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¿Que
es un escritor nacional?*
Por Juan José Hernandez Arregui
Una simple recorrida por las librerías de Buenos Aires, atestigua el hecho.
tan comentado en los últimos tiempos, del repentino interés de los lectores
par los libros que hacen referencia al país. La observación, sociologicamente
considerada es verídica.
Pero lo que se soslaya y en la vida social todo esta de alguna manera coordinado
- es que - tal "literatura nacional", es protegida, promovida y canalizada
por organismos empresarios y universitarios, etc. que de algún modo mantienen
e industrializan esa producción, y a un tiempo, preservan los controles
culturales sobre el país a trabes de un amplio sistema de ventas y propaganda.
Es verdad, que esa literatura, se vuelve ahora, hacia una temática argentina
y no interesa su contenido de clase, en alguna una forma a pesar de las
variantes que puedan encontrarse en tales manifestaciones literarias, ligado
al más grande movimiento de masas de Iberoamerica: el peronismo.
Esto es, a los cambios sociales operados en el país con la industrialización
y el peso político de las masas. Junto a estas expresiones, que aun en su
cobarde pestilericia de clase, son positivas en tanto miran al país, se
mueve otro pensamiento nacional, en el que pre-domina, mas que la literatura,
el tema histórico y anticolonialista de combativa orientación critica. Y
lo más resaltante es que esta literatura escatimada por los diarios, es
leída con avidez por amplios y desconocidos públicos. Esta dicotomía, la
existencia de una literatura nacional y otra antinacional, significa, por
implicancia, la indagación sobre la esencia del escritor nacional. En esto
no se puede andar con melindres,
¿Que es. pues, un escritor nacional? Escritor nacional es aquel que se enfrenta
Con su propia circunstancia, pensando en el país, y no en si mismo. Este
es un hecho también condicionado por la historia donde el azar no cuenta.
Si en 1955, con la caída de Perón, no se hubiese producido lo que Arturo
Jauretche, en un libro profético, titulo EL PLAN PREBISCH (Retomo al coloniaje),
la mayoría de los verdaderos libros nacionales aparecidos desde entonces
y devorados hoy por millares de argentinos, no se hubiesen escrito,
Una literatura propia, larvada o desdeñada por las elites. ha existido siempre
pero lo que por primera vez se ha dado, en lo que va de este siglo en la
Argentina, es la pasión par los libros esclarecedores de la conciencia nacional.
De no haberse operado este aciago retorno al colonialismo mis propios libros
no hubiesen nacido.
Y esto testimonia que el escritor - ya se ha dicho-es un reflejo social
de 1os impulsos positivos o negativos de las .potencias laterales que gravitan
sobre el a través del país verdadero. Aquel que se ufana de sus obras es
un majadero o como dijera Fichte sobre los escritores. "El deseo de gloria
es una vanidad despreciable" Todo libro anticolonialista, cualesquiera sea
su éxito, es mas bien un fruto acre.
Pues tales libros han manado de la desventura del país y no del narcisismo
literario. Y si tal prestigio emerge, como es inevitable, de una obra áspera
y critica contra las instituciones Y figuras representativas del coloniaje,
mas que valimiento, acarrea sinsabores, odios perdurables y calumnias, solo
compensadas por la fe en la patria avasallada,
Una fe, que.es el único contrafuerte que puede oponerse al regulado aparato
de 1a cultura colonial, cuya concertada y rencorosa reacción, es proporcional
al peligro que el pensamiento nacional lleva implícito. Todo escritor nacional
ha experimentado alguna vez, la sensación de un muro que lo asfixia y la
interrogación concomitante acerca de si la lucha empeñada tiene un sentido
que la justifique.
Más no hay que dejar que la melancolía, haga su nido. en la cabeza. El poder
de las ideas nacionales y sus efectos letales son más destructivos de lo
que el escritor nacional piensa. Y entonces, la lucha vuelve a vivirse como
un baño saludable del espíritu, como un compromiso -el único tal vez- que
compensa la. Vocación intelectual en un país colonizado. En verdad, el país
colonial nos marca a todos. A unos par cobardes e infieles al pensamiento
argentino, y a otros por lealtad al país.
Todo libro nacional, en el sentido, expuesto, es necesariamente polémico.
Y cuando concuerda con las disyuntivas de un país, internamente sobresaltado
por la historia, repercute de múltiples y contradictorias maneras. Pero
tales libros ban descalabrado a la "intelligentzia" cipaya. Esa "intelligentzia"
tanto de derecha como de "izquierda", se irrita ante los escritores genuinamente
nacionales que son, en tanto hombres amasados a su pueblo, la mala conciencia
que le recuerda, como una voz interior, su deserción de las luchas del pueblo;
Mas que el escritor nacional en si mismo, lo que le resulta inadmisible,
es que las masas argentinas representan no solo la alpargata (2) sino la
Cultura Nacional. El liberalismo colonial les endilgo que eran ellos, mandarines
una ficticia "elite" intelectual, los depositarios de esa cultura. Pero
la cultura es colectiva, creación anónima del pueblo. No de los intelectuales.
Y aunque es un signo favorable, en la Argentina actual, la creciente nacionalización
de las izquierdas, aun no son revolucionarias, aunque algunos de sus intelectuales
lean tardíamente EL HOMBRE QUE ESTA SOLO Y ESPERA de Raúl Scalabrini Ortiz.
Todavía, aunque de otro modo, ellos, atascados en un callejón sin salida,
también están solos y es-peran, intermedios, en este transito avinagrado
de su evolución ideológica, entre el país y sus angustias individuales,
nihilistas, solitarias, tras las cuales lo que en realidad se debate es
la crisis de la inteligencia argentina. Y pongamos punto final a este tema
sobre los escritores.
Hay un pensamiento nacional y un antipensamiento colonial. Un escritor nacional
tipo es Raúl Scalabririi Ortiz. Un escritor colonial, más perfecto que una
esfera musical en la mente de Pitágoras, es Jorge Luis Borges. De un Pitágoras
que nunca existió.
Y en esto se parece a Borges, que ha caído en la faroleria, de hablar de
Pitagoras sin conocer la filosofía griega. En rigor, Borges, pajaroo nocturno
de la cultura "colonizada, desde el punto de vista del pensamiento argentino
es mas fantasmagórico que
el Pitagoras de la leyenda órfica. Un Borges -ese "cadáver vivo de sus fríos
versos' que dijera Lope de Vega- hinchado todos los días por la prensa imperialista
y que ni siquiera merecería ser citado a.C., si no fuese porque es la entalladura
poética de ese "colonialismo literario afeminado" y sin tierra al que hacemos
referencia. Poeta del Imperio Británico, condecorado por Isabel II de Inglaterra,
ha declarado hace poco: "Si cumpliese con mi deber de argentino debería
haber matado a Perón" El desmán seria para reírse, si no fuese, como lo
hemos expresado en otra parte, "porque detrás de estas palabras pierrotescas
se mueven las miasmas oscuras del coloniaje. Así habla la 'inteligencia
pura" este "ancestro hermafrodita de la poesía universal fuera del mundo
que, como una orquídea sin alma, llora en la mayoría de sus poemas, su 'muerte
propia' a la manera de Rilke. Todos hemos de morir. No es nuevo este tema
de la muerte. Ya lo dijo Shakespeare: 'Tu le debes una muerte a la Naturaleza'.
Mas es preferible, a la muerte dominical y exhibida, la muerte con-cebida
por Walt Whitmann:
Todo va hacia adelante
y hacia arriba.
Nada perece
Y el morir es una cosa distinta a lo que algunos suponen.
¡Mucho más agradable!
¡Si! Todos hemos de morir, Borges también. Y con el se ira un andrajo del
colonato mental. A diferencia de ellos, bufones literarios de la oligarquía,
mensajeros afamados del imperialismo, cuando a los grandes hombres de América
les llega la hora de la muerte, en ese mismo supremo instante, la eternidad
de la historia, la única y luminosa inmortalidad que le es dable esperar
a la criatura humana en su transito terreno, Ios amortaja como una estela
de gloria con las palabras de los verdaderos poetas nacionales "Hay una
lagrima para todos aquellos que mueren, un duelo sobre la tumba mas humilde,
pero cuando los grandes patriotas sucumben las naciones lanzan el grito
fúnebre y la victoria llora "
Pocos mejor que Perón han destacado esta antitesis de lo nacional y lo antinacional
en el pensamiento argentino.
A un gran político no le interesan las ideologías, palabra esta a la que
Perón le da mas bien el sentido de teorizaciones muertas separadas de la
practica-'- sina las resultados que una ideología anudada a la cuestión
nacional, pueda reportarle al pensamiento argentino. Perón valora tales
libros. Pero el juicio de un gran patriota tiene relevancia no con respecto
a un escritor determinado, sino con relación a las ideas nacionales - o
antinacionales que tales escritores promueven. Y las ideas no caen del cielo.Pertenecen
al país del cual el escritor las toma.
Perón, en las cartas que me ha enviado, lo que en realidad se ha propuesto
es denunciar a la intelectualidad que ha desfigurado la cultura argentina,
"hasta entonces -dice textualmente en una de ellas- servida en su mayoría
por vendepatrias y cipayos".
Y en otro juicio: "Imperialismo y Cultura" (...) es un libro admirable en
el que, por primera vez, se hace una disección realista de la política intelectual
argentina, en el que la juventud argentina del presente y del futuro ha
de encontrar una fuente pura en que beber, dentro de este mundo de simulación
e hipocresía. Nada puede. haber mas importante ni mas imperativo, para un
escritor de conciencia, que decir la verdad cuando todos intentan sofisticarla
atraídos por las pasiones r los intereses. Los argentinos deberemos agradecer
siempre a Ud., esas verdades que tan profundamente deben calar en la juventud
de nuestra tierra, que representa el porvenir mismo de la patria".
"Pero la situación de la Republica Argentina no es un problema aislado ni
una posición intrínseca: es la situación y el problema del mundo. Desgraciadamente,
el mundo que nos esta tocando vivir, se debate, en un clima de falsedades
impuesto por el ejemplo y la presión de los imperialismos dominantes que
no pueden disimular de otra manera el estado de decadencia en que están
cayendo. El mundo occidental que para mayor escarnio de la verdad se le
ha llamado también 'el mundo libre', es solo un cúmulo de simulaciones,
de valores inexistentes, donde la libertad que debería caracterizarlo es
un mito ya insoportable y donde pareciera que lo único que considera sublime
de las virtudes es su enunciado."
No faltaran papelistas pringosos, que dada mi conocida posición ideológica,
le cuelguen a Perón el sambenito de"marxista". Perón se i.e. de las ideologías,
Ya lo hemos dicho. Si no hemos vacilado en transcribir sus palabras, es
porque tales juicios deben ubicarse en el plano patriótico y no en el literario.
Y si, en otros trabajos del propio Gral. Perón, vuelve a silenciar mi nombre,
tal cosa es accidental y su intención es referirse al pensamiento nacional
como uno de los tantos instrumentos de la liberación. Por eso, Perón pone
como sirmbolo de ese pensamiento nacional, a Raúl Scalabrini Ortiz. Y a
renglón seguido a un historiador, José Maria Rosa, de formación ideológica
opuesta a la MIA, aunque nos una, el mismo sentimiento de identidad, a la
tierra.
Prueba evidente -insistimos una vez mas- que Perón mas que de hombres habla
del pensamiento nacional en oposición al pensamiento antinacional y que
la palabra "marxismo" no lo horripila, cuando de algún modo le sirve a un
escritor argentino desprovisto de toda ambición humana, para servir a la
patria.
1. Recientemente {1969) ha sido designado, a mas de caballero británico,
doctor "honoris causa" por la Universidad de Oxford. Según Borges, su predilección
por Inglaterra "proviene de (su) abuela materna". De este modo el cipayaje
mental se disfraza de culto a los antepasados y de ejemplar conducta como
aspirante al Premio Nóbel galardón en el que hay que empezar a creer dada
la orquestada e increíble propaganda desatada alrededor de su nombre.
2. ( refiere a ¡alpargatas si, libros,no!)
3. Enrique Pavón Pereyra: COLOQUIOS CON PERON; Esteban Pelcovich: HOLA PERON.
(*) Extractado de NACIONALISMO Y LIBERACION -Metrópolis y colonias en la
era del imperialismo- libro de Juan José Hernandez Arregui de junio de 1969
Fuente: www.lucheyvuelve.com.ar
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El
hombre del Partido Americano
(Texto completo de una carta enviada por Jorge Abelardo Ramos a la Directora
del diario Clarín, para su publicación el 29 de enero de 1979)
Alta Gracia, 29 de diciembre de 1979.
Señora Laura Ernestina de Noble
Directora de "Clarín"
Capital
De mi mayor consideración:
El día 13 de diciembre de este año el suplemento literario de "Clarín" publicó
un artículo de la señora María Teresa Canevaro titulado "Utilidad de la
Nación" en el que se refiere a las ideas latinoamericanas del General San
Martín, o mejor dicho, a la ausencia de dichas ideas en el espíritu del
Libertador. De tratarse de otro tema, aunque no fuese compatible con las
opiniones propias, no hubiera formulado comentario alguno. Pero durante
más de 30 años, desde mi primer libro "América Latina: un país", hasta mi
"Historia de la Nación Latinoamericana", estudié dicha cuestión, que reputo
esencial para nuestro destino nacional.
Es tal la gravedad y exigencia de precisión que atribuyo a la concepción
latinoamericana de San Martín, en el pasado como en el presente, que me
permito solicitar a Ud. la publicación del artículo adjunto en el suplemento
"Nación y Cultura". He creído conveniente remitir al Dr. Enrique Barba,
Presidente de la Academia Nacional de la Historia y al Dr. J. E. Pérez Amuchástegui,
distinguidísimo investigador sanmartiniano, copias de mi trabajo, para solicitarles
se expidan sobre el fondo del asunto, de ser posible por medio del diario
de su digna dirección.
Saludo a la señora directora con mi mayor estima,
Jorge Abelardo Ramos
¿San Martín no compartió los”
sueños" de Bolívar en cuanto a constituir una gran Nación hispanoamericana?
¿Resultaría así que solo se propuso fundar repúblicas independientes de
España, separadas las unas de las otras? En suma, la tendencia actual de
confederar América Latina, de la que el Pacto Andino y los acuerdos con
Paraguay, Uruguay y Brasil en materia energética son realidades expresivas
¿tendría como fruto un pueblo latinoamericano formado por "apátridas prósperos"?
Tales son las tesis que, con brío y error indudables, expone la señora María
Teresa Canevaro en el artículo publicado en "Clarín" del 13 de diciembre.
Resulta imperioso e inexcusable dilucidar el asunto. Su gravedad reposa
en dos hechos capitales para el destino nacional: la continuidad vital del
pensamiento genuino de San Martín y la unidad de América Latina. Ambas se
vinculan estrechamente a la formación de la conciencia histórica de las
nuevas generaciones. No hay futuro argentino digno de ese nombre sin conciencia
histórica. La bancarrota actual de la vieja factoría pampeana se manifiesta
justamente en la crisis pública de esa conciencia.
De modo sorprendente, la señora Canevaro cita la conocida carta de San Martín
a Guido en la que dice:"Usted sabe que no pertenezco a partido alguno; me
equivoco, yo soy del partido americano".Sin embargo, la autora extrae de
tal confesión una interpretación opuesta a texto tan claro. Así, afirma
la señora Canevaro:"San Martín dio por sentada la división política que
venía de los tiempos de la monarquía, apunta el historiador Enrique Mario
Marochi; esa inteligente división de los virreinatos y de las capitanías
generales y solo buscó cambiarles, su dependencia por su independencia.
No quiso unir a unos con otros, ni subordinar estos a aquellos. Comprendió
o intuyó la imposibilidad de amalgamar comunidades tan distintas como las
rioplatenses y la chilena, como_ la chilena y la peruana...El hombre del
Partido Americano no tuvo, al parecer, sueños continentales".Todo su trabajo
gira alrededor de dicha tesis.
Cabe observar que ni San Martín ni Bolívar acariciaron "sueños conti-nentales"
sino que heredaron y reformularon con el lenguaje de la política y las armas,
objetivos nacionales de alcance hispanoamericano. Estos objetivos no han
cambiado en nuestro tiempo. Para ambos capitanes, la Nación era la América
Hispánica concebida como un todo y, más aún, si era posible, con España
incluida. No ha caído en el olvido el concepto preciso que define los caracteres
de una Nación:"Es una comunidad estable, históricamente formada, de idioma,
de territorio, de vida económica y de psicología, manifestada en la comunidad
de la cultura". Esclarece el tema recordar que los Estados alemanes en la
época de Federico el Grande revestían más diversidad entre sí que la que
separaba a las posesiones americanas de España en revolución, para no hablar
de las diferencias de toda índole existentes entre las colonias norteamericanas
de Inglaterra.
Las diferencias que hubo y hay entre las partes constituyentes de América
Latina son propias de particularismos regionales y no de naciones clásicas,
forjadas por la historia, las etnias petrificadas o las lenguas vivientes.
Cabe recordar que toda la arborescencia del aparato jurídico, político-administrativo
y aduanero creada por las 20 Repúblicas después de San Martín, son el resultado,
como lo prueban las series documentales de Canning, Webster o Lord Ponsonby,
de las diplomacias británicas y norteamericanas, en especial de la primera.
Canning conocía la divisa romana” divide et impera". Pero San Martín también
la conocía, y ambos militaban en partidos opuestos. Bolívar no fue Presidente
de la Gran Colombia (las actuales Panamá, Colombia, Ecuador y Venezuela),
Dic-tador del Perú y fundador de Bolivia en un sueño concebido una tarde
bochornosa con el ron y la mulata de Jamaica, sino que lo fue en verdad.
Del mismo modo, San Martín no solo fue general en jefe del Ejército de los
Andes, triunfador en Chile y Protector del Perú, (mientras nombraba a Güemes
general del Ejército de observación sobre el Alto Perú) sino un político
que a través del diputado mendocino Godoy Cruz presionaba en 1816 sobre
el Congreso de Tucumán para que declarase le. Independencia. Esta declaración
se hizo en nombre de "Nos los representantes de las Provincias Unidas de
Sud-América". ¿Cuáles eran las instrucciones reservadas recibidas por San
Martín el 21 de diciembre de manos de Pueyrredón? Se le ordenaba que procurara
hacer valer su influjo y persuasión "para que envíe Chile su diputado al
Congreso general de las provincias unidas, a fin de que se constituya una
forma de gobierno general, que de toda la América unida en identidad de
causas, intereses y objeto, constituya una sola nación". La aldea era la
patria; y la Nación, toda la extensión de la América española. Para algunos,
incluso Brasil, según creía el general brasileño que combatió junto a Bolívar,
Abreu de Lima. Soplaba sobre todos la brisa ardiente de la Revolución española,
de la Revolución francesa, de la Revolución norteamericana. Eran todos "americanos",
hijos de una época conmovida por las nuevas nacionalidades en movimiento.
Nadie quería la soberanía en un villorrio, salvo las oligarquías exportadoras
de los puertos; esto es, los porteños, los hombres de Santos, de Puerto
Cabello, los de Valparaíso o Guayaquil, los del Callao, o los mercaderes
cíe La Guaira. Cuando los soldados vencieron en Ayacucho, los comerciantes
y terratenientes (la hacienda y la tienda) le dieron a la tropa extenuada
su porción de "chicha y chancho" y la licenciaron para siempre. Entonces,
cada oligarquía lugareña quiso para sí la soberanía del puerto. Hundieron
a la Patria Grande junto con sus héroes. A Bolívar le pagaron con un lugarcito
en el campo santo de Santa Marta. San Martín no tuvo más premio que la emigración.
Los embalsamaron en bronce, los divinizaron y subieron tan alto, para que
nadie supiese lo que realmente querían y la causa por la que habían luchado.
Una vez más, terratenientes y banqueros manipularon a militares.
Había que sumergirse en los viejos papeles para redescubrir que tanto San
Martín como Bolívar, hasta el último momento, habían pugnado por conservar
la unidad aún con España: San Martín, en su propuesta al virrey Laserna,
y Bolívar en su desconocido memorial a Fernando VII, nada menos, proponiendo
la creación de un Imperio americano-español, sobre bases democráticas y
federales.
Era perfectamente lógico que si Europa desplegaba su historia para constituir
sus Estados Nacionales, los grandes americanos que vivieron en ella, Miranda
como San Martín, Bolívar y otros, quisieran lo propio para América. Era
la ideología común a todos los revolucionarios de la época: ya en el siglo
XVIII el jesuita Vizcardo y Guzmán, natural de Arequipa, escribía su carta
a los americanos: "El Nuevo Mundo es nuestra patria, su historia es la nuestra".
Francisco de Miranda concebía una Colombia coronada por un Inca que naciese
como gran potencia; Francisco de Morazán luchó toda su vida por la unidad
de Centroamérica y murió fusilado por un localista cerril; las Juntas de
Caracas y Santiago de Chile en 1810 formulaban un llamado para reunir un
Congreso general para la "confederación de todos los pueblos españoles de
América"; Egaña, Monteagudo, el Deán Funes, Castelli en Jujuy, Fulgencio
Yegros en Asunción, el Mariscal Santa Cruz, en fin, formulaban la exigencia
de la unidad. San Martín, Artigas y Bolívar fueron la expresión viviente
de ese credo natural de las milicias emancipadoras. El peligro de olvidarlo
forma parte de las vicisitudes y aventuras de la conciencia histórica de
argentinos e hispanoamericanos. Darío, Vasconcelos, Manuel Ugarte, retomaron
con la generación del 900 el eslabón perdido de aquellas grandes batallas.
En tiempos azarosos como los actuales, hay que mantener su recuerdo más
vivo que nunca. ¡Para que nada pueda apartarnos de esa escuela de proeza,
tiempos en que los esclavos se emancipaban, y trocarnos en almas dóciles
de una Pequeña Argentina!
Se nos había impuesto un San Martín desinteresado en el poder, un soldado
aséptico; luego se nos presentó un San Martín santificado, con aura, solo
preocupado por educar bien a su hija en Bruselas, despojado de pasión y
autor de tres o cuatro proverbios. Bueno sería que ahora San Martín quede
reducido a devoto benefactor de la parroquia.
El hombre del Partido Americano era la antítesis de los facciosos del separatismo
porteño, o provinciano, que en algún momento concibieron la creación de
la República del Plata, uniendo los puertos de Montevideo y Buenos Aires,
(abandonando a la fragmentación y la barbarie al resto sangrante de América
Latina) de la República de Tucumán o Entre Ríos, micro-estados de la Patria
chiquita. En la noche de su vida, en Boulogne sur Mer, solo conservaba de
las viejas hazañas tres preciadas reliquias: la espada de sus batallas,
que donó por testamento a Rosas; el estandarte de Francisco Pizarro, recibido
del Perú, y un minúsculo camafeo con el retrato de Bolívar. Es que la vida
está hecha de un material tejido por sueños, nos murmura Shakespeare. Al
fin y al cabo quien no los tenga será incapaz de escribir la historia y
mucho menos de hacerla.
Fuente: http://www.abelardoramos.com.ar/_doc/doc029.php
El
Foreign Office y el Estado Tapón*
Por Vivian Trias
El Primer Ministro Canning expuso en una frase, el nódulo de la política
inglesa en el sur del continente americano: "He hecho surgir a la vida un
Nuevo Mundo para restablecer el equilibrio del Antiguo".
El fin de la guerra entre Brasil y las Provincias Unidas, con el surgimiento
de la República Oriental del Uruguay, es un triunfo de la política británica
del "equilibrio de poderes".
Nicholas J. Spykman la explica admirablemente en su libro "Estados Unidos
frente al mundo": "La política británica respecto al continente europeo
parece moverse en una serie de largos ciclos en los cuales acaece de modo
inevitable la monótona reiteración de las etapas de aislamiento, alianza
y guerra; cambio de socios, alianza y guerra, y así ad infinitum". "Si la
guerra se lleva hasta feliz desenlace y termina con una completa derrota
de los adversarios, Gran Bretaña se inclina a mudar su apoyo diplomático
y económico. Abandona al antiguo aliado, porque ahora esta en el lado fuerte,
apoya al antiguo enemigo, porque ahora es el lado débil. Restablecido así
a su satisfacción el equilibrio, vuelve a su espléndido aislamiento.
Pero el equilibrio se trastrueca y el ciclo comienza de nuevo. Y así desde
hace trescientos años". "Su imperio se forjo a base de un continente equilibrado
que permitiera la libertad de movimientos al poderío británico, y solo en
condiciones similares puede conservarlo. Un continente dividido y equilibrado
es requisito indispensable para la continuada existencia del Imperio. Un
continente dividido quiere decir hegemonía británica. Es inevitable que
esta relación de poder merezca la oposición del Estado que aspira a desempeñar
papel predominante en el continente, empresa que en diversos periodos de
la historia acometieron España, Austria, Francia y Alemania".
Y concretando las formas de esta política: "La política exterior británica
se esforzó sagazmente por impedir que surgiera al otro lado del canal y
de la zona angosta del Mar del Norte otro poder naval o potencia dominante
... manteniendo y amparando la existencia de 'estados cojines' tales como
Austria, Bélgica y Holanda". La concertación de la Convención Preliminar
de Paz de 1828, que dio nacimiento a nuestra República, fracturando una
vez mas el viejo contexto geográfico-histórico de la cuenca rioplatense,
es el fruto de distintos factores. Entre ellos, cuentan el deseo ferviente
de los orientales por emprender en paz, la reconstrucción de su comunidad,
su hastío por las alternativas interminables de la política bonaerense,
una mayor consolidación de la orientalidad como consecuencia de la larga
lucha por la independencia, etc.
Pero ninguno de ellos puede oscurecer el hecho decisivo de que Inglaterra
aplico en el Río de la Plata su vieja y probada política de poderes, asentada
en la pieza maestra de un Estado tapón o cojín. Así como tampoco puede negarse,
que ello significó una derrota contundente y estrepitosa para la concepción
federal de José Artigas.
Lord Ponsomby no es la nación. El Foreign Office se valió de un hábil diplomático
para plasmar sus planes en estas tierras: Lord Ponsomby. La literatura oficial
y cipaya lo ha encumbrado al rango de héroe nacional, lo identifica con
la creación de nuestra nacionalidad. Lord Ponsomby prestó grandes servicios
al Imperio Británico y merece el monumento que los ingleses puedan haberle
erigido.
Pero su política consistió en destruir la visión artiguista de una gran
Confederación de pueblos en el Río de la Plata.
Para nosotros, pues, Lord Ponsomby no es la nación; a menos que confundamos
nuestra nacionalidad con una colonia inglesa. Existe una copiosa e ilevantable
documentación probatoria de los conceptos expresados. Veamos algunos ejemplos
de la misma. En el trabajo "El Imperialismo en el Uruguay" se dice: "El
18 de enero de 1828 Lord Ponsomby explica, en memorable documento, a Lord
Dudley las Instrucciones e ideas del Primer Ministro Canning al respecto.
Argumento largamente a favor de la tesis segregacionista, en virtud de los
grandes beneficios -razón ecuménica del gentleman-, que el comercio ingles
derivara de la misma. Y en un significativo pasaje dice: En vista de estas
circunstancias y de lo que podría resultar de ellas en un futuro no distante,
parece que los intereses y la seguridad del comercio británico serian grandemente
aumentados por la existencia de un Estado en el que los intereses públicos
y privados de los gobernantes y pueblo fuesen tales que tuviesen como el
primero de los objetivos nacionales e individuales, cultivar una amistad
firme con Inglaterra ... "
"El cónsul norteamericano Forbes lo expresa con mas crudeza en una carta
dirigida a su gobierno en junio de 1826: "Lo que yo había predicho se cumple;
se trata nada menos que de la erección de un gobierno independiente y neutral
en la Banda Oriental bajo la garantía de Gran Bretaña ... es decir, solo
se trata de crear una colonia británica disfrazada".
José León Suarez revela el siguiente episodio en un trabajo de mucho interés:
"Los representantes de Inglaterra en Río de Janeiro y Buenos Aires, señores
Gordon y Lord Ponsomby, respectivamente, gestionaron y presionaron a ambos
gobiernos para que transaran en sus pretensiones e hicieran la paz.
Así como en Río de Janeiro, Inglaterra aparecía en favor de las Provincias
Unidas, aquí en Buenos Aires, Lord Ponsomby parecía patrocinar al Brasil
en cuanto desde su llegada, desarrollo la política de convencerlo de que
la máxima aspiración debía limitarse a la independencia de la provincia
disputada. Consta en carta de don José María Rozas, Presidente de la Cámara
de Diputados en 1827 y luego Ministro de Relaciones Exteriores de Dorrego
en 1828, que inculpándole a
Lord Ponsomby que el objeto principal de la mediación fuera "la independencia
de la Banda Oriental para fraccionar las costas de la América del Sur",
el viejo aristócrata británico se "amostazo" y puso en evidencia, con énfasis,
la verdad, diciendo brusca y sentenciosamente: "El gobierno ingles no ha
traído a la América a la familia real de Portugal para abandonarla; y la
Europa no consentirá jamas que solo dos estados, el Brasil y la Argentina,
sean dueños exclusivos de las costas orientales de la América del Sud desde
mas allá del Ecuador hasta el Cabo de Hornos".
El Vizconde de Itabayana, representante brasileño en Londres, dice en oficio
elevado a su gobierno: "A Inglaterra quer dar a Montevideu a forma de cidade
hanseatica sob a sua protecao pra ter em ela a chave do Rio da Prata assim
como tem a chave do Mediterraneo e do Baltico". Luego añade que Mr. Canning,
después de comunicarle tan "inicuo proyecto", le manifestó su deseo de mediar
para realizarlo "y quiere serlo tan a toda fuerza que me intimo que si el
Brasil no hiciese la paz con Buenos Aires dentro de un plazo de seis meses,
es decir, si no cede la Banda Oriental, la Inglaterra se declarara a favor
de Buenos Aires y en contra del Brasil".
Sube Dorrego al poder y se dispone a actuar enérgicamente en favor de la
integración federal de la Provincia Oriental en el contexto de las Provincias
Unidas. Lord Ponsomby declara abiertamente su preocupación: "Es necesario
que yo proceda sin un instante de demora y obligue a Dorrego a despecho
de si mismo a obrar en abierta contradicción con sus compromisos secretos
con los conspiradores y consienta en hacer la paz con el Emperador ... ".
El Banco Nacional, con una mayoría de acciones en manos de los comerciantes
ingleses, se alinea con Lord Ponsomby, asfixiando financieramente el gobierno
de Dorrego. El 5 de abril de 1828 el diplomático británico informa de su
éxito a su gobierno: "No vacilo en manifestar que yo creo que ahora el coronel
Dorrego esta obrando sinceramente a favor de la paz.
Bastaría una sola razón para justificar mi opinión: que a eso esta forzado
... Esta forzado por la negativa de la Junta (del Banco Nacional) de facilitarle
recursos salvo para pagos mensuales de pequeñas sumas ... ".
Lo expuesto constituye una selección de tramos de la tupida telaraña con
que el Foreign Office envolvió el proceso político que desemboca en la Convención
Preliminar de Paz de 1828.
Ejemplo de sutileza, de habilidad, de cinismo, de paciencia, de sabia mixtura
de suavidad con violencia; en una palabra, selecta exposición de los ingredientes
fundamentales de una política imperialista británica aplicada sin pausas
ni vacilaciones durante siglos.
Los ingleses dominaban el uso de esta sutil política imperialista a la perfección,
después de haberla practicado exitosamente en casi todo el globo.
Guillermo Enrique Hudson titulo la primera edición de su magnifica obra
sobre nuestra tierra: "La tierra purpúrea que Inglaterra perdió". Luego,
no se sabe si como fruto del azar o de una intuición recóndita de escritor,
desapareció lo de "que Inglaterra perdió". En rigor, Inglaterra había ganado
la batalla por "la tierra purpúrea". Pasaron los años. Sobrevino la decadencia
del imperialismo británico y los intereses norteamericanos pasaron a desplazarlo,
de norte a sur, en sus posiciones sudamericanas. Ahora si, se torna valido
el primer titulo del libro de Hudson.
Pero a la luz de la experiencia histórica, sabiendo como sabemos que el
ejercicio autentico de la soberanía nacional y de la autodeterminación de
los pueblos, no es posible sin el control de su economía, de su comercio
exterior, de su renta nacional; una verdad surge sin tapujos ni reticencias,
los que perdimos una y otra vez "la tierra purpúrea", fuimos nosotros mismos,
los orientales.
*De su texto “Las Montoneras y El Imperio Británico” (¡961)
Fuente: http://letras-uruguay.espaciolatino.com/trias/estado_tapon.htm
Evita,
de Alan Parker*
Por Jorge Enea Spilimbergo
El estreno mundial de ”Evita”, protagonizada por Madonna y dirigida por
Alan Parker, agita, como era previsible, el avispero interno en la Argentina,
no siempre con enfoques acertados. Algunos, por ejemplo, se concentran en
Madonna, si merecía o no el personaje, si su interpretación fue o no acertada.
Otros se preguntan si Alan Parker, como director, recreó con aliento propio
el texto de la ópera, o si se limitó a transcribir pedestremente la letra
pergeñada en los setenta por el inglés Tim Rice. Y hasta hay quienes se
preocupan por la verdad histórica, no en el sentido de las valoraciones
fundamentales, sino de la exactitud del dato, como si la ficción poética
tuviera que subordinarse a los simples hechos. Por ejemplo, al cuestionar
que la obra asigne a Evita un papel protagónico (que no lo tuvo) el 17 de
octubre. Estos y otros desvíos planean en críticas como la de Marcelo Figueiras
en la doble página que Clarín le publica el 13 de diciembre en su sección
Espectáculos. Puestos en tales andariveles se llega a resultados tan curiosos
como el de elogiar “la visión desacralizada de la historia” que nos brindaría
la obra, o que ésta, sin faltarle el respeto a Evita, “se niega a hacer
la vista gorda ante características y hechos de su vida que están bien documentados”.
Ocurre que, previamente, el periodista ha puntualizado que el filme “es
una traslación casi literal del musical al mundo de las imágenes... Ni una
idea más. Ni una menos”. De lo que se deduce que Tim Rice, el letrista de
la ópera, habría manejado hechos de la vida de Eva “que están bien documentados”.
Sin comentarios. Una consecuencia que el propio Figueiras desmiente: “en
el original (Eva) es cínica, manipuladora y egoísta, ... un personaje que,
para sus autores, es mayormente antipático... una mujer que hizo cosas buenas
por todos los motivos equivocados: venganza, ambición, afán de trascendencia...”
¡ Con semejante método interpretativo, a Jesucristo lo clavamos por segunda
vez en la cruz! Vaya a saber qué oscuros y torpes motivos lo condujeron
a resucitar a Lázaro o multiplicar los panes y los peces. Seguramente por
ambición, clientelismo, demagogia y envidia de los fariseos. “La más grande
trepadora”. Y por si fuera poco, el pobre Che Guevara, es traído desde su
tumba para resumirlo en dos palabras: “La más grande trepadora desde la
Cenicienta”. ¡ Los muertos dan para todo! ¿Cuál es la esencia del problema?
El “bien documentado” letrista no es el responsable intelectual del engendro,
apenas un peón del ajedrez imperialista. Perdónalo, Señor, no sabe lo que
hace! El se ha limitado a estampar sobre el papel la visión que el mundo
imperialista tiene de quienes de un modo u otro, en representación de sus
pueblos dependientes, se han atrevido a enfrentarlo. Por lo tanto, la “Evita”
de la ópera y el filme no ofrece una interpretación sino una infamación,
y en tal carácter la debemos considerar los argentinos, más allá de las
variadas opiniones que nuestro pasado (¡tan presente!) nos suscite. El Imperio
detesta a sus adversarios, por lo mismo que el pueblo los valora y los respeta.
El Imperio pretende privarnos de nuestros muertos ilustres para privarnos
de identidad y autorespeto. No es cierto que “Evita” “desacralice” a Eva
Perón: la infama, que es muy diferente. No la queremos en el bronce. Pero
tampoco en el estercolero. Si algún género de duda cupiese sobre el significado
de Evita y de Perón, la lógica infamación del Imperio termina por desvanecerla.
Es una infamación consagratoria. Por lo mismo que lo es el amor de los de
abajo, que no podrá erosionar la denigración de los de arriba.
* Escrito: 1996.
Primera publicación: Periódico Izquierda Nacional de Argentina en 1996;
luego en el Nº 24, de Octubre de 2004, de la revista literaria El Enjambre
Azul, también argentina.
Digitalización: Roberto Vera, director de El Enjambre Azul.
Fuente: http://www.marxists.org/espanol/spilimbergo/1990s/1996b.htm
Entrevista
con Jorge Abelardo Ramos. Realizada por Siete Días en 1985
En un reportaje concedido por
Jorge Abelardo Ramos a la revista Siete Días en febrero de 1985 deja clara
constancia de su lucha contra el neoliberalismo. Pocos años después se integró,
lamentablemente, en el proceso menemista. Este es un fragmento de dicho
reportaje en el que confronta con el pensamiento de Alsogaray. Alberto J.
Franzoia (abril de 2009).
Entrevista con Jorge Abelardo Ramos*
–Periodista: Señor Ramos: ¿el ingeniero Alsogaray y usted son meros adversarios
políticos o son enemigos?
–JAR: Alsogaray es, a mi juicio, un representante de los intereses de las
grandes empresas multinacionales, que no son solamente succionadoras de
las riquezas de nuestro país sino de las del mundo entero.
– ¿Martínez de Hoz era alumno de Alsogaray o eran condiscípulos de la misma
escuelita?
–Seguramente ellos tendrán sus "diferencias personales", pero desde el punto
de vista del pueblo representaron intereses similares. Nosotros tenemos
una inmensa legión de "expertos en finanzas que no saben nada de economía",
y sólo tienen conocimiento de las "artes monetarias".
El liberalismo, que comenzó siendo hace 200 años la expresión de los sectores
mundanos que querían abrir a la humanidad el camino del desarrollo de las
fuerzas productivas, se transformó en el liberalismo imperialista que aplasta
a los pueblos débiles. Y que goza del poder mundial hasta el extremo que
ha arrojado la bomba atómica.
–Alsogaray insiste en que "no somos Tercer Mundo, somos país civilizado"
–Con esto Alsogaray pretende decir que los países del Tercer Mundo son bárbaros.
Es una actitud que comienza con Sarmiento y que continúa en nuestra época
con el prejuicio racista de considerar a los peronistas como negros despreciables.
Alsogaray cree que yo digo disparates. Es lógico. Para los que colocan el
dinero a intereses siderales, cualquier fórmula que propugne que la economía
argentina debe argentinizarse y que los bancos y financieras deben estatizarse,
es un disparate.
Lo que ocurre con los grandes defensores del imperialismo occidental, como
Alsogaray, es que tienen un criterio hostil hacia los países que desarrollan
formas defensivas contra su avance. Y la forma defensiva más elemental frente
a los monopolios extranjeros es el desarrollo de las empresas del Estado
(que muchas veces funcionan en forma ineficiente). Alsogaray no habla mal
de la "patria financiera" porque él forma parte de ella, en tanto él defiende
la orientación que privilegia el papel de la moneda con respecto a los recursos
productivos. Algo tiene que ver el liberalismo desenfrenado con los resultados
catastróficos.
*Fuente: http://www.geocities.com/izquierda_nacional/economia004.html
Rodolfo Walsh : Carta Abierta a la Junta Militar
Aclarando
posiciones (sobre Raúl Scalabrini Ortiz)
Por Norberto Galasso
Febrero de 2009
Eriberto De Pablo, un amigo jauretcheano hasta los tuétanos, me acaba de
reenviar un texto que circula por Internet, publicado por Jorge
Scalabrini Comaleras, hijo de Raúl Scalabrini Ortiz y Mercedes
Comaleras, que le ha sido enviado por una escritora que no conozco, cuyo
nombre o seudónimo es Bibiana Apolonia del Bruto. Este correo titulado
“El hijo de Scalabrini refuta a Galasso” viene por vía de Bambú Press
boletinbambu en yahoo.com, ha sido publicado en el diario “El liberal” y
resultaría, según De Pablo, “un cartón lleno” si se hubiera publicado en
“La Nación”. Allí, Jorge vuelve sobre una vieja disidencia que él
manifestó en 1970: según él, yo habría sostenido que su padre era
marxista. Más tarde, la viuda, Mercedes Comaleras (No Coraleras, como se
afirma en el texto, lo que hace suponer que no lo escribió su hijo)
publicó la misma crítica en “Mayoría”, el 5 de diciembre de 1975, en un
momento poco oportuno para debatir sobre marxismo, cuando las TRES A
desarrollaban plenamente su siniestra tarea.
Ahora bien, como Del Bruto parece no saberlo y el amigo De Pablo quizás
lo haya olvidado, me veo obligado a aclarar algunos puntos, aunque desde
ya agradezco la aclaración suficiente que hizo circular Néstor Gorojosky
poniendo los puntos sobre las íes en pocas palabras, sobre este asunto.
En primer término, debo recordar que lanzado el libro en 1970, - con la
garantía de que fue presentado por Arturo Jauretche-, Pedro Scalabrini
-hijo mayor de Scalabrini Ortiz– me invitó a cenar para manifestarme su
total coincidencia con la biografía y agradecerme haber sacado al padre
del olvido (Scalabrini había muerto en 1959 y sólo se habían publicado
dos pequeños esbozos biográficos, uno, en 1942, por el gran argentino
que fue don Vicente Trípoli y otro, en 1961, firmado por un tal Enrique
Barés, de quien nunca supe si era su nombre o un seudónimo, en ambos
casos trabajos breves y debo recordar que Trípoli, con grandeza y
generosidad, me pidió que lo acompañara en todos los homenajes a
Scalabrini por considerar que mis 580 páginas ampliaban el homenaje y
reconocimiento al gran patriota). En esa reunión, Pedro me dijo que
gracias a mí había conocido en plenitud la lucha de su padre.
Últimamente, un nieto de Scalabrini -Martín- al promover una reedición
de Historia de los Ferrocarriles argentinos, me pidió que lo prologara
como un reconocimiento a mi trabajo biográfico. Como en toda familia,
hay concordancias y disidencias al respecto.
Lo cierto es que a través de los años nunca dejé de reivindicarlo a
Scalabrini Ortiz, tanto en artículos como en conferencias y mesas
redondas. Asimismo, en 1973 a través de un folleto editado por ese
militante infatigable que se llama Antonio Ángel Coria, cuando fundamos
en Punta Alta el “Centro Scalabrini Ortiz”; luego, en 1975, en un
folleto editado por la revista “Crisis”; más tarde, en 1982, en una
biografía reducida publicada por “Ediciones del Pensamiento Nacional”;
después, en 1984 con Raúl Scalabrini Ortiz y la penetración inglesa,
publicado en Centro Editor de América Latina por sugerencia de otro gran
amigo: Oscar Troncoso: luego, en 2006, con Scalabrini contra el
Imperio,publicado por el Ateneo Scalabrini Ortiz dirigido por Fabián
Metler y últimamente, apareció la segunda edición de aquel libro del
´70, ahora por Colihue. Cuánta agua ha pasado bajo los puentes en estos
cuarenta años y nadie, ningún forjista, ni ningún nacionalista, ningún
viejo amigo de Raúl, ha salido a impugnar el libro, pero a Jorge no le
gusta y su mamá, hace más de tres décadas se manifestaba bastante
coincidente con él, seguramente influida por sus argumentos. Con ella
tuve siempre una excelente relación, salvo que le molestó que yo dijera
en el libro que habían pasado urgencias económicas (la señora era de una
familia provinciana de cierto abolengo local) así como que sostuviera
que en un momento de aislamiento y angustia, Scalabrini se tomó un vaso
de whisky en una medianoche, considerado por ella como una presunción de
alcoholismo, que no era tal. Pero, como se comprenderá, la verdad sobre
un personaje que ya es historia en la Argentina, no resulta de cuantos
familiares votan a favor ni cuantos en contra.
Desde aquel año 1970, Jorge embistió contra el libro y parece ser muy
consecuente en sus planteos porque todavía, cuatro décadas después, lo
sigue haciendo. Hubiera sido más efectivo quizás que escribiera una vida
de su padre eliminando todo aquello que le disgusta o algunas
conclusiones que todo biógrafo se ve obligado a realizar para explicar
la vida del biografiado. No lo ha hecho, sin embargo, sino que se ha
pasado 40 años fiscalizando mis ediciones para denigrarlas. Ahora se le
agrega Del Bruto quien cree ver en la biografía una forma de apoyar “a
la pareja presidencial” y sus sostenedores de “Carta Abierta”, es decir
justamente a quienes rinden homenaje a Scalabrini, (decreto 2185, del
2008) y lo hace con entusiasmo: “Se trata del hijo”, exclama
apasionadamente y lo califica de “ingenio en petróleo” (supongo que
habrá querido escribir ingeniero) y de costado manifiesta su molestia
por mi nota donde critico la política de Proyecto Sur, en Página/12, del
2 de febrero del presente año.
De cualquier modo, Del Bruto queda muy lejos del ánimo descalificador
que exalta a Jorge.
El ha manifestado militantemente su desagrado y a tal punto que –caso
único en el mundo- mandó varios chicos a volantear contra el libro en su
acto de presentación en 1982, a quienes un insobornable forjista como
Darío Alessandro, amigo de Raúl, que presentaba el libro, los sacó a
cajas destempladas. Luego, Jorge publicó una extensa nota, el 26 de
agosto de 1982, también dirigida a denigrar al libro. Últimamente,
también protestó cuando el nieto -Martín- publicó Historia de los
ferrocarriles argentinos y yo redacté el prólogo. Y ahora vuelve sobre
el tema.
Pero, en fin, ¿qué dice Jorge?: que en mi biografía yo afirmo que el
padre era marxista, actuando así al nivel de los yanquis que veían
marxistas en todos lados y se horrorizaban, como lo sufrió Charles
Chaplin e incluso nuestro Jorge L. Borges, por haber escrito “Los Salmos
rojos”, en su juventud.
Así sostiene Jorge: l) que en el prólogo a la primera edición, Jorge A.
Ramos “desmintiendo las afirmaciones de Galasso”, sostiene que Raúl no
era marxista. Por lo que parece, no me reconoce demasiada inteligencia
ni picardía como “tergiversador” pues si hubiera publicado un libro
falseando que Raúl era marxista, no habría recurrido a un prologuista
para que me desmintiese.
2) Reproduce la carta de “Mecha”, ya una señora anciana donde, en 1975,
la hacen decir que “doy a entender que Sacalabrini se nutrió
ideológicamente con las ideas de Lenin, Marx y Trotsky”. La imputación
es falsa. Lo que yo digo es que Raúl integró el grupo Insurrexit en
1919, citando palabras de Scalabrini: “Contribuí a fundar el grupo
Insurrexit... Esos dogmas dejaron luego de desvelarme, aunque la
práctica del comunismo dejó en mí una huella tan honda que mi espíritu
parece un par de brazos fraternales” (R. S. O., en Cuentistas Argentinos
de hoy, autorreportaje, Ediciones claridad, Bs. As., 1929)
3) Agrega Jorge que en p. 439 de mi libro, hago referencia a un
comentario de Scalabrini sobre la conveniencia de formar un partido de
izquierda nacional o comunista nacional. El texto dice: “Raúl viaja a La
Plata y se encuentra en el tren con Juan José Hernández Arregui y en la
conversación le dice: -¿Usted no cree, Arregui que ha llegado el momento
de formar un partido comunista nacional? ¿No cree que dado el avance que
hemos logrado últimamente es necesario un partido de izquierda que
incida sobre el peronismo, una izquierda nacional?”. Este testimonio
proviene de Hernández Arregui, y el libro se publicó en vida de este
extraordinario intelectual del campo nacional, por lo cual yo no podía
inventarlo, y en el caso supuesto que así fuera -que no va con mi
rigurosidad histórica- Arregui lo habría desmentido.
4) También mi libro reproduce un texto del folleto “El capital, el
hombre y la propiedad en la vieja y en la nueva constitución”, p.21,
donde Raúl comenta la frase de Perón “humanizar al capital” y señala “El
capital no fenece y por eso fundamentalmente es inhumano. Humanizar el
capital significa entonces -a mi entender- emplazarlo, transformarlo en
mortal y perecedero como las cosas a las cuales está aplicado. La frase
del general Perón entreabre un nuevo mundo de posibilidades técnicas y
matemáticas en que aparece factible una nueva relación entre los seres
humanos”. Claro, comprendo, hay gente que esto no le gusta, pero no lo
digo yo, lo dice Scalabrini.
5) Después, Jorge hace referencia al hermoso artículo de Scalabrini
sobre el 17 de octubre y señala que las masas “no vivaban a Marx, a
Lenin, ni a Trotsky. No fue una gesta marxista. Lo vivaban a Perón”. Por
supuesto, a nadie se le ocurre suponer otra cosa. Y yo lo transcribo tal
cual es, pero ocurre que como soy un historiador riguroso, trascribo
también lo que dice Scalabrini, pocas semanas después, el 9 de enero de
1946, en el semanario “Política”, y esta trascripción parece que irrita
a alguna gente: “Dentro de pocos días se cumplirá un nuevo aniversario
de un acontecimiento que en mi juventud me conmovió profundamente, tanto
como en el correr de los años debía de conmover al mundo: la rebelión
del pueblo ruso, bajo la dirección de un genio político trascendental
Nicolás Lenin. Las revoluciones destinadas a marcar una huella
perdurable en la historia presuponen la existencia de dos factores:
primero, un pueblo dotado de una elevada tensión espiritual y de un
ímpetu de generosidad colindante con el mesianismo, como era el pueblo
ruso, de acuerdo a sus intérpretes más fehacientes y como yo creía que
era la facción más genuinamente diáfana del pueblo argentino. Segundo,
conductores que estén íntima e inseparablemente imbuidos de ese
espíritu, hasta el punto de ser sus intérpretes como lo fue Lenin. Lenin
era un doctrinario dogmático, pero un ruso ‘profundamente nacional’
según el testimonio textual de Trotsky quien agrega: Para dirigir una
revolución en la historia de los pueblos es preciso que existan entre el
jefe y las fuerzas profundas de la vida popular un lazo indisoluble y
orgánico que alcance a sus raíces esenciales” (pág. 303 de la primera
edición de mi libro). Esto lo reproduzco yo, pero lo escribió
Scalabrini, aunque a Jorge no le guste.
6) Curiosamente, en su crítica de estos días, Jorge transcribe una frase
de un artículo de la revista “Qué” del 18/9/56 donde Raúl se refiere a
que “los ferrocarriles se hicieron con el trabajo de los argentinos”
–sobre lo cual estamos de acuerdo-, pero omite señalar, que en el mismo
artículo, pocos párrafos después, su padre señala que “la construcción
de los ferrocarriles en las colonias y países poco desarrollados no
persigue el mismo fin que en Inglaterra. Es decir, no son parte esencial
de un proceso general de industrialización. Esos ferrocarriles se
emprenden simplemente para abrir esas regiones como fuentes de productos
alimenticios y materias primas tanto vegetales como animales, no para
apresurar el desarrollo social por un estímulo a las industrias locales.
En realidad, la construcción de ferrocarriles coloniales y en país
subordinado, como el nuestro, es una muestra de imperialismo, en su
función antiprogresista que es su esencia”. ¡Magnífico!, ¿no es cierto?
Es el eje de la posición scalabriniana. Sólo que Jorge, leyó hasta la
página 93. Si hubiera seguido hasta la 95 se hubiera encontrado con esta
notable definición de imperialismo, pero seguramente le hubiera
disgustado que su padre sostenga que estas palabras entrecomilladas no
son de él, sino que pertenecen a Allan Hutt, en su libro This final
crisis, y Hutt -¡horror!- era una marxista inglés.
7) Con respecto a Perón, parece que yo también lo tergiverso, según mi
crítico. Eso les pasa a algunos peronistas o nacionalistas por no leer a
Perón. Vean el libro Esta es la hora de los pueblos, donde el General
sostiene: “Frente a la caducidad insoslayable del capitalismo
demoliberal, se puede predecir que el mundo será en el futuro
socialista”. Líneas antes, Perón ha dicho: “Algunos creen que la
solución puede ser el socialismo internacional dogmático, otros creen
que la solución depende de un socialismo nacional” (La hora de los
pueblos, 1968, p. 187). Lo dice Perón, aunque yo modestamente estoy de
acuerdo.
Esto es todo. Raúl no era marxista (nunca lo afirmé), pero había leído a
Marx, a Lenin, a Trotstky, como había leído a Anatole France, a Poe y
tantos otros, especialmente al marxista Hutt que le sirvió para entender
el trazado colonial de los ferrocarriles en la Argentina. Esto lo
afirmo, en base a documentos, esto es lo que destaco. También destaco, y
eso le gusta más a alguna gente que Scalabrini estuvo muy cerca de
Gregorio de Laferrere, y de los Irazusta, en las tertulias del café
Richmond , en la época del golpe contra Yrigoyen y que en principio, fue
favorable al golpe. Si a alguien le gusta ese Scalabrini y prefiere
quedarse con él, yo no le rendiría homenaje por maurrausiano y fascista.
En ese caso, yo no tendría tampoco la culpa, pero sería una visión
parcial de quien estaba en una búsqueda y en esa búsqueda angustiosa,
aislado, con todos los medios en contra, también publicó en un diario
alemán sus primeros escritos sobre el imperialismo inglés, el Franfurter
Zeitung. Relatar ese hecho no es convertirlo en nazi. Como relatar que
estuvo en Insurrexit o que citó a Trotsky no es hacerlo trotskista. Era
un patriota y en su búsqueda para develar la tragedia argentina hurgaba
en todos lados, pero cuando los nacionalistas de derecha de “Nuevo
Orden”, en 1940, le pidieron un artículo -que sería como escribir en
“Cabildo” o “El Caudillo”- les contestó: “Hay algunos amigos que cayeron
seducidos por las sirenas de la propaganda alemana y hoy quieren
hacernos creer que el triunfo germánico abrirá para nosotros
perspectivas más holgadas. Nosotros estimamos que esa suposición es una
ingenuidad que puede acarrearnos graves males. Con ‘viejo orden’ o con
‘nuevo orden’, del extranjero no podemos esperar nada más que
humillación. Nosotros sabemos que la libertad, la riqueza y la dignidad
se conquistan. La obra de FORJA es la preparación de esa conquista que
algún día hemos de emprender los argentinos”. Clarito, ¿no es cierto? No
era nazi, como les gustaría a algunos. No era marxista. Era un
antiimperialista consecuente, al cual algunas lecturas marxistas le
sirvieron para descubrir los mecanismos de opresión imperialista, de
esos que hablaba un tal Lenín en El imperialismo, etapa superior del
capitalismo.
Aquí termina -o empieza la cuestión- porque ya en anterior ocasión, hace
una “temeridad de años”, como acostumbraba a decir Atahualpa Yupanqui,
le propuse a Jorge Scalabrini que buscáramos un coordinador serio y un
lugar neutral para discutir estas cosas, suponiendo desde ya que su
intención es sana en tanto resguardar las ideas del padre, pero que
seguramente su padre no coincidiría con la perspectiva desde donde
analiza este asunto. Yo lo hago desde la izquierda nacional. Estoy
cansado de decirlo aunque tal ha sido mi defensa de los nacionalistas
revolucionarios y del peronismo que hay gente que se disgusta, en vez de
agradecerlo, y entonces descalifican mi obra creando oblicuamente la
sospecha de que no soy riguroso, ni científico. Hay algunos de esos y ya
son bastantes, que atacan desde el campo proimperialista. Seguramente su
padre se enojaría mucho si lo viera coincidiendo con ellos, preocupado
angustiosamente, durante 40 años, por denigrar a quien, precisamente,
desde el campo nacional, ha redoblado esfuerzos para rendirle homenaje a
él y reivindicar su lucha antiimperialista a través de una vida y una
obra incuestionables.
Norberto Galasso
Fuente: http://www.discepolo.org.ar/node/177
Barro
de Arrabal. Vida de Cátulo Castillo*
Por Juan Carlos Jara
Para 1926 los grupos literarios de Boedo y Florida se hallaban en pleno
apogeo. Aquéllos tratando de cambiar el mundo con sus libros; éstos –más
moderados- buscando transformar tan sólo la literatura, según señalara
irónicamente Álvaro Yunque. El realismo “a la rusa” de los primeros y el
vanguardismo exquisito de los segundos eludía, sin embargo, toda
vinculación con los orígenes populares de nuestra cultura, pese a que el
órgano de expresión de los de Florida se llamara precisamente “Martín
Fierro”, y “Campana de Palo” el de uno de los sectores de Boedo. En
rigor de verdad, tanto “boedistas” como “martinfierristas” rendían culto
a expresiones literarias sin demasiada raigambre nacional y, en el caso
de Boedo, practicando un “verismo” de dudoso gusto popular. Salvo
excepciones, presentes en ambos grupos, era manifiesto que su arte, de
cuño conservador o “revolucionario”, era menos disímil entre sí de lo
que ellos mismos pretendían. Un iracundo y celebrado novelista
colombiano (José María Vargas Vila), que nos visitó por esos días, lo
percibe con claridad y se encarga de hacer una caracterización en
bloque, y sin concesiones, de los nuevos literatos argentinos:
la cobardía del Pensamiento –dice- es lo que distingue a esta generación
de escritores jóvenes, de la Argentina, refugiados en el gallinero de LA
NACION y otros rotativos igualmente cretinos y cretinizantes, que los
acarician, con la misma mano que los alimenta...
la sombra cobarde del Mitrismo, es decir, la sombra de ese Pastor de
Cobardías que fue Don Bartolo Mitre, ha enfermado de pusilanimidad
cretina, estas generaciones de cervatillos acerebrados, que saltan y
huyen y hacen cabriolas, entre los chamizales del periodismo argentino.
Gobierna el país un hombre de la “clase decente”, Marcelo T. de Alvear y
como bien acota N. Galasso: “la Argentina agraria parece navegar en un
mar de bonanza en aquel año 1926. Ya no hay ministros ‘ordinarios’ como
en el anterior gobierno de Yrigoyen. Lugones presenta a Einstein en un
teatro céntrico, Rodolfo Valentino colma de suspiros femeninos los cines
de barrio y Carlos Gardel canta en cualquier comité. Simplemente, canta.
Nada parece disonar en ‘el granero del mundo’…”
La historia va a demostrar muy poco después que aquella aparente
prosperidad, aquella “belle èpoque” criolla, que se asentaba en la
ilusión de un progreso supuestamente indefinido, tenía bases de
sustentación muy frágiles y, para colmo, éstas se hallaban fuera del
país, en unas lejanas islas por las que muchos argentinos seguían
sintiendo profunda y sincera veneración. El traumático derrumbe del ’30
los sacará de su sopor semicolonial,
pero mientras el Titanic avanza hacia su destino inexorable, muy pocos
parecen advertirlo.
* (Fragmento de “Barro de arrabal. Vida de Cátulo Castillo”, de Juan
Carlos Jara, editado por el Instituto Arturo Jauretche en su colección
“No me olvides”, nov. 2008).
Manuela Sáenz (La Libertadora del Libertador)
Las
cooperativas justicialistas*
Por Fabián Oppi
[Fabián Oppi es ingeniero agrónomo graduado en la Universidad Nacional de
Rosario, reside en Firmat (Santa Fe) y se desempeña como Asesor Técnico de
Cooperativa Agropecuaria.]
La Argentina, desde sus comienzos se caracterizó por ser un país pastoril,
gobernado por una clase social que disfrutaba de la Renta Diferencial de la
Tierra, debido a su inserción en el esquema de división internacional del
trabajo, por el cual se exportaba carne vacuna a Inglaterra, potencia hegemónica
de la época e importaba bienes industriales británicos. Así se instaló un modelo
de dependencia económica apoyado por la clase terrateniente argentina y los
importadores de la ciudad de Buenos Aires.
Con el objeto de fomentar la agricultura, la generación de 1880, promueve la
inmigración europea con el afán de incorporar en la Argentina mano de obra más
calificada, ya que se consideraba a la población nativa o criolla como poco
“apta” para las tareas de labranza, siembra y cosecha de cereales.
Los inmigrantes seducidos por supuestos planes de colonización se encontraban al
llegar con una pampa húmeda que ya tenía dueños: eran los estancieros, una clase
social nacida a la sombra del Ejército Argentino y la llamada Conquista del
Desierto, hecho por el cual la elite dominante se apropió de tierras,
anteriormente habitadas por los pueblos originarios.
Surge entonces la Argentina GRANERO DEL MUNDO. Basado en el sistema del
latifundio: el estanciero arrendaba parcelas de su propiedad al colono
inmigrante en condiciones leoninas y de desamparo legal. Esta situación poco
propicia para el recién llegado agricultor, hacía imposible el acceso a la
propiedad de la tierra.
Este modelo de producción estalla en 1912, con el llamado “GRITO DE ALCORTA”,
Huelga agraria de los arrendatarios, que da origen a la FEDERACION AGRARIA
ARGENTINA y que le cuesta la vida al Dr. Francisco Netri impulsor de dicha
organización gremial.
A mediados de la década del ’40, con la llegada al poder del entonces Coronel
Juan D. Perón, se instaura un modelo Nacionalista, que impulsa un proceso de
Industrialización por sustitución de importaciones y que tiene como base una
gran participación Popular en la distribución de los ingresos. En esta etapa se
nacionaliza la BANCA y el COMERCIO EXTERIOR ( se crea el IAPI -Instituto
Argentino para la Promoción del Intercambio), medidas necesarias para captar
recursos y orientarlos para desarrollar la industria, nacionalizar los servicios
públicos (Ferrocarriles, Aerolíneas Argentinas) y para la creación y
fortalecimiento de empresas públicas (Gas del Estado, Flota Mercante, YPF,
Fabricaciones Militares, etc.)
En materia de Política agropecuaria, se promulga el Estatuto del Peón (1944),
Estatuto del tambero mediero (1946), se financia la construcción de silos y
elevadores, se congelan los arrendamientos rurales (Ley de Arrendamientos) y se
promueve mediante créditos a largo plazo y baja tasa de interés, la compra de
tierras por parte de los colonos (“La tierra para los que la trabajan”). Se
realizan expropiaciones, planes de colonización agrícola y se da un fuerte
impulso a la creación de cooperativas agropecuarias, además de crear la Gerencia
de Cooperativas en el Banco Nación. En 1947 se dicta una ley declarando
obligatoria la enseñanza teórica y práctica de la cooperación en las escuelas.
Durante los primeros años del gobierno peronista los precios agrícolas
internacionales eran superiores a los que se pagaban en el mercado interno,
gracias a ello se pudo hacer una ambiciosa planificación económica de neto corte
industrialista (1º Plan Quinquenal) pero a partir de 1948, los precios
internacionales comenzaron a caer y el IAPI tiene que empezar a subsidiar al
sector agropecuario. Las malas cosechas por sequías de 1951-1952, profundizan el
cambio de rumbo e impulsa el denominado 2º Plan Quinquenal (1952) con LA VUELTA
AL CAMPO, en donde se amplían los créditos agropecuarios, se apoya la
mecanización agrícola y se alienta la creación de cooperativas agrícolas de
producción, comercialización e industrialización.
A partir del 2º Plan quinquenal el gobierno intenta disminuir la injerencia del
IAPI en el comercio exterior y para ello impulsa que los productores
agropecuarios se organicen en cooperativas para comercializar e industrializar
sus cosechas. Para tal fin, cede a las mismas terrenos, galpones e instalaciones
del ferrocarril, las exime impositivamente y las apoya crediticiamente desde el
Estado.
Surgen así en la Provincia de Santa Fe, las denominadas cooperativas
Justicialistas, que se nuclean en la Asociación Justicialista de cooperativas
agropecuarias ROSAFE ltda. Experiencia similar ocurrió años anteriores en la
Provincia de Buenos Aires, durante las gobernaciones del Coronel Mercante y
Carlos Aloé. Aquí durante las gestiones de Arturo Jauretche y Pedro Fiorito en
el Banco Provincia se impulsa a través de créditos oficiales el asociativismo
agropecuario y surge la Asociación de Cooperativas Agrarias Bonaerenses. También
tienen gran expansión la pionera e independiente ACA, pasando de 32 cooperativas
adheridas a 116, al igual que FACA (creada en 1947) que agrupa a cooperativas
dependientes de la Federación Agraria Argentina (F.A.A).
Decía Juan D. Perón: “Aspiramos, asimismo, a que cada trabajador agrario sea un
productor, que cada productor sea un propietario y que cada propietario sea un
cooperativista. Para nosotros el cooperativismo es, en los productores, lo que
el sindicalismo en los trabajadores”
Perón definía su modelo de TERCERA POSICION, asignando al Estado el rol de
árbitro en su política de distribución del ingreso entre la incipiente burguesía
nacional (CGE) y la clase trabajadora (CGT), recuperando un rol activo del mismo
en áreas estratégicas de la economía (Estado Empresario) y promoviendo la
economía social (Cooperativas, mutuales, empresas autogestionadas).
Como muestra de ello basta recordar algunos de sus discursos:”El gobierno ha
tenido que enfrentar a los monopolios para voltearlos y, para ello, el Estado ha
debido convertirse, asimismo, en monopolio. Pero, señores, no es interés del
Estado seguir manteniendo el monopolio estatal, pero no puede entregar a los
chacareros de pies y manos, a la voracidad de los consorcios capitalistas
nacionales e internacionales. El día que el campo argentino, organizado en
cooperativas, pueda hacerse cargo de estas funciones, seré el hombre más feliz
de la tierra, porque le entregaré al pueblo lo que es del pueblo, en la
seguridad de que el Estado ha de poner su poder y su fuerza al servicio del
respeto de esa organización” JUAN D PERON – 5 de Marzo de 1950
*Artículo enviado por el autor.
El
pasado en el discurso de la teoría social y política
Por Alberto J Franzoia
Las visiones de mundo que se vinculan tanto con paradigmas de la ciencia social
como con las diversas formas de ejercer prácticas políticas, siempre incluyen
alguna idea sobre el pasado, ya sea reivindicándolo o bien negándole toda
entidad.
El pasado puede ser un tiempo idealizado al que obsesivamente se desea regresar
para permanecer allí por toda la eternidad; concebido como geografía inalterable
no se lo asume como lo que verdaderamente es: una etapa de la historia que sirve
para anclar proyectos pero definitivamente irrepetible en sus coordenadas
esenciales. Por el contrario, en esta particular visión el pasado está inscripto
como programa político del futuro. Los filósofos que defendían los esfuerzos de
la subjetividad para regresar a la bucólica sociedad medieval en Francia, a
posteriori de la gran Revolución Francesa, se ubicaron en esa perspectiva. Por
eso se los consideró como exponentes de la reacción política, opuestos a todo
progreso que pudiese conspirar contra los privilegios de la clase aristocrática
desplazadas del poder; clase a la que expresaban objetivamente más allá de su
manifiesto romanticismo. Louis Bonald y Joseph de Maistre fueron sus dos
exponentes fundamentales, quiénes influyeron a su vez en el autoritarismo
monárquico y el nacionalismo integral de otro francés llamado Charles Maurras,
una de las primeras fuentes abastecedoras de ideas para el nacionalismo de
derecha en Argentina (1).
El pasado también puede ser considerado como el origen de las condiciones
objetivas del presente. Lo que somos es producto del pasado (lo que es
correcto), pero en esta segunda perspectiva se lo visualiza como causa que en su
desarrollo linealmwente evolutivo genera un presente inmodificable para la
voluntad humana al que sólo queda adaptarse. Esta idea es cara a cierta visión
de la ciencia social que adscribe a una objetividad químicamente pura, entendida
como mera contemplación de lo real ya que sería producto de un conjunto de leyes
sociales generales (o funciones necesarias) que se desarrollan en el tiempo; por
lo tanto, sólo en situaciones patológicas se debe actuar para corregir el
desarrollo “natural” de los hechos. En esta versión del pasado ya no se recurre
a la idea de eterno retorno, sino a la necesidad de justificar el presente como
mera etapa de un progreso objetivo constante, inscripto en la perspectiva de los
intereses de una burguesía triunfante en los países de capitalismo maduro.
Aunque esta cuestión rara vez se explicita en el discurso. Positivistas como
Durkheim expresan en su teoría social una visión similar (2). En Argentina dicha
forma de abordar la realidad encuentra adeptos entre los intelectuales de la
oligarquía liberal-conservadora, en tanto aliados necesarios de la burguesía del
“primer mundo”. Sin embargo, cuando la Argentina agro-exportadora entra en
crisis en los años 30, un sector de la oligarquía (en muchos casos jóvenes
afectados por la pérdida de los beneficios económicos que habían disfrutado sus
mayores) postula la necesidad de recuperar el prestigio perdido, y en esa
búsqueda dan con la posibilidad de revisar nuestra historia oficial desde un
nacionalismo de elites. Es así como los intelectuales de la oligarquía se
bifurcan: liberales-conservadores por un lado, nacionalistas reaccionarios por
otro. Aunque, en situaciones críticas para el país, cuando ha sido necesario
optar por las masas o defender añejos privilegios de clase (reales o
pretendidos), vuelen a aliarse.
Otra opción que encierra el pasado es ser considerado la llave que nos permita
abrir la puerta para la interpretación del presente, pero no ya para
justificarlo sino para trascenderlo en una síntesis superadora, revolucionaria.
Esta alternativa teórica y metodológica abreva en Carlos Marx y Federico Engels.
Sin embargo, en Argentina una fracción de la izquierda adopta como versión
válida de nuestro pasado, aquella que fue oficializada por la oligarquía
liberal, por lo que se asiste a una comedia de enredos en la que los
revolucionarios terminan jugando a favor de la contrarrevolución, como por
ejemplo en 1955. Y esto es así porque quien comulga con una versión falsa del
pasado, termina involucrado con las peores aventuras del presente. La fracción
de la izquierda argentina que habitualmente es definida como eurocéntrica por su
incapacidad para aplicar el método a la realidad concreta de su patria, acepta
como verdadera la historia mitrista (historia oficial construida por la
oligarquía) y actúa políticamente en consecuencia, con lo que termina negando
con su práctica la utilización del método y la teoría marxista. Es decir, si el
pasado entendido como llave para descifrar el presente y proyectar
conscientemente el futuro, es un fraude elaborado por la clase dominante pero
aceptado como verdad histórica por una fracción de quienes intentan construir el
socialismo, los resultados obtenidos a la hora de la práctica transformadora son
inversos a los objetivos explicitados. Es imposible construir el futuro con los
sectores populares cuando se desconoce o niega la historia de éstos.
Para revertir ese equívoco se desarrolló la izquierda del campo nacional, que en
nuestra tierra se expresa a través de hombres de la talla de Abelardo Ramos,
Jorge Spilimbergo, Juan José Hernández Arregui, Rodolfo Puiggrós o Norberto
Galasso. Para ellos el punto de partida para construir un futuro alternativo
pasa por investigar rigurosamente (desde la metodología materialista y
dialéctica) el pasado, que no es sólo historia de las clases dominantes sino del
sujeto pueblo en sus luchas por la liberación. De esa manera se le niega entidad
a la versión institucionalizada por la oligarquía (3), en tanto no es otra cosa
que la historia contada por las clases dominantes. Sólo así se logrará
comprender el presente y proyectar el futuro con una conciencia revolucionaria
verdadera, anclada en las luchas concretas de los trabajadores; un futuro
necesariamente consustanciado por lo tanto con liberación nacional y social.
Cabe acotar que más allá de diferencias teórico-metodológicas, el camino de la
revisión histórica unida a una práctica política consecuente con lo popular y
transformadora del presente para liberarlo de las cadenas imperialistas, la
izquierda nacional lo ha recorrido junto al nacionalismo democrático, entre
cuyos exponentes se encuentran hombres como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini
Ortiz, José María Rosa o Fermín Chávez (4). Este nacionalismo es distinto del
propuesto por la derecha reaccionaria, no sólo porque se nutre en los procesos
populares tomando distancia por lo tanto de las elites iluminadas y
autosuficientes, sino porque su análisis histórico se proyecta en un futuro
superador. El pasado es concebido como fuente histórica para darle continuidad
en el presente y futuro a los procesos populares, pero jamás como paraíso que ha
cristalizado al margen del devenir histórico.
El pasado como proyecto político para el futuro (visión reaccionaria), como
justificación del presente (visión liberal-conservadora), como lectura
equivocada de los hechos sucedidos que termina conspirando contra el objetivo
reivindicado (visión del izquierdismo abstracto y despistado), o como auténtica
llave para interpretar y cambiar la historia con nuestro pueblo como
protagonista (visión del nacionalismo democrático y la izquierda nacional), son
otras tantas variantes del discurso en el que el pasado es incluido. Pero
también cabe su exclusión. La posmodernidad intentó acostumbrarnos a esta
posibilidad que tenía antecedentes en las versiones modernas más extremas del
empirismo, como el practicado por una fracción de la sociología norteamericana
(tomar el dato actual tal como se presenta, sin trasponer el mundo de las
apariencias, privilegiando la mera cuantificación de la realidad empírica).
También el otro gran exponente de la sociología yanqui del siglo XX, el
estructural funcionalismo en su versión más ortodoxa (Parsons), creyó en la
posibilidad de excluir el pasado en su intento de construir teoría social.
Pero cuando el pasado desaparece como antecedente, o se lo diluye en una
nebulosa confusa de la que sólo queda lo anecdótico (la historia transformada en
pura literatura, tan frecuente en las producciones posmodernas), el presente
encuentra dificultades para ser comprendido y el futuro deja de ser una
posibilidad distinta al presente que es. Fukuyama, un best seller de la
posmodernidad ahora en decadencia, durante sus primeros pasos “filosóficos”,
pretendió instalar la profecía del “fin de la historia” para demostrarnos que
sólo existe el presente, ya que la economía de mercado y la democracia liberal
habrían resuelto todos los conflictos de la humanidad (5). Y Guy Sorman lo
completa sentenciando que “el futuro por definición no existe”. En Argentina
Menem fue uno de los muñecos hipnotizados por esta filosofía de las apariencias,
sin pasado ni futuro, rindiendo culto al pragmatismo del presente mientras buena
parte de los argentinos pagábamos las consecuencias de semejante aberración
teórica y política.
Aparentemente de regreso de la exclusión del pasado como llave para abrir
puertas a la comprensión, y del presente instalado como tiempo absoluto en la
perspectiva del pensamiento único, estamos tratando de construir con numerosas
dificultades un futuro alternativo. Para ello necesitamos ingresar en el
torrente popular de la Nación, el que la nutre y da vida. Pero algunos desde sus
torres de marfil se aíslan. Unos pretenden defender una nacionalidad abstracta,
sin pueblo; otros un pueblo también abstracto, sin patria. Dicen ser los polos
de la alternativa política nacional: nacionalistas de derecha e izquierdistas
bien de izquierda. Unos recurren a un pasado cristalizado como evasión
nostálgica del presente; otros viven en un eterno futuro, imposible de
materializar desde la falta de compromiso con las experiencias populares
concretas. Como expresión bipolar de una constante histórica están más unidos de
lo que creen en su permanente soledad. Tanto los que huyen hacia atrás como los
que lo hacen hacia adelante, están ausentes del torrente real de la historia.
Esa que construyen cada día, con sus triunfos y derrotas, los sectores populares
de una patria que intenta realizarse como tal en el contexto de la provincia
Argentina y de la Patria Grande Latinoamericana Somos conscientes que para
conseguirlo, se debe emprender el camino que nos libere definitivamente de las
fuerzas del conservadorismo liberal que históricamente nos ha sojuzgado desde
una tercera perspectiva que no abreva en ninguna de las falsas opciones
expuestas.
La Plata, junio de 2009
(1) Hernández Arregui Juan José: “La formación de la conciencia nacional”, Ed.
Plus Ultra, 1973
(2) Durkheim Emile: “Las reglas del método sociológico”, Hyspamérica, 1982
(3) Ramos Abelardo: “Revolución y Contrarrevolución en la Argentina”, Ed Plus
Ultra 1973 (5 tomos)
(4) Jauretche Arturo: “Política nacional y revisionismo histórico”, Ed. Peña
Lillo 1975
(5) Fukuyama Francis: “El fin de la historia y el último hombre”, Ed.
Hyspamérica 1992
Responsable de su publicación original en Internet: Cuaderno de la Izquierda
Nacional ( http://www.elortiba.org/in.html )
Dar
batalla contra la derrota cultural es una prioridad
Por Alberto J. Franzoia
El sábado 25 de octubre de 2008 dimos por concluido en el Pasaje Dardo Rocha de
La Plata el curso de historia argentina y formación política organizado
conjuntamente por los compañeros de la Federación Tierra y Vivienda y el
Cuaderno de la Ciencia Social (espacio digital que se desarrolla dentro del
colectivo cultural El Ortiba), con el auspicio de la Secretaría de Cultura de la
Municipalidad local. Cuando decidimos dar los primeros pasos para concretar la
experiencia surgió como desafío la necesidad de realizar un aporte más a la dura
batalla por las ideas, para revertir lo que en las últimas décadas ha
significado una preocupante derrota cultural del campo nacional y popular. Si
fuéramos aplicados alumnos de la posmodernidad no deberíamos prestar mucha
atención a un tema considerado menor por los pragmáticos, ya que lo importante
sería “hacer” sin que importe cómo, para qué y para quiénes. Pero como
consideramos que toda transformación política de la historia requiere de una
reflexión racional sobre la misma que sirva para orientar conscientemente la
acción colectiva que intentamos desarrollar, es que nos proponemos darle entidad
y continuidad a nuestra experiencia. Sólo asumiendo que en el campo de las ideas
hemos sufrido una durísima derrota, investigando sus causas y trabajando sobre
lo que ha quedado en pie para reconstruir nuestro edificio o proyecto
alternativo (actualizándolo), podremos profundizar el nuevo camino iniciado en
este siglo XXI para modificar estructuralmente la historia semicolonial de
nuestra América Latina.
¿A qué derrota nos referimos?
La derrota tuvo dos etapas definidas y complementarias conducidas en Argentina
por la clase que expresa los intereses objetivos del capital financiero mundial.
La primera fase consistió en inyectar miedo a través del terrorismo de Estado,
instalando la figura del perseguido-desaparecido-asesinado como consecuencia
posible para todo aquel que se atreviera a gestar y difundir un pensamiento
alternativo al del bloque dominante, constituido por la alianza entre la
oligarquía nativa y las burguesías imperialistas del Norte. La segunda,
claramente complementaria de la anterior, buscaba generar un consenso (en el
marco de la democracia formal) hacia las ideas de las clases dominantes que
excediera el territorio de las clases y grupos que se podían beneficiar
objetivamente con ellas. Fue así como una significativa franja de las numerosas
capas medias terminaron visualizando como natural y hasta conveniente que dichas
ideas se convirtieran en el único horizonte posible. La teoría del derrame en el
plano económico (eje articulante del discurso de los noventa) y el fin de las
ideologías como perspectiva filosófico-política que respaldaba semejante
concepción económica, comenzaban a integrar la visión de mundo de franjas
sociales en muchos casos ajenas al privilegio
Es necesario admitir que las capas medias de Argentina han tenido una relación
complicada con el movimiento nacional y popular sobretodo a partir de 1945,
sirviendo de base social a cuanta acción contraria al mismo se gestara desde la
alianza oligárquico-imperialista. Sin embargo, durante los años transcurridos
entre la segunda mitad de la década del sesenta y los primeros años de los
setenta, se fue dando una lenta y progresiva convergencia cuya expresión
combativa más fuerte fue el Cordobazo y su expresión electoral más contundente
el 62% de votos obtenidos por Perón en septiembre de 1973. Estos hechos
atemorizaron a las clases dominantes, ya que comprendieron, por su desarrollada
conciencia de clase, que dicha convergencia es la única que puede desarticular
su hegemonía. De allí nació la necesidad de desarrollar la política del terror
(incluyendo la infiltración del movimiento nacional), que alcanzaría su máxima
expresión con el terrorismo de Estado.
El golpe cívico-militar de 1976 tuvo en realidad dos objetivos fundamentales y
confluyentes:
1. En el plano económico destruir nuestras industrias para reducir y debilitar a
la clase obrera que era desde 1945 mayoritariamente peronista y la columna
vertebral del movimiento nacional.
2. En el plano ideológico-político aterrorizar a quienes producían y difundían
una visión de mundo alternativa a la dominante, muchos de cuyos responsables
pertenecían a las capas medias integradas al campo nacional y popular
Una vez que el terror ejercido sistemáticamente por el estado cumplió sus
objetivos reales, aunque el explicitado fuera “combatir la subversión”, llegaron
los tiempos para llenar vacíos con el progresivo desarrollo de un conjunto de
ideas que eran presentadas como la suma de todas las verdades. Un nuevo credo
laico se instalaba acompañando una estructura económica cada vez menos
industrial y más especulativa. Su dios era el mercado (en versión sui géneris
para países dominados por el imperialismo, ya que éste suele recurrir a una
versión distinta dentro de sus propias fronteras); sus sacerdotes eran los
gurúes de la economía neoliberal, como Domingo Cavallo. Tan fundamentalista
resultó en su intencionalidad el credo vigente como las expresiones religiosas
más fanatizadas. Fue entonces cuando el fin de la historia (la negación de la
historia de los dominados) que venía anunciando desde fines de los 80 el
doxósofo o filósofo de las apariencias Francis Fukuyama, logró penetrar
inclusive en las cabezas de no pocos dirigentes del frente nacional, arrasando a
su paso con unos cuantos desencantados militantes revolucionarios de los setenta
y dirigentes sindicales de pasado ultraortodoxo.
De esta manera el bloque dominante logró incorporar en los dominados ideas
funcionales a sus intereses. Una de las más eficientes a la hora de anular el
desarrollo de alternativas reales ha consistido en naturalizar todo aquello que
apunte a la fragmentación y dispersión teórica-práctica. En el campo teórico
esto se verifica en el avance de sectores “progresistas” que nos presentan (en
el discurso y/o práctica) el supuesto carácter “natural” y hasta deseable de la
desestructuración del todo; ver sólo algunos árboles pero nunca el bosque, y
mucho menos la relación entre ambos (el espíritu químicamente puro de la
posmodernidad).
Por ejemplo, desde esta perspectiva no ha resultado raro encontrarse con
planteos que asumen un supuesto divorcio del brazo ejecutor del terrorismo de
Estado (Fuerzas Armadas y paramilitares) con el cerebro que lo gestó y
usufructuó: la oligarquía nativa y su aliada, la burguesía imperialista del
Norte (sobretodo la estadounidense). O, en el mejor de los casos, quienes
expresan esta versión descafeinada de la historia, recurren a minimizar el
vínculo entre los factores operantes en el drama nacional. Pero en cualquiera de
las dos versiones, por divorcio de las partes o por desvalorización de lo
relevante, se llega como consecuencia necesaria a perder de vista la fuerte
correlación existente entre el miedo causado por el terror de Estado y el
posterior consenso neoliberal (construido durante la democracia formal), que
privilegió el individualismo hedonista y el “sálvese quien pueda” en una
economía competitiva de mercado. Producto de esta versión grotesca de la
historia, durante los noventa (y aún hoy) un menemista (o bicho similar) podía
presentarse como abanderado del mercado libre y, simultáneamente, como un
consumado defensor de los derechos humanos. La oligarquía y sus socios del
“primer mundo” desde ya agradecidos.
La continuidad de esta forma de concebir la historia como fragmentos dispersos,
vino acompañada a su vez con la criminalización de todos aquellos que, después
de haber sido excluidos por el neoliberalismo, escogieron (¿escogieron?) las
peores manifestaciones del “sálvese quien pueda”. ¡Cómo si el predominio de la
especulación financiera, la desindustrialización y la violencia estatal que las
clases dominantes promovieron, no tuviesen nada que ver con la inseguridad que
vive la sociedad hoy! La perversa secuencia del modelo oligárquico ha sido por
lo tanto:
1. terror estatal para imponer un modelo económico y evitar proyectos políticos
alternativos que hagan peligrar su hegemonía;
2. democracia formal para gestar consensos fuertes y estables hacia las ideas
dominantes (individualismo, competencia, pérdida de la identidad nacional,
profundización del modelo neoliberal) sin necesidad de volver al régimen del
terror estatal;
3. y criminalización para las peores consecuencias prácticas de las ideas
dominantes: pobreza, marginalidad y falta absoluta de correlación entre la
necesidad de consumo (real y/o creada) y los medios legítimos para satisfacerla.
En el terreno de la práctica la fragmentación encuentra su cara más trágica en
la acción política, con la presencia de numerosos grupos, movimientos sociales,
partidos y organizaciones que intentan construir y representar a un mismo
sujeto: el movimiento nacional y popular del siglo XXI. De allí que en los
nuevos tiempos, cuando tratamos de construir un modelo alternativo al que se
consolidó con la derrota cultural, podemos concurrir a un acto o una disertación
en la que se reúnen cien personas pero cuya convocatoria ha sido el producto de
un trabajo político-militante de dos decenas de agrupaciones habitualmente
dispersas, antes y después del acontecimiento convocante.
La fragmentación tiene por lo tanto dos tipos de consecuencias negativas bien
visibles para el campo nacional y popular. En el plano de la producción teórica
nos impide captar la realidad, ya que los fragmentos nunca son igual al todo, ni
siquiera cuando intentamos sumarlos. Resulta esencial entonces visualizar las
interrelaciones entre las unidades para descubrir cómo funciona el todo en el
cada una de ellas adquieren un sentido definido. La ideología dominante, por el
contrario, apela a la desconexión entre los fragmentos para ocultar el verdadero
funcionamiento de la realidad, con lo que garantiza la continuidad del statu
quo. Por otro lado, a la hora de la práctica transformadora, la fragmentación
entre grupos (con fuerte tendencia a la dispersión) sólo puede debilitar el
trabajo político para modificar la realidad (complementando la incomprensión
teórica), ya que la fuerza de las mayorías radica no en el poder de cada una de
sus unidades sino en su propia unidad. Sólo la unidad nacional y popular podrá
modificar la realidad en consonancia con nuestras necesidades, si somos capaces
de visualizarla y comprenderla, a su vez, como un todo.
¿Qué hacemos con la derrota?
De esa enorme derrota surge la prioridad de dar una larga y consecuente batalla
por las ideas en este siglo XXI. Batalla por el desarrollo de una visión de
mundo que resulte realmente alternativa a la instalada por el bloque
oligárquico-imperialista, por lo tanto, que exprese los intereses reales de los
dominados. Sólo así se podrá potenciar lo nuevo, que por ahora asoma con sus
luces, pero también con sus sombras, sin desprenderse definitivamente de un
pasado que generó sólo estragos para la mayoría de nuestro pueblo.
Lo dicho está indicando que la batalla cultural que tenemos por delante es larga
y difícil, pero a la vez impostergable si queremos cambiar profundamente la
realidad. Las ideas dominantes no se modifican en un abrir y cerrar de ojos.
Esto es así en cualquier lugar del mundo y en cualquier momento de la historia.
A veces parecen derrotadas y sin embargo puede regresar con más fuerza que
antes. Valga como ejemplo lo ocurrido con un maestro del pensamiento alternativo
como Don Arturo Jauretche, quien murió creyendo que el campo nacional y popular
finalmente se adueñaba de su historia y sin embargo, a menos de dos años de su
muerte (ocurrida en mayo de 1974) se iniciaba en nuestra Patria el período más
oscuro para los sectores populares.
En este siglo XXI se han abierto nuevas perspectivas, tanto en Argentina como en
varios países de América Latina. Las mismas pueden conducirnos hacia un futuro
promisorio, pero eso no significa que la batalla ya esté ganada. Allí radicaría
un fatal y reiterado error. El campo nacional y popular en Argentina necesita no
sólo seguir recuperando su propia visión de la historia, la que construyeron los
hombres que revisaron la versión fraudulenta del mitrismo oligárquico, sino que
es imprescindible desactivar las nuevas ideas fuerza que se le han acoplado.
Fundamentalmente la naturalización de la fragmentación en la producción teórica
y en la práctica política, el individualismo como camino para la realización
personal y la criminalización para los excluidos. El objetivo clave de esta
batalla cultural radica en generar las condiciones en el plano de las ideas para
la construcción de una multitudinaria alianza social entre los obreros y las
capas medias. Para lograrlo es imprescindible que dichas capas medias logren,
mayoritariamente, dejar de ver el mundo desde la visión de sus opresores (visión
desde la que abordaron el conflicto agrario), que son los mismos que oprimen a
los obreros urbanos y rurales (ocupados y desocupados) en el conjunto de la
Patria Grande Latinoamericana. Y esa batalla se debe dar a través de un trabajo
cultural tan profundo como continuo, ya que dejar librada la tarea al azar o a
tiempos con menos urgencias materiales, ha de jugar objetivamente a favor de los
tiempos del enemigo.
La Plata, 14 noviembre de 2008
Nace
la patria de Eugenio Espejo
Por Fernando Bossi*
*Fernando Bossi fue militante del Partido de la Izquierda Nacional de Argentina.
Actualmente reside en Venezuela. Es Director del Portal ALBA, Presidente de la
Fundación Emancipación para la Unidad y Soberanía de América Latina y el Carie,
y docente de la escuela de Formación Política del Ministerio de Planificación de
Venezuela
10 de agosto de 1809
El último tercio del Siglo XVIII encuentra al imperio español en una crisis
incontenible. Más allá de los esfuerzos borbónicos por generar algunos cambios
“desde arriba”, la situación de la península era calamitosa. Al morir Carlos
III, en 1788, había en España 500 mil hidalgos, vale decir, medio millón de
nobles parásitos que nada aportaban a la nación y que se sostenían gracias al
trabajo de una inmensa masa de campesinos desheredados. La Iglesia y la nobleza
eran dueñas del 80 por ciento de la tierra.
La burguesía era una ínfima minoría; todavía se hacía sentir la liquidación a
sangre y fuego de las Comunidades de Castilla y las Hermandades de Valencia dos
siglos atrás. La España Negra, la de la cruz, el linaje y la espada, seguía
imponiéndose ante una tímida España liberal que no terminaba de ponerse los
pantalones largos. España, era un imperio con pies de barro.
A esto se sumaba la irrupción de la burguesía y las clases populares a través de
la Revolución Francesa, como también la independencia de Norteamérica
acaudillada por hombres de pensamiento liberal y progresista. Las ideas de la
ilustración se comenzaban a materializar en documentos señeros: la Declaración
de los Derechos del Hombre y el Ciudadano por un ejemplo. La era de la Razón
comenzaba a desplegar sus rayos.
Mientras tanto en nuestra América la resistencia al poder colonialista español
proseguía sin descanso. Nada más lejano a la realidad que creer que en
territorio americano reinaba la paz y la concordia. El descontento popular y la
lucha fueron creciendo proporcionalmente a los abusos del colonizador. El poder
despótico de la monarquía se manifestaba a través de una burocracia peninsular
que en nada consideraba a los pobladores nativos. De los 170 virreyes nombrados
para gobernar, durante tres siglos de dominio, sólo cuatro habían nacido en
América. De los 602 capitanes generales, presidentes y gobernadores, tan solo 14
fueron criollos. Bien señaló en su momento el sabio alemán Alejandro Humboldt:
“El más miserable europeo, sin educación y sin cultivo de su entendimiento, se
cree superior a los blancos nacidos en el nuevo continente”.
Es así que la población criolla, más allá de las clases sociales, comienza a
conspirar contra el poder peninsular. El pensamiento de la ilustración había
llegado a América y también se había “americanizado”. No sólo los iluministas
europeos se leían en estas tierras, sino que toda una formidable producción
autóctona irrumpía con vigor inusitado. Los escritos de Juan Egaña, Camilo
Torres, Hipólito Unanue, Juan Manuel Dávalos, Francisco José de Caldas, Juan
Pablo Viscardo y Guzmán, entre otros, hacían reflexionar a los americanos sobre
el futuro de la colonia. Pero en esta dirección, se alza majestuosa la figura
del quiteño Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, que si bien ya
había muerto para esa fecha, fue el verdadero autor intelectual de la
insurrección del 10 de agosto de 1809.
Seguramente que una de las primeras manifestaciones de protesta popular que se
dio en Quito, fue la llamada “Revolución de las Alcabalas”. Pero también hubo
otras, como aquella ocasionada por la imposición del Estanco de aguardiente y la
Aduana para los víveres, que se hizo bajo la consigna de “¡Mueran los chapetones
y abajo el mal gobierno!”. Asimismo no podemos desconocer las insurrecciones
indígenas que culminan en el gran levantamiento de Túpac Amaru, conmocionando a
gran parte de los tres virreinatos sudamericanos.
La invasión napoleónica a España fue sin duda el detonante del proceso
emancipador. Cuando los cien mil soldados del general Murat invaden España, la
nobleza española capitula sin ninguna resistencia. Ante el nuevo rey extranjero,
José Bonaparte, se inclinan tanto la aristocracia hispánica como muchos
liberales afrancesados. Solo el pueblo se levanta en armas en una heroica guerra
de liberación nacional, que será escuela también para muchos patriotas
americanos, entre otros, el ecuatoriano Carlos Montúfar y el rioplatense José de
San Martín.
El poder del rey había caducado, los cobardes e ineptos monarcas Carlos IV y su
hijo Fernando, en “cárcel de oro” se hallaban, mientras quienes resistían al
poder invasor se habían constituido en juntas populares.
En América, en consecuencia, y tras tres siglos de abusos y arbitrariedades por
parte de los peninsulares, se abría la posibilidad de conformar gobiernos
propios, rescatando la soberanía, que recaía en el pueblo ante la ausencia del
rey.
Así lo entendieron los patriotas quiteños, quienes sin perder tiempo y bajo la
influencia de las enseñanzas de Eugenio Espejo, comenzaron a conspirar. Tras
varios sucesos de dimes y diretes, en la noche del 9 de agosto de 1809, se
levantó la enérgica voz de una patriota como pocas, Manuela Cañizales, quien
increpando a los conspiradores dijo: "¡Cobardes… hombres nacidos para la
servidumbre! ¿De qué tenéis miedo…? ¡No hay tiempo que perder…!". Y esta mujer,
prócer de la emancipación, decidió así a los patriotas para que asumieran su
responsabilidad.
El 10 de agosto, se comunicaba al presidente de la Audiencia que su mandato
había caducado. Avanzada ya la mañana queda constituida la Junta Suprema de
Gobierno cuya presidencia asumía Juan Pío Montúfar, Marques de Selva Alegre. Se
desconoció así al gobierno español instalándose un aparato gubernativo integrado
exclusivamente por criollos americanos.
La historia posterior es bien conocida por todos. La reacción peninsular no se
hizo esperar. Tropas realistas movilizadas desde Nueva Granada y Perú hicieron
deponer la Junta criolla. Detenciones masivas de patriotas culminaron en la
espantosa matanza del 2 de agosto de 1810. Con la llegada de Carlos Montúfar,
comenzaría una nueva etapa de la lucha independentista; las masas populares se
incorporarían definitivamente a la lucha anticolonialista que culminaría en la
gloriosa Batalla de Pichincha doce años después.
Más la gesta del 10 de agosto fue el inicio de la guerra por la independencia
¡Gloria a aquellos patriotas que con su vida señalaron el camino de una Patria
justa, libre y soberana!
Agosto de 2009
Fuente del artículo:
http://www.mpliberacion.com.ar/NACE-LA-PATRIA-DE-EUGENIO-ESPEJO.html
Fuente de la foto: envió del autor a Cuaderno de la Izquierda Nacional (
http://www.elortiba.org/in.html )
Brizna
de multitud. Vida y pensamiento de Scalabrini Ortiz
Por Juan Carlos Jara
Editado por: Ediciones del Instituto Superior Dr. Arturo Jauretche, Nº 3 de su
colección “Nomeolvides”, Buenos Aires, 2009.
(Fragmento)
La defensa de la política neutralista –en la línea tradicional del yrigoyenismo-
fue una de las posiciones sostenidas con mayor obstinación por Raúl Scalabrini
Ortiz y los hombres de FORJA a partir del estallido de la segunda gran masacre
imperialista. Así, emulando a Manuel Ugarte, que un cuarto de siglo antes, con
el mismo objetivo, fundara y dirigiera el diario “La Patria”, Raúl, con los
fondos obtenidos de una herencia familiar, afronta en 1939 la quijotesca empresa
de fundar y dirigir su propio medio de difusión. Con él, al que titula
“Reconquista”, se propone defender la neutralidad y “denunciar en toda su
crudeza y detalle cotidiano la extensión de la hegemonía que Gran Bretaña ejerce
entre nosotros”. Está convencido de que ésa es una tarea digna de ser acometida,
pese a que no desconoce los riesgos a que se verá expuesto, pues “fundar un
diario para denunciar los manejos de las empresas británicas y precaver al país
de las intrigas de su diplomacia es más o menos como agraviar al comandante del
acorazado ‘Nelson’ a bordo de su propio barco”. La aventura dura apenas un mes y
medio y sale de ella difamado y lleno de deudas, aunque con la íntima convicción
de haber cumplido con su deber. Con frase no carente de arbitrariedad, sostienen
Alejandro Cataruzza y Fernando D. Rodríguez: “Se sospechó que la empresa era en
parte financiada por la embajada alemana”. El impersonal “se sospechó” oculta,
en realidad, a concretos personeros del interés antinacional, desde los diarios
en lengua inglesa “The Buenos Aires Herald” y “The Standard”, hasta los
calumniadores profesionales del vespertino “Crítica”, quienes por cuenta del
“establishment” de la época, urdirán una historia novelesca para involucrar a
Scalabrini con el fascismo, el nacionalismo progermánico y …¡la Gestapo! El
barato sensacionalismo del engendro de Botana –fielmente retomado en la
actualidad por un periódico del mismo título- cuenta, a no dudar, con
aventajados discípulos en nuestros días. En un libro plagado de inexactitudes,
errores a designio y conclusiones incurablemente falsas, Federico Finchelstein
(“La Argentina fascista”, Sudamericana, 2008) imputa a Scalabrini simpatías
fascistas por el hecho de haber cobijado en las páginas de “Reconquista” al
nacionalista Ernesto Palacio –luego diputado peronista y notable historiador- “y
a notorios antisemitas como Rodolfo Irazusta”. Con el mismo criterio se lo
podría haber inculpado de favorecer al stalinismo ya que en “Reconquista”
también colaboraron Alvaro Yunque y Raúl Larra, escritores vinculados al Partido
Comunista, que al conjuro del pacto Hitler - Stalin había adoptado por esos días
una posición antiimperialista, abandonada abruptamente al romperse el mismo en
1941. Contemplar los problemas nacionales desde una óptica nacional –algo que
pareciera de Perogrullo- continúa siendo una asignatura de imposible comprensión
para ciertos sectores de nuestra intelectualidad.
Lo cierto es que tanto las acusaciones de “Crítica” y los periódicos de habla
inglesa como las consecuentes imputaciones de Finchelstein y tantos otros
“cazafantasmas” de la actualidad, truecan en ultraje grotesco calificaciones no
mucho más doctrinarias del diario socialista “La Vanguardia”, dirigido entonces
por el senador Mario Bravo. “La neutralidad es fascismo”, publicaba a toda
página la hoja juanbejustista del 7 de agosto de 1939, aseverando en el
editorial: “No estar franca, libre, enérgicamente con la democracia, para
acariciar la neutralidad que agranda las fuerzas del adversario en tanto las
disminuye al aliado, es estar con el fascismo, con el nazismo, con la regresión,
con la barbarie”. A semejante andanada de crudo cipayismo, Scalabrini responde
desde el periódico “Nueva Palabra” reafirmando sus convicciones neutralistas:
“Como la intervención en la próxima guerra costará a la República la matanza de
trescientos o cuatrocientos mil argentinos, sostener la necesidad de intervenir
en la guerra europea , es incurrir en el triple delito de traicionar a las
conveniencias de la nación, que en el alejamiento de la contienda hallaría el
tiempo de maduración indispensable para el estudio de los angustiosos problemas
que le atañen directamente. Es traición al pueblo, que confía que sus dirigentes
no lo arrastrarán sin causa a una masacre. Y es traición a la doctrina
socialista, que alabó siempre el pacifismo, aun cuando el pacifismo significa el
sacrificio territorial de la patria”.
Es evidente que muchos partidarios de la neutralidad – desde Manuel Fresco hasta
Enrique Osés- lo eran por notorias simpatías con el fascismo. Pero no es ése, de
ningún modo, el caso de Scalabrini Ortiz. Tulio Halperín Donghi, alejado por un
instante de su habitual hostilidad a nuestro autor, en su libro “La Argentina y
la tormenta del mundo”, reconoce que Scalabrini fue el único neutralista
auténtico, “el único que cuando proclama la indiferencia en cuanto al desenlace
del conflicto europeo es totalmente sincero”. Es cierto que omite mencionar a
Jauretche, Ugarte y tantos otros, también insospechables de inclinaciones
profascistas. Pero sería demasiado pedir que en una misma página, el prestigioso
catedrático de Berkeley hiciera justicia con tantas figuras del campo nacional.
Su sola exculpación de Scalabrini resulta, para nosotros, suficientemente
satisfactoria.
Autor del texto: Juan Carlos Jara
Responsable de su digitalización: Juan Carlos Jara
Responsable de su publicación original en Internet: Cuaderno de
la Izquierda Nacional ( http://www.elortiba.org/in.html )
"La
Revolución Libertadora llega al extremo norte. La noche de los cuchillos largos"
(Publicado como editorial del periódico Lucha Obrera nº 7, año 1955)
Por Esteban Rey*
"Escribimos esta crónica desde donde Argentina comienza a ser sinónimo de
América. Densa muchedumbre de montañas preparan para la violenta ascensión a las
mineralizadas mesetas centrales del continente. Desde aquí, por el Pilcomayo y
el Bermejo, rumbo al Paraná profundo y lejano, se extiende la selva y el
trópico. Tierra y hombres de idéntico color se reconocen a sí mismos desde el
comienzo de los tiempos. El desafió vegetal del bosque sufre la civilizada
derrota del ingenio azucarero. Altas chimeneas destacan su arrogancia vencedora
en el dilatado esmeralda de la caña. Más allá, junto a las últimas fronteras de
los lotes, nuevamente el cedro, la tipa y los lapachales defienden las
profundidades húmedas donde cuentan que duerme su sueño el dios de la madera. La
cinta paralela de las vías, junto a los caminos cada vez más estrechos, señalan
el rumbo de los conquistadores. Durante muchos años, muchos años después de la
independencia nacional, estas regiones siguieron viviendo como cuando la
encomienda, la mita y el yanacona coloniales. Hombres pletóricos de derecho y
gente famélica de justicia. Opulencia natural y necesidad humana. Ricos muy
ricos y la inmensa pobreza multiplicándose en ranchos y taperas hacia los cuatro
puntos cardinales. Alguna que otra ciudad en la que el comercio y las oficinas
administrativas creaban la sensación de la época moderna. Ignorancia,
desesperación, vicios. Gobernadores, diputados, intendentes, todos, de uno u
otro modo, vinculados a los propietarios y a los ricos. Un administrador de
ingenio era necesariamente un candidato a diputado nacional. Un gobernador debía
ser, por lo menos, apoderado de una firma azucarera. Largos y melancólicos
ingleses de grandes pies y rudos zapatones claveteados moraban en algunas zonas,
siempre las más ricas y las de mayor pobreza. Aislados en sus casas y en su
idioma, repetían en estas latitudes la actitud nostálgica y despreciativa de los
administradores británicos de la India...
Después vino el 17 de octubre de 1945. Después vinieron los sindicatos, y los
indios y los obreros y comenzaron a tener derechos. Ledesma Sugar Status Limited
Company debió tratar con los gremios y no con un cacique envilecido a alcohol y
a coima. Debió pagar en moneda nacional, olvidándose del salario en escopetas
viejas y en caballos inservibles al fin de cada cosecha. Debió franquear a todo
el mundo las calles que antes se abrían sólo para los señores dueños del ingenio
y sus sirvientes de alto copete. El mataco se estremeció con la risa amplia del
hombre recuperado. El cuchillo pelador de cala fue también razón y derecho desde
entonces. Un administrador hubo de recorrer los lugares de sus tropelías con una
cornamenta de ciervo a manera de sombrero. Los chaguancos tuvieron zapatos y
aprendieron a hablar en castellano. Por primera vez en la historia nacional
tuvieron voto y se inscribieron en registros civiles. Dejaron de llamarse Benito
Mussolini, Jorge Washington, o Al Capone, nombres con los que los sirvientes
menores de la oligarquía azucarera los bautizaban en las contabilidades para
divertir sus ocios imbéciles sin remedio. Se llaman ya con sus nombres extraños;
resonancia lejana del grito de sus pájaros o del rumor profundo de sus bosques y
sus ríos. Allí, alrededor de la mesa del sindicato, los collas de la puna, los
matacos de los grandes ríos, los chaguancos de los bosques y los trabajadores
blancos o morenos de todas las latitudes se reconocieron hermanos. Se
reconocieron también, como una revelación, argentinos. Y alrededor de esa misma
mesa se encontraron con los aymaras y con los quichuas bolivianos. Y se
reconocieron hermanos y aprendieron que América es realidad que les pertenece
por historia y por destino. Faltaban muchas cosas, es cierto. Sobraban muchas
penas. La lucha seguía siendo un largo camino a recorrer. Pero había esperanzas.
En esto llegó la Revolución Libertadora al extremo norte– Fue por la radio. Se
anunció que el gobierno que habían elegido, que había elegido el pueblo de la
república, no existía más. Ahora, se dijo, había un gobierno provisional.
Armados de sus cuchillos y de su fe se resistieron a aceptar lo impuesto por
locutores lejanos. Durante días, casi semanas, después de la instalación del
nuevo gobierno, velaron sus armas en dolorosa impotencia. Ya les avisaremos
cuándo habrá que jugarse, dijo alguien. Nadie les comunicó que la hora había
llegado. Las banderas y las escarapelas lucieron por las calles céntricas de
algunas ciudades. En ningún lugar más. Los cañaverales, los obrajes, los
dilatados campos de tabaco, no lucieron los colores nacionales. Una profunda
tristeza sucedió al estupor de una derrota que no había sido el resultado de
ninguna batalla– Ahora la tarea se aumenta. Y cercena las voces de los
capataces. En los ingenios, en los obrajes, en las minas, se despide a los
dirigentes sindicales y se hace retroceder en veinte años la legislación social
vigente. So pretexto de adulteración en los padrones electorales se habla
abiertamente de quitar el derecho de voto a millares de indios. Tal vez quiera
borrárseles también de los registros civiles, hacerlos regresar de nuevo, sin
nombre ni patria, a lo profundo de la selva. Los dueños de ingenios y de minas,
los latifundistas han regresado a las funciones de gobierno. Ahora mandan, por
sí o por intermedio de sus mandatarios tienen en sus manos la suerte de la
región. Alguien, moderno Sigfrido azucarero, ha elaborado una frase que gana
cada día mayor predicamento: El país necesita un baño de sangre. Con ese
espíritu se actúa. En los ojos de esta oligarquía brilla el ansia de la
revancha. Pero también, más al fondo, les brilla el miedo. Todos los partidos
tradicionales apoyan a la Revolución Libertadora. La inmensa mayoría de la
población los enfrenta. No hay desertores. Tal vez no se sepa con claridad lo
que se desea. Pero ya se sabe claramente lo que no se quiere. Durante la última
huelga, los trabajadores ocuparon Ledesma por tres días. Un riguroso cerco de
soldados y gendarmes se anudó alrededor del ingenio. Ráfagas de ametralladora
disparadas al aire establecieron un verdadero sitio contra los ocupantes. Así
hasta que se levantó la huelga y comenzaron las represalias– Se ha abierto en la
región la noche de los cuchillos largos. La inmensa mayoría contra la inmensa
minoría. La pasión vela, arde en ingenios, minas y fincas. No se acepta la
vuelta al pasado. Se resiste. Nadie se pregunta cuándo se reconquistará lo
perdido. Pero nadie duda que todo lo perdido será recuperado y se irá mucho más
adelante en lo económico y social. Esto es lo que dice el silencio agresivo de
este pedazo de América que ha cobrado ya conciencia de su propio destino"
* En los últimos meses de 1955, después del golpe militar de septiembre,
apareció integrando la resistencia el periódico Lucha Obrera, dirigido por
Esteban Rey. Formado en las lecturas del troskismo, Rey había sido antiperonista
y en tal carácter había intentado arengar a un grupo de obreros tucumanos allá
por 1949, produciendo una airada reacción de éstos que estuvieron a punto de
agredirlo. Tiempo después, cuando intentaba explicar al peronismo desde un
perspectiva de izquierda nacional, alguien le recordó el episodio y Rey contestó
inmediatamente " ¿Sabelo que pasa?, Ellos tenían razón".
Fuente: http://www.spopulares.com.ar/pages/notas/2009-09/11_contratapa.htm
Esa
mujer*
Por Norberto Galasso
El 17 de mayo de 1919 nació en Los Toldos, provincia de Buenos Aires, una niña
que llamaron Eva María Ibarguren, denominación que ha suscitado el comentario
maligno de una escritora por anteponer el nombre de una pecadora al nombre de la
virgen. Era la quinta hija de doña Juana Ibarguren y su concubino, Juan Duarte
(padre). Familiarmente, la apodarían Chola y pasaría a la posteridad como una de
las mujeres más importantes del mundo durante el siglo XX con el nombre de Eva
Perón, aunque en el rincón más cálido de las emociones populares en la Argentina
sería, como ella quiso, simplemente Evita.
Desde su nacimiento, cargaba esta criatura con tres humillaciones: ser hija
extramatrimonial, no reconocida por su padre (que, en cambio, había reconocido a
sus cuatro hermanos), ser mujer, grave delito para aquella sociedad machista
para la cual sólo debería servir para la cocina y la cama, y ser pobre,
receptora, un 6 de enero, cuando tenía 7 años, de una muñeca con una pierna rota
que era lo único que habían podido regalarle unos Reyes Magos demasiado
menesterosos.
Probablemente de estas humillaciones brotó su rebeldía y su confraternidad con
todos los desamparados de su tierra, marginados de las instituciones, expoliados
por los poderosos, víctimas también de la discriminación por género. Trasladada
con su familia a Junín, a los once años, se ahoga en el ámbito aletargado de la
ciudad pueblerina, abrumado de prejuicios y rutinas, con la misa dominguera y la
caminata alrededor de la plaza en los atardeceres. Allí recita en el escenario
de la escuela para las fiestas patrias mientras remonta sueños, proyectos,
triunfos en el mundo del espectáculo, hasta que a los quince años se lanza a la
aventura de la Buenos Aires pletórica de músicas y luces de neón donde –está
segura– habrá de alcanzar el éxito y dejará de ser la Chola para ser Eva Duarte
en las carteleras de teatros y cinematógrafos.
Llegan entonces los años difíciles para abrirse camino en el campo minado de los
productores, directores, representantes artísticos y periodistas, hasta llegar a
la tapa consagratoria de la revista Antena (1939). Según algunos comentaristas,
“mala en la cinematografía, era mediocre en el teatro y alcanzaba lo mejor de sí
misma en la radiofonía”. Pero, a través de esas diversas vicisitudes mantiene
una consecuencia: “Tengo en el corazón un sentimiento fundamental: mi
indignación contra la injusticia”.
En 1943, antes de conocer a Juan Domingo Perón, ya interviene en la creación de
un gremio: la Asociación Radial Argentina, de la cual es presidenta poco
después. (Este suceso será sugestivamente olvidado en la lucha política pues le
imputarán a Perón hacer pareja con una actriz –o cosas peores–, en vez de
admitir que se une sentimentalmente con una gremialista.)
Como es sabido, un día de enero de 1944, en el festival del Luna Park para
recaudar fondos para las víctimas del terremoto de San Juan, lo conoce al
Coronel y esto marca un hito fundamental en su vida. Su rebeldía, su indignación
contra la injusticia, inclusive su difusa vocación por una sociedad igualitaria
aprendida de un novio anarquista de adolescencia, encuentra ahora cauce
escuchando los proyectos que él le confía en una Munich de la Costanera, con el
río por telón de fondo. No participa en el 17 de octubre –como pretende un mito
innecesario– pero crece con el movimiento popular hasta hacerse símbolo de los
descamisados y de los derechos femeninos. En esa época, goza los mejores días de
su vida en la quinta de San Vicente, de enamoramiento y admiración por el líder
que está emergiendo y el movimiento nacional en marcha.
En él ocupa inicialmente el lugar de “La primera Dama” vengándose, con los
mejores vestidos, de las señoronas de la clase alta en las noches de gala del
Teatro Colón. Pero a partir de 1946 se convierte en algo así como un ministro de
Trabajo paralelo respecto del secretario de Trabajo y Previsión José María
Freire, recibiendo los reclamos, anhelos y sugerencias de los trabajadores, que
transmite al Presidente. Armando Cabo, uno de los principales dirigentes
gremiales de la época, dirá que su labor fue fundamental “como puente entre
Perón y la clase trabajadora”. En el armado policlasista del frente de
liberación nacional, el General necesitaba un contacto directo con “la columna
vertebral” –los sindicatos– y esa tarea la realizó ella, que ya empezó a ser
“Evita” y dejó los vestidos lujosos por el traje sastre y el peinado con rodete.
Después, vino su viaje a Europa y al regresar, la puesta en marcha de la
Fundación, duplicando así la tarea social de apoyo al movimiento.
Allí entregó su vida. “No era beneficencia –recordaba su confesor, el padre
Hernán Benítez–. Le llevaba remedios a un enfermo pero además lo besaba sin
importarle sus llagas. Yo, pastor de Cristo, daba un paso atrás para no
contagiarme y ella me reprendía: –No venimos a traer remedios, padre. Venimos a
dar solidaridad, afecto, al compañero que sufre... Un día –recuerda Benítez–
íbamos en el auto a la residencia cuando ella advirtió que en la puerta de un
Banco una anciana lloraba. Hizo detener el auto y cuando se enteró que no le
habían pagado la jubilación por una cuestión burocrática, entró con ella al
Banco –y yo detrás, porque iba sin custodia– y dijo bien fuerte, en el medio del
salón: ¿Quién fue el hijo de puta que le dijo a esta señora que viniera otro
día? Esa era Evita”. (Así, los gobiernos populares “violan las instituciones
liberales” con escándalo de los gorilas.)
En esa tarea entregó su vida, cuando el cáncer comenzó a roerla impiadosamente.
Era preciso estarse hasta la madrugada para contestar las cartas porque ningún
argentino debía ser defraudado por una falta de respuesta, superando la endeblez
de los 38 kilos. El pueblo entendió ese amor desenfrenado. La oligarquía también
y por eso la odió: “Viva el cáncer” escribieron en las paredes. Ella, consumida
por la enfermedad, dijo sus últimas palabras: “Gracias, Juan”. Los evitistas de
última hora jamás podrán comprenderlo, ese “evitismo antiPerón” que, como dijo
alguien, “es la etapa superior del gorilismo”.
Luego vino la contrarrevolución y secuestraron su cadáver. Al devolverlo,
dieciséis años después, en 1971, en Puerta de Hierro, abrieron el féretro y
resultó evidente que la habían golpeado hasta quebrarle la nariz y hacerle un
tajo profundo en el cuello. Tal era el odio, a niveles tan altos como, por
contrapartida, la veneración de su pueblo. Perón sólo dijo la palabra que
correspondía a ese furioso ensañamiento clasista: ¡Miserables!.
Fuente: http://www.discepolo.org.ar/node/232
*Nota publicada originalmente en Miradas al Sur
El
Primer Centenario. Entre los fastos y la represión
Por Leonardo Killian
El centésimo aniversario del 25 de mayo de 1810, primer gobierno criollo y
comienzo de la lucha por la emancipación, fue aprovechado por la elite
gobernante para mostrar al mundo una imagen idílica de la Argentina opulenta y
progresista de principios del siglo XX. A partir de 1853, con los comienzos de
la organización nacional, el viejo país criollo y sus luchas fratricidas entre
unitarios y federales comenzaba a quedar atrás. Quedaban todavía focos de
incendio en el interior provinciano. La política de policía del gobierno de
Mitre terminará con los resabios de la montonera federal y el último y trágico
episodio se consumará con la guerra contra el Paraguay.
Tal vez, el último episodio de la guerra civil o por lo menos, su continuación
en territorio extranjero. Liquidada la rebelión gaucha y destrozado el intento
paraguayo de un desarrollo independiente con un proyecto industrialista en el
corazón del continente sudamericano, sólo quedaba una cuestión pendiente: el
problema del indio. Durante los gobiernos de Avellaneda y de Roca, la Patagonia
y el Chaco son incorporados al estado nacional terminando con los focos de
resistencia indígena. Estos episodios que algunos consideran la culminación de
la conquista americana conforman definitivamente el mapa de la Argentina
contemporánea. Salvo el problema de límites con Chile y algunas cuestiones con
otros países vecinos podemos decir que el gobierno de Roca encontraba dibujada
la Argentina actual. La generación del 80 se encargaría de darle contenido
ideológico a este joven estado nacional. El viejo problema de la Capital Federal
estaba solucionado. Las oligarquías del interior estaban integradas por el
ferrocarril no habiendo ya contradicción de intereses con sus viejos adversarios
porteños. Sarmiento y Alberdi habían impulsado la idea de una inmigración que
cambiara la faz de la Argentina hispano-criolla. A fines del siglo XIX una
gigantesca transformación social dio lugar a un cambio dramático, con pocos
ejemplos similares, a excepción de los Estados Unidos y de Australia. Millones
de inmigrantes europeos y asiáticos cambiarían la cara de la vieja Argentina
para siempre. Escapaban del hambre, de las guerras, de las persecuciones del
imperio zarista y del decadente imperio otomano. De la Europa pauperizada y de
los odios raciales y religiosos. La Argentina y la constitución liberal de 1853
se convertían en el imaginario de millones de personas en la tierra prometida.
América era la tierra de promisión, del trabajo y de la abundancia, de la
libertad y la tolerancia. La realidad que les esperaba era ambigua. La nueva
inserción en el comercio internacional y la división del trabajo que Gran
Bretaña y las potencias industriales europeas asignaban a la Argentina, hacían
necesario mano de obra en forma urgente. El país decididamente volcado a la
producción de materia prima de sus ubérrimos territorios necesitaba brazos y
abría sus puertas con generosidad. Pero también con desconfianza. Entre 1870 y
1914 la población de la Argentina creció cuatro veces y media pasando de
1.736.800 habitantes (1869) a 7.885.237 en 1914. Sólo en la ciudad de Buenos
Aires, la población creció ocho veces. Este verdadero aluvión trajo, como sucede
con toda transformación social de semejantes proporciones, nuevas
contradicciones tanto en el seno de la clase política gobernante como entre los
intelectuales y formadores de opinión, la gran prensa, etc. Basta citar a un
intelectual positivista de la época José María Ramos Mexía: “…el del inmigrante
es un cerebro lento, como el del buey a cuyo lado ha vivido, miope en la agudeza
psíquica de torpe y obtuso oído…” “ qué torpeza para trasmitir la mas elemental
sensación a través de esa piel de paquidermo…” “ le sentiréis a la legua ese
tufillo a establo y asilo…” Con este lenguaje de desprecio racista se retrataba
al prototipo de los recién llegados, objeto de la burla de tangos y sainetes, de
poemas satíricos y hasta de los cánticos de las murgas de carnaval, de los que
habían tenido la suerte de haber nacido en estas playas. La llamada Ley de
Residencia fue un ejemplo de cómo la elite gobernante pensaba tratar a los
indóciles. Durante la segunda presidencia de Roca, en 1902, fue aprobada la ley
4144 que entre otras cosas daba facultades al Poder Ejecutivo para expulsar del
país, prohibir su entrada al mismo o detener a todo extranjero cuya conducta
fuera considerada indeseable. Este instrumento discrecional y arbitrario fue
impulsado entre otros por el senador Miguel Cané, el autor de Juvenilia. El
servicio militar obligatorio y la de educación 1420 fueron los instrumentos para
nacionalizar a los hijos de la inmigración y también para disciplinarlos. En
cuanto a la ley conocida como Riccheri, el ministro de guerra que le dio origen,
éste decía “ …que es mas importante si se quiere, la organización que la
educación…” “ Ante todo, según nuestro entender, el servicio obligatorio va a
acelerar la fusión de los diversos y múltiples elementos étnicos que están
constituyendo nuestro país en forma de inmigración…La observación de la misma
disciplina y quizá los mismos sinsabores… no sean elementos asaz poderosos para
realizar esa fusión de nacionales y extranjeros, de que tanto necesitamos…” En
cuanto a la Ley de Educación (1420), esta generó un enfrentamiento ideológico
entre las dos concepciones dominantes. Los católicos que se opusieron tenazmente
en nombre de la libertad de conciencia y los liberales que defendían los
derechos individuales y el recorte del poder eclesiástico. El proceso de
laicización comenzado en Europa era defendido por los liberales del 80 y no cabe
duda de que en ese sentido, la Argentina se ponía a tono con los tiempos. Los
conflictos de Roca con el Vaticano demostraban que si bien, la economía nacional
estaba enfeudada al poder internacional, en otros aspectos mantenía un criterio
independiente como la creación del Registro Civil o el manejo de los
cementerios. Las atribuciones de la Iglesia Católica se recortaban
inexorablemente.
1910
En abril de ese año, Roque Sáenz Peña fue elegido presidente de la república. Poco después mediante la ley electoral que se recuerda con su nombre, se cambiaba el sistema de sufragio. El voto universal para los varones mayores de dieciocho años era una concesión que la oligarquía que gobernaba la Argentina desde su creación como estado le daba al joven Partido Radical. Los radicales se habían negado a colaborar con “el régimen” hasta que no se cumpliera con el cumplimiento de la Constitución Nacional. El partido de Alem e Yrigoyen representaba en cierto sentido el ascenso de las nuevas clases medias. Aunque su programa era difuso y en ningún sentido se proponía cambiar las estructuras de la nación agraria y dependiente, el voto universal, secreto y obligatorio era una bandera que “el peludo Yrigoyen” no estaba dispuesto a negociar. De La Revolución del 90 hasta el alzamiento de 1905, los radicales habían mostrado una vocación revolucionaria y Sáenz Peña no hacía otra cosa que aceptar una situación que se había vuelto insostenible. El pequeño núcleo dirigente ya no podía resistir el embate de los tiempos. La vieja Argentina había abierto sus puertas a la inmigración y ahora debía concederles el voto a sus hijos. Si bien la dirigencia del Partido Radical pertenecía a la misma clase social del “régimen”, su masa de seguidores estaba conformada básicamente por los sectores medios y en una pequeña medida por trabajadores y artesanos. En 1890 se conmemoró el 1º de mayo. Se realizó en El Prado Español y hubo discursos en varios idiomas acentuando el carácter internacional del acto. Al año siguiente se formaba la Federación de Trabajadores de la República Argentina. Los sectores obreros de principios del siglo XX eran todavía una masa sin expresión política en el parlamento y esto no cambiaría con la llegada de los radicales. Los inmigrantes habían traído con sus bultos miserables ideas que alterarían el pulso de nuestros gobernantes: El anarquismo y el socialismo. Una “Agrupación Socialista” funcionaba desde 1894. Los Fascio dei lavoratori italianos, les egaux franceses y los Vorwaerts de origen alemán se les unieron, formando el Partido Socialista Obrero Internacional. En 1896 concurrió a elecciones en la Capital Federal y luego cambió su nombre por el de Partido Socialista Obrero Argentino. Sus figuras mas destacadas eran Juan B. Justo y Nicolás Repetto, José Ingenieros y Leopoldo Lugones. Su órgano de difusión fue La Vanguardia y, luego de una efímera unión con los anarquistas en la Federación Obrera Argentina (FOA) se separarían formando su propia central sindical la Unión General de Trabajadores (UGT) en 1903. Si bien hubo entre sus fundadores algunos de clara orientación marxista, la línea general del partido tuvo en cambio una ideología positivista que pronto renegó de la revolución violenta inclinándose por el parlamentarismo, la acción sindical y el cooperativismo. Su influencia en la joven clase trabajadora se hizo sentir en las grandes ciudades, con mayoría inmigrante, siendo escasa o nula su inserción entre los trabajadores rurales. El anarquismo en cambio tuvo una gran aceptación entre los trabajadores y artesanos criollos. Poetas, letristas del naciente tango y canciones camperas eran escritas por poetas y escritores anarquistas: “Grato auditorio que escuchas/ al payador anarquista/ no hagas a un lado la vista/con cierta expresión de horror/ que si al decirte quienes somos/ vuelve a tu faz la alegría/ en nombre de la anarquía/ te saludo con amor” decían estos versos recogidos por Martín Castro. Podemos decir que los últimos años del siglo XIX y principios del siglo XX fue la época dorada de las organizaciones anarquistas en Argentina tanto en la actividad de los grupos ideológicos como en la corriente sindicalista. Los sindicatos fueron aceptados en Inglaterra en 1825, en Francia en 1864 y en Alemania en 1869. En nuestro país se formó la sociedad Tipográfica Bonaerense en 1857. Hacia 1878 la Unión Tipográfica lanzaría la primera huelga de importancia. Eran los primeros esbozos del movimiento obrero argentino. Recordemos que en 1864 se formaba en Europa la Asociación Internacional de Trabajadores con dos tendencias diferenciadas: los seguidores de Marx y Engels creadores del llamado socialismo Científico y los anarquistas seguidores de Bakunin. Esta contradicción insalvable la llevó a su disolución. La II Internacional se fundó en Paris en 1889 y es la que dio origen a la Socialdemocracia europea. Luego de la Gran Guerra de 1914-1918 su política vacilante y ambigua (los socialistas se alinearon con sus respectivos ejércitos nacionales) la llevó al fracaso. Luego del estallido de la revolución Bolchevique en la Rusia de los zares, Lenin y Trotsky, los líderes de la Revolución de Octubre de 1917 fundarían dos años después la III Internacional de clara orientación marxista y teniendo como meta la revolución mundial y la toma del poder en forma violenta por los partidos proletarios.
El viejo patriciado devenido en una oligarquía política con una economía basada en la exportación de productos primarios había diseñado un país a medida del Imperio Británico del cual era una semi colonia. Si bien mantenía los signos exteriores de un Estado Nacional, en la práctica, sus resortes económicos y políticos estaban soldados al dictat del capitalismo internacional manejado por los ingleses. Era una “colonia próspera” con una capital que tenía barrios de aspecto parisino, palacios y paseos que sólo se veían en las grandes ciudades europeas y un interior que seguía mostrando su geografía de ranchos, su miseria estructural y sus enfermedades endémicas. La gran prensa sin embargo pintaba una idea del progreso que no sólo estaba en sus clases dirigentes. Se insistía que el futuro de la Argentina era de una gran prosperidad. Por debajo de este mundo de clubes exclusivos y de damas distinguidas comenzaba a bullir en sus suburbios, en las provincias marginadas del progreso, en los millones de desarrapados que no participaban del festín, el descontento y resentimiento. La Argentina del Centenario tenía dos caras, la de la fiesta oligárquica y la de la amargura de sus excluidos.
La Violencia
Los primeros estallidos obreros del siglo XX se dan
ya en 1902 con la huelga de peones del Mercado de Frutos que arrastra a otros
gremios. Roca contesta con una dura represión y dictando el estado de sitio. El
Ministro del Interior Joaquín V. González proyecta un Código de Trabajo.
Intelectuales y estudiosos del tema como del Valle Iberlucea, Augusto Bunge y
Jesús Paz son invitados a colaborar. El informe de la situación de los
trabajadores es aterrador y el proyecto queda en la nada. En 1904 el Cuarto
Congreso de la FOA cambia su nombre por el de Federación Obrera Regional
Argentina. El 22 de noviembre durante un mitin de obreros huelguistas en
Rosario, la policía lanzó un brutal ataque que termina con varios heridos y un
muerto. Hacía pocos meses que gobernaba el Dr. Quintana, dócil con los mandatos
británicos pero de mano de hierro cuando se trataba de obreros díscolos. En 1905
Estalla la revolución Radical. Se sublevan regimientos en Campo de Mayo, Bahía
Blanca, Santa Fe, Mendoza y Córdoba. La orden de Quintana no daba lugar a dudas
“ A cualquier oficial sublevado que se lo encuentre con las armas en la mano se
lo fusile en el momento y en el lugar bajo mi responsabilidad” El gobierno de
Quintana duró diecisiete meses en los cuales firmó algunos decretos, reprimió el
alzamiento radical que sólo pedía elecciones sin fraude y al movimiento obrero.
Una calle del barrio Norte de Buenos Aires lleva su nombre. La vivienda de estas
masas inmigrantes era el inquilinato al que se le llamó “conventillo”. Los
alquileres de una pieza donde se hacinaban miserablemente eran tan caros que en
1907 se produjo una huelga de inquilinos en la ciudad de Buenos Aires. Una
marcha de protesta por Avenida de Mayo terminó con la consabida carga de la
caballería y la represión violenta. El 1º de mayo de 1909 la FORA hace una
concentración en Plaza Lorea. Como el acto anarquista no contaba con la
autorización, el jefe de policía Ramón Falcón lo disuelve con el escuadrón de
seguridad. El saldo fue de ocho muertos y más de cien heridos. La UGT socialista
hacía su propio acto en la Plaza Colón. Esta contaba con el permiso de las
autoridades pero al llegar la noticia de la represión, los militantes se
solidarizan con la FORA y lanzan una huelga general. Recordemos que el
movimiento obrero de esos años tenía tres centrales sindicales, la FORA de
tendencia anarquista, la UGT Socialista y la CORA (Confederación Obrera Regional
Argentina) de tendencia Sindicalista. Esta última desde su periódico La Batalla,
dirigido por el dramaturgo González Pacheco, llamaba públicamente al tiranicidio
amenazando con sus bombas tanto a Figueroa Alcorta como al candidato electo
Roque Sáenz Peña. La respuesta del gobierno de Figueroa Alcorta fue el estado de
sitio, encarcelamiento de dirigentes y expulsión de extranjeros a los que se les
aplicó la Ley de Residencia. La policía intervino los sindicatos y a punta de
pistola ocupó los locales obreros anarquistas y socialistas. A la policía y el
ejército se les unieron los jóvenes de las familias acomodadas que practicaban
como deporte la violencia contra los inmigrantes anarquistas o socialistas. La
“patota” era el nombre que se popularizó y que no era mas que bandas de
violentos impunes a los que la policía trataba con benevolencia dejando hacer.
El saqueo de los locales obreros, del diario La Vanguardia, etc. fue hecha a
plena luz del día por estos patoteros que luego llevaban al Jockey Club los
“trofeos” de sus hazañas; libros y revistas chamuscados o los restos del
mobiliario roto o incendiado. Serían los que años mas tarde formarían la
Liga Patriótica Argentina, dirigida por Manuel Carlés y que tendría activa
participación en los sucesos de la Semana Trágica. El
4 de mayo la huelga general paralizaba la República. Se movilizaron a los
bomberos, policía y al ejército que debieron custodiar o encargarse directamente
de los servicios públicos. Hubo mas asesinatos de trabajadores y al sepelio de
los mismos acudieron más de 100.000 personas. La represión policial no se hizo
esperar y Buenos Aires vivió su semana roja. Se levantaron barricadas y la
ciudad se convirtió en un campo de batalla. Figueroa Alcorta culpó a “la
conspiración extranjera contra la tranquilidad del país” El 14 de noviembre de
ese año, Simón Radowitzky, un anarquista de dieciocho
años en la esquina de Quintana y Callao, arroja una bomba contra el carruaje que
conducía a Ramón Falcón y a su secretario Alberto Lartigau que mueren en el
hecho. La respuesta fue nuevamente el estado de sitio y el encarcelamiento y
deportación de centenares de obreros. Se clausuran los sindicatos y los locales
de la prensa opositora. Diez años después Buenos Aires viviría otra “semana
trágica”, esta vez bajo un gobierno radical y con la novedad de grupos de
civiles armados que se anticipaban al fascismo europeo en su ideología y en sus
métodos. Con carta blanca para apalear y matar a “rusos” y “catalanes”. Los
pogroms de los que habían huido los judíos del centro y este de Europa se
repetían en la capital de la Argentina. Los fastos del primer Centenario
impresionaron a los distinguidos invitados que veían a la Argentina como una
futura potencia y al país del progreso que parecía no tener límites. La otra
cara de la fiesta fue la conformación de una ideología represiva que se forjó en
esos años y que recorrería todo el siglo XX. El desprecio por los humildes, por
los diferentes y la salvaje represión para con los que hacían oír su voz de
protesta.
Estamos a unos pocos meses de cumplir el segundo centenario y la situación de
nuestro país es bien distinta. Ya no somos una nación aluvional. Los nietos de
aquellos inmigrantes y de los viejos criollos somos argentinos que hemos
aprendido de nuestras luchas y de nuestras miserias. Se dice que cada generación
tiene sus propios problemas para resolver. Que el 25 de mayo de 2010 renueve la
esperanza de ser una patria soberana y que nos albergue a todos y a cada uno.
Sin excluidos.
Bibliografía sugerida
Abad de Santillán, Diego “ La FORA ” Ed. Nervio
.Buenos Aires .1933 Bertoni, Lilia A. – Romero, Luis A.” La Argentina se
Organiza” T.8 Libros del Quirquincho. Buenos Aires. 1991 Bertoni, Lilia A. –
Romero, Luis A. “Los Tiempos de los Inmigrantes” T.9 Libros del Quiquincho.
Buenos Aires. 1991 Campo, Hugo del “Los Anarquistas”.CEAL. Buenos Aires 1971
Colegio Nac.Bs.Aires Grandes Debates “Servicio Militar Obligatorio” (9)Ed.Pagina
12. Buenos Aires. 2001 Gallo, E. Cortes Conde E. “ La República Conservadora ”
Ed.Paidos, Buenos Aires 1987 Gorostegui de Torres “ La Organización Nacional ”
Ed. Paidos, Buenos Aires, 1987 Korn, Francis “ La Nueva Sociedad ” Historia
Visual Argentina (85) Biblioteca Clarín Luna, Felix Historia Integral de la
Argentina Tomos 61-65-68. Grupo Editorial Planeta 1995 Marotta, Sebastián “El
Movimiento Sindical Argentino. Ed. Lacio. Buenos Aires 1970 Oddone, Jacinto ,
“Gremialismo Proletario Argentino”, Edic. Libera Buenos Aires 1975 Ramos, Jorge
A. “ La Bella Epoca ” Edit. Plus Ultra. Buenos Aires 1973 Rosa José María .
“Historia Argentina” Tomos 8 – 9 Edit. Oriente. Buenos Aires. 1974 Salas,
Horacio “El Centenario” Ed.Planeta. Buenos Aires 1996
Autor del texto: Leonardo Killian
Responsable de su digitalización: Leonardo Killian
Responsable de su publicación original en Internet: Cuaderno de la Izquierda
Nacional (http://www.elortiba.org/in.html )
De
los Habsburgo a Hitler*
Por Jorge Enea Spilimbergo
Introducción
En numerosas oportunidades hemos señalado la oposición entre el nacionalismo
agresivo de los países imperialistas y el nacionalismo liberador de los países
coloniales o semicoloniales que luchan por sacudir la dictadura del capital
financiero y sus aliados. La cuestión no es académica. Nos permite, por ejemplo,
desentrañar la falacia de aquellas tesis que deducen el carácter del peronismo
de la ideología inicial de los conductores, más exactamente, de las simpatías
pro-nazis de los coroneles junianos y del nacionalismo oligárquico que fue en
cierto momento su equipo político civil. Sólo el respaldo de una gran burguesía
industrial y financiera permitió a Hitler ensayar simultáneamente una política
exterior agresiva y una política de terrorismo reaccionario contra el movimiento
obrero y la pequeña burguesía democrática de Alemania, generando una demagogia
chauvinista en beneficio del gran capital, con la perspectiva de "socializar"
los resultados de la expansión extranjera. En la Argentina semicolonial, en
cambio, los militares junianos encontraron una burguesía endeble y cobarde que
huyó a refugiarse a la sombra de los poderes tradicionales: Braden y la Sociedad
Rural. Para salvar los contenidos nacionales del movimiento fue preciso
modificar sustancialmente su carácter, imprimiéndole un sello renovador y de
masas, una aspiración profundamente social y democrática. La irrupción del
proletariado en las jornadas de octubre dejó muy atrás los devaneos del
nacionalismo aristocrático y fascistizante, cuya influencia ideológica, sin
embargo, no dejó de gravitar desde dentro del movimiento como expresión de sus
elementos burgueses, empeñados en frenar y controlar a los trabajadores en
beneficio de la corrupta burguesía nacional.
Así, las ideologías, aun en la abstractez de sus planteos, no desempeñan un
papel autónomo o neutral. Ellas encarnan intereses concretos de clase que
también chocan dentro mismo del movimiento nacional, reflejando la lucha por el
liderazgo, los fines y los medios. La burguesía procura que ese movimiento se
limite a buscar mejores condiciones de regateo con el imperialismo y sus
aliados, sin quebrantar el dominio de éstos y sin alterar las condiciones de la
explotación capitalista. Necesita, por consiguiente, una doctrina de la
inmovilidad de las estructuras sociales. La ideología del "desarrollismo", por
ejemplo, sirve a estas necesidades en cuanto funda la modernización sobre datos
técnicos y financieros, omitiendo la esencia misma del problema, que reside en
las relaciones de producción y de cambio, en las relaciones de poder entre las
clases y en las formas de la propiedad. En cuanto a la transcripción del nazismo
y del fascismo imperialista a nuestra realidad semicolonial, también subraya del
modo más agresivo la voluntad de congelar la estructura económico-social
interna, proclamando la conspiración demoníaca de las fuerzas del "caos" y la
"desintegración" contra las cuales emprende una cruzada salvadora. La
persistencia de estas corrientes dentro del peronismo debe interpretarse como un
reaseguro burgués frente al movimiento obrero. El nacionalismo agresivo de las
metrópolis imperialistas es por esencia conservador, nace y se desarrolla para
consolidar el poder interno de las clases dominantes, tanto cuando reprime el
movimiento obrero como cuando asocia al "pueblo" a los beneficios de la política
de expansión exterior. El nacionalismo revolucionario, por el contrario, siempre
ha vinculado la lucha por sacudir el vasallaje extranjero con la lucha por
destruir las estructuras del atraso interno, ya que éste aparece como la
expresión concreta de aquél, como su resultado y también como su instrumento.
En lo que sigue, sobre la base de textos y documentación que no son nuevos,
procuraremos caracterizar ciertos rasgos significativos del nacionalismo de
Hitler y del Estado Nazi, para avanzar más allá de su clasificación general de
nacionalismo imperialista y agresor. Cada paso en este avance nos revela hasta
qué punto el proceso del nacional-socialismo revive y actualiza los elementos
más reaccionarios y anacrónicos de la sociedad alemana, poniéndolos al servicio
de las aventuras del gran capital. También veremos que ese nacionalismo supone
una ruptura expresa, no sólo con el nacionalismo democrático-burgués de la
Alemania del siglo XIX que luchaba por unificarse y sacudir la tutela de
Francia, Inglaterra y el Imperio Zarista, sino con la propia tradición del
Estado de Prusia, es decir, con la forma reaccionaria aunque operante del viejo
nacionalismo alemán, cuya figura suprema es Bismarck. Durante la segunda guerra,
las ediciones oficiales soviéticas produjeron un florilegio bajo el título
"Marx-Engels, contra el Prusianismo Reaccionario" a fin de alinear a los viejos
maestros en una especie de "eterna" lucha, de lucha "inmemorial"contra las
agresiones "pruso-hitlerianas". Esta piadosa recolección de citas bíblicas
hechas con el espíritu de los sermones dominicales respondía, claro está, a un
sentimiento (siempre loable) de amor a la patria. Pero no podía ser más
lamentable. Por un lado, desenterraba sin comentarios y los hacia servir como
palabra santa, algunos de los más equivocados textos de Marx y de Engels sobre
la cuestión alemana. Por el otro, bajo la autoridad de esos textos pretendía
imponer una visión completamente anti-histórica del problema.
No insistiremos sobre un tema ya desarrollado en otra parte.(1) Bástenos
recordar que Marx y Engels corrigieron oportunamente su apreciación de la
situación alemana luego de la victoria de Prusia sobre Austria en 1866, que
decidió la unidad nacional de Alemania bajo la hegemonía de Prusia y con la
exclusión de Austria, según el proyecto bismarkiano de la Pequeña Alemania (la
Kleine Deutschland, por oposición a la Grosse Deutschland que incluiría a
Austria). Para Marx y Engels, todo lo que contribuyera a la aglutinación en
escala nacional del proletariado era progresivo, y "Bismarck, a pesar de él,
está haciendo un poco de nuestra tarea". Digamos, de. paso, que ese prusiano
reaccionario que era Bismarck establece en ese mismo año de 1866 de la victoria
sobre Austria, el sufragio universal para la Alemania unificada, anticipándose a
los avances de Disraeli y Gladstone en Inglaterra, y haciendo de Alemania el
primer país de Europa donde rigió permanentemente dicha institución. Hasta tal
punto, aún en manos de la casta militar prusiana, la lucha por la unidad
nacional alemana asumía un carácter necesariamente democrático insertándose como
episodio final del gran ciclo europeo que se abre con la Revolución Francesa de
1789.
* En “La cuestión nacional en Marx”, de Jorge Enea Spilimbergo, Editorial
Octubre. Digitalizado por Fernando Lavayén
Reflexiones
"preocupantes" sobre la teoría de la evolución
Lic. Alberto J. Franzoia
Después de leer atentamente el material de Stephen Jay Gould (1) enviado por
Fernando Lavallén a Reconquista Popular, al que presenta modestamente como
"lectura de verano", no dudo en sostener que dicho texto resulta de una
significación capital por varias razones.
1. Se destaca un ensayo de Engels ("El papel del trabajo en la transformación
del mono en hombre") (2) que, sin ser de los más conocidos para lectores no
avezados en el tema, constituye un valioso aporte a la teoría de la evolución.
Queda por comprobar la afirmación de Gould, acerca de que el mismo fue "robado"
por el amigo de Marx a Ernst Haeckel (padre del concepto Pitecántropo y firme
defensor de la importancia de la postura erecta para la evolución en el siglo
XIX cuando todavía no existían evidencias fácticas).
2. Dicho aporte es esencial para la teoría porque da cuenta de un aspecto de la
evolución nada menor no contemplado por Darwin: el papel desempeñado por la
postura erecta del Pitecántropo (homo erectus) para que la mano se transformara
en un medio de trabajo (producción de herramientas), la que a su vez fue
evolucionando como tal, a partir de la adaptación a las nuevas maniobras
indispensables para mejorar el trabajo. Para que la mano estuviese en plena
disposición para el trabajo fue necesario que quedara liberada como medio de
locomoción. Dice Engels al respecto: "Es de suponer que como consecuencia
directa de su género de vida, por el que las manos, al trepar, tenían que
desempeñar funciones distintas a las de los pies, estos monos se fueron
acostumbrando a prescindir de ellas al caminar por el suelo y empezaron a
adoptar más y más una posición erecta. Fue el tránsito decisivo para el paso del
mono al hombre"(3). Por lo tanto, contrariando la idea instalada, dominada por
los prejuicios de la época ya que se carecía de datos confirmatorios, se plantea
que el desarrollo del cerebro fue producto de la nueva postura física adoptada
por esas criaturas cuando descendieron de los árboles (confirmado por el
Australopiteco, homínido hallado luego en África, productor de los primeros
útiles tallados), y no un fenómeno inicial desarrollado en el vacío. El
crecimiento del cerebro que distingue al hombre de sus antecesores pasa por lo
tanto a ser considerado como una consecuencia de la postura erecta junto a la
progresiva adaptación de la mano y no una causa, aunque por otra parte la
consecuencia luego operase modificaciones sustanciales sobre su causa en un
movimiento dialéctico.
3. Mas allá de esto Gould destaca sobretodo el aporte a la teoría social
realizado por Engels, ya que permite comprender por qué la comunidad científica
de occidente ha sido tan proclive a priorizar el desarrollo de la inteligencia a
la hora de abordar la evolución, aún después de encontrarse evidencias concretas
desde fines del siglo XIX que avalan la hipótesis contraria:
"La importancia del ensayo de Engels no radica en el feliz resultado de que el
Australopiteco confirmó una teoría específica sostenida por él -vía Haeckel-
sino en su perceptivo análisis del rol político de la ciencia y de los
prejuicios sociales que deben afectar todo pensamiento."
Engels ataca con su formulación los cimientos de una ciencia dominada por
prejuicios sociales y necesidades políticas que le asignaban a la inteligencia
una historia propia, independiente de la vida material. Claro que el
cientificismo cuenta con no pocos ejemplos al respecto, pero este es tema para
otro artículo. Desde nuestra perspectiva, si bien el aporte señalado es
esencial, no disminuye en nada su contribución a la especificidad de la teoría
de la evolución, independientemente de que la misma surja del desarrollo del
materialismo dialéctico aplicado a las ciencias naturales, como intenta
demostrar Engels, o de que provenga de una influencia (Haeckel) no revelada por
él como sostiene Gould
La división entre trabajo intelectual y trabajo manual a lo largo de la historia
("el tema engelsiano de la separación de la cabeza y la mano" dice Gould) con la
asignación apriorística de supremacía al cerebro, ha servido para justificar
tanto desigualdades sociales y formas de ejercer el poder, como la
jerarquización de una actividad científica pura alejada de la práctica. En un
reciente artículo (4) sosteníamos que el triunfo de Evo Morales en Bolivia marca
un principio de ruptura en ese país con las ideas dominantes, según las cuales
un presidente debe ser, entre otras cosas, un profesional universitario, de
sectores económicos y sociales acomodados. Ser necesariamente universitario es
una condición que responde a la jerarquización del trabajo intelectual pero,
además, pertenecer a sectores acomodados supone que se ha accedido a esa
condición por una superioridad del intelecto. La lógica dominante, presentada
como la "naturaleza de las cosas", pretende establecer apriorísticamente que el
desarrollo de la inteligencia es anterior a toda desigualdad social establecida,
por lo que las mismas son consecuencias inevitables de aquella. Según esta
lógica vivir en la pobreza es el producto no deseado de una inteligencia menor,
por lo que los pobres no pueden dirigir los destinos de una país. En el mejor de
los casos habrá que esperar que algunos inteligentes, que como tales ocupan una
posición superior a la de los pobres, se hagan cargo de ellos desde un
condescendiente paternalismo..
Claro que esta visión excede el terreno estrictamente político para incursionar
también en la ciencia, como observa Gould. Por un lado estos prejuicios han
obstaculizado el desarrollo de teorías validadas convenientemente por la
práctica, como lo demuestra la aceptación incondicional en el siglo XIX de la
primacía del desarrollo del cerebro como condición necesaria para la transición
del mono al hombre cuando no existía ninguna evidencia que avalaran dicha
hipótesis, prejuicio al que no pudo escapar ni siquiera el talento de Darwin.
Por otro lado han permitido el desarrollo de una jerarquizada ciencia pura,
alejada de toda práctica efectiva y transformadora. Afirma Gould:
"Si nos tomáramos en serio el mensaje de Engels y reconociéramos que nuestra
creencia en la superioridad inherente de la investigación pura es lo que es -un
prejuicio social- entonces podríamos forjar entre los científicos la unión entre
teoría y práctica que un mundo que se balancea peligrosamente cerca del abismo
tan desesperadamente necesita."
Para superar la mayor cantidad de prejuicios que nos sea posible todo científico
debería recurrir a la epistemología, disciplina que permite reflexionar
críticamente sobre nuestra propia actividad. Y al respecto resulta ineludible
considerar un aporte valioso realizado por el cientista estadounidense Alvin
Gouldner, quien en su obra "La crisis de la sociología occidental" avanza sobre
este tema recurriendo a los "supuestos básicos subyacentes"(5), que están muy
vinculados con lo que Gould denomina "prejuicios subterráneos". Estos supuestos
constituyen verdaderos obstáculos para el desarrollo de un conocimiento
verdadero ya que:
(1) como supuestos no están demostrados;
(2) pero son básicos porque, llamativamente, a partir de ellos se construye
teoría;
(3) y al estar en una región subyacente, no son plenamente concientes, por lo
tanto tampoco se los puede explicitar con nitidez;
(4) por lo tanto, es necesario realizar un esfuerzo colectivo para tomar
conciencia de ellos y poder confrontarlos con el nivel empírico (nosotros
diríamos con la práctica). Es allí donde surge el verdadero conocimiento
científico.
Ahora bien, completando el análisis de Gouldner habría que agregar que el
contenido de los supuestos básicos subyacente no es ajeno a cuáles son las ideas
dominantes en una sociedad, es decir a cuál es y qué características tiene la
clase dominante. En el capitalismo se ha consolidado una idea, desarrollada
desde los orígenes de la división entre trabajo manual y trabajo intelectual,
que le asigna al segundo una serie de atributos superiores que se construirían
en el vacío, independientemente de la situación material de los hombres. Por lo
tanto, los agraciados con esos atributos deben acceder a los mayores tributos:
riqueza, poder, felicidad, y control de la actividad científica. Si el cerebro
se desarrolló por generación espontánea antes que la posición erecta, la ciencia
pura debe tener un status superior a la práctica científica (pues sería
portadora de la mayor inteligencia), mientras que los ricos y diplomados deben
ejercer el poder político (directa o indirectamente) ya que sus bienes
materiales y simbólicos serían la consecuencia lógica de su desarrollado
intelecto. Hallar datos confirmatorios del origen material del desarrollo del
cerebro tal como lo plantearon Engels y Haeckel, por más que éste opere luego
sustanciales modificaciones en el mundo material y de que efectivamente existan
potencialidades humanas distintas, introduce un serio problema a la hora de
justificar la historia tal como ha sido narrada por las clases dominantes. Pero
por fortuna esa historia siempre está expuesta al cambio, porque es como un río
que fluye permanentemente según sentenció algún lúcido griego. En la medida en
que profundicemos el examen crítico de las ideas-fuerza que nutren los
prejuicios y los supuestos básicos subyacentes, a través de una tarea que debe
es colectiva, la ciencia avanzará por caminos más rigurosos y las mayorías
humilladas construirán conscientemente su destino mediante una relación
enriquecedora de aportes mutuos.
(1) Stephen Jay Gould (Nueva York, 10 de septiembre de 1941 - 20 de mayo de
2002) fue un paleontólogo, biólogo teórico y divulgador científico
estadounidense. El trabajo comentado se titula “La postura hizo al hombre”, fue
publicado en Reconquista Popular el 3 enero de 2006
http://lists.econ.utah.edu/pipermail/reconquista-popular/
(2) Una de las ediciones que se puede conseguir de este ensayo de Engels escrito
en 1876 está incluida junto a "Del socialismo utópico al socialismo científico"
de editorial Anteo, año 1975.
(3)Texto citado, páginas 107-108
(4) Franzoia Alberto, "Evo Morales: el triunfo del pueblo boliviano", diciembre
de 2005, editado digitalmente en Reconquista Popular
(5) Gouldner Alvin, "La crisis de la sociología occidental", Amorrortu, 1973.
La Plata, enero de 2006
Juan
Bautista Justo*
Por Gustavo Battistoni
Gustavo Battistoni: ex – secretario general del Partido Socialista Auténtico de
la Provincia de Santa Fe. Ex – consejero estudiantil en la Facultad de Ciencia
Política y Relaciones Internacionales de la UNR. Candidato a diputado nacional y
provincial en varias oportunidades. Periodista, editorialista del periódico
"Quinto Día"; columnista del mensuario rosarino "El Eslabón". Miembro del
consejo editorial de la revista "Política". Profesor, Bachillerato con
orientación en Ciencia Política (Universidad Nacional de Rosario). Integra la
Mesa Nacional del partido de izquierda nacional “Patria y Pueblo” y es su
Secretario General en Santa Fe. Es autor de artículos y ensayos.
Juan B.Justo, nacido en 1865, de una familia de filiación mitrista, con campos
en Tapalqué, provincia de Buenos Aires, no fue un pensador ni político
original.Toda su producción fue siempre un remedo de lo que habían dicho y
escrito los socialistas europeos-en particular Eduard Bernstein-, por los que
sentía la devoción propia de un cipayo ilustrado más preocupado por la última
novedad que por las necesidades de nuestro pueblo trabajador en las olvidadas
provincias del norte argentino.
Su socialismo fue una imitación de los últimos manuales europeos, no hay en toda
su obra una sola idea original; su miopía intelectual fue tan grande que siempre
ha omitido referencias teóricas de América latina; para él nuestra América
criolla sólo le producía un profundo rechazo.
En cuanto a la Argentina fueron las obras más cosmopolitas las únicas que
llamaron su atención de diletante ensoberbecido; mientras más alejado de nuestro
pueblo, mayor importancia le daba a su obra.
Creía que nuestro país debía ser como Francia o Alemania, o quizás Australia;
nunca creyó en nuestro destino latinoamericano, nuestro continente se le
presentaba como una naturaleza salvaje a la que había que hacer entrar a la
historia universal, por medio de la “civilización”.
De ahí la simpatía y aprobación que le produjo la anexión de Texas por parte de
los EEUU, que el veía como un triunfo de la civilización sobre la barbarie.
Afirmaba en su libro “Teoría y práctica de la historia (cap. sobre “La Guerra”:
“¿Puede reprocharse a los europeos su penetración en África porque se acompaña
de crueldades?, ¿Pero vamos a reprocharnos el haber quitado a los caciques
indios el dominio de la Pampa?” Hermoso socialista y luchador de la libertad
resulta ser quien desprecia tan abiertamente a los negros y a los indios;
entendemos de donde abrevaron los socialistas posteriores para atacar al
peronismo y a la chusma radical.
Lo mismo pensaba para nuestra historia, no le interesaba el futuro de nuestros
compatriotas si no se adecuaban a lo que él y los socialistas denominaban la
“civilización”, que significaba borrar todo lo propio, tal como lo había
planteado su maestro Domingo Faustino Sarmiento, en su “Facundo”.
No comprendía cómo sí lo había hecho Alberdi que el poderío de la Argentina no
estaba en improductiva Buenos Aires, a la que estaba relacionada emocionalmente
por su mitrismo, sino en las economías del interior, que eran la fuente de la
riqueza argentina.
El odio al gaucho, el desprecio al nativo que sentían los socialistas no era más
que la intelectualización con verborrea izquierdista del odio de la “clase
decente” de la ciudad de Buenos Aires contra nuestra población nativa; esa
población que había dado su sangre en la lucha por nuestra independencia
mientras Rivadavia le negaba su apoyo al General San Martín.
Para los socialistas el pueblo siempre fue algo lejano, que había que
“civilizar”, y si este elegía gobiernos nacionales y populares como el del
General Perón, estaban los bombardeos a la Plaza de Mayo y los fusilamientos en
José León Suárez para poner las cosas en “orden”.
Si el pueblo no se sabía gobernar, pensaban los socialistas, debían ser
excluidos del poder. De ahí su apoyo a los gobiernos militares de turno; no
interesaba su contenido, lo único que le pedían estos falsarios a los
pretorianos era que fueran anti-peronistas como en 1955 y en 1976.
El pensamiento de Justo fue la guía para la acción de los socialistas a través
de la historia, su anti-gauchismo, su amor por lo europeo en detrimento de lo
propio, es una marca constante en esta secta; más que en las masas creía en
élites ilustradas que tenían la misión de “iluminar” a la chusma radical.
Dice Rodolfo Puiggrós al respecto: “El método empleado por Justo tenía de falso
el traslado mecánico de tesis inducidas de las experiencias de países
industrialmente desarrollados a una Argentina agro-exportadora en los comienzos
de una industrialización que para avanzar debía vencer la opresión de obstáculos
externos e internos que ellos no sufrían.
Nos daba como imagen de la futura Argentina la actualidad de las naciones
capitalistas más avanzadas en leyes sociales.
Enseñaba que nuestro porvenir estaba marcado por un determinismo que le señalaba
los caminos y metas de los partidos socialistas de los Estados que vivían su
propia revolución industrial. Su “Teoría y práctica de la Historia”, se inspiró
en la idea de que los pueblos atrasados repetirían los procesos sociales de los
países adelantados.
La teoría y la practica de la historia prueban, a la inversa, que lo inferior no
sale de su inferioridad limitándose a imitar (o a alcanzar la altura de) lo
superior, pues de ser así no habría progreso. (Las izquierdas y el problema
nacional – págs. 40-41).
Su labor parlamentaria fue ineficaz, presentó una enorme cantidad de proyectos
sin resultados prácticos; prefirió la soledad de los soberbios, al acercamiento
a los partidos populares, en particular el Radical.
Justo fue un socialista agrarista en un país que necesitaba industrias,
librecambista en una nación que debía proteger su aparato productivo de la
competencia internacional, como habían hecho la Alemania de Federico List y los
EE.UU. del economista Henry Charles Carey.
Sostenía Justo: “Un partido librecambista debe congregar cuanto antes a los
capitalistas de la industria local. Ella no pide protección del estado ni la
necesita, pero no puede sufrir más tiempo si protesta, las leyes del
proteccionismo.
Que haya en buena hora una industria argentina, pero no a costa del
debilitamiento de las principales fuentes de riqueza del país.
Con la ganadería se ha llegado hasta el punto de imponer derechos de
importación.” En una editorial de “La Vanguardia” de la época se decía sobre las
ventajas del librecambio: “Ya los trabajadores ingleses y alemanes, más
preparados económicamente, han entendido la necesidad de una política tendiente
a combatir este florecimiento artificial de industrias, que condenadas a morir
ante la libre concurrencia del mercado universal, sólo son variables por el
sacrificio de la gran clase productora y consumidora.
Se han declarado partidarios del librecambio; que éste fuera a desarrollar las
formas capitalistas tiene la ventaja de abaratar constantemente el producto y
hacer más fácil la subsistencia de los trabajadores.
Todo indica entre nosotros, por los resultados obtenidos por el proteccionismo,
que la adopción de una política análoga, no sería desatinada, tanto más, que,
hasta ahora, la clase trabajadora no tiene nada que agradecer racionalmente, y
todo que reclamar, de un sistema cuya implantación ha tenido la virtud de hacer
cada vez más extremadas sus condiciones de vida”. (La Vanguardia-Algunas
reflexiones sobre la industria nacional) Si Alemania hubiera adoptado el
librecambio nunca hubiera tenido una fuerte industria, como ha señalado Arturo
Jauretche, en su libro “Política y economía”; lo mismo hubiera ocurrido con los
Estados Unidos.
Su concepción era un retroceso no sólo con respecto a los planteos de Marx con
respecto a Irlanda, como bien lo relata Spilimbergo, sino que era una vuelta
atrás con las posiciones de los industrialistas argentinos como Alejandro Bunge
o anteriormente Carlos Pellegrini.
No aprendió nada del debate entre los industrialistas como Vicente Fidel López y
Miguel Cané, y los partidarios del agrarismo como Norberto de la Riestra, éste
último abogado de los bancos ingleses en el Río de la Plata.
Su discípulo de juventud Raúl Prebisch le increpará su dogmatismo librecambista,
un verdadero suicidio para un país atrasado como la Argentina.La mejor forma de
seguir en el subdesarrollo es comprar por siempre productos manufacturados a
cambio de productos agropecuarios; además éste economista le criticará su
criterio de que los obreros cobren sus salarios en oro, lo que equivaldría a la
dolarización en esta época...
Hay que leer su libro “La Moneda”, para darse cuenta lo atado al liberalismo que
estaba Justo en materia económica. En esta obra de 1903 aboga por un monetarismo
y librecambismo que asustaría al más ortodoxo de los liberales. Por eso tanto
Domingo Felipe Cavallo como López Murphy citaban a este libro como una
referencia para criticar a los economistas nacionales que creen en una Argentina
desarrollada.
Que los liberales hablen más que los socialistas de un libro tendría que
hacerlos pensar sobre las doctrinas del “maestro”, y cuánto de socialismo hay en
su profusa obra.
Pero no sólo Justo fue un librecambista contumaz; su discípulo Esteban Jiménez
había afirmado en su libro “Acción socialista”: “Nada tan importante y eficaz
como el librecambio para cimentar la paz entre los pueblos. Es de esperar que
parta de América, la cual está en las mejores condiciones para ello, el buen
ejemplo.” (pág. 120) Abogó por la restricción monetaria en un país que creció al
6% acumulativo, de 1880 a 1914, caso único en la historia universal. Es parte de
la experiencia universal observar que los períodos de expansión económica,
siempre van acompañados de una emisión monetaria notable.
Sin expansión monetaria no hay crecimiento, es lo que abogaba Keynes para
crecer. Justo creía que el circulante tenía que ser restringido; si los países
capitalistas hubieran seguido la receta del “maestro” todavía no hubieran salido
de la crisis del 30...
Algunos intelectuales, como Emilio Corbie`re han afirmado que posteriormente en
el socialismo se corrigieron los errores más groseros de Justo en materia
económica, cosa que de la que descreemos .El problema del “maestro” es que
estaba atiborrado de lecturas europeas desconociendo la realidad de nuestra
América profunda.
Esta actitud de muchos intelectuales argentinos llevó a decir a don Estanislao
Zeballos que “si los libros europeos lo aconsejan y las necesidades argentinas
rechazan el consejo, quémense los libros y primen nuestras necesidades” Los
socialistas argentinos nunca comprendieron los veneros profundos de nuestro
pueblo. Le fue más fácil unirse con la oligarquía contra los gobiernos
populares, que hacer una profunda autocrítica sobre su inveterado gorilismo.
El desdén de Justo por el criollaje es tal, que llega a proponer su
erradicación, actitud que también se da en su concepción con respecto a los
negros, de los que llega a afirmar en “Teoría y práctica de la historia”, que no
tienen posibilidades de existir en el mundo civilizado.
Justo, como buen darwinista social que era, creía que el hombre blanco debía
regir los destinos del mundo; los negros y gauchos no tenía lugar en su mundo
perfecto De ahí al desprecio de sus discípulos Repetto y Ghioldi por los
“cabecitas negras”, que eran el pueblo de carne y hueso, no el de los libros que
los socialistas mal digerían.
Hoy por lo bajo, dicen que el kirchnerismo utiliza la demagogia y la mentira
para sostener su base popular, con lo que repiten su vieja subestimación con
respecto al pueblo argentino.
Han cambiado la piel, pero el gorilismo sigue intacto; Américo Ghioldi sigue
gobernando sus corazones (y bolsillos...).
En verdad el socialismo de Justo, fue más un instrumento para uso de la clase
media urbana y rural, que un partido de obreros y trabajadores.
Salvo un núcleo reducido ligado a la dirección, los socialistas nunca fueron
fuertes en materia de proletarios comprometidos con la causa.
Los que como Adrián Patroni fueron verdaderamente obreros serán desplazados por
arribistas pequeño burgueses como Federico Pinedo, con la aquiescencia del
aparato que gobernaba el PS; Pinedo recordaría en su vejez que Justo nunca dejó
de pertenecer a la clase alta en sus gustos y vestimenta.
Posteriormente socialistas proletarios valiosos como Joaquín Coca recalaron en
el Justicialismo al darse cuenta que el PS era el ala “izquierda” de la
oligarquía.
En realidad, Justo creía más en un “capitalismo sano”, que en el brumoso
socialismo del que nunca dio claras definiciones.
Su famosa definición del socialismo como: “la lucha en defensa y por la
elevación del pueblo trabajador, el que guiado por la ciencia tiende a una
inteligente y libre sociedad basada en la propiedad colectiva de los medios de
producción”, no era para tomar en serio, dado que el colectivismo fue siempre
para los socialistas argentinos una quimera.
El socialismo era una simple palabra; el contenido era el más crudo capitalismo;
si no me creen observen al socialismo chileno, que no ha modificado en nada el
legado del pinochetismo, encarnado por el electo presidente Sebastián Piñera.
De ahí la critica de Justo a la revolución rusa, proceso que no comprendió
nunca. Indudablemente el general Perón tenía una mirada muy superior a este
personaje, al afirmar que con la Revolución Rusa se iniciaba la era de los
pueblos, como bien lo enseña Jorge Abelardo Ramos en su libro “La era del
Peronismo”.
Justo ha marcado una línea de incomprensión dentro del PS para con las cosas de
nuestro país, pero no fue el único que cometió error tras error.Figuras
subalternas como Nicolás Repetto, o Norteamérico Ghioldi incomprendieron lo
nacional, tanto o más que el fundador y líder del socialismo.Sólo Manuel Ugarte
y tardíamente Enrique Dickmann llegaron a valorar los logros sociales de los
movimientos nacionales de la Argentina.
Hay un grupo de intelectuales anti-peronistas, que estuvieron ligados a la
catastrófica “Alianza” que han vuelto a reivindicar la figura de Justo. Estos
intelectuales caerán en los viejos errores de los socialistas anteriores. El más
reconocido de estos escritores, es el fallecido Juan Carlos Portantiero; viejo
militante comunista y escriba del alfonsinismo, Portantiero ha redescubierto en
su senectud a Juan Bautista Justo.
En un pequeño libro editado por el Fondo de Cultura Económica califica a Justo
como el político e intelectual más importante de la Argentina moderna; no
sabemos realmente porque lo afirma, pero viendo que el viejo gorila de la
juventud no cambió nada, creemos que el elogio viene por la raíz esencialmente
antipopular del socialismo argentino.
En el librito, Portantiero descalifica a los pensadores nacionales que han
marcado a fuego el pensamiento antinacional de Juan B. Justo, en particular la
figura de Juan José Hernández Arregui.
Para este señor, todos los que critican al fundador del socialismo cipayo no
merecen ninguna consideración; son retrógrados, enemigos del progreso; colegimos
de esta opinión que deben ser las minorías ilustradas para el extinto
Portantiero quienes deben hacerse cargo de la historia, y no el pueblo, que
estaría incapacitado para gobernar.Este cipayo cree que los nacionales somos un
elemento tangencial de la historia; una anomalía que se debe corregir...
A los Portantiero,a la señora Beatriz Sarlo,le decimos que nada puede contra la
decisión de las mayorías; por más que se disfracen de “progresistas” el
ciudadano común les dará la espalda por reaccionarios.
El doctor Justo y sus secuaces fueron,también, virulentos antirradicales, en
particular odiaban con particular saña a Hipólito Yrigoyen, en quien veían la
suma de todos los males.
Bien dice Rodolfo Puiggrós al respecto, en “Las izquierdas y el problema
nacional”: “El desprecio de la espontaneidad de las masas anula al dirigente
político. Ese desprecio adoptó en los socialistas la forma de una aristocrática
crítica moral de las costumbres, los hábitos y las preferencias de las
muchedumbres argentinas, a las cuales les oponían como paradigma los idealizados
obreros alemanes, franceses, anglosajones o escandinavos.
El socialismo era la Academia de Ciencias Sociales y políticas a la que no tenía
acceso la chusma vernácula. Los éxitos provisorios de los discípulos de Justo en
los comicios y en el Congreso no desviaron a las masas populares de los caminos
que abrieron, partiendo de su espontaneidad, primero el yrigoyenismo y luego el
peronismo. Y su insistencia en combatir esos movimientos naturales del pueblo
argentino ha terminado por disgregarlos y esterilizarlos políticamente”. (pág.
39) Afirmaba Justo en 1895: “Roquistas, alemistas, mitristas e yrigoyenistas son
todos lo mismo, pues pelean entre ellos por apetitos de mando, por motivos de
odio o de simpatía personal, por ambiciones mezquinas e inconfesables, no por un
programa o una idea”.
Es decir, para este personaje no había diferencia entre los que venían a cambiar
la democracia argentina, y los viejos partidos de la rosca oligárquica; para
estos sectarios todos los que no pertenecían a su cofradía eran dignos de
vituperio; roza el escándalo la concepción de minoría que tenían...
Cuando se referían despectivamente a la política criolla, pensaban en los
radicales a quienes comparaban con la oligarquía. Afirma con su agudeza habitual
Jorge Enea Spilimbergo: “Al equiparar el radicalismo con las fuerzas de la
oligarquía, Justo separaba a su partido y a la clase obrera de Buenos Aires, en
la medida en que lograba influirla, del caudaloso movimiento popular. En esta
aberración está el secreto de la estrechez municipal del socialismo argentino,
cuyas victorias se circunscribían a la Capital de la República.
Así como el socialismo europeizante renunciaba a todo programa de defensa
económica, se desentendía olímpicamente de las reivindicaciones democráticas
generales”.
Dice el fundador del socialismo antinacional:”Yrigoyenistas y antirigoyenistas
quieren más o menos lo mismo, y se trata de saber quienes van a administrar el
producto de los impuestos, quiénes van a administrar los dineros públicos. En
esto tienen que ser excluyentes, porque no podrían manejarlos unos y otros a la
vez”. ("El Socialismo..." -t.1 Pág. 129) No es casualidad que de esta agrupación
saliera el furibundo grupo de los socialistas independientes que llegaron a ser
los autores intelectuales de la “década infame”.
Estos, desde su periódico “Libertad”, organizaron la más furiosa campaña contra
el segundo gobierno de Yrigoyen, superando incluso a los ultraderechistas de la
“Nueva República”.
Este odio llegó a ser tal que después de una investigación del Dr.
Justo contra el Ministro de Hacienda radical Domingo Salaberry, éste último,
producto de las injurias cometidas contra él, se suicidó. Vale agregar que no se
pudieron comprobar ninguna de las calumnias socialistas contra esta noble
persona.
Lo que nos demuestra que la calumnia y la falsa denuncia no son patrimonio de
los socialistas actuales, sino que tiene una larga tradición en el partido y en
su fundador.Son especialistas en mirar la paja en el ojo ajeno, sino que nos
expliquen que pasó con la cooperativa El Hogar Obrero y las permanentes
irregularidades durante la gestión de Hermes Juan Binner.
Los socialistas dicen que los nacionales queremos perpetuarnos en el poder, pero
la realidad dice que el Dr. Justo fue durante más de 30 años el dirigente más
importante del partido, y cuando alguien como Alfredo Palacios quiso discutir
ese liderazgo, fue expulsado del partido socialista. Justo jamás admitió
diferencias internas importantes que discutieran su liderazgo.
Lo mismo podríamos decir de la cerrada estructura del PS. Donde nadie puede
penetrar si no es de la troika gobernante, sin un “padrino”.
En resumen, el fantasma de Juan Bautista Justo sigue oprimiendo como una
pesadilla sobre el cerebro de los principales referentes del Partido Socialista
.De ahí su sectarismo y su permanente incomprensión de la cuestión nacional, y
de los gobiernos nacionales y populares.
Bibliografía
Alberti, M, Romulo Bogliolo, Escardo,F.; Mondolfo,R.; Palacin ,M; Pan Luis;
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Puiggrós, Rodolfo. Historia critica de los partidos políticos -Ed. Galerna-2006
Ramos, Jorge Abelardo. La era del Peronismo. Ed. Mar Dulce.
Rodríguez Braun, Carlos. “Origenes del socialismo liberal. El caso Juan B.
Justo. IUDEM – 2000
Reinoso, Roberto. La Vanguardia -selección de textos 1894 -1955. CEAL -1985.
Enea Spilimbergo, Jorge Juan B. Justo y el socialismo cipayo. Ed. Octubre. 1974.
*La versión original fue publicada en Reconquista Popular el 8 de enero de 2010.
La versión que presentamos fue corregida por el autor para su publicación en
Cuaderno de la Izquierda Nacional.
La
Reforma Universitaria*
Por Enrique Rivera
Primera Parte
1
La revolución latinoamericana por la autonomía espiritual
Recordemos que el célebre manifiesto de la Reforma, dado en Córdoba el 21 de
junio de 1918, trascendió el ámbito universitario. Estaba dirigido "a los
hombres libres de Sudamérica " y decía: "Creemos no equivocarnos, las
resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución,
estamos viviendo una hora americana”. Dos días después, la "Orden del Día de la
Federación Universitaria de Córdoba explicaba: "Las nuevas generaciones de
Córdoba, reunidas en plebiscito por invitación de la Federación Universitaria,
considerando que el nuevo ciclo de civilización que se inicia, cuya sede
radicará en América porque así lo determinan factores históricos innegables,
exige un cambio total de los valores humanos y una distinta orientación de las
fuerzas espirituales... ..... se hace necesario e impostergable dar a la cultura
pública una alta finalidad renovando radicalmente los métodos y sistemas de
enseñanza implantados en la República, por cuanto ellos no se avienen ni con las
tendencias de la época ni con las nuevas modalidades del progreso social ".
2
En 1920, Víctor Raúl Haya de la Torre, Gabriel del Mazo y Alfredo Demaría,
presidentes, res- pectivamente, de las Federaciones estudiantiles del Perú,
Argentina y Chile, subscribieron. acuerdos por los cuales esas organizaciones se
comprometían a efectuar propaganda activa por todos los medios para hacer
efectivo el ideal del americanismo, procurando el acercamiento de todos los
pueblos del continente y el estudio de sus problemas primordiales ". El mismo,
año, al levantarse entre Chile y Perú el espectro de una guerra. por la cuestión
de Tacna y Arica, la Federación Universitaria Argentina propuso a sus hermanas
de ambos países que constituyeran una comisión de estudiantes conjunta, para
investigar las verdaderas razones del amenazante diferendo y proponer a sus
gobiernos una solución. En 1921, se reunió en México, un Congreso Internacional
de Estudiantes, que en la realidad tuvo carácter latinoamericano. Aparte de
proclamar que la juventud universitaria lucharía por "el advenimiento de una
nueva humanidad fundada sobre los principios modernos de justicia en el orden
económico y político " se condenaron "las tendencias de imperialismo y de
hegemonía y todos los hechos de conquista territorial ". Más aún: el Congreso se
pronunció sobre aspectos muy concretos de la unidad latinoamericana; así, invitó
a los centros estudiantiles de Nicaragua y Costa Rica a que "orienten sus
trabajos a fin de que sus respectivos países se incorporen a la República
Federal que acaba de constituirse con las otras tres nacionalidades
latinoamericanas, realizando así el ideal de aquellos pueblos".[1]
Es Gabriel del Mazo, uno de los protagonistas de la Reforma, presidente de, la
Federación Universitaria Argentina en esa hora primigenia y posteriormente su
gran estudioso e historiador, quien resumía en 1927: "... todos los documentos
iniciales del movimiento expresan sin dejar lugar a dudas el sentido americano
con que se le alentaba. En Córdoba en 1918, como en las etapas argentinas
sucesivas, no se perdió de vista en ningún momento esta razón suprema de la
cruzada. Hoy el movimiento de la nueva generación por la unidad de América se
extiende por todo el Continente, trascendiendo las Antillas, Centroamérica y
México. Frente a los enemigos de la unidad en el orden internacional y nacional
se han precisado ya los lemas de lucha: 'Por la unidad de los pueblos de
América, contra el imperialismo yanqui, para la realización de la justicia
social "'.
Ciertamente, según vemos, la Reforma, no fue meramente la insurgencia del demos
en el régimen de las altas casas de estudio, por muy importante que ésta fuese.
Fue, como lo ha consignado Haya de la Torre, "la revolución latinoamericana por
la autonomía espíritual".
Falta de base económica para el movimiento nacional
Cabe ahora preguntarnos: por qué esta revolución irrumpió en la esfera
universitaria, espiritual? Por qué no lo hizo como movimiento político? Para
contestar, es menester que examinemos la situación de América Latina a
principios de este siglo.
El imperialismo hallábase entonces en el cenit de su carrera histórica. América
Latina, en cambio, tabicada en veinte compartimentos estatales tan rigurosamente
colonizados como incomunicados entre sí, parecía distar más que nunca de aquel
gran objetivo de su unidad nacional que Bolívar y Monteagudo intentaron,
infructuosamente, plasmar en la Confederación Sudamericana. Esta fragmentación
nacional que por la inmadurez de las condiciones materiales no pudo
contrarrestarse [2], fue de la mano con la sujeción semicolonial a las grandes
potencias capitalistas europeas, Inglaterra especialmente, y a Estados Unidos
con posterioridad. Permanecieron así incumplidos los restantes fines de la
revolución democrática, tales como liquidar la opresión feudal del indio,
incorporándolo a la civilización, y crear y proteger un gran mercado interno,
para construir sobre esas bases la gran nación capitalista independiente.
3
El movimiento económico moderno se desarrolló por lo general tan sólo en algunas
fajas costeras o zonas mineras o llanuras litorales donde se producían uno o dos
frutos, o una o dos materias primas, o uno o dos cereales, con cuya exportación
se pagaba la importación de toda la extensa gama de mercancías en que expresa la
civilización. Estructuráronse así países de economía restringida, unilateral,
que funcionaron y vivieron como apéndices subordinados del sistema capitalista
mundial, y cuya personalidad era la del producto que exportaban: países del
trigo, de la carne, del estaño, del guano, del café, de las bananas, del azúcar.
Aun sobre esas riquezas naturales asentose la garra de los monopolios
extranjeros combinados con las camarillas de agentes locales. Si (como en
Argentina y Brasil, por ejemplo, en el caso del trigo, la carne y el café)
estaban en manos de productores nacionales, aquéllos podían expoliarlas por su
dominio de las etapas de comercialización, transporte e industrialización. Todo
el resto de la nación balcanizada se mantuvo en condiciones primitivas (o fue
empujado artificialmente a ellas), con su población autóctona bajo la coyunda de
amos feudales, fuera de la dinámica civilizadora moderna. Manufacturas locales
apenas se daban como adyacencias insignificantes de la importación.
No había, pues, en América Latina las bases económicas que hicieran posible la
creación o recreación en forma burguesa de la nación, del Estado nacional, de
acuerdo con el proceso clásico observado en Europa y Estados Unidos: el mercado
interno no existía, y era ahogado de antemano por el imperialismo divisor y
absorbente y el feudalismo agrario sobrevivido [3]. Es fácil comprender que en
un marco tal, los núcleos de clases medias ocuparon un lugar completamente
mezquino, sin poder transformarse en burguesía industrial. Sus aspiraciones, de
formularse, aparecerían signadas por un desesperado utopismo. Tal fue la
tragedia que vivió su prefiguración intelectual, la generación de 1900,
predecesora de los estudiantes de 1918, a la que nos referimos seguidamente,
porque en esta materia, como en otras, es urgente reconstruir el eslabonamiento
histórico, desconocido o desestimado por los ideólogos locales del imperialismo
colonizador.
La generación del 900
Hijos talentosos o geniales de familias del interior postergadas, venidas a
menos, o de la clase media urbana, se reconocieron y agruparon primeramente en
las capitales de nuestros países donde el capitalismo extranjero y sus acólitos
nativos detentaban las palancas de todas las posibilidades culturales,
artísticas y políticas. Pero, a diferencia de aquellos héroes provincianos de
Balzac que lograban integrarse en París con una burguesía que triunfaba, aquí,
qué les reservaba el destino? En el campo de la economía, la combinación entre
el imperialismo y las oligarquías nativas ya estaba cumplida y cerradas todas
las nuevas operaciones. En la ciencia y la política, las necesidades locales
eran tan escasas como merecían serlo, puesto que todo venía hecho desde el
extranjero, la una como la otra. En la literatura, lo nacional (único fundamento
posible para un arte verdadero, el cual es inconcebible sin millares de
profundas raíces en el inconsciente popular) era no solo menospreciado, sino
ignorado. El Martín Fierro fue olímpicamente desconocido por las esferas cultas
y literarias de nuestro país desde su publicación hasta que Leopoldo Lugones y
Ricardo Rojas -miembros de la generación del 900-- lo "descubren" en 1912.
Inigualable cartabón para juzgar el medio! En el campo de la cultura y la
educación universitarias, que podrían ofrecer albergues provisorios para el
espíritu renovador, imperaba aquélla vieja escolástica descalabradora de
inteligencias, apareada con la concepción que ungía heraldos de la civilización
a Inglaterra, Francia, etc., y englobaba lo americano e hispano como atraso y
barbarie.[4] EI pueblo? En algunos centros capitalinos, por entonces,
representábalo una abrumadora mayoría de masas inmigrantes (mal público para
escritores nativos) casi iletradas, que apenas empezaban a asimilarse y conocer
el idioma.
4
Nuestro Fray Mocho ha pintado ese ambiente con geniales brochazos. Y en otras
partes, donde no había inmigrantes, el analfabetismo del habitante autóctono
oprimido era la regla.
La generación del 1900 no podía contar así con ningún punto de apoyo. Prodújose
de este modo un curioso fenómeno: desde casi todos nuestros países emigraron a
Europa intelectuales jóvenes, que se convertirán en los más destacados
exponentes de las letras o de la cultura latinoarnericanas. El reproche de
exotismo que por esta razón se les hizo, aparte de inexacto, contiene una dosis
de ponzoña; ellos no fugaban de América hacia Europa, sino, como lo expresara
Rubén Darío, se Ilevaban consigo América al viejo continente para que viviera un
poco de la civilización que aquí se les negaba.
Era la Europa de preguerra. Aunque diversos síntomas denotaban la decadencia de
la burguesía, quedaban algunos rescoldos de su siglo XIX revolucionario. Allá se
encontraron los "escritores iberoamericanos del 900", como los denomina Manuel
Ugarte, y adquirieron la conciencia de que su problema era el mismo, de que a
pesar de los diversos puntos de partida, constituían una unidad. Ha escrito
Ugarte, miembro conspicuo, de esta generación y su historiador "Al instalarnos
en Madrid (punto de partida) y París (ambiente espíritual), descubrimos dos
verdades. Primera, que nuestra producción se enlazaba dentro de una sola
literatura. Segunda, que individualmente, pertenecíamos a una nacionalidad única
considerando a lberoamérica, desde Europa, en forma panorámica. Amado Nervo era
mexicano, Rubén Darío nicaragüense, Chocano había nacido en el Perú. Vargas Vila
en Colombia, Gomez Carrillo en Guatemala, nosotros (Ingenieros, Lugones, el
propio Ugarte) en la Argentina, pero una filiación, un parecido, un propósito
nos identificaba. Más que el idioma, influía la situación. Y más que la
situación, la voluntad de dar forma en el reino del espíritu a lo que
corrientemente designábamos con el nombre de la Patria Grande ". Y agregaba:
"Despertar la conciencia del continente ibérico, cuya unidad superior perdieron
de vista los malos pastores, equivalía a seguir en todos los planos la consigna
de los fundadores de la nacionalidad. De nuestro esfuerzo, quedará, ante todo,
el empuje hacia una amplia concepción iberoamericana..., hacia una
reestructuración de la ideología continental, con vistas a actualizar la
esperanza del movimiento de 1810 ".[5] Prestemos atención a estas palabras, que
en ellas está expreso el ideal de estructurar la nación latinoamericana, que
agitará luego la Reforma Universitaria. Ésta Ilevará precisamente a la cima de
sus levantadas olas a la expatriada. o aislada generación del 900.
Pero Manuel Ugarte expone incluso en esas líneas la situación a que arribaron
los más afortunados, los que pudieron trasladarse a Europa y vivir en cierto
modo al costado del desarrollo de la burguesía del viejo mundo. Más, al lado de
esos nombres, cuántos otros se frustraron o no pudieron superar el anonimato
histórico ante la indiferencia inconcebible del medio! Basta leer El mal
metafísico, esa notable novela de Manuel Gálvez que hunde el escalpelo en una de
las mayores Ilagas de nuestra historia, para comprender cabalmente el drama de
esta generación y sentirse poseído de su angustia, a la que no puede ser extraño
de ninguna manera el intelectual de nuestros días, pues el problema pervive. [6]
5
Significación latinoamericana de la generación del 900
La mayor parte de los escritores iberoamericanos del 900 pusieron su temática
sobre lo latinoa- mericano y sus problemas; con ellos y a través de diversos
canales, la concepción de la unidad nacional de América Latina, apagada desde el
postrer Congreso de Lima en 1864 [7] revitaliza la tradición heredada de la
Revolución de 1810 y va penetrando en la ideología de la generación de 1918, la
que ha de ejecutar la Reforma, Manuel Ugarte realizó en 1912 una gira por
América Latina, proclamándola, y a sus conferencias asistieron multitud de
estudiantes y obreros de nuestros países. La guerra de 1914-18 vino a cortar
este proceso preanunciador de la Reforma, para acelerarlo a su término.
No es posible una ubicación histórica adecuada de la Reforma sin esta mención,
por ligera que la hagamos, de la corriente intelectual del 900 que abonó
ideológicamente el terreno. Casi todos los intelectuales y profesores
universitarios que, de un modo u otro, apoyaron a los estudiantes del 18,
pertenecen a esa corriente y son los maestros o mentores ideológicos de éstos y
los ligan a la gran, tradición de la lucha nacional de nuestros países.
Agregaremos que tampoco la generación del 900 se halló al principio sin
alientos. Cuando se estudie concienzudamente el papel de Buenos Aires a
comienzos de siglo como capital del pensamiento latinoamericano, se verá que
ello fue posibilitado por su federalización en 1880, la que permitió el acceso a
la civilización moderna, de la soterrada generación de provincianos que
aportaron a la metrópoli porteña, durante cierto tiempo y en ciertas esferas del
pensamiento y de las letras, el sentido nacional que le faltaba. En esta
generación del 80, ligada a su vez a la del 37, cuyo inspirador fuera
Echeverría, se cobijó al dar sus primeros pasos la del 900. Pero si la primera
logró aún integrarse dentro del cuadro general del ascenso del capitalismo, la
última ya no pudo pensar en ello, sino que debió acudir a la renovación del
sentido americano de la revolución del XIX, hablar de la "patria grande" con
Bolívar y San Martín, que en las chicas no había lugar.
La voluntad de la generación del 900 por conformar "en el reino del espíritu" la
patria grande, según las precisas palabras de Ugarte, configuraba el reverso de
la impotencia política de la clase media latinoamericana para realizar la
revolución democrática y de unificación nacional del continente, carente como se
hallaba de bases materiales. Llegados a este punto, será útil recurrir a una
ilustrativa analogía histórica que nos ofrece la Alemania de comienzos del siglo
XIX, la cual, como América Latina en la aurora del siguiente, hallábase
balcanizada en 86 estados, donde gobernaban a su antojo monarcas, principillos y
demás personajes de la galería feudal.
Miseria económica y política, grandeza filosófica y literaria
La revolución de 1789 en Francia y los movimientos liberales nacionales en otros
países de Europa, que la expansión napoleónica alentó, requerían que la antigua
Germania se pusiera a la par, saliendo del sistema de las descompuestas charcas
feudales. Pero las condiciones estaban en oposición completa a ese reclamo
urgente de los nuevos tiempos.
En 1845, escribía Federico Engels a este propósito: "Alemania, a fines del siglo
XVIII, no era sino una masa en repugnante descomposición. Nadie se sentía
satisfecho. El comercio, los cambios, la industria y la agricultura del país
casi estaban reducidos a cero; el campesinado, los comerciantes y los
industriales soportaban el doble yugo de un gobierno sanguinario y del mal
estado del comercio; la nobleza y los príncipes veían que sus rentas, a pesar de
que extorsionaban a quienes les estaban sometidos, no alcanzaban el nivel de sus
gastos crecientes; todo iba mal y un descontento general reinaba en el país ". Y
proseguía: "No había ni instrucción, ni medios de obrar sobre el espíritu de las
masas, ni libertad de prensa, ni espíritu público, no había ni siquiera
relaciones comerciales con los demás países - nada más que la ignominia y el
egoísmo ----, un espíritu de pequeño tendero rastrero, miserable, había
penetrado a todo el pueblo. Todo estaba podrido, vacilante, pronto a estallar y
no había ni la menor esperanza de un cambio favorable, ni fuerza suficiente en
la nación para barrer los cadáveres envenenados de las instituciones muertas ''.
6
Observaba Engels seguidamente, sin embargo, que fue ésta la época de mayor
brillo, de la literatura y el pensamiento germanos; más todavía, aquélla en que
aparecen ante el mundo. ''Alrededor de 1750 -nos dice- nacieron todos los
grandes espíritus de Alemania, los poetas Goethe y Schiller, los filósofos Kant
y Fichte y, unos veinte años más tarde, el último gran metafísico alemán, Hegel.
Cada obra notable de esta época está penetrada por un espíritu de desafió y de
revuelta contra la sociedad alemana tal como era entonces. Goethe escribe Goetz
von Berlichingen, homenaje dramático a la memoria de un revolucionario.
Schiller, en Los bandoleros, celebra a un generoso joven que declara guerra
abierta a toda la sociedad. Pero éstas fueron sus obras de juventud; con la edad
perdieron toda esperanza...''. El potencial de la revolución
nacional-democrática se concentraba en la esfera literaria y filosófica como
sucedería con nosotros en 1900.
Pero hagamos otra cita significativa. Escribía el joven Marx en 1844, en la
Gaceta del Rin, órgano de la burguesía germana: ''Si un alemán da una mirada
hacia atrás en su historia, encontrará una de las causas principales de su
evolución política, así como del estado miserable de la literatura antes de
Lessing, en los 'escritores competentes'. Los eruditos profesionales,
patentados, privilegiados, los doctores y otros pontífices, los escritores de
universidad sin carácter de los siglos XVII y XVIII, con sus pelucas raídas, su
pedantería distinguida y sus disertaciones microscópicas, se interpusieron entre
el pueblo y el espíritu, entre la vida y la ciencia, entre la libertad y el
hombre...''. Nos parece aquí, por la referencia a la situación universitaria,
que Marx estuviese describiendo a toda esa casta oligárquica de académicos
momificados que regía las Universidades de nuestra América en 1918, a esos
''profesores de derecho divino'' a que aludían los estudiantes de la Reforma,
reivindicando precisamente en similares términos, que ''se ligase la cultura con
el pueblo y la ciencia con la vida''
(Manifiesto del 21 de junio de 1918). Fue, asimismo, en el terreno universitario
donde se desarrollaría el primer movimiento por la revolución democrática y
nacional de Alemania, el que culminaría en 1848. Movimiento tan ''espiritual''
al principio que partía de la nebulosa dialéctica de un Hegel.
La Reforma en el Río de la Plata
Pero la analogía histórica que hemos presentado, no obstante esclarecernos por
sus singulares coincidencias la situación de América Latina al principiar este
siglo, concluye aquí. Pues la revolución nacional germana verificose cuando el
capitalismo encontrábase en ascenso en todo el mundo. Con lo impotente y cobarde
que era la burguesía germana, el hecho es que, de un modo u otro le fue posible,
a pesar de sus derrotas en el campo político, desarrollar cada vez más las bases
económicas para la unidad nacional (unión aduanera, red ferroviaria nacional,
etc.), la cual realizaría posteriormente el bonapartismo bismarckiano. En
nuestro continente, a tales bases el imperialismo les impedía nacer. Por esta
razón, el movimiento no podía nunca por sus propias fuerzas sobrepasar los
niveles de una aspiración utópica de intelectuales reducidos a vegetar en un
ambiente miserable y sin horizontes.
Y las tendencias hacia la creación en forma burguesa de la nación
latinoamericana, que nacían en el seno de sectores de la clase media, no
reflejaban un ascenso capitalista estrangulado de antemano dentro de las
fronteras divisorias, sino convulsiones del mismo sistema en escala mundial, que
hacían zozobrar las economías unilaterales y sujetas de nuestros países,
recordando así que no se había cumplido la revolución nacional.
7
Por eso, sólo en momentos en que el mundo entero se hallaba conmovido por el
proceso de las revoluciones rusa y china, por la caída del Imperio otomano, la
desintegración del austro-húngaro, el desmoronamiento del alemán, el movimiento
pareció tomar y cobró impulso en América Latina. Lo hizo en el único campo donde
podía manifestarse. Como alguien dijo: "ya que no podemos hacer la Revolución en
el país, hagámosla en la Universidad".
Pero apenas las ondas de la revolución declinaron en el mundo y se aquietaron,
la Reforma Universitaria perdió también su proyección continental, su naturaleza
nacional y social, quedando reducida a una serie de consignas técnicas para
democratizar la Universidad y proveer buenos profesionales, científicamente
conformados, y humanistas de nuevo cuño. Pero, qué sentido podía tener esto si
se mantenía al par la estructura semicolonial, la división agonizadora, vale
decir, todas las condiciones para las cuales no hacían falta esos profesionales?
Para qué humanidad iban a ejercer sus afanes los neohumanistas? Toda la
renovación universitaria que la Reforma propulsaba estaba ligada a la formación
de la nación latinoaméricana, sin la cual no tenía sentido.
Imposibilitada de mantener el contenido que le insuflaba vida, la Reforma, ideal
de quienes divisaban un nuevo ciclo de civilización que se abriría en América,
se confina en la órbita del claustro; con este aspecto técnico de la Reforma,
las oligarquías locales se manifestaron a veces tolerantes, considerándolo como
expresión de inquietudes juveniles, susceptibles de ser encauzadas con una
aleación de dureza y suavidad. Así ocurrió en el Rió de la Plata, uno de los
focos principales de la Reforma, donde ésta perdió su sentido nacional. Se
diluyó en los cánones de una democracia liberal abstracta, la misma cobertura
con que se disfrazaban las naciones imperialistas privilegiadas de Occidente. Y
se hicieron "reformistas", amigos de la Reforma, sus partidarios, los peores
enemigos que ella tuvo.
Pero hubo una excepción y fue en el Perú, donde contrariamente, la Reforma dio
origen a todo un movimiento político, la. Alianza Popular Revolucionaria
Americana (APRA), que llevó al tope las banderas nacionales del movimiento
estudiantil. Examinemos las causas de esta radical diferencia.
* Primera publicación: En 1950, por Centro de Estudios Argentinos "Manuel
Ugarte".
Digitalización: Por Pablo Rivera, 2002.
Edición electrónica: Marxists Internet Archive, noviembre de 2002, por cortesía
de Pablo Rivera. Revisado y corregido en 2006 por Pablo Rivera.
Las
interminables dicotomías nacionales: barbarie o civilización, peronismo o
antiperonismo…*
Por Alberto J. Franzoia
Breve introducción a los modelos dicotómicos
Los modelos dicotómicos, como intento teórico de facilitar el abordaje de una
realidad mucho más compleja que ellos, han estado presentes en la ciencia social
prácticamente desde sus orígenes. Quizás uno de las dicotomías más conocidas es
en el campo de la sociología aquella que construyó hacia fines del siglo XIX el
francés Emile Durkheim (1). Sus polos eran sociedades basadas en la solidaridad
mecánica por un lado y sociedades basadas en la solidaridad orgánica por otro.
Así daba cuenta de las agrupaciones humanas más primitivas o simples hasta
llegar a las más complejas, que se correspondían con la sociedad industrial.
Obviamente el paso de una a otra era producto de un lento proceso histórico de
transformaciones cuyo eje estaba, según el sociólogo francés, en la división del
trabajo. Cuanto más se desarrolla la división del trabajo (por la cual los
hombres se van especializando en el desempeño de diversas tareas crecientemente
complejas) más se avanza en un tipo de solidaridad social (la orgánica) que
aparece como superadora de otra mucho más simple o primitiva (la mecánica).
Muchos años después Gino Germani aplicó otra dicotomía que hizo escuela para
abordar el desarrollo de los países dentro del sistema capitalista mundial, se
refirió entonces a sociedades tradicionales y sociedades modernas o
industriales. La diferencia la marcaba el proceso de secularización o
modernización que cada una había llevado adelante en los planos económico,
social y político. Cuanta más secularización más desarrollo. Los desarrollistas
creyeron encontrar allí la clave para pasar del subdesarrollo del tercer mundo
al desarrollo que ostentan los países centrales del sistema mundial. Sólo era
cuestión, creían (como el mismo Germani), de seguir el ejemplo del Norte
promoviendo procesos similares con la ayuda del capital externo, su tecnología y
sus técnicos para desterrar el atraso.
En ese tipo de abordajes brilla por su ausencia cualquier consideración
dialéctica (los opuestos como partes constitutivas de una misma unidad), en
tanto los elementos de la contradicción al excluirse mutuamente (formando
unidades distintas) no se influyen y transforman hasta alcanzar una síntesis
superadora. Por el contrario, se trata de un proceso armoniosamente evolutivo,
el paso gradual de un estado a otro, en el que todo conflicto es visualizado
como patológico (excepcional) o disfuncional (no favorable a la reproducción del
sistema). Es entonces ese proceso evolutivo el que conduce a la progresiva
desaparición de lo simple o primitivo mientras se va desarrollando lo complejo o
moderno.
Estas construcciones teóricas no han escapado, a su vez, a las influencias que
ejercer las ideologías, pero rara vez es reconocido por sus autores, ya que
suelen presentarse a sí mismos como la suma del conocimiento científico. Sin
embargo,, aunque ciertos “científicos” lo ignoren (u oculten), ellos al ser
también miembros de la sociedad de su tiempo y ocupar un lugar en la estructura
social, identificándose con la clase a la que pertenecen o bien con otra a la
que adoptan como grupo de referencia, no son ajenos a las visiones de mundo que
las atraviesan. De allí que toda teoría que intenta ser científica deba
reconocer críticamente las influencias recibidas para lograr un examen más
equilibrado entre verdad y necesidad. Los sociólogos mencionados no actuaron,
por lo tanto, sólo como científicos sino como intelectuales orgánicos de sus
respectivas burguesías, ya que en los casos mencionados se visualiza a dicha
clase como sujeto de esa armoniosa transformación.
Dicotomías argentinas: civilización o barbarie
Si bien en Argentina las polarizaciones se hicieron presentes en la práctica
cotidiana desde la Revolución de Mayo y luego a través del enfrentamiento entre
unitarios y federales, las mismas no encontraron una acabada expresión teórica
hasta que Domingo Faustino Sarmiento las plasmó en su célebre dicotomía
civilización o barbarie (2). Para el pensador sanjuanino la civilización se
correspondía con toda producción material o inmaterial gestada por la avanzada
cultura europea, y en contraposición considera barbarie a todo aquello que
producían en íntimo contacto con su medio los atrasados habitantes de la
América, pero Latina. Porque, por otra parte, admiraba profundamente a esa
fracción del norte que es EE.UU.
En otro trabajo sosteníamos:
“Cuando la cultura propia se enriquece con el aporte de otras culturas, estamos
en presencia de un fenómeno absolutamente positivo, como ha ocurrido cada vez
que una creación, independientemente del contexto en el que haya surgido, se
propagó por el mundo por la fuerza de sus propios méritos. Grandes
descubrimientos científicos y célebres manifestaciones de arte, se encuadran en
esta reivindicación de lo que se conoce como asimilación cultural. La verdadera
cultura universal surge de la integración de diversas manifestaciones de
culturas nacionales y regionales. Cuando Cervantes describió las andanzas del
decadente caballero Don Quijote, ensambló su espíritu con el de la tierra
manchega, pero al hacerlo con maestría su relato adquirió dimensiones
universales, porque logró satisfacer necesidades de seres que habitan en otras
latitudes. Qué decir del tango, que expresa toda la melancolía del hombre
rioplatense, pero que ha penetrado en las profundidades de una cultura tan
distinta como la japonesa para nutrirla. En el campo de la ciencia social
podemos comprobar que cuando un método y una teoría surgidos en otro contexto,
fueron adaptados y aplicados con creatividad al estudio de lo propio,
favorecieron el esclarecimiento y la resolución de los problemas investigados.
Un ejemplo muy claro al respecto, lo constituye la utilización del materialismo
dialéctico por parte de Hernández Arregui para abordar precisamente la cultura
nacional” (3)
No fue esa la visión de Sarmiento,
quien sólo admitía en su práctica sustituir la barbarie para implantar la
civilización. Es decir, no sólo excluye la asimilación cultural, sino que era
mucho más partidario de la sustitución abrupta que de la evolución. Por eso
aconsejaba regar nuestra tierra con sangre de gauchos, ya que según el ilustre
maestro, era lo único que tenían de humanos. Quizás por eso también admiraba
tanto a los vecinos del Norte. Allí sí la civilización europea había barrido con
todo vestigio de cultura autóctona, pues la conquista anglosajona, a diferencia
de la hispana, no se caracterizó por la fusión y el mestizaje. EE.UU. era la
posibilidad cierta de implantar Europa en América, borrando la América
preexistente. Pero por estas tierras las cosas eran distintas, si bien nadie que
no sea un hispanista fanático podrá negar que hubiera exterminio, pillaje y
explotación de la población nativa durante la conquista y colonización,
simultáneamente debe admitirse que hubo fusión cultural y étnica. De allí que la
actual América Latina sea, como lo era en tiempos de Sarmiento, una América
esencialmente mestiza y culturalmente iberoamericana. Doble problema para el
maestro que aborrecía no sólo lo autóctono sino todo lo proveniente de los
sectores europeos atrasados o “bárbaros”.
Sarmiento no era sin embargo un naufrago que soñaba en su isla, sino un
intelectual orgánico de la clase que se constituía como dominante en Argentina y
en el resto de América Latina: la oligarquía. Sus ideas resultaron muy
funcionales a los intereses de clase que se correspondían con esos grupos
privilegiados que identificaban progreso (avance hacia la civilización) con la
incorporación de Argentina (y América Latina en su conjunto) a la división
internacional del trabajo en condición de productores de materias primas y
alimentos para Europa. Curiosa civilización sin industria. Por lo tanto, el
modelo teórico que este intelectual produjo, no sólo cumplió con la necesidad de
expresar orgánicamente los intereses de las oligarquías nativas, sino también de
las burguesías del mundo civilizado. De allí que lejos de propiciar la
asimilación cultural su discurso fue vehiculo de la colonización.
“Distinto es el caso cuando asistimos a procesos de colonización cultural, ya
que la incorporación selectiva y adaptativa que realiza democráticamente un
pueblo para responder a sus necesidades, es sustituida por una invasión
indiscriminada que forma parte de un proyecto político autoritario de las
elites. Su objetivo central es borrar toda manifestación estructurada y
estructurante de una cultura autóctona, como condición necesaria para someter
materialmente a los sectores populares permitiendo sólo la concreción de sus
intereses de clase, estrechamente vinculados con los de la clase dominante de
las metrópolis. Esta aclaración resulta pertinente a la hora de abordar la
realidad cultural de los países de América Latina, ya que en numerosas
oportunidades la producción más visible no fue la más auténtica, pues poco ha
tenido que ver con nuestra tierra y sus pueblos. En reiteradas ocasiones
resultaron ser productos de imitación, surgidos de una visión de mundo
subordinada a los grandes centros del poder mundial, que se manifestaron en
campos tan diversos como la economía, el arte, la filosofía, etc. En este
proceso colonizador mucho han tenido que ver tanto la clase dominante como sus
intelectuales orgánicos, convertidos en el eslabón necesario para que el
sometimiento cultural fuese posible, como así también otros que, más allá de su
honestidad intelectual, quedaron atrapados en las "modas y verdades"
transmitidas por los agentes del orden establecido” (4)
Civilización o barbarie vino a desempeñar a su vez una extraordinaria función
azonzadora en las capas medias. Don Arturo Jauretche no casualmente señala a
esta dicotomía como la madre de todas las zonceras argentinas:
“Antes de ocuparme de la cría de las zonceras corresponde tratar de una que las
ha generado a todas —hijas, nietas, bisnietas y tataranietas—. (Los padres son
distintos y de distinta época —y hay también partenogénesis—, pero madre hay una
sola y ella es la que determina la filiación).
Esta zoncera madre es Civilización y barbarie. Su padre fue Domingo Faustino
Sarmiento, que la trae en las primeras páginas de Facundo, pero ya tenía
vigencia antes del bautismo en que la reconoció como suya” (5).
Tan útil resultó la dicotomía a las clases dominantes de adentro y de afuera,
que cada vez que los sectores populares se encolumnaron tras un proceso
`político que intentaba darles voz y presencia en esa realidad de la cual eran
habitualmente excluidos, civilización o barbarie retornaba a la escena como
justificación cultural para perpetuar su sometimiento económico, social y
político. Esto que ya había ocurrido en el primer tercio del siglo XX con el
yrigoyenismo, regresó aún con mayor virulencia a partir de 1945.
Dicotomías argentinas: peronismo o antiperonismo
Cuando el 17 de octubre de 1945 los trabajadores argentinos inundaron las calles
de la ciudad puerto que durante tanto tiempo había mirado a Europa pretendiendo
ignorar la Patria real, ésta reapareció (aunque nunca se había ido realmente)
con toda la potencia que en el siglo XIX expresaron las fuerzas federales. Es
que el desarrollo de un importante proletariado nacional, como producto de esa
industria sustitutiva de importaciones que fue necesaria para suplir la carencia
de bienes de consumo para el mercado interno ocasionada por la crisis de los
años treinta y luego por la segunda guerra interimperialista, tuvo la enorme
virtud de potenciar condiciones para que los sectores populares volvieran al
centro de la escena. El incipiente desarrollo de la industria gestado por
necesidad, aún a contrapelo de los intereses oligárquicos agroexportadores,
aceleraba el desarrollo de una clase social muy débil hasta entonces. Pero ese
desarrollo social que brotó de una cambiante materialidad no había encontrado
aún correlato en la superestructura política. Hasta que la aparición de un
militar identificado con la fracción industrialista del ejército, desbordó los
objetivos del gobierno de facto instalado en 1943 (gobierno del GOU) para
convertirse en la expresión política del nuevo sujeto social.
La irrupción económica y política del proletariado argentino no podía menos que
generar la inmediata respuesta del bloque oligárquico-imperialista, que tras la
caída de Hipólito Yrigoyen en 1930 había manejado los destinos del país ya sin
obstáculos a la vista. En esas circunstancias la dicotomía cultural (ideológica)
civilización o barbarie fue fogoneada por la oligarquía con una pasión digna de
mejor causa. Sin embargo la misma va a manifestarse a través de nuevos
conceptos. Peronismo o antiperonismo, aluvión zoológico o gente civilizada,
fascistas o demócratas. Son las consignas antitéticas de esa época. Justo es
reconocerle a Sarmiento, que ninguno de los teóricos oligárquicos que lo
sucedieron alcanzó su estatua intelectual. No hay expresión conceptual más
acabada acerca de la dicotomía concebida en su versión oligárquica, que la que
él diseñó en el siglo XIX a través de la categorización: civilización o
barbarie.
Pero el frente nacional conducido por Perón, en respuesta a la supuesta
“dictadura de las alpargatas”, consigna instalada por estudiantes de las capas
medias antiperonistas, lanzó un enérgico “alpargatas sí libros no”. ¿Qué
significaba en realidad esta dicotomía en la versión gestada por los sectores
populares? Dice el teórico de la izquierda nacional Jorge Enea Spilimbergo:
"(1)La autoreivindicación como sujeto histórico activo de la mujer y el hombre
obligados a la alpargata, socialmente preteridos. (2)Su exigencia de zapatos
para ellos y sus niños, muchas veces descalzos. (3)Su aspiración a que sus hijos
tuviesen acceso a la alfabetización, la enseñanza media y aún superior,
privilegios los dos últimos de minorías. (4)La impugnación de los libros (la
ideología liberal-imperialista, formulada como razón universal) que enseñaba
como "natural", platónicamente "justo", el orden que condenaba a las alpargatas,
el hambre y la ignorancia a la inmensa mayoría. (5)La decisión superadora y
culturalmente genética de cambiar ese orden".
"Era, pues, dicha consigna, la expresión vigorosa y primaria de un hecho
cultural fundador: la nueva relación de fuerzas creada por el ascenso de los
trabajadores al primer plano de la vida política" (6).
Obsérvese que Spilimbergo aborda en términos dialécticos (que es como se
manifiesta la realidad más allá de las categorizaciones abstractas y estáticas
que formulan los pensadores liberales) la dicotomía alpargatas o libros. Porque
a través de la reivindicación de las alpargatas el peronismo no niega los libros
sino una manifestación de ellos, Ya que a su vez lucha por alcanzar el acceso a
la educación y a una cultura amplia (los libros) para los hijos de los
trabajadores. Para conquistar dicho objetivo, era necesario enfrentar
simultáneamente la versión liberal-imperialista de los libros, que condenaba a
la ignorancia a los portadores de alpargatas. Sólo de esa lucha entre opuestos
puede salir un orden alternativo al dominante, en el que quien usa alpargatas no
accede a los libros, y quien accede a los libros es porque no usa alpargatas.
Aquí queda claramente expresada la diferencia entre un abordaje dialéctico de la
realidad y otro metafísico.
Proyecciones de una dicotomía no resuelta
El segundo gobierno de Perón cayó en 1955. La oligarquía, aliada con las
burguesías imperialistas del Norte, volvía al gobierno porque no había sido
eliminada la base material de su poder. El peronismo dio pasos enormes en pos de
la independencia económica y la justicia social, pero las clases dominantes no
habían sido derrotadas en forma definitiva. El signo más evidente de lo afirmado
es que la oligarquía nunca perdió el control monopólico sobre la propiedad de
las ricas tierras de la pampa húmeda. Tras largos años de dominio del bloque
oligárquico-imperialista, sólo interrumpido hasta 2003 por un breve período
peronista rápida y brutamente abortado por el terrorismo de Estado, la clase
dominante argentina no sólo conserva su poder en el sector agrario, como lo
demuestra con frecuencia, sino que ha extendido sus tentáculos a los sectores
más concentrados de la industria y desde luego al sector financiero.
Más allá de sus innegables contradicciones el inicio en 2003 del proceso
democrático K, ha resultado un escollo que no se había registrado en los 27 o 28
años anteriores para los objetivos de las clases dominantes. No estamos en
presencia de un peronismo duro ni mucho menos de un socialismo nacional, sin
embargo varias medidas de signo contrario a la ortodoxia liberal, que benefician
a los sectores populares, han crispado los ánimos de todos aquellos que estaban
acostumbrados a realizar sus privilegios de clase sin la menor resistencia. No
resultará casual entonces que, ante medidas que conspiran aunque más no sea
parcialmente contra dichos privilegios, se esté produciendo una reacción
oligárquica de envergadura. Sin embargo, nuevamente el bloque
oligárquico-imperialista necesita de una base social más amplia para llevar
adelante sus objetivos políticos que apuntan a desestabilizar al gobierno
popular. En ese marco es absolutamente necesario contar con por lo menos franjas
significativas de las capas medias. De allí que el arsenal de ideas sintetizadas
en dicotomías de cuño reaccionario vuelve a aparecer con la brutal potencia de
otros tiempos.
Utilizar hoy como polos de la dicotomía los conceptos peronismo o antiperonismo
es no decir absolutamente nada, ya que después del huracán menemista que arrasó
con la estructura política justicialista, la oligarquía cuenta con no pocos
muchachos que tocan el bombo y cantan la marcha entre sus filas. La prensa los
llama “peronismo disidente”, para el deleite de los mismos protagonistas, ya que
de pronto se encuentran con un título político (peronismo) que buena parte del
pueblo les retiró en los noventa. Por este motivo todo parece indicar que hoy la
dicotomía real pasa por ser kirchnerista o antikirchnerista. Pero en la visión
de la clase dominante y sus intelectuales, ser kirchnerista (o apoyarlo en sus
trazos gruesos) se correspondería con ser partidario de la intolerancia, el
hegemonismo antidemocrático, el atentado a la libertad de expresión, el
hostigamiento injustificado al campo (y por lo tanto a la patria), la
obstaculización para las benditas inversiones extranjeras y, en su versión
macartista, significa ser un montonero que busca dividir la patria. En cambio,
si se es antikirchnerista está asegurada la pertenencia al territorio de los
demócratas, de los republicanos, de los defensores de la libertad de expresión,
de los abanderados de la productividad agraria (por lo tanto amantes de la
patria, porque ya sabemos que “todos vivimos del campo”), de los responsables
propiciadores de la inversión extranjera para el desarrollo y, en su versión
macartista, significa pertenecer a esas buenas personas que solo trabajan por la
unidad de todos los argentinos sin revanchismos.
Si uno lee a Sarmiento e investiga su biografía real (no la que diseñó la
historia mitrista), pocas dificultades tendrá en encontrar curiosas
coincidencias entre el discurso de nuestros intelectuales bien pensantes de la
actualidad, al estilo Marcos Aguinis, y las diferencias que para Sarmiento
mediaban entre los civilizados y los bárbaros, como así también las soluciones
que proponía. Sin embargo, sólo las buenas teorías, las que tienen más contenido
empírico y menos ideología, son las que logran superar las pruebas del tiempo.
El modelo civilización o barbarie y sus proyecciones a lo largo de la historia
argentina, ha sido reiteradamente refutado por la realidad concreta, porque lo
observable es que los civilizadores suelen cerrarle el paso a lo que podría ser
una verdadera civilización, aquella que lograría satisfacer las necesidades
materiales y espirituales del conjunto social gracias al integral
aprovechamiento de los avances científico-culturales. Para que eso ocurra, se
requiere que la “barbarie” triunfe sobre la “civilización”, o que las alpargatas
se impongan a la versión oligárquico-imperialista de los libros.
La Plata, 7 de septiembre de 2009
Obras citadas:
(1) Emile Durkheim, La División del trabajo social, 1893
(2) Domingo Faustino Sarmiento, Facundo o civilización y barbarie en las pampas
argentinas, 1845
(3) Alberto J. Franzoia, Reflexiones sobre cultura, en revista “Política” nº 4,
2007
(4) Alberto J. Franzoia, texto citado
(5) Arturo Jauretche, Manual de zonceras argentinas, 1968
(6) Spilimbergo Jorge: "Hombre, Estado, Comunidad", página 65 a 69, en
Proyecciones del Pensamiento Nacional, actas del simposio A 40 años de "La
Comunidad Organizada", convocado por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires
y organizado por la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales
desde el 20 al 22 de abril de 1989.
* Publicado originalmente en http://lateclaene.blogspot.com/2009/09/el-estado-y-sus-relatos-franzoia.html
La
Reforma Universitaria*
Por Enrique Rivera
Segunda Parte
La Reforma en el Perú
En muchos países latinoamericanos, donde los indígenas constituyen una gran
proporción del pueblo, cuando no su mayoría, (8) nos encontramos ante dos
estructuras económico-sociales distintas. Una de ellas, Ilamémosla el ámbito
exportador importador, que ejerce oficialmente los destinos de la República,
está constituida por la población blanca, de habla castellana, de cultura
europea, de religión católica. La otra, está formada por los campesinos indios.
Éstos se encuentran sometidos a la explotación feudal, producen y viven en
condiciones primitivas; no poseen capacidad de venta ni de compra; carecen de
derechos civiles y menos políticos; están analfabefizados Hablan, asimismo, su.
idioma autóctono como en la época de los incas, chibchas, mayas, nahuatles y
aztecas y conservan gran parte de sus tradiciones culturales, artísticas y
religiosas prehispánicas, expresando con ello su resistencia a asimilarse a una
civilización que sólo conocen a través de su opresor, el gamonal o hacendado
aliados con el imperialismo. Esta nacionalidad-antigua, apartada del movimiento
civilizado, existía como enquistada en la otra, sin que se hubiesen fundido,
interpenetrado, denunciando de este modo la incompletud de nuestro desarrollo,
nuestra frustración revolucionaria.
Al declinar la oleada revolucionaria mundial, que se tradujo en América Latina,
según vimos, con la Reforma Universitaria, a los integrantes de ésta les
quedaron dos caminos, en general: adherirse a la Revolución Rusa, tal como lo
hicieron transitoriamente muchos reformistas; o, de lo contrario, adaptarse a la
realidad económica y política de sus países, reduciéndose a mantener los
principios pedagógicos de la Reforma.
8
Pero en el Perú se daba la posibilidad de un tercer camino: ligar el movimiento
nacional de la Reforma, nacido como consecuencia de trastornos capitalistas de
proyección mundial, que se había desarrollado con medios ideológicos modernos,
europeos o europeizantes, con aquella vieja civilización incaica que permanecía
dormida. Este camino, realmente extraordinario, lo tomó Victor Raúl Haya de la
Torre, el líder del movimiento reformista en el Perú. Aunque lógico y natural,
hacía falta verdadera audacia revolucionaria para seguirlo, pues era impreciso y
presentaba contradicciones que, lejos de esterilizarlo, se convirtieron en
fuentes de la fecunda acción política e intelectual que desarrolló el aprismo.
Así se pudo mantener en el Perú la bandera latinoamericana de la Reforma,
expresándola en la consigna de la unidad de Indoamérica y, más aún, Ilevarla a
sus consecuencias legítimas, formando un verdadero partido político
indoamericano, el ya nombrado APRA.
La ideología del movimiento reformista
La juventud que hizo la Reforma requería ansiosamente una ideología que
expresara el sentido histórico de su movimiento, y que fuese capaz de englobar
sintéticamente sus aspiraciones. Esta ideología no existía, había que formarla.
Reproduciendo un fenómeno usual en la historia de los países rezagados, ella
tomó las formulaciones avanzadas del pensamiento europeo, vale decir, el
marxismo, adquiriéndolo sobre todo a través del hálito renovador de la
Revolución Rusa. No hay en esto nada de asombroso ni de equivoco, ni digno de
prestarse a lamentaciones reaccionarias. El pensamiento burgués había caído en
la postración y la decadencia. Al transformarse la burguesía, de clase
revolucionaria hasta el siglo XIX en clase reaccionaria en sus postrimerías y en
la actual centuria, había desmentido hasta la saciedad los principios que en
otro tiempo le facilitaron la viabilidad histórica, mostrando su insuficiencia,
y su vacío. Ya los sectores más combativos de las burguesías alemana e italiana,
en pleno siglo XIX, habían combinado ideológicamente la República con
aspiraciones socialistas, más o menos vagas, desteñidas, que tomaban del
proletariado parisino. La intelligentsia rusa, en masa, se había volcado en las
últimas décadas del siglo hacia el socialismo, en sus formas populista y
marxista.
Por esta razón, queriendo hacer una revolución nacional-democrática, la juventud
de 1918 mal podía recurrir a la ideología burguesa desprestigiada y caduca, sino
que debía proveerse en el arsenal teórico y político del proletariado y
dirigirse a él (Universidades Populares González Prada, en el Perú; Lastania, en
Chile; Martí, en Cuba, etc., en que fraternizaron obreros y estudiantes). Esto
que decimos confirma una ley más general y es que en nuestro tiempo las
revoluciones nacionales se originan en la crisis del sisterna capitalista
mundial y no en su ascenso, como en el pasado.
La juventud de 1918 se adscribió a las formulas marxistas confusamente, buscando
a tientas el camino. Era la hora que vivía el mundo. Al empalmar con la
generación del 900, que también había buscado apoyo en la ideología socialista
(Ingenieros, Lugones, Palacios, Ugarte y otros), se acentuó en este rumbo. Pero
aquí tropezamos con un hecho de transcendental importancia histórica. Mientras
que los miembros más progresivos de ambas generaciones se adhieren, los primeros
al socialismo prebélico y los segundos a la resurrección marxista que trajo la
Revolución Rusa en sus primeros años, los partidos y corrientes socialistas y
comunistas nativos los repelieron, por su ceguera frente al problerna nacional y
frente a la Reforma Universitaria. Este tema merece una consideración más
detenida.
9
Los partidos Socialista y Comunista frente a la Reforma
Es conocida la actitud que tuvo el Partido Socialista de la Argentina, para
tomar el más desarrollado y típico de América Latina, frente a la Reforma
Universitaria. No sólo no vio nunca su contenido nacional, sino que inclusive
Ilegó a proponer la subordinación de cada Facultad al Ministerio más afin y la
disolución del Rectorado. Calificó desde el parlamento la adhesión del
presidente Yrigoyen a la Reforma Universitaria y el proyecto de crear la
Universidad del Litoral[9] como demagogia.
La actitud de Alfredo L. Palacios, miembro de la generación del 900 y hombre
destacado en la Reforma, que desempeñó un prominente papel en su preparación
previa en el Perú, donde estuvo en 1919, pareciera pero no es una excepción.
Cuando advino la Reforma, estaba fuera del Partido Socialista, de donde se lo
expulsara en 1915 por su tendencia nacionalista. Había fundado el Partido
Socialista Argentino, que tras unos 88 mil votos en las elecciones de 1916, en
que venció el radicalismo, se frustró. Y sólo reingresó a la vida parfidaria
activa en 1931, producido ya el golpe septembrino, de trágicas proyecciones, aún
no estudiadas ni discutidas debidamente, en la política entera del país, y que
explica no sólo el reingreso de Palacios, sino también su abandono definitivo de
toda tentativa concreta de constituir un socialismo nacional.
En cuanto al Partido Comunista, debemos diferenciar dos períodos. En los años
iniciales, cuando la Revolución Rusa aún no había sido copada por la burocracia,
adhirió al movimiento reformista, pero ignorando también su contenido nacional
latinoamencano, considerándolo sólo en su aspecto social general. Para el
Partido Comunista, el problema nacional, forma típica en que se expresa la
revolución de los países retrasados, no existía. Poco más adelante, cuando ya
estaban en el período del ultraizquierdismo a todo trapo, que precedió al
ascenso de Hitler al poder (1929 a 1934), tildaron a la Reforma de "movimiento
pequeñoburgués reaccionario". Sólo en 1935, cuando la URSS se alía con las
potencias imperialistas, "democráticas" de Occidente ante el peligro del
imperialismo alemán, se ocuparon de exaltar la Reforma ya vencida, pero sólo en
su aspecto democrático formal.
Trataban así de ligar al estudiantado con los profesores amigos de Inglaterra,
Francia y Estados Unidos y a través de ellos con los partidos que representaban
la influencia de esos imperialismos dominantes en nuestro país. En fin, a toda
esa política nefasta que se llamó del Frente Popular.
La ceguera de los socialistas y comunistas frente a la Reforma Universitaria fue
parte de su ceguera total respecto a la cuestión nacional. Jamás, ni antes ni
después de la Reforma, el Partido Socialista concibió siquiera la idea de que
había un problema de unificación de los países al sur del Río Bravo. Incluso,
dentro del mismo país, ignoraban el problema de la opresión imperialista y
ponían en el primer plano la lucha contra todos los partidos y tendencias que
encarnaban aspiraciones nacionales. El Partido Comunista, nacido como un
desprendimiento de izquierda de aquél, Ilegó a comprender en algunos momentos
que había una opresión imperialista, pero no por eso varió su política interna,
pues su comprensión sólo nacía de las diferencias entre la burocracia del
Kremlin y el imperialismo mundial. Cuando aquélla se aliaba con el sector
"democrático" de éste, que es el dominante en nuestros países, ni se acordaban
de esa opresión.
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La doctrina marxista y el problema nacional
Cual fue la causa histórica de esta ceguera? Residía acaso en la doctrina
marxista? La respuesta es negativa. La socialdemocracia europea clásica no
desconoció el problema nacional tal como se planteaba en el viejo continente.
Las unificaciones nacionales de Alemania e Italia fueron apoyadas por ella, a
pesar de que, por la cobardía de las respectivas burguesías, asumieran un
carácter dinástico. En el imperio austro-húngaro, subsistente hasta 1918, siguió
reconociendo la cuestión nacional, aunque le dio la formulación oportunista de
una "autonomía cultural". Por su parte, la socialdemocracia rusa estudió
profundamente el problema nacional y desarrolló incluso su teoría. Fue en gran
parte debido a su estrategia acertada en este campo que obtuvo el triunfo de
octubre de 1917 en el Imperio zarista. Abarcando el problema en toda su magnitud
histórica, Lenin había Ilegado a predecir que el siglo XX vería surgir nuevos y
grandes movimientos nacionales y nuevas naciones. No se equivocaba.
Y si nos referimos a los maestros del socialismo científico, a Marx y a Engels,
vemos que ellos desarrollaron su doctrina y su vida política en una época en que
los problemas nacionales estaban en plena ebullición en el Occidente europeo.
Los vivía Alemania, su país natal, por cuya unificación bregaron, aún al
realizarla el prusiano militarista Bismarck. Incluso apoyaron el movimiento
nacional polaco dirigido por la nobleza. Lo mismo hicieron con el movimiento
nacional de Italia, de Irlanda. En todas sus obras la cuestión nacional ocupa
lugar preferente, al lado de la formulación de los principios teóricos generales
del socialismo. Pero nuestros "socialistas" y "comunistas" nativos tomaron sólo
estos últimos, olvidando por completo los primeros. Y así, en países
históricamente retrasados, en los cuales la revolución se desarrolla por vías
nacionales, sostuvieron idénticas formulas y consignas que en las naciones
desarrolladas de Europa o en los Estados Unidos. Cuales son las causas que
llevaron a esta deformación, de tan grandes consecuencias históricas? No es éste
el lugar para exponerlas. Pero señalaremos, de modo muy general, que la
subordinación económica de nuestros países determinó que las tendencias
ideológicas y políticas en pugna reflejaran las grandes fuerzas mundiales. Así,
el socialismo tradicional, tradujo con su ignorancia del problema nacional de
América Latina, la presión del imperialismo dominante. Se ha dicho y es
axiomático que quien desconoce el nacionalismo del país oprimido favorece el del
opresor. Utilizando como cobertura ideológica el internacionalismo proletario
mal entendido, el socialismo tradicional desempeñó precisamente esa función,
buscando sistemáticamente oponer el movimiento político de la clase obrera al
movimiento nacional. Esto lo Ilevó a su bancarrota al producirse la primera
crisis seria del sistema capitalista mundial (guerra de 1914-1918), que planteó
precisamente la "insubordinación" de los países coloniales y semicoloniales y la
movilización de sus fuerzas interiores, la aparición del factor nacional. Desde
entonces fue perdiendo su representatividad obrera, porque ya se puso en
contradicción abierta con los intereses del proletariado, que le dictan la
alianza con los demás sectores del movimiento nacional.
A su vez, el Partido Comunista, atado a la burocracia que hacia 1924 desplazó
del poder político al proletariado ruso, se dedicó a traducir la política
exterior de ese Estado, acondicionando su actuación a los vaivenes y
conveniencias que a éste imponían las diversas coyunturas de la situación
mundial. Por esta razón, no formuló su política de acuerdo con las necesidades
propias de la clase obrera y del pueblo en cuyo seno actuaba.[10]
Por estas razones, vemos juntos al socialismo tradicional y al Partido Comunista
en su incomprensión u hostilidad hacia la Reforma Universitaria, en su ofensiva
contra el radicalismo yrigoyenista en 1930 y en la Unión Democrática de 1945.
Constituyeron el sector de "izquierda'' del frente imperialista, actuando en
general siempre en el campo antinacional.
Ahora bien: la última guerra (1939-45) engendró nuevos y más grandiosos
movimientos nacionales en todo el mundo que inauguraron una nueva era en la
historia de la humanidad, Ilevando al imperialismo a la más profunda y extensa
de sus crisis. Asia, Oceanía, África y América Latina han puesto en movimiento a
cientos y cientos de millones de hombres; las grandes fuerzas internas de los
pueblos que constituyen más de las tres cuartas partes de la humanidad
contrabalancean ya a los dominadores.
11
En estas revoluciones nacionales participa intensamente, constituyendo el sector
más definido y consecuente, la clase obrera. Esto ha Ilevado a superar la
desfiguración de la teoría marxista a que nos hemos referido antes y a que la
cuestión nacional ocupe el lugar que le corresponde en la estrategia liberadora
de los pueblos. Así, en diversos países de América Latina, estamos asistiendo a
un vigoroso proceso de creación de una poderosa corriente socialista conectada
con el movimiento de unificación nacional de nuestros pueblos, corriente que ya
ha encontrado expresión en el libro, el ensayo y el artículo. No se trata de un
proceso que discurra por viejos canales partidarios, sino más bien un vasto
movimiento de reagrupación ideológica que nos hace recordar precisamente los
planteos de la Reforma y la etapa vivida en sus años subsiguientes, pero en una
escala histórica mucho más elevada.
Actualidad de la Reforma
El proceso que dejamos esbozado, sin embargo, aún no se ha reflejado, en
general, en el campo universitario, que en 1918, al contrario, había constituido
su avanzada. Nuestros estudiantes continúan debatiendo cuestiones ideológicas
características de la era reaccionaria que demoran su integración en la lucha
que vive América Latina. Desde este punto de vista, es imprescindible reexaminar
qué fue la Reforma Universitaria. Las reivindicaciones democráticas que ésta
lanzó (participación del estudiantado en el gobierno de la Universidad,
autonomía de ésta, asistencia y docencia libres, etc.), estuvieron ligadas, como
hemos mostrado, a la concepción de que un nuevo ciclo de civilización se
iniciaría en América Latina, cuya forma política consistiría en federar sus
estados, en constituir la verdadera nación. Con el tiempo, y a medida que
dominaba la reacción en la Argentina y otros países, esas reivindicaciones
quedaron desvinculadas por completo de aquella concepción, de su base nacional
legítima, y se diluyeron en las expresiones democráticas comunes a Occidente.
Esto permitió a los imperialismos dominantes en América Latina - inglés, yanqui
y francés - utilizar los ideales democráticos de la Reforma para movilizar al
estudiantado en favor de sus intereses económicos y políticos: participación en
la guerra de 1939-45, etc. A su vez, los imperialismos alemán, italiano y
japonés, que por carecer de colonias no habían podido mantener el ornato
democrático, procuraron movilizar a los estudiantes esgrimiendo consignas como
las de neutralidad y aún el anticolonialismo, que eran sentidas por dar
expresión a los intereses nacionales, pero que se presentaban mezcladas con
formas totalitarias y rasgos ideológicos reaccionarios. En ambos casos el
estudiantado, como el pueblo latinoamericano todo, eran conducidos a ver su
destino en la subordinación, ya al campo imperialista "democrático", ya al campo
imperialista "totalitario". Tal es así que el rasgo común de ambos sistemas
ideológicos en su proyección sobre los diversos países de América Latina
consiste en que ninguno de ellos enarboló la bandera de su unificación nacional,
única capaz de expresar los propios y auténticos intereses de sus pueblos, de
permitirles autodeterminar su destino, en lugar de estar reducidos a ser el
juguete de fuerzas extrañas.
Las circunstancias posteriores de la lucha han conducido a una exacerbación de
las consignas democráticas de la Reforma, pero si éstas no son conectadas
nuevamente al contenido nacional que les dio nacimiento, llevarán otra vez al
estudiantado a un callejón sin salida. La Universidad será escenario repetido de
una lucha entre dos sectores, uno aparentemente progresivo, otro aparentemente
reaccionario, pero ambos, en fin, sujetos a intereses extraños a los del propio
estudian- tado latinoamericano.
12
Estudiar concreta y profundamente la Reforma Universitaria de 1918, huyendo de
las abstracciones y chácharas de sus pseudoexponentes, que hoy brotan como
hongos, significa para el estudiantado reencontrar la verdadera ruta, la que lo
liga realmente al movimiento obrero - aspiración constante de la Reforma ---, la
que lo une al pueblo todo en la lucha por la liberación nacional y social de
América Latina.
NOTAS:
1) La persistente tentativa de constituir la Federación Centroamericana y de las
Antillas, como la de reestructurar la Gran Colombia ( Colombia, Ecuador y
Venezuela), la de unificar el Alto y Bajo Perú ( Perú y Bolivia ) y la de formar
la Unión Aduanera del Sur ( Brasil, Uruguay, Argentina, Paraguay y Chile ), son
expresiones regionales de la poderosa corriente que empuja a la unidad de todos
nuestros países.
2) A comienzos del siglo XIX, América hispana constituía una unidad
político-administrativa. La revolución fue americana.
3) El ascenso del capitalismo en el mundo ( siglos XVII a XIX ) se llevó por la
creación de los modernos estados nacionales. Territorios con población de un
solo idioma, superando las divisiones feudales, se dieron cohesión estatal.
América Latina no alcanzó a constituirse nacionalmente en el siglo pasado por la
combinación de ciertos intereses regionales librecambistas con las potencias
colonizadoras, que fomentaron la balcanización. La crisis definitiva del
capitalismo mundial ( iniciada en 1914 ), luego del interregno de construcción
imperialista ( desde 1870 hasta 1914 ), replantea, cada vez con más vigor, el
problema nacional de América Latina: o constituir la nación o perecer, tales son
sus términos inequívocos.
4) Singular suerte la nuestra, en que lo propio resultaba lo deleznable y lo
foráneo encarnación de todas las excelencias! A esta concepción básica estaba
adscripta toda nuestra ideología de esclavos semicoloniales. Y cuántos restos de
ella persisten aún!
5) No hay casi un miembro de esa generación que, bajo una u otra forma, no haya
formulado la concepción e idea; de la unidad de América Latina. Y la nómina es
extensa.
6) En gran medida, el intelectual nativo continúa siendo un ''emigrado
interior''.
7) Fue éste el último Congreso latinoamericano, en el cual participó por la
Argentina, Sarmiento. La guerra del Paraguay (1865) canceló sus eventuales
proyecciones. Después, sólo tuvimos panamericanismo. Hasta que se reúne en
México, en 1921, el Congreso Continental de la Reforma, ya mencionado.
8) Perú, Bolivia, Ecuador, Venezuela, Guatemala, México, etc.
9) La Facultad de Derecho de Santa Fe funcionaba de antiguo en el Colegio de la
Inmaculada Concepción de los jesuitas, dirigida por éstos. La creación de la
Universidad del Litoral quebrantaba el monopolio clerical de la enseñanza.
10) Así, en 1927, en un Congreso antimperialista realizado en Bruselas, Vittorio
Codovilla, el jefe ítalo-argentino del Partido Comunista argentino, reaccionaba
con indignación ante los planteos nacionales latinoamericanos diciendo: '' Que
perezcan, por último estos veinte pueblecitos, con tal que se salve la
Revolución Rusa''. Y agregaría posteriormente: '' A un comunista no le interesa
sino la campaña de la IIIa. Internacional, aunque para sostenerla se sacrifiquen
quince países'' ...
* Primera publicación: En 1950, por Centro de Estudios Argentinos "Manuel
Ugarte".
Digitalización: Por Pablo Rivera, 2002.
Edición electrónica: Marxists Internet Archive, noviembre de 2002, por cortesía
de Pablo Rivera. Revisado y corregido en 2006 por Pablo Rivera.
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