Por Juan Carlos Gómez

LA OBRA DE GOMBROWICZ

Escribir sobre la totalidad de la obra artística de Gombrowicz no es una tarea fácil, es una empresa más grande que la que emprendí cuando me puse a garabatear sobre sus diarios en "Gombrowicz, este hombre me causa problemas", y sobre su epistolario con los argentinos y la relación personal que tuvo con nosotros en "Gombrowicz, y todo lo demás". Trasponer las ideas y el idioma literario de sus obras artísticas a otro lenguaje sin malograr la inspiración original es un propósito difícil de alcanzar.

En este libro hago reflexiones sobre la creación y la persona de un escritor acerca del cual vale la pena poner la atención siguiendo las historias que se relatan en los trece cuentos, las tres piezas de teatro, las cuatro novelas y el diario. Gombrowicz nunca reconoció como sus obras a "Historia" y a "Los hechizados" así que no forman parte de este elenco.

La curiosidad que tienen las personas cultas por saber cuáles han sido las lecturas de los hombres de letras eminentes es análoga al deseo de conocer sus antecedentes familiares, es una necesidad que se manifiesta en todos los campos del conocimiento humano, la necesidad de clasificar y de darle una estructura lo más simple posible al desorden. Pero ni de sus antecedentes familiares ni de sus lecturas podemos deducir la naturaleza de Gombrowicz.

El arte es siempre algo más que los comentarios que se hacen sobre las obras y la vida del autor, la obra de Gombrowicz se encuentra en otra parte, es algo más que una visión del mundo y del hombre, su creación es más bien un juego sin ninguna intención precisa, sin plan ni objeto.

Esta ausencia me impulsó a escribir un resumen de toda su obra, cuento por cuento, pieza de teatro por pieza de teatro, novela por novela y, finalmente, sobre los diarios. Tuve que transponer la barrera del idioma polaco que yo no conozco y del leguaje de Gombrowicz.

En este resumen se asoma un hombre inexplicable, como todos los hombres lo somos, que nos cautiva con la lógica perversa de una existencia deformada en un lecho de Procusto que maltrecha y degradada busca en la noche un camino hacia lo humano.

"¿Cuántas páginas he escrito a lo largo de mi vida? Unas tres mil. ¿Con qué resultado, si nos referimos a mí personalmente? He abordado estas conversaciones con la intención de ligar mi literatura a mi vida (...)"

En verdad el problema más grande que tuve cuando emprendí este trabajo fue el de meter las tres mil páginas que había escrito Gombrowicz en ciento catorce, y es lo que hice en LOS CUENTOS, EL TEATRO, LAS NOVELAS, EL DIARIO y LA FILOSOFIA.
 


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LAS NOVELAS

Ferdydurke es la única obra en la que Gombrowicz introduce cuerpos extraños, dos cuentos ajenos a la narración y una explicación más o menos extensa de sus ideas sobre la forma. La novela relata los sinsabores de un joven que ronda los treinta años y es sometido a las ordalías de tres colapsos: el de la escuela, el del amor y el de la familia, pero el clima de la narración es siempre jovial, sarcástico y de un humor penetrante. Es también la obra de Gombrowicz en la que aparece con más claridad su pertenencia a los dos mundos, el del rango social y el de la intelligentsia, mientras a la inmadurez le encarga el trabajo más difícil, mantener la frescura del relato sin que se vuelva infantil, y actuar como mensajera entre los dos mundos.
Jano, con sus dos caras, veía el pasado y el porvenir, Gombrowicz en "Ferdydurke" ve en el pasado, la extinción de su familia y de su clase social, y en el porvenir, el desarrollo de una forma que nos conducirá al paraíso o al infierno según cuánto sea lo que se humanice. "Ferdydurke" tuvo desde el comienzo el doble aire de la irresponsabilidad y la provocación de una comedia y el aspecto de la profundidad y el dolor de una tragedia a la que Schulz le presta la mayor atención: "Gombrowicz no ha llegado a ello por la fácil vía de una especulación intelectual, sino por la camino de la patología, de su propia patología (…) los tormentos de los hombres en un lecho de Procusto: el de la forma".
Cuando Gombrowicz empieza a escribir "Ferdydurke" quería probar sus alcances como artista y sabía que no tenía que medir sus fuerzas por sus intenciones sino sus intenciones por sus fuerzas. Se propuso escribir una sátira que le permitiera sobresalir por el humor, pero la obra se le inclinó hacia lo grotesco y le empezó a nacer un estilo que iba a absorber sus sufrimientos y sus rebeliones más esenciales. A pesar de este llamado a la profundidad que aparece en los prefacios de "Ferdydurke", en los diarios y en "Testamento" la obra mantiene un curso ligero que a duras penas puede ocultar la actividad de esa conciencia agudísima que malogra el desempeño social y psicológico de sus personajes cuyas acciones desembocan en comportamientos hilarantes la mayor parte de las veces.
No es un libro en el que Gombrowicz se proponga destruir los valores existentes, es más bien un intento de ponerlos entre paréntesis, no nos está proponiendo una moral nueva, le está dando una buena paliza a la que ya tenemos para que se eche a andar, para divertirse con él mismo y para que nosotros nos divirtamos con él. Si bien no andaba muy bien que digamos con Dante por la ruindad de su idea de una castigo eterno bajo el resplandor de un amor divino e ilimitado, pone al comienzo de "Ferdydurke" algunas palabras de la "Divina Comedia": "En la mitad del camino de mi vida me encontré en una selva oscura"
Es difícil encontrar una persona que se parezca tanto a su obra, o una obra que se parezca tanto a su autor, como en el caso de Gombrowicz. La narración en la que se nota más este parecido es "Ferdydurke", y esto es así porque en esta novela traspone, aunque no demasiado, las torturas que había sufrido en el colegio a un lenguaje artístico. El instituto Kostka era muy aristocrático, estaba plagado de Radziwill, Potocki, Tyszkiewicz, Plater, aunque también había adolescentes de las clases sociales más bajas. A los once años los padres lo enviaron a esa escuela.
Era el más joven de su grado, estaba aterrorizado, de hecho los primeros años fueron muy dolorosos, como estaba dotado de un temperamento intranquilo y travieso se convirtió rápidamente en el blanco de todos los golpes y puntapiés, y de torturas sofisticadas como el sacacorchos, las tijeras sencillas y la doble Nelson... No había día en que no fuera varias veces al suelo con un golpe lateral plano que le daban con el pie en una parte baja de la pierna. Cada mañana, yendo a la escuela cargado con la mochila, era víctima de taladradoras y pomadas que le aplicaban unos pesados terribles que se convirtieron poco a poco en sus verdugos permanentes. A pesar de todo no descendió a la categoría de pelele y organizó un grupo de agresión y defensa para protegerse de esos terribles suplicios acompañados por las risotadas salvajes de sus desolladores. En esa edad ingrata soñaba con la madurez para alejarse de aquel infierno poblado de criaturas que ululaban, corrían y brincaban en un estado de ebullición permanente, y para descansar por fin de la suciedad y fealdad de esos mocosos simiescos.
El que tenga aunque sea un recuerdo vago del "Atrapamiento y consiguiente malaxamiento" de "Ferdydurke" comprenderá enseguida en qué estaba pensando Gombrowicz cuando lo escribía.
 


Ferdydurke - Primera edición [Argos]
FERDYDURKE

La novela comienza cuando el protagonista treintiañero es raptado de su casa en una forma infantil por un profesor que lo lleva a una escuela de adolescentes, a pesar de los lamentos de la criada que no lo puede impedir porque el profesor la pellizca en las nalgas y la criada pellizcada tiene que mostrar los dientes y estallar en una risa pellizcada. En el medio de la narración el protagonista tiene unas aventuras en la escuela que culminan con un duelo de muecas entre dos adolescentes líderes de dos agrupaciones que expresan su antagonismo con intentos de violación por los oídos mediante la utilización de palabras sublimes y obscenas, que caen en la vulgaridad y el anacronismo, y que no pueden darle el triunfo a sus ideas.
En el colegio se habían formado dos bandos irreconciliables, el de los muchachones que representaban ideales bajos, y el de los adolescentes que representaban ideales sublimados. Si Polilla, el líder de los ideales bajos, realizaba su plan de violar la inocencia de Sifón, el líder de los ideales sublimados, la realidad se convertiría en una pesadilla y el protagonista ni siquiera podría soñar con la huida. Pepe le está comentando en voz baja a un compañero que sería mejor disuadirlos de la violación, pero Polilla se da cuenta: –¿Por qué te metes? ¿Quién te permitió chismear de nuestros asuntos con Kopeida? ¡A él eso no le interesa! ¡No te atrevas a hablar de mí con él!; –Polilla, no hagas eso con Sifón; –¿Por qué no?; –Porque no; –¿Sabes dónde te tengo con Sifón? ¡Te tengo en el ... ¡Perdón! ¡En mi mejor estimación!; –No hagas eso, no se metan en eso. ¿Acaso no te ves haciendo eso? Oye, ¿tú te has imaginado eso?, ¿tú te has visto?, Sifón atado en el suelo y tú violado su inocencia a la fuerza y por las orejas. ¿No te ves en eso?; –Veo que tu también eres un digno adolescente. Sifón te ha influido, ¿no es cierto? Mientras estaba diciendo esto le dio un punta pie.
–¿Acaso porque Sifón es inocente tú tienes que ser indecente? Polilla se sumergió en dolorosos pensamientos dejando por un momento la trivialidad y la vulgaridad y el rostro se le descongestionó, pero cambió inmediatamente: –¡Cuculeíto! ¡Cucucaleíto! ¡No, no puedo permitir que consideren a los colegiales unos inocentes! ¡Tengo que violar por las orejas a Sifón!
 

Cuando Pepe le propone la huida, Polilla empieza a soñar con el peón, la fraternización con el peón es su ideal bajo. Pero de repente un rugido sarcástico estalló a dos pasos de ellos. Sifón y Conejo, con algunos otros, se agarraban sus barrigas inocentes carcajeando y rugiendo: –¡Te felicito, Polilla, te felicito! ¡Por fin sabemos qué se oculta en ti! ¡Sueñas con el peón! ¡Finges ser un muchachón brutal, pero en el fondo eres nada más que un sentimental soñador peonal! Polilla se daba cuenta que la balanza se estaba inclinando peligrosamente a favor de Sifón, entonces se le ocurre desafiarlo a un duelo de muecas. Eligen la hora, el lugar y las árbitros. En el momento que lo están designando a Pepe como superárbrito, suena el timbre, se abre la puerta y un hombrecito barbudo entra a la clase y se sienta sobre la tarima... Pasa una hora, termina la clase y los alumnos profieren un rugido salvaje. El viejito pestañeó y salió.
El duelo de muecas iba a ser un duelo a muerte y no un palabrerío vano. Conejo lo aconsejaba a Sifón: –¡No te asustes, piensa en tus principios! Teniendo principios puedes en nombre de ellos fabricar fácilmente todas las muecas que quieras, mientras él carece de principios y deberá fabricarlas, no en nombre de ningún principio sino por su propia cuenta.
La cara de Sifón resplandecía pues los principios le daban el poder de poder siempre y con cualquier intensidad. Los amigos de Polilla le aconsejaban que no se expusiera a la derrota: –No te eches a perder, ni a ti ni a nosotros, mejor ríndete enseguida, finge que está enfermo y te excusaremos; –No puedo, ya están echados los dados. ¡Fuera! Pero la cara se le alargó y dio muestras de un malestar pronunciado. Los árbitros castañetearon los dientes: –¡Podéis empezar!
Parecía que Polilla dominaba, pero de pronto Sifón replicó alzando un dedo, hacia arriba, era un golpe poderoso. Polilla alzó el mismo dedo, lo puso en la nariz, se rascó y escupió sobre él, se defendía atacando, pero el dedo invencible de Sifón permanecía en las alturas. La situación de Polilla se volvía terrible porque ya había gastado todas sus asquerosidades y el dedo de Sifón siempre indicaba hacia lo alto. De repente Polilla rompió el silencio con un grito espantoso; –¡A él! ¡A él! Se arrojó sobre Sifón y le aplicó un flor de sopapo. Los muchachos se arrojaron sobre los adolescentes y los maniataron con los tiradores. –¡Ah, mi adolescentucho inocente, tú creías vencerme! Polilla estaba sentado sobre Sifón: –Dame tu orejita. Por suerte se puede todavía penetrar en el interior por vía de las orejas. Se inclinó sobre él y empezó a soplar. Sifón chilló como un chancho, viendo que no podía zafarse, rugió para tapar las mortíferas palabras de Polilla que lo iniciaban y lo enteraban. Era increíble que los ideales pudieran emitir semejante rugido, pero el verdugo rugió también: –¡Mordaza! ¡Métele mordaza! ¿Qué esperas? Se lo estaba pidiendo a Pepe, era él quien debía ponerle la mordaza.
"Justo en el momento culminante de la atroz violación psicofísica que efectuó Polilla sobre Sifón, se abrió la puerta y entró en la clase, como caído del cielo, Pimko, siempre infalible en toda su personalidad excepcional. –¡Qué bien, los niños juegan a la pelota! (...) ¡A la pelota, a la pelota juegan! ¡Con qué gracia uno tira la pelota al otro, con qué soltura la agarra el otro! Y viendo los rubores sobre mi cara, pálida y crispada por el pavor, añadió: –¡Oh, qué colorcitos! Se ve que la escuela te resulta saludable y la pelota también, mi Pepito. Vamos, te llevaré a la casa de la señora Juventona, donde alquilé una pieza para ti"

 
Ferdydurke - Fragmento film (polaco)

"Había en mí algo oscuro que por nada del mundo aceptaba abrirse a la luz del día. Además, era totalmente incapaz de amar. El amor me fue negado de una vez y para siempre, desde el principio; ahora bien, ¿fue porque no supe encontrarle una forma y expresión propias, o bien porque no lo había en mí? Lo ignoro. ¿No existía, o más bien lo ahogué? Quizá fue mi madre quien mató el amor en mí"
A pesar de estas declaraciones sombrías que hace Gombrowicz, el amor es en sus manos un Cupido estrafalario que hiere con sus flechas torcidas a los protagonistas de sus obras, al punto que uno de los capítulos de "Ferdydurke" se llama "El amor". El profesor Pimko, que había raptado a Pepe para inmadurizarlo en una escuela de adolescentes, ahora se propone fijarlo en la juventud exponiéndolo a un proceso de enamoramiento. Para alcanzar este fin alquila un cuarto en la casa de los Juventones, en la que viven una doctora y un ingeniero con una hija colegiala. En el día de la presentación los recibe la joven de dieciséis años: –¡Beso sus manitas! ¿Estará la mamá en casa? La colegiala no contestó, después de haberse puesto entre los dientes la llave inglesa que llevaba en la mano derecha, tendió a Pimko su mano izquierda: –Mi madre no está en casa pero enseguida volverá. Pasen.
Llega la Juventona, una mujer bastante entrada en carnes: –¡Ah, mi estimada señora! Le traje a mi Pepe; –¿Cuántos años tiene este muchacho?; –Dieciséis, querida señora. Tiene un aspecto demasiado serio, quizá una pose para parecer adulto. El profesor y la doctora se alejan un poco para conversar aparte: –Ah, poseur, no me gusta. Un joven viejito blasé y seguramente poco deportivo. Odio la pose, compárelo con mi Zuta –sencilla, sincera, natural–, a esto conducen vuestros métodos anacrónicos de enseñanza, profesor.
Pepe observa cómo en la muchacha crece una aguda antipatía hacia él, una antipatía pura: –¿Por qué mira así a Pepe, señorita Zutka?; –Porque todo el tiempo escuchaba. ¡Lo oyó todo! La doctora le comenta al profesor que la juventud de ahora es muy leal, es la moral de la Gran Guerra: –Cómo le brillan los ojitos a Zutka; –¿Ojitos? Mi hija no tiene ojitos, nosotros tenemos ojos. Zutka, quédate tranquila con los ojos.
Mientras la madre exclamaba que había que destruir en la patria los viejos lugares y dejar sólo los nuevos, que todo se desmoronaba al ritmo de sacudidas subterráneas, la colegiala le dio una patada a Pepe en la pierna, al estilo de los atorrantes: –¡Le dio una patada!; –¡Zutka!, tranquila con la pierna. No es nada, yo misma fui agredida a patadas por simples soldados cuando los atendía en el frente.
Pepe no podía tomar parte en la conversación: –¿Por qué te callas, Pepe? ¿Te enojaste con la señorita? La colegiala hacía burlas: –Zutka, pídele disculpas al caballero. El caballero se ofendió contigo. Después de arreglar las condiciones económicas de la pensión se despidieron. Pimko le besa la frente a Pepe: –Adiós, muchacho, no llores, te vendré a visitar los domingos y en la escuela tampoco te perderé de vista..
Pepe meditaba, no sólo había sido confundido con un adolescente de dieciséis años, ahora además se encontraba en una habitación contigua a la de la colegiala. Tenía que aparecérsele, ¿pero con qué pretexto? Pasando por el comedor tomó un escarbadientes, se lo puso en la boca y apareció, la joven estaba hablando por teléfono en el hall, Pepe se apoyó en el marco: –¿Quiere hablar por teléfono?; –No. Su propósito era que se diera cuenta que tenía derecho a pararse en la puerta durante su conversación telefónica como compañero en el modernismo e igual edad. La colegiala lo ignoró, ni se dignó mofarse. Inclinada con la pierna en la silla se empeñaba en lustrarse el zapato.
Pepe se acercó y empezó a mirarla: –¿Necesita algo?; –No; –¿Son bromas?; –No. Pepe sintió que había conquistado a la colegiala en la salvaje naturalidad del artificio: –¿En qué puedo servirle? Pepe se alejó: –¡Chiflado! Pensó que tenía que entrar al cuarto de la muchacha y mostrársele a ella como chiflado y embromador para que supiera que todo lo anterior no era nada más que una consciente y expresa bufonada, y que había sido él quien le había tomado el pelo, y no ella.
Abrió la puerta de su cuarto y metió la cabeza: –Se ruega golpear antes de entrar; –Su siervo y su esclavo; –¡Es usted un mal educado!; –Me tiendo a sus pies. La colegiala se dirigió a la puerta, pero Pepe saltó y la atajó: –¿Qué quiere? Se acercó a ella, pensaba que tenía que agarrarle la carita, se estaba enamorando. Frente a la idiotez de Pepe, ella no perdía su gracia, pálida y jadeante de miedo, en vez de afearse se embellecía.


Segunda edición [Sudamericana]
De repente un chillido, era Polilla que atacaba a la sirvienta, se había encontrado a solas con ella y quería violarla. La belleza de Zutka lo hacía sufrir, al extremo de llegar a soñar con su destrucción física. Se empezó a preparar para atacar la hermosura de la moderna adolescente.
Al día siguiente en la cena: –Zuta, ¿quién es ese muchacho que te acompañó a casa?; –No sé, se me pegó en la calle; –¿A lo mejor tienes una cita con él? ¿A lo mejor quieres pasar el week-end con él y quedarte toda la noche? Quédate entonces; –Como no, mamá. El ingeniero se tomó el atrevimiento de continuar con las insinuaciones de la Juventona: –¡Claro está que no hay nada de malo en eso! Zuta, si deseas tener un hijo natural, ¡sírvete nomás! El culto a la virginidad se acabó, es una idea anacrónica propia de estancieros. Pepe se empezó a imaginar el parto, la nodriza y también una criatura que, con su calor infantil y con su leche, iba a aniquilar muy pronto la hermosura de la muchacha, transformándola en una madre pesada y tibia. Se inclinó de un modo miserable hacia la colegiala y dijo: Mamita.
Y de golpe y porrazo el Juventón se mandó una risotada, algo se le debió asociar con el cabaret o, quizás, con el desván del género humano. Las gafas se le cayeron de la nariz: –¡Víctor! Pepe echó más leña al fuego: –Mamita, mamita; –Perdón, el ingeniero seguía risoteando, perdón. La muchacha había sido alcanzada: –Me extraña, Víctor, los comentarios de nuestro viejito no son nada jocosos; –Mamita, mamita; –¡Hágame el favor de no meterse en la conversación!
Pepe, para consolidarse en su miseria, empezó a chapotear en la compota, le metía todo lo que tenía a mano y la revolvía con el dedo; –¿Qué hace?... ¿Por qué el caballero ensucia la compota?; –Yo lo hago así nomás... me da igual. El ingeniero otra vez chilló con una risa de cabaret: –¡Es una pose! ¡No comas, Zuta, no permito! ¡Víctor, impídeselo! La colegiala se levantó y se fue, la Juventona salió tras ella.
Huían, el risoteo subterráneo del Juventón le había devuelto a Pepe la capacidad de resistencia, tenía que aniquilar el modernismo de la colegiala, rellenándola con elementos extraños como había hecho con la compota. Sin embargo, el éxito que había tenido en la cena era dudoso, era más bien un triunfo sobre los padres, la muchacha había salido sin un daño serio. Pepe se había quedado solo en la casa, tenía que entrar al cuarto de la colegiala para afearla. Lo único que le llamó la atención fue un clavel metido dentro de una zapatilla de tenis. Agudizaba su amor por el deporte con el amor. Asociando el sudor deportivo con la flor despertaba una atracción hacia su sudor. Tenía que neutralizar el hechizo de la flor. Atrapó una mosca, le arrancó las patas y las alas, hizo una bolita sufriente, pavorosa y metafísica, y la puso dentro de la zapatilla. La mosca sufriente descalificaba todo lo que estaba dentro del cuarto de la colegiala.
Revisó los cajones, enseguida encontró la correspondencia amorosa de la colegiala. Había cartas amorosas de los escolares, de los universitarios, pero ninguna mencionaba los muslos, se referían a otras cosas. Los políticos se agregaban a la lista de los que ocultaban los muslos, también los poetas. Después de meditar un rato Pepe logró traducir a un idioma comprensible el contenido de uno de los poemas:
Los horizontes estallan como botellas/ La mancha verde crece hacia el cielo/ Me traslado de nuevo a la sombra de los pinos/ desde allí/ Tomo el último trago insaciable/ De mi primavera cotidiana.
En la versión de Pepe el poema quedaba así:
Los muslos, los muslos, los muslos/ Los muslos, los muslos, los muslos, los muslos/ El muslo/ Los muslos, los muslos, los muslos
Pero también los jueces, abogados y procuradores, farmacéuticos, comerciantes, estancieros, médicos le escribían cartitas. La madurez les resultaba pesada y a escondidas de sus esposas y de sus hijos le mandaban largas epístolas a la moderna colegiala de segundo año, pero tampoco en ellas se podían encontrar muslos.
"¡Oh, el pandemonium de la colegiala moderna! ¡Qué contenidos encerraba aquel cajón! Sólo entonces me enteré de cuán terribles misterios son dueñas las contemporáneas colegialas y qué pasaría si alguna quisiera traicionar lo que se le ha confiado. Pero esos misterios se hunden en las jóvenes como una piedra en el agua, son demasiado lindas, demasiado hermosas como para poder contarlos... y aquellas que no están enmudecidas por la belleza no reciben tales cartas... Hay algo ultraconmovedor en eso de que sólo las personas sujetas a la disciplina de la hermosura tienen acceso a ciertos vergonzosos contenidos psíquicos de la humanidad"
¿Alcanzaría la mosca metafísica para afearla? Tenía que atacar a la colegiala en todos los frentes para derrumbar su modernidad. Reflexiona un poco y decide mandar dos cartas apócrifas haciéndose pasar por la colegiala. Con esta argucia prepara una trampa para que un colegial y Pimko se encuentren a la medianoche en el dormitorio de la muchacha, ninguno de los tres lo sabe. Pero antes que llegue la medianoche decide volver a espiar. Quiere sorprenderla en el baño, listo para el salto psicológico bestializado, verla saliendo del sueño, tibia y descuidada, para aniquilar en él su hermosura. La muchacha salta a la bañadera, abre la ducha fría, empieza a sacudirse la mechas y su cuerpo proporcionado tirita y temblequea bajo el agua. Se echa agua fría para recuperar su belleza diurna. Cuando cierra el grifo y se queda desnuda, mojada y jadeante, es como si hubiera empezado a existir de nuevo. No debía espiar más, esto podría perderlo.


La única obra en la que Gombrowicz hace un relato del amor conyugal con detalles de alcoba es "Ferdydurke". El protagonista se propone descubrir el talón de Aquiles de los Juventones y decide espiarlos.
"Agucé los sentidos. ¡Bestializado espiritualmente, era como un salvaje animal civilizado en el Kulturkampf! Cantó el gallo. Primero apareció Juventona en una robe de chambre a medio peinar"
Entró al closet-water y salió de allí más orgullosa que al entrar. De este templo sacaban su poder las modernas esposas de los ingenieros y los abogados. Salían de ese lugar más perfectas y culturales, llevando en alto la bandera del progreso, de ahí provenían la inteligencia y la naturalidad con las que la Juventona atormentaba al protagonista.
Enseguida apareció el Juventón trotando en pijama, carraspeando y escupiendo ruidosamente. Al ver la puerta del closet-water risoteó y entró jugueteando. Salió desmoralizado, con una cara lujuriosa y vil, parecía un tonto. A Pepe le extrañó que mientras el clost-water ejercía una influencia constructiva sobre la esposa, sobre el esposo actuaba destructivamente.
Mientras tanto la doctora se había bañado, se secaba y hacía ejercicios. . Hizo doce cuclillas hasta que los senos sonaron, al protagonista le empezaron a bailar las piernas en un bailoteo infernal y cultural. La intranquilidad de los perseguidos aumentaba porque se sentían mirados. La doctora trataba de organizar a ciegas una defensa y toda la tarde se dedicó a la lectura de Russell, mientras al esposo se le dio por leer a Wells.
No conseguían ubicar su desasosiego, no podían permanecer sentados pero tampoco podían permanecer de pie, el Juventón buscaba la complicidad de Pepe guiñándole un ojo. Se acercaba la noche y con ella la hora decisiva. Los Juventones entraron al dormitorio y el protagonista corrió para escuchar detrás de la puerta y mirar por el ojo de la cerradura. El ingeniero en calzoncillos y sumamente risueño le contaba a la doctora anécdotas del cabaret: –¡Basta, cállate!; –Espera, chinita, enseguida terminaré; –No soy ninguna chinita, me llamo Juana, sácate los calzoncillos o ponte los pantalones; –¡Calzoncillitos!; –¡Cállate!; –Enciende la luz, vieja; –No soy ninguna vieja.
Juana se preguntaba qué les estaría pasando, le pedía al esposo que volviera en sí, que juntos iban hacia los tiempos nuevos como luchadores y constructores del mañana: –Así es, una gorda, gorda langosta conmigo se acuesta. A pesar de su gordura es muy soñadura. Pero a él no se le antoja porque ya es muy floja.
La doctora lo convoca a que piense en la abolición de la pena de muerte, en la época, en la cultura, en el progreso: –Victorcito trotando pega brincos; –¡Víctor! ¿Qué dices? ¿Qué te picó? ¡Hay algo malo! ¡Algo fatal en el aire! La traición; –La traicioncita; –¡Víctor! ¡No uses diminutivos!; –La traicionzuelita. Empezaron a manotearse, uno prendía y otro apagaba la luz, la Juventona jadeaba y el ingeniero jadeaba y chillaba de risa: –¡Espera que te dé una palmadita en el cuellito!; –¡Jamás, suelta o morderé! Víctor echó de sí todos los diminutivos amorosos de alcoba.
El infernal diminutivo que tan decisivamente había pesado en el destino del protagonista ahora le hacía sentir sus garras a los Juventones. El paso de Pepe para descalabrar a la modernidad estaba dado, había preparado todo para el derrumbe final.


Promediando el relato el profesor había llevado al protagonista a la casa de los juventones arrojándolo en los brazos de la colegiala para que se enamore de ella y retenerlo así en su inmadurez. Las aventuras con la colegiala, los juventones y el profesor desembocan en el derrumbe del amor por la colegiala, el otro ideal bajo y mitológico, y en la descomposición de las máscaras maduras de los adultos en una de las escenas más logradas de la novela cuando el profesor sale a la medianoche de un armario del dormitorio de la colegiala mientras les explica a los juventones que había entrado a la casa de apuro para evacuar en el jardín.
Las cosas ocurren más o menos así. El protagonista, con el propósito de derrumbar a la modernidad, manda dos cartas apócrifas haciéndose pasar por la colegiala. Con esta argucia arma un encuentro de medianoche para el colegial y el profesor en el dormitorio de la colegiala, pero ninguno de los tres lo sabe. Llega el colegial y enseguida cae en la cama abrazándose con la colegiala preparándose para lograr con su ayuda la culminación de sus encantos. Pero justo en ese momento golpean la ventana, es el profesor que interrumpe de esta manera inesperada sus transportes amorosos. El profesor está en el jardín, y como teme que lo vean desde la calle se arrastra hasta la pieza de la colegiala.
–¡Zutita! ¡Colegialita! ¡Chica! ¡Tú! ¡Eres mi camarada! ¡Soy colega! La carta que le había enviado el protagonista lo había embriagado. –¡Tú! ¡Tutéame! ¡Zutita! ¿Nadie nos verá? ¿Dónde está mamá? Qué pequeña chica, y qué insolente... sin tomar en cuenta la diferencia de edad, de posición social...
Y aquí el protagonista, que está detrás de la puerta, da el primer golpe maestro: –¡Ladrones! ¡Ladrones! El profesor giró varias veces como tirado por un cordel y logró alcanzar un armario. El colegial quiso saltar por la ventana pero, como no tuvo tiempo, se escondió en otro armario. Entran los juventones y Pepe sigue echando leña al fuego: –¡Alguien entró por la ventana! La juventona sospecha de una nueva intriga pero Pepe levanta del suelo los tiradores del colegial: –¿Intriga?
Cuando la colegiala grita que los tiradores son de ella Pepe abre de un puntapié uno de los armarios, aparece la parte inferior del cuerpo de Kopeida. –Ah, Zutka. Los juventones se ríen, estaban satisfechos, un muchacho rubio y su hija, los miraban con los ojos felices de la modernidad. La joventona se propone hacerle morder el polvo de la derrota a Pepe: –¿Por qué está aquí el caballero? ¡Al caballero esto no le importa! El protagonista abre en silencio la puerta del otro armario y aparece Pimko oculto tras los vestidos. La situación se volvió desconcertante, el profesor carraspeaba con una risita implorante: –La señorita Zutka me escribió que le enseñara al poeta Norwid, pero me tuteó, yo también quería con tú... Las oscuras y turbias aclaraciones del profesor empujaron al ingeniero juventón a la formalidad: –¿Qué hace usted aquí a esta hora?; –Le ruego que no levante la voz; –¿Qué, usted se permite hacerme observaciones en mi casa?
Un semblante barbudo miraba por la ventana con una ramita verde en la boca, Pepe le había pagado al mendigo para que lo hiciera. La juventona estaba perdiendo los estribos: –¿Qué quiere aquel hombre?; –Una ayudita por favor; –¡Dadle algo! ¡Que se vaya! Cuando los juventones y el profesor empiezan a buscar monedas, el colegial se dirige a la puerta, Pimko percibe la maniobra y se va tras él. El ingeniero juventón se echa sobre ellos como el gato sobre el ratón: –¡Permiso! ¡No se irán tan fácilmente! La doctora juventona en un terrible estado de nervios le grita al marido que no haga escenas. –¡Perdón! ¡creo que soy el padre! Yo pregunto, ¿cómo y con qué fin ustedes entraron al dormitorio de mi hija? ¿Qué significa esto?
La colegiala empieza a llorar y la juventona se apiada de su hija: –Vosotros la depravasteis, no llores, no llores, niña. –¡Le felicito, profesor! ¡Usted responderá por esto! Así que la depravaban, a Pepe le pareció que la situación se volvía a favor de la muchacha: –¡Policía! ¡Hay que llamar a la policía!; –Créanme, créanme ustedes, están equivocados, me acusan injustamente. Pepe maniobra para terminar de hundirlo: –¡Sí!, soy testigo, vi por la ventana al profesor cuando entraba al jardín para evacuar. La señorita Zutka miró por la ventana y el profesor tuvo que saludarla, conversando con ella entró a la casa por un momento. Pimko cobardemente se asió a esta explicación. –Sí, justamente, sí, estaba apurado y entré al jardín, olvidándome que ustedes vivían aquí, así que tuve que simular que estaba de visita. El ingeniero juventón enfurecido saltó sobre el profesor y en forma arrogante le pegó una bofetada.
Pepe fue a buscar el saco y los zapatos a su pieza, y comenzó a vestirse poco a poco, sin perder de vista la situación. El abofeteado en el fondo de su alma aceptó con agradecimiento la bofetada que lo ubicaba de algún modo: –Me pagará por esto. Saludó al ingeniero con evidente alivio, y el ingeniero lo saludó a él. Aprovechándose del saludo se dirigió rápidamente a la puerta, seguido por el colegial que se adhirió a los saludos. –¿Qué?, así que aquí se trata de enviar los padrinos de un duelo, y este atorrante se va como si no ocurriera nada. Se abalanzó con la mano tendida, pero en vez de darle una cachetada lo agarró por el mentón. Kopeida se enfureció, se inclinó y lo agarró por la rodilla. El juventón se derrumbó, entonces el colegial lo empezó a morder con fuerza en el costado izquierdo como si estuviera loco.
La doctora se lanzó en socorro del marido, atrapó una pierna de Kopeida y empezó a tirar con todas sus fuerzas lo que provocó un desmoronamiento aún más completo. Pimko, que estaba a un paso del montón, de improviso, por su propia voluntad se acostó en un rincón de la habitación sobre la espalda y levantó las extremidades en un gesto completamente indefenso. La colegiala saltó debajo de la frazada y brincaba alrededor de los padres que se revolcaban junto a Kopeida. –¡Mamita! ¡Papito! El ingeniero, enloquecido por el montón hormigueante y buscando un punto de apoyo para sus manos, le agarró el pie por encima del tobillo. Se revolcaban los cuatro, calladamente, como en una iglesia, pues la vergüenza, a pesar de todo, los presionaba.
En cierto momento la madre mordía a la hija, el colegial tiraba de la doctora, el ingeniero empujaba al colegial, después de lo cual se deslizó por un segundo el muslo de la joven sobre la cabeza de la madre. Al mismo tiempo el profesor que estaba en el rincón comenzó a manifestar una inclinación cada vez más fuerte hacia el montón. No podía levantarse, no tenía ninguna razón para levantarse, y quedarse acostado sobre la espalda tampoco podía. Cuando la familia que se revolcaba junto a Kopeida llegó a sus cercanías, agarró al juventón no lejos del hígado, y el remolino lo arrastró.
Pepe terminó de colocar sus cosas en la valija y se puso el sombrero. Lo aburrían. Se estaba despidiendo de lo moderno, de los juventones, de los colegiales y del profesor, aunque no era dable despedirse de algo que ya no existe.
"Había ocurrido en verdad que Pimko, el maestro clásico, me hizo un cuculiquillo, que fui alumno en la escuela, moderno con la moderna, que fui bailarín en el dormitorio, despojador de alas de moscas, espía en el baño (...) Que anduve con cuculeito, facha, muslo (...) No, todo desapareció, ahora ya ni joven, ni viejo, ni moderno, ni anticuado, ni alumno, ni muchacho, ni maduro, ni inmaduro, era nadie, era nulo (...) Pero nada más que por un milésimo de segundo. Porque, cuando pasaba por la cocina palpando la oscuridad, me llamaron en voz baja desde la alcoba de la doméstica: –Pepe, Pepe. Era Polilla quien, sentado sobre la sirvienta que jadeaba pesadamente, se ponía apresuradamente los zapatos"


"De todos los ambientes, estilos y espíritus moribundos el que agonizaba con más suntuosidad era el de los terratenientes, el espíritu de la nobleza. Fue un espíritu imponente, formado por la tradición, pulido por la literatura, representante de casi todas las facetas de lo polaco y que, en la víspera, aún gobernaba en el país. ¡Qué espectáculo daban los hidalgüelos bonachones y afables, corpulentos y cerrados de mollera, cuando todo empezó a fundírsele entre las manos y tuvieron que enfrentarse con la modernidad armados nada más con un puñado de perogrulladas prestadas de Sienkiewicz! Un exquisito bocado para un joven sádico... me dediqué enseguida a practicar la provocación en diversas mansiones grandes y pequeñas de las regiones de Sandomierz y Radom"
Las discusiones que Gombrowicz mantenía con su madre lo iniciaron en las burlas a unos principios morales y a un estilo demasiado rígidos. Marcelina Antonina participaba de la vida social, durante un tiempo presidió la Asociación de Mujeres Terratenientes, una institución terriblemente devota que se caracterizaba por una incurable grandilocuencia de estilo. Gombrowicz experimentaba un salvaje placer haciendo caer esos altos vuelos del cielo a la tierra, más aún, le gustaba escuchar detrás de la puerta el contenido de esas sesiones para obtener material satírico. La nobleza terrateniente vivía una vida fácil y no conocía la lucha esencial por la existencia y sus valores. Jan Onufry, su padre, sólo muy de vez en cuando se daba cuenta de lo anormal de su situación social, para él un lacayo era algo absolutamente natural, se comportaba como un señor, relajadamente, con gran desenvoltura. Su madre también aceptaba su posición social como algo completamente lógico, pertenecía a una generación que no había experimentado lo que Hegel llama mala conciencia. Pero la generación joven empezó a sentir el peso de este problema.
Estas reflexiones preliminares nos llevan de la mano a "La fachalfarra o el nuevo atrapamiento". "Ferdydurke" termina cuando la fraternización con el peón del amigo del protagonista va descomponiendo poco a poco las formas del señorío a pesar de los esfuerzos que hace el tío por encontrarle alguna analogía a esa aparente perversión sexual con la conducta del príncipe Severino a quien también le gustaba de vez en cuando. Después de que el peón rompe la bisagra mística con un soberbio cachetazo que le da al señor en medio de la facha, la servidumbre y el pueblo asaltan la casa señorial mientras el protagonista intenta raptar a su prima de un modo maduro y noble.
El deseo de Polilla de entrar en contacto con un peón de la casa de campo de los tíos del protagonista empieza a descomponer el estilo de los terratenientes. El tono altanero y aristocrático del tío tenía sus raíces en un fondo plebeyo, y era de la plebe de donde obtenía sus jugos. Vivían un sistema según el cual la mano del amo quedaba al nivel del rostro del criado, y el pie del señor llegaba hasta el medio del cuerpo del campesino. Se trataba de un ley eterna, un canon, un orden. Después de que Pepe le da un sopapo en la cara a Quique y el peón le da otro a Polilla a su pedido, se empiezan a producir acontecimientos irregulares que provocan la confusión de los roles. Pepe descubre que el misterio del caserón campestre de la nobleza rural es la servidumbre. El comportamiento de los tíos quería distinguirse de la servidumbre, estaba concebido contra la servidumbre para conservar el hábito señorial. El orgulloso señorío racial del tío crecía directamente del subsuelo plebeyo. Sólo a través de la servidumbre se puede comprender la médula misma de la nobleza rural. El hecho perverso de que el sirvientito pegara con su mano en la cara de Polilla, un huesped de señores y un señor, tenía que provocar consecuencias también perversas.
La tía estaba conmovida en su interior por una ola que le venía de las profundidades: –El mayordomo me dijo que, según parece, ese compañero tuyo se comunicaba ayer con el servicio. Me imagino que no será un agitador. El primo Alfredo piensa que no es nada más que un teórico: –¡No te preocupes mamá, un teórico no sabe nada de la vida! Llegó a la campaña con teorías, es un demócrata urbano; –¡Alfredo, él no es un teórico, es un práctico! Dice el mayordomo que le daba la mano a Quique, nuestro peón.
El tío Eduardo después del almuerzo tomó del brazo a Pepe y lo llevó al fumoir: –Tu amigo, pede... pede... ejem... ¡Persigue a Quique! ¿Has visto? Bueno, ojalá las damas no se enteren. ¡Al príncipe Severino también le gustaba de vez en cuando!; –No es lo que piensas tío, él sólo fra... terniza con él, así no más; –¿A lo mejor quieres decir que agita a la servidumbre? ¿El bolchevismo, eh?; –No, fra... terniza como muchacho con muchacho.
La tía les ofreció bombones: –No te irrites Eduardo, él seguramente fraterniza en Cristo, fraterniza en el amor al prójimo; –¡No!, el fraterniza desnudo, sin nada. El tío encendió un cigarrillo, cruzó las piernas y se mesó el bigotito: –Así que, sin embargo, es un pervertido; –No, de ningún modo, Fra... terniza sin nada, sin perversión tampoco. Fraterniza como muchachón; –¿Con Quique y en mi casa? ¿Con mi criado? ¡Yo le mostraré al muchachón!
El mayordomo comenta que Quique se había tomado confianza con el joven señorito y ahora la servidumbre chismea de los señores y contra los señores, sin ningún respeto. Los tíos sabían sin duda lo que se decía de ellos en la antecocina, y cómo los veían los ojos airados de esos patanes; lo sabían pero no permitían que esa idea se desarrollara, sino que por orgullo la inhibían, la rechazaban hacia los oscuros sótanos del cerebro.
Eduardo temblaba por dentro, pero redobló su amabilidad con Polilla: –Veo que la compañía de Quique le complace a usted: –Me complace; –Parece que usted fra... terniza con Quique; –Fra... ternizo; –Quique será despedido. Lo lamento, pero no tolero a un criado desmoralizado. Polilla se puso furioso y empezó a hablar con Pepe con el leguaje del peón: –¡Dejate de eso, ese no es tu lenguaje! ¿Cómo hablas? ¿Cómo me hablas así?; –Mío, mío... ¡No daré! ¡Mío! ¡Déjelo! ¡Quieren echar a Quique! ¡No permitiré! ¡Mío!
Alfredo le comunica a Pepe que se deben ir de la casa al día siguiente, que iba a abofetear a Polilla porque había ofendido a la familia, quería eliminar su cara de la lista de las caras honorables y señoriales. Pero el padre no admite la idea de que Polilla sea otra cosa que un mocoso, a pesar de que durante el almuerzo lo trataba de igual a igual y le festejaba su supuesto homoerotismo brindando con vino. El señor, a quien la historia en su marcha inexorable, quitaba los bienes y el poder, se quedó, sin embargo, con su raza espiritual y corporal. Podía soportar la reforma agraria pero no una fra... ternización de personas: –Hay que darle una paliza en el culeíto.
Pero la servidumbre ya se acercaba a la casa, chillaba y tiraba piedras: –¡Eh, dieron al señorito en la facha, dieron en la facha! En las mejillas de Eduardo aparecieron manchas rojas y en silencio sacó la pistola. Pero la tía echó sobre él toda la redondez de su persona, que emanaba un suave calorcito materno y envolvía como un algodón. Se volvían frívolos, el tío por orgullo y la tía por miedo, y sólo a ello se debía que todavía no hubiera disparo, que ni Alfredo disparase su mano contra la facha de Polilla, ni el tío disparase la pistola. Pepe pensaba con alivio en la despedida.
–Me moriré antes de irme sin Quique mío. Polilla lloraba e imploraba en la pieza. En ese momento una colosal bofetada estalló detrás de la ventana, en el patio. Los vidrios temblaron. Delante de la casa se delineaba a la luz de la luna el tío Eduardo con la escopeta en la mano y con los ojos hundidos en la oscuridad. Otra vez echó el arma a la cara y disparó, el estampido resonó en la noche y se fue lejos por las regiones oscuras. Después de alguna confusión en medio de la noche Eduardo recuperó su normal y señorial trato con el peón, junto con toda la seguridad en sí mismo: –¡Quieres robar! Ven aquí, ven te digo. El peón estaba tan cerca que casi lo tocaba, entonces lo sopapeó y lo moqueteó. –¡Yo te enseñaré a robar! Alfredo, siguiendo el ejemplo del padre, le dio un sopapo en los dientes: –No robé; –¿No robaste? Eduardo se inclinó en la silla y le aplicó una azotaina en el hocico, y Alfredo también le dio. Terminaron por fin. Se sentaron. El peón tomaba aire, la sangre le corría por la oreja, tenía la facha y la cabeza golpeadas hasta lo último. El padre y el hijo lo hacen servir, lo hacen obedecer órdenes y lo humillan a fondo, estaban amaestrando a un peón campestre para convertirlo en criado.
Apareció Polilla en la puerta: –¡Lárgalo! ¡Lárgalo! Detrás de las ventanas había una muchedumbre de peones, de lugareños y aldeanos, atraídos por el bochinche todos miraban.
–¡Mocoso! ¡En el culeíto te daré, mocoso!, y junto con Alfredo se arrojó sobre él. Polilla empezó a chillar lleno de furia y saltó detrás del peón. Quique, como si hubiera recuperado el atrevimiento frente a los señores por efecto de la fra... ternización con Polilla, le dio en la facha a Eduardo: –¡Qué quieres! Se había roto la bisagra mística, la mano del servidor cayó sobre el semblante del señor. Eduardo estaba desprevenido y se desplomó. La inmadurez se derramó por todas partes. Cedieron las ventanas, el pueblo se impuso y empezó a penetrar lentamente, la oscuridad se pobló con partes de cuerpo campesinales. El pueblo, animado por la excepcional inmadurez de la escena, perdió el respeto y también deseó la fra... ternización.
"Oí todavía el chillar de Alfredo y el chillar del tío, parecía que los tomaban de algún modo entre sí y empezaban con ellos lerda e indolentemente, pero ya no veía por la oscuridad... Salté detrás de la cortina. ¡La tía! ¡La tía! Recordé a la tía. Corrí descalzo al fumoir, atrapé a la tía que, sobre el canapé, trataba de no existir y ¡a tirarla, a empujarla en el montón! para que se mezclara con el montón. –Niño, niño, ¿qué haces? –suplicaba y pataleaba y me convidaba con bombones, pero yo justamente como niño tiro y tiro, tiro al montón a la tía, ya la tienen, ya la agarran. ¡Ya la tía en el montón! ¡Ya en el montón!"


Los modelos femeninos de Gombrowicz fueron Marcelina Antonina, Rena, las criadas y las primas. La madre y la hermana eran dos bellas mujeres de aspecto virtuoso a cuya hermosura Gombrowicz nunca se refiere. Las primas que frecuentaban la casa se caracterizaban más por sus virtudes que por su coquetería, se dedicaban a actividades filantrópicas y no se mostraban dispuestas al flirteo, razón por la que Janusz y Jerzy, sus hermanos mayores, se sentían perjudicados. Su actitud hacia esas primas y hacia los principios que ellas practicaban era hostil y maligna. De las criadas Gombrowicz se ocupa en "La escalera de servicio" y de las primas en "Ferdydurke".
Isabel es la prima con la que Pepe huye mientras los padres de la joven se revuelcan en la casona señorial tomada por la plebe: –¿Qué sucedió? ¿Los gañanes asaltaron a papá y mamá? Pepe la mira con una mezcla de preocupación y miedo: –Huyamos. Corrían por un sendero entre los campos, hasta que les faltó el aliento. El resto de la noche lo pasaron a orillas del agua escondidos entre las cañas, temblando de frío y castañeteando. Pepe no sabía qué hacer, no podía explicarle a Isabel lo que sucedía en la estancia, la vergüenza le impedía encontrar las palabras. Tenían que buscar ayuda en alguna estancia vecina, pero cómo presentar la historia. Era mejor admitir que había raptado a Isabel, que juntos habían escapado de la casa paterna. Podrían con ese pretexto alcanzar la estación, tomar el tren para Varsovia y comenzar allá una nueva existencia en secreto.
Depositó un beso en sus mejillas y le pidió disculpas por haberla raptado, pero su familia nunca hubiera consentido esa unión, desde el primer momento se había encendido en él el amor por ella y había comprendido que a ella también se le había encendido el amor: –No tuve otro remedio que raptarte, Isabel. Al cabo de media hora de estas declaraciones, Isabel empezó a hacer muecas, a mirarlo y a mover los dedos, se sentía halagada. Por fin había encontrado a alguien que iba a poseerla y que, además, la había raptado.
Pepe pensaba para sus adentros que en cuanto llegaran a Varsovia se libraría de Isabel y comenzaría a vivir de nuevo. Isabel subyugada por los sentimientos que le manifestaba Pepe se volvía cada vez más activa. Había estado esperando a alguien que la amara y la raptara. Destacaba y evidenciaba sus partes del cuerpo que estaban mejores, mientras ocultaba las peores. Y Pepe tenía que contemplar y fingir que le interesaba todo eso. Isabel lo miraba con una mirada clara y tranquila: –Quisiera tanto que todos fueran felices como nosotros; si todos fueran buenos, entonces serían felices. Se acurrucaba y Pepe debía acurrucarse: –Somos jóvenes, nos amamos, el mundo nos pertenece.
Existiría en la tierra algo más atroz que ese calorcito femenino: –Me raptaste. Cualquiera no sería capaz de eso. Me amaste y me raptaste no preguntando por nada, me raptaste sin temer a mis padres... me gustan tus ojos atrevidos, valientes, felinos... Se acariciaban las manos, ella cada vez más acurrucada en Pepe, se le unía estrechamente, el joven ya no sabía dónde estaba: –¿Qué región es ésta?; –Ésta es mi región. Pepe quedó agarrado por la garganta, pensó que debía ser malo con Isabel para desembarazarse de ella: –¡Oh, fría como el hielo, salvadora, ven pronto tonificante maldad! ¡Oh, tercero, ven, dame la fuerza para resistir y alejarme de Isabel! Pero Isabel se acurrucó con más cariño, calor y ternura: –¿Por qué gritas y clamas? Estamos solos. Y le acercó la facha. A Pepe le faltaron las fuerzas, tuvo que besar su facha pues ella con su facha había besado la suya.

Gombrowicz se desentendió –en la práctica y por escrito– de la última edición del eterno Finis Poloniae. Este lado monstruoso de Gombrowicz no deja de emparentarse con la locura fascista de Céline y la pavorosa frialdad marxista de Brecht. Para los tres ya no había países. Así piensa Manjarrez. Ésta era la crítica que también le hacía Milosz, un polaco al que Gombrowicz le tenía aprecio pero con el que polemizaba sobre asuntos fundamentales.
El demonólogo de la forma le tira de las orejas a Milosz por la naturaleza de las críticas que le hace al comunismo y por contribuir a la decadencia del espíritu aristocrático en la cultura. Con respecto a la historicidad y a Polonia le dice:
"No, mi querido Milosz, ninguna historia te sustituirá la conciencia, la madurez, la profundidad personal, nada te absolverá de ti mismo. Si personalmente eres importante, aunque vivas en el lugar más conservador del planeta, tu testimonio sobre la vida será importante; pero ninguna presión histórica sacará palabras importantes a la gente inmadura"
Manjarrez liquida las cuentas pendientes de Gombrowicz con Polonia en forma simplificada y por esta razón saca consecuencias falsas. Gombrowicz nunca se desentendió de Polonia ni en la práctica ni por escrito aunque es cierto que la distancia que tomó frente a su patria es distinta a la que tomó Thomas Mann frente Alemania.
"Ferdydurke" es la obra de los fundamentos, "Cosmos" de la grandeza, "Pornografía" del pathos, ¿y "Transatlántico"? La incongruencia entre la intuición, es decir, la realidad, y la abstracción es el origen de la risa, un pensamiento de Schopenhauer, y Gombrowicz liquida el dilema trágico que él mismo había construido en "Transatlántico" con la risa. Vamos a empezar estas indagaciones copiando la maldición que Gombrowicz le echa a Polonia al comienzo de la novela, una blasfemia que escribe en el año 1947:
"¡Volved, compatriotas, marchad, marchad, marchad a vuestra nación! ¡Marchad a vuestra santísima y tal vez también maldita nación! ¡Volved a ese santo monstruo oscuro que está reventando desde hace siglos sin poder acabar de reventar! ¡Volved a ese santo engendro vuestro, maldito por la naturaleza, que no ha dejado un solo momento de nacer y que, sin embargo, continúa nonato! ¡Marchad, marchad para que él no os deje ni vivir ni reventar y os mantenga siempre entre le ser y la nada! !Marchar a esa santa babosa para que os vuelva más moluscos! ¡Volved a vuestra demente, a vuestra loca y santa y ay, tal vez maldita aberración para que con sus saltos y sus locuras os torture, os atormente, os inunde de sangre, os ensordezca con sus gritos y rugidos, os martirice con su suplicio, así como a vuestros hijos y a vuestras mujeres, hasta la muerte, hasta la agonía, y que ella misma en la agonía de su demencia os enloquezca, os perturbe!"
Habían pasado diez años, en 1957 Gombrowicz escribe en uno de sus diarios comentando su "Transatlántico":
"Sea como fuere, en este barco he regresado a Polonia. Se acabó el tiempo de mi exilio. He regresado, pero ya no como un bárbaro. Tiempo atrás, en la época de mi juventud, en mi país, me sentía completamente salvaje frente a Polonia, no sabía afrontarla, no tenía estilo, ni siquiera era capaz de hablar de ella; ella sólo me atormentaba. Después, en América, en América me hallé fuera de ella, separado. Hoy las cosas son distintas: regreso con unas exigencias concretas, sé qué es lo que debo pedir de la nación y sé lo que puedo darle a cambio. Me he convertido en un ciudadano"
Si bien Gombrowicz fantasea más en sus novelas que en sus diarios yo creo que los dos pasajes transcriptos están en línea con algo parecido a lo que podríamos llamar la verdad. "Transatlántico" es una ajuste de cuentas que hace Gombrowicz entre el individuo y la nación, un pedido de cuentas a ese pedazo de tierra creado por las condiciones de su existencia histórica y por su situación especial en el mundo. El propósito de Gombrowicz es reforzar y enriquecer la vida del individuo haciéndola más resistente al abrumador predominio de la masa. No hay obra, sin embargo, más cerca del derrumbe que "Transatlántico". La literatura tiene paredes en las que rebota como si fuera una pelota, con el lenguaje y con el objeto, para poner dos ejemplos. De las paredes del lenguaje no puedo decir gran cosa porque no hablo polaco, pero sí puedo decir que las montañas de sufrimientos, el horror y el vacío son objetos que la literatura no debe abordar por la vía directa. Pero la guerra era el objeto de "Transatlántico" y tenía que hacerlo desaparecer, Gombrowicz sabía que sólo podía aproximarse a la guerra a través del mundo entero y de la naturaleza humana en sus aspectos más fundamentales y no de la literatura.
"Esta obra nació en mí como un ‘Pan Tadeuz’ al revés. El poema de Mickiewicz, escrito también en el exilio hace más de cien años, la obra maestra de nuestra poesía nacional, supone una afirmación del espíritu polaco suscitada por la nostalgia. En "Transatlántico" quería oponerme a Mickiewicz"
El fin de la guerra no supuso una liberación para los polacos, fue tan sólo la sustitución de los verdugos de Hitler por los verdugos de Stalin. Si por su situación geográfica y por su historia Polonia se veía condenada a estar eternamente desgarrada entonces había que cambiar algo en los polacos para salvar su humanidad. En la relación de los polacos con el mundo había algo malo y alterado, como artista Gombrowicz se sentía un poco responsable de esa fatídica leyenda polaca con la que había que terminar de una manera u otra. A pesar de que estaban encerrados en una maraña de quimeras y de fraseología los polacos se hallaban al mismo tiempo muy cerca de la realidad cruda, esa realidad que rompe los huesos. Gombrowicz creía en el poder purificador de la realidad, pero no de una realidad polaca, sino de una realidad más fundamental, la humana, sencillamente.
Pero cuando empezó a escribir "Transatlántico" Gombrowicz no pensó demasiado en Polonia. Los elementos iniciales de la obra son recuerdos de los primeros días en Buenos Aires, había pasado el tiempo y la memoria se los traía al presente con un color prehistórico y un sabor rancio. Se le presentan algunos componentes que seguían la línea de la realidad, y entre la fantasía y los recuerdos realiza un control mediante el cual elimina el primer bosquejo; la obra se le empieza a escapar y le aparecen asociaciones estrafalarias con los polacos en la Argentina, elementos excitantes: un puto, un duelo, hasta que le queda marcada una dirección de la que ya no puede regresar, una obra fantástica. Polonia se metió de paso, como un anacronismo que retuvo los recuerdos de la esclerosis prehistórica. La idea que resulta para el lector de esta chifladura formal con alguna imprecación blasfema es que Gombrowicz se está rebelando contra la patria. El "Transatlántico" estrafalario fue convertido por los lectores en un barco corsario cargado de dinamita que puso rumbo a Polonia. Es el caso singular de una obra que transformó al autor, un niño irresponsable y jovial, en un capitán pensador y experimentado. Polonia no era el tema, eran aventuras de Gombrowicz y no de Polonia, era una sátira de su vida en Buenos Aires; en Polonia pensó más tarde.
El romanticismo, el idealismo, la guerra y la leyenda polacos le asomaban la nariz debajo de cada página de "Transatlántico", así que les tuvo que cortar la cabeza con la risa. Reír resulta agradable porque nos satisface el triunfo del conocimiento intuitivo, la forma natural del conocimiento inseparable de nuestro ser animal, sobre el pensamiento abstracto. Nos agrada comprobar que el pensamiento es incapaz de comprender todas las variantes que presenta la realidad, es placentero ver perder a la razón de vez en cuando, un dominio severo, perpetuo y molesto. La risa es un súbito descubrimiento del fracaso de una instancia autoritaria que nos sojuzga. La facultad racional considerada por encima de la facultad sensible queda en entredicho cuando la intuición nos muestra una falla de la razón. La risa es el resultado del poder que tenemos de liberarnos de lo que nos oprime despojándolo de su autoridad, evidenciando sus formas ridículas y echándolo por tierra.



 

TRANSATLÁNTICO

La novela comienza cuando Gombrowicz manifiesta su necesidad de comunicarle a su familia, a sus parientes y a sus amigos el comienzo de sus aventuras en la capital de la Argentina, unas aventuras que ya duraban diez años. Llega a Buenos Aires el 21 de agosto de 1939 y desde el primer día, a la salida de las recepciones, les agredían los oídos con el grito obsesivo de "Polonia", que se escuchaba en las calles. Gombrowicz se daba cuenta que algo no andaba bien, no había remedio, la guerra estallaría de hoy para mañana.
El barco recibe la orden de partir y Gombrowicz se despide de un amigo embarcado con él deseándole un buen viaje, el pobre compatriota sólo atina a rogarle que se presente en la embajada. Cuando el barco se aleja Gombrowicz pronuncia una blasfemia terrible contra Polonia y se interna en la ciudad. Estaba desorientado y sin dinero así que visita a un compatriota que había sido vecino de sus primos en Polonia para pedirle opinión y consejo. Pero este hombre empieza a decirle que aprobaba y que no aprobaba su decisión de quedarse, que había hecho bien y tal vez mal, que él no estaba tan loco como para opinar en estos tiempos o como para no opinar, que tenía que presentarse enseguida en la embajada o no presentarse, que era igual si se presentaba o si no se presentaba, que se podía exponer o no exponer a graves riesgos. Y, en fin, que hiciera lo que le pareciera oportuno o que no lo hiciera.
Perdido entre la muchedumbre decidió no inmiscuirse en el asunto de la guerra, no era un asunto de su incumbencia, si allá tenían que sucumbir, que sucumbieran. Fue a la embajada, se echó a llorar y se puso a los pies del embajador, le besó la mano, le ofreció sus servicios y su sangre, y le rogó que en ese momento sagrado, según fuera su santa voluntad y entender, dispusiera de su persona. El embajador le dijo que sólo podía darle 50 pesos, que no tenía más, pero que si quería irse a Río de Janeiro a importunar al embajador de allá, le pagaría el viaje y le daría algo más, que no quería literatos por acá porque lo único que sabían hacer era pedir plata y después ladrar. Gombrowicz se dio cuenta que lo estaba despidiendo con moneda menuda y le dijo que él era una literato pero también un Gombrowicz. Y cuando el embajador le preguntó de cuáles Gombrowicz era Gombrowicz, le respondió que de los Gombrowicz Gombrowicz, entonces le ofreció 80 pesos en vez de 50. Le recordó que estaban en guerra y que había que marchar para vencer a los enemigos, matarlos, destrozarlos y aplastarlos, y que no fuera ladrando por ahí que no había marchado y hablado delante de él. Le pidió que escribiera artículos para celebrar la gloria de los genios polacos, que por ese servicio le podía pagar 75 pesos mensuales, que era necesario ensalzar a la patria en momentos tan difíciles, pero Gombrowicz le contestó que no podía hacerlo porque le daba vergüenza, entonces el embajador lo empezó a tratar de comemierda, y le recordó que la embajada le había rendido homenaje y que lo iba a presentar a los extranjeros como el Gran Comemier… Genio Gombrowicz.
La primera consecuencia de su presentación en la embajada fue que lo invitaron a una recepción en la casa de un pintor a la que iban a asistir los escritores y artistas locales. Tenía una gran seguridad en su maestría y sabía que como maestro lograría superar y dominar a todos los demás. Cuando llegó sus compatriotas lo glorificaron, el consejero lo presentaba y ensalzaba como el gran maestro y genio polaco Gombrowicz, pero nadie le llevaba el apunte, entonces lo empezó a tratar de comemierda y le exigió que hiciera algo para no avergonzarlos.
Entró un hombre vestido de negro, una persona muy importante, un gran escritor, un maestro. Llevaba en los bolsillos una cantidad inconcebible de papeles que perdía a cada momento, y debajo del brazo algunos libros, se volvía a cada rato inteligentemente inteligente. Los compatriotas de Gombrowicz lo empezaron a azuzar para que mordiera al hombre de negro, que si no lo hacía lo iban a tratar de comemierda y a morder. Entonces Gombrowicz le dijo a la persona más cercana en voz bastante alta:
"No me gusta la mantequilla demasiado mantecosa, ni los fideos demasiado fideosos, ni la sémola demasiado semolosa, ni los cereales demasiado cerealientos"
El hombre de negro le respondió que la idea era interesante pero no nueva, que ya Sartorio la había expresado en sus "Eglogas", y cuando Gombrowicz le manifestó que no le importaba un comino lo que decía Sartorio sino lo que decía él, el que hablaba, el gran escritor le contestó que la idea no era mala pero que existía un problema, ya había dicho algo parecido Madame de Lespinnase en sus "Cartas". Gombrowicz perdió el aliento, aquel canalla lo había dejado sin palabras, entonces empezó a caminar y a caminar, y cada vez caminaba con más furia, sus compatriotas estaban rojos de vergüenza y los demás de ira. Pero alguien comenzó a caminar con él, era un hombre alto, moreno, de rostro noble. Sin embargo, sus labios eran rojos, estaban pintados de rojo. Huyó como si lo persiguiera el diablo. El moreno lo siguió, era muy rico, vivía en un palacio, se levantaba al mediodía para tomar café y luego salía a la calle y caminaba en busca de muchachos; aunque vivía en una mansión simulaba ser su propio lacayo, tenía miedo que le pegaran o que lo asesinaran para sacarle la plata.
El moreno estaba perdidamente enamorado de un joven rubio hijo de un comandante polaco. Junto a Gombrowicz, en la Plaza San Martín, lo vio, lo siguieron hasta el Parque Japonés, y allí encontraron a los tres socios de la empresa equino-canina donde trabajaba Gombrowicz. Los socios empezaron a decirle que no era tan loco como pensaba la gente, que el moreno tenía millones, insinuándole una aventura con él. El joven rubio estaba tomando cerveza con el padre, un hombre bueno, decente, cortés y aterciopelado. Le comenta a Gombrowicz que va a enrolar a su único hijo en el ejército polaco. Gombrowicz lo previene contra el moreno y le sugiere que se vaya del lugar, el padre no accede. El moreno brinda con el padre desde lejos, el comandante se lo prohibe, el moreno le arroja el jarro de cerveza, le parte la frente y brota la sangre. La vergüenza en la embajada, en la casa del pintor y en el Parque Japonés, mientras allá, del otro lado del océano se derrama la sangre. A la mañana siguiente apareció el padre en la pensión de Gombrowicz y le rogó que desafiara al moreno en su nombre, vaca o no vaca el hecho era que llevaba pantalones y que lo había ofendido públicamente.
Cuando Gombrowicz se lo contó al moreno éste le recriminó que se hubiera puesto de parte del viejo y no del joven, que tenía que defender al joven de la tiranía del padre, que de qué le servía a los polacos ser polacos, que si acaso habían tenido hasta hora un buen destino, que si no estaban hasta la coronilla de su polonidad, que si no les bastaba ya el martirio, el eterno suplicio y el martirologio, que había llegado el momento de la filiatría. Aceptaba el duelo bajo la condición de que las balas fueran de salva, que las verdaderas se debían escamotear al momento de cargar la pistolas en el forro de la manga. Para asegurar esta impostura Gombrowicz nombró a dos socios de la empresa equino-canina como padrinos del duelo.
El moreno había rematado su exhortación con la palabra filiatría, y esta palabra le retumbaba en la cabeza a Gombrowicz junto a los gritos de "Polonia, Polonia" que escuchaba en la calle mientras caminaba hacia la embajada. ¡Viva nuestro heroísmo!, exclamaba el embajador, un coronel ya le había contado lo del duelo y como todos descontaban que terminaría sin sangre convinieron en agasajar al comandante con una comida que se daría en la embajada; mientras el consejero volcaba en el libro de actas la invitación del embajador escribió también que iban a asistir al duelo, que tenían que ver al polaco con la pistola en la mano atacando al enemigo. Pero un duelo no es una partida de caza, tenían que asistir con una excusa bien pensada, bien podría ser una cacería con galgos a la que invitarían a los extranjeros. Mientras tanto Gombrowicz le preguntaba al embajador cómo era posible que marcharan sobre Berlín si los combates se estaban librando en los suburbios de Varsovia. El embajador le dijo que todo se había ido al diablo, que todo había terminado, que habían perdido la guerra y que había dejado de ser embajador, pero que la cabalgata se iba a realizar de todos modos.
Al día siguiente, el duelo, se dio la señal y los adversarios entraron al terreno. Gombrowicz cargó las pistolas y metió las balas en el forro de la manga. Vacío absoluto, eran disparos vacíos, a lo lejos apareció la cabalgata; vacío porque no había balas y vacío porque no había liebres. El duelo era una trampa que no tenía fin porque se había convenido a primera sangre. De pronto se oyó un furioso ladrido de perros y un grito espantoso. El hijo estaba siendo atacado por los perros, el padre disparó contra los animales enfurecidos pero con un revolver vacío, entonces, el moreno se arrojó sobre la jauría y salvó la vida joven. El padre se conmovió y le ofreció su amistad eterna que el moreno aceptó, y para cerrar todas las heridas lo invito a su casa. No era el palacio de la ciudad, era otro distante a tres leguas, el comandante tenía malos presentimientos pero igual fue.
Pinturas, esculturas, tapices, alfombras, cristales… se depreciaban rápidamente por su abundancia excesiva, y la biblioteca llena de libros y de manuscritos amontonados en el suelo, una montaña que llegaba hasta el techo sobre la que estaban sentados ocho lectores flaquísimos dedicados a leer todo. Obras preciosas escritas por los máximos genios, se mordían y devaluaban porque había demasiadas y nadie podía leerlas debido a su excesiva cantidad. Lo peor es que los libros se mordían como si fuesen perros hasta darse muerte. El moreno regresó pero vestido con una falda y le dio indicaciones a un muchacho para que se pusiera en el medio de la sala y luciera su figura, que para eso le pagaba, pero ese mequetrefe estaba allí, más que para lucir su figura, para moverse en honor al hijo, pues cada vez que se movía el hijo también se movía él. Al final fue un alivio que el dueño de casa diera la señal de ir a dormir. Le confiesa al padre que lo había traicionado con el moreno realizando un duelo sin balas, Gombrowicz estaba conmovido y estalló en llanto frente al padre que desesperado por la congoja le hace un juramento sagrado: iba a lavar su honra con sangre, pero no con la sangre afeminada de ese miserable, sino con la sangre densa y terrible de su propio hijo, era la ofrenda del hijo que le hacía a la guerra. Cuando el moreno se entera de que el padre quiere matar al hijo le dice a Gombrowicz que tiene un medio para convencer al hijo de que mate al padre, y al convertirse en parricida necesitará su amparo, se ablandará y caerá en sus manos afectuosas y protectoras.
El moreno y el hijo juegan en un frontón y golpean a la pelota con todas sus fuerzas, bam, bam, bam, resonaban los golpes mientras el mequetrefe golpeaba con una madera unos palitos que estaban mal colocados, bum, bum, bum. Y en medio de aquel bum-bam la pelota zumbaba y el hijo golpeaba más fuerte porque sentía que tenía un partidario. El padre comprendió que con el bumbam le estaban robando al hijo…Gombrowicz había perdido la patria, se había asociado con el moreno en una empresa ignominiosa para humillar al padre… Los compañeros de la empresa equino-canina donde trabajaba sintieron la necesidad de llevar a cabo un hecho más terrible que el filicidio y el parricidio que estaban planeando, un horror que los colmara de poder, se propusieron entonces torturar al embajador junto a su mujer y sus hijos y después matarlos a todos arrancándoles los ojos. Todo les parecía poco, así que pensaron que lo mejor sería matar al hijo del comandante, esa muerte aumentaría tanto el horror que la naturaleza, el destino y el mundo entero iban a cagarse en los pantalones.
El moreno y el hijo jugaban a la pelota y el mequetrefe se movía con el joven clavando palitos, bumbambeaban. El comandante se paseaba comiendo ciruelas, el hijo estaba delante de Gombrowicz con su vos fresca y alegre, su risa armoniosa, los movimientos de todo su cuerpo ágiles y livianos. El padre observaba al moreno que llevaba el ritmo del bumbam, y el bumbameo unía a los muchachos debajo de los árboles. ¡A bailar!, un gentío increíble, la flor y nata de la colonia polaca, mejor olvidar y no dejar transparentar nada. En la oscuridad se escondían algunas siluetas monstruosas, parecían perros pero tenían cabezas humanas, se agrupaban en un montón y parecían brincar, copular y morder. Los polacos de la empresa equino-canina se preparaban para ser terribles matando al hijo. Las parejas bailaban y el hijo bailaba con una hermosa polaquita lleno de brillo y gallardía. Si el joven saltaba, el mequetrefe saltaba, bailaban al ritmo del bumbam, temblaban los cristales, la colonia polaca quería bailar la mazurca pero era imposible, sólo había bumbam. El padre tomó un gran cuchillo y lo guardó en un bolsillo.
Y, de pronto, bum, el criado contra una lámpara; y el hijo, bam, a la lámpara; vuelve el mequetrefe, bum, a un jarrón; y el hijo, bam, al jarrón; bum, el criado contra el padre; el padre cae al suelo y ya se apresuraba el hijo a bambearlo con su bam. En aquel pecado general, mortal, en aquella debacle, en medio de esa enorme corrupción no existía otra cosa que el llamado del bum-bam y el trueno del asesinato. El hijo volaba hacia el padre, pero en vez de bambearlo con su bam, lo bambeó con una risa que le estalló en la garganta. El embajador también estalló de risa. Fue un bramido de risa general en todo el salón. Junto a las paredes habían quienes se pedorreaban y quienes se meaban de risa. Bambeabam.

"Y, entonces, de risa en risa, riendo, bum; riendo; bam, bum, bumbambeaban"


El 4 de febrero de 1958 terminó "Pornografía", una novela en la que pasa al mundo por el cedazo de la juventud. Como en ninguna otra obra, anda en busca del encanto. Hay que hacer pasar la realidad por un ser que despierte encanto, es decir, que sea capaz de entregarse; una idea erótica y sexual.
Gombrowicz empieza a coquetear con las fórmulas escabrosas de la madurez para la juventud y de la juventud para la madurez. En "El casamiento" andaba detrás de la entronización del hijo por y contra el padre, en "Pornografía" busca la entronización del joven por y contra el maduro, empujándolo hacia el maduro para embadurnar al maduro con el encanto de la juventud, otra idea erótica y sexual. Una cuestión decisiva era pasar el pensamiento por el sexo y la metafísica por el cuerpo.
El hombre quiere ser perfecto y adulto, e imperfecto y joven, y lo quiere ser al mismo tiempo, siendo éste el conflicto entre la conciencia y la vida del drama fáustico. A pesar de su antitalento matemático proverbial Gombrowicz era muy aficionado a las fórmulas y a las ecuaciones. En "Pornografía" le aparece el sistema tardío de las cuatro tesis: si la juventud es inferioridad y la juventud es belleza, entonces la belleza es inferioridad.
El corolario de este silogismo es el de que el hombre es el mediador entre Dios y la juventud, y entre Dios y la juventud Gombrowicz se quedó con la juventud, un valor que está por debajo de los otros valores, un valor cruel que destruye a los otros valores, un valor que se basta así mismo. Hay en todas estas explicaciones muchos fuegos artificiales, "Pornografía" es una obra libidinosa y oscura, la juventud y la belleza se sacan chispas con la madurez y juegan una partida memorable con la que Gombrowicz le ajusta las cuentas a su cuerpo.



 

PORNOGRAFÍA

La novela comienza cuando Gombrowicz y Fryderyk se van a la casa de campo de Hipolit para escaparse del drama colectivo de la ex-Polonia, de la ex-Varsovia y de las discusiones interminables sobre la nación, Dios, el proletariado, el arte. En el primer domingo de misa Gombrowicz observa a su compañero que arrodillándose y actuando de una manera particular le va quitando importancia a la ceremonia religiosa.
Con una mirada obsesiva y penetrante Fryderyk establece un contacto sensual entre las nucas de dos jóvenes, se volvía temible y, de repente, esa misa celebrada en un lugar de la Polonia abandonada a los alemanes, cayó fulminada por un rayo, como si el absoluto de Dios hubiera muerto. Pero cada nuca estaba sola, no estaban juntas, eran la nucas de Henia, la hija de Hipolit, y de Karol, un auxiliar de la finca. Y la novela termina a lo Shakespeare, en una verdadera tragedia. Cómo es que se pasa de la descomposición del ritual religioso y de las nucas a semejante carnicería, sólo Dios lo sabe.
El estallido de las monstruosidades señoriales y campesinas que confluyen en el gesto del sacerdote celebrando la misa, y la nihilización de la iglesia, preparan el camino para el reemplazo de Dios por una nueva deidad. Las nucas de Henia y Karol se asocian en la conciencia de Gombrowicz de una manera lasciva, le nace el pensamiento de que los jóvenes deben consumar con el cuerpo la atracción que él había descubierto, y es alrededor de este elemento erótico cómo se empieza a desarrollar la historia.
Henia y Karol son representantes de la tentación y del pecado; Waclaw, el prometido de Henia, y su madre Amelia, de la corrección y de los principios religiosos. De qué son representantes Fryderyk y Gombrowicz es más difícil saberlo. Por ahora digamos que son dos adultos mirones y lascivos que planean, en principio, que los dos jóvenes se presten atención y consumen una atracción que grita al cielo, salvo para los jóvenes mismos. Karol es atractivo con una juventud violenta que lo arroja en los brazos de la brutalidad y la obediencia. Sensual, carnal y con una sonrisa que lo ata a una inferioridad superficial, no puede defenderse. Esta mezcla explosiva en la conciencia de Gombrowicz se le echa encima a Henia como si fuera una perra, arde por ella, un deseo que nada tiene que ver con el amor, un enamoramiento becerril con toda su degradación. Pero la joven señorita tiene con el muchacho un diálogo desembarazado y confiado, los jóvenes no se comportan según el contenido de la conciencia de Gombrowicz.

 
Fragmento Pornografía by J. Kolski, music by Z. Konieczny (polaco)
En este punto Gombrowicz se pregunta cuánto sabe Fryderyk de todo esto: de la descomposición de la misa, de la atracción de las nucas, del llamado del cuerpo de los jóvenes a la consumación. Henia es una colegiala cortés, cordial y muy atractiva. Cuando Fryderyk tenía apartes con Henia a solas Gombrowicz pensaba: se la lleva para hacer cosas con ella o ella se va con él para que él le haga cosas. A partir de ese momento Fryderyk se convierte en el operador del drama mientras Gombrowicz le sigue los pasos y trata de interpretar el significado de sus maniobras.
Maniobra con los pantalones de Karol cuando le pide a ella que se los remangue, es como si les estuviera diciendo: vengan, háganlo, gozaré, lo deseo. Gombrowicz quería averiguar cuánto de ingenuos eran los jóvenes respecto de los propósitos de Fryderyk y pensaba más o menos así: Henia remangaba para que Fryderyk gozara, de modo que estaba de acuerdo con que él gozara con ella y también con Karol, ella se daba cuenta de que entre los dos podían excitar y seducir, y también Karol lo sabía porque había colaborado en aquel juego. No eran tan ingenuos, entonces, conocían su propio sabor. La situación no tenía vuelta atrás, los cuatro eran cómplices en el silencio pues el asunto era inconfesable y vergonzoso.
Después de que Karol le levantara la falda a una vieja fregona y asquerosa haciéndole brillar la blancura del bajo vientre y la mancha de pelo negro, le dice a Gombrowicz que le gustaba Henia pero que le gustaría más hacerlo con doña María, la madre de Henia. El joven estaba actuando para los adultos porque quería divertirse con ellos, y no con Henia, porque los adultos, aún dentro de su fealdad, podían llevarlo más lejos al ser menos limitados. Pero esto no es lo que quería Gombrowicz, Karol era demasiado joven para Dios y para las mujeres, era demasiado joven para todo. El sueño de los dos adultos de que los jóvenes consumaran su atracción innegable se venía abajo, era una pareja adulta de enamorados en la frustración, desdeñada por la otra pareja de amantes, el fuego de su excitación no tenía nada en qué descargarse, llameaba entre ellos, estaban asqueados el uno del otro y se juntaban en una sensualidad irritada.
Pero Fryderyk continuaba con sus maniobras calculadas para juntarlos obligándolos a pisar una misma lombriz hasta partirla, para que causaran tormentos con sus suelas, con toda calma habían transformado en un infierno la existencia de la pobre lombriz. Un pecado común cometido para los adultos que penetraba la intimidad fundiendo a unos con otros. En la virtud los jóvenes se le presentaban cerrados, herméticos, pero en el
pecado podían revolcarse con ellos. Era un sistema de espejos, Fryderyk lo miraba a Gombrowicz y Gombrowicz lo miraba a Fryderyk, hilaban sueños por cuenta del otro y de ese modo llegaban hasta la idea que ninguno de ellos se habría atrevido a dar por suya.
Por su parte Henia les hacía saber que era creyente, que si ni lo fuese no se confesaría ni comulgaría, que sus principios eran los mismos que los de su futuro marido, que su futura suegra era para ella como si fuera su madre, que era un honor para ella entrar en esa familia, y que era seguro que si se casaba con Wlacaw no haría nada con otro. Un comentario que parecía severo pero que era también una confiada y seductora confesión de su debilidad, Excitaba, precisamente, por su virtud. Y también les decía que Karol no quería a nadie, que lo único que le interesaba era acostarse un poquito, que ella ya lo había hecho con un guerrillero, que sus padres lo sospechaban porque los habían sorprendido juntos, pero que no querían sospecharlo.
Amelia, la madre de Waclaw, era cortés, sensible y espiritual, sencilla y de una rectitud ejemplar. En ella regía el Dios católico, desprendido de la carne, un principio metafísico, incorpóreo y majestuoso que no podía atender las majaderías que tramaban los adultos con Henia y Karol. Parecía enamorada de Fryderyk, estaba subyugada con ese ser terriblemente reconcentrado que no se dejaba engañar y distraer por nada, un ser de una seriedad extrema.
En la finca de Amelia tiene lugar la segunda caída de Dios después del derrumbe de la misa en la iglesia. Un ladronzuelo de la edad de Karol entra en la casa para robar, según todo lo hace parecer la señora descubre al ladrón, toma un cuchillo y lucha con Joziek, transcurren unos minutos y llega a la mesa donde están su hijo y los invitados, se sienta y cae muerta con el cuchillo clavado mirando un crucifijo. La situación no estaba clara, nadie sabía lo que había pasado porque Amelia no pudo contar nada y Joziek decía que sólo se habían revolcado, que había sido un accidente. Fryderyk era mal psicólogo porque tenía demasiada inteligencia y por lo tanto era capaz de imaginarse a doña Amelia en cualquier situación. La sospecha que flotaba en el aire era la de que esa mujer tan espiritual y guiada por los principios de Dios había prologado demasiado la lucha con Joziek revolcándose en el suelo de puro placer y, por accidente, se le había clavado el cuchillo. Si esto era así no podían entregar a Joziek a la policía.
A la casa de Hipolit llega Semian, un jefe de la resistencia que se había vuelto cobarde. Sus compañeros temen que se convierta en delator y le piden a Hipolit que lo mate. Semian actualiza el sentimiento de que todos estaban atados a la patria, todos eran instrumentos de todos los demás, y a cada cual le estaba permitido servirse del instrumento con la mayor temeridad, para la causa común. La presencia del recién llegado convirtió a Karol en un soldado, preparado a dispararse como un perro al oír la orden. Pero no era sólo él, la miseria romántica tan repelente unos instantes atrás cedió de pronto, y todos en la mesa, como si fueran una patrulla, esperaban la orden para entregarse a la lucha.
Mientras tanto Fryderyk seguía maniobrando para juntar a Henia con Karol, esta vez utilizando al prometido. Le dio unos papeles en un teatro escrito por él y los hacía actuar en el parque, participaban de una escena extraña en la que los jóvenes, según desde dónde se los mirara, recitaban con ademanes poéticos o caían en el pasto para revolcarse. Lo único que atinó a decir el pobre Waclaw, que observaba la escena desde el lugar en que lo había puesto Fryderyk, es que eso de caer tan pronto y luego levantarse era raro, que así no se hacía, que le parecía que ella no se había entregado a él, y que eso le resultaba peor que si hubieran vivido juntos, que si se le hubiera entregado él podía defenderse, pero así no, porque entre ellos ocurría de otro modo, y al no habérsele entregado Henia era todavía más de Karol.
Llegando al final hay un intercambio de mensajes escritos entre Gombrowicz y Fryderyk, es un intento que hacen los adultos por saber qué pasa. Fryderyk confiesa que no tiene un plan determinado, que actúa siguiendo las líneas de tensión y del apetito. El piensa que los jóvenes no se juntan porque sería demasiada plenitud para ellos, que se les acercan y flirtean porque quieren hacerlo gracias a ellos, a través de ellos y también de Waclaw, por ellos. Lo peligroso de todo esto es que siente que ha caído en manos de unos seres frívolos, unas manos apenas crecidas, y en la plenitud de su desarrollo intelectual y moral se sentía empujado con el pensamiento y la pasión a hacer lo que estaba haciendo, como un Cristo crucificado en una cruz de dieciséis años.
Y llegamos al final. Los adultos no se animan a matar a Semian y le piden a Karol que lo haga con la irresponsabilidad de la juventud para quitarle gravedad a un crimen tan siniestro. Waclaw, que está preparando su propia muerte entra al cuarto de Semian y lo mata. Apaga la luz y se enmascara con un pañuelo para que no lo reconozca Karol cuando le abra la puerta. Karol no lo reconoce y lo mata creyendo que es Semian. Queda un cabo suelto, Joziek, el joven al que no se lo puede entregar a la policía porque es inocente, entonces, Fryderyk lo mata, y no se sabe si lo mata para guardar sin mancha la memoria de doña Amelia que había caído en el pecado original, o para ponerle el punto final a la no consumación de los jóvenes. Hania y Karol sonríen, "como sonríe la juventud cuando no sabe cómo salir de un apuro. Y durante unos segundos, ellos y nosotros, en nuestra catástrofe, nos miramos a los ojos".


En agosto de 1963 Gombrowicz retoma "Cosmos", una obra que había interrumpido el 19 de febrero de ese año al enterarse que la Fundación Ford lo invitaba a pasar un año en Berlín. En mayo, recién llegado a Berlín, nos empieza a decir que tenía dificultades para terminarlo. En septiembre nos escribe que le faltaban aproximadamente cuarenta páginas muy difíciles y que no le aparecía claro el título, dudaba entre Cosmos, Figura y Constelación. En octubre nos confiesa que la obra lo había aburrido en tal forma que no tenía ganas de terminarla, que el final era bravísimo y que ensayaba nuevos métodos y concepciones. En diciembre nos cuenta que le faltaban tres páginas para terminar pero que no sabía como hacerlo y que a lo mejor lo dejaba sin terminar. En junio de 1964 nos dice que le faltaban diez páginas y en agosto, que lo había terminado.
A Gombrowicz no le gustaba dar datos sobre su obra cuando la estaba escribiendo ni detalles sobre su vida privada, basta recordar la infinidad de versiones que nos dio acerca del origen de la palabra Ferdydurke y de las variantes incalculables que utilizó para explicarnos por qué se había bajado del barco y no había regresado a Polonia. Por esta razón es que no nos informaba qué parte de la historia no tenía resuelta cuando le faltaban cuarenta páginas, pero por esa cantidad de páginas yo calculo que todavía no había decidido hacerlo masturbar a Leon, ahorcar a Ludwik ni desencadenar el diluvio final que se parece bastante a dejar sin terminar la historia. Pero no hay que extrañarse, las cuatro novelas de Gombrowicz terminan en huidas: "Ferdydurke", con la prima; "Transatlántico", con el bumbam; "Pornografía", con la sonrisa de los jóvenes; y "Cosmos", con el diluvio y el pollo relleno.
Si bien la masturbación de Leon, el ahorcamiento de Ludwik y el diluvio son elementos verdaderamente dramáticos del final de "Cosmos" todavía nos podemos imaginar que Gombrowicz podía haberlos cambiado por otros. Sin embargo, hay un momento de las obras en el que ya han aparecido las escenas claves, las metáforas fundamentales y los símbolos que apuntan en una dirección determinada y no se pueden cambiar por otros. Del caos inicial, por una acumulación de forma, se pasa a las escenas, a los personajes, a los conceptos y a las imágenes que el proceso de control ya no puede eliminar, y de lo ya creado se creará el resto. Ese momento es para "Cosmos" la integración del sistema con las dos bocas y los tres elementos colgantes: el gorrión el palito y el gato.
Los lectores están habituados a las formas literarias tradicionales que han sido probadas muchas veces a lo largo del tiempo. En "Ferdydurke" Gombrowicz utiliza el estilo del cuento filosófico a la manera volteriana; en "Transatlántico", el del relato antiguo y estereotipado; en "Pornografía", el de la novela rural polaca; y en "Cosmos", el de la novela policial. Parodia estos estilos, utiliza las formas antiguas y legibles para salirse de ellas y juntarlas con las concepciones modernas del mundo.
El género policial es el que tiene más relaciones con la lógica, es decir, con la filosofía, y también con la ciencia. A pesar de la desconfianza que Gombrowicz le tenía a la razón y a las ideas es evidente que se sentía atraído por ellas. En una de las últimas entrevistas que da en 1969 Francois Bondy le comenta que él pareciera interesarse más en los filósofos que en los artistas. Gombrowicz recoge el guante y le contesta que, no obstante, la filosofía le sigue siendo tan extraña como la ciencia, y que estaba más interesado que nunca por el mundo de las pasiones.
En un momento determinado Gombrowicz se propuso disciplinar sus conocimientos anárquicos acerca de las formas generales del conocimiento, la filosofía y sus primeros desprendimientos: la física y la matemática, y lo hizo recurriendo a la lectura de dos libros; "Lecciones preliminares de filosofía" de García Morente, y "Panorama de las ideas contemporáneas" de Gaetan Picon. La atracción por la filosofía la conservó en toda su integridad durante toda la vida. A los día de llegado a Berlín nos escribe: "Comprobé ya que mis conocimientos de Sartre y Heidegger sobran para poner en aprietos a los más agudos intelectos tanto de Francia como de Alemania". Y su última actividad intelectual registrada fue el curso privado de filosofía que le dio a Dominique de Roux y a Rita en las vísperas de su muerte. No hace falta decir que esta vieja atracción no le nublaba ni por una momento su otra pasión:
"No creo en ninguna filosofía no erótica. No me fío de ningún pensamiento desexualizado. Claro que es difícil creer que la "Lógica" de Hegel o la "Crítica de la razón pura" de Kant hubieran podido concebirse si sus autores no se hubieran mantenido a cierta distancia del cuerpo. Pero la conciencia pura, en cuanto se realiza, tiene que sumirse de nuevo en el cuerpo, en el sexo, en el Eros; el artista tiene que zambullir al filósofo en el embeleso, en el atractivo, en la gracia"
Y es lo que hace Gombrowicz en "Cosmos", zambulle al filósofo de la combinaciones, de la causalidad, del azar, de la lógica interna y externa, del intento de organizar el caos y de la formación de la realidad, en las bocas erotizadas y sexualizadas, en la pasión enfermiza de un joven estudiante, en la masturbación y en la muerte. La acción está constituida por ideas que se perfilan poco a poco y luego se vuelven nítidas, el protagonista le sigue la pista a estas formas para asociarlas pero constantemente le caen en el caos.
En su intento por volver reales las asociaciones que tiene en la conciencia ahorca al gato, un acto desleal pues falsea la relación entre el ahorcamiento imaginario del gorrión y el ahorcamiento real del gato Al poner en juego intencionalmente elementos reales para configurar una idea que tiene en la conciencia, como el dedo que mete en la boca de Ludwik para entrar en contacto con todas las bocas de la historia, el joven lleva a cabo un acto desleal pues perturba lo que está observando y sólo conocerá entonces el resultado de esa perturbación. En su intento de asociar lo sagrado con el placer y la perversión le mete el dedo en la boca al sacerdote para hacerlo caer en el mundo, para aislar las corrientes profundas de la forma, para que la realidad aparezca de una manera trágica y metafísica.
La realidad surge de asociaciones de una manera indolente y torpe en medio de equívocos, a cada momento la construcción se hunde en el caos, y a cada momento la forma se levanta de las cenizas como una historia que se crea a sí misma a medida que se escribe, introduciéndose de una manera ordinaria en un mundo extraordinario, en los bastidores de la realidad. En "Cosmos" Gombrowicz descompone el mundo en elementos de la forma, pero también recrea la reacción del hombre frente a ese proceso de descomposición, de modo que es de nuevo el hombre y no la forma quien se halla en el centro de la obra.



 

COSMOS

De las cuatro narraciones que integran la novelística de Gombrowicz ésta es la más extraña de todas. La historia comienza cuando el protagonista se va de la casa de sus padres en Varsovia, estaba harto de toda la familia, se dispone pues a tomar unas vacaciones, a preparar un examen y a disfrutar del cambio de aire. Mientras estaba buscando una pensión barata se encuentra con un amigo que también está huyendo, pero no de sus padres sino de su jefe. Muy cerca de la casa en la que finalmente alquilarán un cuarto aparece la primera anomalía de este relato, un acontecimiento extraño alrededor del cual el joven estudiante empieza a armar la trama de un misterio que va creciendo.
En el medio de unas matas ven un gorrión, no era un gorrión común, era un gorrión que estaba colgado de un alambre fino enredado en la rama de un árbol, un descubrimiento a primera vista inexplicable pues no tiene sentido ahorcar a un gorrión y luego colgarlo, por lo menos un sentido racional y coherente. Los problemas con el jefe de la oficina del amigo y los del joven estudiante con su padre los predisponen a exagerar el significado de algunos hechos sin importancia.
Los atiende una mujer cuarentona y regordeta cuya boca no es normal, y ésta es la segunda anomalía en la que pone atención el protagonista. La boca estirada le enroscaba el labio superior, la frialdad reptiloide de ese labio lo excitó de inmediato, era un oscuro pasadizo que conducía a un pecado carnal gelatinoso y viscoso, como si fuera una vulva. La dueña de la pensión, también rechoncha, les muestra la casa y en la cama del primer cuarto que abre estaba acostada su hija sobre un colchón sin sábanas, el muslo de una de sus piernas quedaba destacado contra el elástico metálico pues el colchón se había deslizado, un muslo muy atractivo que lo hace arder al instante al estudiante impresionándolo tanto como el labio de la posadera.
En la cena, Leon, el dueño de la posada, les comunica con un lenguaje jocoso y extravagante que él está a disposición de su esposa, que hace pequeños trabajos en la casa, les recomienda la crema que prepara su esposa y asegura que el intelecto de los jóvenes podrá hacer cuanta pirueta ansíen. A su lado estaba Lena, la hija, serena como un lago. La posadera Katasia le alcanzó a Lena un cenicero cubierto con una redecilla de alambres, y aquí se dispara la tercera anomalía. La malla del cenicero se le asoció al elástico de la cama con el muslo, y el labio vulva de Katasia con la boca entreabierta de la hija, en ese momento se le despertó una pasión enfermiza.
Era la primera noche, no quería dormir pero tampoco quería levantarse, como Fuks no estaba en el cuarto se imaginó que había ido a ver al gorrión, el gorrión crecía, se volvía más importante de lo que era, ya era un personaje capaz de recibir visitas. En medio de la noche se encontró en el corredor de una casa ajena en mangas de camisa, una situación que se le asociaba con el erotismo y se le deslizaba hacia la sexualidad como el escurrimiento de la boca vulva de la posadera. En el cielo y en el jardín trazaba líneas imaginarias buscando figuras y formas, los objetos del jardín se ponían unos tras otros como los labios de Katasia tras los de Lena que, en su imaginación, estaban más unidos que en la mesa. No tenían nada en común pero existían unos en relación con los otros como en un mapa cada ciudad existe en relación con las otras.
La intensidad de las estrellas se le asoció con la intensidad del gorrión ahorcado, y el gorrión se le asoció con las bocas, pero el gorrión no se dejaba situar en el mismo mapa de las bocas, se hallaba afuera, pertenecía a otro mundo. Cuanto menos se justificaba su pertenencia a este mundo más se volvía significativo que lo observaran de esa manera. Y al día siguiente otra vez llegó la hora de la cena. Lena estaba casada, su esposo llegó mientras comían, la hija se había transmutado totalmente por la llegada de aquel hombre que conocía los movimientos más secretos de aquellos labios. Bien formado, apuesto, inteligente y arquitecto pero, ¿qué le hacía él a ella y ella a él cuando estaban juntos? Ver a un hombre frente a la mujer que nos interesa es desagradable pero lo peor es que se vuelve objeto de nuestra curiosidad y entonces tratamos de adivinar sus gustos ocultos a través de esa mujer aunque eso nos produzca asco.
Desplegaban la ternura cortés de los matrimonios jóvenes, las búsquedas pasionales y llenas de repulsión del protagonista debían limitarse a la mano de Ludwik que yacía sobre la mesa cerca de la mano de Lena, se torturaba imaginado de qué manera la tocaría. Doña Bolita estaba escandaliza con lo del gorrión, pensaba que era una maldad de chicos. Llegó Katasia para llevarse los platos y su boca vulvosa apareció cerca de los labios entreabiertos, suaves y limpios de Lena, el joven estudiante no quiso mirar para no influir en nada, para que el experimento resultara objetivo. Ludwik dijo que una semana atrás había visto un pollo ahorcado pero unos días después había desaparecido.
Leon tarareaba su tiru-liru-lá, fabricaba bolitas con migas de pan y las acomodaba en hilera sobre el mantel para observarlas. Lena era maestra de idiomas y llevaba dos meses de casada, la posadera era sobrina de doña Bolita y había que operarla y coserla nuevamente para arreglarle la boca. Leon tomaba sal con la punta del cuchillo y la depositaba sobre una bolita mientras pedía más rábanos y crema. Fueron varios días de retazos de todo. Una noche los ojos del protagonista tropezaron con un clavo de la pared, del clavo pasó al armario y del armario al techo donde había una raya que parecía una flecha. Era una flecha. Cansado miró una botella con un corcho en el cuello y descansó en el corcho hasta que se fueron a dormir.
En la cena la flecha no era más ni menos importante que las demás cosas pero cuando el joven se pone a narrar la historia de sus vacaciones extrae de la misma historia la configuración del futuro poniendo a la flecha en primer plano. La conclusión que saca es que no podemos entrar en contacto con nada en el momento de su nacimiento, y que si hubiéramos salido del caos nunca entraríamos en contacto con él. Es una reflexión análoga a la que Gombrowicz hace sobre la inmadurez, la inmadurez desaparece cuando intentamos definirla y darle forma.
Katasia los despertaba con el desayuno, la impropiedad de su boca vulva se le prolongaba, ese momento le quedaba grabado durante el día entero manteniéndole viva la asociación bucal en la que se había enredado con tanta obstinación. Mirando el techo del cuarto los dos amigos ven una flecha que el día anterior no estaba ahí. Esa flecha se les asocia con la del comedor y deducen que les está indicando una dirección. El protagonista sueña con la mano de Lena, en la noche anterior le había parecido que al posar su mirada sobre esa mano la mano había temblado. Estaba agotado, quizás, si no hubieran tenido tantos problemas con los padres y con el jefe, no le hubieran dado tanta importancia a los detalles pequeños, pero, una cosa trae la otra.
Decidieron investigar a dónde apuntaba la flecha del cuarto con la seguridad de que si alguien los espiaba desde la casa, ése sería el que había entrado al cuarto para grabar en el techo la línea que formaba la flecha. Con alguna dificultad y muchos trabajos siguieron la dirección y encontraron la cuarta anomalía de la historia contra uno de los muros del jardín: un palito de dos centímetros de longitud colgaba de un hilo blanco del mismo tamaño, el palito quedó intensificado de inmediato por el gorrión. Era difícil dejar de pensar que alguien por medio de esa flecha no los hubiera dirigido hacia el palito colgado para que lo asociaran con el gorrión.
Algo parecía unir resbalosamente a todos esos elementos que deseaban ordenarse de acuerdo a una idea, pero, ¿qué idea? El protagonista hubiera aceptado a todas esas asociaciones como una simple casualidad si no fuera por la anomalía de la boca de Katasia que se le juntaba con el palito y el gorrión, una cueva oscura y absorbente, una boca vulva muy atractiva pues tras ella se asomaba la boca entreabierta de Lena. Leon contaba que en el banco se llevaba muy mal con la secretaria del presidente, que esa arpía lo acusaba de escupir en el cesto de basura. Esta historia del dueño de la posada nos hace recordar a una historia parecida de Gombrowicz en el Banco Polaco que tenía ese mismo problema con Helena Zawadzka Ryttel, la secretaria de Juliusz Nowinski. Tiru-liru-lá, treinta y siete años de vida matrimonial, la mano de la hija, relajada, pequeña, color café y cálidamente helada, unida por la muñeca a otras blancuras del brazo que el joven no miraba y, otra vez, una contracción perezosa de los dedos, ¿tenía algo que ver esa contracción con el protagonista?
Cuando había terminado la cena Fuks pide un hilo y un palito para usarlo como compás, pero los pedía nada más que para hacerle saber al bromista, si es que existía, que habían descubierto la flecha en el techo y el palito colgado del hilo. Entre el pájaro y el palito el protagonista se sintió en medio de dos polos, y la reunión de los que estaban sentados a la mesa se le presentó como una función particular de aquella relación, una extravagancia que le abría las puertas a la otra extravagancia, a la de las bocas. Katasia le pasó el cenicero a Lena. El estudiante sintió inmediatamente el impacto de la asociación de los labios fríos y deformes con aquellos otros puros, y de la redecilla metálica del cenicero con el muslo de Lena, la combinación se le debilitaba e intensificaba a cada momento y lo conducía a contradicciones sobre la verdadera naturaleza de la hija: virginidad perversa, timidez brutal, boca entrecerrada y abiertísima, vergüenza impúdica, fuego helado, embriaguez sobria. El pedazo de corcho pegado a la botella hacía lo posible por destacarse y pasar a primer plano.
Fuks seguía investigando y descubrió una vara cerca del palito, la vara señalaba el cuarto de Katasia, aprovecharían el domingo para escudriñar en el cuarto de la posadera. En la cena el yerno lo desafía al suegro con un problema de combinaciones matemáticas, parecía que las combinaciones de Ludwik estaban en relación con las combinaciones que lo desvelaban al protagonista pues no lograba saber si no era él mismo el autor de las combinaciones que se combinaban a su alrededor. Se empezó a imaginar que Lena, en cuerpo y alma, tendía hacia él, tensa en un deseo íntimo, secreto.
En el cuarto de la posadera encontraron una fotografía de Katasia con la boca sencilla y pura, una respetable señora que se había herido el labio superior en un accidente automovilístico, los jóvenes no eran entonces más que un par de lunáticos. El estudiante vio la ventana iluminada de Lena y corrió hacia allá, quería verla en la intimidad de su cuarto. Subió a la rama de un árbol y vio que Ludwik le estaba enseñando una tetera, quedó aniquilado, la tetera era algo que estaba fuera del mundo, ella estaba sentada en una silla con una toalla de baño sobre los hombros y él, de pie, le enseñaba una tetera que tenía entre las manos. Se quitó la toalla, estaba sin blusa, vio la desnudez de sus pechos y brazos, empezó a quitarse las medias. Ahora sabría como era: degenerada, perversa, sucia, untuosa, sensual, casta, tierna, pura, fiel, fresca, graciosa o coqueta. Ya mostraba los muslos. Ludwik apoyó la tetera en un anaquel y apagó la luz. Nunca sabría cómo era. Bajó del árbol y observó que en la balaustrada estaba echado el gato de Lena, lo agarró por el cuello y empezó a ahorcarlo con todas las fuerzas, el gato quedó muerto. Tenía que esconderlo, recordó que en el muro del jardín había un gancho, ató una cuerda al cuello del gato y lo colgó; colgaba como el gorrión y el palito. Entró a su cuarto y cayó dormido.
Se estaba abriendo paso hacia la hija ahorcando a su gato, Katasia decía que era una canallada y Lena se había puesto más bella por la vergüenza, servía para el amor, pero para nada más, por eso se avergonzaba del gato, sabía que todo lo que se refería a ella debía tener un sentido amoroso y aunque no sabía quién se ocultaba detrás de esa maldad se avergonzaba del gato porque era suyo y se refería a ella. Pero su gato era también del que acababa de ahorcarlo. El gato lo había llevado del anverso al reverso de la medalla, hacia el círculo donde se producían los misterios, hacia el mundo de los jeroglíficos, le daban ganas de reírse viéndolo a Fuks buscando alguna pista.
Cuando salieron del cuarto de Katasia doña Bolita clavaba algo con fuertes golpes de martillo en un tronco del zaguán. Lena les explicaba que la madre tenía crisis y tomaba lo que fuera para desahogarse, y los golpes que habían seguido a los de la madre los había dado ella para hacerla entrar en razón. Leon empezó a insinuar que Bolita había matado al gato, el joven sabía que no, pero María o el mismo Leon podían haberlo matado. Doña Bolita dice que para esa maldad que le hicieron a su hija sólo existe una explicación pasional, y deja flotando en el aire la sospecha de que podría haberlo hecho alguno de los dos jóvenes. Fuks acusa el golpe y comenta que el día de su llegada el gorrión ya apestaba bastante.
No sabía si deseaba acariciar a Lena, o torturarla, humillarla, o adorarla. Si deseaba porquerías o deleites celestiales, revolcarse con ella o pasarle fraternalmente el brazo sobre los hombros. Ella pesaba en su conciencia, se le parecía a una sonámbula arrastrando la desesperación como una larga cabellera. Pocos días después emprendieron una excursión a las montañas. Mientras el sistema gorrión, palito, gato, bocas, mano estaba todavía en vigencia, una corriente de aire nuevo entró en escena. Los acompañaban dos matrimonios de recién casados amigos de Lena. Leon les comentaba que iban al encuentro de un panorama maravilloso que había descubierto hacía veintisiete años. El padre buceaba en el pasado y el protagonista en los enigmas del presente con la misma intensidad, una coincidencia que aparecía como una réplica del mundo que había quedado en la posada.
De aquel paseo extraordinario Leon había traído una vara, y otra vez un eco, el eco de la vara que les había señalado el cuarto de la posadera. La casa había quedado al cuidado de Katasia; en una pensión del camino recogieron a una de las parejas, Lulo y Lula, que comenzaron a lulear a todo pulmón y convirtieron a la reunión en algo más vivo, hasta Lena y Ludwik sucumbieron al lulear de lo Lulos. Encontraron a un sacerdote sentado en una piedra al lado del camino, algo fuera del mundo, como la tetera de allá, y otro eco más. Los secretos de las bocas y del ahorcamiento del gato eran sólo del protagonista, pertenecían entonces a los dos círculos, el interior y el exterior. El sacerdote provenía del exterior, era superfluo y absurdo. La irritación que le producía al joven era tan violenta y peligrosa como la que le había producido el gato. ¡Cuidado, señor cura!, un loco anda suelto. Una réplica más del mundo de la posada.
Los Lulos se excitaron cuando vieron a los Tolos, la otra pareja. Tolo era capitán, un caballero hasta la médula, la Tola pertenecía a ese género de mujeres que no desean ser admiradas porque consideran que eso no les corresponde, una extraña soledad carnal. El Tolo bebía con la frente bien alta para dar a entender que nadie tenía derecho a poner en duda su amor. Los Lulos, con el aire más inocente del mundo, observaban lo que ocurría como un par de tigres sedientos de sangre. El eco, ellos permanecían ahí pero como eco de las cosas de allá. Tiru-liru.lá, la eterna cantinela de Leon que de repente exclama: ¡Berg!, mientras le explica a doña Bolita que no es nada, que es un viejo cuento de judíos que algún día le iba a contar.
El joven se encontró repentinamente a cinco pasos de Lena, ella le habla con tono lulesco y él le pregunta dónde está ese panorama tan bello del que les habla el padre. No era ella, ella se había quedado allá, en la casa, ni tampoco el protagonista estaba ahí, por eso la presencia de ellos era cien veces más importante, eran símbolos de ellos mismos. Cuando volvió la cabeza Lena ya no estaba. Leon sentado en un tronco le cuenta que había trabajado treinta y dos años y que las historias del gorrión y el palito eran para él fruslerías, que lo importante era la fiesta, que en la fiesta iba a bergar con el berg. De aquí en adelante Leon utiliza la raíz berg, a la que conjuga y declina de varias maneras diferentes, para referirse especialmente a los órganos y a las funciones sexuales.
El protagonista quiere escaparse pero no lo deja, le cuenta que la esposa no sabe que el juega en la mesa con el berg, que berguea con el bemberg. Le ruega que se quede, que le va a decir algo que le interesa pues lo veía como un buen bembergador, que lo había admitido en su casa porque estaba bembergando con el berg a su hija Lena, a escondidas, que sabía que le gustaría embergarse bajo sus faldas a pesar del matrimonio como el amanberg número uno, que no le dijera una palabra a nadie porque en caso contrario se vería obligado a echarlo de casa.
Acto seguido le comunica que no los había arrastrado hasta ese sitio para ver un panorama sino para celebrar un aniversario de algo que había ocurrido hacía veintisiete años; el placer más intenso que había tenido en su vida, el placer que le había dado una sirvienta. Que en su vida un tanto mediocre había paladeado pocos bocadillos, que estaba muy vigilado, pero que había aprendido que una mano puede excitar a la otra, para qué buscar entonces otra si uno tiene dos, que si uno se las ingenia puede encontrar un mundo ilimitado de diversiones en el propio cuerpo. Esa noche harían la peregrinación, con devoción, la devoción es necesaria porque sin ella no existiría el placer; le pidió que lo dejara solo para purificarse y prepararse para el ceremonial del placer, para el festejo del Gran Espasmo con aquella sirvienta.
Pensaba que en las montañas se iba a liberar de todas las asociaciones y combinaciones que lo torturaban allá abajo, en la posada, pero cae en otra trampa. Cuando lo deja a Leon se pone a decidir si pasa entre una piedra y un hormiguero o entre el hormiguero y una raíz, y se queda inmóvil con la misma inmovilidad del sistema gorrión-palito-gato. Doña Bolita se queja del descaro de Lula que se tira lances con Tolo, y de Lulo que la consiente, sin darse cuenta que lo que hacen los Lulos es todo contra la Tola. Durante el paseo Lena emanaba tal seducción que el protagonista prefirió no mirarla. Mientras comían Fuks se agachó para recoger una caja de fósforos que se le había caído debajo de la mesa y vio como Tola restregaba su pierna contra la de Lulo, por eso los Lulos se vengaban de ella. El estudiante tenía miedo de que las manos se le empezaran a mover otra vez otra vez y lo volvieran a oprimir como con el gato. Estaba seguro de que si en la casa de Leon no se hubieran aburrido tanto no hubiera pasado nada, el tedio tiene poderes más terribles que el miedo.
Ludwik no estaba con ellos. El protagonista pensaba cómo podía hacer para definir una historia que acumulaba y disociaba constantemente sus elementos. El sacerdote y la Tola habían tomado demasiado y vomitaban fuera de la casa, pero esas bocas no sabían nada de las bocas que el joven llevaba ocultas. Caminaba por un sendero y de repente vio entre los árboles a un hombre colgado, la última réplica, el último eco que le llegaba del mundo de la posada. Era Ludwik colgado con su propio cinturón, un cadáver absurdo que se convertía en un cadáver lógico por la formación del sistema gorrión-palito-gato-Luwik colgados. Decidió no informar a nadie, que las cosas siguieran su curso, se alejaba pero lo asaltaron las bocas de Katasia, de Lena, del sacerdote, de Tola y la de sí mismo pues se le había empezado a mover, entonces, su mirada se dirigió a la boca del cadáver, tenía que provocar al cadáver. No le podía encontrar razón a la muerte de Ludwik, quizás se había ahorcado porque Lena se acostaba con el padre, no podía saber nada y empezó a tener miedo. Sin saber bien lo que hacía levantó la mano y le metió un dedo en la boca al cadáver que después sacó y limpió con el pañuelo.
Caminaba hacia la casa, la bocas se habían unido a los colgantes, por fin había logrado esa unión, en ese momento tuvo la satisfacción del deber cumplido. Ahora resultaba necesario colgar también a Lena porque él se había convertido en el representante del colgamiento, y cada uno quiere ser quien es. En la colina de enfrente marchaban bajo la dirección de Leon, iluminados por las luces de las linternas se daban ánimo con canciones y bromas; Lena estaba entre ellos. No le iba a ser difícil llevarla aparte, eran ya dos enamorados, si deseaba matarla es que ella también lo amaba, podía ahorcarla y después colgarla. La colgaría como había colgado al gato, podía también no colgarla, pero, ¿cómo se puede desilusionar a alguien de esa manera?
El protagonista estaba a unos cuantos pasos del sacerdote, le dio un fuerte empujón que lo hizo trastabillar, se le movían las manos como se le habían movido con el gato; le abrió la boca y le metió un dedo que después sacó y limpió con el pañuelo, tenía la sensación de haberlo traído al mundo real. Mientras tanto Leon se excitaba recordando a aquella mujerzuela, jadeaba, celebraba su propia inmundicia. Pero nadie se iba, gimió lujuriosamente y finalmente exclamó: ¡Berg!, bembergado con el berg. Los había llevado a la montaña para masturbarse.
De repente la lluvia, un diluvio: "En conclusión: escalofríos, reumas, fiebres, Lena enfermó de anginas, fue necesario llevar un taxi de Zakopane, enfermedades, médicos, en fin, todo cambió y yo volví a Varsovia, mis padres, el conflicto permanente con mi padre, y otras historias, problemas, dificultades, complicaciones. Hoy en el almuerzo comimos pollo relleno"

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