Julio Troxler nació el 19 de
noviembre de 1922, fue policía, adhirió al peronismo y a la
fallida insurrección del general Valle. Fue sobreviviente de los
fusilamientos en los basurales de José León Suárez en 1956. Se
exilió en Bolivia, regresó al país y fue detenido, encarcelado y
torturado. Participó activamente y actuó como enlace entre los
distintos grupos de la resistencia peronista. Actuó de sí mismo
en la película Operación Masacre dirigida por Jorge Cedrón y
guión de Rodolfo Walsh (1972). También participa en La hora de
los hornos (1968), donde brinda testimonio de los fusilamientos,
y Los hijos de Fierro (1974), ambas de Fernando Solanas. Fue
subjefe de la Policía de la Provincia de Buenos Aires durante la
breve gestión de Oscar Bidegain. Fue asesinado por la banda
paraestatal Triple A, Alianza Anticomunista Argentina, el 20 de
septiembre de 1974.
Nació
el 19 de noviembre de 1926 en la localidad de Florida, Vicente López,
Provincia de Buenos Aires. A los 18 años ingresó a la escuela de policía
bonaerense “Juan Vucetich” y en 1955 se retiró de la institución policial
con el grado de oficial inspector.
Tras la caída del gobierno
peronista inició su lucha en la resistencia popular contra los gobiernos
oligárquicos y entreguistas que sucedieron a aquel. Por este motivo cayó
detenido en octubre de 1955. Meses después, participó junto a sus hermanos
Bernardo y Federico, suboficiales del ejército, en la rebelión que encabezan
los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, y que
estalló el 9 de junio de 1956, viviendo un episodio memorable cuando pudo
escapar de la matanza de José León Suárez.
En esa ocasión, las
fuerzas represoras, bajo la conducción del teniente coronel Desiderio
Fernández Moreno y la ejecución del comisario Rodríguez Moreno, asesinan a
varios militantes peronistas detenidos el día anterior.
Después de esa fuga, pudo refugiarse en Bolivia, desde donde continúa su
lucha, manteniendo contactos clandestinos con John W.
Cooke. Al volver, sufrió nuevamente la prisión y conoció la picana
eléctrica.
Por medio de una carta fechada el 16 de octubre de 1958,
en ciudad Trujillo, el General Perón delega toda la conducción política y
táctica del movimiento peronista en el país en el Consejo Coordinador y
Supervisor del peronismo del cual Julio Troxler era uno de sus 15 miembros.
Durante esta primera resistencia
peronista (1955-1958) Perón, desde el exilio, enviaba los “pecinco” (P5) que
en general, eran instrucciones puntuales a los grupos de la militancia.
Julio Troxler, entre otros, fue un personaje clave en la interconexión de
los diferentes grupos, que chequeaban rigurosamente los mensajes recibidos
antes de ponerlos en práctica en el conjunto del movimiento peronista.
La calle de
Barracas en 2012 donde fue asesinado Julio Troxler
La lucha recomienza al momento
de hacerse evidente que Frondizi no cumplirá lo pactado con Perón. Los
grupos de militancia formados en La Plata que habían quedado en un compás de
espera, volvieron a accionar.
Luego de la traición frondizista volvió
a la resistencia siendo secuestrado, detenido y torturado en varias
oportunidades.
En 1971, Jorge Cedrón decidió
filmar “Operación Masacre” en 1972, en la
clandestinidad, bajo el gobierno militar de Alejandro Lanusse. Operación
Masacre fue estrenada en democracia el 27 de septiembre de 1973, sobre el
guión de Rodolfo Walsh y el mismo Jorge Cedrón. En la película, Julio
Troxler fue invitado a revivir en la ficción su drama personal de junio de
1956.
Norma Aleandro, Carlos Carella, Víctor Laplace y Ana María
Picchio fueron algunos de sus intérpretes.
Tras el triunfo popular de
1973, fue designado, por el gobernador
Oscar Bidegain subjefe de la Policía de la
Provincia de Buenos Aires, cargo que asumió el mismo 25 de mayo ante las
autoridades de la Unidad Penal Nº 9 de La Plata para obtener la libertad de
los presos políticos. En el desempeño de sus funciones, redobló esfuerzos
para hacer del cuerpo policial una institución al servicio del pueblo y no
destinada a la represión del mismo. Permaneció sólo 85 días en el cargo.
Luego
de un breve pasaje por el diario “Noticias”, en el que se desempeñó como
jefe de personal fue nombrado subdirector del Instituto de Estudios
Criminalísticos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, dependiente
de la Universidad de Buenos Aires.
Por entonces, Pino Solanas lo
invita a participar en otro clásico del cine militante, “Los hijos de
Fierro” (1974) película que recién pudo ser estrenada el 12 de abril de
1984, según guión del mismo Solanas basado en el poema homónimo de José
Hernández. Fueron intérpretes entre otros, Juan Carlos Gené y Arturo Maly.
“Los hijos de Fierro” narra la historia de tres militantes peronistas de
base, su lucha desde lo sindical y la resistencia popular. Julio Troxler
representa el papel del hermano mayor, personaje que condensa la
resistencia, la tortura policial y la cárcel sufrida por el pueblo en esos
duros años de represión permanente.
En la mañana del 20 de septiembre
de 1974 fue secuestrado en las inmediaciones de la Facultad de Derecho,
cuando se dirigía a una concentración que se realizaba en la Plaza de Mayo.
Cerca del mediodía, el grupo paramilitar la Triple A que lo había
secuestrado, lo asesinó, acribillándolo por la espalda, junto al paredón del
Ferrocarril Roca, en el Pasaje Coronel Rico al 700, esquina Suárez y Vieytes
del barrio de Barracas (para dar parte público de su acción terrorista el
comando de la Triple A envió a la prensa una foto del documento que
habilitaba a Troxler a ingresar en la residencia del General Perón en la
calle Gaspar Campos).
Su sobrina, hija de su hermano Federico, Eva
Troxler, resumirá este hecho con estas palabras “El destino de Julio fue
decidido en una reunión de gabinete en la Quinta de Olivos – en el gobierno
de Isabel Martínez y
José López Rega – en la que un proyector
reflejaba diapositivas de Julio y otros militantes populares mientras una
voz en off los iba marcando como el "verdadero causal de los problemas
nacionales, y de la pésima imagen que el país tenía en el exterior". Esa fue
la sentencia oficial que se cumplió poco tiempo después.
El 20 de septiembre de 1974 las bandas del "Brujo" lo
secuestraron y acribillaron. Cómo sobrevivió a los fusilamientos de José
León Suárez y los tres años que vivió en la casa de Mabel.
Por Daniel
Enzetti
Hola Coca, ¿cómo le va? ¿Se acuerda del ofrecimiento que me
hizo hace 15 días? Mire, no necesito nada para mí, pero el que está jodido
es mi hermano. ¿No se podría quedar acá un tiempo?" Una noche helada de
junio de 1957, Bernardo Troxler tocó el timbre de Pedro Goyena 2646, en
Olivos, y se animó a pedirle ayuda a Mabel Di Leo ni bien la chica de 17
años abrió la puerta. Los dos integraban la resistencia peronista, y
conspiraban contra la Revolución Libertadora desde el derrocamiento de Juan
Perón dos años antes. Bernardo venía de Bolivia, donde se había exiliado
después del golpe de Estado del '55, y Mabel ya pesaba fuerte en la rama
femenina del movimiento en Vicente López, un presagio de lo que le ocurriría
en la década del '70, cuando ocupó ese cargo a nivel nacional.
"Claro compañero, ¿y dónde está su hermano?" Julio esperaba enfrente,
envuelto en una manta y empapado por la transpiración que le daban la gripe
y 40 grados de temperatura. Dormía en los yuyos del ferrocarril, y dentro de
la juventud del partido, en la que Mabel y los hermanos Lizaso asomaban como
cuadros destacados, era una especie de mito. Exactamente un año antes, en la
madrugada del 10 de junio del '56, Troxler pudo simular
su propia muerte tirado en los basurales de José León Suárez, haciéndose
el finado con los ojos inmóviles, cuando una patota policial acribilló a
militantes peronistas plegados a un intento encabezado por el general Juan
Valle para retomar el poder y llamar a elecciones. "La Fusiladora", como
diría después
Rodolfo Walsh en Operación Masacre, no había
podido ni con él ni con su amigo del alma Reynaldo Benavídez. Y tampoco la
policía brava de Lanús, que más de una vez lo torturó para que hablara y se
dio cuenta que perdía el tiempo. Pero ahora, una noche helada de junio de
1957, Bernardo creía realmente que a su hermano lo mataría la fiebre.
Entrevista a Haydeé Leonor Von Wernich en la revista El
Avión Negro Nº 21, noviembre 2013. Clic para ver y descargar.
Pablo Egidio Natalio Di Leo era policía.
Subcomisario. El padre de Mabel y dueño de la casa, un chalecito construido
con sus propias manos gracias a un crédito hipotecario que después del
derrocamiento de Perón triplicó el valor de las cuotas. La malasangre lo
hizo perder 15 kilos, y creer que tenía cáncer. Dentro del plan de Valle, al
hombre le había tocado la tarea de tomar el Departamento Central junto con
Pablo Vicente, algo que finalmente no pudieron hacer porque cuando llegaron,
el edificio estaba plagado de canas que respondían a la dictadura. En esos
tiempos sus mismos compañeros lo desaparecieron dos veces. Para colmo, Mabel
no paraba de reunión en reunión. Cada vez que venían "comisiones" de la
Bonaerense a buscarla para hacerle preguntas, Di Leo atendía y el agente se
quedaba petrificado. "Disculpe jefe, pero entonces, ¿la chica que tenemos
anotada es su hija? ¿Usted sabe que es peronista?"
El subcomisario
conoció a los Troxler en el mismo momento en que entraron a su casa, y lo
primero que hizo fue enojarse con Bernardo. "Pero escúcheme, hombre, ¿está
loco? ¿Cómo que nos pide un lugar para su hermano? ¿Y usted qué piensa
hacer? ¿Seguir durmiendo a la intemperie tirado en cualquier lado? Déjese de
embromar y pasen, se pueden quedar todo el tiempo que quieran." Bernardo
estuvo unos días. Julio, tres años.
"El único que se levantaba
temprano era mi papá –dice Mabel–, y nunca me voy a olvidar de lo que pasó
al día siguiente. Fue a la salita donde habíamos puesto los dos colchones,
pero Bernardo y Julio no estaban. Entró a la cocina, y los vio apoyados en
esta misma mesa, sentados, a oscuras. Le dijeron que no armaban las camas
para no desordenar, y que tampoco prendían la luz, por el gasto. En
realidad, mi viejo no militaba mucho, pero siempre adhirió al movimiento, y
fue un hombre extremadamente solidario y ético. En 1959, faltándole seis
meses para cobrar el 100% de la jubilación por 25 años de servicio, agarró
la valija y renunció a la policía. 'Esta no es la fuerza que yo conocí
cuando entré', dijo, y se fue dando un portazo."
–A pesar de no
militar, aquella responsabilidad que recibió de tomar el Departamento de
Policía fue un reconocimiento. –Sí, claro. Pero en casa, la verdadera
militante era mi madre, Delia Valente, peronista hasta los tuétanos. En esa
pared, detrás tuyo, tenía colgados los cuadros de San Martín, Perón, Rosas y
Rommel. ¿Te acordás cuando Perón se enojó con varios diputados, y les dijo
que si a ellos no les gustaba cómo hacía las cosas, fundaran otro partido?
Mamá se ofendió con el "Viejo", y cambió su foto por el dibujo de un gato.
Era de familia conservadora, incluso tenía un carnet de afiliación que mi
abuelo le había hecho en la época del gobernador Manuel Fresco. Pero la ganó
el peronismo.
Croquis
inserto en la noticia del asesinato en el diario La Prensa
Troxler fue secuestrado en la mañana del 20 de septiembre de
1974, cuando iba a la Facultad de Derecho donde trabajaba. Lo
"levantaron" en un Peugeot 504 negro; ingresó por la calle
Arcamendia hasta desembocar frente al paredón de ladrillos que
limita con el terraplén ferroviario y, ya en el Pasaje Coronel
Rico, en el barrio de Barracas, los ocupantes del coche lo
obligaron a bajar y le ordenaron caminar hacia la calle Suárez
en el mismo sentido del vehículo. Julio Troxler caminó pocos
pasos con las manos atadas a la espalda y cayó fulminado por una
ráfaga de ametralladora disparada desde el auto. Así murió
asesinado por la Triple A en Buenos Aires el 20 de septiembre de
1974.
–¿Cómo se conocen con Julio? –Yo iba al
Colegio Nº 6 con los Lizaso, y Jorge y Miguel vinieron a buscarme para
formar la Junta del partido. A Carlitos ya lo habían matado en los
basurales. Un día, en la casa de Raquel Fernández, me presentaron a
Bernardo, y una de las cosas que le dije fue que mi casa estaba disponible
para lo que quisiera. Hasta que apareció a las dos semanas, desesperado
porque Julio no tenía dónde dormir, y estaba muy enfermo. "Vaya a buscarlo
mientras preparamos algo de comer", le dije a Bernardo. Lo que no sabía era
que Julio estaba enfrente, muerto de frío, y con una vergüenza terrible. No
quería entrar, creía que molestaba. Cuando pienso en gente como esa, y veo
algunos dirigentes de ahora, es para morirse. En casa hacíamos reuniones y
fiestas de folklore, con varios primos, y había colchones de sobra. Ni bien
pasaron le dijeron a mi papá que no querían dar gastos, y mi viejo se
plantó. "Muchachos, acá es simple: cuando hay comida, comemos todos. Y
cuando se termina, hacemos la raya y seguimos al día siguiente. Todas las
mañanas empezamos de nuevo."
–Después de su vuelta de Bolivia, los Troxler
eran seguidos de cerca. Esconderlos no debe haber resultado fácil. –Sobre
todo a Julio, que estaba marcado por su escape del basural. En eso de
confundir, se les ocurrió teñirse de pelirrojo, y una vez, la que se
equivocó fue la mujer de Bernardo. Llamó a casa y preguntó, sin darse
cuenta: "¿Están ahí los dulces de batata colorados?" Habían pinchado el
teléfono y los vinieron a buscar, pero no los encontraron. Julio andaba todo
el día con dos granadas vacías, y vueltas a llenar con gelignita. Me decía:
"Si me agarran les tiro esto. Yo me muero, pero por lo menos me llevo uno o
dos conmigo."
–¿Qué hizo la primera vez que entró? –Fue al patio,
para ver las medianeras. En esa época, la mitad de la manzana era un terreno
descampado, con árboles, y Julio estudiaba las vías de escape, por si tenía
que salir corriendo. Era un hombre extremadamente gentil, callado, como
dando sensación de no querer molestar. Con mi prima lo acompañábamos al
centro, y le hacíamos de campana cuando se encontraba con otros compañeros
en reuniones. En el barrio armamos un plan para protegerlo. Mamá le dijo a
las vecinas que era un sobrino del interior que se quedaría un tiempo, y en
la familia lo presentábamos como un primo más. Hablábamos del peronismo, y
hablábamos de Perón. Julio tenía una postura que para él era innegociable, y
yo, con los años, aprendí la lección.
–¿Cuál? –Decía que muchos de la juventud
teníamos la foto del Viejo pegada acá, en las narices, y que eso no nos
dejaba ver el contexto. Que Perón era un hombre, pero no un superhombre. Que
a veces se equivocaba, y que no era nada malo hacer notar eso.
Bernardo Troxler (de
bigotes, sosteniendo abrigo y portafolios) y Julio (el más alto
de todos) a punto de partir rumbo al exilio en Bolivia, luego de
pasar varios meses ocultos en casas de amigos.
–La derecha del movimiento, que terminó
matándolo, fue una prueba. –Por supuesto. Lo que pasó fue que en ese
momento no lo vimos. Mirá, te cuento una anécdota. En 1960, cuando Perón se
casó con Isabel, yo misma le dije a Julio en esta misma mesa que el general
podía tener las mujeres que quisiera, pero lo que no podía hacer era
casarse. Porque significaba una locura dejarle el apellido a alguien. Yo lo
decía por una cuestión de preservarlo, pero nunca sospeché de las
barbaridades que esa mujer haría con el tiempo. Julio me cargaba: "No, si le
va a pedir permiso a usted. Las mujeres, hablando, son como el vuelo del
moscardón." En los setenta, con la Triple A dando vueltas, nos encontramos
en un bar de La Plata. Y en medio de la charla, lo miré a los ojos: "¿Vio
que Perón no se tendría que haber casado?"
–¿Cómo era la vida de Julio en esta casa?
–Vino por algunos días, y se quedó tres años. Pero siempre regresaba. El día
en que la Triple A lo asesinó, tenía las llaves en la ropa que llevaba
puesta. Trabajaba en la cocina toda la noche con su maquinita de escribir, y
le mandaba información a Perón. "¿No me haría un favor, Coca? ¿Me copia
varias veces estos dibujitos en esas hojas?" Yo no entendía nada, pero lo
hacía. Después me di cuenta: los dibujitos eran silenciadores para las
armas, que Julio había diseñado y tenía que repartir para que fabricaran los
matriceros. Era un tipo habilísimo, técnico en refrigeración, hacía de todo.
El barrio era una boca de lobo, y un día se las ingenió para iluminar la
esquina directamente desde la puerta de entrada. Practicaba yoga, y me
enseñó a pararme de cabeza. "Coca, toda la vida nos la pasamos parados con
los pies, pero esta parte, la de los pulmones y el estómago, está con la
gravedad hacia abajo. Hay que darse vuelta para que la sangre fluya, le va a
hacer bien."
–Reynaldo
Benavídez, su amigo de la infancia en Florida, a quien Troxler invitó a
aquella casa de donde los levantan para llevarlos al basural, me dijo que
Julio minimizó totalmente las amenazas de muerte de la Triple A. ¿Fue así?
–Es verdad, Reynaldo sintió lo que Julio me dijo a mí misma con palabras.
Cuando le decíamos que estaba en una lista de gente a la que iban a
asesinar, me contestaba: "No exagere, Coca, no somos tan importantes." El
último intento por protegerlo fue después de la reunión que hubo en la
Quinta de Olivos, el 8 de agosto de 1974, un mes y medio antes de su muerte.
Todo el Gabinete, más Isabel, escuchó
un informe de José López Rega, mientras proyectaba diapositivas de un
centenar de dirigentes que había que matar "porque si no, no nos van a dejar
gobernar tranquilos", dijo el "Brujo". Julio y
Bernardo Alberte, que había sido edecán de Perón
y su delegado personal, estaban en la lista, con varios más. Ni bien terminó
la reunión, Taiana padre fue desesperado a la limpiería El Socorro, de
Alberte, y le dijo que se cuidara. Y que debían avisarle a Julio urgente. Lo
encontramos a los pocos días. "No sea cabeza dura, hombre, cuídese." Pero no
hubo caso.
–¿Se volvieron a ver? –Sí, hasta poco
antes del 20 de septiembre del '74, fecha del asesinato. La semana previa
estuvo acá, se quedó a almorzar, y mi madre le hizo panqueques, que a Julio
le encantaban. Cuando se fue, Julio le dijo: "¿Ve ese Peugeot celeste
metalizado de la esquina? No se preocupe, pero es el comisario Almirón Sena,
que me sigue a todos lados."
–¿Cómo se enteró de la muerte? –Por
la radio. Después, la casa fue un caos, encuentros, llamadas, confusión.
Aquel día tenía una reunión con los Lizaso, y después lo esperaban para un
trámite en la facultad donde trabajaba, era profesor de Criminalística. Otra
vez volvemos al tema de la manera en que minimizaba el peligro. Los Lizaso
le decían que lo vigilaban, y él contestaba que no se hicieran problema, que
no estaba haciendo nada malo. No sé que pasa con los militantes en un
determinado momento de la vida, es como que no toman conciencia de la
gravedad de las cosas. Con Bernardo Troxler ocurrió lo mismo.
El
número uno de la revista
Peronismo y Socialismo apareció en septiembre de 1973, dirigida
por Hernández Arregui. Incluye la nota
"Los asesinatos de junio de 1956 en el testimonio de un
militante de la resistencia", una extensa entrevista a Julio
Troxler. Clic para descargar la revista
–¿Por qué? –A Julio lo velamos a propósito
acá en Vicente López, justo enfrente de la Quinta de Olivos. Y a pesar de
que estaba lleno de policías y servicios de inteligencia, Bernardo insistía
en hablar y hacer un discurso. "Hombre, rájese, ¿no ve que están por todos
lados y saben que usted es de la familia?" Tampoco tomaba conciencia de cómo
venía la mano. Ahora que lo pienso, mi papá era un poco así, pero en su
caso, las ganas de ayudar eran más fuertes que el miedo. En esta casa estuvo
cada uno… Un día, dos compañeros del ERP lo hicieron reír: "Don Pablo, mire
que fuimos a varios lados, pero nunca hubiéramos imaginado que íbamos a
terminar escondidos en la casa de un cana."
“Revisamos el cadáver, era impresionante”
El 20 de septiembre de 1974 era feriado. Troxler, que trabajaba en el
Gabinete de Criminología de la Facultad de Derecho, había organizado su día
libre para encontrarse con amigos de militancia. Como
Envar El Kadri, con el que siempre se citaba frente a la Catedral
Metropolitana. Salió de su casa en la localidad de Florida a las 10, caminó
tres cuadras, y hasta las 11:30 charló con un compañero en el bar Muky, de
la Avenida Maipú y San Martín. Ese compañero lo alcanzó en auto hasta la
esquina de Figueroa Alcorta y La Pampa, donde pensaba tomar el colectivo 130
en dirección a la Capital.
La investigación de su asesinato
determinó que un Peugeot 504 negro, con cuatro matones de la Triple A, lo
levantó en la facultad, y lo llevó atado en el piso hasta el pasaje Coronel
Rico, del barrio de Barracas, poco después del mediodía. Antes de detenerse
en el lugar -–desierto, laberíntico, suspendido en el tiempo–, el auto
agarró por calles que todavía hoy parecen de pueblo: Brandsen, Lanín,
Arcamendia, y finalmente Rico. Obligaron a que se bajara, y lo cruzaron
sobre un paredón con una ráfaga de ametralladora y cuatro disparos a la
cabeza, para rematarlo. En un comunicado que circuló a las pocas horas, la
Triple A se atribuyó el crimen y escribió a mano: "La lista sigue… Murió
Troxler. El próximo para rimar será… Sandler??? Mañana vence el plazo…
Adjuntamos lista de ejecuciones. Troxler murió por bolche y mal argentino…
Ya van cinco y seguirán cayendo los zurdos, estén donde estén." En un cuadro
inferior, el listado lleva una cruz junto a los apellidos Ortega Peña,
Curuchet, López, Varas y Troxler. "Sandler" tiene una cruz y un signo de
interrogación.
"Revisamos el cadáver –dice Mabel Di Leo–, y era
impresionante. Acá (señala el pecho) lo habían cocido con hilo de chanchero.
Los agujeros de los balazos eran del tamaño de una moneda de un peso. Le
habían tirado con Itaka, parecían misiles. Era imposible que se salvara."
"Porque te digo una cosa –finaliza–, algo que es seguro: si López Rega no
manda a cuatro tipos, a Julio no lo matan. La cabeza tenía la señal de un
golpe fuertísimo, para atontarlo. Y a pesar de eso, pudo salir corriendo del
auto, con los brazos atados. Me acuerdo de Perón, cuando Julio decía que no
era un superhombre. Había que ser superhombre para salir vivo de ese
callejón."
01/10/12 Tiempo Argentino
Pedro Baez - "Los Troxler" -
Ministerio de Cultura y Comunicación
Junio de 1955. Era aquél un Buenos
Aires muy distinto del actual. La cabeza de un hombre muerto que cuelga por
la abertura sin vidrio de la puerta del trolebús de la línea 305 y los
cadáveres de dos mujeres tendidas en el empedrado, conforman una de las
fotos más terribles de aquel 16 de junio de 1955, cuando oficiales de la
Aviación Naval bombardearon Plaza de Mayo en un intento por terminar con el
gobierno del presidente constitucional Juan Domingo Perón que había sido
reelegido sólo tres años atrás con el 68% de los votos.
Hasta hoy nunca se conocieron cifras precisas sobre el número de
masacrados por la metralla y las bombas lanzadas desde los aparatos de la
aviación naval. El propio Perón, según algunos de los que vivieron aquella
circunstancia trágica para la Argentina y su gente, se negó a que se diera a
conocer el balance de muertos y heridos.
El día había amanecido
lluvioso; la temperatura no superaba los 4 grados y la rutina de la ciudad
era la normal. A las 12.40 se arrojaron 10 toneladas de bombas que
provocaron más de 300 muertos entre mujeres, trabajadores y niños.
Muchos más de 50 fueron reconocidos en las morgues por sus delantales
blancos. Entre quienes allí cayeron había peronistas, antiperonistas,
católicos, creyentes de todo credo, ateos, todos argentinos asesinados en
nombre de Cristo, de la libertad y de la democracia.
Comenzamos la
biografía de hoy haciendo referencia a los hechos de junio del 55, pues la
vida y las muertes de Julio Troxler están relacionadas con el peronismo
-para la primera- y los gobiernos de facto -para las segundas-. Y si,
plural, puesto que Julio Troxler -tal como se apuntara con “la” Arrostito-
también sufrió dos muertes, fallida la primera, exitosa y definitiva la
segunda.
Después de la furia desatada por
los sediciosos (término con que los califica el artículo 22 de la
Constitución Nacional) contra, básicamente, el peronismo, objeto de su ira,
se promulgó aquél inolvidable y ridículo Decreto 4161 que, de no haber sido
por lo trágico de sus consecuencias, resulta patético. Vieja y primita
costumbre argentina: el nuevo en el poder aplasta y destruye todo lo hecho
por el opositor.
La reacción frente al movimiento
golpista fue la formación de un grupo de oficiales (pocos), suboficiales y
civiles que se aprestaron a poner manos a la obra para volver todo al cauce
institucional. La Proclama revolucionaria del Movimiento de la Recuperación
Nacional, suscrita por los generales Valle y Tanco, iba a ser leída cuando
se pusieran en marcha los engranajes del movimiento gestado.
Expediente
judicial, "s/víctima de homicidio"
De allí que grupos de civiles,
convocados ad hoc, se reunieran en distintos lugares a la espera de la señal
convenida para recuperar el poder. Según Troxler “En cada lugar se emprendía
la realización de panfletos, de pintadas y también de acciones violentas,
todo acorde con la característica de cada compañero, dispuesto a encarar una
u otra tarea. Era una forma de resistir a los usurpadores [...sin embargo]
No hubo ningún plan a nivel gremial o político para organizar la defensa.
Nadie compartía la creencia de
que iban a darse males mayores. La gravedad de los sucesos del 55 nos debía
haber advertido - yo estuve presente en el bombardeo de Plaza de Mayo- que
estos asesinos, uniformados y civiles, estaban dispuestos a cualquier cosa
con tal de tener el poder. Más aún, los hechos del 55 indicaban
fundamentalmente la voluntad de castigar y aterrorizar al pueblo con un baño
de sangre ” .
1956
El General Valle confiaba en que
la revolución triunfaría sin derramamiento de sangre, que sencillamente,
había que hacer que la gente acudiera a la Plaza de Mayo y con su acto de
presencia respaldara el regreso de Perón al país. Como en un nuevo “17 de
Octubre” la participación popular sería el fiel de la balanza.
Pero las cosas no resultaron
así. El coronel (R. ) Desierto Fernández Suárez, Jefe de Policía de la
provincia de Buenos Aires fue el responsable de las detenciones. Civiles y
militares en los lugares elegidos para emprender la acción que consagraría
el regreso de las instituciones al cauce democrático, fueron cayendo
apresados. El jefe de la Unidad Regional de San Martín, era Rodríguez
Moreno.
Los grupos de civiles y militares que respondían a Valle
fueron cayendo en manos de las fuerzas leales al gobierno golpista que, sin
siquiera un juicio sumarísimo y, en muchos casos, habiendo sido detenidos
cuando no estaba en vigencia la pena de muerte, fueron fusilados
cobardemente.
Es el caso de Troxler, quien fue
detenido junto a: Carlos Livraga, Reinaldo Benavídez, Norbero Gavino, Miguel
Angel Giunta, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Horacio di Chiano,
Rogelio Díaz, Carlos Lizaso, Juan Carlos Torres, Mario Brión, Vicente Damián
Rodríguez.
Ese día de junio, Troxler llega a la casa de Florida en
que tendrá lugar el comienzo del drama. Cuando llama a la puerta, ésta se
abre de golpe y lo atienden un sargento -a quien él conoce- y dos vigilantes
quienes le apuntan con sus armas. Troxler apenas se inmuta pues, a pesar de
sus 29 años, hay en él cierta vocación militar que lo llevó a ingresar como
oficial en la policía bonaerense, si bien, disiente con ciertas prácticas,
se retira de la fuerza.
Luego todos los detenidos son
subidos a un camión, se les informa escuetamente que serán conducidos a La
Plata. La realidad es que ya pesaba sobre ellos la orden de fusilamiento, y
en lugar de ir camino a La Plata el destino serán los basurales de José León
Suárez. Troxler, quien conoce el lugar, se da cuenta que no los llevan hacia
La Plata sino que van en sentido contrario. Por un momento cree que van para
Campo de Mayo, pero cuando el camión se detiene en los basulares de José
León Suárez, aprovecha cierta estupefacción de los policías que vigilan,
para atropellar contra ellos y escapa. La suerte corrida por los demás
serían las balas. Pocos sobreviven para contarlo, 7 en total.
El hecho de que Troxler -entre
otros pocos- se hubiera salvado, le permitió al periodista Rodolfo Walsh
reconstruir los hechos en una insuperable obra que tituló “Operación
Masacre” y que, llevada al cine, contó con la participación de Julio quien,
además de representar su propio papel, era quien relataba ciertas partes de
los hechos.
Homenaje
Troxler se exilió primero en
Bolivia, pero continuará luego su militancia en la resistencia peronista.
Con la vuelta del peronismo al
gobierno, en la provincia de Buenos aires llega a la gestión como gobernador
el Dr. Oscar Bidegain, quien simpatizaba con la
“Tendencia”, es decir, con el ala izquierda del peronismo. Durante esa
gestión Julio Troxler se desempeñará como Jefe de la Policía de la Provincia
hasta que renuncia.
El crimen
20 de septiembre de 1974. Julio Troxler fue asesinado en plena calle una
mañana de iba a la Facultad de Derecho donde trabajaba. En ese momento tenía
52 años.
Se lo llevaron a Barracas en un Peugeot 504 color negro con
cuatro hombres en el interior. El coche ingresó por la calle Arcamendia
hasta desembocar frente al elevado paredón de ladrillos que limita con el
terraplén ferroviario. En ese momento, los ocupantes del coche lo obligaron
a bajar y le ordenaron caminar hacia la calle Suárez en el mismo sentido del
vehículo. Julio caminó unos pasos con las manos atadas a la espalda y cayó
fulminado por una ráfaga de ametralladora disparada de un auto.
Lo
mataron en el pasaje Coronel Rico de Barracas. Horas más tarde un comando de
las AAA se atribuía el hecho criminal enviando una foto a la prensa del
documento que habilitaba a Julio Troxler a ingresar a la residencia del
general Perón en la calle Gaspar Campos de Vicente López. El comunicado de
la Triple A decía: “La lista sigue. Murió Troxler y el próximo, para rimar,
será Sandler”. Se hacía referencia con esto a una lista que habían difundido
con anterioridad con los nombres de Rodolfo Orteña Peña, Curuchet, López,
Troxler, Sandler, Sueldo, Bidegain, Cámpora, Laguzzi, Betanín, Villanueva,
Firmenich, Caride, Taiana, Añón y Arrostito.
Troxler militaba en
espacio del peronismo revolucionario en el que se encontraban, además, Envar
el Kadri, William Cooke y Gustavo Rearte.
Troxler, una de las
víctimas de la Triple A, es hoy una de las claves que sigue la Justicia para
citar a Isabel Martínez de Perón en el marco de la causa judicial por los
asesinatos de dicha organización.
Fue la compañera de Julio
Troxler, un referente histórico de la lucha contra la autodenominada
Revolución Libertadora, que salvó su vida milagrosamente de los
fusilamientos de José León Suárez y terminó asesinado por la Triple A. A los
91 años, la mujer no descansa. En una charla con EL DIARIO recorrió algunos
momentos de aquella historia y también de su relación con el cura que vivió
en Concordia, condenado por crímenes de lesa humanidad.
Por Juan Cruz
Varela
La mujer habla rápido y salta con mayor velocidad de un tema a otro. A
los 91 años tiene la vitalidad de pocos y discute con total desparpajo.
Calza un equipo deportivo y lleva el cabello rubio bien arreglado. Cada
gesto resalta aún más sus ojos grandes y dejan ver un celeste luminoso.
Aunque su apellido mueve los recuerdos hacia otro lado, Leonor Von Wernich
es la viuda de Julio Troxler, ícono de la resistencia peronista y uno de los
sobrevivientes de la operación masacre de 1956. “Somos parientes con el
mamarracho ese”, dice refiriéndose a Christian Von Wernich, el ex capellán
de la Policía Bonaerense que purga una condena por crímenes de lesa
humanidad. “Su abuelo y el mío eran hermanos. Nosotros somos primos, pero
nunca tuvimos trato, por suerte. ¡Y lo que he luchado contra ese
desgraciado!”, exclama.
Los
fusilamientos de José León Suárez de junio de 1956. Fragmento de
La Hora de los hornos, Fernando Solanas (1968).
Llegó hace una docena de años a
Paraná y hoy vive con una cuñada. En el camino quedaron Rodolfo y Milena,
sus hermanos, hijos de Dora Ponce de León, maestra de oficio, y Federico, un
padre ausente.
RESISTENCIA. “A Julito lo conocí
en la cárcel de Olmos”, cuenta. “Nosotros teníamos un grupo de compañeras
con las que visitábamos a los detenidos políticos que estaban solos. Un día
fuimos a visitar a John William Cooke y él me dijo que había compañeros
presos políticos, que no tenían familiares, entonces a mí me pusieron como
visitante de uno de ellos. Ahí lo conocí. Lo sacaron del pabellón, lo
trajeron a un salón y conversamos un rato”, rememora.
Era el año sesenta y pico y
Troxler, Julito, como lo llamará a lo largo de toda la charla, ya era un
sobreviviente. Vivía clandestino entre Bolivia y la Argentina desde que
salvó su pellejo de la masacre ordenada contra un grupo de militantes
peronistas que se había levantado contra la autodenominada Revolución
Libertadora y para restituir a Perón.
Leonor ya habitaba la casa que
luego compartirían, en calle Julio Argentino Roca 1444, en Vicente López, la
misma a la que ahora quieren renombrar como Julio Troxler. Su madre le había
inspirado la pasión peronista. “La mujer estaba desprotegida por completo en
ese tiempo y ella empezó a escuchar a ese militar, hasta que comenzamos a
tomar contacto con unidades básicas y con militantes peronistas”.
La
segunda vez que vio a Troxler fue en su casa. “La situación era
comprometida. Julito y sus compañeros estaban clandestinos y las familias
los acogíamos en las casas. A mí me tocó recibirlo y empezamos a tener más
intimidad, hasta que finalmente formalizamos”.
El Auténtico Nº 2, octubre 1975
MILITANCIA. No toma café, pero
ahora lo hace para hacer honor a quien está de visita. “Lo que estoy
perdiendo un poco es la memoria”, dispara cuando algún dato le hace una
finta y huye de su relato. Entonces cambia de tema. En ese ir y venir
dialéctico llama la atención la permanente utilización del “tu” para
hablarle a su interlocutor.
–¿Cómo era la militancia en los
tiempos de la resistencia? –Yo militaba fuertemente en la rama femenina,
en un grupo que se llamaba Montoneras de Perón; actuábamos en unidades
básicas y en todo lo que hiciera falta. Además, había un grupo de
intelectuales que conformaban el gran consejo coordinador del peronismo
revolucionario, entre los que estaban Andrés Framini, que era secretario
general de la Asociación Obrera Textil y llegó a ser electo gobernador de
Buenos Aires en 1962, cuando el peronismo estaba proscripto; Raimundo
Ongaro, que representaba a los trabajadores gráficos; y el escritor y
político Juan José Hernández Arregui, que también nos guió mucho en esta
lucha, sobre todo por la reivindicación de una conciencia nacional. Por esas
luchas varias veces nos metieron presas y otras tantas nos allanaron, pero
nunca nos torturaron.
Audio: LT14 Radio General Urquiza AM 1260, Octubre
2010
DOLOR. Restaurada la democracia,
Julio Troxler se desempeñó como Jefe de la Policía de Buenos Aires durante
la gestión como gobernador de Oscar Bidegain,
hasta que dejó el cargo tras un intento de copamiento a la guarnición
militar de Azul, el 19 de enero de 1974. “A los tres meses tuvo que
renunciar por el bombardeo constante que recibía. Nos tiraban de todo, no se
podía gobernar y entonces renunció”, recordó Leonor.
Sin embargo, Troxler continuó
con su militancia. Fue delegado de Perón en Mar del Plata hasta que accedió
a un cargo docente en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos
Aires. “En eso estaba cuando lo mataron. Fue una monstruosidad. Matarlo a
Julito como lo mataron. Lo levantaron cuando bajaba del colectivo. Eran como
las 12.30. Llegaron tres automóviles y bajaron cinco personas. Lo obligaron
a subir en un auto color negro, lo hicieron poner con la cabeza abajo en el
fondo y marcharon hasta los paredones del ferrocarril, en Barracas. Lo
mataron y lo dejaron tirado ahí, a plena luz del día, con una tarjeta que
decía ‘por bolche y mal argentino’. Porque todos éramos bolches”.
Las palabras le salen como
frases sueltas, mezcladas con impotencia y dolor pero sin resentimiento. Así
recuerda Leonor ese 20 de septiembre de 1974. El crimen fue perpetrado por
la Triple A.
Mensaje del General Perón al cumplirse dos años de los
fusilamientos de junio de 1956.
–¿Como siguió su vida después?
–Seguí luchando, más todavía, pero siempre en forma clandestina. Cuando lo
mataron a Julito perdí la voz durante un tiempo. Dicen que siempre que pasa
algo grave el cuerpo lo sufre de distintas maneras.
–¿Y hoy cómo lo recuerda? –Lo
recuerdo permanentemente como una persona a la que no podían desviar. Nadie
lo compraba y por eso lo mataron. Cuando a Julito lo mandaban como
representante a algún lado, viajaba en segunda, para no gastar, porque
estábamos en la resistencia. Es que al dinero pocos se resisten, y él estaba
con el pueblo, con el pueblo trabajador.
Cristina
El
anteúltimo fin de semana de noviembre la encontró en San Pedro, donde la
Presidenta de la Nación encabezó el acto por el Día de la Soberanía
Nacional, en conmemoración por la Batalla de la
Vuelta de Obligado.
“Estoy a muerte con Cristina, la admiro profundamente, porque es de una
inteligencia preclara. Mirá cómo nos lleva con esto de la debacle económica
mundial, algo que nosotros ya pasamos con Menem por toda la entrega que
hizo”, afirma sin dudar.
Todos los días lee Página/12 y no se pierde
ninguna emisión de 6-7-8, el programa de la televisión pública. A veces
algún libro logra atrapar su atención. El jardín y las plantas del fondo
también la entretienen de vez en cuando. Así pasa los días Leonor von
Wernich, que a los 91 sigue siendo una militante.
Hay ingenuidad en la
revolución de Valle. En él mismo sobre todo. Pareciera no haber puesto en la
balanza la adhesión poderosa de las clases medias y de los sectores
intelectuales y académicos para con la Libertadora. Si Valle pensaba que una
masa incontenible de obreros peronistas se sumaría a él, ese error era
mayúsculo. En junio de 1956 era más probable que se movilizaran los sectores
ligados al catolicismo, al Cristo Vence, los empleados que esperaban
prosperar en el nuevo gobierno, los que estaban hartos del estilo
agobiantemente personalista de Perón, los intelectuales, los radicales, los
socialistas, los comunistas, que las masas peronistas que permanecían en la
misma desorganización en que Perón las había mantenido. No era el momento de
una revolución a la luz del sol. No era el momento de un paseo triunfal
hasta la Plaza de Mayo (al estilo del de Uriburu y sus cadetes), tampoco el
de una simple proclama que arrancara de sus barrios oscuros, humillados,
sometidos a la persecución de la policía aramburista, a los obreros
beneficiados por el régimen peronista. Siempre conocedor de los hombres y
las coyunturas, siempre zorro y, más aún, viejo, el general se había opuesto
al intento de Valle. Van al muere, era su pronóstico. Valle y los suyos
pensaban que Aramburu y Rojas eran unos cobardes, que no afrontarían una
sublevación, que el golpe del `55 era fruto del coraje de Lonardi. Era
increíble que desconocieran el odio del antiperonismo. El desplazamiento de
Lonardi abrió paso, justamente, al odio gorila, que no es para desdeñar. Ha
tenido y tiene una fuerza poderosa en la Argentina. Sobre todo cuando
identifica al peronismo con esa fuerza maligna a la cual suele asociarlo: el
peligro comunista. El odio gorila razona así: si el peronismo se mantuviera
en sus posiciones podríamos contenerlo, incluirlo, no reprimirlo. Pero, al
ser un movimiento de masas, al representar a la negritud de este país, aun
cuando siempre contemos entre sus filas con fascistas que adherirán a
nosotros en un enfrentamiento definitivo, el peligro de este maldito
movimiento que tanto persevera es que surja de él el comunismo. O, en
nuestros días, el populismo latinoamericano, enemigo de Estados Unidos,
partidario de los juicios contra los "héroes de la lucha contra la
subversión" e, incluso, partidario de una investigación sobre la Triple A (y
esto viene de parte del mismo peronismo) que podría llegar a tocar la
intocada e intocable figura de Perón. Créase o no, es a la derecha argentina
en totalidad a la que no le interesa que se "toque" a Perón. Los trabajos
sucios que hizo la Triple A y que podrían involucrar (en principio en su
faceta permisiva) a Perón involucrarían al Ejército Argentino, pues todo lo
que la Triple A hizo estuvo avalado por el establishment. Basta recordar (ya
nos detendremos sobre esto en su momento) la Meditación del elegido con que
Mariano Grondona fundamenta públicamente las acciones terroristas de López
Rega, hacia fines de 1974 en Carta política.
Fascículos semanales. Podés
descargarlos en pdf en
Página|12, y leerlos en línea o descargarlos en
Scribd.
Descargar los 130
fascículos de la
colección completa en un solo pack (32,65 mb)
Valle estaba muy lejos de conocer ese odio.
Debió haberlo conocido luego del bombardeo del 16 de junio, pero parecía
creer más en la movilización instantaneísta de la clase obrera que en los
que sostenían las banderas de la Iglesia, el Ejército, las clases medias y
el resto del país que había tirado a Perón y que todavía mantenía la
sensación de su triunfo, la convicción de sostenerlo y el odio con que lo
había llevado a cabo. Era impensable un "paseo" hacia la Plaza de Mayo,
concentrarse ahí y exigir el regreso del líder. Se habría producido un nuevo
y más sanguinario 16 de junio. En el diario La Prensa del 13 de junio se
recogían las declaraciones que, la noche anterior, ante un grupo de
periodistas, en el mismo momento en que Valle era fusilado, había formulado
el ministro de Ejército, general Arturo Ossorio Arana: "El asesinato,
incendio o destrucción de vidas, iglesias y otros bienes de la colectividad,
señalan el camino a un estado anárquico total con estrecha semejanza al
propugnado por la revolución social comunista. La represión firme, ecuánime
y serena de las fuerzas armadas y en particular la noble reacción del
ejército anularon el movimiento. La objetividad con que fue informada la
institución y la opinión pública sin deformaciones, hablan de una confianza
absoluta en los valores morales del ejército y de la ciudadanía consciente y
libre" (La Prensa, 13/6/56. Citado por Ferla, Ibid., p. 135, cursivas mías.)
Lo cual situaba a un católico como Valle del lado del ateísmo
marxista-leninista soviético.
Valle también ignoró que la Libertadora
manejaba todos los medios de difusión, o, sin duda, los decisivos. Que en
los teatros se daban obras satíricas sobre el peronismo, Perón y Evita. Que
se exponían al público joyas, tapados de piel, medallas, todo tipo de
objetos de lujo que se atribuían al despilfarro, al robo descarado de la
pareja presidencial. Que se hablaba sin cesar de los hurtos de Juan Duarte
(muchas veces veraces). Que actores como Leonor Rinaldi y Pepe Arias eran
ídolos nacionales. Que en La Revista Dislocada, "la gran creación cómica de
Delfor", en la que colaboraba el humorista rabiosamente antirrojo Aldo
Cammarota, que terminó viviendo en Miami, los chistes se descargaban sobre
el "régimen depuesto". La clase media y la clase alta vivían envueltas en un
clima de júbilo y hasta de exaltación que probablemente las hubiera llevado
a una defensa activa del gobierno de facto. Valle no pensaba que esta
posibilidad era más via- ble que el alzamiento de unas masas obreras
desalentadas, agredidas, que recibían el desdén de los poseedores y la burla
sobre todo aquello en que habían creído en los últimos años. Además, ¿cómo
sabía Valle que Perón habría de volver? No es casual que Perón se haya
opuesto al golpe. No estaba repuesto aún. Necesitaba elaborar su derrota y
juntar coraje para ponerse de nuevo al frente de un movimiento, el que Valle
ponía en sus manos, que esta vez enfrentaría a adversarios temibles y
sanguinarios a los que Perón respetaba en su justa medida y todavía un poco
más.
El
29 de enero de 1974 la Triple A difunde en Buenos Aires una
“lista negra” de personalidades que “serán inmediatamente
ejecutadas en donde se las encuentre”. La lista incluye a
Hugo Bressano (Nahuel Moreno, dirigente del PST),
Silvio Frondizi, Mario Hernández, Gustavo Roca y
Mario Roberto Santucho
(dirigentes del PRT/ERP); los dirigentes sindicales Armando
Jaime, Raimundo Ongaro, Rene Salamanca
(PCR) y Agustín Tosco;
Rodolfo Puiggros – ex rector de la UBA – Manuel
Gaggero (director del diario El Mundo), Roberto Quieto
(dirigente de FAR y luego de Montoneros), Julio Troxler ex
subjefe de policía de la Pcia. de Buenos Aires y cercano al
Peronismo de Base; coroneles Perlinger y Cesio,
Monseñor Angelelli; senador nacional Luís Carnevale
y otros, la mayoría de los cuales serían asesinados en el futuro
cercano.
Valle se despide de su hija Susana y se
dirige hacia el pelotón de fusilamiento. Lo fusilan en la cárcel de la
Avenida Las Heras, donde ahora hay un espacio verde en el que algunos chicos
juegan y algunos mayores hacen jogging para bajar de peso o para escaparles
a los infartos. Citemos la prosa emocionada, algo cándida (en medio de tanto
terror, de tanta crueldad) de Salvador Ferla: "Así pasa Valle a la
inmortalidad. Así entra este héroe y mártir, esta gloria auténtica del
Ejército Argentino al reino de Dios, allí donde no existen la crueldad ni el
odio ni la calumnia. Hermano de Dorrego y Peñaloza, representante de una
Argentina ¡por centésima vez vencida!" (Ferla, Ibid., p. 134). Sin embargo,
ese reino de Dios en el que Ferla II asegura entrará Valle era propiedad de
los Libertadores. La Iglesia no hizo nada por impedir los fusilamientos.
"Aramburu y su ministro del Interior informaron que habían secuestrado
instrucciones de los rebeldes para tomar casi todas las iglesias y colegios
religiosos del país y fusilar a los sacerdotes y monjas que se resistieran
(...) El arzobispo de La Plata, Antonio Plaza, participó de la `ceremonia
patriótica' organizada frente al Departamento de Policía para agradecer `la
ejemplar conducta' de sus tropas durante la sublevación. En Rosario,
Caggiano visitó al comandante del Cuerpo de Ejército, general José Rufino
Brusa, en cuya sede aún había personas detenidas. Si fue a pedir clemencia,
no lo hizo público ni se conocen documentos que lo indiquen" (Horacio
Verbitsky, La violencia evangélica, Tomo II, "De Lonardi al Cordobazo
(1955-1969)", Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2008, p. 45/46). El
Reino de Dios es de quienes poseen el poder. Ellos no desean entrar a ese
reino sino que envían ahí a quienes son sus enemigos. Lo hacen con suma
frecuencia en nombre de ese Reino, de ese Dios, de ese Culto. Dios no
pareciera decidirse a ser justo como lo creía Lonardi. Notable cuestión:
Aramburu creía que Dios era justo porque él fusilaba a Valle. Valle creía
que Dios era justo porque lo acogería en su Reino y echaría una eterna
maldición sobre sus asesinos. La Iglesia, como siempre, consideraba que Dios
era justo, pero a veces con unos y a veces con otros, de acuerdo con sus
propios intereses. Cuando Dios favorecía a los que la Iglesia apoyaba como
en el caso de Aramburu al fusilar a Valle Dios era justo con los amigos de
la Iglesia. Cuando no lo era, lo sería pronto. O habría que luchar para lo
fuera. Pues "Dios" es una formidable rúbrica que suelen ponerse a sí mismas
las revoluciones de base clerical, oligárquica, que han triunfado. Para
desgracia de Valle, Dios no estaba en la Penitenciaria de Las Heras la noche
en que lo fusilaron. (Nota: En la película que Richard Brooks hizo sobre la
nonfiction novel de Truman Capote, A sangre fría, en la escena final están
por ahorcar a los asesinos de la familia de farmers. A uno lo suben al
cadalso, le ponen la cuerda alrededor del cuello y el tipo ya siente la
trampa que se abrirá bajo sus pies. Hay un sacerdote, a su lado, que reza.
El hombre lo mira. El frío es cruel. Le pregunta: "Padre, ¿está Dios en este
lugar?" ¿Estaba cuando fusilaron tan indecentemente a Valle?)
Envar El Kadri junto a Julio
Troxler
LA CARTA DE VALLE Pero los crímenes no suelen
quedarse en el pasado. Siempre hay algo que los arroja hacia el futuro.
Valle, para desgracia de Aramburu, escribe una Carta. También las había
escrito Dorrego, cuando esperaba los fusiles de Lavalle en los campos de
Navarro. Las de Dorrego le sirvieron a Rosas para imponer mayor dureza a su
régimen. Respondía a la dureza con la dureza. Las cartas de Dorrego habían
pedido que esto no ocurriera. Escribe a su hija Angelita: "Mi querida
Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir;
ignoro por qué; mas la providencia divina, en la cual confío en este momento
crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis
amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí". Otra
carta: "Mi querida Angelita: te acompaño esta sortija para memoria de tu
desgraciado padre". Otra: "Mi querida Isabel: Te devuelvo los tiradores que
hiciste a tu infortunado padre". Otra más: "Sed católicos y virtuosos, que
esa religión es la que me consuela en este momento". Otra: "Mi vida: Mándame
hacer funerales y que sean sin fausto. Otra prueba de que muero en la
religión de mis padres". Y la última, fechada en Navarro en 1828, y dirigida
al Señor Gobernador de Santa Fe, Don Estanislao López, es de notable
importancia: "Mi apreciable amigo: En este momento me intiman morir dentro
de una hora. Ignoro la causa de mi muerte, pero de todos modos perdono a mis
perseguidores. Cese usted por mi parte todo preparativo y que mi muerte no
sea causa de derramamiento de sangre" (cursivas nuestras).
La Carta
de Juan José Valle no será tan magnánima. Es dura. Algo está pidiendo. No le
augura a su verdugo un futuro de felicidad. No tiene el aire calmo, pleno de
bondad y de religiosidad de Dorrego. Es una Carta conocida pero añadiremos
algo: la Carta de Valle se liga con la Carta de Walsh. Las liga el arbitrio
del crimen aleve, la falta de juicio, decidir fusilarlo antes de que
estuviera proclamada la Ley Marcial. Basura. La Historia pasa por los patios
húmedos, nocturnos de las penitenciarias, la muerte es clandestina. La Carta
de Valle será, a la vez, la Carta de Valle y la condena de muerte de Pedro
Eugenio Aramburu, su ejecutor, que no dudó un instante, que buscó el
escarmiento, demostrar la dureza de la Libertadora y que nadie más se
atreviera a lanzarse a una aventura revolucionaria como Valle. La Carta
dice: "Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme
asesinado. Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos.
Declaro que un grupo de marinos y militares, movidos por ustedes mismos, son
los únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar opositores les pareció
digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente. Nos faltó
astucia o perversidad para adivinar la treta. Así se explica que nos
esperaran en los cuarteles, apuntándonos con las ametralladoras, que
avanzaran los tanque de ustedes antes de estallar el movimiento, que
capitanearan tropas de represión algunos oficiales comprometidos en nuestra
revolución. Con fusilarme a mí bastaba. Pero no. Han querido ustedes
escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo
Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones,
desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una
vez más su odio al pueblo (...) Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con
la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas, verán en mí a un
idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta
ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les
sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan". Ahora
leamos cuidadosamente los párrafos que siguen. Late en ellos el reclamo de
la venganza, o el vaticinio del seguro asesinato de Aramburu, Rojas y los
victimarios de junio: "Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a
cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus
mujeres y sus hijos bajo el terror constante de ser asesinados (...) Es
asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto y sus
más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay
memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo
el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera
libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las
tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los
castigos las III dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como
tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran
terror (...) Pero no taparán con mentiras la dramática realidad argentina
por más que tengan toda la prensa del país alineada al servicio de ustedes".
Valle concluye con una frase de unidad que más suena a forma que a sincera
convicción: "Ruego a Dios que mi sangre sirva para unir a los argentinos.
Viva la Patria. Juan José Valle, Buenos Aires, 12 de junio de 1956". Entre
tanto, Aramburu metía en la cárcel a miles de trabajadores, reprimía con
ferocidad cada huelga que pugnaba por producirse y torturaba en todo el
territorio de la República.
Las figuras de Valle y Tanco serán retomadas
tanto por el catolicismo que dará origen a Montoneros como por la izquierda
marxista, que se incluía en la tradición de John William Cooke (un gran
lector de la Crítica de la razón dialéctica de Sartre y amigo del Che y
hasta miliciano de la Cuba revolucionaria). Esta condición bifronte de la JP
se inclinará hacia su cara socialista. Sobre todo cuando los chicos
católicos del montonerismo temprano se relacionen con las FAR y empiecen a
enterarse de las ideas esenciales del marxismo. Pero Valle y Tanco eran
católicos. En la Carta del primero se lee claramente la frase "un
liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país". De
este modo, los primeros que se apropian de Valle y Tanco son los muy
belicosos muchachos de Tacuara. En el comedor de la Facultad de Derecho,
hacia 1961, entra una pandilla de jóvenes con cadenas y manoplas al grito de
"¡Vivan los generales Valle, Tanco y Cogorno!" Bajo este grito se consagran
a moler a cadenazos a todos los "zurdos" que había en el lugar, a los cuales
tenían bien ubicados. Eran los tiempos de Tacuara, un grupo numeroso de
jóvenes de las clases altas, nacionalistas, antisemitas, vagamente
peronistas y claramente nazis. Temibles, brutales, solían poner bombas en
sinagogas. Cierta vez dialogué, muy tensamente, con uno que tenía un muñón
envuelto en cuero. Le había explotado una bomba en la mano. Era un fanático
ultracatólico, peinado a la gomina, admirador frenético de don Juan Manuel
de Rosas, de la Alemania nazi, antisemita cruel y ya cerca de un peronismo
que daría como figura más notoria al aventurero Joe Baxter, de quien nos
ocuparemos. Estas pandillas se peinaban con mucha gomina, el pelo bien
tirante hacia atrás, saco azul y pantalón gris. Durante esos días, la gomina
Glostora sacó por la tele un comercial que los aludía: un tacuarita,
sonriente, se pasaba la mano por el pelo brillante, bien peinado a la gomina
y hacia atrás y el locutor del comercial decía: "Glostora, como te gusta a
vos, Juan Manuel". Se fueron raleando en pocos años, entraron en los
sectores católicos del peronismo, pero fueron superados por los jóvenes
socialistas, que impusieron sus lecturas y sus consignas. Es cierto que el
socialismo de la JP estaba alimentado por lecturas del revisionismo
histórico también asumidas por los de Tacuara, pero ellas convergían hacia
una unidad con el socialismo tercermundista. Como sea, todo esto contribuye
a la multiplicidad ideológica del peronismo, a sus mil caras posibles, que
Perón alimentó siempre. Salvo a partir de junio de 1973, cuando optó por la
derecha, por una derecha violenta, contrainsurgente y parainstitucional cuya
trágica historia tenemos por delante. Aunque, a partir de aquí, y para
narrar el triste asesinato de Julio Troxler, tendremos que acudir a ella.
Escena en los
basurales de León Suárez de La hora de los
hornos (1968) de Fernando Solanas.
HABLA JULIO TROXLER
De la matanza de José León Suárez según
vimos se salvaron varios. Entre ellos, Julio Troxler. En 1971 lo
encontramos colaborando con Rodolfo Walsh y Jorge Cedrón en el film
Operación Masacre, que se basa en los hechos de José León Suárez que Walsh
narrara. "La filmación (escribe Walsh) se realizó en condiciones de
clandestinidad que la dictadura de Lanusse impuso a la mayoría de las
actividades políticas y a algunas artísticas (...) La película se terminó en
agosto de 1972. Con el concurso de la Juventud Peronista, peronismo de base,
agrupaciones sindicales y estudiantiles, se exhibió centenares de veces en
barrios y villas de Capital e interior, sin que una sola copia cayera en
manos de la policía (...)
En la película Julio Troxler desempeña su
prolijo papel. Al discutir el libro con él y con Cedrón, llegamos a la
conclusión de que el film no debía limitarse a los hechos ahí narrados. Una
militancia de casi veinte años autorizaba a Troxler a resumir la experiencia
colectiva del peronismo en los años duros de la resistencia, la
proscripción. Y la lucha armada.
"La película tiene pues un texto que no figura en el libro original. Lo
incluyo en esta edición porque entiendo que completa el libro y le da su
sentido último" (Walsh, Ibid., p. 181/182). Troxler es el narrador de todo
el film. Y hace su propio papel. Al final, se planta frente a cámara y dice
un largo texto de gran riqueza, de gran patetismo, de gran dolor. Dice
Troxler: "Yo volví de Bolivia, me metieron preso, conocí la picana
eléctrica. Mentalmente regresé muchas veces a este lugar. (Troxler habla en
José León Suárez, durante un amanecer, JPF.) Quería encontrar la respuesta a
esa pregunta: qué significaba ser peronista. "Qué significaba este odio, por
qué nos mataban así. Tardamos mucho en comprenderlo, en darnos cuenta de que
el peronismo era algo más permanente que un gobierno que puede ser
derrotado, que un partido que puede ser proscripto. "El peronismo era una
clase, era la clase trabajadora que no puede ser destruida, el eje de un
movimiento de liberación que no puede ser derrotado, y el odio que ellos nos
tenían era el odio de los explotadores por los explotados. "Muchos más iban
a caer víctimas de ese odio, en las manifestaciones populares, bajo la
tortura, secuestrados y asesinados por la policía y el ejército, o en
combate. "Pero el pueblo no dejó nunca de alzar la bandera de la liberación,
la clase obrera no dejó nunca de rebelarse contra la injusticia. El
peronismo probó todos los métodos para recuperar el poder, desde el pacto
electoral hasta el golpe militar. El resultado fue siempre el mismo:
explotación, entrega, represión. Así fuimos aprendiendo. "De los políticos
sólo podíamos esperar el engaño, la única revolución definitiva es la que
hace el pueblo y dirigen los trabajadores. Los militares pueden sumarse a
ella como individuos, pero no dirigirla como institución. Porque esa
institución pertenece al enemigo y contra ese enemigo sólo es posible oponer
otro ejército surgido del pueblo. "Estas verdades se aprendieron con sangre,
pero por primera vez hicieron retroceder a los verdugos, por primera vez
hicieron temblar al enemigo, que empezó a buscar acuerdos imposibles entre
opresores y oprimidos. La marea empezaba a darse vuelta, las balas también
les entraban a ellos, a los torturadores, a los jefes de la represión. "Los
que habían firmado penas de muerte sufrían la pena de muerte. Los nombres de
nuestros muertos revivían en nuestros combatientes. Lo que nosotros habíamos
improvisado en nuestra desesperación, otros aprendieron a organizarlo con
rigor, a articularlo con las necesidades de la clase trabajadora, que en el
silencio y el anonimato va forjando su organización independiente de
traidores y burócratas, la larga guerra del pueblo, el largo camino, la
larga marcha, hacia la Patria Socialista" (Walsh, Ibid., p. 183/ 184)
Durante la jura como subjefe de Policía de la Provincia de
Buenos Aires
Troxler ha enunciado las bases programáticas
de la izquierda peronista. El pueblo protagonista hegemonizado por la clase
trabajadora, la organización de base, la reivindicación del "aramburazo"
("los que habían firmado penas de muerte sufrían la pena de muerte"), la
guerra popular prolongada ("la larga guerra del pueblo") y la Patria
Socialista. Observemos algo sustancial: en ningún momento, en el texto, se
nombra a Perón. Ni siquiera se menciona como consigna de lucha "el regreso
incondicional del general Perón a la patria", que era una frase que decían
todos, que se decía sola, que no había quien no la incluyera en un programa
revolucionario. Es un vacío estridente. En la fecha en que el texto se
escribe ningún grupo (ni siquiera el peronismo de base, que manejaba una
alternativa independiente a la conducción de Perón) habría obviado la
mención del regreso de Perón pues era la más movilizadora de las consignas.
Era lo que quería el pueblo peronista. Lo quería traer a Perón. Este punto,
en un texto que seguramente escribió Walsh pero con Troxler y Cedrón muy
cercanos, es una rareza. El "Perón Vuelve" seguía siendo la consigna que
daba unidad a todo el peronismo.
"SALUD, COMPAÑERO TROXLER"
Cuando asume Cámpora, Oscar Bidegain llega a
la gobernación de la provincia de Buenos Aires y nombra a Troxler jefe de
Policía. Bidegain era un tipo más que cercano a la Tendencia Revolucionaria,
de modo que la provincia de Buenos Aires podía ser considerada como uno de
esos territorios que el sector juvenil del Movimiento Justicialista tenía
bajo su comando. Cuando a fines de julio la JP organiza una enorme
movilización para ir hasta la Quinta de Olivos y rodearla con el propósito
manifiesto de "romper el cerco del brujo López Rega", es Troxler el que
asegura el orden, el que les da a los militantes de la Tendencia la
seguridad de que no serán atacados por los grupos del matonaje de la derecha
peronista, sobre todo el Comando de Organización de Alberto Brito Lima. La
certeza era: el compañero Troxler nos cubre. Sólo algunos señalamientos
sobre esa jornada: la JP rodea la Quinta y durante cerca de media hora o
más, rabiosamente, ruge la consigna: "Perón/ Perón/ el pueblo te lo ruega/
queremos la cabeza del traidor de López Rega". Fue un acto dionisíaco. Muy
especialmente si tenemos en cuenta que lo dionisíaco tal como Nietzsche lo
entiende
es
la osadía de perder la individuación en la embriaguez del grupo. Eso pasó en
el operativo Gaspar Campos. (Acaso alguien sonría. O diga: qué locos estaban
esos pendejos. Puede ser. Pero, ¿usted nunca se volvió loco por nada? ¿Nunca
perdió la individuación en un acto colectivo de características dionisíacas?
Qué pena.) Perón recibió a la conducción de la Tendencia y les prometió una
serie de cosas que, desde luego, no pensaba cumplir. Al día siguiente,
haciendo gala de un cinismo impecable, lo nombró a López Rega como enlace
entre él y la Juventud Peronista. Pero no es ésta la cuestión. Cuando la
militancia se retiraba por la parte de atrás de la Quinta apareció un tipo
alto, al que apenas se veía porque ya era de noche. Pero todos supieron
quién era. "Salud, compañero Troxler", le dijeron. Troxler saludó haciendo
la V peronista. Luego, todo siguió su curso. La derecha peronista esperaba
descabezarlo. A él y a Bidegain. Pero no era fácil. Bidegain había ganado
bien en la provincia de Buenos Aires. La derecha ya quería reemplazarlo por
Victorio Calabró. Pero algún motivo tenía que tener. Ese motivo se lo dio
uno de los personajes que más daño le ha hecho a la causa popular en la
Argentina. El que atacó el cuartel de La Tablada en plena democracia.
Enrique Gorriarán Merlo. Que, en enero de 1974, también en plena
democracia, en la provincia de Buenos Aires, donde se contaba con un
gobernador adicto al que era muy difícil deponer, ataca la Guarnición de
Azul. ¡Qué festín para la derecha! ¡Qué excepcional regalo! ¡No podían
esperar nada mejor! Acababan de recibir en bandeja el motivo para descabezar
a Bidegain y a Troxler. Ese motivo se lo había entregado la torpeza, la
soberbia, el desdén absoluto por la política de masas de Gorriarán Merlo.
El error de Gorriarán hará posible (o acelerará) el asesinato de Troxler. En
tanto era jefe de Policía de la Provincia estaba cubierto. Al menos no había
recibido la bofetada histórica que Perón habrá de pegarles a él y a
Bidegain, poniéndose para la ocasión y por primera vez el uniforme de
teniente general. Troxler, con la desautorización de Perón, que lo acusa de
"desaprensión" ante los "grupos terroristas" que vienen actuando en la
provincia de Buenos Aires, queda devaluado como peronista, señalado, además,
como colaborador de la guerrilla. No habrá de ser casual que la Triple A lo
ponga entre los primeros lugares de sus listas. ¡Salvarse de los gorilas en
José León Suárez y venir a morir a manos de los fachos del peronismo en una
calle de Barracas! Pobre Troxler. Pobre país.
Colaboración especial:
Virginia Feinmann, Germán Ferrari.
Suplemento especial de Página|12 de la serie
"Peronismo. Filosofía política de una obstinación argentina" (2010)
Los restos del militante peronista Julio
Troxler, sobreviviente de los fusilamientos de José León Suárez en 1956 y
asesinado por la Triple A en 1974, fueron sepultados ayer (30/11/12) en el
cementerio Parque de la Paz en la localidad de San Benito, luego de que,
cumpliendo la voluntad de su viuda, la entrerriana Leonor Von Wernich, se
dispusiera su traslado desde Vicente López, provincia de Buenos Aires.
Hombres y mujeres del peronismo se acercaron hasta la necrópolis a acompañar
a la viuda, que tiene hoy 94 años y es considerada un emblema de la
militancia. Estuvo Porfidio Calderón, custodio de Juan Domingo Perón y héroe
sobreviviente del levantamiento encabezado por el general Juan José Valle
contra el gobierno de facto de Pedro Eugenio Aramburu que terminó con más 30
civiles y militares fusilados como represalia por su lealtad al peronismo.
También llegó al lugar Daniel Brión, presidente del Instituto por la Memoria
del Pueblo (Imepu), hijo de Mario Brión, uno de los muertos en los basurales
de José León Suárez, y autor del libro El presidente duerme, donde narra
aquellos sucesos.
Luego de depositar en una de las parcelas del
parque las urnas con los restos de Troxler y de otros familiares de Leonor
Von Wernich que también fueron trasladados, se compartieron adhesiones y
mensajes del historiador Norberto Galasso, de Esther El Kadri -madre del
mítico Envar Cacho el Kadri y amiga de Leonor Troxler- y de los legisladores
nacionales Raúl Barrandeguy y Julio Solanas, entre otros.
ÍCONO. El
vicegobernador José Cáceres, que no pudo asistir por estar junto al
gobernador Sergio Urribarri en Buenos Aires, envió una carta en la que
expresó “el enorme respeto y reconocimiento que tengo, como argentino,
peronista y militante, por la vida y ejemplo de Julio Troxler”. El
ministro Pedro Báez, presente en el homenaje, definió a Troxler como “un
bronce del peronismo y un ícono de la resistencia, ejemplo para todas las
generaciones, al que tuvieron que matar dos veces”.
Daniel Brión
realizó una semblanza de Troxler y el dirigente Edgardo Masarotti pidió
“honrar a todos los militantes, a los presos, a los desaparecidos, a los
fusilados, a los torturados, y especialmente a los pibes que militan por
esta causa, que son el mejor mensaje que podemos dar”. Leonor Troxler
expresó su agradecimiento a todos los presentes y a quienes la ayudaron en
las gestiones para el traslado de las urnas. “Tenemos que resistir, pero
alegremente, porque es la forma en la que ganamos todos”, propuso sobre el
final del homenaje.
Julio
Troxler nació el 19 de noviembre de 1926 en Florida, Partido de Vicente
López, Provincia de Buenos Aires, yo también nací en Florida, a mi viejo y a
él se los llevaron de Florida.
A los 18 años ingresó a la escuela de
policía bonaerense “Juan Vucetich” y en 1955 se retiró de la institución
policial con el grado de oficial inspector.
Tras la caída del gobierno peronista inició su lucha en la resistencia
popular contra los gobiernos oligárquicos y entreguistas que sucedieron a
aquel.
Por este motivo cayó detenido en octubre de 1955.
Meses
después, participó junto a sus hermanos Bernardo y Federico, suboficiales
del ejército, en la rebelión que encabezan los generales Juan José Valle y
Raúl Tanco, y que estalló el 9 de junio de 1956, viviendo un episodio
memorable cuando pudo escapar de la matanza de José León Suárez, ayudando a
escapar a varios compañeros, no puedo salvarlo a Carlitos Lizaso.
Después de esa fuga, pudo refugiarse con su gran amigo Benavídez, también
sobreviviente del basural, en Bolivia, desde donde continúa su lucha, al
volver, por una delación fue detenido y sufrió nuevamente la prisión y
conoció la picana eléctrica.
Por medio de una carta fechada el 16 de
octubre de 1958, en ciudad Trujillo, el General Perón delega toda la
conducción política y táctica del movimiento peronista en el país en el
Consejo Coordinador y Supervisor del peronismo del cual Julio Troxler era
uno de sus 15 miembros, fue entre otros, fue un personaje clave en la
interconexión de los diferentes grupos, que chequeaban rigurosamente los
mensajes recibidos antes de ponerlos en práctica en el conjunto del
movimiento peronista.
La lucha recomienza al momento de hacerse
evidente que Frondizi no cumplirá lo pactado con Perón. Los grupos de
militancia formados en La Plata que habían quedado en un compás de espera,
volvieron a accionar.
Luego de la traición frondizista volvió a la
resistencia siendo secuestrado, detenido y torturado en varias
oportunidades.
Tras el triunfo popular de 1973, fue designado, por el
gobernador Dr. Oscar Bidegain, subjefe de la Policía de la Provincia de
Buenos Aires, cargo del que hizo uso el mismo 25 de mayo ante las
autoridades de la Unidad Penal Nº 9 de La Plata para obtener la libertad de
los presos políticos. En el desempeño de sus funciones, redobló esfuerzos
para hacer del cuerpo policial una institución al servicio del pueblo y no
destinada a la represión del mismo. Permaneció sólo 85 días en el cargo.
Luego de un breve pasaje por el diario “Noticias”, en el que se desempeñó
como jefe de personal fue nombrado sub-director del Instituto de Estudios
Criminalísticos de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, dependiente
de la Universidad de Buenos Aires.
El 20 de septiembre de 1974 era
feriado, Julio había organizado su día libre para encontrarse con amigos de
militancia. Como Envar El Kadri, con el que siempre se citaba frente a la
Catedral Metropolitana. Salió de su casa en la localidad de Florida a las
10, caminó tres cuadras, y hasta las 11:30 charló con un compañero en el bar
Muky, de la Avenida Maipú y San Martín. Ese compañero lo alcanzó en auto
hasta la esquina de Figueroa Alcorta y La Pampa, donde pensaba tomar el
colectivo 130 en dirección a la Capital.
El
comunicado de la Triple A que anunció la muerte de Troxler. La
lista de muertos y amenazados. Clic para ampliar.
La investigación de su asesinato determinó
que un Peugeot 504 negro, con cuatro matones de la Triple A, lo levantó en
la facultad, y lo llevó atado en el piso hasta el pasaje Coronel Rico, del
barrio de Barracas, poco después del mediodía.
Antes de detenerse en el lugar -–desierto, laberíntico, suspendido en el
tiempo–, el auto agarró por calles que todavía hoy parecen laberinto de
pueblo: Brandsen, Lanín, Arcamendia, y finalmente Rico. Obligaron a que se
bajara, a pesar del terrible golpe que le dieron con la culata de una itaca
en la cabeza y de estar atado con alambre Julio corrió por su vida, lo
cruzaron sobre un paredón con una ráfaga de ametralladora y de itacas,
cuatro disparo a la cabeza, para rematarlo.
En un comunicado que
circuló a las pocas horas, la Triple A se atribuyó el crimen y escribió a
mano: "La lista sigue… Murió Troxler. El próximo para rimar será… Sandler???
Mañana vence el plazo… Adjuntamos lista de ejecuciones. Troxler murió por
bolche y mal argentino… Ya van cinco y seguirán cayendo los zurdos, estén
donde estén."
En un cuadro inferior, el listado lleva una cruz junto
a los apellidos Ortega Peña, Curuchet, López, Varas y Troxler. "Sandler"
tiene una cruz y un signo de interrogación.
El cadáver era
impresionante en el pecho lo habían cocido con hilo de chanchero. Los
agujeros de los balazos eran del tamaño de una moneda de un peso. Le habían
tirado con Itaka, parecían misiles.
Troxler militaba en espacio del
peronismo revolucionario en el que se encontraban, además, Envar el Kadri,
William Cooke y Gustavo Rearte.
Acompañamos hoy a Leonor, esa mujer,
militante desde los tiempos de la heroica resistencia, ella fue la compañera
de Julio Troxler, un referente histórico de la lucha contra la oligarquia
extranjerizante neliberal, ya pasa los 90 años, y esta mujer no descansa,
continúa en las luchas por la liberación, continúa en su apoyo a un gobierno
nacional, federal y popular. Con humildad militante, pero con la soberbia
que sólo pueden conocer los luchadores populares, esa soberbia que
engrandece por su trayectoria.
No se cansa de repetir: “Estoy a
muerte con Cristina, la admiro profundamente, porque es de una inteligencia
preclara. Mirá cómo nos lleva con esto de la debacle económica mundial, algo
que nosotros ya pasamos con Menem por toda la entrega que hizo”, afirma sin
dudar.
Leonor, hoy estamos todos aca, juntos militando, uniendo
nuestras voces por el querido Julio, cuando participó en la película
Operación Masacre de Cedrón Julio Troxler dijo al acercarse a quien
representaba a mi padre asesinado, “…de Mario Brión nunca podré olvidarme”,
hoy yo te digo querida Leonor, de Julio Troxler yo tampoco podré olvidarme.