Escribir sobre la totalidad de la obra artística de Gombrowicz no es una tarea fácil, es una empresa más grande que la que emprendí cuando me puse a garabatear sobre sus diarios en "Gombrowicz, este hombre me causa problemas", y sobre su epistolario con los argentinos y la relación personal que tuvo con nosotros en "Gombrowicz, y todo lo demás". Trasponer las ideas y el idioma literario de sus obras artísticas a otro lenguaje sin malograr la inspiración original es un propósito difícil de alcanzar. En este libro hago reflexiones sobre la creación y la persona de un escritor acerca del cual vale la pena poner la atención siguiendo las historias que se relatan en los trece cuentos, las tres piezas de teatro, las cuatro novelas y el diario. Gombrowicz nunca reconoció como sus obras a "Historia" y a "Los hechizados" así que no forman parte de este elenco. La curiosidad que tienen las personas cultas por saber cuáles han sido las lecturas de los hombres de letras eminentes es análoga al deseo de conocer sus antecedentes familiares, es una necesidad que se manifiesta en todos los campos del conocimiento humano, la necesidad de clasificar y de darle una estructura lo más simple posible al desorden. Pero ni de sus antecedentes familiares ni de sus lecturas podemos deducir la naturaleza de Gombrowicz. El arte es siempre algo más que los comentarios que se hacen sobre las obras y la vida del autor, la obra de Gombrowicz se encuentra en otra parte, es algo más que una visión del mundo y del hombre, su creación es más bien un juego sin ninguna intención precisa, sin plan ni objeto. Esta ausencia me impulsó a escribir un resumen de toda su obra, cuento por cuento, pieza de teatro por pieza de teatro, novela por novela y, finalmente, sobre los diarios. Tuve que transponer la barrera del idioma polaco que yo no conozco y del leguaje de Gombrowicz. En este resumen se asoma un hombre inexplicable, como todos los hombres lo somos, que nos cautiva con la lógica perversa de una existencia deformada en un lecho de Procusto que maltrecha y degradada busca en la noche un camino hacia lo humano. "¿Cuántas páginas he escrito a lo largo de mi vida? Unas tres mil. ¿Con qué resultado, si nos referimos a mí personalmente? He abordado estas conversaciones con la intención de ligar mi literatura a mi vida (...)" En verdad el problema más grande que tuve cuando emprendí este trabajo fue el de meter las tres mil páginas que había escrito Gombrowicz en ciento catorce, y es lo que hice en LOS CUENTOS, EL TEATRO, LAS NOVELAS, EL DIARIO y LA FILOSOFIA.
Ferdydurke es la única obra
en la que Gombrowicz introduce cuerpos extraños, dos cuentos ajenos
a la narración y una explicación más o menos extensa de sus ideas sobre
la forma. La novela relata los sinsabores de un joven que ronda los
treinta años y es sometido a las ordalías de tres colapsos: el de la
escuela, el del amor y el de la familia, pero el clima de la narración
es siempre jovial, sarcástico y de un humor penetrante. Es también la
obra de Gombrowicz en la que aparece con más claridad su pertenencia
a los dos mundos, el del rango social y el de la intelligentsia, mientras
a la inmadurez le encarga el trabajo más difícil, mantener la frescura
del relato sin que se vuelva infantil, y actuar como mensajera entre
los dos mundos.
FERDYDURKE
La novela comienza cuando el protagonista
treintiañero es raptado de su casa en una forma infantil por un
profesor que lo lleva a una escuela de adolescentes, a pesar de
los lamentos de la criada que no lo puede impedir porque el profesor
la pellizca en las nalgas y la criada pellizcada tiene que mostrar
los dientes y estallar en una risa pellizcada. En el medio de la
narración el protagonista tiene unas aventuras en la escuela que
culminan con un duelo de muecas entre dos adolescentes líderes de
dos agrupaciones que expresan su antagonismo con intentos de violación
por los oídos mediante la utilización de palabras sublimes y obscenas,
que caen en la vulgaridad y el anacronismo, y que no pueden darle
el triunfo a sus ideas. Cuando Pepe le propone
la huida, Polilla empieza a soñar con el peón, la fraternización
con el peón es su ideal bajo. Pero de repente un rugido sarcástico
estalló a dos pasos de ellos. Sifón y Conejo, con algunos otros,
se agarraban sus barrigas inocentes carcajeando y rugiendo: –¡Te
felicito, Polilla, te felicito! ¡Por fin sabemos qué se oculta en
ti! ¡Sueñas con el peón! ¡Finges ser un muchachón brutal, pero en
el fondo eres nada más que un sentimental soñador peonal! Polilla
se daba cuenta que la balanza se estaba inclinando peligrosamente
a favor de Sifón, entonces se le ocurre desafiarlo a un duelo de
muecas. Eligen la hora, el lugar y las árbitros. En el momento que
lo están designando a Pepe como superárbrito, suena el timbre, se
abre la puerta y un hombrecito barbudo entra a la clase y se sienta
sobre la tarima... Pasa una hora, termina la clase y los alumnos
profieren un rugido salvaje. El viejito pestañeó y salió.
"Había en mí algo oscuro
que por nada del mundo aceptaba abrirse a la luz del día. Además,
era totalmente incapaz de amar. El amor me fue negado de una vez
y para siempre, desde el principio; ahora bien, ¿fue porque no supe
encontrarle una forma y expresión propias, o bien porque no lo había
en mí? Lo ignoro. ¿No existía, o más bien lo ahogué? Quizá fue mi
madre quien mató el amor en mí"
De repente un chillido, era Polilla
que atacaba a la sirvienta, se había encontrado a solas con
ella y quería violarla. La belleza de Zutka lo hacía sufrir,
al extremo de llegar a soñar con su destrucción física. Se empezó
a preparar para atacar la hermosura de la moderna adolescente. Al día siguiente en la cena: –Zuta, ¿quién es ese muchacho que te acompañó a casa?; –No sé, se me pegó en la calle; –¿A lo mejor tienes una cita con él? ¿A lo mejor quieres pasar el week-end con él y quedarte toda la noche? Quédate entonces; –Como no, mamá. El ingeniero se tomó el atrevimiento de continuar con las insinuaciones de la Juventona: –¡Claro está que no hay nada de malo en eso! Zuta, si deseas tener un hijo natural, ¡sírvete nomás! El culto a la virginidad se acabó, es una idea anacrónica propia de estancieros. Pepe se empezó a imaginar el parto, la nodriza y también una criatura que, con su calor infantil y con su leche, iba a aniquilar muy pronto la hermosura de la muchacha, transformándola en una madre pesada y tibia. Se inclinó de un modo miserable hacia la colegiala y dijo: Mamita. Y de golpe y porrazo el Juventón se mandó una risotada, algo se le debió asociar con el cabaret o, quizás, con el desván del género humano. Las gafas se le cayeron de la nariz: –¡Víctor! Pepe echó más leña al fuego: –Mamita, mamita; –Perdón, el ingeniero seguía risoteando, perdón. La muchacha había sido alcanzada: –Me extraña, Víctor, los comentarios de nuestro viejito no son nada jocosos; –Mamita, mamita; –¡Hágame el favor de no meterse en la conversación! Pepe, para consolidarse en su miseria, empezó a chapotear en la compota, le metía todo lo que tenía a mano y la revolvía con el dedo; –¿Qué hace?... ¿Por qué el caballero ensucia la compota?; –Yo lo hago así nomás... me da igual. El ingeniero otra vez chilló con una risa de cabaret: –¡Es una pose! ¡No comas, Zuta, no permito! ¡Víctor, impídeselo! La colegiala se levantó y se fue, la Juventona salió tras ella. Huían, el risoteo subterráneo del Juventón le había devuelto a Pepe la capacidad de resistencia, tenía que aniquilar el modernismo de la colegiala, rellenándola con elementos extraños como había hecho con la compota. Sin embargo, el éxito que había tenido en la cena era dudoso, era más bien un triunfo sobre los padres, la muchacha había salido sin un daño serio. Pepe se había quedado solo en la casa, tenía que entrar al cuarto de la colegiala para afearla. Lo único que le llamó la atención fue un clavel metido dentro de una zapatilla de tenis. Agudizaba su amor por el deporte con el amor. Asociando el sudor deportivo con la flor despertaba una atracción hacia su sudor. Tenía que neutralizar el hechizo de la flor. Atrapó una mosca, le arrancó las patas y las alas, hizo una bolita sufriente, pavorosa y metafísica, y la puso dentro de la zapatilla. La mosca sufriente descalificaba todo lo que estaba dentro del cuarto de la colegiala. Revisó los cajones, enseguida encontró la correspondencia amorosa de la colegiala. Había cartas amorosas de los escolares, de los universitarios, pero ninguna mencionaba los muslos, se referían a otras cosas. Los políticos se agregaban a la lista de los que ocultaban los muslos, también los poetas. Después de meditar un rato Pepe logró traducir a un idioma comprensible el contenido de uno de los poemas: Los horizontes estallan como botellas/ La mancha verde crece hacia el cielo/ Me traslado de nuevo a la sombra de los pinos/ desde allí/ Tomo el último trago insaciable/ De mi primavera cotidiana. En la versión de Pepe el poema quedaba así: Los muslos, los muslos, los muslos/ Los muslos, los muslos, los muslos, los muslos/ El muslo/ Los muslos, los muslos, los muslos Pero también los jueces, abogados y procuradores, farmacéuticos, comerciantes, estancieros, médicos le escribían cartitas. La madurez les resultaba pesada y a escondidas de sus esposas y de sus hijos le mandaban largas epístolas a la moderna colegiala de segundo año, pero tampoco en ellas se podían encontrar muslos. "¡Oh, el pandemonium de la colegiala moderna! ¡Qué contenidos encerraba aquel cajón! Sólo entonces me enteré de cuán terribles misterios son dueñas las contemporáneas colegialas y qué pasaría si alguna quisiera traicionar lo que se le ha confiado. Pero esos misterios se hunden en las jóvenes como una piedra en el agua, son demasiado lindas, demasiado hermosas como para poder contarlos... y aquellas que no están enmudecidas por la belleza no reciben tales cartas... Hay algo ultraconmovedor en eso de que sólo las personas sujetas a la disciplina de la hermosura tienen acceso a ciertos vergonzosos contenidos psíquicos de la humanidad" ¿Alcanzaría la mosca metafísica para afearla? Tenía que atacar a la colegiala en todos los frentes para derrumbar su modernidad. Reflexiona un poco y decide mandar dos cartas apócrifas haciéndose pasar por la colegiala. Con esta argucia prepara una trampa para que un colegial y Pimko se encuentren a la medianoche en el dormitorio de la muchacha, ninguno de los tres lo sabe. Pero antes que llegue la medianoche decide volver a espiar. Quiere sorprenderla en el baño, listo para el salto psicológico bestializado, verla saliendo del sueño, tibia y descuidada, para aniquilar en él su hermosura. La muchacha salta a la bañadera, abre la ducha fría, empieza a sacudirse la mechas y su cuerpo proporcionado tirita y temblequea bajo el agua. Se echa agua fría para recuperar su belleza diurna. Cuando cierra el grifo y se queda desnuda, mojada y jadeante, es como si hubiera empezado a existir de nuevo. No debía espiar más, esto podría perderlo. La única obra en la que Gombrowicz hace un relato del amor conyugal con detalles de alcoba es "Ferdydurke". El protagonista se propone descubrir el talón de Aquiles de los Juventones y decide espiarlos. "Agucé los sentidos. ¡Bestializado espiritualmente, era como un salvaje animal civilizado en el Kulturkampf! Cantó el gallo. Primero apareció Juventona en una robe de chambre a medio peinar" Entró al closet-water y salió de allí más orgullosa que al entrar. De este templo sacaban su poder las modernas esposas de los ingenieros y los abogados. Salían de ese lugar más perfectas y culturales, llevando en alto la bandera del progreso, de ahí provenían la inteligencia y la naturalidad con las que la Juventona atormentaba al protagonista. Enseguida apareció el Juventón trotando en pijama, carraspeando y escupiendo ruidosamente. Al ver la puerta del closet-water risoteó y entró jugueteando. Salió desmoralizado, con una cara lujuriosa y vil, parecía un tonto. A Pepe le extrañó que mientras el clost-water ejercía una influencia constructiva sobre la esposa, sobre el esposo actuaba destructivamente. Mientras tanto la doctora se había bañado, se secaba y hacía ejercicios. . Hizo doce cuclillas hasta que los senos sonaron, al protagonista le empezaron a bailar las piernas en un bailoteo infernal y cultural. La intranquilidad de los perseguidos aumentaba porque se sentían mirados. La doctora trataba de organizar a ciegas una defensa y toda la tarde se dedicó a la lectura de Russell, mientras al esposo se le dio por leer a Wells. No conseguían ubicar su desasosiego, no podían permanecer sentados pero tampoco podían permanecer de pie, el Juventón buscaba la complicidad de Pepe guiñándole un ojo. Se acercaba la noche y con ella la hora decisiva. Los Juventones entraron al dormitorio y el protagonista corrió para escuchar detrás de la puerta y mirar por el ojo de la cerradura. El ingeniero en calzoncillos y sumamente risueño le contaba a la doctora anécdotas del cabaret: –¡Basta, cállate!; –Espera, chinita, enseguida terminaré; –No soy ninguna chinita, me llamo Juana, sácate los calzoncillos o ponte los pantalones; –¡Calzoncillitos!; –¡Cállate!; –Enciende la luz, vieja; –No soy ninguna vieja. Juana se preguntaba qué les estaría pasando, le pedía al esposo que volviera en sí, que juntos iban hacia los tiempos nuevos como luchadores y constructores del mañana: –Así es, una gorda, gorda langosta conmigo se acuesta. A pesar de su gordura es muy soñadura. Pero a él no se le antoja porque ya es muy floja. La doctora lo convoca a que piense en la abolición de la pena de muerte, en la época, en la cultura, en el progreso: –Victorcito trotando pega brincos; –¡Víctor! ¿Qué dices? ¿Qué te picó? ¡Hay algo malo! ¡Algo fatal en el aire! La traición; –La traicioncita; –¡Víctor! ¡No uses diminutivos!; –La traicionzuelita. Empezaron a manotearse, uno prendía y otro apagaba la luz, la Juventona jadeaba y el ingeniero jadeaba y chillaba de risa: –¡Espera que te dé una palmadita en el cuellito!; –¡Jamás, suelta o morderé! Víctor echó de sí todos los diminutivos amorosos de alcoba. El infernal diminutivo que tan decisivamente había pesado en el destino del protagonista ahora le hacía sentir sus garras a los Juventones. El paso de Pepe para descalabrar a la modernidad estaba dado, había preparado todo para el derrumbe final. Promediando el relato el profesor había llevado al protagonista a la casa de los juventones arrojándolo en los brazos de la colegiala para que se enamore de ella y retenerlo así en su inmadurez. Las aventuras con la colegiala, los juventones y el profesor desembocan en el derrumbe del amor por la colegiala, el otro ideal bajo y mitológico, y en la descomposición de las máscaras maduras de los adultos en una de las escenas más logradas de la novela cuando el profesor sale a la medianoche de un armario del dormitorio de la colegiala mientras les explica a los juventones que había entrado a la casa de apuro para evacuar en el jardín. Las cosas ocurren más o menos así. El protagonista, con el propósito de derrumbar a la modernidad, manda dos cartas apócrifas haciéndose pasar por la colegiala. Con esta argucia arma un encuentro de medianoche para el colegial y el profesor en el dormitorio de la colegiala, pero ninguno de los tres lo sabe. Llega el colegial y enseguida cae en la cama abrazándose con la colegiala preparándose para lograr con su ayuda la culminación de sus encantos. Pero justo en ese momento golpean la ventana, es el profesor que interrumpe de esta manera inesperada sus transportes amorosos. El profesor está en el jardín, y como teme que lo vean desde la calle se arrastra hasta la pieza de la colegiala. –¡Zutita! ¡Colegialita! ¡Chica! ¡Tú! ¡Eres mi camarada! ¡Soy colega! La carta que le había enviado el protagonista lo había embriagado. –¡Tú! ¡Tutéame! ¡Zutita! ¿Nadie nos verá? ¿Dónde está mamá? Qué pequeña chica, y qué insolente... sin tomar en cuenta la diferencia de edad, de posición social... Y aquí el protagonista, que está detrás de la puerta, da el primer golpe maestro: –¡Ladrones! ¡Ladrones! El profesor giró varias veces como tirado por un cordel y logró alcanzar un armario. El colegial quiso saltar por la ventana pero, como no tuvo tiempo, se escondió en otro armario. Entran los juventones y Pepe sigue echando leña al fuego: –¡Alguien entró por la ventana! La juventona sospecha de una nueva intriga pero Pepe levanta del suelo los tiradores del colegial: –¿Intriga? Cuando la colegiala grita que los tiradores son de ella Pepe abre de un puntapié uno de los armarios, aparece la parte inferior del cuerpo de Kopeida. –Ah, Zutka. Los juventones se ríen, estaban satisfechos, un muchacho rubio y su hija, los miraban con los ojos felices de la modernidad. La joventona se propone hacerle morder el polvo de la derrota a Pepe: –¿Por qué está aquí el caballero? ¡Al caballero esto no le importa! El protagonista abre en silencio la puerta del otro armario y aparece Pimko oculto tras los vestidos. La situación se volvió desconcertante, el profesor carraspeaba con una risita implorante: –La señorita Zutka me escribió que le enseñara al poeta Norwid, pero me tuteó, yo también quería con tú... Las oscuras y turbias aclaraciones del profesor empujaron al ingeniero juventón a la formalidad: –¿Qué hace usted aquí a esta hora?; –Le ruego que no levante la voz; –¿Qué, usted se permite hacerme observaciones en mi casa? Un semblante barbudo miraba por la ventana con una ramita verde en la boca, Pepe le había pagado al mendigo para que lo hiciera. La juventona estaba perdiendo los estribos: –¿Qué quiere aquel hombre?; –Una ayudita por favor; –¡Dadle algo! ¡Que se vaya! Cuando los juventones y el profesor empiezan a buscar monedas, el colegial se dirige a la puerta, Pimko percibe la maniobra y se va tras él. El ingeniero juventón se echa sobre ellos como el gato sobre el ratón: –¡Permiso! ¡No se irán tan fácilmente! La doctora juventona en un terrible estado de nervios le grita al marido que no haga escenas. –¡Perdón! ¡creo que soy el padre! Yo pregunto, ¿cómo y con qué fin ustedes entraron al dormitorio de mi hija? ¿Qué significa esto? La colegiala empieza a llorar y la juventona se apiada de su hija: –Vosotros la depravasteis, no llores, no llores, niña. –¡Le felicito, profesor! ¡Usted responderá por esto! Así que la depravaban, a Pepe le pareció que la situación se volvía a favor de la muchacha: –¡Policía! ¡Hay que llamar a la policía!; –Créanme, créanme ustedes, están equivocados, me acusan injustamente. Pepe maniobra para terminar de hundirlo: –¡Sí!, soy testigo, vi por la ventana al profesor cuando entraba al jardín para evacuar. La señorita Zutka miró por la ventana y el profesor tuvo que saludarla, conversando con ella entró a la casa por un momento. Pimko cobardemente se asió a esta explicación. –Sí, justamente, sí, estaba apurado y entré al jardín, olvidándome que ustedes vivían aquí, así que tuve que simular que estaba de visita. El ingeniero juventón enfurecido saltó sobre el profesor y en forma arrogante le pegó una bofetada. Pepe fue a buscar el saco y los zapatos a su pieza, y comenzó a vestirse poco a poco, sin perder de vista la situación. El abofeteado en el fondo de su alma aceptó con agradecimiento la bofetada que lo ubicaba de algún modo: –Me pagará por esto. Saludó al ingeniero con evidente alivio, y el ingeniero lo saludó a él. Aprovechándose del saludo se dirigió rápidamente a la puerta, seguido por el colegial que se adhirió a los saludos. –¿Qué?, así que aquí se trata de enviar los padrinos de un duelo, y este atorrante se va como si no ocurriera nada. Se abalanzó con la mano tendida, pero en vez de darle una cachetada lo agarró por el mentón. Kopeida se enfureció, se inclinó y lo agarró por la rodilla. El juventón se derrumbó, entonces el colegial lo empezó a morder con fuerza en el costado izquierdo como si estuviera loco. La doctora se lanzó en socorro del marido, atrapó una pierna de Kopeida y empezó a tirar con todas sus fuerzas lo que provocó un desmoronamiento aún más completo. Pimko, que estaba a un paso del montón, de improviso, por su propia voluntad se acostó en un rincón de la habitación sobre la espalda y levantó las extremidades en un gesto completamente indefenso. La colegiala saltó debajo de la frazada y brincaba alrededor de los padres que se revolcaban junto a Kopeida. –¡Mamita! ¡Papito! El ingeniero, enloquecido por el montón hormigueante y buscando un punto de apoyo para sus manos, le agarró el pie por encima del tobillo. Se revolcaban los cuatro, calladamente, como en una iglesia, pues la vergüenza, a pesar de todo, los presionaba. En cierto momento la madre mordía a la hija, el colegial tiraba de la doctora, el ingeniero empujaba al colegial, después de lo cual se deslizó por un segundo el muslo de la joven sobre la cabeza de la madre. Al mismo tiempo el profesor que estaba en el rincón comenzó a manifestar una inclinación cada vez más fuerte hacia el montón. No podía levantarse, no tenía ninguna razón para levantarse, y quedarse acostado sobre la espalda tampoco podía. Cuando la familia que se revolcaba junto a Kopeida llegó a sus cercanías, agarró al juventón no lejos del hígado, y el remolino lo arrastró. Pepe terminó de colocar sus cosas en la valija y se puso el sombrero. Lo aburrían. Se estaba despidiendo de lo moderno, de los juventones, de los colegiales y del profesor, aunque no era dable despedirse de algo que ya no existe. "Había ocurrido en verdad que Pimko, el maestro clásico, me hizo un cuculiquillo, que fui alumno en la escuela, moderno con la moderna, que fui bailarín en el dormitorio, despojador de alas de moscas, espía en el baño (...) Que anduve con cuculeito, facha, muslo (...) No, todo desapareció, ahora ya ni joven, ni viejo, ni moderno, ni anticuado, ni alumno, ni muchacho, ni maduro, ni inmaduro, era nadie, era nulo (...) Pero nada más que por un milésimo de segundo. Porque, cuando pasaba por la cocina palpando la oscuridad, me llamaron en voz baja desde la alcoba de la doméstica: –Pepe, Pepe. Era Polilla quien, sentado sobre la sirvienta que jadeaba pesadamente, se ponía apresuradamente los zapatos" "De todos los ambientes, estilos y espíritus moribundos el que agonizaba con más suntuosidad era el de los terratenientes, el espíritu de la nobleza. Fue un espíritu imponente, formado por la tradición, pulido por la literatura, representante de casi todas las facetas de lo polaco y que, en la víspera, aún gobernaba en el país. ¡Qué espectáculo daban los hidalgüelos bonachones y afables, corpulentos y cerrados de mollera, cuando todo empezó a fundírsele entre las manos y tuvieron que enfrentarse con la modernidad armados nada más con un puñado de perogrulladas prestadas de Sienkiewicz! Un exquisito bocado para un joven sádico... me dediqué enseguida a practicar la provocación en diversas mansiones grandes y pequeñas de las regiones de Sandomierz y Radom" Las discusiones que Gombrowicz mantenía con su madre lo iniciaron en las burlas a unos principios morales y a un estilo demasiado rígidos. Marcelina Antonina participaba de la vida social, durante un tiempo presidió la Asociación de Mujeres Terratenientes, una institución terriblemente devota que se caracterizaba por una incurable grandilocuencia de estilo. Gombrowicz experimentaba un salvaje placer haciendo caer esos altos vuelos del cielo a la tierra, más aún, le gustaba escuchar detrás de la puerta el contenido de esas sesiones para obtener material satírico. La nobleza terrateniente vivía una vida fácil y no conocía la lucha esencial por la existencia y sus valores. Jan Onufry, su padre, sólo muy de vez en cuando se daba cuenta de lo anormal de su situación social, para él un lacayo era algo absolutamente natural, se comportaba como un señor, relajadamente, con gran desenvoltura. Su madre también aceptaba su posición social como algo completamente lógico, pertenecía a una generación que no había experimentado lo que Hegel llama mala conciencia. Pero la generación joven empezó a sentir el peso de este problema. Estas reflexiones preliminares nos llevan de la mano a "La fachalfarra o el nuevo atrapamiento". "Ferdydurke" termina cuando la fraternización con el peón del amigo del protagonista va descomponiendo poco a poco las formas del señorío a pesar de los esfuerzos que hace el tío por encontrarle alguna analogía a esa aparente perversión sexual con la conducta del príncipe Severino a quien también le gustaba de vez en cuando. Después de que el peón rompe la bisagra mística con un soberbio cachetazo que le da al señor en medio de la facha, la servidumbre y el pueblo asaltan la casa señorial mientras el protagonista intenta raptar a su prima de un modo maduro y noble. El deseo de Polilla de entrar en contacto con un peón de la casa de campo de los tíos del protagonista empieza a descomponer el estilo de los terratenientes. El tono altanero y aristocrático del tío tenía sus raíces en un fondo plebeyo, y era de la plebe de donde obtenía sus jugos. Vivían un sistema según el cual la mano del amo quedaba al nivel del rostro del criado, y el pie del señor llegaba hasta el medio del cuerpo del campesino. Se trataba de un ley eterna, un canon, un orden. Después de que Pepe le da un sopapo en la cara a Quique y el peón le da otro a Polilla a su pedido, se empiezan a producir acontecimientos irregulares que provocan la confusión de los roles. Pepe descubre que el misterio del caserón campestre de la nobleza rural es la servidumbre. El comportamiento de los tíos quería distinguirse de la servidumbre, estaba concebido contra la servidumbre para conservar el hábito señorial. El orgulloso señorío racial del tío crecía directamente del subsuelo plebeyo. Sólo a través de la servidumbre se puede comprender la médula misma de la nobleza rural. El hecho perverso de que el sirvientito pegara con su mano en la cara de Polilla, un huesped de señores y un señor, tenía que provocar consecuencias también perversas. La tía estaba conmovida en su interior por una ola que le venía de las profundidades: –El mayordomo me dijo que, según parece, ese compañero tuyo se comunicaba ayer con el servicio. Me imagino que no será un agitador. El primo Alfredo piensa que no es nada más que un teórico: –¡No te preocupes mamá, un teórico no sabe nada de la vida! Llegó a la campaña con teorías, es un demócrata urbano; –¡Alfredo, él no es un teórico, es un práctico! Dice el mayordomo que le daba la mano a Quique, nuestro peón. El tío Eduardo después del almuerzo tomó del brazo a Pepe y lo llevó al fumoir: –Tu amigo, pede... pede... ejem... ¡Persigue a Quique! ¿Has visto? Bueno, ojalá las damas no se enteren. ¡Al príncipe Severino también le gustaba de vez en cuando!; –No es lo que piensas tío, él sólo fra... terniza con él, así no más; –¿A lo mejor quieres decir que agita a la servidumbre? ¿El bolchevismo, eh?; –No, fra... terniza como muchacho con muchacho. La tía les ofreció bombones: –No te irrites Eduardo, él seguramente fraterniza en Cristo, fraterniza en el amor al prójimo; –¡No!, el fraterniza desnudo, sin nada. El tío encendió un cigarrillo, cruzó las piernas y se mesó el bigotito: –Así que, sin embargo, es un pervertido; –No, de ningún modo, Fra... terniza sin nada, sin perversión tampoco. Fraterniza como muchachón; –¿Con Quique y en mi casa? ¿Con mi criado? ¡Yo le mostraré al muchachón! El mayordomo comenta que Quique se había tomado confianza con el joven señorito y ahora la servidumbre chismea de los señores y contra los señores, sin ningún respeto. Los tíos sabían sin duda lo que se decía de ellos en la antecocina, y cómo los veían los ojos airados de esos patanes; lo sabían pero no permitían que esa idea se desarrollara, sino que por orgullo la inhibían, la rechazaban hacia los oscuros sótanos del cerebro. Eduardo temblaba por dentro, pero redobló su amabilidad con Polilla: –Veo que la compañía de Quique le complace a usted: –Me complace; –Parece que usted fra... terniza con Quique; –Fra... ternizo; –Quique será despedido. Lo lamento, pero no tolero a un criado desmoralizado. Polilla se puso furioso y empezó a hablar con Pepe con el leguaje del peón: –¡Dejate de eso, ese no es tu lenguaje! ¿Cómo hablas? ¿Cómo me hablas así?; –Mío, mío... ¡No daré! ¡Mío! ¡Déjelo! ¡Quieren echar a Quique! ¡No permitiré! ¡Mío! Alfredo le comunica a Pepe que se deben ir de la casa al día siguiente, que iba a abofetear a Polilla porque había ofendido a la familia, quería eliminar su cara de la lista de las caras honorables y señoriales. Pero el padre no admite la idea de que Polilla sea otra cosa que un mocoso, a pesar de que durante el almuerzo lo trataba de igual a igual y le festejaba su supuesto homoerotismo brindando con vino. El señor, a quien la historia en su marcha inexorable, quitaba los bienes y el poder, se quedó, sin embargo, con su raza espiritual y corporal. Podía soportar la reforma agraria pero no una fra... ternización de personas: –Hay que darle una paliza en el culeíto. Pero la servidumbre ya se acercaba a la casa, chillaba y tiraba piedras: –¡Eh, dieron al señorito en la facha, dieron en la facha! En las mejillas de Eduardo aparecieron manchas rojas y en silencio sacó la pistola. Pero la tía echó sobre él toda la redondez de su persona, que emanaba un suave calorcito materno y envolvía como un algodón. Se volvían frívolos, el tío por orgullo y la tía por miedo, y sólo a ello se debía que todavía no hubiera disparo, que ni Alfredo disparase su mano contra la facha de Polilla, ni el tío disparase la pistola. Pepe pensaba con alivio en la despedida. –Me moriré antes de irme sin Quique mío. Polilla lloraba e imploraba en la pieza. En ese momento una colosal bofetada estalló detrás de la ventana, en el patio. Los vidrios temblaron. Delante de la casa se delineaba a la luz de la luna el tío Eduardo con la escopeta en la mano y con los ojos hundidos en la oscuridad. Otra vez echó el arma a la cara y disparó, el estampido resonó en la noche y se fue lejos por las regiones oscuras. Después de alguna confusión en medio de la noche Eduardo recuperó su normal y señorial trato con el peón, junto con toda la seguridad en sí mismo: –¡Quieres robar! Ven aquí, ven te digo. El peón estaba tan cerca que casi lo tocaba, entonces lo sopapeó y lo moqueteó. –¡Yo te enseñaré a robar! Alfredo, siguiendo el ejemplo del padre, le dio un sopapo en los dientes: –No robé; –¿No robaste? Eduardo se inclinó en la silla y le aplicó una azotaina en el hocico, y Alfredo también le dio. Terminaron por fin. Se sentaron. El peón tomaba aire, la sangre le corría por la oreja, tenía la facha y la cabeza golpeadas hasta lo último. El padre y el hijo lo hacen servir, lo hacen obedecer órdenes y lo humillan a fondo, estaban amaestrando a un peón campestre para convertirlo en criado. Apareció Polilla en la puerta: –¡Lárgalo! ¡Lárgalo! Detrás de las ventanas había una muchedumbre de peones, de lugareños y aldeanos, atraídos por el bochinche todos miraban. –¡Mocoso! ¡En el culeíto te daré, mocoso!, y junto con Alfredo se arrojó sobre él. Polilla empezó a chillar lleno de furia y saltó detrás del peón. Quique, como si hubiera recuperado el atrevimiento frente a los señores por efecto de la fra... ternización con Polilla, le dio en la facha a Eduardo: –¡Qué quieres! Se había roto la bisagra mística, la mano del servidor cayó sobre el semblante del señor. Eduardo estaba desprevenido y se desplomó. La inmadurez se derramó por todas partes. Cedieron las ventanas, el pueblo se impuso y empezó a penetrar lentamente, la oscuridad se pobló con partes de cuerpo campesinales. El pueblo, animado por la excepcional inmadurez de la escena, perdió el respeto y también deseó la fra... ternización. "Oí todavía el chillar de Alfredo y el chillar del tío, parecía que los tomaban de algún modo entre sí y empezaban con ellos lerda e indolentemente, pero ya no veía por la oscuridad... Salté detrás de la cortina. ¡La tía! ¡La tía! Recordé a la tía. Corrí descalzo al fumoir, atrapé a la tía que, sobre el canapé, trataba de no existir y ¡a tirarla, a empujarla en el montón! para que se mezclara con el montón. –Niño, niño, ¿qué haces? –suplicaba y pataleaba y me convidaba con bombones, pero yo justamente como niño tiro y tiro, tiro al montón a la tía, ya la tienen, ya la agarran. ¡Ya la tía en el montón! ¡Ya en el montón!" Los modelos femeninos de Gombrowicz fueron Marcelina Antonina, Rena, las criadas y las primas. La madre y la hermana eran dos bellas mujeres de aspecto virtuoso a cuya hermosura Gombrowicz nunca se refiere. Las primas que frecuentaban la casa se caracterizaban más por sus virtudes que por su coquetería, se dedicaban a actividades filantrópicas y no se mostraban dispuestas al flirteo, razón por la que Janusz y Jerzy, sus hermanos mayores, se sentían perjudicados. Su actitud hacia esas primas y hacia los principios que ellas practicaban era hostil y maligna. De las criadas Gombrowicz se ocupa en "La escalera de servicio" y de las primas en "Ferdydurke". Isabel es la prima con la que Pepe huye mientras los padres de la joven se revuelcan en la casona señorial tomada por la plebe: –¿Qué sucedió? ¿Los gañanes asaltaron a papá y mamá? Pepe la mira con una mezcla de preocupación y miedo: –Huyamos. Corrían por un sendero entre los campos, hasta que les faltó el aliento. El resto de la noche lo pasaron a orillas del agua escondidos entre las cañas, temblando de frío y castañeteando. Pepe no sabía qué hacer, no podía explicarle a Isabel lo que sucedía en la estancia, la vergüenza le impedía encontrar las palabras. Tenían que buscar ayuda en alguna estancia vecina, pero cómo presentar la historia. Era mejor admitir que había raptado a Isabel, que juntos habían escapado de la casa paterna. Podrían con ese pretexto alcanzar la estación, tomar el tren para Varsovia y comenzar allá una nueva existencia en secreto. Depositó un beso en sus mejillas y le pidió disculpas por haberla raptado, pero su familia nunca hubiera consentido esa unión, desde el primer momento se había encendido en él el amor por ella y había comprendido que a ella también se le había encendido el amor: –No tuve otro remedio que raptarte, Isabel. Al cabo de media hora de estas declaraciones, Isabel empezó a hacer muecas, a mirarlo y a mover los dedos, se sentía halagada. Por fin había encontrado a alguien que iba a poseerla y que, además, la había raptado. Pepe pensaba para sus adentros que en cuanto llegaran a Varsovia se libraría de Isabel y comenzaría a vivir de nuevo. Isabel subyugada por los sentimientos que le manifestaba Pepe se volvía cada vez más activa. Había estado esperando a alguien que la amara y la raptara. Destacaba y evidenciaba sus partes del cuerpo que estaban mejores, mientras ocultaba las peores. Y Pepe tenía que contemplar y fingir que le interesaba todo eso. Isabel lo miraba con una mirada clara y tranquila: –Quisiera tanto que todos fueran felices como nosotros; si todos fueran buenos, entonces serían felices. Se acurrucaba y Pepe debía acurrucarse: –Somos jóvenes, nos amamos, el mundo nos pertenece. Existiría en la tierra algo más atroz que ese calorcito femenino: –Me raptaste. Cualquiera no sería capaz de eso. Me amaste y me raptaste no preguntando por nada, me raptaste sin temer a mis padres... me gustan tus ojos atrevidos, valientes, felinos... Se acariciaban las manos, ella cada vez más acurrucada en Pepe, se le unía estrechamente, el joven ya no sabía dónde estaba: –¿Qué región es ésta?; –Ésta es mi región. Pepe quedó agarrado por la garganta, pensó que debía ser malo con Isabel para desembarazarse de ella: –¡Oh, fría como el hielo, salvadora, ven pronto tonificante maldad! ¡Oh, tercero, ven, dame la fuerza para resistir y alejarme de Isabel! Pero Isabel se acurrucó con más cariño, calor y ternura: –¿Por qué gritas y clamas? Estamos solos. Y le acercó la facha. A Pepe le faltaron las fuerzas, tuvo que besar su facha pues ella con su facha había besado la suya. Gombrowicz se desentendió –en la práctica y por escrito– de la última edición del eterno Finis Poloniae. Este lado monstruoso de Gombrowicz no deja de emparentarse con la locura fascista de Céline y la pavorosa frialdad marxista de Brecht. Para los tres ya no había países. Así piensa Manjarrez. Ésta era la crítica que también le hacía Milosz, un polaco al que Gombrowicz le tenía aprecio pero con el que polemizaba sobre asuntos fundamentales. El demonólogo de la forma le tira de las orejas a Milosz por la naturaleza de las críticas que le hace al comunismo y por contribuir a la decadencia del espíritu aristocrático en la cultura. Con respecto a la historicidad y a Polonia le dice: "No, mi querido Milosz, ninguna historia te sustituirá la conciencia, la madurez, la profundidad personal, nada te absolverá de ti mismo. Si personalmente eres importante, aunque vivas en el lugar más conservador del planeta, tu testimonio sobre la vida será importante; pero ninguna presión histórica sacará palabras importantes a la gente inmadura" Manjarrez liquida las cuentas pendientes de Gombrowicz con Polonia en forma simplificada y por esta razón saca consecuencias falsas. Gombrowicz nunca se desentendió de Polonia ni en la práctica ni por escrito aunque es cierto que la distancia que tomó frente a su patria es distinta a la que tomó Thomas Mann frente Alemania. "Ferdydurke" es la obra de los fundamentos, "Cosmos" de la grandeza, "Pornografía" del pathos, ¿y "Transatlántico"? La incongruencia entre la intuición, es decir, la realidad, y la abstracción es el origen de la risa, un pensamiento de Schopenhauer, y Gombrowicz liquida el dilema trágico que él mismo había construido en "Transatlántico" con la risa. Vamos a empezar estas indagaciones copiando la maldición que Gombrowicz le echa a Polonia al comienzo de la novela, una blasfemia que escribe en el año 1947: "¡Volved, compatriotas, marchad, marchad, marchad a vuestra nación! ¡Marchad a vuestra santísima y tal vez también maldita nación! ¡Volved a ese santo monstruo oscuro que está reventando desde hace siglos sin poder acabar de reventar! ¡Volved a ese santo engendro vuestro, maldito por la naturaleza, que no ha dejado un solo momento de nacer y que, sin embargo, continúa nonato! ¡Marchad, marchad para que él no os deje ni vivir ni reventar y os mantenga siempre entre le ser y la nada! !Marchar a esa santa babosa para que os vuelva más moluscos! ¡Volved a vuestra demente, a vuestra loca y santa y ay, tal vez maldita aberración para que con sus saltos y sus locuras os torture, os atormente, os inunde de sangre, os ensordezca con sus gritos y rugidos, os martirice con su suplicio, así como a vuestros hijos y a vuestras mujeres, hasta la muerte, hasta la agonía, y que ella misma en la agonía de su demencia os enloquezca, os perturbe!" Habían pasado diez años, en 1957 Gombrowicz escribe en uno de sus diarios comentando su "Transatlántico": "Sea como fuere, en este barco he regresado a Polonia. Se acabó el tiempo de mi exilio. He regresado, pero ya no como un bárbaro. Tiempo atrás, en la época de mi juventud, en mi país, me sentía completamente salvaje frente a Polonia, no sabía afrontarla, no tenía estilo, ni siquiera era capaz de hablar de ella; ella sólo me atormentaba. Después, en América, en América me hallé fuera de ella, separado. Hoy las cosas son distintas: regreso con unas exigencias concretas, sé qué es lo que debo pedir de la nación y sé lo que puedo darle a cambio. Me he convertido en un ciudadano" Si bien Gombrowicz fantasea más en sus novelas que en sus diarios yo creo que los dos pasajes transcriptos están en línea con algo parecido a lo que podríamos llamar la verdad. "Transatlántico" es una ajuste de cuentas que hace Gombrowicz entre el individuo y la nación, un pedido de cuentas a ese pedazo de tierra creado por las condiciones de su existencia histórica y por su situación especial en el mundo. El propósito de Gombrowicz es reforzar y enriquecer la vida del individuo haciéndola más resistente al abrumador predominio de la masa. No hay obra, sin embargo, más cerca del derrumbe que "Transatlántico". La literatura tiene paredes en las que rebota como si fuera una pelota, con el lenguaje y con el objeto, para poner dos ejemplos. De las paredes del lenguaje no puedo decir gran cosa porque no hablo polaco, pero sí puedo decir que las montañas de sufrimientos, el horror y el vacío son objetos que la literatura no debe abordar por la vía directa. Pero la guerra era el objeto de "Transatlántico" y tenía que hacerlo desaparecer, Gombrowicz sabía que sólo podía aproximarse a la guerra a través del mundo entero y de la naturaleza humana en sus aspectos más fundamentales y no de la literatura. "Esta obra nació en mí como un ‘Pan Tadeuz’ al revés. El poema de Mickiewicz, escrito también en el exilio hace más de cien años, la obra maestra de nuestra poesía nacional, supone una afirmación del espíritu polaco suscitada por la nostalgia. En "Transatlántico" quería oponerme a Mickiewicz" El fin de la guerra no supuso una liberación para los polacos, fue tan sólo la sustitución de los verdugos de Hitler por los verdugos de Stalin. Si por su situación geográfica y por su historia Polonia se veía condenada a estar eternamente desgarrada entonces había que cambiar algo en los polacos para salvar su humanidad. En la relación de los polacos con el mundo había algo malo y alterado, como artista Gombrowicz se sentía un poco responsable de esa fatídica leyenda polaca con la que había que terminar de una manera u otra. A pesar de que estaban encerrados en una maraña de quimeras y de fraseología los polacos se hallaban al mismo tiempo muy cerca de la realidad cruda, esa realidad que rompe los huesos. Gombrowicz creía en el poder purificador de la realidad, pero no de una realidad polaca, sino de una realidad más fundamental, la humana, sencillamente. Pero cuando empezó a escribir "Transatlántico" Gombrowicz no pensó demasiado en Polonia. Los elementos iniciales de la obra son recuerdos de los primeros días en Buenos Aires, había pasado el tiempo y la memoria se los traía al presente con un color prehistórico y un sabor rancio. Se le presentan algunos componentes que seguían la línea de la realidad, y entre la fantasía y los recuerdos realiza un control mediante el cual elimina el primer bosquejo; la obra se le empieza a escapar y le aparecen asociaciones estrafalarias con los polacos en la Argentina, elementos excitantes: un puto, un duelo, hasta que le queda marcada una dirección de la que ya no puede regresar, una obra fantástica. Polonia se metió de paso, como un anacronismo que retuvo los recuerdos de la esclerosis prehistórica. La idea que resulta para el lector de esta chifladura formal con alguna imprecación blasfema es que Gombrowicz se está rebelando contra la patria. El "Transatlántico" estrafalario fue convertido por los lectores en un barco corsario cargado de dinamita que puso rumbo a Polonia. Es el caso singular de una obra que transformó al autor, un niño irresponsable y jovial, en un capitán pensador y experimentado. Polonia no era el tema, eran aventuras de Gombrowicz y no de Polonia, era una sátira de su vida en Buenos Aires; en Polonia pensó más tarde. El romanticismo, el idealismo, la guerra y la leyenda polacos le asomaban la nariz debajo de cada página de "Transatlántico", así que les tuvo que cortar la cabeza con la risa. Reír resulta agradable porque nos satisface el triunfo del conocimiento intuitivo, la forma natural del conocimiento inseparable de nuestro ser animal, sobre el pensamiento abstracto. Nos agrada comprobar que el pensamiento es incapaz de comprender todas las variantes que presenta la realidad, es placentero ver perder a la razón de vez en cuando, un dominio severo, perpetuo y molesto. La risa es un súbito descubrimiento del fracaso de una instancia autoritaria que nos sojuzga. La facultad racional considerada por encima de la facultad sensible queda en entredicho cuando la intuición nos muestra una falla de la razón. La risa es el resultado del poder que tenemos de liberarnos de lo que nos oprime despojándolo de su autoridad, evidenciando sus formas ridículas y echándolo por tierra.
TRANSATLÁNTICO
PORNOGRAFÍA
En este punto Gombrowicz se
pregunta cuánto sabe Fryderyk de todo esto: de la descomposición
de la misa, de la atracción de las nucas, del llamado del
cuerpo de los jóvenes a la consumación. Henia es una colegiala
cortés, cordial y muy atractiva. Cuando Fryderyk tenía apartes
con Henia a solas Gombrowicz pensaba: se la lleva para hacer
cosas con ella o ella se va con él para que él le haga cosas.
A partir de ese momento Fryderyk se convierte en el operador
del drama mientras Gombrowicz le sigue los pasos y trata
de interpretar el significado de sus maniobras. Maniobra con los pantalones de Karol cuando le pide a ella que se los remangue, es como si les estuviera diciendo: vengan, háganlo, gozaré, lo deseo. Gombrowicz quería averiguar cuánto de ingenuos eran los jóvenes respecto de los propósitos de Fryderyk y pensaba más o menos así: Henia remangaba para que Fryderyk gozara, de modo que estaba de acuerdo con que él gozara con ella y también con Karol, ella se daba cuenta de que entre los dos podían excitar y seducir, y también Karol lo sabía porque había colaborado en aquel juego. No eran tan ingenuos, entonces, conocían su propio sabor. La situación no tenía vuelta atrás, los cuatro eran cómplices en el silencio pues el asunto era inconfesable y vergonzoso.
Después de que Karol le
levantara la falda a una vieja fregona y asquerosa haciéndole
brillar la blancura del bajo vientre y la mancha de
pelo negro, le dice a Gombrowicz que le gustaba Henia
pero que le gustaría más hacerlo con doña María, la
madre de Henia. El joven estaba actuando para los adultos
porque quería divertirse con ellos, y no con Henia,
porque los adultos, aún dentro de su fealdad, podían
llevarlo más lejos al ser menos limitados. Pero esto
no es lo que quería Gombrowicz, Karol era demasiado
joven para Dios y para las mujeres, era demasiado joven
para todo. El sueño de los dos adultos de que los jóvenes
consumaran su atracción innegable se venía abajo, era
una pareja adulta de enamorados en la frustración, desdeñada
por la otra pareja de amantes, el fuego de su excitación
no tenía nada en qué descargarse, llameaba entre ellos,
estaban asqueados el uno del otro y se juntaban en una
sensualidad irritada.
Pero Fryderyk continuaba con sus maniobras calculadas para juntarlos obligándolos a pisar una misma lombriz hasta partirla, para que causaran tormentos con sus suelas, con toda calma habían transformado en un infierno la existencia de la pobre lombriz. Un pecado común cometido para los adultos que penetraba la intimidad fundiendo a unos con otros. En la virtud los jóvenes se le presentaban cerrados, herméticos, pero en el pecado podían revolcarse con ellos. Era un sistema de espejos, Fryderyk lo miraba a Gombrowicz y Gombrowicz lo miraba a Fryderyk, hilaban sueños por cuenta del otro y de ese modo llegaban hasta la idea que ninguno de ellos se habría atrevido a dar por suya. Por su parte Henia les hacía saber que era creyente, que si ni lo fuese no se confesaría ni comulgaría, que sus principios eran los mismos que los de su futuro marido, que su futura suegra era para ella como si fuera su madre, que era un honor para ella entrar en esa familia, y que era seguro que si se casaba con Wlacaw no haría nada con otro. Un comentario que parecía severo pero que era también una confiada y seductora confesión de su debilidad, Excitaba, precisamente, por su virtud. Y también les decía que Karol no quería a nadie, que lo único que le interesaba era acostarse un poquito, que ella ya lo había hecho con un guerrillero, que sus padres lo sospechaban porque los habían sorprendido juntos, pero que no querían sospecharlo. Amelia, la madre de Waclaw, era cortés, sensible y espiritual, sencilla y de una rectitud ejemplar. En ella regía el Dios católico, desprendido de la carne, un principio metafísico, incorpóreo y majestuoso que no podía atender las majaderías que tramaban los adultos con Henia y Karol. Parecía enamorada de Fryderyk, estaba subyugada con ese ser terriblemente reconcentrado que no se dejaba engañar y distraer por nada, un ser de una seriedad extrema. En la finca de Amelia tiene lugar la segunda caída de Dios después del derrumbe de la misa en la iglesia. Un ladronzuelo de la edad de Karol entra en la casa para robar, según todo lo hace parecer la señora descubre al ladrón, toma un cuchillo y lucha con Joziek, transcurren unos minutos y llega a la mesa donde están su hijo y los invitados, se sienta y cae muerta con el cuchillo clavado mirando un crucifijo. La situación no estaba clara, nadie sabía lo que había pasado porque Amelia no pudo contar nada y Joziek decía que sólo se habían revolcado, que había sido un accidente. Fryderyk era mal psicólogo porque tenía demasiada inteligencia y por lo tanto era capaz de imaginarse a doña Amelia en cualquier situación. La sospecha que flotaba en el aire era la de que esa mujer tan espiritual y guiada por los principios de Dios había prologado demasiado la lucha con Joziek revolcándose en el suelo de puro placer y, por accidente, se le había clavado el cuchillo. Si esto era así no podían entregar a Joziek a la policía. A la casa de Hipolit llega Semian, un jefe de la resistencia que se había vuelto cobarde. Sus compañeros temen que se convierta en delator y le piden a Hipolit que lo mate. Semian actualiza el sentimiento de que todos estaban atados a la patria, todos eran instrumentos de todos los demás, y a cada cual le estaba permitido servirse del instrumento con la mayor temeridad, para la causa común. La presencia del recién llegado convirtió a Karol en un soldado, preparado a dispararse como un perro al oír la orden. Pero no era sólo él, la miseria romántica tan repelente unos instantes atrás cedió de pronto, y todos en la mesa, como si fueran una patrulla, esperaban la orden para entregarse a la lucha. Mientras tanto Fryderyk seguía maniobrando para juntar a Henia con Karol, esta vez utilizando al prometido. Le dio unos papeles en un teatro escrito por él y los hacía actuar en el parque, participaban de una escena extraña en la que los jóvenes, según desde dónde se los mirara, recitaban con ademanes poéticos o caían en el pasto para revolcarse. Lo único que atinó a decir el pobre Waclaw, que observaba la escena desde el lugar en que lo había puesto Fryderyk, es que eso de caer tan pronto y luego levantarse era raro, que así no se hacía, que le parecía que ella no se había entregado a él, y que eso le resultaba peor que si hubieran vivido juntos, que si se le hubiera entregado él podía defenderse, pero así no, porque entre ellos ocurría de otro modo, y al no habérsele entregado Henia era todavía más de Karol. Llegando al final hay un intercambio de mensajes escritos entre Gombrowicz y Fryderyk, es un intento que hacen los adultos por saber qué pasa. Fryderyk confiesa que no tiene un plan determinado, que actúa siguiendo las líneas de tensión y del apetito. El piensa que los jóvenes no se juntan porque sería demasiada plenitud para ellos, que se les acercan y flirtean porque quieren hacerlo gracias a ellos, a través de ellos y también de Waclaw, por ellos. Lo peligroso de todo esto es que siente que ha caído en manos de unos seres frívolos, unas manos apenas crecidas, y en la plenitud de su desarrollo intelectual y moral se sentía empujado con el pensamiento y la pasión a hacer lo que estaba haciendo, como un Cristo crucificado en una cruz de dieciséis años. Y llegamos al final. Los adultos no se animan a matar a Semian y le piden a Karol que lo haga con la irresponsabilidad de la juventud para quitarle gravedad a un crimen tan siniestro. Waclaw, que está preparando su propia muerte entra al cuarto de Semian y lo mata. Apaga la luz y se enmascara con un pañuelo para que no lo reconozca Karol cuando le abra la puerta. Karol no lo reconoce y lo mata creyendo que es Semian. Queda un cabo suelto, Joziek, el joven al que no se lo puede entregar a la policía porque es inocente, entonces, Fryderyk lo mata, y no se sabe si lo mata para guardar sin mancha la memoria de doña Amelia que había caído en el pecado original, o para ponerle el punto final a la no consumación de los jóvenes. Hania y Karol sonríen, "como sonríe la juventud cuando no sabe cómo salir de un apuro. Y durante unos segundos, ellos y nosotros, en nuestra catástrofe, nos miramos a los ojos". En agosto de 1963 Gombrowicz retoma "Cosmos", una obra que había interrumpido el 19 de febrero de ese año al enterarse que la Fundación Ford lo invitaba a pasar un año en Berlín. En mayo, recién llegado a Berlín, nos empieza a decir que tenía dificultades para terminarlo. En septiembre nos escribe que le faltaban aproximadamente cuarenta páginas muy difíciles y que no le aparecía claro el título, dudaba entre Cosmos, Figura y Constelación. En octubre nos confiesa que la obra lo había aburrido en tal forma que no tenía ganas de terminarla, que el final era bravísimo y que ensayaba nuevos métodos y concepciones. En diciembre nos cuenta que le faltaban tres páginas para terminar pero que no sabía como hacerlo y que a lo mejor lo dejaba sin terminar. En junio de 1964 nos dice que le faltaban diez páginas y en agosto, que lo había terminado. A Gombrowicz no le gustaba dar datos sobre su obra cuando la estaba escribiendo ni detalles sobre su vida privada, basta recordar la infinidad de versiones que nos dio acerca del origen de la palabra Ferdydurke y de las variantes incalculables que utilizó para explicarnos por qué se había bajado del barco y no había regresado a Polonia. Por esta razón es que no nos informaba qué parte de la historia no tenía resuelta cuando le faltaban cuarenta páginas, pero por esa cantidad de páginas yo calculo que todavía no había decidido hacerlo masturbar a Leon, ahorcar a Ludwik ni desencadenar el diluvio final que se parece bastante a dejar sin terminar la historia. Pero no hay que extrañarse, las cuatro novelas de Gombrowicz terminan en huidas: "Ferdydurke", con la prima; "Transatlántico", con el bumbam; "Pornografía", con la sonrisa de los jóvenes; y "Cosmos", con el diluvio y el pollo relleno. Si bien la masturbación de Leon, el ahorcamiento de Ludwik y el diluvio son elementos verdaderamente dramáticos del final de "Cosmos" todavía nos podemos imaginar que Gombrowicz podía haberlos cambiado por otros. Sin embargo, hay un momento de las obras en el que ya han aparecido las escenas claves, las metáforas fundamentales y los símbolos que apuntan en una dirección determinada y no se pueden cambiar por otros. Del caos inicial, por una acumulación de forma, se pasa a las escenas, a los personajes, a los conceptos y a las imágenes que el proceso de control ya no puede eliminar, y de lo ya creado se creará el resto. Ese momento es para "Cosmos" la integración del sistema con las dos bocas y los tres elementos colgantes: el gorrión el palito y el gato. Los lectores están habituados a las formas literarias tradicionales que han sido probadas muchas veces a lo largo del tiempo. En "Ferdydurke" Gombrowicz utiliza el estilo del cuento filosófico a la manera volteriana; en "Transatlántico", el del relato antiguo y estereotipado; en "Pornografía", el de la novela rural polaca; y en "Cosmos", el de la novela policial. Parodia estos estilos, utiliza las formas antiguas y legibles para salirse de ellas y juntarlas con las concepciones modernas del mundo. El género policial es el que tiene más relaciones con la lógica, es decir, con la filosofía, y también con la ciencia. A pesar de la desconfianza que Gombrowicz le tenía a la razón y a las ideas es evidente que se sentía atraído por ellas. En una de las últimas entrevistas que da en 1969 Francois Bondy le comenta que él pareciera interesarse más en los filósofos que en los artistas. Gombrowicz recoge el guante y le contesta que, no obstante, la filosofía le sigue siendo tan extraña como la ciencia, y que estaba más interesado que nunca por el mundo de las pasiones. En un momento determinado Gombrowicz se propuso disciplinar sus conocimientos anárquicos acerca de las formas generales del conocimiento, la filosofía y sus primeros desprendimientos: la física y la matemática, y lo hizo recurriendo a la lectura de dos libros; "Lecciones preliminares de filosofía" de García Morente, y "Panorama de las ideas contemporáneas" de Gaetan Picon. La atracción por la filosofía la conservó en toda su integridad durante toda la vida. A los día de llegado a Berlín nos escribe: "Comprobé ya que mis conocimientos de Sartre y Heidegger sobran para poner en aprietos a los más agudos intelectos tanto de Francia como de Alemania". Y su última actividad intelectual registrada fue el curso privado de filosofía que le dio a Dominique de Roux y a Rita en las vísperas de su muerte. No hace falta decir que esta vieja atracción no le nublaba ni por una momento su otra pasión: "No creo en ninguna filosofía no erótica. No me fío de ningún pensamiento desexualizado. Claro que es difícil creer que la "Lógica" de Hegel o la "Crítica de la razón pura" de Kant hubieran podido concebirse si sus autores no se hubieran mantenido a cierta distancia del cuerpo. Pero la conciencia pura, en cuanto se realiza, tiene que sumirse de nuevo en el cuerpo, en el sexo, en el Eros; el artista tiene que zambullir al filósofo en el embeleso, en el atractivo, en la gracia" Y es lo que hace Gombrowicz en "Cosmos", zambulle al filósofo de la combinaciones, de la causalidad, del azar, de la lógica interna y externa, del intento de organizar el caos y de la formación de la realidad, en las bocas erotizadas y sexualizadas, en la pasión enfermiza de un joven estudiante, en la masturbación y en la muerte. La acción está constituida por ideas que se perfilan poco a poco y luego se vuelven nítidas, el protagonista le sigue la pista a estas formas para asociarlas pero constantemente le caen en el caos. En su intento por volver reales las asociaciones que tiene en la conciencia ahorca al gato, un acto desleal pues falsea la relación entre el ahorcamiento imaginario del gorrión y el ahorcamiento real del gato Al poner en juego intencionalmente elementos reales para configurar una idea que tiene en la conciencia, como el dedo que mete en la boca de Ludwik para entrar en contacto con todas las bocas de la historia, el joven lleva a cabo un acto desleal pues perturba lo que está observando y sólo conocerá entonces el resultado de esa perturbación. En su intento de asociar lo sagrado con el placer y la perversión le mete el dedo en la boca al sacerdote para hacerlo caer en el mundo, para aislar las corrientes profundas de la forma, para que la realidad aparezca de una manera trágica y metafísica. La realidad surge de asociaciones de una manera indolente y torpe en medio de equívocos, a cada momento la construcción se hunde en el caos, y a cada momento la forma se levanta de las cenizas como una historia que se crea a sí misma a medida que se escribe, introduciéndose de una manera ordinaria en un mundo extraordinario, en los bastidores de la realidad. En "Cosmos" Gombrowicz descompone el mundo en elementos de la forma, pero también recrea la reacción del hombre frente a ese proceso de descomposición, de modo que es de nuevo el hombre y no la forma quien se halla en el centro de la obra.
COSMOS
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