemala y allí continua sus estudios en la Universidad de San Carlos.
En Guatemala estudia y trabaja. Como simple obrero, jornalero o peón, aprende a compartir el sufrimiento de los explotados. En un país, donde la mayoría de la población es indígena, Martí se compromete con sus luchas e incorpora conocimientos de la lengua quiche. Siendo perseguido por los dueños de las plantaciones de café, Farabundo debe partir temporariamente a México, donde se relaciona con el movimiento obrero y estudia la revolución agrarista de 1910.
En 1925, se funda en Guatemala el Partido Comunista Centroamericano. El surgimiento del partido tuvo su origen en el interés de intelectuales y obreros guatemaltecos en dar continuidad al primer movimiento político de izquierda que se inició en la década de 1920, el cual fue vital para la caída del dictador Manuel Estrada Cabrera. El gobierno dictatorial de Jorge Ubico se encargó de aplastar la organización; no obstante, se puede considerar la primera manifestación de la clase obrera por lograr su organización política. Martí ocupó allí el cargo de secretario del exterior del Partido Comunista Centroamericano..
Es deportado a El Salvador, y de El Salvador a Nicaragua por ordenes del presidente Alfonso Quiñónez. A los pocos días regresa clandestinamente a El Salvador a seguir organizando a los trabajadores. Desde 1925 hasta 1928 Martí trabaja junto a la Federación Regional de Trabajadores de El Salvador.
En 1928 Marti viaja a New York, donde toma contacto con la dirección central de la Liga Antiimperialista de las Américas, que le encargará viajar a Nicaragua como su representante ante Augusto César Sandino. De los Estados Unidos partirá hacia Las Segovias a luchar junto al “General de Hombres Libres”, con él, alcanza el grado de coronel del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional. Farabundo Martí mostró en los hechos su arrojo antiimperialista, tanto con el fusil como con la pluma. Fue miembro del Estado Mayor Internacional de Sandino, y Secretario Privado del héroe nicaragüense. En ocasión que los invasores yanquis bombardeaban persistentemente las posiciones sandinistas, Martí, en actitud de coraje y decisión, dejó la máquina de escribir para empuñar el fusil, diciendo indignado: "cuando la historia no se puede escribir con la pluma, se escribe con el rifle". Acto seguido se parapetó en la enramada de un árbol de la selva para abrir fuego contra los aviones yanquis
Tiempo más tarde, ya en México, Martí pasa a ser líder latinoamericano del Socorro Rojo Internacional. Esta organización había nacido en los años veinte por impulso de la III Internacional para enfrentar al fascismo entonces incipiente. Entre sus dirigentes formaron parte mujeres antifascistas tan conocidas como la alemana Clara Zetkin, la italiana Tina Modotti y la rusa Elena Stasova. El Socorro Rojo Internacional entronca, entonces, directamente con la historia del movimiento comunista y antifascista internacional, alcanzando pronto un gran desarrollo en todo el mundo, en el apoyo político, jurídico y económico a todos los presos políticos y perseguidos, sin diferencias ideo-lógicas o partidistas.
En 1930 Martí regresa a El Salvador y funda junto a otros compañeros el Partido Comunista Salvadoreño, partido que rápidamente se pone a la cabeza de los trabajadores y campesinos, descontentos con los regímenes oligárquicos de entonces. Sufriendo deportaciones y persecuciones Farabundo liderizará la insurrección popular de 1932.
Aquel año, El Salvador presenta una administración corrupta, una sociedad en crisis, un pueblo descontento y una economía casi en quiebra, derivada de los bajos precios internacionales del café y de los efectos de la Gran Depresión estadounidense de 1929. El 2 de diciembre de 1931, el corrupto e incapaz régimen del Partido Laborista, encabezado por el ingeniero Araujo, fue derrocado para asumir la presidencia el dictador Maximiliano Hernández Martínez, quien lo detentará por espacio de trece años, hasta mayo de 1944.
Los comicios fraudulentos de enero del ’32 fueron el factor detonante del estallido social. Varios sitios de votación fueron suspendidos en poblaciones en las que el Partido Comunista tenía fuerte presencia. La insurrección comenzaba.
Los días 18 y 19 se produjeron frustrados asaltos al Cuartel de Caballería por las fuerzas insurrectas. El gobierno decreta el Estado de Sitio y la ley marcial. Se implanta la censura estricta en la prensa.

Los siguientes días los alzamientos y combates se suceden en todo El Salvador. Miles de campesinos, obreros y trabajadores, portando machetes y algunos pocos fusiles “Mauser” asaltan cuarteles, guarniciones policiales, oficinas municipales, telégrafos, almacenes y fincas de terratenientes.
Las “tartamudas” del Ejército y la Guardia Nacional no se hacen esperar. Entre los días 24 y 25, las fuerzas militares gubernamentales entran en Nahuizalco, Juayúa, Ahuachapán y Tacuba. Mientras tanto, los norteamericanos e ingleses movilizaban buques de guerra para prestar apoyo al general Hernández Martínez; proponiéndole un desembarco de tropas en La Libertad para ayudar en la represión. Con toda la soberbia del dictador sanguinario, Hernández Martínez, una vez que se cerciora del éxito de las “Operaciones de Pacificación”, envía a los almirantes yanquis e ingleses un telegrama que con el siguiente texto:
“En saludo a honorables comandantes declaramos situación absolutamente dominada fuerzas gobierno El Salvador. Garantizadas vidas propiedades ciudadanos extranjeros acogidos y respetuosos leyes de la República. La paz está establecida en El Salvador. Ofensiva comunista deshechada sus formidables núcleos dispersos. Hasta hoy cuarto día de operaciones están liquidados cuatro mil ochocientos comunistas”.

La insurrección había sido barrida a sangre y fuego. El 31 de enero, un consejo de guerra presidido por el general Manuel Antonio Castañeda juzgó y condenó a Agustín Farabundo Martí y a los líderes estudiantiles Alfonso Luna Calderón y Mario Zapata a morir fusilados en el Cementerio General de San Salvador, previo traslado desde sus celdas en la Penitenciaría Central. Allí cayeron, bajo las balas asesinas del pelotón de fusilamiento, con la dignidad de los héroes revolucionarios, Farabundo Martí y sus compañeros.
Según distintos historiadores el saldo de la rebelión de 1932 fue de entre 5000 a 30.000 muertos. El viernes, 5 de febrero, en “El Diario de El Salvador” aparece el siguiente titular en primera plana: "Los Cadáveres Sepultados a Escasa Profundidad son un Peligro para la Salud. Los cuervos, cerdos y gallinas los desentierran para luego devorarlos". Y sigue la macabra crónica: “Actualmente en el departamento de Sonsonate y en muchos lugares de Ahuachapán y algunos de Santa Ana la carne de cerdo ha llegado a desmerecerse de tal manera, que casi no tiene valor. Por el mismo camino va la de res y las aves de corral. Todo se debe a que los cerdos comen en grandes cantidades la carne de los cadáveres que en los montes han quedado. La gente, por intimación, se está negando también a comer la carne de res y aves de corral. Desde luego, ellos tienen razón; pero en cambio, esta industria está sufriendo fuertes golpes”. A la oligarquía salvadoreña sólo le preocupaba los “fuertes golpes que estaban sufriendo los empresarios”.
Sheila Candelario, en su obra “Patología de una insurrección; la Prensa y la matanza de 1932”, cita el siguiente comentario: "El alzamiento del 32 dejó profundas huellas en la conciencia de todos los salvadoreños. La población india prácticamente dejó de ser la misma como resultado de la matanza, sobre todo porque de ahí en adelante existió el temor de mostrarse como 'indio'. El idioma, la vestimenta y las costumbres de los indios pasaron a ser formas peligrosas de identificarse y fueron reemplazadas por otras menos evidentes..."
Farabundo Martí vive hoy en la lucha del pueblo salvadoreño. Revolucionario cabal, patriota de la Patria Grande, salvadoreño, centroamericano y latinoamericano caribeño, Farabundo es un ejemplo de constancia, sacrificio y solidaridad. Allí está él, junto a Sandino, Bolívar, San Martín, Morazán, Artigas y tantos otros. Es seguro que, en el próximo triunfo del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, se lo verá a él, confundido y alegre con el pueblo salvadoreño, festejando, sonriendo y también dispuesto a comenzar nuevos combates. Porque como bien dijo el poeta cu-bano: “Y colosal se eleva y borda con mil estrellas Farabundo"

* Director del Portal ALBA

Fuente: http://www.avizora.com/publicaciones/biografias/textos/textos_m/0010_marti_farabundo.htm


Del tiempo de Perón

Antes de Perón *

Capítulo 1

Por Javier Prado

En estos testimonios sobre los tiempos previos a la formación del peronismo, se reflejan las carencias materiales de los sectores populares; el predominio político conservador y la nula legislación laboral que dejaba a los obreros desprotegidos ante la prepotencia patronal. Eran los tiempos del fraude electoral y de la entrega del patrimonio nacional a manos del poderío extranjero (Inglaterra en primer lugar y Estados Unidos luego). Por otra parte, se traslucen vivencias de la vida cotidiana que reflejan la realidad doméstica de aquellos tiempos. Había, además, un descreimiento en “la política” a causa de la situación de fraude.

En la Patagonia Recordemos que las actuales provincias de Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego, eran territorios nacionales, ya que no reunían los requisitos de población para ser consideradas provincias. En el norte del país, también había otros territorios en la misma situación. En el caso de Chubut y Santa Cruz, la división política de su territorio era distinta, ya que la zona sur de Chubut y la norte de Santa Cruz comprendían la zona militar de Comodoro Rivadavia. En tanto, en la zona cordillerana: “mi madre era de apellido Catalina Cadagán...su primer marido era Toribio Jaramillo y fueron uno de los primeros pobladores de Río Pico.
Y en Río Pico lo único que ha quedado de ellos es el río Jaramillo… porque el campo que tenían, le sacaron esa parte para el pueblo de Río Pico…pero lo único que dejaron fue el río, que no lo van a poder sacar, y le pusieron río Jaramillo (…) Yo iba a la escuela. Teníamos una quinta, cosechábamos verduras, en el verano. Acá (Esquel) se hacía todo en verano. En el invierno, como los topos, se comía lo que se guardaba (…) pero en el verano yo llevaba la fruta, la verdura, y mi vieja era muy buscavidas, nos hacía la ropa. El primer marido tenía mucho capital. Mi viejo no, porque mi viejo era un laburante y después cuando se vieron mal, se vino acá, a Esquel, año ‘37. Fui todo el primario acá. La gente encaraba la tierra y juntaba para el invierno.
Esquel era de novela. Calcule que los camiones eran contados. Los Paredes, que fueron los primeros que tenían camiones, los Aguad, con camiones más viejos… y no había coches casi. Mi mujer nació en Río Pico, a 60 kilómetros de Esquel y el tío de ella, Otiaga, era el primer taxi en Esquel. Estaba el Regimiento 21 y yo digo “¿cómo trabaja de taxi?”, claro, con los soldados. Porque los soldados los traían todos de Buenos Aires, la mayoría. Y el ejército dio mucho, mucho. Este fue un pueblo raro (…) A la mañana antes de irme a la escuela, ¿sabe a lo que me mandaba mi vieja? Me mandaba a los hoteles. Había en ese tiempo como 5 o 6 hoteles. Me los recuerdo todos. Yo ya tenía dos o tres hoteles fijos que me pedían verduras, cebollas, lechuga, todo eso…Y yo antes de ir a la escuela (iba) con mis dos canastitas (…) llevaba la verdura. Volvía; mi vieja, si había café me daba y a la escuela. Salía de la escuela, me iba a la imprenta o sea a la librería de Feldman5.
La señora me quería un montón, porque le hacía todos los mandados, vendía revistas en los hoteles cuando llegaban, no me acuerdo si eran dos veces por semana…Me mandaban a cobrar los edictos que salían en el diario, que publicaban. Así que me conocía todo, me solía mandar al banco. Conocía a todos los abogados, los escribanos que se habían instalado en Esquel…Siempre anduve entre gente, esa fue mi escuela”6.
Antes de que se estableciera una legislación laboral que protegiera a los peones, la vida de trabajo en el campo era durísima. Los patrones no se preocupaban demasiado por el bienestar de sus trabajadores rurales.
“Y antes acá, en estos campos, lo que es la oveja, todo eso, (a) los tipos (porque yo lo viví) los conocía. Los que tenían (los dueños de los campos, o los encargados) se venían en el invierno a los hoteles, acá y dejaban a los peones, que vivan debajo de una mata, que se las aguanten…yo conocí todas esas épocas… y conocí a los tipos, todos los personajes que pasaban. Y mi cabecita ya funcionaba, porque tuve la suerte…yo fui detallista, me gustaba ver todo…Me calan los huesos las injusticias. Yo siempre estoy de lado del de abajo. El de arriba, ese se defiende solo, decía Evita”7.
Un testimonio de la zona de Río Negro refleja este panorama, mostrando cuales eran las opciones políticas de entonces: “En realidad, nosotros somos de origen libanés. Y en mi casa eran demócratas8, pero amplios, en su máxima expresión y no se obligaba dentro de la familia a adoptar una posición ideológica determinada. En realidad en mi familia eran radicales alvearistas9 y los tres hermanos nos inclinamos por el peronismo sin que mediara absolutamente ningún inconveniente sobre el particular… Yo creo que viene de cuna, porque en mi casa se ayudaba mucho a la gente humilde y cuando yo me inicié en salud pública (el primer día hábil de 1946), ya antes estuve en salud pública, pero en forma ad honorem, tratando de resolver los problemas administrativos del hospital local de la localidad de donde yo nací, que fue en la localidad de general Conesa. Entonces nuestra misión era muy cercana a los postulados doctrinarios nuevos de lo que encarnaba el general Perón y eso lo he conservado durante toda mi vida a pesar de todos los avatares que hubieron entre el ‘46 y al año 2010 inclusive (…) ¿Estudios primarios? En Río Negro, si. (En) la escuela Nº 9, de General Conesa… No existía el secundario en general Conesa. En esa época se iban conformando los grados a medida de la necesidad de los padres, que es lo que hacían en mi casa. En aquella época por el ‘30, ‘32, tenía hasta tercer grado la escuela. Y después, en mi casa se ocuparon de gestionar, ante la Inspección escolar, otro año más y al otro año, otro año más y así sucesivamente. Nosotros finalizamos el ciclo de seis años primario y empezamos el primer año en la misma escuela primaria”10.
La crisis económica del año 1929 a nivel mundial repercutió en Argentina a causa de la retracción de Europa sobre sí misma. Nuestro país, como agroexportador, dependía de las compras de Gran Bretaña. Si bien Yrigoyen había redistribuido la renta agraria sobre una base más amplia de la población, la industrialización como plan estratégico estaba lejos todavía. Yrigoyen realizó un gran defensa del interés nacional y fue por sus aciertos y no por sus errores que pasó a ser un líder popular, pero el golpe de 1930 que lo derrocó fue fogoneado por la oligarquía y, apoyado desde el exterior, acabó con el reparto de la renta e intensificó la crisis que ya se venía viviendo a causa de aquella caída de la bolsa de Nueva York del ‘29. El poder fue asumido por el general Uriburu en primer término y luego pasó a manos del general Justo, quien sería el encargado de montar una gigantesca maquinaria al servicio del fraude electoral. La idea era prohibir el accionar del yrigoyenismo y entrar en negociaciones espurias con el ala alvearista del radicalismo para simular una ficción de democracia. Ante la política proteccionista de Inglaterra que redujo la cuota de compra de carnes argentinas, la oligarquía vacuna no dudó un instante y se arrojó en brazos del imperialismo británico con tal de salvar sus ventas y prolongar su alto nivel de vida a costa de un pueblo hambreado.
Todos los resortes económicos se pusieron en manos del imperialismo británico, todo ello rubricado por el vergonzoso pacto Roca – Runciman, en donde hasta la política monetaria, el crédito y la emisión de moneda quedaron bajo el poder extranjero.
“En realidad antes, en el ‘32, ya la famosa crisis total en el mundo nos golpeó también a nosotros. Nosotros teníamos un negocio de “ramos generales”, tienda, y tuvimos que cerrar en el año ‘32 con toda la mercadería dentro del local. Una oveja costaba un peso, pero no lo tenía la gente…Pero pasaron los años y gracias a Dios alguien pensó con criterio, que falta hoy en estos momentos, y se elaboró el primer Plan Quinquenal”11.
La desprotección del trabajador rural era tan grande que los patrones llegaban a tomarse la libertad de pagar los salarios con su propia moneda, “acuñada” por ellos. En los grandes establecimientos agrícolaganaderos o en los ingenios azucareros el trabajador rural sufría la doble explotación: laboral y comercial, ya que no solo cobraba salarios de hambre, sino que además estos eran pagados con monedas hechas por los propios patrones para que solo se pudieran gastar en los almacenes de “ramos generales” de su propiedad, adonde los trabajadores pagaban precios inflados.

5 Luis Feldman Josin (1910 -1971), periodista, director de los diarios Esquel (Esquel) y Jornada (Trelew)
6 Víctor Pérez (nacido en 1935)
7 Víctor Pérez
8 Se refiere a que eran democráticos, no confundir con el partido conservador que utilizaba el término en su denominación.
9 El ala liberal del radicalismo, opuesta a Yrigoyen. El sector de Alvear se prestó al fraude electoral
durante la década infame.
10 René Hechem (nacido en 1923)
 

* Fragmento de “Del tiempo de Perón” Autor del texto: Javier Prado Responsable de su digitalización: Javier Prado Responsable de su publicación original en Internet: Cuaderno de la Izquierda Nacional (http://www.elortiba.org/in.html)


La vigencia de un libro “antiguo”

Sobre "¿Qué es la Izquierda Nacional?", con motivo de su tercera edición.

Esta breve crónica razonada de los acontecimientos políticos argentinos en los últimos cuarenta años la escribí hace un año, como "epílogo" a la nueva edición de "Qué es la izquierda nacional".

Revisando archivos viejos, me parece que no deja de tener su valor autónomo. Le hice unas pocas correccioncitas de estilo y forma, y aquí lo mando (aunque sin negritas ni bastardillas) a que corra mundo electrónico. El otro, el de tintas y papeles, el de los libros, lo viene recorriendo desde el año pasado con mucho éxito.

Por Néstor Gorojovsky *

A cuarenta largos años de distancia, puede parecer inconducente la publicación sin modificaciones de este manual político de introducción a las ideas básicas del socialismo de la izquierda nacional.

¿Acaso no hemos vivido los argentinos, y el mundo entero, infinidad de acontecimientos que han cambiado drásticamente las relaciones de fuerzas entre las clases sociales? Acaso esto no ha transformado el “libro de Madariaga” en un objeto arqueológico? Creemos que no. Pero como podría parecer lo contrario, veamos la cosa en detalle.

Del cordobazo al 24 de marzo

El texto de ¿Qué es la Izquierda Nacional? diríase que respira el hálito candente del Cordobazo y la ola de insurrecciones populares que, durante los dos o tres años siguientes, fueron forzando al régimen de Onganía/Levingston/Lanusse a retirarse de la escena. De resultas de esas movilizaciones el último de esa tríada fue reemplazado en mayo de 1973 por el gobierno del Dr. Héctor J. Cámpora.

El 20 de junio, tras dieciocho años de exilio, retornó a su patria el General Perón. En setiembre el pueblo argentino lo plebiscitaba para la Presidencia, que asumió por tercera vez, con más del 60% de los votos. De los siete millones de voluntades que concitó, un millón le llegó por una boleta de Izquierda Nacional presentada independientemente por el FIP, guiado por los principios resumidos en “el libro de Madariaga”. En un gesto generoso que pocos de sus continuadores comprendieron ni supieron igualar, el anciano caudillo había acordado con Jorge Abelardo Ramos esa audaz jugada política, que encendió de ansiedades a buena parte de la dirigencia justicialista de entonces.

Perón asumió el 12 de octubre de 1973 y falleció el 1 de julio del 74.

Su último gobierno duró menos de tres trimestres, durante los cuales se vio en la necesidad de disciplinar –siempre a altísimo costo político y no siempre, quizás, con los métodos más acertados– sectores de su movimiento que pretendían imponerle a él, nada menos, el rumbo a seguir. Mientras vivió, permaneció fiel a su programa original de 1945, e incluso llegó a profundizar algunos de sus planteos (por ejemplo, apoyando la legislación agraria del Ing. Giberti). Su muerte dejó un vacío de poder que él mismo intuyó claramente cuando, en su última aparición pública, declaró que solo el pueblo argentino sería su heredero.

En ese vacío se desató con violencia inaudita la noche negra de una imparable dialéctica armada entre distintas alas del movimiento nacional, sectores del campo popular que no pertenecían al movimiento nacional, reaccionarios medievalistas más o menos proclives a una pronta restauración oligárquica, parapoliciales anticomunistas enceguecidos de ira, etc. Seguramente hubo agentes de inteligencia, locales o de importación, que pusieron su cuota de perversa locura.

Esa dialéctica ya había tenido sus primeros esbozos sobre los últimos instantes del régimen dictatorial e inicios del gobierno popular, y se había cobrado en José I. Rucci una víctima de importancia política capital, por la incidencia que tuvo en las decisiones posteriores de Perón.

A partir de julio de 1974 la disputa ingresó en un tirabuzón descendente que derramaba sangre y muerte a raudales. En un país traspasado de disparos, la oligarquía argentina, que en 1969 parecía condenada a una pronta desaparición, comenzó a efectuar sus movimientos políticos, fue logrando apartar al gobierno del rumbo que había marcado inicialmente con el equipo económico de José Ber Gelbard, e intentó desnaturalizarlo desde adentro durante el período de predominio de José López Rega.

El fantasmagórico imperio del esotérico ministro solo terminó cuando las movilizaciones de la CGT lograron expulsarlo del gobierno y del país en junio de 1975, como respuesta al plan Rodrigo, verdadero Proceso antes del Proceso. Pero ya era tarde. En marzo del 76 los mismos equipos que López Rega había avalado en Economía asumieron el mando directo de la Nación, sin mediaciones políticas y con las Fuerzas Armadas a su directo servicio.

La presidenta constitucional, cuyas dificultades para mantener un rumbo nacional y popular fueron elemento central del drama, supo ver sin embargo lo que no muchos veían en ese momento. Al hablar de su derrocamiento, explicó que no era a ella a la que querían tirar abajo, sino a las chimeneas de las fábricas. Empezaba la más exhaustiva demolición del país que había producido el “libro de Madariaga” y el Cordobazo.

La oligarquía rompe con la pequeña burguesía

La historia de la Argentina, que desde hacía más de cuatro décadas se había orientado mal que bien a la construcción de una economía industrial con fuerte tendencia a autocentrarse, dio una vuelta de campana.

A partir de la caída del General Perón en septiembre del 55, el problema crucial del país había sido la contradicción entre las necesidades del crecimiento y profundización de su estructura industrial, objetivo central del peronismo, y las restricciones impuestas por un sector agrario de características esencialmente rentísticas. La Revolución Libertadora, en 1955, había intentado resolver el problema a favor de la oligarquía. Se caracterizó por un fuerte contenido antiobrero, pero también echó mano al democratismo cipayo que tan buenos frutos le había rendido durante la Década Infame. Se cuestionó el estatismo y el poder sindical, pero salvo excepciones el crecimiento industrial no se discutía. La oligarquía intentó refundar el frente de clases en que se había apoyado contra Yrigoyen en 1930 y contra Perón en 1945. La Junta Consultiva de partidos políticos antiperonistas fue su máxima expresión.

Pero esto no fue posible, porque el más leve ejercicio de los derechos democráticos terminaba devolviéndole el gobierno al peronismo. Además la propia pequeño burguesía, cuyas condiciones de existencia empezaban a depender cada vez más de la persistente y creciente industrialización, tendía a nacionalizarse a su vez. En 1966, por lo tanto, la oligarquía se sacó de encima a la pequeño burguesía. Hizo trizas sus pretensiones de “democracia” y además se entregó al nuevo amo en el Plata, los Estados Unidos, sin amor pero con fría comprensión del nuevo papel que le tocaría jugar.

Rojas, los “colorados” y Martínez de Hoz

Hasta ese momento, solo unos pocos de los más recalcitrantes gorilas habían planteado la necesidad de liquidar la base misma de existencia de la clase trabajadora reduciendo la estructura industrial a la mínima expresión posible, ya que exterminarla no parecía un objetivo razonable. El intento de embretar a ambas en el nuevo esquema oligárquico es, en último análisis, todo el contenido histórico del régimen que va de 1966 a 1973: fue una dictadura cívico-militar, oligárquico-imperialista, que intentó capear la retirada británica en el Plata y reubicar a la Argentina como colonia estadounidense sin destruir los niveles de industrialización heredados. Una utopía reaccionaria, pero sin el ansia demoledora que desencadenó Martínez de Hoz y recién con el menemismo, mucho tiempo después, tuvo inicio de realización final.

Solo entonces pudo desplegar todo su contenido el aserto de Guillermo Walter Klein, funcionario del régimen militar de 1976 íntimamente vinculado a Ricardo Zinn (el factótum del Ministerio Rodrigo), según el cual daba lo mismo producir “acero o caramelos”… Y no por casualidad a manos de Domingo Cavallo, un ministro de Economía lanzado al estrellato por el industrial del caramelo Fulvio Pagani, desde la Fundación Mediterránea.

El tema no era nuevo en 1969. Ya durante los primeros tiempos de la Revolución Libertadora se habían enfrentado diversas alas en torno a la cuestión de la industria: el Almirante Isaac F. Rojas corporizaba a los sectores probritánicos más recalcitrantes y que más hostilidad exigían contra los trabajadores y la industria; mientras que el Gral.

Pedro E. Aramburu buscaba compatibilizar la existencia de la industria con el dominio oligárquico e imperialista. Esa tensión volvió a aparecer cuando, en 1962, se enfrentaron el “ejército azul” (más bien proestadounidense e industrialista) y el “ejército colorado” (más bien probritánico y enemigo de la industria) tras la caída de Arturo Frondizi.

Pero en todos esos enfrentamientos, los sectores más reacios a aceptar la nueva industria argentina habían terminado llevando las de perder (lo que, dicho sea de paso, en modo alguno impidió a los civiles que les escribían los discursos, leyes y decretos hacer buenos negocios a costa del país, como –para no mencionar sino los más notorios– los de los Dres. Pinedo y Alemann a principios de la década del 60).

Ahora bien, si el golpe del 66 fue un golpe de los “azules”, el del 76 tuvo una lejana pero reconocible raíz “colorada”. El nombramiento de José Alfredo Martínez de Hoz al frente del Ministerio de Economía no dejaba lugar a dudas. El 2 de abril de ese año, el Ministro expuso su programa económico, que en síntesis era un programa de desguace industrial, liquidación del mercado interno y financiarización a ultranza del proceso de valorización. Era el programa del lópezrreguismo, es decir el de la oligarquía, el imperialismo y la logia mafiosa P2. Pero venía ampliado y perfeccionado.

El “rodrigazo” intentó imponer el mismo plan sin interrumpir la vigencia formal de la soberanía popular expresada en las elecciones del ‘73. Su abrupto final a manos de la huelga convocada por Lorenzo Miguel desde la CGT en junio del 75 (que abría un matiz inesperado en la caracterización, demasiado unilateral, que se hacía en 1969 de la “burocracia sindical”), demostraba que para poder ejecutarse, el plan iba a exigir la más monstruosa y brutal de las represiones. Era menester derrocar al gobierno y lanzarse a una masacre que solo encontraría antecedentes en los crímenes de Mitre. La violencia política del Estado en manos del establishment constituyó un elemento clave del plan económico. Se le atribuye al mismo Klein arriba citado el reconocimiento de que “la política económica aplicada durante el proceso hubiera sido incompatible con cualquier sistema democrático y sólo era aplicable respaldada por un gobierno de facto.”

Terrorismo de Estado, horror económico y crimen social

Con el pretexto de combatir a una “subversión” que, en el plano militar, ya no representaba peligro alguno, la oligarquía argentina utilizó a las Fuerzas Armadas en una operación terrorista contra el conjunto del pueblo. Y no faltaron, sino que sobraron, los gerentes y empresarios que aprovecharon para sacarse de encima delegados respondones. De hecho, el régimen instigaba estas delaciones y en ciertos casos llegó a instalar centros operativos en la sede misma de grandes empresas. Hasta se dio el lujo a veces de tener informantes entre los trabajadores (los solía reclutar entre los que habían mantenido relación con las tendencias más reaccionarias, violentas y fanáticas de la burocracia sindical “participacionista” de tiempos de Onganía, o entre los que mantenían algún tipo de lazo familiar con integrantes de la suboficialidad).

Tal ha sido la magnitud de la carnicería que al iniciarse su investigación promovió la redefinición jurídica del delito de genocidio. Sus verdaderas dimensiones y perfiles aún hoy, a más de treinta años, se siguen restituyendo en sucesivas olas de espantada revelación. Las FF.AA. se alejaron por completo del antiguo cauce que, mal que bien, le había impedido a los sectores más recalcitrantes del bloque oligárquico llevar su plan hasta el fondo. Pero además se deshonraron en miles de actos de cobarde sevicia contra sus conciudadanos, e incluso organizaron cacerías humanas conjuntas con sus pares y vecinos en el Operativo Cóndor y enviaron “asesores” y elementos activos a las guerras promovidas por EE.UU. en Centroamérica. Es más: en 1978, algunos de sus mandos, en total coincidencia con el Almirante Isaac Rojas, nos llevaron al borde de la guerra con Chile.

Ese régimen inicuo de toda iniquidad no cayó por una ola de alzamientos populares. La derrota nacional había sido inmensa. El endeudamiento externo, el desguace y deliberado embotamiento de las empresas estatales, y el favor del poder hacia un reducido grupito de grandes capitalistas se sumó a la ruina de miles de empresas privadas de capital nacional para generar un proceso simultáneo de concentración, desnacionalización y fuga de capitales que postró el país mientras agudizaba el saqueo.

Hacia principios de 1982, del viejo aparato industrial quedaba un remedo informe, con una deuda externa septuplicada en relación a la de 1976, un Estado sangriento e idiotizado, miles de puestos de trabajo y ahorros individuales incinerados en las calderas de la “patria financiera”, una pequeño burguesía arruinada y superviviente, sindicatos debilitados y disminuidos, y un pueblo forzado a librar batallas de retaguardia por su derecho a recuperar las más elementales libertades democráticas. El heroísmo y la entrega de que hizo gala en esas luchas, en particular en las huelgas y movilizaciones encabezadas por los sectores más combativos del movimiento obrero y en la resistencia civil de la pequeña burguesía democrática, no mellaban a los dictadores.

La Argentina en guerra contra el imperialismo

Fue en ese panorama que, irónicamente otra vez un 2 de abril (a solo tres días de que la pertinaz y enconada lucha sindical y popular contra la dictadura hubiera culminado en una huelga y masiva manifestación convocada por la CGT de Saúl Ubaldini, violentamente reprimida), el régimen se lanzó a la lucha por la recuperación de las Islas Malvinas.

No es éste el lugar para discutir sus motivaciones. El hecho crudo, sin embargo, es que por ese solo acto un gobierno antidemocrático, antinacional y que sería encontrado culpable de crímenes de lesa humanidad tanto en su propio país como en otros de América Latina, encaraba una guerra contra el bloque imperialista en su conjunto. Esto da la significación básica de la reocupación efectiva de las islas, y por supuesto escapaba por completo al caletre de quienes la promovieron.

Ellos se creían partícipes de una Tercera Guerra Mundial contra el comunismo, en calidad de socio y no de lacayo de las grandes potencias de Occidente. El general Cristino Nicolaides abusaba de su ascendencia griega para explicar que esa guerra se había iniciado con Platón, es decir dos milenios antes que las otras dos. No lo mencionamos como burla. Sabemos que el oficio del militar no es la historia de la filosofía sino la defensa nacional. Pero la incapacidad de Nicolaides como historiador y filósofo reflejaba la que tenía como estratega y hombre de armas.

Ésa era la alta oficialidad de las Fuerzas Armadas de 1982. Poco quedaba ya de la que había producido a los generales Savio, Perón y Mosconi, el brigadier San Martín o el almirante Oca Balda y aún en 1969 sostenía un impulso industrialista que brillaba en Fabricaciones Militares e incluso, paradójicamente, insinuó algunos límites a la voluntad destructiva del mismísimo Martínez de Hoz (las empresas del Estado, por ejemplo, permanecieron en manos del Estado; haría falta un Menem para que dejaran de serlo).

En la guerra, las primeras evidencias de que el socio no era tal, y de que Occidente era el amo, pueden haber instado a muchos de sus promotores a dar marcha atrás. Pero las masivas movilizaciones del pueblo argentino, que se expresó indiscutiblemente a favor de la soberanía nacional en el Sur, impedían hacerlo. La ocupación de las islas por tropas nacionales imprimió a la lucha contra el régimen antinacional un giro insólito. Atrapado entre su amo y su oprimido, ese régimen entró en decadencia inevitable tras haber sido incapaz de sostenerse en el territorio recuperado.

Como lo demostró ejemplarmente Alfredo Astiz (y no fue el único), era difícil que militares entrenados para vender la patria y asesinar a sus compatriotas pudieran defender territorio argentino contra un invasor extranjero. Sin este pequeño detalle no hubiera sido “técnicamente” impensable, como mínimo, que la Argentina terminara forzando a la OTAN a mantenerse en las aguas australes hasta la mala estación. El sometimiento del alto mando militar a las grandes potencias de Occidente obstaculizaba de tal manera al fervor popular, al masivo apoyo latinoamericano, al heroísmo y el patriotismo desplegados por la inmensa mayoría de las tropas (suboficialidad y oficialidad incluídas), que solo transformando la guerra en una guerra nacional, de unificación latinoamericana y proyección revolucionaria, se lo hubiera podido eliminar.

La derrota y la “desmalvinización”

Entonces, el debate sobre cómo ganar la guerra (o al menos cómo llegar a un armisticio que evitara una rendición desastrosa) planteaba de inmediato la cuestión política crucial: las bases sociales del régimen que la había lanzado eran partidarias del enemigo de la patria.

Acarreaba de ese modo peligrosísimas consecuencias, que no tenían porqué agotarse una vez producida la derrota en el plano de las armas.

Bien las vio el ideólogo imperialista francés Alain Rouquié, quien parece haber sido el primero en convocar urgentemente a “desmalvinizar la Argentina”.

Es absurdo discutir si con un régimen como el del Gral. Galtieri se hubiera podido llegar a un resultado distinto en el campo de batalla.

Para triunfar en el esfuerzo bélico de 1982 la Argentina (cualquiera fuese el signo de su gobierno) solo podía pensar en revertir violentamente el rumbo adoptado a partir de 1976, y ello en todos los planos de la vida nacional. Enfrentar al imperialismo, especialmente cuando hasta ese instante se lo ha servido con perruna fidelidad, no solo implica hacer girar 180 grados los fusiles.

Implica también sacudir los cimientos de la sociedad hasta el último rincón: de lo que se trata es de unificar la liberación nacional con la reivindicación territorial, y convocar al pueblo a una guerra nacional en cuyo transcurso los sectores mayoritarios pasarían por encima de las minorías antinacionales que hasta ese momento habían constituido la apoyatura del Proceso. La mera posibilidad remota de que algo así sucediera llevaba al Dr. Raúl Alfonsín a descorazonadas conclusiones, que mencionamos más adelante.

Nada de eso se hizo, sin embargo. Quienes proponían esa vía de acción (inspirados en buena medida por las tesis que figuran en el “libro de Madariaga”) no tuvieron éxito. Y la Argentina perdió esas batallas. La derrota no nos resultó gratuita. No fue la dictadura la que perdió en los mares del Sur, como se esperanzaban algunos (entre ellos Alfonsín, que, tal como le declaró en persona a Jorge Enea Spilimbergo, temía una amenaza “nasserista” para la “democracia” argentina si por ventura o desventura el régimen vencía en la guerra). Fue derrotado el país en su conjunto, todo el pueblo argentino, como sucede en toda guerra internacional (más aún en la guerra de un país semicolonial contra una potencia imperialista o una alianza de potencias imperialistas).

La Argentina pasó entonces a cargar también, como si tuviera poco peso sobre los hombros, con las consecuencias de una derrota bélica contra el imperialismo. Tanto el enemigo externo como las clases dominantes, que durante la guerra habían jugado en contra del país (baste recordar al Ministro Alemann pagando deuda externa a la misma Inglaterra que nos enviaba la flota colonialista), lanzaron una campaña de desmalvinización con el objetivo de impedir toda discusión seria sobre el camino a seguir.

Estaba prohibido debatir cómo se hacía para recuperar la dignidad nacional perdida, la soberanía entregada y los territorios ocupados, por los motivos que arriba hemos resumido. Esta campaña se inició en el mismo instante en que los soldados argentinos volvieron de las islas y fueron ocultados como una enfermedad vergonzante, se reafirmó con el golpe interno por el cual el General Bignone reemplazó en la Presidencia al General Galtieri, se “documentó” en el Informe Rattenbach, se impuso durante la presidencia Alfonsín con el ímpetu de una campaña de desnazificación, continuó con Menem y de la Rúa, y aún está lejos de haber terminado.

Silencios, complicidades y nuevas realidades electorales

Todo conspiró, entonces, para que el retorno al orden constitucional fuera “ordenado”. Un pueblo desgastado, un Estado catatónico, un país en derrota, un movimiento nacional desorientado, no se parecían en nada a la vibrante Argentina de 1969. Ni las clases dominantes tenían interés en nuevos sofocones por alguna “locura” militar, ni las masas se encontraban en condiciones de luchar por la reversión de lo actuado.

Se recuperaron las libertades políticas, pero al precio de limitar al máximo la indagación del pasado inmediato (no muchos políticos hubieran atravesado indemnes la prueba implícita en la pregunta “¿qué hizo usted cuando el golpe de 1976 era inminente, y durante el régimen posterior?”). Y además, la transición se hizo sin tocar un solo tornillo de la silla eléctrica financiera a la que se había atado al país. En síntesis, se abría un período de vasallaje republicano.

Se inauguró con otro suceso que en 1969 ni siquiera se podía imaginar: la victoria limpia, en elecciones presidenciales, de un candidato radical. Al régimen cívico-militar de Martínez de Hoz, sus secuaces, sicarios y sucesores, lo sucedió una presidencia que no llegó a completar su período constitucional. Raúl Alfonsín alentó la esperanza de que bastaba con el imperio de la ley constitucional para resolver los problemas de la vida cotidiana en un país que estaba más sometido que nunca al imperialismo.

Los primeros meses de su mandato parecieron promover la esperanza, pero era una utopía. Alfonsín mantuvo una constante inquina contra el movimiento obrero, patentizada en la consigna de campaña sobre el “pacto militar-sindical” y –una vez en el gobierno– en la Ley Mucci. Y rápidamente debió aplacar sus enfrentamientos con el Fondo Monetario Internacional: al reconocer sin discusiones la deuda externa heredada del régimen cívico-militar se colocaba en inexorable dependencia del sector financiero y del FMI. Como al pasar, lo dejaba en la estacada al presidente peruano, Alan García, quien en este asunto se había ilusionado con un planteo común de ambos países.

Muy pronto, Alfonsín se vio obligado a aceptar la renuncia de su primer Ministro de Economía, Bernardo Grinspun, quien intentaba rediscutir la deuda y los condicionamientos de los organismos multilaterales de crédito. Todos los sucesores de Grinspun y todos los desvelos del gobierno radical se orientaron desde ese momento a someterse a los dictados del FMI y conformar a los sectores dominantes, ahora rebautizados como “capitanes de industria” o “el estáblishment”. Pero de nada le sirvió, y debió entregar el mando meses antes de lo previsto, en medio de un caos económico provocado por las mismas fuerzas económico-sociales que el Proceso había puesto en el ápice de la estructura social argentina y él había favorecido.

Al alfonsinismo, entonces, lo sucedió el menemismo. Otra enorme diferencia con las condiciones de 1969: llegado al poder, el candidato peronista puso en práctica el programa del antiperonismo más concentrado, en una traición postelectoral superadora de la famosa de Arturo Frondizi.

El menemismo: la alvearización del peronismo

No es que al momento de redactarse ¿Qué es la Izquierda Nacional? se desconociera la existencia de peronistas pro-oligárquicos. Pero, sometidos entre otras cosas (y a pesar del exilio) a la conducción de Juan Perón, no podían expresar demasiado abiertamente ese tipo de aspiraciones. El jefe del movimiento los utilizaba en los manejos internos, pero no se sumergía jamás en el Jordán bautismal al que intentaban arrastrarlo. El peso mismo de los asalariados en la estructura social argentina les imponía un corset irónico que el líder, desde Madrid, ponía en juego cada vez que le convenía.

Cuando, bajo la presidencia Illia, esos sectores (el “neoperonismo” se llamaron, en premonitorio autobautismo) intentaron apropiarse del movimiento nacional, Perón los fulminó desde el exilio con arte florentino y el apoyo de los dirigentes y sindicatos más leales. En rigor, el antecedente más directo del menemismo fue el brevísimo lapso en que, de la mano de López Rega, los economistas antinacionales habían lanzado el rodrigazo y abierto el camino a Martínez de Hoz.

Pero esos acontecimientos tendrían lugar recién seis años después de la fecha en que se redactó este manual. En esos tiempos, lo más que se había vivido era la recién mencionada defección “neoperonista” y el intento –del metalúrgico Augusto T. Vandor, no de un dirigente del “peronismo político”– de integrar al peronismo en el régimen vigente como una especie de partido laborista de pie sindical.

Por lo demás, la alvearización del peronismo liderada por Carlos Menem fue de una profundidad y cinismo abrumadores. No le hizo falta demasiado esfuerzo. El estáblishment, que ya había volteado a Alfonsín, volvió a lanzar un golpe de mercado tras otro hasta que se aseguró de que Menem seguiría el camino exacto que convenía a sus intereses.

Por ese entonces, muchos suponían que una potencial alvearización del peronismo iba a calcar el republicanismo formal con que la oligarquía supo deglutir al partido insurreccional de Hipólito Yrigoyen. A nuestro modo de ver, no habían prestado suficiente importancia a las condiciones materiales subyacentes a las categorías que se exponen en “el libro de Madariaga”; en algunos casos, quizás las habían olvidado.

Se llevaron una sorpresa mayúscula, junto a la inmensa mayoría del pueblo argentino. Apuntaban sus cañones a la “renovación” cafierista, por sus a veces notables rasgos democratistas (“demoliberales” les decían esos críticos, considerándolos globalmente una reiteración del ya conocido liberalismo cipayo de raigambre pequeñoburguesa). Pero finalmente fue el menemismo, el ala que la derrotó en las internas proponiendo un perfil simbólicamente más “nacional” y “folklórico”, la que se reveló como verdadero nombre del peronismo alvearizado. Si el cafierismo, de haber vencido en las internas, hubiera seguido otro rumbo, es algo que no se puede saber en nuestros días. Solo podemos recordar que ante la visión de lo que Menem había comenzado a ejecutar como “plan antiinflacionario”, Antonio Cafiero alertó, casi en un gimoteo, que “un poco de inflación, un 3% anual, no era malo”.

Después, se llamó a silencio como muchísimos más.

Lo cierto es que la gallardía que desplegó Carlos Menem para ejercer la más audaz apostasía dejó con la boca abierta a propios y extraños; entre los poquísimos que no parecen haber sido sorprendidos se encontraba Álvaro Alsogaray, archigorila, eterno ministro de Economía de los regímenes antinacionales y embajador de Onganía en Washington.

El menemismo (y todo su cortejo de endriagos) se montó sobre los pilares compactos de la hiperinflación, la desnacionalización, el endeudamiento imparable y la transformación sustancial del mapa geopolítico planetario. En 1989 empieza a desaparecer la URSS, triunfo de EE.UU. en la Guerra Fría que pareció ridiculizar toda pretensión de “tercera posición” porque se había llegado al “fin de la historia”. El peronismo de 1945 había sido el intento de las masas populares de llevar adelante junto a las FF.AA. nacionalistas una política nacional-burguesa que la propia burguesía nacional se negaba a desarrollar. El menemismo fue en cierto modo la llegada de los hijos y nietos de esa burguesía que en 1945 no había sabido defender su interés e imponía ahora lo que Torcuato di Tella bautizó “realismo periférico”: el sometimiento unilateral al nuevo hegemón mundial.

Hundido en un asombro entre incrédulo, indignado y resignado, el pueblo argentino pareció caer aplastado por la magnitud de la catástrofe nacional. No pudo dar, en lo inmediato, respuesta efectiva.

En una década más abyecta que infame, se liquidó todo lo que los argentinos habíamos construido en defensa de nuestra soberanía económica e integración industrial no ya desde los tiempos del General Perón sino incluso desde las lejanas épocas en que Julio A. Roca no podía concebir que se privatizara el Correo o las aguas corrientes.

Nada pudieron hacer para impedirlo, momentáneamente arrinconados por la ola destructiva, los partidos, sindicatos, ciudadanos independientes y grupos sociales que desde 1976 venían luchando para retomar el rumbo perdido el 24 de marzo.

En consecuencia, culminó la transformación masiva de fábricas en taperas, y se estuvo al borde de la liquidación final del Estado argentino. Menem se abrazó con el Almirante Rojas, un símbolo de que nada cambiaría cuando lo terminara sustituyendo el radical De la Rúa, a su vez yerno de otro prócer del 55, el General Basilio Pertiné. Pese a las infundadas ilusiones de quienes, por “izquierda”, apoyaron a la Alianza delarruísta a través del “Chacho” Álvarez, la continuidad del proyecto librecambista y libreempresista del estáblishment, con el mortífero “uno a uno”, nos hundió directamente en la crisis de 2001, y terminó finalmente con el estallido popular de diciembre de ese año.

También el mundo se transformó profundamente

El escenario mundial también varió fundamentalmente con respecto a esos años. Vivimos una revolución científico-técnica comparable con la revolución industrial. La integración de la ciencia a la trama misma de la producción abre gigantescas avenidas para la transformación de la vida humana y las relaciones sociales. El eje ha sido el desarrollo exponencial de la electrónica y la cibernética, pero éste afecta múltiples áreas.

La cibernética ha tenido un impacto inimaginable en la vida cotidiana y en la producción. En 1969, las computadoras eran inmensos aparatos que ocupaban habitaciones enteras con aire acondicionado (que era un lujo). Las calculadoras eran mecánicas o eléctricas, y requerían un escritorio para su funcionamiento. Hoy, las reglas de la lógica formal se incorporan, transformadas en conexiones microelectrónicas, al cuerpo mismo de la maquinaria moderna. Existía un antiguo instrumento llamado máquina de escribir. El teléfono aún funcionaba con sistemas electromecánicos. En las plantas industriales no se había iniciado siquiera el camino hacia la robotización.

Además, la soja era un porotito de escasa importancia, y los productos agropecuarios casi no contaban en el mercado mundial. Los motores no ahorraban energía porque el petróleo era barato (entraría en crisis recién en 1971), y el avión era aún un medio de transporte reservado a los más adinerados. No se podía trasladar miles de millones de dólares de un país a otro con solo apretar un botón. Dicho sea de paso, el dólar todavía prometía cierta cantidad de onzas troy de oro a cambio de cada billete.

Todavía existían regiones servidas exclusivamente por el telégrafo.

Centenares de compuestos químicos que forman parte de nuestra vida cotidiana estaban por ser inventados. Ramas enteras, como la química del boro, aún estaban en pañales. Apenas si se soñaba con los compuestos organometálicos. La fotocopiadora era una máquina cara y privilegiada. Los libros se componían por medio de inmensas maquinarias llamadas linotipos. Los agujeros negros no existían, y la química de la reproducción de las especies (el ADN) aún estaba siendo investigada. Las microondas eran un sistema misterioso que permitía a algunos argentinos privilegiados (como por ejemplo los servidos por la red instalada por la estatal YPF en Salta) tener comunicaciones de larga distancia en forma instantánea y sin mediar operadora. Que pudieran calentar un café era, para la inmensa mayoría de la población, un acto de magia reservado para las series televisivas de ciencia ficción.

1969 estaba más cerca del 17 de Octubre de 1945 que nosotros del Cordobazo. Tan distinto era ese mundo del que ahora vivimos que en cierto modo todavía reverberaba, aunque más no sea como Guerra Fría, un juicio moral sobre el régimen nazi, la bomba atómica y la insurgencia semicolonial (entonces en pleno desarrollo) que cuestionaba la dominación imperialista en su conjunto y en parte la totalidad de las sociedades de clase que habían llevado a la humanidad a tan bellos logros. Las formulaciones más consecuentes del capitalismo monopólico estaban escondidas en oscuros rincones, listas para ser empleadas cuando la ocasión lo ameritara y lo permitiese, pero no gozaban de popularidad alguna: Von Mises era un desconocido al que solo citaba, de vez en cuando, el archicipayo Alsogaray.

¡Hasta la Escuela de Chicago era un reducido núcleo de fanáticos a los que nadie tomaba demasiado en serio!

Las transformaciones políticas no fueron menores. Mencionemos algunos hitos, en el mayor desorden: la victoria vietnamita contra EE.UU., el fin de la URSS y la reconquista capitalista de Europa Oriental, Asia Central y Septentrional hasta las provincias marítimas de Siberia, la transformación de la China en garante de última instancia del funcionamiento de la economía estadounidense, la crisis del petróleo en 1971-3, el reaganismo, el thatcherismo, las invasiones a Yugoslavia e Iraq, las guerras civiles en África, el cierre del ciclo de alzamientos semicoloniales con la liquidación del imperio portugués (preludio del fin del apartheid sudafricano), la clarificación definitiva del papel jugado por Israel en el Medio Oriente, y como coronación de tanto acontecimiento la hipertrofia del sector financiero como mecanismo de reciclado del excedente que el sistema capitalista mundial no puede reinvertir en forma productiva, antecedente inmediato de la actual crisis económica planetaria, cuyo resultado final está lejos de verse claro.

Y sin embargo, pese a todo…

No nos extenderemos más, porque todo el resto es aún historia contemporánea, inscripta seguramente en las mejores páginas de la resistencia del movimiento obrero y las masas populares a un sistema colonial que atentaba contra la existencia misma del país. El objetivo de esta ya demasiado larga crónica razonada es percibir hasta qué punto es cierto que, efectivamente, las condiciones que presidieron la redacción de ¿Qué es la Izquierda Nacional? son abismalmente distintas de las de hoy, y para ello, con lo dicho, sobra.

¿De qué sirve, entonces, el “libro de Madariaga”, si todo ha cambiado tanto?

Basta para percibirlo impedir que lo fenoménico nos oculte lo esencial: las movilizaciones de ese candente diciembre de 2001, que no por casualidad en algo rememoran al Cordobazo. Desde entonces, y sin pausa, el pueblo argentino está tratando de recuperar parte del terreno perdido, y además se ha generado en nuestro país, a lo largo de todo este largo proceso del que ¿Qué es la Izquierda Nacional? no pudo dar cuenta, una corriente poderosa de latinoamericanismo popular que hacia 1969 era más confusa y menos profunda. Esto, que en el “libro de Madariaga” se planteaba como condición fundante de una solución definitiva a los grandes problemas del país, empieza a transformarse en realidad cotidiana.

De qué manera estos hechos le dan nueva vigencia a este texto, lo veremos al final de esta especie de epílogo. Pero lo que no ha cambiado son las vigas maestras de la estructura mundial y nacional.

Todas y cada una de las ideas básicas de este libro siguen tan vigentes como sigue vigente el sistema imperialista, que es la etapa actual del modo de producción capitalista, como sigue vigente la colonización pedagógica de los argentinos (de la cual la desmalvinización o la prédica “neoliberal” no son sino aspectos parciales), como sigue vigente nuestra condición semicolonial, como sigue vigente el parasitismo oligárquico.

Travestida y transformada, nuestra principal clase dominante sigue siendo una oligarquía rentística que medra incrustada en el comercio exterior de la Argentina. Su existencia tiene como precondición la balcanización sudamericana y la asfixia de la industrialización autocentrada. La burguesía argentina, más aún después de largas décadas de metamorfosis involutivas, sigue impermeable a todos los intentos de que encabece una revolución nacional-democrática. El imperialismo no solo no ha perdido garras, sino que afiló las viejas y le han nacido nuevas.

La desaparición de la URSS no eliminó el problema de qué posición adoptar frente a ella, porque se ha transmutado en el problema de qué posición adoptar frente a quienes, a partir de ese acontecimiento, predican la imposibilidad de una salida socialista a los gravísimos problemas que el modo de producción capitalista impone inevitablemente a las inmensas mayorías de la humanidad. Si con la crisis de 2008/9 El Capital de Marx (cuya primera edición data de 1867) se convirtió en best seller en Alemania, bien puede entenderse que “el libro de Madariaga”, redactado en 1969, sirva a los argentinos de nuestros días.

Quien, en la Argentina de hoy, sepa ver la continuidad funcional del saqueo semicolonial; quien sepa ver cómo el campo nacional y popular y el gobierno kirchnerista –con todas sus dudas, contradicciones y hasta timideces– enfrentan exactamente el mismo bloque social que tuvo que enfrentar el General Perón; quien se preocupe seriamente por los problemas de la patria y desee evitar una nueva derrota del movimiento nacional; quien desee saber porqué en todo el período abierto en 1983 el papel más destacado en la lucha contra el coloniaje cayó en manos de los trabajadores (como se vio el 30 de marzo de 1982 y en la lucha contra el menemismo y el delarruísmo); quien desee percibir las corrientes profundas que dan sentido al batifondo rechinante del contubernio opositor, encontrará aquí lo mismo que encontraron las generaciones del tiempo en que se publicó por primera vez: una guía magnífica para penetrar en la estructura íntima de las crisis argentinas.

Hoy como ayer, ¿Qué es la Izquierda Nacional? señala las vías de ingreso a un nuevo nivel histórico. Añejo pero no anticuado, tiene la solera del buen vino. Alienta en él, poderoso, un futuro que está por escribirse. Brasa viva de los tiempos que parieron el cordobazo, alumbra sendas importantes para quienes heredamos, entre otras cosas, el 17 de octubre de 1945 y el 19 de diciembre de 2001.

Buenos Aires, abril de 2010 (con leves correcciones formales en mayo de 2011)

* Néstor Gorojovsky es Licenciado en Geografía, responsable del foro Reconquista Popular y Secretario General del partido Patria y Pueblo (Izquierda Nacional).


Dedicado a la SIP

Por Alberto J. Franzoia

Hace casi cinco años escribí un artículo que destaca la significación cultural y política de un canal como Telesur y alertaba sobre la posibilidad de que dejara de tener pantalla en Argentina, con lo nocivo que eso se sería para la defensa de los intereses estratégicos de la Patria (chica y Grande). Hoy la empresa monopólica Cable Visión, del Grupo Clarín, no nos permite acceder al canal de la Revolución Bolivariana ya que al igual que otras opciones (Paka- Paka o CN23 por ejemplo) no figuran en su grilla televisiva. La SIP, es decir la Sociedad Interamericana de Prensa, (que expresa los intereses de empresarios periodísticos aunque no los de buena parte de los trabajadores periodistas y mucho menos los intereses del pueblo latinoamericano en su carácter de usuario) impactada en su reciente visita a nuestro país por las dificultades que encuentran los medios “independientes” para “informar y comunicar libremente”, envío una conmovedora carta a nuestra Presidente. Dice entre otras cosas: que hace un "llamamiento" para que el Gobierno de Cristina Kirchner "garantice, respete y tolere las voces plurales y diversas de los distintos sectores sociales, medios de comunicación y periodistas" como una condición que consideran "esencial" para sostener la democracia. Si bien durante su visita la SIP se hizo cargo de varias cuestiones que pertenecen al ámbito específico de la televisión, no se detecta en la carta, ni en otros comentarios emitidos, una sola referencia a la falta de libertad del pueblo argentino para elegir qué canales ver, entre ellos Telesur. Por este motivo considero oportuno desempolvar y dedicarles aquel artículo escrito en 2006 a este grupo de empresarios de los medios tan preocupados por “sostener la democracia”.

DEDENDER TELESUR ES UNA CUESTIÓN ESTRATÉGICA *

Uno de los grandes maestros de ese pensamiento alternativo, ese que en países dominados durante gran parte de su historia por el imperialismo debe inscribirse necesariamente dentro del campo nacional y popular, se llamó Don Arturo Jauretche. Él fue el responsable de un estupendo análisis, en la yapa de "Los profetas del odio", acerca de cómo muchos propietarios de medios difusión escritos pueden presentar una apariencia de objetividad pura y neutralidad valorativa (“somos independientes”) recurriendo a técnicas sutiles; por eso las denunció para avivar zonzos (aclarando que las mismas también son adaptadas a medios orales y televisivos):

“Cuando se quiere destacar lo que se dice esto va en primera página, y si no en primera, en página impar. (A medida que usted abre el periódico las páginas uno, tres, cinco, siete, etc., le saltan a los ojos y usted tiene que hacer un esfuerzo, aunque sea mínimo, para leer las páginas pares que le quedan a la izquierda y a las que usted debe dirigir la vista intencionalmente). Los grandes títulos, el tipo de letra, y el armado de la noticia –por ejemplo un recuadro o el acompañamiento de ilustración gráfica destacan lo que se quiere que sea leído. Con letra pequeña, poco título o entre los avisos, irá lo que se quiere que no llame la atención, pero cuya publicación permite continuar con la imagen de la objetividad que al mismo tiempo se quiere dar al lector” (1).

Un ejemplo gráfico

El 13 de agosto de 2005, ante una numeroso grupo de piqueteros que reclamaban en la La Plata por un compañero detenido, aparece en la portada de diario local “El Día”, una foto con individuos con rostros cubiertos y exhibiendo palos. Imagen perfecta para infundir miedo en las capas medias, sobretodo si el texto que acompaña a la foto destaca este hecho; sin embargo, lo que el texto no se esforzaba en aclarar y el ángulo utilizado para captar la escena tampoco, es que detrás de los cuatro o cinco muchachos, que aparecen en primer plano para generar el efecto deseado, hay varias decenas a cara descubierta, sin palos y con una significativa cantidad de mujeres y niños (2).

Es decir, no se necesita explicitar una ideología para difundirla, es más, su difusión puede resultar mucho más eficaz precisamente si no se la presenta como una visión particular de la realidad sino como “la realidad”. Surge entonces el necesario interrogante: ¿es la imagen de la realidad expresada en forma gráfica, oral o audiovisual exactamente igual a ella? Y la respuesta comprobable: no, en el mejor de los casos sólo es un fragmento de la realidad. Los propietarios de los medios sólo muestran o jerarquizan una parcialidad, pero al presentarla con frecuencia como expresión de una totalidad, lo que hacen es construir una imagen de la misma que resulta útil para justificar la defensa de sus intereses de clase. La objetividad absoluta es una quimera ya que siempre esta condicionada, pero cuando no se advierte al público el recorte que se hace ni desde dónde se hace, y cuando el mismo, además, se corresponde con la mirada de sectores minoritarios y privilegiados, esa objetividad directamente no existe ni siquiera como aspiración (3).

La visión se oculta tras las técnicas denunciadas por Jauretche, destacando aquel fragmento del mensaje que expresa el interés de su transmisor y reduciendo al mínimo (o, en casos extremos, expulsando directamente de la imagen y discurso) aquello que contraría dicho interés... Pero si esta cuestión era de capital importancia hace cincuenta años, mucho más ahora en un mundo en el que la información desempeña un rol estratégico en los procesos de dominación y, desde luego, como contracara dialéctica, también resulta imprescindible para liberarse de dicha dominación. Los medios se han desarrollado al compás de la tecnología, y nuevas opciones (Internet) u otras ya conocidas pero con técnicas más sofisticadas (transmisiones de televisión vía satélite y múltiples ofertas por cable) incursionan en el panorama actual del capitalismo global pretendiendo clausurar el desarrollo de las conciencias. La televisión, que en vida de Jauretche ya existía, ha incorporado desde su desaparición física sofisticados recursos técnicos más el aporte creciente de conocimientos científicos, sobretodo psicológicos, con el objetivo de volver invisible la visión que se intenta transmitir. Tanto es así que la publicidad recurre en no pocas oportunidades a mensajes subliminales para volver deseable el producto que se promociona. También se recurre a la inducción psicológica, creando consenso para algo o alguien a partir de los sentimientos de pertenencia social de los sujetos. La dictadura cívico-militar que se instaló en nuestro país entre 1976 y 1983 recurrió con frecuencia a esta inducción:

“Dos ejemplos paradigmáticos son, por un lado, la “inducción de sentimiento de culpa”,buscando revertir la responsabilidad del victimario sobre la familia de la víctima, aparecían frases como “¿sabe usted qué está haciendo su hijo en este momento?”; por otro, la “inducción a dar por muerto al desaparecido”, forzando a los familiares a quedar alineados al discurso del poder y a elaborar el duelo correspondiente desde los dispositivos clásicos” (4).

Las técnicas son tan sutiles que se vuelve compleja la tarea de demostrarle a quien practica una mirada ingenua, el carácter parcial de la imagen que está observando o el mensaje oral que está escuchando. Sin embargo, los propietarios de los medios no siempre recurren al perfil más cuidado, a veces también ellos se dejan llevar por una necesidad económica estrechamente inmediata, o un interés político demasiado urgente. Entonces el mensaje puede aparecer en formato más precario, a tal punto que aquello que siempre intentó presentarse de forma no visible, se manifiesta con una visibilidad grosera.

Un ejemplo audiovisual

Eso es lo que ocurrió horas después de la urgente operación del líder cubano Fidel Castro. Allí tuvimos oportunidad de comprobar en qué consiste la tan mentada independencia informativa y neutralidad valorativa de la CNN, ya que contemplamos no sin estupor como esta cadena de noticias ofrecía imágenes sin solución de continuidad de festejos llevados adelante por la comunidad de cubanos exiliados en Miami, acompañados por los análisis seudo objetivos de columnistas (siempre anticastristas) en los que la hipótesis principal era la pronta o ya producida muerte del líder revolucionario. Como el gobierno cubano brindaba sólo esporádicos partes médicos sobre el estado de salud de Fidel aclarando que no les harían el juego a los enemigos de la revolución, la “prestigiosa” CNN se lanzó a una sistemática campaña desinformativa en la que se manejaban argumentaciones y especulaciones dignas de un programa de ficción pero que poco tenían que ver con la supuesta objetividad y neutralidad que dicen defender. Las escenas transcurrían permanentemente en Miami, los entrevistados eran siempre los exiliados y los columnistas no lograban disimular los servicios que prestan al Estado imperialista de EE.UU. Un de ellos especuló con que Fidel había muerto y se lo estaba preparando al pueblo, los restantes trabajaban sobre la hipótesis de Cuba sin el líder de aquí en más. Todos hablaban de la transición a la “democracia”, todos estaban predispuestos para “ayudar” al pueblo cubano a transitarla. Un entrevistado cubano, muy creyente, dijo que por cuestiones religiosas no podía desear la muerte de nadie, pero si la democracia requiere algo así, que dios disponga (¡increíble!). El señor Díaz, Alcalde de Miami, también especulaba con el pronto regreso a una isla democrática. Ante semejante ofensa a la inteligencia, ya que la apuesta de la CNN a la muerte de Fidel y la caída del gobierno revolucionario era tan evidente que no cabía posibilidad de no comprobar su falta de independencia y su nulo interés por alcanzar un mínimo de objetividad, cabe preguntarse ¿qué hacer? ¿Hay otro periodismo posible?

La opción audiovisual Telesur

Decíamos al iniciar este artículo que en países dominados durante gran parte de su historia por el imperialismo (en alianza con las oligarquías locales), todo pensamiento alternativo debe inscribirse necesariamente en el campo nacional y popular. Nadie pretende una objetividad pura porque no existe, si debe existir una aspiración de objetividad consciente de sus límites (factores condicionantes); tampoco pretendemos la neutralidad valorativa porque es tan impracticable como indeseable, ya que lo deseable es un conocimiento comprometido con la necesidad de trasformación. Quien no pone sus conocimientos al servicio de un cambio posible, termina como convalidador consciente o inconsciente del statu quo. Y en nuestra América Latina esto es idéntico a perpetuar la estructura imperialista de explotación y marginación de nuestro pueblo.

Conocer la realidad con la mayor objetividad posible, que nunca es igual a la deseable pero es mucho más que la ignorancia o el falso conocimiento, constituye una necesidad de primer orden para conquistar la independencia y el desarrollo autocentrado de América Latina. Que, por otra parte, sólo lo conseguirá en la medida en que logre constituirse como la Patria Grande que soñaron San Martín, Bolívar y tantos otros. Pero para conquistar la independencia material hay que comenzar a conquistar la independencia de nuestras conciencias. En ese encadenamiento de necesidades objetivas, gestar una información propia, una mirada latinoamericana de lo que pasa en nuestra tierra y el mundo, es un paso fundamental para aprender a ver la realidad de otra manera, no filtrada por los intereses ajenos a la región que, a su vez, se asocian con los de las minorías privilegiadas de nuestra tierra.

El pensamiento de Jauretche resulta nuevamente imprescindible para orientarnos en la cuestión. Él planteó la necesidad de producir un mapamundi con el Sur arriba, de esa manera la visión que tenemos del mundo cambia. El arriba y abajo al que estamos acostumbrados, con todas sus consecuencias en el plano de la conciencia, es producto de una construcción mental gestada por los intelectuales del Norte. No hay razón para no modificarla, ya que el planeta no tiene un arriba y un abajo objetivos, todo depende de dónde nos ubiquemos y con qué ojos para generar la mirada. Hasta ahora hemos mirado a nuestra propia tierra con los ojos de los imperialistas, ubicados históricamente en el Norte. Ha llegado el tiempo de producir otra mirada, con los ojos de los pueblos del Sur. En ese marco se inscribe la necesidad de producir nuestra propia información.

En una estrategia informativa puesta al servicio de un proceso de liberación mental y material la creación de Telesur es fundamental para nuestra Patria Grande. Hugo Chávez, que además de ser un político claramente identificado con el campo nacional y popular tiene una visión del futuro (socialismo para el siglo XXI) y una claridad táctica y estratégica envidiable, ha dado un paso trascendente al impulsar un proyecto que apunta a generar noticias propias, analizando la información desde un ángulo alternativo al dominante.

Telesur forma parte de ese mapamundi propuesto por Jauretche, para mirar el mundo desde un centro ubicado en nuestra tierra. Al respecto resultó muy útil recurrir a un adelanto de la técnica que Don Arturo no conoció, como es la posibilidad que surge de confrontar imágenes y discursos sobre un mismo hecho con una diferencia de tiempo mínima a partir de la utilización del control remoto de nuestro televisor. Recurriendo a él se pudo comprobar las diferencias sustanciales entre las transmisiones de Telesur y la CNN sobre la enfermedad de Fidel el mismo día en que se expuso el tema por primera vez en los medios.

Un ejemplo de la opción Telesur

Como contracara de la CNN la transmisión de Telesur presentó, durante el primer día de información sobre el estado de salud de Fidel, un mensaje mucho más objetivo aunque sin pretensiones de neutralidad. Los escenarios eran las calles de Cuba, con un pueblo en calma pero muy preocupado por su líder, las calles de Venezuela con una mayoritaria expresión de solidaridad, y también, las calles de Miami, con su anticipada fiesta por lo que ellos suponían era el fin del “dictador”. El único informe que se emitió sobre el estado de salud fue el oficial. Se informó sobre la delegación de autoridad en la figura de Raúl Castro y no hubo especulaciones sobre el futuro de Castro.

Nadie pretendió ser neutral, el deseo explícito era la recuperación y continuidad de Fidel. Pero las imágenes y audio de por lo menos tres escenarios distintos, con la presencia imprescindible de los cubanos que viven en Cuba, contrastaban claramente con la lamentable transmisión de la “objetiva” CNN que durante las primeras horas sólo recurrió a los cubanos exiliados en Miami, pretendiendo expresar de esa manera el estado de ánimo y los deseos del pueblo isleño.

Esta historia es muy curiosa porque refleja una realidad de los medios paradójica: aquellos que dicen ser la representación de una información no sólo objetiva sino también imparcial, mostraban un subjetividad y parcialidad perceptible hasta para un escolar; mientras que los que no intentan ser imparciales porque están claramente identificados con los pueblos del Sur realizaron una transmisión mucho más objetiva al mostrar imágenes y discursos de escenarios alternativos. Pero sin ocultar que de todos esos escenarios posibles el más pertinente era el de Cuba.

A modo de conclusión

Hemos tenido noticias de una campaña que se estaría desarrollando en algunos medios “independientes” para que Telesur tenga menos pantalla en nuestro país. De ser así, saben lo que hacen. El periodismo empresarial, habitualmente identificado con las oligarquías de nuestra América Latina y las burguesías imperialistas, nunca ha practicado la libertad de expresión, ya que cuando otras voces habitualmente silenciadas encuentran una vía de comunicación recurren a distintos medios para silenciarlas. Son los mismos que no dijeron una palabra cuando la empresa Clarín censuró y echó a Liliana López Foresi de canal 13. Los mismos que censuraron sin ningún pudor a Televisión Registrada por presentar en América a un procesado por la justicia como Mario Pontacuarto. Los mismos que se rasgan las vestiduras cuando D´Elía hace justicia por mano propia para liberar espacios públicos y utilizan las medios para denunciarlo como si fuese un delincuente, pero incurren en un llamativo silencio cuando el supuesto perjudicado por la acción (un dudoso ecologista yanqui que adquirió 300.000 hectáreas sobre un gran reservorio de agua dulce) corta caminos convirtiendo en propio un espacio de todos. Y también son los mismos que en Venezuela reciben dinero del gobierno del señor Bush, a través por ejemplo de la NED (Fundación Nacional para la Democracia), para desestabilizar a Chávez con el eterno pretexto de luchar por la “democracia”.

Ante este nuevo intento de atropellar la libertad de expresión por parte de aquellos que dicen ser sus más celosos custodios, se impone una respuesta colectiva, solidaria y contundente de todos los que nos identificamos con los intereses de los pueblos de nuestra Latinoamérica. No sólo Telesur es imprescindible para mantener un espacio que expresa la mirada alternativa de ese mapamundi jauretcheano, sino que muchos espacios similares en cuanto a sus objetivos son necesarios en la gráfica y en los medios radiales y audiovisuales. Consolidar los que ya existen y gestar nuevas iniciativas es una tarea estratégica para que avancemos hacia la concreción de ese un proyecto colectivo del siglo XXI: la Patria Grande justa y liberada.

Alberto J. Franzoia
agosto de 2006

(1) Arturo Jauretche, Jauretche, Arturo, “Los profetas del odio”, página 227, Peña Lillo Editor, primera edición 1957.
(2) Alberto Franzoia, “Grondona y la segunda versión de la ley de la gravedad”, publicado digitalmente en Reconquista Popular e Investigaciones Rodolfo Walsh, setiembre de 2005
(3) Alberto Franzoia, artículo citado
(4) Raquel Bozzolo, material de la cátedra de Psicoterapia II, de la Facultad de Psicología de la UNLP

* Publicado en Avizora periodismo de avanzada, y en Investigaciones Rodolfo Walsh


Del tiempo de Perón

Capítulo 2: Peronismo *

Por Javier Prado

El 17 de Octubre en la memoria

Perón fue ocupando diversos cargos en el gobierno surgido del golpe de Estado. Como vimos, al principio se ubicó en el modesto Departamento de Trabajo, que pasó a llamarse Secretaría de Trabajo y Previsión. Perón fue designado Ministro de Guerra y luego vicepresidente (reteniendo su cargo en Trabajo y Previsión). Su buena relación con los trabajadores se cimentó en las resoluciones favorables hacia los obreros y en el tratamiento directo de los conflictos laborales. La figura del coronel seguía creciendo dentro del gobierno (y con él su grupo más cercano), pero también iba creciendo la desconfianza de algunos de sus camaradas, asustados de las prácticas “comunizantes” del coronel.
Por otro lado, los partidos políticos del momento estaban más preocupados por la guerra interimperialista que sacudía a Europa que por los conflictos internos y perdían predicamento entre los sectores populares que tenían necesidades inmediatas y concretas. Muchas de las carencias de los trabajadores se debían a las prácticas de explotación que el imperialismo británico desarrollaba en nuestro país, pero los partidos tradicionales callaban sus críticas a Inglaterra, pues esta representaba para ellos la causa de la “libertad” y la “democracia” en la guerra europea. Un miembro de la futura Unión Democrática, decía: “el gobierno norteamericano defiende la libertad y la independencia de todos los pueblos”36. Los sectores que habían sido socios y testigos silenciosos del fraude en la década infame, se agitaban pidiendo la entrega del gobierno a la Corte Suprema y una convocatoria a elecciones. Sin embargo, todo el pensamiento político evitaba mencionar la situación de sometimiento en la que se hallaba Argentina respecto de Inglaterra y en cambio se ponían todos los esfuerzos en involucrar a nuestro país en la Guerra Mundial que se daba entonces. La negativa del gobierno a sumarse al conflicto internacional le valió las sospechas de Estados Unidos y dio pie a la oposición para decir que el gobierno era “nazi” (aunque a Inglaterra le convenía la neutralidad para poder seguir abasteciéndose de carnes sin que los barcos argentinos fueran tocados). Más allá de algunas posiciones reaccionarias que había dentro del gobierno (y de la sociedad en general), la acusación de “nazi” era injustificada, pero era una forma de nuclear a las clases medias y altas, a los sectores oligárquicos y al conservadorismo en contra del accionar de Perón a favor de los trabajadores. De esa manera, envolviéndose en la bandera de la “libertad”, los partidos tradicionales combatían a los sectores populares que iban entrando poco a poco en escena. Querían desprestigiar a Perón frente a los trabajadores y desprestigiar a los trabajadores frente a las clases medias.
Perón pasó a ser el enemigo número uno de las dirigencias burocratizadas.
La derrota inminente de Alemania y sus socios fue tomada como una victoria propia por la oposición local, y la naciente Unión Democrática (donde se reunían todos los partidos liberales) aumentó su presión buscando no sólo el llamado a elecciones, sino la destitución de Perón de todos sus cargos y que se prohibiera participar políticamente a los funcionarios del gobierno.
Con la derrota de la Alemania nazi y el triunfo de los aliados, la “sospechosa” neutralidad de Argentina mantenida por el gobierno (pero que venía desde la época de Yrigoyen y había sido mantenida también por Ortiz y Castillo) se tradujo en una declaración de guerra de último momento. Esto irritó a muchos “nacionalistas”: “para algunos nacionalistas, Perón era excesivamente democrático y estaba demasiado comprometido con un gobierno popular, dirección que no consideraban adecuada para el Estado argentino”37. La situación interna era de gran ebullición. De “izquierda” a derecha, crecía la oposición a las acciones del coronel. Por otra parte, las positivas medidas económicas y laborales del gobierno chocaban con las disposiciones reaccionarias que limitaban la actividad política y la libertad de expresión.
Por su parte, los grupos patronales del campo y la ciudad veían con espanto el aumento de los beneficios sociales que se estaban dando en ese momento y empujaban con todas sus fuerzas para una salida electoral, previa entrega del gobierno a la Corte Suprema. Empezaron a delimitarse dos grandes campos.
De un lado todos los partidos políticos (todos liberales en esa época) y del otro los trabajadores y las clases sociales más bajas que apoyaban la figura de Perón.
A principios de octubre Perón fue muy presionado, renunció a sus cargos y fue detenido y trasladado a la Isla Martín García. La noticia de su detención conmovió al país y pronto se iniciaron las manifestaciones pidiendo su libertad. Comenzaron a darse una serie de deliberaciones en el mundo del trabajo ya que los obreros presentían (con justa razón) que sus conquistas laborales peligraban si caía el hombre que las había apoyado y concretado. La C.G.T. convocó a una reunión de sus máximas autoridades y estas resolvieron declarar una huelga para el día 18, sin embargo las bases superaron en velocidad a la dirigencia gremial. Es así que se produce un fenomenal movimiento popular que rescatará de su prisión a Perón, exigiendo su presencia en Plaza de Mayo. El movimiento que liberó a Perón y lo consagró como líder popular para siempre, tuvo lugar aquel 17 de octubre de 1945. Fue un cimbronazo para todos los sectores sociales y en todo el país, tanto en las provincias más pobladas como en los territorios nacionales de entonces, como en Santa Cruz o en Chubut: “Yo justo estaba en el servicio militar en el año ‘45 y me habían dado la licencia, me habían dado de baja el 15 de octubre y estábamos esperando allá el colectivo para irnos cuando apareció ese levantamiento del 17 de octubre, cuando a Perón lo habían llevado preso y que se levantó todo el pueblo de Buenos Aires pidiendo su libertad. En ese tiempo nos volvieron a reincorporar y estuvimos un día más o dos y nos volvieron a dar la baja. Ya se había apaciguado todo ese problema en Buenos Aires y nos hacían hacer guardia en la ruta 3, por si podíamos ver algún movimiento raro y todo eso. Era la consigna que teníamos. Después volví a mi casa, y al año siguiente creo que era que ya me afilié al partido38. Acá, en Gaiman había una Unidad Básica, que le decían. Y yo tenía el carné número 6 (…) En ese momento cuando estaba de soldado siempre sentía hablar del coronel Perón, en aquella época. Perón en ese tiempo era de Trabajo y Previsión. Y ahí, en Trabajo y Previsión, fue que hizo su gran campaña defendiendo a los obreros. De ahí fue juntando los votos para el momento que hubo elecciones (…) Los galeses estaban muy en contra de que se los obligara a pagar la jubilación”39.
La referencia a los galeses tiene que ver con los chacareros y productores, de la colectividad, radicados en Gaiman (siendo el propio entrevistado parte de la comunidad). De manera que por la zona de Chubut, tan lejos de la Capital Federal, también comienza a gestarse la organización política de Perón: “El nombre de Perón, enseguida (se sintió) por todos lados. Cuando fue la revolución del ‘45. No fui fanático, ni nada por el estilo, pero simpatizaba. Por lo menos se veía algo. Una iniciación de política, porque antes estaban muy cerrados (…) Los que gobernaban eran los radicales. Después el peronismo empezó a surgir, a levantarse. Después vino Eva Perón, ella pone el voto femenino. Y ahí fue donde se hicieron grandes (…) Había un representante del gobierno, que habían puesto ellos en una oficina, entonces nos mandaban ahí. Y ahí se fue armando el peronismo”40.
Cuando este militante dice “por lo menos se veía algo, una iniciación de política”, hace referencia a que el pueblo retorna al escenario y recupera un peso político importante. Las masas populares convergieron en la Plaza de Mayo aquel 17 de octubre de 1945 exigiendo la libertad de Perón, provenían de diferentes puntos del gran Buenos Aires y del interior del país: “El 17 de octubre, yo me acuerdo que hacía poquito que estábamos en Buenos Aires, recuerdo que fuimos con un grupo (yo estaba de empleada) al Hospital Militar. Porque nos habían dicho que el General estaba internado en el Hospital Militar. No, mentira, era que ya lo habían detenido y lo habían mandado a la isla Martín García. Entonces yo me acuerdo que llegué a mi casa y lloraba y decía “¿cómo el pueblo no sale a defender al General41?, yo no puedo hacer nada, soy tan pequeña, no puedo hacer nada por los trabajadores”. Yo lloraba así. Sin embargo se dio. Qué cosa maravillosa cuando habló esa noche. Yo en la plaza no estuve, pero escuché por radio (…) Mi papá, mi mamá, todos (peronistas). De hecho, ellos fueron los que más quisieron que entrara en la política. Porque yo no quería ser ¿por qué? Porque mi vocación era la música. Yo estudiaba mucho el piano. Yo quería ser concertista de piano. Entonces yo dije “no, la política no, porque la política es absorbente y yo voy a tener que cerrar el piano” y fue así. Yo tuve que cerrar el piano. Porque en la música uno tiene que estar constantemente ensayando sobre el instrumento y más en el piano, que es muy difícil.
Me decían ellos “a lo mejor se te abre un porvenir”… “¿qué se me puede abrir un porvenir?”, porque lo que menos pensaba yo era que iba a tener un cargo político. Me gustaba mucho Perón por su acción social, que se ocupaba de los que nada tienen, se ocupaba de los sin voz, entonces yo simpatizaba con el General, con su doctrina, pero que yo iba a actuar en política, ni me pasó por la cabeza”42.
Es interesante el siguiente testimonio acerca de aquella jornada, cuando algunos “historiadores” se quejan de la falta de “espontaneidad” del movimiento: “Y ahí me hice peronista de muy chico. Porque el peronismo nació solo. Porque la gente de las fábricas estaban cansados. Muy cansados estaban. Y un día…la gente saca a Perón de Martín García, cierto. Y la gente salió de CAME y salió de acá, de Pavón y salió de Florencio Varela. Salió como en caravana, sin haber comunicación, nada (…) Pero como si hubiese sido invitada. Y no era invitada. Fue un boom…Y se subía arriba de los tranvías, arriba de los techos de los tranvías y hasta que a Perón lo sacaron de Martín García. (Yo) Vivía en Villa del Parque (zona) media bacana. Yo tenía ahí a mi abuela y a una tía mía.
Cuando yo me hice peronista, mucha gente de arriba no quería que fuera peronista. Era “mala gente”…Así se catalogaba al peronismo (…) ahí fue cuando lo mandaron a Perón un tiempo a Martín García y el pueblo lo sacó de prepo, sin derrame de sangre, sin nada (…) Arrancó de Avellaneda más o menos y de todas partes de donde había pueblos trabajadores. Después, de la calle Pavón, de ahí de Avellaneda, había un montón de fábricas. Estaba CAME, Frigorífico La Negra, y otras (…) el que no era peronista en mi casa…no era persona bien vista (…) A mí las ideas de Perón me gustaban y mucho. Nunca tuve que pedir nada. Ni a Perón, ni al gobierno, ni nada”43.
El movimiento favorable a Perón tuvo un centro importante en la provincia de Tucumán, donde los trabajadores de la caña de azúcar fueron de los primeros en manifestarse, pero no los únicos: “El 17 de octubre del ‘45, tenía 20 años cuando se produce el famoso día de la Lealtad, que lo sacan a Perón de la Isla Martín García. Eva Perón, mejor dicho, fue la que reunió a todos los obreros de la república, porque cuando a mí me comunican cerca de las 6 de la tarde, el jefe que yo tenía me dice “pendejo, buscate en qué vas a regresar a tu casa en Tafí Viejo, porque han parado todo el mundo por Perón. Quieren a Perón en la Plaza de Mayo”. Lógicamente que uno simpatizaba, pero no estaba ligado directamente porque yo de política no entendía la verdad un carajo. No entendía porque era un pendejo, uno más buscaba las cosas de diversión, pero ya había un entusiasmo casi político por lo que era Perón, por la figura de Perón que se engrandecía día a día y eso le fastidió a muchos militares que no querían que Perón sobresalga de esa manera y lo metieron preso en la (isla) Martín García (…) y los obreros de Avellaneda salieron a la calle y todo eso se escuchaba por radio o por los diarios. Había diarios que publicaban las cosas esas. Era lo único que uno se podía enterar, no había televisión, todavía en esa época para acá, para Tucumán”44.
Finalmente Perón fue liberado y su presencia en el balcón de la Casa Rosada hizo estallar al pueblo en una memorable ovación. El pueblo había escrito la más maravillosa página de su historia política. Sin embargo de una punta a la otra del arco “ideológico” continuaba la ceguera: “El malón peronistacon protección y asesoramiento policial-que azotó al país ha provocado rápidamente-por su gravedad-la exteriorización del repudio popular de todos los sectores de la República en millares de protestas (...) Se plantea así para los militantes de nuestro Partido una serie de tareas que, para mayor claridad, hemos agrupado en dos rangos: higienización democrática y clarificación política. Es decir, por un lado, barrer con el peronismo y todo aquello que de alguna manera sea su expresión; por el otro, llevar adelante una campaña de esclarecimiento de los problemas nacionales, la forma de resolverlos y explicar ante las amplias masas de nuestro pueblo, más aun que lo hecho hasta hoy, lo que la demagogia peronista representa”45. Desde las “cátedras” universitarias llovían críticas para el pueblo: “El hecho que ha causado más honda sorpresa ha sido la aparición de una masa sensible a los halagos de la demagogia y dispuesta a seguir a un caudillo”46.
Después de las jornadas de octubre, comenzó aceleradamente la carrera electoral. La fecha de elecciones fue fijada para el 24 de febrero de 1946 (aunque primero se había considerado la fecha del mes de abril). La candidatura de Perón era un hecho, aunque desde la oposición al gobierno se calificara a Perón como el candidato “imposible”. Enfrente se hallaba la Unión Democrática, conformada por radicales, comunistas, socialistas y (desde las sombras) por el conservadorismo. Esta coalición era apoyada por toda la prensa y el aparato de la “inteligencia”, los sectores económicos más poderosos (Sociedad Rural, grandes exportadores y los grandes propietarios).

Evita y el 17 de Octubre

Mucho se ha dicho sobre el papel de Evita en aquellos días. Es indudable que Evita fue una mujer excepcional y que su figura dejó una profunda huella en la historia política, pero en aquellos días de octubre poco podía hacer Eva Duarte (aun no estaba casada con Perón) por la libertad del coronel, ya que su inserción en el mundo laboral era escasa y no tenía contacto directo con dirigentes gremiales y políticos. Resulta interesante el testimonio de quien ya tenía un contacto con gente cercana a Perón y que cuenta cual fue la situación de aquellos días: “Los medios decían que Evita había estado escondida en la casa de Perón los días del 17 de octubre. Mentira. Estaba acá47. Andaba yo manejándola, la traje a casa”48.
Honorio Zariaga trabajaba para un hombre que se ligará a Perón a partir de 1943: “había venido la crisis del ‘30. Mi padre tenía chacra en la estancia de Román Alfredo Subiza, en Oratorio Morante, Provincia de Santa Fe.
Entonces, cuando vino la crisis, yo le pedí trabajo al doctor Román Alfredo Subiza y me dio para que yo plantara plantas e hiciera trabajos en la estancia, pero a los 15 días me dejó de encargado de la estancia.
Eso fue en 1938 y después yo seguí trabajando en los campos de él, porque él tenía cinco o seis estancias, entonces seguí trabajando con él hasta que llegó que Perón lo hizo intendente de San Nicolás”49.
Pero ¿quién era Román Subiza? Era un abogado (también fue profesor universitario) nacido en San Nicolás, en 1913. Luego del golpe del ‘43 fue designado comisionado municipal en San Nicolás (Buenos Aires) por el interventor en la provincia de Buenos Aires, Juan Atilio Bramuglia.
“Entonces él me llevó a mí, porque como yo le servía de custodia, aparte le manejaba el coche, porque Perón lo quería tener a él en Buenos Aires. Era intendente acá en San Nicolás. Me nombró a mí en la intendencia para irse junto conmigo a Buenos Aires. En Buenos Aires en la calle Sánchez de Bustamante, barrio Abasto, alquilaron con Juan Duarte, Hugo Saldías y Román Alfredo Subiza, un departamento.
En Bustamante al 660, donde yo le manejaba el coche y le atendía el teléfono. Y hacía como dos o tres meses que estábamos allá cuando viene que ocurre en la mañana (que) ellos se fueron del departamento con la voituré de Juan Duarte (de dos colores, que era una Ford modelo ‘37, abajo azul y arriba un celeste verdoso) a hablar con Perón. Ahora, justo que ellos estaban reunidos le avisan a Perón que se escape, que lo van a detener. Entonces Subiza le ofrece la estancia a Perón, pero ellos después salen todos en caravana disparando50 de ahí porque los venían a llevar presos. Entonces Subiza, cuando van bajando del edificio había un jarrón y esconde la pistola ahí y salen y toman la voituré y salen escapando, detrás de la caravana de los coches que se iban, de la gente que estaba junto con Perón reunida. Entonces a las dos cuadras Subiza le dice a Juan Duarte “doblá, o lo siguen a Perón o nos siguen a nosotros”. Y doblaron, pero ellos se fueron hasta cerca de San Martín, y abandonaron la voituré y se agarraron el (tranvía) Lacroze y anduvieron toda la noche escapando. Y yo estaba en el departamento de Bustamante al 660 atendiendo el teléfono. Y esa noche me llamaron toda la noche, no me dejaron dormir. Uno de los que más llamaba era Pettinato (que creo que es el padre de Pettinato, ese que sabe estar en la televisión), que después lo nombraron jefe de la cárcel de Las Heras.
A la mañana siguiente, medio mal dormido, porque el departamento quedaba al fondo, a treinta metros, salgo hasta la vereda y para un Ford, modelo 36, color azul, y baja Evita y me dice “Zariaga, dice su jefe que nos lleve51 a la estancia de San Nicolás”. Ellos decían “la estancia de San Nicolás”, pero era a 22 kilómetros de San Nicolás, en la provincia de Santa Fe, Oratorio Morante se llamaba el pueblo donde estaba el campo. Yo nací ahí, en esa estancia. Entonces le digo “si, suba, ahí está el coche”. Yo estaba manejando el coche de la municipalidad de San Nicolás, un Chevrolet 38, color bordó, chapa 1113. Y sube Evita y me dice “no queremos pasar por campo de Mayo, porque nos van a detener”. Y digo yo “seguimos derecho hasta Rivadavia y hacemos un rodeo y salimos a la ruta 8”, y así hicimos. A las 9 más o menos fue (minutos más, minutos menos, porque yo no anoté nada, pero sé que era esa hora más o menos) salimos de Buenos Aires. Hicimos el recorrido, hicimos todo el rodeo ese y fuimos a salir a la ruta 8 en Parada Robles. Ahí, en Parada Robles, dice Evita “¿por qué no baja y compra unos sándwiches Zariaga?”, y bajo y compro unos sándwiches (y era para que comiera yo52). Y cuando llego arriba del coche me dice “¿qué hacía usted Zariaga, antes?” y yo le digo “hacía dulce de leche, hacía alambrados, trabajos rurales”. “Me parece que va a tener que hacer dulce de leche de nuevo” responde con ironía Evita”53. Bueno, y seguimos. Adonde había (Policía) Caminera, hacíamos un rodeo por la tierra y salíamos otra vez a la ruta que va a Pergamino, la ruta 8. Y así llegamos hasta Arrecifes. En Arrecifes tomamos un camino angosto que va a Ramallo, y antes de llegar a Ramallo hay un camino que le llaman el camino del Mutti y entonces tomamos ese camino, también de tierra y salimos a la 188. Y por ahí, cuando habíamos salido a la 188, explotamos una goma. Entonces Evita se baja, yo me bajo a cambiar la goma y ella bajaba toda echa un cochino, por toda la tierra que entraba adentro, porque no tenía aire acondicionado el coche, en esa época no había. Entonces la miraba yo a ella. Ella venía con un vestido color crudo, el fondo crudo y un gris perla, clarito, medio amarronado, estampado y con el cabello suelto, venía. Y le corrían surquitos de transpiración con tierra, ella tenía el cutis que parecía una porcelana. Y seguimos hasta la estancia. Llegamos a la estancia a las siete y media de la tarde, en Oratorio Morante y Juan Duarte se va a una canilla, que había en medio del patio, se pone los pies adentro de un fuentón y Evita me pide a mí una lapicera, si le podía prestar, para hacer una carta al padre confesor de ella. Entonces, yo le doy la lapicera, hace la carta, me la da, pero como Perón estaba preso y yo andaba con el coche oficial, yo me tenía que ir a San Nicolás. Y (los) dejé en la estancia, a ellos dos. Y llevé la carta para mandársela al padre confesor. Cuando llego allá me dicen “tenés que guardar el coche porque te lo pueden joder”. Guardo el coche en la Asistencia Pública que tenía los garages ahí y estuve dos días sin ir a la estancia porque a ella quedaron cuidándola las chicas de un lechero que había en la estancia. La peinaban a Evita, esos dos días.
Y después se fue a San Nicolás el día 1654 y recibe una nota (por un tal Armando Freschi, que era secretario de Trabajo acá en San Nicolás) de Perón que le pide matrimonio”55.
Desde su prisión Perón le había escrito a Evita: “Solo cuando nos alejamos de las personas queridas podemos medir el cariño. Desde el día que te dejé allí, con el dolor más grande del mundo que puedas imaginar, no he podido tranquilizar mi triste corazón. Hoy sé cuanto te quiero y que no puedo vivir sin vos. Esta inmensa soledad está llena de tu recuerdo. Hoy he escrito a Farell pidiéndoles que me acelere el retiro, en cuanto salga nos casamos y nos iremos a cualquier parte a vivir tranquilos”56. En esa carta Perón le propone a Evita ir a vivir a Chubut.
“Se la entregan a Evita que estaba ese día en San Nicolás y al otro día, 17 de octubre, ella se comunica con Perón. Y (Perón) le dice que se vaya a la estancia otra vez, que él va a ir. Así que a la mañana, del 18 ya, a la madrugada, viene Subiza y me dice “vamos a la estancia”. Vamos a la estancia, llegamos. Estaba el comedor. Cuando entramos al comedor venía Evita y dice “ese es el señor que me trajo”, le dice a Perón, para que me saludara, pero Subiza me dice: “mirá, estamos estorbando acá, ellos son novios” (…) Entonces nos vamos al cenador, que quedaba a treinta metros de la casa. En el salón había una glorieta que era con rejas, arcadas y había mesas y sillas. Nos vamos con Subiza allá porque dice “estamos estorbando acá”, porque como dijo Subiza, eran novios ellos. Entonces nos vamos, nos sentamos ahí y a los diez minutos, más o menos, viene Juan Duarte, el hermano de Evita y le dice a Subiza “Ya le contestó al coronel, Eva”. Y le dice Subiza “¿qué le dijo?”, y le dice…En la carta decía, según lo que ellos dijeron, que si ella se casaba con él, se iban a vivir al sur y abandonaba a todos los seguidores. Ese es el escrito que le había mandado Perón, pero ella le contestó que no era necesario abandonar nada, que iban a luchar juntos, pero eso si: que se casaban por la iglesia y por el civil. Así que el día 20 o 21 (yo no lo anoté bien el día, pero creo que era uno de esos dos días), me dice Subiza “andá a buscar a mi señora, que venga a saludar a Perón y Evita”.
Me fui a San Nicolás, Leandro Alem 114, y a la señora de Subiza le digo “dice su esposo que vamos a la estancia porque quiere que ustedes saluden a Evita y a Perón”. Y se vino con la hermana de ella, Mercedes, y ella se llamaba Mahia, y nos fuimos para la estancia. Cuando pasamos el puente de Figueredo, para la provincia de Santa Fe (que quedaba más o menos de San Nicolás a 22 kilómetros) vemos venir el coche de Perón. Perón venía en un sedan azul antiguo, manejando Perón, con Evita adelante y Juan Duarte y Subiza atrás. Se bajan en la calle Real, ahí. Se saludan con la señora de Subiza y nos venimos de vuelta a San Nicolás, Leandro Alem 114 y se bajan ahí, se toman un refrigerio y de ahí viene Perón de nuevo, toma el volante y se van. Y al otro día, el 22, fueron y se casaron en Junín. La llevó a ella Perón, manejando él, con Evita adelante, Juan Duarte atrás y Subiza atrás. Se fueron a Junín y se casaron el día 22. Por eso digo que muchas de las cosas que han dicho por ahí, todas no eran ciertas. Totalmente no eran ciertas, porque…si yo andaba manejando con ella. Y de San Nicolás a Buenos Aires, en esa época, por Pergamino, se hacía en seis horas, en menos no se podía llegar, porque había muchas curvas y muchas vueltas, por que acá, las rutas de la zona no había nada. Había que ir por esa ruta, la única. Por eso le digo que ella estuvo: de la estancia a San Nicolás, de San Nicolás a la estancia y ahí la cuidaron las chicas que todavía viven acá57 (…) después decían en algunos medios que Evita no había trabajado y yo les digo a ellos que también macaneaban, porque yo seguí viviendo en el departamento ese que yo le dije, en Bustamante 660 (Capital Federal) con Juan Duarte, Subiza y Hugo Saldías (de Ramallo, que era un estudiante de medicina). Entonces, los sábados me decía Juan Duarte a mí: “¿vamos a verla a Evita?” filmando una película en los estudios San Miguel. (La) Pródiga se llamaba la película, Juan Carlos Míguez58 era el actor. Íbamos allá a verla y a ella (…) Por eso le digo que muchas cosas de las que se dicen no fueron así. Esto que yo le digo es porque anduve yo, todo el tiempo. Dos días pasó sin andar, porque no se iba a ir a Buenos Aires y venír otra vez, en dos días, no podía. (…) y los que lo cuidaban a Evita y a Perón acá, eran tres policías de acá, de San Nicolás. Uno se llamaba Lucero, el otro se llamaba Sosa y el otro no me acuerdo, pero eran tres los que lo cuidaban a Perón allá. La primer noche que llegó allá Perón, yo me quedé casi toda la noche sin dormir, porque no había camas. Yo me quería ir”59.
Hasta aquí el interesante testimonio de este hombre de Oratorio Morante que aun hoy le relata a todo el que lo consulte, cómo fueron aquellos días yendo y viniendo entre San Nicolás y la estancia donde Evita le dio el si a Perón. Y en cuanto a Perón y Evita como pareja, no han faltado quienes dijeron que Perón “no la quería” a Evita. Esto no se basa en conocimiento de causa ni nada por el estilo, sino que tiene una intencionalidad política: degradar la figura del líder popular, mostrándolo como un hombre sin sentimientos, capaz de “manipular” a su esposa o a millones de trabajadores. Sin embargo, y por las cartas ya conocidas que Perón le escribió en su momento más difícil, como por los testimonios de quienes han tenido oportunidad de compartir algo de su intimidad, se nota claramente que había una excelente relación entre Perón y Evita. Por lo tanto, aquellas críticas y “La gente que a veces pueda pensar así, que Perón no la quería a Evita, es porque son de mala leche (…) era la pareja ideal. Porque realmente yo creo que otra pareja no se va a armar en la forma que se armó esa pareja”

* Fragmento de “Del tiempo de Perón” Autor del texto: Javier Prado Responsable de su digitalización: Javier Prado Responsable de su publicación original en Internet: Cuaderno de la Izquierda Nacional (http://www.elortiba.org/in.html)



    


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