Dirección general: Lic. Alberto J. Franzoia




NOTAS EN ESTA SECCION
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El Foreign Office y el Estado Tapón. Por Vivian Trias  |  Evita,  de Alan Parker, por Jorge Enea Spiliumbergo
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La reforma universitaria, 2º parte, por Enrique Rivera

    

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¿Que es un escritor nacional?*

Por Juan José Hernandez Arregui

Una simple recorrida por las librerías de Buenos Aires, atestigua el hecho. tan comentado en los últimos tiempos, del repentino interés de los lectores par los libros que hacen referencia al país. La observación, sociologicamente considerada es verídica.

Pero lo que se soslaya y en la vida social todo esta de alguna manera coordinado - es que - tal "literatura nacional", es protegida, promovida y canalizada por organismos empresarios y universitarios, etc. que de algún modo mantienen e industrializan esa producción, y a un tiempo, preservan los controles culturales sobre el país a trabes de un amplio sistema de ventas y propaganda.

Es verdad, que esa literatura, se vuelve ahora, hacia una temática argentina y no interesa su contenido de clase, en alguna una forma a pesar de las variantes que puedan encontrarse en tales manifestaciones literarias, ligado al más grande movimiento de masas de Iberoamerica: el peronismo.

Esto es, a los cambios sociales operados en el país con la industrialización y el peso político de las masas. Junto a estas expresiones, que aun en su cobarde pestilericia de clase, son positivas en tanto miran al país, se mueve otro pensamiento nacional, en el que pre-domina, mas que la literatura, el tema histórico y anticolonialista de combativa orientación critica. Y lo más resaltante es que esta literatura escatimada por los diarios, es leída con avidez por amplios y desconocidos públicos. Esta dicotomía, la existencia de una literatura nacional y otra antinacional, significa, por implicancia, la indagación sobre la esencia del escritor nacional. En esto no se puede andar con melindres,

¿Que es. pues, un escritor nacional? Escritor nacional es aquel que se enfrenta Con su propia circunstancia, pensando en el país, y no en si mismo. Este es un hecho también condicionado por la historia donde el azar no cuenta. Si en 1955, con la caída de Perón, no se hubiese producido lo que Arturo Jauretche, en un libro profético, titulo EL PLAN PREBISCH (Retomo al coloniaje), la mayoría de los verdaderos libros nacionales aparecidos desde entonces y devorados hoy por millares de argentinos, no se hubiesen escrito,

Una literatura propia, larvada o desdeñada por las elites. ha existido siempre pero lo que por primera vez se ha dado, en lo que va de este siglo en la Argentina, es la pasión par los libros esclarecedores de la conciencia nacional. De no haberse operado este aciago retorno al colonialismo mis propios libros no hubiesen nacido.

Y esto testimonia que el escritor - ya se ha dicho-es un reflejo social de 1os impulsos positivos o negativos de las .potencias laterales que gravitan sobre el a través del país verdadero. Aquel que se ufana de sus obras es un majadero o como dijera Fichte sobre los escritores. "El deseo de gloria es una vanidad despreciable" Todo libro anticolonialista, cualesquiera sea su éxito, es mas bien un fruto acre.

Pues tales libros han manado de la desventura del país y no del narcisismo literario. Y si tal prestigio emerge, como es inevitable, de una obra áspera y critica contra las instituciones Y figuras representativas del coloniaje, mas que valimiento, acarrea sinsabores, odios perdurables y calumnias, solo compensadas por la fe en la patria avasallada,

Una fe, que.es el único contrafuerte que puede oponerse al regulado aparato de 1a cultura colonial, cuya concertada y rencorosa reacción, es proporcional al peligro que el pensamiento nacional lleva implícito. Todo escritor nacional ha experimentado alguna vez, la sensación de un muro que lo asfixia y la interrogación concomitante acerca de si la lucha empeñada tiene un sentido que la justifique.

Más no hay que dejar que la melancolía, haga su nido. en la cabeza. El poder de las ideas nacionales y sus efectos letales son más destructivos de lo que el escritor nacional piensa. Y entonces, la lucha vuelve a vivirse como un baño saludable del espíritu, como un compromiso -el único tal vez- que compensa la. Vocación intelectual en un país colonizado. En verdad, el país colonial nos marca a todos. A unos par cobardes e infieles al pensamiento argentino, y a otros por lealtad al país.

Todo libro nacional, en el sentido, expuesto, es necesariamente polémico. Y cuando concuerda con las disyuntivas de un país, internamente sobresaltado por la historia, repercute de múltiples y contradictorias maneras. Pero tales libros ban descalabrado a la "intelligentzia" cipaya. Esa "intelligentzia" tanto de derecha como de "izquierda", se irrita ante los escritores genuinamente nacionales que son, en tanto hombres amasados a su pueblo, la mala conciencia que le recuerda, como una voz interior, su deserción de las luchas del pueblo;

Mas que el escritor nacional en si mismo, lo que le resulta inadmisible, es que las masas argentinas representan no solo la alpargata (2) sino la Cultura Nacional. El liberalismo colonial les endilgo que eran ellos, mandarines una ficticia "elite" intelectual, los depositarios de esa cultura. Pero la cultura es colectiva, creación anónima del pueblo. No de los intelectuales. Y aunque es un signo favorable, en la Argentina actual, la creciente nacionalización de las izquierdas, aun no son revolucionarias, aunque algunos de sus intelectuales lean tardíamente EL HOMBRE QUE ESTA SOLO Y ESPERA de Raúl Scalabrini Ortiz. Todavía, aunque de otro modo, ellos, atascados en un callejón sin salida, también están solos y es-peran, intermedios, en este transito avinagrado de su evolución ideológica, entre el país y sus angustias individuales, nihilistas, solitarias, tras las cuales lo que en realidad se debate es la crisis de la inteligencia argentina. Y pongamos punto final a este tema sobre los escritores.

Hay un pensamiento nacional y un antipensamiento colonial. Un escritor nacional tipo es Raúl Scalabririi Ortiz. Un escritor colonial, más perfecto que una esfera musical en la mente de Pitágoras, es Jorge Luis Borges. De un Pitágoras que nunca existió.

Y en esto se parece a Borges, que ha caído en la faroleria, de hablar de Pitagoras sin conocer la filosofía griega. En rigor, Borges, pajaroo nocturno de la cultura "colonizada, desde el punto de vista del pensamiento argentino es mas fantasmagórico que
el Pitagoras de la leyenda órfica. Un Borges -ese "cadáver vivo de sus fríos versos' que dijera Lope de Vega- hinchado todos los días por la prensa imperialista y que ni siquiera merecería ser citado a.C., si no fuese porque es la entalladura poética de ese "colonialismo literario afeminado" y sin tierra al que hacemos referencia. Poeta del Imperio Británico, condecorado por Isabel II de Inglaterra, ha declarado hace poco: "Si cumpliese con mi deber de argentino debería haber matado a Perón" El desmán seria para reírse, si no fuese, como lo hemos expresado en otra parte, "porque detrás de estas palabras pierrotescas se mueven las miasmas oscuras del coloniaje. Así habla la 'inteligencia pura" este "ancestro hermafrodita de la poesía universal fuera del mundo que, como una orquídea sin alma, llora en la mayoría de sus poemas, su 'muerte propia' a la manera de Rilke. Todos hemos de morir. No es nuevo este tema de la muerte. Ya lo dijo Shakespeare: 'Tu le debes una muerte a la Naturaleza'. Mas es preferible, a la muerte dominical y exhibida, la muerte con-cebida por Walt Whitmann:

Todo va hacia adelante
y hacia arriba.
Nada perece
Y el morir es una cosa distinta a lo que algunos suponen.
¡Mucho más agradable!

¡Si! Todos hemos de morir, Borges también. Y con el se ira un andrajo del colonato mental. A diferencia de ellos, bufones literarios de la oligarquía, mensajeros afamados del imperialismo, cuando a los grandes hombres de América les llega la hora de la muerte, en ese mismo supremo instante, la eternidad de la historia, la única y luminosa inmortalidad que le es dable esperar a la criatura humana en su transito terreno, Ios amortaja como una estela de gloria con las palabras de los verdaderos poetas nacionales "Hay una lagrima para todos aquellos que mueren, un duelo sobre la tumba mas humilde, pero cuando los grandes patriotas sucumben las naciones lanzan el grito fúnebre y la victoria llora "

Pocos mejor que Perón han destacado esta antitesis de lo nacional y lo antinacional en el pensamiento argentino.

A un gran político no le interesan las ideologías, palabra esta a la que Perón le da mas bien el sentido de teorizaciones muertas separadas de la practica-'- sina las resultados que una ideología anudada a la cuestión nacional, pueda reportarle al pensamiento argentino. Perón valora tales libros. Pero el juicio de un gran patriota tiene relevancia no con respecto a un escritor determinado, sino con relación a las ideas nacionales - o antinacionales que tales escritores promueven. Y las ideas no caen del cielo.Pertenecen al país del cual el escritor las toma.

Perón, en las cartas que me ha enviado, lo que en realidad se ha propuesto es denunciar a la intelectualidad que ha desfigurado la cultura argentina, "hasta entonces -dice textualmente en una de ellas- servida en su mayoría por vendepatrias y cipayos".

Y en otro juicio: "Imperialismo y Cultura" (...) es un libro admirable en el que, por primera vez, se hace una disección realista de la política intelectual argentina, en el que la juventud argentina del presente y del futuro ha de encontrar una fuente pura en que beber, dentro de este mundo de simulación e hipocresía. Nada puede. haber mas importante ni mas imperativo, para un escritor de conciencia, que decir la verdad cuando todos intentan sofisticarla atraídos por las pasiones r los intereses. Los argentinos deberemos agradecer siempre a Ud., esas verdades que tan profundamente deben calar en la juventud de nuestra tierra, que representa el porvenir mismo de la patria".

"Pero la situación de la Republica Argentina no es un problema aislado ni una posición intrínseca: es la situación y el problema del mundo. Desgraciadamente, el mundo que nos esta tocando vivir, se debate, en un clima de falsedades impuesto por el ejemplo y la presión de los imperialismos dominantes que no pueden disimular de otra manera el estado de decadencia en que están cayendo. El mundo occidental que para mayor escarnio de la verdad se le ha llamado también 'el mundo libre', es solo un cúmulo de simulaciones, de valores inexistentes, donde la libertad que debería caracterizarlo es un mito ya insoportable y donde pareciera que lo único que considera sublime de las virtudes es su enunciado."

No faltaran papelistas pringosos, que dada mi conocida posición ideológica, le cuelguen a Perón el sambenito de"marxista". Perón se i.e. de las ideologías, Ya lo hemos dicho. Si no hemos vacilado en transcribir sus palabras, es porque tales juicios deben ubicarse en el plano patriótico y no en el literario. Y si, en otros trabajos del propio Gral. Perón, vuelve a silenciar mi nombre, tal cosa es accidental y su intención es referirse al pensamiento nacional como uno de los tantos instrumentos de la liberación. Por eso, Perón pone como sirmbolo de ese pensamiento nacional, a Raúl Scalabrini Ortiz. Y a renglón seguido a un historiador, José Maria Rosa, de formación ideológica opuesta a la MIA, aunque nos una, el mismo sentimiento de identidad, a la tierra.

Prueba evidente -insistimos una vez mas- que Perón mas que de hombres habla del pensamiento nacional en oposición al pensamiento antinacional y que la palabra "marxismo" no lo horripila, cuando de algún modo le sirve a un escritor argentino desprovisto de toda ambición humana, para servir a la patria.
1. Recientemente {1969) ha sido designado, a mas de caballero británico, doctor "honoris causa" por la Universidad de Oxford. Según Borges, su predilección por Inglaterra "proviene de (su) abuela materna". De este modo el cipayaje mental se disfraza de culto a los antepasados y de ejemplar conducta como aspirante al Premio Nóbel galardón en el que hay que empezar a creer dada la orquestada e increíble propaganda desatada alrededor de su nombre.
2. ( refiere a ¡alpargatas si, libros,no!)
3. Enrique Pavón Pereyra: COLOQUIOS CON PERON; Esteban Pelcovich: HOLA PERON.
(*) Extractado de NACIONALISMO Y LIBERACION -Metrópolis y colonias en la era del imperialismo- libro de Juan José Hernandez Arregui de junio de 1969

Fuente: www.lucheyvuelve.com.ar


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El hombre del Partido Americano

(Texto completo de una carta enviada por Jorge Abelardo Ramos a la Directora del diario Clarín, para su publicación el 29 de enero de 1979)

Alta Gracia, 29 de diciembre de 1979.

Señora Laura Ernestina de Noble
Directora de "Clarín"
Capital

De mi mayor consideración:

El día 13 de diciembre de este año el suplemento literario de "Clarín" publicó un artículo de la señora María Teresa Canevaro titulado "Utilidad de la Nación" en el que se refiere a las ideas latinoamericanas del General San Martín, o mejor dicho, a la ausencia de dichas ideas en el espíritu del Libertador. De tratarse de otro tema, aunque no fuese compatible con las opiniones propias, no hubiera formulado comentario alguno. Pero durante más de 30 años, desde mi primer libro "América Latina: un país", hasta mi "Historia de la Nación Latinoamericana", estudié dicha cuestión, que reputo esencial para nuestro destino nacional.

Es tal la gravedad y exigencia de precisión que atribuyo a la concepción latinoamericana de San Martín, en el pasado como en el presente, que me permito solicitar a Ud. la publicación del artículo adjunto en el suplemento "Nación y Cultura". He creído conveniente remitir al Dr. Enrique Barba, Presidente de la Academia Nacional de la Historia y al Dr. J. E. Pérez Amuchástegui, distinguidísimo investigador sanmartiniano, copias de mi trabajo, para solicitarles se expidan sobre el fondo del asunto, de ser posible por medio del diario de su digna dirección.

Saludo a la señora directora con mi mayor estima,

Jorge Abelardo Ramos


¿San Martín no compartió los” sueños" de Bolívar en cuanto a constituir una gran Nación hispanoamericana?

¿Resultaría así que solo se propuso fundar repúblicas independientes de España, separadas las unas de las otras? En suma, la tendencia actual de confederar América Latina, de la que el Pacto Andino y los acuerdos con Paraguay, Uruguay y Brasil en materia energética son realidades expresivas ¿tendría como fruto un pueblo latinoamericano formado por "apátridas prósperos"? Tales son las tesis que, con brío y error indudables, expone la señora María Teresa Canevaro en el artículo publicado en "Clarín" del 13 de diciembre.

Resulta imperioso e inexcusable dilucidar el asunto. Su gravedad reposa en dos hechos capitales para el destino nacional: la continuidad vital del pensamiento genuino de San Martín y la unidad de América Latina. Ambas se vinculan estrechamente a la formación de la conciencia histórica de las nuevas generaciones. No hay futuro argentino digno de ese nombre sin conciencia histórica. La bancarrota actual de la vieja factoría pampeana se manifiesta justamente en la crisis pública de esa conciencia.

De modo sorprendente, la señora Canevaro cita la conocida carta de San Martín a Guido en la que dice:"Usted sabe que no pertenezco a partido alguno; me equivoco, yo soy del partido americano".Sin embargo, la autora extrae de tal confesión una interpretación opuesta a texto tan claro. Así, afirma la señora Canevaro:"San Martín dio por sentada la división política que venía de los tiempos de la monarquía, apunta el historiador Enrique Mario Marochi; esa inteligente división de los virreinatos y de las capitanías generales y solo buscó cambiarles, su dependencia por su independencia. No quiso unir a unos con otros, ni subordinar estos a aquellos. Comprendió o intuyó la imposibilidad de amalgamar comunidades tan distintas como las rioplatenses y la chilena, como_ la chilena y la peruana...El hombre del Partido Americano no tuvo, al parecer, sueños continentales".Todo su trabajo gira alrededor de dicha tesis.

Cabe observar que ni San Martín ni Bolívar acariciaron "sueños conti-nentales" sino que heredaron y reformularon con el lenguaje de la política y las armas, objetivos nacionales de alcance hispanoamericano. Estos objetivos no han cambiado en nuestro tiempo. Para ambos capitanes, la Nación era la América Hispánica concebida como un todo y, más aún, si era posible, con España incluida. No ha caído en el olvido el concepto preciso que define los caracteres de una Nación:"Es una comunidad estable, históricamente formada, de idioma, de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada en la comunidad de la cultura". Esclarece el tema recordar que los Estados alemanes en la época de Federico el Grande revestían más diversidad entre sí que la que separaba a las posesiones americanas de España en revolución, para no hablar de las diferencias de toda índole existentes entre las colonias norteamericanas de Inglaterra.

Las diferencias que hubo y hay entre las partes constituyentes de América Latina son propias de particularismos regionales y no de naciones clásicas, forjadas por la historia, las etnias petrificadas o las lenguas vivientes.

Cabe recordar que toda la arborescencia del aparato jurídico, político-administrativo y aduanero creada por las 20 Repúblicas después de San Martín, son el resultado, como lo prueban las series documentales de Canning, Webster o Lord Ponsonby, de las diplomacias británicas y norteamericanas, en especial de la primera. Canning conocía la divisa romana” divide et impera". Pero San Martín también la conocía, y ambos militaban en partidos opuestos. Bolívar no fue Presidente de la Gran Colombia (las actuales Panamá, Colombia, Ecuador y Venezuela), Dic-tador del Perú y fundador de Bolivia en un sueño concebido una tarde bochornosa con el ron y la mulata de Jamaica, sino que lo fue en verdad.

Del mismo modo, San Martín no solo fue general en jefe del Ejército de los Andes, triunfador en Chile y Protector del Perú, (mientras nombraba a Güemes general del Ejército de observación sobre el Alto Perú) sino un político que a través del diputado mendocino Godoy Cruz presionaba en 1816 sobre el Congreso de Tucumán para que declarase le. Independencia. Esta declaración se hizo en nombre de "Nos los representantes de las Provincias Unidas de Sud-América". ¿Cuáles eran las instrucciones reservadas recibidas por San Martín el 21 de diciembre de manos de Pueyrredón? Se le ordenaba que procurara hacer valer su influjo y persuasión "para que envíe Chile su diputado al Congreso general de las provincias unidas, a fin de que se constituya una forma de gobierno general, que de toda la América unida en identidad de causas, intereses y objeto, constituya una sola nación". La aldea era la patria; y la Nación, toda la extensión de la América española. Para algunos, incluso Brasil, según creía el general brasileño que combatió junto a Bolívar, Abreu de Lima. Soplaba sobre todos la brisa ardiente de la Revolución española, de la Revolución francesa, de la Revolución norteamericana. Eran todos "americanos", hijos de una época conmovida por las nuevas nacionalidades en movimiento. Nadie quería la soberanía en un villorrio, salvo las oligarquías exportadoras de los puertos; esto es, los porteños, los hombres de Santos, de Puerto Cabello, los de Valparaíso o Guayaquil, los del Callao, o los mercaderes cíe La Guaira. Cuando los soldados vencieron en Ayacucho, los comerciantes y terratenientes (la hacienda y la tienda) le dieron a la tropa extenuada su porción de "chicha y chancho" y la licenciaron para siempre. Entonces, cada oligarquía lugareña quiso para sí la soberanía del puerto. Hundieron a la Patria Grande junto con sus héroes. A Bolívar le pagaron con un lugarcito en el campo santo de Santa Marta. San Martín no tuvo más premio que la emigración. Los embalsamaron en bronce, los divinizaron y subieron tan alto, para que nadie supiese lo que realmente querían y la causa por la que habían luchado. Una vez más, terratenientes y banqueros manipularon a militares.

Había que sumergirse en los viejos papeles para redescubrir que tanto San Martín como Bolívar, hasta el último momento, habían pugnado por conservar la unidad aún con España: San Martín, en su propuesta al virrey Laserna, y Bolívar en su desconocido memorial a Fernando VII, nada menos, proponiendo la creación de un Imperio americano-español, sobre bases democráticas y federales.

Era perfectamente lógico que si Europa desplegaba su historia para constituir sus Estados Nacionales, los grandes americanos que vivieron en ella, Miranda como San Martín, Bolívar y otros, quisieran lo propio para América. Era la ideología común a todos los revolucionarios de la época: ya en el siglo XVIII el jesuita Vizcardo y Guzmán, natural de Arequipa, escribía su carta a los americanos: "El Nuevo Mundo es nuestra patria, su historia es la nuestra". Francisco de Miranda concebía una Colombia coronada por un Inca que naciese como gran potencia; Francisco de Morazán luchó toda su vida por la unidad de Centroamérica y murió fusilado por un localista cerril; las Juntas de Caracas y Santiago de Chile en 1810 formulaban un llamado para reunir un Congreso general para la "confederación de todos los pueblos españoles de América"; Egaña, Monteagudo, el Deán Funes, Castelli en Jujuy, Fulgencio Yegros en Asunción, el Mariscal Santa Cruz, en fin, formulaban la exigencia de la unidad. San Martín, Artigas y Bolívar fueron la expresión viviente de ese credo natural de las milicias emancipadoras. El peligro de olvidarlo forma parte de las vicisitudes y aventuras de la conciencia histórica de argentinos e hispanoamericanos. Darío, Vasconcelos, Manuel Ugarte, retomaron con la generación del 900 el eslabón perdido de aquellas grandes batallas. En tiempos azarosos como los actuales, hay que mantener su recuerdo más vivo que nunca. ¡Para que nada pueda apartarnos de esa escuela de proeza, tiempos en que los esclavos se emancipaban, y trocarnos en almas dóciles de una Pequeña Argentina!

Se nos había impuesto un San Martín desinteresado en el poder, un soldado aséptico; luego se nos presentó un San Martín santificado, con aura, solo preocupado por educar bien a su hija en Bruselas, despojado de pasión y autor de tres o cuatro proverbios. Bueno sería que ahora San Martín quede reducido a devoto benefactor de la parroquia.

El hombre del Partido Americano era la antítesis de los facciosos del separatismo porteño, o provinciano, que en algún momento concibieron la creación de la República del Plata, uniendo los puertos de Montevideo y Buenos Aires, (abandonando a la fragmentación y la barbarie al resto sangrante de América Latina) de la República de Tucumán o Entre Ríos, micro-estados de la Patria chiquita. En la noche de su vida, en Boulogne sur Mer, solo conservaba de las viejas hazañas tres preciadas reliquias: la espada de sus batallas, que donó por testamento a Rosas; el estandarte de Francisco Pizarro, recibido del Perú, y un minúsculo camafeo con el retrato de Bolívar. Es que la vida está hecha de un material tejido por sueños, nos murmura Shakespeare. Al fin y al cabo quien no los tenga será incapaz de escribir la historia y mucho menos de hacerla.

Fuente: http://www.abelardoramos.com.ar/_doc/doc029.php


El Foreign Office y el Estado Tapón*

Por Vivian Trias

El Primer Ministro Canning expuso en una frase, el nódulo de la política inglesa en el sur del continente americano: "He hecho surgir a la vida un Nuevo Mundo para restablecer el equilibrio del Antiguo".

El fin de la guerra entre Brasil y las Provincias Unidas, con el surgimiento de la República Oriental del Uruguay, es un triunfo de la política británica del "equilibrio de poderes".

Nicholas J. Spykman la explica admirablemente en su libro "Estados Unidos frente al mundo": "La política británica respecto al continente europeo parece moverse en una serie de largos ciclos en los cuales acaece de modo inevitable la monótona reiteración de las etapas de aislamiento, alianza y guerra; cambio de socios, alianza y guerra, y así ad infinitum". "Si la guerra se lleva hasta feliz desenlace y termina con una completa derrota de los adversarios, Gran Bretaña se inclina a mudar su apoyo diplomático y económico. Abandona al antiguo aliado, porque ahora esta en el lado fuerte, apoya al antiguo enemigo, porque ahora es el lado débil. Restablecido así a su satisfacción el equilibrio, vuelve a su espléndido aislamiento.

Pero el equilibrio se trastrueca y el ciclo comienza de nuevo. Y así desde hace trescientos años". "Su imperio se forjo a base de un continente equilibrado que permitiera la libertad de movimientos al poderío británico, y solo en condiciones similares puede conservarlo. Un continente dividido y equilibrado es requisito indispensable para la continuada existencia del Imperio. Un continente dividido quiere decir hegemonía británica. Es inevitable que esta relación de poder merezca la oposición del Estado que aspira a desempeñar papel predominante en el continente, empresa que en diversos periodos de la historia acometieron España, Austria, Francia y Alemania".

Y concretando las formas de esta política: "La política exterior británica se esforzó sagazmente por impedir que surgiera al otro lado del canal y de la zona angosta del Mar del Norte otro poder naval o potencia dominante ... manteniendo y amparando la existencia de 'estados cojines' tales como Austria, Bélgica y Holanda". La concertación de la Convención Preliminar de Paz de 1828, que dio nacimiento a nuestra República, fracturando una vez mas el viejo contexto geográfico-histórico de la cuenca rioplatense, es el fruto de distintos factores. Entre ellos, cuentan el deseo ferviente de los orientales por emprender en paz, la reconstrucción de su comunidad, su hastío por las alternativas interminables de la política bonaerense, una mayor consolidación de la orientalidad como consecuencia de la larga lucha por la independencia, etc.

Pero ninguno de ellos puede oscurecer el hecho decisivo de que Inglaterra aplico en el Río de la Plata su vieja y probada política de poderes, asentada en la pieza maestra de un Estado tapón o cojín. Así como tampoco puede negarse, que ello significó una derrota contundente y estrepitosa para la concepción federal de José Artigas.

Lord Ponsomby no es la nación. El Foreign Office se valió de un hábil diplomático para plasmar sus planes en estas tierras: Lord Ponsomby. La literatura oficial y cipaya lo ha encumbrado al rango de héroe nacional, lo identifica con la creación de nuestra nacionalidad. Lord Ponsomby prestó grandes servicios al Imperio Británico y merece el monumento que los ingleses puedan haberle erigido.
Pero su política consistió en destruir la visión artiguista de una gran Confederación de pueblos en el Río de la Plata.

Para nosotros, pues, Lord Ponsomby no es la nación; a menos que confundamos nuestra nacionalidad con una colonia inglesa. Existe una copiosa e ilevantable documentación probatoria de los conceptos expresados. Veamos algunos ejemplos de la misma. En el trabajo "El Imperialismo en el Uruguay" se dice: "El 18 de enero de 1828 Lord Ponsomby explica, en memorable documento, a Lord Dudley las Instrucciones e ideas del Primer Ministro Canning al respecto.
Argumento largamente a favor de la tesis segregacionista, en virtud de los grandes beneficios -razón ecuménica del gentleman-, que el comercio ingles derivara de la misma. Y en un significativo pasaje dice: En vista de estas circunstancias y de lo que podría resultar de ellas en un futuro no distante, parece que los intereses y la seguridad del comercio británico serian grandemente aumentados por la existencia de un Estado en el que los intereses públicos y privados de los gobernantes y pueblo fuesen tales que tuviesen como el primero de los objetivos nacionales e individuales, cultivar una amistad firme con Inglaterra ... "

"El cónsul norteamericano Forbes lo expresa con mas crudeza en una carta dirigida a su gobierno en junio de 1826: "Lo que yo había predicho se cumple; se trata nada menos que de la erección de un gobierno independiente y neutral en la Banda Oriental bajo la garantía de Gran Bretaña ... es decir, solo se trata de crear una colonia británica disfrazada".

José León Suarez revela el siguiente episodio en un trabajo de mucho interés: "Los representantes de Inglaterra en Río de Janeiro y Buenos Aires, señores Gordon y Lord Ponsomby, respectivamente, gestionaron y presionaron a ambos gobiernos para que transaran en sus pretensiones e hicieran la paz.

Así como en Río de Janeiro, Inglaterra aparecía en favor de las Provincias Unidas, aquí en Buenos Aires, Lord Ponsomby parecía patrocinar al Brasil en cuanto desde su llegada, desarrollo la política de convencerlo de que la máxima aspiración debía limitarse a la independencia de la provincia disputada. Consta en carta de don José María Rozas, Presidente de la Cámara de Diputados en 1827 y luego Ministro de Relaciones Exteriores de Dorrego en 1828, que inculpándole a
Lord Ponsomby que el objeto principal de la mediación fuera "la independencia de la Banda Oriental para fraccionar las costas de la América del Sur", el viejo aristócrata británico se "amostazo" y puso en evidencia, con énfasis, la verdad, diciendo brusca y sentenciosamente: "El gobierno ingles no ha traído a la América a la familia real de Portugal para abandonarla; y la Europa no consentirá jamas que solo dos estados, el Brasil y la Argentina, sean dueños exclusivos de las costas orientales de la América del Sud desde mas allá del Ecuador hasta el Cabo de Hornos".

El Vizconde de Itabayana, representante brasileño en Londres, dice en oficio elevado a su gobierno: "A Inglaterra quer dar a Montevideu a forma de cidade hanseatica sob a sua protecao pra ter em ela a chave do Rio da Prata assim como tem a chave do Mediterraneo e do Baltico". Luego añade que Mr. Canning, después de comunicarle tan "inicuo proyecto", le manifestó su deseo de mediar para realizarlo "y quiere serlo tan a toda fuerza que me intimo que si el Brasil no hiciese la paz con Buenos Aires dentro de un plazo de seis meses, es decir, si no cede la Banda Oriental, la Inglaterra se declarara a favor de Buenos Aires y en contra del Brasil".

Sube Dorrego al poder y se dispone a actuar enérgicamente en favor de la integración federal de la Provincia Oriental en el contexto de las Provincias Unidas. Lord Ponsomby declara abiertamente su preocupación: "Es necesario que yo proceda sin un instante de demora y obligue a Dorrego a despecho de si mismo a obrar en abierta contradicción con sus compromisos secretos con los conspiradores y consienta en hacer la paz con el Emperador ... ".

El Banco Nacional, con una mayoría de acciones en manos de los comerciantes ingleses, se alinea con Lord Ponsomby, asfixiando financieramente el gobierno de Dorrego. El 5 de abril de 1828 el diplomático británico informa de su éxito a su gobierno: "No vacilo en manifestar que yo creo que ahora el coronel Dorrego esta obrando sinceramente a favor de la paz.
Bastaría una sola razón para justificar mi opinión: que a eso esta forzado ... Esta forzado por la negativa de la Junta (del Banco Nacional) de facilitarle recursos salvo para pagos mensuales de pequeñas sumas ... ".

Lo expuesto constituye una selección de tramos de la tupida telaraña con que el Foreign Office envolvió el proceso político que desemboca en la Convención Preliminar de Paz de 1828.
Ejemplo de sutileza, de habilidad, de cinismo, de paciencia, de sabia mixtura de suavidad con violencia; en una palabra, selecta exposición de los ingredientes fundamentales de una política imperialista británica aplicada sin pausas ni vacilaciones durante siglos.

Los ingleses dominaban el uso de esta sutil política imperialista a la perfección, después de haberla practicado exitosamente en casi todo el globo.

Guillermo Enrique Hudson titulo la primera edición de su magnifica obra sobre nuestra tierra: "La tierra purpúrea que Inglaterra perdió". Luego, no se sabe si como fruto del azar o de una intuición recóndita de escritor, desapareció lo de "que Inglaterra perdió". En rigor, Inglaterra había ganado la batalla por "la tierra purpúrea". Pasaron los años. Sobrevino la decadencia del imperialismo británico y los intereses norteamericanos pasaron a desplazarlo, de norte a sur, en sus posiciones sudamericanas. Ahora si, se torna valido el primer titulo del libro de Hudson.

Pero a la luz de la experiencia histórica, sabiendo como sabemos que el ejercicio autentico de la soberanía nacional y de la autodeterminación de los pueblos, no es posible sin el control de su economía, de su comercio exterior, de su renta nacional; una verdad surge sin tapujos ni reticencias, los que perdimos una y otra vez "la tierra purpúrea", fuimos nosotros mismos, los orientales.

*De su texto “Las Montoneras y El Imperio Británico” (¡961)

Fuente: http://letras-uruguay.espaciolatino.com/trias/estado_tapon.htm


Evita, de Alan Parker*

Por Jorge Enea Spilimbergo

El estreno mundial de ”Evita”, protagonizada por Madonna y dirigida por Alan Parker, agita, como era previsible, el avispero interno en la Argentina, no siempre con enfoques acertados. Algunos, por ejemplo, se concentran en Madonna, si merecía o no el personaje, si su interpretación fue o no acertada. Otros se preguntan si Alan Parker, como director, recreó con aliento propio el texto de la ópera, o si se limitó a transcribir pedestremente la letra pergeñada en los setenta por el inglés Tim Rice. Y hasta hay quienes se preocupan por la verdad histórica, no en el sentido de las valoraciones fundamentales, sino de la exactitud del dato, como si la ficción poética tuviera que subordinarse a los simples hechos. Por ejemplo, al cuestionar que la obra asigne a Evita un papel protagónico (que no lo tuvo) el 17 de octubre. Estos y otros desvíos planean en críticas como la de Marcelo Figueiras en la doble página que Clarín le publica el 13 de diciembre en su sección Espectáculos. Puestos en tales andariveles se llega a resultados tan curiosos como el de elogiar “la visión desacralizada de la historia” que nos brindaría la obra, o que ésta, sin faltarle el respeto a Evita, “se niega a hacer la vista gorda ante características y hechos de su vida que están bien documentados”. Ocurre que, previamente, el periodista ha puntualizado que el filme “es una traslación casi literal del musical al mundo de las imágenes... Ni una idea más. Ni una menos”. De lo que se deduce que Tim Rice, el letrista de la ópera, habría manejado hechos de la vida de Eva “que están bien documentados”. Sin comentarios. Una consecuencia que el propio Figueiras desmiente: “en el original (Eva) es cínica, manipuladora y egoísta, ... un personaje que, para sus autores, es mayormente antipático... una mujer que hizo cosas buenas por todos los motivos equivocados: venganza, ambición, afán de trascendencia...” ¡ Con semejante método interpretativo, a Jesucristo lo clavamos por segunda vez en la cruz! Vaya a saber qué oscuros y torpes motivos lo condujeron a resucitar a Lázaro o multiplicar los panes y los peces. Seguramente por ambición, clientelismo, demagogia y envidia de los fariseos. “La más grande trepadora”. Y por si fuera poco, el pobre Che Guevara, es traído desde su tumba para resumirlo en dos palabras: “La más grande trepadora desde la Cenicienta”. ¡ Los muertos dan para todo! ¿Cuál es la esencia del problema? El “bien documentado” letrista no es el responsable intelectual del engendro, apenas un peón del ajedrez imperialista. Perdónalo, Señor, no sabe lo que hace! El se ha limitado a estampar sobre el papel la visión que el mundo imperialista tiene de quienes de un modo u otro, en representación de sus pueblos dependientes, se han atrevido a enfrentarlo. Por lo tanto, la “Evita” de la ópera y el filme no ofrece una interpretación sino una infamación, y en tal carácter la debemos considerar los argentinos, más allá de las variadas opiniones que nuestro pasado (¡tan presente!) nos suscite. El Imperio detesta a sus adversarios, por lo mismo que el pueblo los valora y los respeta. El Imperio pretende privarnos de nuestros muertos ilustres para privarnos de identidad y autorespeto. No es cierto que “Evita” “desacralice” a Eva Perón: la infama, que es muy diferente. No la queremos en el bronce. Pero tampoco en el estercolero. Si algún género de duda cupiese sobre el significado de Evita y de Perón, la lógica infamación del Imperio termina por desvanecerla. Es una infamación consagratoria. Por lo mismo que lo es el amor de los de abajo, que no podrá erosionar la denigración de los de arriba.

* Escrito: 1996.
Primera publicación: Periódico Izquierda Nacional de Argentina en 1996; luego en el Nº 24, de Octubre de 2004, de la revista literaria El Enjambre Azul, también argentina.
Digitalización: Roberto Vera, director de El Enjambre Azul.

Fuente: http://www.marxists.org/espanol/spilimbergo/1990s/1996b.htm


Entrevista con Jorge Abelardo Ramos. Realizada por Siete Días en 1985

En un reportaje concedido por Jorge Abelardo Ramos a la revista Siete Días en febrero de 1985 deja clara constancia de su lucha contra el neoliberalismo. Pocos años después se integró, lamentablemente, en el proceso menemista. Este es un fragmento de dicho reportaje en el que confronta con el pensamiento de Alsogaray. Alberto J. Franzoia (abril de 2009).


Entrevista con Jorge Abelardo Ramos*

–Periodista: Señor Ramos: ¿el ingeniero Alsogaray y usted son meros adversarios políticos o son enemigos?
–JAR: Alsogaray es, a mi juicio, un representante de los intereses de las grandes empresas multinacionales, que no son solamente succionadoras de las riquezas de nuestro país sino de las del mundo entero.

– ¿Martínez de Hoz era alumno de Alsogaray o eran condiscípulos de la misma escuelita?
–Seguramente ellos tendrán sus "diferencias personales", pero desde el punto de vista del pueblo representaron intereses similares. Nosotros tenemos una inmensa legión de "expertos en finanzas que no saben nada de economía", y sólo tienen conocimiento de las "artes monetarias".

El liberalismo, que comenzó siendo hace 200 años la expresión de los sectores mundanos que querían abrir a la humanidad el camino del desarrollo de las fuerzas productivas, se transformó en el liberalismo imperialista que aplasta a los pueblos débiles. Y que goza del poder mundial hasta el extremo que ha arrojado la bomba atómica.

–Alsogaray insiste en que "no somos Tercer Mundo, somos país civilizado"
–Con esto Alsogaray pretende decir que los países del Tercer Mundo son bárbaros. Es una actitud que comienza con Sarmiento y que continúa en nuestra época con el prejuicio racista de considerar a los peronistas como negros despreciables. Alsogaray cree que yo digo disparates. Es lógico. Para los que colocan el dinero a intereses siderales, cualquier fórmula que propugne que la economía argentina debe argentinizarse y que los bancos y financieras deben estatizarse, es un disparate.

Lo que ocurre con los grandes defensores del imperialismo occidental, como Alsogaray, es que tienen un criterio hostil hacia los países que desarrollan formas defensivas contra su avance. Y la forma defensiva más elemental frente a los monopolios extranjeros es el desarrollo de las empresas del Estado (que muchas veces funcionan en forma ineficiente). Alsogaray no habla mal de la "patria financiera" porque él forma parte de ella, en tanto él defiende la orientación que privilegia el papel de la moneda con respecto a los recursos productivos. Algo tiene que ver el liberalismo desenfrenado con los resultados catastróficos.

*Fuente: http://www.geocities.com/izquierda_nacional/economia004.html


Rodolfo Walsh : Carta Abierta a la Junta Militar

 


Aclarando posiciones (sobre Raúl Scalabrini Ortiz)

Por Norberto Galasso

Febrero de 2009

Eriberto De Pablo, un amigo jauretcheano hasta los tuétanos, me acaba de reenviar un texto que circula por Internet, publicado por Jorge Scalabrini Comaleras, hijo de Raúl Scalabrini Ortiz y Mercedes Comaleras, que le ha sido enviado por una escritora que no conozco, cuyo nombre o seudónimo es Bibiana Apolonia del Bruto. Este correo titulado “El hijo de Scalabrini refuta a Galasso” viene por vía de Bambú Press boletinbambu en yahoo.com, ha sido publicado en el diario “El liberal” y resultaría, según De Pablo, “un cartón lleno” si se hubiera publicado en “La Nación”. Allí, Jorge vuelve sobre una vieja disidencia que él manifestó en 1970: según él, yo habría sostenido que su padre era marxista. Más tarde, la viuda, Mercedes Comaleras (No Coraleras, como se afirma en el texto, lo que hace suponer que no lo escribió su hijo) publicó la misma crítica en “Mayoría”, el 5 de diciembre de 1975, en un momento poco oportuno para debatir sobre marxismo, cuando las TRES A desarrollaban plenamente su siniestra tarea.
Ahora bien, como Del Bruto parece no saberlo y el amigo De Pablo quizás lo haya olvidado, me veo obligado a aclarar algunos puntos, aunque desde ya agradezco la aclaración suficiente que hizo circular Néstor Gorojosky poniendo los puntos sobre las íes en pocas palabras, sobre este asunto.
En primer término, debo recordar que lanzado el libro en 1970, - con la garantía de que fue presentado por Arturo Jauretche-, Pedro Scalabrini -hijo mayor de Scalabrini Ortiz– me invitó a cenar para manifestarme su total coincidencia con la biografía y agradecerme haber sacado al padre del olvido (Scalabrini había muerto en 1959 y sólo se habían publicado dos pequeños esbozos biográficos, uno, en 1942, por el gran argentino que fue don Vicente Trípoli y otro, en 1961, firmado por un tal Enrique Barés, de quien nunca supe si era su nombre o un seudónimo, en ambos casos trabajos breves y debo recordar que Trípoli, con grandeza y generosidad, me pidió que lo acompañara en todos los homenajes a Scalabrini por considerar que mis 580 páginas ampliaban el homenaje y reconocimiento al gran patriota). En esa reunión, Pedro me dijo que gracias a mí había conocido en plenitud la lucha de su padre. Últimamente, un nieto de Scalabrini -Martín- al promover una reedición de Historia de los Ferrocarriles argentinos, me pidió que lo prologara como un reconocimiento a mi trabajo biográfico. Como en toda familia, hay concordancias y disidencias al respecto.
Lo cierto es que a través de los años nunca dejé de reivindicarlo a Scalabrini Ortiz, tanto en artículos como en conferencias y mesas redondas. Asimismo, en 1973 a través de un folleto editado por ese militante infatigable que se llama Antonio Ángel Coria, cuando fundamos en Punta Alta el “Centro Scalabrini Ortiz”; luego, en 1975, en un folleto editado por la revista “Crisis”; más tarde, en 1982, en una biografía reducida publicada por “Ediciones del Pensamiento Nacional”; después, en 1984 con Raúl Scalabrini Ortiz y la penetración inglesa, publicado en Centro Editor de América Latina por sugerencia de otro gran amigo: Oscar Troncoso: luego, en 2006, con Scalabrini contra el Imperio,publicado por el Ateneo Scalabrini Ortiz dirigido por Fabián Metler y últimamente, apareció la segunda edición de aquel libro del ´70, ahora por Colihue. Cuánta agua ha pasado bajo los puentes en estos cuarenta años y nadie, ningún forjista, ni ningún nacionalista, ningún viejo amigo de Raúl, ha salido a impugnar el libro, pero a Jorge no le gusta y su mamá, hace más de tres décadas se manifestaba bastante coincidente con él, seguramente influida por sus argumentos. Con ella tuve siempre una excelente relación, salvo que le molestó que yo dijera en el libro que habían pasado urgencias económicas (la señora era de una familia provinciana de cierto abolengo local) así como que sostuviera que en un momento de aislamiento y angustia, Scalabrini se tomó un vaso de whisky en una medianoche, considerado por ella como una presunción de alcoholismo, que no era tal. Pero, como se comprenderá, la verdad sobre un personaje que ya es historia en la Argentina, no resulta de cuantos familiares votan a favor ni cuantos en contra.
Desde aquel año 1970, Jorge embistió contra el libro y parece ser muy consecuente en sus planteos porque todavía, cuatro décadas después, lo sigue haciendo. Hubiera sido más efectivo quizás que escribiera una vida de su padre eliminando todo aquello que le disgusta o algunas conclusiones que todo biógrafo se ve obligado a realizar para explicar la vida del biografiado. No lo ha hecho, sin embargo, sino que se ha pasado 40 años fiscalizando mis ediciones para denigrarlas. Ahora se le agrega Del Bruto quien cree ver en la biografía una forma de apoyar “a la pareja presidencial” y sus sostenedores de “Carta Abierta”, es decir justamente a quienes rinden homenaje a Scalabrini, (decreto 2185, del 2008) y lo hace con entusiasmo: “Se trata del hijo”, exclama apasionadamente y lo califica de “ingenio en petróleo” (supongo que habrá querido escribir ingeniero) y de costado manifiesta su molestia por mi nota donde critico la política de Proyecto Sur, en Página/12, del 2 de febrero del presente año.
De cualquier modo, Del Bruto queda muy lejos del ánimo descalificador que exalta a Jorge.
El ha manifestado militantemente su desagrado y a tal punto que –caso único en el mundo- mandó varios chicos a volantear contra el libro en su acto de presentación en 1982, a quienes un insobornable forjista como Darío Alessandro, amigo de Raúl, que presentaba el libro, los sacó a cajas destempladas. Luego, Jorge publicó una extensa nota, el 26 de agosto de 1982, también dirigida a denigrar al libro. Últimamente, también protestó cuando el nieto -Martín- publicó Historia de los ferrocarriles argentinos y yo redacté el prólogo. Y ahora vuelve sobre el tema.
Pero, en fin, ¿qué dice Jorge?: que en mi biografía yo afirmo que el padre era marxista, actuando así al nivel de los yanquis que veían marxistas en todos lados y se horrorizaban, como lo sufrió Charles Chaplin e incluso nuestro Jorge L. Borges, por haber escrito “Los Salmos rojos”, en su juventud.
Así sostiene Jorge: l) que en el prólogo a la primera edición, Jorge A. Ramos “desmintiendo las afirmaciones de Galasso”, sostiene que Raúl no era marxista. Por lo que parece, no me reconoce demasiada inteligencia ni picardía como “tergiversador” pues si hubiera publicado un libro falseando que Raúl era marxista, no habría recurrido a un prologuista para que me desmintiese.
2) Reproduce la carta de “Mecha”, ya una señora anciana donde, en 1975, la hacen decir que “doy a entender que Sacalabrini se nutrió ideológicamente con las ideas de Lenin, Marx y Trotsky”. La imputación es falsa. Lo que yo digo es que Raúl integró el grupo Insurrexit en 1919, citando palabras de Scalabrini: “Contribuí a fundar el grupo Insurrexit... Esos dogmas dejaron luego de desvelarme, aunque la práctica del comunismo dejó en mí una huella tan honda que mi espíritu parece un par de brazos fraternales” (R. S. O., en Cuentistas Argentinos de hoy, autorreportaje, Ediciones claridad, Bs. As., 1929)
3) Agrega Jorge que en p. 439 de mi libro, hago referencia a un comentario de Scalabrini sobre la conveniencia de formar un partido de izquierda nacional o comunista nacional. El texto dice: “Raúl viaja a La Plata y se encuentra en el tren con Juan José Hernández Arregui y en la conversación le dice: -¿Usted no cree, Arregui que ha llegado el momento de formar un partido comunista nacional? ¿No cree que dado el avance que hemos logrado últimamente es necesario un partido de izquierda que incida sobre el peronismo, una izquierda nacional?”. Este testimonio proviene de Hernández Arregui, y el libro se publicó en vida de este extraordinario intelectual del campo nacional, por lo cual yo no podía inventarlo, y en el caso supuesto que así fuera -que no va con mi rigurosidad histórica- Arregui lo habría desmentido.
4) También mi libro reproduce un texto del folleto “El capital, el hombre y la propiedad en la vieja y en la nueva constitución”, p.21, donde Raúl comenta la frase de Perón “humanizar al capital” y señala “El capital no fenece y por eso fundamentalmente es inhumano. Humanizar el capital significa entonces -a mi entender- emplazarlo, transformarlo en mortal y perecedero como las cosas a las cuales está aplicado. La frase del general Perón entreabre un nuevo mundo de posibilidades técnicas y matemáticas en que aparece factible una nueva relación entre los seres humanos”. Claro, comprendo, hay gente que esto no le gusta, pero no lo digo yo, lo dice Scalabrini.
5) Después, Jorge hace referencia al hermoso artículo de Scalabrini sobre el 17 de octubre y señala que las masas “no vivaban a Marx, a Lenin, ni a Trotsky. No fue una gesta marxista. Lo vivaban a Perón”. Por supuesto, a nadie se le ocurre suponer otra cosa. Y yo lo transcribo tal cual es, pero ocurre que como soy un historiador riguroso, trascribo también lo que dice Scalabrini, pocas semanas después, el 9 de enero de 1946, en el semanario “Política”, y esta trascripción parece que irrita a alguna gente: “Dentro de pocos días se cumplirá un nuevo aniversario de un acontecimiento que en mi juventud me conmovió profundamente, tanto como en el correr de los años debía de conmover al mundo: la rebelión del pueblo ruso, bajo la dirección de un genio político trascendental Nicolás Lenin. Las revoluciones destinadas a marcar una huella perdurable en la historia presuponen la existencia de dos factores: primero, un pueblo dotado de una elevada tensión espiritual y de un ímpetu de generosidad colindante con el mesianismo, como era el pueblo ruso, de acuerdo a sus intérpretes más fehacientes y como yo creía que era la facción más genuinamente diáfana del pueblo argentino. Segundo, conductores que estén íntima e inseparablemente imbuidos de ese espíritu, hasta el punto de ser sus intérpretes como lo fue Lenin. Lenin era un doctrinario dogmático, pero un ruso ‘profundamente nacional’ según el testimonio textual de Trotsky quien agrega: Para dirigir una revolución en la historia de los pueblos es preciso que existan entre el jefe y las fuerzas profundas de la vida popular un lazo indisoluble y orgánico que alcance a sus raíces esenciales” (pág. 303 de la primera edición de mi libro). Esto lo reproduzco yo, pero lo escribió Scalabrini, aunque a Jorge no le guste.
6) Curiosamente, en su crítica de estos días, Jorge transcribe una frase de un artículo de la revista “Qué” del 18/9/56 donde Raúl se refiere a que “los ferrocarriles se hicieron con el trabajo de los argentinos” –sobre lo cual estamos de acuerdo-, pero omite señalar, que en el mismo artículo, pocos párrafos después, su padre señala que “la construcción de los ferrocarriles en las colonias y países poco desarrollados no persigue el mismo fin que en Inglaterra. Es decir, no son parte esencial de un proceso general de industrialización. Esos ferrocarriles se emprenden simplemente para abrir esas regiones como fuentes de productos alimenticios y materias primas tanto vegetales como animales, no para apresurar el desarrollo social por un estímulo a las industrias locales. En realidad, la construcción de ferrocarriles coloniales y en país subordinado, como el nuestro, es una muestra de imperialismo, en su función antiprogresista que es su esencia”. ¡Magnífico!, ¿no es cierto? Es el eje de la posición scalabriniana. Sólo que Jorge, leyó hasta la página 93. Si hubiera seguido hasta la 95 se hubiera encontrado con esta notable definición de imperialismo, pero seguramente le hubiera disgustado que su padre sostenga que estas palabras entrecomilladas no son de él, sino que pertenecen a Allan Hutt, en su libro This final crisis, y Hutt -¡horror!- era una marxista inglés.
7) Con respecto a Perón, parece que yo también lo tergiverso, según mi crítico. Eso les pasa a algunos peronistas o nacionalistas por no leer a Perón. Vean el libro Esta es la hora de los pueblos, donde el General sostiene: “Frente a la caducidad insoslayable del capitalismo demoliberal, se puede predecir que el mundo será en el futuro socialista”. Líneas antes, Perón ha dicho: “Algunos creen que la solución puede ser el socialismo internacional dogmático, otros creen que la solución depende de un socialismo nacional” (La hora de los pueblos, 1968, p. 187). Lo dice Perón, aunque yo modestamente estoy de acuerdo.
Esto es todo. Raúl no era marxista (nunca lo afirmé), pero había leído a Marx, a Lenin, a Trotstky, como había leído a Anatole France, a Poe y tantos otros, especialmente al marxista Hutt que le sirvió para entender el trazado colonial de los ferrocarriles en la Argentina. Esto lo afirmo, en base a documentos, esto es lo que destaco. También destaco, y eso le gusta más a alguna gente que Scalabrini estuvo muy cerca de Gregorio de Laferrere, y de los Irazusta, en las tertulias del café Richmond , en la época del golpe contra Yrigoyen y que en principio, fue favorable al golpe. Si a alguien le gusta ese Scalabrini y prefiere quedarse con él, yo no le rendiría homenaje por maurrausiano y fascista. En ese caso, yo no tendría tampoco la culpa, pero sería una visión parcial de quien estaba en una búsqueda y en esa búsqueda angustiosa, aislado, con todos los medios en contra, también publicó en un diario alemán sus primeros escritos sobre el imperialismo inglés, el Franfurter Zeitung. Relatar ese hecho no es convertirlo en nazi. Como relatar que estuvo en Insurrexit o que citó a Trotsky no es hacerlo trotskista. Era un patriota y en su búsqueda para develar la tragedia argentina hurgaba en todos lados, pero cuando los nacionalistas de derecha de “Nuevo Orden”, en 1940, le pidieron un artículo -que sería como escribir en “Cabildo” o “El Caudillo”- les contestó: “Hay algunos amigos que cayeron seducidos por las sirenas de la propaganda alemana y hoy quieren hacernos creer que el triunfo germánico abrirá para nosotros perspectivas más holgadas. Nosotros estimamos que esa suposición es una ingenuidad que puede acarrearnos graves males. Con ‘viejo orden’ o con ‘nuevo orden’, del extranjero no podemos esperar nada más que humillación. Nosotros sabemos que la libertad, la riqueza y la dignidad se conquistan. La obra de FORJA es la preparación de esa conquista que algún día hemos de emprender los argentinos”. Clarito, ¿no es cierto? No era nazi, como les gustaría a algunos. No era marxista. Era un antiimperialista consecuente, al cual algunas lecturas marxistas le sirvieron para descubrir los mecanismos de opresión imperialista, de esos que hablaba un tal Lenín en El imperialismo, etapa superior del capitalismo.
Aquí termina -o empieza la cuestión- porque ya en anterior ocasión, hace una “temeridad de años”, como acostumbraba a decir Atahualpa Yupanqui, le propuse a Jorge Scalabrini que buscáramos un coordinador serio y un lugar neutral para discutir estas cosas, suponiendo desde ya que su intención es sana en tanto resguardar las ideas del padre, pero que seguramente su padre no coincidiría con la perspectiva desde donde analiza este asunto. Yo lo hago desde la izquierda nacional. Estoy cansado de decirlo aunque tal ha sido mi defensa de los nacionalistas revolucionarios y del peronismo que hay gente que se disgusta, en vez de agradecerlo, y entonces descalifican mi obra creando oblicuamente la sospecha de que no soy riguroso, ni científico. Hay algunos de esos y ya son bastantes, que atacan desde el campo proimperialista. Seguramente su padre se enojaría mucho si lo viera coincidiendo con ellos, preocupado angustiosamente, durante 40 años, por denigrar a quien, precisamente, desde el campo nacional, ha redoblado esfuerzos para rendirle homenaje a él y reivindicar su lucha antiimperialista a través de una vida y una obra incuestionables.

Norberto Galasso
Fuente: http://www.discepolo.org.ar/node/177


Barro de Arrabal. Vida de Cátulo Castillo*

Por Juan Carlos Jara

Para 1926 los grupos literarios de Boedo y Florida se hallaban en pleno apogeo. Aquéllos tratando de cambiar el mundo con sus libros; éstos –más moderados- buscando transformar tan sólo la literatura, según señalara irónicamente Álvaro Yunque. El realismo “a la rusa” de los primeros y el vanguardismo exquisito de los segundos eludía, sin embargo, toda vinculación con los orígenes populares de nuestra cultura, pese a que el órgano de expresión de los de Florida se llamara precisamente “Martín Fierro”, y “Campana de Palo” el de uno de los sectores de Boedo. En rigor de verdad, tanto “boedistas” como “martinfierristas” rendían culto a expresiones literarias sin demasiada raigambre nacional y, en el caso de Boedo, practicando un “verismo” de dudoso gusto popular. Salvo excepciones, presentes en ambos grupos, era manifiesto que su arte, de cuño conservador o “revolucionario”, era menos disímil entre sí de lo que ellos mismos pretendían. Un iracundo y celebrado novelista colombiano (José María Vargas Vila), que nos visitó por esos días, lo percibe con claridad y se encarga de hacer una caracterización en bloque, y sin concesiones, de los nuevos literatos argentinos:

la cobardía del Pensamiento –dice- es lo que distingue a esta generación de escritores jóvenes, de la Argentina, refugiados en el gallinero de LA NACION y otros rotativos igualmente cretinos y cretinizantes, que los acarician, con la misma mano que los alimenta...
la sombra cobarde del Mitrismo, es decir, la sombra de ese Pastor de Cobardías que fue Don Bartolo Mitre, ha enfermado de pusilanimidad cretina, estas generaciones de cervatillos acerebrados, que saltan y huyen y hacen cabriolas, entre los chamizales del periodismo argentino.

Gobierna el país un hombre de la “clase decente”, Marcelo T. de Alvear y como bien acota N. Galasso: “la Argentina agraria parece navegar en un mar de bonanza en aquel año 1926. Ya no hay ministros ‘ordinarios’ como en el anterior gobierno de Yrigoyen. Lugones presenta a Einstein en un teatro céntrico, Rodolfo Valentino colma de suspiros femeninos los cines de barrio y Carlos Gardel canta en cualquier comité. Simplemente, canta. Nada parece disonar en ‘el granero del mundo’…”
La historia va a demostrar muy poco después que aquella aparente prosperidad, aquella “belle èpoque” criolla, que se asentaba en la ilusión de un progreso supuestamente indefinido, tenía bases de sustentación muy frágiles y, para colmo, éstas se hallaban fuera del país, en unas lejanas islas por las que muchos argentinos seguían sintiendo profunda y sincera veneración. El traumático derrumbe del ’30 los sacará de su sopor semicolonial,
pero mientras el Titanic avanza hacia su destino inexorable, muy pocos parecen advertirlo.

* (Fragmento de “Barro de arrabal. Vida de Cátulo Castillo”, de Juan Carlos Jara, editado por el Instituto Arturo Jauretche en su colección “No me olvides”, nov. 2008).


Manuela Sáenz (La Libertadora del Libertador)


Las cooperativas justicialistas*

Por Fabián Oppi

[Fabián Oppi es ingeniero agrónomo graduado en la Universidad Nacional de Rosario, reside en Firmat (Santa Fe) y se desempeña como Asesor Técnico de Cooperativa Agropecuaria.]


La Argentina, desde sus comienzos se caracterizó por ser un país pastoril, gobernado por una clase social que disfrutaba de la Renta Diferencial de la Tierra, debido a su inserción en el esquema de división internacional del trabajo, por el cual se exportaba carne vacuna a Inglaterra, potencia hegemónica de la época e importaba bienes industriales británicos. Así se instaló un modelo de dependencia económica apoyado por la clase terrateniente argentina y los importadores de la ciudad de Buenos Aires.

Con el objeto de fomentar la agricultura, la generación de 1880, promueve la inmigración europea con el afán de incorporar en la Argentina mano de obra más calificada, ya que se consideraba a la población nativa o criolla como poco “apta” para las tareas de labranza, siembra y cosecha de cereales.

Los inmigrantes seducidos por supuestos planes de colonización se encontraban al llegar con una pampa húmeda que ya tenía dueños: eran los estancieros, una clase social nacida a la sombra del Ejército Argentino y la llamada Conquista del Desierto, hecho por el cual la elite dominante se apropió de tierras, anteriormente habitadas por los pueblos originarios.

Surge entonces la Argentina GRANERO DEL MUNDO. Basado en el sistema del latifundio: el estanciero arrendaba parcelas de su propiedad al colono inmigrante en condiciones leoninas y de desamparo legal. Esta situación poco propicia para el recién llegado agricultor, hacía imposible el acceso a la propiedad de la tierra.
Este modelo de producción estalla en 1912, con el llamado “GRITO DE ALCORTA”, Huelga agraria de los arrendatarios, que da origen a la FEDERACION AGRARIA ARGENTINA y que le cuesta la vida al Dr. Francisco Netri impulsor de dicha organización gremial.

A mediados de la década del ’40, con la llegada al poder del entonces Coronel Juan D. Perón, se instaura un modelo Nacionalista, que impulsa un proceso de Industrialización por sustitución de importaciones y que tiene como base una gran participación Popular en la distribución de los ingresos. En esta etapa se nacionaliza la BANCA y el COMERCIO EXTERIOR ( se crea el IAPI -Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio), medidas necesarias para captar recursos y orientarlos para desarrollar la industria, nacionalizar los servicios públicos (Ferrocarriles, Aerolíneas Argentinas) y para la creación y fortalecimiento de empresas públicas (Gas del Estado, Flota Mercante, YPF, Fabricaciones Militares, etc.)

En materia de Política agropecuaria, se promulga el Estatuto del Peón (1944), Estatuto del tambero mediero (1946), se financia la construcción de silos y elevadores, se congelan los arrendamientos rurales (Ley de Arrendamientos) y se promueve mediante créditos a largo plazo y baja tasa de interés, la compra de tierras por parte de los colonos (“La tierra para los que la trabajan”). Se realizan expropiaciones, planes de colonización agrícola y se da un fuerte impulso a la creación de cooperativas agropecuarias, además de crear la Gerencia de Cooperativas en el Banco Nación. En 1947 se dicta una ley declarando obligatoria la enseñanza teórica y práctica de la cooperación en las escuelas.

Durante los primeros años del gobierno peronista los precios agrícolas internacionales eran superiores a los que se pagaban en el mercado interno, gracias a ello se pudo hacer una ambiciosa planificación económica de neto corte industrialista (1º Plan Quinquenal) pero a partir de 1948, los precios internacionales comenzaron a caer y el IAPI tiene que empezar a subsidiar al sector agropecuario. Las malas cosechas por sequías de 1951-1952, profundizan el cambio de rumbo e impulsa el denominado 2º Plan Quinquenal (1952) con LA VUELTA AL CAMPO, en donde se amplían los créditos agropecuarios, se apoya la mecanización agrícola y se alienta la creación de cooperativas agrícolas de producción, comercialización e industrialización.

A partir del 2º Plan quinquenal el gobierno intenta disminuir la injerencia del IAPI en el comercio exterior y para ello impulsa que los productores agropecuarios se organicen en cooperativas para comercializar e industrializar sus cosechas. Para tal fin, cede a las mismas terrenos, galpones e instalaciones del ferrocarril, las exime impositivamente y las apoya crediticiamente desde el Estado.

Surgen así en la Provincia de Santa Fe, las denominadas cooperativas Justicialistas, que se nuclean en la Asociación Justicialista de cooperativas agropecuarias ROSAFE ltda. Experiencia similar ocurrió años anteriores en la Provincia de Buenos Aires, durante las gobernaciones del Coronel Mercante y Carlos Aloé. Aquí durante las gestiones de Arturo Jauretche y Pedro Fiorito en el Banco Provincia se impulsa a través de créditos oficiales el asociativismo agropecuario y surge la Asociación de Cooperativas Agrarias Bonaerenses. También tienen gran expansión la pionera e independiente ACA, pasando de 32 cooperativas adheridas a 116, al igual que FACA (creada en 1947) que agrupa a cooperativas dependientes de la Federación Agraria Argentina (F.A.A).

Decía Juan D. Perón: “Aspiramos, asimismo, a que cada trabajador agrario sea un productor, que cada productor sea un propietario y que cada propietario sea un cooperativista. Para nosotros el cooperativismo es, en los productores, lo que el sindicalismo en los trabajadores”

Perón definía su modelo de TERCERA POSICION, asignando al Estado el rol de árbitro en su política de distribución del ingreso entre la incipiente burguesía nacional (CGE) y la clase trabajadora (CGT), recuperando un rol activo del mismo en áreas estratégicas de la economía (Estado Empresario) y promoviendo la economía social (Cooperativas, mutuales, empresas autogestionadas).

Como muestra de ello basta recordar algunos de sus discursos:”El gobierno ha tenido que enfrentar a los monopolios para voltearlos y, para ello, el Estado ha debido convertirse, asimismo, en monopolio. Pero, señores, no es interés del Estado seguir manteniendo el monopolio estatal, pero no puede entregar a los chacareros de pies y manos, a la voracidad de los consorcios capitalistas nacionales e internacionales. El día que el campo argentino, organizado en cooperativas, pueda hacerse cargo de estas funciones, seré el hombre más feliz de la tierra, porque le entregaré al pueblo lo que es del pueblo, en la seguridad de que el Estado ha de poner su poder y su fuerza al servicio del respeto de esa organización” JUAN D PERON – 5 de Marzo de 1950

*Artículo enviado por el autor.


El pasado en el discurso de la teoría social y política

Por Alberto J Franzoia

Las visiones de mundo que se vinculan tanto con paradigmas de la ciencia social como con las diversas formas de ejercer prácticas políticas, siempre incluyen alguna idea sobre el pasado, ya sea reivindicándolo o bien negándole toda entidad.

El pasado puede ser un tiempo idealizado al que obsesivamente se desea regresar para permanecer allí por toda la eternidad; concebido como geografía inalterable no se lo asume como lo que verdaderamente es: una etapa de la historia que sirve para anclar proyectos pero definitivamente irrepetible en sus coordenadas esenciales. Por el contrario, en esta particular visión el pasado está inscripto como programa político del futuro. Los filósofos que defendían los esfuerzos de la subjetividad para regresar a la bucólica sociedad medieval en Francia, a posteriori de la gran Revolución Francesa, se ubicaron en esa perspectiva. Por eso se los consideró como exponentes de la reacción política, opuestos a todo progreso que pudiese conspirar contra los privilegios de la clase aristocrática desplazadas del poder; clase a la que expresaban objetivamente más allá de su manifiesto romanticismo. Louis Bonald y Joseph de Maistre fueron sus dos exponentes fundamentales, quiénes influyeron a su vez en el autoritarismo monárquico y el nacionalismo integral de otro francés llamado Charles Maurras, una de las primeras fuentes abastecedoras de ideas para el nacionalismo de derecha en Argentina (1).

El pasado también puede ser considerado como el origen de las condiciones objetivas del presente. Lo que somos es producto del pasado (lo que es correcto), pero en esta segunda perspectiva se lo visualiza como causa que en su desarrollo linealmwente evolutivo genera un presente inmodificable para la voluntad humana al que sólo queda adaptarse. Esta idea es cara a cierta visión de la ciencia social que adscribe a una objetividad químicamente pura, entendida como mera contemplación de lo real ya que sería producto de un conjunto de leyes sociales generales (o funciones necesarias) que se desarrollan en el tiempo; por lo tanto, sólo en situaciones patológicas se debe actuar para corregir el desarrollo “natural” de los hechos. En esta versión del pasado ya no se recurre a la idea de eterno retorno, sino a la necesidad de justificar el presente como mera etapa de un progreso objetivo constante, inscripto en la perspectiva de los intereses de una burguesía triunfante en los países de capitalismo maduro. Aunque esta cuestión rara vez se explicita en el discurso. Positivistas como Durkheim expresan en su teoría social una visión similar (2). En Argentina dicha forma de abordar la realidad encuentra adeptos entre los intelectuales de la oligarquía liberal-conservadora, en tanto aliados necesarios de la burguesía del “primer mundo”. Sin embargo, cuando la Argentina agro-exportadora entra en crisis en los años 30, un sector de la oligarquía (en muchos casos jóvenes afectados por la pérdida de los beneficios económicos que habían disfrutado sus mayores) postula la necesidad de recuperar el prestigio perdido, y en esa búsqueda dan con la posibilidad de revisar nuestra historia oficial desde un nacionalismo de elites. Es así como los intelectuales de la oligarquía se bifurcan: liberales-conservadores por un lado, nacionalistas reaccionarios por otro. Aunque, en situaciones críticas para el país, cuando ha sido necesario optar por las masas o defender añejos privilegios de clase (reales o pretendidos), vuelen a aliarse.

Otra opción que encierra el pasado es ser considerado la llave que nos permita abrir la puerta para la interpretación del presente, pero no ya para justificarlo sino para trascenderlo en una síntesis superadora, revolucionaria. Esta alternativa teórica y metodológica abreva en Carlos Marx y Federico Engels. Sin embargo, en Argentina una fracción de la izquierda adopta como versión válida de nuestro pasado, aquella que fue oficializada por la oligarquía liberal, por lo que se asiste a una comedia de enredos en la que los revolucionarios terminan jugando a favor de la contrarrevolución, como por ejemplo en 1955. Y esto es así porque quien comulga con una versión falsa del pasado, termina involucrado con las peores aventuras del presente. La fracción de la izquierda argentina que habitualmente es definida como eurocéntrica por su incapacidad para aplicar el método a la realidad concreta de su patria, acepta como verdadera la historia mitrista (historia oficial construida por la oligarquía) y actúa políticamente en consecuencia, con lo que termina negando con su práctica la utilización del método y la teoría marxista. Es decir, si el pasado entendido como llave para descifrar el presente y proyectar conscientemente el futuro, es un fraude elaborado por la clase dominante pero aceptado como verdad histórica por una fracción de quienes intentan construir el socialismo, los resultados obtenidos a la hora de la práctica transformadora son inversos a los objetivos explicitados. Es imposible construir el futuro con los sectores populares cuando se desconoce o niega la historia de éstos.

Para revertir ese equívoco se desarrolló la izquierda del campo nacional, que en nuestra tierra se expresa a través de hombres de la talla de Abelardo Ramos, Jorge Spilimbergo, Juan José Hernández Arregui, Rodolfo Puiggrós o Norberto Galasso. Para ellos el punto de partida para construir un futuro alternativo pasa por investigar rigurosamente (desde la metodología materialista y dialéctica) el pasado, que no es sólo historia de las clases dominantes sino del sujeto pueblo en sus luchas por la liberación. De esa manera se le niega entidad a la versión institucionalizada por la oligarquía (3), en tanto no es otra cosa que la historia contada por las clases dominantes. Sólo así se logrará comprender el presente y proyectar el futuro con una conciencia revolucionaria verdadera, anclada en las luchas concretas de los trabajadores; un futuro necesariamente consustanciado por lo tanto con liberación nacional y social.

Cabe acotar que más allá de diferencias teórico-metodológicas, el camino de la revisión histórica unida a una práctica política consecuente con lo popular y transformadora del presente para liberarlo de las cadenas imperialistas, la izquierda nacional lo ha recorrido junto al nacionalismo democrático, entre cuyos exponentes se encuentran hombres como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, José María Rosa o Fermín Chávez (4). Este nacionalismo es distinto del propuesto por la derecha reaccionaria, no sólo porque se nutre en los procesos populares tomando distancia por lo tanto de las elites iluminadas y autosuficientes, sino porque su análisis histórico se proyecta en un futuro superador. El pasado es concebido como fuente histórica para darle continuidad en el presente y futuro a los procesos populares, pero jamás como paraíso que ha cristalizado al margen del devenir histórico.

El pasado como proyecto político para el futuro (visión reaccionaria), como justificación del presente (visión liberal-conservadora), como lectura equivocada de los hechos sucedidos que termina conspirando contra el objetivo reivindicado (visión del izquierdismo abstracto y despistado), o como auténtica llave para interpretar y cambiar la historia con nuestro pueblo como protagonista (visión del nacionalismo democrático y la izquierda nacional), son otras tantas variantes del discurso en el que el pasado es incluido. Pero también cabe su exclusión. La posmodernidad intentó acostumbrarnos a esta posibilidad que tenía antecedentes en las versiones modernas más extremas del empirismo, como el practicado por una fracción de la sociología norteamericana (tomar el dato actual tal como se presenta, sin trasponer el mundo de las apariencias, privilegiando la mera cuantificación de la realidad empírica). También el otro gran exponente de la sociología yanqui del siglo XX, el estructural funcionalismo en su versión más ortodoxa (Parsons), creyó en la posibilidad de excluir el pasado en su intento de construir teoría social.

Pero cuando el pasado desaparece como antecedente, o se lo diluye en una nebulosa confusa de la que sólo queda lo anecdótico (la historia transformada en pura literatura, tan frecuente en las producciones posmodernas), el presente encuentra dificultades para ser comprendido y el futuro deja de ser una posibilidad distinta al presente que es. Fukuyama, un best seller de la posmodernidad ahora en decadencia, durante sus primeros pasos “filosóficos”, pretendió instalar la profecía del “fin de la historia” para demostrarnos que sólo existe el presente, ya que la economía de mercado y la democracia liberal habrían resuelto todos los conflictos de la humanidad (5). Y Guy Sorman lo completa sentenciando que “el futuro por definición no existe”. En Argentina Menem fue uno de los muñecos hipnotizados por esta filosofía de las apariencias, sin pasado ni futuro, rindiendo culto al pragmatismo del presente mientras buena parte de los argentinos pagábamos las consecuencias de semejante aberración teórica y política.

Aparentemente de regreso de la exclusión del pasado como llave para abrir puertas a la comprensión, y del presente instalado como tiempo absoluto en la perspectiva del pensamiento único, estamos tratando de construir con numerosas dificultades un futuro alternativo. Para ello necesitamos ingresar en el torrente popular de la Nación, el que la nutre y da vida. Pero algunos desde sus torres de marfil se aíslan. Unos pretenden defender una nacionalidad abstracta, sin pueblo; otros un pueblo también abstracto, sin patria. Dicen ser los polos de la alternativa política nacional: nacionalistas de derecha e izquierdistas bien de izquierda. Unos recurren a un pasado cristalizado como evasión nostálgica del presente; otros viven en un eterno futuro, imposible de materializar desde la falta de compromiso con las experiencias populares concretas. Como expresión bipolar de una constante histórica están más unidos de lo que creen en su permanente soledad. Tanto los que huyen hacia atrás como los que lo hacen hacia adelante, están ausentes del torrente real de la historia. Esa que construyen cada día, con sus triunfos y derrotas, los sectores populares de una patria que intenta realizarse como tal en el contexto de la provincia Argentina y de la Patria Grande Latinoamericana Somos conscientes que para conseguirlo, se debe emprender el camino que nos libere definitivamente de las fuerzas del conservadorismo liberal que históricamente nos ha sojuzgado desde una tercera perspectiva que no abreva en ninguna de las falsas opciones expuestas.

La Plata, junio de 2009

(1) Hernández Arregui Juan José: “La formación de la conciencia nacional”, Ed. Plus Ultra, 1973
(2) Durkheim Emile: “Las reglas del método sociológico”, Hyspamérica, 1982
(3) Ramos Abelardo: “Revolución y Contrarrevolución en la Argentina”, Ed Plus Ultra 1973 (5 tomos)
(4) Jauretche Arturo: “Política nacional y revisionismo histórico”, Ed. Peña Lillo 1975
(5) Fukuyama Francis: “El fin de la historia y el último hombre”, Ed. Hyspamérica 1992

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Dar batalla contra la derrota cultural es una prioridad

Por Alberto J. Franzoia

El sábado 25 de octubre de 2008 dimos por concluido en el Pasaje Dardo Rocha de La Plata el curso de historia argentina y formación política organizado conjuntamente por los compañeros de la Federación Tierra y Vivienda y el Cuaderno de la Ciencia Social (espacio digital que se desarrolla dentro del colectivo cultural El Ortiba), con el auspicio de la Secretaría de Cultura de la Municipalidad local. Cuando decidimos dar los primeros pasos para concretar la experiencia surgió como desafío la necesidad de realizar un aporte más a la dura batalla por las ideas, para revertir lo que en las últimas décadas ha significado una preocupante derrota cultural del campo nacional y popular. Si fuéramos aplicados alumnos de la posmodernidad no deberíamos prestar mucha atención a un tema considerado menor por los pragmáticos, ya que lo importante sería “hacer” sin que importe cómo, para qué y para quiénes. Pero como consideramos que toda transformación política de la historia requiere de una reflexión racional sobre la misma que sirva para orientar conscientemente la acción colectiva que intentamos desarrollar, es que nos proponemos darle entidad y continuidad a nuestra experiencia. Sólo asumiendo que en el campo de las ideas hemos sufrido una durísima derrota, investigando sus causas y trabajando sobre lo que ha quedado en pie para reconstruir nuestro edificio o proyecto alternativo (actualizándolo), podremos profundizar el nuevo camino iniciado en este siglo XXI para modificar estructuralmente la historia semicolonial de nuestra América Latina.

¿A qué derrota nos referimos?

La derrota tuvo dos etapas definidas y complementarias conducidas en Argentina por la clase que expresa los intereses objetivos del capital financiero mundial. La primera fase consistió en inyectar miedo a través del terrorismo de Estado, instalando la figura del perseguido-desaparecido-asesinado como consecuencia posible para todo aquel que se atreviera a gestar y difundir un pensamiento alternativo al del bloque dominante, constituido por la alianza entre la oligarquía nativa y las burguesías imperialistas del Norte. La segunda, claramente complementaria de la anterior, buscaba generar un consenso (en el marco de la democracia formal) hacia las ideas de las clases dominantes que excediera el territorio de las clases y grupos que se podían beneficiar objetivamente con ellas. Fue así como una significativa franja de las numerosas capas medias terminaron visualizando como natural y hasta conveniente que dichas ideas se convirtieran en el único horizonte posible. La teoría del derrame en el plano económico (eje articulante del discurso de los noventa) y el fin de las ideologías como perspectiva filosófico-política que respaldaba semejante concepción económica, comenzaban a integrar la visión de mundo de franjas sociales en muchos casos ajenas al privilegio

Es necesario admitir que las capas medias de Argentina han tenido una relación complicada con el movimiento nacional y popular sobretodo a partir de 1945, sirviendo de base social a cuanta acción contraria al mismo se gestara desde la alianza oligárquico-imperialista. Sin embargo, durante los años transcurridos entre la segunda mitad de la década del sesenta y los primeros años de los setenta, se fue dando una lenta y progresiva convergencia cuya expresión combativa más fuerte fue el Cordobazo y su expresión electoral más contundente el 62% de votos obtenidos por Perón en septiembre de 1973. Estos hechos atemorizaron a las clases dominantes, ya que comprendieron, por su desarrollada conciencia de clase, que dicha convergencia es la única que puede desarticular su hegemonía. De allí nació la necesidad de desarrollar la política del terror (incluyendo la infiltración del movimiento nacional), que alcanzaría su máxima expresión con el terrorismo de Estado.

El golpe cívico-militar de 1976 tuvo en realidad dos objetivos fundamentales y confluyentes:
1. En el plano económico destruir nuestras industrias para reducir y debilitar a la clase obrera que era desde 1945 mayoritariamente peronista y la columna vertebral del movimiento nacional.

2. En el plano ideológico-político aterrorizar a quienes producían y difundían una visión de mundo alternativa a la dominante, muchos de cuyos responsables pertenecían a las capas medias integradas al campo nacional y popular

Una vez que el terror ejercido sistemáticamente por el estado cumplió sus objetivos reales, aunque el explicitado fuera “combatir la subversión”, llegaron los tiempos para llenar vacíos con el progresivo desarrollo de un conjunto de ideas que eran presentadas como la suma de todas las verdades. Un nuevo credo laico se instalaba acompañando una estructura económica cada vez menos industrial y más especulativa. Su dios era el mercado (en versión sui géneris para países dominados por el imperialismo, ya que éste suele recurrir a una versión distinta dentro de sus propias fronteras); sus sacerdotes eran los gurúes de la economía neoliberal, como Domingo Cavallo. Tan fundamentalista resultó en su intencionalidad el credo vigente como las expresiones religiosas más fanatizadas. Fue entonces cuando el fin de la historia (la negación de la historia de los dominados) que venía anunciando desde fines de los 80 el doxósofo o filósofo de las apariencias Francis Fukuyama, logró penetrar inclusive en las cabezas de no pocos dirigentes del frente nacional, arrasando a su paso con unos cuantos desencantados militantes revolucionarios de los setenta y dirigentes sindicales de pasado ultraortodoxo.

De esta manera el bloque dominante logró incorporar en los dominados ideas funcionales a sus intereses. Una de las más eficientes a la hora de anular el desarrollo de alternativas reales ha consistido en naturalizar todo aquello que apunte a la fragmentación y dispersión teórica-práctica. En el campo teórico esto se verifica en el avance de sectores “progresistas” que nos presentan (en el discurso y/o práctica) el supuesto carácter “natural” y hasta deseable de la desestructuración del todo; ver sólo algunos árboles pero nunca el bosque, y mucho menos la relación entre ambos (el espíritu químicamente puro de la posmodernidad).

Por ejemplo, desde esta perspectiva no ha resultado raro encontrarse con planteos que asumen un supuesto divorcio del brazo ejecutor del terrorismo de Estado (Fuerzas Armadas y paramilitares) con el cerebro que lo gestó y usufructuó: la oligarquía nativa y su aliada, la burguesía imperialista del Norte (sobretodo la estadounidense). O, en el mejor de los casos, quienes expresan esta versión descafeinada de la historia, recurren a minimizar el vínculo entre los factores operantes en el drama nacional. Pero en cualquiera de las dos versiones, por divorcio de las partes o por desvalorización de lo relevante, se llega como consecuencia necesaria a perder de vista la fuerte correlación existente entre el miedo causado por el terror de Estado y el posterior consenso neoliberal (construido durante la democracia formal), que privilegió el individualismo hedonista y el “sálvese quien pueda” en una economía competitiva de mercado. Producto de esta versión grotesca de la historia, durante los noventa (y aún hoy) un menemista (o bicho similar) podía presentarse como abanderado del mercado libre y, simultáneamente, como un consumado defensor de los derechos humanos. La oligarquía y sus socios del “primer mundo” desde ya agradecidos.

La continuidad de esta forma de concebir la historia como fragmentos dispersos, vino acompañada a su vez con la criminalización de todos aquellos que, después de haber sido excluidos por el neoliberalismo, escogieron (¿escogieron?) las peores manifestaciones del “sálvese quien pueda”. ¡Cómo si el predominio de la especulación financiera, la desindustrialización y la violencia estatal que las clases dominantes promovieron, no tuviesen nada que ver con la inseguridad que vive la sociedad hoy! La perversa secuencia del modelo oligárquico ha sido por lo tanto:
1. terror estatal para imponer un modelo económico y evitar proyectos políticos alternativos que hagan peligrar su hegemonía;
2. democracia formal para gestar consensos fuertes y estables hacia las ideas dominantes (individualismo, competencia, pérdida de la identidad nacional, profundización del modelo neoliberal) sin necesidad de volver al régimen del terror estatal;
3. y criminalización para las peores consecuencias prácticas de las ideas dominantes: pobreza, marginalidad y falta absoluta de correlación entre la necesidad de consumo (real y/o creada) y los medios legítimos para satisfacerla.

En el terreno de la práctica la fragmentación encuentra su cara más trágica en la acción política, con la presencia de numerosos grupos, movimientos sociales, partidos y organizaciones que intentan construir y representar a un mismo sujeto: el movimiento nacional y popular del siglo XXI. De allí que en los nuevos tiempos, cuando tratamos de construir un modelo alternativo al que se consolidó con la derrota cultural, podemos concurrir a un acto o una disertación en la que se reúnen cien personas pero cuya convocatoria ha sido el producto de un trabajo político-militante de dos decenas de agrupaciones habitualmente dispersas, antes y después del acontecimiento convocante.

La fragmentación tiene por lo tanto dos tipos de consecuencias negativas bien visibles para el campo nacional y popular. En el plano de la producción teórica nos impide captar la realidad, ya que los fragmentos nunca son igual al todo, ni siquiera cuando intentamos sumarlos. Resulta esencial entonces visualizar las interrelaciones entre las unidades para descubrir cómo funciona el todo en el cada una de ellas adquieren un sentido definido. La ideología dominante, por el contrario, apela a la desconexión entre los fragmentos para ocultar el verdadero funcionamiento de la realidad, con lo que garantiza la continuidad del statu quo. Por otro lado, a la hora de la práctica transformadora, la fragmentación entre grupos (con fuerte tendencia a la dispersión) sólo puede debilitar el trabajo político para modificar la realidad (complementando la incomprensión teórica), ya que la fuerza de las mayorías radica no en el poder de cada una de sus unidades sino en su propia unidad. Sólo la unidad nacional y popular podrá modificar la realidad en consonancia con nuestras necesidades, si somos capaces de visualizarla y comprenderla, a su vez, como un todo.

¿Qué hacemos con la derrota?

De esa enorme derrota surge la prioridad de dar una larga y consecuente batalla por las ideas en este siglo XXI. Batalla por el desarrollo de una visión de mundo que resulte realmente alternativa a la instalada por el bloque oligárquico-imperialista, por lo tanto, que exprese los intereses reales de los dominados. Sólo así se podrá potenciar lo nuevo, que por ahora asoma con sus luces, pero también con sus sombras, sin desprenderse definitivamente de un pasado que generó sólo estragos para la mayoría de nuestro pueblo.

Lo dicho está indicando que la batalla cultural que tenemos por delante es larga y difícil, pero a la vez impostergable si queremos cambiar profundamente la realidad. Las ideas dominantes no se modifican en un abrir y cerrar de ojos. Esto es así en cualquier lugar del mundo y en cualquier momento de la historia. A veces parecen derrotadas y sin embargo puede regresar con más fuerza que antes. Valga como ejemplo lo ocurrido con un maestro del pensamiento alternativo como Don Arturo Jauretche, quien murió creyendo que el campo nacional y popular finalmente se adueñaba de su historia y sin embargo, a menos de dos años de su muerte (ocurrida en mayo de 1974) se iniciaba en nuestra Patria el período más oscuro para los sectores populares.

En este siglo XXI se han abierto nuevas perspectivas, tanto en Argentina como en varios países de América Latina. Las mismas pueden conducirnos hacia un futuro promisorio, pero eso no significa que la batalla ya esté ganada. Allí radicaría un fatal y reiterado error. El campo nacional y popular en Argentina necesita no sólo seguir recuperando su propia visión de la historia, la que construyeron los hombres que revisaron la versión fraudulenta del mitrismo oligárquico, sino que es imprescindible desactivar las nuevas ideas fuerza que se le han acoplado. Fundamentalmente la naturalización de la fragmentación en la producción teórica y en la práctica política, el individualismo como camino para la realización personal y la criminalización para los excluidos. El objetivo clave de esta batalla cultural radica en generar las condiciones en el plano de las ideas para la construcción de una multitudinaria alianza social entre los obreros y las capas medias. Para lograrlo es imprescindible que dichas capas medias logren, mayoritariamente, dejar de ver el mundo desde la visión de sus opresores (visión desde la que abordaron el conflicto agrario), que son los mismos que oprimen a los obreros urbanos y rurales (ocupados y desocupados) en el conjunto de la Patria Grande Latinoamericana. Y esa batalla se debe dar a través de un trabajo cultural tan profundo como continuo, ya que dejar librada la tarea al azar o a tiempos con menos urgencias materiales, ha de jugar objetivamente a favor de los tiempos del enemigo.

La Plata, 14 noviembre de 2008


Nace la patria de Eugenio Espejo

Por Fernando Bossi*

*Fernando Bossi fue militante del Partido de la Izquierda Nacional de Argentina. Actualmente reside en Venezuela. Es Director del Portal ALBA, Presidente de la Fundación Emancipación para la Unidad y Soberanía de América Latina y el Carie, y docente de la escuela de Formación Política del Ministerio de Planificación de Venezuela

10 de agosto de 1809

El último tercio del Siglo XVIII encuentra al imperio español en una crisis incontenible. Más allá de los esfuerzos borbónicos por generar algunos cambios “desde arriba”, la situación de la península era calamitosa. Al morir Carlos III, en 1788, había en España 500 mil hidalgos, vale decir, medio millón de nobles parásitos que nada aportaban a la nación y que se sostenían gracias al trabajo de una inmensa masa de campesinos desheredados. La Iglesia y la nobleza eran dueñas del 80 por ciento de la tierra.
La burguesía era una ínfima minoría; todavía se hacía sentir la liquidación a sangre y fuego de las Comunidades de Castilla y las Hermandades de Valencia dos siglos atrás. La España Negra, la de la cruz, el linaje y la espada, seguía imponiéndose ante una tímida España liberal que no terminaba de ponerse los pantalones largos. España, era un imperio con pies de barro.
A esto se sumaba la irrupción de la burguesía y las clases populares a través de la Revolución Francesa, como también la independencia de Norteamérica acaudillada por hombres de pensamiento liberal y progresista. Las ideas de la ilustración se comenzaban a materializar en documentos señeros: la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano por un ejemplo. La era de la Razón comenzaba a desplegar sus rayos.
Mientras tanto en nuestra América la resistencia al poder colonialista español proseguía sin descanso. Nada más lejano a la realidad que creer que en territorio americano reinaba la paz y la concordia. El descontento popular y la lucha fueron creciendo proporcionalmente a los abusos del colonizador. El poder despótico de la monarquía se manifestaba a través de una burocracia peninsular que en nada consideraba a los pobladores nativos. De los 170 virreyes nombrados para gobernar, durante tres siglos de dominio, sólo cuatro habían nacido en América. De los 602 capitanes generales, presidentes y gobernadores, tan solo 14 fueron criollos. Bien señaló en su momento el sabio alemán Alejandro Humboldt: “El más miserable europeo, sin educación y sin cultivo de su entendimiento, se cree superior a los blancos nacidos en el nuevo continente”.
Es así que la población criolla, más allá de las clases sociales, comienza a conspirar contra el poder peninsular. El pensamiento de la ilustración había llegado a América y también se había “americanizado”. No sólo los iluministas europeos se leían en estas tierras, sino que toda una formidable producción autóctona irrumpía con vigor inusitado. Los escritos de Juan Egaña, Camilo Torres, Hipólito Unanue, Juan Manuel Dávalos, Francisco José de Caldas, Juan Pablo Viscardo y Guzmán, entre otros, hacían reflexionar a los americanos sobre el futuro de la colonia. Pero en esta dirección, se alza majestuosa la figura del quiteño Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, que si bien ya había muerto para esa fecha, fue el verdadero autor intelectual de la insurrección del 10 de agosto de 1809.
Seguramente que una de las primeras manifestaciones de protesta popular que se dio en Quito, fue la llamada “Revolución de las Alcabalas”. Pero también hubo otras, como aquella ocasionada por la imposición del Estanco de aguardiente y la Aduana para los víveres, que se hizo bajo la consigna de “¡Mueran los chapetones y abajo el mal gobierno!”. Asimismo no podemos desconocer las insurrecciones indígenas que culminan en el gran levantamiento de Túpac Amaru, conmocionando a gran parte de los tres virreinatos sudamericanos.
La invasión napoleónica a España fue sin duda el detonante del proceso emancipador. Cuando los cien mil soldados del general Murat invaden España, la nobleza española capitula sin ninguna resistencia. Ante el nuevo rey extranjero, José Bonaparte, se inclinan tanto la aristocracia hispánica como muchos liberales afrancesados. Solo el pueblo se levanta en armas en una heroica guerra de liberación nacional, que será escuela también para muchos patriotas americanos, entre otros, el ecuatoriano Carlos Montúfar y el rioplatense José de San Martín.
El poder del rey había caducado, los cobardes e ineptos monarcas Carlos IV y su hijo Fernando, en “cárcel de oro” se hallaban, mientras quienes resistían al poder invasor se habían constituido en juntas populares.
En América, en consecuencia, y tras tres siglos de abusos y arbitrariedades por parte de los peninsulares, se abría la posibilidad de conformar gobiernos propios, rescatando la soberanía, que recaía en el pueblo ante la ausencia del rey.
Así lo entendieron los patriotas quiteños, quienes sin perder tiempo y bajo la influencia de las enseñanzas de Eugenio Espejo, comenzaron a conspirar. Tras varios sucesos de dimes y diretes, en la noche del 9 de agosto de 1809, se levantó la enérgica voz de una patriota como pocas, Manuela Cañizales, quien increpando a los conspiradores dijo: "¡Cobardes… hombres nacidos para la servidumbre! ¿De qué tenéis miedo…? ¡No hay tiempo que perder…!". Y esta mujer, prócer de la emancipación, decidió así a los patriotas para que asumieran su responsabilidad.
El 10 de agosto, se comunicaba al presidente de la Audiencia que su mandato había caducado. Avanzada ya la mañana queda constituida la Junta Suprema de Gobierno cuya presidencia asumía Juan Pío Montúfar, Marques de Selva Alegre. Se desconoció así al gobierno español instalándose un aparato gubernativo integrado exclusivamente por criollos americanos.
La historia posterior es bien conocida por todos. La reacción peninsular no se hizo esperar. Tropas realistas movilizadas desde Nueva Granada y Perú hicieron deponer la Junta criolla. Detenciones masivas de patriotas culminaron en la espantosa matanza del 2 de agosto de 1810. Con la llegada de Carlos Montúfar, comenzaría una nueva etapa de la lucha independentista; las masas populares se incorporarían definitivamente a la lucha anticolonialista que culminaría en la gloriosa Batalla de Pichincha doce años después.
Más la gesta del 10 de agosto fue el inicio de la guerra por la independencia ¡Gloria a aquellos patriotas que con su vida señalaron el camino de una Patria justa, libre y soberana!

Agosto de 2009

Fuente del artículo: http://www.mpliberacion.com.ar/NACE-LA-PATRIA-DE-EUGENIO-ESPEJO.html
Fuente de la foto: envió del autor a Cuaderno de la Izquierda Nacional ( http://www.elortiba.org/in.html )


Brizna de multitud. Vida y pensamiento de Scalabrini Ortiz

Por Juan Carlos Jara

Editado por: Ediciones del Instituto Superior Dr. Arturo Jauretche, Nº 3 de su colección “Nomeolvides”, Buenos Aires, 2009.

(Fragmento)

La defensa de la política neutralista –en la línea tradicional del yrigoyenismo- fue una de las posiciones sostenidas con mayor obstinación por Raúl Scalabrini Ortiz y los hombres de FORJA a partir del estallido de la segunda gran masacre imperialista. Así, emulando a Manuel Ugarte, que un cuarto de siglo antes, con el mismo objetivo, fundara y dirigiera el diario “La Patria”, Raúl, con los fondos obtenidos de una herencia familiar, afronta en 1939 la quijotesca empresa de fundar y dirigir su propio medio de difusión. Con él, al que titula “Reconquista”, se propone defender la neutralidad y “denunciar en toda su crudeza y detalle cotidiano la extensión de la hegemonía que Gran Bretaña ejerce entre nosotros”. Está convencido de que ésa es una tarea digna de ser acometida, pese a que no desconoce los riesgos a que se verá expuesto, pues “fundar un diario para denunciar los manejos de las empresas británicas y precaver al país de las intrigas de su diplomacia es más o menos como agraviar al comandante del acorazado ‘Nelson’ a bordo de su propio barco”. La aventura dura apenas un mes y medio y sale de ella difamado y lleno de deudas, aunque con la íntima convicción de haber cumplido con su deber. Con frase no carente de arbitrariedad, sostienen Alejandro Cataruzza y Fernando D. Rodríguez: “Se sospechó que la empresa era en parte financiada por la embajada alemana”. El impersonal “se sospechó” oculta, en realidad, a concretos personeros del interés antinacional, desde los diarios en lengua inglesa “The Buenos Aires Herald” y “The Standard”, hasta los calumniadores profesionales del vespertino “Crítica”, quienes por cuenta del “establishment” de la época, urdirán una historia novelesca para involucrar a Scalabrini con el fascismo, el nacionalismo progermánico y …¡la Gestapo! El barato sensacionalismo del engendro de Botana –fielmente retomado en la actualidad por un periódico del mismo título- cuenta, a no dudar, con aventajados discípulos en nuestros días. En un libro plagado de inexactitudes, errores a designio y conclusiones incurablemente falsas, Federico Finchelstein (“La Argentina fascista”, Sudamericana, 2008) imputa a Scalabrini simpatías fascistas por el hecho de haber cobijado en las páginas de “Reconquista” al nacionalista Ernesto Palacio –luego diputado peronista y notable historiador- “y a notorios antisemitas como Rodolfo Irazusta”. Con el mismo criterio se lo podría haber inculpado de favorecer al stalinismo ya que en “Reconquista” también colaboraron Alvaro Yunque y Raúl Larra, escritores vinculados al Partido Comunista, que al conjuro del pacto Hitler - Stalin había adoptado por esos días una posición antiimperialista, abandonada abruptamente al romperse el mismo en 1941. Contemplar los problemas nacionales desde una óptica nacional –algo que pareciera de Perogrullo- continúa siendo una asignatura de imposible comprensión para ciertos sectores de nuestra intelectualidad.

Lo cierto es que tanto las acusaciones de “Crítica” y los periódicos de habla inglesa como las consecuentes imputaciones de Finchelstein y tantos otros “cazafantasmas” de la actualidad, truecan en ultraje grotesco calificaciones no mucho más doctrinarias del diario socialista “La Vanguardia”, dirigido entonces por el senador Mario Bravo. “La neutralidad es fascismo”, publicaba a toda página la hoja juanbejustista del 7 de agosto de 1939, aseverando en el editorial: “No estar franca, libre, enérgicamente con la democracia, para acariciar la neutralidad que agranda las fuerzas del adversario en tanto las disminuye al aliado, es estar con el fascismo, con el nazismo, con la regresión, con la barbarie”. A semejante andanada de crudo cipayismo, Scalabrini responde desde el periódico “Nueva Palabra” reafirmando sus convicciones neutralistas: “Como la intervención en la próxima guerra costará a la República la matanza de trescientos o cuatrocientos mil argentinos, sostener la necesidad de intervenir en la guerra europea , es incurrir en el triple delito de traicionar a las conveniencias de la nación, que en el alejamiento de la contienda hallaría el tiempo de maduración indispensable para el estudio de los angustiosos problemas que le atañen directamente. Es traición al pueblo, que confía que sus dirigentes no lo arrastrarán sin causa a una masacre. Y es traición a la doctrina socialista, que alabó siempre el pacifismo, aun cuando el pacifismo significa el sacrificio territorial de la patria”.

Es evidente que muchos partidarios de la neutralidad – desde Manuel Fresco hasta Enrique Osés- lo eran por notorias simpatías con el fascismo. Pero no es ése, de ningún modo, el caso de Scalabrini Ortiz. Tulio Halperín Donghi, alejado por un instante de su habitual hostilidad a nuestro autor, en su libro “La Argentina y la tormenta del mundo”, reconoce que Scalabrini fue el único neutralista auténtico, “el único que cuando proclama la indiferencia en cuanto al desenlace del conflicto europeo es totalmente sincero”. Es cierto que omite mencionar a Jauretche, Ugarte y tantos otros, también insospechables de inclinaciones profascistas. Pero sería demasiado pedir que en una misma página, el prestigioso catedrático de Berkeley hiciera justicia con tantas figuras del campo nacional. Su sola exculpación de Scalabrini resulta, para nosotros, suficientemente satisfactoria.

Autor del texto: Juan Carlos Jara
Responsable de su digitalización: Juan Carlos Jara
Responsable de su publicación original en Internet: Cuaderno de
la Izquierda Nacional ( http://www.elortiba.org/in.html )


"La Revolución Libertadora llega al extremo norte. La noche de los cuchillos largos"
 
(Publicado como editorial del periódico Lucha Obrera nº 7, año 1955)

Por Esteban Rey*

"Escribimos esta crónica desde donde Argentina comienza a ser sinónimo de América. Densa muchedumbre de montañas preparan para la violenta ascensión a las mineralizadas mesetas centrales del continente. Desde aquí, por el Pilcomayo y el Bermejo, rumbo al Paraná profundo y lejano, se extiende la selva y el trópico. Tierra y hombres de idéntico color se reconocen a sí mismos desde el comienzo de los tiempos. El desafió vegetal del bosque sufre la civilizada derrota del ingenio azucarero. Altas chimeneas destacan su arrogancia vencedora en el dilatado esmeralda de la caña. Más allá, junto a las últimas fronteras de los lotes, nuevamente el cedro, la tipa y los lapachales defienden las profundidades húmedas donde cuentan que duerme su sueño el dios de la madera. La cinta paralela de las vías, junto a los caminos cada vez más estrechos, señalan el rumbo de los conquistadores. Durante muchos años, muchos años después de la independencia nacional, estas regiones siguieron viviendo como cuando la encomienda, la mita y el yanacona coloniales. Hombres pletóricos de derecho y gente famélica de justicia. Opulencia natural y necesidad humana. Ricos muy ricos y la inmensa pobreza multiplicándose en ranchos y taperas hacia los cuatro puntos cardinales. Alguna que otra ciudad en la que el comercio y las oficinas administrativas creaban la sensación de la época moderna. Ignorancia, desesperación, vicios. Gobernadores, diputados, intendentes, todos, de uno u otro modo, vinculados a los propietarios y a los ricos. Un administrador de ingenio era necesariamente un candidato a diputado nacional. Un gobernador debía ser, por lo menos, apoderado de una firma azucarera. Largos y melancólicos ingleses de grandes pies y rudos zapatones claveteados moraban en algunas zonas, siempre las más ricas y las de mayor pobreza. Aislados en sus casas y en su idioma, repetían en estas latitudes la actitud nostálgica y despreciativa de los administradores británicos de la India...

Después vino el 17 de octubre de 1945. Después vinieron los sindicatos, y los indios y los obreros y comenzaron a tener derechos. Ledesma Sugar Status Limited Company debió tratar con los gremios y no con un cacique envilecido a alcohol y a coima. Debió pagar en moneda nacional, olvidándose del salario en escopetas viejas y en caballos inservibles al fin de cada cosecha. Debió franquear a todo el mundo las calles que antes se abrían sólo para los señores dueños del ingenio y sus sirvientes de alto copete. El mataco se estremeció con la risa amplia del hombre recuperado. El cuchillo pelador de cala fue también razón y derecho desde entonces. Un administrador hubo de recorrer los lugares de sus tropelías con una cornamenta de ciervo a manera de sombrero. Los chaguancos tuvieron zapatos y aprendieron a hablar en castellano. Por primera vez en la historia nacional tuvieron voto y se inscribieron en registros civiles. Dejaron de llamarse Benito Mussolini, Jorge Washington, o Al Capone, nombres con los que los sirvientes menores de la oligarquía azucarera los bautizaban en las contabilidades para divertir sus ocios imbéciles sin remedio. Se llaman ya con sus nombres extraños; resonancia lejana del grito de sus pájaros o del rumor profundo de sus bosques y sus ríos. Allí, alrededor de la mesa del sindicato, los collas de la puna, los matacos de los grandes ríos, los chaguancos de los bosques y los trabajadores blancos o morenos de todas las latitudes se reconocieron hermanos. Se reconocieron también, como una revelación, argentinos. Y alrededor de esa misma mesa se encontraron con los aymaras y con los quichuas bolivianos. Y se reconocieron hermanos y aprendieron que América es realidad que les pertenece por historia y por destino. Faltaban muchas cosas, es cierto. Sobraban muchas penas. La lucha seguía siendo un largo camino a recorrer. Pero había esperanzas. En esto llegó la Revolución Libertadora al extremo norte– Fue por la radio. Se anunció que el gobierno que habían elegido, que había elegido el pueblo de la república, no existía más. Ahora, se dijo, había un gobierno provisional. Armados de sus cuchillos y de su fe se resistieron a aceptar lo impuesto por locutores lejanos. Durante días, casi semanas, después de la instalación del nuevo gobierno, velaron sus armas en dolorosa impotencia. Ya les avisaremos cuándo habrá que jugarse, dijo alguien. Nadie les comunicó que la hora había llegado. Las banderas y las escarapelas lucieron por las calles céntricas de algunas ciudades. En ningún lugar más. Los cañaverales, los obrajes, los dilatados campos de tabaco, no lucieron los colores nacionales. Una profunda tristeza sucedió al estupor de una derrota que no había sido el resultado de ninguna batalla– Ahora la tarea se aumenta. Y cercena las voces de los capataces. En los ingenios, en los obrajes, en las minas, se despide a los dirigentes sindicales y se hace retroceder en veinte años la legislación social vigente. So pretexto de adulteración en los padrones electorales se habla abiertamente de quitar el derecho de voto a millares de indios. Tal vez quiera borrárseles también de los registros civiles, hacerlos regresar de nuevo, sin nombre ni patria, a lo profundo de la selva. Los dueños de ingenios y de minas, los latifundistas han regresado a las funciones de gobierno. Ahora mandan, por sí o por intermedio de sus mandatarios tienen en sus manos la suerte de la región. Alguien, moderno Sigfrido azucarero, ha elaborado una frase que gana cada día mayor predicamento: El país necesita un baño de sangre. Con ese espíritu se actúa. En los ojos de esta oligarquía brilla el ansia de la revancha. Pero también, más al fondo, les brilla el miedo. Todos los partidos tradicionales apoyan a la Revolución Libertadora. La inmensa mayoría de la población los enfrenta. No hay desertores. Tal vez no se sepa con claridad lo que se desea. Pero ya se sabe claramente lo que no se quiere. Durante la última huelga, los trabajadores ocuparon Ledesma por tres días. Un riguroso cerco de soldados y gendarmes se anudó alrededor del ingenio. Ráfagas de ametralladora disparadas al aire establecieron un verdadero sitio contra los ocupantes. Así hasta que se levantó la huelga y comenzaron las represalias– Se ha abierto en la región la noche de los cuchillos largos. La inmensa mayoría contra la inmensa minoría. La pasión vela, arde en ingenios, minas y fincas. No se acepta la vuelta al pasado. Se resiste. Nadie se pregunta cuándo se reconquistará lo perdido. Pero nadie duda que todo lo perdido será recuperado y se irá mucho más adelante en lo económico y social. Esto es lo que dice el silencio agresivo de este pedazo de América que ha cobrado ya conciencia de su propio destino"

* En los últimos meses de 1955, después del golpe militar de septiembre, apareció integrando la resistencia el periódico Lucha Obrera, dirigido por Esteban Rey. Formado en las lecturas del troskismo, Rey había sido antiperonista y en tal carácter había intentado arengar a un grupo de obreros tucumanos allá por 1949, produciendo una airada reacción de éstos que estuvieron a punto de agredirlo. Tiempo después, cuando intentaba explicar al peronismo desde un perspectiva de izquierda nacional, alguien le recordó el episodio y Rey contestó inmediatamente " ¿Sabelo que pasa?, Ellos tenían razón".

Fuente: http://www.spopulares.com.ar/pages/notas/2009-09/11_contratapa.htm

 

Esa mujer*

Por Norberto Galasso

El 17 de mayo de 1919 nació en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, una niña que llamaron Eva María Ibarguren, denominación que ha suscitado el comentario maligno de una escritora por anteponer el nombre de una pecadora al nombre de la virgen. Era la quinta hija de doña Juana Ibarguren y su concubino, Juan Duarte (padre). Familiarmente, la apodarían Chola y pasaría a la posteridad como una de las mujeres más importantes del mundo durante el siglo XX con el nombre de Eva Perón, aunque en el rincón más cálido de las emociones populares en la Argentina sería, como ella quiso, simplemente Evita.
Desde su nacimiento, cargaba esta criatura con tres humillaciones: ser hija extramatrimonial, no reconocida por su padre (que, en cambio, había reconocido a sus cuatro hermanos), ser mujer, grave delito para aquella sociedad machista para la cual sólo debería servir para la cocina y la cama, y ser pobre, receptora, un 6 de enero, cuando tenía 7 años, de una muñeca con una pierna rota que era lo único que habían podido regalarle unos Reyes Magos demasiado menesterosos.
Probablemente de estas humillaciones brotó su rebeldía y su confraternidad con todos los desamparados de su tierra, marginados de las instituciones, expoliados por los poderosos, víctimas también de la discriminación por género. Trasladada con su familia a Junín, a los once años, se ahoga en el ámbito aletargado de la ciudad pueblerina, abrumado de prejuicios y rutinas, con la misa dominguera y la caminata alrededor de la plaza en los atardeceres. Allí recita en el escenario de la escuela para las fiestas patrias mientras remonta sueños, proyectos, triunfos en el mundo del espectáculo, hasta que a los quince años se lanza a la aventura de la Buenos Aires pletórica de músicas y luces de neón donde –está segura– habrá de alcanzar el éxito y dejará de ser la Chola para ser Eva Duarte en las carteleras de teatros y cinematógrafos.
Llegan entonces los años difíciles para abrirse camino en el campo minado de los productores, directores, representantes artísticos y periodistas, hasta llegar a la tapa consagratoria de la revista Antena (1939). Según algunos comentaristas, “mala en la cinematografía, era mediocre en el teatro y alcanzaba lo mejor de sí misma en la radiofonía”. Pero, a través de esas diversas vicisitudes mantiene una consecuencia: “Tengo en el corazón un sentimiento fundamental: mi indignación contra la injusticia”.
En 1943, antes de conocer a Juan Domingo Perón, ya interviene en la creación de un gremio: la Asociación Radial Argentina, de la cual es presidenta poco después. (Este suceso será sugestivamente olvidado en la lucha política pues le imputarán a Perón hacer pareja con una actriz –o cosas peores–, en vez de admitir que se une sentimentalmente con una gremialista.)
Como es sabido, un día de enero de 1944, en el festival del Luna Park para recaudar fondos para las víctimas del terremoto de San Juan, lo conoce al Coronel y esto marca un hito fundamental en su vida. Su rebeldía, su indignación contra la injusticia, inclusive su difusa vocación por una sociedad igualitaria aprendida de un novio anarquista de adolescencia, encuentra ahora cauce escuchando los proyectos que él le confía en una Munich de la Costanera, con el río por telón de fondo. No participa en el 17 de octubre –como pretende un mito innecesario– pero crece con el movimiento popular hasta hacerse símbolo de los descamisados y de los derechos femeninos. En esa época, goza los mejores días de su vida en la quinta de San Vicente, de enamoramiento y admiración por el líder que está emergiendo y el movimiento nacional en marcha.
En él ocupa inicialmente el lugar de “La primera Dama” vengándose, con los mejores vestidos, de las señoronas de la clase alta en las noches de gala del Teatro Colón. Pero a partir de 1946 se convierte en algo así como un ministro de Trabajo paralelo respecto del secretario de Trabajo y Previsión José María Freire, recibiendo los reclamos, anhelos y sugerencias de los trabajadores, que transmite al Presidente. Armando Cabo, uno de los principales dirigentes gremiales de la época, dirá que su labor fue fundamental “como puente entre Perón y la clase trabajadora”. En el armado policlasista del frente de liberación nacional, el General necesitaba un contacto directo con “la columna vertebral” –los sindicatos– y esa tarea la realizó ella, que ya empezó a ser “Evita” y dejó los vestidos lujosos por el traje sastre y el peinado con rodete. Después, vino su viaje a Europa y al regresar, la puesta en marcha de la Fundación, duplicando así la tarea social de apoyo al movimiento.
Allí entregó su vida. “No era beneficencia –recordaba su confesor, el padre Hernán Benítez–. Le llevaba remedios a un enfermo pero además lo besaba sin importarle sus llagas. Yo, pastor de Cristo, daba un paso atrás para no contagiarme y ella me reprendía: –No venimos a traer remedios, padre. Venimos a dar solidaridad, afecto, al compañero que sufre... Un día –recuerda Benítez– íbamos en el auto a la residencia cuando ella advirtió que en la puerta de un Banco una anciana lloraba. Hizo detener el auto y cuando se enteró que no le habían pagado la jubilación por una cuestión burocrática, entró con ella al Banco –y yo detrás, porque iba sin custodia– y dijo bien fuerte, en el medio del salón: ¿Quién fue el hijo de puta que le dijo a esta señora que viniera otro día? Esa era Evita”. (Así, los gobiernos populares “violan las instituciones liberales” con escándalo de los gorilas.)
En esa tarea entregó su vida, cuando el cáncer comenzó a roerla impiadosamente. Era preciso estarse hasta la madrugada para contestar las cartas porque ningún argentino debía ser defraudado por una falta de respuesta, superando la endeblez de los 38 kilos. El pueblo entendió ese amor desenfrenado. La oligarquía también y por eso la odió: “Viva el cáncer” escribieron en las paredes. Ella, consumida por la enfermedad, dijo sus últimas palabras: “Gracias, Juan”. Los evitistas de última hora jamás podrán comprenderlo, ese “evitismo antiPerón” que, como dijo alguien, “es la etapa superior del gorilismo”.
Luego vino la contrarrevolución y secuestraron su cadáver. Al devolverlo, dieciséis años después, en 1971, en Puerta de Hierro, abrieron el féretro y resultó evidente que la habían golpeado hasta quebrarle la nariz y hacerle un tajo profundo en el cuello. Tal era el odio, a niveles tan altos como, por contrapartida, la veneración de su pueblo. Perón sólo dijo la palabra que correspondía a ese furioso ensañamiento clasista: ¡Miserables!.

Fuente: http://www.discepolo.org.ar/node/232

*Nota publicada originalmente en Miradas al Sur


El Primer Centenario. Entre los fastos y la represión

Por Leonardo Killian

El centésimo aniversario del 25 de mayo de 1810, primer gobierno criollo y comienzo de la lucha por la emancipación, fue aprovechado por la elite gobernante para mostrar al mundo una imagen idílica de la Argentina opulenta y progresista de principios del siglo XX. A partir de 1853, con los comienzos de la organización nacional, el viejo país criollo y sus luchas fratricidas entre unitarios y federales comenzaba a quedar atrás. Quedaban todavía focos de incendio en el interior provinciano. La política de policía del gobierno de Mitre terminará con los resabios de la montonera federal y el último y trágico episodio se consumará con la guerra contra el Paraguay. Tal vez, el último episodio de la guerra civil o por lo menos, su continuación en territorio extranjero. Liquidada la rebelión gaucha y destrozado el intento paraguayo de un desarrollo independiente con un proyecto industrialista en el corazón del continente sudamericano, sólo quedaba una cuestión pendiente: el problema del indio. Durante los gobiernos de Avellaneda y de Roca, la Patagonia y el Chaco son incorporados al estado nacional terminando con los focos de resistencia indígena. Estos episodios que algunos consideran la culminación de la conquista americana conforman definitivamente el mapa de la Argentina contemporánea. Salvo el problema de límites con Chile y algunas cuestiones con otros países vecinos podemos decir que el gobierno de Roca encontraba dibujada la Argentina actual. La generación del 80 se encargaría de darle contenido ideológico a este joven estado nacional. El viejo problema de la Capital Federal estaba solucionado. Las oligarquías del interior estaban integradas por el ferrocarril no habiendo ya contradicción de intereses con sus viejos adversarios porteños. Sarmiento y Alberdi habían impulsado la idea de una inmigración que cambiara la faz de la Argentina hispano-criolla. A fines del siglo XIX una gigantesca transformación social dio lugar a un cambio dramático, con pocos ejemplos similares, a excepción de los Estados Unidos y de Australia. Millones de inmigrantes europeos y asiáticos cambiarían la cara de la vieja Argentina para siempre. Escapaban del hambre, de las guerras, de las persecuciones del imperio zarista y del decadente imperio otomano. De la Europa pauperizada y de los odios raciales y religiosos. La Argentina y la constitución liberal de 1853 se convertían en el imaginario de millones de personas en la tierra prometida. América era la tierra de promisión, del trabajo y de la abundancia, de la libertad y la tolerancia. La realidad que les esperaba era ambigua. La nueva inserción en el comercio internacional y la división del trabajo que Gran Bretaña y las potencias industriales europeas asignaban a la Argentina, hacían necesario mano de obra en forma urgente. El país decididamente volcado a la producción de materia prima de sus ubérrimos territorios necesitaba brazos y abría sus puertas con generosidad. Pero también con desconfianza. Entre 1870 y 1914 la población de la Argentina creció cuatro veces y media pasando de 1.736.800 habitantes (1869) a 7.885.237 en 1914. Sólo en la ciudad de Buenos Aires, la población creció ocho veces. Este verdadero aluvión trajo, como sucede con toda transformación social de semejantes proporciones, nuevas contradicciones tanto en el seno de la clase política gobernante como entre los intelectuales y formadores de opinión, la gran prensa, etc. Basta citar a un intelectual positivista de la época José María Ramos Mexía: “…el del inmigrante es un cerebro lento, como el del buey a cuyo lado ha vivido, miope en la agudeza psíquica de torpe y obtuso oído…” “ qué torpeza para trasmitir la mas elemental sensación a través de esa piel de paquidermo…” “ le sentiréis a la legua ese tufillo a establo y asilo…” Con este lenguaje de desprecio racista se retrataba al prototipo de los recién llegados, objeto de la burla de tangos y sainetes, de poemas satíricos y hasta de los cánticos de las murgas de carnaval, de los que habían tenido la suerte de haber nacido en estas playas. La llamada Ley de Residencia fue un ejemplo de cómo la elite gobernante pensaba tratar a los indóciles. Durante la segunda presidencia de Roca, en 1902, fue aprobada la ley 4144 que entre otras cosas daba facultades al Poder Ejecutivo para expulsar del país, prohibir su entrada al mismo o detener a todo extranjero cuya conducta fuera considerada indeseable. Este instrumento discrecional y arbitrario fue impulsado entre otros por el senador Miguel Cané, el autor de Juvenilia. El servicio militar obligatorio y la de educación 1420 fueron los instrumentos para nacionalizar a los hijos de la inmigración y también para disciplinarlos. En cuanto a la ley conocida como Riccheri, el ministro de guerra que le dio origen, éste decía “ …que es mas importante si se quiere, la organización que la educación…” “ Ante todo, según nuestro entender, el servicio obligatorio va a acelerar la fusión de los diversos y múltiples elementos étnicos que están constituyendo nuestro país en forma de inmigración…La observación de la misma disciplina y quizá los mismos sinsabores… no sean elementos asaz poderosos para realizar esa fusión de nacionales y extranjeros, de que tanto necesitamos…” En cuanto a la Ley de Educación (1420), esta generó un enfrentamiento ideológico entre las dos concepciones dominantes. Los católicos que se opusieron tenazmente en nombre de la libertad de conciencia y los liberales que defendían los derechos individuales y el recorte del poder eclesiástico. El proceso de laicización comenzado en Europa era defendido por los liberales del 80 y no cabe duda de que en ese sentido, la Argentina se ponía a tono con los tiempos. Los conflictos de Roca con el Vaticano demostraban que si bien, la economía nacional estaba enfeudada al poder internacional, en otros aspectos mantenía un criterio independiente como la creación del Registro Civil o el manejo de los cementerios. Las atribuciones de la Iglesia Católica se recortaban inexorablemente.

1910

En abril de ese año, Roque Sáenz Peña fue elegido presidente de la república. Poco después mediante la ley electoral que se recuerda con su nombre, se cambiaba el sistema de sufragio. El voto universal para los varones mayores de dieciocho años era una concesión que la oligarquía que gobernaba la Argentina desde su creación como estado le daba al joven Partido Radical. Los radicales se habían negado a colaborar con “el régimen” hasta que no se cumpliera con el cumplimiento de la Constitución Nacional. El partido de Alem e Yrigoyen representaba en cierto sentido el ascenso de las nuevas clases medias. Aunque su programa era difuso y en ningún sentido se proponía cambiar las estructuras de la nación agraria y dependiente, el voto universal, secreto y obligatorio era una bandera que “el peludo Yrigoyen” no estaba dispuesto a negociar. De La Revolución del 90 hasta el alzamiento de 1905, los radicales habían mostrado una vocación revolucionaria y Sáenz Peña no hacía otra cosa que aceptar una situación que se había vuelto insostenible. El pequeño núcleo dirigente ya no podía resistir el embate de los tiempos. La vieja Argentina había abierto sus puertas a la inmigración y ahora debía concederles el voto a sus hijos. Si bien la dirigencia del Partido Radical pertenecía a la misma clase social del “régimen”, su masa de seguidores estaba conformada básicamente por los sectores medios y en una pequeña medida por trabajadores y artesanos. En 1890 se conmemoró el 1º de mayo. Se realizó en El Prado Español y hubo discursos en varios idiomas acentuando el carácter internacional del acto. Al año siguiente se formaba la Federación de Trabajadores de la República Argentina. Los sectores obreros de principios del siglo XX eran todavía una masa sin expresión política en el parlamento y esto no cambiaría con la llegada de los radicales. Los inmigrantes habían traído con sus bultos miserables ideas que alterarían el pulso de nuestros gobernantes: El anarquismo y el socialismo. Una “Agrupación Socialista” funcionaba desde 1894. Los Fascio dei lavoratori italianos, les egaux franceses y los Vorwaerts de origen alemán se les unieron, formando el Partido Socialista Obrero Internacional. En 1896 concurrió a elecciones en la Capital Federal y luego cambió su nombre por el de Partido Socialista Obrero Argentino. Sus figuras mas destacadas eran Juan B. Justo y Nicolás Repetto, José Ingenieros y Leopoldo Lugones. Su órgano de difusión fue La Vanguardia y, luego de una efímera unión con los anarquistas en la Federación Obrera Argentina (FOA) se separarían formando su propia central sindical la Unión General de Trabajadores (UGT) en 1903. Si bien hubo entre sus fundadores algunos de clara orientación marxista, la línea general del partido tuvo en cambio una ideología positivista que pronto renegó de la revolución violenta inclinándose por el parlamentarismo, la acción sindical y el cooperativismo. Su influencia en la joven clase trabajadora se hizo sentir en las grandes ciudades, con mayoría inmigrante, siendo escasa o nula su inserción entre los trabajadores rurales. El anarquismo en cambio tuvo una gran aceptación entre los trabajadores y artesanos criollos. Poetas, letristas del naciente tango y canciones camperas eran escritas por poetas y escritores anarquistas: “Grato auditorio que escuchas/ al payador anarquista/ no hagas a un lado la vista/con cierta expresión de horror/ que si al decirte quienes somos/ vuelve a tu faz la alegría/ en nombre de la anarquía/ te saludo con amor” decían estos versos recogidos por Martín Castro. Podemos decir que los últimos años del siglo XIX y principios del siglo XX fue la época dorada de las organizaciones anarquistas en Argentina tanto en la actividad de los grupos ideológicos como en la corriente sindicalista. Los sindicatos fueron aceptados en Inglaterra en 1825, en Francia en 1864 y en Alemania en 1869. En nuestro país se formó la sociedad Tipográfica Bonaerense en 1857. Hacia 1878 la Unión Tipográfica lanzaría la primera huelga de importancia. Eran los primeros esbozos del movimiento obrero argentino. Recordemos que en 1864 se formaba en Europa la Asociación Internacional de Trabajadores con dos tendencias diferenciadas: los seguidores de Marx y Engels creadores del llamado socialismo Científico y los anarquistas seguidores de Bakunin. Esta contradicción insalvable la llevó a su disolución. La II Internacional se fundó en Paris en 1889 y es la que dio origen a la Socialdemocracia europea. Luego de la Gran Guerra de 1914-1918 su política vacilante y ambigua (los socialistas se alinearon con sus respectivos ejércitos nacionales) la llevó al fracaso. Luego del estallido de la revolución Bolchevique en la Rusia de los zares, Lenin y Trotsky, los líderes de la Revolución de Octubre de 1917 fundarían dos años después la III Internacional de clara orientación marxista y teniendo como meta la revolución mundial y la toma del poder en forma violenta por los partidos proletarios.

El viejo patriciado devenido en una oligarquía política con una economía basada en la exportación de productos primarios había diseñado un país a medida del Imperio Británico del cual era una semi colonia. Si bien mantenía los signos exteriores de un Estado Nacional, en la práctica, sus resortes económicos y políticos estaban soldados al dictat del capitalismo internacional manejado por los ingleses. Era una “colonia próspera” con una capital que tenía barrios de aspecto parisino, palacios y paseos que sólo se veían en las grandes ciudades europeas y un interior que seguía mostrando su geografía de ranchos, su miseria estructural y sus enfermedades endémicas. La gran prensa sin embargo pintaba una idea del progreso que no sólo estaba en sus clases dirigentes. Se insistía que el futuro de la Argentina era de una gran prosperidad. Por debajo de este mundo de clubes exclusivos y de damas distinguidas comenzaba a bullir en sus suburbios, en las provincias marginadas del progreso, en los millones de desarrapados que no participaban del festín, el descontento y resentimiento. La Argentina del Centenario tenía dos caras, la de la fiesta oligárquica y la de la amargura de sus excluidos.

La Violencia

Los primeros estallidos obreros del siglo XX se dan ya en 1902 con la huelga de peones del Mercado de Frutos que arrastra a otros gremios. Roca contesta con una dura represión y dictando el estado de sitio. El Ministro del Interior Joaquín V. González proyecta un Código de Trabajo. Intelectuales y estudiosos del tema como del Valle Iberlucea, Augusto Bunge y Jesús Paz son invitados a colaborar. El informe de la situación de los trabajadores es aterrador y el proyecto queda en la nada. En 1904 el Cuarto Congreso de la FOA cambia su nombre por el de Federación Obrera Regional Argentina. El 22 de noviembre durante un mitin de obreros huelguistas en Rosario, la policía lanzó un brutal ataque que termina con varios heridos y un muerto. Hacía pocos meses que gobernaba el Dr. Quintana, dócil con los mandatos británicos pero de mano de hierro cuando se trataba de obreros díscolos. En 1905 Estalla la revolución Radical. Se sublevan regimientos en Campo de Mayo, Bahía Blanca, Santa Fe, Mendoza y Córdoba. La orden de Quintana no daba lugar a dudas “ A cualquier oficial sublevado que se lo encuentre con las armas en la mano se lo fusile en el momento y en el lugar bajo mi responsabilidad” El gobierno de Quintana duró diecisiete meses en los cuales firmó algunos decretos, reprimió el alzamiento radical que sólo pedía elecciones sin fraude y al movimiento obrero. Una calle del barrio Norte de Buenos Aires lleva su nombre. La vivienda de estas masas inmigrantes era el inquilinato al que se le llamó “conventillo”. Los alquileres de una pieza donde se hacinaban miserablemente eran tan caros que en 1907 se produjo una huelga de inquilinos en la ciudad de Buenos Aires. Una marcha de protesta por Avenida de Mayo terminó con la consabida carga de la caballería y la represión violenta. El 1º de mayo de 1909 la FORA hace una concentración en Plaza Lorea. Como el acto anarquista no contaba con la autorización, el jefe de policía Ramón Falcón lo disuelve con el escuadrón de seguridad. El saldo fue de ocho muertos y más de cien heridos. La UGT socialista hacía su propio acto en la Plaza Colón. Esta contaba con el permiso de las autoridades pero al llegar la noticia de la represión, los militantes se solidarizan con la FORA y lanzan una huelga general. Recordemos que el movimiento obrero de esos años tenía tres centrales sindicales, la FORA de tendencia anarquista, la UGT Socialista y la CORA (Confederación Obrera Regional Argentina) de tendencia Sindicalista. Esta última desde su periódico La Batalla, dirigido por el dramaturgo González Pacheco, llamaba públicamente al tiranicidio amenazando con sus bombas tanto a Figueroa Alcorta como al candidato electo Roque Sáenz Peña. La respuesta del gobierno de Figueroa Alcorta fue el estado de sitio, encarcelamiento de dirigentes y expulsión de extranjeros a los que se les aplicó la Ley de Residencia. La policía intervino los sindicatos y a punta de pistola ocupó los locales obreros anarquistas y socialistas. A la policía y el ejército se les unieron los jóvenes de las familias acomodadas que practicaban como deporte la violencia contra los inmigrantes anarquistas o socialistas. La “patota” era el nombre que se popularizó y que no era mas que bandas de violentos impunes a los que la policía trataba con benevolencia dejando hacer. El saqueo de los locales obreros, del diario La Vanguardia, etc. fue hecha a plena luz del día por estos patoteros que luego llevaban al Jockey Club los “trofeos” de sus hazañas; libros y revistas chamuscados o los restos del mobiliario roto o incendiado. Serían los que años mas tarde formarían la Liga Patriótica Argentina, dirigida por Manuel Carlés y que tendría activa participación en los sucesos de la Semana Trágica. El 4 de mayo la huelga general paralizaba la República. Se movilizaron a los bomberos, policía y al ejército que debieron custodiar o encargarse directamente de los servicios públicos. Hubo mas asesinatos de trabajadores y al sepelio de los mismos acudieron más de 100.000 personas. La represión policial no se hizo esperar y Buenos Aires vivió su semana roja. Se levantaron barricadas y la ciudad se convirtió en un campo de batalla. Figueroa Alcorta culpó a “la conspiración extranjera contra la tranquilidad del país” El 14 de noviembre de ese año, Simón Radowitzky, un anarquista de dieciocho años en la esquina de Quintana y Callao, arroja una bomba contra el carruaje que conducía a Ramón Falcón y a su secretario Alberto Lartigau que mueren en el hecho. La respuesta fue nuevamente el estado de sitio y el encarcelamiento y deportación de centenares de obreros. Se clausuran los sindicatos y los locales de la prensa opositora. Diez años después Buenos Aires viviría otra “semana trágica”, esta vez bajo un gobierno radical y con la novedad de grupos de civiles armados que se anticipaban al fascismo europeo en su ideología y en sus métodos. Con carta blanca para apalear y matar a “rusos” y “catalanes”. Los pogroms de los que habían huido los judíos del centro y este de Europa se repetían en la capital de la Argentina. Los fastos del primer Centenario impresionaron a los distinguidos invitados que veían a la Argentina como una futura potencia y al país del progreso que parecía no tener límites. La otra cara de la fiesta fue la conformación de una ideología represiva que se forjó en esos años y que recorrería todo el siglo XX. El desprecio por los humildes, por los diferentes y la salvaje represión para con los que hacían oír su voz de protesta.

Estamos a unos pocos meses de cumplir el segundo centenario y la situación de nuestro país es bien distinta. Ya no somos una nación aluvional. Los nietos de aquellos inmigrantes y de los viejos criollos somos argentinos que hemos aprendido de nuestras luchas y de nuestras miserias. Se dice que cada generación tiene sus propios problemas para resolver. Que el 25 de mayo de 2010 renueve la esperanza de ser una patria soberana y que nos albergue a todos y a cada uno. Sin excluidos.

Bibliografía sugerida

Abad de Santillán, Diego “ La FORA ” Ed. Nervio .Buenos Aires .1933 Bertoni, Lilia A. – Romero, Luis A.” La Argentina se Organiza” T.8 Libros del Quirquincho. Buenos Aires. 1991 Bertoni, Lilia A. – Romero, Luis A. “Los Tiempos de los Inmigrantes” T.9 Libros del Quiquincho. Buenos Aires. 1991 Campo, Hugo del “Los Anarquistas”.CEAL. Buenos Aires 1971 Colegio Nac.Bs.Aires Grandes Debates “Servicio Militar Obligatorio” (9)Ed.Pagina 12. Buenos Aires. 2001 Gallo, E. Cortes Conde E. “ La República Conservadora ” Ed.Paidos, Buenos Aires 1987 Gorostegui de Torres “ La Organización Nacional ” Ed. Paidos, Buenos Aires, 1987 Korn, Francis “ La Nueva Sociedad ” Historia Visual Argentina (85) Biblioteca Clarín Luna, Felix Historia Integral de la Argentina Tomos 61-65-68. Grupo Editorial Planeta 1995 Marotta, Sebastián “El Movimiento Sindical Argentino. Ed. Lacio. Buenos Aires 1970 Oddone, Jacinto , “Gremialismo Proletario Argentino”, Edic. Libera Buenos Aires 1975 Ramos, Jorge A. “ La Bella Epoca ” Edit. Plus Ultra. Buenos Aires 1973 Rosa José María . “Historia Argentina” Tomos 8 – 9 Edit. Oriente. Buenos Aires. 1974 Salas, Horacio “El Centenario” Ed.Planeta. Buenos Aires 1996

Autor del texto: Leonardo Killian
Responsable de su digitalización: Leonardo Killian
Responsable de su publicación original en Internet: Cuaderno de la Izquierda Nacional (http://www.elortiba.org/in.html )


De los Habsburgo a Hitler*

Por Jorge Enea Spilimbergo

Introducción

En numerosas oportunidades hemos señalado la oposición entre el nacionalismo agresivo de los países imperialistas y el nacionalismo liberador de los países coloniales o semicoloniales que luchan por sacudir la dictadura del capital financiero y sus aliados. La cuestión no es académica. Nos permite, por ejemplo, desentrañar la falacia de aquellas tesis que deducen el carácter del peronismo de la ideología inicial de los conductores, más exactamente, de las simpatías pro-nazis de los coroneles junianos y del nacionalismo oligárquico que fue en cierto momento su equipo político civil. Sólo el respaldo de una gran burguesía industrial y financiera permitió a Hitler ensayar simultáneamente una política exterior agresiva y una política de terrorismo reaccionario contra el movimiento obrero y la pequeña burguesía democrática de Alemania, generando una demagogia chauvinista en beneficio del gran capital, con la perspectiva de "socializar" los resultados de la expansión extranjera. En la Argentina semicolonial, en cambio, los militares junianos encontraron una burguesía endeble y cobarde que huyó a refugiarse a la sombra de los poderes tradicionales: Braden y la Sociedad Rural. Para salvar los contenidos nacionales del movimiento fue preciso modificar sustancialmente su carácter, imprimiéndole un sello renovador y de masas, una aspiración profundamente social y democrática. La irrupción del proletariado en las jornadas de octubre dejó muy atrás los devaneos del nacionalismo aristocrático y fascistizante, cuya influencia ideológica, sin embargo, no dejó de gravitar desde dentro del movimiento como expresión de sus elementos burgueses, empeñados en frenar y controlar a los trabajadores en beneficio de la corrupta burguesía nacional.
Así, las ideologías, aun en la abstractez de sus planteos, no desempeñan un papel autónomo o neutral. Ellas encarnan intereses concretos de clase que también chocan dentro mismo del movimiento nacional, reflejando la lucha por el liderazgo, los fines y los medios. La burguesía procura que ese movimiento se limite a buscar mejores condiciones de regateo con el imperialismo y sus aliados, sin quebrantar el dominio de éstos y sin alterar las condiciones de la explotación capitalista. Necesita, por consiguiente, una doctrina de la inmovilidad de las estructuras sociales. La ideología del "desarrollismo", por ejemplo, sirve a estas necesidades en cuanto funda la modernización sobre datos técnicos y financieros, omitiendo la esencia misma del problema, que reside en las relaciones de producción y de cambio, en las relaciones de poder entre las clases y en las formas de la propiedad. En cuanto a la transcripción del nazismo y del fascismo imperialista a nuestra realidad semicolonial, también subraya del modo más agresivo la voluntad de congelar la estructura económico-social interna, proclamando la conspiración demoníaca de las fuerzas del "caos" y la "desintegración" contra las cuales emprende una cruzada salvadora. La persistencia de estas corrientes dentro del peronismo debe interpretarse como un reaseguro burgués frente al movimiento obrero. El nacionalismo agresivo de las metrópolis imperialistas es por esencia conservador, nace y se desarrolla para consolidar el poder interno de las clases dominantes, tanto cuando reprime el movimiento obrero como cuando asocia al "pueblo" a los beneficios de la política de expansión exterior. El nacionalismo revolucionario, por el contrario, siempre ha vinculado la lucha por sacudir el vasallaje extranjero con la lucha por destruir las estructuras del atraso interno, ya que éste aparece como la expresión concreta de aquél, como su resultado y también como su instrumento.
En lo que sigue, sobre la base de textos y documentación que no son nuevos, procuraremos caracterizar ciertos rasgos significativos del nacionalismo de Hitler y del Estado Nazi, para avanzar más allá de su clasificación general de nacionalismo imperialista y agresor. Cada paso en este avance nos revela hasta qué punto el proceso del nacional-socialismo revive y actualiza los elementos más reaccionarios y anacrónicos de la sociedad alemana, poniéndolos al servicio de las aventuras del gran capital. También veremos que ese nacionalismo supone una ruptura expresa, no sólo con el nacionalismo democrático-burgués de la Alemania del siglo XIX que luchaba por unificarse y sacudir la tutela de Francia, Inglaterra y el Imperio Zarista, sino con la propia tradición del Estado de Prusia, es decir, con la forma reaccionaria aunque operante del viejo nacionalismo alemán, cuya figura suprema es Bismarck. Durante la segunda guerra, las ediciones oficiales soviéticas produjeron un florilegio bajo el título "Marx-Engels, contra el Prusianismo Reaccionario" a fin de alinear a los viejos maestros en una especie de "eterna" lucha, de lucha "inmemorial"contra las agresiones "pruso-hitlerianas". Esta piadosa recolección de citas bíblicas hechas con el espíritu de los sermones dominicales respondía, claro está, a un sentimiento (siempre loable) de amor a la patria. Pero no podía ser más lamentable. Por un lado, desenterraba sin comentarios y los hacia servir como palabra santa, algunos de los más equivocados textos de Marx y de Engels sobre la cuestión alemana. Por el otro, bajo la autoridad de esos textos pretendía imponer una visión completamente anti-histórica del problema.
No insistiremos sobre un tema ya desarrollado en otra parte.(1) Bástenos recordar que Marx y Engels corrigieron oportunamente su apreciación de la situación alemana luego de la victoria de Prusia sobre Austria en 1866, que decidió la unidad nacional de Alemania bajo la hegemonía de Prusia y con la exclusión de Austria, según el proyecto bismarkiano de la Pequeña Alemania (la Kleine Deutschland, por oposición a la Grosse Deutschland que incluiría a Austria). Para Marx y Engels, todo lo que contribuyera a la aglutinación en escala nacional del proletariado era progresivo, y "Bismarck, a pesar de él, está haciendo un poco de nuestra tarea". Digamos, de. paso, que ese prusiano reaccionario que era Bismarck establece en ese mismo año de 1866 de la victoria sobre Austria, el sufragio universal para la Alemania unificada, anticipándose a los avances de Disraeli y Gladstone en Inglaterra, y haciendo de Alemania el primer país de Europa donde rigió permanentemente dicha institución. Hasta tal punto, aún en manos de la casta militar prusiana, la lucha por la unidad nacional alemana asumía un carácter necesariamente democrático insertándose como episodio final del gran ciclo europeo que se abre con la Revolución Francesa de 1789.

* En “La cuestión nacional en Marx”, de Jorge Enea Spilimbergo, Editorial Octubre. Digitalizado por Fernando Lavayén


Reflexiones "preocupantes" sobre la teoría de la evolución

Lic. Alberto J. Franzoia

Después de leer atentamente el material de Stephen Jay Gould (1) enviado por Fernando Lavallén a Reconquista Popular, al que presenta modestamente como "lectura de verano", no dudo en sostener que dicho texto resulta de una significación capital por varias razones.
1. Se destaca un ensayo de Engels ("El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre") (2) que, sin ser de los más conocidos para lectores no avezados en el tema, constituye un valioso aporte a la teoría de la evolución. Queda por comprobar la afirmación de Gould, acerca de que el mismo fue "robado" por el amigo de Marx a Ernst Haeckel (padre del concepto Pitecántropo y firme defensor de la importancia de la postura erecta para la evolución en el siglo XIX cuando todavía no existían evidencias fácticas).
2. Dicho aporte es esencial para la teoría porque da cuenta de un aspecto de la evolución nada menor no contemplado por Darwin: el papel desempeñado por la postura erecta del Pitecántropo (homo erectus) para que la mano se transformara en un medio de trabajo (producción de herramientas), la que a su vez fue evolucionando como tal, a partir de la adaptación a las nuevas maniobras indispensables para mejorar el trabajo. Para que la mano estuviese en plena disposición para el trabajo fue necesario que quedara liberada como medio de locomoción. Dice Engels al respecto: "Es de suponer que como consecuencia directa de su género de vida, por el que las manos, al trepar, tenían que desempeñar funciones distintas a las de los pies, estos monos se fueron acostumbrando a prescindir de ellas al caminar por el suelo y empezaron a adoptar más y más una posición erecta. Fue el tránsito decisivo para el paso del mono al hombre"(3). Por lo tanto, contrariando la idea instalada, dominada por los prejuicios de la época ya que se carecía de datos confirmatorios, se plantea que el desarrollo del cerebro fue producto de la nueva postura física adoptada por esas criaturas cuando descendieron de los árboles (confirmado por el Australopiteco, homínido hallado luego en África, productor de los primeros útiles tallados), y no un fenómeno inicial desarrollado en el vacío. El crecimiento del cerebro que distingue al hombre de sus antecesores pasa por lo tanto a ser considerado como una consecuencia de la postura erecta junto a la progresiva adaptación de la mano y no una causa, aunque por otra parte la consecuencia luego operase modificaciones sustanciales sobre su causa en un movimiento dialéctico.
3. Mas allá de esto Gould destaca sobretodo el aporte a la teoría social realizado por Engels, ya que permite comprender por qué la comunidad científica de occidente ha sido tan proclive a priorizar el desarrollo de la inteligencia a la hora de abordar la evolución, aún después de encontrarse evidencias concretas desde fines del siglo XIX que avalan la hipótesis contraria:
"La importancia del ensayo de Engels no radica en el feliz resultado de que el Australopiteco confirmó una teoría específica sostenida por él -vía Haeckel- sino en su perceptivo análisis del rol político de la ciencia y de los prejuicios sociales que deben afectar todo pensamiento."
Engels ataca con su formulación los cimientos de una ciencia dominada por prejuicios sociales y necesidades políticas que le asignaban a la inteligencia una historia propia, independiente de la vida material. Claro que el cientificismo cuenta con no pocos ejemplos al respecto, pero este es tema para otro artículo. Desde nuestra perspectiva, si bien el aporte señalado es esencial, no disminuye en nada su contribución a la especificidad de la teoría de la evolución, independientemente de que la misma surja del desarrollo del materialismo dialéctico aplicado a las ciencias naturales, como intenta demostrar Engels, o de que provenga de una influencia (Haeckel) no revelada por él como sostiene Gould

La división entre trabajo intelectual y trabajo manual a lo largo de la historia ("el tema engelsiano de la separación de la cabeza y la mano" dice Gould) con la asignación apriorística de supremacía al cerebro, ha servido para justificar tanto desigualdades sociales y formas de ejercer el poder, como la jerarquización de una actividad científica pura alejada de la práctica. En un reciente artículo (4) sosteníamos que el triunfo de Evo Morales en Bolivia marca un principio de ruptura en ese país con las ideas dominantes, según las cuales un presidente debe ser, entre otras cosas, un profesional universitario, de sectores económicos y sociales acomodados. Ser necesariamente universitario es una condición que responde a la jerarquización del trabajo intelectual pero, además, pertenecer a sectores acomodados supone que se ha accedido a esa condición por una superioridad del intelecto. La lógica dominante, presentada como la "naturaleza de las cosas", pretende establecer apriorísticamente que el desarrollo de la inteligencia es anterior a toda desigualdad social establecida, por lo que las mismas son consecuencias inevitables de aquella. Según esta lógica vivir en la pobreza es el producto no deseado de una inteligencia menor, por lo que los pobres no pueden dirigir los destinos de una país. En el mejor de los casos habrá que esperar que algunos inteligentes, que como tales ocupan una posición superior a la de los pobres, se hagan cargo de ellos desde un condescendiente paternalismo..

Claro que esta visión excede el terreno estrictamente político para incursionar también en la ciencia, como observa Gould. Por un lado estos prejuicios han obstaculizado el desarrollo de teorías validadas convenientemente por la práctica, como lo demuestra la aceptación incondicional en el siglo XIX de la primacía del desarrollo del cerebro como condición necesaria para la transición del mono al hombre cuando no existía ninguna evidencia que avalaran dicha hipótesis, prejuicio al que no pudo escapar ni siquiera el talento de Darwin. Por otro lado han permitido el desarrollo de una jerarquizada ciencia pura, alejada de toda práctica efectiva y transformadora. Afirma Gould:
"Si nos tomáramos en serio el mensaje de Engels y reconociéramos que nuestra creencia en la superioridad inherente de la investigación pura es lo que es -un prejuicio social- entonces podríamos forjar entre los científicos la unión entre teoría y práctica que un mundo que se balancea peligrosamente cerca del abismo tan desesperadamente necesita."

Para superar la mayor cantidad de prejuicios que nos sea posible todo científico debería recurrir a la epistemología, disciplina que permite reflexionar críticamente sobre nuestra propia actividad. Y al respecto resulta ineludible considerar un aporte valioso realizado por el cientista estadounidense Alvin Gouldner, quien en su obra "La crisis de la sociología occidental" avanza sobre este tema recurriendo a los "supuestos básicos subyacentes"(5), que están muy vinculados con lo que Gould denomina "prejuicios subterráneos". Estos supuestos constituyen verdaderos obstáculos para el desarrollo de un conocimiento verdadero ya que:
(1) como supuestos no están demostrados;
(2) pero son básicos porque, llamativamente, a partir de ellos se construye teoría;
(3) y al estar en una región subyacente, no son plenamente concientes, por lo tanto tampoco se los puede explicitar con nitidez;
(4) por lo tanto, es necesario realizar un esfuerzo colectivo para tomar conciencia de ellos y poder confrontarlos con el nivel empírico (nosotros diríamos con la práctica). Es allí donde surge el verdadero conocimiento científico.

Ahora bien, completando el análisis de Gouldner habría que agregar que el contenido de los supuestos básicos subyacente no es ajeno a cuáles son las ideas dominantes en una sociedad, es decir a cuál es y qué características tiene la clase dominante. En el capitalismo se ha consolidado una idea, desarrollada desde los orígenes de la división entre trabajo manual y trabajo intelectual, que le asigna al segundo una serie de atributos superiores que se construirían en el vacío, independientemente de la situación material de los hombres. Por lo tanto, los agraciados con esos atributos deben acceder a los mayores tributos: riqueza, poder, felicidad, y control de la actividad científica. Si el cerebro se desarrolló por generación espontánea antes que la posición erecta, la ciencia pura debe tener un status superior a la práctica científica (pues sería portadora de la mayor inteligencia), mientras que los ricos y diplomados deben ejercer el poder político (directa o indirectamente) ya que sus bienes materiales y simbólicos serían la consecuencia lógica de su desarrollado intelecto. Hallar datos confirmatorios del origen material del desarrollo del cerebro tal como lo plantearon Engels y Haeckel, por más que éste opere luego sustanciales modificaciones en el mundo material y de que efectivamente existan potencialidades humanas distintas, introduce un serio problema a la hora de justificar la historia tal como ha sido narrada por las clases dominantes. Pero por fortuna esa historia siempre está expuesta al cambio, porque es como un río que fluye permanentemente según sentenció algún lúcido griego. En la medida en que profundicemos el examen crítico de las ideas-fuerza que nutren los prejuicios y los supuestos básicos subyacentes, a través de una tarea que debe es colectiva, la ciencia avanzará por caminos más rigurosos y las mayorías humilladas construirán conscientemente su destino mediante una relación enriquecedora de aportes mutuos.

(1) Stephen Jay Gould (Nueva York, 10 de septiembre de 1941 - 20 de mayo de 2002) fue un paleontólogo, biólogo teórico y divulgador científico estadounidense. El trabajo comentado se titula “La postura hizo al hombre”, fue publicado en Reconquista Popular el 3 enero de 2006
http://lists.econ.utah.edu/pipermail/reconquista-popular/
(2) Una de las ediciones que se puede conseguir de este ensayo de Engels escrito en 1876 está incluida junto a "Del socialismo utópico al socialismo científico" de editorial Anteo, año 1975.
(3)Texto citado, páginas 107-108
(4) Franzoia Alberto, "Evo Morales: el triunfo del pueblo boliviano", diciembre de 2005, editado digitalmente en Reconquista Popular
(5) Gouldner Alvin, "La crisis de la sociología occidental", Amorrortu, 1973.

La Plata, enero de 2006


Juan Bautista Justo*

Por Gustavo Battistoni

Gustavo Battistoni: ex – secretario general del Partido Socialista Auténtico de la Provincia de Santa Fe. Ex – consejero estudiantil en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR. Candidato a diputado nacional y provincial en varias oportunidades. Periodista, editorialista del periódico "Quinto Día"; columnista del mensuario rosarino "El Eslabón". Miembro del consejo editorial de la revista "Política". Profesor, Bachillerato con orientación en Ciencia Política (Universidad Nacional de Rosario). Integra la Mesa Nacional del partido de izquierda nacional “Patria y Pueblo” y es su Secretario General en Santa Fe. Es autor de artículos y ensayos.

Juan B.Justo, nacido en 1865, de una familia de filiación mitrista, con campos en Tapalqué, provincia de Buenos Aires, no fue un pensador ni político original.Toda su producción fue siempre un remedo de lo que habían dicho y escrito los socialistas europeos-en particular Eduard Bernstein-, por los que sentía la devoción propia de un cipayo ilustrado más preocupado por la última novedad que por las necesidades de nuestro pueblo trabajador en las olvidadas provincias del norte argentino.
Su socialismo fue una imitación de los últimos manuales europeos, no hay en toda su obra una sola idea original; su miopía intelectual fue tan grande que siempre ha omitido referencias teóricas de América latina; para él nuestra América criolla sólo le producía un profundo rechazo.
En cuanto a la Argentina fueron las obras más cosmopolitas las únicas que llamaron su atención de diletante ensoberbecido; mientras más alejado de nuestro pueblo, mayor importancia le daba a su obra.
Creía que nuestro país debía ser como Francia o Alemania, o quizás Australia; nunca creyó en nuestro destino latinoamericano, nuestro continente se le presentaba como una naturaleza salvaje a la que había que hacer entrar a la historia universal, por medio de la “civilización”.
De ahí la simpatía y aprobación que le produjo la anexión de Texas por parte de los EEUU, que el veía como un triunfo de la civilización sobre la barbarie.
Afirmaba en su libro “Teoría y práctica de la historia (cap. sobre “La Guerra”: “¿Puede reprocharse a los europeos su penetración en África porque se acompaña de crueldades?, ¿Pero vamos a reprocharnos el haber quitado a los caciques indios el dominio de la Pampa?” Hermoso socialista y luchador de la libertad resulta ser quien desprecia tan abiertamente a los negros y a los indios; entendemos de donde abrevaron los socialistas posteriores para atacar al peronismo y a la chusma radical.
Lo mismo pensaba para nuestra historia, no le interesaba el futuro de nuestros compatriotas si no se adecuaban a lo que él y los socialistas denominaban la “civilización”, que significaba borrar todo lo propio, tal como lo había planteado su maestro Domingo Faustino Sarmiento, en su “Facundo”.
No comprendía cómo sí lo había hecho Alberdi que el poderío de la Argentina no estaba en improductiva Buenos Aires, a la que estaba relacionada emocionalmente por su mitrismo, sino en las economías del interior, que eran la fuente de la riqueza argentina.
El odio al gaucho, el desprecio al nativo que sentían los socialistas no era más que la intelectualización con verborrea izquierdista del odio de la “clase decente” de la ciudad de Buenos Aires contra nuestra población nativa; esa población que había dado su sangre en la lucha por nuestra independencia mientras Rivadavia le negaba su apoyo al General San Martín.
Para los socialistas el pueblo siempre fue algo lejano, que había que “civilizar”, y si este elegía gobiernos nacionales y populares como el del General Perón, estaban los bombardeos a la Plaza de Mayo y los fusilamientos en José León Suárez para poner las cosas en “orden”.
Si el pueblo no se sabía gobernar, pensaban los socialistas, debían ser excluidos del poder. De ahí su apoyo a los gobiernos militares de turno; no interesaba su contenido, lo único que le pedían estos falsarios a los pretorianos era que fueran anti-peronistas como en 1955 y en 1976.
El pensamiento de Justo fue la guía para la acción de los socialistas a través de la historia, su anti-gauchismo, su amor por lo europeo en detrimento de lo propio, es una marca constante en esta secta; más que en las masas creía en élites ilustradas que tenían la misión de “iluminar” a la chusma radical.
Dice Rodolfo Puiggrós al respecto: “El método empleado por Justo tenía de falso el traslado mecánico de tesis inducidas de las experiencias de países industrialmente desarrollados a una Argentina agro-exportadora en los comienzos de una industrialización que para avanzar debía vencer la opresión de obstáculos externos e internos que ellos no sufrían.
Nos daba como imagen de la futura Argentina la actualidad de las naciones capitalistas más avanzadas en leyes sociales.
Enseñaba que nuestro porvenir estaba marcado por un determinismo que le señalaba los caminos y metas de los partidos socialistas de los Estados que vivían su propia revolución industrial. Su “Teoría y práctica de la Historia”, se inspiró en la idea de que los pueblos atrasados repetirían los procesos sociales de los países adelantados.
La teoría y la practica de la historia prueban, a la inversa, que lo inferior no sale de su inferioridad limitándose a imitar (o a alcanzar la altura de) lo superior, pues de ser así no habría progreso. (Las izquierdas y el problema nacional – págs. 40-41).
Su labor parlamentaria fue ineficaz, presentó una enorme cantidad de proyectos sin resultados prácticos; prefirió la soledad de los soberbios, al acercamiento a los partidos populares, en particular el Radical.
Justo fue un socialista agrarista en un país que necesitaba industrias, librecambista en una nación que debía proteger su aparato productivo de la competencia internacional, como habían hecho la Alemania de Federico List y los EE.UU. del economista Henry Charles Carey.
Sostenía Justo: “Un partido librecambista debe congregar cuanto antes a los capitalistas de la industria local. Ella no pide protección del estado ni la necesita, pero no puede sufrir más tiempo si protesta, las leyes del proteccionismo.
Que haya en buena hora una industria argentina, pero no a costa del debilitamiento de las principales fuentes de riqueza del país.
Con la ganadería se ha llegado hasta el punto de imponer derechos de importación.” En una editorial de “La Vanguardia” de la época se decía sobre las ventajas del librecambio: “Ya los trabajadores ingleses y alemanes, más preparados económicamente, han entendido la necesidad de una política tendiente a combatir este florecimiento artificial de industrias, que condenadas a morir ante la libre concurrencia del mercado universal, sólo son variables por el sacrificio de la gran clase productora y consumidora.
Se han declarado partidarios del librecambio; que éste fuera a desarrollar las formas capitalistas tiene la ventaja de abaratar constantemente el producto y hacer más fácil la subsistencia de los trabajadores.
Todo indica entre nosotros, por los resultados obtenidos por el proteccionismo, que la adopción de una política análoga, no sería desatinada, tanto más, que, hasta ahora, la clase trabajadora no tiene nada que agradecer racionalmente, y todo que reclamar, de un sistema cuya implantación ha tenido la virtud de hacer cada vez más extremadas sus condiciones de vida”. (La Vanguardia-Algunas reflexiones sobre la industria nacional) Si Alemania hubiera adoptado el librecambio nunca hubiera tenido una fuerte industria, como ha señalado Arturo Jauretche, en su libro “Política y economía”; lo mismo hubiera ocurrido con los Estados Unidos.
Su concepción era un retroceso no sólo con respecto a los planteos de Marx con respecto a Irlanda, como bien lo relata Spilimbergo, sino que era una vuelta atrás con las posiciones de los industrialistas argentinos como Alejandro Bunge o anteriormente Carlos Pellegrini.
No aprendió nada del debate entre los industrialistas como Vicente Fidel López y Miguel Cané, y los partidarios del agrarismo como Norberto de la Riestra, éste último abogado de los bancos ingleses en el Río de la Plata.
Su discípulo de juventud Raúl Prebisch le increpará su dogmatismo librecambista, un verdadero suicidio para un país atrasado como la Argentina.La mejor forma de seguir en el subdesarrollo es comprar por siempre productos manufacturados a cambio de productos agropecuarios; además éste economista le criticará su criterio de que los obreros cobren sus salarios en oro, lo que equivaldría a la dolarización en esta época...
Hay que leer su libro “La Moneda”, para darse cuenta lo atado al liberalismo que estaba Justo en materia económica. En esta obra de 1903 aboga por un monetarismo y librecambismo que asustaría al más ortodoxo de los liberales. Por eso tanto Domingo Felipe Cavallo como López Murphy citaban a este libro como una referencia para criticar a los economistas nacionales que creen en una Argentina desarrollada.
Que los liberales hablen más que los socialistas de un libro tendría que hacerlos pensar sobre las doctrinas del “maestro”, y cuánto de socialismo hay en su profusa obra.
Pero no sólo Justo fue un librecambista contumaz; su discípulo Esteban Jiménez había afirmado en su libro “Acción socialista”: “Nada tan importante y eficaz como el librecambio para cimentar la paz entre los pueblos. Es de esperar que parta de América, la cual está en las mejores condiciones para ello, el buen ejemplo.” (pág. 120) Abogó por la restricción monetaria en un país que creció al 6% acumulativo, de 1880 a 1914, caso único en la historia universal. Es parte de la experiencia universal observar que los períodos de expansión económica, siempre van acompañados de una emisión monetaria notable.
Sin expansión monetaria no hay crecimiento, es lo que abogaba Keynes para crecer. Justo creía que el circulante tenía que ser restringido; si los países capitalistas hubieran seguido la receta del “maestro” todavía no hubieran salido de la crisis del 30...
Algunos intelectuales, como Emilio Corbie`re han afirmado que posteriormente en el socialismo se corrigieron los errores más groseros de Justo en materia económica, cosa que de la que descreemos .El problema del “maestro” es que estaba atiborrado de lecturas europeas desconociendo la realidad de nuestra América profunda.
Esta actitud de muchos intelectuales argentinos llevó a decir a don Estanislao Zeballos que “si los libros europeos lo aconsejan y las necesidades argentinas rechazan el consejo, quémense los libros y primen nuestras necesidades” Los socialistas argentinos nunca comprendieron los veneros profundos de nuestro pueblo. Le fue más fácil unirse con la oligarquía contra los gobiernos populares, que hacer una profunda autocrítica sobre su inveterado gorilismo.
El desdén de Justo por el criollaje es tal, que llega a proponer su erradicación, actitud que también se da en su concepción con respecto a los negros, de los que llega a afirmar en “Teoría y práctica de la historia”, que no tienen posibilidades de existir en el mundo civilizado.
Justo, como buen darwinista social que era, creía que el hombre blanco debía regir los destinos del mundo; los negros y gauchos no tenía lugar en su mundo perfecto De ahí al desprecio de sus discípulos Repetto y Ghioldi por los “cabecitas negras”, que eran el pueblo de carne y hueso, no el de los libros que los socialistas mal digerían.
Hoy por lo bajo, dicen que el kirchnerismo utiliza la demagogia y la mentira para sostener su base popular, con lo que repiten su vieja subestimación con respecto al pueblo argentino.
Han cambiado la piel, pero el gorilismo sigue intacto; Américo Ghioldi sigue gobernando sus corazones (y bolsillos...).
En verdad el socialismo de Justo, fue más un instrumento para uso de la clase media urbana y rural, que un partido de obreros y trabajadores.
Salvo un núcleo reducido ligado a la dirección, los socialistas nunca fueron fuertes en materia de proletarios comprometidos con la causa.
Los que como Adrián Patroni fueron verdaderamente obreros serán desplazados por arribistas pequeño burgueses como Federico Pinedo, con la aquiescencia del aparato que gobernaba el PS; Pinedo recordaría en su vejez que Justo nunca dejó de pertenecer a la clase alta en sus gustos y vestimenta.
Posteriormente socialistas proletarios valiosos como Joaquín Coca recalaron en el Justicialismo al darse cuenta que el PS era el ala “izquierda” de la oligarquía.
En realidad, Justo creía más en un “capitalismo sano”, que en el brumoso socialismo del que nunca dio claras definiciones.
Su famosa definición del socialismo como: “la lucha en defensa y por la elevación del pueblo trabajador, el que guiado por la ciencia tiende a una inteligente y libre sociedad basada en la propiedad colectiva de los medios de producción”, no era para tomar en serio, dado que el colectivismo fue siempre para los socialistas argentinos una quimera.
El socialismo era una simple palabra; el contenido era el más crudo capitalismo; si no me creen observen al socialismo chileno, que no ha modificado en nada el legado del pinochetismo, encarnado por el electo presidente Sebastián Piñera.
De ahí la critica de Justo a la revolución rusa, proceso que no comprendió nunca. Indudablemente el general Perón tenía una mirada muy superior a este personaje, al afirmar que con la Revolución Rusa se iniciaba la era de los pueblos, como bien lo enseña Jorge Abelardo Ramos en su libro “La era del Peronismo”.
Justo ha marcado una línea de incomprensión dentro del PS para con las cosas de nuestro país, pero no fue el único que cometió error tras error.Figuras subalternas como Nicolás Repetto, o Norteamérico Ghioldi incomprendieron lo nacional, tanto o más que el fundador y líder del socialismo.Sólo Manuel Ugarte y tardíamente Enrique Dickmann llegaron a valorar los logros sociales de los movimientos nacionales de la Argentina.
Hay un grupo de intelectuales anti-peronistas, que estuvieron ligados a la catastrófica “Alianza” que han vuelto a reivindicar la figura de Justo. Estos intelectuales caerán en los viejos errores de los socialistas anteriores. El más reconocido de estos escritores, es el fallecido Juan Carlos Portantiero; viejo militante comunista y escriba del alfonsinismo, Portantiero ha redescubierto en su senectud a Juan Bautista Justo.
En un pequeño libro editado por el Fondo de Cultura Económica califica a Justo como el político e intelectual más importante de la Argentina moderna; no sabemos realmente porque lo afirma, pero viendo que el viejo gorila de la juventud no cambió nada, creemos que el elogio viene por la raíz esencialmente antipopular del socialismo argentino.
En el librito, Portantiero descalifica a los pensadores nacionales que han marcado a fuego el pensamiento antinacional de Juan B. Justo, en particular la figura de Juan José Hernández Arregui.
Para este señor, todos los que critican al fundador del socialismo cipayo no merecen ninguna consideración; son retrógrados, enemigos del progreso; colegimos de esta opinión que deben ser las minorías ilustradas para el extinto Portantiero quienes deben hacerse cargo de la historia, y no el pueblo, que estaría incapacitado para gobernar.Este cipayo cree que los nacionales somos un elemento tangencial de la historia; una anomalía que se debe corregir...
A los Portantiero,a la señora Beatriz Sarlo,le decimos que nada puede contra la decisión de las mayorías; por más que se disfracen de “progresistas” el ciudadano común les dará la espalda por reaccionarios.
El doctor Justo y sus secuaces fueron,también, virulentos antirradicales, en particular odiaban con particular saña a Hipólito Yrigoyen, en quien veían la suma de todos los males.
Bien dice Rodolfo Puiggrós al respecto, en “Las izquierdas y el problema nacional”: “El desprecio de la espontaneidad de las masas anula al dirigente político. Ese desprecio adoptó en los socialistas la forma de una aristocrática crítica moral de las costumbres, los hábitos y las preferencias de las muchedumbres argentinas, a las cuales les oponían como paradigma los idealizados obreros alemanes, franceses, anglosajones o escandinavos.
El socialismo era la Academia de Ciencias Sociales y políticas a la que no tenía acceso la chusma vernácula. Los éxitos provisorios de los discípulos de Justo en los comicios y en el Congreso no desviaron a las masas populares de los caminos que abrieron, partiendo de su espontaneidad, primero el yrigoyenismo y luego el peronismo. Y su insistencia en combatir esos movimientos naturales del pueblo argentino ha terminado por disgregarlos y esterilizarlos políticamente”. (pág. 39) Afirmaba Justo en 1895: “Roquistas, alemistas, mitristas e yrigoyenistas son todos lo mismo, pues pelean entre ellos por apetitos de mando, por motivos de odio o de simpatía personal, por ambiciones mezquinas e inconfesables, no por un programa o una idea”.
Es decir, para este personaje no había diferencia entre los que venían a cambiar la democracia argentina, y los viejos partidos de la rosca oligárquica; para estos sectarios todos los que no pertenecían a su cofradía eran dignos de vituperio; roza el escándalo la concepción de minoría que tenían...
Cuando se referían despectivamente a la política criolla, pensaban en los radicales a quienes comparaban con la oligarquía. Afirma con su agudeza habitual Jorge Enea Spilimbergo: “Al equiparar el radicalismo con las fuerzas de la oligarquía, Justo separaba a su partido y a la clase obrera de Buenos Aires, en la medida en que lograba influirla, del caudaloso movimiento popular. En esta aberración está el secreto de la estrechez municipal del socialismo argentino, cuyas victorias se circunscribían a la Capital de la República.
Así como el socialismo europeizante renunciaba a todo programa de defensa económica, se desentendía olímpicamente de las reivindicaciones democráticas generales”.
Dice el fundador del socialismo antinacional:”Yrigoyenistas y antirigoyenistas quieren más o menos lo mismo, y se trata de saber quienes van a administrar el producto de los impuestos, quiénes van a administrar los dineros públicos. En esto tienen que ser excluyentes, porque no podrían manejarlos unos y otros a la vez”. ("El Socialismo..." -t.1 Pág. 129) No es casualidad que de esta agrupación saliera el furibundo grupo de los socialistas independientes que llegaron a ser los autores intelectuales de la “década infame”.
Estos, desde su periódico “Libertad”, organizaron la más furiosa campaña contra el segundo gobierno de Yrigoyen, superando incluso a los ultraderechistas de la “Nueva República”.
Este odio llegó a ser tal que después de una investigación del Dr.
Justo contra el Ministro de Hacienda radical Domingo Salaberry, éste último, producto de las injurias cometidas contra él, se suicidó. Vale agregar que no se pudieron comprobar ninguna de las calumnias socialistas contra esta noble persona.
Lo que nos demuestra que la calumnia y la falsa denuncia no son patrimonio de los socialistas actuales, sino que tiene una larga tradición en el partido y en su fundador.Son especialistas en mirar la paja en el ojo ajeno, sino que nos expliquen que pasó con la cooperativa El Hogar Obrero y las permanentes irregularidades durante la gestión de Hermes Juan Binner.
Los socialistas dicen que los nacionales queremos perpetuarnos en el poder, pero la realidad dice que el Dr. Justo fue durante más de 30 años el dirigente más importante del partido, y cuando alguien como Alfredo Palacios quiso discutir ese liderazgo, fue expulsado del partido socialista. Justo jamás admitió diferencias internas importantes que discutieran su liderazgo.
Lo mismo podríamos decir de la cerrada estructura del PS. Donde nadie puede penetrar si no es de la troika gobernante, sin un “padrino”.
En resumen, el fantasma de Juan Bautista Justo sigue oprimiendo como una pesadilla sobre el cerebro de los principales referentes del Partido Socialista .De ahí su sectarismo y su permanente incomprensión de la cuestión nacional, y de los gobiernos nacionales y populares.

Bibliografía
Alberti, M, Romulo Bogliolo, Escardo,F.; Mondolfo,R.; Palacin ,M; Pan Luis; Furgón, E.,Ghioldi, A;Justo, A.;Pena, R; Repetto; Riviere, R; Rodríguez,A; Solari,J.A. -Concepto Humanista de la historia. Ed. Libera.
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Enea Spilimbergo, Jorge Juan B. Justo y el socialismo cipayo. Ed. Octubre. 1974.

*La versión original fue publicada en Reconquista Popular el 8 de enero de 2010. La versión que presentamos fue corregida por el autor para su publicación en Cuaderno de la Izquierda Nacional.


La Reforma Universitaria*

Por Enrique Rivera

Primera Parte

1

La revolución latinoamericana por la autonomía espiritual
Recordemos que el célebre manifiesto de la Reforma, dado en Córdoba el 21 de junio de 1918, trascendió el ámbito universitario. Estaba dirigido "a los hombres libres de Sudamérica " y decía: "Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”. Dos días después, la "Orden del Día de la Federación Universitaria de Córdoba explicaba: "Las nuevas generaciones de Córdoba, reunidas en plebiscito por invitación de la Federación Universitaria, considerando que el nuevo ciclo de civilización que se inicia, cuya sede radicará en América porque así lo determinan factores históricos innegables, exige un cambio total de los valores humanos y una distinta orientación de las fuerzas espirituales... ..... se hace necesario e impostergable dar a la cultura pública una alta finalidad renovando radicalmente los métodos y sistemas de enseñanza implantados en la República, por cuanto ellos no se avienen ni con las tendencias de la época ni con las nuevas modalidades del progreso social ".

2

En 1920, Víctor Raúl Haya de la Torre, Gabriel del Mazo y Alfredo Demaría, presidentes, res- pectivamente, de las Federaciones estudiantiles del Perú, Argentina y Chile, subscribieron. acuerdos por los cuales esas organizaciones se comprometían a efectuar propaganda activa por todos los medios para hacer efectivo el ideal del americanismo, procurando el acercamiento de todos los pueblos del continente y el estudio de sus problemas primordiales ". El mismo, año, al levantarse entre Chile y Perú el espectro de una guerra. por la cuestión de Tacna y Arica, la Federación Universitaria Argentina propuso a sus hermanas de ambos países que constituyeran una comisión de estudiantes conjunta, para investigar las verdaderas razones del amenazante diferendo y proponer a sus gobiernos una solución. En 1921, se reunió en México, un Congreso Internacional de Estudiantes, que en la realidad tuvo carácter latinoamericano. Aparte de proclamar que la juventud universitaria lucharía por "el advenimiento de una nueva humanidad fundada sobre los principios modernos de justicia en el orden económico y político " se condenaron "las tendencias de imperialismo y de hegemonía y todos los hechos de conquista territorial ". Más aún: el Congreso se pronunció sobre aspectos muy concretos de la unidad latinoamericana; así, invitó a los centros estudiantiles de Nicaragua y Costa Rica a que "orienten sus trabajos a fin de que sus respectivos países se incorporen a la República Federal que acaba de constituirse con las otras tres nacionalidades latinoamericanas, realizando así el ideal de aquellos pueblos".[1]

Es Gabriel del Mazo, uno de los protagonistas de la Reforma, presidente de, la Federación Universitaria Argentina en esa hora primigenia y posteriormente su gran estudioso e historiador, quien resumía en 1927: "... todos los documentos iniciales del movimiento expresan sin dejar lugar a dudas el sentido americano con que se le alentaba. En Córdoba en 1918, como en las etapas argentinas sucesivas, no se perdió de vista en ningún momento esta razón suprema de la cruzada. Hoy el movimiento de la nueva generación por la unidad de América se extiende por todo el Continente, trascendiendo las Antillas, Centroamérica y México. Frente a los enemigos de la unidad en el orden internacional y nacional se han precisado ya los lemas de lucha: 'Por la unidad de los pueblos de América, contra el imperialismo yanqui, para la realización de la justicia social "'.

Ciertamente, según vemos, la Reforma, no fue meramente la insurgencia del demos en el régimen de las altas casas de estudio, por muy importante que ésta fuese. Fue, como lo ha consignado Haya de la Torre, "la revolución latinoamericana por la autonomía espíritual".

Falta de base económica para el movimiento nacional

Cabe ahora preguntarnos: por qué esta revolución irrumpió en la esfera universitaria, espiritual? Por qué no lo hizo como movimiento político? Para contestar, es menester que examinemos la situación de América Latina a principios de este siglo.

El imperialismo hallábase entonces en el cenit de su carrera histórica. América Latina, en cambio, tabicada en veinte compartimentos estatales tan rigurosamente colonizados como incomunicados entre sí, parecía distar más que nunca de aquel gran objetivo de su unidad nacional que Bolívar y Monteagudo intentaron, infructuosamente, plasmar en la Confederación Sudamericana. Esta fragmentación nacional que por la inmadurez de las condiciones materiales no pudo contrarrestarse [2], fue de la mano con la sujeción semicolonial a las grandes potencias capitalistas europeas, Inglaterra especialmente, y a Estados Unidos con posterioridad. Permanecieron así incumplidos los restantes fines de la revolución democrática, tales como liquidar la opresión feudal del indio, incorporándolo a la civilización, y crear y proteger un gran mercado interno, para construir sobre esas bases la gran nación capitalista independiente.

3

El movimiento económico moderno se desarrolló por lo general tan sólo en algunas fajas costeras o zonas mineras o llanuras litorales donde se producían uno o dos frutos, o una o dos materias primas, o uno o dos cereales, con cuya exportación se pagaba la importación de toda la extensa gama de mercancías en que expresa la civilización. Estructuráronse así países de economía restringida, unilateral, que funcionaron y vivieron como apéndices subordinados del sistema capitalista mundial, y cuya personalidad era la del producto que exportaban: países del trigo, de la carne, del estaño, del guano, del café, de las bananas, del azúcar. Aun sobre esas riquezas naturales asentose la garra de los monopolios extranjeros combinados con las camarillas de agentes locales. Si (como en Argentina y Brasil, por ejemplo, en el caso del trigo, la carne y el café) estaban en manos de productores nacionales, aquéllos podían expoliarlas por su dominio de las etapas de comercialización, transporte e industrialización. Todo el resto de la nación balcanizada se mantuvo en condiciones primitivas (o fue empujado artificialmente a ellas), con su población autóctona bajo la coyunda de amos feudales, fuera de la dinámica civilizadora moderna. Manufacturas locales apenas se daban como adyacencias insignificantes de la importación.

No había, pues, en América Latina las bases económicas que hicieran posible la creación o recreación en forma burguesa de la nación, del Estado nacional, de acuerdo con el proceso clásico observado en Europa y Estados Unidos: el mercado interno no existía, y era ahogado de antemano por el imperialismo divisor y absorbente y el feudalismo agrario sobrevivido [3]. Es fácil comprender que en un marco tal, los núcleos de clases medias ocuparon un lugar completamente mezquino, sin poder transformarse en burguesía industrial. Sus aspiraciones, de formularse, aparecerían signadas por un desesperado utopismo. Tal fue la tragedia que vivió su prefiguración intelectual, la generación de 1900, predecesora de los estudiantes de 1918, a la que nos referimos seguidamente, porque en esta materia, como en otras, es urgente reconstruir el eslabonamiento histórico, desconocido o desestimado por los ideólogos locales del imperialismo colonizador.

La generación del 900

Hijos talentosos o geniales de familias del interior postergadas, venidas a menos, o de la clase media urbana, se reconocieron y agruparon primeramente en las capitales de nuestros países donde el capitalismo extranjero y sus acólitos nativos detentaban las palancas de todas las posibilidades culturales, artísticas y políticas. Pero, a diferencia de aquellos héroes provincianos de Balzac que lograban integrarse en París con una burguesía que triunfaba, aquí, qué les reservaba el destino? En el campo de la economía, la combinación entre el imperialismo y las oligarquías nativas ya estaba cumplida y cerradas todas las nuevas operaciones. En la ciencia y la política, las necesidades locales eran tan escasas como merecían serlo, puesto que todo venía hecho desde el extranjero, la una como la otra. En la literatura, lo nacional (único fundamento posible para un arte verdadero, el cual es inconcebible sin millares de profundas raíces en el inconsciente popular) era no solo menospreciado, sino ignorado. El Martín Fierro fue olímpicamente desconocido por las esferas cultas y literarias de nuestro país desde su publicación hasta que Leopoldo Lugones y Ricardo Rojas -miembros de la generación del 900-- lo "descubren" en 1912. Inigualable cartabón para juzgar el medio! En el campo de la cultura y la educación universitarias, que podrían ofrecer albergues provisorios para el espíritu renovador, imperaba aquélla vieja escolástica descalabradora de inteligencias, apareada con la concepción que ungía heraldos de la civilización a Inglaterra, Francia, etc., y englobaba lo americano e hispano como atraso y barbarie.[4] EI pueblo? En algunos centros capitalinos, por entonces, representábalo una abrumadora mayoría de masas inmigrantes (mal público para escritores nativos) casi iletradas, que apenas empezaban a asimilarse y conocer el idioma.

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Nuestro Fray Mocho ha pintado ese ambiente con geniales brochazos. Y en otras partes, donde no había inmigrantes, el analfabetismo del habitante autóctono oprimido era la regla.

La generación del 1900 no podía contar así con ningún punto de apoyo. Prodújose de este modo un curioso fenómeno: desde casi todos nuestros países emigraron a Europa intelectuales jóvenes, que se convertirán en los más destacados exponentes de las letras o de la cultura latinoarnericanas. El reproche de exotismo que por esta razón se les hizo, aparte de inexacto, contiene una dosis de ponzoña; ellos no fugaban de América hacia Europa, sino, como lo expresara Rubén Darío, se Ilevaban consigo América al viejo continente para que viviera un poco de la civilización que aquí se les negaba.

Era la Europa de preguerra. Aunque diversos síntomas denotaban la decadencia de la burguesía, quedaban algunos rescoldos de su siglo XIX revolucionario. Allá se encontraron los "escritores iberoamericanos del 900", como los denomina Manuel Ugarte, y adquirieron la conciencia de que su problema era el mismo, de que a pesar de los diversos puntos de partida, constituían una unidad. Ha escrito Ugarte, miembro conspicuo, de esta generación y su historiador "Al instalarnos en Madrid (punto de partida) y París (ambiente espíritual), descubrimos dos verdades. Primera, que nuestra producción se enlazaba dentro de una sola literatura. Segunda, que individualmente, pertenecíamos a una nacionalidad única considerando a lberoamérica, desde Europa, en forma panorámica. Amado Nervo era mexicano, Rubén Darío nicaragüense, Chocano había nacido en el Perú. Vargas Vila en Colombia, Gomez Carrillo en Guatemala, nosotros (Ingenieros, Lugones, el propio Ugarte) en la Argentina, pero una filiación, un parecido, un propósito nos identificaba. Más que el idioma, influía la situación. Y más que la situación, la voluntad de dar forma en el reino del espíritu a lo que corrientemente designábamos con el nombre de la Patria Grande ". Y agregaba: "Despertar la conciencia del continente ibérico, cuya unidad superior perdieron de vista los malos pastores, equivalía a seguir en todos los planos la consigna de los fundadores de la nacionalidad. De nuestro esfuerzo, quedará, ante todo, el empuje hacia una amplia concepción iberoamericana..., hacia una reestructuración de la ideología continental, con vistas a actualizar la esperanza del movimiento de 1810 ".[5] Prestemos atención a estas palabras, que en ellas está expreso el ideal de estructurar la nación latinoamericana, que agitará luego la Reforma Universitaria. Ésta Ilevará precisamente a la cima de sus levantadas olas a la expatriada. o aislada generación del 900.

Pero Manuel Ugarte expone incluso en esas líneas la situación a que arribaron los más afortunados, los que pudieron trasladarse a Europa y vivir en cierto modo al costado del desarrollo de la burguesía del viejo mundo. Más, al lado de esos nombres, cuántos otros se frustraron o no pudieron superar el anonimato histórico ante la indiferencia inconcebible del medio! Basta leer El mal metafísico, esa notable novela de Manuel Gálvez que hunde el escalpelo en una de las mayores Ilagas de nuestra historia, para comprender cabalmente el drama de esta generación y sentirse poseído de su angustia, a la que no puede ser extraño de ninguna manera el intelectual de nuestros días, pues el problema pervive. [6]

5

Significación latinoamericana de la generación del 900

La mayor parte de los escritores iberoamericanos del 900 pusieron su temática sobre lo latinoa- mericano y sus problemas; con ellos y a través de diversos canales, la concepción de la unidad nacional de América Latina, apagada desde el postrer Congreso de Lima en 1864 [7] revitaliza la tradición heredada de la Revolución de 1810 y va penetrando en la ideología de la generación de 1918, la que ha de ejecutar la Reforma, Manuel Ugarte realizó en 1912 una gira por América Latina, proclamándola, y a sus conferencias asistieron multitud de estudiantes y obreros de nuestros países. La guerra de 1914-18 vino a cortar este proceso preanunciador de la Reforma, para acelerarlo a su término.

No es posible una ubicación histórica adecuada de la Reforma sin esta mención, por ligera que la hagamos, de la corriente intelectual del 900 que abonó ideológicamente el terreno. Casi todos los intelectuales y profesores universitarios que, de un modo u otro, apoyaron a los estudiantes del 18, pertenecen a esa corriente y son los maestros o mentores ideológicos de éstos y los ligan a la gran, tradición de la lucha nacional de nuestros países. Agregaremos que tampoco la generación del 900 se halló al principio sin alientos. Cuando se estudie concienzudamente el papel de Buenos Aires a comienzos de siglo como capital del pensamiento latinoamericano, se verá que ello fue posibilitado por su federalización en 1880, la que permitió el acceso a la civilización moderna, de la soterrada generación de provincianos que aportaron a la metrópoli porteña, durante cierto tiempo y en ciertas esferas del pensamiento y de las letras, el sentido nacional que le faltaba. En esta generación del 80, ligada a su vez a la del 37, cuyo inspirador fuera Echeverría, se cobijó al dar sus primeros pasos la del 900. Pero si la primera logró aún integrarse dentro del cuadro general del ascenso del capitalismo, la última ya no pudo pensar en ello, sino que debió acudir a la renovación del sentido americano de la revolución del XIX, hablar de la "patria grande" con Bolívar y San Martín, que en las chicas no había lugar.

La voluntad de la generación del 900 por conformar "en el reino del espíritu" la patria grande, según las precisas palabras de Ugarte, configuraba el reverso de la impotencia política de la clase media latinoamericana para realizar la revolución democrática y de unificación nacional del continente, carente como se hallaba de bases materiales. Llegados a este punto, será útil recurrir a una ilustrativa analogía histórica que nos ofrece la Alemania de comienzos del siglo XIX, la cual, como América Latina en la aurora del siguiente, hallábase balcanizada en 86 estados, donde gobernaban a su antojo monarcas, principillos y demás personajes de la galería feudal.

Miseria económica y política, grandeza filosófica y literaria

La revolución de 1789 en Francia y los movimientos liberales nacionales en otros países de Europa, que la expansión napoleónica alentó, requerían que la antigua Germania se pusiera a la par, saliendo del sistema de las descompuestas charcas feudales. Pero las condiciones estaban en oposición completa a ese reclamo urgente de los nuevos tiempos.

En 1845, escribía Federico Engels a este propósito: "Alemania, a fines del siglo XVIII, no era sino una masa en repugnante descomposición. Nadie se sentía satisfecho. El comercio, los cambios, la industria y la agricultura del país casi estaban reducidos a cero; el campesinado, los comerciantes y los industriales soportaban el doble yugo de un gobierno sanguinario y del mal estado del comercio; la nobleza y los príncipes veían que sus rentas, a pesar de que extorsionaban a quienes les estaban sometidos, no alcanzaban el nivel de sus gastos crecientes; todo iba mal y un descontento general reinaba en el país ". Y proseguía: "No había ni instrucción, ni medios de obrar sobre el espíritu de las masas, ni libertad de prensa, ni espíritu público, no había ni siquiera relaciones comerciales con los demás países - nada más que la ignominia y el egoísmo ----, un espíritu de pequeño tendero rastrero, miserable, había penetrado a todo el pueblo. Todo estaba podrido, vacilante, pronto a estallar y no había ni la menor esperanza de un cambio favorable, ni fuerza suficiente en la nación para barrer los cadáveres envenenados de las instituciones muertas ''.

6

Observaba Engels seguidamente, sin embargo, que fue ésta la época de mayor brillo, de la literatura y el pensamiento germanos; más todavía, aquélla en que aparecen ante el mundo. ''Alrededor de 1750 -nos dice- nacieron todos los grandes espíritus de Alemania, los poetas Goethe y Schiller, los filósofos Kant y Fichte y, unos veinte años más tarde, el último gran metafísico alemán, Hegel. Cada obra notable de esta época está penetrada por un espíritu de desafió y de revuelta contra la sociedad alemana tal como era entonces. Goethe escribe Goetz von Berlichingen, homenaje dramático a la memoria de un revolucionario. Schiller, en Los bandoleros, celebra a un generoso joven que declara guerra abierta a toda la sociedad. Pero éstas fueron sus obras de juventud; con la edad perdieron toda esperanza...''. El potencial de la revolución nacional-democrática se concentraba en la esfera literaria y filosófica como sucedería con nosotros en 1900.

Pero hagamos otra cita significativa. Escribía el joven Marx en 1844, en la Gaceta del Rin, órgano de la burguesía germana: ''Si un alemán da una mirada hacia atrás en su historia, encontrará una de las causas principales de su evolución política, así como del estado miserable de la literatura antes de Lessing, en los 'escritores competentes'. Los eruditos profesionales, patentados, privilegiados, los doctores y otros pontífices, los escritores de universidad sin carácter de los siglos XVII y XVIII, con sus pelucas raídas, su pedantería distinguida y sus disertaciones microscópicas, se interpusieron entre el pueblo y el espíritu, entre la vida y la ciencia, entre la libertad y el hombre...''. Nos parece aquí, por la referencia a la situación universitaria, que Marx estuviese describiendo a toda esa casta oligárquica de académicos momificados que regía las Universidades de nuestra América en 1918, a esos ''profesores de derecho divino'' a que aludían los estudiantes de la Reforma, reivindicando precisamente en similares términos, que ''se ligase la cultura con el pueblo y la ciencia con la vida''
(Manifiesto del 21 de junio de 1918). Fue, asimismo, en el terreno universitario donde se desarrollaría el primer movimiento por la revolución democrática y nacional de Alemania, el que culminaría en 1848. Movimiento tan ''espiritual'' al principio que partía de la nebulosa dialéctica de un Hegel.

La Reforma en el Río de la Plata

Pero la analogía histórica que hemos presentado, no obstante esclarecernos por sus singulares coincidencias la situación de América Latina al principiar este siglo, concluye aquí. Pues la revolución nacional germana verificose cuando el capitalismo encontrábase en ascenso en todo el mundo. Con lo impotente y cobarde que era la burguesía germana, el hecho es que, de un modo u otro le fue posible, a pesar de sus derrotas en el campo político, desarrollar cada vez más las bases económicas para la unidad nacional (unión aduanera, red ferroviaria nacional, etc.), la cual realizaría posteriormente el bonapartismo bismarckiano. En nuestro continente, a tales bases el imperialismo les impedía nacer. Por esta razón, el movimiento no podía nunca por sus propias fuerzas sobrepasar los niveles de una aspiración utópica de intelectuales reducidos a vegetar en un ambiente miserable y sin horizontes.

Y las tendencias hacia la creación en forma burguesa de la nación latinoamericana, que nacían en el seno de sectores de la clase media, no reflejaban un ascenso capitalista estrangulado de antemano dentro de las fronteras divisorias, sino convulsiones del mismo sistema en escala mundial, que hacían zozobrar las economías unilaterales y sujetas de nuestros países, recordando así que no se había cumplido la revolución nacional.

7

Por eso, sólo en momentos en que el mundo entero se hallaba conmovido por el proceso de las revoluciones rusa y china, por la caída del Imperio otomano, la desintegración del austro-húngaro, el desmoronamiento del alemán, el movimiento pareció tomar y cobró impulso en América Latina. Lo hizo en el único campo donde podía manifestarse. Como alguien dijo: "ya que no podemos hacer la Revolución en el país, hagámosla en la Universidad".

Pero apenas las ondas de la revolución declinaron en el mundo y se aquietaron, la Reforma Universitaria perdió también su proyección continental, su naturaleza nacional y social, quedando reducida a una serie de consignas técnicas para democratizar la Universidad y proveer buenos profesionales, científicamente conformados, y humanistas de nuevo cuño. Pero, qué sentido podía tener esto si se mantenía al par la estructura semicolonial, la división agonizadora, vale decir, todas las condiciones para las cuales no hacían falta esos profesionales? Para qué humanidad iban a ejercer sus afanes los neohumanistas? Toda la renovación universitaria que la Reforma propulsaba estaba ligada a la formación de la nación latinoaméricana, sin la cual no tenía sentido.

Imposibilitada de mantener el contenido que le insuflaba vida, la Reforma, ideal de quienes divisaban un nuevo ciclo de civilización que se abriría en América, se confina en la órbita del claustro; con este aspecto técnico de la Reforma, las oligarquías locales se manifestaron a veces tolerantes, considerándolo como expresión de inquietudes juveniles, susceptibles de ser encauzadas con una aleación de dureza y suavidad. Así ocurrió en el Rió de la Plata, uno de los focos principales de la Reforma, donde ésta perdió su sentido nacional. Se diluyó en los cánones de una democracia liberal abstracta, la misma cobertura con que se disfrazaban las naciones imperialistas privilegiadas de Occidente. Y se hicieron "reformistas", amigos de la Reforma, sus partidarios, los peores enemigos que ella tuvo.

Pero hubo una excepción y fue en el Perú, donde contrariamente, la Reforma dio origen a todo un movimiento político, la. Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), que llevó al tope las banderas nacionales del movimiento estudiantil. Examinemos las causas de esta radical diferencia.

* Primera publicación: En 1950, por Centro de Estudios Argentinos "Manuel Ugarte".
Digitalización: Por Pablo Rivera, 2002.
Edición electrónica: Marxists Internet Archive, noviembre de 2002, por cortesía de Pablo Rivera. Revisado y corregido en 2006 por Pablo Rivera.


Las interminables dicotomías nacionales: barbarie o civilización, peronismo o antiperonismo…*

Por Alberto J. Franzoia

Breve introducción a los modelos dicotómicos

Los modelos dicotómicos, como intento teórico de facilitar el abordaje de una realidad mucho más compleja que ellos, han estado presentes en la ciencia social prácticamente desde sus orígenes. Quizás uno de las dicotomías más conocidas es en el campo de la sociología aquella que construyó hacia fines del siglo XIX el francés Emile Durkheim (1). Sus polos eran sociedades basadas en la solidaridad mecánica por un lado y sociedades basadas en la solidaridad orgánica por otro. Así daba cuenta de las agrupaciones humanas más primitivas o simples hasta llegar a las más complejas, que se correspondían con la sociedad industrial. Obviamente el paso de una a otra era producto de un lento proceso histórico de transformaciones cuyo eje estaba, según el sociólogo francés, en la división del trabajo. Cuanto más se desarrolla la división del trabajo (por la cual los hombres se van especializando en el desempeño de diversas tareas crecientemente complejas) más se avanza en un tipo de solidaridad social (la orgánica) que aparece como superadora de otra mucho más simple o primitiva (la mecánica). Muchos años después Gino Germani aplicó otra dicotomía que hizo escuela para abordar el desarrollo de los países dentro del sistema capitalista mundial, se refirió entonces a sociedades tradicionales y sociedades modernas o industriales. La diferencia la marcaba el proceso de secularización o modernización que cada una había llevado adelante en los planos económico, social y político. Cuanta más secularización más desarrollo. Los desarrollistas creyeron encontrar allí la clave para pasar del subdesarrollo del tercer mundo al desarrollo que ostentan los países centrales del sistema mundial. Sólo era cuestión, creían (como el mismo Germani), de seguir el ejemplo del Norte promoviendo procesos similares con la ayuda del capital externo, su tecnología y sus técnicos para desterrar el atraso.

En ese tipo de abordajes brilla por su ausencia cualquier consideración dialéctica (los opuestos como partes constitutivas de una misma unidad), en tanto los elementos de la contradicción al excluirse mutuamente (formando unidades distintas) no se influyen y transforman hasta alcanzar una síntesis superadora. Por el contrario, se trata de un proceso armoniosamente evolutivo, el paso gradual de un estado a otro, en el que todo conflicto es visualizado como patológico (excepcional) o disfuncional (no favorable a la reproducción del sistema). Es entonces ese proceso evolutivo el que conduce a la progresiva desaparición de lo simple o primitivo mientras se va desarrollando lo complejo o moderno.

Estas construcciones teóricas no han escapado, a su vez, a las influencias que ejercer las ideologías, pero rara vez es reconocido por sus autores, ya que suelen presentarse a sí mismos como la suma del conocimiento científico. Sin embargo,, aunque ciertos “científicos” lo ignoren (u oculten), ellos al ser también miembros de la sociedad de su tiempo y ocupar un lugar en la estructura social, identificándose con la clase a la que pertenecen o bien con otra a la que adoptan como grupo de referencia, no son ajenos a las visiones de mundo que las atraviesan. De allí que toda teoría que intenta ser científica deba reconocer críticamente las influencias recibidas para lograr un examen más equilibrado entre verdad y necesidad. Los sociólogos mencionados no actuaron, por lo tanto, sólo como científicos sino como intelectuales orgánicos de sus respectivas burguesías, ya que en los casos mencionados se visualiza a dicha clase como sujeto de esa armoniosa transformación.

Dicotomías argentinas: civilización o barbarie

Si bien en Argentina las polarizaciones se hicieron presentes en la práctica cotidiana desde la Revolución de Mayo y luego a través del enfrentamiento entre unitarios y federales, las mismas no encontraron una acabada expresión teórica hasta que Domingo Faustino Sarmiento las plasmó en su célebre dicotomía civilización o barbarie (2). Para el pensador sanjuanino la civilización se correspondía con toda producción material o inmaterial gestada por la avanzada cultura europea, y en contraposición considera barbarie a todo aquello que producían en íntimo contacto con su medio los atrasados habitantes de la América, pero Latina. Porque, por otra parte, admiraba profundamente a esa fracción del norte que es EE.UU.

En otro trabajo sosteníamos:

“Cuando la cultura propia se enriquece con el aporte de otras culturas, estamos en presencia de un fenómeno absolutamente positivo, como ha ocurrido cada vez que una creación, independientemente del contexto en el que haya surgido, se propagó por el mundo por la fuerza de sus propios méritos. Grandes descubrimientos científicos y célebres manifestaciones de arte, se encuadran en esta reivindicación de lo que se conoce como asimilación cultural. La verdadera cultura universal surge de la integración de diversas manifestaciones de culturas nacionales y regionales. Cuando Cervantes describió las andanzas del decadente caballero Don Quijote, ensambló su espíritu con el de la tierra manchega, pero al hacerlo con maestría su relato adquirió dimensiones universales, porque logró satisfacer necesidades de seres que habitan en otras latitudes. Qué decir del tango, que expresa toda la melancolía del hombre rioplatense, pero que ha penetrado en las profundidades de una cultura tan distinta como la japonesa para nutrirla. En el campo de la ciencia social podemos comprobar que cuando un método y una teoría surgidos en otro contexto, fueron adaptados y aplicados con creatividad al estudio de lo propio, favorecieron el esclarecimiento y la resolución de los problemas investigados. Un ejemplo muy claro al respecto, lo constituye la utilización del materialismo dialéctico por parte de Hernández Arregui para abordar precisamente la cultura nacional” (3)

No fue esa la visión de Sarmiento, quien sólo admitía en su práctica sustituir la barbarie para implantar la civilización. Es decir, no sólo excluye la asimilación cultural, sino que era mucho más partidario de la sustitución abrupta que de la evolución. Por eso aconsejaba regar nuestra tierra con sangre de gauchos, ya que según el ilustre maestro, era lo único que tenían de humanos. Quizás por eso también admiraba tanto a los vecinos del Norte. Allí sí la civilización europea había barrido con todo vestigio de cultura autóctona, pues la conquista anglosajona, a diferencia de la hispana, no se caracterizó por la fusión y el mestizaje. EE.UU. era la posibilidad cierta de implantar Europa en América, borrando la América preexistente. Pero por estas tierras las cosas eran distintas, si bien nadie que no sea un hispanista fanático podrá negar que hubiera exterminio, pillaje y explotación de la población nativa durante la conquista y colonización, simultáneamente debe admitirse que hubo fusión cultural y étnica. De allí que la actual América Latina sea, como lo era en tiempos de Sarmiento, una América esencialmente mestiza y culturalmente iberoamericana. Doble problema para el maestro que aborrecía no sólo lo autóctono sino todo lo proveniente de los sectores europeos atrasados o “bárbaros”.

Sarmiento no era sin embargo un naufrago que soñaba en su isla, sino un intelectual orgánico de la clase que se constituía como dominante en Argentina y en el resto de América Latina: la oligarquía. Sus ideas resultaron muy funcionales a los intereses de clase que se correspondían con esos grupos privilegiados que identificaban progreso (avance hacia la civilización) con la incorporación de Argentina (y América Latina en su conjunto) a la división internacional del trabajo en condición de productores de materias primas y alimentos para Europa. Curiosa civilización sin industria. Por lo tanto, el modelo teórico que este intelectual produjo, no sólo cumplió con la necesidad de expresar orgánicamente los intereses de las oligarquías nativas, sino también de las burguesías del mundo civilizado. De allí que lejos de propiciar la asimilación cultural su discurso fue vehiculo de la colonización.

“Distinto es el caso cuando asistimos a procesos de colonización cultural, ya que la incorporación selectiva y adaptativa que realiza democráticamente un pueblo para responder a sus necesidades, es sustituida por una invasión indiscriminada que forma parte de un proyecto político autoritario de las elites. Su objetivo central es borrar toda manifestación estructurada y estructurante de una cultura autóctona, como condición necesaria para someter materialmente a los sectores populares permitiendo sólo la concreción de sus intereses de clase, estrechamente vinculados con los de la clase dominante de las metrópolis. Esta aclaración resulta pertinente a la hora de abordar la realidad cultural de los países de América Latina, ya que en numerosas oportunidades la producción más visible no fue la más auténtica, pues poco ha tenido que ver con nuestra tierra y sus pueblos. En reiteradas ocasiones resultaron ser productos de imitación, surgidos de una visión de mundo subordinada a los grandes centros del poder mundial, que se manifestaron en campos tan diversos como la economía, el arte, la filosofía, etc. En este proceso colonizador mucho han tenido que ver tanto la clase dominante como sus intelectuales orgánicos, convertidos en el eslabón necesario para que el sometimiento cultural fuese posible, como así también otros que, más allá de su honestidad intelectual, quedaron atrapados en las "modas y verdades" transmitidas por los agentes del orden establecido” (4)

Civilización o barbarie vino a desempeñar a su vez una extraordinaria función azonzadora en las capas medias. Don Arturo Jauretche no casualmente señala a esta dicotomía como la madre de todas las zonceras argentinas:

“Antes de ocuparme de la cría de las zonceras corresponde tratar de una que las ha generado a todas —hijas, nietas, bisnietas y tataranietas—. (Los padres son distintos y de distinta época —y hay también partenogénesis—, pero madre hay una sola y ella es la que determina la filiación).
Esta zoncera madre es Civilización y barbarie. Su padre fue Domingo Faustino Sarmiento, que la trae en las primeras páginas de Facundo, pero ya tenía vigencia antes del bautismo en que la reconoció como suya” (5).

Tan útil resultó la dicotomía a las clases dominantes de adentro y de afuera, que cada vez que los sectores populares se encolumnaron tras un proceso `político que intentaba darles voz y presencia en esa realidad de la cual eran habitualmente excluidos, civilización o barbarie retornaba a la escena como justificación cultural para perpetuar su sometimiento económico, social y político. Esto que ya había ocurrido en el primer tercio del siglo XX con el yrigoyenismo, regresó aún con mayor virulencia a partir de 1945.

Dicotomías argentinas: peronismo o antiperonismo

Cuando el 17 de octubre de 1945 los trabajadores argentinos inundaron las calles de la ciudad puerto que durante tanto tiempo había mirado a Europa pretendiendo ignorar la Patria real, ésta reapareció (aunque nunca se había ido realmente) con toda la potencia que en el siglo XIX expresaron las fuerzas federales. Es que el desarrollo de un importante proletariado nacional, como producto de esa industria sustitutiva de importaciones que fue necesaria para suplir la carencia de bienes de consumo para el mercado interno ocasionada por la crisis de los años treinta y luego por la segunda guerra interimperialista, tuvo la enorme virtud de potenciar condiciones para que los sectores populares volvieran al centro de la escena. El incipiente desarrollo de la industria gestado por necesidad, aún a contrapelo de los intereses oligárquicos agroexportadores, aceleraba el desarrollo de una clase social muy débil hasta entonces. Pero ese desarrollo social que brotó de una cambiante materialidad no había encontrado aún correlato en la superestructura política. Hasta que la aparición de un militar identificado con la fracción industrialista del ejército, desbordó los objetivos del gobierno de facto instalado en 1943 (gobierno del GOU) para convertirse en la expresión política del nuevo sujeto social.

La irrupción económica y política del proletariado argentino no podía menos que generar la inmediata respuesta del bloque oligárquico-imperialista, que tras la caída de Hipólito Yrigoyen en 1930 había manejado los destinos del país ya sin obstáculos a la vista. En esas circunstancias la dicotomía cultural (ideológica) civilización o barbarie fue fogoneada por la oligarquía con una pasión digna de mejor causa. Sin embargo la misma va a manifestarse a través de nuevos conceptos. Peronismo o antiperonismo, aluvión zoológico o gente civilizada, fascistas o demócratas. Son las consignas antitéticas de esa época. Justo es reconocerle a Sarmiento, que ninguno de los teóricos oligárquicos que lo sucedieron alcanzó su estatua intelectual. No hay expresión conceptual más acabada acerca de la dicotomía concebida en su versión oligárquica, que la que él diseñó en el siglo XIX a través de la categorización: civilización o barbarie.

Pero el frente nacional conducido por Perón, en respuesta a la supuesta “dictadura de las alpargatas”, consigna instalada por estudiantes de las capas medias antiperonistas, lanzó un enérgico “alpargatas sí libros no”. ¿Qué significaba en realidad esta dicotomía en la versión gestada por los sectores populares? Dice el teórico de la izquierda nacional Jorge Enea Spilimbergo:

"(1)La autoreivindicación como sujeto histórico activo de la mujer y el hombre obligados a la alpargata, socialmente preteridos. (2)Su exigencia de zapatos para ellos y sus niños, muchas veces descalzos. (3)Su aspiración a que sus hijos tuviesen acceso a la alfabetización, la enseñanza media y aún superior, privilegios los dos últimos de minorías. (4)La impugnación de los libros (la ideología liberal-imperialista, formulada como razón universal) que enseñaba como "natural", platónicamente "justo", el orden que condenaba a las alpargatas, el hambre y la ignorancia a la inmensa mayoría. (5)La decisión superadora y culturalmente genética de cambiar ese orden".

"Era, pues, dicha consigna, la expresión vigorosa y primaria de un hecho cultural fundador: la nueva relación de fuerzas creada por el ascenso de los trabajadores al primer plano de la vida política" (6).

Obsérvese que Spilimbergo aborda en términos dialécticos (que es como se manifiesta la realidad más allá de las categorizaciones abstractas y estáticas que formulan los pensadores liberales) la dicotomía alpargatas o libros. Porque a través de la reivindicación de las alpargatas el peronismo no niega los libros sino una manifestación de ellos, Ya que a su vez lucha por alcanzar el acceso a la educación y a una cultura amplia (los libros) para los hijos de los trabajadores. Para conquistar dicho objetivo, era necesario enfrentar simultáneamente la versión liberal-imperialista de los libros, que condenaba a la ignorancia a los portadores de alpargatas. Sólo de esa lucha entre opuestos puede salir un orden alternativo al dominante, en el que quien usa alpargatas no accede a los libros, y quien accede a los libros es porque no usa alpargatas. Aquí queda claramente expresada la diferencia entre un abordaje dialéctico de la realidad y otro metafísico.

Proyecciones de una dicotomía no resuelta

El segundo gobierno de Perón cayó en 1955. La oligarquía, aliada con las burguesías imperialistas del Norte, volvía al gobierno porque no había sido eliminada la base material de su poder. El peronismo dio pasos enormes en pos de la independencia económica y la justicia social, pero las clases dominantes no habían sido derrotadas en forma definitiva. El signo más evidente de lo afirmado es que la oligarquía nunca perdió el control monopólico sobre la propiedad de las ricas tierras de la pampa húmeda. Tras largos años de dominio del bloque oligárquico-imperialista, sólo interrumpido hasta 2003 por un breve período peronista rápida y brutamente abortado por el terrorismo de Estado, la clase dominante argentina no sólo conserva su poder en el sector agrario, como lo demuestra con frecuencia, sino que ha extendido sus tentáculos a los sectores más concentrados de la industria y desde luego al sector financiero.

Más allá de sus innegables contradicciones el inicio en 2003 del proceso democrático K, ha resultado un escollo que no se había registrado en los 27 o 28 años anteriores para los objetivos de las clases dominantes. No estamos en presencia de un peronismo duro ni mucho menos de un socialismo nacional, sin embargo varias medidas de signo contrario a la ortodoxia liberal, que benefician a los sectores populares, han crispado los ánimos de todos aquellos que estaban acostumbrados a realizar sus privilegios de clase sin la menor resistencia. No resultará casual entonces que, ante medidas que conspiran aunque más no sea parcialmente contra dichos privilegios, se esté produciendo una reacción oligárquica de envergadura. Sin embargo, nuevamente el bloque oligárquico-imperialista necesita de una base social más amplia para llevar adelante sus objetivos políticos que apuntan a desestabilizar al gobierno popular. En ese marco es absolutamente necesario contar con por lo menos franjas significativas de las capas medias. De allí que el arsenal de ideas sintetizadas en dicotomías de cuño reaccionario vuelve a aparecer con la brutal potencia de otros tiempos.

Utilizar hoy como polos de la dicotomía los conceptos peronismo o antiperonismo es no decir absolutamente nada, ya que después del huracán menemista que arrasó con la estructura política justicialista, la oligarquía cuenta con no pocos muchachos que tocan el bombo y cantan la marcha entre sus filas. La prensa los llama “peronismo disidente”, para el deleite de los mismos protagonistas, ya que de pronto se encuentran con un título político (peronismo) que buena parte del pueblo les retiró en los noventa. Por este motivo todo parece indicar que hoy la dicotomía real pasa por ser kirchnerista o antikirchnerista. Pero en la visión de la clase dominante y sus intelectuales, ser kirchnerista (o apoyarlo en sus trazos gruesos) se correspondería con ser partidario de la intolerancia, el hegemonismo antidemocrático, el atentado a la libertad de expresión, el hostigamiento injustificado al campo (y por lo tanto a la patria), la obstaculización para las benditas inversiones extranjeras y, en su versión macartista, significa ser un montonero que busca dividir la patria. En cambio, si se es antikirchnerista está asegurada la pertenencia al territorio de los demócratas, de los republicanos, de los defensores de la libertad de expresión, de los abanderados de la productividad agraria (por lo tanto amantes de la patria, porque ya sabemos que “todos vivimos del campo”), de los responsables propiciadores de la inversión extranjera para el desarrollo y, en su versión macartista, significa pertenecer a esas buenas personas que solo trabajan por la unidad de todos los argentinos sin revanchismos.

Si uno lee a Sarmiento e investiga su biografía real (no la que diseñó la historia mitrista), pocas dificultades tendrá en encontrar curiosas coincidencias entre el discurso de nuestros intelectuales bien pensantes de la actualidad, al estilo Marcos Aguinis, y las diferencias que para Sarmiento mediaban entre los civilizados y los bárbaros, como así también las soluciones que proponía. Sin embargo, sólo las buenas teorías, las que tienen más contenido empírico y menos ideología, son las que logran superar las pruebas del tiempo. El modelo civilización o barbarie y sus proyecciones a lo largo de la historia argentina, ha sido reiteradamente refutado por la realidad concreta, porque lo observable es que los civilizadores suelen cerrarle el paso a lo que podría ser una verdadera civilización, aquella que lograría satisfacer las necesidades materiales y espirituales del conjunto social gracias al integral aprovechamiento de los avances científico-culturales. Para que eso ocurra, se requiere que la “barbarie” triunfe sobre la “civilización”, o que las alpargatas se impongan a la versión oligárquico-imperialista de los libros.

La Plata, 7 de septiembre de 2009

Obras citadas:
(1) Emile Durkheim, La División del trabajo social, 1893
(2) Domingo Faustino Sarmiento, Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas, 1845
(3) Alberto J. Franzoia, Reflexiones sobre cultura, en revista “Política” nº 4, 2007
(4) Alberto J. Franzoia, texto citado
(5) Arturo Jauretche, Manual de zonceras argentinas, 1968
(6) Spilimbergo Jorge: "Hombre, Estado, Comunidad", página 65 a 69, en Proyecciones del Pensamiento Nacional, actas del simposio A 40 años de "La Comunidad Organizada", convocado por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires y organizado por la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales desde el 20 al 22 de abril de 1989.

* Publicado originalmente en http://lateclaene.blogspot.com/2009/09/el-estado-y-sus-relatos-franzoia.html


La Reforma Universitaria*

Por Enrique Rivera

Segunda Parte

La Reforma en el Perú

En muchos países latinoamericanos, donde los indígenas constituyen una gran proporción del pueblo, cuando no su mayoría, (8) nos encontramos ante dos estructuras económico-sociales distintas. Una de ellas, Ilamémosla el ámbito exportador importador, que ejerce oficialmente los destinos de la República, está constituida por la población blanca, de habla castellana, de cultura europea, de religión católica. La otra, está formada por los campesinos indios. Éstos se encuentran sometidos a la explotación feudal, producen y viven en condiciones primitivas; no poseen capacidad de venta ni de compra; carecen de derechos civiles y menos políticos; están analfabefizados Hablan, asimismo, su. idioma autóctono como en la época de los incas, chibchas, mayas, nahuatles y aztecas y conservan gran parte de sus tradiciones culturales, artísticas y religiosas prehispánicas, expresando con ello su resistencia a asimilarse a una civilización que sólo conocen a través de su opresor, el gamonal o hacendado aliados con el imperialismo. Esta nacionalidad-antigua, apartada del movimiento civilizado, existía como enquistada en la otra, sin que se hubiesen fundido, interpenetrado, denunciando de este modo la incompletud de nuestro desarrollo, nuestra frustración revolucionaria.
Al declinar la oleada revolucionaria mundial, que se tradujo en América Latina, según vimos, con la Reforma Universitaria, a los integrantes de ésta les quedaron dos caminos, en general: adherirse a la Revolución Rusa, tal como lo hicieron transitoriamente muchos reformistas; o, de lo contrario, adaptarse a la realidad económica y política de sus países, reduciéndose a mantener los principios pedagógicos de la Reforma.

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Pero en el Perú se daba la posibilidad de un tercer camino: ligar el movimiento nacional de la Reforma, nacido como consecuencia de trastornos capitalistas de proyección mundial, que se había desarrollado con medios ideológicos modernos, europeos o europeizantes, con aquella vieja civilización incaica que permanecía dormida. Este camino, realmente extraordinario, lo tomó Victor Raúl Haya de la Torre, el líder del movimiento reformista en el Perú. Aunque lógico y natural, hacía falta verdadera audacia revolucionaria para seguirlo, pues era impreciso y presentaba contradicciones que, lejos de esterilizarlo, se convirtieron en fuentes de la fecunda acción política e intelectual que desarrolló el aprismo. Así se pudo mantener en el Perú la bandera latinoamericana de la Reforma, expresándola en la consigna de la unidad de Indoamérica y, más aún, Ilevarla a sus consecuencias legítimas, formando un verdadero partido político indoamericano, el ya nombrado APRA.

La ideología del movimiento reformista

La juventud que hizo la Reforma requería ansiosamente una ideología que expresara el sentido histórico de su movimiento, y que fuese capaz de englobar sintéticamente sus aspiraciones. Esta ideología no existía, había que formarla. Reproduciendo un fenómeno usual en la historia de los países rezagados, ella tomó las formulaciones avanzadas del pensamiento europeo, vale decir, el marxismo, adquiriéndolo sobre todo a través del hálito renovador de la Revolución Rusa. No hay en esto nada de asombroso ni de equivoco, ni digno de prestarse a lamentaciones reaccionarias. El pensamiento burgués había caído en la postración y la decadencia. Al transformarse la burguesía, de clase revolucionaria hasta el siglo XIX en clase reaccionaria en sus postrimerías y en la actual centuria, había desmentido hasta la saciedad los principios que en otro tiempo le facilitaron la viabilidad histórica, mostrando su insuficiencia, y su vacío. Ya los sectores más combativos de las burguesías alemana e italiana, en pleno siglo XIX, habían combinado ideológicamente la República con aspiraciones socialistas, más o menos vagas, desteñidas, que tomaban del proletariado parisino. La intelligentsia rusa, en masa, se había volcado en las últimas décadas del siglo hacia el socialismo, en sus formas populista y marxista.
Por esta razón, queriendo hacer una revolución nacional-democrática, la juventud de 1918 mal podía recurrir a la ideología burguesa desprestigiada y caduca, sino que debía proveerse en el arsenal teórico y político del proletariado y dirigirse a él (Universidades Populares González Prada, en el Perú; Lastania, en Chile; Martí, en Cuba, etc., en que fraternizaron obreros y estudiantes). Esto que decimos confirma una ley más general y es que en nuestro tiempo las revoluciones nacionales se originan en la crisis del sisterna capitalista mundial y no en su ascenso, como en el pasado.
La juventud de 1918 se adscribió a las formulas marxistas confusamente, buscando a tientas el camino. Era la hora que vivía el mundo. Al empalmar con la generación del 900, que también había buscado apoyo en la ideología socialista (Ingenieros, Lugones, Palacios, Ugarte y otros), se acentuó en este rumbo. Pero aquí tropezamos con un hecho de transcendental importancia histórica. Mientras que los miembros más progresivos de ambas generaciones se adhieren, los primeros al socialismo prebélico y los segundos a la resurrección marxista que trajo la Revolución Rusa en sus primeros años, los partidos y corrientes socialistas y comunistas nativos los repelieron, por su ceguera frente al problerna nacional y frente a la Reforma Universitaria. Este tema merece una consideración más detenida.

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Los partidos Socialista y Comunista frente a la Reforma

Es conocida la actitud que tuvo el Partido Socialista de la Argentina, para tomar el más desarrollado y típico de América Latina, frente a la Reforma Universitaria. No sólo no vio nunca su contenido nacional, sino que inclusive Ilegó a proponer la subordinación de cada Facultad al Ministerio más afin y la disolución del Rectorado. Calificó desde el parlamento la adhesión del presidente Yrigoyen a la Reforma Universitaria y el proyecto de crear la Universidad del Litoral[9] como demagogia.
La actitud de Alfredo L. Palacios, miembro de la generación del 900 y hombre destacado en la Reforma, que desempeñó un prominente papel en su preparación previa en el Perú, donde estuvo en 1919, pareciera pero no es una excepción. Cuando advino la Reforma, estaba fuera del Partido Socialista, de donde se lo expulsara en 1915 por su tendencia nacionalista. Había fundado el Partido Socialista Argentino, que tras unos 88 mil votos en las elecciones de 1916, en que venció el radicalismo, se frustró. Y sólo reingresó a la vida parfidaria activa en 1931, producido ya el golpe septembrino, de trágicas proyecciones, aún no estudiadas ni discutidas debidamente, en la política entera del país, y que explica no sólo el reingreso de Palacios, sino también su abandono definitivo de toda tentativa concreta de constituir un socialismo nacional.
En cuanto al Partido Comunista, debemos diferenciar dos períodos. En los años iniciales, cuando la Revolución Rusa aún no había sido copada por la burocracia, adhirió al movimiento reformista, pero ignorando también su contenido nacional latinoamencano, considerándolo sólo en su aspecto social general. Para el Partido Comunista, el problema nacional, forma típica en que se expresa la revolución de los países retrasados, no existía. Poco más adelante, cuando ya estaban en el período del ultraizquierdismo a todo trapo, que precedió al ascenso de Hitler al poder (1929 a 1934), tildaron a la Reforma de "movimiento pequeñoburgués reaccionario". Sólo en 1935, cuando la URSS se alía con las potencias imperialistas, "democráticas" de Occidente ante el peligro del imperialismo alemán, se ocuparon de exaltar la Reforma ya vencida, pero sólo en su aspecto democrático formal.
Trataban así de ligar al estudiantado con los profesores amigos de Inglaterra, Francia y Estados Unidos y a través de ellos con los partidos que representaban la influencia de esos imperialismos dominantes en nuestro país. En fin, a toda esa política nefasta que se llamó del Frente Popular.
La ceguera de los socialistas y comunistas frente a la Reforma Universitaria fue parte de su ceguera total respecto a la cuestión nacional. Jamás, ni antes ni después de la Reforma, el Partido Socialista concibió siquiera la idea de que había un problema de unificación de los países al sur del Río Bravo. Incluso, dentro del mismo país, ignoraban el problema de la opresión imperialista y ponían en el primer plano la lucha contra todos los partidos y tendencias que encarnaban aspiraciones nacionales. El Partido Comunista, nacido como un desprendimiento de izquierda de aquél, Ilegó a comprender en algunos momentos que había una opresión imperialista, pero no por eso varió su política interna, pues su comprensión sólo nacía de las diferencias entre la burocracia del Kremlin y el imperialismo mundial. Cuando aquélla se aliaba con el sector "democrático" de éste, que es el dominante en nuestros países, ni se acordaban de esa opresión.

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La doctrina marxista y el problema nacional

Cual fue la causa histórica de esta ceguera? Residía acaso en la doctrina marxista? La respuesta es negativa. La socialdemocracia europea clásica no desconoció el problema nacional tal como se planteaba en el viejo continente. Las unificaciones nacionales de Alemania e Italia fueron apoyadas por ella, a pesar de que, por la cobardía de las respectivas burguesías, asumieran un carácter dinástico. En el imperio austro-húngaro, subsistente hasta 1918, siguió reconociendo la cuestión nacional, aunque le dio la formulación oportunista de una "autonomía cultural". Por su parte, la socialdemocracia rusa estudió profundamente el problema nacional y desarrolló incluso su teoría. Fue en gran parte debido a su estrategia acertada en este campo que obtuvo el triunfo de octubre de 1917 en el Imperio zarista. Abarcando el problema en toda su magnitud histórica, Lenin había Ilegado a predecir que el siglo XX vería surgir nuevos y grandes movimientos nacionales y nuevas naciones. No se equivocaba.
Y si nos referimos a los maestros del socialismo científico, a Marx y a Engels, vemos que ellos desarrollaron su doctrina y su vida política en una época en que los problemas nacionales estaban en plena ebullición en el Occidente europeo. Los vivía Alemania, su país natal, por cuya unificación bregaron, aún al realizarla el prusiano militarista Bismarck. Incluso apoyaron el movimiento nacional polaco dirigido por la nobleza. Lo mismo hicieron con el movimiento nacional de Italia, de Irlanda. En todas sus obras la cuestión nacional ocupa lugar preferente, al lado de la formulación de los principios teóricos generales del socialismo. Pero nuestros "socialistas" y "comunistas" nativos tomaron sólo estos últimos, olvidando por completo los primeros. Y así, en países históricamente retrasados, en los cuales la revolución se desarrolla por vías nacionales, sostuvieron idénticas formulas y consignas que en las naciones desarrolladas de Europa o en los Estados Unidos. Cuales son las causas que llevaron a esta deformación, de tan grandes consecuencias históricas? No es éste el lugar para exponerlas. Pero señalaremos, de modo muy general, que la subordinación económica de nuestros países determinó que las tendencias ideológicas y políticas en pugna reflejaran las grandes fuerzas mundiales. Así, el socialismo tradicional, tradujo con su ignorancia del problema nacional de América Latina, la presión del imperialismo dominante. Se ha dicho y es axiomático que quien desconoce el nacionalismo del país oprimido favorece el del opresor. Utilizando como cobertura ideológica el internacionalismo proletario mal entendido, el socialismo tradicional desempeñó precisamente esa función, buscando sistemáticamente oponer el movimiento político de la clase obrera al movimiento nacional. Esto lo Ilevó a su bancarrota al producirse la primera crisis seria del sistema capitalista mundial (guerra de 1914-1918), que planteó precisamente la "insubordinación" de los países coloniales y semicoloniales y la movilización de sus fuerzas interiores, la aparición del factor nacional. Desde entonces fue perdiendo su representatividad obrera, porque ya se puso en contradicción abierta con los intereses del proletariado, que le dictan la alianza con los demás sectores del movimiento nacional.
A su vez, el Partido Comunista, atado a la burocracia que hacia 1924 desplazó del poder político al proletariado ruso, se dedicó a traducir la política exterior de ese Estado, acondicionando su actuación a los vaivenes y conveniencias que a éste imponían las diversas coyunturas de la situación mundial. Por esta razón, no formuló su política de acuerdo con las necesidades propias de la clase obrera y del pueblo en cuyo seno actuaba.[10]
Por estas razones, vemos juntos al socialismo tradicional y al Partido Comunista en su incomprensión u hostilidad hacia la Reforma Universitaria, en su ofensiva contra el radicalismo yrigoyenista en 1930 y en la Unión Democrática de 1945. Constituyeron el sector de "izquierda'' del frente imperialista, actuando en general siempre en el campo antinacional.
Ahora bien: la última guerra (1939-45) engendró nuevos y más grandiosos movimientos nacionales en todo el mundo que inauguraron una nueva era en la historia de la humanidad, Ilevando al imperialismo a la más profunda y extensa de sus crisis. Asia, Oceanía, África y América Latina han puesto en movimiento a cientos y cientos de millones de hombres; las grandes fuerzas internas de los pueblos que constituyen más de las tres cuartas partes de la humanidad contrabalancean ya a los dominadores.

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En estas revoluciones nacionales participa intensamente, constituyendo el sector más definido y consecuente, la clase obrera. Esto ha Ilevado a superar la desfiguración de la teoría marxista a que nos hemos referido antes y a que la cuestión nacional ocupe el lugar que le corresponde en la estrategia liberadora de los pueblos. Así, en diversos países de América Latina, estamos asistiendo a un vigoroso proceso de creación de una poderosa corriente socialista conectada con el movimiento de unificación nacional de nuestros pueblos, corriente que ya ha encontrado expresión en el libro, el ensayo y el artículo. No se trata de un proceso que discurra por viejos canales partidarios, sino más bien un vasto movimiento de reagrupación ideológica que nos hace recordar precisamente los planteos de la Reforma y la etapa vivida en sus años subsiguientes, pero en una escala histórica mucho más elevada.

Actualidad de la Reforma

El proceso que dejamos esbozado, sin embargo, aún no se ha reflejado, en general, en el campo universitario, que en 1918, al contrario, había constituido su avanzada. Nuestros estudiantes continúan debatiendo cuestiones ideológicas características de la era reaccionaria que demoran su integración en la lucha que vive América Latina. Desde este punto de vista, es imprescindible reexaminar qué fue la Reforma Universitaria. Las reivindicaciones democráticas que ésta lanzó (participación del estudiantado en el gobierno de la Universidad, autonomía de ésta, asistencia y docencia libres, etc.), estuvieron ligadas, como hemos mostrado, a la concepción de que un nuevo ciclo de civilización se iniciaría en América Latina, cuya forma política consistiría en federar sus estados, en constituir la verdadera nación. Con el tiempo, y a medida que dominaba la reacción en la Argentina y otros países, esas reivindicaciones quedaron desvinculadas por completo de aquella concepción, de su base nacional legítima, y se diluyeron en las expresiones democráticas comunes a Occidente. Esto permitió a los imperialismos dominantes en América Latina - inglés, yanqui y francés - utilizar los ideales democráticos de la Reforma para movilizar al estudiantado en favor de sus intereses económicos y políticos: participación en la guerra de 1939-45, etc. A su vez, los imperialismos alemán, italiano y japonés, que por carecer de colonias no habían podido mantener el ornato democrático, procuraron movilizar a los estudiantes esgrimiendo consignas como las de neutralidad y aún el anticolonialismo, que eran sentidas por dar expresión a los intereses nacionales, pero que se presentaban mezcladas con formas totalitarias y rasgos ideológicos reaccionarios. En ambos casos el estudiantado, como el pueblo latinoamericano todo, eran conducidos a ver su destino en la subordinación, ya al campo imperialista "democrático", ya al campo imperialista "totalitario". Tal es así que el rasgo común de ambos sistemas ideológicos en su proyección sobre los diversos países de América Latina consiste en que ninguno de ellos enarboló la bandera de su unificación nacional, única capaz de expresar los propios y auténticos intereses de sus pueblos, de permitirles autodeterminar su destino, en lugar de estar reducidos a ser el juguete de fuerzas extrañas.
Las circunstancias posteriores de la lucha han conducido a una exacerbación de las consignas democráticas de la Reforma, pero si éstas no son conectadas nuevamente al contenido nacional que les dio nacimiento, llevarán otra vez al estudiantado a un callejón sin salida. La Universidad será escenario repetido de una lucha entre dos sectores, uno aparentemente progresivo, otro aparentemente reaccionario, pero ambos, en fin, sujetos a intereses extraños a los del propio estudian- tado latinoamericano.

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Estudiar concreta y profundamente la Reforma Universitaria de 1918, huyendo de las abstracciones y chácharas de sus pseudoexponentes, que hoy brotan como hongos, significa para el estudiantado reencontrar la verdadera ruta, la que lo liga realmente al movimiento obrero - aspiración constante de la Reforma ---, la que lo une al pueblo todo en la lucha por la liberación nacional y social de América Latina.

NOTAS:
1) La persistente tentativa de constituir la Federación Centroamericana y de las Antillas, como la de reestructurar la Gran Colombia ( Colombia, Ecuador y Venezuela), la de unificar el Alto y Bajo Perú ( Perú y Bolivia ) y la de formar la Unión Aduanera del Sur ( Brasil, Uruguay, Argentina, Paraguay y Chile ), son expresiones regionales de la poderosa corriente que empuja a la unidad de todos nuestros países.
2) A comienzos del siglo XIX, América hispana constituía una unidad político-administrativa. La revolución fue americana.
3) El ascenso del capitalismo en el mundo ( siglos XVII a XIX ) se llevó por la creación de los modernos estados nacionales. Territorios con población de un solo idioma, superando las divisiones feudales, se dieron cohesión estatal. América Latina no alcanzó a constituirse nacionalmente en el siglo pasado por la combinación de ciertos intereses regionales librecambistas con las potencias colonizadoras, que fomentaron la balcanización. La crisis definitiva del capitalismo mundial ( iniciada en 1914 ), luego del interregno de construcción imperialista ( desde 1870 hasta 1914 ), replantea, cada vez con más vigor, el problema nacional de América Latina: o constituir la nación o perecer, tales son sus términos inequívocos.
4) Singular suerte la nuestra, en que lo propio resultaba lo deleznable y lo foráneo encarnación de todas las excelencias! A esta concepción básica estaba adscripta toda nuestra ideología de esclavos semicoloniales. Y cuántos restos de ella persisten aún!
5) No hay casi un miembro de esa generación que, bajo una u otra forma, no haya formulado la concepción e idea; de la unidad de América Latina. Y la nómina es extensa.
6) En gran medida, el intelectual nativo continúa siendo un ''emigrado interior''.
7) Fue éste el último Congreso latinoamericano, en el cual participó por la Argentina, Sarmiento. La guerra del Paraguay (1865) canceló sus eventuales proyecciones. Después, sólo tuvimos panamericanismo. Hasta que se reúne en México, en 1921, el Congreso Continental de la Reforma, ya mencionado.
8) Perú, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Guatemala, México, etc.
9) La Facultad de Derecho de Santa Fe funcionaba de antiguo en el Colegio de la Inmaculada Concepción de los jesuitas, dirigida por éstos. La creación de la Universidad del Litoral quebrantaba el monopolio clerical de la enseñanza.
10) Así, en 1927, en un Congreso antimperialista realizado en Bruselas, Vittorio Codovilla, el jefe ítalo-argentino del Partido Comunista argentino, reaccionaba con indignación ante los planteos nacionales latinoamericanos diciendo: '' Que perezcan, por último estos veinte pueblecitos, con tal que se salve la Revolución Rusa''. Y agregaría posteriormente: '' A un comunista no le interesa sino la campaña de la IIIa. Internacional, aunque para sostenerla se sacrifiquen quince países'' ...
* Primera publicación: En 1950, por Centro de Estudios Argentinos "Manuel Ugarte".
Digitalización: Por Pablo Rivera, 2002.
Edición electrónica: Marxists Internet Archive, noviembre de 2002, por cortesía de Pablo Rivera. Revisado y corregido en 2006 por Pablo Rivera.



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